Documento 182 - En Getsemaní

   
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El libro de Urantia

Documento 182

En Getsemaní

182:0.1 (1963.1) AQUEL JUEVES hacia a las diez de la noche Jesús volvió con los once apóstoles de la casa de Elías y María Marcos al campamento de Getsemaní. Desde el día que pasaron en las colinas Juan Marcos se había encargado de vigilar de cerca a Jesús. Como necesitaba dormir, aprovechó para descansar varias horas durante la reunión del Maestro con sus apóstoles en la habitación de arriba. Cuando oyó que bajaban las escaleras se levantó, se echó rápidamente una sábana por encima y los siguió por la ciudad. Luego cruzó el arroyo Cedrón y llegó detrás de ellos hasta su campamento particular colindante con el parque de Getsemaní. Juan Marcos estuvo tan cerca del Maestro esa noche y al día siguiente que lo presenció todo y pudo oír muchas cosas que el Maestro dijo entre ese momento y la hora de la crucifixión.

182:0.2 (1963.2) En el camino de vuelta al campamento los apóstoles empezaron a extrañarse por la prolongada ausencia de Judas; comentaron entre ellos la predicción del Maestro de que uno de ellos lo traicionaría y sospecharon por primera vez que algo pasaba con Judas Iscariote. Sus sospechas se agravaron cuando llegaron al campamento y vieron que no estaba allí. Entonces empezaron a hablar de él abiertamente. Todos asediaron a Andrés para saber qué había sido de Judas, pero su jefe se limitó a comentar: «No sé dónde estará Judas, pero me temo que nos ha abandonado».

1. La última oración en común

182:1.1 (1963.3) Poco después de llegar al campamento Jesús les dijo: «Amigos y hermanos, me queda muy poco tiempo de estar con vosotros y deseo que nos apartemos para rogar a nuestro Padre del cielo que nos dé fuerzas para sostenernos en esta hora y de aquí en adelante en toda la obra que tenemos que hacer en su nombre».

182:1.2 (1963.4) Dicho esto, Jesús subió con ellos un corto trecho por el Olivete hasta llegar a una amplia plataforma rocosa desde donde se divisaba todo Jerusalén. Allí les pidió que se arrodillaran sobre la roca plana formando un círculo a su alrededor como habían hecho el día de su ordenación y se quedó de pie en medio de ellos iluminado por la suave luz de la luna. Entonces levantó los ojos al cielo y oró:

182:1.3 (1963.5) «Padre, ha llegado mi hora; glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti. Sé que me has dado plena autoridad sobre todas las criaturas vivientes de mi dominio, y yo daré la vida eterna a todos los que se hagan hijos de Dios por la fe. La vida eterna es que mis criaturas te conozcan como el único Dios verdadero y Padre de todos, y que crean en aquel a quien tú enviaste al mundo. Padre, te he exaltado en la tierra y he cumplido la tarea que me encomendaste. Estoy a punto de terminar mi otorgamiento a los hijos de nuestra propia creación; solo me falta entregar mi vida en la carne. Y ahora glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenía contigo antes de que este mundo existiera, y recíbeme una vez más a tu diestra.

182:1.4 (1964.1) «Te he dado a conocer a los hombres que elegiste en el mundo y que me diste. Son tuyos porque toda vida está en tus manos. Tú me los diste, yo he vivido entre ellos enseñándoles el camino de la vida y ellos han creído. Estos hombres están aprendiendo que todo lo que tengo viene de ti y que la vida que vivo en la carne es para hacer que los mundos conozcan a mi Padre. La verdad que me has dado se la he revelado a ellos. Estos amigos y embajadores míos han querido sinceramente recibir tu palabra. Les he dicho que he salido de ti, que tú me enviaste a este mundo y que estoy a punto de volver a ti. Padre, te ruego por estos hombres elegidos y ruego por ellos no como rogaría por el mundo. Ruego por aquellos a quienes he seleccionado en el mundo para que me representen ante el mundo cuando haya vuelto a tu obra igual que yo te he representado en este mundo durante mi estancia en la carne. Estos hombres son míos, tú me los diste; pero todo lo mío es tuyo, y has hecho que todo lo que era tuyo sea ahora mío. Has sido exaltado en mí, y ahora ruego para que yo sea honrado en estos hombres. No puedo estar más tiempo en este mundo; estoy a punto de volver a la obra que me has encomendado. Tengo que dejar aquí a estos hombres para que nos representen y representen a nuestro reino entre los hombres. Padre, mantén leales a estos hombres cuando me preparo para abandonar mi vida en la carne. Ayuda a estos amigos míos para que sean uno en espíritu como nosotros somos uno. Mientras pude estar con ellos podía guiarlos y velar por ellos, pero ahora estoy a punto de irme. Quédate cerca de ellos, Padre, hasta que podamos enviar al nuevo maestro para que los consuele y fortalezca.

182:1.5 (1964.2) «Me diste doce hombres, y los he conservado a todos menos uno, el hijo de la venganza, que no ha querido seguir en comunión con nosotros. Estos hombres son débiles y frágiles pero sé que podemos confiar en ellos. Los he puesto a prueba; a mí me aman y a ti te veneran. Aunque tendrán que sufrir mucho por mí, deseo que estén también llenos de alegría en la seguridad de la filiación en el reino celestial. He dado a estos hombres tu palabra y les he enseñado la verdad. El mundo podrá odiarlos como me ha odiado a mí, pero no te pido que los saques del mundo sino que los guardes del mal del mundo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste a este mundo, yo estoy a punto de enviar a estos hombres al mundo. Por su bien he vivido entre los hombres, y he consagrado mi vida a tu servicio para inspirarlos a purificarse mediante la verdad que les he enseñado y el amor que les he revelado. Sé muy bien, Padre, que no necesito pedirte que veles por estos hermanos cuando yo me haya ido; sé que los amas como yo, pero lo hago para que ellos se den más cuenta de que el Padre ama a los hombres mortales igual que el Hijo los ama.

182:1.6 (1964.3) «Y ahora, Padre mío, quisiera rogarte no solo por estos once hombres, sino también por todos los demás que ya creen en el evangelio del reino o puedan creer más adelante gracias a la palabra de su futuro ministerio. Quiero que todos sean uno como tú y yo somos uno. Tú estás en mí y yo estoy en ti, y deseo que estos creyentes estén igualmente en nosotros; que nuestros dos espíritus moren dentro de ellos. Si mis hijos son uno como nosotros somos uno y si se aman los unos a los otros como yo los he amado, todos los hombres creerán que he salido de ti y estarán dispuestos a recibir la revelación de verdad y de gloria que he hecho para ellos. He revelado a estos creyentes la gloria que tú me has dado. Igual que tú has vivido conmigo en espíritu, yo he vivido con ellos en la carne. Igual que tú has sido uno conmigo, yo he sido uno con ellos, y el nuevo maestro será siempre uno con ellos y en ellos. He hecho todo esto para que mis hermanos en la carne puedan saber que el Padre los ama como los ama el Hijo, y que tú los amas como me amas a mí. Padre, trabaja conmigo para salvar a estos creyentes a fin de que dentro de poco puedan llegar a estar conmigo en la gloria y continúen luego hasta unirse contigo en el abrazo del Paraíso. A los que sirven conmigo en la humillación quisiera tenerlos conmigo en la gloria para que puedan ver todo lo que has puesto en mis manos como cosecha eterna de la siembra del tiempo en la similitud de la carne mortal. Anhelo mostrar a mis hermanos terrenales la gloria que tenía contigo antes de la fundación de este mundo. Este mundo sabe muy poco de ti, Padre justo, pero yo te conozco y he hecho que estos creyentes te conozcan, y ellos harán que otras generaciones conozcan tu nombre. Y ahora les prometo que tú estarás con ellos en el mundo como has estado conmigo. Que así sea.»

182:1.7 (1965.1) Los once permanecieron varios minutos arrodillados en círculo alrededor de Jesús. Luego se levantaron y volvieron en silencio al campamento cercano.

182:1.8 (1965.2) Jesús oró por la unidad entre sus seguidores, pero no quería uniformidad. El pecado crea un nivel muerto de inercia maligna, pero la rectitud alimenta el espíritu creativo de la experiencia individual en las realidades vivas de la verdad eterna y en la comunión progresiva de los espíritus divinos del Padre y el Hijo. En la comunión espiritual de un hijo creyente con el Padre divino no puede haber ninguna finalidad doctrinal ni superioridad sectaria derivada de la consciencia de grupo.

182:1.9 (1965.3) En esta última oración con sus apóstoles el Maestro se refirió al hecho de que había manifestado al mundo el nombre del Padre. Y esto fue exactamente lo que hizo al revelar a Dios a través de su vida perfeccionada en la carne. El Padre del cielo había intentado revelarse a Moisés, pero no pudo avanzar más allá de la afirmación «YO SOY». Y cuando se le instó a revelar más cosas de sí mismo, solo fue definido como «YO SOY el que SOY». Pero cuando Jesús terminó su vida en la tierra, el nombre del Padre había sido revelado de tal manera que el Maestro, que era el Padre encarnado, podía decir con verdad:

182:1.10 (1965.4) Yo soy el pan de vida.

182:1.11 (1965.5) Yo soy el agua viva.

182:1.12 (1965.6) Yo soy la luz del mundo.

182:1.13 (1965.7) Yo soy el deseo de todos los tiempos.

182:1.14 (1965.8) Yo soy la puerta abierta a la salvación eterna.

182:1.15 (1965.9) Yo soy la realidad de la vida sin fin.

182:1.16 (1965.10) Yo soy el buen pastor.

182:1.17 (1965.11) Yo soy la senda de la perfección infinita.

182:1.18 (1965.12) Yo soy la resurrección y la vida.

182:1.19 (1965.13) Yo soy el secreto de la supervivencia eterna.

182:1.20 (1965.14) Yo soy el camino, la verdad y la vida.

182:1.21 (1965.15) Yo soy el Padre infinito de mis hijos finitos.

182:1.22 (1965.16) Yo soy la verdadera vid, vosotros sois los sarmientos.

182:1.23 (1965.17) Yo soy la esperanza de todos los que conocen la verdad viva.

182:1.24 (1965.18) Yo soy el puente vivo que va de un mundo a otro.

182:1.25 (1965.19) Yo soy el enlace vivo entre el tiempo y la eternidad.

182:1.26 (1965.20) Jesús amplió así la revelación viva del nombre de Dios para todas las generaciones. De la misma manera que el amor divino revela la naturaleza de Dios, la verdad eterna desvela su nombre en proporciones cada vez mayores.

2. Las últimas horas antes de la traición

182:2.1 (1966.1) Cuando los apóstoles volvieron al campamento se quedaron profundamente consternados al ver que faltaba Judas y se pusieron a opinar acaloradamente sobre la traición de su compañero. Mientras tanto David Zebedeo y Juan Marcos se llevaron aparte a Jesús y le explicaron que habían estado observando a Judas durante varios días y sabían que tenía la intención de traicionarlo y entregarlo a sus enemigos. Jesús los escuchó pero se limitó a decir: «Amigos, nada le puede suceder al Hijo del Hombre si no es la voluntad del Padre del cielo. Que no se turbe vuestro corazón; todas las cosas obrarán juntas para la gloria de Dios y la salvación de los hombres».

182:2.2 (1966.2) La actitud alegre de Jesús se iba apagando. Con el paso de las horas se fue poniendo cada vez más serio, incluso triste. Los apóstoles estaban muy agitados y se resistían a meterse en sus tiendas aunque se lo pidiera el propio Maestro. Al volver de su conversación con David y Juan, Jesús dirigió sus últimas palabras a los once: «Amigos, id a descansar. Preparaos para el trabajo de mañana. Recordad que todos debemos someternos a la voluntad del Padre del cielo. Mi paz os dejo». Dicho esto les indicó por señas que entraran en sus tiendas. Mientras se retiraban llamó a Pedro, Santiago y Juan y les dijo: «Deseo que os quedéis conmigo un poco más».

182:2.3 (1966.3) Los apóstoles se quedaron dormidos solo porque estaban literalmente agotados. Habían dormido poco desde que llegaron a Jerusalén. Antes de separarse hacia sus respectivas tiendas, Simón Zelotes los llevó a todos a la suya, donde guardaba las espadas y otras armas, y proporcionó a cada uno su equipo de combate. Todos menos Natanael recibieron sus armas y se las ciñeron allí mismo. Natanael se negó a armarse diciendo: «Hermanos, el Maestro nos ha repetido muchas veces que su reino no es de este mundo y que sus discípulos no deben luchar con la espada para establecerlo. Yo creo en eso, y no creo que el Maestro necesite que usemos la espada en su defensa. Todos hemos visto su enorme poder y sabemos que podría defenderse de sus enemigos si quisiera. Si no quiere resistirse a sus enemigos debe ser porque con esa actitud intenta cumplir la voluntad de su Padre. Oraré, pero no empuñaré la espada». Cuando Andrés oyó lo que había dicho Natanael devolvió su espada a Simón Zelotes. Los otros nueve se fueron a dormir armados.

182:2.4 (1966.4) El resentimiento por la traición de Judas eclipsaba de momento todo lo demás en la mente de los apóstoles. El comentario que hizo el Maestro sobre Judas en la última oración les abrió los sus ojos al hecho de que los había abandonado.

182:2.5 (1966.5) Cuando los ocho apóstoles se metieron por fin en sus tiendas, y mientras Pedro, Santiago y Juan esperaban las órdenes del Maestro, Jesús llamó a David Zebedeo para decirle: «Tráeme a tu mensajero más fiel y veloz». David presentó al Maestro a un tal Jacobo que había sido en otro tiempo mensajero nocturno entre Jerusalén y Betsaida, y Jesús le dijo: «Ve a toda prisa a Filadelfia y di a Abner: ‘El Maestro te envía sus saludos de paz y dice que ha llegado la hora en que será entregado en manos de sus enemigos que lo matarán, pero se levantará de entre los muertos y pronto se te aparecerá antes de irse al Padre. Entonces te guiará hasta el momento en que venga el nuevo maestro a vivir en vuestros corazones’». Jesús hizo repetir a Jacobo este mensaje, y cuando estuvo satisfecho con el ensayo lo envió a su misión diciendo: «No temas a nadie esta noche, Jacobo, porque un mensajero invisible correrá a tu lado».

182:2.6 (1967.1) Jesús se volvió después hacia el jefe de los visitantes griegos acampados con ellos y le dijo: «Hermano, no te inquietes por lo que está a punto de ocurrir puesto que te lo he advertido de antemano. Matarán al Hijo del Hombre por instigación de sus enemigos, los jefes de los sacerdotes y los dirigentes de los judíos, pero resucitaré para estar con vosotros un poco de tiempo antes de ir al Padre. Y cuando hayas visto que sucede todo esto glorifica a Dios y fortalece a tus hermanos».

182:2.7 (1967.2) En circunstancias normales los apóstoles habrían dado personalmente las buenas noches al Maestro, pero estaban tan preocupados por la inesperada deserción de Judas y tan abrumados por la inusitada oración de despedida del Maestro que escucharon su saludo de adiós y se alejaron en silencio.

182:2.8 (1967.3) Sin embargo, justo antes de que Andrés se retirara aquella noche Jesús le dijo: «Andrés, haz lo que puedas por mantener juntos a tus hermanos hasta que yo vuelva a vosotros después de haber bebido esta copa. Fortalece a tus hermanos sabiendo que ya os lo he dicho todo. Que la paz sea contigo».

182:2.9 (1967.4) Ninguno de los apóstoles esperaba que ocurriera nada fuera de lo normal esa noche porque ya era muy tarde. Trataron de dormir para poder levantarse temprano preparados para lo peor. Pensaban que los jefes de los sacerdotes intentarían capturar a su Maestro por la mañana temprano, dado que el día de la preparación de la Pascua no se hacía ninguna actividad no religiosa después del mediodía. Solo David Zebedeo y Juan Marcos habían comprendido que los enemigos de Jesús llegarían con Judas esa misma noche.

182:2.10 (1967.5) David había decidido hacer guardia esa noche en el sendero de arriba que conducía a la calzada de Betania a Jerusalén mientras Juan Marcos vigilaba la calzada que subía del Cedrón a Getsemaní. Antes de dirigirse a su puesto de centinela voluntario, David se despidió de Jesús diciendo: «Maestro, he sido muy feliz trabajando junto a ti. Mis hermanos son tus apóstoles, pero yo he tenido la gran alegría de hacer las cosas menores como se deben hacer. Te echaré de menos con todo mi corazón cuando te hayas ido». Jesús le dijo: «David, hijo, los demás han hecho lo que se les mandó hacer, pero a ti te ha salido del corazón hacer este servicio y tu entrega no ha pasado desapercibida. Tú también servirás conmigo algún día en el reino eterno».

182:2.11 (1967.6) Antes de marcharse a vigilar el sendero de arriba, David dijo a Jesús: «Maestro, he mandado a buscar a tu familia, y un mensajero me ha dicho que están en Jericó esta noche. Llegarán aquí mañana por la mañana temprano porque hubiera sido peligroso que subieran de noche por ese camino de cabras». Jesús miró a David y solo dijo: «Que así sea, David».

182:2.12 (1967.7) Cuando David empezó a subir por el Olivete, Juan Marcos se puso a vigilar la calzada que bajaba hacia Jerusalén a lo largo del arroyo, y se habría quedado en su puesto de no haber sido por su gran deseo de estar cerca de Jesús y saber qué estaba pasando. Poco después de marcharse David, Juan Marcos observó que Jesús se retiraba con Pedro, Santiago y Juan a una hondonada cercana y se sintió tan dominado por una mezcla de devoción y curiosidad que abandonó su puesto de centinela y los siguió ocultándose entre los arbustos. Desde ahí pudo ver y oír todo lo que ocurrió durante ese último rato en el huerto justo antes de que aparecieran Judas y los guardias armados para apresar a Jesús.

182:2.13 (1968.1) Mientras pasaban estas cosas en el campamento del Maestro, Judas Iscariote conversaba con el capitán de los guardias del templo que tenía ya reunidos a sus hombres para ir a apresar a Jesús bajo la dirección del traidor.

3. A solas en Getsemaní

182:3.1 (1968.2) Cuando el campamento quedó en silencio Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan y subieron un corto trecho hasta una hondonada cercana donde solía ir con frecuencia a rezar y comulgar. Los tres apóstoles se dieron cuenta de que el Maestro estaba profundamente agobiado; no habían visto nunca a su Maestro tan triste y angustiado. Cuando llegaron al lugar de sus rezos, el Maestro les pidió a los tres que se sentaran a velar con él y se apartó de ellos como a un tiro de piedra. Entonces cayó sobre su rostro y oró diciendo: «Padre, he venido a este mundo a hacer tu voluntad y la he hecho. Sé que ha llegado la hora de entregar esta vida en la carne, y no me resistiré, pero quisiera saber si es tu voluntad que beba esta copa. Envíame la seguridad de que te complaceré en mi muerte como lo he hecho en mi vida».

182:3.2 (1968.3) Después de permanecer unos momentos en actitud de oración, el Maestro volvió hacia los tres apóstoles y los encontró profundamente dormidos, pues tenían los ojos cargados de sueño y no aguantaban despiertos. Jesús los despertó diciendo: «¡Qué!, ¿no podéis velar conmigo ni siquiera una hora? ¿No veis que mi alma está afligida hasta la muerte y que anhelo vuestra compañía?». Cuando los tres se hubieron despertado el Maestro volvió a apartarse solo y oró otra vez postrado en el suelo: «Padre, sé que puedes apartar de mí esta copa —para ti todas las cosas son posibles— pero he venido para hacer tu voluntad, y aunque esta copa es amarga la beberé si es tu voluntad». Tras esta oración, una ángel poderosa bajó junto a él y lo fortaleció con sus palabras y su contacto.

182:3.3 (1968.4) Cuando Jesús volvió hacia los tres apóstoles para hablar con ellos, estaban otra vez profundamente dormidos. Los despertó y les dijo: «En un momento como este necesito que veléis y oréis conmigo, y más necesitáis orar vosotros para no caer en la tentación. ¿Por qué os dormís cuando os dejo?».

182:3.4 (1968.5) Entonces el Maestro se retiró y oró por tercera vez: «Padre, ves a mis apóstoles dormidos; ten misericordia de ellos. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Y ahora, oh Padre, si esta copa no se puede apartar, la beberé. Que no se haga mi voluntad sino la tuya». Cuando hubo terminado de orar se quedó un momento postrado en el suelo. Luego se levantó y volvió a donde estaban sus apóstoles que se habían vuelto a dormir. Los observó con un gesto de piedad y dijo cariñosamente: «Dormid ya y descansad; ya pasó el momento de la decisión. Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será traicionado y puesto en manos de sus enemigos». Y mientras los sacudía para despertarlos dijo: «Levantaos, volvamos al campamento; mirad, está cerca el que me entrega y ha llegado la hora en que mi rebaño será dispersado. Pero ya os he hablado de esas cosas».

182:3.5 (1968.6) Los seguidores de Jesús tuvieron muchas pruebas de su naturaleza divina durante los años que vivió entre ellos, pero ahora están a punto de presenciar nuevas pruebas de su humanidad. Justo antes de la mayor revelación de su divinidad, su resurrección, se va a producir la mayor demostración de su naturaleza mortal, su humillación y crucifixión.

182:3.6 (1969.1) Cada vez que oró en el huerto su humanidad se fue aferrando más firmemente por la fe a su divinidad; su voluntad humana se fue unificando más plenamente con la voluntad divina de su Padre. Una de las cosas que le dijo la ángel poderosa fue que el Padre deseaba que su Hijo terminara su otorgamiento terrenal pasando por la experiencia de la muerte exactamente igual que todas las criaturas mortales tienen que experimentar su disolución material cuando pasan de la existencia en el tiempo a la progresión en la eternidad.

182:3.7 (1969.2) Unas horas antes no le había parecido tan difícil beber la copa, pero cuando el Jesús humano se despidió de sus apóstoles y los mandó a dormir, la prueba se le hizo más espantosa. Los sentimientos de Jesús experimentaron las fluctuaciones naturales que son comunes a toda experiencia humana, y en aquel momento estaba cansado por el trabajo, agotado por las largas horas de esfuerzo y dolorosa preocupación por la seguridad de sus apóstoles. Aunque ningún mortal puede atreverse a interpretar los pensamientos y sentimientos del Hijo encarnado de Dios en un momento como aquel, sabemos que sufrió una angustia extrema y sintió una indecible tristeza, pues corrían por su rostro grandes gotas de sudor. Se había convencido por fin de que el Padre tenía la intención de permitir que los acontecimientos naturales siguieran su curso y estaba plenamente decidido a no recurrir a su poder soberano como jefe supremo de un universo para salvarse.

182:3.8 (1969.3) Las huestes reunidas de una vasta creación planeaban sobre esa escena bajo el mando temporal conjunto de Gabriel y el Ajustador Personalizado de Jesús. Los jefes de división de esos ejércitos del cielo habían recibido repetidas instrucciones de no intervenir en estos sucesos de la tierra a no ser que se lo ordenara el propio Jesús.

182:3.9 (1969.4) La experiencia de separarse de los apóstoles fue muy dura para el corazón humano de Jesús; esta tristeza de amor pesaba sobre él y le hacía más difícil enfrentarse a una muerte como la que sabía muy bien que le esperaba. Se daba cuenta de lo débiles e ignorantes que eran sus apóstoles y le aterraba abandonarlos. Sabía que había llegado la hora de irse, pero su corazón humano ansiaba averiguar si no habría alguna vía legítima de escape de ese horrible trance de tristeza y sufrimiento. Y cuando no pudo encontrar esa escapatoria aceptó beber la copa. La mente divina de Miguel sabía que había hecho todo lo posible por los doce apóstoles, pero el corazón humano de Jesús hubiera querido hacer más por ellos antes de dejarlos solos en el mundo. Jesús tenía el corazón deshecho. Amaba sinceramente a sus hermanos; estaba aislado de su familia terrenal; uno de sus colaboradores elegidos lo estaba traicionando; el pueblo de su padre José lo había rechazado sellando así su fracaso como pueblo con una misión especial en la tierra. Su alma estaba atormentada por el amor frustrado y la misericordia rechazada. Era uno de esos momentos humanos espantosos en los que todo parece hundirse bajo una aplastante crueldad y una terrible agonía.

182:3.10 (1969.5) La humanidad de Jesús no era insensible a esta situación de soledad personal, de vergüenza pública y de fracaso aparente de su causa. Todos estos sentimientos pesaban sobre él con una fuerza indescriptible. En su gran tristeza se remontó a sus días de niño en Nazaret y a su primera labor en Galilea. En el momento de la gran prueba le vinieron a la mente muchas escenas agradables de su misión terrenal. Gracias a esos antiguos recuerdos de Nazaret, de Cafarnaúm, del monte Hermón y de las salidas y puestas de sol reflejadas en el mar de Galilea, logró sosegarse y fortalecer su corazón humano para el encuentro con el traidor que venía a delatarlo.

182:3.11 (1970.1) Antes de que Judas llegara con los soldados el Maestro había recuperado todo su aplomo habitual; el espíritu había triunfado sobre la carne; la fe se había impuesto sobre toda tendencia humana a temer y a dudar. Había pasado y superado de manera aceptable la prueba suprema de la plena realización de la naturaleza humana. Una vez más, el Hijo del Hombre se preparaba a hacer frente a sus enemigos con ecuanimidad y con total seguridad de que era invencible como hombre mortal dedicado sin reservas a hacer la voluntad de su Padre.

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