Documento 122 - El nacimiento y la infancia de Jesús

   
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El libro de Urantia

Documento 122

El nacimiento y la infancia de Jesús

122:0.1 (1344.1) SERÍA casi imposible explicar a fondo las muchas razones que llevaron a la selección de Palestina como tierra de otorgamiento de Miguel, y en especial, por qué hubo de ser elegida precisamente la familia de José y María como entorno inmediato para la aparición de este Hijo de Dios en Urantia.

122:0.2 (1344.2) Después de estudiar el informe especial sobre el estatus de los mundos segregados preparado por los Melquisedec, Miguel, asesorado por Gabriel, eligió Urantia como planeta donde llevar a cabo su otorgamiento final. Tras esta decisión Gabriel hizo una visita personal a Urantia, y después de estudiar sus grupos humanos y analizar los rasgos espirituales, intelectuales, raciales y geográficos de ese mundo y de sus gentes, decidió que los hebreos poseían las ventajas relativas que justificaban su selección como raza para el otorgamiento. Cuando Miguel aprobó esta decisión, Gabriel nombró y envió a Urantia a la Comisión de Familia de los Doce —seleccionada de entre los órdenes más altos de personalidades del universo— para hacer una investigación sobre la vida de familia entre los judíos. Cuando esta comisión terminó su trabajo Gabriel estaba en Urantia y recibió el informe con la propuesta de tres posibles parejas que, en opinión de la comisión, eran igualmente favorables como familias de otorgamiento para la encarnación proyectada de Miguel.

122:0.3 (1344.3) Gabriel escogió personalmente a José y María entre las tres parejas propuestas. Poco después se apareció en persona a María para comunicarle la buena nueva de que había sido seleccionada para convertirse en la madre terrenal del niño de otorgamiento.

1. José y María

122:1.1 (1344.4) José, el padre humano de Jesús (Josué ben José), era un hebreo entre los hebreos, aunque portaba muchas cepas raciales no judías añadidas ocasionalmente a su árbol genealógico por las líneas femeninas de sus antepasados. La ascendencia del padre de Jesús se remontaba a los días de Abraham; a través de este venerable patriarca, su linaje llegaba hasta los sumerios y noditas, y a través de las tribus del sur del antiguo hombre azul, hasta Andon y Fonta. José no descendía de David y Salomón por línea directa, y su linaje tampoco se remontaba directamente hasta Adán. Los antepasados directos de José eran artesanos: constructores, carpinteros, albañiles y herreros. El propio José fue carpintero y más tarde contratista. Su familia pertenecía a una larga e ilustre línea de notables del pueblo, realzada por la aparición ocasional de individuos destacados que se habían distinguido en el ámbito de la evolución religiosa de Urantia.

122:1.2 (1345.1) María, la madre terrenal de Jesús, descendía de una larga línea de antepasados únicos en la que figuraban muchas de las mujeres más notables de la historia racial de Urantia. Aunque María era una mujer normal de su tiempo y generación y tenía un temperamento bastante normal, contaba entre sus antepasados con mujeres tan conocidas como Annon, Tamar, Rut, Betsabé, Ansie, Cloa, Eva, Enta y Ratta. Ninguna mujer judía de su tiempo tenía un linaje más ilustre de progenitoras comunes o que se remontara a orígenes más prometedores. La ascendencia de María, como la de José, se caracterizaba por el predominio de individuos fuertes pero normales y la aparición esporádica de numerosas personalidades destacadas en la marcha de la civilización y en la evolución progresiva de la religión. Desde un punto de vista racial, María no puede ser considerada literalmente como judía. Por su cultura y sus creencias era judía, pero su dotación hereditaria era más bien una combinación de las estirpes siria, hitita, fenicia, griega y egipcia; su herencia racial era más heterogénea que la de José.

122:1.3 (1345.2) Entre todas las parejas que vivían en Palestina hacia la época en que se proyectaba el otorgamiento de Miguel, la de José y María era la que poseía la combinación ideal de conexiones raciales amplias y dotaciones de personalidad superiores a la media. El plan de Miguel era aparecer en la tierra como un hombre normal, para que la gente común pudiera entenderlo y recibirlo. Por eso Gabriel eligió precisamente a personas como José y María para convertirse en los padres del otorgamiento.

2. Gabriel se aparece a Isabel

122:2.1 (1345.3) El trabajo de la vida de Jesús en Urantia lo empezó realmente Juan el Bautista. Zacarías, el padre de Juan, era miembro del clero judío, y su madre, Isabel, pertenecía a la rama más próspera del mismo gran grupo familiar de María, la madre de Jesús. Zacarías e Isabel no tenían hijos tras muchos años de matrimonio.

122:2.2 (1345.4) A finales del mes de junio del año 8 a. C., unos tres meses después del matrimonio de José y María, Gabriel se apareció un día a Isabel al mediodía, exactamente igual que lo haría más tarde con María. Dijo Gabriel:

122:2.3 (1345.5) «Mientras tu marido Zacarías está ante el altar en Jerusalén y mientras el pueblo reunido reza por la llegada de un libertador, yo, Gabriel, he venido a anunciarte que pronto darás a luz a un hijo que será el precursor de ese maestro divino, y llamarás a tu hijo Juan. Crecerá dedicado al Señor tu Dios, y cuando haya llegado a la plenitud de la edad, llenará de alegría tu corazón porque hará volver a muchas almas hacia Dios y proclamará también la venida del sanador de almas de tu pueblo y libertador espiritual de toda la humanidad. Tu pariente María será la madre de este hijo de la promesa, y me apareceré también a ella.»

122:2.4 (1345.6) Esta visión asustó mucho a Isabel. Tras la marcha de Gabriel, no paraba de darle vueltas en la cabeza meditando largamente las palabras del majestuoso visitante, pero no habló de la revelación con nadie más que con su marido hasta su encuentro con María a principios de febrero del año siguiente.

122:2.5 (1345.7) Isabel ocultó su secreto incluso a su marido durante cinco meses, y cuando le contó la visita de Gabriel, Zacarías se mostró muy escéptico. Puso en duda toda la historia durante varias semanas, y solo cuando el embarazo se hizo evidente accedió a creer sin demasiada convicción en la visita de Gabriel a su esposa. Dada su avanzada edad, Zacarías estaba muy desconcertado por la futura maternidad de Isabel, aunque nunca dudó de la honestidad de su mujer. Unas seis semanas antes del nacimiento de Juan, Zacarías tuvo un sueño que le dejó impresionado, y solo entonces se convenció plenamente de que Isabel iba a convertirse en la madre de un hijo del destino, el encargado de preparar el camino para la llegada del Mesías.

122:2.6 (1346.1) Gabriel se apareció a María hacia mediados de noviembre del año 8 a. C. mientras ella trabajaba en su casa de Nazaret. Más adelante, cuando María supo sin lugar a dudas que iba a ser madre, persuadió a José de que la dejara viajar a la ciudad de Judá, situada en las colinas siete kilómetros al oeste de Jerusalén, para visitar a Isabel. Gabriel había informado a las dos futuras madres de su aparición a la otra. Como es natural, estaban deseando reunirse, comparar experiencias y hablar del futuro probable de sus hijos. María se quedó tres semanas con su prima lejana. Isabel contribuyó mucho a fortalecer la fe de María en la visión de Gabriel, de modo que María volvió a casa más plenamente dedicada a su vocación de madre del hijo del destino, a quien pronto presentaría al mundo como un bebé indefenso, como un niño normal y corriente del planeta.

122:2.7 (1346.2) Juan nació en la ciudad de Judá el 25 de marzo del año 7 a. C. Zacarías e Isabel sintieron una inmensa alegría por la llegada del hijo prometido por Gabriel, y cuando al octavo día presentaron al niño para la circuncisión, le pusieron oficialmente el nombre de Juan tal como se les había indicado antes. Ya había salido hacia Nazaret un sobrino de Zacarías para anunciar a María que Isabel había tenido un hijo y que se llamaría Juan.

122:2.8 (1346.3) Desde la más tierna infancia de Juan, sus padres le inculcaron con buen criterio la idea de que se convertiría de mayor en líder espiritual y maestro religioso, y el corazón de Juan fue siempre un terreno favorable para la siembra de esas sugerentes semillas. Incluso de niño, se le encontraba muchas veces en el templo durante los periodos de servicio de su padre y quedaba tremendamente impresionado por el significado de todo lo que veía.

3. La anunciación de Gabriel a María

122:3.1 (1346.4) Una tarde al ponerse el sol, antes de que José volviera a casa, Gabriel se apareció a María junto a una mesa baja de piedra y, cuando ella hubo recuperado la compostura, le dijo: «Vengo de parte de aquel que es mi Maestro, a quien tú amarás y alimentarás. A ti, María, te traigo buenas nuevas al anunciarte que el cielo ha ordenado que concibas y te conviertas en su momento en la madre de un hijo. Lo llamarás Josué, y él inaugurará el reino de los cielos en la tierra y entre los hombres. No hables de esto más que con José y con tu pariente Isabel a quien también me he aparecido y que pronto tendrá también un hijo cuyo nombre será Juan. Él preparará el camino para el mensaje de liberación que tu hijo proclamará a los hombres con gran fuerza y profunda convicción. No dudes de mi palabra, María, pues este hogar ha sido elegido como morada terrestre del niño del destino. Mi bendición te acompaña, el poder de los Altísimos te fortalecerá y el Señor de toda la tierra te cubrirá con su sombra».

122:3.2 (1346.5) María meditó secretamente en su corazón sobre esta visitación durante muchas semanas y no se atrevió a desvelar estos insólitos acontecimientos a su marido hasta que supo con certeza que estaba encinta. Cuando José se enteró de todo, aunque confiaba plenamente en María, se quedó muy preocupado y no pudo dormir durante muchas noches. Primero dudaba de la visitación de Gabriel. Luego, cuando se persuadió casi por completo de que María había escuchado realmente la voz y contemplado la forma del mensajero divino, se torturaba la mente pensando cómo podían suceder esas cosas. ¿Cómo podía el vástago de seres humanos ser un niño del destino divino? José no podía aceptar estas ideas contradictorias hasta que, tras varias semanas de reflexión, tanto él como María llegaron a la conclusión de que habían sido elegidos para convertirse en padres del Mesías, aunque el libertador que esperaban los judíos no era precisamente de naturaleza divina. En cuanto llegó a esta conclusión trascendental, María se fue rápidamente a visitar a Isabel.

122:3.3 (1347.1) A su regreso, María fue a visitar a sus padres, Joaquín y Ana. Sus dos hermanos y sus dos hermanas, igual que sus padres, fueron siempre muy escépticos respecto a la misión divina de Jesús, aunque, por supuesto, no sabían nada de la visitación de Gabriel en ese momento. Pero María sí reveló confidencialmente a su hermana Salomé que creía que su hijo estaba destinado a convertirse en un gran maestro.

122:3.4 (1347.2) La anunciación de Gabriel a María tuvo lugar al día siguiente de la concepción de Jesús y fue el único acontecimiento de naturaleza sobrenatural que hubo en toda su experiencia de gestar y dar a luz al hijo de la promesa.

4. El sueño de José

122:4.1 (1347.3) José no aceptó la idea de que María iba a convertirse en la madre de un niño extraordinario hasta que tuvo un sueño que le causó profunda impresión. En este sueño se le apareció un brillante mensajero celestial que le dijo entre otras cosas: «José, aparezco ante ti por mandato de Aquel que reina ahora en lo alto para instruirte sobre el hijo que va a tener María, y que se convertirá en una gran luz para el mundo. En él estará la vida, y su vida se convertirá en la luz de la humanidad. Vendrá primero a su propio pueblo y casi no lo recibirán, pero a todos los que lo reciban les revelará que son hijos de Dios». Tras esta experiencia José nunca más volvió a poner en duda el relato de María sobre la visita de Gabriel ni la promesa de que su futuro hijo se convertiría en un mensajero divino para el mundo.

122:4.2 (1347.4) En todas estas visitaciones no hubo mención alguna a la casa de David. No se insinuó nunca que Jesús fuera a convertirse en «libertador de los judíos», ni siquiera que fuera a ser el Mesías tan esperado. Jesús no era ese Mesías que los judíos anhelaban, pero sí era el libertador del mundo. Su misión iba dirigida a todas las razas y todos los pueblos, no a ningún grupo en particular.

122:4.3 (1347.5) José no descendía del linaje del rey David. María tenía más ascendencia davídica que José. Es cierto que José tuvo que ir a Belén, la ciudad de David, a registrarse en el censo romano, pero solo porque seis generaciones antes su antepasado paterno quedó huérfano y fue adoptado por un tal Zadoc, que era descendiente directo de David; por eso José era considerado también de la «casa de David».

122:4.4 (1347.6) La mayoría de las llamadas profecías mesiánicas del Antiguo Testamento fueron aplicadas a Jesús mucho tiempo después de su vida en la tierra. Los profetas hebreos habían proclamado durante siglos la venida de un libertador, y las sucesivas generaciones habían interpretado esas promesas como el anuncio de un nuevo gobernante judío que ocuparía el trono de David y, mediante los reputados métodos milagrosos de Moisés, establecería a los judíos en Palestina como una nación poderosa, libre de toda dominación extranjera. Por otro lado, muchos pasajes figurados repartidos por las escrituras hebreas fueron aplicados más tarde y erróneamente a la misión de la vida de Jesús. Muchos dichos del Antiguo Testamento fueron tergiversados para que pareciera que encajaban en algún episodio de la vida terrenal del Maestro. El propio Jesús negó una vez públicamente toda conexión con la casa real de David. Incluso se cambió el pasaje que decía «una doncella dará a luz a un hijo» para que dijera «una virgen dará a luz a un hijo». Lo mismo sucedió con las muchas genealogías tanto de José como de María que se compusieron tras la carrera de Miguel en la tierra. En muchos de esos linajes figura gran parte de la ascendencia del Maestro, pero no son auténticos en conjunto y no se puede confiar en su exactitud. Los primeros seguidores de Jesús cayeron con demasiada frecuencia en la tentación de hacer que todas las declaraciones proféticas de antaño parecieran cumplirse en la vida de su Señor y Maestro.

5. Los padres de Jesús en la tierra

122:5.1 (1348.1) José era un hombre de modales suaves, extremadamente concienzudo y fiel en todos los aspectos a las convenciones y prácticas religiosas de su pueblo. Hablaba poco pero pensaba mucho. La lamentable situación del pueblo judío le causaba gran tristeza. En su juventud, entre sus ocho hermanos y hermanas, había sido más alegre, pero en los primeros años de su vida de casado (durante la niñez de Jesús) pasó por periodos de leve decaimiento espiritual. Su estado de ánimo mejoró considerablemente poco antes de su prematura muerte cuando ascendió de carpintero a próspero contratista con la consiguiente mejora de la economía familiar.

122:5.2 (1348.2) El temperamento de María era opuesto al de su marido. Solía estar siempre alegre, tenía un carácter risueño y era muy raro verla abatida. María se permitía expresar con frecuencia y libertad sus sentimientos y emociones y nunca se mostró triste hasta la súbita muerte de José. Apenas recuperada de este golpe, hubo de afrontar las preocupaciones e interrogantes surgidos de la extraordinaria carrera de su hijo mayor, que tan rápidamente se desplegaba ante sus ojos asombrados. Pero durante toda esta singular experiencia, María estuvo serena, valiente y bastante acertada en sus relaciones con su hijo primogénito, tan extraño y poco comprendido, igual que con sus hermanos y hermanas supervivientes.

122:5.3 (1348.3) Gran parte de la excepcional dulzura de Jesús y de su comprensión maravillosa y amable de la naturaleza humana provenían de su padre; de su madre heredó su talento de gran maestro y su notable capacidad de justa indignación. En cuanto a sus reacciones emocionales hacia su entorno de adulto, Jesús era a veces como su padre, piadoso y meditabundo, con momentos de aparente tristeza, pero en la mayoría de los casos seguía adelante a la manera decidida y optimista de su madre. En conjunto, el temperamento de María tendía a predominar en la carrera del Hijo divino a medida que crecía y daba los primeros pasos trascendentales de su vida adulta. En algunos detalles Jesús era una mezcla de los rasgos de sus padres; en otros aspectos mostraba los rasgos de uno en contraste con los del otro.

122:5.4 (1348.4) De José recibió Jesús una estricta formación en los usos de los ceremoniales judíos y un conocimiento notable de las escrituras hebreas; de María obtuvo un punto de vista más amplio de la vida religiosa y un concepto más liberal de la libertad espiritual personal.

122:5.5 (1349.1) Las familias de José y de María eran muy instruidas para su tiempo. José y María tenían una educación muy por encima de la media de su época y posición social. Él era un pensador, ella una planificadora experta en adaptarse y práctica en la ejecución inmediata. José era moreno de ojos negros; María, rubia oscura de ojos castaños.

122:5.6 (1349.2) Si José hubiera vivido, se habría convertido sin duda en un firme creyente en la misión divina de su hijo mayor. María alternaba entre la creencia y la duda, muy influida por la postura que adoptaron sus otros hijos y sus amigos y parientes, pero al final el recuerdo de la aparición de Gabriel justo después de la concepción del niño la reafirmaba siempre en su actitud.

122:5.7 (1349.3) María era una tejedora experta con una habilidad por encima de la media en la mayoría de las artes hogareñas de la época; era una buena administradora y un ama de casa superior. Tanto José como María eran buenos educadores y se aseguraron de que sus hijos estuvieran bien instruidos en el saber de su tiempo.

122:5.8 (1349.4) Cuando José era joven fue empleado por el padre de María en el trabajo de construir un anexo a su casa, y fue al llevar María a José un vaso de agua para el almuerzo cuando empezó realmente el cortejo de la pareja destinada a convertirse en los padres de Jesús.

122:5.9 (1349.5) José y María se casaron según la costumbre judía en casa de María, a las afueras de Nazaret, cuando José tenía veintiún años. Esta boda fue la conclusión de un noviazgo normal de casi dos años. Poco después se trasladaron a su nueva casa de Nazaret construida por José con ayuda de dos de sus hermanos. La casa estaba situada cerca del pie de una colina cercana que dominaba la campiña circundante. La joven pareja esperaba recibir al hijo de la promesa en este hogar tan especialmente preparado, sin sospechar que ese acontecimiento de capital importancia para un universo iba a suceder lejos de su casa, en Belén de Judea.

122:5.10 (1349.6) La mayor parte de la familia de José se hizo creyente en las enseñanzas de Jesús, pero muy pocos familiares de María creyeron en él mientras estaba en este mundo. José se inclinaba más hacia el concepto espiritual del Mesías esperado, pero María y su familia, sobre todo su padre, mantenían la idea de un Mesías libertador temporal y gobernante político. Los antepasados de María se habían identificado de forma destacada con la causa de los macabeos en tiempos entonces aún recientes.

122:5.11 (1349.7) José sostenía vigorosamente el punto de vista oriental o babilónico de la religión judía. María tendía mucho más hacia la interpretación occidental o helenística de la ley y los profetas, más amplia y liberal.

6. El hogar de Nazaret

122:6.1 (1349.8) El hogar de Jesús no estaba lejos de la gran colina situada en la zona norte de Nazaret, a cierta distancia de la fuente del pueblo que estaba en el sector este de la población. Como vivían en las afueras de la ciudad, cuando Jesús creció solía pasear mucho por el campo y subir a la cumbre cercana. Después de la cordillera del monte Tabor situada más al este, era la colina más alta del sur de Galilea junto con la colina de Naín, que tenía más o menos la misma altura. La casa estaba situada hacia el sudeste del promontorio sur de la colina, aproximadamente a medio camino entre la base de esta elevación y la calzada que conducía de Nazaret a Caná. Además de subir a la colina, el paseo favorito de Jesús era seguir un sendero estrecho que serpenteaba por la base de la colina en dirección nordeste hasta un punto donde se unía con la calzada de Séforis.

122:6.2 (1350.1) La casa de José y María era una estructura de piedra de una habitación con el techo plano y un edificio contiguo para alojar a los animales. El mobiliario consistía en una mesa baja de piedra, platos y ollas de barro y de piedra, un telar, una lámpara de pie, varios taburetes pequeños y esteras para dormir sobre el suelo de piedra. En el patio trasero, cerca del anexo para los animales, había un local cubierto para el horno y el molino de grano. Se necesitaban dos personas para manejar este tipo de molino, una para moler y otra para echar el grano. De pequeño, Jesús echó muchas veces grano a ese molino mientras su madre hacía girar la muela.

122:6.3 (1350.2) Como la familia fue aumentando con el tiempo, se amplió la mesa. Todos se sentaban a comer en cuclillas a su alrededor y se servían de un plato u olla común. En invierno la mesa se iluminaba para la cena con una pequeña lámpara plana de arcilla alimentada con aceite de oliva. Cuando nació Marta, José añadió a la casa una habitación grande que servía de taller de carpintería durante el día y de dormitorio por la noche.

7. El viaje a Belén

122:7.1 (1350.3) En marzo del año 8 a. C. (el mes en que José y María se casaron) César Augusto decretó que se contaran todos los habitantes del Imperio romano, que se hiciera un censo con objeto de mejorar el sistema de impuestos. Los judíos se habían resistido siempre a todo intento de «contar a la gente» y esto, unido a las graves dificultades internas de Herodes, rey de Judea, contribuyó a aplazar por un año este empadronamiento en el reino judío. El censo se llevó a cabo el año 8 a. C. en todo el Imperio romano excepto en el reino palestino de Herodes, donde se hizo un año más tarde, el 7 a. C.

122:7.2 (1350.4) No era necesario que María fuera a inscribirse a Belén porque José estaba autorizado para registrar a su familia, pero María, que era una persona intrépida y activa, insistió en ir con él. Temía quedarse sola y que el niño naciera en ausencia de José, y por otro lado, como Belén no estaba lejos de la ciudad de Judá, podría hacer una agradable visita a su pariente Isabel.

122:7.3 (1350.5) José prohibió prácticamente a María que lo acompañara, pero fue inútil; ella empaquetó raciones dobles de comida para tres o cuatro días y se preparó para viajar. Antes de ponerse en camino, José ya se había resignado a que María fuera con él y salieron alegremente de Nazaret al despuntar el día.

122:7.4 (1350.6) José y María eran pobres. Como solo tenían una bestia de carga, María, dado su avanzado embarazo, iba montada en el animal con las provisiones mientras José lo guiaba caminando. Construir y amueblar la casa había sido mucho gasto para José que tenía también que contribuir al mantenimiento de sus padres, pues su padre había quedado incapacitado recientemente. Y así salió de su humilde hogar esta pareja judía el 18 de agosto del año 7 a. C. por la mañana temprano de viaje hacia Belén.

122:7.5 (1351.1) Su primer día de viaje los llevó a los alrededores de las estribaciones del monte Gilboa donde acamparon durante la noche junto al río Jordán y especularon mucho sobre cómo sería el hijo que esperaban. José se adhería al concepto de un maestro espiritual y María sostenía la idea de un Mesías judío, un libertador de la nación hebrea.

122:7.6 (1351.2) La mañana del 19 de agosto José y María se pusieron en marcha muy temprano con un día radiante. Almorzaron al pie del monte Sartaba sobre el valle del Jordán y siguieron viaje; llegaron a Jericó por la noche, donde se alojaron en una posada de carretera a las afueras de la ciudad. Después de cenar y mucho debatir sobre la opresión del dominio romano, sobre Herodes, sobre la inscripción en el censo y sobre la influencia comparativa de Jerusalén y Alejandría como centros judíos de cultura y saber, los viajeros de Nazaret se retiraron a dormir. El 20 de agosto salieron temprano y antes del mediodía estaban en Jerusalén donde visitaron el templo. A media tarde llegaron a Belén.

122:7.7 (1351.3) La posada estaba abarrotada, así que José se puso a buscar alojamiento con parientes lejanos, pero todas las habitaciones de Belén estaban llenas a rebosar. Al volver al patio de la posada le informaron de que los establos para caravanas, excavados en un lateral de la roca y situados justo debajo de la posada, se habían vaciado de animales y limpiado para recibir huéspedes. José dejó el asno en el patio, se echó al hombro las bolsas de ropa y provisiones y bajó con María por los escalones de piedra hasta su alojamiento. Se encontraron en lo que había sido un almacén de grano enfrente de los compartimentos y de los pesebres. Había cortinas de lona, y se consideraron afortunados por disponer de tan cómodo aposento.

122:7.8 (1351.4) José había pensado ir a inscribirse cuanto antes, pero María estaba cansada; se sentía mal y le pidió que se quedara a su lado, cosa que hizo.

8. El nacimiento de Jesús

122:8.1 (1351.5) María estuvo inquieta toda aquella noche, así que ninguno de los dos durmió gran cosa. Al despuntar el día los dolores del parto eran ya muy evidentes, y al mediodía del 21 de agosto del año 7 a. C., con la ayuda y los amables cuidados de unas compañeras de viaje, María dio a luz a un niño varón. Jesús de Nazaret había venido al mundo. Lo envolvieron en las ropas que María había traído por si acaso y lo acostaron en un pesebre cercano.

122:8.2 (1351.6) El hijo prometido había nacido exactamente igual que han venido al mundo todos los niños antes y desde entonces. Al octavo día fue circuncidado según la costumbre judía y llamado oficialmente Josué (Jesús).

122:8.3 (1351.7) José fue a empadronarse al día siguiente de nacer Jesús y se encontró con un hombre con quien habían hablado dos noches antes en Jericó. Este le presentó a un amigo rico que tenía una habitación en la posada y se ofreció a intercambiar su alojamiento con la pareja de Nazaret. Esa tarde se trasladaron a la posada, donde vivieron durante casi tres semanas hasta que encontraron sitio en casa de un pariente lejano de José.

122:8.4 (1351.8) Dos días después del nacimiento de Jesús, María envió recado a Isabel de que su hijo había llegado. Isabel respondió invitando a José a ir a Jerusalén para hablar de todos sus asuntos con Zacarías. José se reunió con Zacarías en Jerusalén la semana siguiente. Tanto Zacarías como Isabel habían llegado al convencimiento sincero de que Jesús estaba efectivamente destinado a convertirse en el libertador de los judíos, el Mesías, y de que su hijo Juan sería el jefe de sus auxiliares, el brazo derecho de su destino. Como María compartía las mismas ideas, no fue difícil convencer a José de que se quedaran en Belén, la ciudad de David, para que Jesús pudiera crecer allí y convertirse en el sucesor de David en el trono de todo Israel. Por este motivo se quedaron más de un año en Belén donde José encontró algún trabajo de carpintería.

122:8.5 (1352.1) El día en que nació Jesús las serafines de Urantia, reunidas bajo sus directoras, cantaron realmente himnos de gloria sobre el pesebre de Belén al mediodía, pero ningún oído humano pudo escuchar esas manifestaciones de alabanza. Ningún pastor ni ninguna otra criatura mortal fue a rendir homenaje al bebé de Belén hasta el día en que llegaron ciertos sacerdotes de Ur enviados desde Jerusalén por Zacarías.

122:8.6 (1352.2) Un extraño maestro religioso de Mesopotamia comunicó tiempo atrás a estos sacerdotes de su país que le había sido revelado en sueños que la «luz de vida» estaba a punto de aparecer en la tierra como niño recién nacido entre los judíos. Y allá fueron los tres maestros buscando esa «luz de vida». Después de buscarla inútilmente por todo Jerusalén durante varias semanas, estaban a punto de regresar a Ur cuando se encontraron con Zacarías. Tras manifestarles su convicción de que Jesús era el niño a quien buscaban, Zacarías los envió a Belén donde encontraron al bebé y dejaron sus regalos en manos de María, su madre en la tierra. El bebé tenía casi tres semanas en el momento de esta visita.

122:8.7 (1352.3) Aquellos sabios no llegaron a Belén guiados por ninguna estrella. La hermosa leyenda de la estrella de Belén se originó de la siguiente manera: Jesús nació el 21 de agosto del año 7 a. C. al mediodía, y el 29 de mayo del mismo año hubo una conjunción extraordinaria de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis. El hecho de que se produjeran conjunciones similares el 29 de septiembre y el 5 de diciembre del mismo año es un fenómeno astronómico muy notable. Basándose en estos acontecimientos extraordinarios aunque enteramente naturales, los bienintencionados y fervorosos seguidores de las generaciones posteriores construyeron la atractiva leyenda de la estrella de Belén que habría guiado a los Reyes Magos hasta el pesebre donde contemplaron y adoraron al bebé recién nacido. A las mentes orientales y de Oriente Próximo les encantan los cuentos de hadas y tejen continuamente hermosos mitos como este en torno a la vida de sus líderes religiosos y de sus héroes políticos. En ausencia de imprenta, cuando casi todo el conocimiento humano se trasmitía de palabra de una generación a otra, era muy fácil que los mitos se convirtieran en tradiciones y que las tradiciones se acabaran aceptando como hechos.

9. La presentación en el templo

122:9.1 (1352.4) Moisés había enseñado a los judíos que todo hijo primogénito pertenecía al Señor y que, en vez de sacrificarlo como era costumbre entre las naciones paganas, ese hijo podría vivir siempre que sus padres lo rescataran mediante el pago de cinco siclos a cualquier sacerdote autorizado. Otra ordenanza mosaica decretaba que, transcurrido cierto tiempo, toda madre debía presentarse en el templo para purificarse (o encargar a alguien que hiciera el sacrificio apropiado por ella). Era costumbre cumplir con ambas ceremonias a la vez. Por consiguiente, José y María subieron en persona al templo de Jerusalén para presentar a Jesús ante los sacerdotes, efectuar su rescate y hacer al mismo tiempo el sacrificio apropiado para consumar la purificación ceremonial de María de la presunta impureza del alumbramiento.

122:9.2 (1353.1) Dos personajes notables acostumbraban a pasear por los patios del templo: el cantor Simeón y la poetisa Ana. Simeón era de Judea y Ana de Galilea. Solían hacerse compañía y ambos eran íntimos del sacerdote Zacarías, que les había confiado el secreto de Juan y de Jesús. Tanto Simeón como Ana anhelaban la venida del Mesías, y su confianza en Zacarías los llevó a creer que Jesús era el esperado libertador del pueblo judío.

122:9.3 (1353.2) Zacarías conocía el día en que José y María iban a llevar a Jesús al templo y había acordado de antemano con Simeón y Ana que saludaría levantando la mano para indicarles cuál era Jesús entre la procesión de niños primogénitos.

122:9.4 (1353.3) Ana había escrito un poema para la ocasión y Simeón lo cantó en los patios del templo, para gran asombro de José, de María y de todos los presentes. Este fue su cántico de rescate del hijo primogénito:

122:9.5 (1353.4) Bendito sea el Señor Dios de Israel,

122:9.6 (1353.5) Pues nos ha visitado y ha traído la redención a su pueblo;

122:9.7 (1353.6) Ha alzado una trompa de salvación para todos nosotros

122:9.8 (1353.7) En la casa de su siervo David.

122:9.9 (1353.8) Tal como habló por boca de sus santos profetas,

122:9.10 (1353.9) Nos salva de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian;

122:9.11 (1353.10) Muestra misericordia a nuestros padres y recuerda su alianza sagrada,

122:9.12 (1353.11) El juramento por el que prometió a Abraham nuestro padre,

122:9.13 (1353.12) Que nos concedería, después de librarnos de la mano de nuestros enemigos,

122:9.14 (1353.13) Servirle sin temor,

122:9.15 (1353.14) En santidad y rectitud ante él, todos los días de nuestra vida.

122:9.16 (1353.15) Sí, y tú, niño de la promesa, serás llamado el profeta del Altísimo;

122:9.17 (1353.16) Pues te presentarás ante la faz del Señor para establecer su reino,

122:9.18 (1353.17) Para dar a conocer la salvación a su pueblo

122:9.19 (1353.18) En la remisión de sus pecados.

122:9.20 (1353.19) Regocijaos en la tierna misericordia de nuestro Dios, porque el alba de las alturas nos ha visitado ahora

122:9.21 (1353.20) Para iluminar a aquellos que habitan en las tinieblas y en la sombra de la muerte,

122:9.22 (1353.21) Para guiar nuestros pasos por los caminos de la paz.

122:9.23 (1353.22) Y ahora deja a tu siervo partir en paz, oh Señor, según tu palabra,

122:9.24 (1353.23) Pues mis ojos han visto tu salvación,

122:9.25 (1353.24) Que has preparado ante la faz de todos los pueblos;

122:9.26 (1353.25) Una luz para iluminar incluso a los gentiles

122:9.27 (1353.26) Y para la gloria de tu pueblo Israel.

122:9.28 (1353.27) José y María volvieron a Belén en silencio, confundidos y sobrecogidos. A María le preocuparon mucho las palabras de despedida de Ana, la anciana poetisa, y a José no le pareció bien ese intento prematuro de hacer de Jesús el Mesías esperado del pueblo judío.

10. Herodes actúa

122:10.1 (1353.28) Entretanto los espías de Herodes no estaban ociosos. Cuando le informaron de la visita de los sacerdotes de Ur a Belén, Herodes convocó a los tres caldeos. Les interrogó con todo detalle sobre el nuevo «rey de los judíos», pero los sabios solo le explicaron que era hijo de una mujer que había ido a Belén con su marido para inscribirse en el censo. No satisfecho con esta respuesta, Herodes les envió con una bolsa de dinero y el encargo de encontrar al niño para que él también pudiera ir a adorarlo, puesto que habían declarado que su reino no iba a ser temporal sino espiritual. Cuando los sabios no volvieron Herodes empezó a sospechar. Mientras daba vueltas a todas estas cosas, llegaron sus espías con un informe completo sobre lo que acababa de ocurrir en el templo e incluso una copia de fragmentos del cántico de Simeón durante la ceremonia del rescate de Jesús, pero no se les había ocurrido seguir a José y María. Herodes montó en cólera cuando no pudieron decirle a dónde se había llevado la pareja al bebé y mandó investigadores para localizar a José y María. Al saber que Herodes perseguía a la familia de Nazaret, Zacarías e Isabel no volvieron a Belén y el niño fue ocultado por parientes de José.

122:10.2 (1354.1) José no se atrevía a buscar trabajo y sus pocos ahorros se estaban esfumando. Incluso en el momento de la ceremonia de purificación en el templo, se consideró lo bastante pobre como para limitar justificadamente la ofrenda de María a dos palomas jóvenes, tal como había ordenado Moisés para la purificación de las madres pobres.

122:10.3 (1354.2) Después de más de un año de búsqueda los espías de Herodes no habían localizado a Jesús, y como se sospechaba que el niño seguía oculto en Belén, Herodes decretó el registro sistemático de todas las casas de Belén y el asesinato de todos los varones menores de dos años. Con ello esperaba garantizar la destrucción del niño que iba a convertirse en «rey de los judíos». Así perecieron en un día dieciséis niños varones en Belén de Judea. Pero la intriga y el asesinato estaban a la orden del día en la corte de Herodes incluso dentro de su propia familia directa.

122:10.4 (1354.3) Esta masacre tuvo lugar hacia mediados de octubre del año 6 a. C. cuando Jesús tenía poco más de un año de edad. Pero incluso entre los miembros de la corte de Herodes había creyentes en el Mesías venidero. Uno de ellos, al enterarse de la orden de asesinar a los niños de Belén, informó a Zacarías que a su vez envió un mensajero a José, y la noche anterior a la matanza José y María salieron de Belén con el bebé hacia Egipto, camino de Alejandría. Se fueron solos con Jesús para no atraer la atención. Zacarías les proporcionó el dinero para el viaje a Alejandría, donde José trabajó en su oficio y María y Jesús se alojaron con unos parientes adinerados de la familia de José. Allí vivieron dos años completos y no volvieron a Belén hasta después de la muerte de Herodes.

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