Documento 173 - El lunes en Jerusalén

   
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El libro de Urantia

Documento 173

El lunes en Jerusalén

173:0.1 (1888.1) TAL COMO habían acordado, Jesús y los apóstoles se reunieron el lunes por la mañana temprano en la casa de Simón en Betania y después de una breve conversación, salieron hacia Jerusalén. Los doce caminaban hacia el templo en extraño silencio; no se habían recuperado de la experiencia del día anterior. Estaban expectantes, temerosos y profundamente afectados por cierto sentimiento de desapego que tenía su origen en el repentino cambio de táctica del Maestro unido a sus instrucciones de no impartir ningún tipo de enseñanza pública durante toda la semana de Pascua.

173:0.2 (1888.2) Bajaron el monte Olivete con Jesús en cabeza seguido de cerca por los apóstoles silenciosos y meditabundos. Todos menos Judas Iscariote se hacían la misma pregunta: ¿Qué hará el Maestro hoy? En cambio Judas se preguntaba: ¿Qué haré? ¿Seguir con Jesús y mis compañeros o irme? Y si me voy, ¿cómo romperé con ellos?

173:0.3 (1888.3) Alrededor de las nueve de esa hermosa mañana llegaron al templo. Fueron directamente al gran patio donde Jesús solía enseñar, y después de saludar a los creyentes que estaban esperando su llegada, Jesús se subió a una de las tribunas de enseñanza y empezó a dirigirse a la gente que se iba congregando. Los apóstoles se apartaron un poco para observar los acontecimientos.

1. La limpia del templo

173:1.1 (1888.4) Con el paso del tiempo se había desarrollado en el templo un enorme tráfico comercial asociado a los servicios y las ceremonias del culto. Estaba el negocio de suministrar animales adecuados para los diversos sacrificios. Aunque los fieles podían llevar su propio sacrificio, era condición indispensable que los animales estuvieran libres de toda «tacha» según los criterios de la ley levítica y su interpretación por los inspectores oficiales del templo. Muchos de los fieles habían sufrido la humillación de ver rechazado su animal, que ellos consideraban perfecto, por los examinadores del templo. Por eso se había generalizado la práctica de comprar los animales propiciatorios en el templo, y aunque había varios puestos donde se podían comprar en los alrededores del Olivete, se había puesto de moda comprarlos directamente en los corrales del templo. Esta costumbre de vender todo tipo de animales propiciatorios en los patios del templo había ido creciendo gradualmente y se había creado un importante comercio que generaba enormes beneficios. Una parte de estas ganancias se reservaba para el tesoro del templo, pero la mayor parte iba a parar indirectamente a las manos de las familias de los altos sacerdotes dirigentes.

173:1.2 (1888.5) Esta venta de animales en el templo prosperó porque cuando un fiel compraba uno de aquellos animales, aunque el precio fuera algo más alto, no tenía que pagar otros derechos y podía estar seguro de que su sacrificio no sería rechazado por imperfecciones reales o imaginarias del animal. En algunas ocasiones se aprovechaban de la gente corriente aplicando sobreprecios exorbitantes, sobre todo en las grandes fiestas nacionales. En una ocasión los codiciosos sacerdotes llegaron a exigir el equivalente al salario de una semana por un par de palomas que deberían haberse vendido a los pobres por unos pocos céntimos. Los «hijos de Anás» ya habían empezado a establecer sus bazares en los recintos del templo, y esos puestos de abastecimiento perduraron hasta que fueron finalmente derribados por las turbas tres años antes de la destrucción del propio templo.

173:1.3 (1889.1) Pero los patios del templo no eran profanados solo por el tráfico de animales propiciatorios y otras mercancías. Se había desarrollado por entonces un complejo sistema de intercambio bancario y comercial que operaba directamente dentro de los recintos del templo y tenía el siguiente origen: durante la dinastía de los Asmoneos los judíos acuñaron su propia moneda de plata, y se había instaurado la práctica de exigir que la cuota de medio siclo y todos los demás estipendios del templo se pagaran en esta moneda judía. Esta norma hizo necesaria la acreditación de cambistas con licencia para cambiar los muchos tipos de monedas que circulaban en Palestina y otras provincias del Imperio romano por el siclo ortodoxo de acuñación judía. El impuesto individual del templo, exigible a todos excepto mujeres, esclavos y menores, era de medio siclo, una moneda del tamaño aproximado de la de diez céntimos, pero de doble grosor. En tiempos de Jesús los sacerdotes estaban también exentos de pagar las cuotas del templo. Por consiguiente, entre los días 15 y 25 del mes anterior a la Pascua los cambistas acreditados instalaban sus puestos en las principales ciudades de Palestina para proporcionar al pueblo judío la moneda adecuada para pagar las cuotas del templo cuando llegaran a Jerusalén. Transcurridos estos diez días, los cambistas se trasladaban a Jerusalén donde montaban sus mesas de cambio en los patios del templo. Estaban autorizados a cobrar una comisión equivalente a tres o cuatro céntimos por el cambio de una moneda valorada en unos diez céntimos, y en el caso de monedas de más valor se les permitía duplicar la comisión. Estos banqueros del templo se lucraban además cambiando todo el dinero destinado a la compra de animales propiciatorios y al pago de votos y ofrendas.

173:1.4 (1889.2) El negocio de estos cambistas del templo no se limitaba a obtener beneficios por el cambio de los más de veinte tipos de monedas que los peregrinos visitantes llevaban periódicamente a Jerusalén, sino que se dedicaban también a todas las demás transacciones propias del negocio bancario. Tanto el tesoro del templo como sus dirigentes obtenían enormes beneficios de estas actividades comerciales. No era raro que la tesorería del templo superara los diez millones de dólares mientras la gente corriente languidecía en la pobreza y seguía pagando estas exacciones injustas.

173:1.5 (1889.3) Ese lunes por la mañana Jesús intentaba enseñar el evangelio del reino celestial en medio de esta ruidosa multitud de cambistas, comerciantes y vendedores de ganado. No era el único ofendido por esta profanación del templo; a la gente corriente, sobre todo a los visitantes judíos procedentes de provincias extranjeras, le disgustaba profundamente esta profanación especulativa de su templo nacional de culto. El propio Sanedrín celebraba por entonces sus reuniones regulares en una sala rodeada por toda esa algarabía de comercio y mercadeo.

173:1.6 (1890.1) Cuando Jesús estaba a punto de empezar su discurso dos incidentes atrajeron su atención. En el puesto de un cambista cercano estalló una acalorada y disputa con un judío de Alejandría sobre su comisión, mientras los mugidos de un centenar de bueyes trasladados de un corral a otro atronaban el ambiente. Jesús se detuvo a contemplar esta escena de comercio y confusión en pensativo silencio, al tiempo que observaba allí mismo cómo un galileo de pocas luces, un hombre con quien había hablado una vez en Irón, era zarandeado y ridiculizado por unos arrogantes judeos convencidos de su superioridad. Todo esto se combinó para producir en el alma de Jesús uno de sus extraños arrebatos periódicos de indignada emoción.

173:1.7 (1890.2) Al gran asombro de sus apóstoles, que se quedaron allí cerca sin participar en nada de lo que pasó luego, Jesús bajó de la tribuna de enseñanza, fue hacia el muchacho que conducía el ganado por el patio, le quitó el látigo de cuerdas y sacó rápidamente a los animales del templo. Pero esto no fue todo. Ante la mirada incrédula de las miles de personas reunidas en el patio del templo, se dirigió a majestuosas zancadas hacia el corral más alejado, abrió las puertas de cada uno de los establos y ahuyentó a los animales encerrados. Para entonces los peregrinos reunidos estaban ya electrizados, y avanzando hacia los bazares con estrepitoso griterío empezaron a volcar las mesas de los cambistas. En menos de cinco minutos todo comercio había sido barrido del templo. Cuando aparecieron los guardias romanos de la zona todo estaba tranquilo y el gentío había recuperado la calma. Jesús se volvió a subir a la tribuna de los oradores y dijo a la multitud: «Hoy habéis presenciado lo que está escrito en las Escrituras: ‘Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones'».

173:1.8 (1890.3) Antes de que pudiera decir una palabra más, la numerosa concurrencia estalló en hosannas de alabanza, y al poco salió del gentío un gran grupo de jóvenes para cantar himnos de gratitud por la expulsión del templo sagrado de los irreverentes y aprovechados mercaderes. Para entonces habían llegado algunos sacerdotes, y uno de ellos dijo a Jesús: «¿No oyes lo que dicen los hijos de los levitas?». El Maestro respondió: «¿No has leído nunca que ‘de la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza’?». Durante todo el resto del día, mientras Jesús enseñaba, guardianes puestos por la gente vigilaron todas las arcadas y no permitieron que nadie transportara ni siquiera una vasija vacía por los patios del templo.

173:1.9 (1890.4) Cuando los jefes de los sacerdotes y los escribas tuvieron noticia de lo ocurrido se quedaron anonadados. Cuanto más temían al Maestro, más decididos estaban a acabar con él, pero no sabían cómo hacerlo por miedo a las multitudes que habían apoyado tan abiertamente la expulsión de los especuladores. Durante todo ese día, un día de paz y calma en los patios del templo, el pueblo escuchó las enseñanzas de Jesús y estuvo literalmente colgado de sus palabras.

173:1.10 (1890.5) Esta sorprendente actuación de Jesús fue totalmente incomprensible para sus apóstoles. La repentina e inesperada reacción de su Maestro los dejó tan estupefactos que se quedaron todo el tiempo apiñados unos contra otros junto a la tribuna de los oradores sin levantar un dedo para contribuir a limpiar el templo. Si este espectacular suceso hubiera ocurrido el día anterior en el momento de la triunfante llegada de Jesús al templo tras la tumultuosa procesión por las puertas de la ciudad aclamado a gritos por la multitud, habrían estado dispuestos a ello, pero tal como ocurrió no estaban preparados para participar.

173:1.11 (1891.1) Esta limpia del templo pone de manifiesto la postura del Maestro frente a la comercialización de las prácticas de la religión, así como su rechazo a cualquier tipo de injusticia y especulación a costa de los pobres y los ignorantes. Este episodio demuestra también que Jesús no veía con buenos ojos la negativa a utilizar la fuerza para proteger a la mayoría de un grupo humano concreto contra las prácticas abusivas y esclavizantes de minorías injustas capaces de atrincherarse detrás del poder político, financiero o eclesiástico. No se debe permitir que hombres astutos, malvados e intrigantes se organicen para explotar y oprimir a los que, por idealismo, no están dispuestos a recurrir a la violencia para protegerse o para promover proyectos de vida dignos de alabanza.

2. El desafío a la autoridad del Maestro

173:2.1 (1891.2) La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén el domingo intimidó tanto a los líderes judíos que no se atrevieron a arrestarlo. El lunes la espectacular limpia del templo tuvo el mismo efecto de posponer la captura del Maestro. Día tras día los dirigentes de los judíos se ratificaban en su decisión de acabar con él, pero dos temores se conjugaron para retrasar la hora de asestar el golpe: los jefes de los sacerdotes y los escribas no querían apresar a Jesús en público porque temían que la multitud furiosa se volviera contra ellos, y les aterraba la idea de que los guardias romanos tuvieran que sofocar un alzamiento popular.

173:2.2 (1891.3) En la sesión del mediodía del Sanedrín se acordó por unanimidad acabar con Jesús cuanto antes —puesto que ningún amigo del Maestro asistió a esa reunión— aunque no pudieron ponerse de acuerdo sobre cuándo ni cómo detenerlo. Al final designaron a cinco grupos para que se mezclaran con la gente e intentaran tenderle trampas o desacreditarlo de cualquier otro modo ante los que escuchaban su instrucción. Y así, hacia las dos de la tarde, cuando Jesús acababa de empezar su discurso sobre «La libertad de la filiación», un grupo de estos ancianos de Israel se abrió paso hasta Jesús e interrumpió su discurso como tenían por costumbre para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio esa autoridad?».

173:2.3 (1891.4) Los dirigentes del templo y los funcionarios del Sanedrín judío estaban en su perfecto derecho de hacer esta pregunta a todo el que pretendiera enseñar y actuar de la manera extraordinaria que caracterizaba a Jesús, sobre todo a raíz de su última iniciativa de eliminar del templo toda actividad comercial. Esos mercaderes y cambistas operaban todos con licencia directa de los dirigentes supremos, y se daba por hecho que un porcentaje de sus ganancias iba directamente al tesoro del templo. No olvidéis que la autoridad era la consigna de toda la sociedad judía. Los profetas siempre provocaban problemas porque tenían la audacia de pretender enseñar sin autoridad, sin haber sido debidamente instruidos en las academias rabínicas y ordenados luego de forma regular por el Sanedrín. Enseñar en público sin esta autoridad solo se podía interpretar como un acto de atrevida ignorancia o de abierta rebelión. En aquella época solo el Sanedrín podía ordenar a un anciano o a un maestro, y esa ceremonia había de celebrarse en presencia de al menos tres personas que hubieran sido ordenadas previamente del mismo modo. Esta ordenación confería al maestro el título de «rabino» y lo cualificaba también para actuar como juez, «atando y desatando las cuestiones sometidas a su decisión».

173:2.4 (1892.1) Los dirigentes del templo se presentaron ante Jesús esa tarde para poner en entredicho no solo su enseñanza sino también sus actos. Jesús sabía muy bien que esos mismos hombres habían enseñado públicamente durante mucho tiempo que su autoridad para enseñar era satánica y que todas sus poderosas obras habían sido realizadas por el poder del príncipe de los demonios. Por eso el Maestro empezó por responder a la pregunta de los dirigentes con esta otra pregunta: «Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, yo también os diré con qué autoridad hago estas cosas. ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Recibió Juan su autoridad del cielo o de los hombres?».

173:2.5 (1892.2) Los interrogadores tuvieron que retirarse ante esta pregunta para acordar una respuesta entre ellos. Habían intentado poner a Jesús en un compromiso ante la multitud, y ahora eran ellos los que se mostraban confundidos ante todos los presentes en el patio del templo. Y quedaron claramente abochornados cuando tuvieron que volver ante Jesús con esta repuesta: «Sobre el bautismo de Juan no podemos contestar; no lo sabemos». Respondieron esto porque habían razonado así entre ellos: Si decimos que venía del cielo, dirá: ¿Por qué no creísteis en él?, e incluso podría decir que él ha recibido su autoridad de Juan; y si decimos que venía de los hombres, la multitud podría volverse contra nosotros porque casi todos piensan que Juan era un profeta. Y así se vieron obligados a reconocer ante Jesús y ante la gente que ellos, los maestros y líderes religiosos de Israel, no podían (o no querían) expresar una opinión sobre la misión de Juan. Entonces Jesús bajó la mirada hacia ellos y les dijo: «Yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas».

173:2.6 (1892.3) Jesús no tuvo nunca intención de recurrir a Juan para respaldar su autoridad. Juan no había sido ordenado nunca por el Sanedrín. La autoridad de Jesús estaba en sí mismo y en la supremacía eterna de su Padre.

173:2.7 (1892.4) Al emplear este método para tratar a sus adversarios, Jesús no pretendía esquivar la pregunta. Podría parecer a primera vista que había eludido magistralmente la cuestión, pero no fue así. Nunca estuvo en el ánimo de Jesús aprovecharse injustamente de nadie, ni siquiera de sus enemigos. Esta aparente evasiva dio en realidad a todos sus oyentes la respuesta a la pregunta de los fariseos sobre la autoridad que había detrás de su misión. Ellos habían afirmado que Jesús actuaba con la autoridad del príncipe de los demonios. Jesús había afirmado repetidamente que todas sus obras y enseñanzas las realizaba con el poder y la autoridad de su Padre del cielo. Los dirigentes judíos se negaban a aceptar esto y estaban tratando de acorralarlo para obligarle a reconocer que era un maestro irregular, puesto que no había sido sancionado nunca por el Sanedrín. Al contestarles como lo hizo, aunque no afirmó que su autoridad proviniera de Juan, hizo ver a la gente que la trampa que le habían tendido sus enemigos se volvía contra ellos y los desacreditaba ante los ojos de todos los presentes.

173:2.8 (1892.5) Este talento del Maestro para lidiar con sus adversarios era lo que tanto los asustaba. Aquel día ya no intentaron hacer más preguntas; se retiraron para seguir confabulando entre ellos. Pero la gente vio enseguida la malicia y la doblez que había en las preguntas de los dirigentes judíos. Ni siquiera el pueblo llano podía dejar de distinguir entre la majestad moral del Maestro y la insidiosa hipocresía de sus enemigos. Pero la limpia del templo había impulsado a los saduceos a unirse a los fariseos en el proyecto de acabar con Jesús. Y los saduceos ya eran la mayoría en el Sanedrín.

3. La parábola de los dos hijos

173:3.1 (1893.1) Mientras los fariseos discrepantes callaban ante él, Jesús bajó la mirada hacia ellos y les dijo: «Puesto que dudáis de la misión de Juan y os presentáis como enemigos de la enseñanza y las obras del Hijo del Hombre, escuchad esta parábola: Un gran terrateniente muy respetado tenía dos hijos y quería que sus hijos colaboraran en la gestión de sus vastas propiedades. Fue a ver a uno de ellos y le dijo: ‘Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña’. Este hijo atolondrado contestó a su padre: ‘No quiero’, pero luego se arrepintió y fue. El padre fue después a ver a su hijo mayor y le dijo también: ‘Hijo, ve a trabajar a mi viña’. Este hijo hipócrita y desleal contestó: ‘Sí, padre, ya voy’. Pero cuando se marchó su padre no fue. Y ahora yo os pregunto, ¿cuál de los dos hizo realmente la voluntad de su padre?».

173:3.2 (1893.2) La gente respondió al unísono: «El primero». Entonces dijo Jesús: «Así es; y ahora os declaro que los publicanos y las rameras, aunque parezca que rechazan la llamada al arrepentimiento, verán el error de su forma de vida y entrarán en el reino de Dios antes que vosotros, que hacéis mucha ostentación de servir al Padre del cielo mientras os negáis a hacer las obras del Padre. No fuisteis vosotros, los fariseos y los escribas, los que creísteis en Juan, sino los publicanos y los pecadores. Tampoco creéis en mi enseñanza, en cambio la gente corriente escucha mis palabras con alegría».

173:3.3 (1893.3) Jesús no despreciaba a los fariseos y saduceos como personas. Solo trataba de desacreditar sus prácticas y sus métodos de enseñanza. Él no sentía hostilidad hacia nadie, pero se estaba produciendo en aquel lugar la colisión inevitable entre una religión del espíritu viva y nueva, y la antigua religión de las ceremonias, la tradición y la autoridad.

173:3.4 (1893.4) Los doce apóstoles estuvieron todo el tiempo cerca del Maestro sin participar en ninguna de estas actuaciones. Cada uno de los doce reaccionaba a su manera personal ante los acontecimientos de aquellos últimos días del ministerio de Jesús en la carne, y todos obedecían al mandato del Maestro de no enseñar ni predicar en público durante esa semana de Pascua.

4. La parábola del hacendado ausente

173:4.1 (1893.5) Después de escuchar la parábola de los dos hijos, los jefes de los fariseos y los escribas que habían intentado comprometer a Jesús se retiraron en busca de asesoramiento. Entonces el Maestro se dirigió hacia la multitud de oyentes y les contó otra parábola:

173:4.2 (1893.6) «Había un hombre bueno que era propietario y plantó una viña. La cercó con un seto, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia para los guardas. Luego arrendó su viña a unos labradores y se fue a hacer un largo viaje a otro país. Llegado el tiempo de la cosecha, envió a sus siervos a los arrendatarios para percibir la renta, pero los arrendatarios se pusieron de acuerdo para atacar a estos siervos en vez de entregarles los frutos que debían a su señor; golpearon a uno, apedrearon a otro y despidieron a los demás con las manos vacías. Cuando el dueño se enteró de todo esto, envió a otros siervos de más confianza para ajustar cuentas con esos malvados arrendatarios, y ellos también fueron agredidos y tratados vergonzosamente. Entonces el dueño envió a su siervo predilecto, su administrador, y a este lo mataron. A pesar de ello, con gran paciencia y tolerancia, envió a muchos más siervos, pero ellos no quisieron recibir a ninguno; a unos los golpearon y a otros los mataron. Ante este comportamiento, el propietario decidió enviar a su hijo diciéndose: ‘Podrán maltratar a mis servidores, pero seguro que respetarán a mi amado hijo’. Cuando aquellos arrendatarios contumaces y malvados vieron al hijo, dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Ea, matémoslo y la herencia será nuestra’. Y entonces le echaron mano, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando el señor de esta viña tenga noticia de cómo han rechazado y matado a su hijo, ¿qué hará con esos arrendatarios perversos y desagradecidos?».

173:4.3 (1894.1) Después de escuchar esta parábola, la gente respondió a la pregunta de Jesús: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros labradores honrados que le paguen el fruto a su tiempo». Algunos de los oyentes comprendieron que esta parábola se refería a la nación judía, a su trato a los profetas y al inminente rechazo a Jesús y al evangelio del reino, y dijeron con pesar: «Dios nos libre de seguir haciendo semejantes cosas».

173:4.4 (1894.2) Jesús vio que un grupo de saduceos y fariseos se abría paso a través del gentío y se calló un momento hasta que se acercaron a él; entonces dijo: «Sabéis que vuestros padres rechazaron a los profetas, y bien sabéis que habéis decidido en vuestro corazón rechazar al Hijo del Hombre». Y clavando la mirada en los sacerdotes y los ancianos que estaban cerca de él, prosiguió: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras sobre la piedra que rechazaron los constructores y que se convirtió en la piedra angular cuando la gente la descubrió? Os advierto una vez más que si seguís rechazando este evangelio, el reino de Dios os será quitado y será dado a un pueblo deseoso de recibir la buena nueva y producir los frutos del espíritu. Hay un misterio en esta piedra, pues quien caiga sobre ella, aunque se haga pedazos, se salvará; pero aquel sobre quien caiga esta piedra será convertido en polvo y sus cenizas dispersadas a los cuatro vientos».

173:4.5 (1894.3) Los fariseos comprendieron al oír esto que Jesús se refería a ellos y a los demás líderes judíos y tuvieron grandes deseos de apresarlo allí mismo, pero temían a la multitud. Estaban tan furiosos por las palabras del Maestro que volvieron a reunirse para buscar la forma de acabar con él. Aquella noche los saduceos y los fariseos se pusieron de acuerdo para tenderle una trampa al día siguiente.

5. La parábola del banquete de boda

173:5.1 (1894.4) Cuando los escribas y los dirigentes se marcharon, Jesús se dirigió de nuevo a la multitud reunida y contó la parábola del banquete de boda:

173:5.2 (1894.5) «El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo un banquete de boda para su hijo y envió mensajeros a llamar así a los que habían sido invitados previamente a la fiesta: ‘Todo está preparado para la cena de boda en el palacio del rey’. Sin embargo, muchos de los que prometieron asistir en su día esta vez se negaron a ir. Cuando el rey oyó que rechazaban su invitación, envió a más siervos y mensajeros con estas palabras: ‘Decid que vengan todos los que estaban invitados, pues ved que mi cena está preparada. Mis bueyes y mis cebones ya han sido matados y todo está dispuesto para celebrar la próxima boda de mi hijo’. Pero aquellos invitados desconsiderados volvieron a desatender la llamada de su rey y se dedicaron a sus asuntos, uno a sus campos, otro a su alfarería y otro a sus negocios. Hubo otros que no se contentaron con despreciar así la llamada del rey sino que, en abierta rebeldía, atacaron a los mensajeros del rey, los maltrataron vergonzosamente e incluso mataron a algunos de ellos. Cuando el rey cayó en la cuenta de que sus convidados elegidos, incluso los que habían aceptado su invitación preliminar y prometido asistir al banquete de boda, habían rechazado definitivamente su llamada, se habían rebelado y habían agredido y asesinado a sus mensajeros elegidos, montó en cólera. Entonces este rey injuriado movilizó sus ejércitos y los ejércitos de sus aliados y les dio orden de acabar con aquellos rebeldes asesinos e incendiar su ciudad.

173:5.3 (1895.1) «Cuando hubo castigado a los que habían desdeñado su invitación, fijó un nuevo día para el banquete de boda y dijo a sus mensajeros: ‘Los primeros invitados a la boda no eran dignos; id pues ahora a los cruces de los caminos y a las carreteras, e incluso más allá de los límites de la ciudad, e invitad a todos los que encontréis, incluso a los extranjeros, a este banquete de boda’. Aquellos siervos salieron a las carreteras y a los lugares apartados y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, ricos y pobres, de modo que el salón de bodas se llenó por fin de invitados bien dispuestos. Cuando todo estuvo preparado el rey entró a ver a sus invitados y se sorprendió mucho al ver allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Como el rey había proporcionado generosamente ropa de boda a todos sus convidados, se dirigió a este hombre y le dijo: ‘Amigo, ¿cómo entras en mi sala de invitados para esta celebración sin ropa de boda?’. Y el hombre que no estaba preparado enmudeció. Entonces el rey dijo a sus siervos: ‘Echad de mi casa a este invitado desconsiderado para que corra la misma suerte que todos los otros que desdeñaron mi hospitalidad y rechazaron mi llamada. Solo quiero tener aquí a los que aceptan mi invitación llenos de alegría y me hacen el honor de llevar la ropa de gala que tan generosamente se ha proporcionado a todos’.»

173:5.4 (1895.2) Cuando terminó de contar esta parábola, Jesús estaba a punto de despedir a la multitud cuando un creyente simpatizante se abrió paso hasta él a través del gentío y le preguntó: «Pero, Maestro, ¿cómo nos enteraremos de estas cosas? ¿Cómo estaremos preparados para la invitación del rey? ¿Qué signo nos darás para que sepamos que eres el Hijo de Dios?». El Maestro respondió así a esta pregunta: «Solo se os dará un signo», y señalando a su propio cuerpo prosiguió: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Pero ellos no le entendieron y comentaban entre sí al marcharse: «Este templo lleva en construcción casi cincuenta años, y dice que lo destruirá y lo levantará en tres días». Ni siquiera sus propios apóstoles entendieron el significado de esta frase, pero después de su resurrección recordaron lo que había dicho.

173:5.5 (1895.3) Hacia las cuatro de esa tarde Jesús llamó por señas a sus apóstoles y les dijo que quería salir del templo y volver a Betania para cenar y pasar la noche. Mientras subían el Olivete pidió a Andrés, Felipe y Tomás que montaran al día siguiente un campamento más cerca de la ciudad para alojarse el resto de la semana de Pascua. Ellos siguieron las instrucciones de Jesús y a la mañana siguiente armaron sus tiendas en una quebrada de la ladera que dominaba el parque público de acampada de Getsemaní. Se instalaron en un terreno que pertenecía a Simón de Betania.

173:5.6 (1896.1) Una vez más, el grupo de judíos que subió por la ladera oeste del Olivete aquel lunes por la noche caminó en silencio. Los doce hombres empezaban a presentir más que nunca que algo trágico se avencinaba. Aunque la espectacular limpia del templo despertó por la mañana sus esperanzas de ver al Maestro imponerse y manifestar sus grandes poderes, los acontecimientos de la tarde fueron una constante desilusión, pues todos presagiaban que las autoridades judías rechazarían sin lugar a dudas las enseñanzas de Jesús. Los apóstoles estaban atenazados por la tensión y sumidos en una terrible incertidumbre. Se daban cuenta de que podría mediar muy poco tiempo entre los acontecimientos del día que terminaba y el estallido de una inminente fatalidad. Todos sentían que estaba a punto de ocurrir algo formidable, pero no sabían qué esperar. Se retiraron a sus respectivos cobijos para descansar pero durmieron muy poco. Incluso los gemelos Alfeo empezaban a comprender por fin que los acontecimientos de la vida del Maestro se dirigían rápidamente hacia su culminación final.

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