Documento 190 - Las Apariciones Morontiales de Jesús

   
   Números de párrafo: Activar | Desactivar
Versión para imprimirVersión para imprimir

El libro de Urantia

Documento 190

Las Apariciones Morontiales de Jesús

190:0.1 (2029.1) EL JESÚS resucitado se prepara para pasar un corto período en Urantia, con el objeto de experimentar la carrera morontial ascendente de un mortal de los reinos. Aunque este tiempo de la vida morontial se pasará en el mundo de su encarnación mortal, será sin embargo en todos los aspectos la contraparte de la experiencia de los mortales de Satania que pasan a través de la vida morontial progresiva en los siete mundos de estancia de Jerusem.

190:0.2 (2029.2) Todo este poder inherente en Jesús —el don de vida— que le permitió levantarse de los muertos, es el don mismo de vida eterna que él otorga a los creyentes del reino, y que aun ahora proporciona la certeza de la resurrección de los vínculos de la muerte natural.

190:0.3 (2029.3) Los mortales de los reinos se levantarán en la mañana de la resurrección con el mismo tipo de cuerpo de transición o morontial que Jesús tenía cuando se levantó de la tumba ese domingo por la mañana. Estos cuerpos no tienen circulación sanguínea, ni comparten de los alimentos materiales comunes; sin embargo, estas formas morontiales son reales. Cuando los distintos creyentes vieron a Jesús después de su resurrección, realmente lo vieron, no fueron víctimas autoengañadas de visiones ni de alucinaciones.

190:0.4 (2029.4) La fe absoluta en la resurrección de Jesús fue la característica cardinal de la fe de todas las ramas de las primeras enseñanzas del evangelio. En Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Filadelfia, todos los maestros del evangelio se unieron en esta fe implícita en la resurrección del Maestro.

190:0.5 (2029.5) Al considerar el papel prominente que jugó María Magdalena en la proclamación de la resurrección del Maestro, es importante notar que María era la portavoz principal del cuerpo de mujeres, así como Pedro lo era de los apóstoles. María no era la jefa de las mujeres, pero sí era su maestra jefa y su portavoz pública. María se había vuelto altamente circunspecta, de manera que su atrevimiento al dirigir la palabra a un hombre que ella consideraba ser el cuidador del jardín de José sólo indica cuán horrorizada estaba por haber encontrado vacía la tumba. Fue la profundidad y agonía de su amor, la plenitud de su devoción, lo que causó que ella olvidara, por un momento, las limitaciones convencionales impuestas a la forma en que una mujer judía podía dirigirse a un hombre extraño.

1. Los Heraldos de la Resurrección

190:1.1 (2029.6) Los apóstoles no querían que Jesús los dejara. Por lo tanto no prestaron atención a todas sus declaraciones sobre la muerte así como también sus promesas de volver a levantarse. No esperaban la resurrección como ocurrió, y se negaron a creer hasta enfrentarse con la compulsión de una prueba indiscutible y la comprobación absoluta de su propia experiencia.

190:1.2 (2030.1) Cuando los apóstoles se negaron a creer en el informe de las cinco mujeres que dijeron que habían visto a Jesús y habían hablado con él, María Magdalena volvió al sepulcro, y las demás regresaron a la casa de José, donde relataron su experiencia a la hija de José y a las demás mujeres. Las mujeres creyeron en ese informe. Poco después de las seis, la hija de José de Arimatea y las cuatro mujeres que habían visto a Jesús fueron a la casa de Nicodemo, y allí relataron todos estos acontecimientos a José, Nicodemo, David Zebedeo, y los demás hombres que estaban allí reunidos. Nicodemo y los demás dudaron de este relato, dudaron de que Jesús hubiera resucitado de entre los muertos; conjeturaron que los judíos habían sacado el cadáver. José y David estaban dispuestos a creer en el informe, tanto que se fueron de prisa a inspeccionar la tumba, y encontraron que todo estaba tal como las mujeres lo habían descrito. Fueron los últimos en ver así el sepulcro, porque el sumo sacerdote envió al capitán de los guardianes del templo a la tumba, a las siete y media, para llevarse los mantos fúnebres. El capitán los envolvió en la sábana de lino y los arrojó a un precipicio cercano.

190:1.3 (2030.2) Desde la tumba, David y José fueron inmediatamente a la casa de Elías Marcos, donde conferenciaron con los diez apóstoles en el aposento superior. Sólo Juan Zebedeo estaba dispuesto a creer, aunque vagamente, que Jesús se había levantado de entre los muertos. Pedro lo había creído al principio pero, cuando no encontró al Maestro, comenzó a dudar seriamente. Estaban todos dispuestos a creer que los judíos se habían llevado el cadáver. David no quiso discutir con ellos, pero cuando se fue, dijo: «Vosotros sois los apóstoles y deberíais comprender estas cosas. Yo no voy a argüir con vosotros; sin embargo, ahora vuelvo a la casa de Nicodemo, donde, según nuestro acuerdo, me encontraré con los mensajeros esta mañana, y cuando se hayan reunido, los enviaré en su última misión, como heraldos de la resurrección del Maestro. Yo le oí al Maestro decir que, después de su muerte, se levantaría al tercer día, y le creo». Hablando así a los deprimidos y abandonados embajadores del reino, este autonombrado jefe de comunicaciones e inteligencia se despidió de los apóstoles. Camino del aposento superior dejó caer en el regazo de Mateo Leví la bolsa de Judas, que contenía todos los fondos apostólicos.

190:1.4 (2030.3) Eran aproximadamente las nueve y media cuando el último de los veintiséis mensajeros de David llegó a la casa de Nicodemo. David prontamente los reunió en el espacioso patio y les dirigió la palabra:

190:1.5 (2030.4) «Hombres y hermanos, todo este tiempo me habéis servido de acuerdo con vuestro juramento ante mí y ante vosotros mismos, y os llamo a testimonio de que no he enviado nunca falsa información por medio de vosotros. Estoy a punto de enviaros en vuestra última misión como mensajeros voluntarios del reino, y al hacer así os libero de vuestro juramento y por ello estoy disolviendo este cuerpo de mensajeros. Hombres, yo os declaro que hemos terminado nuestra obra. El Maestro ya no necesita de mensajeros mortales; él se ha levantado de entre los muertos. Él nos dijo antes de que lo arrestaran que moriría, y que se levantará al tercer día. Yo he visto el sepulcro: está vacío. He hablado con María Magdalena y otras cuatro mujeres, quienes hablaron con Jesús. Ahora yo disuelvo este grupo, me despido de vosotros, y os envío en vuestra tarea respectiva, y el mensaje que llevaréis a los creyentes es: ‘Jesús se ha levantado de entre los muertos; la tumba está vacía’».

190:1.6 (2030.5) La mayoría de los que estaban presentes trataron de persuadir a David de que no lo hiciera. Pero no pudieron influir sobre él. Entonces, trataron de disuadir a los mensajeros, pero éstos no escuchaban expresiones de incertidumbre. Así pues, poco después de las diez de la mañana del domingo, estos veintiséis corredores salieron como primeros heraldos del poderoso verdad-hecho del Jesús resucitado. Y comenzaron esta misión como habían comenzado tantas otras, satisfaciendo su juramento ante David Zebedeo y ante ellos mismos. Estos hombres tenían gran confianza en David. Partieron en esta tarea sin siquiera detenerse para hablar con los que habían visto a Jesús; creyeron en la palabra de David. La mayoría de ellos creía en lo que David les había dicho, y aun los que dudaban un tanto, llevaron el mensaje de la misma manera certera y rápida.

190:1.7 (2031.1) Los apóstoles, el cuerpo espiritual del reino, están este día reunidos en el aposento superior, y allí manifiestan temor y expresan dudas, mientras que estos laicos, que representan el primer intento de socialización del evangelio del Maestro de la hermandad del hombre, bajo las órdenes de su líder audaz y eficiente, salen para proclamar al Salvador resucitado de un mundo y de un universo. Y emprenden este servicio pletórico aun antes de que sus representantes elegidos estén dispuestos a creer en su palabra o a aceptar la prueba de los testigos.

190:1.8 (2031.2) Estos veintiséis fueron despachados a la casa de Lázaro en Betania, y a todos los centros de creyentes, desde Beerseba en el sur hasta Damasco y Sidón en el norte; y desde Filadelfia en el este hasta Alejandría en el oeste.

190:1.9 (2031.3) Cuando David se hubo despedido de sus hermanos, fue a la casa de José a buscar a su madre, y salieron de Betania para reunirse con la familia de Jesús que aguardaba. David moró allí en Betania con Marta y María hasta después de disponer ellas de sus posesiones terrenales, y las acompañó cuando partieron para reunirse con su her-mano Lázaro, en Filadelfia.

190:1.10 (2031.4) Aproximadamente una semana desde ese día, Juan Zebedeo llevó a María la madre de Jesús a su casa en Betsaida. Santiago, el hermano mayor de Jesús, permaneció con su familia en Jerusalén. Ruth se quedó en Betania con las hermanas de Lázaro. El resto de la familia de Jesús volvió a Galilea. David Zebedeo partió de Betania con Marta y María, camino a Filadelfia, en la primera parte de junio, el día siguiente de celebrar esponsales con Ruth, la hermana menor de Jesús.

2. La Aparición de Jesús en Betania

190:2.1 (2031.5) Desde el momento de su resurrección morontial hasta la hora de su ascensión espiritual a lo alto, Jesús hizo diecinueve apariciones separadas en forma visible a sus creyentes en la tierra. No apareció ante sus enemigos ni tampoco ante los que no podían hacer uso espiritual de su manifestación en forma visible. Su primera aparición fue a las cinco mujeres junto al sepulcro; la segunda, a María Magdalena, también junto al sepulcro.

190:2.2 (2031.6) La tercera aparición ocurrió alrededor del mediodía de este domingo en Betania. Poco después del mediodía, el hermano mayor de Jesús, Santiago, estaba de pie en el jardín de Lázaro ante la tumba vacía del hermano resucitado de Marta y María, reflexionando sobre la noticia que el mensajero de David les había traído una hora antes. Santiago siempre tendió a creer en la misión de su hermano mayor en la tierra, pero desde hacía mucho había perdido el contacto con el trabajo de Jesús y se había dejado dominar por graves incertidumbres sobre las afirmaciones posteriores de los apóstoles de que Jesús era el Mesías. La familia entera estaba asombrada y prácticamente confundida por la noticia traída por el mensajero. Aun al estar Santiago de pie ante la tumba vacía de Lázaro, llegó María Magdalena para relatar a la familia con gran emoción sus experiencias de las primeras horas de la mañana junto a la tumba de José. Antes de que ella terminara, llegaron David Zebedeo y la madre de él. Ruth, por supuesto, creyó en el informe, como así también Judá, después de haber hablado con David y Salomé.

190:2.3 (2032.1) En el ínterin, mientras ellos buscaban a Santiago y antes de que lo encontraran, y mientras él estaba allí en el jardín cerca de la tumba, se apercibió de una presencia cercana, como si alguien le hubiera tocado el hombro; y cuando se volvió para mirar, contempló la aparición gradual de una forma extraña a su lado. Estaba demasiado asombrado para poder hablar y demasiado asustado para huir. Entonces, la extraña forma habló diciendo: «Santiago, he venido para llamarte al servicio del reino. Reúnete sinceramente con tus hermanos y sigue mis pasos». Cuando Santiago escuchó su nombre, supo que era su hermano mayor, Jesús, quien así le había hablado. Todos tenían mayores o menores dificultades en reconocer la forma morontial del Maestro, pero pocos de ellos tenían problema alguno en reconocer su voz o en identificar de otra manera su encantadora personalidad cuando él se comunicaba con ellos.

190:2.4 (2032.2) Cuando Santiago percibió que Jesús le estaba dirigiendo la palabra, quiso echarse a sus pies, exclamando: «Padre mío y hermano mío», pero Jesús le dijo que se pusiera de pie mientras él le hablaba. Caminaron por el jardín y conversaron casi tres minutos; hablaron de las experiencias de días pasados y pronosticaron los eventos del futuro cercano. Cuando se acercaron a la casa, Jesús dijo: «Adiós, Santiago, hasta que os reciba a todos juntos».

190:2.5 (2032.3) Santiago entró corriendo a la casa, mientras ellos lo buscaban en Betfagé, exclamando: «Acabo de ver a Jesús, y de hablar con él; yo conversé con él. No está muerto; ¡ha resucitado! Se desapareció de ante mí, diciendo, ‘Adiós, hasta que os reciba a todos juntos’». Apenas acababa de hablar cuando retornó Judá, y volvió a relatar la experiencia de encontrar a Jesús en el jardín, para que la escuchara Judá. Todos ellos comenzaron a creer en la resurrección de Jesús. Santiago anunció seguidamente que no volvería a Galilea, y David exclamó: «Ya no sólo las emotivas mujeres lo ven; aún hombres de corazón fuerte han empezado a verlo. Espero verlo yo también».

190:2.6 (2032.4) David no tuvo que esperar mucho, porque la cuarta aparición de Jesús ante una presencia mortal ocurrió poco antes de las dos de la tarde en esta misma casa de Marta y María, cuando él apareció visiblemente ante su familia terrenal y sus amigos, veinte en total. El Maestro apareció junto a la puerta de atrás, que estaba abierta, diciendo: «Que la paz sea con vosotros. Salutaciones para los que estuvieron junto a mí en la carne, y hermandad para mis hermanas y hermanos en el reino del cielo. ¿Cómo pudisteis dudar? ¿Por qué habéis titubeado tanto antes de elegir seguir de todo corazón la luz de la verdad? Venid, por tanto, todos vosotros a la hermandad del Espíritu de la Verdad en el reino del Padre». Cuando ellos se recuperaron de la primera impresión y del asombro y se le acercaron con la intención de abrazarlo, él desapareció de su vista.

190:2.7 (2032.5) Todos querían correr a la ciudad para decir a los apóstoles incrédulos lo que había ocurrido, pero Santiago los detuvo. Tan sólo se le permitió a María Magdalena volver a la casa de José. Santiago prohibió que ellos difundieran el hecho de esta visita morontial, debido a ciertas cosas que Jesús le había dicho mientras conversaba con él en el jardín. Pero Santiago nunca reveló nada más de la conversación que tuvo con el Maestro resucitado este día en la casa de Lázaro en Betania.

3. En la Casa de José

190:3.1 (2033.1) La quinta manifestación morontial de Jesús ante ojos mortales ocurrió en presencia de unas veinticinco mujeres creyentes reunidas en la casa de José de Arimatea, aproximadamente quince minutos después de las cuatro de este mismo domingo por la tarde. María Magdalena había vuelto de la casa de José unos pocos minutos antes de esta aparición. Santiago, el hermano de Jesús, había solicitado que nada se dijera a los apóstoles sobre la aparición del Maestro en Betania. No le había pedido a María que no informara a sus hermanas creyentes de este hecho. Por lo tanto, una vez que María hizo prometer a todas las mujeres que mantendrían el secreto, procedió a relatar lo que tan recientemente había sucedido mientras ella estaba con la familia de Jesús en Betania. Estaban precisamente en el medio de este relato apasionante, cuando cayó sobre ellas un silencio súbito y solemne; contemplaron entonces en su medio, la forma enteramente visible del Jesús resucitado. Él las saludó diciendo: «Que la paz sea con vosotras. En la comunidad del reino no habrá judíos ni gentiles, ricos ni pobres, libres ni esclavos, hombres ni mujeres. También sois llamadas a difundir la buena nueva de la liberación de la humanidad mediante el evangelio de la filiación con Dios en el reino del cielo. Id a todo el mundo proclamando este evangelio y confirmando a los creyentes en la fe del mismo. Mientras hacéis esto, no olvidéis ministrar a los enfermos y fortalecer a los que son de corazón débil y que se dejan dominar por el temor. Y estaré con vosotras siempre, aun hasta los confines de la tierra». Y cuando hubo hablado así, desapareció de su vista, mientras las mujeres caían de bruces y adoraban en silencio.

190:3.2 (2033.2) De las cinco apariciones morontiales de Jesús que ocurrieron hasta ese momento, María Magdalena presenció cuatro.

190:3.3 (2033.3) Como resultado del envío de los mensajeros al mediodía y como consecuencia de la filtración inconsciente de sugerencias sobre la aparición de Jesús en la casa de José, se corrió entre los líderes de los judíos, durante el anochecer, el rumor de que en la ciudad se decía que Jesús se había levantado de entre los muertos, y que muchas personas decían haberlo visto. Los sanedristas estaban muy perturbados por estos rumores. Después de una apresurada consulta con Anás, Caifás convocó al sanedrín para que se reuniera a las ocho de esa noche. En esta reunión se tomó la decisión de echar de la sinagoga a toda persona que mencionara la resurrección de Jesús. Aun se sugirió, que el que dijera haberlo visto debía ser puesto a muerte. Esta propuesta, sin embargo, no llegó a votación puesto que la reunión se levantó en una confusión tan grande que lindaba en el verdadero pánico. Se habían atrevido a pensar que estaban libres de Jesús. Ahora estaban por descubrir que sus problemas reales con el varón de Nazaret recién empezaban.

4. La Aparición a los Griegos

190:4.1 (2033.4) Alrededor de las cuatro y media, en la casa de un tal Flavio, el Maestro hizo su sexta aparición morontial a unos cuarenta creyentes griegos allí reunidos. Mientras estaban ellos discutiendo los informes sobre la resurrección del Maestro, él se manifestó en su medio, a pesar de que las puertas estaban cerradas con seguro, y les habló diciendo: «Que la paz sea con vosotros. Aunque el Hijo del Hombre apareció en la tierra entre los judíos, él vino para ministrar a todos los hombres. En el reino de mi Padre no habrá ni judíos ni gentiles; seréis todos hermanos —los hijos de Dios. Id pues al mundo, proclamando este evangelio de salvación, así como lo habéis recibido de los embajadores del reino, y yo os recibiré en la comunión de la hermandad de los hijos de la fe y de la verdad del Padre». Cuando así les habló, se despidió, y no le volvieron a ver. Permanecieron dentro de la casa toda la noche, estaban demasiado sobrecogidos de pavor y temor para atreverse a salir. Tampoco durmieron estos griegos esa noche; permanecieron despiertos, discutiendo estas cosas y esperando que el Maestro los pudiera visitar nuevamente. En este grupo estaban muchos de los griegos que se encontraban en Getsemaní cuando los soldados arrestaron a Jesús después de que Judas le traicionó con un beso.

190:4.2 (2034.1) Los rumores de la resurrección de Jesús y los informes sobre las muchas apariciones a sus seguidores se estaban difundiendo rápidamente, y la ciudad entera estaba en un estado de tensa excitación. Ya el Maestro había aparecido ante su familia, las mujeres, y los griegos, y dentro de poco, se manifestaría entre los apóstoles. El sanedrín pronto está por empezar la discusión de estos nuevos problemas que tan repentinamente se han precipitado sobre los potentados judíos. Jesús piensa mucho acerca de sus apóstoles, pero desea que sigan estando solos por unas horas más, para que reflexionen solemnemente y consideren las cosas antes de que él los visite.

5. La Caminata con los Dos Hermanos

190:5.1 (2034.2) En Emaús, a unos once kilómetros al oeste de Jerusalén, vivían dos hermanos, pastores, que habían pasado la semana de Pascua en Jerusalén asistiendo a los sacrificios, ceremonias y festividades. Cleofas, el mayor, era un creyente a medias de Jesús; por lo menos había sido expulsado de la sinagoga. Su hermano, Jacobo, no era creyente, aunque estaba muy perplejo por lo que había oído sobre las enseñanzas y obras del Maestro.

190:5.2 (2034.3) Este domingo por la tarde, a unos cinco kilómetros fuera de Jerusalén y pocos minutos antes de las cinco, al caminar estos dos hermanos por la carretera a Emaús, conversaban muy ensimismados sobre Jesús, sus enseñanzas, sus obras, y más específicamente de los rumores de que su tumba estaba vacía, y que ciertas mujeres habían hablado con él. Cleofas estaba casi decidido a creer en estos informes, pero Jacobo insistía en que se trataba probablemente de un engaño. Mientras así discutían y debatían camino a su casa, la manifestación morontial de Jesús, su séptima aparición, apareció caminando a su lado. Cleofas había escuchado muchas veces las enseñanzas de Jesús y había comido con él en las casas de los creyentes de Jerusalén en varias ocasiones, pero no reconoció al Maestro aun cuando éste le habló libremente.

190:5.3 (2034.4) Después de caminar un corto camino con ellos, Jesús dijo: «¿Cuáles son las palabras que estabais intercambiando con tanta intensidad al acercarme yo?» Cuando Jesús hubo hablado, se detuvieron y le miraron con triste sorpresa. Dijo Cleofas: «¿Es posible que tú vivas en Jerusalén y no sepas de las cosas que han ocurrido recientemente?» Entonces preguntó el Maestro: «¿Qué cosas?» Cleofas replicó: «Si tú no sabes de estos asuntos, eres el único en Jerusalén que no ha oído estos rumores sobre Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso de palabra y de hecho ante Dios y todo el pueblo. Los altos sacerdotes y nuestros líderes lo entregaron a los romanos y demandaron que se le crucificara. Ahora pues, muchos de nosotros teníamos la esperanza de que él fuera el que liberaría a Israel del yugo de los gentiles. Pero eso no es todo. Hoy es el tercer día desde que fue crucificado, y unas mujeres este día nos asombraron declarando que muy temprano esta mañana fueron a su tumba y la encontraron vacía. Y estas mismas mujeres insisten que ellas han hablado con este hombre; sostienen que ha resucitado de entre los muertos. Cuando las mujeres informaron de esto a los hombres, dos de sus apóstoles corrieron a la tumba y del mismo modo la encontraron vacía», y aquí Jacobo interrumpió a su hermano para decir: «Pero no vieron a Jesús».

190:5.4 (2035.1) Mientras seguían caminando, Jesús les dijo: «¡Cuán lentos sois en comprender la verdad! Cuando me decís que estáis discutiendo las enseñanzas y las obras de este hombre, tal vez yo os pueda esclarecer, puesto que estoy más que familiarizado con estas enseñanzas. ¿Acaso no recordáis que este Jesús siempre enseñó que su reino no era de este mundo, y que todos los hombres, siendo hijos de Dios, debían encontrar la libertad y la emancipación en el regocijo espiritual de ser miembros de la hermandad del servicio amante en este nuevo reino de la verdad del amor del Padre celestial? ¿Acaso no recordáis cómo este Hijo del Hombre proclamó la salvación de Dios para todos los hombres, ministrando a los enfermos y afligidos y liberando a los que estaban encadenados por el temor y esclavisados por el mal? ¿Acaso no sabéis que este hombre de Nazaret dijo a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, ser entregado a sus enemigos, quienes lo pondrían a muerte, y que luego resucitaría al tercer día? ¿Acaso no habéis escuchado esto? ¿Y no habéis leído nunca en las Escrituras sobre este día de salvación de judíos y gentiles, donde dice que en él todas las familias de la tierra serán benditas; que él oirá el llanto de los necesitados y salvará el alma de los pobres que lo busquen; que todas las naciones lo llamarán bendito? Que ese Libertador será como la sombra de una gran roca sobre una tierra cansada. Que alimentará al rebaño como un buen pastor, juntando a las ovejas en sus brazos y llevándolas tiernamente en su regazo. Que abrirá los ojos de los que son ciegos espiritualmente y que traerá a los prisioneros de la desesperación a la plena libertad y luz; que todos los que están sentados en las tinieblas, verán la gran luz de la salvación eterna. Que él vendará a los quebrantados de corazón, publicará libertad a los cautivos del pecado, y abrirá la prisión de los que están esclavizados por el temor y encadenados por el mal. Que confortará a los que están de luto y les otorgará el regocijo de la salvación en lugar de la pena y de la pesadumbre. Que será el deseo de todas las naciones y la felicidad eterna de los que buscan la rectitud. Que este hijo de la verdad y de la rectitud se elevará en el mundo con luz curativa y poder salvador; incluso que salvará a su pueblo de sus pecados; que realmente buscará y salvará a los que se han descarriado. Que no destruirá a los débiles sino que ministrará salvación a todos los que tienen hambre y sed de rectitud. Que los que crean en él tendrán vida eterna. Que él derramará su espíritu sobre toda la carne, y que este Espíritu de la Verdad será en cada creyente un manantial de agua, que llegará hasta la vida eterna. ¿Acaso no comprendisteis cuán grande era el evangelio del reino que os entregó este hombre? ¿No percibís acaso cuán grande es la salvación que os ha llegado?».

190:5.5 (2035.2) A estas alturas, habían llegado cerca de la aldea donde vivían los dos hermanos. Los dos hombres no habían hablado palabra alguna desde que Jesús empezó a enseñarles mientras caminaban por el camino. Pronto llegaron frente a su humilde morada, y Jesús estaba a punto de despedirse de ellos, para proseguir su camino, pero lo instaron a que entrara y morara con ellos. Insistieron que era casi de noche y que se quedara con ellos. Finalmente Jesús consistió, y muy poco después entraron en la casa, y se sentaron a comer. Le dieron el pan para que lo bendijera, y al empezar él a romperlo para compartirlo con ellos, se les abrieron los ojos y Cleofas reconoció que su huésped era el Maestro mismo. Y cuando dijo, «es el Maestro—», el Jesús morontial desapareció de su vista.

190:5.6 (2036.1) Entonces se dijeron uno al otro: «¡Con razón nuestro corazón nos ardía en el pecho mientras él nos hablaba al caminar por la carretera. Y mientras abría para nosotros la puerta de la comprensión de las enseñanzas de las Escrituras!

190:5.7 (2036.2) No comieron. Habían visto al Maestro morontial, y salieron corriendo de la casa, dándose prisa en dirección a Jerusalén para difundir la buena nueva del Salvador resucitado.

190:5.8 (2036.3) Aproximadamente a las nueve de esa noche y justo antes de que el Maestro apareciera a los diez, estos dos hermanos excitados se abalanzaron sobre los apóstoles en el aposento superior, declarando que habían visto a Jesús y habían hablado con él. Y les dijeron todo lo que Jesús les había dicho a ellos, y cómo ellos no discernieron quién era él hasta el momento en que rompió el pan.

INFORMACIÓN SOBRE LA FUNDACIÓN

Versión para imprimirVersión para imprimir

Urantia Foundation, 533 W. Diversey Parkway, Chicago, IL 60614, USA
Teléfono: (fuera de EUA y Canada) +1-773-525-3319
© Urantia Foundation. Reservados todos los derechos