Documento 177 - El miércoles, día de descanso

   
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El libro de Urantia

Documento 177

El miércoles, día de descanso

177:0.1 (1920.1) CUANDO su tarea de enseñar a la gente se lo permitía, Jesús y sus apóstoles tenían la costumbre de tomar los miércoles como día de descanso. Aquel miércoles flotaba un ominoso silencio sobre el campamento cuando se sentaron a desayunar un poco más tarde de lo normal. Empezaron a comer casi sin pronunciar palabra hasta que Jesús les dijo: «Hoy quiero que descanséis. Dedicad tiempo a pensar sobre todo lo que ha ocurrido desde que llegamos a Jerusalén y a meditar sobre lo que ya os he explicado que está a punto de ocurrir. Aseguraos de que la verdad mora en vuestra vida y de que crecéis en gracia cada día».

177:0.2 (1920.2) Después del desayuno el Maestro informó a Andrés que pensaba ausentarse durante todo el día y propuso que los apóstoles hicieran lo que quisieran menos entrar en Jerusalén. No debían cruzar las puertas de la ciudad bajo ninguna circunstancia.

177:0.3 (1920.3) Cuando Jesús se estaba preparando para subir él solo a las colinas, David Zebedeo fue a decirle: «Maestro, sabes muy bien que los fariseos y los dirigentes están intentando acabar contigo. Es una locura que vayas solo a las colinas, así que voy a mandar que te acompañen tres hombres bien preparados para que nadie pueda hacerte daño». Jesús miró a los fornidos galileos armados hasta los dientes y dijo a David: «Tienes buena intención pero estás equivocado; no entiendes que el Hijo del Hombre no necesita que nadie lo defienda. Nadie me pondrá la mano encima hasta el momento en que esté preparado para entregar mi vida conforme a la voluntad de mi Padre. Estos hombres no me acompañarán. Quiero ir solo para poder estar en comunión con el Padre».

177:0.4 (1920.4) Ante esta respuesta David y sus guardias armados se retiraron. Cuando Jesús ya se estaba marchando solo, Juan Marcos se le acercó con una pequeña cesta de provisiones y comentó que si pensaba pasar todo el día fuera podría tener hambre. El Maestro le sonrió y extendió la mano para tomar la cesta.

1. Un día a solas con Dios

177:1.1 (1920.5) Cuando Jesús estaba a punto de quitarle la cesta de las manos, Juan se aventuró a decir: «Maestro, si dejas la cesta en el suelo para ponerte a orar podrías olvidarla y dejarla atrás. Además, si permites que te acompañe para llevar el almuerzo estarás más libre para adorar. Prometo estar callado, no haré preguntas y me quedaré con la cesta cuando te vayas a orar a solas».

177:1.2 (1920.6) Juan se atrevió a retener la cesta al decir esto, y su temeridad asombró a algunos de los presentes. Allí estaban los dos, Juan y Jesús, agarrados a la cesta. Al poco el Maestro la soltó y miró al muchacho diciendo: «Puesto que tanto deseas venir conmigo, no te será negado. Nos iremos juntos y pasaremos un buen día. Podrás hacerme cualquier pregunta que surja en tu corazón y nos confortaremos y consolaremos el uno al otro. Puedes empezar llevando tú el almuerzo, y cuando te canses yo te ayudaré. Sígueme».

177:1.3 (1921.1) Esa noche Jesús no volvió al campamento hasta después de la puesta del sol. El Maestro pasó su último día de tranquilidad en la tierra charlando con un joven hambriento de verdad y hablando con su Padre del Paraíso. Este acontecimiento es conocido en las alturas como «el día un joven pasó con Dios en las colinas». Este episodio ilustra para siempre la disposición del Creador a hermanarse con la criatura. Hasta un adolescente, si el deseo de su corazón es realmente supremo, puede atraer la atención del Dios de un universo y disfrutar del amor de su compañía, puede conocer de hecho el éxtasis inolvidable de estar a solas con Dios en las colinas durante todo un día. Aquel miércoles Juan Marcos vivió esta experiencia única en las colinas de Judea.

177:1.4 (1921.2) Jesús conversó mucho con Juan y le habló abiertamente sobre las cosas de este mundo y del siguiente. Juan dijo a Jesús que sentía mucho no haber tenido edad suficiente para ser uno de sus apóstoles y agradeció que le hubieran permitido seguir al grupo apostólico (salvo en el viaje a Fenicia) desde la primera vez que predicaron en el vado del Jordán cerca de Jericó. Jesús advirtió al muchacho que no se desanimara por los acontecimientos inminentes y le aseguró que se convertiría en un poderoso mensajero del reino.

177:1.5 (1921.3) Juan Marcos conservó siempre un emocionado recuerdo de aquel día con Jesús en las colinas, y no olvidaría nunca las últimas palabras que le dijo el Maestro cuando estaban a punto de volver al campamento de Getsemaní: «Bueno Juan, hemos tenido una buena conversación y ha sido un verdadero día de descanso, pero procura no contar a nadie las cosas que te he dicho». Juan Marcos no reveló nunca nada de lo que sucedió el día que pasó con Jesús en las colinas.

177:1.6 (1921.4) Durante las pocas horas que le quedaban a Jesús por vivir en la tierra, Juan Marcos nunca dejó que el Maestro estuviera mucho tiempo fuera de su vista. El muchacho estuvo siempre escondido cerca de él y solo durmió cuando Jesús dormía.

2. Los primeros años de vida en familia

177:2.1 (1921.5) El día que compartió con Juan Marcos, Jesús estuvo bastante tiempo comparando las experiencias de ambos como niños y como muchachos. Aunque los padres de Juan poseían más bienes terrenales que los de Jesús, las experiencias de su niñez habían sido muy parecidas. Jesús dijo muchas cosas que ayudaron a Juan a comprender mejor a sus padres y a otros miembros de su familia. Cuando el joven preguntó al Maestro cómo podía saber que él se iba a convertir en un «poderoso mensajero del reino», Jesús le dijo:

177:2.2 (1921.6) «Sé que serás leal al evangelio del reino porque puedo contar con la fe y el amor que tienes ahora, y estas cualidades son fruto de la formación que recibiste en tu casa desde pequeño. Eres el producto de una familia en la que los padres se tienen afecto sincero, por eso no has recibido un amor tan excesivo como para exaltar de forma perjudicial el concepto de tu propia importancia. Tampoco se ha visto distorsionada tu personalidad por las maniobras sin amor de unos padres enfrentados que rivalizan por ganarse la confianza y la lealtad del hijo. Tus padres han sabido darte el tipo de amor que genera una estimable confianza en uno mismo y fomenta sentimientos normales de seguridad. Además has sido afortunado porque tus padres, además de amarte, lo han hecho con sabiduría. Esta sabiduría les impidió darte la mayoría de los lujos y caprichos que la riqueza puede comprar. En vez de eso te mandaron a la escuela de la sinagoga con los demás chicos de tu barrio, y además te han permitido aprender a vivir en este mundo mediante tus propias experiencias. Cuando nosotros estábamos predicando en el Jordán, y los discípulos de Juan bautizaban, viniste un día con tu amigo Amós. Los dos queríais seguir con nosotros, así que volvisteis a Jerusalén para pedir autorización a vuestros padres. Tus padres te la dieron, y en cambio los de Amós no se lo permitieron; amaban tanto a su hijo que le negaron la experiencia bendita que tú has tenido y la misma que estás viviendo hoy. Amós podría haberse escapado de casa para unirse a nosotros, pero al hacerlo habría herido su amor y sacrificado su lealtad. Y aun en el caso de que esa fuera la decisión correcta, habría tenido que pagar un precio terrible por la experiencia, la independencia y la libertad. Los padres inteligentes como los tuyos procuran que sus hijos no tengan que herir el amor ni faltar a la lealtad para desarrollar su independencia y disfrutar de una libertad estimulante cuando llegan a tu edad.

177:2.3 (1922.1) «El amor, Juan, es la realidad suprema del universo cuando es otorgado por seres plenamente sabios, pero tal como se manifiesta en la experiencia de los padres mortales es un rasgo peligroso y a veces semiegoísta. Cuando te cases y tengas que educar a tus propios hijos asegúrate de que tu amor esté guiado por la inteligencia y asesorado por la sabiduría.

177:2.4 (1922.2) «Tu joven amigo Amós cree en este evangelio del reino tanto como tú, pero no puedo contar plenamente con él; no estoy seguro de lo que hará en los años venideros. Su familia no le dio el tipo de infancia que forma personas totalmente de fiar. Amós se parece demasiado a uno de los apóstoles, que no recibió una educación familiar normal, amorosa e inteligente. Toda tu vida futura será más feliz y digna de confianza porque pasaste tus ocho primeros años en un hogar normal y bien regulado. Posees un carácter fuerte y equilibrado porque creciste en una familia en la que prevalecía el amor y reinaba la sabiduría. Una formación así en la niñez crea un tipo de lealtad que me garantiza que perseverarás en el camino que has iniciado.»

177:2.5 (1922.3) Jesús y Juan estuvieron hablando más de una hora sobre la vida en familia. El Maestro siguió explicando a Juan que para formar sus primeros conceptos sobre todo lo intelectual, social, moral e incluso espiritual, un niño depende enteramente de sus padres y de la vida hogareña creada por ellos, puesto que la familia representa para el niño pequeño todo lo que puede conocer al principio de su vida sobre las relaciones tanto humanas como divinas. El niño ha de obtener sus primeras impresiones sobre el universo de los cuidados de su madre; depende por completo de su padre terrenal para hacerse sus primeras ideas sobre el Padre celestial. La vida mental y emocional de los primeros años, condicionada por las relaciones sociales y espirituales de la familia, determina si la vida posterior del niño será feliz o infeliz, fácil o difícil. Toda la vida de un ser humano en el más allá se verá enormemente influida por lo que suceda durante los primeros años de su existencia.

177:2.6 (1922.4) Creemos sinceramente que el evangelio de las enseñanzas de Jesús, fundamentado como está en la relación padre-hijo, no podrá tener aceptación mundial hasta el momento en que la vida en familia de los pueblos modernos civilizados contenga más amor y sabiduría. A pesar de que los padres del siglo veinte poseen muchos conocimientos y mayores verdades para mejorar y ennoblecer la vida hogareña, sigue siendo cierto que muy pocas familias modernas son tan buenas para educar a niños y niñas como la de Jesús en Galilea y la de Juan Marcos en Judea. Por otra parte, la aceptación del evangelio de Jesús traerá consigo una mejora inmediata de la vida en familia. El amor sabio de una familia y la entrega leal a la religión verdadera se potencian mutuamente. Una buena vida familiar realza la religión, y la religión auténtica glorifica siempre a la familia.

177:2.7 (1923.1) Es cierto que muchas restricciones reprobables y otras rémoras paralizantes de aquellos antiguos hogares judíos han sido prácticamente eliminadas de muchos hogares modernos mejor regulados. Existe sin duda más libertad espontánea y mucha más independencia personal, pero esta libertad no está refrenada por el amor, motivada por la lealtad ni dirigida por la disciplina inteligente de la sabiduría. Cuando enseñamos al niño a rezar «Padre nuestro que estás en los cielos», recae sobre todos los padres terrenales la enorme responsabilidad de vivir y de organizar sus familias de forma que la palabra padre quede dignamente atesorada en la mente y el corazón de todos los niños que están creciendo.

3. El día en el campamento

177:3.1 (1923.2) Los apóstoles pasaron la mayor parte de ese miércoles paseando por el monte Olivete y charlando con los discípulos que acampaban con ellos, pero al comienzo de la tarde empezaron a echar de menos a Jesús. A medida que pasaban las horas se fueron inquietando cada vez más por su seguridad; se sentían inexpresablemente solos sin él. Discutieron mucho durante todo el día sobre si no deberían haber impedido que el Maestro se fuera a las colinas acompañado únicamente por el chico de los recados. Aunque ninguno lo dijo en alto, todos menos Judas Iscariote hubieran querido estar en el lugar de Juan Marcos.

177:3.2 (1923.3) Hacia media tarde Natanael se dirigió a unos seis apóstoles y otros tantos discípulos para hablarles sobre el «Deseo supremo» y terminó así su discurso: «Lo que nos pasa a la mayoría de nosotros es que nos falta entusiasmo. No amamos al Maestro como él nos ama a nosotros. Si todos hubiéramos querido ir con él tanto como Juan Marcos, seguramente nos habría llevado a todos. Nos quedamos mirando mientras se acercaba al Maestro y le ofrecía la cesta, pero cuando el Maestro la agarró el chico no la soltó. De modo que el Maestro nos dejó a nosotros aquí y se fue a las colinas con la cesta y el chico incluido».

177:3.3 (1923.4) Hacia las cuatro unos mensajeros procedentes de Betsaida trajeron a David Zebedeo noticias de su madre y de la madre de Jesús. Unos días antes David había llegado a la conclusión de que los jefes de los sacerdotes y los dirigentes iban a matar a Jesús. David sabía que ya habían decidido acabar con el Maestro y estaba casi convencido de que Jesús ni ejercería su poder divino para salvarse ni permitiría que sus seguidores emplearan la fuerza para defenderlo. En cuanto llegó a estas conclusiones envió a un mensajero para urgir a su madre a que fuera cuanto antes a Jerusalén y llevara a María, la madre de Jesús, y a todos los miembros de su familia.

177:3.4 (1923.5) La madre de David hizo lo que le había pedido su hijo, y los mensajeros comunicaron a David que Salomé y toda la familia de Jesús habían salido ya para Jerusalén y llegarían al final del día siguiente o al otro por la mañana temprano. Como David había hecho esto por iniciativa propia, le pareció más prudente guardarse la información y no dijo a nadie que la familia de Jesús iba camino de Jerusalén.

177:3.5 (1924.1) Poco después del mediodía llegaron al campamento más de veinte de los griegos que se habían encontrado con Jesús y los doce en casa de José de Arimatea. Pedro y Juan estuvieron varias horas hablando con ellos. Estos griegos, o al menos algunos de ellos, tenían un buen conocimiento del reino porque habían sido instruidos por Rodan en Alejandría.

177:3.6 (1924.2) Cuando Jesús volvió aquella noche al campamento, estuvo conversando con los griegos. Le hubiera gustado ordenar a esos veinte griegos como lo había hecho con los setenta, y si no lo hizo fue porque sabía que eso habría molestado profundamente a sus apóstoles y a muchos de sus discípulos principales.

177:3.7 (1924.3) Mientras esto ocurría en el campamento, en Jerusalén los jefes de los sacerdotes y los ancianos se extrañaban de que Jesús no hubiera vuelto para arengar a las multitudes. Es verdad que la víspera había dicho al salir del templo: «Os dejo vuestra casa desolada», pero no podían comprender por qué renunciaba a la gran ventaja que había conseguido con la actitud favorable de las muchedumbres. Aunque ellos temían que pudiera levantar un tumulto entre el pueblo, las últimas palabras del Maestro a la multitud habían sido una exhortación a acatar, dentro de lo razonablemente posible, la autoridad de aquellos «que se sientan en la cátedra de Moisés». En cualquier caso, aquel día estuvieron muy ocupados preparándose para la Pascua a la vez que ponían a punto sus planes para destruir a Jesús.

177:3.8 (1924.4) Al campamento no iba mucha gente porque su ubicación era un secreto bien guardado por todos los que sabían que Jesús había decidido alojarse allí en vez de volver a Betania todas las noches.

4. Judas y los jefes de los sacerdotes

177:4.1 (1924.5) Poco después de que Jesús y Juan Marcos salieran del campamento, Judas Iscariote desapareció de entre sus hermanos y no volvió hasta el final de la tarde. Este apóstol descontento y confundido hizo caso omiso de la recomendación expresa de su Maestro de no entrar en Jerusalén y se dirigió a toda prisa a casa del sumo sacerdote Caifás donde estaba citado con los enemigos de Jesús. Se trataba de una reunión oficiosa del Sanedrín convocada para poco después de las diez de aquella mañana con el doble objetivo de estudiar las acusaciones que se iban a presentar contra Jesús y decidir el procedimiento a seguir para llevarlo ante las autoridades romanas a fin de obtener la necesaria confirmación civil de la sentencia de muerte que ya habían decretado.

177:4.2 (1924.6) El día anterior Judas había comunicado a algunos de sus parientes y a ciertos amigos saduceos de la familia de su padre que había llegado a la conclusión de que aunque Jesús era un soñador y un idealista bienintencionado, no era el esperado libertador de Israel. Judas declaró que le gustaría mucho encontrar una manera de retirarse dignamente de todo el movimiento. Sus amigos le halagaron los oídos diciendo que su retirada sería saludada como un gran acontecimiento por los dirigentes judíos y que le darían todo lo que quisiera. Le aseguraron que recibiría inmediatamente grandes honores del Sanedrín y que podría por fin borrar el estigma de su bienintencionada pero «desafortunada asociación con esos galileos incultos».

177:4.3 (1924.7) Judas no estaba nada convencido de que las formidables obras del Maestro fueran producto del poder del príncipe de los demonios, en cambio estaba totalmente seguro de que Jesús no utilizaría su poder para engrandecerse. Por fin había comprendido que Jesús se dejaría destruir por los dirigentes judíos y no podía soportar la humillación de ser identificado con un movimiento destinado al fracaso. Se negaba a considerar la idea de fracaso aparente. Conocía perfectamente el carácter recio de su Maestro y la agudeza de su mente majestuosa y misericordiosa, y sin embargo le causaba satisfacción coincidir, aunque fuera solo en parte, con uno de sus parientes que opinaba que Jesús, además de ser un fanático bienintencionado, no estaba del todo en sus cabales y había sido siempre una persona extraña e incomprendida.

177:4.4 (1925.1) Y entonces empezó a invadir a Judas un extraño resentimiento porque Jesús no le hubiera asignado nunca una posición de mayor honor. Había estimado siempre el honor de ser el tesorero apostólico, pero ahora empezaba a sentir que no era apreciado, que no se valoraban sus cualidades. De pronto le indignó que Pedro, Santiago y Juan hubieran sido honrados con una mayor cercanía a Jesús, y se dirigió a la casa del sumo sacerdote más impulsado por el afán de desquitarse de Pedro, Santiago y Juan que por ninguna idea de traicionar a Jesús. Por encima de todo lo demás, su mente consciente se vio dominada en ese momento por un nuevo propósito: quería honores para sí mismo, y si podía vengarse al mismo tiempo de los que habían contribuido a la mayor desilusión de su vida, mejor que mejor. Cayó en una terrible trama de confusión, desesperación, obstinación y orgullo. Y así, debe quedar claro que Judas no iba hacia la casa de Caifás para traicionar a Jesús por dinero.

177:4.5 (1925.2) Ya cerca de la casa de Caifás, Judas tomó la decisión definitiva de abandonar a Jesús y a sus compañeros apóstoles. Una vez resuelto a desertar de la causa del reino de los cielos, se propuso adjudicarse el máximo posible del honor y la gloria que había aspirado a alcanzar algún día la primera vez que se identificó con Jesús y su nuevo evangelio del reino. Todos los apóstoles tuvieron al principio la misma ambición que Judas, pero habían aprendido con el tiempo a admirar la verdad y amar a Jesús, por lo menos más que Judas.

177:4.6 (1925.3) El traidor fue presentado a Caifás y a los dirigentes judíos por su primo, que habló en su nombre. Explicó que Judas había descubierto su error de dejarse engañar por la sutil enseñanza de Jesús y deseaba renunciar de forma pública y oficial a su asociación con el galileo y recuperar al mismo tiempo la confianza y la fraternidad de sus hermanos judeos. El portavoz añadió que Judas reconocía la conveniencia de que Jesús fuera detenido para la paz de Israel, y como muestra de su arrepentimiento por haber tomado parte en un movimiento erróneo y prueba de la sinceridad de su retorno a las enseñanzas de Moisés, había venido a ofrecerse al Sanedrín para colaborar con el capitán encargado de arrestar a Jesús. De este modo podrían detenerlo discretamente sin riesgo de agitar a las multitudes y sin necesidad de aplazar su arresto hasta después de la Pascua.

177:4.7 (1925.4) Tras esta presentación de su primo, Judas se acercó al sumo sacerdote y dijo: «Haré todo lo que mi primo acaba de prometeros, ¿pero qué estáis dispuestos a darme por este servicio?». Judas no pareció notar la expresión de desdén, e incluso de asco, que cruzó el rostro del vanidoso y despiadado Caifás; el corazón de Judas estaba demasiado centrado en su propia gloria y en el ansia de satisfacer su propia exaltación.

177:4.8 (1926.1) Caifás bajó la vista hacia el traidor diciendo: «Judas, tú vete con el capitán de la guardia y ponte de acuerdo con él para traernos a tu Maestro esta noche o mañana por la noche, y cuando nos lo hayas entregado recibirás tu recompensa por ese servicio». Oído esto, Judas se fue a planear con el capitán de los guardias del templo la mejor manera de apresar a Jesús. Judas sabía que Jesús estaba fuera del campamento y no tenía ni idea de cuándo volvería aquella noche, así que acordaron arrestar a Jesús la noche siguiente (jueves) cuando el pueblo de Jerusalén y todos los peregrinos se hubieran retirado a descansar.

177:4.9 (1926.2) Judas volvió al campamento y se reunió con sus compañeros embriagado con sueños de gloria y grandeza que no había tenido desde hacía mucho tiempo. Se había enrolado con Jesús esperando convertirse algún día en un gran hombre del nuevo reino, y al final se había dado cuenta de que no habría ningún nuevo reino como el que él había previsto. Pero ahora se felicitaba por haber tenido la sagacidad de compensar la decepción de no encontrar gloria en un hipotético nuevo reino con el logro inmediato de honores y recompensas en el viejo orden de cosas. Creía que el viejo orden sobreviviría y estaba seguro de que acabaría con Jesús y todo lo que Jesús representaba. En la motivación última de su intención consciente, la traición de Judas a Jesús fue el acto cobarde de un desertor egoísta que solo pensaba en su seguridad y en su propia glorificación sin importarle las consecuencias de su conducta para su Maestro y sus antiguos compañeros.

177:4.10 (1926.3) Pero siempre había sido así. De forma deliberada, obstinada, egoísta y vengativa, Judas llevaba mucho tiempo cultivando conscientemente y albergando en su corazón estos deseos odiosos y malvados de venganza y deslealtad. Jesús amaba a Judas y confiaba en él igual que lo hacía con los demás apóstoles, pero Judas no supo corresponder a esta confianza con lealtad ni sentir a cambio un amor incondicional. ¡Y qué peligrosa puede llegar a ser la ambición cuando está ligada al egoísmo y tiene como motivación suprema oscuros deseos de venganza reprimidos durante largo tiempo! Qué demoledora es la decepción en la vida de las personas insensatas que, por fijar la vista en los atractivos borrosos y evanescentes del tiempo, se vuelven ciegas al logro más alto y más real de alcanzar para siempre los mundos eternos de los valores divinos y de las verdaderas realidades espirituales. Judas anhelaba mentalmente honores mundanos y llegó a amar este deseo con todo su corazón; los otros apóstoles anhelaban mentalmente los mismos honores mundanos, pero amaban a Jesús con el corazón y hacían todo lo posible por aprender a amar las verdades que él les enseñaba.

177:4.11 (1926.4) Judas no se daba cuenta en aquel momento de que llevaba criticando de forma subconsciente a Jesús desde la degollación de Juan el Bautista por Herodes. En el fondo de su corazón Judas siempre le reprochó que no salvara a Juan. No hay que olvidar que Judas había sido discípulo de Juan antes de seguir a Jesús. Toda la acumulación de ofensas humanas y amargas decepciones teñidas de odio que Judas conservaba en el alma estaba ya bien organizada en su mente subconsciente, lista para aflorar y devorarlo en cuanto se atreviera a separarse de la influencia protectora de sus hermanos y quedara expuesto a las burlas sutiles y las hábiles insinuaciones de los enemigos de Jesús. Cada vez que Judas daba rienda suelta a sus esperanzas y Jesús decía o hacía algo que las destrozaba, quedaba en el corazón de Judas una amarga cicatriz; y al multiplicarse las cicatrices, ese corazón herido repetidas veces acabó perdiendo todo afecto real por aquel que imponía esa desagradable experiencia a su personalidad bienintencionada pero cobarde y egocéntrica. Judas no se daba cuenta, pero era un cobarde. Por eso siempre interpretó como cobardía el hecho de que Jesús se negara tantas veces a acceder al poder y la gloria cuando parecía tenerlos al alcance de la mano. Y todo hombre mortal sabe muy bien que las decepciones, los celos y el sentimiento de agravio permanente pueden acabar transformando un amor que empezó siendo sincero en auténtico odio.

177:4.12 (1927.1) Por fin los jefes de los sacerdotes y los ancianos pudieron respirar tranquilos durante algunas horas. Ya no tendrían que arrestar a Jesús en público, y su alianza con el traidor les aseguraba que Jesús no escaparía de su jurisdicción como había hecho tantas veces en el pasado.

5. La última tertulia

177:5.1 (1927.2) Puesto que era miércoles, hubo tertulia en el campamento al anochecer. El Maestro se esforzó por levantar el ánimo de sus apóstoles, pero era prácticamente imposible. Todos empezaban a darse cuenta de que se avecinaban acontecimientos alarmantes y demoledores. Ni siquiera pudieron alegrarse cuando el Maestro les recordó los años llenos de acontecimientos de su cordial asociación. Jesús preguntó con mucho interés a todos los apóstoles por sus familias; luego se volvió hacia David Zebedeo y preguntó si alguien tenía noticias recientes de su madre, de su hermana pequeña o de otros miembros de su familia. David bajó los ojos y no se atrevió a contestar.

177:5.2 (1927.3) Durante esta velada Jesús advirtió a sus seguidores que desconfiaran de la adhesión de las masas. Recordó sus experiencias en Galilea cuando las grandes muchedumbres que los habían seguido a todas partes con entusiasmo se volvieron contra ellos con el mismo ardor y retomaron sus antiguas creencias y formas de vida. Y añadió: «Así que no os dejéis engañar por las grandes muchedumbres que nos escuchaban en el templo y parecían creer en nuestras enseñanzas. Esas multitudes oyen la verdad y creen en ella de forma superficial con la mente, pero pocos permiten que la palabra de la verdad penetre en su corazón con raíces vivas. A la hora de la adversidad no se puede contar con el apoyo de los que solo conocen el evangelio con la mente y no lo han experimentado en el corazón. Cuando los dirigentes de los judíos se pongan de acuerdo para destruir al Hijo del Hombre y golpeen todos a una, veréis que la multitud huye despavorida o se limita a observar muda y estupefacta cómo esos líderes ciegos y enloquecidos llevan a la muerte a los maestros de la verdad del evangelio. Y luego, cuando las persecuciones y las adversidades caigan sobre vosotros, algunos de los que creéis que aman la verdad se dispersarán e incluso renunciarán al evangelio y os abandonarán. Algunos que han estado muy cerca de nosotros ya han tomado la decisión de desertar. Hoy habéis descansado como preparación para lo que nos espera. Velad pues y orad para poder afrontar con fortaleza los próximos días».

177:5.3 (1927.4) Una tensión inexplicable se cernía sobre el campamento. Mensajeros silenciosos iban y venían, y solo se comunicaban con David Zebedeo. Antes del final de la velada algunos se enteraron de que Lázaro había huido precipitadamente de Betania. Juan Marcos guardaba un silencio inquietante a su vuelta al campamento, a pesar de haber pasado todo el día en compañía del Maestro. Todos los intentos de hacerle hablar llevaban a la conclusión de que Jesús le había dicho que no hablara.

177:5.4 (1928.1) Hasta el buen humor y la camaradería inusual del Maestro les daba miedo. Todos sentían la inminencia del terrible aislamiento que estaba a punto de aplastarlos y sumirlos en el terror. Sospechaban vagamente lo que venía y ninguno se sentía preparado para afrontar la prueba. El Maestro había estado fuera todo el día y lo habían echado muchísimo de menos.

177:5.5 (1928.2) Aquel miércoles por la noche la condición espiritual de los acampados tocó su punto más bajo hasta el momento mismo de la muerte del Maestro. Aunque el día siguiente los acercaba más al viernes trágico, esas horas de ansiedad fueron más llevaderas porque él estaba con ellos.

177:5.6 (1928.3) Jesús, sabiendo que esa sería la última noche que dormiría con la familia que había elegido en la tierra, los despidió así justo antes de la medianoche: «Id a dormir, hermanos, y que la paz sea con vosotros hasta que nos levantemos con el nuevo día, un día más para hacer la voluntad del Padre y sentir la alegría de saber que somos sus hijos».

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