Documento 150 - La tercera gira de predicación

   
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El libro de Urantia

Documento 150

La tercera gira de predicación

150:0.1 (1678.1) EL DOMINGO 16 de enero del año 29 d. C., Abner y los apóstoles de Juan llegaron a Betsaida por la tarde y se reunieron al día siguiente con Andrés y los apóstoles de Jesús. Abner y sus compañeros establecieron su cuartel general en Hebrón y solían ir periódicamente a Betsaida para estas reuniones.

150:0.2 (1678.2) Uno de los muchos asuntos que se trataron en esta conversación conjunta fue la práctica de ungir a los enfermos con ciertos tipos de aceite mientras se rezaban oraciones por su curación. Jesús se negó una vez más a participar en sus debates u opinar sobre sus conclusiones. Los apóstoles de Juan habían usado siempre el aceite de ungir en su ministerio a los enfermos y afligidos, y trataron de hacer extensiva esta práctica a ambos grupos por igual, pero los apóstoles de Jesús se negaron a adoptar esta norma.

150:0.3 (1678.3) El martes 18 de enero los veinticuatro se reunieron con los evangelistas aprobados, unos setenta y cinco, en casa de Zebedeo en Betsaida, como preparación para ser enviados a la tercera gira de predicación por Galilea. Esta tercera misión duró siete semanas.

150:0.4 (1678.4) Los evangelistas fueron enviados en grupos de cinco, en cambio Jesús y los doce viajaron juntos la mayor parte del tiempo. Los apóstoles salían de dos en dos a bautizar creyentes cuando era necesario. Abner y sus compañeros trabajaron también con los grupos de evangelistas durante casi tres semanas aconsejándolos y bautizando creyentes. Visitaron Magdala, Tiberiades, Nazaret y todas las principales ciudades y pueblos del centro y sur de Galilea, todos los lugares visitados anteriormente y muchos más. Este fue su último mensaje para Galilea, excepto las regiones del norte.

1. El cuerpo de mujeres evangelistas

150:1.1 (1678.5) De todas las audacias de la carrera de Jesús en la tierra, la más asombrosa fue el anuncio inesperado que hizo el 16 de enero al caer la tarde: «Mañana elegiremos a diez mujeres para trabajar en el ministerio del reino». Cuando los apóstoles y evangelistas se marcharon de Betsaida para tomarse sus dos semanas de vacaciones, Jesús había pedido a David que llamara a sus padres para que volvieran a su casa y que enviara mensajeros para convocar en Betsaida a diez mujeres devotas que habían servido en la administración del antiguo campamento y su enfermería. Todas estas mujeres habían escuchado la instrucción dada a los jóvenes evangelistas, pero nunca se les había ocurrido ni a ellas ni a sus maestros que Jesús se atrevería a encargar a unas mujeres que enseñaran el evangelio del reino y atendieran a los enfermos. Estas fueron las diez mujeres elegidas y nombradas por Jesús: Susana, la hija del antiguo jazán de la sinagoga de Nazaret; Juana, la esposa de Chuza, el administrador de Herodes Antipas; Isabel, la hija de un judío rico de Tiberiades y Séforis; Marta, la hermana mayor de Andrés y Pedro; Raquel, la cuñada de Judá, el hermano del Maestro en la carne; Nasanta, la hija de Elman, el médico sirio; Milca, una prima del apóstol Tomás; Rut, la hija mayor de Mateo Leví; Celta, la hija de un centurión romano; y Agaman, una viuda de Damasco. Jesús añadiría más tarde otras dos mujeres a este grupo: María Magdalena y Rebeca, la hija de José de Arimatea.

150:1.2 (1679.1) Jesús autorizó a estas mujeres a establecer su propia organización y encargó a Judas que les proporcionara fondos para equiparse y comprar animales de carga. Las diez eligieron a Susana como jefa y a Juana como tesorera. De ahí en adelante se abastecieron por sí mismas y nunca más recurrieron al apoyo monetario de Judas.

150:1.3 (1679.2) En aquellos días en los que ni siquiera se permitía a las mujeres acceder al piso principal de la sinagoga (estaban confinadas a la galería de las mujeres), era francamente chocante que fueran reconocidas como maestras autorizadas del nuevo evangelio del reino. El encargo que Jesús dio a estas diez mujeres al elegirlas para la enseñanza y el ministerio del evangelio era la proclamación de la emancipación que hacía libres a todas las mujeres para todos los tiempos. El hombre ya no debía seguir considerando a la mujer como espiritualmente inferior a él. Esto causó una auténtica conmoción incluso entre los doce apóstoles. A pesar de que habían oído decir muchas veces al Maestro que «en el reino de los cielos no hay ni ricos ni pobres, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres, todos son por igual hijos e hijas de Dios», se quedaron literalmente anonadados cuando propuso nombrar formalmente a estas diez mujeres como maestras religiosas y permitirles incluso viajar con ellos. Todo el país se agitó ante esta iniciativa de Jesús, y sus enemigos le sacaron mucho partido, pero las mujeres que creían en la buena nueva apoyaron decididamente y en todas partes a sus hermanas elegidas y dieron su plena aprobación a este reconocimiento tardío del lugar de la mujer en la actividad religiosa. Esta liberación de las mujeres, con su debido reconocimiento, fue practicada por los apóstoles inmediatamente después de la partida del Maestro, aunque las generaciones posteriores volvieron a caer en las antiguas costumbres. Durante los primeros tiempos de la Iglesia cristiana las mujeres maestras y ministradoras fueron llamadas diaconisas, y gozaban de reconocimiento general. Pablo, por su parte, aceptaba todo esto en teoría pero nunca llegó a incorporarlo de verdad a su propia actitud y le costaba trabajo ponerlo en práctica personalmente.

2. La parada en Magdala

150:2.1 (1679.3) Cuando el grupo apostólico salió de Betsaida las mujeres iban al final de la comitiva. Durante las conferencias se sentaban siempre juntas, enfrente y a la derecha del orador. El número de mujeres creyentes en el evangelio del reino era cada vez mayor, y su deseo de hablar personalmente con Jesús o con uno de los apóstoles había creado muchas complicaciones y un sinfín de situaciones embarazosas en el pasado. En cambio ahora, cuando una mujer creyente deseaba ver al Maestro o consultar algo con los apóstoles, iba a ver a Susana, y una de las doce mujeres evangelistas la acompañaba enseguida ante el Maestro o uno de sus apóstoles.

150:2.2 (1680.1) Fue en Magdala donde las mujeres demostraron por primera vez su utilidad y justificaron el acierto de haberlas elegido. Andrés había impuesto a sus compañeros unas reglas bastante estrictas sobre el trabajo personal con las mujeres, sobre todo con las de dudosa moralidad. Cuando el grupo apostólico llegó a Magdala, estas diez mujeres evangelistas pudieron entrar libremente en las casas de mal vivir y predicar directamente la buena nueva a todas sus ocupantes. Y cuando visitaban a los enfermos, estas mujeres podían atender de manera mucho más cercana a sus hermanas aquejadas. Como resultado de la labor de estas diez mujeres (más tarde conocidas como las doce mujeres) en esta ciudad, María Magdalena encontró el camino del reino. Por una sucesión de infortunios y como consecuencia de la actitud de la sociedad respetable hacia las mujeres que cometían tales errores de juicio, esta mujer había ido a parar a uno de los prostíbulos de Magdala. Fueron Marta y Raquel quienes hicieron ver a María que las puertas del reino estaban abiertas incluso a personas como ella. María creyó en la buena nueva y fue bautizada por Pedro al día siguiente.

150:2.3 (1680.2) María Magdalena se convirtió en la maestra más eficaz de este grupo de doce mujeres evangelistas. Fue elegida para esta labor, junto con Rebeca, en Jotapata unas cuatro semanas después de su conversión. María, Rebeca y las demás mujeres de este grupo siguieron trabajando con eficacia y fidelidad para iluminar y elevar a sus hermanas oprimidas durante el resto de la vida de Jesús en la tierra. Cuando llegó la hora del último y trágico episodio del drama de la vida de Jesús, y a pesar de que todos los apóstoles menos uno habían huido, todas estas mujeres estuvieron presentes y ninguna de ellas negó ni traicionó al Maestro.

3. Un sabbat en Tiberiades

150:3.1 (1680.3) Siguiendo las instrucciones de Jesús, Andrés había encargado a las mujeres los oficios del sabbat del grupo apostólico. Esto significaba, por supuesto, que no se podían celebrar en la nueva sinagoga. Las mujeres eligieron a Juana para dirigir el acto, y la reunión tuvo lugar en la sala de banquetes del palacio nuevo de Herodes, que estaba entonces en su residencia de Julias, en Perea. Juana leyó pasajes de las Escrituras sobre la contribución de la mujer a la vida religiosa de Israel que hacían referencia a Miriam, Débora, Ester y otras.

150:3.2 (1680.4) Esa misma noche Jesús dio al grupo reunido una charla memorable sobre «La magia y la superstición». En aquel tiempo, la aparición de una estrella brillante y supuestamente nueva era considerada como el signo de que acababa de nacer un gran hombre en la tierra. Como se había visto una estrella de este tipo por esas fechas, Andrés preguntó a Jesús si estas creencias estaban bien fundamentadas. En su larga respuesta a la pregunta de Andrés, el Maestro trató en profundidad sobre la superstición humana. La exposición que hizo Jesús en esta ocasión se puede resumir en lenguaje moderno como sigue:

150:3.3 (1680.5) 1. El curso de las estrellas en los cielos no tiene nada que ver con los acontecimientos de la vida humana en la tierra. La astronomía es una ocupación adecuada para la ciencia, pero la astrología es un cúmulo de errores supersticiosos que no tiene sitio en el evangelio del reino.

150:3.4 (1680.6) 2. El examen de los órganos internos de un animal recién sacrificado no puede revelar nada sobre el clima, los acontecimientos futuros o el desenlace de los asuntos humanos.

150:3.5 (1680.7) 3. Los espíritus de los muertos no vuelven a esta vida para comunicarse con su familia ni sus antiguos amigos.

150:3.6 (1681.1) 4. Los amuletos y las reliquias no pueden curar enfermedades, proteger de desastres o influir en los malos espíritus. La creencia de que todos estos medios materiales influyen en el mundo espiritual no es más que una burda superstición.

150:3.7 (1681.2) 5. Echar a suertes puede ser una forma conveniente de resolver muchas dificultades menores, pero no es un método adecuado para desvelar la voluntad divina. Los resultados así obtenidos son simples casualidades de orden material. El único medio de comunión con el mundo espiritual reside en la dotación de espíritu de la humanidad: el espíritu del Padre que mora en el interior, junto con el espíritu derramado por el Hijo y la influencia omnipresente del Espíritu Infinito.

150:3.8 (1681.3) 6. La adivinación, la hechicería y la brujería son supersticiones de mentes ignorantes, igual que los engaños de la magia. La creencia en números mágicos, augurios de buena suerte y presagios de mala suerte son pura superstición sin fundamento.

150:3.9 (1681.4) 7. La interpretación de los sueños es, en la mayoría de los casos, un sistema supersticioso e infundado de especulación ignorante y fantasiosa. El evangelio del reino no debe tener nada en común con los sacerdotes adivinos de la religión primitiva.

150:3.10 (1681.5) 8. Los espíritus del bien o del mal no pueden morar dentro de símbolos materiales de arcilla, madera o metal. Los ídolos no son nada más que el material con el que están hechos.

150:3.11 (1681.6) 9. Las prácticas de los encantadores, los brujos, los magos y los hechiceros provienen de las supersticiones de los egipcios, los asirios, los babilonios y los antiguos cananeos. Los amuletos y conjuros de todo tipo son inútiles tanto para conseguir la protección de los buenos espíritus como para ahuyentar a los supuestos malos espíritus.

150:3.12 (1681.7) 10. Jesús desenmascaró y condenó las creencias de sus oyentes en ensalmos, ordalías, hechizos, maldiciones, signos, mandrágoras, cuerdas anudadas y todas las demás formas de superstición ignorante y servil.

4. El envío de los apóstoles de dos en dos

150:4.1 (1681.8) La tarde siguiente Jesús reunió a los doce apóstoles, a los apóstoles de Juan y al grupo de mujeres recién nombrado y les dijo: «Ya veis con vuestros propios ojos que la cosecha es abundante, mas los obreros pocos. Oremos pues todos al Señor de la cosecha para que envíe más obreros a su mies. Mientras yo me quedo para alentar e instruir a los más jóvenes, enviaré a los más antiguos de dos en dos para que recorran rápidamente toda Galilea predicando el evangelio del reino mientras la situación siga siendo favorable y se pueda hacer de forma pacífica». Luego organizó las parejas de apóstoles tal como él quería que trabajaran juntos: Andrés y Pedro, Santiago y Juan Zebedeo, Felipe y Natanael, Tomás y Mateo, Santiago y Judas Alfeo, Simón Zelotes y Judas Iscariote.

150:4.2 (1681.9) Jesús fijó la fecha de reunión de los doce en Nazaret y les dijo al despedirse: «Durante esta misión no vayáis a ninguna ciudad de los gentiles ni vayáis a Samaria, id más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Predicad el evangelio del reino y proclamad la verdad salvadora de que el hombre es hijo de Dios. Recordad que el discípulo no es más que su maestro ni el siervo más que su señor. Le basta al discípulo ser como su maestro y al siervo como su señor. Si algunos se han atrevido a llamar al dueño de la casa amigo de Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa! Pero no temáis a esos enemigos incrédulos, porque que nada hay encubierto que no haya de ser revelado; no hay nada oculto que no haya de saberse. Lo que os he enseñado en privado, predicadlo abiertamente con sabiduría. Lo que os he revelado dentro de la casa, proclamadlo desde las azoteas a su debido tiempo. Y yo os digo, amigos y discípulos míos, no temáis a los que pueden matar el cuerpo pero no pueden destruir el alma; poned más bien vuestra confianza en Aquel que puede sostener el cuerpo y salvar el alma.

150:4.3 (1682.1) «¿No se venden dos pajarillos por un céntimo? Y aun así declaro que ninguno de ellos está olvidado a los ojos de Dios. ¿No sabéis que hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados? Así que no temáis; vosotros valéis más que muchos pajarillos. No os avergoncéis de mis enseñanzas; salid a proclamar la paz y la buena voluntad, pero no os engañéis, la paz no siempre acompañará vuestra predicación. He venido a traer la paz a la tierra, pero cuando los hombres rechazan mi regalo se producen conflictos y divisiones. Cuando todos los miembros de una familia reciben el evangelio del reino, la paz habita en esa casa; pero cuando algunos miembros de la familia entran en el reino y otros rechazan el evangelio, esa división solo puede producir pena y tristeza. Esforzaos seriamente por salvar a toda la familia, no vaya a ser que los enemigos de un hombre lleguen a ser los de su propia casa. Pero una vez que hayáis hecho todo lo posible por todos los de cada familia, os declaro que el que ama a su padre o a su madre más que a este evangelio no es digno del reino.»

150:4.4 (1682.2) Después de escuchar estas palabras los doce se pusieron en marcha, y no volvieron a verse hasta el momento en que se reunieron en Nazaret para encontrarse con Jesús y los otros discípulos, tal como lo había dispuesto el Maestro.

5. ¿Qué debo hacer para salvarme?

150:5.1 (1682.3) Una tarde en Sunem, cuando los apóstoles de Juan ya habían vuelto a Hebrón y los apóstoles de Jesús ya habían salido de dos en dos, el Maestro estaba instruyendo a doce de los evangelistas más jóvenes, que trabajaban bajo la dirección de Jacobo, y a las doce mujeres. Entonces Raquel le preguntó: «Maestro, ¿qué debemos responder cuando las mujeres nos preguntan: Qué debo hacer para salvarme?». Jesús le contestó:

150:5.2 (1682.4) «Cuando los hombres y las mujeres os pregunten qué deben hacer para salvarse, contestaréis: Creed en este evangelio del reino; aceptad el perdón divino. Reconoced por la fe al espíritu de Dios que mora dentro de vosotros, cuya aceptación os hace hijos de Dios. ¿No habéis leído en las Escrituras el pasaje que dice: ‘En el Señor está la justicia y la fuerza’? Y también aquel en el que el Padre dice: ‘Cerca está mi justicia, ha salido mi salvación y mis brazos envolverán a mi pueblo’. ‘Mi alma se alegrará en el amor de mi Dios, pues él me ha vestido con ropas de salvación y me ha envuelto en manto de justicia.’ ¿No habéis leído también del Padre que por su nombre ‘será llamado el Señor, justicia nuestra’? ‘Quitaos los sucios harapos de la superioridad moral y vestid a mi hijo con la túnica de la rectitud divina y la salvación eterna.’ Es cierto para siempre que ‘el justo por su fe vivirá’. La entrada en el reino del Padre es totalmente libre, pero el progreso —el crecimiento en la gracia—es esencial para continuar en él.

150:5.3 (1682.5) «La salvación es el regalo del Padre y está revelada por sus Hijos. Al aceptarla por la fe os hacéis partícipes de la naturaleza divina, hijos o hijas de Dios. Por la fe sois justificados; por la fe sois salvados; y por esta misma fe avanzáis eternamente en el camino de la perfección progresiva y divina. Por la fe fue justificado Abraham, y se hizo consciente de la salvación por las enseñanzas de Melquisedec. Esta misma fe ha salvado a los hijos de los hombres durante todos los tiempos, pero ahora un Hijo ha venido del Padre para hacer más real y aceptable la salvación.»

150:5.4 (1683.1) Cuando Jesús dejó de hablar hubo gran regocijo entre los que habían escuchado sus bondadosas palabras, y todos siguieron proclamando el evangelio del reino con nuevo poder y renovado entusiasmo. Las mujeres se alegraron aún más al saber que estaban incluidas en estos planes para establecer el reino en la tierra.

150:5.5 (1683.2) Al resumir su declaración final Jesús dijo: «No podéis comprar la salvación; no podéis ganar la rectitud. La salvación es un regalo de Dios y la rectitud es el fruto natural de la vida nacida del espíritu, la vida de filiación en el reino. No seréis salvados porque viváis una vida de rectitud, sino que viviréis una vida de rectitud porque ya habéis sido salvados, habéis reconocido la filiación como un regalo de Dios y el servicio al reino como el deleite supremo de la vida en la tierra. Cuando los hombres creen en este evangelio, que es una revelación de la bondad de Dios, se sienten inducidos a arrepentirse voluntariamente de todo pecado conocido. Ser consciente de la filiación es incompatible con el deseo de pecar. Los creyentes en el reino tienen hambre de rectitud y sed de perfección divina».

6. Las lecciones vespertinas

150:6.1 (1683.3) Jesús trató muchos temas en las conversaciones de la tarde. Durante el resto de esta gira —antes de que todos se reunieran en Nazaret— habló sobre «El amor de Dios», «Los sueños y las visiones», «La malevolencia», «La humildad y la mansedumbre», «El valor y la lealtad», «La música y la adoración», «El servicio y la obediencia», «El orgullo y el atrevimiento», «El perdón en relación con el arrepentimiento», «La paz y la perfección», «La envidia y la maledicencia», «El mal, el pecado y la tentación», «Las dudas y la incredulidad», «La sabiduría y la adoración». En ausencia de los apóstoles más antiguos, los hombres y mujeres incorporados más recientemente pudieron participar con más libertad en estas conversaciones con el Maestro.

150:6.2 (1683.4) Después de pasar dos o tres días con un grupo de doce evangelistas, Jesús iba a reunirse con otro grupo, y era informado del paradero y los movimientos de todos estos trabajadores por los mensajeros de David. Al ser esta su primera gira, las mujeres se quedaron casi todo el tiempo con Jesús. Gracias a la organización de mensajeros, cada uno de estos grupos se mantenía plenamente informado sobre el progreso de la gira, y las noticias de los demás grupos eran siempre fuente de estímulo para estos evangelistas dispersos y separados.

150:6.3 (1683.5) Antes de dispersarse se había acordado que los doce apóstoles, los evangelistas y el cuerpo de mujeres volverían a reunirse con el Maestro en Nazaret el viernes 4 de marzo, y así, los diversos grupos de apóstoles y evangelistas empezaron a dirigirse hacia Nazaret desde todos los puntos del centro y sur de Galilea en torno a esta fecha. Los primeros en llegar montaron el campamento en las tierras altas del norte de la ciudad, y los últimos fueron Andrés y Pedro, que llegaron a media tarde. Era la primera vez que Jesús visitaba Nazaret desde el comienzo de su ministerio público.

7. La estancia en Nazaret

150:7.1 (1683.6) Ese viernes por la tarde Jesús paseó por Nazaret sin ser observado ni reconocido por nadie. Pasó por la casa de su niñez y por el taller de carpintería, y estuvo media hora en la colina donde tanto disfrutaba cuando era un muchacho. El alma del Hijo del Hombre no se había sentido conmovida por tal marea de emociones humanas desde el día de su bautismo por Juan en el Jordán. Al bajar de la montaña oyó el sonido familiar de la trompeta que anunciaba la puesta del sol, como lo había oído tantísimas veces de niño en Nazaret. Antes de volver al campamento pasó por la sinagoga que había sido su escuela y se sumió en muchos recuerdos de su edad infantil. Horas antes, Jesús había encargado a Tomás que se pusiera de acuerdo con el dirigente de la sinagoga para poder predicar en el oficio matutino del sabbat.

150:7.2 (1684.1) El pueblo de Nazaret nunca había sido famoso por su piedad ni su rectitud de vida. Con el paso de los años la población se había ido contaminando con la baja moralidad de la cercana ciudad de Séforis. Durante toda la juventud y los primeros años de la vida adulta de Jesús hubo división de opiniones sobre él en Nazaret, y su decisión de trasladarse a Cafarnaúm provocó bastante resentimiento. Los habitantes de Nazaret habían oído hablar mucho de las actividades de su antiguo carpintero y les ofendía que no hubiera incluido su aldea natal en ninguna de sus giras de predicación anteriores. Por supuesto, habían oído hablar de la fama de Jesús, pero la mayoría de los ciudadanos no podía tolerar que no hubiera realizado ninguna de sus grandes obras en la ciudad de su juventud. La gente de Nazaret llevaba muchos meses hablando de Jesús con opiniones desfavorables en la mayoría de los casos.

150:7.3 (1684.2) Y así, lejos de recibir una cordial bienvenida de vuelta a casa, el Maestro se encontró en un entorno decididamente hostil e hipercrítico. Es más, sus enemigos, sabiendo que iba a pasar ese día del sabbat en Nazaret y suponiendo que hablaría en la sinagoga, habían contratado a un buen número de hombres rudos y agresivos para hostigarlo y causarle todas las dificultades posibles.

150:7.4 (1684.3) La mayoría de los antiguos amigos de Jesús, incluido el jazán que lo adoraba y que había sido su profesor de juventud, habían muerto o ya no vivían en Nazaret, y la generación más joven tendía a sentir resentimiento y una profunda envidia por su fama. Nadie recordaba ya su anterior dedicación a la familia de su padre y lo criticaban duramente por no visitar a su hermano y a sus hermanas casadas que vivían en Nazaret. Esta antipatía de la población se había visto aumentado por la actitud de la familia de Jesús hacia él. Los judíos más ortodoxos llegaron incluso a criticar a Jesús por ir andando demasiado deprisa hacia la sinagoga ese sabbat por la mañana.

8. El oficio del sabbat

150:8.1 (1684.4) Ese sabbat hizo un día magnífico, y todo Nazaret, amigos y enemigos, salió a escuchar lo que este antiguo ciudadano de su pueblo iba a decir en la sinagoga. Gran parte del séquito apostólico tuvo que quedarse fuera del recinto, pues no había sitio para todos los que habían acudido a oír sus palabras. Jesús había hablado muchas veces de joven en este lugar de culto, y esa mañana, cuando el dirigente de la sinagoga le entregó el rollo de los escritos sagrados del que iba a leer la lección de las Escrituras, ninguno de los presentes pareció recordar que ese manuscrito se lo había regalado el propio Jesús a esa sinagoga.

150:8.2 (1684.5) Los oficios de este día se celebraron exactamente igual que cuando Jesús asistía de muchacho. Subió al estrado de los oradores con el dirigente de la sinagoga, y el oficio empezó con dos oraciones: «Bendito sea el Señor, Rey del mundo, que forma la luz y crea las tinieblas, que hace la paz y crea todas las cosas; que en su misericordia da luz a la tierra y a los que habitan en ella y que en su bondad, día a día y todos los días, renueva la obra de la creación. Bendito sea el Señor nuestro Dios por la gloria de las obras de sus manos y por las luces iluminadoras que ha hecho para su alabanza. Selah. Bendito sea el Señor nuestro Dios que ha formado las luces».

150:8.3 (1685.1) Tras una breve pausa siguieron orando: «Con gran amor el Señor nuestro Dios nos ha amado, y con piedad desbordante se ha apiadado de nosotros nuestro Padre y nuestro Rey, por amor a nuestros padres que confiaron en él. Tú les enseñaste las leyes de la vida; ten misericordia de nosotros y enséñanos. Ilumina nuestros ojos con la ley; haz que nuestros corazones se ajusten a tus mandamientos; une nuestros corazones para que amemos y temamos tu nombre, y no seremos avergonzados, por los siglos de los siglos. Pues tú eres un Dios que prepara la salvación, y nos has escogido entre todas las naciones y todas las lenguas, y en verdad nos has acercado a tu gran nombre —selah— para que podamos alabar tu unidad con amor. Bendito sea el Señor que en su amor eligió a su pueblo Israel».

150:8.4 (1685.2) Los fieles recitaron luego el Shemá, el credo de la fe judía. Este ritual consistía en repetir numerosos pasajes de la ley e indicaba que los fieles aceptaban el yugo del reino de los cielos, y también el yugo de los mandamientos tal como debían cumplirlos de día y de noche.

150:8.5 (1685.3) Y luego venía la tercera oración: «Tú eres en verdad Yahvé, nuestro Dios y el Dios de nuestros padres, nuestro Rey y el Rey de nuestros padres, nuestro Salvador y el Salvador de nuestros padres, nuestro Creador y la roca de nuestra salvación, nuestra ayuda y nuestro libertador. Tu nombre existe desde la eternidad, y no hay más Dios que tú. Los que fueron liberados cantaron un nuevo cántico en tu nombre a la orilla del mar; todos juntos te alabaron y te reconocieron como Rey y dijeron: Yahvé reinará por los siglos de los siglos. Bendito sea el Señor que salva a Israel».

150:8.6 (1685.4) El dirigente de la sinagoga se puso entonces en su puesto delante del arca o cofre que contenía las escrituras sagradas y empezó a recitar las diecinueve oraciones de elogio o bendiciones. Como en esa ocasión convenía abreviar el oficio para dar más tiempo para su discurso al invitado de honor, solo se recitó la primera y la última bendición. La primera era: «Bendito sea el Señor nuestro Dios y el Dios de nuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob; el Dios grande, poderoso y terrible, que muestra misericordia y bondad, que crea todas las cosas, que recuerda sus promesas clementes a nuestros padres y envía con amor a un salvador a los hijos de sus hijos para gloria de su nombre. ¡Oh Rey, socorredor, salvador y escudo! Bendito eres tú, oh Yahvé, escudo de Abraham».

150:8.7 (1685.5) Siguió entonces la última bendición: «Otorga a tu pueblo Israel una gran paz para siempre, pues tú eres el Rey y el Señor de toda paz. Y es bueno a tus ojos bendecir a Israel con la paz en todo momento y a toda hora. Bendito seas, Yahvé, que bendices a tu pueblo Israel con la paz». Los fieles no miraban al dirigente mientras recitaba las bendiciones. Tras las bendiciones pronunció una oración informal adaptada a la ocasión, y al final todos los fieles se unieron para decir amén.

150:8.8 (1685.6) Entonces el jazán se acercó al arca y sacó un rollo que entregó a Jesús para que leyera la lección de las Escrituras. Era costumbre llamar a siete personas para que leyeran al menos tres versos de la ley, pero en esa ocasión se permitió leer al visitante la lección elegida por él. Jesús tomó el rollo, se puso en pie y empezó a leer del Deuteronomio: «Porque este mandamiento que te ordeno hoy no te es encubierto, ni está lejos. No está en el cielo, para que no digas: ¿quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que no digas: ¿quién pasará por nosotros el mar para que nos lo traiga y nos lo haga oír a fin de que lo cumplamos? No, la palabra de vida está muy cerca de ti, incluso en tu presencia y en tu corazón, para que puedas conocerla y obedecerla».

150:8.9 (1686.1) Cuando Jesús terminó de leer del libro de la ley, pasó a Isaías y leyó: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para predicar la buena nueva a los pobres. Me ha enviado para proclamar la liberación de los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los que están doloridos y para proclamar el año favorable del Señor».

150:8.10 (1686.2) Jesús cerró el libro, se lo devolvió al dirigente de la sinagoga, se sentó y se dirigió a la gente. Empezó diciendo: «Hoy se han cumplido estas Escrituras». Luego habló durante casi quince minutos sobre «Los hijos y las hijas de Dios». Lo que dijo gustó a muchos de los asistentes, que se maravillaron de su gracia y su sabiduría.

150:8.11 (1686.3) Era costumbre que el orador se quedara en la sinagoga después del oficio para atender a las preguntas de las personas interesadas, y así lo hizo Jesús esa mañana de sabbat. Bajó de la tarima y se mezcló con la multitud que se adelantaba para hacerle preguntas, pero entre ellos había muchos malintencionados, y alrededor del gentío merodeaban los alborotadores que habían sido contratados para armar bronca. Muchos discípulos y evangelistas que se habían quedado fuera empezaron a forcejear para entrar en la sinagoga y comprendieron enseguida que se estaba fraguando un conflicto. Intentaron sacar de allí al Maestro, pero él no quiso ir con ellos.

9. El rechazo de Nazaret

150:9.1 (1686.4) Jesús se encontró en la sinagoga rodeado por una muchedumbre de enemigos y muy pocos de sus propios seguidores. Como respuesta a sus groseras preguntas y a sus burlas siniestras, comentó medio en broma: «Sí, soy el hijo de José; soy el carpintero, y no me sorprende que me recordéis el proverbio ‘Médico, cúrate a ti mismo’, ni que me desafiéis a que haga en Nazaret lo que habéis oído decir que hice en Cafarnaúm. Pero os pongo por testigos de que incluso las Escrituras declaran que ‘nadie es profeta en su tierra ni entre su propia gente’».

150:9.2 (1686.5) Pero ellos le daban empujones y le decían apuntando con un dedo acusador: «Te crees mejor que la gente de Nazaret; tú te marchaste, pero tu hermano es un trabajador común y tus hermanas siguen viviendo entre nosotros. Conocemos a María tu madre. ¿Dónde están hoy? Hemos oído grandes cosas sobre ti, pero vemos que no haces ningún prodigio al volver aquí». Jesús les contestó: «Amo a la gente que vive en la ciudad donde crecí, y me alegraría veros entrar a todos en el reino de los cielos, pero no me corresponde a mí determinar la realización de las obras de Dios. Las transformaciones de la gracia se producen como respuesta a la fe viva de los que son sus beneficiarios».

150:9.3 (1686.6) Jesús habría manejado amablemente a la multitud y habría desarmado eficazmente incluso a sus enemigos violentos de no haber sido por el garrafal error táctico de uno de sus propios apóstoles, Simón Zelotes. Con ayuda de Nacor, uno de los evangelistas más jóvenes, Simón había reunido a un grupo de amigos de Jesús entre el gentío y empezaron a amenazar a los enemigos del Maestro para que se fueran de allí. Jesús llevaba mucho tiempo enseñando a los apóstoles que una respuesta suave aparta la ira, pero sus seguidores no estaban acostumbrados a ver a su amado y respetado Maestro tratado con tanto menosprecio y semejante grosería. No pudieron soportarlo. Dieron rienda suelta a su indignación, pero solo consiguieron despertar el espíritu de turba de aquel populacho impío. Y así, aquellos rufianes liderados por mercenarios arrastraron a Jesús desde la sinagoga hasta la cima de una escarpada colina cercana con intención de despeñarlo. Cuando estaban a punto de lanzarlo al precipicio, Jesús se volvió de pronto hacia sus atacantes y, dándoles la cara, se cruzó tranquilamente de brazos. No dijo nada, pero cuando empezó a avanzar la turba se apartó y le dio paso sin hacerle ningún daño ante la estupefacción de los amigos del Maestro.

150:9.4 (1687.1) Jesús, seguido de sus discípulos, se dirigió a su campamento, donde hablaron de todo lo que había ocurrido. Esa misma tarde se prepararon para volver a Cafarnaúm a la mañana siguiente como había ordenado Jesús. Este turbulento final de la tercera gira de predicación pública fue muy aleccionador para todos los seguidores de Jesús. Empezaban a comprender el significado de algunas enseñanzas del Maestro; empezaban a darse cuenta de que el reino solo llegaría a través de muchas penalidades y muchas amargas desilusiones.

150:9.5 (1687.2) Salieron temprano de Nazaret aquel domingo por diferentes rutas y se encontraron todos en Betsaida el jueves 10 de marzo al mediodía. Se reunieron como un grupo serio y desilusionado de predicadores del evangelio de la verdad, y no como una banda entusiasta y triunfadora de cruzados victoriosos.

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