Documento 146 - La primera gira de predicación en Galilea

   
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El libro de Urantia

Documento 146

La primera gira de predicación en Galilea

146:0.1 (1637.1) LA primera gira de predicación pública por Galilea empezó el domingo 18 de enero del año 28 d. C. Jesús y los doce estuvieron predicando cerca de dos meses hasta que volvieron a Cafarnaúm el 17 de marzo. Con ayuda de los antiguos apóstoles de Juan, predicaron el evangelio y bautizaron a los creyentes en Rimón, Jotapata, Ramá, Zabulón, Irón, Giscala, Corazín, Madón, Caná, Naín y Endor. Se pararon a enseñar en estas ciudades, y además fueron proclamando el evangelio del reino a su paso por otras muchas poblaciones más pequeñas.

146:0.2 (1637.2) Esta fue la primera vez que Jesús permitió predicar libremente a sus compañeros. En esta gira solo les recomendó tres cosas: que no fueran a Nazaret y que pasaran discretamente por Cafarnaúm y Tiberiades. Para los apóstoles fue una gran satisfacción sentir por fin que tenían libertad para predicar y enseñar sin restricciones, y se lanzaron con entusiasmo y alegría al trabajo de predicar el evangelio, atender a los enfermos y bautizar a los creyentes.

1. La predicación en Rimón

146:1.1 (1637.3) La pequeña ciudad de Rimón estuvo dedicada en su día al culto a Raman, un dios babilónico del aire. Las creencias de los rimonitas contenían todavía muchas enseñanzas babilónicas primitivas y otras posteriores de Zoroastro, por eso Jesús y los veinticuatro dedicaron mucho tiempo a explicarles claramente la diferencia entre aquellas creencias más antiguas y el nuevo evangelio del reino. Pedro les predicó sobre «Aarón y el becerro de oro», uno de los primeros grandes sermones de su carrera.

146:1.2 (1637.4) Aunque muchos habitantes de Rimón se hicieron creyentes en las enseñanzas de Jesús, crearon más tarde grandes problemas a sus hermanos. Es difícil que en el corto espacio de una sola vida unos adoradores de la naturaleza se integren plenamente en la comunión de adoración de un ideal espiritual.

146:1.3 (1637.5) Muchas de las mejores ideas babilónicas y persas sobre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, el tiempo y la eternidad fueron incorporadas más tarde a las doctrinas del llamado cristianismo, y su inclusión hizo más aceptables las enseñanzas cristianas para los pueblos del Cercano Oriente. Del mismo modo, la incorporación de muchas teorías de Platón sobre el espíritu ideal o los patrones invisibles de todas las cosas visibles y materiales, tal como Filón las adaptó posteriormente a la teología hebrea, hizo que las enseñanzas cristianas de Pablo fueran más fáciles de aceptar para los griegos occidentales.

146:1.4 (1637.6) Fue en Rimón donde Todan oyó por primera vez el evangelio del reino, y más tarde llevó este mensaje a Mesopotamia y mucho más allá. Él fue uno de los primeros que predicaron la buena nueva a los habitantes de más allá del Éufrates.

2. En Jotapata

146:2.1 (1638.1) La gente común y corriente de Jotapata escuchó con gusto a Jesús y sus apóstoles, y muchos aceptaron el evangelio del reino, pero lo más sobresaliente de esta misión en Jotapata fue el discurso de Jesús a los veinticuatro la segunda noche de su estancia en esta pequeña ciudad. Natanael pidió al Maestro que le aclarara sus enseñanzas sobre la oración, la acción de gracias y la adoración, y Jesús respondió a su pregunta con una amplia explicación. Este discurso se puede resumir en lenguaje moderno haciendo hincapié en los puntos siguientes:

146:2.2 (1638.2) 1. Cuando el corazón del hombre cultiva la iniquidad de forma consciente y obstinada se destruye gradualmente la conexión de oración del alma humana con los circuitos espirituales de comunicación entre el hombre y su Hacedor. Dios oye sin duda la súplica de su hijo, pero cuando el corazón humano alberga conceptos de iniquidad persistentes y deliberados, se va perdiendo gradualmente la comunión personal entre el hijo de la tierra y su Padre celestial.

146:2.3 (1638.3) 2. Una oración que va en contra de las leyes conocidas y establecidas por Dios es una abominación para las Deidades del Paraíso. Si el hombre no quiere escuchar a los Dioses que hablan a su creación con las leyes del espíritu, la mente y la materia, ese mismo acto de desdén deliberado y consciente por parte de la criatura hace que las personalidades de espíritu dejen de escuchar las peticiones personales de esos mortales desobedientes y sin ley. Jesús citó a sus apóstoles las palabras del profeta Zacarías: «Pero ellos se negaron a escuchar y les volvieron la espalda y se taparon los oídos para no oír. Sí, endurecieron sus corazones como el diamante para no oír mi ley ni las palabras que yo les enviaba por mi espíritu a través de los profetas; por eso los resultados de sus malos pensamientos cayeron como gran ira sobre sus cabezas culpables. Y sucedió que clamaron misericordia, pero ningún oído los escuchaba». Jesús citó a continuación el proverbio del sabio que decía: «Si alguno aparta su oído para no oír la ley divina, incluso su oración será una abominación».

146:2.4 (1638.4) 3. Al abrir el extremo humano del canal de comunicación entre Dios y el hombre, los mortales acceden en el acto a la corriente del ministerio divino que fluye constantemente hacia las criaturas de los mundos. Cuando el hombre oye al espíritu de Dios hablar dentro de su corazón humano, el hecho inherente a esta experiencia es que Dios escucha simultáneamente la oración de ese hombre. El perdón del pecado opera también de esta misma manera infalible. El Padre del cielo os ha perdonado incluso antes de que hayáis pensado en pedírselo, pero no podéis acceder a ese perdón en vuestra experiencia religiosa personal hasta que no hayáis perdonado a vuestros semejantes. El perdón de Dios como hecho no está condicionado a vuestro perdón a vuestros semejantes, pero como experiencia está sujeto precisamente a esa condición. Y esta sincronía del perdón divino y el perdón humano está reconocida e integrada en la oración que Jesús enseñó a los apóstoles.

146:2.5 (1638.5) 4. Hay una ley básica de justicia en el universo que la misericordia no tiene poder de eludir. Las glorias no egoístas del Paraíso no pueden ser recibidas por una criatura totalmente egoísta de los mundos del tiempo y el espacio. Ni siquiera el amor infinito de Dios puede imponer la salvación de la supervivencia eterna a una criatura mortal que no elige sobrevivir. La misericordia tiene una amplia capacidad de otorgamiento, pero en último término hay mandatos de la justicia que ni siquiera el amor unido a la misericordia pueden derogar eficazmente. Jesús citó de nuevo las escrituras hebreas: «He llamado y no quisisteis oír; he extendido mi mano y nadie ha hecho caso. Habéis desatendido todos mis consejos y habéis rechazado mi reprensión, y por esta actitud rebelde se ha hecho inevitable que me invoquéis y no recibáis respuesta. Al haber rechazado el camino de la vida, podréis buscarme con diligencia en vuestros momentos de sufrimiento, pero no me encontraréis».

146:2.6 (1639.1) 5. Los que quieran recibir misericordia deben mostrar misericordia; no juzguéis y no seréis juzgados. Con el espíritu con que juzguéis a los demás seréis juzgados. La misericordia no anula por completo la equidad del universo. Al final resultará cierto que «El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará algún día y no será oído». La sinceridad de cualquier oración es la garantía de que será escuchada; la sabiduría espiritual y la coherencia con el universo de cualquier petición determinarán el momento, la manera y el grado de la respuesta. Un padre sabio no responde literalmente a las oraciones tontas de sus hijos ignorantes e inexpertos, aunque también es verdad que los hijos pueden obtener mucho placer y satisfacción real del alma al hacer esas peticiones absurdas.

146:2.7 (1639.2) 6. Cuando estéis enteramente dedicados a hacer la voluntad del Padre del cielo, todas vuestras peticiones os serán concedidas porque vuestras oraciones serán plenamente conformes con la voluntad del Padre, y la voluntad del Padre se manifiesta siempre en todo su vasto universo. Lo que un verdadero hijo desea y el Padre infinito quiere, ES. Una oración así no puede quedar sin respuesta, y ningún otro tipo de petición puede ser plenamente concedida.

146:2.8 (1639.3) 7. La súplica del justo es el acto de fe de un hijo de Dios que abre la puerta del almacén de bondad, verdad y misericordia del Padre. Estos buenos dones llevan mucho tiempo esperando a que el hijo se acerque y se apropie de ellos personalmente. La oración no cambia la actitud divina hacia el hombre, pero sí cambia la actitud del hombre hacia el Padre inmutable. El móvil de una oración es lo que le da acceso al oído divino, no el estatus social, económico o externamente religioso del orante.

146:2.9 (1639.4) 8. La oración no se puede emplear para eludir las demoras del tiempo ni para trascender los obstáculos del espacio. La oración no es una práctica diseñada para engrandecer el yo ni obtener una ventaja injusta sobre los semejantes. Un alma totalmente egoísta no puede rezar en el verdadero sentido de la palabra. Dijo Jesús: «Que vuestro deleite supremo esté en el carácter de Dios, y él os concederá con toda seguridad los deseos sinceros de vuestro corazón». «Encomienda al Señor tu camino, confía en él, que él actuará.» «Pues el Señor escucha la súplica del menesteroso y tendrá en cuenta la oración del necesitado.»

146:2.10 (1639.5) 9. «Yo he venido del Padre; por lo tanto, si alguna vez tenéis dudas sobre lo que pediréis al Padre, pedidlo en mi nombre, y yo presentaré vuestra petición según vuestras necesidades y deseos reales y conforme a la voluntad de mi Padre.» Guardaos contra el gran peligro de volveros egocéntricos en vuestras oraciones. Evitad orar mucho por vosotros; orad más por el progreso espiritual de vuestros hermanos. Evitad las oraciones materialistas; orad en espíritu y por la abundancia de los dones del espíritu.

146:2.11 (1639.6) 10. Cuando oréis por los enfermos y afligidos, no esperéis que vuestras peticiones sustituyan los cuidados amorosos e inteligentes que necesitan esos afligidos. Orad por el bienestar de vuestras familias, amigos y compañeros, pero orad especialmente por los que os maldicen y haced peticiones amorosas por los que os persiguen. «Pero no os diré cuándo debéis orar. Solo el espíritu que mora dentro de vosotros puede moveros a hacer las peticiones que expresen vuestra relación interior con el Padre de los espíritus.»

146:2.12 (1640.1) 11. Muchos recurren a la oración solo cuando tienen problemas, pero es una costumbre engañosa y desconsiderada. Es verdad que hacéis bien en orar cuando estáis agobiados, pero debéis también acordaros de hablar con vuestro Padre como hijos cuando todo va bien en vuestra alma. Haced siempre en secreto vuestras peticiones reales. No dejéis que los hombres oigan vuestras oraciones personales. Las oraciones de acción de gracias son convenientes para los grupos de adoradores, pero la oración del alma es un asunto personal. La única forma de orar adecuada para todos los hijos de Dios es: «Y sin embargo, que se haga tu voluntad».

146:2.13 (1640.2) 12. Todos los que creen en este evangelio deberían orar sinceramente por la expansión del reino de los cielos. Entre todas las oraciones de las Escrituras hebreas, Jesús destacó esta petición del salmista: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí. Purifícame de los pecados secretos y mantén a tu servidor alejado de las transgresiones de la soberbia». Jesús hizo un largo comentario sobre la relación entre la oración y el hablar descuidado y ofensivo, y citó este pasaje: «Pon, oh Señor, guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios». «La lengua humana», dijo Jesús, «es un órgano que muy pocos hombres pueden domar, pero el espíritu interior puede transformar este órgano rebelde en una amable voz de tolerancia y en un ministro inspirador de misericordia».

146:2.14 (1640.3) 13. Jesús enseñó que, en orden de importancia, orar para recibir la guía divina por el sendero de la vida terrenal ocupa el segundo lugar por detrás de orar para conocer la voluntad del Padre. Esto significa en realidad orar pidiendo la sabiduría divina. Jesús no enseñó nunca que se pudieran obtener conocimientos humanos ni talentos especiales por medio de la oración, en cambio enseñó que la oración contribuye a ampliar nuestra capacidad de recibir la presencia del espíritu divino. Cuando Jesús enseñó a sus seguidores a orar en espíritu y en verdad, les explicó que se refería a que oraran con sinceridad y según las luces de cada uno, a que oraran de todo corazón y con inteligencia, seriedad y perseverancia.

146:2.15 (1640.4) 14. Jesús advirtió a sus seguidores que sus oraciones no se volverían más eficaces mediante repeticiones floridas, frases elocuentes, ayunos, sacrificios o penitencias. En cambio exhortó a sus creyentes a utilizar la oración como medio para elevarse a la verdadera adoración a través de la acción de gracias. Jesús deploraba que hubiera tan poco espíritu de acción de gracias en las oraciones y la adoración de sus seguidores, y citó este pasaje de las Escrituras: «Bueno es dar gracias al Señor y cantar alabanzas al nombre del Altísimo, anunciar por la mañana su bondad y su fidelidad por las noches, porque Dios me ha alegrado con sus obras. Daré gracias por todas las cosas conforme a la voluntad de Dios».

146:2.16 (1640.5) 15. Y siguió diciendo: «No os preocupéis demasiado por vuestras necesidades diarias; no os inquietéis por los problemas de vuestra existencia terrenal. En todas estas cosas exponed vuestras necesidades ante vuestro Padre del cielo mediante la oración y la súplica con espíritu de sincero agradecimiento». Después citó las Escrituras: «Alabaré el nombre de Dios con cántico y lo ensalzaré con acción de gracias. Y esto agradará más al Señor que el sacrificio de un buey o de un novillo con cuernos y pezuñas».

146:2.17 (1641.1) 16. Jesús aconsejó a sus seguidores que después de hacer sus oraciones al Padre permanecieran algún tiempo en estado de receptividad silenciosa para dar al espíritu interior una oportunidad mejor de hablar a su alma atenta. El espíritu del Padre habla mejor al hombre cuando la mente humana está en actitud de verdadera adoración. Adoramos a Dios gracias al espíritu del Padre que mora en el interior y a la iluminación de la mente humana por el ministerio de la verdad. Jesús enseñó que la adoración nos hace cada vez más semejantes al ser que adoramos. La adoración es una experiencia transformadora por la cual lo finito se va acercando gradualmente a la presencia del Infinito y finalmente la alcanza.

146:2.18 (1641.2) Jesús dijo a sus apóstoles muchas otras verdades sobre la comunión del hombre con Dios, pero pocos de ellos pudieron captar plenamente su enseñanza.

3. La parada en Ramá

146:3.1 (1641.3) Jesús tuvo en Ramá una conversación memorable con un anciano filósofo griego que enseñaba que la ciencia y la filosofía eran suficientes para satisfacer las necesidades de la experiencia humana. Jesús escuchó con paciencia y simpatía a este maestro griego y admitió la verdad de muchas de las cosas que decía, pero cuando hubo terminado su exposición le señaló que no había logrado explicar «el de dónde, el por qué y el a dónde» de la existencia humana. Y añadió: «Donde tú terminas, nosotros empezamos. La religión es una revelación al alma humana que trata de realidades espirituales que la mente sola nunca podría descubrir ni penetrar plenamente. Los esfuerzos intelectuales pueden revelar los hechos de la vida, pero el evangelio del reino descubre las verdades de la existencia. Tú has hablado sobre las sombras materiales de la verdad, ¿quieres escucharme ahora mientras te hablo sobre las realidades eternas y espirituales que proyectan esas sombras temporales transitorias que constituyen los hechos materiales de la existencia mortal?». Durante más de una hora, Jesús enseñó a este griego las verdades salvadoras del evangelio del reino. La forma de acercamiento del Maestro encontró eco en el anciano filósofo, y como era sincero y honrado de corazón creyó rápidamente en este evangelio de salvación.

146:3.2 (1641.4) Los apóstoles estaban un poco desconcertados por la manera abierta con que Jesús había asentido a muchas de las proposiciones del griego, pero Jesús les dijo más tarde en privado: «Hijos, no os extrañe que haya sido tolerante con la filosofía del griego. La verdadera y auténtica certeza interior nunca teme el análisis exterior, ni tampoco se resiente la verdad por una crítica honrada. No olvidéis nunca que la intolerancia es la máscara que cubre las dudas secretas del hombre sobre la autenticidad de sus creencias. A nadie le inquieta nunca la actitud de su vecino cuando tiene confianza perfecta en la verdad de lo que cree de todo corazón. El valor es la confianza en la honradez total de lo que profesamos creer. Los hombres sinceros no temen al examen crítico de sus verdaderas convicciones y de sus nobles ideales».

146:3.3 (1641.5) La segunda noche en Ramá Tomás hizo esta pregunta a Jesús: «Maestro, ¿cómo puede un nuevo creyente en tus enseñanzas saber realmente, estar realmente seguro, de la verdad de este evangelio del reino?».

146:3.4 (1641.6) Jesús respondió a Tomás: «La seguridad de que has entrado en la familia del reino del Padre y de que sobrevivirás eternamente con los hijos del reino es fruto exclusivo de la experiencia personal, de la fe en la palabra de la verdad. La seguridad espiritual equivale a tu experiencia religiosa personal en las realidades eternas de la verdad divina. Dicho de otro modo, es igual a tu comprensión inteligente de las realidades de la verdad, más tu fe espiritual, menos tus dudas sinceras.

146:3.5 (1642.1) «El Hijo está dotado naturalmente de la vida del Padre. Por haber sido dotados del espíritu vivo del Padre sois hijos de Dios. Sobreviviréis a vuestra vida en el mundo material de la carne porque estáis identificados con el espíritu vivo del Padre, el don de la vida eterna. Es cierto que muchos tenían esta vida antes de que yo viniera del Padre, y muchos más han recibido este espíritu porque creyeron en mi palabra, pero yo os declaro que cuando regrese al Padre él enviará su espíritu al corazón de todos los hombres.

146:3.6 (1642.2) «Aunque no podéis observar cómo opera en vuestra mente el espíritu divino, hay un método práctico de descubrir hasta qué punto habéis entregado el control de los poderes de vuestra alma a la guía y enseñanza de este espíritu del Padre celestial que mora en vosotros, y es vuestro grado de amor al prójimo. Este espíritu del Padre participa del amor del Padre, y a medida que domina al hombre lo conduce indefectiblemente hacia la adoración divina y la consideración amorosa por sus semejantes. Al principio creéis que sois hijos de Dios porque mi enseñanza os ha hecho más conscientes de las directrices interiores de la presencia del Padre que habita en vosotros, pero dentro de poco el Espíritu de la Verdad será derramado sobre toda carne. Vivirá entre los hombres y enseñará a todos los hombres, igual que yo vivo ahora entre vosotros y os digo palabras de verdad. Este Espíritu de la Verdad, que habla a la dotación espiritual de vuestra alma, os ayudará a saber que sois hijos de Dios. Dará testimonio indefectible de la presencia del Padre que habita dentro de vosotros, vuestro espíritu, que habitará entonces en todos los hombres como ahora habita en algunos, y os dirá que sois en realidad hijos de Dios.

146:3.7 (1642.3) «Todo hijo terrenal que siga las directrices de este espíritu acabará conociendo la voluntad de Dios, y el que se entregue a la voluntad de mi Padre vivirá para siempre. No se os ha indicado claramente cuál es el camino que va desde la vida en la tierra al estado eterno, pero hay un camino y siempre lo ha habido, y yo he venido a hacer de ese camino algo nuevo y vivo. El que entra en el reino ya tiene la vida eterna y nunca perecerá. Pero comprenderéis mejor muchas de estas cosas cuando yo haya regresado al Padre y seáis capaces de ver vuestras experiencias presentes en retrospectiva.»

146:3.8 (1642.4) Todos los que escucharon estas benditas palabras se llenaron de alegría. Las enseñanzas judías sobre la supervivencia de los justos eran inciertas y confusas, por eso los seguidores de Jesús se sintieron inspirados y reconfortados cuando le oyeron asegurar de forma tan categórica la supervivencia eterna de todos los creyentes verdaderos.

146:3.9 (1642.5) Los apóstoles siguieron predicando y bautizando a los creyentes, además de ir de casa en casa consolando a los abatidos y atendiendo a los enfermos y afligidos. La organización apostólica se había ampliado en el sentido de que cada apóstol de Jesús tenía ahora a uno de Juan como compañero; Abner era el compañero de Andrés. Este sistema se mantuvo hasta que fueron a Jerusalén para la Pascua siguiente.

146:3.10 (1642.6) Durante la estancia en Zabulón la instrucción especial de Jesús consistió principalmente en nuevos debates sobre las obligaciones mutuas del reino. Fue una enseñanza dirigida a aclarar las diferencias entre la experiencia religiosa personal y su relación armoniosa con las obligaciones religiosas sociales. Esta fue una de las pocas veces que el Maestro habló de los aspectos sociales de la religión. Durante su vida en la tierra Jesús instruyó muy poco a sus seguidores sobre la socialización de la religión.

146:3.11 (1643.1) Los habitantes de Zabulón eran de raza mestiza, ni judíos ni gentiles, y pocos de ellos creyeron realmente en Jesús a pesar de que habían oído hablar de las curaciones de Cafarnaúm.

4. El evangelio en Irón

146:4.1 (1643.2) En Irón, como en muchas ciudades de Galilea y Judea, incluso en las más pequeñas, había una sinagoga, y durante los primeros tiempos de su ministerio Jesús acostumbraba a hablar en estas sinagogas los días del sabbat. Algunas veces hablaba en los oficios de la mañana, y Pedro u otro apóstol predicaba por la tarde. Jesús y los apóstoles solían enseñar y predicar también entre semana en las asambleas vespertinas de las sinagogas. Aunque los líderes religiosos de Jerusalén eran cada vez más hostiles a Jesús, no ejercían ningún control directo sobre las sinagogas de otros lugares. Con el tiempo conseguirían crear un sentimiento tan generalizado contra él como para provocar el cierre casi generalizado de las sinagogas a sus enseñanzas, pero en este momento de su ministerio público todas las sinagogas de Galilea y Judea estaban abiertas para él.

146:4.2 (1643.3) Irón era un centro minero importante para la época, y como Jesús no había compartido nunca la vida de los mineros, pasó la mayor parte de su estancia en Irón en las minas. Mientras los apóstoles visitaban a las familias y predicaban en los lugares públicos, Jesús trabajaba en las minas con estos obreros subterráneos. La fama de Jesús como sanador se había propagado hasta esta aldea remota, y muchos enfermos y lisiados le pidieron ayuda. Muchos se beneficiaron de su ministerio curativo, pero en ninguno de esos casos realizó el Maestro una curación supuestamente milagrosa, salvo en el del leproso.

146:4.3 (1643.4) El tercer día de la estancia en Irón, cuando Jesús volvía de las minas a su alojamiento al caer la tarde, fue a pasar por una angosta calle lateral donde vivía un leproso que había oído hablar de su fama como sanador. Al ver a Jesús acercarse a su miserable choza, el hombre salió a la puerta y se atrevió a abordarlo arrodillado ante él y diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme. He oído el mensaje de tus instructores y quisiera entrar en el reino si pudiera estar limpio». El leproso dijo esto porque entre los judíos los leprosos tenían prohibido incluso asistir a la sinagoga o practicar cualquier otro tipo de culto en público. Este hombre creía realmente que no podría ser recibido en el reino venidero si no se curaba de su lepra. Cuando Jesús vio su aflicción y la tenacidad de su fe, su corazón humano se conmovió y su mente divina se llenó de compasión. Bajo la mirada de Jesús, el hombre se postró ante él y lo adoró. Entonces el Maestro alargó la mano y lo tocó diciendo: «Quiero; sé limpio». El hombre se curó al instante y no volvió a estar aquejado de lepra.

146:4.4 (1643.5) Jesús levantó al hombre del suelo y le advirtió: «Mira, no digas nada a nadie de tu curación y dedícate a tus asuntos. Ve a mostrarte al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés como testimonio de tu curación», pero el hombre no le hizo caso. Empezó a publicar a los cuatro vientos que Jesús lo había curado de su lepra, y como era conocido en toda la aldea, la gente pudo ver claramente que había sido limpiado de su enfermedad. Tampoco se presentó a los sacerdotes como Jesús le había aconsejado. Al divulgarse la noticia de la curación, el Maestro estuvo tan asediado por los enfermos que se vio forzado a marcharse del pueblo a primera hora del día siguiente. Aunque Jesús no volvió a entrar en la población, se quedó dos días en las afueras cerca de las minas donde siguió instruyendo a los mineros creyentes sobre el evangelio del reino.

146:4.5 (1644.1) Esta curación del leproso fue el primero de los llamados milagros que Jesús realizó intencionada y deliberadamente hasta ese momento. Y fue un auténtico caso de lepra.

146:4.6 (1644.2) Desde Irón fueron a Giscala donde pasaron dos días proclamando el evangelio. Luego siguieron hacia Corazín, y aunque estuvieron allí casi una semana predicando la buena nueva, no pudieron ganar muchos creyentes para el reino. De todos los lugares donde había enseñado Jesús, en ninguno encontró un rechazo tan general a su mensaje. La estancia en Corazín fue muy deprimente para la mayoría de los apóstoles, y Andrés y Abner tuvieron que esforzarse mucho por levantar el ánimo de sus compañeros. Después atravesaron Cafarnaúm sin llamar la atención y siguieron hasta la aldea de Madón donde les fue algo mejor. Casi todos los apóstoles estaban convencidos de que habían fracasado en estas últimas poblaciones porque Jesús no les permitía mencionar las curaciones en su predicación. ¡Estaban deseando que limpiara a otro leproso o que manifestara su poder de alguna otra manera para atraer la atención de la gente! Pero el Maestro se mantuvo impasible ante sus insistencias.

5. De vuelta en Caná

146:5.1 (1644.3) El grupo apostólico se alegró enormemente cuando Jesús anunció: «Mañana nos vamos a Caná». Sabían que en Caná tendrían un público receptivo porque Jesús era muy conocido allí. Después de dos días muy positivos para el trabajo del reino, se presentó en Caná un ciudadano prominente de Cafarnaúm llamado Tito que era creyente a medias. El hijo de Tito estaba gravemente enfermo, y cuando su padre oyó que Jesús estaba en Caná corrió a verlo. Los creyentes de Cafarnaúm pensaban que Jesús podía curar cualquier enfermedad.

146:5.2 (1644.4) Tras localizar a Jesús en Caná, el noble Tito le suplicó que fuera rápidamente a Cafarnaúm a curar a su hijo enfermo. Ante la anhelante expectación de los apóstoles, Jesús miró al padre del muchacho enfermo y dijo: «¿Cuánta paciencia habré de tener con vosotros? El poder de Dios está entre vosotros, pero si no veis signos y contempláis maravillas, os negáis a creer». El noble suplicaba a Jesús, diciendo: «Señor, yo creo, pero ven antes de que mi hijo perezca, porque ya estaba a punto de morir cuando lo dejé». Jesús bajó la cabeza en silencio, meditó por un momento y dijo de pronto: «Vuelve a tu casa; tu hijo vivirá». Tito creyó en la palabra de Jesús y volvió rápidamente a Cafarnaúm. Cuando estaba llegando, sus sirvientes salieron a su encuentro para decirle: «Alégrate porque tu hijo ha mejorado, está vivo». Tito les preguntó a qué hora había empezado a recuperarse el muchacho, y cuando los criados contestaron «ayer hacia la hora séptima le bajó la fiebre», el padre recordó que fue hacia esa hora cuando Jesús había dicho: «Tu hijo vivirá». A partir de entonces Tito creyó de todo corazón y creyó también toda su familia. Su hijo llegó a ser un poderoso servidor del reino y más tarde entregó su vida con los que sufrían en Roma. Aunque todos los familiares de Tito, sus amigos e incluso los apóstoles consideraron este episodio como un milagro, no lo fue. Al menos no fue un milagro de curación de una enfermedad física. Fue simplemente un caso de preconocimiento de los procesos de la ley natural, el tipo de conocimiento previo al que Jesús recurrió con frecuencia después de su bautismo.

146:5.3 (1645.1) Una vez más, Jesús tuvo que salir a toda prisa de Caná porque el segundo episodio de este tipo ocurrido en esta aldea había llamado excesivamente la atención. Los vecinos del pueblo recordaron el del agua y el vino, y ahora que creían que Jesús había curado al hijo del noble desde tan lejos, no solo le llevaban a los enfermos y lisiados sino que le enviaban mensajeros para rogarle que sanara a los enfermos a distancia. Cuando Jesús vio el revuelo que se había organizado en toda la comarca dijo: «Nos vamos a Naín».

6. Naín y el hijo de la viuda

146:6.1 (1645.2) Aquella gente creía en los signos; era una generación buscadora de prodigios. Para entonces, las gentes del centro y sur de Galilea asociaban a Jesús y su ministerio personal con los milagros. Decenas, centenares de personas honradas afectadas por desórdenes puramente nerviosos o afligidas por trastornos emocionales se presentaban ante Jesús y luego volvían a sus casas anunciando a sus amigos que Jesús las había curado. Esa gente simple e ignorante consideraba esos casos de curación mental como curaciones físicas, recuperaciones milagrosas.

146:6.2 (1645.3) Jesús salió de Caná hacia Naín seguido por una gran multitud de creyentes y mucha gente curiosa. Estaban decididos a contemplar milagros y prodigios, y no iban a quedar decepcionados. Cuando Jesús y sus apóstoles se acercaban a la puerta de la ciudad, se encontraron con una procesión fúnebre que se dirigía al cementerio cercano para enterrar al hijo único de una viuda de Naín. Como era una mujer muy respetada, medio pueblo seguía a los portadores del féretro del muchacho supuestamente muerto. Cuando la procesión fúnebre llegó a la altura de Jesús y sus seguidores, la viuda y sus amigos reconocieron al Maestro y le suplicaron que devolviera la vida al hijo. Sus expectativas de milagros habían llegado a tal extremo que creían que Jesús podía curar cualquier enfermedad humana, ¿y por qué no iba a poder un sanador como él resucitar incluso a los muertos? Jesús, importunado así por la gente, se acercó al ataúd, levantó la tapa y examinó al muchacho. Al descubrir que el joven no estaba realmente muerto, percibió la tragedia que su presencia estaba a punto de evitar y dijo a la madre: «No llores, tu hijo no está muerto sino dormido. Te será devuelto». Luego tomó al joven de la mano y le dijo: «Despierta y levántate». El joven supuestamente muerto se incorporó enseguida y empezó a hablar. Jesús los envió de vuelta a sus casas.

146:6.3 (1645.4) Jesús se esforzó por calmar a la multitud e intentó en vano explicarles que el muchacho no estaba realmente muerto, que no lo había sacado de la tumba, pero fue inútil. La multitud que lo seguía y toda la aldea de Naín habían llegado al grado máximo de frenesí emocional. El miedo se apoderó de muchos y el pánico, de otros, mientras otros se ponían a rezar y gemir por sus pecados. Hasta mucho después de la caída de la noche no se pudo dispersar a la clamorosa multitud. Y, por supuesto, a pesar de la afirmación de Jesús de que el muchacho no estaba muerto, todos insistían en que se había obrado un milagro y el muerto había sido resucitado. Cuando Jesús les dijo que el muchacho solo estaba profundamente dormido, explicaron que esa era la forma de expresarse de Jesús y llamaron la atención sobre el hecho de que siempre trataba de ocultar sus milagros con gran modestia.

146:6.4 (1646.1) Y así, la noticia de que Jesús había resucitado de entre los muertos al hijo de la viuda se extendió por toda Galilea y Judea, y muchos de los que la oyeron la creyeron. Jesús ni siquiera pudo convencer plenamente a todos sus apóstoles de que el hijo de la viuda no estaba realmente muerto cuando le mandó despertar y levantarse, aunque su insistencia fue suficiente para impedir que este supuesto milagro fuera incorporado a los escritos posteriores, salvo el de Lucas, que relató el suceso tal como se lo habían contado. Una vez más, Jesús se encontró tan asediado como médico que tuvo que salir hacia Endor a primera hora del día siguiente.

7. En Endor

146:7.1 (1646.2) En Endor Jesús se libró durante unos días del clamor de las multitudes por las curaciones físicas. Durante su estancia en este lugar el Maestro instruyó a los apóstoles con la historia del rey Saúl y la bruja de Endor. Jesús explicó claramente a sus apóstoles que los intermedios descarriados y rebeldes que tantas veces se habían hecho pasar por supuestos espíritus de muertos estarían pronto bajo control y no podrían hacer esas extrañas cosas nunca más. Aseguró a sus seguidores que cuando él volviera al Padre ambos derramarían su espíritu sobre toda carne, y a partir de entonces esos seres semiespirituales —llamados espíritus impuros— ya no podrían poseer a mortales de mente perversa o deficiente.

146:7.2 (1646.3) Jesús explicó además a sus apóstoles que los espíritus de los seres humanos difuntos no vuelven a su mundo de origen para comunicarse con sus semejantes vivos. Al espíritu del hombre que progresa solo le sería posible volver a la tierra después de haber transcurrido una edad dispensacional, e incluso entonces solo sería en casos excepcionales y como parte de la administración espiritual del planeta.

146:7.3 (1646.4) Después de descansar dos días, Jesús dijo a sus apóstoles: «Mañana volveremos a Cafarnaúm y nos quedaremos allí enseñando mientras se tranquiliza la comarca. Esperemos que en casa se hayan recuperado ya, al menos en parte, de todo este alboroto».

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