Breves pensamientos y reflexiones acerca de lo que El libro de Urantia significa para mí

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Lourdes Burga-Cisneros
Lourdes Burga-Cisneros
Lourdes Burga-Cisneros

De Lourdes Burga-Cisneros

En 1994, cuando tenía 22 años de edad, las enseñanzas de El libro de Urantia me fueron introducidas por una persona muy querida, en un viaje a Asunción-Paraguay. A pesar de que fui bautizada y criada en la fe católica y a pesar de que había emprendido una búsqueda espiritual en asuntos de la nueva era, me resultaba difícil pensar en Dios como cercano a mí y como mi propio Padre a nivel personal, de la manera en que ahora lo hago. Además, he de admitir que no me sentía cómoda con la idea de que todos fuéramos hermanos y hermanas, con el mismo Padre de Todo-Amor en común. Más tarde, sin embargo, adquirí consciencia de lo que esto realmente significa e implica: ser hermanos y hermanas constituye un regalo universal de gran envergadura que no debemos dar por sentado, sino que hemos de apreciar como una oportunidad clave para llevar a cabo nuestro propio propósito de vida y lograr mejorar el mundo en que vivimos, asumiendo este desafío lo antes posible. Aprovechar y comprender estas dos verdades cruciales —la paternidad de Dios y la hermandad del hombre— cambió mi vida para siempre. Aunque pasé un año familiarizándome con las enseñanzas de El libro de Urantia antes de realmente leer el libro, cuando comencé la lectura ya me hallaba lista para aceptar y comprender sus verdades, anhelando vivirlas.

Uno de los alicientes de dichas enseñanzas fue conducirme fuera de Perú, mi país de nacimiento, para tomar un año sabático, durante el cual viajaría como mochilera alrededor de Sudamérica. No obstante, el plan original finalmente se vio modificado en lo que devino en diez años de exploración del camino de crecimiento espiritual compartiendo ideas y percepciones con cientos de hermanos y hermanas que conocí, también en travesía espiritual, a lo largo de Latinoamérica, Estados Unidos, Europa occidental, pero también tan lejos como Medio Oriente.

Durante dichos años y a lo largo de dicho camino, sentí como el Padre en persona realmente me bendecía, conduciéndome de la mano, asistiéndome y respondiendo mis interrogantes, a la vez que me sostenía, fortalecía, servía y guiaba, iluminando y ensenándome el camino. Realmente estoy profundamente agradecida por haber tenido la posibilidad de vivir dicha asombrosa oportunidad durante años cruciales que sirvieron para estabilizar y definir mi carácter. A diferencia de muchos de mis viejos amigos quienes pasaron esos años inventando nuevas, deslumbrantes y locas maneras de auto-gratificarse, yo pude enfocarme en la voluntad del Padre y en tratar de cumplirla. Naturalmente, hubo obstáculos, problemas, contradicciones y errores, casi todos derivados de mi ego, obstinación y patrones indeseables de conducta que desarrollé durante mi infancia y adolescencia en Perú, pero tenía la determinación de continuar con mi búsqueda y, afortunadamente, pude hacerlo. Durante dichos años, manifesté particular aprecio por el siguiente pasaje de El libro de Urantia:

Habiendo comenzado el camino de la vida eterna, habiendo aceptado el deber y recibido tus órdenes de avanzar, no temas los peligros del olvido humano e inestabilidad mortal, no te preocupes por el temor al fracaso o por la confusión que te deja perplejo, no vaciles ni interrogues tu estado y situación porque en las horas sombrías, en cada encrucijada de la lucha por progresar, el Espíritu de la Verdad siempre hablará, diciendo: «Éste es el camino»

[Presentado por un Mensajero Poderoso, 34:7.8 / 383.2]

A nivel de lo más profundo de mí misma, sabía que la tarea más importante era hacerme cargo de mí como alma, de modo que pudiera sintonizar mi vida con el programa integral de evolución planetaria, contribuyendo así, en mi propia forma personal, a realzar la experiencia evolutiva en este planeta y en el universo. Adquirí consciencia de este desafío leyendo El libro de Urantia y especialmente las enseñanzas sobre el Ser Supremo. ¡Cuán satisfactorio y reconfortante fue aprender de una fuente tan confiable que el Dios evolutivo y experiencial del tiempo y del espacio realmente adquiere experiencia importante a nuestro lado y a través de nosotros, asumiendo e incorporando las experiencias de valor espiritual con las que contribuimos! A la luz de esta fascinante e inspiradora revelación de la realidad, “hacer realmente la voluntad del Padre” tuvo total sentido para mí, de modo que pude decir: “es mi voluntad hacer la voluntad de mi Padre de modo que pueda ayudar al logro del propósito de Dios en la Tierra”. ¿Por qué no decir a otros las palabras que me gustaría escuchar?, ¿por qué no buscar inspirar a alguien como me gustaría ser inspirada?, ¿por qué no escribir el libro que me gustaría leer o componer la canción que quisiera cantar?, ¿por qué no ayudar a manifestar el mundo en el que me gustaría vivir? Y entonces, tomé la resolución de hacerlo o, por lo menos, de intentarlo.

Alcancé este nivel de comprensión gracias a la influencia de alguien a quien he de llamar un hermano mayor, pero sólo en sentido filosófico y espiritual. Aprovechando las enseñanzas de El libro de Urantia, este ser me ayudó a avanzar mucho más allá de la perspectiva que antes tenía de que mi vida espiritual consistiría, de alguna manera, en el cumplimiento de una misión revelada por un ser de luz que instantáneamente elevaría mi nivel de consciencia. Ello, por supuesto, no era más que ilusión vana y resultaba clave que yo superará y trascendiera estas ideas. No obstante, fue una dura lección darme cuenta de que nuestra misión espiritual en la vida consiste y se basa en la experiencia diaria, el contexto en que realmente podemos marcar la diferencia. ¡Hacerme cargo de mi alma de modo que pudiera sintonizarme con la realidad cósmica significaba un trabajo excesivamente duro! Así pude vislumbrar, por ejemplo, que estaba obligada a ejercer el esfuerzo consciente, tras despertarme cada mañana, de hacer sabio uso del tiempo, del espacio y de la energía para poder ofrecer mi propia vida a Dios y al universo apropiadamente y con sabiduría. En otras palabras, me di cuenta de que mi misión de vida no estaba destinada o garantizada, sino que se trataba de un resultado potencial que yo debía actualizar con mi propio esfuerzo consciente.

Es increíble que hayan transcurrido ya veintiún años desde entonces. Ahora me encuentro de vuelta inmersa en la vida regular en sociedad y tengo dos hijos que me motivan a seguir adelante cuando las fuerzas me hacen falta y cuando me pregunto si podré realmente completar la tarea diaria. Estoy agradecida por los momentos de iluminación y gozo, pero también debo estar agradecida por los intervalos esporádicos de tensión y estrés, ya que estos me permiten recordar el camino espiritual que una vez, en mi juventud, emprendí. Y son estos quienes motivan decisiones cruciales en mí y me impulsan a renovar el compromiso espiritual que hice tiempo atrás, aplicando el conocimiento y la comprensión adquirida de las inspiradoras enseñanzas de El libro de Urantia.

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