Documento 154 - Los Últimos Días en Capernaum

   
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El libro de Urantia

Documento 154

Los Últimos Días en Capernaum

154:0.1 (1717.1) EN LA memorable noche del sábado 30 de abril, mientras Jesús decía palabras de consuelo y valor a sus deprimidos y perplejos discípulos, se estaba celebrando en Tiberias un concilio entre Herodes Antipas y un grupo de comisionados especiales que representaban el sanedrín de Jerusalén. Estos escribas y fariseos instaron a Herodes a que arrestara a Jesús; hicieron todo lo posible por convencerlo de que Jesús inflamaba la plebe, incitándola a la oposición y aun a la rebelión. Pero Herodes se negó a tomar acción contra él como delincuente político. Los consejeros de Herodes le habían informado correctamente sobre el episodio al otro lado del lago, cuando la multitud quiso proclamar rey a Jesús y como él rechazó esa propuesta.

154:0.2 (1717.2) Uno de los miembros de la familia oficial de Herodes, Chuza, cuya esposa pertenecía al cuerpo del servicio de mujeres, le había informado de que Jesús no se proponía entrometerse en los asuntos del gobierno terrestre; que tan sólo le interesaba el establecimiento de la hermandad espiritual de sus creyentes, hermandad que llamaba el reino del cielo. Herodes confiaba en los informes de Chuza, tanto que se negó a interferir en las actividades de Jesús. En ese momento también influía en la actitud de Herodes hacia Jesús su temor supersticioso de Juan Bautista. Herodes era uno de esos judíos apóstatas que, aunque nada creía, a todo le temía. Tenía la conciencia manchada por haber dispuesto la muerte de Juan, y no quería enmarañarse en estas intrigas contra Jesús. Conocía muchos casos de enfermedad que habían sido aparentemente curados por Jesús, y lo consideraba un profeta o un fanático religioso relativamente inocuo.

154:0.3 (1717.3) Al amenazar los judíos que informarían a césar de que él protegía a un traidor, Herodes los echó de la cámara del concilio. Así quedaron pues estos asuntos por una semana, durante la cual Jesús preparó a sus seguidores para la dispersión inminente.

1. Una Semana de Asesoría

154:1.1 (1717.4) Desde el 1o hasta el 7 de mayo Jesús sostuvo consultas íntimas con sus seguidores en la casa de Zebedeo. Sólo los discípulos probados y de confianza fueron admitidos a estas conferencias. En esta época sólo había unos cien discípulos con suficiente fuerza moral para enfrentarse valerosamente a la oposición de los fariseos y declarar abiertamente su adhesión a Jesús. Con este grupo celebró sesiones por la mañana, por la tarde y por la noche. Todas las tardes se reunían junto al mar pequeños grupos de interesados, y algunos de los evangelistas o apóstoles conversaban con ellos. Estos grupos pocas veces llegaban a ser más de cincuenta.

154:1.2 (1717.5) El viernes de esta semana los dirigentes de la sinagoga de Capernaum tomaron acción oficial al cerrar la casa de Dios a Jesús y a todos sus seguidores. Esta acción fue tomada por instigación de los fariseos de Jerusalén. Jairo presentó su renuncia como rector principal, aliándose abiertamente con Jesús.

154:1.3 (1718.1) La última reunión junto al mar se celebró el sábado 7 de mayo por la tarde. Jesús dirigió la palabra a menos de ciento cincuenta personas reunidas en esa oportunidad. Este sábado por la noche marcó el punto más bajo de la corriente de popularidad de Jesús y de sus enseñanzas. Desde allí en adelante hubo un aumento constante, lento pero más saludable y sólido, de sentimiento favorable; se iba formando un nuevo grupo de seguidores, construido sobre cimientos más sólidos de fe espiritual y verdadera experiencia religiosa. Ya se había terminado definitivamente esa etapa más o menos mixta y comprometida de transición entre los conceptos materialistas del reino, mantenidos por los seguidores del Maestro, y los conceptos más ideales y espirituales enseñados por Jesús. De este momento en adelante se proclamó más abiertamente el evangelio del reino en su alcance más amplio y en sus vastas implicaciones espirituales.

2. Una Semana de Descanso

154:2.1 (1718.2) El domingo 8 de mayo del año 29 d. de J.C., en Jerusalén, el sanedrín aprobó un decreto que cerraba todas las sinagogas de Palestina a Jesús y a sus seguidores. Ésta fue una nueva usurpación de autoridad sin precedentes por parte del sanedrín de Jerusalén. Hasta ese momento cada sinagoga existía y funcionaba como una congregación independiente de creyentes, bajo el mando y dirección de su propio consejo de rectores. Sólo las sinagogas de Jerusalén se habían sometido a la autoridad del sanedrín. Esta sumaria acción del sanedrín motivó la renuncia de cinco de sus miembros. Se despacharon inmediatamente cien mensajeros para trasmitir y hacer cumplir este decreto. En el corto espacio de dos semanas, todas las sinagogas de Palestina se plegaron a este manifiesto del sanedrín, a excepción de la de Hebrón. Los rectores de la sinagoga de Hebrón se negaron a reconocer la jurisdicción del sanedrín sobre su consejo directivo. Esta negación a someterse al decreto de Jerusalén se basaba en el punto de vista de la autonomía de la congregación más que en una simpatía por la causa de Jesús. Poco tiempo después, la sinagoga de Hebrón fue destruida por un incendio.

154:2.2 (1718.3) Este mismo domingo por la mañana, Jesús decretó una semana de vacaciones, urgiendo a todos sus discípulos que retornaran a sus hogares o fueran a visitar a sus amigos para descansar sus almas atribuladas y decir palabras de aliento a sus seres queridos. Dijo: «Idos a casa para buscar esparcimiento o pescar, mientras oráis por la expansión del reino».

154:2.3 (1718.4) Esta semana de descanso permitió a Jesús visitar a muchas familias y grupos junto al mar. También fue a pescar con David Zebedeo en varias ocasiones, y aunque permaneció a solas buena parte del tiempo, dos o tres de los más fieles mensajeros de David Zebedeo le vigilaron constantemente, velando por la seguridad de Jesús de acuerdo con las órdenes precisas de su jefe. No hubo enseñanza pública de ningún tipo durante esta semana de descanso.

154:2.4 (1718.5) Fue ésta la semana en la que Natanael y Santiago Zebedeo sufrieron una enfermedad bastante grave. Durante tres días y tres noches estuvieron agudamente afligidos por un doloroso disturbio digestivo. Durante la tercera noche, Jesús envió a Salomé, la madre de Santiago, a que descansara, mientras él ministraba a sus apóstoles dolientes. Por supuesto, Jesús podría haber curado instantáneamente a estos dos hombres, pero no era éste el método de elección del Hijo ni del Padre para tratar estas dificultades y aflicciones comunes de los hijos del hombre en los mundos evolucionarios del tiempo y del espacio. Jesús no recurrió ni siquiera una vez, a lo largo de su pletórica vida en la carne, a ministraciones sobrenaturales para con los miembros de su familia terrestre o para beneficio de uno de sus seguidores inmediatos.

154:2.5 (1719.1) Es necesario enfrentar las dificultades del universo y aprender a salvar los obstáculos planetarios como parte del entrenamiento por medio de la experiencia, provista para el crecimiento y desarrollo, el perfeccionamiento progresivo, del alma evolutiva de las criaturas mortales. La espiritualización del alma humana requiere una experiencia íntima del proceso educacional que significa resolver una amplia gama de problemas universales reales. La naturaleza animal y las formas más bajas de las criaturas volitivas no progresan favorablemente en un ambiente fácil. Las situaciones problemáticas, combinadas con los estímulos del esfuerzo, conspiran para producir esas actividades de la mente, el alma y el espíritu que contribuyen poderosamente al logro de objetivos valiosos de progresión mortal y al alcance de niveles más altos de destino espiritual.

3. La Segunda Reunión en Tiberias

154:3.1 (1719.2) El 16 de mayo se convocó la segunda reunión de las autoridades de Jerusalén con Herodes Antipas en Tiberias. Estaban presentes los líderes religiosos y políticos de Jerusalén. Los líderes judíos pudieron informar a Herodes que prácticamente todas las sinagogas de Galilea y de Judea ya habían cerrado sus puertas a las enseñanzas de Jesús. Nuevamente intentaron convencer a Herodes que mandara arrestar a Jesús, pero él nuevamente se negó a hacerlo. Sin embargo, el 18 de mayo, Herodes aprobó un plan que permitía que las autoridades del sanedrín arrestaran a Jesús y lo llevaran a juicio en Jerusalén acusado de infracciones religiosas, siempre y cuando el gobernador romano de Judea estuviera de acuerdo. Mientras tanto, los enemigos de Jesús se dedicaron activamente a correr el rumor por toda Galilea de que Herodes se había vuelto hostil a Jesús, y que tenía la intención de exterminar a todos los que creyeran en sus enseñanzas.

154:3.2 (1719.3) La noche del sábado 21 de mayo, llegó a Tiberias la noticia de que las autoridades civiles de Jerusalén no objetaban el acuerdo entre Herodes y los fariseos en el sentido de que se arrestara a Jesús y se lo llevara a Jerusalén para juzgarlo ante el sanedrín, acusado de burlarse de las leyes sagradas de la nación judía. Por consiguiente, justo antes de la media noche de este día, Herodes firmó el decreto que autorizaba a los oficiales del sanedrín a arrestar a Jesús dentro de los dominios de Herodes y a llevarlo por la fuerza a Jerusalén para someterlo a juicio. Gran presión de muchos lados fue ejercida sobre Herodes antes de que éste consintiera en otorgar este permiso, y él bien sabía que Jesús no podía esperar un juicio imparcial ante sus encarnizados enemigos de Jerusalén.

4. El Sábado por la Noche en Capernaum

154:4.1 (1719.4) Este mismo sábado por la noche, se reunió en la sinagoga de Capernaum un grupo de cincuenta ciudadanos sobresalientes para discutir la cuestión candente del momento: «¿Qué hemos de hacer con Jesús?» Hablaron y discutieron hasta después de la medianoche, pero no pudieron encontrar un terreno común para el acuerdo. Aparte de unas pocas personas que se inclinaban a creer que Jesús tal vez fuera el Mesías, al menos un santo varón, o tal vez un profeta, la asamblea estaba dividida en cuatro grupos casi iguales que sostenían, respectivamente, los siguientes puntos de vista sobre Jesús:

154:4.2 (1719.5) 1. Que era un fanático religioso iluso e inocuo.

154:4.3 (1719.6) 2. Que era un agitador peligroso y alevoso, capaz de incitar a la rebelión.

154:4.4 (1720.1) 3. Que estaba aliado con los diablos, que podía aun ser un príncipe de los diablos.

154:4.5 (1720.2) 4. Que estaba fuera de sí, que estaba loco, mentalmente desequilibrado.

154:4.6 (1720.3) Mucho se habló sobre el que Jesús predicaba doctrinas con efecto perturbador sobre la gente común; sus enemigos sostenían que sus enseñanzas no eran prácticas, que se correría el peligro de una desintegración total si todo el mundo decidiera esforzarse honestamente por vivir de acuerdo con sus ideas. Y los hombres de muchas generaciones subsiguientes han dicho las mismas cosas. Muchos hombres inteligentes y con buenas intenciones, aun en las edades más esclarecidas de estas revelaciones, sostienen que no se podría haber construido la civilización moderna sobre las enseñanzas de Jesús; y en parte tienen razón. Pero todos estos descreídos olvidan que se podría haber construido una civilización mucho mejor sobre sus enseñanzas, y que alguna vez así se hará. Este mundo no ha intentado nunca llevar a cabo seriamente y en gran escala las enseñanzas de Jesús, a pesar de los muchos intentos semientusiastas por seguir las doctrinas del así llamado cristianismo.

5. El Memorable Domingo por la Mañana

154:5.1 (1720.4) El 22 de mayo fue un día memorable en la vida de Jesús. Este domingo por la mañana, antes del amanecer, uno de los mensajeros de David llegó de gran prisa de Tiberias, trayendo la noticia de que Herodes había autorizado, o estaba a punto de autorizar, el arresto de Jesús por parte de los oficiales del sanedrín. Al recibir la noticia de este peligro inminente, David Zebedeo despertó a sus mensajeros y los envió a todos los grupos locales de discípulos, llamándolos para un concilio de emergencia a las siete de esa misma mañana. Cuando la cuñada de Judá (hermano de Jesús) escuchó este informe alarmante, rápidamente pasó la noticia a todos los de la familia de Jesús que vivían cerca, convocándolos a la casa de Zebedeo. En respuesta a este llamado de urgencia, pronto se congregaron María, Santiago, José, Judá y Ruth.

154:5.2 (1720.5) En esta reunión temprano por la mañana, Jesús impartió sus instrucciones de despedida a los discípulos reunidos; o sea, que se despidió de ellos por el momento, porque bien sabía que pronto serían dispersados de Capernaum. Les instó a que buscaran a Dios para que los guiara, y que llevaran a cabo la obra del reino sin temer las consecuencias. Los evangelistas debían laborar como mejor les pareciera hasta el momento en que se los llamara. Seleccionó a doce entre los evangelistas para que lo acompañaran; ordenó a los doce apóstoles que permanecieran con él pasara lo que pasara. Instruyó a las doce mujeres que permanecieran en la casa de Zebedeo y en la casa de Pedro hasta que él enviara por ellas.

154:5.3 (1720.6) Jesús aprobó que David Zebedeo continuara con el servicio de mensajeros por todo el país, y David, al despedirse del Maestro, dijo: «Maestro, sal y haz tu obra. No te dejes atrapar por los fanáticos, y no dudes que los mensajeros estarán siempre a tu alcance. Mis hombres no te perderán nunca de vista, y por su intermedio estarás informado sobre el progreso del reino en otras regiones, y por ellos sabremos nosotros de ti. Nada puede ocurrirme que interfiera con este servicio, porque he nombrado líderes sustitutos en primero, segundo y aun tercer término. No soy instructor ni predicador, pero mi corazón me exige que haga esto, y nadie podrá disuadirme».

154:5.4 (1720.7) A eso de las 7:30 de esta mañana dio comienzo Jesús a su discurso de despedida a casi cien creyentes que se apiñaban en el interior de la casa para escucharlo. Era ésta una ocasión solemne para todos los presentes, pero Jesús parecía estar especialmente alegre; había vuelto a ser él mismo. La seriedad de las últimas semanas había desaparecido y los inspiró con palabras de fe, esperanza y valor.

6. Llega la Familia de Jesús

154:6.1 (1721.1) Eran aproximadamente las ocho de la mañana de este domingo cuando cinco miembros de la familia terrenal de Jesús llegaron al lugar en respuesta al llamado urgente de la cuñada de Judá. De todos sus parientes en la carne, sólo Ruth creía constantemente y de todo corazón en la divinidad de su misión en la tierra. Judá, Santiago, y aun José, todavía mantenían mucha de la fe en Jesús, pero habían permitido que el orgullo interfiriera con su mejor criterio y sus verdaderas inclinaciones espirituales. María estaba igualmente dividida entre el amor y el temor, entre el amor materno y el orgullo familiar. Aunque las dudas le atormentaban, no podía olvidar del todo la visita de Gabriel antes del nacimiento de Jesús. Los fariseos habían intentado persuadir a María de que Jesús estaba fuera de sí, demente. La urgían a que fuera a verlo con sus hijos, a que tratara de disuadirlo de sus esfuerzos de enseñanza pública. Aseguraban a María de que la salud de Jesús estaba a punto de quebrantarse, y que si se le permitía seguir por ese camino, el deshonor y la ignominia terminarían por caer sobre la familia entera. Así pues, cuando la cuñada de Judá trajo la noticia, los cinco partieron inmediatamente a la casa de Zebedeo, pues se encontraban todos juntos en casa de María, donde se habían reunido con los fariseos la noche anterior. Habían conversado con los líderes de Jerusalén hasta muy entrada la noche, y todos ellos estaban más o menos convencidos de que Jesús, desde hacía un tiempo, actuaba en forma extraña. Aunque Ruth no encontraba explicaciones para todos sus actos, insistió que Jesús había sido siempre recto para con su familia, y se negó a participar en el plan de disuadirlo a continuar con su obra.

154:6.2 (1721.2) Camino a la casa de Zebedeo, hablaron de estas cosas y decidieron tratar de persuadir a Jesús que se volviera con ellos, porque, según dijo María: «Sé que puedo influenciar a mi hijo si él regresa a casa y me escucha». Santiago y Judá habían oído rumores sobre el plan de arrestar a Jesús y llevarlo a Jerusalén para juzgarlo. También temían por su propia seguridad. No se habían preocupado gran cosa mientras Jesús gozó de popularidad, pero al volverse el pueblo de Capernaum y los líderes de Jerusalén repentinamente contra él, empezaron a sentir agudamente la presión de la supuesta ignominia de su posición comprometida.

154:6.3 (1721.3) Pensaban pues encontrarse con Jesús, apartarse con él, e instarlo a que regresara con ellos a la casa. Tenían decidido asegurarle que olvidarían su abandono —que olvidarían y le perdonarían todo— siempre y cuando él desistiera de la tontería de predicar una nueva religión que tan sólo le ocasionaría problemas y desencadenaría el oprobio sobre su familia. A todo esto Ruth sólo decía: «Le diré a mi hermano que pienso que es un hombre de Dios, y que espero que esté dispuesto a morir antes de permitir que estos malvados fariseos pongan fin a su predicación». José prometió que vigilaría a Ruth mientras los demás argumentaban con Jesús.

154:6.4 (1721.4) Cuando llegaron a la casa de Zebedeo, Jesús estaba en medio de su discurso de despedida a los discípulos. Trataron de entrar, pero la gente estaba tan apiñada que fue imposible. Terminaron por instalarse en la terraza de atrás y pasar la voz de persona a persona, hasta que finalmente Simón Pedro le susurró la nueva a Jesús, interrumpiendo su discurso para este fin, y diciéndole: «He aquí que tu madre y tus hermanos están fuera, y ansían hablar contigo.» No se le había ocurrido a su madre cuán importante era este mensaje de despedida a sus seguidores, tampoco sabía ella que dicho discurso podía ser interrumpido en cualquier momento por la llegada de sus aprehensores. Ella realmente pensó que, después de tan prolongada aparente desavenencia, habiendo ella y sus hermanos tenido la benevolencia de acudir adonde él, Jesús interrumpiría inmediatamente su discurso para reunirse con ellos en cuanto se enterara de que lo estaban esperando.

154:6.5 (1722.1) Fue éste otro de esos casos en los que su familia terrestre no podía comprender que él debía ocuparse de los asuntos de su Padre. Así pues María y sus hermanos se sintieron profundamente heridos cuando, a pesar de que interrumpió su discurso para recibir el mensaje, en vez de salir corriendo a su encuentro, levantó su voz melodiosa para decir: «Decid a mi madre y a mis hermanos que no teman por mí. El Padre que me envió a este mundo no me abandonará; tampoco sufrirá mi familia daño alguno. Decidles que tengan coraje y que confíen en el Padre del reino. Pero, después de todo, ¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y abriendo los brazos a todos sus discípulos reunidos en la sala, dijo: «Yo no tengo madre; yo no tengo hermanos. ¡Contemplad a mi madre y a mis hermanos! Puesto que el que haga la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi madre, mi hermano y mi hermana.»

154:6.6 (1722.2) Al oír estas palabras, María cayó desmayada en los brazos de Judá. La llevaron al jardín para reanimarla mientras Jesús articulaba las palabras finales de su mensaje de despedida. Quiso ir entonces a conferenciar con su madre y sus hermanos, pero llegó un mensajero urgente de Tiberias trayendo la noticia de que ya venían los oficiales del sanedrín con permiso para arrestar a Jesús y llevarlo a Jerusalén. Andrés recibió este mensaje e interrumpiendo a Jesús, se lo transmitió.

154:6.7 (1722.3) Andrés no recordaba que David había apostado unos veinte y cinco centinelas alrededor de la casa de Zebedeo, para que nadie pudiera sorprenderlos; por eso preguntó a Jesús qué debían hacer. El Maestro permaneció de pie, callado, mientras su madre, habiendo oído las palabras, «yo no tengo madre», se estaba recuperando del golpe en el jardín. En ese preciso instante, una mujer en la sala se puso de pie y exclamó: «Bendito sea el vientre que te dio a luz y benditos sean los pechos que te amamantaron». Jesús se volvió por un momento de su conversación con Andrés para responder a esta mujer diciendo: «No, más bien bendito es aquel que escucha la palabra de Dios y se atreve a obedecerla.»

154:6.8 (1722.4) María y los hermanos de Jesús pensaban que Jesús no los comprendía, que había perdido el interés en ellos, sin darse cuenta que eran ellos los que no comprendían a Jesús. Jesús comprendía plenamente cuán difícil era para los hombres romper con su pasado. Sabía cómo gana el predicador a los seres humanos con su elocuencia, cómo responde la conciencia al llamado emocional así como la mente responde a la lógica y a la razón, pero también sabía cuánto más difícil es persuadir a los hombres a que deshereden el pasado.

154:6.9 (1722.5) Es por siempre verdad que todos los que piensan que son mal comprendidos o que no son apreciados tienen en Jesús un amigo comprensivo y un consejero compasivo. El había advertido a sus apóstoles que los enemigos de un hombre pueden estar en su propia casa, pero apenas si se había percatado cuán cerca estaba esta predicción de su propia experiencia. Jesús no abandonó a su familia terrenal para hacer el trabajo de su Padre —ellos lo abandonaron a él. Más tarde, después de la muerte y resurrección del Maestro, cuando Santiago se relacionó con el primitivo movimiento cristiano, sufrió inconmensurablemente por no haber sabido disfrutar esta asociación anterior con Jesús y sus discípulos.

154:6.10 (1723.1) Al pasar por estos acontecimientos, Jesús eligió ser guiado por el conocimiento limitado de su mente humana. Deseó pasar la experiencia con sus asociados como un ser humano y nada más. En la mente humana de Jesús estaba su intención de ver a su familia antes de irse. No quiso interrumpir su discurso, porque no deseaba transformar este primer encuentro después de tan larga separación en un espectáculo público. Tenía la intención de terminar su discurso y luego reunirse con ellos antes de partir, pero este plan fue frustrado por la conspiración de los acontecimientos que siguieron inmediatamente.

154:6.11 (1723.2) La urgencia de su huida se acrecentó por la llegada a la puerta de atrás de la casa de Zebedeo de un grupo de mensajeros de David. La conmoción producida por estos hombres asustó a los apóstoles que pensaron que ya llegaban los aprehensores, y temiendo un arresto inmediato, salieron de prisa por la puerta de adelante, hacia la barca que estaba esperando. Y todo esto explica por qué Jesús no vio a su familia que estaba esperando en la terraza de atrás.

154:6.12 (1723.3) Pero sí dijo a David Zebedeo al subir a la barca en rápida huida: «Diles a mi madre y a mis hermanos que agradezco su venida, y que tenía la intención de verlos. Adviérteles que no se ofendan, sino más bien que traten de buscar el conocimiento de la voluntad de Dios y de obtener la gracia y el coraje para hacer esa voluntad.»

7. La Apresurada Huida

154:7.1 (1723.4) Así pues la mañana de este domingo 22 de mayo del año 29 d. de J.C., Jesús se embarcó con sus doce apóstoles y los doce evangelistas, huyendo apresuradamente de los oficiales del sanedrín que se dirigían a Betsaida con el permiso de Herodes Antipas para arrestarlo y llevarlo a Jerusalén, donde lo juzgarían porque había sido acusado de blasfemia y de otras contravenciones a las leyes sagradas de los judíos. Eran casi las ocho y media de esta hermosa mañana cuando estos veinte y cinco se sentaron en la barca y remaron hacia la costa oriental del Mar de Galilea.

154:7.2 (1723.5) Seguía a la barca del Maestro una embarcación más pequeña, que contenía a seis de los mensajeros de David, quienes tenían instrucciones de mantenerse en contacto con Jesús y sus asociados y asegurarse de que la información de sus andanzas y de su seguridad se transmitiera regularmente a la casa de Zebedeo en Betsaida, que había servido como cuartel general de la obra del reino durante cierto tiempo. Pero Jesús no se albergaría nunca más en la casa de Zebedeo. De aquí en adelante, por el resto de su vida en la tierra, el Maestro verdaderamente «no tendría dónde recostar su cabeza». Ya no tenía ni siquiera la semejanza de una morada establecida.

154:7.3 (1723.6) Remaron hasta cerca de la aldea de Queresa, confiaron la barca a los cuidados de amigos, y comenzaron las peregrinaciones de este último año memorable en la vida del Maestro en la tierra. Permanecieron cierto tiempo en los dominios de Felipe, yendo de Queresa a Cesarea de Filipo, y de ahí camino hacia la costa de Fenicia.

154:7.4 (1723.7) La multitud permaneció alrededor de la casa de Zebedeo observando estas dos embarcaciones que navegaban por el lago hacia la orilla oriental. Ya estaban bien alejados cuando llegaron los oficiales de Jerusalén buscando a Jesús. Se negaban a creer que se les había escapado, y mientras Jesús y sus asociados estaban viajando hacia el norte por Batanea, los fariseos y sus asistentes pasaron casi una semana entera buscándole en vano en las cercanías de Capernaum.

154:7.5 (1724.1) La familia de Jesús volvió a su casa en Capernaum, y allí pasaron casi una semana hablando, discutiendo y orando. Estaban llenos de confusión y consternación. No pudieron tranquilizarse hasta el jueves por la tarde, cuando volvió Ruth de visitar la casa de Zebedeo, y les dijo que había oído de David que su padre-hermano estaba a salvo y en buena salud, abriéndose camino hacia la costa de Fenicia.

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