Documento 163 - La ordenación de los setenta en Magadán

   
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El libro de Urantia

Documento 163

La ordenación de los setenta en Magadán

163:0.1 (1800.1) UNOS días después de que Jesús y los doce llegaran a Magadán desde Jerusalén, llegó Abner desde Belén con un grupo de unos cincuenta discípulos. En ese momento se habían reunido también en el campamento de Magadán el cuerpo de evangelistas, el cuerpo de mujeres y otros ciento cincuenta discípulos de probada lealtad procedentes de toda Palestina. Después de dedicar unos días a los contactos personales y la reorganización del campamento, Jesús y los doce impartieron un curso de formación intensiva a este conjunto especial de creyentes. Al final del curso el Maestro eligió a setenta maestros entre estos discípulos bien formados y experimentados y los envió a proclamar el evangelio del reino. Esta instrucción regular empezó el viernes 4 de noviembre y duró hasta el sábado 19 de noviembre.

163:0.2 (1800.2) Jesús hablaba al grupo todas las mañanas. Pedro enseñaba los métodos de predicación pública, Natanael los instruía en el arte de enseñar, Tomás explicaba cómo contestar preguntas y Mateo dirigía la organización de sus finanzas colectivas. Los demás apóstoles también contribuían a la formación del grupo según su experiencia particular y sus talentos naturales.

1. La ordenación de los setenta

163:1.1 (1800.3) Jesús ordenó a los setenta la tarde del sabbat 19 de noviembre en el campamento de Magadán y puso a Abner al frente de estos predicadores y maestros del evangelio. Este cuerpo de los setenta estaba formado por Abner y diez de los antiguos apóstoles de Juan, cincuenta y uno de los primeros evangelistas y otros ocho discípulos que se habían distinguido en el servicio del reino.

163:1.2 (1800.4) Hacia las dos de la tarde de este sabbat se congregó entre aguaceros un grupo de creyentes a la orilla del lago de Galilea para presenciar la ordenación de los setenta. Cuando apareció David con la mayoría de su cuerpo de mensajeros el número de asistentes al acto pasó de cuatrocientos.

163:1.3 (1800.5) Antes de imponer las manos sobre las cabezas de los setenta para distinguirlos como mensajeros del evangelio, Jesús les dirigió estas palabras: «En verdad la mies es mucha pero los obreros pocos; rogad por tanto al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Estoy a punto de distinguiros como mensajeros del reino; mirad que os envío a los judíos y a los gentiles como corderos en medio de lobos. Cuando emprendáis vuestro camino de dos en dos, no llevéis ni bolsa de dinero ni ropa de recambio, pues esta primera misión será corta. No saludéis a nadie por el camino y atended solo a vuestra labor. Siempre que vayáis a alojaros en una casa decid primero: Paz a esta casa. Si los que viven allí aman la paz permaneceréis, si no, os iréis. Cuando hayáis elegido una casa quedaos en ella mientras estéis en esa ciudad y comed y bebed lo que os den, porque el obrero merece su sustento. No vayáis de casa en casa buscando un alojamiento mejor. No olvidéis que al salir a proclamar la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres tendréis que enfrentaros a enemigos encarnizados que se engañan a sí mismos. Sed pues prudentes como serpientes e inocentes como palomas.

163:1.4 (1801.1) «Dondequiera que vayáis predicad diciendo: ‘El reino de los cielos está cerca’ y atended a todos los enfermos tanto de mente como de cuerpo. Habéis recibido en abundancia las cosas buenas del reino; dad en abundancia. Si la gente de una ciudad os recibe, encontrarán una amplia entrada en el reino del Padre. Si la gente de una ciudad se niega a recibir este evangelio, también proclamaréis vuestro mensaje a esa comunidad incrédula, y a los que rechazan vuestra enseñanza les diréis al marcharos: ‘A pesar de que rechazáis la verdad, el reino de Dios se ha acercado a vosotros’. El que os escucha me escucha a mí, y el que me escucha a mí escucha a Aquel que me ha enviado. El que rechaza vuestro mensaje del evangelio me rechaza a mí, y el que me rechaza a mí rechaza a Aquel que me ha enviado.»

163:1.5 (1801.2) Cuando Jesús terminó de hablar, los setenta se arrodillaron en círculo a su alrededor y fue imponiendo las manos sobre la cabeza de cada uno empezando por Abner.

163:1.6 (1801.3) A primera hora del día siguiente Abner envió a los setenta mensajeros a todas las ciudades de Galilea, Samaria y Judea. Las treinta y cinco parejas salieron a predicar y enseñar durante unas seis semanas, y todos volvieron el viernes 30 de diciembre al nuevo campamento situado cerca de Pella, en Perea.

2. El joven rico y otros discípulos

163:2.1 (1801.4) Más de cincuenta discípulos que aspiraban a ordenarse y ser admitidos entre los setenta fueron rechazados por el comité designado por Jesús para seleccionar a los candidatos. Formaban este comité Andrés, Abner y el jefe en funciones del cuerpo de evangelistas. Cuando no había acuerdo unánime entre los tres miembros del comité, llevaban al candidato ante Jesús, y aunque el Maestro no rechazó nunca a nadie que anhelara ordenarse como mensajero del evangelio, más de doce aspirantes abandonaron la idea de convertirse en mensajeros del evangelio después de hablar con Jesús.

163:2.2 (1801.5) Un discípulo ferviente fue a Jesús y le dijo: «Maestro, quisiera ser uno de tus nuevos apóstoles, pero mi padre es muy anciano y pronto morirá; ¿podré volver a mi casa para enterrarlo?». Jesús le respondió: «Hijo, los zorros tienen madrigueras y los pájaros del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza. Eres un discípulo fiel y puedes seguir siéndolo cuando vuelvas a tu casa para atender a tus seres queridos, pero no ocurre lo mismo con los mensajeros de mi evangelio. Ellos han renunciado a todo para seguirme y proclamar el reino. Si quieres ser ordenado maestro, tendrás que dejar que otros entierren a los muertos mientras tú sales a anunciar la buena nueva». El hombre se alejó muy desilusionado.

163:2.3 (1801.6) Otro discípulo fue a ver al Maestro y le dijo: «Quisiera ser ordenado como mensajero pero me gustaría pasar un poco de tiempo en mi casa para consolar a mi familia». Jesús le dijo: «Si deseas ser ordenado tienes que estar dispuesto a renunciar a todo. Los mensajeros del evangelio no pueden tener su afecto dividido. Nadie que pone la mano en el arado y mira atrás es digno de convertirse en mensajero del reino».

163:2.4 (1801.7) Entonces Andrés llevó ante Jesús a cierto joven rico que era un creyente devoto y deseaba recibir la ordenación. Este joven llamado Matadormus era miembro del Sanedrín de Jerusalén, había oído enseñar a Jesús y luego había sido instruido en el evangelio del reino por Pedro y los demás apóstoles. Jesús habló con Matadormus sobre las exigencias de la ordenación y le pidió que no tomara ninguna decisión hasta haber pensado más a fondo sobre el asunto. A primeras horas del día siguiente el joven abordó a Jesús cuando salía a dar un paseo y le dijo: «Maestro, quisiera conocer de ti las garantías de la vida eterna. He guardado todos los mandamientos desde mi juventud y me gustaría saber qué más debo hacer para alcanzar la vida eterna». Jesús respondió así a su pregunta: «Si guardas todos los mandamientos —no cometes adulterio, no matas, no robas, no das falso testimonio, no engañas, honras a tus padres— haces bien, pero la salvación es la recompensa de la fe, no simplemente de las obras. ¿Crees en este evangelio del reino?». Matadormus contestó: «Sí, Maestro, creo todo lo que tú y tus apóstoles me habéis enseñado». Jesús le dijo: «Entonces eres en verdad mi discípulo y un hijo del reino».

163:2.5 (1802.1) Pero el joven insistió: «Maestro, no me conformo con ser tu discípulo; quisiera ser uno de tus nuevos mensajeros». Al oír esto Jesús lo miró con gran amor y le dijo: «Te aceptaré como uno de mis mensajeros si estás dispuesto a pagar el precio; solo te falta una cosa». Matadormus respondió: «Maestro, haré lo que sea para poder seguirte». Jesús besó en la frente al joven arrodillado y le dijo: «Si quieres ser mi mensajero vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres o a tus hermanos, después ven y sígueme, y tendrás un tesoro en el reino de los cielos».

163:2.6 (1802.2) Al oír esto Matadormus cambió de expresión. Se levantó y se alejó tristemente, pues tenía grandes posesiones. Este joven fariseo rico había sido educado en la creencia de que la riqueza era el signo del favor de Dios. Jesús sabía que Matadormus no estaba libre del amor a sí mismo y a sus riquezas. El Maestro quería librarlo del amor a la riqueza, no necesariamente de la riqueza misma. Aunque los discípulos de Jesús no se desprendían de todos sus bienes terrenales, los apóstoles y los setenta sí lo hicieron. Matadormus deseaba ser uno de los setenta nuevos mensajeros, y por este motivo le pidió Jesús que se desprendiera de todas sus posesiones temporales.

163:2.7 (1802.3) Casi todos los seres humanos se aferran a algo como su mal más querido y han de renunciar a ello como parte del precio para ser admitidos en el reino de los cielos. Si Matadormus se hubiera desprendido de su riqueza, probablemente habría sido puesta de nuevo en sus manos para que la administrara como tesorero de los setenta. De hecho, cuando se estableció más adelante la Iglesia en Jerusalén, sí cumplió el mandato del Maestro —aunque ya era demasiado tarde para ser miembro de los setenta— y se convirtió en el tesorero de la Iglesia de Jerusalén cuya cabeza era Santiago, el hermano del Señor en la carne.

163:2.8 (1802.4) Así ha sido siempre y así será: los hombres tienen que tomar sus propias decisiones. Los mortales pueden ejercer cierto grado de libertad de elección. Las fuerzas del mundo espiritual no coaccionan al hombre sino que le permiten seguir el camino que él mismo ha elegido.

163:2.9 (1802.5) Jesús preveía que Matadormus con sus riquezas no podría ser ordenado como compañero de hombres que habían renunciado a todo por el evangelio. Al mismo tiempo veía que sin sus riquezas se habría convertido en el líder máximo de todos ellos. Pero igual que ocurrió con los propios hermanos de Jesús, Matadormus nunca llegó a ser grande en el reino porque él mismo se privó de la asociación estrecha y personal con el Maestro que podría haber tenido si hubiera estado dispuesto a hacer en ese momento lo que Jesús le pedía y que luego hizo varios años después.

163:2.10 (1803.1) Las riquezas no tienen ninguna relación directa con la entrada en el reino de los cielos, pero el amor a la riqueza sí. Las lealtades espirituales hacia el reino son incompatibles con el servilismo al dios de la riqueza material. El hombre no puede compartir su lealtad suprema a un ideal espiritual con el apego a lo material.

163:2.11 (1803.2) Jesús no dijo nunca que fuera malo tener riquezas. Solo a los doce y a los setenta les pidió que dedicaran todas sus posesiones terrenales a la causa común, e incluso entonces se aseguró de que sus propiedades se liquidaran ventajosamente, como en el caso del apóstol Mateo. Jesús daba a sus discípulos acomodados los mismos consejos que al hombre rico de Roma. El Maestro consideraba la inversión inteligente de las ganancias excedentes como una forma legítima de asegurarse contra alguna inevitable adversidad futura. Cuando la tesorería apostólica era excedentaria Judas ponía fondos en depósito para prevenir futuros periodos de escasez, y esto lo hacía después de consultarlo con Andrés. Jesús no tuvo nunca nada que ver personalmente con las finanzas apostólicas salvo para dar limosnas. Lo que sí condenó repetidas veces como abuso económico es la explotación injusta de los débiles, ignorantes y menos afortunados por sus semejantes fuertes, ambiciosos y más inteligentes. Jesús declaró que este trato inhumano a hombres, mujeres y niños era incompatible con los ideales de la hermandad del reino de los cielos.

3. La conversación sobre la riqueza

163:3.1 (1803.3) Pedro y algunos de los apóstoles se fueron reuniendo alrededor de Jesús mientras hablaba con Matadormus, y al marcharse el joven rico el Maestro se volvió hacia los apóstoles y les dijo: «¡Ya veis lo difícil que es entrar plenamente en el reino de Dios para los que tienen riquezas! La adoración espiritual no se puede compartir con las lealtades materiales; nadie puede servir a dos señores. Habéis oído el dicho de que ‘es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para los paganos heredar la vida eterna’. Y yo os digo que es tan fácil que ese camello pase por el ojo de la aguja como que los ricos satisfechos de sí mismos entren en el reino de los cielos».

163:3.2 (1803.4) Pedro y los apóstoles se sorprendieron muchísimo al oír estas palabras, tanto que Pedro dijo: «Entonces, Señor, ¿quién puede salvarse? ¿Quedarán fuera del reino todos los que tienen riquezas?». Jesús respondió: «No, Pedro, pero todos los que ponen su confianza en las riquezas tienen pocas probabilidades de entrar en la vida espiritual que conduce al progreso eterno. Sin embargo hay muchas cosas imposibles para el hombre que no están fuera del alcance del Padre del cielo; deberíamos reconocer más bien que con Dios todo es posible».

163:3.3 (1803.5) Cuando Jesús se quedó solo con los apóstoles le dio pena que Matadormus no se hubiera quedado con ellos pues lo amaba mucho. Luego bajaron paseando hasta el lago, se sentaron junto al agua y Pedro hablando por los doce (que estaban todos presentes) dijo: «Estamos preocupados por lo que le has dicho a ese joven rico. ¿Tenemos que pedir a los que quieran seguirte que renuncien a todas sus riquezas del mundo?». Jesús respondió: «No, Pedro, solo a los que quieran convertirse en apóstoles y deseen vivir conmigo como vosotros lo hacéis, como una sola familia. Pero el Padre exige que el afecto de sus hijos sea puro e indiviso. Cualquier cosa o persona que se interponga entre vosotros y el amor a las verdades del reino debe ser abandonada, pero cuando la riqueza no invade los recintos del alma no tiene ninguna consecuencia en la vida espiritual de los que desean entrar en el reino».

163:3.4 (1804.1) Entonces Pedro dijo: «Pero, Maestro, ¿qué tendremos nosotros que lo hemos dejado todo para seguirte?». Jesús se dirigió a los doce y respondió: «En verdad, en verdad os digo que no hay nadie que haya dejado fortuna, hogar, esposa, hermanos, padres o hijos, por mí y por el reino de los cielos que no reciba mucho más en este mundo, quizá con algunas persecuciones, y la vida eterna en el mundo venidero. Pero muchas veces los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros. El Padre trata a sus criaturas según sus necesidades y conforme a sus justas leyes de consideración amorosa y misericordiosa por el bienestar de un universo.

163:3.5 (1804.2) «El reino de los cielos es como un hacendado que empleaba a muchos trabajadores y salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. Habiendo convenido con los obreros pagarles un denario al día, los envió a la viña. Volvió a salir hacia las nueve, y al ver a otros parados en la plaza del mercado sin hacer nada, les dijo: ‘Id también vosotros a trabajar a mi viña, y os pagaré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir hacia las doce y hacia las tres e hizo lo mismo. Hacia las cinco de la tarde fue otra vez a la plaza del mercado, encontró a otros parados y les preguntó: ‘¿Por qué estáis aquí ociosos todo el día?’. Ellos le dijeron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Id también vosotros a trabajar a mi viña, y recibiréis lo que sea justo’.

163:3.6 (1804.3) «Al caer la tarde, el dueño de la viña dijo a su administrador: ‘Llama a los obreros y págales su jornal, empezando por los últimos contratados y terminando por los primeros’. Cuando llegaron los que habían sido contratados hacia las cinco, recibieron un denario cada uno, y así fue con todos los demás trabajadores. Cuando los hombres que habían sido contratados al principio del día vieron lo que se había pagado a los últimos en llegar, pensaron que recibirían más que la cantidad acordada; pero ellos también recibieron un denario cada uno. Y cuando todos recibieron su paga, se quejaron al dueño de la casa, diciendo: ‘Los hombres que contrataste al final han trabajado solo una hora, y tú les has pagado lo mismo que a nosotros que hemos soportado el peso de todo el día bajo el sol abrasador’.

163:3.7 (1804.4) «Entonces el dueño de la casa contestó: ‘Amigos, no os hago ningún agravio. ¿No aceptasteis todos vosotros trabajar por un denario al día? Tomad lo que es vuestro y seguid vuestro camino. Si quiero dar a los que llegaron los últimos tanto como a vosotros, ¿no me es lícito hacer lo que quiera con lo que es mío? ¿Acaso me reprocháis mi generosidad porque deseo ser bueno y mostrar misericordia?’.»

4. La despedida a los setenta

163:4.1 (1804.5) El día en que los setenta salieron a su primera misión fue muy emotivo en el campamento de Magadán. Por la mañana temprano Jesús dio su última charla a los setenta e insistió en los puntos siguientes:

163:4.2 (1804.6) 1. El evangelio del reino tiene que ser proclamado a todo el mundo, tanto a los gentiles como a los judíos.

163:4.3 (1804.7) 2. Cuando atendáis a los enfermos no les enseñéis a esperar milagros.

163:4.4 (1805.1) 3. Proclamad la hermandad espiritual de los hijos de Dios y no un reino exterior de poder terrenal y gloria material.

163:4.5 (1805.2) 4. No perdáis el tiempo con un exceso de actividades sociales y otras trivialidades que podrían distraeros de vuestra entrega entusiasta a predicar el evangelio.

163:4.6 (1805.3) 5. Si la primera casa que elijáis como cuartel general resulta ser una morada digna quedaos en ella durante toda vuestra estancia en esa ciudad.

163:4.7 (1805.4) 6. Dejad claro a todos los creyentes fieles que ha llegado ya la hora de romper abiertamente con los dirigentes religiosos de los judíos de Jerusalén.

163:4.8 (1805.5) 7. Enseñad que todo el deber del hombre se resume en este mandamiento único: Ama al Señor tu Dios con toda tu mente y toda tu alma, y a tu prójimo como a ti mismo. (En lugar de las 613 reglas de vida que predican los fariseos, deberían enseñar esto como todo el deber del hombre.)

163:4.9 (1805.6) Jesús habló así a los setenta delante de todos los apóstoles y discípulos. Después Simón Pedro se los llevó aparte y les predicó su sermón de ordenación, que era una ampliación del encargo que les había dado el Maestro cuando les impuso las manos para distinguirlos como mensajeros del reino. Pedro exhortó a los setenta a cultivar en su vida las virtudes siguientes:

163:4.10 (1805.7) 1. La entrega consagrada. Orar siempre para que más obreros sean enviados a la cosecha evangélica. Les explicó que cuando alguien reza así es muy probable que diga: «Aquí estoy, envíame». Les recomendó que no descuidaran su adoración diaria.

163:4.11 (1805.8) 2. La verdadera valentía. Les advirtió que serían recibidos con hostilidad y que estuvieran preparados a afrontar persecuciones. Pedro les dijo que su misión no era una empresa para cobardes y aconsejó a los que tuvieran miedo que se retiraran antes de empezar. Pero ninguno lo hizo.

163:4.12 (1805.9) 3. La fe y la confianza. Debían emprender esta corta misión sin provisiones de ningún tipo. Debían confiar en que el Padre les proporcionaría comida, techo y todas las demás cosas necesarias.

163:4.13 (1805.10) 4. El celo y la iniciativa. Debían estar poseídos por el fervor y llenos de entusiasmo inteligente; debían ocuparse exclusivamente de los asuntos de su Maestro. El saludo oriental era una ceremonia larga y elaborada, por eso Jesús les había recomendado que «no saludaran a nadie por el camino». Esto era lo que se solía decir para aconsejar a alguien que se dedicara de sus asuntos sin perder el tiempo; no tenía nada que ver con saludar amablemente.

163:4.14 (1805.11) 5. La amabilidad y la cortesía. El Maestro les había dicho que evitaran perder el tiempo innecesariamente en ceremonias sociales, pero les recomendó cortesía hacia todos aquellos con quienes se pusieran en contacto. Debían mostrarse especialmente amables con las personas que los hospedaban en sus casas, y se les insistió mucho en que no cambiaran nunca una casa modesta por otra más cómoda o más influyente.

163:4.15 (1805.12) 6. La atención a los enfermos. Pedro encargó a los setenta que buscaran a los enfermos de mente y de cuerpo y que hicieran todo lo posible por aliviar o curar sus dolencias.

163:4.16 (1805.13) Una vez recibido el encargo y las instrucciones, se fueron de dos en dos a emprender su misión en Galilea, Samaria y Judea.

163:4.17 (1806.1) Aunque los judíos tenían especial consideración por el número setenta y a veces pensaban que las naciones del mundo pagano sumaban setenta, y aunque estos setenta mensajeros iban a llevar el evangelio al mundo entero, todo parece indicar que fue una simple coincidencia que este grupo tuviera precisamente setenta miembros. Lo cierto es que Jesús habría aceptado por lo menos a seis más, pero ellos no estaban dispuestos a pagar el precio de renunciar a sus riquezas o a sus familias.

5. El traslado del campamento a Pella

163:5.1 (1806.2) Jesús y los doce empezaron a prepararse para establecer su último cuartel general en Perea, cerca de Pella, donde fue bautizado el Maestro en el Jordán. Pasaron los diez últimos días de noviembre deliberando en Magadán, y al amanecer del martes 6 de diciembre el grupo entero de casi trescientas personas salió con todo su equipaje para alojarse esa misma noche junto al río cerca de Pella. Se instalaron junto al manantial, en el mismo lugar que había ocupado varios años antes el campamento de Juan el Bautista.

163:5.2 (1806.3) En cuanto se levantó el campamento de Magadán David Zebedeo volvió a Betsaida y empezó a reducir el servicio de mensajeros. El reino estaba entrando en una nueva fase. Los peregrinos llegaban a diario de toda Palestina e incluso de regiones remotas del Imperio romano. A veces venían creyentes de Mesopotamia y de las tierras del este del Tigris. Ante esta nueva situación, el domingo 18 de diciembre David, ayudado por sus mensajeros, cargó en los animales de transporte el equipamiento de acampada que había utilizado en su día para montar el campamento de Betsaida junto al lago y que estaba almacenado en casa de su padre. Después de despedirse de Betsaida por un tiempo, fue bordeando el lago y luego el Jordán hasta llegar a un punto situado unos ochocientos metros al norte del campamento apostólico. En menos de una semana lo había preparado todo para ofrecer hospitalidad a cerca de mil quinientos visitantes peregrinos. El campamento apostólico podía alojar a unas quinientas personas. Palestina estaba en plena época lluviosa, y todas estas instalaciones eran necesarias para atender al creciente número de interesados, en su mayoría sinceros, que viajaban hasta Perea para ver a Jesús y escuchar sus enseñanzas.

163:5.3 (1806.4) David hizo todo esto por su propia iniciativa, aunque se había asesorado con Felipe y Mateo en Magadán. Empleó como ayudantes a la mayor parte de su anterior cuerpo de mensajeros para dirigir este campamento, y dejó reducido el servicio regular de mensajeros a menos de veinte hombres. Hacia finales de diciembre y antes de que volvieran los setenta, se habían reunido casi ochocientos visitantes en torno al Maestro, y encontraron alojamiento en el campamento de David.

6. El retorno de los setenta

163:6.1 (1806.5) El viernes 30 de diciembre mientras Jesús estaba en las colinas cercanas con Pedro, Santiago y Juan, los setenta mensajeros fueron llegando de dos en dos al cuartel general de Pella acompañados por numerosos creyentes. Cuando Jesús volvió al campamento hacia las cinco de la tarde, los setenta estaban reunidos en el lugar dedicado a la enseñanza. La cena se retrasó más de una hora mientras estos entusiastas del evangelio del reino terminaban de contar sus experiencias. Los mensajeros de David habían traído a los apóstoles muchas de estas noticias durante las semanas anteriores, pero fue realmente inspirador oír a estos maestros del evangelio recién ordenados contar personalmente cómo había sido recibido su mensaje por una audiencia hambrienta tanto de judíos como de gentiles. Por fin Jesús podía ver a unos hombres que salían a difundir la buena nueva sin su presencia personal. El Maestro supo entonces que podría dejar este mundo sin dificultar demasiado el progreso del reino.

163:6.2 (1807.1) Cuando los setenta contaron que «hasta los demonios se sometían» a ellos, se referían a las curas maravillosas que habían realizado con víctimas de trastornos nerviosos. Sin embargo, habían aliviado también a algunos poseídos realmente por espíritus, y Jesús comentó refiriéndose a estos pocos casos: «No es de extrañar que esos espíritus menores desobedientes se sometan a vosotros, puesto que he visto a Satanás caer del cielo como un rayo. Pero no os regocijéis tanto por esto, pues os declaro que en cuanto regrese a mi Padre enviaremos nuestro espíritu a la mente misma de los hombres para que esos pocos espíritus perdidos no puedan entrar nunca más en la mente de mortales desventurados. Me regocijo con vosotros de que tengáis influencia sobre los hombres pero no os encumbréis por ello. Alegraos más bien de que se hayan escrito vuestros nombres en las listas del cielo y podáis avanzar así en una carrera sin fin de conquistas espirituales».

163:6.3 (1807.2) Fue en ese momento, justo antes de compartir la cena, cuando Jesús experimentó uno de los pocos momentos de éxtasis emocional que sus seguidores tuvieron la ocasión de presenciar. Dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque aunque este evangelio maravilloso se oculta a los sabios y engreídos, el espíritu ha revelado estas glorias espirituales a estos hijos del reino. Sí, Padre, porque ha sido de tu agrado hacer esto, y me regocijo al saber que la buena nueva se difundirá al mundo entero incluso después de que haya regresado a ti y al trabajo que me has encomendado. Me conmueve profundamente darme cuenta de que estás a punto de poner en mis manos toda la autoridad, de que solo tú sabes realmente quién soy y de que solo yo te conozco realmente y aquellos a quienes te he revelado. Y cuando haya completado esta revelación a mis hermanos en la carne, seguiré revelándola a tus criaturas de lo alto».

163:6.4 (1807.3) Después de hablar así al Padre, Jesús se volvió hacia sus apóstoles y emisarios para decirles: «Dichosos los ojos que ven y los oídos que oyen estas cosas. Os digo que muchos profetas y muchos grandes hombres de edades pasadas desearon contemplar lo que vosotros veis ahora, pero no les fue concedido. Y muchas generaciones de hijos de la luz que están aún por venir os envidiarán cuando oigan hablar de estas cosas porque las habéis visto y oído».

163:6.5 (1807.4) Luego se dirigió a todos los discípulos y les dijo: «Ya habéis oído cuántas ciudades y pueblos han recibido la buena nueva del reino y cómo han sido recibidos mis maestros y emisarios tanto por los judíos como por los gentiles. Benditas son en verdad estas comunidades que han elegido creer en el evangelio del reino. Pero ay de los habitantes de Corazín, Betsaida-Julias y Cafarnaúm que han rechazado la luz, las ciudades que no han recibido bien a estos mensajeros. Declaro que si las obras poderosas que se han hecho en estos lugares se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, las gentes de esas ciudades llamadas paganas hace mucho que se habrían arrepentido en saco y ceniza. Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Tiro y Sidón».

163:6.6 (1807.5) Como el día siguiente era sabbat, Jesús se reunió aparte con los setenta y les dijo: «Me he regocijado realmente con vosotros cuando habéis vuelto trayendo las buenas noticias de la acogida del evangelio del reino por tanta gente en toda Galilea, Samaria y Judea. Pero, ¿por qué estáis tan eufóricos y sorprendidos? ¿No esperabais que vuestro mensaje se manifestaría con poder? ¿Salisteis con tan poca fe en este evangelio que volvéis sorprendidos por su eficacia? Y ahora, sin querer enfriar el regocijo de vuestro espíritu, quiero preveniros seriamente contra las sutilezas del orgullo, del orgullo espiritual. Si pudierais comprender la caída de Lucifer el inicuo, rechazaríais solemnemente cualquier forma de orgullo espiritual.

163:6.7 (1808.1) «Habéis emprendido la gran obra de enseñar al hombre mortal que es un hijo de Dios. Os he mostrado el camino; id a cumplir con vuestro deber y no os canséis de hacer el bien. A vosotros y a todos los que seguirán vuestros pasos a lo largo de los siglos dejadme que os diga que estoy siempre cerca y que mi llamamiento es y será siempre: Venid a mí todos los que estáis cansados y cargados, y yo os daré descanso. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy fiel y leal, y hallaréis descanso espiritual para vuestra alma.»

163:6.8 (1808.2) Comprobaron que las palabras del Maestro eran verdad cuando pusieron a prueba sus promesas. Y desde aquel día innumerables personas han probado y comprobado la certeza de estas mismas promesas.

7. La preparación para la última misión

163:7.1 (1808.3) Los días siguientes hubo mucha actividad en el campamento de Pella con los preparativos de la misión en Perea. Jesús y sus compañeros estaban a punto de emprender su última misión, la gira de tres meses por toda Perea que terminaría con la entrada del Maestro en Jerusalén para finalizar su obra en la tierra. Durante todo este tiempo el cuartel general de Jesús y los doce apóstoles se mantuvo en el campamento de Pella.

163:7.2 (1808.4) Ya no era necesario que Jesús saliera a enseñar a la gente. Ahora la gente acudía a él más numerosa cada semana y de todas partes, no solo de Palestina sino también de todo el mundo romano y de Oriente Próximo. Aunque el Maestro participó con los setenta en la gira por Perea, pasó gran parte de su tiempo en el campamento de Pella enseñando a la multitud e instruyendo a los doce. Durante este periodo de tres meses al menos diez de los apóstoles permanecieron con Jesús.

163:7.3 (1808.5) El cuerpo de mujeres se preparó también para salir de dos en dos con los setenta a evangelizar en las ciudades más grandes de Perea. El grupo original de doce mujeres había formado recientemente a un cuerpo más grande de otras cincuenta en la labor de visitar hogares y en el arte de atender a los enfermos y afligidos. Perpetua, la esposa de Simón Pedro, se hizo miembro de esta nueva división del cuerpo de mujeres y asumió el liderazgo de esta actuación femenina más amplia bajo las órdenes de Abner. Después de Pentecostés permaneció con su ilustre marido y lo acompañó en todas sus giras misioneras. El día en que Pedro fue crucificado en Roma, ella fue arrojada a las fieras en la arena. Este nuevo cuerpo de mujeres tenía también entre sus miembros a las esposas de Felipe y de Mateo y a la madre de Santiago y Juan.

163:7.4 (1808.6) La obra del reino se preparaba para entrar en su fase final bajo el liderazgo personal de Jesús. Fue una fase de profundidad espiritual en contraste con la época en que las multitudes seguían al Maestro en busca de milagros y prodigios durante sus primeros tiempos de popularidad en Galilea. Y sin embargo algunos seguidores conservaban su mentalidad materialista y no conseguían captar la verdad de que el reino de los cielos es la hermandad espiritual del hombre fundamentada en el hecho eterno de la paternidad universal de Dios.

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