Documento 192 - Las apariciones en Galilea

   
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El libro de Urantia

Documento 192

Las apariciones en Galilea

192:0.1 (2045.1) CUANDO LOS apóstoles salieron de Jerusalén hacia Galilea los líderes judíos se habían tranquilizado considerablemente. Puesto que Jesús se aparecía solo a su familia de creyentes en el reino, y puesto que los apóstoles estaban escondidos y no hacían predicación pública, los dirigentes de los judíos concluyeron que el movimiento del evangelio había quedado eficazmente aplastado. Los rumores cada vez más extendidos de que Jesús había resucitado de entre los muertos eran sin duda desconcertantes, pero confiaban en que los guardias sobornados lograrían contrarrestar todas esas noticias a fuerza de repetir la historia de que una banda de seguidores de Jesús se había llevado su cuerpo.

192:0.2 (2045.2) Desde entonces y hasta que la creciente ola de persecuciones dispersó a los apóstoles, Pedro fue reconocido de forma general como jefe del cuerpo apostólico. Jesús no le dio nunca esa autoridad y nunca fue elegido formalmente por sus compañeros apóstoles para ese puesto de responsabilidad. Lo asumió de manera natural y lo conservó por común acuerdo, y también porque era su predicador principal. A partir de ese momento la predicación pública se convirtió en la primera ocupación de los apóstoles. A su vuelta de Galilea, Matías, a quien eligieron para sustituir a Judas, se convirtió en su tesorero.

192:0.3 (2045.3) Durante la semana que estuvieron en Jerusalén, María la madre de Jesús pasó casi todo el tiempo con las mujeres creyentes que se alojaban en casa de José de Arimatea.

192:0.4 (2045.4) Cuando los apóstoles partieron hacia Galilea ese lunes por la mañana temprano, Juan Marcos salió detrás de ellos. Los siguió hasta fuera de la ciudad, y cuando estaban mucho más allá de Betania se unió a ellos resueltamente con la esperanza de que ya no le harían volver atrás.

192:0.5 (2045.5) Los apóstoles se detuvieron varias veces en su camino a Galilea para contar la historia de su Maestro resucitado, por eso no llegaron a Betsaida hasta el miércoles muy entrada la noche, y hasta el mediodía del jueves no estuvieron todos despiertos y listos para desayunar juntos.

1. La aparición junto al lago

192:1.1 (2045.6) El viernes 21 de abril hacia las seis de la mañana el Maestro de morontia hizo su decimotercera aparición, la primera en Galilea, a los diez apóstoles cuando su embarcación se aproximaba a la orilla cerca del punto de desembarque habitual de Betsaida.

192:1.2 (2045.7) Después de pasar toda la tarde del jueves esperando en casa de Zebedeo, Simón Pedro propuso a los apóstoles que fueran a pescar y todos decidieron ir. Pasaron toda la noche afanándose con las redes sin pescar nada. La falta de capturas no les importó demasiado porque tenían muchas cosas interesantes que comentar sobre lo que acababa de sucederles en Jerusalén. Cuando se hizo de día decidieron volver a Betsaida, y al acercarse a la orilla vieron a alguien de pie en la playa junto a un fuego cerca del punto de desembarque. En un principio creyeron que era Juan Marcos que había bajado a recibirlos a su llegada con la pesca, pero al acercarse más a la orilla vieron su equivocación pues el hombre era demasiado alto para ser Juan. A ninguno se le ocurrió que la persona de la orilla fuera el Maestro. No acababan de comprender por qué Jesús quería encontrarse con ellos en los escenarios de sus actividades anteriores y al aire libre, en contacto con la naturaleza, lejos del ambiente cerrado de Jerusalén con sus trágicas asociaciones de miedo, traición y muerte. Les había dicho que si iban a Galilea se reuniría con ellos allí, y estaba a punto de cumplir esa promesa.

192:1.3 (2046.1) Mientras echaban el ancla y se preparaban a subir al bote para ir a la orilla, el hombre de la playa les llamó: «Muchachos, ¿habéis pescado algo?», y cuando contestaron que no, volvió a hablar: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis peces». Ellos no sabían que era Jesús el que les había orientado, pero siguieron sus instrucciones de común acuerdo y la red se llenó inmediatamente hasta el punto de que apenas podían con ella. Juan Zebedeo, que era de percepción rápida, cuando vio la red llena a rebosar comprendió que el que les había hablado era el Maestro. En cuanto cayó en la cuenta se inclinó hacia Pedro y le susurró: «Es el Maestro». Pedro fue siempre un hombre de entrega impetuosa y acción irreflexiva, por eso cuando Juan le dijo esto al oído, se levantó en el acto y se arrojó al agua para poder llegar cuanto antes junto al Maestro. Sus hermanos llegaron detrás de él a la orilla en el bote arrastrando la red con los peces.

192:1.4 (2046.2) Para entonces Juan Marcos ya se había levantado, y al ver llegar a los apóstoles a la orilla con la red llena a rebosar corrió playa abajo a saludarlos. Cuando vio a once hombres en lugar de diez, supuso que el desconocido era Jesús resucitado. Mientras los diez hombres permanecían en asombrado silencio, el joven se precipitó hacia el Maestro y se arrodilló a sus pies diciendo: «Señor mío y Maestro mío». Entonces Jesús habló, no como en Jerusalén cuando los saludaba diciendo «La paz sea con vosotros», sino que se dirigió a Juan Marcos en tono familiar: «Bien, Juan, me alegro de volver a verte aquí en esta Galilea libre de preocupaciones donde podremos charlar a gusto. Quédate con nosotros, Juan, y desayuna».

192:1.5 (2046.3) Los diez se sorprendieron tanto al ver a Jesús hablar con el joven que se olvidaron de arrastrar la red con los peces hasta la playa. Entonces Jesús dijo: «Traed vuestros peces y preparad algunos para desayunar. Tenemos ya el fuego y mucho pan».

192:1.6 (2046.4) Mientras Juan Marcos rendía homenaje al Maestro, Pedro tuvo un momento de conmoción al ver las brasas resplandeciendo allí en la playa. La escena le recordó vivamente la lumbre del patio de Anás la noche en que negó al Maestro, pero enseguida se repuso, se arrodilló a los pies del Maestro y exclamó: «¡Señor mío y Maestro mío!».

192:1.7 (2046.5) Luego Pedro se unió a sus compañeros que arrastraban la red. Cuando consiguieron llevar a tierra su captura contaron los peces y había 153 grandes. Una vez más se cometió el error de llamar a esto pesca milagrosa. No hubo ningún milagro asociado a este episodio, sino simplemente preconocimiento por parte del Maestro. Él sabía que los peces estaban allí y se limitó a indicar a los apóstoles dónde echar la red.

192:1.8 (2047.1) Jesús les habló y les dijo: «Ahora venid todos a desayunar. Los gemelos también deben sentarse mientras hablo con vosotros porque Juan Marcos preparará los peces». Juan Marcos trajo siete peces de buen tamaño que el Maestro puso al fuego, y cuando estuvieron asados el muchacho se los sirvió a los diez. Entonces Jesús partió el pan y se lo pasó a Juan, que a su vez lo repartió entre los apóstoles hambrientos. Cuando todos estuvieron servidos, Jesús pidió a Juan Marcos que se sentara mientras él mismo servía el pescado y el pan al muchacho. Comieron conversando con Jesús y recordando sus muchas experiencias en Galilea y junto a ese mismo lago.

192:1.9 (2047.2) Era la tercera vez que Jesús se manifestaba a los apóstoles como grupo. Ellos no sospecharon al principio que fuera Jesús cuando les preguntó si habían pescado algo, porque para aquellos pescadores del mar de Galilea era muy corriente ser abordados al llegar a la orilla por los mercaderes de pescado de Tariquea, que solían ir ahí a comprar capturas frescas para los secaderos.

192:1.10 (2047.3) Jesús pasó más de una hora conversando con los diez apóstoles y Juan Marcos, y luego se los llevó a hablar paseando por la playa de dos en dos, aunque no eran las mismas parejas que había formado inicialmente cuando los envió a enseñar. Los once apóstoles habían vuelto juntos de Jerusalén, pero Simón Zelotes se fue descorazonando cada vez más a medida que se acercaban a Galilea, de manera que al llegar a Betsaida abandonó a sus hermanos y regresó a su casa.

192:1.11 (2047.4) Antes de despedirse de ellos aquella mañana, Jesús pidió que dos apóstoles se ofrecieran voluntarios para ir a buscar a Simón Zelotes y traerlo de vuelta ese mismo día. Y así lo hicieron Pedro y Andrés.

2. Las conversaciones con los apóstoles de dos en dos

192:2.1 (2047.5) Cuando terminaron de desayunar y mientras los demás seguían sentados al lado del fuego, Jesús hizo señas a Pedro y a Juan para que fueran con él a dar un paseo por la playa. Mientras caminaban, Jesús le dijo a Juan: «Juan, ¿me amas?». Y cuando Juan contestó: «Sí, Maestro, con todo mi corazón», el Maestro dijo: «Entonces, Juan, renuncia a tu intolerancia y aprende a amar a los hombres como yo te he amado. Dedica tu vida a demostrar que el amor es la cosa más grande del mundo. El amor de Dios es lo que impulsa a los hombres a buscar la salvación. El amor es el precursor de toda bondad espiritual, la esencia de lo verdadero y de lo bello».

192:2.2 (2047.6) Jesús se volvió luego hacia Pedro y le preguntó: «Pedro, ¿me amas?». Pedro contestó: «Señor, sabes que te amo con toda mi alma». Entonces dijo Jesús: «Si me amas, Pedro, apacienta mis corderos. No te olvides de atender a los débiles, a los pobres y a los jóvenes. Predica el evangelio sin temor ni favor; recuerda siempre que Dios no hace acepción de personas. Sirve a tus semejantes como yo te he servido, perdona a tus compañeros mortales como yo te he perdonado. Que la experiencia te enseñe el valor de la meditación y el poder de la reflexión inteligente».

192:2.3 (2047.7) Después de haber paseado un poco más, el Maestro se volvió hacia Pedro y le preguntó: «Pedro, ¿me amas realmente?». Simón respondió: «Sí, Señor, sabes que te amo». Y Jesús dijo de nuevo: «Entonces cuida bien de mis ovejas. Sé un pastor bueno y verdadero para el rebaño. No traiciones su confianza en ti. Que la mano del enemigo no te tome por sorpresa. Vela, ora y no bajes nunca la guardia».

192:2.4 (2047.8) Siguieron caminando unos pasos más y Jesús se volvió hacia Pedro para preguntarle por tercera vez: «Pedro, ¿me amas de verdad?». A Pedro le entristeció un poco la aparente desconfianza del Maestro y dijo con gran emoción: «Señor, tú lo sabes todo, sabes por lo tanto que te amo realmente y de verdad». Entonces dijo Jesús: «Apacienta mis ovejas. No abandones al rebaño. Sé un ejemplo y una inspiración para todos tus compañeros pastores. Ama al rebaño como yo te he amado y dedícate a su bienestar como yo he dedicado mi vida a tu bienestar. Y sígueme hasta el fin».

192:2.5 (2048.1) Pedro tomó literalmente esta última declaración (que siguiera detrás de él) y volviéndose hacia Jesús preguntó señalando a Juan: «Si yo te sigo, ¿qué hará este?». Al ver que Pedro había entendido mal sus palabras, Jesús dijo: «Pedro, no te preocupes por lo que hagan tus hermanos. Si quiero que Juan se quede después de que tú te hayas ido o incluso hasta que yo vuelva, ¿qué te importa a ti? Tú solo ocúpate de seguirme».

192:2.6 (2048.2) Este comentario se difundió entre los hermanos y se interpretó como una declaración de Jesús de que Juan no moriría hasta que el Maestro regresara para establecer el reino con poder y gloria como muchos pensaban y esperaban. Esta interpretación de las palabras de Jesús contribuyó bastante a que Simón Zelotes retomara su servicio y continuara con su labor.

192:2.7 (2048.3) Después de reunirse con los demás, Jesús fue a pasear y hablar con Andrés y Santiago, y cuando hubieron caminado un poco Jesús dijo a Andrés: «Andrés, ¿confías en mí?». Al oír esta pregunta de Jesús, el antiguo jefe de los apóstoles se detuvo y contestó: «Sí, Maestro, confío en ti sin ninguna duda, y tú lo sabes». Entonces dijo Jesús: «Andrés, si confías en mí, confía más en tus hermanos, incluso en Pedro. Yo te confié en su día la dirección de tus hermanos. Ahora que os dejo para ir al Padre, debes confiar en los demás. Cuando las duras persecuciones empiecen a dispersar a tus hermanos, sé un consejero prudente y considerado para Santiago, mi hermano en la carne, pues pondrán sobre él pesadas cargas que no tiene experiencia para sobrellevar. Y sigue confiando, porque yo no te fallaré. Cuando hayas terminado en la tierra vendrás a mí».

192:2.8 (2048.4) Jesús se volvió entonces hacia Santiago y le preguntó: «Santiago ¿confías en mí?». Y por supuesto, Santiago respondió: «Sí, Maestro, confío en ti con todo mi corazón». Entonces dijo Jesús: «Santiago, si confías más en mí, serás menos impaciente con tus hermanos. Confiar en mí te ayudará a ser amable con la hermandad de los creyentes. Aprende a sopesar las consecuencias de tus palabras y de tus actos. Recuerda que se cosecha lo que se siembra. Reza por la tranquilidad de espíritu y cultiva la paciencia. Estas gracias, junto con la fe viva, te sostendrán cuando llegue la hora de beber la copa del sacrificio. No caigas nunca en el desaliento, y cuando hayas terminado en la tierra tú también vendrás a estar conmigo».

192:2.9 (2048.5) Jesús habló a continuación con Tomás y Natanael. A Tomás le dijo: «Tomás, ¿me sirves?». Tomás respondió: «Sí, Señor, te serviré ahora y siempre». Entonces dijo Jesús: «Si quieres servirme, sirve a mis hermanos en la carne como yo te he servido. No te canses de hacer el bien y persevera como alguien que ha sido ordenado por Dios para este servicio de amor. Cuando hayas terminado de servir conmigo en la tierra servirás conmigo en la gloria. Tomás, deja de dudar y procura crecer en la fe y el conocimiento de la verdad. Cree en Dios como un niño pero deja de actuar de esa forma tan infantil. Ten valor, sé fuerte en la fe y poderoso en el reino de Dios».

192:2.10 (2049.1) Luego el Maestro dijo a Natanael: «Natanael, ¿me sirves?». Y el apóstol contestó: «Sí, Maestro, con todo mi afecto». Entonces dijo Jesús: «Si me sirves pues de todo corazón, asegúrate de dedicarte con afecto infatigable al bienestar de mis hermanos de la tierra. Enriquece tu consejo con amistad y tu filosofía con amor. Sirve a tus semejantes como yo te he servido. Sé leal con los hombres como yo he velado por ti. Sé menos crítico; espera menos de algunos hombres y así te llevarás menos decepciones. Y cuando tu labor haya terminado aquí abajo servirás conmigo en lo alto».

192:2.11 (2049.2) Después el Maestro habló con Mateo y Felipe. A Felipe le dijo: «Felipe, ¿me obedeces?». Felipe contestó: «Sí, Señor, te obedeceré incluso con mi vida». Entonces dijo Jesús: «Si quieres obedecerme ve a las tierras de los gentiles a proclamar este evangelio. Los profetas te han dicho que obedecer es mejor que los sacrificios. Por la fe te has convertido en un hijo del reino que conoce a Dios. Solo hay una ley que obedecer, y es el mandamiento de ir a proclamar el evangelio del reino. Deja de temer a los hombres, no tengas miedo de predicar la buena nueva de la vida eterna a tus semejantes que languidecen en las tinieblas hambrientos de la luz de la verdad. Felipe, ya no tendrás que ocuparte ni del dinero ni de las cosas materiales. Ahora eres libre de predicar la buena nueva exactamente igual que tus hermanos. Iré delante de ti y estaré contigo hasta el final».

192:2.12 (2049.3) Y entonces el Maestro se dirigió a Mateo y le preguntó: «Mateo, ¿tienes en tu corazón el deseo de obedecerme?». Mateo contestó: «Sí, Señor, estoy entregado por completo a hacer tu voluntad». El Maestro le dijo: «Mateo, si quieres obedecerme, ve a enseñar a todos los pueblos este evangelio del reino. Ya no proporcionarás a tus hermanos las cosas materiales de la vida, sino que tú también has de proclamar la buena nueva de la salvación espiritual. A partir de ahora tu único cometido será predicar este evangelio del reino del Padre, y deberás cumplir el cometido divino igual que yo he cumplido la voluntad del Padre en la tierra. Recuerda que tanto los judíos como los gentiles son tus hermanos. No temas a nadie cuando proclames las verdades salvadoras del evangelio del reino de los cielos. Y allí a donde voy, vendrás tú dentro de poco».

192:2.13 (2049.4) Por último paseó y habló con Santiago y Judas, los gemelos Alfeo, y dirigiéndose a ambos, preguntó: «Santiago y Judas, ¿creéis en mí?». Cuando ambos contestaron: «Sí, Maestro, creemos», Jesús les dijo: «Pronto os dejaré. Ya veis que os he dejado en la carne, y solo estaré aquí un poco de tiempo bajo esta forma antes de ir a mi Padre. Creéis en mí, sois mis apóstoles y siempre lo seréis. Seguid creyendo y recordando vuestra relación conmigo cuando yo me haya ido y vosotros hayáis vuelto quizás al trabajo que hacíais antes de que vinierais a vivir conmigo. No permitáis nunca que un cambio en vuestro trabajo exterior influya en vuestra lealtad. Tened fe en Dios hasta el final de vuestros días en la tierra. No olvidéis nunca que para los hijos de Dios por la fe todo trabajo honrado que se hace en el mundo es sagrado. Nada de lo que haga un hijo de Dios puede ser vulgar, por eso a partir de ahora haréis vuestro trabajo como si fuera para Dios. Y cuando hayáis terminado vuestra vida en este mundo, tengo otros mundos mejores donde trabajaréis igualmente para mí. En todo vuestro trabajo, en este mundo y en otros, yo trabajaré con vosotros y mi espíritu morará dentro de vosotros».

192:2.14 (2049.5) Eran casi las diez cuando Jesús volvió de su conversación con los gemelos para despedirse de los apóstoles con estas palabras: «Adiós, hasta que os vea a todos mañana al mediodía en el monte de vuestra ordenación». Cuando hubo hablado así, desapareció de su vista.

3. En el monte de la ordenación

192:3.1 (2050.1) El sábado 22 de abril al mediodía los once apóstoles acudieron a la cita en la colina cercana a Cafarnaúm y Jesús se apareció entre ellos. Esta reunión tuvo lugar en el mismo monte donde el Maestro los había distinguido como apóstoles suyos y embajadores del reino del Padre en la tierra. Era la decimocuarta manifestación del Maestro en la morontia.

192:3.2 (2050.2) En esta ocasión los once apóstoles se arrodillaron en círculo en torno al Maestro, le oyeron repetir las instrucciones y le vieron reproducir la escena de la ordenación tal como ocurrió cuando fueron seleccionados por primera vez para la obra especial del reino. Todo fue para ellos como un recordatorio de su anterior consagración al servicio del Padre, salvo la oración del Maestro. Cuando el Maestro —el Jesús de morontia— oró aquel día, lo hizo en un tono de majestad y con unas palabras de poder que los apóstoles no habían oído nunca. Su Maestro hablaba ahora con los dirigentes de los universos como quien ostentaba todo el poder y toda la autoridad de su propio universo. Estos once hombres no olvidarían nunca esta experiencia de renovación en la morontia de sus anteriores promesas como embajadores. El Maestro pasó exactamente una hora con sus embajadores en este monte, y después de despedirse afectuosamente de ellos desapareció de su vista.

192:3.3 (2050.3) Nadie volvió a ver a Jesús durante toda una semana. Los apóstoles no sabían si el Maestro se había ido al Padre y no tenían ni idea de lo que debían hacer. En este estado de incertidumbre, se quedaron en Betsaida. Temían salir a pescar por miedo a que Jesús fuera a visitarlos y no lo vieran. Jesús estuvo ocupado toda esa semana con las criaturas de morontia que estaban en la tierra y con los asuntos de la transición en la morontia que estaba experimentando en este mundo.

4. La reunión a la orilla del lago

192:4.1 (2050.4) La noticia de las apariciones de Jesús se estaba extendiendo por toda Galilea, y cada día llegaban más creyentes a casa de Zebedeo para indagar sobre la resurrección del Maestro y averiguar la verdad sobre estas supuestas apariciones. A principios de la semana, Pedro emitió un aviso de que se iba a celebrar una reunión pública el sábado siguiente a las tres de la tarde a la orilla del mar.

192:4.2 (2050.5) Y así, el sábado 29 de abril a las tres de la tarde se reunieron en Betsaida más de quinientos creyentes de los alrededores de Cafarnaúm para oír el primer sermón público de Pedro desde la resurrección. El apóstol estaba en su mejor momento, y al final de su sugestivo discurso pocos de sus oyentes ponían en duda que el Maestro hubiera resucitado de entre los muertos.

192:4.3 (2050.6) Pedro terminó su sermón diciendo: «Afirmamos que Jesús de Nazaret no está muerto; declaramos que ha salido de la tumba; proclamamos que lo hemos visto y hemos hablado con él». Apenas había terminado de hacer esta declaración de fe cuando el Maestro apareció a su lado a la vista de todos bajo su forma de morontia y dijo en un tono de voz que les era familiar: «La paz sea con vosotros, y mi paz os dejo». Después de haberse aparecido así y de haberles dicho esto, desapareció de su vista. Esta fue la decimoquinta manifestación en la morontia de Jesús resucitado.

192:4.4 (2051.1) Por ciertas cosas que el Maestro había dicho a los once mientras conversaban con él en el monte de la ordenación, los apóstoles tuvieron la impresión de que su Maestro haría pronto una aparición pública ante un grupo de creyentes galileos y que después de esta aparición ellos deberían regresar a Jerusalén. Por eso al día siguiente, el domingo 30 de abril, los once salieron temprano de Betsaida hacia Jerusalén. Enseñaron y predicaron bastante en su camino a lo largo del Jordán, de modo que no llegaron a casa de la familia Marcos en Jerusalén hasta el miércoles 3 de mayo a última hora.

192:4.5 (2051.2) La vuelta a casa fue muy triste para Juan Marcos. Su padre, Elías Marcos, acababa de fallecer repentinamente unas horas antes por una hemorragia cerebral. Aunque la certeza de la resurrección de los muertos contribuyó mucho a consolar a los apóstoles en su dolor, lloraron sinceramente la pérdida de un buen amigo que había sido su apoyo incondicional en los momentos de mayor dificultad y desilusión. Juan Marcos hizo todo lo que pudo por consolar a su madre, y hablando en nombre de ella invitó a los apóstoles a que siguieran considerando aquella casa como la suya. Y los once convirtieron la sala de arriba en su cuartel general hasta después del día de Pentecostés.

192:4.6 (2051.3) Los apóstoles habían tenido la precaución de entrar en Jerusalén después de la caída de la noche para no ser vistos por las autoridades judías. Tampoco se dejaron ver en público en el funeral de Elías Marcos. Pasaron todo el día siguiente encerrados discretamente en la memorable habitación de arriba.

192:4.7 (2051.4) El jueves por la noche, los apóstoles tuvieron una maravillosa reunión en esta habitación de arriba, y todos menos Tomás, Simón Zelotes y los gemelos Alfeo se comprometieron a salir a predicar públicamente el nuevo evangelio del Señor resucitado. Estaban dando ya los primeros pasos para sustituir el evangelio del reino —la filiación con Dios y la hermandad con los hombres— por la proclamación de la resurrección de Jesús. Natanael se opuso a esta deriva del contenido esencial de su mensaje público, pero no pudo contrarrestar la elocuencia de Pedro ni frenar el entusiasmo de los discípulos, sobre todo de las mujeres creyentes.

192:4.8 (2051.5) Y así, bajo la vigorosa dirección de Pedro y antes de que el Maestro ascendiera al Padre, sus bienintencionados representantes iniciaron el sutil proceso de sustituir de forma lenta pero segura la religión de Jesús por una nueva forma modificada de religión sobre Jesús.

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