Lo que El libro de Urantia significa para mí - Jay Han
Lo que El libro de Urantia significa para mí - Jay Han
De Jay Han, Seúl (Corea del Sur)
Nota del editor: Jay es autor de cinco libros sobre temas relacionados con Urantia y ha traducido trabajos secundarios al coreano. Tiene un blog sobre Urantia y ha producido más de 600 vídeos sobre temas relacionados con Urantia.
Toda mi vida viví en busca de algo, apresurado, inquieto, persiguiendo algo que nunca pude nombrar. Sin embargo, bajo cada éxito y cada día ajetreado, sentía un gran vacío que nada podía llenar. Una voz tranquila de duda me susurraba que nada tenía un significado definitivo. Era cristiano, pero no podía sentir la presencia de Dios. La fe se había convertido en una rutina; el cielo, en un sueño lejano. En lo más profundo de mi ser, me hundí en el pensamiento de que «todo es vanidad».
Así que me alejé del ruido del mundo. Cerré mi negocio y entré en un seminario teológico, donde viví como un monje en busca de la verdad. Estudié, oré y esperé. Las respuestas no llegaron. Mi mente se llenó de doctrinas, pero mi corazón seguía sediento. Entonces, después de cumplir 50 años, ocurrió algo inesperado.
Una mañana llegó a mi puerta un libro misterioso: El libro de Urantia. Más tarde supe que lo había enviado un amigo que conocía mi larga búsqueda, creyendo que me diría algo. Desde la primera página, no pude apartar la vista. Durante tres meses, leí todo el libro sin pausa. Era como si el libro me leyera a mí. Sentí que todos los años de espera habían sido para este único encuentro.
Este libro no me proporcionó consuelo en el sentido mundano. Me trajo soledad, incomprensión e incluso la ruptura de relaciones. Sin embargo, en medio de esas experiencias turbulentas, descubrí un nuevo tipo de paz. Puso fin a mi guerra interior, y sustituyó la desesperación por paz y esperanza luminosa. Las preguntas que me atormentaban durante mis noches en el seminario —sobre el pecado, la salvación, la vida después de la muerte y la justicia de Dios— comenzaron a desplegarse como pétalos tocados por la luz de la mañana. Ya no tenía que forzar la fe; la verdad comenzó a revelarse de forma natural, como recordar algo que se había olvidado hace mucho tiempo.
Se me caen las lágrimas al ver sus páginas azules, como si los años perdidos de mi juventud se hubieran redimido con ternura. Me di cuenta de que esta corta vida terrenal no es toda mi historia, y ese pensamiento me dio libertad. Empecé a tomarme las cosas con más calma, no por pereza, sino porque ya no necesitaba correr. La carrera por la riqueza, la fama o incluso los logros espirituales se desvaneció. Lo que importaba era la bondad: hacer lo correcto, con gentileza y fidelidad, día a día.
Ahora mis mañanas no comienzan con ajetreo, sino con gratitud y tranquilidad. A medida que aquieto mi mente, el mundo que me rodea se vuelve radiante y tiene una belleza invisible. Las contradicciones y las injusticias de la vida siguen existiendo, pero mis ojos han cambiado. Ahora entiendo que ni siquiera el mal puede destruir la soberanía de Dios, y que la exhortación a «devolver bien por mal» no es debilidad, sino sabiduría divina.
Mi trabajo también ha cambiado. Ya no es una lucha por la supervivencia, sino un acto gozoso de cocreación: escribir, enseñar, crear vídeos y compartir la verdad. Siento una tranquila afinidad con el espíritu divino que hay en todos los que me encuentro. Esas palabras que antes me resultaban extrañas —Hijo Creador, Ser Supremo, Ajustador del Pensamiento, Havona— ahora me parecen nombres de queridos compañeros.
No envidio ningún poder ni ninguna fama, porque ante mí se despliega el luminoso camino de la vida, la vida eterna y perfecta. El Espíritu de la Verdad me ha traído hasta aquí, y el Padre interior camina a mi lado en cada paso del camino. Me sorprendo preguntándome en silencio cuál será mi próximo viaje, pero incluso ese misterio me parece dulce y brillante. Hasta entonces, quiero hacer más el bien allí donde esté. Siento mi corazón ligero como una pluma.
El libro de Urantia no me ha dado ninguna ganancia mundana, pero me ha dado algo más grande: la certeza tranquila de que soy amado, guiado y parte de una vasta unidad divina. Su verdad me ha hecho libre, y su visión me ha enseñado a vivir no con miedo al final, sino con asombro ante lo eterno.
Ahora lo entiendo: la salvación no es escapar del mundo, sino transformar la forma en que lo vemos. Caminar con Dios es encontrar belleza incluso en la imperfección, convertir las preguntas en asombro y dejar que la fe madure en amor.
Sí, la verdad me ha liberado y el amor ha hecho cantar a mi alma.