Compartir El libro de Urantia

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Mark H. Hutchings

De Mark H. Hutchings, fideicomisario asociado, Nevada (Estados Unidos)

Cuando me pidieron que escribiera una historia favorita sobre cómo compartir El libro de Urantia, pensé con humor en los muchos fracasos que he tenido. La verdad es que he fracasado una y otra vez al intentar compartir con los que me rodean lo que considero el libro más importante jamás escrito. Suelen decir que no les gusta leer, al menos no lo suficiente como para sumergirse en un tomo de dos mil páginas que dilucida una filosofía, una religión y una cosmología magistrales. Más de una vez he oído decir que «el libro es desalentador, es tan grande y está tan densamente escrito que no puedo entender las palabras». Sin embargo, encuentro a esas mismas personas siempre deseosas de escuchar y recibir los granos de oro de las verdades que contiene El libro de Urantia, siempre aprecian las profundas ideas que contiene.

Mi siguiente pensamiento fue que tengo muchas historias, pero tratan sobre compartir su precioso contenido a través de la experiencia vivida, no necesariamente de compartir el libro en sí. La siguiente es sobre Lee (no es su nombre real), un tipo agradable con una notable inteligencia y gran personalidad. Es guapo, divertido, alto y de buena constitución. También es un delincuente convicto. Lee era ladrón de coches y casas. Pasó más de 10 años de su vida en la cárcel. Lo conocí hace 13 años mientras trabajaba como voluntario en un programa que ayuda a hombres en centros de reinserción social a reincorporarse en la sociedad tras su liberación.

Cuando conocí a Lee, era como muchos estafadores, convictos y criminales que he conocido: encantador, buen conversador y manipulador. Empezamos a hablar de su vida. Al principio me pintó un cuadro de color de rosa sobre cómo lo tenía todo resuelto. Le dije: «Fantástico, pero si eres como yo, nada cambiará a menos que tengas la ayuda de Dios». Le conté que había fracasado a pesar de mis sinceros intentos de vivir con éxito.

Debió de sentirse cómodo porque reveló sus fracasos como padre, hijo y miembro de la sociedad. Me habló de su padre, al que admiraba mucho, y de lo destrozado que estaba cuando su padre murió mientras él estaba en la cárcel. Me habló de su dulce hija, de cómo vivía con sus tíos y sus hijos, y de cómo ella lloraba porque sus dos padres estaban en la cárcel. Me habló de la incapacidad para controlar sus impulsos y de sus intentos desesperados por escapar del dolor mediante el abuso del alcohol.

Le pregunté a Lee si creía en Dios y si creía que podía recibir poder espiritual desde su interior. Me dijo que sí y que había experimentado haber recibido visión interior, fuerza y orientación de fuentes espirituales que creía que se originaban en el interior.

Lee y yo nos reunimos con regularidad durante unos cinco años para hablar de los pensamientos y las actitudes y acciones extrañas y a menudo trágicas que nos impedían vivir una vida plena. Hicimos compromisos tanto espirituales como prácticos. Vivíamos la vida en oración y a menudo con los dedos cruzados porque sabíamos que no podíamos hacerlo solos, que necesitábamos la ayuda de Dios.

Mientras Lee y yo veíamos cómo se transformaba nuestra vida exterior, nos dimos cuenta de que eso no era más que el resultado de la transformación interior que se había producido. El libro de Urantia describe muchas de estas transformaciones interiores, y Lee y yo tratamos abiertamente sobre muchos de los conceptos del libro que armonizaban con nuestra experiencia.

Aprendimos que «infundir un miedo irracional en el alma de un mortal es un fraude intelectual superlativo» 48:7.4 (556.4); que «la acción es nuestra; las consecuencias, de Dios» 48:7.13 (556.13); que «las decepciones más difíciles de soportar son las que no llegan nunca» 48:7.21 (557.5); que «las dificultades pueden desafiar a los mediocres y derrotar a los temerosos, pero para los verdaderos hijos de los Altísimos solo sirven de estímulo» 48:7.7 (556.7); y que «la mayor aflicción del cosmos es no haber estado nunca afligido. Los mortales solo aprenden sabiduría a través de las tribulaciones» 48:7.14 (556.14)

Hoy, Lee es un orgulloso padre de cinco hermosos hijos. Es un exitoso propietario de un negocio, esposo y amigo. He visto cómo Dios ha transformado a Lee de delincuente convicto con labia a hombre honorable, trabajador y con principios, dedicado a su negocio, su comunidad y su familia. No creo haber visto nada más extraordinario.

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