Documento 166 - La última visita al norte de Perea

   
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El libro de Urantia

Documento 166

La última visita al norte de Perea

166:0.1 (1825.1) DEL 11 al 20 de febrero Jesús y los doce recorrieron todas las ciudades y pueblos del norte de Perea donde estaban evangelizando los compañeros de Abner y los miembros del cuerpo de mujeres. Pudieron comprobar que estos mensajeros del evangelio estaban consiguiendo buenos resultados, y Jesús aprovechó para insistir una y otra vez a sus apóstoles en que el evangelio del reino se podía difundir sin necesidad de milagros ni prodigios.

166:0.2 (1825.2) Esta misión en Perea duró tres meses, fue todo un éxito y en ella intervinieron poco los doce apóstoles. A partir de entonces el mensaje del evangelio se centró más en las enseñanzas de Jesús que en su personalidad, pero sus seguidores no se atuvieron durante mucho tiempo a sus instrucciones. Poco después de la muerte y resurrección de Jesús se desviaron de sus enseñanzas y empezaron a construir la Iglesia primitiva en torno a conceptos milagrosos y recuerdos glorificados de su personalidad humano-divina.

1. Los fariseos de Ragaba

166:1.1 (1825.3) El sabbat del 18 de febrero Jesús estaba en Ragaba donde vivía un rico fariseo llamado Natanael. Sabiendo que un grupo de fariseos seguía a Jesús y a los doce por todo el país, Natanael organizó ese sabbat un desayuno para todos ellos, unos veinte, e invitó a Jesús como huésped de honor.

166:1.2 (1825.4) Cuando llegó Jesús a este desayuno la mayoría de los fariseos, junto con dos o tres juristas, estaban ya sentados a la mesa. El Maestro se sentó inmediatamente a la izquierda de Natanael sin ir a lavarse las manos en las jofainas. Muchos fariseos, sobre todo los que estaban a favor de las enseñanzas de Jesús, sabían que solo se lavaba las manos para asearse y que detestaba esas exhibiciones puramente ceremoniales, así que no les sorprendió que se sentara directamente a la mesa sin lavarse dos veces las manos. En cambio Natanael se escandalizó de que el Maestro no observara la estricta normativa farisea. Jesús tampoco se lavaba las manos después de cada plato como hacían los fariseos, ni al final de la comida.

166:1.3 (1825.5) Después de mucho cuchicheo entre Natanael y un fariseo hostil que estaba a su derecha y muchas muecas de asombro y desdén de los que estaban sentados frente al Maestro, Jesús terminó por decir: «Pensaba que me habíais invitado a esta casa para partir el pan con vosotros y tal vez para hacerme preguntas sobre la proclamación del nuevo evangelio del reino de Dios, pero veo que me habéis traído aquí para asistir a una exhibición de apego ceremonial a vuestra propia autocomplacencia. Ya habéis hecho vuestro alarde, ¿qué más tenéis que ofrecer a vuestro invitado de honor?».

166:1.4 (1826.1) Todos bajaron los ojos hacia la mesa al oír esto, y como nadie decía nada, Jesús prosiguió: «Muchos de vosotros, fariseos, estáis aquí conmigo como amigos, algunos sois incluso mis discípulos, pero la mayoría de los fariseos siguen negándose a ver la luz y a reconocer la verdad, a pesar de que se les ha presentado con gran poder la obra del evangelio. ¡Con cuánto cuidado limpiáis las copas y los platos por fuera, mientras tenéis contaminados y asquerosos los recipientes del alimento espiritual! Os esmeráis por mostraros santos y piadosos ante la gente, pero el interior de vuestra alma está lleno de hipocresía, codicia, extorsión y todo tipo de maldad espiritual. Vuestros líderes se atreven incluso a tramar y planear el asesinato del Hijo del Hombre. ¿No comprendéis, insensatos, que el Dios del cielo ve las motivaciones internas de vuestra alma igual que ve vuestras simulaciones externas y vuestras exhibiciones de piedad? No penséis que el hecho de dar limosnas y pagar los diezmos os limpiará de vuestra injusticia y os hará aparecer puros ante el Juez de todos los hombres. ¡Ay de vosotros, fariseos, que habéis insistido en rechazar la luz de vida! Pagáis el diezmo con exactitud y dais limosna con ostentación, pero desdeñáis a sabiendas la visitación de Dios y rechazáis la revelación de su amor. Aunque hacéis bien en atender a esos deberes menores, no deberíais haber desatendido estos otros requisitos más importantes. ¡Ay de todos aquellos que rehúyen la justicia, desdeñan la misericordia y rechazan la verdad! ¡Ay de todos aquellos que desprecian la revelación del Padre mientras buscan los asientos principales en la sinagoga y salen a recibir saludos aduladores en las plazas de los mercados!».

166:1.5 (1826.2) Cuando Jesús estaba a punto de marcharse, uno de los juristas sentados a la mesa le preguntó: «Pero Maestro, en algunas de tus declaraciones también nos haces reproches a nosotros. ¿No hay nada bueno en los escribas, los fariseos o los juristas?». Jesús se levantó y respondió al jurista: «Vosotros, como los fariseos, os deleitáis ocupando los mejores lugares en las fiestas y luciendo largas vestimentas mientras colocáis cargas duras de soportar sobre los hombros de la gente. Y cuando las almas de los hombres se tambalean bajo esas pesadas cargas no movéis ni un dedo para aliviarlas. ¡Ay de vosotros que os gloriáis de edificar tumbas en honor de los profetas a quienes mataron vuestros padres! Ahora demostráis que estáis de acuerdo con lo que hicieron vuestros padres puesto que planeáis matar a los que vienen a hacer hoy lo que hicieron los profetas en su día: proclamar la justicia de Dios y revelar la misericordia del Padre celestial. Pero de todas las generaciones pasadas, será a esta generación perversa e hipócrita a la que se le exigirá la sangre de los profetas y los apóstoles. ¡Ay de todos vosotros, juristas, que habéis arrebatado la llave del conocimiento a la gente común! Vosotros os negáis a tomar el camino de la verdad y pretendéis al mismo tiempo impedir el paso a todos los que intentan ir por ese camino. Pero no podéis cerrar así las puertas del reino de los cielos. Se las hemos abierto a todos los que tienen la fe de entrar, y estos portales de misericordia no podrán cerrarlos ni los prejuicios ni la arrogancia de falsos maestros y malos pastores que son como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera pero llenos por dentro de huesos de muertos y de toda inmundicia espiritual».

166:1.6 (1826.3) En cuanto Jesús terminó de hablar en la mesa de Natanael salió de la casa sin haber comido nada. Algunos de los fariseos que escucharon sus palabras creyeron en su enseñanza y entraron en el reino, pero fueron muchos más los que persistieron en el camino de la oscuridad, cada vez más decididos a esperar el momento de conseguir algunas palabras del Maestro que pudieran utilizar para llevarlo a juicio ante el Sanedrín de Jerusalén.

166:1.7 (1827.1) Los fariseos daban especial importancia a estas tres cosas:

166:1.8 (1827.2) 1. Pagar estrictamente el diezmo.

166:1.9 (1827.3) 2. Observar escrupulosamente las normas de purificación.

166:1.10 (1827.4) 3. Evitar asociarse con todo el que no fuera fariseo.

166:1.11 (1827.5) En esta ocasión Jesús intentó poner en evidencia la esterilidad espiritual de las dos primeras prácticas. En cuanto al rechazo de los fariseos al trato social con no fariseos, el Maestro reservó su reprimenda para más adelante, en otra comida con muchos de estos mismos comensales.

2. Los diez leprosos

166:2.1 (1827.6) Al día siguiente Jesús fue con los doce a Amatus, que estaba cerca de la frontera con Samaria. Al acercarse a la ciudad se encontraron con un grupo de diez leprosos que se habían instalado temporalmente cerca de ese lugar. Nueve de ellos eran judíos y uno samaritano. Normalmente esos judíos habrían evitado todo contacto o asociación con este samaritano, pero la desgracia que compartían era más que suficiente para superar todos los prejuicios religiosos. Habían oído hablar mucho de Jesús y de sus primeras curaciones milagrosas, y se habían enterado de que se le esperaba por las inmediaciones hacia esa hora porque los setenta tenían la costumbre de anunciar la llegada del Maestro cuando iba a visitarlos con los doce. Los diez leprosos se habían apostado a las afueras de la ciudad, donde esperaban atraer su atención y pedirle que los curara. Cuando vieron llegar a Jesús no se atrevieron a acercarse a él y le gritaron desde lejos: «Maestro, ten misericordia de nosotros; límpianos de nuestro padecimiento. Cúranos como has curado a otros».

166:2.2 (1827.7) Jesús acababa de explicar a los doce por qué los gentiles de Perea y los judíos menos ortodoxos estaban más dispuestos a creer en el evangelio predicado por los setenta que los judíos de Judea, más ortodoxos y más atados a la tradición. También les había recordado que su mensaje había sido mejor recibido por los galileos e incluso por los samaritanos, pero los doce apóstoles aún no estaban dispuestos a ver con buenos ojos a los samaritanos a los que habían despreciado durante tanto tiempo.

166:2.3 (1827.8) Por eso cuando Simón Zelotes vio que había un samaritano entre los leprosos intentó incitar al Maestro a pasar de largo hasta la ciudad sin perder ni un minuto en saludarlos. Pero Jesús dijo a Simón: «¿Y si el samaritano ama a Dios tanto como los judíos? ¿Vamos a juzgar a nuestros semejantes? ¿Quién sabe?, si curamos a estos diez hombres puede que el samaritano resulte ser más agradecido incluso que los judíos. ¿Tan seguro estás de tus opiniones, Simón?». Simón replicó: «Si los limpias, pronto lo sabrás». Y Jesús respondió: «Así será, Simón, y tú pronto sabrás la verdad sobre la gratitud de los hombres y el amor misericordioso de Dios».

166:2.4 (1827.9) Jesús llegó hasta los leprosos y les dijo: «Si queréis ser curados id a mostraros inmediatamente a los sacerdotes como manda la ley de Moisés». Y mientras iban quedaron limpios. El samaritano al verse curado dio la vuelta y fue en busca de Jesús glorificando a Dios en alta voz, y cuando hubo encontrado al Maestro cayó de rodillas a sus pies y le dio las gracias. Los otros nueve, los judíos, también se dieron cuenta de que habían sido curados, y aunque también estaban agradecidos, siguieron su camino para mostrarse ante los sacerdotes.

166:2.5 (1828.1) Mientras el samaritano permanecía arrodillado a los pies de Jesús, el Maestro paseó la mirada sobre los doce, en especial sobre Simón Zelotes, y dijo: «¿No fueron diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve, los judíos? No ha vuelto ninguno para dar gloria a Dios salvo este extranjero». Luego le dijo al samaritano: «Levántate y vete; tu fe te ha sanado».

166:2.6 (1828.2) Jesús miró de nuevo a sus apóstoles mientras el extranjero se alejaba, y todos los apóstoles miraron a Jesús menos Simón Zelotes que bajaba los ojos. Ninguno de los doce dijo una palabra. Tampoco Jesús habló; no era necesario que lo hiciera.

166:2.7 (1828.3) Aunque los diez hombres creían que tenían la lepra, solo cuatro eran leprosos. Los otros seis fueron curados de una enfermedad de la piel que se había confundido con la lepra. Pero el samaritano tenía realmente la lepra.

166:2.8 (1828.4) Jesús ordenó a los doce que no dijeran nada sobre la curación de los leprosos, y cuando entraban en Amatus comentó: «Ya veis cómo los hijos de la casa, aunque no acaten la voluntad de su Padre, dan por sentadas sus bendiciones y no ven la necesidad de dar las gracias cuando el Padre les otorga la curación. En cambio los extranjeros se llenan de admiración cuando reciben los regalos del dueño de la casa y se sienten obligados a dar gracias en reconocimiento por las cosas buenas que les han sido otorgadas». Los apóstoles siguieron callados, sin responder nada a las palabras del Maestro.

3. El sermón en Gerasa

166:3.1 (1828.5) Cuando Jesús y los doce conversaban con los mensajeros del reino en Gerasa, uno de los fariseos que creían en él hizo esta pregunta: «Señor, ¿serán pocos o muchos los que se salven realmente?». Y Jesús le contestó:

166:3.2 (1828.6) «Os han enseñado que solo los hijos de Abraham se salvarán y que solo los gentiles de adopción pueden esperar la salvación. Dicen las Escrituras que de toda la multitud que salió de Egipto solo Caleb y Josué llegaron a entrar en la tierra prometida, por eso algunos de vosotros habéis llegado a la conclusión de que solo unos pocos de los que buscan el reino de los cielos podrán entrar en él.

166:3.3 (1828.7) «Decís muchas veces con verdad que el camino que conduce a la vida eterna es estrecho y recto, que la puerta de entrada también es estrecha, de modo que pocos de los que buscan la salvación consiguen pasar por esa puerta. Tenéis también una enseñanza que dice que el camino que conduce a la destrucción es amplio, que la entrada es ancha y que hay muchos que eligen seguir este camino. Estos dichos no carecen de sentido, pero yo declaro que la salvación es ante todo fruto de una elección personal. Aunque la puerta del camino de la vida sea estrecha, es lo bastante ancha como para admitir a todos los que intentan entrar sinceramente. Y el Hijo nunca negará la entrada a ningún hijo del universo que busque, por la fe, encontrar al Padre a través del Hijo.

166:3.4 (1829.1) «Pero he aquí el peligro para todos los que quisieran aplazar su entrada en el reino mientras siguen persiguiendo los placeres de la inmadurez y entregándose a las satisfacciones del egoísmo. Después de haberse negado a entrar en el reino como experiencia espiritual, puede que intenten entrar en él más tarde cuando la gloria del mejor camino sea revelada en la edad por venir. A aquellos egoístas que desdeñaron el reino cuando yo vine a imagen y semejanza de la humanidad y quieran entrar en él cuando se revele a imagen y semejanza de la divinidad, yo les diré: No sé de dónde sois. Tuvisteis vuestra oportunidad de prepararos para esta ciudadanía celestial, pero os negasteis a aceptar todas las ofertas de misericordia. Rechazasteis todas las invitaciones a entrar cuando la puerta estaba abierta, y ahora la puerta está cerrada a los que habéis rechazado la salvación. Esta puerta no está abierta a los que buscan entrar en el reino para su propia gloria. La salvación no es para los que no quieren pagar el precio de dedicarse sin reservas a hacer la voluntad de mi Padre. Cuando habéis vuelto la espalda al reino del Padre en alma y en espíritu, es inútil que permanezcáis ante esta puerta en mente y cuerpo y llaméis diciendo: ‘Señor, ábrenos; nosotros también queremos ser grandes en el reino’. Entonces declararé que no sois de mi redil. No os recibiré para incluiros entre los que han librado el buen combate de la fe y han ganado la recompensa del servicio desinteresado al reino en la tierra. Y cuando digáis: ‘¿No comimos y bebimos contigo, y no enseñaste en nuestras calles?’, yo volveré a declarar que sois extranjeros espirituales, que no hemos servido juntos en el ministerio de misericordia del Padre en la tierra, que no os conozco. Y entonces el Juez de toda la tierra os dirá: ‘Apartaos de nosotros todos los que os habéis gozado en las obras de la iniquidad’.

166:3.5 (1829.2) «Pero no temáis, todo el que desee sinceramente entrar en el reino de Dios y encontrar la vida eterna encontrará en verdad la salvación sempiterna. Y vosotros, los que rechazáis esta salvación, veréis algún día a los profetas de la semilla de Abraham sentarse con los creyentes de las naciones gentiles en este reino glorificado para compartir el pan de vida y refrescarse con el agua de vida. Los que ocupen así el reino con poder espiritual mediante los asaltos perseverantes de la fe viva vendrán del norte y del sur, del este y del oeste. Y he aquí que muchos de los que están los primeros serán los últimos, y los que están los últimos serán muchas veces los primeros.»

166:3.6 (1829.3) Esta fue una versión realmente nueva e insólita de la vieja y conocida imagen del camino estrecho y recto.

166:3.7 (1829.4) Los apóstoles y muchos discípulos estaban aprendiendo poco a poco el significado de la declaración inicial de Jesús: «Si no nacéis de nuevo, si no nacéis del espíritu, no podréis entrar en el reino de Dios». Sin embargo, para todos los hombres de fe sincera y corazón honrado las palabras siguientes son eterna verdad: «Ved que yo estoy ante la puerta del corazón de los hombres y llamo, y si alguno me abre entraré y cenaré con él y lo alimentaré con el pan de vida, seremos uno en espíritu y en propósito, y así seremos siempre hermanos en la larga y fecunda tarea de buscar al Padre del Paraíso». Por eso el que muchos o pocos se salven dependerá enteramente de que muchos o pocos respondan a esta invitación: «Yo soy la puerta, soy el nuevo camino vivo, y todo el que quiera puede entrar para embarcarse en la búsqueda sin fin de la verdad para toda la vida eterna».

166:3.8 (1829.5) Incluso los apóstoles fueron incapaces de captar plenamente su enseñanza sobre la necesidad de utilizar la fuerza espiritual para derribar todas las resistencias materiales y superar todos los obstáculos terrenales que pudieran impedir la comprensión de los importantísimos valores espirituales de la nueva vida en el espíritu como hijos liberados de Dios.

4. La enseñanza sobre los accidentes

166:4.1 (1830.1) Aunque la mayoría de los palestinos solo hacían dos comidas al día, cuando Jesús y los apóstoles estaban de viaje tenían la costumbre de parar al mediodía para descansar y comer algo. En una de esas paradas en el camino a Filadelfia Tomás preguntó a Jesús: «Maestro, a raíz de lo que has comentado esta mañana por el camino, me gustaría saber si los seres espirituales provocan acontecimientos extraños y extraordinarios del mundo material; quisiera preguntarte además si las ángeles y otros seres de espíritu son capaces de impedir los accidentes».

166:4.2 (1830.2) Jesús respondió así a las preguntas de Tomás: «¿Después de todo este tiempo con vosotros me seguís preguntando estas cosas? ¿No habéis visto que el Hijo del Hombre vive como uno de vosotros y se niega sistemáticamente a emplear las fuerzas del cielo para su asistencia personal? ¿No vivimos todos con los mismos recursos que emplean todos los hombres? ¿Veis acaso manifestarse el poder del mundo espiritual en la vida material de este mundo, salvo para la revelación del Padre y la curación ocasional de sus hijos enfermos?

166:4.3 (1830.3) «Vuestros padres han creído durante demasiado tiempo que la prosperidad era el signo de la aprobación divina y el infortunio era la muestra del desagrado de Dios. Yo os digo que estas creencias son supersticiones. ¿No veis que son muchos más los pobres que reciben con júbilo el evangelio y entran inmediatamente en el reino? Si la riqueza es prueba del favor divino, ¿por qué se niegan tantas veces los ricos a creer en esta buena nueva procedente del cielo?.

166:4.4 (1830.4) «El Padre hace llover sobre justos e injustos y hace salir el sol sobre buenos y malos. Habéis oído hablar de los galileos cuya sangre mezcló Pilatos con la de los sacrificios, y yo os digo que esos galileos no eran más pecadores que sus semejantes solo porque eso les ocurriera a ellos. Sabéis también que murieron dieciocho hombres al derrumbarse la torre de Siloé. No penséis que los hombres que perecieron así eran más pecadores que sus hermanos de Jerusalén. Esas personas fueron simplemente víctimas inocentes de uno de los accidentes del tiempo.

166:4.5 (1830.5) «En vuestra vida pueden ocurrir tres tipos de sucesos:

166:4.6 (1830.6) «1. Podéis participar en los acontecimientos normales que son parte de la vida que vosotros y vuestros semejantes vivís sobre la faz de la tierra.

166:4.7 (1830.7) «2. Podéis ser víctimas casuales de un accidente de la naturaleza, de un infortunio humano, y sabéis muy bien que esos sucesos no están predeterminados de ningún modo ni provocados en ningún otro sentido por las fuerzas espirituales del planeta.

166:4.8 (1830.8) «3. Podéis recoger los frutos de vuestros esfuerzos directos por acatar las leyes naturales que gobiernan el mundo.

166:4.9 (1830.9) «Un hombre plantó una higuera en su patio, y después de haber ido muchas veces a buscar sus frutos sin encontrar ninguno, llamó a los viñadores y les dijo: ‘Llevo tres temporadas viniendo a buscar los frutos de esta higuera y no he encontrado ninguno. Talad este árbol estéril; ¿por qué ha de cansar la tierra?’. Pero el jardinero jefe respondió a su señor: ‘Déjala por este año para que yo la excave y la abone, y si el año que viene no da fruto la talaremos’. Y cuando acataron así las leyes de la fertilidad, como el árbol estaba vivo y sano, fueron recompensados con una buena cosecha.

166:4.10 (1831.1) «En materia de salud y enfermedad deberíais saber que esos estados del cuerpo son consecuencia de causas materiales. La salud no es la sonrisa del cielo ni la enfermedad, el ceño de Dios.

166:4.11 (1831.2) «Todos los hijos humanos del Padre tienen la misma capacidad para recibir las bendiciones materiales, por eso él concede las cosas físicas a los hijos de los hombres sin discriminación. En cuanto al otorgamiento de regalos espirituales, el Padre está limitado por la capacidad del hombre para recibir esos dones divinos. Aunque el Padre no hace acepción de personas, a la hora de otorgar regalos espirituales está limitado por la fe del hombre y por su disposición a atenerse siempre a la voluntad del Padre.»

166:4.12 (1831.3) Cuando reanudaron la marcha hacia Filadelfia Jesús siguió enseñándoles y respondiendo a sus preguntas sobre los accidentes, las enfermedades y los milagros, pero no pudieron comprender plenamente esta instrucción. Una hora de enseñanza no cambia por completo las creencias de toda una vida, por eso Jesús insistía en repetir su mensaje y en explicarles una y otra vez lo que quería que entendieran. Y aun así no lograron captar el significado de su misión en la tierra hasta después de su muerte y resurrección.

5. La asamblea de fieles de Filadelfia

166:5.1 (1831.4) Jesús y los doce iban a visitar a Abner y sus compañeros que estaban predicando y enseñando en Filadelfia. De todas las ciudades de Perea fue en Filadelfia donde más judíos y gentiles, ricos y pobres, doctos e ignorantes aceptaron las enseñanzas de los setenta y entraron así en el reino de los cielos. La sinagoga de Filadelfia no había estado nunca sujeta a la supervisión del Sanedrín de Jerusalén, por eso no había estado nunca cerrada a las enseñanzas de Jesús y sus seguidores. En aquel mismo momento Abner enseñaba tres veces al día en la sinagoga de Filadelfia.

166:5.2 (1831.5) Esta misma sinagoga se convertiría más tarde en una iglesia cristiana y fue el cuartel general de los misioneros que promulgaron el evangelio por las regiones del este. Fue durante mucho tiempo la plaza fuerte de las enseñanzas del Maestro y se mantuvo sola en esta región como centro del saber cristiano durante siglos.

166:5.3 (1831.6) Los judíos de Jerusalén nunca se habían llevado bien con los judíos de Filadelfia. Después de la muerte y resurrección de Jesús la Iglesia de Jerusalén encabezada por Santiago, el hermano del Señor, empezó a tener desencuentros importantes con la asamblea de creyentes de Filadelfia. Abner se convirtió en el jefe de la Iglesia de Filadelfia y siguió siéndolo hasta su muerte. Este distanciamiento con Jerusalén explica por qué no se dice nada sobre Abner y su obra en los relatos evangélicos del Nuevo Testamento. La enemistad entre Jerusalén y Filadelfia duró toda la vida de Santiago y Abner, y se prolongó durante algún tiempo después de la destrucción de Jerusalén. Filadelfia fue realmente el cuartel general de la Iglesia primitiva en el sur y el este, como lo fue Antioquía en el norte y el oeste.

166:5.4 (1831.7) Todo parece indicar que Abner tuvo la mala fortuna de estar en desacuerdo con todos los líderes de la Iglesia cristiana primitiva. Se peleó con Pedro y con Santiago (el hermano de Jesús) por cuestiones relativas a la administración y la jurisdicción de la Iglesia de Jerusalén. Se separó de Pablo por discrepancias filosóficas y teológicas. Abner era más babilónico que helenista en su filosofía y se opuso obstinadamente a todos los intentos de Pablo por adaptar las enseñanzas de Jesús para hacerlas menos inaceptables, primero entre los judíos y luego entre a los grecorromanos que creían en los misterios.

166:5.5 (1832.1) Y así, Abner se vio obligado a vivir una vida de aislamiento. Era el jefe de una Iglesia que no tenía prestigio en Jerusalén. Se había atrevido a desafiar a Santiago, el hermano del Señor, que fue apoyado después por Pedro. Esta conducta lo apartó efectivamente de todos sus antiguos compañeros. Después se atrevió a oponerse a Pablo. Aunque estaba muy de acuerdo con la misión de Pablo entre los gentiles y aunque lo apoyaba en sus disputas con la Iglesia de Jerusalén, se oponía rotundamente a la versión de las enseñanzas de Jesús que Pablo eligió predicar. En sus últimos años Abner denunció a Pablo como «el hábil corruptor de las enseñanzas que dio en vida Jesús de Nazaret, el Hijo del Dios vivo».

166:5.6 (1832.2) Durante los últimos años de Abner y hasta algún tiempo después de su muerte, los creyentes de Filadelfia mantuvieron con más exactitud que ningún otro colectivo de la tierra la religión de Jesús tal como la vivió y enseñó el Maestro.

166:5.7 (1832.3) Abner vivió hasta los 89 años de edad y murió en Filadelfia el 21 de noviembre del año 74 d. C. Hasta el último momento de su vida creyó en el evangelio del reino celestial y lo enseñó con toda fidelidad.

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