Documento 87 - Los cultos a los fantasmas

   
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El libro de Urantia

Documento 87

Los cultos a los fantasmas

87:0.1 (958.1) EL culto a los fantasmas se desarrolló para contrarrestar los riesgos de la mala suerte; sus prácticas religiosas primitivas nacieron de la inquietud por la mala suerte y el miedo desmesurado a los muertos. Ninguna de aquellas primeras religiones se interesó especialmente por reconocer la Deidad ni venerar lo sobrehumano; sus ritos básicamente negativos tenían por objeto evitar, expulsar o coaccionar a los fantasmas. El culto a los fantasmas no era ni más ni menos que un seguro contra los desastres; no planteaba ningún tipo de inversión con vistas a rendimientos superiores en el futuro.

87:0.2 (958.2) El hombre ha sostenido una larga y encarnizada lucha con el culto a los fantasmas. Nada inspira mayor lástima en la historia humana que la imagen del hombre abyectamente esclavizado por el miedo a los espíritus fantasma. Con el nacimiento de este miedo la humanidad inició la ruta ascendente de la evolución religiosa. La imaginación humana zarpó desde las costas del yo y no volverá a encontrar dónde fondear hasta que llegue al concepto de una Deidad verdadera, de un Dios real.

1. El miedo a los fantasmas

87:1.1 (958.3) Se temía a la muerte porque significaba que un fantasma más se liberaba de su cuerpo físico. Los antiguos hacían todo lo que podían por impedir la muerte, por evitar el problema de tener que lidiar con un nuevo fantasma. Intentaban por todos los medios inducir al fantasma a marcharse del escenario de la muerte, a emprender el viaje hacia la tierra de los muertos. Cuando más se temía al fantasma era durante la supuesta fase de transición entre su emergencia en el momento de la muerte y su marcha posterior hacia la tierra de los fantasmas, que era un vago concepto primitivo de pseudocielo.

87:1.2 (958.4) Aunque el salvaje atribuía poderes sobrenaturales a los fantasmas, no imaginaba que tuvieran inteligencia sobrenatural. Se utilizaban muchos trucos y estratagemas para intentar burlar y engañar a los fantasmas. El hombre civilizado sigue creyendo que una manifestación exterior de piedad puede engañar de alguna manera incluso a una Deidad omnisciente.

87:1.3 (958.5) Los primitivos temían las enfermedades porque observaban que eran a menudo presagio de la muerte. Si el curandero tribal no conseguía curar al enfermo, solían sacarlo de la cabaña familiar y llevarlo a otra más pequeña o abandonarlo a la intemperie para que muriese solo. Normalmente se destruía la casa donde había ocurrido la muerte, y cuando no se destruía todos se apartaban de ella. Este miedo impidió que el hombre primitivo construyera viviendas sólidas y contribuyó mucho a que no se establecieran pueblos y ciudades permanentes.

87:1.4 (958.6) Cuando moría un miembro del clan los salvajes lo velaban toda la noche y hablaban sin parar porque temían morir también si se quedaban dormidos cerca de un cadáver. El contagio del cadáver justificaba el miedo a los muertos, y todos los pueblos han practicado alguna vez complicadas ceremonias de purificación destinadas a limpiar a un individuo después del contacto con los muertos. Los antiguos creían que había que proporcionar luz a los cadáveres y nunca dejaban un cuerpo muerto a oscuras. En el siglo veinte siguen ardiendo velas en las cámaras mortuorias y los hombres siguen velando a los muertos. El llamado hombre civilizado aún no ha eliminado del todo el miedo a los cuerpos muertos de su filosofía de la vida.

87:1.5 (959.1) Pero a pesar de todos estos miedos, los hombres siguieron intentando engañar a los fantasmas. Cuando no se destruía la cabaña del fallecimiento se sacaba el cadáver por un agujero en la pared, nunca por la puerta. Se tomaban estas medidas para confundir al fantasma, para impedir que se demorara en la casa y asegurarse de que no volviera. Los dolientes volvían del funeral por un camino distinto, no fuera que el fantasma los siguiera. Utilizaban trucos como caminar de espaldas y otros muchos para asegurarse de que el fantasma no volviera de la tumba. A menudo los sexos intercambiaban sus ropas con intención de engañar al fantasma. La ropa de luto se ideó al principio para disfrazar a los supervivientes; más tarde se utilizó para mostrar respeto por el muerto y aplacar así a los fantasmas.

2. El aplacamiento de los fantasmas

87:2.1 (959.2) En la historia de la religión el programa negativo de aplacamiento de los fantasmas precedió por mucho al programa positivo de coerción y súplica a los espíritus. Los primeros actos humanos de culto fueron fenómenos de defensa, no de veneración. Al hombre moderno le parece sensato asegurarse contra los incendios igual que al salvaje le parecía sensato asegurarse contra la mala suerte provocada por los fantasmas. El esfuerzo por conseguir esta protección originó las técnicas y rituales del culto a los fantasmas.

87:2.2 (959.3) Se creyó en su día que el gran deseo de un fantasma era ser «conjurado» rápidamente para poder dirigirse sin problemas a la tierra de los muertos. Cualquier error de comisión u omisión por parte de los vivos en el ritual de conjurar al fantasma retrasaría sin duda su progreso hacia la tierra de los fantasmas. Eso disgustaría probablemente al fantasma, y se suponía que un fantasma enojado era fuente de calamidades, desgracias e infelicidad.

87:2.3 (959.4) El origen de los funerales fue el esfuerzo del hombre por inducir al alma fantasma a marcharse hacia su futura morada, y la función original del sermón fúnebre era instruir al nuevo fantasma sobre la manera de llegar hasta allí. Era costumbre proporcionar ropa y alimentos para el viaje del fantasma, y estos artículos se colocaban dentro o cerca de la tumba. El salvaje creía que se tardaba entre tres días y un año en «conjurar al fantasma», es decir, alejarlo de los alrededores de la tumba. Los esquimales siguen creyendo que el alma se queda tres días con el cuerpo.

87:2.4 (959.5) Tras el fallecimiento se observaba un periodo de silencio o luto para que el fantasma no se sintiera atraído a volver. La autotortura —las heridas— fue una forma común de luto. Muchos maestros avanzados intentaron luchar contra esto pero fracasaron. Se pensaba que el ayuno y otras formas de sacrificio eran gratos a los fantasmas, que disfrutaban con la aflicción de los vivos durante el periodo de transición, cuando merodeaban por la zona antes de salir hacia la tierra de los muertos.

87:2.5 (959.6) Los largos y frecuentes periodos de inactividad por luto fueron uno de los grandes obstáculos para el avance de la civilización. Se perdían literalmente semanas e incluso meses todos los años en ese luto inútil e improductivo. El hecho de que se contrataran plañideras profesionales con motivo de los funerales indica que el luto era un ritual, no una manifestación de tristeza. Puede que los modernos lloren a los muertos por pena y respeto, pero los antiguos lo hacían por miedo.

87:2.6 (959.7) Los nombres de los muertos no volvían a pronunciarse nunca más. De hecho, eran desterrados muchas veces del idioma. Esos nombres se convertían en tabú, y los idiomas se empobrecían constantemente por este sistema. Esto produjo a la larga una proliferación de frases simbólicas y expresiones figuradas como «el nombre o el día que nunca se menciona».

87:2.7 (960.1) Los antiguos ponían tanto empeño en deshacerse de un fantasma que le ofrecían todo lo que hubiera podido desear durante su vida. Los fantasmas querían esposas y criados; un salvaje adinerado esperaba que al menos una esposa esclava fuera enterrada viva con él a su muerte. Se hizo costumbre más tarde que la viuda se suicidara sobre la tumba de su marido. Cuando moría un niño se estrangulaba frecuentemente a la madre, a la tía o a la abuela, para que un fantasma adulto pudiera acompañar y cuidar al fantasma niño. Y los que entregaban así sus vidas solían hacerlo de buen grado. De hecho, si hubieran vivido violando la costumbre, su miedo a la cólera de los fantasmas les habría impedido disfrutar de los pocos placeres de la vida primitiva.

87:2.8 (960.2) Cuando un jefe fallecía era costumbre ejecutar a muchos de sus súbditos para que lo acompañaran, igual que se mataba a los esclavos a la muerte de su amo para que pudieran servirle en la tierra de los fantasmas. Los habitantes de Borneo siguen proporcionando un guía acompañante: se mata a un esclavo a lanzadas para que su fantasma haga el viaje con su amo fallecido. Se creía que a los fantasmas de las personas asesinadas les encantaba tener como esclavos a los fantasmas de sus asesinos; esta idea incitó a los hombres a cazar cabezas.

87:2.9 (960.3) Se daba por supuesto que a los fantasmas les gustaba el olor de la comida; las ofrendas de comida en las fiestas fúnebres fueron universales en su día. El método primitivo de bendecir la mesa antes de comer era arrojar al fuego un trozo de comida recitando entre dientes una fórmula mágica para aplacar a los espíritus.

87:2.10 (960.4) Se creía que los muertos utilizaban los fantasmas de las armas y herramientas que fueron suyas en vida. Romper un objeto era «matarlo», y eso liberaba su fantasma para que pudiera ser utilizado en la tierra de los fantasmas. También se sacrificaban los bienes quemándolos o enterrándolos. El despilfarro de los funerales antiguos era enorme. Las razas posteriores fabricaron réplicas en papel y sustituyeron los objetos y las personas reales por dibujos en los sacrificios mortuorios. La civilización dio un gran paso adelante cuando en vez de quemar o enterrar los bienes se legaron en herencia a los parientes. Los indios iroqueses introdujeron muchas reformas para limitar el derroche funerario, de modo que pudieron conservar sus bienes y llegaron a ser los más poderosos entre los hombres rojos del norte. Se supone que el hombre moderno no teme a los fantasmas, pero persisten las costumbres y se sigue consumiendo mucha riqueza terrenal en ceremonias mortuorias y ritos funerarios.

3. El culto a los antepasados

87:3.1 (960.5) El creciente culto a los fantasmas hizo inevitable la veneración a los antepasados, que se convirtió en el vínculo de unión entre los fantasmas comunes y los espíritus más altos, los dioses en proceso de evolución. Los primeros dioses fueron simplemente humanos difuntos glorificados.

87:3.2 (960.6) En origen, la veneración a los antepasados fue más un miedo que una veneración, pero estas creencias contribuyeron claramente a difundir el miedo y la veneración a los fantasmas. Los adeptos de los primeros cultos a los fantasmas antepasados temían incluso bostezar, no fuera a ser que un fantasma maligno aprovechara para introducirse en su cuerpo en ese momento.

87:3.3 (960.7) La costumbre de adoptar niños era la forma de asegurar que después de la muerte del adoptador alguien hiciera las ofrendas necesarias para la paz y el progreso de su alma. El salvaje vivía atemorizado por los fantasmas de sus semejantes y pasaba su tiempo libre proyectando un tránsito seguro para su propio fantasma tras la muerte.

87:3.4 (960.8) La mayoría de las tribus instituyeron una fiesta de las ánimas al menos una vez al año. Los romanos tenían doce fiestas de fantasmas al año con su correspondiente ceremonial. La mitad de los días del año estaban dedicados a algún tipo de ceremonia relacionada con estos antiguos cultos. Un emperador romano intentó reformar estas prácticas reduciendo el número de días de fiesta a 135 al año.

87:3.5 (961.1) El culto a los fantasmas fue evolucionando sin cesar a medida que el hombre imaginaba que los fantasmas pasaban de una fase de existencia incompleta a otra más elevada, y progresó finalmente hasta la adoración a los espíritus e incluso a los dioses. Pero con independencia de sus diversas creencias posteriores en espíritus más avanzados, todas las tribus y razas creyeron alguna vez en los fantasmas.

4. Los fantasmas espíritus buenos y malos

87:4.1 (961.2) El miedo a los fantasmas fue la fuente de todas las religiones del mundo. Muchas tribus se aferraron durante largo tiempo a la vieja creencia en una sola clase de fantasmas. Enseñaban que el hombre tenía buena suerte cuando el fantasma estaba contento y mala suerte cuando se enfadaba.

87:4.2 (961.3) A medida que se fue extendiendo el culto del miedo a los fantasmas, se produjo el reconocimiento de tipos más altos de espíritus, espíritus que no eran claramente identificables con ningún individuo humano. Eran fantasmas graduados o glorificados que habían progresado más allá del dominio de la tierra de los fantasmas hasta los ámbitos más altos de la tierra de los espíritus.

87:4.3 (961.4) La noción de la existencia de dos tipos de fantasmas espíritus progresó de forma lenta pero segura en todo el mundo. Este nuevo espiritualismo dual no tuvo que difundirse de tribu en tribu; surgió de forma independiente en todas partes. A la hora de influir sobre la mente evolutiva en proceso de expansión, el poder de una idea no reside en su realidad ni en su razonabilidad, sino más bien en su intensidad y en la rapidez y facilidad de su aplicación universal.

87:4.4 (961.5) Más adelante la imaginación humana desarrolló el concepto de agentes sobrenaturales buenos y malos; algunos fantasmas no evolucionaban nunca hasta llegar al nivel de espíritus buenos. El primer espiritualismo del miedo a los fantasmas fue evolucionando gradualmente hacia un espiritualismo dual, hacia un nuevo concepto del control invisible de los asuntos terrenales. Por fin el hombre se formó la idea de que la buena y la mala suerte tenían sus controladores respectivos. Pero se pensaba que el que traía mala suerte era el más activo y numeroso de estos dos grupos.

87:4.5 (961.6) Cuando finalmente maduró la doctrina de los espíritus buenos y malos, se convirtió en la más difundida y persistente de todas las creencias religiosas. Este dualismo supuso un gran avance filosófico-religioso porque permitía al hombre explicarse tanto la buena como la mala suerte y creer al mismo tiempo en seres supramortales de comportamiento más o menos coherente. Se podía esperar que los espíritus fueran o buenos o malos; se dejó de pensar que fueran totalmente caprichosos como los primeros fantasmas del monoespiritualismo de las religiones más primitivas. El hombre podía por fin concebir fuerzas supramortales que se comportaban de forma coherente, y este fue uno de los descubrimientos sobre la verdad más importantes de la historia de la evolución de la religión y de la expansión de la filosofía humana.

87:4.6 (961.7) La religión evolutiva ha pagado sin embargo un precio terrible por el concepto del espiritualismo dual. La primera filosofía del hombre solo fue capaz de conciliar la acción coherente de los espíritus sobre las vicisitudes de la fortuna temporal presuponiendo dos tipos de espíritus: los buenos y los malos. Y aunque esta creencia permitió al hombre conciliar las variables del azar con un concepto de fuerzas supramortales inmutables, a partir de esta doctrina ha sido siempre difícil para las personas religiosas concebir la unidad cósmica. Por regla general los dioses de la religión evolutiva han sido opuestos a las fuerzas de las tinieblas.

87:4.7 (962.1) La tragedia de todo esto reside en el hecho de que, cuando estas ideas estaban arraigando en la mente primitiva del hombre, no había realmente espíritus malos o discordantes en el mundo. Esa lamentable situación no se produjo hasta después de la rebelión de Caligastia y solo duró hasta Pentecostés. El concepto del bien y del mal como coordenadas cósmicas está muy vivo en la filosofía humana incluso en el siglo veinte. La mayoría de las religiones del mundo siguen llevando esta marca cultural de nacimiento que data de los remotos días en que surgieron los cultos a los fantasmas.

5. El progreso del culto a los fantasmas

87:5.1 (962.2) Para el hombre primitivo los espíritus y los fantasmas tenían derechos casi ilimitados pero ningún deber, en cambio se creía que para los espíritus el hombre tenía muchos deberes pero ningún derecho. Se pensaba que los espíritus menospreciaban a los hombres porque incumplían constantemente sus deberes espirituales. Era creencia general de la humanidad que los fantasmas imponían un tributo permanente de servicio a cambio de no interferir en los asuntos humanos, y el más mínimo infortunio se atribuía a las actividades de los fantasmas. Los primeros humanos tenían tanto miedo a olvidarse de algún honor debido a los dioses que, cuando habían terminado sus sacrificios a todos los espíritus conocidos, hacían otra tanda a los «dioses desconocidos» solo para sentirse totalmente a salvo.

87:5.2 (962.3) El culto simple a los fantasmas dio paso posteriormente a las prácticas del culto más avanzado y relativamente complejo a los fantasmas espíritus: el servicio y la adoración a los espíritus más altos tal como evolucionaron en la imaginación primitiva del hombre. El ceremonial religioso tenía que seguir el ritmo de la evolución y el progreso en el espíritu. El culto ampliado no fue sino el arte de la autoconservación practicado en relación con la creencia en seres sobrenaturales, un autoajuste al entorno de los espíritus. Las organizaciones industriales y militares fueron ajustes al entorno natural y social. Y así como el matrimonio surgió para satisfacer las exigencias de la existencia de dos sexos, la organización religiosa se desarrolló en respuesta a la creencia en fuerzas de espíritu más altas y en seres espirituales. La religión representa la adaptación del hombre a sus figuraciones sobre los misterios del azar. El miedo a los espíritus y la adoración subsiguiente se adoptaron como un seguro contra el infortunio, como pólizas de prosperidad.

87:5.3 (962.4) En la representación mental del salvaje los espíritus buenos se ocupan de sus propios asuntos y exigen poco a los seres humanos, en cambio hay que procurar mantener de buen humor a los fantasmas y espíritus malos. Por eso los pueblos primitivos prestaban más atención a sus fantasmas malévolos que a sus espíritus benignos.

87:5.4 (962.5) Se suponía que la prosperidad humana provocaba especial envidia en los espíritus malos, que se desquitaban a través de un agente humano por el procedimiento del mal de ojo. La parte del culto dedicada a la protección contra los espíritus se preocupaba mucho por las maquinaciones del mal de ojo. El miedo al mal de ojo se hizo prácticamente mundial. Se cubría con velos a las mujeres bonitas para protegerlas del mal de ojo, y esta práctica fue adoptada posteriormente por muchas mujeres para que las consideraran hermosas. No se solía permitir a los niños salir de casa después del anochecer por miedo a los espíritus malos, y en las oraciones primitivas se pedía siempre: «líbranos del mal de ojo».

87:5.5 (962.6) El Corán contiene un capítulo entero dedicado al mal de ojo y a los encantamientos, y los judíos creían plenamente en ellos. Todo el culto fálico surgió como defensa contra el mal de ojo. Se pensaba que los órganos reproductores eran el único fetiche capaz de contrarrestarlo. El mal de ojo dio origen a las primeras supersticiones sobre las marcas prenatales de los niños, las huellas maternas, y en su día este culto fue casi universal.

87:5.6 (963.1) La envidia es un rasgo humano profundamente arraigado, por eso el hombre primitivo la atribuyó a sus primeros dioses. Del mismo modo que los hombres habían practicado el engaño con los fantasmas, no tardaron en intentar engañar a los espíritus. Se dijeron: «si los espíritus están celosos de nuestra belleza y nuestra prosperidad, nos afearemos y no haremos alarde de nuestros éxitos». La humildad primitiva no era por lo tanto una devaluación del ego sino más bien un intento de engañar y despistar a los espíritus envidiosos.

87:5.7 (963.2) Para impedir que los espíritus envidiaran la prosperidad humana se adoptó el sistema de vituperar a las personas afortunadas o muy queridas y desvalorizar las cosas apreciadas. Así nació la costumbre de restar importancia a los comentarios elogiosos sobre uno mismo o la propia familia, que se convirtió con el tiempo en la modestia, mesura y cortesía propias de la civilización. Por el mismo motivo se puso de moda la fealdad. La belleza desencadenaba la envidia de los espíritus; denotaba un orgullo humano pecaminoso. El salvaje buscaba tener fama de feo. Este aspecto del culto fue un gran obstáculo para el progreso del arte y promovió durante mucho tiempo un mundo feo y sombrío.

87:5.8 (963.3) Bajo el culto a los espíritus la vida era, en el mejor de los casos, una lotería controlada por los espíritus. El futuro de la persona no era resultado de su esfuerzo, su laboriosidad o su talento, a no ser que estos se pudieran utilizar para influir sobre los espíritus. Las ceremonias propiciatorias a los espíritus constituían una pesada carga e hicieron la vida tediosa y prácticamente insoportable. De edad en edad y de generación en generación, una raza tras otra ha intentado mejorar esta doctrina de los superfantasmas, pero ninguna generación se ha atrevido a rechazarla por completo hasta el momento.

87:5.9 (963.4) La voluntad y las intenciones de los espíritus se estudiaban a través de presagios, oráculos y signos, y estos mensajes de los espíritus se interpretaban por medio de adivinaciones, profecías, ordalías, magia y astrología. Todo el culto era un programa destinado a aplacar, satisfacer y comprar a los espíritus mediante un soborno disfrazado.

87:5.10 (963.5) Y así creció y se difundió una nueva filosofía mundial consistente en:

87:5.11 (963.6) 1. El deber: las cosas que hay que hacer para mantener a los espíritus en disposición favorable o por lo menos neutra.

87:5.12 (963.7) 2. Lo correcto: la conducta y las ceremonias adecuadas para lograr la colaboración activa de los espíritus a favor de los propios intereses.

87:5.13 (963.8) 3. La verdad: la correcta comprensión de los espíritus con la consiguiente adopción de una actitud correcta hacia ellos, y por lo tanto, hacia la vida y la muerte.

87:5.14 (963.9) Cuando los antiguos buscaban conocer el futuro no era solo por curiosidad; querían esquivar la mala suerte. La adivinación era simplemente un intento de evitar dificultades. En aquellos tiempos los sueños se interpretaban como proféticos, y todo lo que se salía de lo normal se consideraba un presagio. E incluso hoy las razas civilizadas arrastran creencias en signos, símbolos y otros restos supersticiosos de la antigua evolución del culto a los fantasmas. Al hombre le cuesta muchísimo abandonar los métodos por los que ascendió gradual y penosamente por la escala evolutiva de la vida.

6. Las coerciones y los exorcismos

87:6.1 (963.10) Cuando los hombres creían solo en fantasmas el ritual religioso era más personal, menos organizado, pero el reconocimiento de espíritus más altos necesitó el empleo de «métodos espirituales más altos» para tratar con ellos. Este intento de mejorar y ampliar las técnicas propiciatorias hacia los espíritus condujo directamente a crear defensas contra ellos. El hombre se sentía realmente indefenso ante las fuerzas incontrolables que operaban en la vida terrenal, y este sentimiento de inferioridad lo indujo a intentar encontrar un ajuste compensatorio, algún procedimiento que equilibrara las probabilidades en la lucha desigual del hombre contra el cosmos.

87:6.2 (964.1) En los primeros tiempos del culto los esfuerzos del hombre por influir en la acción de los fantasmas se limitaban a la propiciación, a los intentos de soborno para eludir la mala suerte. A medida que la evolución del culto a los fantasmas fue progresando hacia el concepto de espíritus tanto buenos como malos, estas ceremonias pasaron a ser intentos de naturaleza más positiva, esfuerzos por conseguir la buena suerte. La religión dejó de ser enteramente negativa y el hombre ya no se detuvo en su esfuerzo por lograr la buena suerte; al poco empezó a idear planes para forzar la cooperación de los espíritus. El hombre religioso dejó de sentirse indefenso ante las continuas exigencias de los fantasmas espíritus que él mismo había ideado; el salvaje empezaba a inventar armas para obligar a los espíritus a actuar y venir en su ayuda.

87:6.3 (964.2) Los primeros esfuerzos de defensa del hombre fueron dirigidos contra los fantasmas. Con el paso del tiempo los vivos empezaron a idear métodos para oponer resistencia a los muertos. Se desarrollaron muchas técnicas para asustar y ahuyentar a los fantasmas, entre ellas las siguientes:

87:6.4 (964.3) 1. Cortar la cabeza y atar el cuerpo dentro de la tumba.

87:6.5 (964.4) 2. Apedrear la casa de la defunción.

87:6.6 (964.5) 3. Castrar al cadáver o romperle las piernas.

87:6.7 (964.6) 4. Enterrarlo bajo piedras, uno de los orígenes de la lápida sepulcral moderna.

87:6.8 (964.7) 5. La cremación, una medida preventiva posterior contra los desmanes de los fantasmas.

87:6.9 (964.8) 6. Arrojar el cuerpo al mar.

87:6.10 (964.9) 7. Dejar el cuerpo a merced de los animales salvajes.

87:6.11 (964.10) Se suponía que a los fantasmas les molestaba y asustaba el ruido, que los gritos, las campanas y los tambores los alejaban de los vivos, y esos antiguos métodos siguen de moda en los velatorios. Se utilizaban brebajes hediondos para expulsar a los espíritus molestos. Se fabricaban imágenes espantosas de los espíritus para ahuyentarlos cuando se vieran a sí mismos. Se creía que los perros podían detectar las aproximaciones de los fantasmas y aullaban para avisar, y que los gallos cantaban cuando estaban cerca. El uso del gallo como veleta ha perpetuado esa superstición.

87:6.12 (964.11) Se consideraba que el agua era la mejor protección contra los fantasmas. El agua bendita, un agua en la que los sacerdotes se habían lavado los pies, era superior a todas las demás. Se creía que tanto el fuego como el agua constituían barreras infranqueables para los fantasmas. Los romanos daban tres vueltas alrededor del cadáver llevando agua; en el siglo veinte se rocía el cuerpo con agua bendita, y el lavado de manos en el cementerio sigue siendo un rito judío. El bautismo se desarrolló más tarde como parte del rito del agua. El baño primitivo era una ceremonia religiosa y solo recientemente se ha convertido en práctica higiénica.

87:6.13 (964.12) Pero el hombre no se contentó con la coerción a los fantasmas. Enseguida intentó provocar la acción de los espíritus mediante ritos religiosos y otras prácticas. El exorcismo consistía en utilizar a un espíritu para controlar o expulsar a otro, y se empleó la misma táctica para asustar a los fantasmas y a los espíritus. El concepto de espiritualismo dual con fuerzas buenas y malas proporcionaba al hombre sobradas oportunidades de intentar enfrentar a un agente contra el otro, pues si un hombre poderoso podía derrotar a uno más débil, un espíritu fuerte podría dominar sin duda a un fantasma inferior. Las maldiciones primitivas eran una práctica coercitiva destinada a intimidar a los espíritus menores. Esta costumbre se hizo extensiva posteriormente a las maldiciones contra los enemigos.

87:6.14 (965.1) Se creyó durante mucho tiempo que para obligar a los espíritus y semidioses a actuar de forma deseable era conveniente retroceder a los usos y costumbres más antiguos. El hombre moderno ha caído en el mismo error. Os dirigís unos a otros en vuestro lenguaje normal y corriente, pero cuando os ponéis a rezar recurrís al estilo más antiguo de las generaciones anteriores, el llamado estilo solemne.

87:6.15 (965.2) Esta doctrina explica también muchas reversiones religioso-rituales de naturaleza sexual, como la prostitución en los templos. Esas reversiones a costumbres primitivas se consideraban protecciones seguras contra muchas calamidades. Para aquellos pueblos de mente sencilla todas esas actuaciones estaban totalmente libres de lo que el hombre moderno llamaría promiscuidad.

87:6.16 (965.3) Luego apareció la práctica de los votos rituales, seguidos de cerca por las promesas religiosas y los juramentos sagrados. La mayoría de esos juramentos iban acompañados de autotorturas y automutilaciones; más tarde, de ayunos y oraciones. Se consideró posteriormente que sacrificarse era un método coercitivo seguro; esto era especialmente cierto en materia de represión sexual. Y así, el hombre primitivo desarrolló pronto una clara austeridad en sus prácticas religiosas y se convenció de que autotorturarse y sacrificarse eran ritos eficaces para forzar a los espíritus mal dispuestos a reaccionar favorablemente ante tantos sufrimientos y privaciones.

87:6.17 (965.4) Los hombres modernos ya no intentan coaccionar abiertamente a los espíritus, aunque siguen mostrando una predisposición a negociar con la Deidad. Siguen jurando, tocando madera, cruzando los dedos y pronunciando alguna frase hecha después de expectorar; en otro tiempo era una fórmula mágica.

7. La naturaleza de la práctica cultual

87:7.1 (965.5) La organización social de tipo cultual perduró porque proporcionaba un simbolismo que preservaba y estimulaba los sentimientos morales y las lealtades religiosas. El culto nació de las tradiciones de las «viejas familias» y se perpetuó como institución establecida. Todas las familias tienen algún tipo de culto. Todo ideal inspirador necesita encontrar algún simbolismo que lo perpetúe —busca alguna manifestación cultural que asegure su supervivencia e impulse su desarrollo— y el culto logra este objetivo porque fomenta y satisface las emociones.

87:7.2 (965.6) Desde los albores de la civilización todos los movimientos atractivos de cultura social o de progreso religioso han elaborado un ritual, un ceremonial simbólico. Cuanto más inconsciente ha sido el desarrollo de ese ritual, con más fuerza ha cautivado a sus adeptos. El culto preservaba los sentimientos y satisfacía las emociones, pero ha sido siempre el mayor obstáculo para la reconstrucción social y el progreso espiritual.

87:7.3 (965.7) A pesar de que el culto ha retrasado siempre el progreso social, es lamentable que haya hoy en día tantos creyentes en normas morales e ideales espirituales desprovistos de un simbolismo adecuado, de un culto de apoyo mutuo, de algo a lo que pertenecer. Pero un culto religioso no se puede fabricar sino que debe desarrollarse. Y los cultos de los diversos grupos nunca serán idénticos a no ser que una autoridad uniformice arbitrariamente sus ritos.

87:7.4 (965.8) El culto cristiano primitivo fue el más atractivo, eficaz y duradero de todos los rituales que se hayan concebido o inventado jamás, pero en la presente edad científica ha perdido gran parte de su valor por culpa de la destrucción de muchos de sus principios originales subyacentes. El culto cristiano se ha visto debilitado por la pérdida de muchas ideas fundamentales.

87:7.5 (965.9) En el pasado la verdad ha crecido rápidamente y se ha extendido con facilidad cuando el culto ha sido flexible y el simbolismo expansible. Una verdad abundante y un culto adaptable han favorecido la rapidez del progreso social. Un culto sin sentido vicia la religión cuando intenta suplantar a la filosofía y esclavizar a la razón. Un culto auténtico crece.

87:7.6 (966.1) A pesar de todos los obstáculos e inconvenientes, cada nueva revelación de la verdad ha dado origen a un nuevo culto, e incluso la reformulación de la religión de Jesús debe desarrollar un simbolismo nuevo y apropiado. El hombre moderno debe encontrar un simbolismo adecuado para la expansión de sus nuevos ideales, ideas y lealtades. Este símbolo realzado debe surgir de la vida religiosa, de la experiencia espiritual. Y este simbolismo más alto de una civilización más alta se debe basar en el concepto de la Paternidad de Dios y estar preñado del poderoso ideal de la hermandad de los hombres.

87:7.7 (966.2) Los antiguos cultos eran demasiado egocéntricos; el nuevo debe ser el producto del amor aplicado. El nuevo culto debe, como los antiguos, fomentar los sentimientos, satisfacer las emociones y promover la lealtad, pero debe hacer más: debe facilitar el progreso espiritual, realzar los significados cósmicos, aumentar los valores morales, alentar el desarrollo social y estimular una vida religiosa personal de tipo elevado. El nuevo culto debe brindar metas supremas de vida que sean a la vez temporales y eternas, sociales y espirituales.

87:7.8 (966.3) Ningún culto puede perdurar y contribuir al progreso de la civilización social y al logro espiritual individual a menos que esté basado en la relevancia biológica, sociológica y religiosa del hogar. Para que un culto sobreviva debe simbolizar aquello que es permanente en presencia del cambio constante; debe glorificar aquello que unifica la corriente de las metamorfosis sociales que cambian sin cesar. Debe reconocer los significados verdaderos, exaltar las relaciones hermosas y glorificar los valores buenos de la nobleza real.

87:7.9 (966.4) Pero la gran dificultad a la hora de encontrar un simbolismo nuevo y satisfactorio reside en que los hombres modernos se adhieren como colectivo a la actitud científica, evitan la superstición y aborrecen la ignorancia, mientras que individualmente todos tienen ansia de misterio y veneran lo desconocido. Ningún culto puede sobrevivir a menos que contenga algún misterio poderoso y encubra alguna meta valiosa e inaccesible. Por otra parte, el nuevo simbolismo no solo debe ser significativo para el grupo sino que debe tener también sentido para el individuo. Las formas de todo simbolismo útil serán aquellas que el individuo pueda poner en práctica por su propia iniciativa y que pueda también compartir con sus semejantes. Si el nuevo culto pudiera ser dinámico en lugar de estático, podría aportar una contribución realmente valiosa al progreso tanto temporal como espiritual de la humanidad.

87:7.10 (966.5) Pero un culto —un simbolismo de ritos, lemas u objetivos— no funcionará si es demasiado complejo. Además tiene que llevar consigo la exigencia de la devoción, la respuesta de la lealtad. Toda religión efectiva desarrolla infaliblemente un simbolismo valioso, y sus fieles harían bien en impedir la cristalización de ese ritual en ceremoniales estereotipados, restrictivos, deformantes y sofocantes que solo pueden perjudicar y retrasar cualquier progreso social, moral y espiritual. Ningún culto puede sobrevivir si retrasa el crecimiento moral y no logra fomentar el progreso espiritual. El culto es la estructura esquelética alrededor de la cual se desarrolla el cuerpo vivo y dinámico de la experiencia espiritual personal: la verdadera religión.

87:7.11 (966.6) [Presentado por una Brillante Estrella Vespertina de Nebadon.]

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