Documento 89 - El pecado, el sacrificio y la expiación

   
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El libro de Urantia

Documento 89

El pecado, el sacrificio y la expiación

89:0.1 (974.1) EL HOMBRE primitivo se veía a sí mismo en deuda con los espíritus y necesitado de redención; consideraba que los espíritus le podrían haber deparado con justa razón mucha más mala suerte. Con el paso el tiempo este concepto se transformó en la doctrina del pecado y la salvación. Se creía que el alma llegaba al mundo bajo condena: el pecado original. El alma tenía que ser redimida; había que proporcionar un chivo expiatorio. El cazador de cabezas, además de practicar el culto de adoración a la calavera, podía ofrecer una víctima propiciatoria como sustituta de su propia vida.

89:0.2 (974.2) El salvaje se convenció muy pronto de que la visión del sufrimiento, el dolor y la humillación de los humanos proporcionaba una satisfacción suprema a los espíritus. Al principio el hombre solo consideraba los pecados de comisión, pero después le empezaron a preocupar los pecados de omisión, y todo el sistema sacrificial posterior surgió en torno a estas dos ideas. Ese nuevo ritual estaba centrado en la observancia de las ceremonias propiciatorias de sacrificio. El hombre primitivo creía que necesitaba hacer algo especial para ganarse el favor de los dioses; solo una civilización avanzada reconoce a un Dios siempre ecuánime y benevolente. Más que una inversión en dicha futura, la propiciación era un seguro contra la mala suerte inmediata. Los ritos de evitación, exorcismo, coerción y propiciación estaban todos fusionados entre sí.

1. El tabú

89:1.1 (974.3) La observancia del tabú era el esfuerzo del hombre por esquivar la mala suerte evitando hacer algo que pudiera ofender a los fantasmas espíritus. Al principio los tabúes no eran religiosos, pero pronto obtuvieron la sanción de los fantasmas o de los espíritus y se convirtieron con este respaldo en creadores de leyes y fundadores de instituciones. El tabú es la fuente de la normativa ceremonial y el antecesor del autocontrol primitivo. Fue la primera forma de regulación social y durante mucho tiempo la única, y sigue siendo todavía un componente básico de la estructura regulativa social.

89:1.2 (974.4) El respeto que estas prohibiciones infundían en la mente del salvaje equivalía exactamente a su miedo a los poderes que supuestamente las imponían. Los primeros tabúes surgieron a raíz de experiencias casuales de mala suerte; más tarde se establecieron a propuesta de los jefes y chamanes, hombres fetiche que, según se creía, estaban dirigidos por un fantasma espíritu o incluso por un dios. El miedo al castigo de los espíritus era tan fuerte en la mente del hombre primitivo que llegaba a veces a morir del susto por haber violado un tabú, y esos dramáticos sucesos reforzaban enormemente el dominio del tabú sobre la mente de sus coetáneos.

89:1.3 (974.5) Entre las primeras prohibiciones había restricciones sobre la apropiación de mujeres y otras propiedades. A medida que la religión empezó a desempeñar un papel más importante en la evolución del tabú, el artículo objeto de prohibición se empezó a considerar impuro y más tarde profano. Los anales de los hebreos están llenos de menciones a cosas puras e impuras, sagradas y profanas, pero sus creencias en este aspecto eran mucho menos exhaustivas y opresoras que las de muchos otros pueblos.

89:1.4 (975.1) Los siete mandamientos de Dalamatia y el Edén así como los diez preceptos de los hebreos eran tabúes claros expresados todos en la misma forma negativa de la mayoría de las prohibiciones antiguas. Sin embargo estos códigos más nuevos fueron realmente liberadores, pues sustituyeron a miles de tabúes anteriores. Y además estos mandamientos más tardíos prometían categóricamente algo a cambio de la obediencia.

89:1.5 (975.2) Los primeros tabúes alimenticios se originaron en el fetichismo y el totemismo. El cerdo era sagrado para los fenicios, la vaca para los hindúes. El tabú egipcio sobre la carne de cerdo se ha perpetuado en la fe hebrea y en la islámica. Una variante de los tabúes alimenticios era la creencia de que una mujer embarazada podía pensar tanto en cierto alimento que el hijo cuando naciera sería el eco de ese alimento y esa comida sería tabú para él.

89:1.6 (975.3) Ciertas formas de comer se convirtieron pronto en tabú, y así se originó la etiqueta en la mesa tanto antigua como moderna. Los sistemas de castas y los niveles sociales son vestigios de prohibiciones de antaño. Los tabúes fueron muy eficaces para organizar la sociedad, pero eran una pesada carga. El sistema de prohibiciones negativas no solo contenía regulaciones útiles y constructivas, sino también tabúes obsoletos, desfasados e inútiles.

89:1.7 (975.4) Ninguna sociedad civilizada tendría motivos para criticar al hombre primitivo de no ser por esos tabúes tan diversos y generalizados, y el tabú nunca habría podido perdurar sin la ratificación de la religión primitiva. Muchos de los factores esenciales de la evolución del hombre han sido sumamente caros, han costado un inmenso tesoro de esfuerzo, sacrificio y autorrenuncia, pero esos logros del autocontrol fueron los peldaños reales por los que el hombre subió la escalera ascendente de la civilización.

2. El concepto de pecado

89:2.1 (975.5) El miedo al azar y el terror a la mala suerte empujaron literalmente al hombre a inventar la religión primitiva como supuesto seguro contra estas calamidades. La religión evolucionó desde la magia y los fantasmas hasta los tabúes, pasando por los espíritus y los fetiches. Todas las tribus primitivas tenían su árbol del fruto prohibido. Literalmente era el manzano, pero en sentido figurado estaba compuesto por miles de ramas sobrecargadas por los tabúes de todo tipo que colgaban de ellas. Y el árbol prohibido decía siempre: «No harás».

89:2.2 (975.6) Cuando la mente del salvaje hubo evolucionado hasta el punto de imaginar la existencia de espíritus tanto buenos como malos y cuando la evolución de la religión sancionó solemnemente el tabú, el escenario quedó preparado para la aparición del nuevo concepto de pecado. La idea de pecado estaba ya universalmente establecida en el mundo antes de la aparición de la religión revelada. Solo gracias al concepto de pecado pudo la muerte natural adquirir un sentido lógico para la mente primitiva. El pecado era la transgresión del tabú, y la muerte era el castigo del pecado.

89:2.3 (975.7) El pecado era ritual, no racional; un acto, no un pensamiento. Todo este concepto de pecado estuvo fomentado por las tradiciones supervivientes de Dilmun y de los tiempos en que hubo un pequeño paraíso en la tierra. La tradición de Adán y el Jardín del Edén dio también consistencia al sueño de una antigua «edad de oro» en los albores de las razas. Todo esto confirmaba las ideas que se plasmarían más tarde en la creencia de que el hombre se originó en una creación especial, empezó su carrera en estado de perfección y cayó en su lastimosa situación posterior por culpa de la transgresión de los tabúes: el pecado.

89:2.4 (976.1) La violación habitual de un tabú se convirtió en vicio; la ley primitiva hizo del vicio un crimen; la religión lo hizo pecado. Entre las primeras tribus la violación de un tabú era una combinación de crimen y pecado. Cualquier calamidad que afectara a la comunidad se consideraba como castigo por un pecado tribal. A los que creían que la prosperidad estaba unida a la rectitud les desconcertaba tanto la aparente prosperidad de los malvados que fue necesario inventar infiernos para castigar a los que violaban los tabúes. El número de esos lugares de castigo futuro ha oscilado entre uno y cinco.

89:2.5 (976.2) La idea de la confesión y del perdón apareció muy pronto en la religión primitiva. Los hombres pedían perdón en una reunión pública por los pecados que tenían intención de cometer la semana siguiente. La confesión era un simple rito de exoneración así como una constatación pública de la profanación al grito ritual de «¡impuro, impuro!». Acto seguido se cumplía con las formalidades rituales de purificación. Todos los pueblos primitivos practicaron estas ceremonias sin sentido. Muchas costumbres aparentemente higiénicas de las tribus primitivas eran casi siempre ceremoniales.

3. La renuncia y la humillación

89:3.1 (976.3) La renuncia fue el siguiente paso de la evolución religiosa; el ayuno era una práctica común. Pronto se estableció la costumbre de privarse de muchas formas de placer físico y sobre todo sexual. El rito del ayuno estuvo profundamente arraigado en muchas religiones antiguas y lo han heredado prácticamente todos los sistemas modernos de pensamiento teológico.

89:3.2 (976.4) Justo hacia la época en que el hombre bárbaro se estaba recuperando de la ruinosa costumbre de quemar o enterrar las propiedades de los muertos junto con sus dueños, justo cuando la estructura económica de las razas empezaba a tomar forma, apareció esta nueva doctrina religiosa de la renuncia, y decenas de miles de almas fervientes empezaron a buscar la pobreza. La posesión de bienes fue considerada como un impedimento espiritual. Estas ideas sobre los peligros espirituales de los bienes materiales estaban muy difundidas en tiempos de Filón y de Pablo y han tenido desde entonces una marcada influencia en la filosofía europea.

89:3.3 (976.5) La pobreza era solo una parte del rito de mortificación de la carne que, lamentablemente, se incorporó a los escritos y enseñanzas de muchas religiones y del cristianismo en particular. La penitencia es la forma negativa de este rito de renuncia muchas veces insensato. Pero todo ello enseñó autocontrol al salvaje, y eso supuso un avance valioso en la evolución social. La autorrenuncia y el autocontrol fueron dos de los mayores beneficios sociales procedentes de las primeras religiones evolutivas. El autocontrol dio al hombre una nueva filosofía de vida; le enseñó el arte de aumentar la fracción de la vida a base de reducir el denominador de las exigencias personales en vez de intentar aumentar siempre el numerador de la satisfacción egoísta.

89:3.4 (976.6) En ese antiguo concepto de autodisciplina se incluían la flagelación y todos los tipos de tortura física. Los sacerdotes del culto a la madre eran especialmente activos en la enseñanza de la virtud del sufrimiento físico y daban ejemplo sometiéndose a la castración. Los hebreos, los hindúes y los budistas eran devotos fervientes de esta doctrina de la humillación física.

89:3.5 (976.7) Durante toda la antigüedad los hombres intentaron incrementar por estos procedimientos su saldo acreedor de autorrenuncia en los libros de contabilidad de sus dioses. Era costumbre hacer votos de autorrenuncia y autotortura en situaciones de tensión emocional. Esos votos adoptaron con el tiempo la forma de contratos con los dioses. Esto supuso un auténtico progreso evolutivo, pues implicaba un compromiso por parte de los dioses de hacer algo concreto por el hombre a cambio de dichas mortificaciones y autotorturas. Los votos eran tanto negativos como positivos. Donde mejor se observan hoy en día promesas de naturaleza tan extrema y perjudicial es entre ciertos grupos de la India.

89:3.6 (977.1) Como era más que previsible, el culto de renuncia y humillación prestó especial atención a la gratificación sexual. El culto de continencia se originó como rito practicado por los soldados antes de entrar en combate; más tarde lo practicaban los «santos». Este culto toleraba el matrimonio solo como mal menor frente a la fornicación. Muchas de las grandes religiones del mundo se han visto influidas negativamente por este culto antiguo, pero ninguna de forma tan notoria como el cristianismo. El apóstol Pablo era un adepto de este culto y su visión personal se refleja en las enseñanzas que incorporó a la teología cristiana: «Es bueno que el hombre no toque mujer». «Desearía que todos los hombres fueran como yo». «Digo, pues, a los solteros y a las viudas que bueno les fuera quedarse como yo». Pablo sabía muy bien que estas enseñanzas no formaban parte del evangelio de Jesús y así lo reconoce cuando declara: «Digo esto por consentimiento y no por mandamiento». Pero este culto indujo a Pablo a menospreciar a las mujeres y por desgracia sus opiniones personales han influido durante mucho tiempo en las enseñanzas de una gran religión mundial. Si todo el mundo siguiera literalmente los consejos de este maestro y fabricante de tiendas, la raza humana llegaría a un final tan repentino como infausto. Por otra parte, la implicación de una religión con el antiguo culto de continencia conduce directamente a una guerra contra el matrimonio y la familia, verdadero fundamento de la sociedad e institución básica del progreso humano. Y no es de extrañar que esas creencias fomentaran la formación de cleros célibes en las numerosas religiones de los diversos pueblos.

89:3.7 (977.2) Un día el hombre deberá aprender a disfrutar de la libertad sin libertinaje, del alimento sin glotonería y del placer sin abuso. El autocontrol es mejor política que la autorrenuncia extrema a la hora de regular el comportamiento humano. Y Jesús nunca enseñó esas ideas irrazonables a sus seguidores.

4. Los orígenes del sacrificio

89:4.1 (977.3) Como muchos otros ritos cultuales, la inclusión del sacrificio en las devociones religiosas no tuvo un origen simple ni único. La tendencia a doblegarse ante el poder y postrarse en reverente adoración en presencia del misterio está prefigurada en el servilismo del perro ante su amo. Entre el impulso de adoración y el acto de sacrificio no hay más que un paso. El hombre primitivo medía el valor de su sacrificio por el dolor que sufría. Cuando la idea de sacrificio se asoció por primera vez al ceremonial religioso, no se concebía ninguna ofrenda que no produjera dolor. Los primeros sacrificios consistían en arrancarse el pelo, hacerse cortes en el cuerpo, mutilarse, sacarse dientes, cortarse dedos y otros actos de este tipo. Con el progreso de la civilización esos conceptos rudimentarios de sacrificio fueron elevados al nivel de los ritos de autorrenuncia, ascetismo, ayunos y privaciones, y más tarde al de la doctrina cristiana de la santificación mediante penas, sufrimientos y mortificaciones de la carne.

89:4.2 (977.4) Al comienzo de la evolución de la religión existieron dos conceptos de sacrificio: el sacrificio ofrenda, que implicaba una actitud de acción de gracias, y el sacrificio deuda, que abarcaba la idea de redención. Más tarde se desarrolló la noción de sustitución.

89:4.3 (977.5) Más adelante el hombre empezó a concebir que su sacrificio, fuera de la naturaleza que fuera, podría funcionar como mensaje a los dioses, como un dulce aroma en las fosas nasales de la deidad. Esto llevó al uso del incienso y de otras características estéticas propias de los ritos de sacrificio, mismos se transformaron en festejos sacrificiales cada vez más complejos y ornamentados.

89:4.4 (978.1) A medida que fue evolucionando la religión, los ritos sacrificiales de conciliación y propiciación sustituyeron a los métodos más antiguos de evitación, aplacamiento y exorcismo.

89:4.5 (978.2) El sacrificio era inicialmente una tasa de neutralidad recaudada por los espíritus ancestrales; la idea de expiación no se desarrolló hasta más tarde. A medida que el hombre se fue apartando de la noción del origen evolutivo de la raza, y las tradiciones de los días del Príncipe Planetario y de la estancia de Adán se fueron infiltrando a través del tiempo, se extendió el concepto de pecado y de pecado original. De este modo el sacrificio por pecados concretos y personales se transformó en la doctrina del sacrificio expiatorio del pecado racial. La expiación mediante el sacrificio era un mecanismo de seguro a todo riesgo que cubría incluso el rencor y los celos de algún dios desconocido.

89:4.6 (978.3) Rodeado de tantos espíritus irritables y tantos dioses codiciosos, el hombre primitivo se veía enfrentado a tal multitud de deidades acreedoras que precisaba de todos los sacerdotes, todos los ritos y todos los sacrificios de toda una vida para satisfacer su deuda espiritual. La doctrina del pecado original, o culpa racial, hacía que todas las personas llegaran a la vida seriamente endeudadas con los poderes del espíritu.

89:4.7 (978.4) Los hombres reciben regalos y sobornos, pero cuando los dioses los reciben se consideran ofrendas consagradas o se llaman sacrificios. La renuncia era la forma negativa de propiciación; el sacrificio se convirtió en la forma positiva. El acto de propiciación incluía alabanzas, glorificaciones, halagos e incluso diversiones. Los restos de esas prácticas positivas del culto de propiciación de antaño constituyen las formas modernas de adoración divina. Las formas de culto de hoy en día son simplemente la ritualización de aquellos antiguos métodos sacrificiales de propiciación positiva.

89:4.8 (978.5) Sacrificar animales significaba para el hombre primitivo mucho más de lo que podría significar nunca para las razas modernas. Aquellos bárbaros veían realmente a los animales como sus parientes cercanos. Con el paso del tiempo el hombre se hizo más astuto en sus sacrificios y dejó de ofrecer sus animales de trabajo. Al principio sacrificaba lo mejor de todo, incluso sus animales domésticos.

89:4.9 (978.6) No alardeaba en vano el dirigente egipcio que afirmó haber sacrificado 113 433 esclavos, 493 386 cabezas de ganado, 88 barcos, 2756 imágenes de oro, 331 702 jarras de miel y aceite, 228 380 jarras de vino, 680 714 gansos, 6 744 428 hogazas de pan y 5 740 352 sacos de maíz. Y esto solo pudo hacerlo a base de gravar con enormes impuestos a sus sufridos súbditos.

89:4.10 (978.7) La pura necesidad acabó empujando a esos semisalvajes a comerse la parte material de sus sacrificios, dado que los dioses ya se habían beneficiado de su alma. Y esta costumbre se justificó bajo el pretexto de la antigua comida sagrada, lo que en términos modernos se llamaría un rito de comunión.

5. Los sacrificios y el canibalismo

89:5.1 (978.8) Las ideas modernas sobre el canibalismo primitivo están totalmente equivocadas. El canibalismo pertenecía a los usos y costumbres de las primeras sociedades, y aunque produce horror tradicionalmente en la civilización moderna, formaba parte de la estructura social y religiosa de la sociedad primitiva. Los intereses colectivos dictaban la práctica del canibalismo. Surgió impuesto por la necesidad y perduró porque el mundo era esclavo de la superstición y la ignorancia. Fue una costumbre social, económica, religiosa y militar.

89:5.2 (979.1) Los primeros hombres eran caníbales. Les gustaba la carne humana, y por eso la ofrecían como alimento a los espíritus y a sus dioses primitivos. Dado que los espíritus fantasma no eran más que hombres modificados y dado que la comida era la mayor necesidad del hombre, la comida tenía que ser también la mayor necesidad de los espíritus.

89:5.3 (979.2) En su día el canibalismo fue casi universal en la evolución de las razas. Todos los sangik eran caníbales, pero al principio los andonitas no lo fueron, ni tampoco los noditas ni los adanitas; los anditas no lo fueron hasta que estuvieron muy mezclados con las razas evolutivas.

89:5.4 (979.3) El gusto por la carne humana crece. Una vez que se ha empezado por hambre, amistad, venganza o rito religioso, comer carne humana se convierte en canibalismo habitual. Aunque la escasez de alimentos fue lo que empujó al hombre a comerse a sus semejantes, esta ha sido pocas veces la razón fundamental. Los esquimales y los primeros andonitas eran poco dados al canibalismo excepto en periodos de hambruna. Los hombres rojos, sobre todo los de América Central, eran caníbales. Entre las madres primitivas se generalizó la costumbre de matar y comerse a sus propios hijos para renovar las fuerzas perdidas en el parto, y en Queensland a menudo se mata y devora todavía al primer hijo. En tiempos recientes muchas tribus africanas han recurrido deliberadamente al canibalismo como medida de guerra con objeto de aterrorizar a sus vecinos con semejante horror.

89:5.5 (979.4) Hubo cierto canibalismo como consecuencia de la degeneración de estirpes en otro tiempo superiores, pero prevaleció sobre todo entre las razas evolutivas. La costumbre de comer carne humana apareció en una época en que los hombres experimentaban intensas emociones de amargura hacia sus enemigos y se convirtió en parte de una ceremonia solemne de venganza. Se pensaba que de este modo se podía destruir el fantasma del enemigo o fusionarlo con el de la persona que se lo comía. En su día se generalizó la creencia de que los poderes de los magos provenían de comer carne humana.

89:5.6 (979.5) Ciertos grupos de comedores de hombres consumían solo a miembros de su propia tribu, y se suponía que esta endogamia pseudoespiritual intensificaba la solidaridad tribal. Pero también se comían a sus enemigos por venganza y para apropiarse de su fuerza. Se consideraba que comerse a un amigo o compañero de tribu era hacer honor a su alma, en cambio se devoraba al enemigo en justo castigo. La mente salvaje no pretendía ser coherente.

89:5.7 (979.6) En algunas tribus los padres ancianos aspiraban a ser comidos por sus hijos; en otras no estaba bien visto comerse a los parientes cercanos, así que sus cuerpos se vendían o se intercambiaban por los de forasteros. Hubo un comercio considerable de mujeres y niños engordados para la matanza. Cuando las guerras o las enfermedades no conseguían controlar la población, el excedente se comía sin miramientos.

89:5.8 (979.7) El canibalismo ha ido desapareciendo gradualmente debido a las influencias siguientes:

89:5.9 (979.8) 1. A veces se convertía en una ceremonia comunal para asumir la responsabilidad colectiva de imponer la pena de muerte a un compañero de tribu. El delito de sangre deja de ser un crimen cuando todos participan y es perpetrado por la sociedad. Las últimas manifestaciones de canibalismo en Asia consistieron precisamente en comerse a criminales ajusticiados.

89:5.10 (979.9) 2. Se convirtió muy pronto en un rito religioso, aunque el creciente miedo a los fantasmas no siempre sirvió de freno al canibalismo.

89:5.11 (979.10) 3. Progresó a la larga hasta el punto en que solo se comían ciertas partes u órganos del cuerpo, partes que supuestamente contenían el alma o porciones del espíritu. Beber sangre se convirtió en práctica común, y era costumbre mezclar las partes «comestibles» del cuerpo con sustancias medicinales.

89:5.12 (980.1) 4. Se limitó a los hombres; se prohibió comer carne humana a las mujeres.

89:5.13 (980.2) 5. Luego se limitó a los jefes, sacerdotes y chamanes.

89:5.14 (980.3) 6. Después se convirtió en tabú entre las tribus superiores. El tabú sobre el canibalismo tuvo su origen en Dalamatia y se difundió lentamente por el mundo. Los noditas alentaron la cremación como medio de combatirlo, pues era práctica habitual desenterrar cadáveres para comerlos.

89:5.15 (980.4) 7. Los sacrificios humanos firmaron la sentencia de muerte del canibalismo. La carne humana ya se había convertido en el alimento de los hombres superiores, los jefes, pero al final se reservó exclusivamente para los que estaban por encima de ellos, los espíritus. De este modo los sacrificios humanos acabaron eficazmente con el canibalismo excepto entre las tribus más inferiores, y cuando quedaron plenamente establecidos, la carne humana se convirtió en tabú porque era alimento de los dioses; el hombre solo podía comer un trocito ceremonial, un sacramento.

89:5.16 (980.5) Al final se generalizó el uso de sustitutos animales en los sacrificios, e incluso entre las tribus más atrasadas la carne de perro redujo considerablemente el consumo de carne humana. El perro, el primer animal domesticado, era muy apreciado como animal doméstico y como alimento.

6. La evolución de los sacrificios humanos

89:6.1 (980.6) Los sacrificios humanos fueron un resultado indirecto del canibalismo así como su remedio. Al tiempo que proporcionaban un séquito de espíritus al mundo de los espíritus, redujeron la práctica de comer carne humana pues nunca fue costumbre comerse estos sacrificios de muerte. Ninguna raza ha estado totalmente exenta de practicar sacrificios humanos bajo alguna de sus formas en algún momento de su historia, aunque los andonitas, los noditas y los adanitas fueron los menos adictos al canibalismo.

89:6.2 (980.7) Los sacrificios humanos han sido prácticamente universales. Perduraron en las costumbres religiosas de los chinos, hindúes, egipcios, hebreos, mesopotámicos, griegos, romanos y muchos otros pueblos, e incluso hasta tiempos recientes entre las tribus atrasadas de África y Australia. Los indios americanos más recientes desarrollaron una civilización surgida del canibalismo y por consiguiente repleta de sacrificios humanos, sobre todo en América Central y del Sur. Los caldeos fueron de los primeros en abandonar los sacrificios humanos en circunstancias ordinarias y sustituirlos por animales. Hace unos dos mil años un bondadoso emperador japonés estableció la costumbre de sustituir a las personas sacrificadas por imágenes de arcilla, en cambio en el norte de Europa estos sacrificios perduraron hasta hace menos de mil años. Entre algunas tribus atrasadas se ven todavía sacrificios humanos practicados por voluntarios como una especie de suicidio religioso o ritual. Un chamán ordenó en cierta ocasión sacrificar a un anciano sumamente respetado por su tribu. El pueblo se sublevó y se negó a obedecer, pero el anciano se hizo matar por su propio hijo. Los antiguos creían realmente en esta costumbre.

89:6.3 (980.8) Como ilustración de los desgarradores conflictos que surgían entre las antiguas costumbres religiosas consagradas por el tiempo y las exigencias contrarias inherentes al progreso de la civilización, no se encuentra en los anales un episodio más trágico ni más patético que la narración hebrea de Jefté y su única hija. Siguiendo la costumbre habitual este hombre bienintencionado había hecho una promesa estúpida, había negociado con el «dios de las batallas» y acordado pagar cierto precio por la victoria sobre sus enemigos. Este precio consistía en sacrificar a aquel que saliese primero de su casa a recibirlo. Jefté pensó que uno de sus leales esclavos saldría a su encuentro a la vuelta de la batalla, pero fue su hija, la única que tenía, la que salió a darle la bienvenida. Y así, en esa fecha tan reciente y en un pueblo supuestamente civilizado, esa hermosa joven, tras dos meses de llorar su destino, fue ofrecida como sacrificio humano por su padre con la aprobación de sus compañeros de tribu. Todo ello se llevó a cabo a pesar de los estrictos mandatos de Moisés contra la ofrenda de sacrificios humanos. Pero los hombres y las mujeres son adictos a hacer votos estúpidos e innecesarios, y los hombres de la antigüedad tenían todas esas promesas por sumamente sagradas.

89:6.4 (981.1) Cuando se empezaba a construir un edificio de cierta importancia en la antigüedad, era costumbre matar a un ser humano como «sacrificio de los cimientos». Esto proporcionaba un espíritu fantasma para vigilar y proteger la estructura. Cuando los chinos se disponían a fundir una campana, la costumbre exigía el sacrificio de al menos una doncella con vistas a mejorar el tono de la campana; la muchacha elegida era arrojada viva al metal fundido.

89:6.5 (981.2) Existió durante mucho tiempo la práctica de emparedar esclavos vivos en los muros importantes. En tiempos más recientes las tribus del norte de Europa se limitaban a emparedar la sombra de un transeúnte en vez de sepultar a personas vivas en los muros de los edificios nuevos. Los chinos enterraban en un muro a los obreros que morían durante la construcción.

89:6.6 (981.3) Al iniciar la construcción de las murallas de Jericó, un reyezuelo de Palestina «echó los cimientos sobre Abiram, su primogénito, y edificó las puertas sobre Segub, su hijo menor». En fecha tan tardía ese padre no solo puso a dos de sus hijos vivos en los hoyos de los cimientos de las puertas de la ciudad, sino que queda constancia de esta acción como «conforme a la palabra del Señor». Moisés había prohibido los sacrificios de los cimientos, pero los israelíes los retomaron poco después de su muerte. La ceremonia del siglo veinte de depositar baratijas y recuerdos en la piedra angular de un edificio nuevo es una reminiscencia de aquellos primitivos sacrificios de los cimientos.

89:6.7 (981.4) Muchos pueblos conservaron durante largo tiempo la costumbre de dedicar los primeros frutos a los espíritus. Todas estas prácticas, ahora más o menos simbólicas, son vestigios del ceremonial primitivo asociado a los sacrificios humanos. La idea de ofrecer al primogénito como sacrificio estaba muy extendida entre los antiguos, sobre todo entre los fenicios, que fueron los últimos en descartarla. En el momento del sacrificio se solía decir: «vida por vida». Ahora vosotros decís ante la muerte: «polvo eres y al polvo volverás».

89:6.8 (981.5) El espectáculo de Abraham obligado a sacrificar a su hijo Isaac, aunque espantoso para la sensibilidad civilizada, no era una idea nueva ni extraña para los hombres de entonces. Fue frecuente durante mucho tiempo que los padres sacrificaran a su hijo primogénito en situaciones de fuerte tensión emocional. Muchos pueblos tienen tradiciones análogas a esta historia, pues existió en su día la creencia profunda y generalizada de que era necesario ofrecer un ser humano en sacrificio cuando ocurría algo insólito o extraordinario.

7. Las modificaciones de los sacrificios humanos

89:7.1 (981.6) Moisés intentó poner fin a los sacrificios humanos sustituyéndolos por un sistema de rescates. Estableció un programa sistemático que permitía a su pueblo eludir las peores consecuencias de sus promesas imprudentes e insensatas. Las tierras, las propiedades y los hijos se podían redimir mediante el pago a los sacerdotes de las tarifas establecidas. Los grupos que dejaron de sacrificar a sus primogénitos se encontraron pronto muy aventajados sobre sus vecinos menos adelantados que seguían practicando esas atrocidades. Muchas de esas tribus atrasadas, además de debilitarse considerablemente por la pérdida de hijos, llegaban a romper con frecuencia la línea de sucesión en el mando.

89:7.2 (982.1) Con la abolición de la práctica de sacrificar a los hijos surgió la costumbre de embadurnar de sangre las jambas de las puertas de la casa para proteger al primogénito. Esto solía hacerse con ocasión de una de las fiestas sagradas del año y estuvo generalizado en su día en la mayor parte del mundo, desde México hasta Egipto.

89:7.3 (982.2) Incluso después de que la mayoría de los grupos dejaran de matar niños de forma ritual, era costumbre abandonar a un bebé a su suerte en el desierto o en una barquita sobre las aguas. Si el niño sobrevivía se interpretaba que los dioses habían intervenido para preservarlo, como se recoge en las tradiciones de Sargón, Moisés, Ciro y Rómulo. Más tarde se adoptó la práctica de entregar al primogénito como ofrenda sagrada o sacrificial, pero no para matarlo sino para exiliarlo cuando se hiciera mayor; este fue el origen de la colonización. Los romanos incorporaron esta costumbre a su sistema colonizador.

89:7.4 (982.3) Muchas de las peculiares asociaciones de la permisividad sexual con el culto primitivo se originaron en el contexto de los sacrificios humanos. En los tiempos antiguos, si una mujer se topaba con cazadores de cabezas, podía salvar la vida a cambio de relaciones sexuales. Más tarde, una doncella consagrada a los dioses para ser sacrificada podía optar por redimir su vida dedicando su cuerpo al sagrado servicio sexual del templo de forma vitalicia; así podía ganar el dinero de su redención. Los antiguos consideraban muy honroso tener relaciones sexuales con una mujer dedicada a rescatar su vida de esta manera. El trato con estas doncellas sagradas era una ceremonia religiosa, y todo este ritual proporcionaba además una excusa aceptable para las satisfacciones sexuales corrientes. Era una forma sutil de autoengaño que tanto las doncellas como sus acompañantes estaban encantados de practicar. Los usos y costumbres van siempre a la zaga del avance evolutivo de la civilización, por eso sancionan las viejas prácticas sexuales de tipo salvaje de las razas en vías de evolución.

89:7.5 (982.4) El meretricio en los templos se acabó extendiendo por todo el sur de Europa y Asia. El dinero ganado por las prostitutas de los templos se tenía por sagrado entre todos los pueblos como una valiosa ofrenda a los dioses. El mercado sexual de los templos estaba atestado de mujeres de nivel superior que dedicaban sus ganancias a todo tipo de servicios sagrados y obras de interés público. Muchas de las mujeres más cotizadas prestaban servicios sexuales temporales en los templos para ir acumulando su dote, y la mayoría de los hombres preferían tener a esas mujeres como esposas.

8. La redención y los pactos

89:8.1 (982.5) La redención sacrificial y la prostitución en los templos fueron en realidad modificaciones de los sacrificios humanos. Luego apareció el simulacro de sacrificio de las hijas como reacción moral al antiguo meretricio en los templos. Esta ceremonia consistía en una sangría y un compromiso de virginidad para toda la vida. En tiempos más recientes las vírgenes se dedicaron al servicio de mantener los fuegos sagrados de los templos.

89:8.2 (982.6) Con el tiempo al hombre se le ocurrió la idea de sustituir el antiguo sacrificio humano completo por la ofrenda de alguna parte del cuerpo. La mutilación física se consideraba también un sustituto aceptable. Se sacrificaba el pelo, las uñas, la sangre e incluso los dedos de las manos y los pies. El antiguo rito posterior y casi universal de la circuncisión fue una derivación del culto del sacrificio parcial; era un acto puramente sacrificial sin ninguna connotación higiénica. Se circuncidaba a los hombres y se perforaban las orejas de las mujeres.

89:8.3 (983.1) Más tarde se hizo costumbre atarse los dedos en lugar de amputarlos. Afeitarse la cabeza y cortarse el pelo eran también formas de devoción religiosa. La castración empezó siendo una modificación de la idea de los sacrificios humanos. En África se siguen perforando la nariz y los labios, y los tatuajes son la evolución artística de las toscas cicatrices que se hacían antes en el cuerpo.

89:8.4 (983.2) Gracias a los progresos de las enseñanzas, las costumbres sacrificiales terminaron asociándose a la noción de pacto. Por fin se empezó a creer que los dioses llegaban a acuerdos reales con el hombre, y esto supuso un avance fundamental en la estabilización de la religión. La ley, un pacto, sustituye a la suerte, al miedo y a la superstición.

89:8.5 (983.3) El hombre no podía ni soñar con firmar un contrato con la Deidad mientras su concepto de Dios no fuera lo suficientemente alto como para imaginar a los controladores del universo como seres dignos de confianza. Las primeras ideas del hombre sobre Dios eran tan antropomórficas que no pudo concebir una Deidad digna de confianza hasta que él mismo se convirtió en un ser relativamente digno de confianza, moral y ético.

89:8.6 (983.4) Pero al final prosperó la idea de hacer un pacto con los dioses. El hombre evolutivo adquirió con el tiempo la dignidad moral suficiente como para atreverse a negociar con sus dioses. Y así, el tráfico de sacrificios se transformó gradualmente en una estrategia de negociación filosófica del hombre con Dios. Todo ello no era más que una nueva maniobra para asegurarse contra la mala suerte o más bien un método perfeccionado de comprar prosperidad. No os engañéis pensando que los sacrificios primitivos eran un regalo gratuito a los dioses, una ofrenda espontánea de gratitud o de acción de gracias. No eran expresiones de adoración verdadera.

89:8.7 (983.5) La oración primitiva no era ni más ni menos que una negociación con los espíritus, un regateo con los dioses. Era una forma de trueque en el que las súplicas y la persuasión se sustituían por algo más tangible y costoso. El desarrollo del comercio entre las razas había estimulado el espíritu negociador y promovido la astucia en las transacciones. Estos rasgos empezaron a aparecer en las prácticas cultuales del hombre, y así como algunos hombres eran mejores comerciantes que otros, algunos eran considerados mejores rezadores que otros. La oración de un hombre justo se tenía en alta estima. Un hombre justo era aquel que había saldado todas sus cuentas con los espíritus y había satisfecho plenamente todas las obligaciones rituales con los dioses.

89:8.8 (983.6) La oración primitiva era muy ajena a la adoración; consistía en peticiones para negociar sobre salud, riqueza y vida. En muchos aspectos las oraciones han cambiado poco con el paso de los siglos. Se siguen leyendo en libros, recitando formalmente y copiando para introducirlas en los molinillos de oración o colgarlas de los árboles, donde el soplo del viento ahorre al hombre la molestia de gastar aliento.

9. Los sacrificios y los sacramentos

89:9.1 (983.7) En el transcurso de la evolución de los rituales urantianos, los sacrificios humanos han progresado desde el sangriento canibalismo hasta niveles simbólicos superiores. Los primitivos ritos sacrificiales generaron las ceremonias sacramentales posteriores. Más adelante el sacerdote era el único que ingería un trozo del sacrificio caníbal o una gota de sangre humana, y luego todos los demás compartían el sustituto animal. Aquellas primeras ideas de rescate, redención y pacto se han transformado en los servicios sacramentales más recientes. Y toda esta evolución ceremonial ha ejercido una poderosa influencia socializadora.

89:9.2 (984.1) Con el tiempo se acabó sustituyendo la carne y la sangre de los antiguos sacrificios humanos por un sacramento de pasteles y vino; esto se inició en México y otros lugares en el contexto del culto a la Madre de Dios. Los hebreos practicaron durante mucho tiempo este rito como parte de sus ceremonias de la Pascua, y fue en este ceremonial donde se originaría más tarde la versión cristiana del sacramento.

89:9.3 (984.2) Las antiguas hermandades sociales se fundamentaban en el rito de beber sangre; la fraternidad judía primitiva era un sacrificio de sangre. Pablo empezó a construir un nuevo culto cristiano sobre «la sangre del pacto eterno», y aunque puede que sobrecargara innecesariamente el cristianismo con enseñanzas de sangre y sacrificio, acabó de una vez por todas con las doctrinas de redención mediante sacrificios humanos o animales. Sus concesiones teológicas muestran que hasta la revelación debe someterse al control gradual de la evolución. Según Pablo, Cristo se convirtió en el sacrificio humano último y definitivo; el Juez divino ya está plena y eternamente satisfecho.

89:9.4 (984.3) Y así, después de largos siglos, el culto sacrificial se ha transformado en culto sacramental. Los sacramentos de las religiones modernas son los legítimos sucesores de aquellas antiguas y espantosas ceremonias de sacrificios humanos y de los rituales caníbales aún más primitivos. Muchos siguen contando con la sangre para salvarse, pero por lo menos se ha convertido en sangre figurada, simbólica y mística.

10. El perdón de los pecados

89:10.1 (984.4) El hombre antiguo solo llegaba a ser consciente de gozar del favor de Dios mediante sacrificios. El hombre moderno debe desarrollar nuevos métodos para hacerse consciente de su propia salvación. La consciencia del pecado persiste en la mente del mortal, pero los patrones mentales correspondientes a la liberación del pecado han quedado desfasados y obsoletos. La necesidad espiritual sigue siendo un hecho real, pero el progreso intelectual ha destruido las antiguas formas de obtener paz y consuelo para la mente y el alma.

89:10.2 (984.5) El pecado ha de ser redefinido como deslealtad deliberada a la Deidad. Hay grados de deslealtad: la lealtad parcial de la indecisión, la lealtad dividida del conflicto, la lealtad agonizante de la indiferencia y por último la muerte de la lealtad, que se manifiesta en la dedicación a ideales sin dios.

89:10.3 (984.6) El sentido o sentimiento de culpa es la consciencia de haber transgredido los usos y costumbres; no implica pecado necesariamente. No hay pecado real si no hay deslealtad consciente a la Deidad.

89:10.4 (984.7) La posibilidad de reconocer el sentimiento de culpa es un signo de distinción trascendente para la humanidad. No tacha al hombre de ruin sino que lo distingue como criatura de grandeza potencial y gloria creciente. Ese sentimiento de demérito es el estímulo inicial que debería conducir de forma rápida y segura hacia aquellas conquistas de la fe que trasladan a la mente mortal al nivel magnífico de la nobleza moral, la visión interior cósmica y la vida espiritual. Entonces todos los significados de la existencia humana pasan de lo temporal a lo eterno, y todos los valores se elevan de lo humano a lo divino.

89:10.5 (984.8) Confesar el pecado es repudiar valientemente la deslealtad, pero no mitiga de ninguna manera las consecuencias de dicha deslealtad en el espacio-tiempo. Confesar —reconocer sinceramente la naturaleza del pecado— es esencial para el crecimiento religioso y el progreso espiritual.

89:10.6 (985.1) Cuando la Deidad perdona el pecado se renuevan las relaciones de lealtad tras un periodo durante el cual la consciencia humana se ha visto privada de dichas relaciones como consecuencia de su rebelión consciente. No es necesario buscar el perdón, solo recibirlo como toma de consciencia del restablecimiento de las relaciones de lealtad entre la criatura y el Creador. Y todos los hijos leales de Dios son felices, aman el servicio y progresan constantemente en el ascenso al Paraíso.

89:10.7 (985.2) [Presentado por una Brillante Estrella Vespertina de Nebadon.]

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