Documento 162 - En la fiesta de los tabernáculos

   
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El libro de Urantia

Documento 162

En la fiesta de los tabernáculos

162:0.1 (1788.1) CUANDO Jesús salió hacia Jerusalén con los diez apóstoles pensaba tomar el camino más corto pasando por Samaria, así que siguieron la costa este del lago y entraron en Samaria por Escitópolis. Al anochecer Jesús envió a Felipe y Mateo a buscar alojamiento para todo el grupo en una aldea situada en la ladera oriental del monte Gilboa. Resultó que los habitantes de esa zona sentían especial antipatía por los judíos, más de lo normal incluso entre samaritanos, y esa hostilidad se exacerbaba por esas fechas porque muchos judíos pasaban por ahí de camino hacia la fiesta de los tabernáculos. Aquellos samaritanos sabían muy poco sobre Jesús, y se negaron a darle alojamiento porque él y sus compañeros eran judíos. Cuando Mateo y Felipe les respondieron indignados que estaban negando la hospitalidad al Santo de Israel, los enfurecidos aldeanos los echaron del pueblo a palos y pedradas.

162:0.2 (1788.2) Felipe y Mateo volvieron con sus compañeros y les contaron cómo los habían expulsado de la aldea. Al oírlo, Santiago y Juan se adelantaron hacia Jesús diciendo: «Maestro, te rogamos que nos autorices a ordenar que baje fuego del cielo y devore a esos samaritanos insolentes y obcecados». Ante estas expresiones de venganza, Jesús se volvió hacia los hijos de Zebedeo y los reprendió severamente: «No sabéis lo que decís. No hay lugar para la venganza en el reino de los cielos. En vez de discutir nos iremos al pueblito que está junto al vado del Jordán». Y así, por culpa de sus prejuicios sectarios, aquellos samaritanos se vieron privados del honor de ofrecer su hospitalidad al Hijo Creador de un universo.

162:0.3 (1788.3) Jesús y los diez pasaron la noche en la aldea cercana al vado del Jordán. A la mañana siguiente cruzaron el río para seguir hacia Jerusalén por la carretera del este del Jordán y llegaron a Betania al final de la tarde del miércoles. Tomás y Natanael, que se habían quedado atrás para terminar de hablar con Rodan, llegaron el viernes.

162:0.4 (1788.4) Jesús y los doce permanecieron en las inmediaciones de Jerusalén unas cuatro semanas y media, hasta el final del mes siguiente (octubre). Jesús entró unas pocas veces en la ciudad durante los días de la fiesta de los tabernáculos, y solo por poco tiempo. Pasó gran parte del mes de octubre en Belén con Abner y sus compañeros.

1. Los peligros de la visita a Jerusalén

162:1.1 (1788.5) Mucho antes de que huyeran de Galilea, los seguidores de Jesús le habían implorado que fuera a Jerusalén a proclamar el evangelio del reino para que su mensaje pudiera tener así el prestigio de haber sido predicado en el centro de la cultura y el saber de los judíos, pero ahora que había ido por fin a enseñar a Jerusalén temían por su vida. Sabiendo que el Sanedrín intentaba llevar a Jesús a Jerusalén para juzgarlo, y recordando las recientes y reiteradas declaraciones del Maestro de que le darían muerte, los apóstoles se habían quedado estupefactos cuando decidió de pronto asistir a la fiesta de los tabernáculos. A todas sus peticiones anteriores de que fuera a Jerusalén, Jesús había contestado invariablemente: «Aún no ha llegado la hora», y ahora, ante sus avisos de peligro, se limitaba a contestar: «Pero ha llegado la hora».

162:1.2 (1789.1) Durante la fiesta de los tabernáculos Jesús tuvo la audacia de entrar varias veces en Jerusalén y enseñar públicamente en el templo. Hizo esto a pesar de los esfuerzos de sus apóstoles por disuadirlo. Antes le habían insistido mucho en que fuera a Jerusalén a proclamar su mensaje, pero ahora, sabiendo muy bien que los escribas y fariseos se habían propuesto acabar con su vida, temían que entrara en la ciudad.

162:1.3 (1789.2) La audaz aparición de Jesús en Jerusalén confundió a sus seguidores más que nunca. Muchos de sus discípulos, e incluso el apóstol Judas Iscariote, se habían atrevido a pensar que Jesús había huido a Fenicia por miedo a los dirigentes judíos y a Herodes Antipas. No lograban entender el sentido de los movimientos del Maestro. Su presencia en Jerusalén durante la fiesta de los tabernáculos, aun en contra de los consejos de sus seguidores, terminó para siempre con cualquier rumor o sospecha de miedo o cobardía.

162:1.4 (1789.3) Durante la fiesta de los tabernáculos miles de creyentes de todas las partes del Imperio romano vieron a Jesús y le oyeron enseñar. Muchos de ellos fueron incluso a Betania para hablar con él sobre el progreso del reino en sus regiones de origen.

162:1.5 (1789.4) Hubo varias razones por las que Jesús pudo predicar públicamente en los patios del templo durante los días de la fiesta, y la principal era el miedo que se había apoderado de los dirigentes del Sanedrín ante la división encubierta de opiniones dentro de sus propias filas. De hecho, muchos miembros del Sanedrín o creían secretamente en Jesús o se oponían abiertamente a apresarlo durante la fiesta con Jerusalén lleno de gente, pues sabían que muchos de esos visitantes creían en él o al menos simpatizaban con el movimiento espiritual que patrocinaba.

162:1.6 (1789.5) Los esfuerzos de Abner y sus compañeros por toda Judea también habían contribuido mucho a consolidar un sentimiento favorable hacia el reino, tanto que los enemigos de Jesús no se atrevían a oponerse demasiado abiertamente. Esta fue una de las razones por las que Jesús pudo mostrarse en público en Jerusalén y salir con vida. Uno o dos meses antes, esta visita le habría costado una muerte segura.

162:1.7 (1789.6) El atrevimiento de Jesús al presentarse públicamente en Jerusalén intimidó a sus enemigos; no estaban preparados para semejante desafío. Los débiles intentos del Sanedrín por detener al Maestro durante ese mes fracasaron. La inesperada aparición de Jesús en Jerusalén desconcertó tanto a sus enemigos que imaginaron que las autoridades romanas le habrían prometido protección. Sabiendo que Felipe (el hermano de Herodes Antipas) era casi discípulo de Jesús, los miembros del Sanedrín dieron por hecho que Felipe habría conseguido para Jesús promesas de protección contra sus enemigos. Cuando se dieron cuenta de su error al suponer que la inesperada aparición del Maestro en Jerusalén era fruto de un acuerdo secreto con los funcionarios romanos, Jesús estaba ya fuera de su jurisdicción.

162:1.8 (1789.7) Al salir de Magadán solo los doce apóstoles sabían que Jesús tenía intención de asistir a la fiesta de los tabernáculos. Los demás seguidores del Maestro se asombraron mucho cuando apareció en los patios del templo y empezó a enseñar en público. En cuanto a las autoridades judías, su sorpresa fue indescriptible cuando se enteraron de que estaba enseñando en el templo.

162:1.9 (1790.1) Aunque sus discípulos no esperaban que Jesús asistiera a la fiesta, la inmensa mayoría de los peregrinos venidos de lejos que habían oído hablar de él tenían la esperanza de poder verlo en Jerusalén. Y no quedaron decepcionados, pues enseñó varias veces en el pórtico de Salomón y en los patios del templo. Estas enseñanzas fueron en realidad la proclamación formal y oficial de la divinidad de Jesús al pueblo judío y al mundo entero.

162:1.10 (1790.2) Las opiniones de las multitudes que escuchaban las enseñanzas del Maestro estaban divididas. Unos decían que era un hombre bueno; otros, que era un profeta; otros, que era en verdad el Mesías; otros decían que era un intrigante dañino que llevaba a la gente por el mal camino con sus extrañas doctrinas. Sus enemigos no se atrevían a denunciarlo abiertamente por miedo a sus seguidores más fervorosos, mientras que sus amigos, sabiendo que el Sanedrín había decidido acabar con él, temían reconocerlo abiertamente por miedo a los líderes judíos. Pero incluso sus enemigos se maravillaban de su enseñanza, pues sabían que no había sido instruido en las escuelas de los rabinos.

162:1.11 (1790.3) Cada vez que Jesús iba a Jerusalén sus apóstoles se aterrorizaban. Su miedo aumentaba día a día al oír sus declaraciones cada vez más audaces sobre la naturaleza de su misión en la tierra. No estaban acostumbrados a escuchar reivindicaciones tan rotundas y afirmaciones tan sorprendentes, ni siquiera cuando Jesús predicaba entre sus amigos.

2. El primer discurso en el templo

162:2.1 (1790.4) La primera tarde que enseñó en el templo, Jesús estaba describiendo al numeroso público sentado ante él la libertad del nuevo evangelio y la alegría de los que creen en la buena nueva, cuando un oyente curioso interrumpió para preguntarle: «Maestro, ¿cómo puedes citar las Escrituras y enseñar a la gente con tanta soltura cuando me dicen que no tienes instrucción en el saber de los rabinos?». Jesús respondió: «Ningún hombre me ha enseñado las verdades que os declaro. Esta enseñanza no es mía, sino de Aquel que me ha enviado. Todo el que desee realmente hacer la voluntad de mi Padre sabrá con certeza si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mí mismo. El que habla por sí mismo busca su propia gloria, en cambio yo, cuando proclamo las palabras del Padre, busco la gloria del que me ha enviado. Pero antes de intentar entrar en la nueva luz, ¿no deberíais seguir más bien la luz que ya tenéis? Moisés os dio la ley, y sin embargo, ¿cuántos de vosotros buscan honradamente cumplir sus exigencias? Moisés en esa ley os ordena: ‘No matarás’, y a pesar de este mandamiento algunos de vosotros buscáis matar al Hijo del Hombre».

162:2.2 (1790.5) Cuando la multitud oyó estas palabras empezaron a discutir entre ellos. Unos decían que estaba loco o que tenía un demonio. Otros decían que era sin duda el profeta de Galilea a quien los escribas y fariseos intentaban matar desde hacía tiempo. Algunos decían que las autoridades religiosas no se atrevían a meterse con él, otros pensaban que no le ponían la mano encima porque se habían hecho creyentes suyos. Después de mucho debatir, uno de ellos se adelantó y preguntó a Jesús: «¿Por qué intentan matarte los dirigentes?». Él respondió: «Los dirigentes intentan matarme porque les molesta mi enseñanza sobre la buena nueva del reino, un evangelio que libera a los hombres de las pesadas tradiciones de una religión formalista de ceremonias que esos maestros están empeñados en mantener a toda costa. Circuncidan el día del sabbat conforme a la ley, pero quieren matarme porque un sabbat liberé a un hombre de la esclavitud de la enfermedad. Me siguen el día del sabbat para espiarme y quieren matarme porque otro sabbat decidí sanar por completo a un hombre que estaba gravemente enfermo. Buscan matarme porque saben muy bien que si creéis honradamente en mi enseñanza y os atrevéis a aceptarla, su sistema de religión tradicional se derrumbará para siempre. Entonces perderán su autoridad sobre aquello a lo que han dedicado sus vidas, puesto que se niegan rotundamente a aceptar este nuevo evangelio más glorioso del reino de Dios. Y ahora os pido a cada uno de vosotros: no juzguéis por las apariencias exteriores, juzgad más bien por el verdadero espíritu de estas enseñanzas; juzgad con rectitud».

162:2.3 (1791.1) Otro de los oyentes se dirigió así a Jesús: «Sí, maestro, buscamos al Mesías y sabemos que aparecerá misteriosamente cuando llegue, pero sabemos de dónde eres tú; has estado entre tus hermanos desde el principio. El libertador vendrá con poder a restaurar el trono del reino de David. ¿Declaras realmente que eres el Mesías?». Jesús respondió: «Afirmas que me conoces y que sabes de dónde soy. Ojalá fuera cierto lo que dices, pues encontrarías vida abundante en ese conocimiento. Pero yo os declaro que no he venido a vosotros por mí mismo sino que he sido enviado por el Padre, y aquel que me ha enviado es fiel y leal. Si os negáis a escucharme, os negáis a recibir a Aquel que me envía. Si recibís este evangelio, llegaréis a conocer a Aquel que me ha enviado. Yo conozco al Padre, pues he venido del Padre para proclamarlo y revelarlo a vosotros».

162:2.4 (1791.2) Los agentes de los escribas querían prenderlo, pero tenían miedo a la multitud porque muchos creían en él. La obra de Jesús desde su bautismo era bien conocida en toda la sociedad judía, y muchos de ellos comentaban al hablar de estas cosas: «Aunque este maestro sea de Galilea y aunque no responda a todas nuestras expectativas sobre el Mesías, ¿podrá realmente el libertador, cuando llegue, hacer nada más maravilloso que lo que ha hecho ya este Jesús de Nazaret?».

162:2.5 (1791.3) Cuando los fariseos y sus agentes oyeron hablar así al pueblo, consultaron a sus dirigentes y decidieron acabar inmediatamente con las apariciones públicas de Jesús en los patios del templo. En principio, los dirigentes de los judíos preferían evitar un enfrentamiento con Jesús porque creían que las autoridades romanas le habían prometido inmunidad; no encontraban otra explicación para su osadía de aparecer en ese momento en Jerusalén. En cambio los funcionarios del Sanedrín no estaban tan seguros. Opinaban que los gobernantes romanos no habrían hecho algo así en secreto y sin comunicárselo al máximo organismo rector de la nación judía.

162:2.6 (1791.4) En vista de ello el Sanedrín envió a Eber, el funcionario competente, con dos ayudantes para arrestar a Jesús. Cuando Eber avanzó hacia él, el Maestro le dijo: «No temas dirigirte a mí. Acércate y escucha mi enseñanza. Sé que te han enviado a detenerme, pero debes comprender que al Hijo del Hombre no le sucederá nada hasta que llegue su hora. Tú no estás contra mí, solo vienes a ejecutar la orden de tus superiores, e incluso esos dirigentes de los judíos creen de verdad que están sirviendo a Dios cuando buscan secretamente mi destrucción.

162:2.7 (1792.1) «No os guardo rencor a ninguno. El Padre os ama, y por eso deseo que os liberéis de la servidumbre de los prejuicios y de las tinieblas de la tradición. Os ofrezco la libertad de la vida y la alegría de la salvación. Proclamo el nuevo camino vivo, la liberación del mal y la ruptura de la servidumbre del pecado. He venido para que podáis tener vida y tenerla eternamente. Buscáis deshaceros de mí y de mis enseñanzas inquietantes. ¡Si pudierais daros cuenta del poco tiempo que me queda con vosotros! Dentro de muy poco volveré a Aquél que me envió a este mundo. Entonces muchos de vosotros me buscaréis por todas partes pero no descubriréis mi presencia, pues a donde yo estoy a punto de ir vosotros no podéis venir. Pero todos los que intenten de verdad encontrarme alcanzarán un día la vida que conduce a la presencia de mi Padre.»

162:2.8 (1792.2) Algunos de los que se burlaban decían entre ellos: «¿A dónde irá este hombre para que no podamos encontrarlo? ¿Se irá a vivir con los griegos? ¿Se quitará la vida? ¿Qué quiere decir con eso de que pronto nos dejará y no podremos ir a donde vaya él?».

162:2.9 (1792.3) Eber y sus asistentes se negaron a detener a Jesús y se marcharon sin él. Cuando los jefes de los sacerdotes y los fariseos les reprocharon que no hubieran vuelto con Jesús, Eber se limitó a contestar: «No nos hemos atrevido a arrestarlo en medio de la multitud porque muchos creen en él. Además, no hemos oído nunca a nadie hablar como habla este hombre. Hay algo especial en ese maestro, y todos haríais bien en ir a escucharlo». Los dirigentes no esperaban oír esto y empezaron a meterse con Eber diciéndole con sorna: «¿También tú te has extraviado? ¿Estás a punto de creer en ese impostor? ¿Has oído que alguno de nuestros sabios o de nuestros rectores crea en él? ¿Algún escriba o fariseo ha sido engañado por sus astutas enseñanzas? ¿Cómo es posible que imites el comportamiento de esa multitud ignorante que no conoce ni la ley ni los profetas? ¿No sabes que esa gente ignorante está maldita?». Eber respondió: «Y sin embargo, señores, ese hombre habla a la multitud con palabras de misericordia y esperanza. Anima a los abatidos y sus palabras fueron consoladoras incluso para nuestras almas. ¿Qué puede haber de malo en esas enseñanzas aunque él no sea el Mesías de las Escrituras? En cualquier caso, ¿no exige nuestra ley que obremos con justicia? ¿Condenamos a un hombre antes de escucharlo?». Entonces el jefe del Sanedrín se volvió furiosamente hacia Eber y le dijo: «¿Te has vuelto loco? ¿Acaso eres tú también de Galilea? Busca en las Escrituras y verás que de Galilea no puede salir ningún profeta, y mucho menos el Mesías».

162:2.10 (1792.4) El Sanedrín se dispersó sumido en la confusión, y Jesús se retiró a Betania para pasar la noche.

3. La mujer sorprendida en adulterio

162:3.1 (1792.5) Fue durante esta visita a Jerusalén cuando los enemigos de Jesús presentaron ante él el caso de cierta mujer de mala reputación acusada por ellos de adulterio. En el relato distorsionado que tenéis de este episodio, la mujer fue llevada ante Jesús por los escribas y fariseos, y la respuesta de Jesús da a entender que los propios líderes religiosos de los judíos podrían haber sido culpables de inmoralidad. Sin embargo Jesús sabía que esos escribas y fariseos, aunque ciegos espiritualmente y llenos de prejuicios intelectuales por su apego a la tradición, se contaban entre los hombres más estrictamente morales de aquella época y generación.

162:3.2 (1793.1) Esto fue lo que sucedió realmente. Cuando Jesús se dirigía al templo a primeras horas de la tercera mañana de la fiesta, fue a su encuentro un grupo de agentes a sueldo del Sanedrín que arrastraban a una mujer. Cuando se acercaron a Jesús el portavoz dijo: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio y la ley de Moisés ordena que una mujer así sea lapidada. ¿Qué dices tú que se debe hacer con ella?».

162:3.3 (1793.2) Los enemigos de Jesús habían tramado que si ratificaba la ley de Moisés y aprobaba la lapidación de la transgresora confesa, tendría problemas con los gobernantes romanos que negaban a los judíos el derecho a aplicar la pena de muerte sin la aprobación de un tribunal romano. Si prohibía lapidar a la mujer lo acusarían ante el Sanedrín de ponerse por encima de Moisés y de la ley judía. Y si callaba lo acusarían de cobardía. Pero el Maestro manejó la situación de tal manera que el complot saltó en pedazos por el peso de su propia sordidez.

162:3.4 (1793.3) Esta mujer, en otro tiempo bien parecida, era la esposa de un ciudadano inferior de Nazaret, un personaje que había creado problemas a Jesús durante toda su juventud. Tras casarse con esta mujer, el hombre la obligó de la manera más vergonzosa a ganarse la vida de los dos comerciando con su cuerpo. Había acudido a la fiesta de Jerusalén para que su mujer pudiera prostituir sus encantos físicos y obtener un beneficio económico. Había hecho un trato con los mercenarios de los dirigentes judíos para traicionar así a su propia esposa en su vicioso comercio. Y ahí estaban todos con la mujer y su compañero de delito tendiendo a Jesús la trampa de hacer alguna declaración que pudiera ser utilizada contra él en caso de ser arrestado.

162:3.5 (1793.4) Jesús observó al grupo y vio al marido detrás de los demás. Sabía el tipo de persona que era y percibió el papel que desempeñaba en esta despreciable transacción. Jesús caminó primero alrededor del grupo hasta acercarse al lugar donde estaba el marido depravado y escribió unas palabras en la arena. El hombre se marchó rápidamente en cuanto las leyó. Luego volvió ante la mujer y escribió otra vez en el suelo para que lo leyeran sus acusadores, y a medida que iban leyendo se fueron marchando uno tras otro. El Maestro escribió en la arena por tercera vez y el compañero de delito de la mujer también se retiró, de modo que cuando el Maestro se incorporó después de escribir vio a la mujer sola delante de él. Jesús dijo: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿No queda nadie para lapidarte?». La mujer levantó la mirada y respondió: «Nadie, Señor». Entonces Jesús le dijo: «Yo sé de ti y tampoco te condeno. Vete en paz». Y esta mujer llamada Hildana abandonó a su indigno marido y se unió a los discípulos del reino.

4. La fiesta de los tabernáculos

162:4.1 (1793.5) La presencia de gente de todo el mundo conocido, de España a la India, hacía de la fiesta de los tabernáculos una ocasión ideal para que Jesús proclamara por primera vez públicamente la totalidad de su evangelio en Jerusalén. Durante esta fiesta la gente vivía prácticamente al aire libre en cabañas hechas con ramas. Era la fiesta de la recolección, y al coincidir con el frescor de los meses de otoño, los judíos del mundo acudían más numerosos que a la fiesta de la Pascua al final del invierno o a la de Pentecostés al principio del verano. Por fin los apóstoles podían ver a su Maestro proclamar audazmente su misión en la tierra, por así decirlo, ante el mundo entero.

162:4.2 (1794.1) Era la fiesta de las fiestas, puesto que todo sacrificio no hecho en las otras festividades se podía hacer en ese momento. Era la ocasión en que se recibían las ofrendas al templo; era una combinación de los placeres de las vacaciones con los ritos solemnes del culto religioso. Era un momento de regocijo racial mezclado con sacrificios, cantos levíticos y el toque solemne de las trompetas plateadas de los sacerdotes. Por la noche el impresionante espectáculo del templo con su muchedumbre de peregrinos estaba brillantemente iluminado por los grandes candelabros que ardían en el patio de las mujeres y por el resplandor de decenas de antorchas repartidas por los patios del templo. Toda la ciudad estaba alegremente engalanada salvo el castillo romano de Antonia que dominaba en sombrío contraste esta escena de culto y festividad. ¡Y cuánto odiaban los judíos este recordatorio permanente del yugo romano!

162:4.3 (1794.2) Durante la fiesta se sacrificaban setenta bueyes que simbolizaban a las setenta naciones del mundo pagano. La ceremonia de derramamiento del agua simbolizaba el derramamiento del espíritu divino. Esta ceremonia del agua seguía a la procesión de los sacerdotes y los levitas al salir el sol. Los fieles bajaban por la escalinata que conducía desde el patio de Israel hasta el patio de las mujeres al son de los toques sucesivos de las trompetas de plata. Luego los fieles seguían avanzando hacia la hermosa puerta que se abría al patio de los gentiles. Allí daban media vuelta para ponerse mirando al oeste, repetir sus cánticos y proseguir su marcha hacia el agua simbólica.

162:4.4 (1794.3) El último día de la fiesta oficiaban casi cuatrocientos cincuenta sacerdotes con el correspondiente número de levitas. Al amanecer se reunían los peregrinos desde todos los puntos de la ciudad. Cada uno llevaba un manojo de mirto, sauce y ramas de palma en la mano derecha, y en la izquierda, una rama de la manzana del paraíso, la cidra o «fruta prohibida». Los peregrinos se dividían en tres grupos para esta ceremonia matutina. Un grupo se quedaba en el templo para asistir a los sacrificios de la mañana. Otro grupo bajaba desde Jerusalén hasta cerca de Maza para cortar las ramas de sauce con las que adornar el altar de los sacrificios. El tercer grupo salía en procesión desde el templo detrás del sacerdote del agua que, al son de las trompetas plateadas, llevaba la jarra de oro que iba a contener el agua simbólica. Salían del templo por Ofel y llegaban hasta cerca de Siloé, donde estaba la puerta de la fuente. Después de haber llenado la jarra de oro en el estanque de Siloé, la procesión volvía al templo por la puerta del agua y llegaba directamente al patio de los sacerdotes, donde el sacerdote que llevaba la jarra de agua se unía al sacerdote que llevaba el vino para la ofrenda de la bebida. Los dos sacerdotes se dirigían luego a los embudos de plata que conducían a la base del altar y vertían en ellos el contenido de las jarras. La ejecución de este rito de verter el vino y el agua señalaba el momento en que los peregrinos empezaban a salmodiar, alternando con los levitas, los salmos 113 al 118 inclusive, y ondeaban sus manojos hacia el altar al ritmo de la cadencia de los versos. Después se ofrecían los sacrificios del día acompañados por la repetición del salmo del día. El salmo del último día de la fiesta era el ochenta y dos a partir del quinto verso.

5. El sermón sobre la luz del mundo

162:5.1 (1794.4) Al atardecer del penúltimo día de la fiesta, bajo el resplandor de los candelabros y las antorchas, Jesús se puso en pie entre la multitud reunida y dijo:

162:5.2 (1795.1) «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida. Después de haberos atrevido a juzgarme y asumir el papel de jueces, declaráis que si doy testimonio de mí mismo mi testimonio no puede ser verdadero. Pero la criatura no puede nunca juzgar al Creador. Yo doy testimonio de mí mismo y mi testimonio es verdadero para siempre porque sé de dónde vengo, quién soy y a dónde voy. Vosotros que queréis matar al Hijo del Hombre no sabéis de dónde vengo, quién soy ni a dónde voy. Solo juzgáis por las apariencias de la carne; no percibís las realidades del espíritu. Yo no juzgo a nadie, ni siquiera a mi mayor enemigo. Pero si eligiera juzgar, mi juicio sería veraz y recto porque yo no juzgaría solo sino en asociación con mi Padre que me envió al mundo y que es la fuente de todo juicio verdadero. Vosotros admitís que el testimonio de dos personas dignas de confianza es válido, pues bien, yo doy testimonio de estas verdades y también lo hace mi Padre del cielo. Cuando ayer os dije esto, me preguntasteis en vuestra oscuridad: ‘¿Dónde está tu Padre?’. En verdad no me conocéis ni a mí ni a mi Padre, pues si me conocierais a mí conoceríais también al Padre.

162:5.3 (1795.2) «Ya os he dicho que me iré y que me buscaréis pero no me encontraréis, porque a donde yo voy vosotros no podéis venir. Vosotros, los que queréis rechazar esta luz, sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros, los que preferís permanecer en la oscuridad, sois de este mundo; yo no soy de este mundo y vivo en la luz eterna del Padre de las luces. Todos habéis tenido oportunidades abundantes de saber quién soy, y tendréis aún más pruebas que confirmarán la identidad del Hijo del Hombre. Yo soy la luz de la vida, y todo aquel que rechace deliberadamente y a sabiendas esta luz salvadora morirá en sus pecados. Tengo muchas cosas que deciros, pero sois incapaces de recibir mis palabras. Sin embargo, aquel que me envió es fiel y leal; mi Padre ama incluso a sus hijos errados. Y todo lo que mi Padre ha dicho yo lo proclamo también al mundo.

162:5.4 (1795.3) «Cuando el Hijo del Hombre sea levantado todos vosotros sabréis que soy yo y que no he hecho nada por mí mismo, sino solo lo que el Padre me ha enseñado. Os digo estas palabras a vosotros y a vuestros hijos. Aquel que me envió está también ahora conmigo, no me ha dejado solo, pues yo hago siempre lo que es agradable a sus ojos.»

162:5.5 (1795.4) Cuando Jesús enseñaba así a los peregrinos en los patios del templo, muchos creyeron. Y nadie se atrevió a ponerle la mano encima.

6. El discurso sobre el agua de vida

162:6.1 (1795.5) El último día, el gran día de la fiesta, cuando la procesión procedente del estanque de Siloé pasaba por los patios del templo y justo después de que los sacerdotes hubieran vertido el agua y el vino en el altar, Jesús, puesto en pie entre los peregrinos, dijo: «Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. Traigo a este mundo el agua de vida que procede del Padre de arriba. El que cree en mí se llenará con el espíritu que esta agua representa, pues incluso las Escrituras han dicho: ‘De él manarán ríos de agua viva’. Cuando el Hijo del Hombre haya terminado su obra en la tierra, se derramará sobre toda carne el Espíritu vivo de la Verdad. Quienes reciban este espíritu no conocerán nunca la sed espiritual».

162:6.2 (1795.6) Jesús no interrumpió el servicio para decir estas palabras. Se dirigió a los fieles inmediatamente después de la salmodia del Halel, la lectura responsorial de los salmos acompañada por el ondear de las ramas ante el altar. En ese momento se hacía una pausa mientras se preparaban los sacrificios, y fue entonces cuando los peregrinos oyeron la fascinante voz del Maestro declarar que él era el dador del agua viva para todas las almas sedientas de espíritu.

162:6.3 (1796.1) Terminado el oficio matutino, Jesús siguió enseñando así a la multitud: «¿No habéis leído en las Escrituras: ‘Mirad, igual que las aguas se derraman en la tierra seca y se extienden sobre el suelo agostado, así os daré el espíritu de santidad para que se derrame como bendición sobre vuestros hijos y hasta los hijos de vuestros hijos’? ¿Por qué estáis sedientos del ministerio del espíritu mientras intentáis regar vuestras almas con las tradiciones de los hombres conservadas en las jarras rotas de los ritos ceremoniales? Lo que estáis viendo en este templo es la forma en que vuestros padres quisieron simbolizar el otorgamiento del espíritu divino a los hijos de la fe, y habéis hecho bien en perpetuar estos símbolos hasta el día de hoy. Pero ahora ha llegado a esta generación la revelación del Padre de los espíritus a través del otorgamiento de su Hijo, y después de todo esto el espíritu del Padre y el Hijo será otorgado con toda seguridad a los hijos de los hombres. Todo el que tiene fe encontrará en ese otorgamiento del espíritu el verdadero camino que conduce a la vida eterna, a las verdaderas aguas de vida en el reino del cielo en la tierra, y más allá en el Paraíso del Padre».

162:6.4 (1796.2) Jesús siguió respondiendo a las preguntas de la multitud y también a las de los fariseos. Algunos pensaban que era un profeta, otros creían que era el Mesías, otros decían que no podía ser el Cristo puesto que venía de Galilea y el Mesías debía restaurar el trono de David. En cualquier caso, nadie se atrevió a arrestarlo.

7. El discurso sobre la libertad espiritual

162:7.1 (1796.3) La tarde del último día de la fiesta Jesús volvió al templo para enseñar, a pesar de todos los intentos de los apóstoles de que huyera de Jerusalén. Encontró a un gran grupo de creyentes reunidos en el pórtico de Salomón y les habló así:

162:7.2 (1796.4) «Si mis palabras permanecen en vosotros y estáis dispuestos a hacer la voluntad de mi Padre, seréis realmente discípulos míos. Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Ya sé que me vais a decir: Somos los hijos de Abraham y no somos esclavos de nadie, ¿cómo, pues, podremos ser liberados? Ved que no os hablo de un sometimiento exterior al dominio de otro; me refiero a las libertades del alma. En verdad, en verdad os digo que todo aquel que comete pecado es esclavo del pecado. Y sabéis que no es probable que el esclavo more para siempre en la casa del amo. Sabéis también que el hijo permanece en casa de su padre. Por lo tanto, si el Hijo os libera, os hace hijos, seréis en verdad libres.

162:7.3 (1796.5) «Sé que sois la semilla de Abraham, y sin embargo vuestros dirigentes quieren matarme porque no han permitido que mi palabra ejerza su influencia transformadora en sus corazones. Sus almas están selladas por los prejuicios y cegadas por el orgullo de la venganza. Yo os declaro la verdad que me muestra el Padre eterno, mientras que esos maestros engañados solo buscan hacer las cosas que han aprendido de sus padres temporales. Y cuando me respondéis que Abraham es vuestro padre, yo os digo que si fuerais hijos de Abraham haríais las obras de Abraham. Algunos de vosotros creéis en mi enseñanza, pero otros tratáis de destruirme porque os he dicho la verdad que he recibido de Dios. En cambio Abraham no hizo eso con la verdad de Dios. Ya sé que algunos de vosotros estáis decididos a hacer las obras del maligno. Si Dios fuera vuestro Padre me conoceríais y amaríais la verdad que revelo. ¿No veis que vengo del Padre, que he sido enviado por Dios, que no estoy haciendo esta obra por mí mismo? ¿Por qué no comprendéis mis palabras? ¿No será porque habéis elegido convertiros en hijos del mal? Si sois hijos de las tinieblas no podréis caminar a la luz de la verdad que yo revelo. Los hijos del mal solo siguen los caminos de su padre, que era un impostor y no defendió la verdad porque llegó a no haber ninguna verdad en él. Y ahora que viene el Hijo del Hombre diciendo y viviendo la verdad, muchos de vosotros os negáis a creer.

162:7.4 (1797.1) «¿Quién de vosotros me declara culpable de pecado? Y si proclamo y vivo la verdad que me muestra el Padre, ¿por qué no creéis? El que es de Dios escucha las palabras de Dios con alegría; por eso muchos de vosotros no escucháis mis palabras, porque no sois de Dios. Vuestros maestros se han atrevido incluso a decir que actúo por el poder del príncipe de los demonios. Uno que está aquí cerca acaba de decir que estoy poseído por un demonio, que soy un hijo del demonio. Pero todos aquellos de vosotros que tenéis una relación sincera con vuestra propia alma sabéis muy bien que no soy un demonio. Sabéis que honro al Padre, incluso aunque vosotros me deshonréis. No busco mi propia gloria sino únicamente la gloria de mi Padre del Paraíso. Y no os juzgo, pues hay alguien que juzga por mí.

162:7.5 (1797.2) «En verdad, en verdad os digo a vosotros que creéis en el evangelio que si un hombre guarda viva en su corazón esta palabra de verdad no probará nunca la muerte. Aquí a mi lado, un escriba acaba de decir que esta afirmación prueba que tengo un demonio, dado que Abraham está muerto y los profetas también. Y pregunta: ‘¿Eres tú acaso mayor que Abraham y los profetas para atreverte a decir que el que guarda tu palabra no probará la muerte? ¿Quién te crees que eres para decir tales blasfemias?’. A todos ellos les digo que si me glorifico a mí mismo mi gloria no vale nada, pero es el Padre quien me glorificará, el mismo Padre a quien llamáis Dios. Vosotros no habéis conseguido conocer al que es vuestro Dios y mi Padre, y yo he venido a reuniros con él, a mostraros cómo convertiros de verdad en hijos de Dios. Aunque vosotros no conocéis al Padre, yo sí lo conozco de verdad. Incluso Abraham se regocijó al ver mi día, lo vio por la fe y se alegró.»

162:7.6 (1797.3) Para entonces se habían ido congregando los judíos incrédulos y los agentes del Sanedrín, y al oír estas palabras provocaron un tumulto gritando: «No tienes cincuenta años y hablas de ver a Abraham; ¡eres un hijo del demonio!». Jesús no pudo continuar con su discurso y se limitó a decir al marcharse: «En verdad, en verdad os digo, antes de que Abraham fuera, yo soy». Muchos de los incrédulos corrieron a buscar piedras para tirárselas y los agentes del Sanedrín intentaron arrestarlo, pero el Maestro se escabulló rápidamente por los corredores del templo y huyó a un punto secreto de reunión cerca de Betania donde lo esperaban Marta, María y Lázaro.

8. La conversación con Marta y María

162:8.1 (1797.4) Como medida de precaución, se decidió que Jesús se alojaría con Lázaro y sus hermanas en casa de un amigo y que los apóstoles se diseminarían en pequeños grupos. Se tomaron estas precauciones porque las autoridades judías estaban volviendo a envalentonarse en su propósito de arrestar a Jesús.

162:8.2 (1797.5) Siempre que Jesús les hacía una visita, los tres hermanos acostumbraban a dejarlo todo para escuchar sus enseñanzas, pero esta vez no fue así. Tras la pérdida de sus padres Marta había asumido las responsabilidades de la casa, de modo que mientras Lázaro y María absorbían las enseñanzas vivificantes de Jesús sentados a sus pies, ella estaba dedicada a preparar la cena. Conviene aclarar que Marta tenía tendencia a dispersarse con numerosas tareas innecesarias y a agobiarse con preocupaciones triviales; era su manera de ser.

162:8.3 (1798.1) Mientras Marta se atareaba en todos esos supuestos deberes le molestaba que María no hiciera nada por ayudarla, por eso se dirigió hacia Jesús y le dijo: «Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? ¿No le pedirás que me ayude?». Jesús contestó: «Marta, Marta, ¿por qué estás siempre inquieta por tantas cosas y preocupada por tantas pequeñeces? Solo hay una cosa que vale realmente la pena, y puesto que María ha elegido esa parte buena y necesaria, no se la quitaré. Pero, ¿cuándo aprenderéis las dos a vivir como os he enseñado, cooperando en el trabajo y refrescando vuestras almas al unísono? ¿No podéis aprender que hay un tiempo para cada cosa, que los asuntos menores de la vida deberían dejar paso a las cosas más grandes del reino celestial?».

9. En Belén con Abner

162:9.1 (1798.2) Durante la semana que siguió a la fiesta de los tabernáculos decenas de creyentes se reunieron en Betania y para ser instruidos por los doce apóstoles. El Sanedrín no hizo nada contra estas reuniones, puesto que no estaba Jesús. El Maestro pasó todo ese tiempo con Abner y sus compañeros en Belén. Salió hacia Betania al día siguiente del final de la fiesta y no volvió a enseñar en el templo durante esa visita a Jerusalén.

162:9.2 (1798.3) En esta época Abner tenía su cuartel general en Belén, y desde ahí se habían enviado muchos discípulos a las ciudades de Judea y del sur de Samaria, e incluso a Alejandría. A los pocos días de su llegada, Jesús tomó con Abner las medidas necesarias para consolidar la obra de los dos grupos de apóstoles.

162:9.3 (1798.4) Durante el periodo de la fiesta de los tabernáculos Jesús había repartido su tiempo casi por igual entre Betania y Belén. En Betania pasó mucho tiempo con sus apóstoles; en Belén se dedicó a instruir a Abner y a los otros antiguos apóstoles de Juan, que acabaron creyendo en él gracias a este contacto íntimo. A estos antiguos apóstoles de Juan el Bautista les influyó su valentía cuando enseñó públicamente en Jerusalén y su amable comprensión cuando les enseñó a ellos privadamente en Belén. Estas influencias fueron decisivas para mover a todos y cada uno de los compañeros de Abner a aceptar el reino de todo corazón y con todas sus consecuencias.

162:9.4 (1798.5) Antes de salir de Belén por última vez, el Maestro dispuso que todos se sumaran a él en el esfuerzo unido que iba a preceder al final de su carrera terrenal en la carne. Se acordó que Abner y sus compañeros se reunirían pronto con Jesús y los doce en el parque de Magadán.

162:9.5 (1798.6) A principios de noviembre, conforme a lo acordado, Abner y sus once apóstoles se unieron a Jesús y los doce y actuaron con ellos como una única organización hasta el momento mismo de la crucifixión.

162:9.6 (1798.7) A finales de octubre Jesús y los doce se alejaron del entorno de Jerusalén. El domingo 30 de octubre salieron de la ciudad de Efraín, donde el Maestro había pasado unos días de descanso y aislamiento, y tomaron la calzada del oeste del Jordán hacia el parque de Magadán. Llegaron al parque el miércoles 2 de noviembre al caer la tarde.

162:9.7 (1799.1) Los apóstoles se sintieron enormemente aliviados de tener al Maestro otra vez en suelo amigo. Nunca más le volvieron a proponer que fuera a proclamar el evangelio del reino en Jerusalén.

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