Documento 82 - La evolución del matrimonio

   
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El libro de Urantia

Documento 82

La evolución del matrimonio

82:0.1 (913.1) EL MATRIMONIO —el emparejamiento— surge de la existencia de dos sexos. El matrimonio es la reacción de adaptación humana a esta duplicidad de sexos, mientras que la vida de familia es el total resultante de todos esos ajustes evolutivos y adaptativos. El matrimonio es perdurable; no es inherente a la evolución biológica, pero es la base de toda evolución social y eso asegura la continuidad de su existencia bajo alguna forma. El matrimonio ha dado a la humanidad la institución del hogar, y el hogar es la gloria suprema de toda la larga y ardua lucha evolutiva.

82:0.2 (913.2) Aunque todas las instituciones religiosas, sociales y educativas son esenciales para la supervivencia de la civilización cultural, la familia es el civilizador principal. El niño aprende de su familia y sus vecinos la mayoría de las cosas esenciales de la vida.

82:0.3 (913.3) Los humanos de antaño no poseían una civilización social muy rica, pero transmitían la que tenían con fidelidad y eficacia a la siguiente generación. Y debéis reconocer que la mayoría de aquellas civilizaciones del pasado siguieron evolucionando con un apoyo mínimo de otras instituciones gracias al funcionamiento efectivo de la familia. Las razas humanas de hoy poseen un rico patrimonio social y cultural que deberían transmitir sabia y eficazmente a las generaciones venideras. Hay que conservar la familia como institución educativa.

1. El instinto de copulación

82:1.1 (913.4) A pesar del abismo de personalidad que existe entre los hombres y las mujeres, el impulso sexual es suficiente para asegurar su unión con vistas a la reproducción de la especie. Este instinto operaba eficazmente mucho antes de que los humanos empezaran a experimentar lo que se llamaría más tarde amor, entrega y lealtad conyugal. La copulación es una propensión innata, y el matrimonio es su repercusión social evolutiva.

82:1.2 (913.5) El interés y el deseo sexual no eran pasiones dominantes en las gentes primitivas; simplemente los daban por sentados. Toda la experiencia reproductora estaba desprovista de embellecimientos imaginativos. La pasión sexual absorbente de los pueblos más civilizados se debe principalmente a las mezclas de razas, sobre todo cuando la naturaleza evolutiva se vio estimulada por la imaginación asociativa y la apreciación de la belleza de los noditas y los adanitas. Pero las razas evolutivas absorbieron tan poca cantidad de esta herencia andita que no les aportó suficiente autocontrol de las pasiones animales, avivadas y estimuladas a su vez por una agudización de la consciencia sexual y una intensificación de sus impulsos. De todas las razas evolutivas el hombre rojo era el que tenía el código sexual más elevado.

82:1.3 (913.6) La regulación sexual en relación con el matrimonio indica:

82:1.4 (913.7) 1. El progreso relativo de la civilización. La civilización ha exigido cada vez más que la satisfacción sexual se canalice de manera útil y conforme a los usos y costumbres.

82:1.5 (914.1) 2. La proporción de estirpe andita que hay en un pueblo cualquiera. Entre estos grupos el sexo se ha convertido en la expresión de lo más alto y lo más bajo de su naturaleza tanto física como emocional.

82:1.6 (914.2) Las razas sangik tenían pasiones animales normales, pero mostraban poca imaginación o apreciación por la belleza y el atractivo físico del sexo opuesto. Incluso las razas primitivas de hoy en día son prácticamente ajenas a lo que se llama atractivo sexual; estos pueblos no mestizos tienen un instinto de copulación bien definido, pero su atracción al sexo no es suficiente para crear problemas serios que requieran un control social.

82:1.7 (914.3) El instinto de copulación es una de las fuerzas físicas dominantes que impulsan a los seres humanos. Es la única emoción que, bajo un señuelo de satisfacción individual, engaña eficazmente al hombre egoísta para que ponga el bienestar y la perpetuación de la raza muy por encima de la comodidad individual y la libertad personal de vivir sin responsabilidades.

82:1.8 (914.4) Desde sus primeros comienzos hasta los tiempos modernos, el matrimonio como institución refleja la evolución social de la tendencia biológica del hombre a perpetuarse. La perpetuación de la especie humana en vías de evolución queda asegurada por este impulso racial de copulación, un ansia que se llama sin excesivo rigor atracción sexual. Este gran ímpetu biológico se convierte en el núcleo impulsor de todo tipo de instintos, emociones y hábitos asociados: físicos, intelectuales, morales y sociales.

82:1.9 (914.5) El acopio de alimentos era la motivación principal entre los salvajes, pero cuando la civilización asegura que no falte el alimento el impulso sexual se vuelve muchas veces dominante y por eso necesita siempre regulación social. En los animales la propensión al apareamiento está controlada por la periodicidad del instinto, pero como el hombre es un ser autocontrolado en gran medida, el deseo sexual no es del todo periódico; se hace, pues, necesario que la sociedad obligue al individuo a controlarse.

82:1.10 (914.6) Ninguna emoción o impulso al que el ser humano se entregue sin freno ni medida, puede producir tanto daño y sufrimiento como este poderoso ímpetu sexual. La sumisión inteligente de este impulso a las regulaciones de la sociedad es la prueba suprema de la existencia efectiva de cualquier civilización. El autocontrol, un autocontrol cada vez mayor, es la exigencia creciente de la humanidad que progresa. El secreto, la falta de sinceridad y la hipocresía pueden encubrir los problemas sexuales, pero no los solucionan ni mejoran la ética.

2. Los tabúes restrictivos

82:2.1 (914.7) La historia de la evolución del matrimonio es simplemente la historia del control sexual mediante la presión de restricciones sociales, religiosas y civiles. La naturaleza apenas reconoce a los individuos; no atiende a la llamada moralidad; está interesada única y exclusivamente en la reproducción de la especie. La naturaleza insiste imperiosamente en la reproducción, pero se desentiende de los problemas resultantes para que los resuelva la sociedad y crea así un grave problema permanente a la humanidad evolutiva. Este conflicto social consiste en una guerra sin fin entre los instintos básicos y la ética que evoluciona.

82:2.2 (914.8) Las primeras razas regulaban poco o nada las relaciones entre los sexos, y esa licencia sexual hacía inútil la prostitución. A día de hoy los pigmeos y otros grupos atrasados carecen de institución matrimonial; un estudio de estos pueblos revela los sencillos hábitos sexuales de las razas primitivas. Pero los pueblos antiguos se deben estudiar y juzgar siempre a la luz de los criterios morales de los usos y costumbres de sus respectivas épocas.

82:2.3 (915.1) Sin embargo el amor libre nunca ha sido bien visto entre las gentes que han superado el salvajismo absoluto. En cuanto empezaron a formarse grupos sociales aparecieron los códigos matrimoniales y las restricciones conyugales. El emparejamiento ha progresado así, a través de una multitud de transiciones, desde un estado de licencia sexual casi completa hasta la restricción sexual relativamente completa que imponen las normas del siglo veinte.

82:2.4 (915.2) En las primeras etapas de desarrollo tribal los usos y costumbres y los tabúes restrictivos eran muy rudimentarios, pero mantenían a los sexos separados —lo que favorecía la tranquilidad, el orden y la laboriosidad— y así empezó la larga evolución del matrimonio y la familia. Las costumbres sexuales sobre el vestido, los adornos y las prácticas religiosas tuvieron sus orígenes en esos primeros tabúes que definían el alcance de la libertad sexual y terminaron por crear los conceptos de vicio, crimen y pecado. No obstante, existió durante mucho tiempo la costumbre de suspender toda reglamentación sexual en las grandes festividades, sobre todo el Primero de Mayo.

82:2.5 (915.3) Las mujeres han estado siempre sujetas a tabúes más restrictivos que los hombres. Los primeros usos y costumbres concedían el mismo grado de libertad sexual a las mujeres no casadas que a los hombres, pero siempre se ha exigido a las esposas que sean fieles a sus maridos. El matrimonio primitivo no restringía mucho la libertad sexual del hombre, en cambio para la mujer era el fin de la licencia sexual. Las mujeres casadas han llevado siempre alguna marca para distinguirlas como clase aparte: el peinado, la ropa, el velo, el aislamiento, los adornos o los anillos.

3. Los primeros usos y costumbres matrimoniales

82:3.1 (915.4) El matrimonio es la respuesta institucional del organismo social a la tensión biológica permanente generada por el infatigable impulso de reproducción —de autopropagación— del hombre. La copulación es universalmente natural, y a medida que la sociedad evolucionaba de lo simple a lo complejo, se produjo una evolución correspondiente en los usos y costumbres de emparejamiento, la génesis de la institución marital. Dondequiera que la evolución social haya progresado hasta la etapa en que se establecen los usos y costumbres, aparece el matrimonio como institución en vías de evolución.

82:3.2 (915.5) Siempre ha habido y siempre habrá dos ámbitos distintos en el matrimonio: los usos y costumbres, las leyes que regulan los aspectos externos del emparejamiento, y las relaciones por otra parte secretas y personales entre hombres y mujeres. El individuo se ha rebelado siempre contra las regulaciones sexuales impuestas por la sociedad, y he aquí la causa de este multisecular problema sexual: la autoconservación es individual pero lo lleva a cabo el grupo, mientras que la autoperpetuación es social pero se garantiza por impulso individual.

82:3.3 (915.6) Cuando los usos y costumbres se respetan tienen sobrado poder para refrenar y controlar el ímpetu sexual, como se ha demostrado en todas las razas. Las normas matrimoniales han sido siempre un indicador fiel del poder de los usos y costumbres del momento y de la integridad funcional del gobierno civil. Pero los primeros usos y costumbres en cuanto a sexo y emparejamiento eran una masa de regulaciones incoherentes y rudimentarias. Los padres, los hijos, los parientes y la sociedad tenían todos intereses contrapuestos en las regulaciones matrimoniales. A pesar de ello, las razas que exaltaron y practicaron el matrimonio evolucionaron de forma natural hasta niveles más altos y sobrevivieron en mayor número.

82:3.4 (915.7) En los tiempos primitivos el matrimonio era el precio de la posición social; poseer una esposa era un símbolo de distinción. El día de su boda suponía para el salvaje el inicio de la responsabilidad y la entrada en la edad adulta. Unas veces el matrimonio se ha considerado como un deber social, otras, como una obligación religiosa e incluso otras, como una exigencia política para proporcionar ciudadanos al Estado.

82:3.5 (916.1) Muchas de las primeras tribus exigían realizar hazañas de robos como requisito para el matrimonio; los pueblos posteriores sustituyeron esas incursiones de saqueo por contiendas atléticas y juegos competitivos. El primer premio otorgado a los ganadores era el derecho a elegir entre las jóvenes casaderas del momento. Entre los cazadores de cabezas un joven no podía casarse hasta que poseyera al menos una cabeza, aunque a veces esos cráneos se podían comprar. A medida que la compra de esposas fue decayendo, se instauró la costumbre de adjudicarlas mediante concursos de adivinanzas, una práctica que aún sobrevive entre muchos grupos de hombres negros.

82:3.6 (916.2) Con el avance de la civilización ciertas tribus pusieron las duras pruebas matrimoniales de resistencia masculina en manos de las mujeres, que podían así favorecer a los hombres de su elección. En esas pruebas prematrimoniales los pretendientes debían demostrar su valía como guerreros y cazadores, así como su capacidad de mantener una familia. Durante mucho tiempo se exigió que el novio viviera por lo menos un año con la familia de la novia para trabajar allí y demostrar que era digno de la esposa que buscaba.

82:3.7 (916.3) Los requisitos para una esposa eran la capacidad de trabajar duro y de tener hijos. Se le exigía que ejecutara cierta cantidad de trabajo agrícola en un tiempo dado. Y si había tenido hijos antes del matrimonio era aún más valiosa, pues su fertilidad estaba asegurada.

82:3.8 (916.4) El hecho de que los pueblos antiguos consideraran la soltería como una vergüenza o incluso un pecado explica el origen de los matrimonios entre niños; puesto que había que casarse, cuanto antes mejor. También estaba generalizada la creencia de que las personas no casadas no podían entrar en el país de los espíritus, y esto fue un incentivo más para casar a los niños incluso al nacer, y a veces antes del nacimiento con supeditación a su futuro sexo. Los antiguos creían que hasta los muertos tenían que estar casados. Los casamenteros originales se emplearon para negociar matrimonios entre individuos difuntos. Uno de los padres encargaba a estos intermediarios que concertaran el matrimonio de un hijo muerto con una hija muerta de otra familia.

82:3.9 (916.5) Entre los pueblos más recientes la edad normal para casarse era la pubertad, pero esta edad ha avanzado en proporción directa al progreso de la civilización. En la evolución social surgieron enseguida órdenes peculiares de célibes, tanto hombres como mujeres, iniciadas y mantenidas por personas más o menos desprovistas de necesidades sexuales normales.

82:3.10 (916.6) Muchas tribus permitían a los miembros del grupo gobernante tener relaciones sexuales con la novia justo antes de ser entregada a su marido. Cada uno de esos hombres daba un regalo a la muchacha, y así se originó la costumbre de hacer regalos de boda. Entre algunos grupos se esperaba que una joven se ganara su dote, que consistía en los regalos recibidos como recompensa por sus servicios sexuales en la sala de exhibición de la novia.

82:3.11 (916.7) Algunas tribus casaban a los jóvenes con viudas y mujeres mayores, y cuando luego enviudaban se les autorizaba a casarse con chicas jóvenes. De este modo se aseguraban, según decían, de que ambos padres no fueran insensatos, como suponían sería el caso si se permitía emparejarse a dos jóvenes. Otras tribus limitaban el emparejamiento a grupos de edad similar. Fue la limitación del matrimonio a ciertos grupos de edad lo que originó las primeras ideas de incesto. (Incluso hoy en día, en la India no existe limitación de edad para el matrimonio.)

82:3.12 (916.8) Bajo ciertos usos y costumbres enviudar era terrible para la mujer, ya que mataban a las viudas o las obligaban a suicidarse sobre las tumbas de sus maridos pues se suponía que debían pasar al país de los espíritus con sus cónyuges. La viuda superviviente era culpada casi siempre de la muerte de su marido. Algunas tribus las quemaban vivas. Las viudas que sobrevivían llevaban una vida de luto continuo y restricciones sociales insoportables porque solía estar mal visto que se volvieran a casar.

82:3.13 (917.1) En aquellos tiempos se alentaban muchas prácticas consideradas hoy como inmorales. Era bastante habitual que la esposa primitiva se enorgulleciera de las aventuras de su marido con otras mujeres. La castidad en las jóvenes era un gran obstáculo para el matrimonio; haber tenido hijos antes del matrimonio hacía a una mujer mucho más atractiva como esposa, ya que el hombre estaba seguro de tener una compañera fértil.

82:3.14 (917.2) Muchas tribus primitivas tenían establecido el matrimonio de prueba hasta que la mujer quedara embarazada, y entonces se celebraba la ceremonia oficial de la boda. Entre otros grupos la boda no se celebraba hasta que nacía el primer hijo. Si una esposa era estéril tenía que ser redimida por sus padres y se anulaba el matrimonio. Los usos y costumbres exigían que toda pareja tuviera hijos.

82:3.15 (917.3) En aquellos matrimonios de prueba primitivos no había ni un asomo de libertinaje, eran simples pruebas de fecundidad totalmente sinceras. En cuanto quedaba demostrada la fertilidad, las partes contrayentes se casaban de por vida. Cuando las parejas modernas se casan con la reserva mental de divorciarse cómodamente si su vida de casados no les gusta, están contrayendo en realidad una forma de matrimonio de prueba muy inferior a las honestas aventuras de sus ancestros menos civilizados.

4. El matrimonio bajo los usos y costumbres relativos a la propiedad

82:4.1 (917.4) El matrimonio ha estado siempre estrechamente vinculado tanto con la propiedad como con la religión. La propiedad ha estabilizado el matrimonio y la religión lo ha moralizado.

82:4.2 (917.5) El matrimonio primitivo era una inversión, una especulación económica; tenía mucho más de negocio que de aventura amorosa. Los antiguos se casaban para ventaja y bienestar del grupo, por eso los matrimonios los planeaba y concertaba el grupo, los padres y los ancianos. Los usos y costumbres relativos a la propiedad estabilizaron eficazmente la institución matrimonial, como queda confirmado por el hecho de que el matrimonio era más permanente entre las primeras tribus que entre muchos pueblos modernos.

82:4.3 (917.6) A medida que la civilización avanzaba la propiedad privada fue ocupando un lugar más importante en los usos y costumbres y el robo se convirtió en el máximo delito. El adulterio era considerado como una forma de robo, una violación de los derechos de propiedad del marido, por eso no figura de forma específica en los primeros códigos ni en los usos y costumbres anteriores. La mujer empezaba siendo propiedad de su padre, que transfería su título al marido, y todas las relaciones sexuales legalizadas surgieron de estos derechos de propiedad preexistentes. El Antiguo Testamento trata a las mujeres como una forma de propiedad; el Corán enseña que son inferiores. El hombre tenía derecho a prestar a su esposa a un amigo o invitado, y esta costumbre subsiste aún entre ciertos pueblos.

82:4.4 (917.7) Los celos sexuales modernos no son innatos; son producto de la evolución de los usos y costumbres. El hombre primitivo no tenía celos de su mujer; se limitaba a vigilar su propiedad. Se exigía a la esposa una responsabilidad sexual más estricta que al marido porque su infidelidad conyugal implicaba descendencia y herencia. En la marcha de la civilización el hijo ilegítimo cayó muy pronto en descrédito. Al principio solo se castigaba por adulterio a la mujer, pero luego los usos y costumbres decretaron que se castigara también a su compañero, y durante muchos siglos el marido ofendido o el padre protector tuvieron pleno derecho de matar al transgresor. Los pueblos modernos conservan estos usos y costumbres que permiten los llamados crímenes de honor bajo una ley no escrita.

82:4.5 (917.8) El tabú de la castidad, que tuvo su origen en los usos y costumbres relativos a la propiedad, afectaba al principio solo a las mujeres casadas, no a las solteras. Con el paso del tiempo la castidad fue exigida más por el padre que por el pretendiente; una virgen era un activo comercial para el padre porque pagaban más por ella. A medida que fue aumentando la demanda de castidad, se hizo costumbre pagar al padre una tarifa nupcial en reconocimiento al servicio de haber criado a una novia casta para su futuro marido. Una vez iniciada, esta idea de la castidad femenina arraigó tanto en las razas que se hizo costumbre enjaular literalmente a las jóvenes, tenerlas prácticamente encarceladas durante años para garantizar su virginidad. Y como consecuencia de estas normas y pruebas de virginidad más recientes, surgió automáticamente la clase de las prostitutas profesionales: eran las novias rechazadas, las mujeres que las madres de los novios descubrían que no eran vírgenes.

5. La endogamia y la exogamia

82:5.1 (918.1) Los salvajes observaron muy pronto que la mezcla de razas mejoraba la calidad de la descendencia. No es que la endogamia fuera siempre mala, sino que la exogamia era siempre comparativamente mejor; por eso los usos y costumbres tendieron a establecer restricciones a las relaciones sexuales entre parientes cercanos. Se reconoció que la exogamia aumentaba considerablemente la oportunidad selectiva de variación y avance evolutivo. Los individuos de origen exogámico eran más polifacéticos y tenían mayor capacidad de supervivencia en un mundo hostil; los usos y costumbres endogámicos y los individuos resultantes fueron desapareciendo gradualmente. Todo ello tuvo un desarrollo lento, ya que el salvaje no razonaba conscientemente sobre estos problemas. En cambio los pueblos progresivos posteriores sí lo hicieron, y observaron también que la endogamia excesiva provocaba a veces una debilidad generalizada.

82:5.2 (918.2) Aunque la endogamia entre buenas estirpes produjo a veces tribus fuertes, los casos espectaculares de malos resultados endogámicos en forma de deficiencias hereditarias se grabaron con más fuerza en la mente humana, y a medida que progresaban los usos y costumbres se fueron acumulando los tabúes contra todos los matrimonios entre parientes cercanos.

82:5.3 (918.3) La religión ha sido durante mucho tiempo una barrera eficaz contra la exogamia; muchas enseñanzas religiosas han proscrito el matrimonio fuera de la fe. La mujer ha favorecido generalmente la endogamia y el hombre la exogamia. La propiedad ha influido siempre en el matrimonio, y a veces, en un intento de conservar la propiedad dentro de un clan, han surgido usos y costumbres que obligaban a las mujeres a elegir marido dentro de la tribu de su padre. Como consecuencia de este tipo de reglas proliferaron los matrimonios entre primos. La endogamia se practicaba también para preservar los secretos de un oficio; los operarios expertos trataban de mantener el conocimiento de su oficio dentro de la familia.

82:5.4 (918.4) Los grupos superiores, cuando se encontraban aislados, volvían siempre al emparejamiento consanguíneo. Los noditas fueron durante más de ciento cincuenta mil años uno de los grandes grupos endogámicos. Los usos y costumbres endogámicos más recientes se vieron enormemente influidos por las tradiciones de la raza violeta, en la que los emparejamientos iniciales fueron necesariamente entre hermano y hermana. Los matrimonios entre hermano y hermana fueron habituales en los primeros tiempos de Egipto, Siria y Mesopotamia, y en todas las tierras ocupadas alguna vez por los anditas. Los egipcios practicaron durante muchos años los matrimonios entre hermano y hermana en un intento de conservar la pureza de la sangre real, y esta costumbre persistió aún más tiempo en Persia. Entre los mesopotámicos anteriores a Abraham los matrimonios entre primos eran obligatorios; los primos tenían derecho preferente a casarse con sus primas. El propio Abraham se casó con su medio hermana, pero los usos y costumbres posteriores de los judíos ya no permitieron este tipo de uniones.

82:5.5 (919.1) Las primeras medidas contra los matrimonios entre hermano y hermana se adoptaron cuando los usos y costumbres establecieron la pluralidad de esposas, para evitar que la esposa hermana avasallara a las demás esposas. Algunos usos y costumbres tribales prohibían casarse con la viuda de un hermano muerto, pero exigían que el hermano vivo engendrara hijos por su hermano difunto. No existe ningún instinto biológico que vaya en contra de la endogamia en ninguno de sus grados; este tipo de restricciones son puro tabú.

82:5.6 (919.2) La exogamia acabó por imponerse porque los hombres la preferían; una esposa de fuera suponía una mayor libertad frente a la familia política. La familiaridad genera desprecio. Por eso, cuando el individuo empezó a emparejarse por decisión propia se hizo costumbre elegir a la pareja fuera de la tribu.

82:5.7 (919.3) Muchas tribus acabaron prohibiendo casarse dentro del clan; otras limitaron el emparejamiento a ciertas castas. El tabú contra el matrimonio con una mujer del mismo tótem estimuló la costumbre de robar mujeres de las tribus vecinas. Posteriormente los matrimonios se regularon más de acuerdo con la residencia territorial que con el parentesco. La evolución de la endogamia hasta la práctica moderna de la exogamia pasó por muchas etapas. Incluso después de que la endogamia fuera tabú para la gente del pueblo, los jefes y los reyes estaban autorizados a casarse con parientes cercanos para mantener la sangre real concentrada y pura. Los usos y costumbres han permitido generalmente ciertas licencias en materia sexual a los soberanos.

82:5.8 (919.4) La presencia de las gentes anditas posteriores contribuyó mucho a fomentar el deseo de las razas sangik de emparejarse fuera de sus propias tribus. Pero la exogamia no se pudo generalizar hasta que los grupos vecinos aprendieron a vivir juntos en paz relativa.

82:5.9 (919.5) La exogamia de por sí promovía la paz; los matrimonios entre tribus moderaban las hostilidades. La exogamia condujo a la coordinación tribal y a las alianzas militares; prevaleció porque fortalecía; fue constructora de naciones. La exogamia se vio también muy favorecida por el aumento de los contactos comerciales; la aventura y la exploración contribuyeron a ampliar los límites del emparejamiento y facilitaron mucho la interacción vitalizadora de las culturas raciales.

82:5.10 (919.6) Las incoherencias, por otra parte inexplicables, de los usos y costumbres del matrimonio racial se deben en gran parte a esta costumbre de la exogamia acompañada del robo y la compra de esposas en tribus ajenas. El resultado de todo ello fue un conglomerado de los distintos usos y costumbres tribales. Que estos tabúes sobre la endogamia eran sociológicos y no biológicos queda bien ilustrado por los tabúes sobre matrimonios entre parientes, que abarcaban muchos grados de relaciones con los parientes políticos en cuyo caso no existía ninguna relación de consanguinidad.

6. Las mezclas raciales

82:6.1 (919.7) Hoy en día no hay razas puras en el mundo. De los primeros pueblos evolutivos de color originales solo dos razas representativas persisten en el mundo: el hombre amarillo y el hombre negro; e incluso estas dos razas están muy mezcladas con los pueblos de color extintos. Aunque la llamada raza blanca desciende predominantemente del antiguo hombre azul, está más o menos mezclada con todas las demás razas, igual que lo está el hombre rojo de las Américas.

82:6.2 (919.8) De las seis razas sangik de color, tres eran primarias y tres secundarias. Aunque las razas primarias —azul, roja y amarilla— eran superiores en muchos aspectos a los tres pueblos secundarios, no hay que olvidar que esas razas secundarias tenían muchos rasgos deseables que habrían mejorado considerablemente a los pueblos primarios si estos hubieran podido absorber las mejores cepas de los secundarios.

82:6.3 (920.1) Los prejuicios de hoy en día contra los «mestizos», los «híbridos» y los «mezclados» se deben a que la mayoría de los cruces raciales modernos se producen entre cepas extremadamente inferiores de las razas implicadas. Tampoco se obtiene una descendencia satisfactoria cuando las cepas degradadas de una misma raza se casan entre sí.

82:6.4 (920.2) Si las razas que hay hoy en Urantia pudieran librarse de la maldición de los estratos más bajos de individuos deteriorados, antisociales, deficientes mentales y marginados, habría poco que objetar a una amalgamación limitada de las razas. Y habría aún menos objeciones si esas mezclas raciales pudieran darse entre los tipos más elevados de las distintas razas.

82:6.5 (920.3) La hibridación de estirpes superiores y diferentes es el secreto de la creación de cepas nuevas y más vigorosas, y esto es tan cierto para las plantas y los animales como para la especie humana. La hibridación aumenta el vigor y estimula la fertilidad. Las mezclas raciales entre estratos medios o superiores de distintos pueblos aumentan considerablemente el potencial creativo, tal como se demuestra en la presente población de los Estados Unidos de Norteamérica. Cuando esos emparejamientos se dan entre los estratos más bajos o inferiores la creatividad disminuye, tal como se demuestra hoy en día en los pueblos del sur de la India.

82:6.6 (920.4) La combinación de razas favorece mucho la aparición repentina de características nuevas, y si esta hibridación es la unión de cepas superiores, esas características nuevas serán también rasgos superiores.

82:6.7 (920.5) Dado que las razas de hoy en día están tan sobrecargadas de cepas inferiores y degradadas, una mezcla racial a gran escala sería sumamente perjudicial, pero la mayoría de las objeciones a este tipo de experimentos se basan en prejuicios sociales y culturales más que en consideraciones biológicas. Incluso entre estirpes inferiores, los híbridos suelen ser una mejora respecto a sus ancestros. La hibridación contribuye a la mejora de la especie debido al papel de los genes dominantes. La mezcla racial aumenta la probabilidad de que aparezcan más dominantes deseables en el híbrido.

82:6.8 (920.6) Durante los últimos cien años ha habido en Urantia más hibridación racial que en los milenios anteriores. Se ha exagerado mucho el peligro de que la reproducción cruzada de estirpes humanas genere graves discordias. Los principales problemas de los «mestizos» provienen de prejuicios sociales.

82:6.9 (920.7) El experimento de Pitcairn consistente en combinar las razas blanca y polinesia salió bastante bien porque los hombres blancos y las mujeres polinesias eran de cepas raciales bastante buenas. Un cruce entre los tipos superiores de las razas blanca, roja y amarilla generaría inmediatamente muchas características nuevas y biológicamente eficaces. Estos tres pueblos pertenecen a las razas sangik primarias. Las mezclas de las razas blanca y negra no son tan deseables en cuanto a sus resultados inmediatos, aunque su descendencia mulata no es tan inaceptable como intentan presentarla los prejuicios sociales y raciales. Esos híbridos de blanco y negro son ejemplares humanos físicamente excelentes a pesar de su ligera inferioridad en algunos otros aspectos.

82:6.10 (920.8) Cuando una raza sangik primaria se amalgama con una raza sangik secundaria, esta última mejora considerablemente a expensas de la primera. A pequeña escala —extendida en largos periodos de tiempo— muy poco se puede objetar con seriedad contra este tipo de contribución sacrificial de las razas primarias al mejoramiento de los grupos secundarios. Desde el punto de vista biológico las razas sangik secundarias eran superiores a las razas primarias en algunos aspectos.

82:6.11 (921.1) Al fin y al cabo, el verdadero riesgo para la especie humana reside en la multiplicación desmedida de las cepas inferiores y degradadas de los diversos pueblos civilizados más que en ningún supuesto peligro de sus cruces raciales.

82:6.12 (921.2) [Presentado por la jefa de las serafines destinadas en Urantia.]

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