Documento 190 - Las apariciones de Jesús en la morontia

   
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El libro de Urantia

Documento 190

Las apariciones de Jesús en la morontia

190:0.1 (2029.1) JESÚS resucitado se propone ahora pasar un corto periodo en Urantia para experimentar la carrera ascendente en la morontia de un mortal de los mundos. Este tiempo de vida en la morontia lo va a pasar en el mundo de su encarnación mortal, pero será equivalente en todos los aspectos a la experiencia de los mortales de Satania que pasan por la vida progresiva en la morontia en los siete mundos mansión de Jerusem.

190:0.2 (2029.2) Todo este poder inherente a Jesús —la dotación de vida— que le permitió resucitar de entre los muertos es el mismo don de vida eterna que él otorga a los creyentes en el reino, y que ya ahora les asegura la resurrección de las ataduras de la muerte natural.

190:0.3 (2029.3) El día de la resurrección los mortales de los mundos se levantarán con el mismo tipo de cuerpo de transición o de morontia que tenía Jesús cuando se levantó de la tumba aquel domingo por la mañana. Esos cuerpos no tienen circulación sanguínea, y esos seres no se nutren con alimentos materiales corrientes. Sin embargo, estas formas de morontia son reales. Los diversos creyentes que vieron a Jesús después de su resurrección lo vieron realmente, no se engañaron a sí mismos con visiones o alucinaciones.

190:0.4 (2029.4) Una fe inquebrantable en la resurrección de Jesús fue la característica fundamental de todas las ramas de la primera enseñanza del evangelio. En Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Filadelfia todos los maestros del evangelio compartían la misma fe implícita en la resurrección del Maestro.

190:0.5 (2029.5) Al considerar el papel destacado de María Magdalena en la proclamación de la resurrección del Maestro, debemos dejar constancia de que María era la portavoz principal del cuerpo de mujeres como Pedro lo era de los apóstoles. María no dirigía el colectivo de mujeres que trabajaban para el reino, pero era su maestra principal y su portavoz pública. María se había convertido en una mujer muy prudente, de modo que su atrevimiento de dirigirse a un hombre a quien había tomado por el encargado del huerto de José solo indica lo horrorizada que estaba cuando encontró la tumba vacía. La profundidad y la agonía de su amor, la plenitud de su devoción, le hicieron olvidar por un momento las restricciones convencionales que impedían a una mujer judía abordar a un desconocido.

1. Los heraldos de la resurrección

190:1.1 (2029.6) Los apóstoles no querían que Jesús los dejara, por eso habían mostrado poco interés por sus anuncios de que moriría y sus promesas de que resucitaría. No esperaban la resurrección tal como ocurrió, y se negaron a creer hasta que se vieron confrontados a una evidencia indiscutible basada en la prueba absoluta de su propia experiencia.

190:1.2 (2030.1) Tras la negativa de los apóstoles a creer a las cinco mujeres cuando les aseguraron que habían visto a Jesús y hablado con él, María Magdalena volvió a la tumba y las demás se fueron a casa de José, donde contaron a las demás mujeres lo que les había ocurrido. Las mujeres, entre ellas la hija de José, lo creyeron. Poco después de las seis la hija de José de Arimatea y las cuatro mujeres que habían visto a Jesús fueron a casa de Nicodemo y se lo contaron todo a José, Nicodemo, David Zebedeo y los demás hombres que se habían reunido allí. Nicodemo y los demás pusieron en duda su historia; dudaban de que Jesús hubiera resucitado de entre los muertos y les parecía más probable que los judíos se hubieran llevado el cuerpo. En cambio José y David estaban dispuestos a creer a las mujeres, así que salieron corriendo a inspeccionar la tumba y lo encontraron todo como ellas lo habían descrito. Fueron los últimos en ver así el sepulcro porque a las siete y media el sumo sacerdote envió al capitán de los guardias del templo a la tumba para que se llevara los lienzos funerarios. El capitán los envolvió en la sábana de lino y los tiró por un barranco cercano.

190:1.3 (2030.2) Después de ver la tumba, David y José fueron inmediatamente a casa de Elías Marcos y subieron a la habitación de arriba para hablar con los diez apóstoles. El único que estaba dispuesto a creer, aunque con poca convicción, que Jesús había resucitado de entre los muertos era Juan Zebedeo. Pedro había creído al principio, pero empezó a tener serias dudas cuando no pudo encontrar al Maestro. Todos se inclinaban a pensar que los judíos se habían llevado el cuerpo. David no quiso discutir con ellos, solo les dijo al marcharse: «Vosotros sois los apóstoles y deberíais comprender estas cosas. No voy a discutir con vosotros, pero vuelvo ahora mismo a casa de Nicodemo donde he convocado a mis mensajeros para esta mañana. Cuando estén todos reunidos los enviaré a anunciar la resurrección del Maestro, y esta será su última misión. Oí decir al Maestro que moriría y resucitaría al tercer día. Yo le creo». Después de decir esto a los desmoralizados embajadores del reino, quien fuera por iniciativa propia su director de comunicaciones e información se despidió. Al salir de la habitación dejó caer sobre las rodillas de Mateo Leví la bolsa de Judas con todos los fondos apostólicos.

190:1.4 (2030.3) Serían las nueve y media cuando llegó a casa de Nicodemo el último de los veintiséis mensajeros. David los reunió inmediatamente en el gran patio y les habló así:

190:1.5 (2030.4) «Amigos y hermanos, me habéis servido todo este tiempo conforme al juramento que prestasteis ante mí y entre vosotros, y os tomo por testigos de que no he enviado nunca falsa información a través de vosotros. Estoy a punto de enviaros a vuestra última misión como mensajeros voluntarios del reino, y al hacerlo os liberaré de vuestro juramento y quedará disuelto este cuerpo de mensajeros. Amigos, nuestra labor ha terminado. El Maestro ya no tiene necesidad de mensajeros mortales porque ha resucitado de entre los muertos. Antes de que lo apresaran nos dijo que moriría y que resucitaría al tercer día. He visto la tumba y está vacía. He hablado con María Magdalena y otras cuatro mujeres que han hablado con Jesús. Y ahora os licencio, me despido de vosotros y os envío a vuestras respectivas misiones con este mensaje para los creyentes: ‘Jesús ha resucitado de entre los muertos. La tumba está vacía’.»

190:1.6 (2030.5) La mayoría de los presentes intentaron convencer a David de que no lo hiciera, pero fue inútil. Entonces trataron de disuadir a los mensajeros, pero ellos no quisieron atender a sus dudas. Y así, poco antes de las diez de la mañana de aquel domingo, salieron los veintiséis corredores como los primeros heraldos del hecho poderoso y la magnífica verdad de la resurrección de Jesús. Salieron a esta misión, como a tantas otras, en cumplimiento del juramento que habían hecho a David Zebedeo y entre ellos mismos. Estos hombres confiaban en David; le tomaron la palabra y emprendieron su misión sin ni siquiera pararse a hablar con las mujeres que habían visto a Jesús. La mayoría de ellos creía en lo que David les había dicho, e incluso aquellos que tenían alguna duda llevaron el mensaje con la misma certeza y rapidez que los demás.

190:1.7 (2031.1) Los apóstoles —el cuerpo espiritual del reino— se han refugiado en la habitación de arriba llenos de dudas y miedos mientras que unos laicos, liderados por un jefe valiente y eficaz, llevan a cabo el primer intento de transmitir a la sociedad el evangelio de la hermandad de los hombres. Estos mensajeros salen a proclamar que el Salvador de un mundo y de un universo ha resucitado, y acometen esta memorable tarea antes de que los representantes elegidos por el Maestro estén dispuestos a creer en su palabra o a aceptar el testimonio de los testigos oculares.

190:1.8 (2031.2) Estos veintiséis heraldos fueron enviados a casa de Lázaro en Betania y a todos los centros de creyentes, desde Beerseba en el sur hasta Damasco y Sidón en el norte, y desde Filadelfia en el este hasta Alejandría en el oeste.

190:1.9 (2031.3) Después de despedirse de sus hermanos, David fue a buscar a su madre a casa de José y salieron hacia Betania a reunirse con la familia de Jesús que estaba a la espera. David se quedó en Betania con Marta y María mientras ellas vendían sus posesiones terrenales, y luego las acompañó en su viaje a Filadelfia para reunirse con su hermano Lázaro.

190:1.10 (2031.4) La semana siguiente Juan Zebedeo llevó a María la madre de Jesús a la casa que él tenía en Betsaida. Santiago, el mayor de los hermanos menores de Jesús, se quedó con su familia en Jerusalén y Rut se quedó en Betania con las hermanas de Lázaro. El resto de la familia de Jesús volvió a Galilea. David Zebedeo se casó con Rut, la hermana menor de Jesús, a comienzos de junio y al día siguiente salió de Betania con Marta y María hacia Filadelfia.

2. La aparición de Jesús en Betania

190:2.1 (2031.5) Desde el momento de su resurrección en la morontia hasta su ascensión a las alturas en espíritu, Jesús se apareció diecinueve veces distintas bajo forma visible a sus creyentes de la tierra. No se apareció a sus enemigos ni a aquellos que no podían sacar provecho espiritual de su manifestación bajo forma visible. Hizo su primera aparición ante las cinco mujeres junto a la tumba y la segunda ante María Magdalena, también cerca de la tumba.

190:2.2 (2031.6) La tercera aparición ocurrió en Betania aquel domingo poco después del mediodía en el jardín de Lázaro. Santiago, el mayor de los hermanos menores de Jesús, estaba ante la tumba vacía del hermano resucitado de Marta y María reflexionando sobre las noticias que el mensajero de David les había traído una hora antes. Santiago siempre se había sentido inclinado a creer en la misión de su hermano mayor en la tierra, pero llevaba mucho tiempo alejado del trabajo de Jesús y tenía serias dudas sobre las afirmaciones posteriores de los apóstoles de que Jesús era el Mesías. La noticia del mensajero alarmó y desconcertó a toda la familia. Cuando Santiago estaba aún ante la tumba vacía de Lázaro, llegó a la casa María Magdalena y se puso a contar con gran emoción a la familia lo que había visto y oído a primeras horas de la mañana junto a la tumba de José. Mientras contaba estas experiencias llegó David Zebedeo con su madre. Rut, por supuesto, creyó en las palabras de María, y también creyó Judá después de haber hablado con David y Salomé.

190:2.3 (2032.1) Entonces echaron en falta a Santiago, pero él seguía en el jardín cerca de la tumba. De pronto sintió una presencia cercana como si alguien le hubiera tocado el hombro, y cuando se volvió vio aparecer a su lado una forma extraña. Estaba demasiado asombrado para hablar y demasiado asustado para huir. Entonces la extraña forma dijo: «Santiago, vengo a llamarte al servicio del reino. Únete sinceramente a tus hermanos y sígueme». Cuando Santiago oyó decir su nombre supo que el que había hablado era Jesús, su hermano mayor. Todos tenían más o menos dificultades para reconocer la forma de morontia del Maestro, en cambio casi todos reconocían perfectamente su voz y podían identificar sin problema su encantadora personalidad en cuanto empezaba a comunicarse con ellos.

190:2.4 (2032.2) En cuanto Santiago se dio cuenta de que Jesús se estaba dirigiendo a él, hizo ademán de arrodillarse y exclamó: «Padre mío y hermano mío», pero Jesús le pidió que siguiera de pie mientras hablaban. Pasearon por el jardín y hablaron durante casi tres minutos. Hablaron de las experiencias del pasado y del futuro próximo. Cuando se acercaban a la casa Jesús dijo: «Adiós, Santiago; pronto os saludaré a todos juntos».

190:2.5 (2032.3) Santiago entró corriendo en la casa mientras los demás lo estaban buscando en Betfagé, y exclamó: «Acabo de ver a Jesús y he hablado con él, he charlado con él. ¡No está muerto, ha resucitado! Al desaparecer me ha dicho: ‘Adiós, pronto os saludaré a todos juntos’». En cuanto terminó de hablar regresó Judá, y Santiago volvió a contar su encuentro con Jesús en el jardín para que lo oyera su hermano, y todos empezaron a creer en la resurrección de Jesús. Entonces Santiago anunció que no volvería a Galilea, y David exclamó: «No solo lo ven mujeres emocionadas, sino que han empezado a verlo hombres hechos y derechos. Espero verlo yo también».

190:2.6 (2032.4) David no tuvo que esperar mucho tiempo, pues la cuarta aparición de Jesús ante ojos mortales ocurrió poco antes de las dos en la misma casa de Marta y María. El Maestro se apareció de manera visible a su familia terrenal y los amigos de la familia, veinte personas en total. El Maestro apareció en la puerta trasera de la casa, que estaba abierta, y dijo: «La paz sea con vosotros. Saludos a los que estuvisteis cerca de mí en la carne y fraternidad para mis hermanos y hermanas en el reino de los cielos. ¿Cómo habéis podido dudar? ¿Por qué habéis tardado tanto en decidiros a seguir de todo corazón la luz de la verdad? Venid pues todos a la fraternidad del Espíritu de la Verdad en el reino del Padre». Y cuando empezaron a recuperarse de la impresión y a acercarse a él como para abrazarlo, desapareció de su vista.

190:2.7 (2032.5) Todos querían ir corriendo a la ciudad a contar lo que había ocurrido a los escépticos apóstoles, pero Santiago lo impidió. Solo permitió a María Magdalena volver a casa de José. Mientras hablaban en el jardín Jesús había dicho ciertas cosas que indujeron a Santiago a prohibir que se publicara esta visita en la morontia fuera de allí. Pero Santiago no reveló nunca nada más de su conversación con el Maestro resucitado en casa de Lázaro en Betania.

3. En casa de José

190:3.1 (2033.1) La quinta manifestación de Jesús en la morontia ante los ojos de los mortales ocurrió en presencia de unas veinticinco mujeres creyentes reunidas en casa de José de Arimatea hacia las cuatro y cuarto de la tarde de aquel mismo domingo. María Magdalena había vuelto a casa de José unos minutos antes de esta aparición. Aunque Santiago, el hermano de Jesús, había ordenado que no se dijera nada a los apóstoles sobre la aparición del Maestro en Betania, María estaba autorizada a informar de este acontecimiento a sus hermanas creyentes, así que les hizo prometer a todas que guardarían el secreto y les empezó a contar lo que acababa de ver en Betania con la familia de Jesús. Cuando estaba en medio de su apasionante relato, se hizo de pronto un silencio solemne y apareció entre ellas la forma claramente visible de Jesús resucitado que les dirigió estas palabras: «La paz sea con vosotras. En la fraternidad del reino no habrá ni judíos ni gentiles, ni ricos ni pobres, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres. Vosotras también estáis llamadas a divulgar la buena nueva de la liberación de la humanidad a través del evangelio de la filiación con Dios en el reino de los cielos. Id por todo el mundo proclamando este evangelio y confirmando la fe de los creyentes en él. Y mientras lo hacéis, no os olvidéis de atender a los enfermos y fortalecer a los que temen y a los que tiemblan. Estaré siempre con vosotras hasta los confines mismos de la tierra». Después de decir esto desapareció de su vista mientras las mujeres caían de bruces y adoraban en silencio.

190:3.2 (2033.2) De las cinco apariciones de Jesús en la morontia ocurridas hasta ese momento, María Magdalena había presenciado cuatro.

190:3.3 (2033.3) A raíz de la actuación de los mensajeros a media mañana y de algunas filtraciones involuntarias procedentes de casa de José sobre la aparición de Jesús, llegó a oídos de los dirigentes de los judíos que se había corrido por la ciudad que Jesús había resucitado y que muchos aseguraban haberlo visto. Estos rumores pusieron muy nerviosos a los miembros del Sanedrín. Tras una rápida consulta con Anás, Caifás convocó una reunión del Sanedrín para las ocho de la tarde, y en ella se tomó la decisión de expulsar de las sinagogas a toda persona que mencionara la resurrección de Jesús. Se sugirió incluso condenar a muerte a todo el que afirmara haberlo visto, pero no se llegó a votar esta propuesta porque la reunión se disolvió en medio de una confusión rayana en el pánico. Se habían atrevido a pensar que habían acabado con Jesús y ahora estaban a punto de descubrir que sus problemas reales con el hombre de Nazaret no hacían sino empezar.

4. La aparición a los griegos

190:4.1 (2033.4) Hacia las cuatro y media el Maestro hizo su sexta aparición en la morontia ante unos cuarenta creyentes griegos que estaban reunidos en casa de un tal Flavio con todas las puertas cerradas. Mientras comentaban las noticias de la resurrección, el Maestro se manifestó en medio de ellos y les dijo: «La paz sea con vosotros. Aunque el Hijo del Hombre apareció en la tierra entre los judíos, vino a aportar su ministerio a todos los hombres. En el reino de mi Padre no habrá ni judíos ni gentiles. Todos seréis hermanos, hijos de Dios. Id pues al mundo entero a proclamar este evangelio de salvación que habéis recibido de los embajadores del reino, y yo os recibiré en la comunión de la hermandad de los hijos del Padre por la fe y la verdad». Tras este encargo se despidió y no volvieron a verlo. Se quedaron en la casa toda la tarde, pues estaban demasiado sobrecogidos para atreverse a salir y ninguno durmió esa noche; se quedaron hablando sobre estas cosas con la esperanza de que el Maestro volviera a visitarlos. Entre estos griegos había muchos de los que estaban en Getsemaní cuando los soldados arrestaron a Jesús y Judas lo traicionó con un beso.

190:4.2 (2034.1) Los rumores de la resurrección de Jesús y las noticias de numerosas apariciones a sus seguidores se están difundiendo rápidamente y crece el nerviosismo en toda la ciudad. El Maestro se ha aparecido ya a su familia, a las mujeres y a los griegos, y dentro de poco se va a manifestar a los apóstoles. El Sanedrín no tardará en encarar los nuevos problemas que se ciernen inesperadamente sobre los dirigentes judíos. Jesús piensa mucho en sus apóstoles, pero antes de visitarlos quiere que pasen unas horas más de reflexión y meditación.

5. El encuentro en el camino con dos hermanos

190:5.1 (2034.2) Unos once kilómetros al oeste de Jerusalén vivían en Emaús dos hermanos pastores que habían pasado la semana de la Pascua en Jerusalén asistiendo a los sacrificios, las ceremonias y las fiestas. El mayor, Cleofás, creía parcialmente en Jesús o al menos había sido expulsado de la sinagoga. Su hermano Jacobo no era creyente pero estaba muy interesado por lo que había oído sobre las enseñanzas y las obras del Maestro.

190:5.2 (2034.3) Aquel domingo los dos hermanos volvían a Emaús por la calzada de Jerusalén, y hacia las cinco de la tarde habrían caminado ya unos cinco kilómetros. Iban hablando muy seriamente sobre Jesús, sus enseñanzas, sus obras y muy especialmente sobre los rumores de que su tumba estaba vacía y de que ciertas mujeres habían hablado con él. Cleofás estaba bastante dispuesto a creerse esas noticias, pero Jacobo insistía en que se trataba probablemente de un montaje. Mientras discutían así de camino a su casa, la manifestación de Jesús en la morontia, su séptima aparición, se puso a andar a su lado. Cleofás había oído mucho enseñar a Jesús y había comido con él varias veces en casas de creyentes de Jerusalén, pero no reconoció al Maestro, ni siquiera cuando les habló abiertamente.

190:5.3 (2034.4) Después de caminar con ellos un corto trecho, Jesús preguntó: «¿De qué hablabais con tanto interés cuando me acerqué a vosotros?». Ellos se pararon tristemente sorprendidos y Cleofás le dijo: «¿Eres tú el único visitante de Jerusalén que no sabes las cosas que han sucedido estos días?». Entonces el Maestro preguntó: «¿Qué cosas?». Cleofás respondió: «Si no te has enterado de esas cosas, eres el único de Jerusalén que no ha oído los rumores sobre Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obra y en palabra ante Dios y ante todo el pueblo. Los jefes de los sacerdotes y nuestros dirigentes lo entregaron a los romanos y exigieron que lo crucificaran. Muchos de nosotros esperábamos que fuera él quien liberara a Israel del yugo de los gentiles. Pero eso no es todo. Hace tres días que fue crucificado, y ciertas mujeres nos han sorprendido declarando que fueron a su tumba esta madrugada y la encontraron vacía. Estas mismas mujeres insisten en que han hablado con ese hombre y dicen que ha resucitado de entre los muertos. Y cuando las mujeres informaron de esto a los hombres, dos de sus apóstoles corrieron a la tumba y también la encontraron vacía». Aquí Jacobo interrumpió a su hermano para decir: «pero no vieron a Jesús».

190:5.4 (2035.1) Siguieron caminando y Jesús les dijo: «¡Cuán lentos sois para comprender la verdad! Si hablabais de las obras y enseñanzas de ese hombre quizá pueda yo iluminaros porque conozco bien esas enseñanzas. ¿No recordáis que ese Jesús enseñó siempre que su reino no era de este mundo y que todos los hombres, al ser hijos de Dios, encontrarían libertad e independencia en la alegría espiritual de la hermandad de servicio por amor en el nuevo reino de la verdad del amor del Padre celestial? ¿No recordáis que ese Hijo del Hombre proclamó la salvación de Dios para todos los hombres mientras atendía a enfermos y afligidos y liberaba a los que estaban encadenados por el miedo y esclavizados por el mal? ¿No sabéis que ese hombre de Nazaret dijo a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para ser entregado a sus enemigos que le darían muerte, y que resucitaría al tercer día? ¿No os han dicho todo esto? ¿Y no habéis leído nunca el pasaje de las Escrituras que habla sobre este día de salvación para judíos y gentiles donde se dice que en él todas las familias de la tierra serán benditas, que él escuchará el grito de los necesitados y salvará las almas de los pobres que lo buscan y que todas las naciones lo llamarán bendito? Que ese Libertador será como la sombra de una gran roca en una tierra agotada. Que alimentará al rebaño como un verdadero pastor y reunirá a las ovejas en sus brazos y las llevará tiernamente en su seno. Que abrirá los ojos de los ciegos de espíritu y sacará a los presos de la desesperación a la plena luz y a la libertad, que todos los que están en la oscuridad verán la gran luz de la salvación eterna. Que curará a los que tienen el corazón destrozado, proclamará la libertad a los cautivos del pecado y abrirá la prisión a los que están esclavizados por el miedo y encadenados por el mal. Que confortará a los afligidos y les concederá la alegría de la salvación en lugar de tristeza y pesadumbre. Que será el deseo de todas las naciones y la alegría perpetua de los que buscan la rectitud. Que ese Hijo de la verdad y la rectitud se alzará sobre el mundo con luz curativa y poder salvador e incluso que salvará a su pueblo de sus pecados, que buscará y salvará realmente a los que están perdidos. Que no destruirá a los débiles sino que dará la salvación a todos los que tienen hambre y sed de rectitud. Que los que creen en él tendrán la vida eterna. Que derramará su espíritu sobre toda carne y que este Espíritu de la Verdad será en cada creyente un pozo de agua que manará hasta la vida eterna. ¿No habéis comprendido la grandeza del evangelio del reino que este hombre os ha traído? ¿No os dais cuenta de la grandeza de la salvación que ha llegado a vosotros?».

190:5.5 (2035.2) Para entonces ya habían llegado a la aldea donde vivían estos hermanos. Desde que Jesús empezó a enseñarles por el camino, ninguno de los dos había dicho una palabra. Se pararon delante de su humilde morada, y cuando Jesús iba a despedirse de ellos para seguir por la carretera le insistieron en que entrara y se quedara con ellos porque era casi de noche. Al final Jesús accedió, y poco después de entrar en la casa se sentaron a comer. Le dieron el pan para que lo bendijera y cuando empezó a partirlo para dárselo a los hermanos, se les abrieron los ojos y Cleofás reconoció que su invitado era el propio Maestro. Pero cuando dijo: «Es el Maestro...», el Jesús de morontia desapareció de su vista.

190:5.6 (2036.1) Entonces se dijeron el uno al otro: «¡¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba por el camino y abría nuestro entendimiento a las enseñanzas de las Escrituras?!».

190:5.7 (2036.2) No perdieron tiempo en comer. Habían visto al Maestro de morontia y salieron corriendo de la casa para volver rápidamente a Jerusalén y difundir la buena nueva del Salvador resucitado.

190:5.8 (2036.3) Hacia las nueve de aquella noche, justo antes de que el Maestro se apareciera a los diez, los dos hermanos irrumpieron entusiasmados en la habitación de arriba donde estaban los apóstoles y declararon que habían visto a Jesús y hablado con él. Les contaron todo lo que Jesús había dicho y cómo no se habían dado cuenta de quién era hasta el momento de partir el pan.

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