Envejecer con dignidad
Envejecer con dignidad
De Mo Siegel, presidente de la Fundación Urantia, Boulder (Colorado, Estados Unidos)
¡Vaya una conversación loca que tuvimos durante la cena! Max y Karen describían a los ancianos padres de Max. Gruñones y aburridos sería quedarse cortos en su explicación de la guerra fría diaria que había en su casa. Tras 60 años de matrimonio, no se soportan el uno al otro. Ambos deambulan por la casa como almas atormentadas, en una pelea eterna entre ellos y con la vida. Recientemente el padre de Max, de 93 años, anunció que estaba harto de su esposa y que quería comenzar a salir. Desde entonces la madre de Max, de 87 años, tiene una maleta en la entrada como aviso a la familia. Siempre que se enfada más de la cuenta, señala la maleta y amenaza con romper en ese momento. Mientras tanto, sigue enclaustrada en su casa, esperando lo inevitable.
Beth estaba también en la fiesta-cena y comenzó a explicar la historia de sus padres. Vaya, si la conversación de Max suena a locura, encaja perfectamente con la de Beth. Sus padres achacosos viven en un estado perpetuo de contienda, con treguas ocasionales durante los partidos televisados de fútbol americano. El padre de Beth, de 84 años, se ha vuelto noctámbulo en un intento obvio de evitar a su esposa de 75 años. Ambos se gritan prácticamente por todo, incluyendo sus dolores y achaques diarios. En general están abatidos y enfadados, y a menudo parece como si estuvieran esperando la muerte. Su descontento se podría cortar con un cuchillo.
A pesar de que las historias eran realmente tristes, no podíamos evitar reírnos mientras nos contaban y escuchábamos “historias locas de padres viejos”. El “él dijo, ella dijo” sonaba como una comedia de situación, pero a la luz clara del día, vaya un final trágico para sus vidas terrenales.
Más o menos una semana después de la fiesta-cena, murió nuestro amigo Scott a los 88 años. Le vimos por última vez en julio de 2013. La enfermedad de Parkinson se había apoderado de su cuerpo mientras estaba sentado y conectado al oxígeno. Aún así, su comportamiento era positivo, tenía interés en nosotros, tenía esperanza y optimismo en la vida aunque era obvio que se estaba muriendo. Scott había vivido una vida activa llena de logros y estaba arraigado en una profunda relación con Dios. Después de jubilarse, Scott no dejó nunca de crecer. Pasó los últimos años de su vida aprendiendo y ocupándose activamente de los demás. Sentía interés y era interesante. Desinteresado y de gran corazón, Scott manifestó gracia, propósito y alegría incluso en la enfermedad que le consumió.
El contraste entre la conversación de aquella cena sobre padres descontentos y ancianos y la vida de Scott me llevó a pensar durante semanas. ¿Por qué algunas personas mayores eran mucho más felices que otras personas mayores? ¿Era puramente una cuestión genética o una combinación de genética y algo más profundo? Dos citas del Documento 159 de El libro de Urantia me ayudaron a explicar el dilema.
La primera cita, “Todos los que están seguros acerca de Dios experimentan siempre una felicidad creciente”, requirió que supiera más acerca de las dos parejas de ancianos. Por lo que parece, ninguna de ellas tenía algo de una relación personal con Dios. Una pareja admitía pasivamente la existencia probable de Dios, pero no tenían una fe personal activa. La otra pareja es religiosa culturalmente dos veces al año, y raramente se hablaba de Dios en la familia.
Por otro lado, Scott tenía una relación activa de muchos años con Dios y practicaba continuamente su religión personal. Su felicidad podía verse como la expresión de haber encontrado a Dios en la vida de un alma saturada de amor.
La segunda cita revela otra verdad importante: “El desempleo destruye la autoestima”. Cuando envejecemos, podemos quedarnos en casa lamentando la juventud perdida mientras le damos vueltas al deterioro progresivo. O podemos salir de casa y ayudar a los que tienen problemas más grandes que los nuestros. No lleva más de unos minutos encontrar a alguien necesitado que lo tiene mucho peor que nosotros. Ayudar a los demás es una alegre “medicina para sentirse bien”. La libertad de un yo gruñón llega al olvidarnos del ego y al amar y servir activamente a los demás.
Si bien son intelectuales y de mentalidad elevada, las enseñanzas de El libro de Urantia son también sumamente prácticas y reales. La Revelación Urantia promete que la relación personal con Dios conlleva una felicidad duradera. Aquellos de nosotros que experimentamos a Dios en nuestra vida diaria conocemos el hecho y la verdad de esta afirmación. Con Dios lo tenemos todo, y sin Dios no tenemos nada.