Lo que El libro de Urantia significa para mí De Angela Thurston

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Fila superior: Margit Aid, Karmo Kalda
Fila inferior: Ellen Kalda, Horret Kalda

Lo que El libro de Urantia significa para mí

c (Estonia)

Hacia 1980, cuando tenía siete u ocho años, recuerdo haber tenido mi primera experiencia con Dios. Mi familia y yo íbamos en auto desde Tallinn hacia Vastseliina para visitar a mis abuelos, que vivían en una granja (Tallinn está en el norte y Vastseliina en el sur). Eran los tiempos de la dominación soviética en Estonia. Teníamos la suerte de tener auto, pero éste, un Zaporozhets, no era más que una caja de metal con motor y ruedas. Tenía más partes rotas que sanas y, antes de salir de Tallinn de camino a Vastseliina, mi padre pasó la mitad de la noche arreglando la caja de cambios con piezas usadas que le dieron unos amigos. No teníamos otras piezas para arreglar nada si algo se averiaba durante el viaje.

Quizá se pregunten qué relación tiene esto con mi primera experiencia con Dios. Como no quería que el auto se averiara en medio de la nada, ni quería sentarme en el auto y esperar a que mi padre encontrara ayuda, me senté en el asiento de atrás con los ojos cerrados y recé por primera vez: “Querido Dios, ¡haz que el coche no se averíe para que podamos llegar hasta Vastseliina y de vuelta a casa sin problemas!”. Quizá fue una oración egoísta, pero hizo que la bola de nieve comenzara a rodar.

Mis parientes no eran religiosos, pero algunos de ellos afirmaban creer en “algo”; no podían decir qué era ese “algo” pues lo no sabían. Una de mis abuelas pertenecía a una iglesia. No comía conejo, anguilas o cerdo, pues era algo que su iglesia creía y que había aprendido del Viejo Testamento. Pensaba que estas prácticas de su iglesia y muchas otras eran extrañas e infantiles, así que decidí creer también en “algo” y ahí fue cuando comenzó mi “búsqueda” de “algo”.

Leí muchos libros místicos para ampliar mi conocimiento. Comencé a practicar kárate. Ahora parece divertido, pero en aquel tiempo la filosofía del kárate era como un bálsamo para mi alma. La película La guerra de las galaxias, lo crean o no, dio sentido a lo que era ese “algo”. Y no soy el único, pues hay una secta jedi en los EEUU.

Mi segunda experiencia con Dios ocurrió después de la desaparición del Telón de Acero, y las iglesias de todo el mundo llegaron a Estonia para anunciar su religión a un país que había estado sin Dios durante 50 años. Las iglesias se hicieron muy populares. Muchos jóvenes se unían a ellas, incluyendo a mi buen amigo y sus hermanos. Me animó a unirme a ellos, pero todavía tenía una imagen en mi mente de un Dios que prohibía comer anguila, cerdo y conejo, y que hace 700 años permitió a los cruzados ocupar Estonia a fuego y espada. No me uní a la iglesia, mi amigo dejó de hablarme y continuó mi búsqueda de “algo”.

En 1996, mientras estudiaba en la universidad, vi El libro de Urantia en las estanterías de un amigo. Por desgracia, en aquel tiempo el libro estaba solo en inglés, y ninguno de nosotros podía leer inglés lo bastante bien como para comprender los contenidos del libro. Pero sabía que el libro era algo muy importante. Tuve que esperar varios años hasta que oí en la radio a Peep Sõber, el traductor jefe del equipo de traducción al estonio. En ese programa espiritual, mencionó El libro de Urantia. Después, vi Urantia Raamat en librerías espirituales de Tallinn. Todavía no era un libro; eran 16 fascículos de 10 documentos cada uno. Los leí y devoré las enseñanzas como un animal hambriento.

Ahora sé lo que es ese “algo”. Sé que es Dios, pero no un Dios primitivo que regula lo que comemos, sino más bien un Dios amoroso que es nuestro Padre. El libro de Urantia me hizo sentir que había llegado a casa. La búsqueda había terminado y el viaje podía comenzar. Mis posibilidades no tienen límites, mi vida no tiene final y la vida en el Paraíso es eterna.

¡Gracias, seres celestiales e intermedios, por darnos esta revelación!

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