Documento 100 - La religión en la experiencia humana

   
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El libro de Urantia

Documento 100

La religión en la experiencia humana

100:0.1 (1094.1) LA experiencia del vivir religioso dinámico transforma al individuo mediocre en una personalidad con poder idealista. La religión atiende al progreso de todos porque fomenta el progreso de cada individuo, y el progreso de cada uno aumenta con el logro de todos.

100:0.2 (1094.2) El crecimiento espiritual se ve estimulado de forma mutua por la asociación íntima con otras personas religiosas. El amor proporciona el terreno del crecimiento religioso —un aliciente objetivo en vez de una gratificación subjetiva— y sin embargo produce la satisfacción subjetiva suprema. La religión ennoblece la carga rutinaria de la vida cotidiana.

1. El crecimiento religioso

100:1.1 (1094.3) La religión hace crecer los significados y realza los valores, pero cuando se atribuye un carácter absoluto a evaluaciones puramente personales se genera siempre un mal. Un niño evalúa la experiencia según el placer que contiene; una persona es madura en la medida en que sustituye el placer personal por significados superiores o incluso por lealtades a los más altos conceptos de situaciones vitales diversificadas y relaciones cósmicas.

100:1.2 (1094.4) Algunas personas están demasiado ocupadas para crecer, y corren por ello grave peligro de caer en una fijación espiritual. Se deben tomar disposiciones que favorezcan el crecimiento de los significados a diferentes edades, en culturas sucesivas y en las etapas pasajeras del progreso de la civilización. Los principales inhibidores del crecimiento son el prejuicio y la ignorancia.

100:1.3 (1094.5) Dad a cada niño que crece la oportunidad de desarrollar su propia experiencia religiosa; no le impongáis la experiencia ya hecha de un adulto. Recordad que progresar año a año a través de un régimen educativo establecido no implica necesariamente progreso intelectual y mucho menos crecimiento espiritual. Ampliar el vocabulario no significa desarrollar el carácter. El verdadero indicador del crecimiento no son simplemente los frutos sino más bien el progreso. Los indicadores reales del crecimiento educativo son la elevación de los ideales, la mayor apreciación de los valores, los nuevos significados de los valores y un aumento de la lealtad a los valores supremos.

100:1.4 (1094.6) A los niños solo les impresionan de forma permanente las lealtades de sus compañeros adultos; ni los preceptos, ni siquiera los ejemplos, les influyen de forma duradera. Las personas leales son personas que crecen, y el crecimiento es una realidad que impresiona e inspira. Vive lealmente hoy —crece— y mañana será otro día. Para un renacuajo la forma más rápida de llegar a ser rana es vivir lealmente cada momento como renacuajo.

100:1.5 (1094.7) El terreno esencial para el crecimiento religioso presupone una vida progresiva de autorrealización, la coordinación de las propensiones naturales, el ejercicio de la curiosidad y el disfrute de aventuras razonables, los sentimientos de satisfacción, el miedo como estímulo de la atención y la conciencia, el atractivo de lo maravilloso y una consciencia normal de la propia pequeñez, la humildad. El crecimiento también está basado en el descubrimiento del yo acompañado de autocrítica —de conciencia— porque la conciencia es en realidad la crítica de uno mismo según la propia escala de valores, los ideales personales.

100:1.6 (1095.1) La salud física, el temperamento heredado y el entorno social influyen considerablemente sobre la experiencia religiosa, pero estas condiciones temporales no inhiben el progreso espiritual interior de un alma dedicada a hacer la voluntad del Padre del cielo. Todos los mortales normales poseen una tendencia innata al crecimiento y la autorrealización, y estos impulsos actúan siempre que no sean expresamente inhibidos. El modo seguro de fomentar esta dotación constitutiva de potencial de crecimiento espiritual es mantener una actitud de entrega sincera a los valores supremos.

100:1.7 (1095.2) La religión no se puede otorgar, recibir, prestar, aprender ni perder. Es una experiencia personal que crece en proporción a la búsqueda creciente de valores finales. El crecimiento cósmico acompaña así a la acumulación de significados y a la elevación y expansión permanente de los valores. Pero la nobleza en sí misma es siempre un desarrollo inconsciente.

100:1.8 (1095.3) Los hábitos religiosos de pensar y actuar contribuyen a la organización del crecimiento espiritual. Se pueden desarrollar predisposiciones religiosas a reaccionar favorablemente a los estímulos espirituales como una especie de reflejo condicionado espiritual. Los hábitos que favorecen el crecimiento religioso consisten en: cultivar la sensibilidad a los valores divinos, reconocer la vida religiosa en los demás, meditar reflexivamente sobre los significados cósmicos, solucionar problemas mediante la adoración, compartir la vida espiritual con los semejantes, evitar el egoísmo, negarse a presuponer la misericordia divina, vivir como si se estuviera en presencia de Dios. Los factores del crecimiento religioso pueden ser deliberados, pero el crecimiento en sí es siempre inconsciente.

100:1.9 (1095.4) La naturaleza inconsciente del crecimiento religioso no significa que esta actividad ocurra en el ámbito supuestamente subconsciente del intelecto humano; denota más bien la existencia de actividades creativas en los niveles superconscientes de la mente mortal. El hecho de percatarse de la realidad del crecimiento religioso inconsciente es la única prueba concluyente de la existencia funcional de la superconsciencia.

2. El crecimiento espiritual

100:2.1 (1095.5) El desarrollo espiritual depende, en primer lugar, del mantenimiento de una conexión espiritual viva con las verdaderas fuerzas espirituales y, en segundo término, de la producción continua de fruto espiritual consistente en prodigar a nuestros semejantes el ministerio recibido de nuestros benefactores espirituales. El progreso espiritual está fundamentado en el reconocimiento intelectual de la pobreza espiritual unido a la autoconsciencia del hambre de perfección, el deseo de conocer a Dios y ser como él, el propósito entusiasta de hacer la voluntad del Padre del cielo.

100:2.2 (1095.6) El crecimiento espiritual es, primero, un despertar a las necesidades, después, una percepción de los significados y más tarde un descubrimiento de los valores. La prueba del verdadero desarrollo espiritual consiste en la manifestación de una personalidad humana motivada por el amor, activada por el ministerio desinteresado y dominada por la adoración entusiasta a los ideales de perfección de la divinidad. Toda esta experiencia constituye la realidad de la religión en contraste con las meras creencias teológicas.

100:2.3 (1095.7) La religión puede progresar hasta el nivel de experiencia en el que se convierte en un procedimiento sabio y esclarecido de reacción espiritual ante el universo. Esa religión glorificada puede operar en tres niveles de la personalidad humana: el intelectual, el morontial y el espiritual: sobre la mente, en el alma que evoluciona y con el espíritu que mora en su interior.

100:2.4 (1096.1) La espiritualidad se convierte directamente en el indicador de nuestra cercanía a Dios y en la medida de nuestra utilidad para nuestros semejantes. La espiritualidad realza la aptitud para descubrir la belleza de las cosas, reconocer la verdad de los significados y descubrir la bondad de los valores. El desarrollo espiritual está determinado por la capacidad de cada uno y es directamente proporcional a la eliminación de los elementos egoístas del amor.

100:2.5 (1096.2) El estatus espiritual propiamente dicho es la medida en que se ha alcanzado la Deidad y sintonizado con el Ajustador. Conseguir una espiritualidad de carácter final equivale a alcanzar el máximo de realidad, el máximo de semejanza a Dios. La vida eterna es la búsqueda sin fin de los valores infinitos.

100:2.6 (1096.3) El objetivo de la autorrealización humana debería ser espiritual, no material. Las únicas realidades por las que merece la pena esforzarse son divinas, espirituales y eternas. El hombre mortal tiene derecho al disfrute de los placeres físicos y a la satisfacción de los afectos humanos; se beneficia de la lealtad a las asociaciones humanas y a las instituciones temporales; pero esos no son los fundamentos eternos sobre los que construir la personalidad inmortal que debe trascender el espacio, vencer al tiempo y conseguir el destino eterno de perfección divina y servicio finalitario.

100:2.7 (1096.4) Jesús describió la profunda seguridad del mortal conocedor de Dios cuando dijo: «Para aquel que cree en el reino y conoce a Dios, ¿qué importa si todas las cosas terrenales se derrumban?». Las seguridades temporales son vulnerables, pero las garantías espirituales son inquebrantables. Cuando las mareas de la adversidad humana, del egoísmo, la crueldad, el odio, la maldad y la envidia golpean el alma mortal, podéis tener la seguridad de que hay un bastión interior, la ciudadela del espíritu, que es absolutamente inexpugnable; esto es cierto al menos para todo ser humano que ha entregado el cuidado de su alma al espíritu del Dios eterno que mora en su interior.

100:2.8 (1096.5) Una vez alcanzado ese logro espiritual mediante un crecimiento gradual o como consecuencia de una crisis específica, se produce una reorientación de la personalidad y se desarrolla una nueva escala de valores. Estos individuos nacidos del espíritu han renovado hasta tal punto su motivación en la vida que son capaces de mantenerse tranquilamente al margen mientras ven perecer sus ambiciones más queridas y derrumbarse sus mayores esperanzas. Saben con certeza que esas catástrofes no son más que cataclismos de cambio que destrozan nuestras creaciones temporales como preludio de la construcción de realidades más nobles y duraderas de un nivel nuevo y más sublime de logro en el universo.

3. Los conceptos de valor supremo

100:3.1 (1096.6) La religión no es un método para alcanzar un estado dichoso y estático de paz mental sino un impulso dirigido a organizar el alma para el servicio activo. Es el alistamiento de la totalidad del yo en el servicio leal de amar a Dios y servir al hombre. La religión paga el precio que sea necesario para alcanzar la meta suprema, el premio eterno. Hay en la lealtad religiosa una consagración tan completa que es magnífica y sublime. Y estas lealtades son socialmente eficaces y espiritualmente progresivas.

100:3.2 (1096.7) Para la persona religiosa la palabra Dios se convierte en un símbolo que significa el acercamiento a la realidad suprema y el reconocimiento del valor divino. Lo que gusta o disgusta al humano no determina el bien o el mal; los valores morales no surgen de la satisfacción de los deseos ni de la frustración de las emociones.

100:3.3 (1096.8) Al contemplar los valores debéis distinguir entre lo que es valor y lo que tiene valor. Debéis reconocer la relación entre actividades placenteras y su integración significativa y realización mejorada en niveles cada vez más altos de experiencia humana.

100:3.4 (1097.1) El significado es algo que la experiencia añade al valor; es la consciencia apreciativa de los valores. Un placer aislado y puramente egoísta puede connotar una devaluación virtual de los significados, un goce sin sentido que raya en el mal relativo. Los valores son experienciales cuando las realidades tienen sentido y están asociadas mentalmente, cuando esas relaciones son reconocidas y apreciadas por la mente.

100:3.5 (1097.2) Los valores nunca pueden ser estáticos; la realidad significa cambio, crecimiento. El cambio sin crecimiento, sin expansión del significado y sin exaltación del valor carece de valor, es un mal potencial. Cuanto mayor sea la calidad de la adaptación cósmica mayor será el significado de cualquier experiencia. Los valores no son ilusiones conceptuales; son reales, pero dependen siempre de la existencia de relaciones. Los valores son siempre actuales y potenciales a la vez: no son lo que fue, sino lo que es y lo que será.

100:3.6 (1097.3) La asociación de actuales y potenciales equivale a crecimiento, a la realización experiencial de los valores. Pero el crecimiento no es mero progreso. El progreso tiene siempre significado, pero sin crecimiento no tiene relativamente ningún valor. El valor supremo de la vida humana consiste en el crecimiento de los valores, el progreso de los significados y la realización de la interrelación cósmica de estas dos experiencias. Una experiencia así equivale a la consciencia de Dios. Un mortal así no es sobrenatural pero se va convirtiendo realmente en sobrehumano. Está evolucionando un alma inmortal.

100:3.7 (1097.4) El hombre no puede provocar el crecimiento, pero puede crear condiciones favorables para que ocurra. El crecimiento, ya sea físico, intelectual o espiritual, es siempre inconsciente. Y así crece el amor: no se puede crear, fabricar ni comprar, tiene que crecer. La evolución es una técnica cósmica de crecimiento. No se puede conseguir un crecimiento social a base de leyes ni un crecimiento moral mejorando la administración. El hombre puede fabricar máquinas, pero el valor real de la máquina proviene necesariamente de la cultura humana y de la apreciación personal. La única contribución del hombre al crecimiento es la movilización de todos los poderes de su personalidad, la fe viva.

4. Los problemas del crecimiento

100:4.1 (1097.5) El vivir religioso es un vivir consagrado, y el vivir consagrado es un vivir creativo, es original y espontáneo. De los conflictos que inician la elección de hábitos de reacción nuevos y mejores en lugar de los patrones de reacción anteriores e inferiores surgen nuevas visiones interiores religiosas. Los nuevos significados emergen solo en medio del conflicto, y el conflicto persiste solo frente al rechazo a adoptar los valores más altos connotados en los significados superiores.

100:4.2 (1097.6) Las perplejidades religiosas son inevitables; no puede haber crecimiento sin conflicto psíquico y sin agitación espiritual. El establecimiento de una norma filosófica de vida conlleva una conmoción considerable en los campos filosóficos de la mente. La lealtad hacia lo grande, lo bueno, lo verdadero y lo noble no se impone sin lucha. El esfuerzo comporta una clarificación de la visión espiritual y un aumento de la visión interior cósmica, pero el intelecto humano protesta cuando se ve privado del sustento de las energías no espirituales de la existencia temporal. La perezosa mente animal se rebela ante el esfuerzo que exige la lucha por resolver los problemas cósmicos.

100:4.3 (1097.7) Pero el gran reto del vivir religioso consiste en unificar los poderes del alma propios de cada personalidad bajo el dominio del amor. La salud, la eficacia mental y la felicidad surgen de la unificación de los sistemas físicos, los sistemas de mente y los sistemas de espíritu. El hombre entiende mucho de salud y de cordura pero sabe muy poco de felicidad. La felicidad más grande está vinculada de forma indisoluble al progreso espiritual. El crecimiento espiritual produce una alegría duradera, una paz que rebasa todo entendimiento.

100:4.4 (1098.1) En la vida física los sentidos muestran la existencia de las cosas y la mente descubre la realidad de los significados, pero es la experiencia espiritual la que revela al individuo los valores verdaderos de la vida. Esos altos niveles del vivir humano se alcanzan en el amor supremo a Dios y en el amor desinteresado al hombre. Si amáis a vuestros semejantes es porque habéis descubierto sus valores. Jesús amaba tanto a los hombres porque veía en ellos un gran valor. Para descubrir los valores de vuestros compañeros buscad su motivación. Si alguien os irrita, os causa resentimiento, intentad comprender su punto de vista, los motivos de su conducta censurable. En cuanto comprendáis a vuestro prójimo os volveréis tolerantes, y esta tolerancia se transformará en amistad y madurará hasta convertirse en amor.

100:4.5 (1098.2) Con los ojos de la imaginación retratad en vuestra mente a uno de vuestros antepasados primitivos de los tiempos de las cavernas: la mole achaparrada y mugrienta de un hombre erguido con las piernas separadas que ruge garrote en alto con mirada feroz, respirando odio y agresividad. Una imagen así está muy lejos de la dignidad divina del hombre. Pero ampliemos la imagen. Frente a este humano animado se agazapa un tigre de dientes de sable, y detrás del hombre hay una mujer y dos niños. Reconocéis inmediatamente que una imagen así corresponde a los comienzos de mucho de lo que es noble y excelente en la raza humana, pero el hombre es el mismo en ambas escenas. La diferencia está en que la segunda proporciona un horizonte más amplio que os permite captar la motivación de ese mortal en vías de evolución. Su actitud se vuelve digna de elogio porque comprendéis su situación. Cuánto mejor comprenderíais a vuestros compañeros si pudierais profundizar en sus motivaciones. Solo con que pudierais conocer a vuestros semejantes, terminaríais por enamoraros de ellos.

100:4.6 (1098.3) No podéis amar de verdad a vuestros semejantes por un mero acto de voluntad. El amor nace solo de una comprensión profunda de los motivos y sentimientos del prójimo. Amar hoy a todos los hombres no es tan importante como aprender a amar a un ser humano más cada día. Si cada día o cada semana conseguís comprender a uno más de vuestros semejantes, y si ese es el límite de vuestra capacidad, conseguiréis una personalidad cada vez más socializada y verdaderamente espiritual. El amor es contagioso, y cuando la entrega humana es inteligente y sabia, el amor es más pegadizo que el odio. Pero solo el amor auténtico y desinteresado es verdaderamente contagioso. Si cada mortal pudiera convertirse en un foco de afecto dinámico, este virus benigno del amor impregnaría pronto la corriente sentimental de emociones de la humanidad hasta el punto de que toda la civilización estaría envuelta en amor y se haría realidad la hermandad del hombre.

5. La conversión y el misticismo

100:5.1 (1098.4) El mundo está lleno de almas perdidas, no perdidas en el sentido teológico, sino que han perdido la dirección y vagan confusas entre los «ismos» y los cultos de una era filosófica frustrada. Muy pocas han aprendido a sustituir la autoridad religiosa por una filosofía de vida. (Los símbolos de la religión socializada no deben ser minusvalorados como canales de crecimiento, sin perder nunca de vista que el lecho del río no es el río.)

100:5.2 (1098.5) La progresión del crecimiento religioso conduce, a través de situaciones de conflicto, del estancamiento a la coordinación, de la inseguridad a la fe firme, de la confusión de la consciencia cósmica a la unificación de la personalidad, del objetivo temporal al eterno, de la esclavitud del miedo a la libertad de la filiación divina.

100:5.3 (1099.1) Cabe precisar que las profesiones de lealtad a los ideales supremos —la percepción psíquica, emocional y espiritual de la consciencia de Dios— pueden crecer gradualmente de forma natural o bien sobrevenir como una crisis en algunos casos. El apóstol Pablo experimentó una de estas conversiones espectaculares y repentinas un día memorable camino de Damasco. Gautama Siddharta tuvo una experiencia parecida la noche en que se sentó a solas e intentó penetrar el misterio de la verdad final. Muchos otros han tenido experiencias de este tipo, y muchos creyentes verdaderos han progresado en el espíritu sin ninguna conversión súbita.

100:5.4 (1099.2) La mayoría de los fenómenos espectaculares asociados a las llamadas conversiones religiosas son de naturaleza enteramente psicológica, aunque a veces se producen experiencias que son también de origen espiritual. Cuando la movilización mental es absolutamente total en cualquier nivel de la extensión psíquica hacia arriba en pos del logro del espíritu, cuando la motivación humana de lealtad a la idea divina es perfecta, muchas veces el espíritu que mora en el interior desciende para asir el propósito concentrado y consagrado de la mente superconsciente del mortal creyente y sincronizarse con él. Estas experiencias de unificación de fenómenos intelectuales y espirituales dan lugar a conversiones en las que intervienen factores que trascienden las implicaciones puramente psicológicas.

100:5.5 (1099.3) Pero la emoción por sí sola es una conversión falsa; hay que tener fe además de sentimiento. En la medida en que la movilización psíquica sea parcial y la motivación de la lealtad humana sea incompleta, la experiencia de la conversión será, en esa misma medida, una realidad mixta intelectual, emocional y espiritual.

100:5.6 (1099.4) Si estamos dispuestos a admitir, como hipótesis práctica de trabajo, la existencia de una mente subconsciente teórica en la vida intelectual por lo demás unificada, deberíamos postular por coherencia la existencia de un campo similar y correspondiente de actividad intelectual en ascenso como nivel superconsciente, la zona de contacto directo con la entidad de espíritu que mora en el interior, el Ajustador del Pensamiento. El gran peligro de todas estas especulaciones psíquicas es que las visiones y otras experiencias llamadas místicas, junto con los sueños extraordinarios, se puedan interpretar como comunicaciones divinas a la mente humana. En el pasado seres divinos se han revelado a ciertas personas conocedoras de Dios, pero no por sus trances místicos o sus visiones morbosas sino a pesar de todos estos fenómenos.

100:5.7 (1099.5) En contraste con la búsqueda de la conversión, una mejor forma de acercarse a las zonas de morontia de posible contacto con el Ajustador del Pensamiento es a través de la fe viva y la adoración sincera, la oración desinteresada y de todo corazón. Demasiado de lo que surge de los recuerdos de los niveles inconscientes de la mente humana se ha confundido con revelación divina y guía espiritual.

100:5.8 (1099.6) Es muy peligroso practicar la ensoñación religiosa de forma habitual; el misticismo se puede convertir en un sistema de eludir la realidad, aunque también es cierto que ha sido a veces un medio de auténtica comunión espiritual. Puede que retirarse del ajetreo de la vida durante temporadas cortas no entrañe ningún peligro serio, pero el aislamiento prolongado de la personalidad no es nada recomendable. Los estados de consciencia visionaria próximos al trance no se deben cultivar en ningún caso como experiencia religiosa.

100:5.9 (1099.7) El estado místico se caracteriza por una consciencia difusa con islotes de intensa atención focalizada que actúan sobre un intelecto relativamente pasivo. Todo esto hace que la consciencia gravite hacia el subconsciente en lugar de dirigirse hacia la zona de contacto espiritual, el superconsciente. Muchos místicos han llevado su disociación mental hasta el nivel de las manifestaciones mentales anormales.

100:5.10 (1100.1) La actitud más saludable de meditación espiritual consiste en la adoración reflexiva y la oración de acción de gracias. La comunión directa con nuestro Ajustador del Pensamiento, como ocurrió durante los últimos años de la vida de Jesús en la carne, no debe confundirse con las llamadas experiencias místicas. Los factores que contribuyen a suscitar la comunión mística son muy reveladores del peligro que entrañan los estados psíquicos de este tipo. Entre las cosas que favorecen el estado místico están el cansancio físico, el ayuno, la disociación psíquica, las experiencias estéticas profundas, los impulsos sexuales intensos, el miedo, la ansiedad, la rabia y el baile frenético. Muchos de los elementos que surgen como resultado de esta preparación preliminar se originan en la mente subconsciente.

100:5.11 (1100.2) Por muy favorables que fueran las condiciones para los fenómenos místicos, hay que dejar muy claro que Jesús de Nazaret no recurrió nunca a esos métodos de comunión con el Padre del Paraíso. Jesús no tenía alucinaciones subconscientes ni espejismos superconscientes.

6. Los indicadores del vivir religioso

100:6.1 (1100.3) Las religiones evolutivas y las religiones revelativas pueden emplear métodos muy diferentes, pero sus motivaciones son muy semejantes. La religión no es una función específica de la vida, es más bien un modo de vivir. La religión verdadera es una entrega de todo corazón a una realidad que la persona religiosa considera de valor supremo tanto para ella como para toda la humanidad. Todas las religiones se caracterizan básicamente por una lealtad incondicional y una entrega de todo corazón a valores supremos. Esta entrega religiosa a valores supremos se manifiesta en la relación de una madre que se dice irreligiosa con su hijo o en la lealtad ferviente que muestran ciertas personas no religiosas cuando abrazan una causa.

100:6.2 (1100.4) El valor supremo aceptado por la persona religiosa puede ser indigno de tal nombre o incluso falso, pero no por ello deja de ser religioso. Una religión es auténtica en la medida exacta en que el valor que se tiene por supremo es en verdad una realidad cósmica de auténtico valor espiritual.

100:6.3 (1100.5) La respuesta humana al impulso religioso está caracterizada por las cualidades de nobleza y grandeza. La persona religiosa sincera es consciente de su ciudadanía del universo y se da cuenta de que se pone en contacto con fuentes de poder sobrehumano. Se emociona y se llena de vigor con la seguridad de pertenecer a una fraternidad superior y ennoblecida de hijos de Dios. Se hace más consciente de su propia valía bajo el estímulo de su aspiración a los más altos objetivos universales, las metas supremas.

100:6.4 (1100.6) El yo se ha rendido al empuje fascinante de una motivación que lo abarca todo, que impone una autodisciplina mayor, que reduce los conflictos emocionales y que hace que valga realmente la pena vivir la vida mortal. El reconocimiento morboso de las limitaciones humanas se transforma en una consciencia natural de las deficiencias mortales asociada a la determinación moral y la aspiración espiritual de lograr las metas más altas de los universos y los superuniversos. Este intenso esfuerzo por lograr los ideales supramortales se caracteriza siempre por una paciencia, una entereza, una fortaleza y una tolerancia cada vez mayores.

100:6.5 (1100.7) Pero la verdadera religión es un amor vivo, una vida de servicio. El desapego de la persona religiosa hacia muchas cosas puramente temporales y triviales no conduce nunca al aislamiento social y no debería destruir el sentido del humor. La religión auténtica no quita nada a la existencia humana y en cambio aporta nuevos significados al conjunto de la vida; genera nuevos tipos de entusiasmo, de celo y de valentía. Puede incluso engendrar el espíritu del cruzado, que es más que peligroso si no está controlado por una visión interior espiritual y una entrega leal a las obligaciones sociales ordinarias de las lealtades humanas.

100:6.6 (1101.1) Una de las características más notables del vivir religioso es una paz activa y sublime, la paz que trasciende toda comprensión humana, una serenidad cósmica que manifiesta la ausencia de toda duda y toda agitación. Esos niveles de estabilidad espiritual son inmunes a las decepciones. Esas personas religiosas son como el apóstol Pablo cuando dijo: «Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni los poderes, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo ni ninguna otra cosa nos podrá apartar del amor de Dios».

100:6.7 (1101.2) Un sentimiento de seguridad asociado al reconocimiento de la gloria triunfante reside en la consciencia de la persona religiosa que ha captado la realidad del Supremo y persigue la meta del Último.

100:6.8 (1101.3) La religión evolutiva presenta también estos aspectos de lealtad y grandeza porque es una experiencia auténtica. Pero la religión revelativa es excelente además de auténtica. Las nuevas lealtades de la visión espiritual ampliada crean nuevos niveles de amor y entrega, de servicio y fraternidad, y esta perspectiva social mejorada amplía la consciencia de la Paternidad de Dios y de la hermandad del hombre.

100:6.9 (1101.4) La diferencia característica entre la religión evolucionada y la revelada es una nueva cualidad de sabiduría divina que se añade a la sabiduría humana puramente experiencial. Pero es la experiencia adquirida en y con las religiones humanas la que desarrolla la capacidad de recibir posteriormente las dotes aumentadas de sabiduría divina y visión interior cósmica.

7. La cima del vivir religioso

100:7.1 (1101.5) Aunque el mortal medio de Urantia no puede esperar alcanzar la perfección de carácter que adquirió Jesús de Nazaret durante su estancia en la carne, es enteramente posible que cada creyente mortal desarrolle una personalidad fuerte y unificada siguiendo el modelo perfecto de la personalidad de Jesús. La característica excepcional de la personalidad del Maestro no era tanto su perfección como su simetría, su excelente y equilibrada unificación. No hay mejor manera de presentar a Jesús que repetir las palabras de aquel que señaló al Maestro delante de sus acusadores: «¡He aquí al hombre!».

100:7.2 (1101.6) La amabilidad indefectible de Jesús llegaba al corazón de los hombres, pero su fuerza inquebrantable de carácter impresionaba a sus seguidores. Era sincero de verdad, no había nada hipócrita en él. Estaba libre de afectación y cautivaba por su naturalidad. Nunca se rebajó a fingir ni consintió en falsear. Vivía la verdad tal como la enseñaba. Él era la verdad. Estaba obligado a proclamar la verdad salvadora a su generación, aunque a veces esa sinceridad causara dolor. Su lealtad a toda verdad era incondicional.

100:7.3 (1101.7) El Maestro fue siempre perfectamente razonable, muy accesible y extremadamente práctico en todo su ministerio; sus planes eran un exponente de sentido común santificado. Estuvo libre de toda tendencia extravagante, errática o excéntrica. No fue nunca caprichoso, antojadizo ni descontrolado. En todo lo que enseñaba y en todo lo que hacía había siempre un discernimiento exquisito unido a un extraordinario sentido de la corrección.

100:7.4 (1102.1) El Hijo del Hombre tuvo siempre una personalidad bien equilibrada. Incluso sus enemigos le tenían un cauteloso respeto; temían incluso su presencia. Jesús no tenía miedo. Estaba sobrecargado de entusiasmo divino, pero nunca se volvió fanático. Era activo emocionalmente, pero nunca veleidoso. Era imaginativo pero siempre práctico. Se enfrentaba francamente a las realidades de la vida, pero no fue nunca prosaico ni aburrido. Era valiente pero nunca temerario; prudente pero nunca cobarde. Era compasivo pero no sentimental; excepcional pero no excéntrico. Era piadoso pero no santurrón. Y estaba tan bien equilibrado porque estaba perfectamente unificado.

100:7.5 (1102.2) La originalidad de Jesús no estaba reprimida. No estaba atado por la tradición ni limitado por la sumisión a convencionalismos estrechos. Hablaba con indiscutible confianza y enseñaba con autoridad absoluta. Pero su magnífica originalidad no le hizo pasar por alto las perlas de verdad contenidas en las enseñanzas de sus predecesores y sus contemporáneos. Lo más original de su enseñanza fue realzar el amor y la misericordia por encima del miedo y el sacrificio.

100:7.6 (1102.3) Jesús era muy amplio de miras. Exhortó a sus seguidores a predicar el evangelio a todos los pueblos. No había nada estrecho en él. Su corazón compasivo abarcaba a toda la humanidad, incluso a todo un universo. Su invitación era siempre: «Quien quiera venir, que venga».

100:7.7 (1102.4) De Jesús se dijo con verdad que: «confió en Dios». Como hombre entre los hombres confiaba en el Padre del cielo de la forma más sublime. Confiaba en su Padre como un niño pequeño confía en su padre terrenal. Su fe era perfecta pero nunca presuntuosa. Por muy cruel que la naturaleza pudiera parecer o muy indiferente que pudiera ser al bienestar del hombre en la tierra, la fe de Jesús nunca vaciló. Era inmune a las decepciones e imperturbable ante las persecuciones. El fracaso aparente no le afectaba.

100:7.8 (1102.5) Amaba a los hombres como hermanos al tiempo que reconocía lo diferentes que eran en dotes innatas y cualidades adquiridas. «Anduvo haciendo el bien.»

100:7.9 (1102.6) Jesús era una persona excepcionalmente alegre, pero no era un optimista ciego e irreflexivo. Su exhortación constante era: «confiad». Esta convicción provenía de su confianza a toda prueba en Dios y su fe inquebrantable en el hombre. Su consideración hacia todos los hombres era conmovedora porque los amaba y creía en ellos. En cualquier caso, fue siempre fiel a sus convicciones y magníficamente firme en su dedicación a hacer la voluntad de su Padre.

100:7.10 (1102.7) El Maestro fue siempre generoso. No se cansaba nunca de repetir: «Más bienaventurado es dar que recibir». Y también: «De gracia recibisteis, dad de gracia». Pero a pesar de esta generosidad sin límites, no fue nunca derrochador ni desmedido. Enseñó que hay que creer para recibir la salvación. «Porque todo el que pide recibe.»

100:7.11 (1102.8) Era directo pero siempre amable. Dijo: «Si no fuera así, os lo hubiera dicho». Era franco pero siempre cordial. Expresó categóricamente su amor al pecador y su odio al pecado, y era infaliblemente equitativo en su extraordinaria franqueza.

100:7.12 (1102.9) La actitud de Jesús era siempre animosa, a pesar de que algunas veces apuró la copa del dolor humano hasta el final. Afrontaba sin miedo las realidades de la existencia y estaba lleno de entusiasmo por el evangelio del reino. Pero controlaba su entusiasmo, nunca se dejó controlar por él. Estuvo dedicado sin reservas a «los asuntos del Padre». Este entusiasmo divino llevó a sus hermanos mundanos a pensar que había perdido el juicio, pero a los ojos del universo fue valorado como modelo de cordura y patrón de la entrega suprema de un mortal a los altos principios del vivir espiritual. Además su entusiasmo controlado era contagioso y empujaba a sus compañeros a compartir su optimismo divino.

100:7.13 (1103.1) Este galileo no fue hombre de penas sino un alma de alegrías. Repetía sin cesar: «Regocijaos y alegraos». Pero cuando el deber lo exigió, aceptó atravesar valientemente el «valle de sombra de muerte». Era alegre y humilde a la vez.

100:7.14 (1103.2) Su valor solo era igualado por su paciencia. Cuando le insistían en que actuara prematuramente, se limitaba a contestar: «Todavía no ha llegado mi hora». Nunca tenía prisa; su serenidad era sublime. Pero se indignaba a menudo con el mal y no toleraba el pecado. Muchas veces sintió el poderoso impulso de oponerse a lo que iba en contra del bienestar de sus hijos de la tierra. Pero su indignación contra el pecado nunca se convirtió en ira contra el pecador.

100:7.15 (1103.3) Su valor era magnífico pero nunca fue insensato. Su consigna era: «No temáis». Su valentía era noble y su coraje a menudo heroico, pero su valor estaba unido a la discreción y controlado por la razón. Era un valor nacido de la fe, no un atrevimiento ciego. Era verdaderamente valiente pero nunca temerario.

100:7.16 (1103.4) El Maestro fue un modelo de veneración. Desde joven empezaba a orar diciendo: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre». Fue siempre respetuoso con la adoración imperfecta de sus semejantes, pero eso no le impidió impugnar las tradiciones religiosas ni combatir los errores de las creencias humanas. Veneraba la verdadera santidad, y sin embargo podía apelar con razón a sus semejantes diciendo: «¿Quién de vosotros me declarará culpable de pecado?».

100:7.17 (1103.5) Jesús era grande porque era bueno, y sin embargo fraternizaba con los niños pequeños. Era amable y modesto en su vida personal, y sin embargo era el hombre perfeccionado de un universo. Sus compañeros le dieron espontáneamente el nombre de Maestro.

100:7.18 (1103.6) Jesús fue la unificación perfecta de la personalidad humana. Y hoy, como en Galilea, sigue unificando la experiencia de los mortales y coordinando los empeños humanos. Él unifica la vida, ennoblece el carácter y simplifica la experiencia. Entra en la mente humana para elevarla, transformarla y transfigurarla. Es literalmente cierto que «si un hombre tiene a Cristo Jesús dentro de sí, es una criatura nueva; las cosas viejas pasaron, he aquí que todas son hechas nuevas».

100:7.19 (1103.7) [Presentado por un Melquisedec de Nebadon.]

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