Documento 153 - La crisis de Cafarnaúm

   
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El libro de Urantia

Documento 153

La crisis de Cafarnaúm

153:0.1 (1707.1) EL VIERNES por la noche, el día que llegaron a Betsaida, y el sabbat por la mañana los apóstoles notaron a Jesús absorto en algún problema serio; era evidente que un asunto importante acaparaba la atención del Maestro. No desayunó y apenas comió al mediodía. Los doce y sus compañeros pasaron todo el sabbat por la mañana y la noche anterior reunidos en pequeños grupos por la casa, en el jardín y a la orilla del mar. Flotaban en el aire presentimientos inquietantes, y una tensa incertidumbre pesaba sobre todos. Jesús no les había dicho casi nada desde que salieron de Jerusalén.

153:0.2 (1707.2) Hacía meses que no veían tan silencioso y preocupado al Maestro. Hasta Simón Pedro estaba deprimido, por no decir desolado. Andrés no sabía qué hacer para animar a sus compañeros. Natanael dijo que estaban «en la calma que precede a la tempestad». Tomás opinaba que algo extraordinario está a punto de ocurrir. Felipe aconsejó a David Zebedeo: «no hagas más planes para alimentar y alojar a la multitud hasta que sepamos en qué está pensando el Maestro». Mateo renovaba sus esfuerzos por reponer la tesorería. Santiago y Juan hablaban del próximo sermón en la sinagoga y hacían conjeturas sobre su alcance y su naturaleza. Simón Zelotes creía, o más bien esperaba, que «el Padre del cielo pudiera estar a punto de intervenir de alguna manera imprevista para reivindicar y apoyar a su Hijo», mientras que Judas Iscariote se atrevía a especular con la idea de que Jesús pudiera estar lamentando «no haber tenido la audacia y el valor de dejarse proclamar rey de los judíos por los cinco mil».

153:0.3 (1707.3) Así de pesimistas y deprimidos estaban los seguidores de Jesús cuando su Maestro los dejó aquella hermosa tarde de sabbat para ir a predicar su histórico sermón en la sinagoga de Cafarnaúm. El único de sus seguidores directos que lo despidió con palabras de ánimo fue uno de los inocentes gemelos Alfeo, que le dijo alegremente cuando salía de casa camino de la sinagoga: «Rezamos para que el Padre te ayude, y para que vengan a nosotros multitudes más grandes que nunca».

1. El escenario

153:1.1 (1707.4) Una distinguida congregación de fieles recibió a Jesús a las tres en punto de esa preciosa tarde de sabbat en la sinagoga nueva de Cafarnaúm. Presidía Jairo, y entregó a Jesús las Escrituras para la lectura. El día anterior habían llegado de Jerusalén cincuenta y tres fariseos y saduceos; también estaban presentes más de treinta dirigentes y rectores de las sinagogas vecinas. Estos líderes religiosos judíos actuaban directamente bajo las órdenes del Sanedrín de Jerusalén y constituían la vanguardia ortodoxa dispuesta a declarar la guerra abierta contra Jesús y sus discípulos. Al lado de estos líderes judíos estaban sentados en los asientos de honor de la sinagoga los observadores oficiales de Herodes Antipas, enviados para averiguar la verdad sobre las inquietantes noticias de que había habido un intento por parte del pueblo de proclamar a Jesús rey de los judíos en los dominios de su hermano Felipe.

153:1.2 (1708.1) Jesús comprendía que sus enemigos, cada vez más numerosos, estaban a punto de declararle la guerra abierta y decidió audazmente tomar la ofensiva. El día que dio de comer a los cinco mil había echado por tierra sus ideas sobre el Mesías material; esa tarde optó por impugnar de nuevo su concepto del libertador judío. Esta crisis, que empezó con la comida a los cinco mil y terminó con este sermón del sabbat, puso de manifiesto el cambio de dirección de la corriente de fama y aclamación popular. En adelante el trabajo del reino estaría cada vez más dedicado a la tarea principal de ganar conversos espirituales duraderos para la hermandad verdaderamente religiosa de la humanidad. Este sermón marcó la crisis de la transición desde el periodo de debate, controversia y decisión, al de guerra abierta y aceptación final o rechazo final.

153:1.3 (1708.2) El Maestro sabía que muchos de sus seguidores se estaban preparando de forma lenta pero segura para rechazarlo definitivamente. También sabía que muchos de sus discípulos estaban pasando con la misma lentitud y seguridad por una fase de formación de la mente y disciplina del alma que los haría capaces de triunfar sobre la duda y afirmar valientemente su fe plena en el evangelio del reino. Jesús comprendía perfectamente que los hombres se preparan para tomar decisiones y hacer elecciones rápidas y valientes en momentos de crisis mediante el lento proceso de elegir una y otra vez entre el bien y el mal en situaciones recurrentes. Él preparó a sus mensajeros mediante continuas decepciones y los puso a prueba muchas veces para darles la oportunidad de elegir entre la manera buena y la mala de afrontar las dificultades espirituales. Sabía que cuando sus seguidores tuvieran que afrontar la prueba final, tomarían sus decisiones vitales en consonancia con actitudes mentales y reacciones espirituales previamente adquiridas y ya habituales en ellos.

153:1.4 (1708.3) Esta crisis en la vida terrenal de Jesús empezó con la comida a los cinco mil y terminó con este sermón en la sinagoga. La crisis en las vidas de los apóstoles empezó con este sermón en la sinagoga, duró todo un año, y solo terminó con el juicio y la crucifixión del Maestro.

153:1.5 (1708.4) Todos los que estaban sentados aquella tarde en la sinagoga esperando a que Jesús empezara a hablar tenían la misma gran incógnita y se hacían la misma pregunta suprema. Tanto sus amigos como sus enemigos daban vueltas en la cabeza a un solo pensamiento: «¿Por qué sofocó él mismo tan deliberada y rotundamente la oleada de entusiasmo popular?». Inmediatamente antes e inmediatamente después de este sermón, las dudas y decepciones de sus partidarios contrariados se convirtieron en una oposición inconsciente que acabaría transformándose en auténtico odio. Tras este sermón de la sinagoga Judas Iscariote tuvo su primera idea consciente de desertar, pero de momento consiguió mantener a raya este tipo de inclinaciones.

153:1.6 (1708.5) Todos estaban desconcertados. Jesús los había dejado atónitos y confundidos. Acababa de realizar la mayor demostración de poder sobrenatural de toda su carrera. Dar de comer a los cinco mil era el acontecimiento de su vida en la tierra que mejor sintonizaba con el concepto judío del Mesías esperado, pero había desperdiciado esa ventaja extraordinaria con su inmediata y rotunda negativa a ser proclamado rey.

153:1.7 (1709.1) El viernes por la noche y durante toda la mañana del sabbat los líderes de Jerusalén habían intentado por todos los medios conseguir que Jairo impidiera hablar a Jesús en la sinagoga, pero fue en vano. La única respuesta de Jairo ante tanta insistencia fue: «He concedido esta petición, y no faltaré a mi palabra».

2. El sermón histórico

153:2.1 (1709.2) Jesús abrió su sermón leyendo de la ley este pasaje del Deuteronomio: «Pero acontecerá, si este pueblo no escucha la voz de Dios, que vendrán sobre ellos con seguridad las maldiciones de la transgresión. El Señor hará que os golpeen vuestros enemigos; seréis llevados a todos los reinos de la tierra. Y el Señor os pondrá, a vosotros y al rey que hayáis puesto sobre vosotros, en manos de una nación extranjera. Os convertiréis en asombro, proverbio y burla de todas las naciones. Vuestros hijos y vuestras hijas irán al cautiverio. Los extranjeros que estén entre vosotros se elevarán en autoridad y vosotros descenderéis muy bajo. Y estas cosas caerán sobre vosotros y vuestra simiente para siempre, porque no habéis querido escuchar la palabra del Señor. Por lo tanto, serviréis a vuestros enemigos que vendrán contra vosotros. Tendréis hambre y sed, y llevaréis este yugo extranjero de hierro. El Señor levantará contra vosotros a una nación venida de lejos, desde el extremo de la tierra, una nación cuya lengua no entenderéis, una nación de rostro fiero, una nación que no tendrá consideración con vosotros. Y os pondrán cerco en todas vuestras ciudades hasta que caigan los muros altos y fortificados en los que habéis confiado; y todo el país caerá en sus manos. Entonces llegaréis a comeros el fruto de vuestro vientre, la carne de vuestros hijos y vuestras hijas, en el asedio y en la angustia con que os oprimirán vuestros enemigos».

153:2.2 (1709.3) Cuando hubo terminado esta lectura, Jesús pasó a los Profetas y leyó de Jeremías: «’Si no queréis escuchar las palabras de mis servidores, los profetas que os he enviado, pondré esta casa como Siloh, y pondré esta ciudad por maldición para todas las naciones de la tierra’. Los sacerdotes y los instructores oyeron a Jeremías decir estas palabras en la casa del Señor. Y sucedió que, cuando Jeremías terminó de decir todo lo que el Señor le había mandado que dijera a todo el pueblo, los sacerdotes e instructores lo apresaron, diciendo: ‘De cierto morirás’. Y todo el pueblo se juntó contra Jeremías en la casa del Señor. Cuando los príncipes de Judá oyeron estas cosas, se sentaron a juzgar a Jeremías. Entonces los sacerdotes y los instructores hablaron a los príncipes y a todo el pueblo diciendo: ‘En pena de muerte ha incurrido este hombre, pues ha profetizado contra nuestra ciudad, y vosotros lo habéis oído con vuestros propios oídos’. Entonces Jeremías habló a todos los príncipes y a todo el pueblo diciendo: ‘El Señor me envió a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad todas las palabras que habéis oído. Y ahora, enmendad vuestros caminos y vuestras obras, y obedeced a la voz del Señor vuestro Dios para que podáis libraros del mal que ha sido pronunciado contra vosotros. En cuanto a mí, heme aquí en vuestras manos. Haced conmigo como mejor y más recto sea a vuestros ojos. Pero sabed de cierto que si me matáis, echaréis sobre vosotros y sobre este pueblo sangre inocente, porque en verdad me ha enviado el Señor para hablar todas estas palabras en vuestros oídos’.

153:2.3 (1710.1) «Los sacerdotes y los maestros de aquel tiempo intentaron matar a Jeremías, pero los jueces no lo consintieron. Entonces, en castigo por sus palabras de advertencia, lo bajaron con cuerdas a una mazmorra inmunda hasta que se hundió en el lodo hasta las axilas. Así trató este pueblo al profeta Jeremías por obedecer al mandato del Señor de advertir a sus hermanos sobre su inminente caída política; y yo hoy os pregunto: ¿Qué harán los jefes de los sacerdotes y los dirigentes religiosos de este pueblo con el hombre que se atreve a advertirles del día de su perdición espiritual? ¿Intentaréis también dar muerte al maestro que se atreve a proclamar la palabra del Señor y no teme deciros que os negáis a andar por el camino de la luz que lleva a la entrada del reino de los cielos?

153:2.4 (1710.2) «¿Qué buscáis como prueba de mi misión en la tierra? Os hemos dejado tranquilos en vuestras posiciones de influencia y de poder mientras nosotros predicábamos la buena nueva a los pobres y a los marginados. No hemos lanzado ningún ataque contra lo que vosotros veneráis, sino que hemos proclamando una libertad nueva para el alma del hombre dominada por el miedo. Yo he venido al mundo para revelar a mi Padre y establecer en la tierra la hermandad espiritual de los hijos de Dios, el reino de los cielos. Y a pesar de que os he recordado tantas veces que mi reino no es de este mundo, mi Padre ha querido concederos muchas manifestaciones de prodigios materiales, además de transformaciones y regeneraciones espirituales más evidentes.

153:2.5 (1710.3) «¿Qué nuevo signo esperáis de mí? Declaro que ya tenéis pruebas suficientes para poder tomar vuestra decisión. En verdad, en verdad os digo a muchos de los que os sentáis hoy ante mí que os enfrentáis a la necesidad de elegir el camino que seguiréis. Igual que Josué dijo a vuestros antepasados: ‘elegid en este día a quién serviréis’, yo os lo digo hoy a vosotros, porque muchos estáis en el cruce de los caminos.

153:2.6 (1710.4) «Cuando oísteis que di de comer a la multitud en la otra orilla del lago, algunos de vosotros alquilasteis la flota pesquera de Tiberiades —que la semana anterior se había refugiado allí cerca durante una tormenta— y fuisteis a buscarme. ¿Para qué? No por la verdad y la rectitud, ni para aprender a servir y atender mejor a vuestros semejantes. ¡No!, me buscabais para comer más pan sin habéroslo ganado; no para llenar vuestras almas con la palabra de vida, sino solo para llenaros la barriga con el pan de la facilidad. Se os ha dicho desde hace mucho tiempo que el Mesías, cuando venga, obrará prodigios que harán la vida fácil y agradable a todo el pueblo elegido, por eso no es de extrañar que aspiréis a recibir panes y peces. Pero yo os declaro que no es esa la misión del Hijo del Hombre. He venido a proclamar la libertad espiritual, a enseñar la verdad eterna y a fomentar la fe viva.

153:2.7 (1710.5) «Hermanos, no ansiéis la comida que perece, buscad más bien el alimento espiritual que nutre hasta la vida eterna. Es el pan de vida que el Hijo da a todos los que quieran tomarlo y comerlo, pues el Padre ha dado esta vida al Hijo sin medida. Y cuando me preguntabais: ‘¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?’ os lo he dicho claramente: ‘La obra de Dios es que creáis en aquel a quien él ha enviado’.»

153:2.8 (1710.6) Entonces Jesús señaló hacia la imagen de una vasija de maná adornada con racimos de uva que decoraba el dintel de esta nueva sinagoga y dijo: «Habéis creído que vuestros antepasados comieron el maná —el pan del cielo— en el desierto, pero yo os digo que aquello era pan de la tierra. Moisés no dio a vuestros padres pan del cielo, pero mi Padre está dispuesto ahora a daros el verdadero pan de vida. El pan del cielo es el que desciende de Dios y da la vida eterna a los hombres del mundo. Y cuando me digáis: Danos de ese pan vivo, yo contestaré: Yo soy ese pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Me habéis visto, habéis vivido conmigo y habéis contemplado mis obras, y sin embargo no creéis que yo venga del Padre. Pero los que sí creen no tienen nada que temer. Todos los que son conducidos por el Padre vendrán a mí, y el que venga a mí nunca será rechazado.

153:2.9 (1711.1) «Y ahora os declaro de una vez por todas que he bajado a la tierra no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió. Y es la voluntad final de Aquel que me envió que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado. Esta es la voluntad del Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga la vida eterna. Ayer mismo os alimenté con pan para vuestros cuerpos; hoy os ofrezco el pan de vida para vuestras almas hambrientas. ¿Tomaréis ahora el pan del espíritu como comisteis entonces de tan buena gana el pan de este mundo?»

153:2.10 (1711.2) Jesús hizo una pausa para mirar a los fieles, y entonces uno de los instructores de Jerusalén (miembro del Sanedrín) se levantó y preguntó: «¿Debo entender de tus palabras que eres el pan que baja del cielo, y que el maná que Moisés dio a nuestros padres en el desierto no lo era?». Jesús respondió al fariseo: «Has entendido bien». Entonces dijo el fariseo: «Pero, ¿no eres Jesús de Nazaret, el hijo de José el carpintero? ¿No son tu padre y tu madre, igual que tus hermanos y tus hermanas, bien conocidos por muchos de nosotros? ¿Cómo es que ahora te presentas aquí en la casa de Dios y afirmas que has bajado del cielo?».

153:2.11 (1711.3) Para entonces había un murmullo creciente en la sinagoga, y amenazaba con formarse tal tumulto que Jesús se puso de pie y dijo: «Seamos pacientes; la verdad no tiene nada que temer de un examen honrado. Soy todo lo que dices y más. El Padre y yo somos uno; el Hijo hace solo lo que el Padre le enseña, y todos los que son dados al Hijo por el Padre, el Hijo los recibirá para sí. Habéis leído lo que está escrito en los Profetas: ‘Todos seréis enseñados por Dios’, y ‘Aquellos a quienes el Padre enseña escucharán también a su Hijo’. Todo el que se entrega a la enseñanza del espíritu del Padre que mora en su interior acabará por venir a mí. Ningún hombre ha visto al Padre, pero el espíritu del Padre sí vive dentro del hombre. El Hijo que ha bajado del cielo ha visto ciertamente al Padre, y los que creen verdaderamente en este Hijo ya tienen la vida eterna.

153:2.12 (1711.4) «Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron maná en el desierto y murieron. Pero este pan que baja de Dios, si un hombre lo come, no morirá nunca en espíritu. Os repito que yo soy ese pan vivo, y toda alma que logra hacer realidad esta naturaleza unida de Dios y hombre vivirá para siempre. El pan de vida que doy a todos los que quieran recibirlo es mi propia naturaleza viva y combinada. El Padre está en el Hijo, y el Hijo es uno con el Padre. Esa es mi revelación que da la vida al mundo y mi regalo de salvación para todas las naciones.»

153:2.13 (1711.5) Cuando Jesús terminó de hablar, el rector de la sinagoga despidió a los fieles pero no se marcharon. Se agolparon alrededor de Jesús para hacerle más preguntas mientras otros murmuraban y discutían entre ellos. Esta situación duró más de tres horas, hasta que por fin se dispersó el auditorio bien entradas las siete de la tarde.

3. La reunión posterior

153:3.1 (1712.1) Muchas fueron las preguntas que le hicieron a Jesús después de su sermón. Algunas se las hicieron sus desconcertados discípulos, pero los que más preguntaron fueron sus críticos descreídos que solo buscaban poner a Jesús en apuros y tenderle trampas.

153:3.2 (1712.2) Uno de los fariseos visitantes se subió al pedestal de una lámpara y le gritó: «Nos dices que eres el pan de vida. ¿Cómo puedes darnos a comer tu carne o a beber tu sangre? ¿De qué vale tu enseñanza si no se puede realizar?». Jesús contestó a esta pregunta diciendo: «Yo no os he enseñado que mi carne sea el pan de vida ni mi sangre el agua de vida. Lo que sí he dicho es que mi vida en la carne es un otorgamiento del pan del cielo. El hecho de la Palabra de Dios otorgada en la carne y el fenómeno del Hijo del Hombre sometido a la voluntad de Dios constituyen una realidad de la experiencia que equivale al sustento divino. No podéis comer mi carne ni beber mi sangre, pero podéis haceros uno conmigo en espíritu, igual que yo soy uno en espíritu con el Padre. Podéis ser alimentados por la palabra eterna de Dios, que es realmente el pan de vida y se ha otorgado a semejanza de carne mortal; y vuestra alma puede ser regada por el espíritu divino, que es en verdad el agua de vida. El Padre me ha enviado al mundo para mostrar cómo desea habitar en el interior de todos los hombres y dirigirlos, y yo he vivido esta vida en la carne con el propósito de inspirar de tal modo a todos los hombres que busquen en todo momento conocer y hacer la voluntad del Padre celestial que mora dentro de ellos».

153:3.3 (1712.3) Entonces uno de los espías de Jerusalén que había estado observando a Jesús y a sus apóstoles dijo: «Hemos visto que ni tú ni tus apóstoles os laváis las manos como es debido antes de comer pan, cuando sabéis muy bien que al comer con las manos sucias y sin lavar quebrantáis la ley de los ancianos. Tampoco laváis correctamente los recipientes donde coméis y bebéis. ¿Por qué mostráis tan poco respeto a las tradiciones de los padres y las leyes de nuestros ancianos?». Al oír esto, Jesús contestó: «¿Por qué quebrantáis los mandamientos de Dios con las leyes de vuestra tradición? El mandamiento dice: ‘Honrarás a tu padre y a tu madre’ y os ordena compartir con ellos vuestros bienes si es necesario, pero vosotros habéis promulgado una ley basada en la tradición que permite a los hijos desleales decir que el dinero que podrían haber utilizado para asistir a sus padres ha sido ‘dado a Dios’. La ley de los ancianos libera así de su responsabilidad a estos hijos astutos, aunque luego utilicen todo ese dinero para su propio bienestar. ¿Por qué anuláis así el mandamiento con vuestra propia tradición? ¿Por qué anuláis así el mandamiento con vuestra propia tradición? Isaías profetizó muy bien sobre vosotros, hipócritas, cuando dijo: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Me rinden culto en vano, pues enseñan como doctrinas los preceptos de los hombres’.

153:3.4 (1712.4) «Y así, abandonáis el mandamiento para aferraros a las tradiciones de los hombres. No dudáis en rechazar la palabra de Dios mientras mantenéis vuestras propias tradiciones, y os atrevéis de otras muchas maneras a poner vuestras propias enseñanzas por encima de la ley y los profetas.»

153:3.5 (1712.5) Dicho esto, Jesús se dirigió a todos los presentes: «Escuchadme todos, no es lo que entra en la boca lo que contamina espiritualmente al hombre, sino lo que sale de la boca y del corazón». Pero ni siquiera los apóstoles lograban captar plenamente el significado de sus palabras, y Simón Pedro le pidió: «¿Podrías explicarnos el significado de estas palabras para que algunos de tus oyentes no se sientan ofendidos sin necesidad?». Entonces Jesús dijo a Pedro: «¿También tú eres duro de entendimiento? ¿No sabes que toda planta que mi Padre celestial no haya plantado será arrancada? Vuelve tu atención hacia los que quieren conocer la verdad. No puedes obligar a los hombres a amar la verdad. Muchos de estos instructores son guías ciegos, y ya sabes que si un ciego conduce a otro ciego ambos caerán en el hoyo. Escucha la verdad que te digo sobre las cosas que corrompen moralmente y contaminan espiritualmente a los hombres. Yo declaro que no es lo que entra en el cuerpo por la boca o llega a la mente por los ojos y los oídos lo que corrompe al hombre. El hombre solo se corrompe por el mal que se puede originar dentro de su corazón, y que se expresa en las palabras y en las obras de esas personas impías. ¿No sabes que es del corazón de donde proceden los malos pensamientos, los proyectos malvados de asesinato, robo y adulterio, así como la envidia, el orgullo, la ira, la venganza, las injurias y los falsos testimonios? Estas son las cosas que corrompen a los hombres, pero comer sin lavarse las manos no contamina al hombre».

153:3.6 (1713.1) Los fariseos comisionados por el Sanedrín de Jerusalén estaban ya casi convencidos de que Jesús debía ser detenido por blasfemia o por desacato abierto a la ley sagrada de los judíos, de ahí su estrategia de hacerle hablar sobre algunas de las tradiciones de los ancianos o sobre las llamadas leyes orales de la nación para darle la oportunidad de criticarlas. Por mucho que escaseara el agua, aquellos judíos esclavos de la tradición no dejaban nunca de cumplir con la ceremonia de lavarse las manos antes de cada comida. Vivían bajo la creencia de que «es mejor morir que transgredir los mandamientos de los ancianos». Los espías hicieron esta pregunta porque estaban informados de que Jesús había dicho: «La salvación no es una cuestión de manos limpias sino de corazones limpios». Pero las creencias son difíciles de eliminar cuando llegan a formar parte de la religión de una persona. Incluso muchos años más tarde, el apóstol Pedro seguía atado por el miedo a muchas de aquellas tradiciones sobre cosas puras e impuras, y al final solo consiguió liberarse cuando tuvo un sueño de una claridad extraordinaria. Para comprender mejor todo esto cabe recordar que aquellos judíos daban la misma importancia a comer sin lavarse las manos que a comerciar con una ramera, y que ambas cosas podían ser castigadas con la excomunión.

153:3.7 (1713.2) Por eso decidió el Maestro exponer y denunciar la insensatez de toda la normativa de regulaciones rabínicas que estaba representada en la ley oral —las tradiciones de los ancianos—, considerada como más sagrada y vinculante para los judíos que las propias enseñanzas de las Escrituras. Y Jesús se expresó con menos reserva porque sabía que había llegado la hora en que ya no podía hacer nada por evitar una ruptura abierta de relaciones con los dirigentes religiosos.

4. Las últimas palabras en la sinagoga

153:4.1 (1713.3) Durante los debates de esta reunión posterior, apareció uno de los fariseos de Jerusalén con un joven perturbado que estaba poseído por un espíritu indómito y rebelde. Al presentarle a este muchacho demente, el fariseo dijo a Jesús: «¿Qué puedes hacer por una desgracia como esta? ¿Puedes expulsar demonios?». El Maestro se conmovió de compasión al ver al joven, le indicó por señas que se acercara y tomándole de la mano dijo: «Tú sabes quién soy, sal de él; y encargo a uno de tus semejantes leales que no te permita volver». El joven recuperó en el acto la normalidad y volvió a su sano juicio. Esta fue la primera vez que Jesús expulsó realmente a un «espíritu maligno» de un ser humano. Todos los casos anteriores solo habían sido supuestas posesiones del diablo, pero este fue un caso de auténtica posesión demoníaca tal como ocurría a veces en aquella época. A partir del día de Pentecostés, el espíritu del Maestro derramado sobre toda carne haría imposible para siempre que estos pocos rebeldes celestiales se aprovecharan de ciertos tipos inestables de seres humanos.

153:4.2 (1714.1) Cuando el pueblo se maravilló, uno de los fariseos se levantó y acusó a Jesús de tener poder para hacer estas cosas porque estaba aliado con los demonios. Explicó que el lenguaje que había empleado Jesús para expulsar a ese diablo demostraba que se conocían mutuamente, y añadió que los instructores y los dirigentes religiosos de Jerusalén habían llegado a la conclusión de que Jesús hacía todos sus supuestos milagros por el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios. Dijo el fariseo: «Apartaos de este hombre porque es socio de Satanás».

153:4.3 (1714.2) A esto respondió Jesús: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Todo reino dividido contra sí mismo no puede perdurar; y toda casa dividida contra sí misma será asolada. ¿Puede una ciudad resistir un asedio si no está unida? Si Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo; ¿cómo puede entonces perdurar su reino? Pero deberíais saber que nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes si no ata primero al hombre fuerte. Y si yo expulso demonios por el poder de Belcebú, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por lo tanto, ellos serán vuestros jueces. Pero si yo expulso demonios por el espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha llegado ciertamente a vosotros. Si no estuvierais cegados por los prejuicios y engañados por el orgullo y el miedo, percibiríais fácilmente que está entre vosotros alguien que es más grande que los demonios. Me obligáis a declarar que el que no está conmigo está contra mí, y que el que no recoge conmigo desparrama. ¡Esta es una advertencia solemne a vosotros que, con los ojos abiertos y malicia premeditada, os atrevéis a atribuir a sabiendas las obras de Dios a los actos de los demonios! En verdad, en verdad os digo que todos vuestros pecados serán perdonados, incluso todas vuestras blasfemias, pero quien blasfeme deliberadamente contra Dios con intención perversa no será nunca perdonado. Puesto que esos autores pertinaces de la iniquidad no buscarán ni recibirán nunca el perdón, son culpables del pecado de rechazar eternamente el perdón divino.

153:4.4 (1714.3) «Muchos de vosotros habéis llegado hoy al cruce de los caminos; os ha llegado el momento de empezar a hacer la elección inevitable entre la voluntad del Padre y los caminos de las tinieblas elegidos por vosotros mismos. Y lo que elijáis ahora es lo que acabaréis siendo. O bien mejoráis el árbol y su fruto o de lo contrario el árbol y su fruto se corromperán. Declaro que en el reino eterno de mi Padre se conoce al árbol por sus frutos. Pero algunos de vosotros que sois como víboras y ya habéis elegido el mal ¿cómo podéis dar buenos frutos? Al fin y al cabo, la abundancia de mal que hay en vuestro corazón habla por vuestra boca.»

153:4.5 (1714.4) Entonces se levantó otro fariseo y le dijo: «Maestro, quisiéramos que nos dieras un signo predeterminado que nosotros aceptaríamos como prueba de tu autoridad y tu derecho a enseñar. ¿Estarías de acuerdo?». Jesús respondió al oír esto: «Esta generación sin fe y buscadora de signos quiere una señal, pero no se os darán más señales que las que ya tenéis y las que veréis cuando el Hijo del Hombre se marche de entre vosotros».

153:4.6 (1714.5) Cuando terminó de hablar los apóstoles lo rodearon y escoltaron fuera de la sinagoga. Recorrieron con él en silencio el camino de vuelta a la casa de Betsaida. Todos estaban atónitos y algo aterrados por el repentino cambio de táctica de enseñanza del Maestro. No estaban nada acostumbrados a actuaciones tan militantes.

5. El sábado por la tarde

153:5.1 (1715.1) Jesús había hecho añicos una y otra vez las esperanzas de sus apóstoles, había destrozado repetidamente sus más ansiadas expectativas, pero nunca habían pasado un momento de desilusión ni un periodo de tristeza semejante. Y ahora se sumaba a su abatimiento un miedo real por su seguridad. Todos estaban sorprendidos y alarmados por la deserción tan completa y repentina de las masas. Estaban también algo asustados y desconcertados por la inesperada audacia y la firme determinación que habían mostrado los fariseos venidos de Jerusalén. Pero lo que más les preocupaba era el repentino cambio de táctica de Jesús. En circunstancias normales habrían aplaudido la aparición de esta actitud más militante, pero al coincidir con tantas cosas inesperadas solo les causó más inquietud.

153:5.2 (1715.2) Y para colmo de preocupaciones, cuando llegaron a casa Jesús se negó a comer y se aisló durante horas en una de las habitaciones de arriba. Era casi medianoche cuando llegó Joab, el líder de los evangelistas, con la noticia de que alrededor de un tercio de sus compañeros habían abandonado la causa. Los discípulos leales estuvieron yendo y viniendo durante toda la noche, informando de que el cambio repentino de sentimientos hacia el Maestro era general en Cafarnaúm. Los líderes de Jerusalén se apresuraron a alimentar este sentimiento de desafección y promovieron de todas las formas posibles el movimiento de rechazo a Jesús y sus enseñanzas. Durante estas horas difíciles las doce mujeres estuvieron reunidas en casa de Pedro. Estaban muy alteradas pero ninguna desertó.

153:5.3 (1715.3) Poco después de la medianoche Jesús bajó de la habitación de arriba a reunirse con los doce y sus compañeros, unos treinta en total, y les dijo: «Soy consciente de que esta criba del reino os aflige, pero es inevitable. Por otra parte, después de toda la formación que habéis recibido, ¿teníais alguna buena razón para tropezar con mis palabras? ¿Por qué os llenáis de miedo y consternación al ver que el reino se está despojando de las multitudes tibias y los discípulos indiferentes? ¿Por qué os apenáis cuando está amaneciendo un nuevo día en el que las enseñanzas espirituales del reino de los cielos brillarán con gloria renovada? Si esta prueba os parece difícil de soportar, ¿qué haréis cuando el Hijo del Hombre regrese al Padre? ¿Cuándo y cómo os prepararéis para el momento en que yo ascienda al lugar de donde vine a este mundo?

153:5.4 (1715.4) «Amados míos, debéis recordar que es el espíritu quien vivifica; la carne y todo lo que tiene que ver con ella es de poco provecho. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. ¡Tened buen ánimo, no os he abandonado! Muchos se sentirán ofendidos por la claridad de mis palabras de estos días. Ya habéis oído que muchos de mis discípulos se han vuelto atrás, ya no caminan conmigo. Yo sabía desde el principio que esos creyentes tibios se quedarían por el camino. ¿No os elegí a vosotros doce y os distinguí como embajadores del reino? Y ahora, en un momento como este, ¿desertaréis también vosotros? Que cada uno recurra a su propia fe, pues uno de vosotros está en grave peligro.» Cuando Jesús terminó de hablar Simón Pedro dijo: «Sí, Señor, estamos tristes y desconcertados, pero nunca te abandonaremos. Tú nos has enseñado las palabras de la vida eterna. Hemos creído en ti y te hemos seguido todo este tiempo. No nos volveremos atrás porque sabemos que has sido enviado por Dios». Cuando Pedro terminó de hablar todos asintieron con la cabeza para corroborar de común acuerdo la promesa de lealtad de Pedro.

153:5.5 (1716.1) Entonces Jesús les dijo: «Id a descansar porque vamos a tener mucho que hacer; los próximos días van a ser muy activos».

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