Documento 174 - El martes por la mañana en el templo

   
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El libro de Urantia

Documento 174

El martes por la mañana en el templo

174:0.1 (1897.1) ESE MARTES hacia las siete de la mañana Jesús se reunió en casa de Simón con los apóstoles, el cuerpo de mujeres y alrededor de veinticuatro discípulos destacados. En esta reunión se despidió de Lázaro y le aconsejó que huyera cuanto antes a Filadelfia en Perea, donde se unió más tarde al movimiento misionero que tenía su sede en esa ciudad. Jesús dijo también adiós al anciano Simón y dio sus consejos de despedida al cuerpo de mujeres. Fue la última vez que se dirigió a ellas de manera oficial.

174:0.2 (1897.2) Aquella mañana dedicó un saludo personal a cada uno de los doce. A Andrés le dijo: «No te dejes desanimar por las cosas que están a punto de ocurrir. Controla firmemente a tus hermanos y procura que no te vean abatido». A Pedro le dijo: «No pongas tu confianza en el vigor de tu brazo ni en las armas de acero. Asiéntate sobre los cimientos espirituales de las rocas eternas». A Santiago le dijo: «Que las apariencias externas no te hagan dudar. Mantente firme en tu fe y pronto conocerás la realidad de aquello en lo que crees». A Juan le dijo: «Sé amable; ama incluso a tus enemigos; sé tolerante. Y recuerda que te he confiado muchas cosas». A Natanael le dijo: «No juzgues por las apariencias; cuando todo parezca desvanecerse sigue firme en tu fe; sé fiel a tu misión de embajador del reino». A Felipe le dijo: «No te dejes afectar por los próximos acontecimientos. Aguanta impasible aunque no puedas ver el camino. Sé leal a tu juramento de consagración». A Mateo le dijo: «No olvides la misericordia que te recibió en el reino. No dejes que nadie te engañe y te prive de tu recompensa eterna. Igual que has resistido a las tendencias de la naturaleza humana, sé firme ahora». A Tomás le dijo: «Por muy difícil que sea, ahora es cuando tienes que guiarte por la fe y no por la vista. Nunca dudes que seré capaz de terminar la obra que he empezado y veré finalmente a todos mis fieles embajadores en el reino del más allá». A los gemelos Alfeo les dijo: «No dejéis que las cosas que no podéis entender os aplasten. Sed fieles a los afectos de vuestro corazón y no pongáis vuestra confianza ni en los grandes hombres ni en la actitud cambiante de la gente. Apoyad a vuestros hermanos». A Simón Zelotes le dijo: «Simón, puede que te aplaste la decepción, pero tu espíritu se elevará por encima de todo lo que pueda caer sobre ti. Lo que no hayas conseguido aprender de mí, mi espíritu te lo enseñará. Busca las verdaderas realidades del espíritu y deja de interesarte por las sombras irreales de lo material». Y a Judas Iscariote le dijo: «Judas, te he amado y he orado para que ames a tus hermanos. No te canses de hacer el bien. Te recomiendo que desconfíes de los senderos resbaladizos de la adulación y los dardos envenenados del ridículo».

174:0.3 (1897.3) Después de saludar así a todos sus apóstoles, Jesús salió hacia Jerusalén con Andrés, Pedro, Santiago y Juan. Los demás apóstoles se dedicaron a montar el campamento de Getsemaní donde iban a alojarse esa noche y durante el resto de la vida del Maestro en la carne. A mitad de la bajada del Olivete Jesús se paró a hablar durante más de una hora con los cuatro apóstoles.

1. El perdón divino

174:1.1 (1898.1) Pedro y Santiago interpretaban de forma diferente la enseñanza del Maestro sobre el perdón de los pecados, y después de comparar opiniones durante varios días habían acordado plantear el asunto a Jesús. A Pedro le pareció que ese era un buen momento para hacerlo, de modo que interrumpió la conversación cuando se hablaba de las diferencias entre la alabanza y la adoración, y preguntó: «Maestro, Santiago y yo no entendemos igual tus enseñanzas sobre el perdón de los pecados. Santiago dice que tú enseñas que el Padre nos perdona antes incluso de que se lo pidamos, pero yo pienso que antes del perdón tiene que haber arrepentimiento y confesión. ¿Quién tiene razón? ¿Qué dices tú?».

174:1.2 (1898.2) Después de un breve silencio Jesús lanzó una mirada significativa a los cuatro y contestó: «Hermanos, os equivocáis en vuestras opiniones porque no entendéis la naturaleza de las relaciones íntimas y amorosas entre la criatura y el Creador, entre el hombre y Dios. No lográis captar la compasión comprensiva de un padre sabio hacia su hijo inmaduro y a veces errado. Es muy poco probable que unos padres inteligentes y cariñosos se encuentren alguna vez en la situación de tener que perdonar a un hijo normal y corriente. Las relaciones comprensivas asociadas a las actitudes de amor impiden eficazmente que se produzcan todos esos distanciamientos que luego exigen el arrepentimiento del hijo y el perdón del padre para ser superados.

174:1.3 (1898.3) «Una parte de cada padre vive en el hijo. El padre goza de prioridad y superioridad de comprensión en todo lo referente a las relaciones entre padres e hijos. Los padres son capaces de ver la inmadurez del hijo a la luz de su madurez parental más avanzada, de la experiencia más madura que posee el compañero de más edad. En el caso del hijo terrenal y el Padre celestial, el progenitor divino posee una compasión infinita y divina y una capacidad infinita y divina de comprensión amorosa. El perdón divino es inevitable; es inherente a la comprensión infinita e inalienable de Dios, a su conocimiento perfecto de todo lo relacionado con el juicio erróneo y la elección equivocada del hijo. La justicia divina es tan eternamente equitativa que lleva en sí necesariamente una misericordia comprensiva.

174:1.4 (1898.4) «Cuando un hombre sensato comprende los impulsos interiores de sus semejantes llega a amarlos. Y cuando amáis a vuestro hermano ya lo habéis perdonado. Esta capacidad de comprender la naturaleza del hombre y perdonar sus aparentes ofensas es semejanza con Dios. Si sois padres sensatos esta será la forma en que amaréis y comprenderéis a vuestros hijos, e incluso los perdonaréis cuando parezca que los malentendidos pasajeros os han separado. El hijo es inmaduro y no alcanza a comprender bien la profundidad de la relación padre-hijo, por eso experimenta muchas veces un sentimiento de separación culpable cuando no tiene la plena aprobación de su padre; en cambio el verdadero padre nunca es consciente de ninguna de esas situaciones de separación. El pecado es una experiencia de la consciencia de la criatura; no forma parte de la consciencia de Dios.

174:1.5 (1898.5) «Vuestra incapacidad o falta de deseo de perdonar a vuestros semejantes es la medida de vuestra inmadurez, de vuestro fracaso en lograr la compasión, la comprensión y el amor del adulto. Guardáis rencores y alimentáis ideas de venganza en proporción directa a vuestra ignorancia de la naturaleza interior y de los verdaderos anhelos de vuestros hijos y de vuestros semejantes. El amor es la manifestación del impulso de vida interno y divino. Está fundado en la comprensión, alimentado por el servicio generoso y perfeccionado en la sabiduría.»

2. Las preguntas de los dirigentes judíos

174:2.1 (1899.1) El lunes por la noche se había reunido el Sanedrín con otros cincuenta líderes elegidos entre los escribas, los fariseos y los saduceos. En esta reunión se llegó a la conclusión de que sería peligroso arrestar a Jesús en público por el afecto que le tenía la gente común. Casi todos eran partidarios de concentrar sus esfuerzos en desacreditarlo a los ojos de la multitud antes de arrestarlo y llevarlo a juicio. Para ello designaron a varios grupos de hombres doctos que debían ir al templo la mañana siguiente a tenderle trampas con preguntas capciosas e intentar por todos los medios ponerlo en entredicho ante la gente. Al final los fariseos, los saduceos y hasta los herodianos se unieron todos en este esfuerzo por desacreditar a Jesús ante las multitudes pascuales.

174:2.2 (1899.2) El martes por la mañana en cuanto Jesús llegó al patio del templo y empezó a enseñar, fue interrumpido en su primera frase por un grupo de estudiantes de las academias. Estos estudiantes, elegidos entre los más jóvenes y debidamente aleccionados, avanzaron hacia él y le dijeron a través de su portavoz: «Maestro, sabemos que enseñas con rectitud y proclamas los caminos de la verdad, y que solo sirves a Dios, pues no temes a ningún hombre y no haces acepción de personas. Somos unos simples estudiantes que deseamos saber la verdad sobre una cuestión que nos preocupa; nuestro dilema es este: ¿Es lícito que paguemos tributo al césar? ¿Debemos pagarlo o no?». Conociendo su malicia y su hipocresía, Jesús les dijo: «¿Por qué venís a ponerme a prueba? Mostradme la moneda del tributo y os contestaré». Y cuando le trajeron un denario lo miró y preguntó: «¿De quién es la imagen y la inscripción que lleva esta moneda?». Ellos contestaron: «Del césar». Entonces Jesús les dijo: «Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios».

174:2.3 (1899.3) Tras esta respuesta los jóvenes escribas y sus cómplices herodianos se retiraron, y todos los presentes, incluso los saduceos, se alegraron de su fracaso. Los propios jóvenes que le habían tendido la trampa quedaron muy maravillados por la inesperada sagacidad de la respuesta del Maestro.

174:2.4 (1899.4) El día anterior los dirigentes habían intentado sin éxito hacer tropezar a Jesús ante la gente en cuestiones de autoridad eclesiástica, y ahora intentaban cazarlo en el vidrioso terreno de la autoridad civil. Tanto Pilatos como Herodes estaban en Jerusalén en aquel momento, y los enemigos de Jesús daban por hecho que si se atrevía a aconsejar que no se pagara el tributo al césar, podrían acudir inmediatamente a las autoridades romanas y acusarlo de sedición. Por otra parte calculaban con razón que si aconsejaba expresamente pagar el tributo, esa declaración heriría profundamente el orgullo nacional de sus oyentes judíos con la consiguiente pérdida de aprecio y cariño popular.

174:2.5 (1899.5) Estas tretas de los enemigos de Jesús se vieron frustradas porque una norma bien conocida del Sanedrín, pensada para guiar a los judíos dispersos por las naciones gentiles, establecía que el «derecho de acuñar moneda conlleva el derecho de recaudar impuestos». Jesús esquivó así la trampa. Haber contestado «no» a la pregunta se habría interpretado como incitar a la rebelión; haber contestado «sí» habría ultrajado los sentimientos nacionalistas profundamente arraigados de aquella época. El Maestro no eludió la pregunta, simplemente tuvo la inteligencia de dar una respuesta doble. Jesús no era nunca evasivo, pero siempre utilizó la inteligencia para afrontar a los que intentaban acosarlo y acabar con él.

3. Los saduceos y la resurrección

174:3.1 (1900.1) Antes de que Jesús pudiera empezar su enseñanza se adelantó otro grupo para hacerle preguntas, esta vez unos astutos y eruditos saduceos. Su portavoz se le acercó diciendo: «Maestro, Moisés dijo que si un hombre casado moría sin dejar hijos, su hermano tomaría a la esposa y engendraría descendencia para el hermano difunto. Pues bien, hubo un hombre que tenía seis hermanos y murió sin hijos; el segundo hermano tomó a su esposa pero pronto murió sin dejar hijos. El siguiente hermano tomó a la esposa y también murió sin descendencia, y así sucesivamente hasta que los seis hermanos se casaron con ella y los seis fallecieron sin dejar hijos. Al final murió la mujer después de todos ellos. Lo que queremos preguntarte es lo siguiente: en la resurrección, ¿de cuál de los siete será la esposa puesto que todos la tuvieron?».

174:3.2 (1900.2) Jesús sabía, y la gente también, que esos saduceos no eran sinceros al preguntar esto porque no era probable que ocurriera realmente un caso así; y además la costumbre de que los hermanos de un muerto trataran de engendrar hijos para él ya era prácticamente letra muerta entre los judíos de esa época. A pesar de ello condescendió a responder a su maliciosa pregunta, y lo hizo así: «Todos erráis al preguntar estas cosas porque no conocéis ni las Escrituras ni el poder vivo de Dios. Sabéis que los hijos de este mundo se casan y son dados en matrimonio, pero no parecéis comprender que los que son tenidos por dignos de alcanzar los mundos por venir mediante la resurrección de los justos ni se casan ni son dados en matrimonio. Los que experimentan la resurrección de entre los muertos son más como ángeles del cielo y ya no pueden morir. Estos resucitados son hijos de Dios eternamente. Son hijos de la luz resucitados para progresar en la vida eterna. Incluso vuestro padre Moisés comprendió esto cuando estaba frente a la zarza ardiente y oyó decir al Padre: ‘Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’. Y así, junto con Moisés yo declaro que mi Padre no es Dios de muertos, sino de vivos. En él todos vivís, os reproducís y poseéis vuestra existencia mortal».

174:3.3 (1900.3) Los saduceos se retiraron cuando Jesús terminó de responder a sus preguntas, y algunos de los fariseos se dejaron llevar hasta tal punto que exclamaron: «Es verdad, es verdad, Maestro, has contestado bien a esos saduceos incrédulos». Los saduceos no se atrevieron a preguntarle nada más, y la gente corriente se maravilló de la sabiduría de su enseñanza.

174:3.4 (1900.4) Jesús apeló solo a Moisés en su confrontración con los saduceos porque esta secta político-religiosa solo reconocía la validez de los llamados cinco libros de Moisés; no admitía las enseñanzas de los profetas como base para los dogmas doctrinales. El Maestro afirmó categóricamente en su respuesta la realidad de la supervivencia de las criaturas mortales mediante la resurrección, pero no dio su aprobación en ningún sentido a la creencia de los fariseos en la resurrección literal del cuerpo humano. Lo que Jesús quería poner de relieve era que el Padre había dicho: «Yo soy —y no yo era— el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob».

174:3.5 (1900.5) Los saduceos habían intentado desacreditar a Jesús a base de ponerlo en ridículo, pues sabían muy bien que cualquier ataque público contra él pondría a la gente más a su favor.

4. El gran mandamiento

174:4.1 (1901.1) Otro grupo de saduceos había recibido instrucciones de hacer a Jesús preguntas capciosas sobre las ángeles, pero al ver la suerte que corrieron sus colegas cuando intentaron ridiculizarlo con preguntas sobre la resurrección, tuvieron la prudencia de callarse y se retiraron sin preguntar nada. El plan acordado de antemano por la alianza de fariseos, escribas, saduceos y herodianos era pasarse todo el día acosando a Jesús con preguntas capciosas. Con ello pretendían desacreditar al Maestro ante la gente y a la vez quitarle tiempo para proclamar sus inquietantes enseñanzas.

174:4.2 (1901.2) Entonces se adelantó uno de los grupos de fariseos decididos a hostigarlo a preguntas. Su portavoz hizo una seña a Jesús y dijo: «Maestro, soy jurista y quisiera preguntarte: ¿En tu opinión, cuál es el mandamiento más grande?». Jesús respondió: «No hay más que un mandamiento, que es el mayor de todos, y ese mandamiento es: ‘Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es uno; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. Este es el primer gran mandamiento. Y el segundo mandamiento es como el primero; en verdad, brota directamente de él, y es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento mayor que estos; de estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas».

174:4.3 (1901.3) Como vio que Jesús no solo había contestado conforme al concepto más alto de la religión judía, sino que había contestado también sabiamente a los ojos de la multitud reunida, el jurista pensó que sería más conveniente elogiar la respuesta del Maestro. Por eso dijo: «Muy bien, Maestro, con verdad has dicho que Dios es uno y no hay otro fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y también amar al prójimo como a uno mismo, es el primer gran mandamiento. Y estamos de acuerdo en que este gran mandamiento tiene mucho más valor que todos los holocaustos y sacrificios». Y al ver que contestaba con tanta discreción, Jesús fijó los ojos en el jurista y le dijo: «Amigo, percibo que no estás lejos del reino de Dios».

174:4.4 (1901.4) Jesús tenía razón cuando dijo que este jurista no estaba «lejos del reino», pues aquella misma noche fue al campamento del Maestro, cerca de Getsemaní, profesó su fe en el evangelio del reino y fue bautizado por Josías, uno de los discípulos de Abner.

174:4.5 (1901.5) Había entre los presentes dos o tres grupos más de escribas y fariseos con intención de hacerle preguntas, pero se sintieron desarmados por la respuesta de Jesús al jurista o bien desanimados por la derrota de todos los que habían intentado tenderle trampas. Después de esto nadie se atrevió a hacerle más preguntas en público.

174:4.6 (1901.6) Como no había más preguntas y era ya cerca del mediodía, Jesús no reanudó su enseñanza sino que se limitó a preguntar a los fariseos y sus aliados: «Puesto que no hacéis más preguntas, yo os haré una: ¿Qué pensáis del Libertador? ¿De quién es hijo?». Tras una breve pausa uno de los escribas contestó: «El Mesías es hijo de David». Y sabiendo Jesús que había habido un gran debate, incluso entre sus propios discípulos, sobre si era o no hijo de David, hizo esta otra pregunta: «Si el Libertador es en verdad hijo de David, ¿cómo es que en el salmo que atribuís a David, él mismo dice hablando por el espíritu: ‘Dijo el Señor a mi señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como escabel bajo tus pies’? Si David lo llama Señor, ¿cómo puede ser su hijo?». Los dirigentes, los escribas y los jefes de los sacerdotes no respondieron a esta pregunta y renunciaron a hacerle más preguntas capciosas. Nunca respondieron a esta pregunta que Jesús les había hecho, aunque después de la muerte del Maestro intentaron salvar la dificultad cambiando la interpretación del salmo para que se refiriera a Abraham en lugar de al Mesías. Otros trataron de eludir el problema negando que David fuera el autor de este salmo llamado mesiánico.

174:4.7 (1902.1) Un poco antes los fariseos se habían divertido viendo cómo el Maestro hacía callar a los saduceos. Ahora eran los saduceos los que se alegraban del fracaso de los fariseos, aunque esta rivalidad fue solo momentánea y olvidaron rápidamente sus tradicionales diferencias en su esfuerzo conjunto por acabar con las obras y enseñanzas de Jesús. Por su parte, el pueblo llano escuchaba siempre con gusto al Maestro en estas ocasiones.

5. Los griegos deseosos de saber

174:5.1 (1902.2) Hacia el mediodía Felipe estaba comprando provisiones para el nuevo campamento que estaban montando cerca de Getsemaní, cuando fue abordado por una delegación de extranjeros, un grupo de creyentes griegos de Alejandría, Atenas y Roma. Su portavoz dijo al apóstol: «Señor, deseamos ver a Jesús, tu Maestro; los que te conocen nos han dicho que nos dirijamos a ti». Felipe se encontró desprevenido en la plaza del mercado frente a estos griegos eminentes e inquisitivos, y como Jesús había insistido tan expresamente a los doce en que no hicieran ninguna enseñanza pública durante la semana de Pascua, no supo qué hacer. El hecho de que aquellos hombres fueran gentiles extranjeros complicaba más las cosas; si hubieran sido judíos o gentiles conocidos de los alrededores, no habría dudado tanto. Al final decidió pedir a los griegos que se quedaran donde estaban y se marchó a toda prisa. Ellos supusieron que iba a buscar a Jesús, pero en realidad corrió a casa de José donde sabía que estaban almorzando Andrés y los demás apóstoles; llamó a Andrés para que saliera, le explicó el motivo de su venida y volvieron juntos al lugar donde esperaban los griegos.

174:5.2 (1902.3) Como Felipe casi había terminado de comprar las provisiones, volvió con Andrés y los griegos a casa de José donde los recibió Jesús. Se sentaron cerca de él mientras hablaba a sus apóstoles y a un grupo de discípulos destacados reunidos para este almuerzo. Jesús dijo:

174:5.3 (1902.4) «Mi Padre me envió a este mundo a revelar su amorosa benevolencia a los hijos de los hombres, pero aquellos a quienes primero he venido se han negado a recibirme. Es verdad que muchos de vosotros habéis creído en mi evangelio por vosotros mismos, pero los hijos de Abraham y sus dirigentes están a punto de rechazarme, y al hacerlo rechazarán a Aquel que me envió. He proclamado sin reservas el evangelio de la salvación a este pueblo; les he hablado de la filiación que conlleva alegría, libertad y una vida más abundante en el espíritu. Mi Padre ha hecho muchas obras maravillosas entre estos hijos de los hombres esclavos del miedo. Pero el profeta Isaías se refería en verdad a este pueblo cuando escribió: ‘Señor, ¿quién ha creído en nuestras enseñanzas? ¿Y a quién se ha revelado el Señor?’. Los líderes de mi pueblo han cegado deliberadamente sus ojos para no ver y han endurecido su corazón por miedo a creer y ser salvados. Todos estos años he intentado curarlos de su incredulidad para que pudieran recibir la salvación eterna del Padre. Sé que no todos me han fallado; algunos de vosotros habéis creído realmente en mi mensaje. En esta sala hay ahora una veintena de hombres que fueron en su día miembros del Sanedrín o que ocuparon puestos importantes en los consejos de la nación, aunque algunos no os atrevéis a confesar abiertamente la verdad por miedo a ser expulsados de la sinagoga. Algunos estáis tentados de amar más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. Pero me veo obligado a tener paciencia, pues temo incluso por la seguridad y la lealtad de algunos de los que han estado tanto tiempo cerca de mí y han vivido a mi lado.

174:5.4 (1903.1) «En esta sala de banquetes estáis reunidos judíos y gentiles casi a partes iguales. Quisiera dirigirme a vosotros como al primer y último grupo de este tipo que voy a instruir en los asuntos del reino antes de ir a mi Padre.»

174:5.5 (1903.2) Estos griegos habían estado asistiendo fielmente a las enseñanzas de Jesús en el templo. El lunes por la noche se habían reunido en casa de Nicodemo hasta el amanecer, y treinta de ellos habían elegido entrar en el reino.

174:5.6 (1903.3) Cuando Jesús estaba de pie ante ellos, percibió en aquel momento que se terminaba una dispensación y empezaba otra. Volviendo su atención hacia los griegos, el Maestro dijo:

174:5.7 (1903.4) «El que cree en este evangelio no cree solo en mí sino también en Aquel que me envió. Cuando me miráis a mí no veis solo al Hijo del Hombre sino también a Aquel que me envió. Yo soy la luz del mundo y el que crea en mi enseñanza no andará en tinieblas. Si vosotros, los gentiles, queréis escucharme, recibiréis las palabras de vida y entraréis inmediatamente en la gozosa libertad de la verdad de la filiación con Dios. Si mis compatriotas, los judíos, optan por rechazarme y negar mis enseñanzas, yo no los juzgaré, pues no he venido a juzgar el mundo sino a ofrecerle la salvación. Pero los que me rechacen y se nieguen a recibir mi enseñanza serán llevados a juicio a su debido tiempo por mi Padre y por los que han sido designados por él para juzgar a los que rechazan el regalo de la misericordia y las verdades de la salvación. Recordad todos que no hablo por mí mismo, sino que he proclamado fielmente lo que el Padre me ordenó revelar a los hijos de los hombres. Y estas palabras que el Padre me mandó decir al mundo son palabras de verdad divina, de misericordia perpetua y de vida eterna.

174:5.8 (1903.5) «Pero yo declaro tanto a los judíos como a los gentiles que está a punto de llegar la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado. Bien sabéis que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere en buena tierra, brota de nuevo a la vida y produce mucho fruto. El que ama egoístamente su vida corre el riesgo de perderla; pero el que está dispuesto a dar su vida por causa de mí y del evangelio gozará de una existencia más abundante en la tierra y de la vida eterna en el cielo. Si queréis seguirme de verdad, incluso después de que me haya ido al Padre, seréis mis discípulos y los servidores sinceros de vuestros semejantes.

174:5.9 (1903.6) «Sé que se acerca mi hora y estoy preocupado. Percibo que mi pueblo está decidido a rechazar el reino, pero me alegra recibir a estos gentiles que buscan la verdad y que han venido hoy aquí para preguntar por el camino de la luz. Sin embargo mi corazón se duele por mi pueblo y mi alma está angustiada por lo que me espera. ¿Qué puedo decir cuando miro hacia adelante y percibo lo que está a punto de sucederme? ¿Acaso diré: Padre, sálvame de esta espantosa hora? ¡No! Precisamente para eso vine al mundo y he llegado a esta hora. Diré más bien, y oraré para que os unáis a mí: Padre, glorifica tu nombre y que se haga tu voluntad.»

174:5.10 (1904.1) Cuando Jesús hubo dicho esto, el Ajustador Personalizado que había morado en él antes de su bautismo apareció ante él. Jesús hizo una pausa que todos notaron, y este espíritu ahora poderoso que representaba al Padre habló a Jesús de Nazaret diciendo: «He glorificado mi nombre muchas veces en tus otorgamientos, y lo glorificaré de nuevo».

174:5.11 (1904.2) Los judíos y gentiles allí reunidos no oyeron ninguna voz pero no pudieron dejar de percibir que el Maestro se había detenido en su discurso mientras le llegaba un mensaje de alguna fuente sobrehumana. Todos los asistentes comentaron entre ellos: «Una ángel le ha hablado».

174:5.12 (1904.3) Jesús prosiguió diciendo: «Todo esto no ha sucedido por causa mía, sino por causa de vosotros. Sé con certeza que el Padre me recibirá y aceptará mi misión en vuestro favor, pero es necesario que seáis alentados y preparados para la dura prueba que se avecina. Puedo aseguraros que la victoria acabará coronando nuestros esfuerzos unidos por iluminar el mundo y liberar a la humanidad. El antiguo orden de cosas se está presentando a juicio. He derrocado al Príncipe de este mundo, y todos los hombres llegarán a ser libres gracias a la luz del espíritu que derramaré sobre toda carne cuando haya ascendido a mi Padre del cielo.

174:5.13 (1904.4) «Y ahora os declaro que si soy levantado sobre la tierra y en vuestras vidas, atraeré a todos los hombres hacia mí y hacia la comunión de mi Padre. Habéis creído que el Libertador moraría en la tierra para siempre, pero yo declaro que el Hijo del Hombre será rechazado por los hombres y volverá al Padre. Dentro de poco ya no estaré con vosotros; la luz viviente estará poco tiempo en medio de esta generación ensombrecida. Caminad mientras tenéis esta luz para que no os sorprendan las tinieblas y la confusión que viene. El que camina en la oscuridad no sabe a dónde va, pero si elegís caminar en la luz todos os convertiréis en verdad en hijos liberados de Dios. Y ahora venid todos conmigo y volvamos al templo, pues voy a decir mis palabras de despedida a los jefes de los sacerdotes, a los escribas, a los fariseos, a los saduceos, a los herodianos y a los dirigentes de Israel sumidos en la ignorancia.»

174:5.14 (1904.5) Dicho esto, Jesús tomó el camino de vuelta al templo delante de ellos por las estrechas calles de Jerusalén. Acababan de oír decir al Maestro que iba a hacer su discurso de despedida en el templo, y lo siguieron en silencio y profunda meditación.

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