El libro de Urantia
Parte IV
Este grupo de documentos fue patrocinado por una comisión de doce seres intermedios de Urantia bajo la supervisión de un Melquisedec director de revelación.
La base de esta narración fue provista por un ser intermedio secundario asignado a la custodia sobrehumana del apóstol Andrés.
El libro de Urantia
Documento 120
120:0.1 (1323.1) EN MI CALIDAD de supervisor asignado por Gabriel de esta nueva exposición de la vida de Miguel en Urantia a imagen y semejanza de carne mortal, yo, el Melquisedec director de la comisión reveladora encargada de esta tarea, estoy autorizado a presentar esta narración de ciertos acontecimientos previos a la llegada del Hijo Creador a Urantia para emprender la fase terminal de su experiencia de otorgamientos en el universo. Vivir vidas idénticas a las que ellos imponen a los seres inteligentes de su propia creación, otorgarse así a imagen y semejanza de sus varios órdenes de seres creados, es parte del precio que todos los Hijos Creadores deben pagar para conseguir la soberanía plena y suprema del universo de cosas y seres creados por ellos.
120:0.2 (1323.2) Antes de los acontecimientos que estoy a punto de describir, Miguel de Nebadon se había otorgado seis veces a semejanza de seis órdenes diferentes de su diversa creación de seres inteligentes. Hecho esto, se preparó para descender a Urantia a imagen y semejanza de carne mortal, el orden más bajo de sus criaturas inteligentes con voluntad, y consumar ahí como humano del dominio material la etapa final de su carrera de adquisición de la soberanía del universo conforme a los mandatos de los divinos Regidores paradisiacos del universo de universos.
120:0.3 (1323.3) En cada uno de sus otorgamientos anteriores Miguel había adquirido no solo la experiencia finita de un grupo concreto de sus seres creados, sino también una experiencia esencial en la cooperación con el Paraíso que contribuiría de por sí a su establecimiento como soberano del universo creado por él mismo. En cualquier momento pasado del universo local, Miguel hubiera podido hacer valer su soberanía personal como Hijo Creador y, en calidad de Hijo Creador, regir su universo a su manera. En ese caso Emmanuel y los Hijos del Paraíso que lo acompañaban se habrían despedido del universo. Pero Miguel no deseaba regir Nebadon por su propio derecho aislado como Hijo Creador. Quería ascender, mediante una experiencia efectiva de subordinación cooperativa a la Trinidad del Paraíso, hasta el elevado estatus en el universo que le haría capaz de regir su universo y administrar sus asuntos con la perfecta visión y sabia ejecución que caracterizarán en su día al gobierno excelso del Ser Supremo. No aspiraba a la perfección de gobierno de un Hijo Creador sino a la supremacía de administración como personificación de la sabiduría universal y la experiencia divina del Ser Supremo.
120:0.4 (1324.1) Miguel perseguía así una doble finalidad con estos siete otorgamientos a los distintos órdenes de criaturas de su universo. En primer lugar, obtener la experiencia de comprensión de las criaturas que se exige a todos los Hijos Creadores para poder asumir la plena soberanía. Un Hijo Creador puede en cualquier momento regir su universo por derecho propio, pero solo puede hacerlo como representante supremo de la Trinidad del Paraíso después de haber pasado por los siete otorgamientos como criatura del universo. En segundo lugar, aspiraba al privilegio de representar la máxima autoridad de la Trinidad del Paraíso susceptible de ser ejercida en la administración directa y personal de un universo local. Por eso, durante la experiencia de cada uno de sus otorgamientos en el universo, Miguel se subordinó voluntariamente, con éxito y de forma aceptable a las voluntades diversamente constituidas de las distintas asociaciones de las personas de la Trinidad del Paraíso. Esto significa que en el primer otorgamiento se sometió a la voluntad conjunta del Padre, el Hijo y el Espíritu; en el segundo otorgamiento, a la voluntad del Padre y el Hijo; en el tercer otorgamiento, a la voluntad del Padre y el Espíritu; en el cuarto otorgamiento, a la voluntad del Hijo y el Espíritu; en el quinto otorgamiento, a la voluntad del Espíritu Infinito; en el sexto otorgamiento, a la voluntad del Hijo Eterno. Y durante su séptimo y último otorgamiento se sometió en Urantia a la voluntad del Padre Universal.
120:0.5 (1324.2) En consecuencia, Miguel combina en su soberanía personal la voluntad divina de las fases séptuplas de los Creadores universales con la comprensión por experiencia de las criaturas de su universo local. De esta forma, su administración ha adquirido el grado máximo de poder y autoridad, aunque despojado de toda asunción arbitraria. Su poder es ilimitado, puesto que proviene de asociaciones experimentadas con las Deidades del Paraíso. Su autoridad es incuestionable, puesto que la ha adquirido por experiencia efectiva a imagen y semejanza de las criaturas del universo. Su soberanía es suprema, puesto que reúne a un tiempo el punto de vista séptuplo de la Deidad del Paraíso y el punto de vista de la criatura del tiempo y el espacio.
120:0.6 (1324.3) Cuando hubo determinado el momento de su otorgamiento final y elegido el planeta donde tendría lugar este acontecimiento extraordinario, Miguel se reunió con Gabriel como solía hacerlo antes de cada otorgamiento y luego se presentó ante su hermano mayor y consejero paradisiaco, Emmanuel, para confiarle todos los poderes de la administración del universo que no había conferido ya a Gabriel. Justo antes de que Miguel saliera hacia Urantia, Emmanuel aceptó la custodia del universo durante el periodo de otorgamiento y procedió a impartir a su hermano los consejos previos al otorgamiento que servirían de guía a Miguel durante su encarnación en Urantia como mortal del mundo.
120:0.7 (1324.4) Cabe señalar a este respecto que Miguel había elegido hacer su otorgamiento a imagen y semejanza de carne mortal sujeto a la voluntad del Padre del Paraíso. Si su único objetivo hubiera sido conseguir la soberanía de su universo, el Hijo Creador no habría necesitado instrucciones de nadie para llevar a cabo esta encarnación, pero había emprendido un programa de revelación del Supremo que requería actuar en cooperación con las diversas voluntades de las Deidades del Paraíso. De este modo, cuando alcanzara personal y definitivamente su soberanía, esta incluiría toda la voluntad séptupla de la Deidad tal como culmina en el Supremo. Por eso había sido instruido ya seis veces en el pasado por los representantes personales de las diversas Deidades del Paraíso y de sus asociaciones, y ahora era instruido por el Unión de los Días, el embajador de la Trinidad del Paraíso en el universo local de Nebadon, que actuaba en nombre del Padre Universal.
120:0.8 (1325.1) La buena disposición de este poderoso Hijo Creador a subordinar una vez más su voluntad a la de las Deidades del Paraíso, esta vez a la del Padre Universal, había de acarrear ventajas inmediatas y enormes compensaciones. Como consecuencia de este acto de subordinación asociativa, Miguel experimentaría en esta encarnación no solo la naturaleza de hombre mortal, sino también la voluntad del Padre de todos que está en el del Paraíso. Y además podía emprender este otorgamiento único no solo con la garantía de que Emmanuel ejercería la autoridad plena del Padre del Paraíso en la administración de su universo durante su ausencia en Urantia, sino también con la tranquilidad de que los Ancianos de los Días del superuniverso garantizarían la seguridad de su creación durante todo el periodo de otorgamiento.
120:0.9 (1325.2) Y así llegó el momento trascendental en que Emmanuel presentó el cometido del séptimo otorgamiento. He sido autorizado a transmitir los siguientes extractos de la instrucción previa al otorgamiento impartida por Emmanuel al regidor del universo que estaba a punto de convertirse en Jesús de Nazaret (Cristo Miguel) en Urantia.
120:1.1 (1325.3) «Hermano Creador, estoy a punto de presenciar tu otorgamiento séptimo y final en el universo. Has ejecutado tus seis misiones anteriores con toda fidelidad y perfección, y no albergo la menor duda de que triunfarás igualmente en este otorgamiento terminal hacia la soberanía. Has aparecido hasta ahora en tus esferas de otorgamiento como un ser plenamente desarrollado del colectivo que habías escogido, pero estás a punto de aparecer en Urantia, el planeta perturbado y confuso elegido por ti, no como un mortal plenamente desarrollado sino como un niño indefenso. Esta, compañero, será para ti una experiencia nueva y no probada. Estás a punto de pagar el precio completo del otorgamiento y de experimentar el esclarecimiento pleno de la encarnación de un Creador a imagen y semejanza de una criatura.
120:1.2 (1325.4) «En cada uno de tus otorgamientos anteriores optaste voluntariamente por someterte a la voluntad de las tres Deidades del Paraíso y de sus interasociaciones divinas. De las siete fases de la voluntad del Supremo, has estado sometido a todas en tus otorgamientos previos salvo a la voluntad personal de tu Padre del Paraíso. Ahora que has elegido estar enteramente sujeto a la voluntad de tu Padre durante tu séptimo otorgamiento, yo, como representante personal de nuestro Padre, asumo la jurisdicción incondicional de tu universo durante el tiempo de tu encarnación.
120:1.3 (1325.5) «Al emprender el otorgamiento en Urantia te has despojado voluntariamente de todo apoyo extraplanetario y de toda ayuda especial procedente de cualquier criatura de tu propia creación. Igual que tus hijos creados de Nebadon dependen por completo de ti para conducirse con seguridad a lo largo de su carrera en el universo, ahora dependerás tú por completo y sin reservas de tu Padre del Paraíso para conducirte con seguridad a través de las vicisitudes no reveladas de tu próxima carrera como mortal. Y cuando hayas finalizado esta experiencia de otorgamiento, conocerás en toda su verdad el significado pleno y el inmenso valor de esa confianza fruto de la fe que exiges necesariamente a tus criaturas para poder relacionarse íntimamente contigo como Creador y Padre de su universo local.
120:1.4 (1326.1) «Durante todo tu otorgamiento en Urantia solo tienes que dedicarte a una cosa: mantener una comunión ininterrumpida con tu Padre del Paraíso. Mediante la perfección de esa relación, el mundo en el que te otorgas, e incluso todo el universo que has creado, podrá contemplar una revelación nueva y más comprensible de tu Padre y mi Padre, el Padre Universal de todos. Por lo tanto, tu única ocupación en Urantia debe ser tu vida personal. Yo me encargaré plena y eficazmente de la seguridad y la administración continua de tu universo desde el momento de tu renuncia voluntaria a la autoridad hasta que vuelvas a nosotros como Soberano del Universo confirmado por el Paraíso. Entonces recibirás de mis manos, no la autoridad de lugarteniente que ahora me entregas, sino el supremo poder y jurisdicción sobre tu universo.
120:1.5 (1326.2) «Y para que puedas saber con seguridad que estoy investido del poder de hacer todo lo que te estoy prometiendo (sabiendo muy bien que represento la garantía de todo el Paraíso de que se ha de cumplir fielmente mi palabra), te anuncio que me acaban de comunicar que los Ancianos de los Días de Uversa han emitido un mandato que protegerá a Nebadon de todo peligro espiritual durante todo el periodo de tu otorgamiento voluntario. Desde el momento en que entregues la consciencia al empezar tu encarnación como mortal, hasta que vuelvas a nosotros como soberano supremo e incondicional de este universo creado y organizado por ti, nada grave puede ocurrir en todo Nebadon. En este ínterin de tu encarnación, tengo órdenes de los Ancianos de los Días que autorizan sin reservas la extinción instantánea y automática de cualquier ser culpable de rebelión o que se atreva a instigar una insurrección en el universo de Nebadon mientras estés ausente en este otorgamiento. Hermano, en vista de la autoridad del Paraíso inherente a mi presencia y aumentada por la autorización judicial de Uversa, tu universo y todas sus criaturas leales estarán seguros durante tu otorgamiento. Puedes proceder a tu misión con un solo pensamiento: aumentar la revelación de nuestro Padre a los seres inteligentes de tu universo.
120:1.6 (1326.3) «Como en cada uno de tus anteriores otorgamientos, quisiera recordarte que recibo la jurisdicción de tu universo en calidad de hermano fideicomisario. Ejerzo toda la autoridad y manejo todo el poder en tu nombre. Actúo como lo haría nuestro Padre del Paraíso y conforme a tu petición explícita de que obre así en tu lugar. Por esta razón, toda esta autoridad delegada volverá a ser tuya y podrás ejercerla en cualquier momento que estimes oportuno solicitar su devolución. Tu otorgamiento es enteramente voluntario en toda su duración. Como mortal encarnado del mundo no tendrás dotes celestiales, pero podrás recuperar todo el poder al que has renunciado en el momento mismo en que decidas volver a investirte de la autoridad del universo. Si tomaras la decisión de recuperar tu poder y tu autoridad, recuerda que lo harías por razones exclusivamente personales, puesto que yo soy el aval vivo y supremo cuya presencia y cuya promesa garantizan la administración segura de tu universo conforme a la voluntad de tu Padre. Durante tu ausencia de Salvington para este otorgamiento no puede producirse ninguna rebelión como las tres que han ocurrido ya en Nebadon, pues los Ancianos de los Días han decretado que toda rebelión que surja en Nebadon durante el periodo de tu otorgamiento en Urantia contendrá la semilla automática de su propia aniquilación.
120:1.7 (1326.4) «Mientras estés ausente en este otorgamiento final y extraordinario, me comprometo (con la cooperación de Gabriel) a administrar fielmente tu universo, y al encargarte que emprendas este ministerio de revelación divina y que te sometas a esta experiencia de comprensión humana perfeccionada, actúo en nombre de mi Padre y tu Padre. A continuación te ofrezco unos consejos para guiarte en tu vida en la tierra a medida que te vayas haciendo cada vez más consciente de la misión divina de tu estancia prolongada en la carne.
120:2.1 (1327.1) «1. Según los usos y conforme a la técnica de Sonarington —conforme a los mandatos del Hijo Eterno del Paraíso— he dispuesto lo necesario en todos los aspectos para que puedas emprender inmediatamente este otorgamiento como mortal de acuerdo con los planes formulados por ti y puestos bajo mi cuidado por Gabriel. Crecerás en Urantia como un niño del mundo y completarás tu educación humana sujeto en todo momento a la voluntad de tu Padre del Paraíso. Vivirás tu vida en Urantia tal como tú lo has establecido, terminarás tu estancia planetaria y prepararás la ascensión hasta tu Padre para recibir de él la soberanía suprema de tu universo.
120:2.2 (1327.2) «2. Aparte de tu misión en la tierra y de tu revelación al universo, y subordinada a ambas, te aconsejo que asumas, cuando seas suficientemente consciente de tu propia identidad divina, la tarea adicional de poner fin oficialmente a la rebelión de Lucifer en el sistema de Satania, y que lo hagas como Hijo del Hombre. En tu calidad de criatura mortal del mundo que en su debilidad se ha hecho poderosa al someterse por la fe a la voluntad de su Padre, te sugiero que consigas de manera amable todo lo que te has negado una y otra vez a ejecutar arbitrariamente mediante el poder y la fuerza que poseías cuando se inició esta rebelión pecaminosa e injustificada. Considero que sería una excelente culminación de tu otorgamiento como mortal que volvieras a nosotros como Hijo del Hombre y Príncipe Planetario de Urantia, además de Hijo de Dios y soberano supremo de tu universo. Como hombre mortal, el tipo más bajo de criatura inteligente de Nebadon, afronta y juzga las pretensiones blasfemas de Caligastia y Lucifer y, en el humilde estado que has asumido, da fin para siempre a las vergonzosas tergiversaciones de estos hijos de la luz caídos. Ya que te has negado rotundamente a desautorizar a estos rebeldes a través del ejercicio de tus prerrogativas de creador, sería adecuado que ahora, bajo la imagen y semejanza de las criaturas más bajas de tu creación, arrebataras su dominio a estos Hijos caídos. Y así todo tu universo local reconocerá claramente para siempre y con total equidad la justicia de haber hecho durante tu actuación en carne mortal las cosas que la misericordia te aconsejaba no hacer mediante el poder de una autoridad arbitraria. Y al haber establecido mediante tu otorgamiento la posibilidad de la soberanía del Supremo en Nebadon, habrás cerrado de hecho todos los asuntos pendientes de juicio de todas las insurrecciones anteriores, sea cual fuere el lapso de tiempo necesario para su conclusión efectiva. Mediante este acto, las disensiones pendientes de tu universo quedarán liquidadas en lo esencial, y cuando recibas posteriormente la soberanía suprema sobre tu universo, estos desafíos a tu autoridad no podrán volver a ocurrir jamás en ninguna parte de tu gran creación personal.
120:2.3 (1327.3) «3. Cuando hayas logrado poner fin a la secesión en Urantia —y lo lograrás sin lugar a dudas— te aconsejo que aceptes que Gabriel te confiera el título de Príncipe Planetario de Urantia como reconocimiento eterno de tu universo a tu experiencia final de otorgamiento. Te aconsejo además que tomes todas las medidas que sean compatibles con el sentido de tu otorgamiento para reparar el pesar y la confusión causados en Urantia por la traición de Caligastia y la falta adánica posterior.
120:2.4 (1328.1) «4. Atendiendo a tu petición, Gabriel y todos los interesados cooperarán contigo en tu deseo expreso de concluir tu otorgamiento en Urantia con la declaración de un juicio dispensacional del mundo acompañado por la terminación de una edad, la resurrección de los mortales supervivientes dormidos y la dispensación del otorgamiento del Espíritu de la Verdad.
120:2.5 (1328.2) «5. En cuanto al planeta de tu otorgamiento y a la generación de hombres contemporánea con tu estancia como mortal, te aconsejo que desempeñes principalmente el papel de maestro. Ocúpate primero de inspirar y liberar la naturaleza espiritual del hombre. Después ilumina el oscurecido intelecto humano, cura las almas de los hombres y emancipa sus mentes de los miedos ancestrales. Y atiende por último, según tu sabiduría de mortal, al bienestar físico y a la comodidad material de tus hermanos en la carne. Vive la vida religiosa ideal para inspiración y edificación de todo tu universo.
120:2.6 (1328.3) «6. En el planeta de tu otorgamiento libera espiritualmente al hombre marginado por la rebelión. En Urantia haz una nueva contribución a la soberanía del Supremo y extiende así el establecimiento de esta soberanía por los amplios dominios de tu creación personal. En tu otorgamiento material a imagen y semejanza de la carne estás a punto de experimentar el esclarecimiento final de un Creador del espacio-tiempo, la experiencia dual de trabajar dentro de la naturaleza del hombre con la voluntad de tu Padre del Paraíso. La voluntad de la criatura finita y la voluntad del Creador infinito van a hacerse como una en tu vida temporal, igual que se están uniendo en la Deidad evolutiva del Ser Supremo. Derrama sobre el planeta de tu otorgamiento el Espíritu de la Verdad para hacer que todos los mortales normales de esa esfera aislada puedan acceder de forma plena e inmediata al ministerio de la presencia segregada de nuestro Padre del Paraíso, los Ajustadores del Pensamiento de los mundos.
120:2.7 (1328.4) «7. En todo lo que hagas en el mundo de tu otorgamiento, ten siempre presente que estás viviendo una vida para la instrucción y edificación de todo tu universo. Otorgas a Urantia una vida de encarnación mortal, pero has de vivir esa vida para inspirar espiritualmente a todas las inteligencias humanas y sobrehumanas que han vivido, viven o pueden vivir en todos los mundos habitados que han formado, forman o pueden formar parte de la vasta galaxia que es tu dominio administrativo. Tu vida terrestre a imagen y semejanza de carne mortal no ha de ser un ejemplo para tus contemporáneos mortales de Urantia ni para ninguna generación posterior de seres humanos de Urantia o de cualquier otro mundo. Tu vida encarnada en Urantia debe ser más bien una inspiración para todas las vidas de todos los mundos de Nebadon durante todas las generaciones de las edades por venir.
120:2.8 (1328.5) «8. La gran misión que has de realizar y experimentar en tu encarnación como mortal está contenida en tu decisión de vivir una vida consagrada de todo corazón a hacer la voluntad de tu Padre del Paraíso y así revelar a Dios, tu Padre, en la carne y especialmente a las criaturas de carne. Al mismo tiempo interpretarás de forma nueva y superior a nuestro Padre para los seres supramortales de todo Nebadon. En paralelo a este ministerio de una nueva revelación y una interpretación aumentada del Padre del Paraíso para las mentes de tipo humano y sobrehumano, tu actuación suscitará una nueva revelación del hombre a Dios. En tu corta vida en la carne manifestarás de forma desconocida hasta ahora en Nebadon las posibilidades trascendentes que un humano conocedor de Dios puede alcanzar durante la corta carrera de la existencia mortal, y harás una interpretación nueva y esclarecedora del hombre y de las vicisitudes de su vida planetaria para todas las inteligencias sobrehumanas de Nebadon y para todos los tiempos. Vas a bajar a Urantia a imagen y semejanza de carne mortal, y al vivir como un hombre de tu tiempo y generación mostrarás con tu comportamiento a todo tu universo el ideal de la ejecución perfeccionada del compromiso supremo con los asuntos de tu vasta creación: el éxito de Dios que busca al hombre y lo encuentra y el fenómeno del hombre que busca a Dios y lo encuentra. Harás todo esto para su satisfacción mutua y lo harás durante una corta vida en la carne.
120:2.9 (1329.1) «9. Te recomiendo que tengas siempre presente que, aunque te vas a convertir de hecho en un humano común y corriente del mundo, seguirás siendo en potencial un Hijo Creador del Padre del Paraíso. Durante toda esta encarnación vivirás y actuarás como Hijo del Hombre, pero los atributos creativos de tu divinidad personal irán contigo de Salvington a Urantia. Tu voluntad podrá poner fin a la encarnación en cualquier momento posterior a la llegada de tu Ajustador del Pensamiento. Antes de la llegada y de la recepción del Ajustador yo responderé de la integridad de tu personalidad, pero después de la llegada de tu Ajustador, y a medida que vayas reconociendo la naturaleza y la importancia de tu misión de otorgamiento, deberás abstenerte de toda voluntariedad sobrehumana de logro, consecución o poder, dado que tus prerrogativas como creador permanecerán vinculadas a tu personalidad de mortal al ser inseparables de tu presencia personal. De hecho, no habrá ninguna intervención sobrehumana en tu carrera terrenal aparte de la voluntad del Padre del Paraíso, a no ser que por un acto de tu voluntad consciente y deliberada tomes una decisión indivisa que conduzca a una elección de tu personalidad completa.
120:3.1 (1329.2) «Y ahora, hermano, al despedirme de ti cuando te preparas para salir hacia Urantia y después de haberte aconsejado sobre la conducta general de tu otorgamiento, permíteme que te presente ciertos consejos, formulados de común acuerdo con Gabriel, para otros aspectos menores de tu vida como mortal.
120:3.2 (1329.3) «1. En la búsqueda de tu ideal de vida como mortal en la tierra, procura hacer y poner como ejemplo algunas cosas prácticas que tengan utilidad inmediata para tus compañeros humanos.
120:3.3 (1329.4) «2. En cuanto a las relaciones familiares, da preferencia a las costumbres aceptadas de la vida de familia tal como las encuentres establecidas en la época y generación de tu otorgamiento. Vive tu vida de familia y de comunidad en consonancia con las prácticas del pueblo en el que has elegido aparecer.
120:3.4 (1329.5) «3. En tus relaciones con el orden social te aconsejamos que limites tus esfuerzos ante todo a la regeneración espiritual y a la emancipación intelectual. Evita todo enredo con la estructura económica y los compromisos políticos de tu tiempo. Entrégate especialmente a vivir la vida religiosa ideal en Urantia.
120:3.5 (1329.6) «4. Bajo ninguna circunstancia y ni en el más mínimo detalle deberás interferir en la evolución normal, ordenada y progresiva de las razas de Urantia. Pero esta prohibición no conlleva ninguna limitación en tus esfuerzos por dejar tras de ti en Urantia un sistema mejorado y duradero de ética religiosa auténtica. Como Hijo dispensacional posees ciertos privilegios relacionados con el avance del estatus espiritual y religioso de los pueblos del mundo.
120:3.6 (1330.1) «5. Si lo consideras conveniente puedes identificarte con movimientos religiosos y espirituales existentes en Urantia, pero intenta evitar por todos los medios el establecimiento formal de un culto organizado, de una religión cristalizada o de un agrupamiento ético segregado de seres humanos. Tu vida y tus enseñanzas han de convertirse en patrimonio común de todas las religiones y todos los pueblos.
120:3.7 (1330.2) «6. Para no contribuir innecesariamente a crear en Urantia sistemas posteriores de creencias religiosas estereotipadas o lealtades religiosas no progresivas de cualquier tipo, te aconsejamos además que no dejes nada escrito en el planeta. Abstente de toda escritura en materiales permanentes y recomienda a tus compañeros que no hagan imágenes u otros retratos de tu aspecto físico. Asegúrate de que no quede nada potencialmente idólatra en el planeta a la hora de marcharte.
120:3.8 (1330.3) «7. Aunque vivirás la vida social común y corriente del planeta y serás un individuo normal del sexo masculino, no mantendrás probablemente relaciones matrimoniales, relaciones por otra parte perfectamente honorables y compatibles con tu otorgamiento. Debo recordarte que uno de los mandatos de Sonarington relativos a la encarnación prohíbe a un Hijo de otorgamiento originario del Paraíso dejar descendencia humana en ningún planeta.
120:3.9 (1330.4) «8. En todos los demás detalles de tu próximo otorgamiento te encomendamos a la dirección de tu Ajustador interior, a las enseñanzas del espíritu divino que guía siempre a los hombres y al juicio de la razón de la mente humana en vías de expansión que recibirás por herencia. Esta asociación de atributos de criatura y de Creador te capacitará para vivir lo que nosotros consideramos la vida perfecta del hombre de las esferas planetarias. Esa vida no será necesariamente perfecta para el punto de vista de un hombre cualquiera, de una generación cualquiera y de un mundo cualquiera (y mucho menos de Urantia), pero será evaluada en toda su plenitud suprema en los mundos más perfeccionados y en vías de perfeccionamiento de tu extenso universo.
120:3.10 (1330.5) «Y ahora, que tu Padre y mi Padre que siempre nos ha sostenido en todas las actuaciones pasadas te guíe y te sostenga y esté contigo desde el momento en que nos dejes y entregues la consciencia de tu personalidad, durante tu retorno gradual al reconocimiento de tu identidad divina encarnada en forma humana y luego a través de toda tu experiencia de otorgamiento en Urantia hasta tu liberación de la carne y tu ascensión a la diestra de la soberanía de nuestro Padre. Cuando te vuelva a ver en Salvington celebraremos tu vuelta a nosotros como soberano supremo e incondicional de este universo creado por ti al que has servido y comprendido de la forma más completa.
120:3.11 (1330.6) «Reino ahora en tu lugar. Asumo la jurisdicción de todo Nebadon como soberano en funciones durante el ínterin de tu séptimo otorgamiento como mortal en Urantia. Y a ti, Gabriel, te confío la salvaguardia del que está a punto de ser el Hijo del Hombre hasta que vuelva pronto a mí en poder y gloria como Hijo del Hombre e Hijo de Dios. Gabriel, ahora soy yo tu soberano hasta el retorno de Miguel».
* * *
120:3.12 (1330.7) Acto seguido, en presencia de todo Salvington reunido, Miguel se retiró de entre nosotros y no volvimos a verlo en su lugar acostumbrado hasta su regreso como regidor supremo y personal del universo tras completar su carrera de otorgamiento en Urantia.
120:4.1 (1331.1) Y así, ciertos hijos indignos de Miguel, que habían acusado a su padre Creador de buscar egoístamente la soberanía y se habían permitido insinuar que el Hijo Creador se mantenía en el poder de manera arbitraria y autocrática gracias a la lealtad irracional de las criaturas serviles de un universo engañado, iban a quedar silenciados para siempre, despechados y desautorizados por la vida de servicio en olvido de sí mismo que el Hijo de Dios iniciaba ahora como Hijo del Hombre sometido en todo momento a «la voluntad del Padre del Paraíso».
120:4.2 (1331.2) Pero no os equivoquéis, Cristo Miguel era verdaderamente un ser de origen dual pero no era una personalidad doble. No era Dios asociado con el hombre sino Dios encarnado en el hombre. Y fue siempre este mismo ser combinado. El único factor progresivo que hubo en esta relación incomprensible fue el reconocimiento y el entendimiento autoconsciente y progresivo (por parte de su mente humana) del hecho de ser Dios y hombre.
120:4.3 (1331.3) Cristo Miguel no se convirtió progresivamente en Dios. Dios no se convirtió en hombre en algún momento decisivo de la vida terrenal de Jesús. Jesús fue Dios y hombre siempre y por siempre jamás. Y este Dios y este hombre fueron, y son ahora, uno solo igual que la Trinidad del Paraíso de tres seres es en realidad una sola Deidad.
120:4.4 (1331.4) No perdáis nunca de vista el hecho de que el propósito espiritual supremo del otorgamiento de Miguel fue realzar la revelación de Dios.
120:4.5 (1331.5) Los mortales de Urantia tienen conceptos variables de lo milagroso, pero para nosotros que vivimos como ciudadanos del universo local hay pocos milagros. Entre estos milagros, los otorgamientos de encarnación de los Hijos del Paraíso son, de lejos, los más misteriosos. La aparición de un Hijo divino en vuestro mundo mediante procesos aparentemente naturales nosotros lo consideramos como un milagro, es decir, la actuación de las leyes universales más allá de nuestra comprensión. Jesús de Nazaret fue una persona milagrosa.
120:4.6 (1331.6) En y durante toda esta experiencia extraordinaria, Dios Padre eligió manifestarse como lo hace siempre —de la manera habitual— de la manera normal, natural y digna de confianza de la actuación divina.
El libro de Urantia
Documento 121
121:0.1 (1332.1) SOY EL intermedio secundario adscrito en otro tiempo al apóstol Andrés y actúo bajo la supervisión de una comisión de doce miembros de la Hermandad Unida de Intermedios de Urantia patrocinada conjuntamente por el presidente de nuestro orden y el Melquisedec oficialmente asignado. He sido autorizado a poner por escrito la narración de los sucesos de la vida de Jesús de Nazaret tal como fueron observados por mi orden de criaturas del planeta y tal como fueron recogidos parcialmente más tarde por el sujeto humano que estaba bajo mi custodia temporal. Sabiendo lo escrupulosamente que su Maestro había evitado dejar tras de sí testimonios escritos, Andrés se negó a multiplicar las copias de su narración escrita. Una actitud semejante por parte de los demás apóstoles de Jesús retrasó considerablemente la escritura de los Evangelios.
121:1.1 (1332.2) Jesús no vino a este mundo en una época de decadencia espiritual. Nació cuando Urantia experimentaba un renacimiento del pensamiento espiritual y del vivir religioso desconocido desde los tiempos de Adán y que no ha vuelto a repetirse desde entonces. Cuando Miguel se encarnó en Urantia, el mundo presentaba las condiciones más favorables para el otorgamiento del Hijo Creador que se hayan dado nunca antes ni alcanzado después. En los siglos inmediatamente anteriores a estos tiempos, la cultura y la lengua griega se habían extendido por Occidente y el próximo Oriente. Los judíos, al ser una raza levantina de naturaleza en parte occidental y en parte oriental, estaban especialmente capacitados para utilizar este marco cultural y lingüístico a la hora de difundir eficazmente una nueva religión tanto por el este como por el oeste. El carácter tolerante del dominio político de los romanos en el mundo mediterráneo se sumaba a estas circunstancias tan favorables.
121:1.2 (1332.3) Esta combinación de influencias mundiales queda perfectamente ilustrada en las actividades de Pablo, un hebreo entre los hebreos por su cultura religiosa que proclamó el evangelio de un mesías judío en lengua griega y era al mismo tiempo ciudadano romano.
121:1.3 (1332.4) Ni antes ni después de aquellos días se ha visto en Occidente nada comparable a la civilización de los tiempos de Jesús. La civilización europea estaba unificada y coordinada bajo una triple influencia extraordinaria:
121:1.4 (1332.5) 1. El sistema político y social romano.
121:1.5 (1332.6) 2. La lengua y la cultura griega, y, hasta cierto punto, su filosofía.
121:1.6 (1332.7) 3. La rápida expansión de la influencia de las enseñanzas religiosas y morales de los judíos.
121:1.7 (1332.8) Cuando nació Jesús todo el mundo mediterráneo era un imperio unificado. Por primera vez en la historia del mundo había buenas calzadas que conectaban muchos de los centros principales. Los mares, limpios de piratas, presenciaban el rápido desarrollo de una gran era de comercio y viajes. Europa no volvería a conocer un periodo semejante de viajes y comercio hasta el siglo diecinueve después de Cristo.
121:1.8 (1333.1) A pesar de la paz interna y la prosperidad superficial del mundo grecorromano, la mayor parte de los habitantes del Imperio languidecían en la pobreza y la miseria. Había unos pocos ricos de clase alta, pero la mayoría de la humanidad constituía una clase baja miserable y empobrecida. No existía en aquel tiempo una clase media próspera y feliz; esta clase media empezaba a nacer entonces en la sociedad romana.
121:1.9 (1333.2) Las primeras luchas entre partos y romanos por expandir sus Estados acababan de finalizar, y Siria había quedado en manos de los romanos. En tiempos de Jesús, Palestina y Siria disfrutaban de un periodo de prosperidad, paz relativa y amplias relaciones comerciales con las regiones tanto del este como del oeste.
121:2.1 (1333.3) Los judíos formaban parte de la antigua raza semita, que incluía también a los babilonios, los fenicios y a los enemigos más recientes de Roma, los cartagineses. Durante la primera parte del siglo primero después de Cristo, los judíos eran el colectivo semita más influyente y ocupaban además una posición geográfica particularmente estratégica en el mundo tal como estaba regido y organizado para el comercio en aquel tiempo.
121:2.2 (1333.4) Muchas de las grandes calzadas que unían las naciones de la antigüedad pasaban por Palestina, que se convirtió así en el lugar de reunión, o cruce de caminos, de tres continentes. Los viajeros, los comerciantes y los ejércitos de Babilonia, Asiria, Egipto, Siria, Grecia, Partia y Roma atravesaron Palestina sucesivamente. Desde tiempo inmemorial muchas rutas de caravanas de Oriente pasaban por alguna parte de esta región hacia los pocos puertos buenos que había en el extremo oriental del Mediterráneo, desde donde los barcos transportaban sus cargamentos a todo el Occidente marítimo. Más de la mitad de este tráfico de caravanas pasaba por la pequeña población galilea de Nazaret o sus alrededores.
121:2.3 (1333.5) Aunque Palestina era la sede de la cultura religiosa judía y el lugar de nacimiento del cristianismo, los judíos estaban extendidos por el mundo. Residían en muchas naciones y comerciaban en todas las provincias de los Estados romano y parto.
121:2.4 (1333.6) Grecia proporcionó una lengua y una cultura, Roma construyó los caminos y unificó un imperio, pero la dispersión de los judíos, con sus más de doscientas sinagogas y sus comunidades religiosas bien organizadas repartidas por todo el mundo romano, proporcionó los centros culturales donde encontró su recibimiento inicial el nuevo evangelio del reino de los cielos y desde donde se difundiría más tarde hasta las regiones más remotas del mundo.
121:2.5 (1333.7) Cada sinagoga judía toleraba un número marginal de creyentes gentiles, hombres «devotos» o «temerosos de Dios», y fue dentro de este colectivo marginal de prosélitos donde Pablo logró la mayoría de sus primeras conversiones al cristianismo. Incluso el templo de Jerusalén poseía un ornamentado patio de los gentiles. Había una relación muy estrecha de cultura, comercio y culto entre Jerusalén y Antioquía, y en Antioquía los discípulos de Pablo fueron llamados «cristianos» por primera vez.
121:2.6 (1333.8) El hecho de que todo el culto judío de templo estuviera centralizado en Jerusalén fue el secreto de la supervivencia de su monoteísmo y constituyó la promesa de promover y enviar al mundo un concepto nuevo y ampliado de ese Dios único de todas las naciones y Padre de todos los mortales. El servicio del templo en Jerusalén representaba la supervivencia de un concepto cultural religioso ante el desmoronamiento de una sucesión de caciques nacionales gentiles y perseguidores raciales.
121:2.7 (1334.1) Aunque en esa época el pueblo judío estaba sometido a Roma, gozaba de un grado considerable de autogobierno y, al recordar las recientes y heroicas hazañas de liberación llevadas a cabo por Judas Macabeo y sus sucesores directos, vibraba con la expectativa inmediata de un libertador aún más grande, el Mesías esperado durante tanto tiempo.
121:2.8 (1334.2) El secreto de la supervivencia de Palestina, el reino de los judíos, como Estado semiindependiente estaba ligado a la política exterior del gobierno romano dirigida a conservar el control tanto de la calzada palestina que unía Siria con Egipto como de las estaciones terminales occidentales de las rutas de caravanas entre oriente y occidente. Roma quería impedir que surgiera en el Levante ninguna potencia que pudiera poner trabas a su futura expansión en estas regiones. La política de intrigas que tenía por objeto enfrentar a la Siria seléucida y con el Egipto de los Tolomeos necesitaba promocionar a Palestina como Estado separado e independiente. La política romana, la degeneración de Egipto y el debilitamiento progresivo de los seléucidas ante el creciente empuje de Partia explican que un pequeño grupo de judíos sin poder fuera capaz de mantener su independencia durante varias generaciones tanto frente a los seléucidas del norte como frente a los Tolomeos del sur. Los judíos atribuían esta libertad y esta independencia tan fortuitas frente al dominio político de los pueblos más poderosos que los rodeaban al hecho de ser «el pueblo elegido», a la intervención directa de Yahvé. Esta actitud de superioridad racial hizo que les resultara mucho más insoportable el dominio romano cuando este se impuso finalmente sobre su tierra. Pero incluso en esa triste hora, los judíos se negaron a darse por enterados de que su misión en el mundo no era política sino espiritual.
121:2.9 (1334.3) En tiempos de Jesús los judíos eran especialmente recelosos y desconfiados porque estaban regidos por un extranjero, Herodes el idumeo, que se había congraciado hábilmente con los dirigentes romanos para hacerse con el dominio supremo de Judea. Aunque Herodes profesaba lealtad a las observancias del ceremonial hebreo, procedió a construir templos para muchos dioses extraños.
121:2.10 (1334.4) Las relaciones amistosas de Herodes con los dirigentes romanos hacían del mundo un lugar seguro para los viajes de los judíos. Esto favoreció la creciente penetración de los judíos con el nuevo evangelio del reino de los cielos hasta las regiones más remotas del Imperio romano y de las naciones extranjeras aliadas de Roma. El reinado de Herodes contribuyó también a una mayor fusión de las filosofías hebrea y helénica.
121:2.11 (1334.5) Herodes construyó el puerto de Cesarea y afianzó así la situación de Palestina como cruce de caminos del mundo civilizado. Murió en el año 4 a. C. Su hijo Herodes Antipas gobernó Galilea y Perea durante la juventud y el ministerio de Jesús hasta el año 39 d. C. Al igual que su padre, Antipas fue un gran constructor; reconstruyó muchas de las ciudades de Galilea, incluyendo el importante centro de comercio de Séforis.
121:2.12 (1334.6) Los galileos no eran muy bien vistos por los líderes religiosos y los maestros rabínicos de Jerusalén. Galilea era más gentil que judía cuando nació Jesús.
121:3.1 (1334.7) Aunque las condiciones sociales y económicas del Estado romano no fueran del orden más elevado, reinaba en él una paz interna y una prosperidad general bastante favorables para el otorgamiento de Miguel. En el siglo primero después de Cristo la sociedad del mundo mediterráneo constaba de cinco estratos bien definidos:
121:3.2 (1335.1) 1. La aristocracia. Las clases altas con dinero y poder oficial, los grupos dirigentes y privilegiados.
121:3.3 (1335.2) 2. Los grupos de negocios. Los príncipes mercaderes y los banqueros, los comerciantes —los grandes importadores y exportadores— los mercaderes internacionales.
121:3.4 (1335.3) 3. La pequeña clase media. Este grupo pequeño pero muy influyente constituyó la columna vertebral moral de la primera Iglesia cristiana, que animaba a estas personas a seguir ejerciendo sus diversos oficios y negocios. Entre los judíos, muchos de los fariseos eran comerciantes de este tipo.
121:3.5 (1335.4) 4. El proletariado libre. Este colectivo tenía poco o ningún prestigio social. Aunque orgullosos de su libertad, estaban en clara desventaja al tener que competir con la mano de obra esclava. Las clases altas los desdeñaban y consideraban inútiles salvo para «fines reproductivos».
121:3.6 (1335.5) 5. Los esclavos. La mitad de la población del Estado romano era esclava. Muchos eran individuos superiores que se abrían camino rápidamente y ascendían hasta el proletariado libre e incluso la clase comerciante. La mayoría era mediocre o muy inferior.
121:3.7 (1335.6) Una característica de las conquistas militares romanas era esclavizar a los vencidos, aunque fueran pueblos superiores. El poder del amo sobre su esclavo era ilimitado. La primera Iglesia cristiana estaba compuesta en gran parte por las clases bajas y estos esclavos.
121:3.8 (1335.7) Los esclavos superiores a menudo recibían salarios que podían ahorrar para comprar su libertad. Muchos de estos esclavos emancipados llegaron a ascender a posiciones importantes en el Estado, en la Iglesia y en el mundo de los negocios. Fue precisamente esta posibilidad de promoción lo que hizo a la primera Iglesia cristiana tan tolerante con esta forma modificada de esclavitud.
121:3.9 (1335.8) No había ningún problema social generalizado en el Imperio romano del siglo primero después de Cristo. La mayor parte de la población consideraba que pertenecía al grupo donde le había tocado nacer. Había siempre una puerta abierta por la que los individuos con talento y aptitud podían ascender desde los estratos más bajos a los más altos de la sociedad romana, pero la gente solía contentarse con su posición social. No tenían conciencia de clase ni tampoco consideraban que las distinciones de clase fueran algo malo o injusto. El cristianismo no fue en ningún sentido un movimiento económico orientado a paliar la miseria de las clases deprimidas.
121:3.10 (1335.9) Es cierto que la mujer tenía más libertad en el resto del Imperio romano que en su restringida posición en Palestina, en cambio la entrega a la familia y el afecto natural de los judíos eran muy superiores a los de los gentiles.
121:4.1 (1335.10) Los gentiles eran algo inferiores a los judíos desde el punto de vista moral, pero en el corazón de los gentiles más nobles existía un amplio terreno de bondad natural y afecto humano potencial donde podía germinar la semilla del cristianismo y producir una abundante cosecha de carácter moral y logro espiritual. El mundo de los gentiles estaba dominado en ese momento por cuatro grandes filosofías derivadas en mayor o menor medida del primer platonismo de los griegos. Estas escuelas de filosofía eran las siguientes:
121:4.2 (1335.11) 1. La escuela epicúrea. Esta escuela de pensamiento estaba dedicada a la búsqueda de la felicidad. Los mejores epicúreos no eran dados a los excesos sensuales. Esta doctrina contribuyó, al menos, a liberar a los romanos de una forma más funesta de fatalismo al enseñar que los hombres podían hacer algo para mejorar su estatus terrestre. Combatió eficazmente la superstición nacida de la ignorancia.
121:4.3 (1336.1) 2. La escuela estoica. El estoicismo era la filosofía superior de las clases mejores. Los estoicos creían que un Destino-Razón controlador dominaba toda la naturaleza. Enseñaban que el alma del hombre era divina y estaba encarcelada en un cuerpo vil de naturaleza física. El alma del hombre conseguía la libertad viviendo en armonía con la naturaleza, con Dios, y así la virtud se convertía en su propia recompensa. El estoicismo ascendió hasta una moralidad sublime y unos ideales no superados desde entonces por ningún sistema filosófico puramente humano. Aunque los estoicos se preciaban de ser «progenie de Dios», no consiguieron conocerlo y por eso no pudieron encontrarlo. El estoicismo siguió siendo filosofía y no llegó a convertirse en religión. Sus seguidores buscaban poner su mente en sintonía con la armonía de la Mente Universal, pero nunca se vieron a sí mismos como hijos de un Padre amoroso. Pablo mostró su gran afinidad con el estoicismo cuando escribió: «He aprendido a sentirme conforme sea cual sea mi situación».
121:4.4 (1336.2) 3. La escuela cínica. Aunque la filosofía de los cínicos se remontaba a Diógenes de Atenas, gran parte de su doctrina provenía de los restos de las enseñanzas de Maquiventa Melquisedec. El cinismo había sido anteriormente más una religión que una filosofía. Al menos, los cínicos hicieron democrática su filosofía religiosa. Predicaban continuamente en los campos y en los mercados su doctrina de que «el hombre podía salvarse si quería». Predicaban la sencillez y la virtud, y encarecían a los hombres a afrontar la muerte sin temor. Estos predicadores cínicos ambulantes contribuyeron mucho a preparar al pueblo espiritualmente hambriento para los misioneros cristianos posteriores. Su método de predicar al pueblo se parecía mucho en estructura y estilo al de las Epístolas de Pablo.
121:4.5 (1336.3) 4. La escuela escéptica. El escepticismo afirmaba que el conocimiento era falaz, y que el convencimento y la seguridad eran imposibles. Era una actitud puramente negativa que nunca tuvo gran aceptación.
121:4.6 (1336.4) Estas filosofías eran semirreligiosas y a menudo vigorizantes, éticas y ennoblecedoras, pero solían estar fuera del alcance de la gente común. Con la posible excepción del cinismo, eran filosofías para los fuertes y los sabios, no religiones de salvación destinadas también a los pobres y a los débiles.
121:5.1 (1336.5) Durante todas las edades anteriores, la religión había sido básicamente una cuestión tribal o nacional que tenía muy poco que ver con los individuos. Los dioses eran tribales o nacionales, no personales. Este tipo de sistema religioso no podía satisfacer los anhelos espirituales individuales de una persona media.
121:5.2 (1336.6) En tiempos de Jesús las religiones de Occidente comprendían:
121:5.3 (1336.7) 1. Los cultos paganos. Eran una combinación de mitología, patriotismo y tradición de origen tanto helénico como latino.
121:5.4 (1336.8) 2. La adoración al emperador. Esta deificación del hombre como símbolo del Estado suscitaba un profundo rechazo entre los judíos y los primeros cristianos, y condujo directamente a las implacables persecuciones de ambas Iglesias por parte del gobierno romano.
121:5.5 (1337.1) 3. La astrología. Esta pseudociencia de Babilonia se transformó en religión en todo el Imperio grecorromano. Incluso en el siglo veinte, el hombre no se ha librado del todo de esta creencia supersticiosa.
121:5.6 (1337.2) 4. Las religiones de misterio. Sobre un mundo tan hambriento espiritualmente se abatió una oleada de cultos de misterio, de nuevas y extrañas religiones procedentes del Levante, que seducían a la gente común prometiéndoles la salvación individual. Estas religiones se convirtieron rápidamente en la creencia aceptada por las clases bajas del mundo grecorromano y contribuyeron mucho a preparar el camino para la rápida difusión de las enseñanzas cristianas inmensamente superiores que presentaban un concepto majestuoso de la Deidad asociado a una teología fascinante para los inteligentes y a una profunda oferta de salvación para todos, incluso para el hombre corriente de entonces, ignorante pero espiritualmente hambriento.
121:5.7 (1337.3) Las religiones de misterio marcaron el final de las creencias nacionales y dieron origen a numerosos cultos personales. Los misterios eran muchos, pero todos presentaban las características siguientes:
121:5.8 (1337.4) 1. Una leyenda mítica, un misterio (de ahí su nombre). Por lo general este misterio guardaba relación con la historia de la vida, la muerte y la vuelta a la vida de algún dios. Esto queda ilustrado en las enseñanzas del mitraísmo, que fue durante un tiempo contemporáneo y competidor del creciente culto cristiano promovido por Pablo.
121:5.9 (1337.5) 2. Las religiones de misterio eran interraciales y no nacionales. Eran personales y fraternales, y dieron origen a hermandades religiosas y a numerosas sociedades sectarias.
121:5.10 (1337.6) 3. Sus servicios religiosos se caracterizaban por elaboradas ceremonias de iniciación y espectaculares sacramentos de culto. Sus ritos y rituales secretos eran a veces horribles y repugnantes.
121:5.11 (1337.7) 4. Pero fuera la que fuera la naturaleza de sus ceremonias o el grado de sus excesos, estos misterios prometían invariablemente a sus devotos la salvación, «la liberación del mal, la supervivencia después de la muerte y una vida imperecedera en los reinos de la dicha, más allá de este mundo de dolor y esclavitud».
121:5.12 (1337.8) Pero no cometáis el error de confundir las enseñanzas de Jesús con los misterios. La popularidad de los misterios pone de manifiesto que el hombre busca la supervivencia y tiene verdadera hambre y sed de religión personal y de rectitud individual. Aunque los misterios no consiguieron satisfacer adecuadamente este anhelo, prepararon el camino para la aparición posterior de Jesús, que trajo realmente a este mundo el pan de vida y el agua de vida.
121:5.13 (1337.9) En un esfuerzo por aprovechar la adhesión generalizada a las mejores religiones de misterio, Pablo hizo ciertas adaptaciones de las enseñanzas de Jesús para hacerlas más aceptables a un mayor número de posibles conversos. Pero incluso con estas concesiones, la versión paulina de las enseñanzas de Jesús (el cristianismo) era superior al mejor de los misterios en los siguientes aspectos:
121:5.14 (1337.10) 1. Pablo enseñaba una redención moral, una salvación ética. El cristianismo estaba orientado hacia una nueva vida y proclamaba un nuevo ideal. Pablo desechó los ritos mágicos y los encantamientos ceremoniales.
121:5.15 (1337.11) 2. El cristianismo presentaba una religión que no eludía las soluciones finales del problema humano, pues no solo ofrecía salvar al hombre del dolor e incluso de la muerte, sino que prometía también la liberación del pecado y la adquisición posterior de un carácter recto con cualidades de supervivencia eterna.
121:5.16 (1338.1) 3. Los misterios se habían construido sobre mitos. El cristianismo, tal como Pablo lo predicaba, estaba fundamentado en un hecho histórico: el otorgamiento de Miguel, el Hijo de Dios, a la humanidad.
121:5.17 (1338.2) Entre los gentiles la moralidad no estaba relacionada necesariamente con la filosofía ni con la religión. Fuera de Palestina la gente no siempre daba por supuesto que el sacerdote de una religión había de llevar una vida moral. La religión judía, y más tarde las enseñanzas de Jesús y la consiguiente evolución del cristianismo de Pablo fueron las primeras religiones europeas que tendieron una mano a la moralidad y la otra a la ética e insistieron en que las personas religiosas prestaran alguna atención a ambas.
121:5.18 (1338.3) Y así nació Jesús en Palestina en el seno de una generación dominada por sistemas incompletos de filosofía y confundida por cultos religiosos complejos. Y a esta misma generación dio Jesús su evangelio de religión personal: la filiación con Dios.
121:6.1 (1338.4) Hacia finales del siglo primero antes de Cristo, el pensamiento religioso de Jerusalén estaba ya enormemente influido y un tanto modificado por las enseñanzas culturales griegas e incluso por la filosofía griega. En la larga contienda entre las corrientes oriental y occidental del pensamiento hebreo, Jerusalén y el resto de Occidente, así como el Levante en general, habían adoptado el punto de vista judío occidental o helenista modificado.
121:6.2 (1338.5) En tiempos de Jesús convivían tres idiomas en Palestina: la gente común hablaba algún dialecto del arameo, los sacerdotes y los rabinos hablaban hebreo y, por lo general, las clases cultas y los estratos superiores de los judíos hablaban griego. El hecho de que las escrituras hebreas se tradujeran muy pronto al griego en Alejandría contribuyó considerablemente al predominio posterior de la rama griega de la cultura y la teología judía. Y los escritos de los maestros cristianos no tardarían en aparecer en el mismo idioma. El renacimiento del judaísmo data de la traducción al griego de las escrituras hebreas. Este fue el factor decisivo que hizo derivar más tarde el culto cristiano de Pablo hacia el oeste y no hacia el este.
121:6.3 (1338.6) Las creencias judías helenizadas estaban muy poco influidas por las enseñanzas de los epicúreos, en cambio lo estaban mucho por la filosofía de Platón y las doctrinas de abnegación de los estoicos. El gran avance del estoicismo está ilustrado en el Cuarto Libro de los Macabeos; la penetración de la filosofía platónica y de las doctrinas estoicas se refleja en la Sabiduría de Salomón. Los judíos helenizados interpretaban las escrituras hebreas de un modo tan alegórico que podían compaginar sin ninguna dificultad la teología hebrea con su venerada filosofía aristotélica. Todo esto provocó una desastrosa confusión que solo fue superada cuando Filón de Alejandría procedió a armonizar y sistematizar la filosofía griega y la teología hebrea en un sistema compacto y bastante coherente de creencias y prácticas religiosas. Esta combinación posterior de filosofía griega y teología hebrea prevalecía en Palestina cuando Jesús vivió y enseñó, y sobre este fundamento construyó Pablo su culto cristiano, más avanzado y esclarecedor.
121:6.4 (1338.7) Filón fue un gran maestro. Nadie desde Moisés había ejercido una influencia tan profunda en el pensamiento ético y religioso del mundo occidental. A la hora de combinar los mejores elementos de los sistemas contemporáneos de enseñanzas éticas y religiosas ha habido siete destacados maestros humanos: Sethard, Moisés, Zoroastro, Lao-Tse, Buda, Filón y Pablo.
121:6.5 (1339.1) En su esfuerzo por combinar la filosofía mística griega y las doctrinas estoicas romanas con la teología legalista de los hebreos, Filón cometió algunas incoherencias, la mayoría de las cuales fueron detectadas por Pablo y sabiamente eliminadas de su teología precristiana básica. Filón abrió el camino para que Pablo restableciera más plenamente el concepto de Trinidad del Paraíso que durante mucho tiempo había estado latente en la teología judía. En una sola cuestión no logró Pablo estar a la altura de Filón ni superar las enseñanzas de este rico y culto judío de Alejandría, y fue en la doctrina de la expiación. Filón enseñaba que había que liberarse de la doctrina de que el perdón se obtiene únicamente por el derramamiento de sangre. Es posible que vislumbrara también la realidad y la presencia de los Ajustadores del Pensamiento más claramente que Pablo. La teoría paulina del pecado original —las doctrinas de la culpa hereditaria y del mal innato y su redención— era en parte de origen mitraico y tenía poco en común con la teología hebrea, con la filosofía de Filón o con las enseñanzas de Jesús. Algunos aspectos de las enseñanzas de Pablo sobre el pecado original y la expiación eran creación suya.
121:6.6 (1339.2) El Evangelio de Juan, la última de las narraciones de la vida de Jesús en la tierra, iba dirigido a los pueblos occidentales y presenta básicamente su historia bajo el punto de vista de los cristianos alejandrinos posteriores, que eran también discípulos de las enseñanzas de Filón.
121:6.7 (1339.3) Alrededor de los tiempos de Cristo se produjo en Alejandría una extraña inversión del sentimiento hacia los judíos. Desde este antiguo bastión judío salió una virulenta ola de persecución que se extendió incluso a Roma de donde muchos miles de ellos fueron desterrados, pero esta campaña de difamación duró poco y el gobierno imperial no tardó en restablecer plenamente las libertades de los judíos en todo el Imperio.
121:6.8 (1339.4) Dondequiera que hubiera judíos dispersos en todo el mundo por motivos comerciales o huyendo de la opresión, todos concordaban en mantener sus corazones centrados en el templo sagrado de Jerusalén. La teología judía sobrevivió tal como se interpretaba y se practicaba en Jerusalén, si bien es cierto que fue salvada varias veces del olvido por la oportuna intervención de ciertos maestros babilónicos.
121:6.9 (1339.5) Hasta dos millones y medio de estos judíos dispersos solían ir a Jerusalén a celebrar sus festividades religiosas nacionales. Y por encima de las diferencias teológicas o filosóficas entre los judíos del este (babilonios) y del oeste (helénicos), todos coincidían en hacer de Jerusalén el centro de su culto y en desear siempre la llegada del Mesías.
121:7.1 (1339.6) Para cuando nació Jesús los judíos habían llegado a un concepto establecido de su origen, su historia y su destino. Habían levantado un rígido muro de separación entre ellos y el mundo de los gentiles y consideraban con total desprecio los hábitos de los gentiles. Veneraban la letra de la ley y se permitían una forma de superioridad basada en el falso orgullo de su ascendencia. Se habían formado ideas preconcebidas sobre el Mesías prometido, y la mayoría de esas expectativas giraban en torno a un Mesías que vendría como elemento integrante de su historia racial y nacional. Para los hebreos de aquellos días la teología judía era algo irrevocablemente establecido, fijado para siempre.
121:7.2 (1339.7) Las enseñanzas y las prácticas de Jesús sobre amabilidad y tolerancia iban en contra de la arraigada actitud de los judíos hacia los demás pueblos, a quienes consideraban paganos. Los judíos habían alimentado durante generaciones una actitud hacia el mundo exterior que les hacía imposible aceptar las enseñanzas del Maestro sobre la hermandad espiritual del hombre. No estaban dispuestos a compartir a Yahvé en términos de igualdad con los gentiles ni tampoco estaban dispuestos a aceptar como Hijo de Dios a alguien que enseñaba unas doctrinas tan extrañas y novedosas.
121:7.3 (1340.1) Los escribas, los fariseos y los sacerdotes mantenían a los judíos en una terrible esclavitud de ritualismos y legalismos, una esclavitud mucho más real que la del dominio político romano. Los judíos del tiempo de Jesús no solo estaban subyugados por la ley sino atados también a las exigencias esclavizantes de las tradiciones que abarcaban e invadían todos los campos de la vida personal y social. Estas minuciosas normas de conducta perseguían y dominaban a todos los judíos leales, y no es de extrañar que rechazaran de entrada a uno de los suyos que pretendía saltarse sus tradiciones sagradas y se atrevía a desdeñar las normas de conducta social que llevaban tanto tiempo venerando. Les resultaba imposible ver con buenos ojos a alguien que no vacilaba en contradecir los dogmas que ellos consideraban establecidos por el mismo padre Abraham. Moisés les había dado su ley y no estaban dispuestos a transigir.
121:7.4 (1340.2) En el siglo primero después de Cristo la interpretación oral de la ley por los maestros reconocidos, los escribas, se había convertido en una autoridad más alta que la propia ley escrita. Esto ayudó a ciertos líderes religiosos de los judíos a predisponer al pueblo en contra de la aceptación de un nuevo evangelio.
121:7.5 (1340.3) Estas circunstancias hicieron imposible que los judíos cumplieran su destino divino como mensajeros del nuevo evangelio de emancipación religiosa y libertad espiritual. No pudieron romper las cadenas de la tradición. Jeremías había anunciado «la ley que se ha de escribir en el corazón de los hombres», Ezequiel había hablado de «un nuevo espíritu que habitará en el alma del hombre», y el salmista había rezado para que Dios «creara un corazón limpio por dentro y renovara un espíritu recto». Pero cuando la religión judía de las buenas obras y de la esclavitud a la ley cayó víctima del estancamiento de la inercia tradicionalista, el movimiento de la evolución religiosa se desplazó en dirección oeste hacia los pueblos europeos.
121:7.6 (1340.4) Y así, otro pueblo distinto fue invitado a llevar al mundo una teología en vías de avance, un sistema de enseñanza que incorporaba la filosofía de los griegos, la ley de los romanos, la moralidad de los hebreos y el evangelio de santidad de la personalidad y de libertad espiritual formulado por Pablo sobre la base de las enseñanzas de Jesús.
121:7.7 (1340.5) El culto cristiano de Pablo exhibía su moralidad como marca judía de nacimiento. Los judíos consideraban que la historia era la providencia de Dios, Yahvé en acción. Los griegos aportaron a las nuevas enseñanzas conceptos más claros de la vida eterna. Las doctrinas de Pablo estuvieron influidas en su teología y en su filosofía no solo por las enseñanzas de Jesús sino también por Platón y por Filón. Su ética se inspiró no solo en Cristo sino también en los estoicos.
121:7.8 (1340.6) El evangelio de Jesús, tal como fue incorporado por Pablo al culto del cristianismo de Antioquía, se mezcló con las enseñanzas siguientes:
121:7.9 (1340.7) 1. Los razonamientos filosóficos de los prosélitos griegos del judaísmo, incluidos algunos de sus conceptos sobre la vida eterna.
121:7.10 (1340.8) 2. Las atractivas enseñanzas de los cultos de misterio imperantes, especialmente las doctrinas mitraicas de la redención, la expiación y la salvación mediante el sacrificio hecho por algún dios.
121:7.11 (1340.9) 3. La sólida moralidad de la religión judía establecida.
121:7.12 (1341.1) El Imperio romano mediterráneo, el reino de los partos y los pueblos adyacentes del tiempo de Jesús, tenían todos ideas rudimentarias y primitivas sobre la geografía del mundo, la astronomía, la salud y la enfermedad, por eso no es de extrañar que se quedaran estupefactos ante las novedosas y sorprendentes declaraciones del carpintero de Nazaret. El concepto de posesión por buenos o malos espíritus no solo se aplicaba a los seres humanos, sino que muchos consideraban que todas las rocas y todos los árboles estaban poseídos por espíritus. Era una edad encantada y todo el mundo creía en los milagros como incidentes ordinarios.
121:8.1 (1341.2) Siempre que ha sido posible y compatible con nuestro mandato, hemos procurado utilizar, y en alguna medida coordinar, los escritos existentes relativos a la vida de Jesús en Urantia. Aunque hemos tenido acceso a los escritos perdidos del apóstol Andrés y hemos contado con la colaboración de una inmensa multitud de seres celestiales que estaban en el planeta en tiempos del otorgamiento de Miguel (en particular de su Ajustador ahora personalizado), hemos querido utilizar también los llamados Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
121:8.2 (1341.3) Estos escritos del Nuevo Testamento se originaron en las circunstancias siguientes:
121:8.3 (1341.4) 1. El Evangelio de Marcos. Juan Marcos escribió el relato más antiguo (aparte de las notas de Andrés), más breve y más simple de la vida de Jesús. Presentó al Maestro como ministrador, como hombre entre los hombres. Marcos fue el muchacho que presenció muchas de las escenas que describe, pero su narración es en realidad el Evangelio según Simón Pedro. Marcos acompañó primero a Pedro y después a Pablo. Escribió su relato a instancias de Pedro y ante las peticiones insistentes de la Iglesia de Roma. Sabiendo que el Maestro se había negado sistemáticamente a escribir sus enseñanzas cuando estaba en la tierra en carne mortal, Marcos, igual que los apóstoles y otros discípulos destacados, no se decidía a ponerlas por escrito. Pero Pedro sentía que la Iglesia de Roma necesitaba el apoyo de esta narración escrita y Marcos accedió a prepararla. Preparó muchas notas en vida de Pedro, y poco después de su muerte el año 67 d. C., empezó a escribir para la Iglesia de Roma siguiendo el esquema aprobado por Pedro. Terminó su Evangelio hacia finales del 68 d. C. y lo escribió enteramente a partir de sus propios recuerdos y de los recuerdos de Pedro. Este documento ha sido modificado considerablemente desde entonces; se han eliminado muchos pasajes y se han añadido otros al final para sustituir la última quinta parte del Evangelio original que se perdió antes de que fuera copiado del primer manuscrito. Este relato de Marcos, unido a las notas de Andrés y de Mateo, fue la base escrita de todas las narraciones evangélicas posteriores que intentaron describir la vida y las enseñanzas de Jesús.
121:8.4 (1341.5) 2. El Evangelio de Mateo. El llamado Evangelio según Mateo es el relato de la vida del Maestro escrito para la edificación de los cristianos judíos. El autor de este texto trata constantemente de mostrar que muchas de las cosas que hizo Jesús en su vida fueron «para que se cumpliera la palabra del profeta». El Evangelio de Mateo representa a Jesús como hijo de David y resalta su profundo respeto por la ley y los profetas.
121:8.5 (1341.6) El apóstol Mateo no escribió este Evangelio. Lo escribió Isador, uno de sus discípulos, que basó su trabajo no solo en los recuerdos personales de Mateo sino en ciertas anotaciones sobre los dichos de Jesús tomadas por el apóstol inmediatamente después de la crucifixión. Estas notas de Mateo estaban escritas en arameo. Isador escribió en griego, pero no había ninguna intención de engañar al atribuir la obra a Mateo. En aquellos días los discípulos acostumbraban a honrar así a sus maestros.
121:8.6 (1342.1) El texto original de Mateo fue corregido y ampliado en el año 40 d. C. justo antes de que Mateo se fuera de Jerusalén para dedicarse a la predicación evangélica. Se trataba de un documento privado cuya última copia pereció en el incendio de un monasterio sirio en el año 416 d. C.
121:8.7 (1342.2) Isador huyó de Jerusalén tras el sitio de la ciudad por los ejércitos de Tito el año 70 d. C. llevando consigo una copia de las notas de Mateo. Se instaló en Pella y allí escribió el Evangelio según Mateo en el año 71. También conservaba las cuatro primeras quintas partes del relato de Marcos.
121:8.8 (1342.3) 3. El Evangelio de Lucas. Lucas, el médico de Antioquía de Pisidia, era un converso gentil de Pablo y escribió una historia muy diferente de la vida del Maestro. Empezó a seguir a Pablo y a saber de la vida y enseñanzas de Jesús en el año 47 d. C. Lucas preserva mucha de la «gracia del Señor Jesucristo» en su recopilación de datos recogidos de Pablo y de otros. Lucas presenta al Maestro como «el amigo de publicanos y pecadores». Llegó a reunir gran cantidad de notas, pero no compuso con ellas su Evangelio hasta después de la muerte de Pablo. Lucas escribió en el año 82 en Acaya. Había proyectado escribir tres libros relacionados con la historia de Cristo y del cristianismo pero murió en el 90 d. C. cuando estaba a punto de terminar la segunda de estas obras, los «Hechos de los Apóstoles».
121:8.9 (1342.4) Como material de base para su Evangelio, Lucas partió de la historia de la vida de Jesús tal como Pablo se la había contado. El Evangelio de Lucas es por lo tanto en algunos aspectos el Evangelio según Pablo. Pero Lucas tuvo otras fuentes de información. No solo entrevistó a decenas de testigos presenciales de los numerosos episodios de la vida de Jesús que relata, sino que conservaba también una copia del Evangelio de Marcos (es decir, las cuatro primeras quintas partes), el texto de Isador y un breve relato escrito el año 78 d. C. en Antioquía por un creyente llamado Cedes. Lucas tenía también una copia mutilada y muy retocada de algunas notas supuestamente escritas por el apóstol Andrés.
121:8.10 (1342.5) 4. El Evangelio de Juan. El Evangelio según Juan relata gran parte de la labor de Jesús en Judea y en los alrededores de Jerusalén que no aparece en los otros textos. Este es el llamado Evangelio según Juan, el hijo del Zebedeo, y aunque Juan no lo escribió, sí lo inspiró. Desde que se escribió por primera vez ha sido corregido en varias ocasiones para dar la impresión de haber sido escrito por el propio Juan. En el momento de su redacción Juan tenía los otros Evangelios, y al ver que se habían omitido muchas cosas, animó a su colaborador Natán, un judío griego de Cesarea, a que se pusiera a escribir el año 101 d. C. Juan proporcionó el material de memoria y por referencia a los tres relatos ya existentes. No tenía ninguno escrito por él. La epístola conocida como «La primera de Juan» la escribió el propio Juan como carta de presentación del trabajo que Natán había realizado bajo su dirección.
121:8.11 (1342.6) Todos estos autores describieron honradamente a Jesús tal como lo habían visto, lo recordaban o se habían informado sobre él, y en la medida en que sus conceptos de aquellos acontecimientos ya lejanos resultaron afectados por su adhesión posterior a la teología paulina del cristianismo. Estos documentos, con todas sus imperfecciones, han bastado para cambiar el curso de la historia de Urantia durante casi dos mil años.
121:8.12 (1343.1) [Agradecimiento: Para cumplir mi cometido de exponer de nuevo las enseñanzas y volver a narrar las actividades de Jesús de Nazaret, he hecho amplio uso de todas las fuentes de archivos y de información del planeta. Mi objetivo ha sido preparar un documento que además de ser esclarecedor para los hombres del presente, sea útil para todas las generaciones futuras. De la inmensa reserva de información puesta a mi disposición he elegido la más adecuada para cumplir con este propósito. En la medida de lo posible he obtenido mi información de fuentes puramente humanas y solo he recurrido a archivos sobrehumanos cuando fallaban esas fuentes. Siempre que una mente humana ha expresado aceptablemente las ideas y los conceptos de la vida y las enseñanzas de Jesús, he dado preferencia a esos patrones de pensamiento aparentemente humanos. Aunque he intentado ajustar la expresión verbal para adaptarme lo mejor posible a nuestro concepto del significado real y de la importancia verdadera de la vida y las enseñanzas del Maestro, me he atenido en todas mis narraciones a conceptos y patrones de pensamiento propiamente humanos hasta donde ha sido posible. Sé muy bien que los conceptos originados en una mente humana son más útiles y aceptables para todas las demás mentes humanas. Cuando no he podido encontrar los conceptos necesarios en los escritos humanos ni en las expresiones humanas he recurrido a los recuerdos de mi propio orden de criaturas terrestres, los intermedios. Y cuando esa fuente secundaria de información ha sido insuficiente no he dudado en recurrir a fuentes supraplanetarias.
121:8.13 (1343.2) Los memorandos que he recopilado y a partir de los cuales he preparado esta narración de la vida y las enseñanzas de Jesús —aparte del recuerdo de los escritos del apóstol Andrés— comprenden joyas del pensamiento y conceptos superiores de las enseñanzas de Jesús recogidos de más de dos mil seres humanos que han vivido en el planeta desde los días de Jesús hasta el momento de redactar estas revelaciones, o más exactamente, reexposiciones. Solo se ha hecho uso de la autorización de revelar cuando el texto humano y los conceptos humanos no alcanzaban a proporcionar un patrón de pensamiento adecuado. Mi misión de revelación me prohibía recurrir a fuentes extrahumanas, tanto de información como de expresión, hasta que pudiera demostrar que había agotado todas las posibilidades de encontrar la expresión conceptual que necesitaba en fuentes puramente humanas.
121:8.14 (1343.3) Aunque haya sido yo quien ha puesto en palabras esta narración (con la colaboración de mis once compañeros intermedios y bajo la supervisión del Melquisedec oficialmente asignado) según mi propio criterio organizativo y mi propia elección de las formas de expresión directa, la mayoría de las ideas e incluso algunas de las expresiones que he utilizado se originaron en la mente de los hombres de muchas razas que han vivido en la tierra durante las generaciones que han transcurrido desde entonces, e incluso siguen vivos en el momento de ejecutar este trabajo. En muchos sentidos he sido más recopilador y corrector que narrador original. Me he apropiado sin dudarlo de las ideas y conceptos, preferentemente humanos, que me podían servir para crear la descripción más efectiva de la vida de Jesús y volver a exponer sus enseñanzas incomparables con una fraseología impactante, eficaz y universalmente inspiradora. En nombre de la Hermandad de los Intermedios Unidos de Urantia, quiero expresar nuestra inmensa gratitud a todas las fuentes de los hechos y conceptos que se han utilizado para elaborar esta nueva exposición de la vida de Jesús en la tierra].
El libro de Urantia
Documento 122
122:0.1 (1344.1) SERÍA casi imposible explicar a fondo las muchas razones que llevaron a la selección de Palestina como tierra de otorgamiento de Miguel, y en especial, por qué hubo de ser elegida precisamente la familia de José y María como entorno inmediato para la aparición de este Hijo de Dios en Urantia.
122:0.2 (1344.2) Después de estudiar el informe especial sobre el estatus de los mundos segregados preparado por los Melquisedec, Miguel, asesorado por Gabriel, eligió Urantia como planeta donde llevar a cabo su otorgamiento final. Tras esta decisión Gabriel hizo una visita personal a Urantia, y después de estudiar sus grupos humanos y analizar los rasgos espirituales, intelectuales, raciales y geográficos de ese mundo y de sus gentes, decidió que los hebreos poseían las ventajas relativas que justificaban su selección como raza para el otorgamiento. Cuando Miguel aprobó esta decisión, Gabriel nombró y envió a Urantia a la Comisión de Familia de los Doce —seleccionada de entre los órdenes más altos de personalidades del universo— para hacer una investigación sobre la vida de familia entre los judíos. Cuando esta comisión terminó su trabajo Gabriel estaba en Urantia y recibió el informe con la propuesta de tres posibles parejas que, en opinión de la comisión, eran igualmente favorables como familias de otorgamiento para la encarnación proyectada de Miguel.
122:0.3 (1344.3) Gabriel escogió personalmente a José y María entre las tres parejas propuestas. Poco después se apareció en persona a María para comunicarle la buena nueva de que había sido seleccionada para convertirse en la madre terrenal del niño de otorgamiento.
122:1.1 (1344.4) José, el padre humano de Jesús (Josué ben José), era un hebreo entre los hebreos, aunque portaba muchas cepas raciales no judías añadidas ocasionalmente a su árbol genealógico por las líneas femeninas de sus antepasados. La ascendencia del padre de Jesús se remontaba a los días de Abraham; a través de este venerable patriarca, su linaje llegaba hasta los sumerios y noditas, y a través de las tribus del sur del antiguo hombre azul, hasta Andon y Fonta. José no descendía de David y Salomón por línea directa, y su linaje tampoco se remontaba directamente hasta Adán. Los antepasados directos de José eran artesanos: constructores, carpinteros, albañiles y herreros. El propio José fue carpintero y más tarde contratista. Su familia pertenecía a una larga e ilustre línea de notables del pueblo, realzada por la aparición ocasional de individuos destacados que se habían distinguido en el ámbito de la evolución religiosa de Urantia.
122:1.2 (1345.1) María, la madre terrenal de Jesús, descendía de una larga línea de antepasados únicos en la que figuraban muchas de las mujeres más notables de la historia racial de Urantia. Aunque María era una mujer normal de su tiempo y generación y tenía un temperamento bastante normal, contaba entre sus antepasados con mujeres tan conocidas como Annon, Tamar, Rut, Betsabé, Ansie, Cloa, Eva, Enta y Ratta. Ninguna mujer judía de su tiempo tenía un linaje más ilustre de progenitoras comunes o que se remontara a orígenes más prometedores. La ascendencia de María, como la de José, se caracterizaba por el predominio de individuos fuertes pero normales y la aparición esporádica de numerosas personalidades destacadas en la marcha de la civilización y en la evolución progresiva de la religión. Desde un punto de vista racial, María no puede ser considerada literalmente como judía. Por su cultura y sus creencias era judía, pero su dotación hereditaria era más bien una combinación de las estirpes siria, hitita, fenicia, griega y egipcia; su herencia racial era más heterogénea que la de José.
122:1.3 (1345.2) Entre todas las parejas que vivían en Palestina hacia la época en que se proyectaba el otorgamiento de Miguel, la de José y María era la que poseía la combinación ideal de conexiones raciales amplias y dotaciones de personalidad superiores a la media. El plan de Miguel era aparecer en la tierra como un hombre normal, para que la gente común pudiera entenderlo y recibirlo. Por eso Gabriel eligió precisamente a personas como José y María para convertirse en los padres del otorgamiento.
122:2.1 (1345.3) El trabajo de la vida de Jesús en Urantia lo empezó realmente Juan el Bautista. Zacarías, el padre de Juan, era miembro del clero judío, y su madre, Isabel, pertenecía a la rama más próspera del mismo gran grupo familiar de María, la madre de Jesús. Zacarías e Isabel no tenían hijos tras muchos años de matrimonio.
122:2.2 (1345.4) A finales del mes de junio del año 8 a. C., unos tres meses después del matrimonio de José y María, Gabriel se apareció un día a Isabel al mediodía, exactamente igual que lo haría más tarde con María. Dijo Gabriel:
122:2.3 (1345.5) «Mientras tu marido Zacarías está ante el altar en Jerusalén y mientras el pueblo reunido reza por la llegada de un libertador, yo, Gabriel, he venido a anunciarte que pronto darás a luz a un hijo que será el precursor de ese maestro divino, y llamarás a tu hijo Juan. Crecerá dedicado al Señor tu Dios, y cuando haya llegado a la plenitud de la edad, llenará de alegría tu corazón porque hará volver a muchas almas hacia Dios y proclamará también la venida del sanador de almas de tu pueblo y libertador espiritual de toda la humanidad. Tu pariente María será la madre de este hijo de la promesa, y me apareceré también a ella.»
122:2.4 (1345.6) Esta visión asustó mucho a Isabel. Tras la marcha de Gabriel, no paraba de darle vueltas en la cabeza meditando largamente las palabras del majestuoso visitante, pero no habló de la revelación con nadie más que con su marido hasta su encuentro con María a principios de febrero del año siguiente.
122:2.5 (1345.7) Isabel ocultó su secreto incluso a su marido durante cinco meses, y cuando le contó la visita de Gabriel, Zacarías se mostró muy escéptico. Puso en duda toda la historia durante varias semanas, y solo cuando el embarazo se hizo evidente accedió a creer sin demasiada convicción en la visita de Gabriel a su esposa. Dada su avanzada edad, Zacarías estaba muy desconcertado por la futura maternidad de Isabel, aunque nunca dudó de la honestidad de su mujer. Unas seis semanas antes del nacimiento de Juan, Zacarías tuvo un sueño que le dejó impresionado, y solo entonces se convenció plenamente de que Isabel iba a convertirse en la madre de un hijo del destino, el encargado de preparar el camino para la llegada del Mesías.
122:2.6 (1346.1) Gabriel se apareció a María hacia mediados de noviembre del año 8 a. C. mientras ella trabajaba en su casa de Nazaret. Más adelante, cuando María supo sin lugar a dudas que iba a ser madre, persuadió a José de que la dejara viajar a la ciudad de Judá, situada en las colinas siete kilómetros al oeste de Jerusalén, para visitar a Isabel. Gabriel había informado a las dos futuras madres de su aparición a la otra. Como es natural, estaban deseando reunirse, comparar experiencias y hablar del futuro probable de sus hijos. María se quedó tres semanas con su prima lejana. Isabel contribuyó mucho a fortalecer la fe de María en la visión de Gabriel, de modo que María volvió a casa más plenamente dedicada a su vocación de madre del hijo del destino, a quien pronto presentaría al mundo como un bebé indefenso, como un niño normal y corriente del planeta.
122:2.7 (1346.2) Juan nació en la ciudad de Judá el 25 de marzo del año 7 a. C. Zacarías e Isabel sintieron una inmensa alegría por la llegada del hijo prometido por Gabriel, y cuando al octavo día presentaron al niño para la circuncisión, le pusieron oficialmente el nombre de Juan tal como se les había indicado antes. Ya había salido hacia Nazaret un sobrino de Zacarías para anunciar a María que Isabel había tenido un hijo y que se llamaría Juan.
122:2.8 (1346.3) Desde la más tierna infancia de Juan, sus padres le inculcaron con buen criterio la idea de que se convertiría de mayor en líder espiritual y maestro religioso, y el corazón de Juan fue siempre un terreno favorable para la siembra de esas sugerentes semillas. Incluso de niño, se le encontraba muchas veces en el templo durante los periodos de servicio de su padre y quedaba tremendamente impresionado por el significado de todo lo que veía.
122:3.1 (1346.4) Una tarde al ponerse el sol, antes de que José volviera a casa, Gabriel se apareció a María junto a una mesa baja de piedra y, cuando ella hubo recuperado la compostura, le dijo: «Vengo de parte de aquel que es mi Maestro, a quien tú amarás y alimentarás. A ti, María, te traigo buenas nuevas al anunciarte que el cielo ha ordenado que concibas y te conviertas en su momento en la madre de un hijo. Lo llamarás Josué, y él inaugurará el reino de los cielos en la tierra y entre los hombres. No hables de esto más que con José y con tu pariente Isabel a quien también me he aparecido y que pronto tendrá también un hijo cuyo nombre será Juan. Él preparará el camino para el mensaje de liberación que tu hijo proclamará a los hombres con gran fuerza y profunda convicción. No dudes de mi palabra, María, pues este hogar ha sido elegido como morada terrestre del niño del destino. Mi bendición te acompaña, el poder de los Altísimos te fortalecerá y el Señor de toda la tierra te cubrirá con su sombra».
122:3.2 (1346.5) María meditó secretamente en su corazón sobre esta visitación durante muchas semanas y no se atrevió a desvelar estos insólitos acontecimientos a su marido hasta que supo con certeza que estaba encinta. Cuando José se enteró de todo, aunque confiaba plenamente en María, se quedó muy preocupado y no pudo dormir durante muchas noches. Primero dudaba de la visitación de Gabriel. Luego, cuando se persuadió casi por completo de que María había escuchado realmente la voz y contemplado la forma del mensajero divino, se torturaba la mente pensando cómo podían suceder esas cosas. ¿Cómo podía el vástago de seres humanos ser un niño del destino divino? José no podía aceptar estas ideas contradictorias hasta que, tras varias semanas de reflexión, tanto él como María llegaron a la conclusión de que habían sido elegidos para convertirse en padres del Mesías, aunque el libertador que esperaban los judíos no era precisamente de naturaleza divina. En cuanto llegó a esta conclusión trascendental, María se fue rápidamente a visitar a Isabel.
122:3.3 (1347.1) A su regreso, María fue a visitar a sus padres, Joaquín y Ana. Sus dos hermanos y sus dos hermanas, igual que sus padres, fueron siempre muy escépticos respecto a la misión divina de Jesús, aunque, por supuesto, no sabían nada de la visitación de Gabriel en ese momento. Pero María sí reveló confidencialmente a su hermana Salomé que creía que su hijo estaba destinado a convertirse en un gran maestro.
122:3.4 (1347.2) La anunciación de Gabriel a María tuvo lugar al día siguiente de la concepción de Jesús y fue el único acontecimiento de naturaleza sobrenatural que hubo en toda su experiencia de gestar y dar a luz al hijo de la promesa.
122:4.1 (1347.3) José no aceptó la idea de que María iba a convertirse en la madre de un niño extraordinario hasta que tuvo un sueño que le causó profunda impresión. En este sueño se le apareció un brillante mensajero celestial que le dijo entre otras cosas: «José, aparezco ante ti por mandato de Aquel que reina ahora en lo alto para instruirte sobre el hijo que va a tener María, y que se convertirá en una gran luz para el mundo. En él estará la vida, y su vida se convertirá en la luz de la humanidad. Vendrá primero a su propio pueblo y casi no lo recibirán, pero a todos los que lo reciban les revelará que son hijos de Dios». Tras esta experiencia José nunca más volvió a poner en duda el relato de María sobre la visita de Gabriel ni la promesa de que su futuro hijo se convertiría en un mensajero divino para el mundo.
122:4.2 (1347.4) En todas estas visitaciones no hubo mención alguna a la casa de David. No se insinuó nunca que Jesús fuera a convertirse en «libertador de los judíos», ni siquiera que fuera a ser el Mesías tan esperado. Jesús no era ese Mesías que los judíos anhelaban, pero sí era el libertador del mundo. Su misión iba dirigida a todas las razas y todos los pueblos, no a ningún grupo en particular.
122:4.3 (1347.5) José no descendía del linaje del rey David. María tenía más ascendencia davídica que José. Es cierto que José tuvo que ir a Belén, la ciudad de David, a registrarse en el censo romano, pero solo porque seis generaciones antes su antepasado paterno quedó huérfano y fue adoptado por un tal Zadoc, que era descendiente directo de David; por eso José era considerado también de la «casa de David».
122:4.4 (1347.6) La mayoría de las llamadas profecías mesiánicas del Antiguo Testamento fueron aplicadas a Jesús mucho tiempo después de su vida en la tierra. Los profetas hebreos habían proclamado durante siglos la venida de un libertador, y las sucesivas generaciones habían interpretado esas promesas como el anuncio de un nuevo gobernante judío que ocuparía el trono de David y, mediante los reputados métodos milagrosos de Moisés, establecería a los judíos en Palestina como una nación poderosa, libre de toda dominación extranjera. Por otro lado, muchos pasajes figurados repartidos por las escrituras hebreas fueron aplicados más tarde y erróneamente a la misión de la vida de Jesús. Muchos dichos del Antiguo Testamento fueron tergiversados para que pareciera que encajaban en algún episodio de la vida terrenal del Maestro. El propio Jesús negó una vez públicamente toda conexión con la casa real de David. Incluso se cambió el pasaje que decía «una doncella dará a luz a un hijo» para que dijera «una virgen dará a luz a un hijo». Lo mismo sucedió con las muchas genealogías tanto de José como de María que se compusieron tras la carrera de Miguel en la tierra. En muchos de esos linajes figura gran parte de la ascendencia del Maestro, pero no son auténticos en conjunto y no se puede confiar en su exactitud. Los primeros seguidores de Jesús cayeron con demasiada frecuencia en la tentación de hacer que todas las declaraciones proféticas de antaño parecieran cumplirse en la vida de su Señor y Maestro.
122:5.1 (1348.1) José era un hombre de modales suaves, extremadamente concienzudo y fiel en todos los aspectos a las convenciones y prácticas religiosas de su pueblo. Hablaba poco pero pensaba mucho. La lamentable situación del pueblo judío le causaba gran tristeza. En su juventud, entre sus ocho hermanos y hermanas, había sido más alegre, pero en los primeros años de su vida de casado (durante la niñez de Jesús) pasó por periodos de leve decaimiento espiritual. Su estado de ánimo mejoró considerablemente poco antes de su prematura muerte cuando ascendió de carpintero a próspero contratista con la consiguiente mejora de la economía familiar.
122:5.2 (1348.2) El temperamento de María era opuesto al de su marido. Solía estar siempre alegre, tenía un carácter risueño y era muy raro verla abatida. María se permitía expresar con frecuencia y libertad sus sentimientos y emociones y nunca se mostró triste hasta la súbita muerte de José. Apenas recuperada de este golpe, hubo de afrontar las preocupaciones e interrogantes surgidos de la extraordinaria carrera de su hijo mayor, que tan rápidamente se desplegaba ante sus ojos asombrados. Pero durante toda esta singular experiencia, María estuvo serena, valiente y bastante acertada en sus relaciones con su hijo primogénito, tan extraño y poco comprendido, igual que con sus hermanos y hermanas supervivientes.
122:5.3 (1348.3) Gran parte de la excepcional dulzura de Jesús y de su comprensión maravillosa y amable de la naturaleza humana provenían de su padre; de su madre heredó su talento de gran maestro y su notable capacidad de justa indignación. En cuanto a sus reacciones emocionales hacia su entorno de adulto, Jesús era a veces como su padre, piadoso y meditabundo, con momentos de aparente tristeza, pero en la mayoría de los casos seguía adelante a la manera decidida y optimista de su madre. En conjunto, el temperamento de María tendía a predominar en la carrera del Hijo divino a medida que crecía y daba los primeros pasos trascendentales de su vida adulta. En algunos detalles Jesús era una mezcla de los rasgos de sus padres; en otros aspectos mostraba los rasgos de uno en contraste con los del otro.
122:5.4 (1348.4) De José recibió Jesús una estricta formación en los usos de los ceremoniales judíos y un conocimiento notable de las escrituras hebreas; de María obtuvo un punto de vista más amplio de la vida religiosa y un concepto más liberal de la libertad espiritual personal.
122:5.5 (1349.1) Las familias de José y de María eran muy instruidas para su tiempo. José y María tenían una educación muy por encima de la media de su época y posición social. Él era un pensador, ella una planificadora experta en adaptarse y práctica en la ejecución inmediata. José era moreno de ojos negros; María, rubia oscura de ojos castaños.
122:5.6 (1349.2) Si José hubiera vivido, se habría convertido sin duda en un firme creyente en la misión divina de su hijo mayor. María alternaba entre la creencia y la duda, muy influida por la postura que adoptaron sus otros hijos y sus amigos y parientes, pero al final el recuerdo de la aparición de Gabriel justo después de la concepción del niño la reafirmaba siempre en su actitud.
122:5.7 (1349.3) María era una tejedora experta con una habilidad por encima de la media en la mayoría de las artes hogareñas de la época; era una buena administradora y un ama de casa superior. Tanto José como María eran buenos educadores y se aseguraron de que sus hijos estuvieran bien instruidos en el saber de su tiempo.
122:5.8 (1349.4) Cuando José era joven fue empleado por el padre de María en el trabajo de construir un anexo a su casa, y fue al llevar María a José un vaso de agua para el almuerzo cuando empezó realmente el cortejo de la pareja destinada a convertirse en los padres de Jesús.
122:5.9 (1349.5) José y María se casaron según la costumbre judía en casa de María, a las afueras de Nazaret, cuando José tenía veintiún años. Esta boda fue la conclusión de un noviazgo normal de casi dos años. Poco después se trasladaron a su nueva casa de Nazaret construida por José con ayuda de dos de sus hermanos. La casa estaba situada cerca del pie de una colina cercana que dominaba la campiña circundante. La joven pareja esperaba recibir al hijo de la promesa en este hogar tan especialmente preparado, sin sospechar que ese acontecimiento de capital importancia para un universo iba a suceder lejos de su casa, en Belén de Judea.
122:5.10 (1349.6) La mayor parte de la familia de José se hizo creyente en las enseñanzas de Jesús, pero muy pocos familiares de María creyeron en él mientras estaba en este mundo. José se inclinaba más hacia el concepto espiritual del Mesías esperado, pero María y su familia, sobre todo su padre, mantenían la idea de un Mesías libertador temporal y gobernante político. Los antepasados de María se habían identificado de forma destacada con la causa de los macabeos en tiempos entonces aún recientes.
122:5.11 (1349.7) José sostenía vigorosamente el punto de vista oriental o babilónico de la religión judía. María tendía mucho más hacia la interpretación occidental o helenística de la ley y los profetas, más amplia y liberal.
122:6.1 (1349.8) El hogar de Jesús no estaba lejos de la gran colina situada en la zona norte de Nazaret, a cierta distancia de la fuente del pueblo que estaba en el sector este de la población. Como vivían en las afueras de la ciudad, cuando Jesús creció solía pasear mucho por el campo y subir a la cumbre cercana. Después de la cordillera del monte Tabor situada más al este, era la colina más alta del sur de Galilea junto con la colina de Naín, que tenía más o menos la misma altura. La casa estaba situada hacia el sudeste del promontorio sur de la colina, aproximadamente a medio camino entre la base de esta elevación y la calzada que conducía de Nazaret a Caná. Además de subir a la colina, el paseo favorito de Jesús era seguir un sendero estrecho que serpenteaba por la base de la colina en dirección nordeste hasta un punto donde se unía con la calzada de Séforis.
122:6.2 (1350.1) La casa de José y María era una estructura de piedra de una habitación con el techo plano y un edificio contiguo para alojar a los animales. El mobiliario consistía en una mesa baja de piedra, platos y ollas de barro y de piedra, un telar, una lámpara de pie, varios taburetes pequeños y esteras para dormir sobre el suelo de piedra. En el patio trasero, cerca del anexo para los animales, había un local cubierto para el horno y el molino de grano. Se necesitaban dos personas para manejar este tipo de molino, una para moler y otra para echar el grano. De pequeño, Jesús echó muchas veces grano a ese molino mientras su madre hacía girar la muela.
122:6.3 (1350.2) Como la familia fue aumentando con el tiempo, se amplió la mesa. Todos se sentaban a comer en cuclillas a su alrededor y se servían de un plato u olla común. En invierno la mesa se iluminaba para la cena con una pequeña lámpara plana de arcilla alimentada con aceite de oliva. Cuando nació Marta, José añadió a la casa una habitación grande que servía de taller de carpintería durante el día y de dormitorio por la noche.
122:7.1 (1350.3) En marzo del año 8 a. C. (el mes en que José y María se casaron) César Augusto decretó que se contaran todos los habitantes del Imperio romano, que se hiciera un censo con objeto de mejorar el sistema de impuestos. Los judíos se habían resistido siempre a todo intento de «contar a la gente» y esto, unido a las graves dificultades internas de Herodes, rey de Judea, contribuyó a aplazar por un año este empadronamiento en el reino judío. El censo se llevó a cabo el año 8 a. C. en todo el Imperio romano excepto en el reino palestino de Herodes, donde se hizo un año más tarde, el 7 a. C.
122:7.2 (1350.4) No era necesario que María fuera a inscribirse a Belén porque José estaba autorizado para registrar a su familia, pero María, que era una persona intrépida y activa, insistió en ir con él. Temía quedarse sola y que el niño naciera en ausencia de José, y por otro lado, como Belén no estaba lejos de la ciudad de Judá, podría hacer una agradable visita a su pariente Isabel.
122:7.3 (1350.5) José prohibió prácticamente a María que lo acompañara, pero fue inútil; ella empaquetó raciones dobles de comida para tres o cuatro días y se preparó para viajar. Antes de ponerse en camino, José ya se había resignado a que María fuera con él y salieron alegremente de Nazaret al despuntar el día.
122:7.4 (1350.6) José y María eran pobres. Como solo tenían una bestia de carga, María, dado su avanzado embarazo, iba montada en el animal con las provisiones mientras José lo guiaba caminando. Construir y amueblar la casa había sido mucho gasto para José que tenía también que contribuir al mantenimiento de sus padres, pues su padre había quedado incapacitado recientemente. Y así salió de su humilde hogar esta pareja judía el 18 de agosto del año 7 a. C. por la mañana temprano de viaje hacia Belén.
122:7.5 (1351.1) Su primer día de viaje los llevó a los alrededores de las estribaciones del monte Gilboa donde acamparon durante la noche junto al río Jordán y especularon mucho sobre cómo sería el hijo que esperaban. José se adhería al concepto de un maestro espiritual y María sostenía la idea de un Mesías judío, un libertador de la nación hebrea.
122:7.6 (1351.2) La mañana del 19 de agosto José y María se pusieron en marcha muy temprano con un día radiante. Almorzaron al pie del monte Sartaba sobre el valle del Jordán y siguieron viaje; llegaron a Jericó por la noche, donde se alojaron en una posada de carretera a las afueras de la ciudad. Después de cenar y mucho debatir sobre la opresión del dominio romano, sobre Herodes, sobre la inscripción en el censo y sobre la influencia comparativa de Jerusalén y Alejandría como centros judíos de cultura y saber, los viajeros de Nazaret se retiraron a dormir. El 20 de agosto salieron temprano y antes del mediodía estaban en Jerusalén donde visitaron el templo. A media tarde llegaron a Belén.
122:7.7 (1351.3) La posada estaba abarrotada, así que José se puso a buscar alojamiento con parientes lejanos, pero todas las habitaciones de Belén estaban llenas a rebosar. Al volver al patio de la posada le informaron de que los establos para caravanas, excavados en un lateral de la roca y situados justo debajo de la posada, se habían vaciado de animales y limpiado para recibir huéspedes. José dejó el asno en el patio, se echó al hombro las bolsas de ropa y provisiones y bajó con María por los escalones de piedra hasta su alojamiento. Se encontraron en lo que había sido un almacén de grano enfrente de los compartimentos y de los pesebres. Había cortinas de lona, y se consideraron afortunados por disponer de tan cómodo aposento.
122:7.8 (1351.4) José había pensado ir a inscribirse cuanto antes, pero María estaba cansada; se sentía mal y le pidió que se quedara a su lado, cosa que hizo.
122:8.1 (1351.5) María estuvo inquieta toda aquella noche, así que ninguno de los dos durmió gran cosa. Al despuntar el día los dolores del parto eran ya muy evidentes, y al mediodía del 21 de agosto del año 7 a. C., con la ayuda y los amables cuidados de unas compañeras de viaje, María dio a luz a un niño varón. Jesús de Nazaret había venido al mundo. Lo envolvieron en las ropas que María había traído por si acaso y lo acostaron en un pesebre cercano.
122:8.2 (1351.6) El hijo prometido había nacido exactamente igual que han venido al mundo todos los niños antes y desde entonces. Al octavo día fue circuncidado según la costumbre judía y llamado oficialmente Josué (Jesús).
122:8.3 (1351.7) José fue a empadronarse al día siguiente de nacer Jesús y se encontró con un hombre con quien habían hablado dos noches antes en Jericó. Este le presentó a un amigo rico que tenía una habitación en la posada y se ofreció a intercambiar su alojamiento con la pareja de Nazaret. Esa tarde se trasladaron a la posada, donde vivieron durante casi tres semanas hasta que encontraron sitio en casa de un pariente lejano de José.
122:8.4 (1351.8) Dos días después del nacimiento de Jesús, María envió recado a Isabel de que su hijo había llegado. Isabel respondió invitando a José a ir a Jerusalén para hablar de todos sus asuntos con Zacarías. José se reunió con Zacarías en Jerusalén la semana siguiente. Tanto Zacarías como Isabel habían llegado al convencimiento sincero de que Jesús estaba efectivamente destinado a convertirse en el libertador de los judíos, el Mesías, y de que su hijo Juan sería el jefe de sus auxiliares, el brazo derecho de su destino. Como María compartía las mismas ideas, no fue difícil convencer a José de que se quedaran en Belén, la ciudad de David, para que Jesús pudiera crecer allí y convertirse en el sucesor de David en el trono de todo Israel. Por este motivo se quedaron más de un año en Belén donde José encontró algún trabajo de carpintería.
122:8.5 (1352.1) El día en que nació Jesús las serafines de Urantia, reunidas bajo sus directoras, cantaron realmente himnos de gloria sobre el pesebre de Belén al mediodía, pero ningún oído humano pudo escuchar esas manifestaciones de alabanza. Ningún pastor ni ninguna otra criatura mortal fue a rendir homenaje al bebé de Belén hasta el día en que llegaron ciertos sacerdotes de Ur enviados desde Jerusalén por Zacarías.
122:8.6 (1352.2) Un extraño maestro religioso de Mesopotamia comunicó tiempo atrás a estos sacerdotes de su país que le había sido revelado en sueños que la «luz de vida» estaba a punto de aparecer en la tierra como niño recién nacido entre los judíos. Y allá fueron los tres maestros buscando esa «luz de vida». Después de buscarla inútilmente por todo Jerusalén durante varias semanas, estaban a punto de regresar a Ur cuando se encontraron con Zacarías. Tras manifestarles su convicción de que Jesús era el niño a quien buscaban, Zacarías los envió a Belén donde encontraron al bebé y dejaron sus regalos en manos de María, su madre en la tierra. El bebé tenía casi tres semanas en el momento de esta visita.
122:8.7 (1352.3) Aquellos sabios no llegaron a Belén guiados por ninguna estrella. La hermosa leyenda de la estrella de Belén se originó de la siguiente manera: Jesús nació el 21 de agosto del año 7 a. C. al mediodía, y el 29 de mayo del mismo año hubo una conjunción extraordinaria de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis. El hecho de que se produjeran conjunciones similares el 29 de septiembre y el 5 de diciembre del mismo año es un fenómeno astronómico muy notable. Basándose en estos acontecimientos extraordinarios aunque enteramente naturales, los bienintencionados y fervorosos seguidores de las generaciones posteriores construyeron la atractiva leyenda de la estrella de Belén que habría guiado a los Reyes Magos hasta el pesebre donde contemplaron y adoraron al bebé recién nacido. A las mentes orientales y de Oriente Próximo les encantan los cuentos de hadas y tejen continuamente hermosos mitos como este en torno a la vida de sus líderes religiosos y de sus héroes políticos. En ausencia de imprenta, cuando casi todo el conocimiento humano se trasmitía de palabra de una generación a otra, era muy fácil que los mitos se convirtieran en tradiciones y que las tradiciones se acabaran aceptando como hechos.
122:9.1 (1352.4) Moisés había enseñado a los judíos que todo hijo primogénito pertenecía al Señor y que, en vez de sacrificarlo como era costumbre entre las naciones paganas, ese hijo podría vivir siempre que sus padres lo rescataran mediante el pago de cinco siclos a cualquier sacerdote autorizado. Otra ordenanza mosaica decretaba que, transcurrido cierto tiempo, toda madre debía presentarse en el templo para purificarse (o encargar a alguien que hiciera el sacrificio apropiado por ella). Era costumbre cumplir con ambas ceremonias a la vez. Por consiguiente, José y María subieron en persona al templo de Jerusalén para presentar a Jesús ante los sacerdotes, efectuar su rescate y hacer al mismo tiempo el sacrificio apropiado para consumar la purificación ceremonial de María de la presunta impureza del alumbramiento.
122:9.2 (1353.1) Dos personajes notables acostumbraban a pasear por los patios del templo: el cantor Simeón y la poetisa Ana. Simeón era de Judea y Ana de Galilea. Solían hacerse compañía y ambos eran íntimos del sacerdote Zacarías, que les había confiado el secreto de Juan y de Jesús. Tanto Simeón como Ana anhelaban la venida del Mesías, y su confianza en Zacarías los llevó a creer que Jesús era el esperado libertador del pueblo judío.
122:9.3 (1353.2) Zacarías conocía el día en que José y María iban a llevar a Jesús al templo y había acordado de antemano con Simeón y Ana que saludaría levantando la mano para indicarles cuál era Jesús entre la procesión de niños primogénitos.
122:9.4 (1353.3) Ana había escrito un poema para la ocasión y Simeón lo cantó en los patios del templo, para gran asombro de José, de María y de todos los presentes. Este fue su cántico de rescate del hijo primogénito:
122:9.5 (1353.4) Bendito sea el Señor Dios de Israel,
122:9.6 (1353.5) Pues nos ha visitado y ha traído la redención a su pueblo;
122:9.7 (1353.6) Ha alzado una trompa de salvación para todos nosotros
122:9.8 (1353.7) En la casa de su siervo David.
122:9.9 (1353.8) Tal como habló por boca de sus santos profetas,
122:9.10 (1353.9) Nos salva de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian;
122:9.11 (1353.10) Muestra misericordia a nuestros padres y recuerda su alianza sagrada,
122:9.12 (1353.11) El juramento por el que prometió a Abraham nuestro padre,
122:9.13 (1353.12) Que nos concedería, después de librarnos de la mano de nuestros enemigos,
122:9.14 (1353.13) Servirle sin temor,
122:9.15 (1353.14) En santidad y rectitud ante él, todos los días de nuestra vida.
122:9.16 (1353.15) Sí, y tú, niño de la promesa, serás llamado el profeta del Altísimo;
122:9.17 (1353.16) Pues te presentarás ante la faz del Señor para establecer su reino,
122:9.18 (1353.17) Para dar a conocer la salvación a su pueblo
122:9.19 (1353.18) En la remisión de sus pecados.
122:9.20 (1353.19) Regocijaos en la tierna misericordia de nuestro Dios, porque el alba de las alturas nos ha visitado ahora
122:9.21 (1353.20) Para iluminar a aquellos que habitan en las tinieblas y en la sombra de la muerte,
122:9.22 (1353.21) Para guiar nuestros pasos por los caminos de la paz.
122:9.23 (1353.22) Y ahora deja a tu siervo partir en paz, oh Señor, según tu palabra,
122:9.24 (1353.23) Pues mis ojos han visto tu salvación,
122:9.25 (1353.24) Que has preparado ante la faz de todos los pueblos;
122:9.26 (1353.25) Una luz para iluminar incluso a los gentiles
122:9.27 (1353.26) Y para la gloria de tu pueblo Israel.
122:9.28 (1353.27) José y María volvieron a Belén en silencio, confundidos y sobrecogidos. A María le preocuparon mucho las palabras de despedida de Ana, la anciana poetisa, y a José no le pareció bien ese intento prematuro de hacer de Jesús el Mesías esperado del pueblo judío.
122:10.1 (1353.28) Entretanto los espías de Herodes no estaban ociosos. Cuando le informaron de la visita de los sacerdotes de Ur a Belén, Herodes convocó a los tres caldeos. Les interrogó con todo detalle sobre el nuevo «rey de los judíos», pero los sabios solo le explicaron que era hijo de una mujer que había ido a Belén con su marido para inscribirse en el censo. No satisfecho con esta respuesta, Herodes les envió con una bolsa de dinero y el encargo de encontrar al niño para que él también pudiera ir a adorarlo, puesto que habían declarado que su reino no iba a ser temporal sino espiritual. Cuando los sabios no volvieron Herodes empezó a sospechar. Mientras daba vueltas a todas estas cosas, llegaron sus espías con un informe completo sobre lo que acababa de ocurrir en el templo e incluso una copia de fragmentos del cántico de Simeón durante la ceremonia del rescate de Jesús, pero no se les había ocurrido seguir a José y María. Herodes montó en cólera cuando no pudieron decirle a dónde se había llevado la pareja al bebé y mandó investigadores para localizar a José y María. Al saber que Herodes perseguía a la familia de Nazaret, Zacarías e Isabel no volvieron a Belén y el niño fue ocultado por parientes de José.
122:10.2 (1354.1) José no se atrevía a buscar trabajo y sus pocos ahorros se estaban esfumando. Incluso en el momento de la ceremonia de purificación en el templo, se consideró lo bastante pobre como para limitar justificadamente la ofrenda de María a dos palomas jóvenes, tal como había ordenado Moisés para la purificación de las madres pobres.
122:10.3 (1354.2) Después de más de un año de búsqueda los espías de Herodes no habían localizado a Jesús, y como se sospechaba que el niño seguía oculto en Belén, Herodes decretó el registro sistemático de todas las casas de Belén y el asesinato de todos los varones menores de dos años. Con ello esperaba garantizar la destrucción del niño que iba a convertirse en «rey de los judíos». Así perecieron en un día dieciséis niños varones en Belén de Judea. Pero la intriga y el asesinato estaban a la orden del día en la corte de Herodes incluso dentro de su propia familia directa.
122:10.4 (1354.3) Esta masacre tuvo lugar hacia mediados de octubre del año 6 a. C. cuando Jesús tenía poco más de un año de edad. Pero incluso entre los miembros de la corte de Herodes había creyentes en el Mesías venidero. Uno de ellos, al enterarse de la orden de asesinar a los niños de Belén, informó a Zacarías que a su vez envió un mensajero a José, y la noche anterior a la matanza José y María salieron de Belén con el bebé hacia Egipto, camino de Alejandría. Se fueron solos con Jesús para no atraer la atención. Zacarías les proporcionó el dinero para el viaje a Alejandría, donde José trabajó en su oficio y María y Jesús se alojaron con unos parientes adinerados de la familia de José. Allí vivieron dos años completos y no volvieron a Belén hasta después de la muerte de Herodes.
El libro de Urantia
Documento 123
123:0.1 (1355.1) EN VISTA DE las ansiedades e incertidumbres de su estancia en Belén, María no destetó al niño hasta que se encontraron seguros en Alejandría, donde la familia pudo llevar una vida normal. Vivieron en casa de unos parientes y José encontró trabajo al poco tiempo de su llegada para mantener a su familia. Estuvo empleado como carpintero durante varios meses y luego fue ascendido a capataz de un grupo grande de trabajadores empleados en la construcción de un edificio público. Esta nueva experiencia le dio la idea de convertirse en contratista y constructor a su vuelta a Nazaret.
123:0.2 (1355.2) Durante estos primeros años indefensos de la infancia de Jesús, María velaba constantemente por proteger a su hijo de todo lo que pudiera hacer peligrar su bienestar o interferir de alguna manera en su futura misión en la tierra. Ninguna madre ha estado nunca más entregada a su hijo. En la casa donde quiso el azar que viviera Jesús había otros dos niños más o menos de su edad, y otros seis en el vecindario de edades aceptables para ser sus compañeros de juego. Al principio María se propuso mantener a Jesús junto a ella porque temía que le pasara algo si le permitía ir a jugar al jardín con los demás niños, pero José, ayudado por sus parientes, logró convencerla de que eso privaría a Jesús de la experiencia tan necesaria de aprender a adaptarse a otros niños de su edad. Cuando María se dio cuenta de que una protección exagerada y anormal podría volver a Jesús tímido y algo egocéntrico, accedió finalmente a permitir que el hijo de la promesa creciera exactamente igual que cualquier otro niño, aunque estaba siempre pendiente de los pequeños cuando jugaban alrededor de la casa o en el jardín. Solo un amor de madre puede saber la carga de preocupación que llevó María en su corazón por la seguridad de su hijo durante su infancia y los primeros años de su niñez.
123:0.3 (1355.3) Durante los dos años de su estancia en Alejandría Jesús gozó de buena salud y siguió creciendo normalmente. Aparte de unos pocos amigos y parientes nadie sabía que Jesús era un «hijo de la promesa». Uno de los parientes de José se lo había revelado a unos pocos amigos de Menfis descendientes del lejano Akenatón y estos, con un pequeño grupo de creyentes de Alejandría, se reunieron en la suntuosa casa del pariente y benefactor de José poco antes de su vuelta a Palestina para presentar sus mejores deseos a la familia de Nazaret y sus respetos al niño. Los amigos reunidos para la ocasión regalaron a Jesús un ejemplar completo de las escrituras hebreas traducidas al griego. Pero no entregaron a José este ejemplar de los textos sagrados judíos hasta que tanto él como María declinaron definitivamente la invitación de sus amigos de Menfis y Alejandría a quedarse en Egipto. Estos creyentes insistían en que el niño del destino podría ejercer una influencia mundial mucho mayor residiendo en Alejandría que en cualquier lugar de Palestina. Estas consideraciones retrasaron algún tiempo su marcha a Palestina tras la noticia de la muerte de Herodes.
123:0.4 (1356.1) José y María salieron finalmente de Alejandría en un barco perteneciente a su amigo Ezraeon con rumbo a Jope y llegaron a ese puerto a finales de agosto del año 4 a. C. Fueron directamente a Belén y pasaron allí todo el mes de septiembre en conversaciones con sus amigos y parientes para decidir si debían quedarse ahí o volver a Nazaret.
123:0.5 (1356.2) María no había renunciado nunca del todo a la idea de que Jesús debía crecer en Belén, la ciudad de David. José no creía realmente que su hijo fuera a convertirse en un libertador regio de Israel. Además sabía que él mismo no era un auténtico descendiente de David y que solo figuraba en este linaje porque uno de sus antepasados había sido adoptado por descendientes de la línea davídica. María pensaba, por supuesto, que la ciudad de David era el lugar más adecuado para criar al nuevo candidato al trono de David, pero José prefería probar suerte con Herodes Antipas en vez de con su hermano Arquelao. Temía mucho por la seguridad del niño en Belén o en cualquier otra ciudad de Judea y le parecía más probable que Arquelao mantuviera la política amenazadora de su padre Herodes a que lo hiciera Antipas en Galilea. Por otra parte, José mostraba abiertamente su clara preferencia por Galilea como lugar mejor para criar y educar al niño, pero le costó tres semanas superar las objeciones de María.
123:0.6 (1356.3) Para el uno de octubre José había convencido a María y a todos sus amigos de que era mejor para ellos volver a Nazaret, de modo que a principios de octubre del año 4 a. C. salieron de Belén hacia Nazaret por el camino de Lida y Escitópolis. Salieron un domingo por la mañana temprano, María y el niño montados en la bestia de carga que acababan de comprar mientras que José y cinco parientes que los acompañaban iban a pie. La familia de José se había negado a dejarles viajar solos porque temían pasar por Jerusalén y el valle del Jordán de camino a Galilea, y las rutas occidentales no eran muy seguras para dos viajeros solitarios con un niño de corta edad.
123:1.1 (1356.4) Al cuarto día de viaje el grupo llegó sano y salvo a su destino. Aparecieron sin anunciarse en su casa de Nazaret donde llevaba más de tres años instalado un hermano casado de José que se sorprendió muchísimo al verlos. José y María lo habían hecho todo con tanta discreción que sus familias ni siquiera sabían que habían salido de Alejandría. Al día siguiente el hermano de José trasladó a su familia y, por primera vez desde el nacimiento de Jesús, María pudo disfrutar de su propia casa con su pequeña familia. José tardó menos de una semana en encontrar trabajo como carpintero, y fueron felicísimos.
123:1.2 (1356.5) Jesús tendría unos tres años y dos meses cuando volvieron a Nazaret. Había soportado muy bien todos estos viajes y era un niño muy sano. Estaba lleno de entusiasmo infantil y encantado de tener un lugar propio donde correr y jugar, pero echaba mucho de menos a sus compañeros de juego de Alejandría.
123:1.3 (1356.6) De camino a Nazaret José convenció a María de que sería imprudente divulgar entre sus amigos y parientes galileos la noticia de que Jesús era un hijo de la promesa. Acordaron no hablar de estas cosas con nadie y ambos fueron fieles a su palabra.
123:1.4 (1357.1) Durante todo su cuarto año Jesús tuvo un desarrollo físico normal y una actividad mental fuera de lo común. En ese tiempo se hizo muy amigo de un niño vecino de su edad llamado Jacobo. A Jesús y Jacobo les encantaba jugar juntos y llegarían a convertirse con el tiempo en grandes amigos y leales compañeros.
123:1.5 (1357.2) El siguiente acontecimiento importante en la vida de esta familia de Nazaret fue el nacimiento de su segundo hijo, Santiago, en la madrugada del 2 de abril del año 3 a. C. Jesús estaba feliz de tener un hermanito y pasaba largas horas observando las primeras actividades del bebé.
123:1.6 (1357.3) A mediados del verano de ese mismo año José construyó un pequeño taller cerca de la fuente del pueblo y del punto de parada de las caravanas. A partir de ahí hizo muy pocos trabajos de carpintería a domicilio. Tenía como empleados a dos de sus hermanos y a varios obreros más a quienes enviaba a trabajar mientras él se quedaba en el taller fabricando yugos, arados y otros objetos de madera. También trabajaba algo el cuero, la cuerda y la lona. A medida que Jesús iba creciendo repartía casi por igual su tiempo fuera de la escuela entre ayudar a su madre en las tareas de la casa y observar a su padre trabajar en el taller, donde escuchaba las conversaciones y los chismes de los conductores de las caravanas y de los viajeros procedentes de los cuatro rincones de la tierra.
123:1.7 (1357.4) En julio de ese año, un mes antes de que Jesús cumpliera los cuatro, hubo en Nazaret una epidemia de trastornos intestinales malignos por contagio con los viajeros de las caravanas. María se asustó tanto ante el riesgo de que Jesús pudiera contagiarse de esta enfermedad epidémica que preparó precipitadamente a sus dos hijos y huyó a casa de su hermano situada en el campo varios kilómetros al sur de Nazaret en la calzada de Meguido, cerca de Sarid. Tardaron más de dos meses en volver a Nazaret, y Jesús disfrutó mucho de su primera experiencia en una granja.
123:2.1 (1357.5) Poco más de un año después de volver a Nazaret Jesús niño llegó a la edad de su primera decisión moral plena y personal, y entonces vino a residir en él un Ajustador del Pensamiento. Este don divino del Padre del Paraíso había servido anteriormente con Maquiventa Melquisedec y obtenido así la experiencia de trabajar en otro caso de encarnación de un ser supramortal para vivir a imagen y semejanza de carne mortal. Este acontecimiento ocurrió el 11 de febrero del año 2 a. C. Jesús no fue más consciente de la llegada del Monitor divino que los millones y millones de otros niños que, antes y después de ese día, han recibido igualmente a estos Ajustadores del Pensamiento para morar dentro de sus mentes y trabajar para la espiritualización última de esas mentes y la supervivencia eterna de sus almas inmortales en vías de evolución.
123:2.2 (1357.6) Ese día de febrero terminó la supervisión directa y personal de los Regidores del Universo en cuanto a la integridad de la encarnación de Miguel como niño. A partir de ese momento y durante todo el desarrollo humano de la encarnación, la custodia de Jesús quedaría al cuidado de este Ajustador interior y de las guardianas seráficas asociadas, complementadas algunas veces por el ministerio de criaturas intermedias asignadas a ciertas tareas concretas según las instrucciones de sus superiores planetarios.
123:2.3 (1357.7) Jesús cumplió cinco años en agosto de este año y por ello nos referiremos a él como su quinto año de vida (de calendario). En este año 2 a. C., poco más de un mes antes del quinto aniversario de su nacimiento, a Jesús le hizo muy feliz la llegada de su hermana Miriam, que nació la noche del 11 de julio. Durante la tarde del día siguiente Jesús tuvo una larga conversación con su padre sobre la manera en que los diversos grupos de seres vivos vienen al mundo como individuos diferenciados. La parte más valiosa de su primera educación la obtuvo Jesús de sus padres en respuesta a sus meditadas y minuciosas preguntas. José no dejó nunca de cumplir plenamente con su deber de dedicar todo el tiempo y el esfuerzo que fuera necesario para responder a las numerosas preguntas de su hijo. Desde los cinco hasta los diez años Jesús fue una interrogación permanente. Aunque José y María no siempre podían contestar a sus preguntas, no dejaron nunca de comentarlas a fondo y de ayudarle de todas las maneras posibles en sus esfuerzos por encontrar soluciones satisfactorias a los problemas que su mente despierta le planteaba.
123:2.4 (1358.1) Desde su regreso a Nazaret habían tenido una intensa vida familiar, y José había estado extraordinariamente ocupado en construir su nuevo taller y volver a poner en marcha su negocio. Tan ocupado estaba que no había encontrado tiempo para construir una cuna para Santiago, aunque pudo hacerlo mucho antes del nacimiento de Miriam, así que ella tuvo una cuna muy cómoda donde acurrucarse mientras la familia la admiraba. El niño Jesús participaba con entusiasmo en todas estas experiencias normales y naturales de una familia; disfrutaba mucho con su hermanito y su hermanita y ayudaba mucho a María a cuidar de ellos.
123:2.5 (1358.2) En el mundo de los gentiles de entonces había pocos hogares que pudieran dar a un niño una formación intelectual, moral y religiosa mejor que la de los hogares judíos de Galilea. Estos judíos tenían un programa sistemático para criar y educar a sus hijos. Dividían la vida del niño en siete etapas:
123:2.6 (1358.3) 1. El niño recién nacido hasta el octavo día.
123:2.7 (1358.4) 2. El niño lactante.
123:2.8 (1358.5) 3. El niño destetado.
123:2.9 (1358.6) 4. El periodo de dependencia de la madre, que duraba hasta el final del quinto año.
123:2.10 (1358.7) 5. El comienzo de la independencia del niño. En el caso de los varones el padre asumía la responsabilidad de su educación.
123:2.11 (1358.8) 6. Los chicos y chicas adolescentes.
123:2.12 (1358.9) 7. Los hombres y mujeres jóvenes.
123:2.13 (1358.10) Entre los judíos de Galilea era costumbre que la madre tuviera la responsabilidad de la formación de los hijos hasta el quinto cumpleaños, y a partir de entonces, si el niño era varón, transferir esta responsabilidad al padre. Ese año Jesús entró en la quinta etapa de la carrera de un niño judío galileo y, conforme a la costumbre, el 21 de agosto del 2 a. C. María se lo entregó formalmente a José para que continuara con su educación.
123:2.14 (1358.11) Aunque José asumió la responsabilidad directa de la educación intelectual y religiosa de Jesús, su madre siguió interesándose por su educación hogareña. Le enseñó a conocer y cuidar las parras y las flores que crecían en las paredes del jardín que rodeaban por completo la parcela del domicilio. María dispuso también sobre el tejado de la casa (el dormitorio de verano) unos cajones de arena poco profundos donde Jesús dibujaba mapas y empezó a practicar la escritura del arameo, el griego y más tarde el hebreo. Con el tiempo aprendería a leer, escribir y hablar con soltura en los tres idiomas.
123:2.15 (1358.12) Jesús parecía ser un niño casi perfecto físicamente y su desarrollo mental y emocional progresaba normalmente. Hacia el final de este, su quinto año (de calendario), tuvo un trastorno digestivo ligero, su primera enfermedad leve.
123:2.16 (1359.1) Aunque José y María hablaban mucho sobre el futuro de su hijo mayor, si hubierais estado allí, solo habríais visto crecer a un niño normal de aquel tiempo y lugar, sano y libre de preocupaciones, aunque muy indagador.
123:3.1 (1359.2) Con la ayuda de su madre Jesús dominaba ya el dialecto galileo de la lengua aramea, y ahora su padre empezó a enseñarle el griego. María hablaba poco griego, pero José hablaba bien tanto el griego como el arameo. El texto utilizado para estudiar la lengua griega fue la traducción de las Escrituras hebreas —una versión completa de la ley y de los profetas, incluidos los salmos— que les habían regalado al salir de Egipto. En Nazaret solo había dos ejemplares completos de las Escrituras en griego, y el hecho de que uno de ellos fuera propiedad de la familia del carpintero atraía a mucha gente hacia la casa de José. Esto hizo que Jesús creciera en contacto con una procesión casi interminable de estudiosos serios y buscadores sinceros de la verdad. El día de su sexto cumpleaños le dijeron que el libro sagrado se lo habían regalado a él los amigos y parientes de Alejandría, y antes del fin de año Jesús había asumido la custodia de este manuscrito inestimable. Al poco tiempo podía leerlo de corrido.
123:3.2 (1359.3) La primera gran conmoción de la joven vida de Jesús se produjo antes de cumplir los seis años con ocasión de un leve terremoto sin consecuencias. Para este niño indagador su padre —o al menos su padre y su madre juntos— lo sabían todo, y cuál no fue su sorpresa cuando al preguntar a su padre por la causa del terremoto, oyó decir a José: «Hijo mío, realmente no lo sé». Así empezó para Jesús una larga y desconcertante serie de desilusiones cuando descubrió que sus padres terrenales no lo sabían todo ni lo conocían todo.
123:3.3 (1359.4) El primer impulso de José había sido responder a Jesús que el terremoto lo había causado Dios, pero le bastó un instante de reflexión para comprender que esa respuesta provocaría inmediatamente nuevas preguntas aún más problemáticas. A pesar de su corta edad, era muy difícil contestar a las preguntas de Jesús sobre los fenómenos físicos o sociales diciéndole automáticamente que el responsable era Dios o el diablo. Conforme a la creencia imperante del pueblo judío, hacía tiempo que Jesús estaba dispuesto a aceptar la doctrina de los buenos y malos espíritus como posible explicación de los fenómenos mentales y espirituales, pero empezó a dudar muy pronto de que esas influencias invisibles fueran responsables de los acontecimientos físicos del mundo natural.
123:3.4 (1359.5) Antes de que Jesús cumpliera los seis años, a principios del verano del año 1 a. C., Zacarías e Isabel fueron a visitar a la familia de Nazaret con su hijo Juan. Esta fue la primera visita que Jesús y Juan pudieron recordar y disfrutaron mucho con ella. Aunque los visitantes solo se quedaron unos días, los padres hablaron de muchas cosas, incluyendo futuros planes para sus hijos. Mientras tanto los niños jugaban con trozos de madera en la arena de la cubierta de la casa y se divertían con todo tipo de juegos de chicos.
123:3.5 (1359.6) Después de conocer a Juan, que procedía de los alrededores de Jerusalén, Jesús empezó a mostrar un interés poco común por la historia de Israel y a indagar con todo detalle sobre el significado de los ritos del sabbat, los sermones de la sinagoga y las fiestas periódicas de conmemoración. Su padre le explicó el significado de todas estas celebraciones. La primera era la fiesta de la iluminación a mediados del invierno, que duraba ocho días; se empezaba con una vela la primera noche, y se encendía una más cada noche sucesiva para conmemorar la consagración del templo después de que Judas Macabeo restaurara los ritos mosaicos. Luego venía la celebración del Purim a principios de la primavera, la fiesta de Ester y de la liberación de Israel gracias a ella. Después llegaba la Pascua solemne, que los adultos celebraban en Jerusalén siempre que les era posible, mientras que en sus casas los niños debían recordar que había que comer pan sin levadura durante toda la semana. Venía después la fiesta de los primeros frutos, la recogida de la cosecha. Y por último la más solemne de todas, la fiesta del año nuevo, el día de la expiación. Aunque algunas de estas observancias y celebraciones eran difíciles de comprender para la joven mente de Jesús, él reflexionaba seriamente sobre ellas. Y luego se sumó con entusiasmo al regocijo de la fiesta de los tabernáculos, la temporada anual de vacaciones de todos los judíos, cuando acampaban en cabañas de ramas y se entregaban al placer y la alegría.
123:3.6 (1360.1) Durante este sexto año José y María estuvieron en desacuerdo con la forma de rezar de Jesús, que insistía en hablar con su Padre celestial igual que si hablara con José, su padre terrenal. Esta desviación de las formas más solemnes y reverentes de comunicación con la Deidad preocupaba a sus padres, sobre todo a su madre, pero no pudieron hacerle cambiar. Él recitaba sus oraciones tal como se las habían enseñado y después insistía en tener «una pequeña conversación con mi Padre del cielo».
123:3.7 (1360.2) En junio de ese año José traspasó a sus hermanos el taller de Nazaret e inauguró su negocio de constructor. Antes del fin de año los ingresos familiares se habían más que triplicado. La familia de Nazaret no volvió a pasar los apuros de la pobreza hasta después de la muerte de José. La familia, cada vez más numerosa, gastaba mucho dinero en educación y viajes, pero los crecientes ingresos de José se mantenían al ritmo de los gastos.
123:3.8 (1360.3) Durante los años siguientes José tuvo muchas obras en Caná, Belén (de Galilea), Magdala, Naín, Séforis, Cafarnaúm y Endor, además de construir mucho en Nazaret y sus alrededores. Como Santiago ya tenía edad para ayudar a su madre en el trabajo doméstico y en el cuidado de los niños más pequeños, Jesús acompañaba muchas veces a su padre en sus viajes a estas ciudades y pueblos de los alrededores. Jesús era un observador agudo y adquirió muchos conocimientos prácticos en estos viajes fuera de casa; iba acumulando asiduamente conocimientos sobre el hombre y su forma de vivir en la tierra.
123:3.9 (1360.4) Ese año Jesús aprendió mucho a adaptar sus sentimientos enérgicos y sus vigorosos impulsos a las exigencias de la cooperación familiar y la disciplina en casa. María era una madre cariñosa, pero imponía una disciplina bastante estricta. Sin embargo quien mejor controlaba a Jesús en muchos aspectos era José, porque solía sentarse con el muchacho y explicarle con todo detalle las verdaderas razones que hacían necesario supeditar los deseos personales al bienestar y la tranquilidad del conjunto de la familia. Cuando se le explicaba la situación Jesús cooperaba siempre inteligentemente y de buen grado con los deseos de sus padres y las normas familiares.
123:3.10 (1360.5) Cuando su madre no necesitaba su ayuda en la casa, Jesús dedicaba gran parte de su tiempo libre a estudiar las flores y las plantas durante el día y las estrellas por la noche. Tenía tendencia a tumbarse de espaldas y contemplar maravillado los cielos estrellados mucho después de su hora normal de acostarse, una costumbre que no encajaba con el buen orden de la casa de Nazaret.
123:4.1 (1361.1) El séptimo año de la vida de Jesús estuvo lleno de acontecimientos. A principios de enero hubo una gran nevada en Galilea que dejó casi setenta centímetros de nieve; fue la mayor nevada de la vida de Jesús, y una de las más importantes que cayeron en cien años sobre Nazaret.
123:4.2 (1361.2) En tiempos de Jesús los juegos de los niños judíos estaban bastante limitados, por lo que jugaban demasiadas veces a las cosas más serias que observaban hacer a los adultos. Jugaban mucho a bodas y a funerales, ceremonias muy habituales para ellos y muy espectaculares. Bailaban y cantaban, pero tenían pocos juegos organizados como los que tanto gustan a los niños más modernos.
123:4.3 (1361.3) A Jesús le encantaba jugar con un chico vecino, y más tarde con su hermano Santiago, en el rincón más alejado del taller de carpintería de la familia donde se divertían mucho con las virutas y los trozos de madera. A Jesús le costó siempre comprender qué podían tener de malo ciertos juegos que estaban prohibidos durante el sabbat, aunque no dejó nunca de conformarse a los deseos de sus padres. Tenía una capacidad para el juego y el humor que encontró pocas oportunidades de expresarse en el entorno de su tiempo y generación, pero hasta los catorce años estaba casi siempre alegre y de buen humor.
123:4.4 (1361.4) María tenía un palomar encima del establo contiguo a la casa. La familia destinaba los beneficios de la venta de las palomas a un fondo especial de caridad que administraba Jesús después de deducir el diezmo y entregárselo al administrador de la sinagoga.
123:4.5 (1361.5) El único accidente real en la vida de Jesús hasta entonces fue una caída por las escaleras de piedra del patio trasero que conducían al dormitorio con techo de lona. Ocurrió en julio durante una inesperada tormenta de arena procedente del este. Los vientos cálidos con ráfagas de arena fina eran habituales durante la estación lluviosa, sobre todo en marzo y abril, pero no en julio. Cuando se desencadenó la tormenta Jesús estaba jugando en la parte superior de la casa, donde solía jugar durante la estación seca. Al bajar las escaleras quedó cegado por la arena y se cayó. Tras este accidente José instaló una barandilla a ambos lados de la escalera.
123:4.6 (1361.6) Este accidente no hubiera podido evitarse de ninguna manera. No fue una negligencia imputable a los intermedios guardianes temporales, uno primario y otro secundario, que tenían encomendado el cuidado del niño, ni tampoco imputable a su guardiana seráfica. Era sencillamente inevitable. Pero este accidente sin consecuencias, ocurrido mientras José estaba de viaje en Endor, provocó tal ansiedad en María que intentó de manera muy poco razonable mantener a Jesús pegado a ella durante varios meses.
123:4.7 (1361.7) Las personalidades celestiales no interfieren arbitrariamente en los accidentes materiales, que son incidencias corrientes de naturaleza física. En circunstancias normales solo las criaturas intermedias pueden alterar las condiciones materiales para salvaguardar las personas de los hombres y mujeres del destino, e incluso en situaciones especiales estos seres solo pueden hacerlo conforme a los mandatos específicos de sus superiores.
123:4.8 (1361.8) Pero este no fue más que el primero de una serie de accidentes menores que se sucederían durante el crecimiento de este joven intrépido y curioso. Si imagináis la niñez y la juventud normal de un chico activo, os haréis una idea bastante exacta de la carrera juvenil de Jesús y os podréis figurar cuántos desvelos causó a sus padres, sobre todo a su madre.
123:4.9 (1362.1) José, el cuarto hijo de la familia de Nazaret, nació la mañana del miércoles 16 de marzo del año 1 d. C.
123:5.1 (1362.2) Jesús tenía ya siete años, la edad en que los niños judíos debían empezar su educación formal en las escuelas de las sinagogas. Y así, en agosto de ese año comenzó su intensa vida escolar en Nazaret. El muchacho ya leía, escribía y hablaba con soltura dos idiomas, el arameo y el griego; ahora le tocaba aprender a leer, escribir y hablar el hebreo. Afrontaba con verdadera ilusión la nueva vida escolar que le esperaba.
123:5.2 (1362.3) Durante tres años —hasta los diez— asistió a la escuela de enseñanza primaria de la sinagoga de Nazaret. Durante estos tres años estudió los rudimentos del Libro de la Ley tal como estaba redactado en lengua hebrea. Durante los tres años siguientes estudió en la escuela superior y memorizó, a base de repetirlas en voz alta, las enseñanzas más profundas de la ley sagrada. A los trece años se graduó en esta escuela de la sinagoga, y los dirigentes de la sinagoga se lo entregaron a sus padres como un «hijo del mandamiento» ya educado. A partir de ahí sería un ciudadano responsable de la comunidad de Israel y debería asistir a la Pascua en Jerusalén. Ese año asistió a su primera Pascua en compañía de su padre y de su madre.
123:5.3 (1362.4) En Nazaret los alumnos se sentaban en el suelo formando un semicírculo, y frente a ellos se sentaba su profesor, el jazán, un empleado de la sinagoga. Empezaban por el Libro del Levítico, luego estudiaban los demás libros de la ley y a continuación los Profetas y los Salmos. La sinagoga de Nazaret poseía un ejemplar completo de las escrituras en hebreo. Antes de los doce años no se estudiaba nada que no fueran las escrituras. Durante los meses de verano había muchas menos horas de clase.
123:5.4 (1362.5) Jesús no tardó en dominar el hebreo, y en los oficios regulares del sabbat cuando no se encontraba en Nazaret ningún visitante de categoría, solían pedir muchas veces al joven que leyera las escrituras hebreas a los fieles reunidos en la sinagoga.
123:5.5 (1362.6) Por supuesto, estas escuelas de la sinagoga no tenían libros de texto. El jazán enseñaba formulando frases que los alumnos repetían a coro. Cuando los alumnos tenían acceso a los libros escritos de la ley, aprendían su lección a base de leerla en voz alta y repetir hasta memorizarla.
123:5.6 (1362.7) Como complemento a sus estudios oficiales, Jesús empezó a tomar contacto con la naturaleza humana a través de los viajeros procedentes de los cuatro puntos cardinales de la tierra que pasaban por el taller de reparaciones de su padre. Cuando tuvo más edad se mezclaba libremente con las caravanas que se paraban a comer y descansar cerca de la fuente. Como hablaba muy bien el griego, le era fácil conversar con la mayoría de los viajeros y conductores de caravanas.
123:5.7 (1362.8) Nazaret era un cruce de caminos y punto de parada de caravanas. Gran parte de su población era gentil y tenía fama como centro de interpretación liberal de la ley tradicional judía. En Galilea los judíos se relacionaban más libremente con los gentiles que en Judea, y de todas las ciudades de Galilea, los judíos de Nazaret eran los más liberales en su interpretación de las restricciones sociales basadas en los miedos a contaminarse por contacto con los gentiles, de ahí este dicho muy habitual en Jerusalén: «¿Puede salir algo bueno de Nazaret?».
123:5.8 (1363.1) Jesús recibió su formación moral y su cultura espiritual principalmente de su propia familia. La mayor parte de su educación intelectual y teológica provino del jazán, pero su educación real —la preparación de la mente y el corazón para la prueba de lidiar con los difíciles problemas de la vida— fue fruto de sus relaciones con sus semejantes. Esta estrecha vinculación con sus semejantes, jóvenes y viejos, judíos y gentiles, fue la que le brindó la oportunidad de conocer a la raza humana. Jesús estaba muy bien educado en el sentido de que entendía a fondo a los hombres y los amaba entrañablemente.
123:5.9 (1363.2) Durante todos sus años en la sinagoga fue un estudiante brillante, con la gran ventaja de dominar tres idiomas. El día que terminó sus estudios en la escuela de Nazaret, el jazán comentó a José que «temía no haber sido capaz de enseñar al muchacho tanto como había aprendido con las agudas preguntas de Jesús».
123:5.10 (1363.3) Jesús aprendió mucho en el transcurso de sus estudios, y los sermones regulares del sabbat en la sinagoga fueron para él una gran fuente de inspiración. Era costumbre pedir a los visitantes distinguidos que pasaban el sabbat en Nazaret que hablaran en la sinagoga. Jesús escuchó durante su juventud las opiniones de muchos grandes pensadores de todo el mundo judío, y también las de muchos que no eran precisamente judíos ortodoxos, puesto que la sinagoga de Nazaret era un centro avanzado y liberal del pensamiento y la cultura hebreos.
123:5.11 (1363.4) Cuando se entraba en la escuela a los siete años (los judíos acababan de instaurar la educación obligatoria por aquella época) era costumbre que los alumnos eligieran su «texto de cumpleaños», una especie de regla de oro para guiarlos a lo largo de sus estudios, y sobre el cual muchas veces disertaban en su graduación a los trece años. El texto que Jesús eligió era del profeta Isaías: «El espíritu del Señor Dios está sobre mí, pues el Señor me ha ungido; me ha enviado a traer buenas nuevas a los mansos, a vendar las heridas de los desconsolados, a proclamar la libertad de los cautivos y a liberar a los prisioneros espirituales».
123:5.12 (1363.5) Nazaret era uno de los veinticuatro centros sacerdotales de la nación hebrea, pero los sacerdotes galileos eran más liberales en la interpretación de las leyes tradicionales que los escribas y rabinos de Judea, y además en Nazaret eran más liberales con respecto a la observancia del sabbat. Por eso José acostumbraba a llevar a Jesús a pasear las tardes del sabbat, y una de sus excursiones favoritas era subir a una gran colina cercana a su casa, desde donde divisaban toda Galilea. En un día claro podían ver hacia el noroeste la alargada cresta del monte Carmelo cayendo hacia el mar; y Jesús oyó muchas veces contar a su padre la historia de Elías, uno de los primeros de la larga línea de profetas hebreos que censuró a Acab y desenmascaró a los sacerdotes de Baal. Hacia el norte el monte Hermón alzaba su majestuoso pico nevado que monopolizaba el horizonte con casi 1000 metros de resplandecientes laderas cubiertas de nieve perpetua. Hacia el este podían distinguir a lo lejos el valle del Jordán, y mucho más allá las colinas rocosas de Moab. Hacia el sur y el este podían ver, cuando el sol brillaba sobre sus muros de mármol, las ciudades grecorromanas de la Decápolis, con sus anfiteatros y sus ostentosos templos. Y cuando se quedaban hasta la puesta del sol podían divisar al oeste los barcos de vela en el lejano Mediterráneo.
123:5.13 (1364.1) Jesús podía observar las filas de caravanas que entraban y salían de Nazaret en todas las direcciones, y hacia el sur dominaba la amplia y fértil llanura de Esdraelón que se extendía hacia el Monte Gilboa y Samaria.
123:5.14 (1364.2) Cuando no subían a las cimas para admirar las vistas daban un paseo por el campo y estudiaban la naturaleza en sus distintos estados según las estaciones. El primer aprendizaje de Jesús, aparte del de su entorno familiar, consistió en un contacto reverente y receptivo con la naturaleza.
123:5.15 (1364.3) Antes de cumplir los ocho años era conocido por todas las madres y las jóvenes de Nazaret, que solían verlo y hablar con él en la fuente cercana a su casa, uno de los centros sociales de contacto y cotilleo de la ciudad. Ese año Jesús aprendió a ordeñar la vaca de la familia y a cuidar de los otros animales. Ese mismo año y el siguiente aprendió también a hacer queso y a tejer. A los diez años era ya un experto tejedor. Hacia esta época Jesús y su vecino Jacobo se hicieron grandes amigos del alfarero que trabajaba cerca del manantial, y mientras observaban los hábiles dedos de Natán moldeando la arcilla en el torno, ambos tomaron muchas veces la determinación de ser alfareros de mayores. Natán tenía mucho cariño a los muchachos y les daba a menudo arcilla para jugar; buscaba estimular su imaginación creativa organizando competiciones de modelaje de objetos y animales.
123:6.1 (1364.4) Fue un año interesante en la escuela. Aunque Jesús no era un estudiante excepcional, sí era un alumno aplicado y estaba en el tercio más adelantado de la clase. Hacía tan bien su trabajo que estaba exento de asistencia una semana al mes, y solía pasar esa semana o bien con su tío pescador en las orillas del mar de Galilea cerca de Magdala o bien en la granja de otro tío (hermano de su madre) ocho kilómetros al sur de Nazaret.
123:6.2 (1364.5) Aunque su madre se preocupaba exageradamente por su salud y su seguridad, se fue acostumbrando poco a poco a estas ausencias fuera de casa. Los tíos y las tías de Jesús le tenían mucho cariño y competían animadamente para que pasara con ellos sus semanas de asueto tanto ese año como los siguientes. En enero de ese año pasó una semana en la granja de su tío (por primera vez desde su infancia) y en el mes de mayo vivió su primera semana de experiencia como pescador en el mar de Galilea.
123:6.3 (1364.6) Hacia esta época Jesús conoció a un profesor de matemáticas de Damasco, y tras aprender algunas nuevas técnicas numéricas, dedicó mucho tiempo a las matemáticas durante varios años. Desarrolló un agudo sentido de los números, las distancias y las proporciones.
123:6.4 (1364.7) Jesús empezó a disfrutar mucho de la compañía de su hermano Santiago, y para el final de año había empezado a enseñarle el alfabeto.
123:6.5 (1364.8) Ese año Jesús organizó un trueque de productos lácteos a cambio de clases de arpa. Tenía una afición extraordinaria a todo lo musical y más adelante contribuiría mucho a promover la música vocal entre sus jóvenes compañeros. A los once años ya era un buen arpista y disfrutaba mucho entreteniendo a su familia y sus amigos con interpretaciones extraordinarias y excelentes improvisaciones.
123:6.6 (1365.1) Jesús seguía haciendo progresos envidiables en la escuela, pero ni sus padres ni sus profesores podían bajar nunca la guardia ante la sucesión interminable de preguntas incómodas relacionadas tanto con la ciencia como con la religión, y en particular sobre geografía y astronomía. Insistía especialmente en averiguar por qué había una estación seca y otra lluviosa en Palestina. Buscaba una y otra vez la explicación de la gran diferencia de temperatura existente entre Nazaret y el valle del Jordán. No paraba nunca de hacer preguntas inteligentes pero desconcertantes.
123:6.7 (1365.2) Simón, su tercer hermano varón, nació la tarde del viernes 14 de abril de este año 2 d. C.
123:6.8 (1365.3) En febrero uno de los profesores de una academia rabínica de Jerusalén llamado Nacor fue a Nazaret con intención de observar a Jesús. Había hecho lo mismo en casa de Zacarías, cerca de Jerusalén, y fue precisamente el padre de Juan quien le aconsejó que fuera a Nazaret. Aunque al principio le disgustó algo la franqueza de Jesús y su manera poco convencional de relacionarse con las cosas religiosas, lo atribuyó al alejamiento de Galilea de los centros hebraicos de cultura y enseñanza y aconsejó a José y María que le permitieran llevarse a Jesús a Jerusalén donde tendría la ventaja de formarse y educarse en el centro de la cultura judía. María estaba casi decidida a dar su consentimiento. Estaba convencida de que su hijo mayor iba a convertirse en el Mesías, el libertador de los judíos, pero José dudaba. Él también creía que Jesús llegaría a convertirse en un hombre del destino, y aunque nunca dudó de que su hijo cumpliría una gran misión en la tierra, no tenía ninguna seguridad sobre la naturaleza de ese destino. Cuanto más reflexionaba sobre la propuesta de Nacor, menos acertado le parecía que Jesús se fuera a vivir a Jerusalén.
123:6.9 (1365.4) Ante esta diferencia de opinión entre José y María, Nacor les pidió permiso para plantear el asunto directamente a Jesús. Jesús escuchó con atención y luego habló con José, con María y con un vecino, Jacobo el albañil, el padre de su compañero de juegos favorito. Dos días después explicó que, al haber tanta diferencia de opinión entre sus padres y consejeros, como no se sentía capaz de asumir la responsabilidad de una decisión tan importante ni tampoco tenía especial preferencia en un sentido ni en otro, había decidido por fin «hablar con mi Padre que está en el cielo»; y aunque no estaba perfectamente seguro de la respuesta, sentía más bien que debía quedarse en casa «con mi padre y mi madre». Y añadió: «ellos que me quieren tanto podrán hacer más por mí y guiarme con más seguridad que unos extraños que solo pueden ver mi cuerpo y observar mi mente, pero no pueden conocerme de verdad». Todos quedaron maravillados, y Nacor regresó a Jerusalén. Pasaron muchos años antes de que se volviera a considerar la posibilidad de que Jesús se fuera de casa.
El libro de Urantia
Documento 124
124:0.1 (1366.1) AUNQUE Jesús podría haberse beneficiado de mayores ventajas educativas en Alejandría que en Galilea, no pudo haber tenido un entorno más excelente para resolver los problemas de su propia vida con un mínimo de guía educativa, unido a la gran ventaja de estar en contacto permanente con tantos hombres y mujeres de todo tipo procedentes de todas las partes del mundo civilizado. Si se hubiera quedado en Alejandría, su educación habría estado dirigida por judíos según criterios exclusivamente judíos. En Nazaret obtuvo una educación y recibió una formación que le prepararon mejor para comprender a los gentiles y le dieron una idea más completa y equilibrada de los méritos relativos de los puntos de vista oriental o babilónico, y occidental o helénico de la teología hebrea.
124:1.1 (1366.2) No se puede decir que Jesús estuviera nunca gravemente enfermo, pero ese año tuvo algunas de las dolencias menores de la niñez, igual que sus hermanos y su hermanita.
124:1.2 (1366.3) En la escuela seguía siendo un estudiante favorecido con una semana libre al mes, y seguía dividiendo este tiempo casi por igual entre viajar a las ciudades vecinas con su padre, estar en la granja de su tío al sur de Nazaret y salir a pescar desde Magdala.
124:1.3 (1366.4) El incidente más serio de la experiencia escolar de Jesús hasta entonces ocurrió a finales del invierno, cuando se atrevió a rebatir las enseñanzas del jazán sobre el carácter esencialmente idólatra de todas las imágenes, pinturas y dibujos. A Jesús le encantaba dibujar paisajes, así como modelar una gran variedad de objetos con arcilla de alfarero. Todas esas cosas estaban estrictamente prohibidas por la ley judía, pero hasta ese momento se las había arreglado para desarmar las objeciones de sus padres hasta el punto de que le habían permitido seguir haciéndolas.
124:1.4 (1366.5) El problema volvió a surgir en la escuela cuando uno de los alumnos más atrasados descubrió a Jesús haciendo un dibujo al carbón del profesor en el suelo del aula. Allí estaba el retrato tan claro como la luz del día, y muchos de los ancianos lo vieron antes de que el comité se presentara en casa de José para exigirle que hiciera algo por reprimir el desacato a la ley de su hijo mayor. Aunque no era la primera vez que José y María recibían quejas sobre las actividades de su polifacético y dinámico hijo, esta era la más grave de todas las acusaciones que se habían presentado hasta entonces contra él. Jesús estaba sentado en una gran piedra justo detrás de la puerta trasera, y desde ahí podía escuchar la condena de sus esfuerzos artísticos. Le molestó que culparan a su padre de sus presuntas fechorías, así que entró en la casa y se enfrentó sin miedo a sus acusadores. Los ancianos quedaron estupefactos. Algunos tomaron el incidente con humor, pero uno o dos de ellos parecían pensar que el chico era sacrílego, si no blasfemo. José estaba boquiabierto, María indignada, pero Jesús insistió en ser escuchado. Dijo lo que pensaba, sostuvo valientemente su punto de vista y anunció con pleno dominio de sí mismo que acataría las decisiones de su padre en este y en todos los demás asuntos controvertidos. El comité de ancianos salió de la casa en silencio.
124:1.5 (1367.1) María intentó influir sobre José para que permitiera a Jesús modelar arcilla en casa siempre que prometiera no hacer ninguna de estas actividades conflictivas en la escuela, pero José se sintió obligado a dictaminar que la interpretación rabínica del segundo mandamiento debía prevalecer. Y así, Jesús no volvió a dibujar ni modelar la imagen de nada desde aquel día mientras vivió en casa de su padre. Sin embargo nunca creyó que hacerlo estuviera mal, y renunciar a uno de sus pasatiempos favoritos constituyó una de las mayores pruebas de su joven vida.
124:1.6 (1367.2) A finales de junio Jesús subió por primera vez a la cima del monte Tabor con su padre. Era un día claro y el panorama, espléndido. Al chico de nueve años le pareció que, menos la India, África y Roma, estaba viendo el mundo entero.
124:1.7 (1367.3) Marta, la segunda hermana de Jesús, nació la noche del jueves 13 de septiembre. Tres semanas después de la llegada de Marta, José, que estaba en casa esa temporada, empezó a construir un anexo a la casa que fuera a la vez taller y dormitorio. También construyó un pequeño banco de trabajo para Jesús, que por primera vez en su vida tuvo sus propias herramientas. Trabajó en ese banco durante muchos años en sus ratos libres y se hizo experto en la fabricación de yugos.
124:1.8 (1367.4) Ese invierno y el siguiente fueron los más fríos en Nazaret desde hacía muchas décadas. Jesús había visto nieve en las montañas y había nevado varias veces en Nazaret, aunque se derretía enseguida, pero no había visto nunca hielo hasta ese invierno. El hecho de que el agua pudiera darse en forma sólida, líquida y gaseosa —había reflexionado mucho sobre el vapor que escapaba de las ollas en ebullición— dio al muchacho mucho que pensar sobre el mundo físico y su constitución. Y sin embargo, la personalidad encarnada en este joven que se desarrollaba era la que había creado y organizado todas esas cosas en todo un vasto universo.
124:1.9 (1367.5) El clima de Nazaret era suave. Enero era el mes más frío con una temperatura media que rondaba los 10 °C. Durante julio y agosto, los meses más calurosos, la temperatura oscilaba entre los 24 ° y los 32 °C. Desde las montañas hasta el Jordán y el valle del mar Muerto, el clima de Palestina iba de lo gélido a lo tórrido. Por eso los judíos estaban en cierto modo preparados para vivir en prácticamente todos y cada uno de los diversos climas del mundo.
124:1.10 (1367.6) Incluso durante los meses más calurosos del verano, una brisa fresca del mar soplaba habitualmente del oeste desde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche, aunque los terribles vientos cálidos procedentes del desierto oriental barrían ocasionalmente toda Palestina. Estas ráfagas calientes solían llegar en febrero y marzo, hacia el final de la estación lluviosa. En aquellos días la lluvia caía de noviembre a abril en refrescantes chaparrones, pero no llovía continuamente. Solo había dos estaciones en Palestina, el verano y el invierno, la estación seca y la lluviosa. Las flores empezaban a florecer en enero, y para el final de abril todo el país era un vergel florido.
124:1.11 (1367.7) En mayo de ese año Jesús ayudó por primera vez a cosechar el cereal en la granja de su tío. Antes de cumplir los trece años ya había conseguido averiguar algo sobre prácticamente todos los trabajos que realizaban los hombres y mujeres de la región de Nazaret, excepto el trabajo de los metales. Cuando se hizo mayor pasó varios meses en el taller de un herrero tras la muerte de su padre.
124:1.12 (1368.1) Cuando había poco trabajo y poco tráfico de caravanas, Jesús hacía muchos viajes de placer o de negocios con su padre a las ciudades cercanas de Caná, Endor y Naín. Incluso desde joven iba mucho a Séforis, a unos cinco kilómetros al noroeste de Nazaret. Desde el año 4 a. C. hasta alrededor del 25 d. C., esta ciudad fue la capital de Galilea y una de las residencias de Herodes Antipas.
124:1.13 (1368.2) Jesús seguía creciendo física, intelectual, social y espiritualmente. Sus viajes fuera de casa contribuyeron mucho a darle una comprensión mejor y más generosa de su propia familia. Hacia esa época sus propios padres empezaron a aprender de él a la vez que lo educaban. Ya desde su juventud, Jesús era un pensador original y un buen pedagogo. Estaba en conflicto permanente con la llamada «ley oral», pero procuraba siempre adaptarse a las prácticas de su familia. Se llevaba bastante bien con los niños de su edad, aunque muchas veces se desanimaba ante su lentitud mental. Antes de los diez años se había convertido en el líder de un grupo de siete muchachos que se asociaron para promover el logro de la madurez física, intelectual y religiosa. Jesús enseñó a estos chicos muchos juegos nuevos y varios métodos mejorados de recreo físico.
124:2.1 (1368.3) El cinco de julio, el primer sabbat del mes, mientras Jesús paseaba por el campo con su padre, expresó por primera vez sentimientos e ideas que indicaban que se estaba haciendo consciente de la naturaleza extraordinaria de su misión en la vida. José escuchó atentamente las importantísimas palabras de su hijo, pero hizo pocos comentarios y no le dio ninguna información. Al día siguiente Jesús tuvo una conversación parecida pero más larga con su madre. María escuchó las declaraciones del muchacho y tampoco ofreció información alguna. Pasaron casi dos años antes de que Jesús volviera a hablar a sus padres de esta revelación creciente dentro de su propia consciencia sobre la naturaleza de su personalidad y el carácter de su misión en la tierra.
124:2.2 (1368.4) En agosto ingresó en la escuela superior de la sinagoga. En la escuela creaba constantes problemas con sus insistentes preguntas y mantenía a todo Nazaret en un estado de mayor o menor revuelo. A sus padres les disgustaba la idea de prohibirle hacer esas inquietantes preguntas, y su profesor principal estaba muy interesado por la curiosidad, la visión interior y la sed de conocimiento del muchacho.
124:2.3 (1368.5) Los compañeros de juego de Jesús no veían nada sobrenatural en su conducta; era como ellos en casi todos los sentidos. Su interés por el estudio era algo más alto que la media, aunque no tan excepcional, y era evidente que hacía más preguntas en la escuela que los demás de su clase.
124:2.4 (1368.6) Puede que su rasgo más notable y sorprendente fuera su negativa a luchar por sus derechos. Al ser un muchacho tan bien desarrollado para su edad, sus compañeros de juego se extrañaban de que no hiciera nada por defenderse ni siquiera de las injusticias o de las agresiones personales. En cualquier caso, este rasgo suyo no le hizo sufrir gran cosa gracias a la amistad de su vecino Jacobo, el hijo del albañil socio de José. Jacobo, un gran admirador de Jesús, era un año mayor y se encargaba de que nadie se aprovechara de la aversión de Jesús por el enfrentamiento físico. Jesús fue atacado varias veces por jóvenes mayores y agresivos confiados en su notoria mansedumbre, pero encontraron siempre un rápido y contundente castigo de manos de su campeón espontáneo y defensor permanente, Jacobo el hijo del albañil.
124:2.5 (1369.1) Jesús solía ser considerado como el líder de los muchachos de Nazaret que se identificaban con los ideales más altos de su tiempo y generación. Era verdaderamente querido por sus compañeros de juventud, no solo porque era imparcial, sino también porque poseía una simpatía rara y comprensiva que era indicio de amor y rayaba en una discreta compasión.
124:2.6 (1369.2) Ese año empezó a mostrar una clara preferencia por la compañía de personas mayores. Le encantaba hablar sobre cosas culturales, educativas, sociales, económicas, políticas y religiosas con mentes de más edad, y sus interlocutores adultos quedaban tan cautivados por la profundidad de su razonamiento y la agudeza de sus observaciones que estaban siempre más que dispuestos a conversar con él. Hasta el momento en que tuvo que hacerse cargo de mantener a la familia, sus padres intentaron siempre que se relacionara con gente de su edad o de edades parecidas más que con las personas mayores y mejor informadas, por quienes mostraba tanta preferencia.
124:2.7 (1369.3) A finales de ese año estuvo pescando dos meses con su tío en el mar de Galilea y se le dio muy bien. Antes de llegar a adulto era ya un experto pescador.
124:2.8 (1369.4) Su desarrollo físico progresaba normalmente. En la escuela era un alumno adelantado y privilegiado; en casa se llevaba bastante bien con sus hermanos y hermanas menores, al tener la ventaja de ser más de tres años y medio mayor que el siguiente. En Nazaret tenían buena opinión de él, salvo los padres de algunos de los niños más torpes que tachaban muchas veces a Jesús de descarado y falto de la humildad y la reserva adecuadas a su juventud. Mostraba una tendencia creciente a dirigir los juegos de sus jóvenes amigos hacia cauces más serios y reflexivos. Era un maestro nato y le era imposible dejar de serlo, incluso cuando se suponía que estaba jugando.
124:2.9 (1369.5) José empezó muy pronto a instruir a Jesús en las diversas maneras de ganarse la vida y le explicó las ventajas de la agricultura sobre la industria y el comercio. Galilea era una región más bella y próspera que Judea, y allí la vida costaba alrededor de la cuarta parte de lo que costaba vivir en Judea y Jerusalén. Era una provincia de pueblos agrícolas y prósperas ciudades industriales con más de doscientos núcleos de población de más de cinco mil habitantes y treinta por encima de los quince mil.
124:2.10 (1369.6) Cuando hizo su primer viaje con su padre para observar la industria pesquera en el lago de Galilea, Jesús estaba prácticamente decidido a hacerse pescador. Más tarde, la estrecha relación con la profesión de su padre le indujo a convertirse en carpintero, y más tarde aún, una combinación de influencias le llevó a la decisión definitiva de convertirse en maestro religioso de un orden nuevo.
124:3.1 (1369.7) Durante todo ese año el muchacho siguió viajando fuera de casa con su padre, además iba mucho a la granja de su tío y alguna vez fue a Magdala a pescar con el tío que se había instalado cerca de esa ciudad.
124:3.2 (1369.8) José y María tuvieron muchas veces la tentación de mostrar algún favoritismo especial por Jesús o de desvelar de algún otro modo su conocimiento de que era un hijo de la promesa, un hijo del destino, pero ambos padres eran extraordinariamente prudentes y sagaces en todos estos asuntos. Y las pocas veces que mostraron la más mínima preferencia hacia él, Jesús rechazó en el acto cualquier trato de favor.
124:3.3 (1370.1) Jesús pasaba mucho tiempo en la tienda de abastecimiento de las caravanas conversando con viajeros de todas las partes del mundo y adquirió así una cantidad de información sobre los asuntos internacionales sorprendente para su edad. Ese fue el último año que pudo disfrutar libremente de los juegos y la alegría juvenil. A partir de entonces las dificultades y las responsabilidades se multiplicaron rápidamente en la vida de este joven.
124:3.4 (1370.2) La tarde del miércoles 24 de junio del 5 d. C. nació Judá, el séptimo hijo, con un alumbramiento complicado. María estuvo tan enferma que José se quedó en casa durante varias semanas. Jesús estuvo muy ocupado con encargos para su padre y con las muchas obligaciones derivadas de la grave enfermedad de su madre. Desde entonces no volvería a recuperar nunca más la actitud infantil de sus primeros años. Cuando enfermó su madre —justo antes de cumplir los once años— se vio obligado a asumir las responsabilidades de hijo primogénito, que recayeron sobre sus hombros uno o dos años antes de lo normal.
124:3.5 (1370.3) El jazán pasaba una tarde a la semana con Jesús, ayudándolo a profundizar en las escrituras hebreas. Estaba muy interesado en sus progresos y dispuesto a ayudar a su prometedor alumno de muchas maneras. Este pedagogo judío ejerció una gran influencia sobre el desarrollo de su mente, pero no pudo comprender nunca por qué a Jesús le interesaban tan poco sus propuestas de ir a Jerusalén para continuar su educación bajo los doctos rabinos.
124:3.6 (1370.4) Hacia mediados de mayo el muchacho acompañó a su padre en un viaje de negocios a Escitópolis, la principal ciudad griega de la Decápolis, la antigua ciudad hebrea de Bet-seán. Por el camino José le fue contando muchas cosas de la antigua historia del rey Saúl, de los filisteos y de los acontecimientos posteriores de la turbulenta historia de Israel. Jesús se quedó enormemente impresionado por el aspecto limpio y la estructura bien ordenada de esta ciudad calificada de pagana. Se maravilló con el teatro al aire libre y admiró el hermoso templo de mármol dedicado a la adoración de los dioses «paganos». A José le inquietó mucho el entusiasmo del muchacho e intentó contrarrestar estas favorables impresiones ponderando la belleza y grandiosidad del templo judío de Jerusalén. Jesús había divisado muchas veces con curiosidad esta magnífica ciudad griega desde la colina de Nazaret y había indagado muchas veces sobre sus abundantes obras públicas y sus ornamentados edificios, pero su padre había evitado siempre responder a estas preguntas. Ahora se encontraban cara a cara con las bellezas de esta ciudad gentil, y José ya no podía esquivar las preguntas de Jesús.
124:3.7 (1370.5) Dio la casualidad de que precisamente en aquel momento se estaban celebrando en el anfiteatro de Escitópolis los juegos competitivos anuales y las exhibiciones públicas de destreza física entre las ciudades griegas de la Decápolis. Jesús insistió en que su padre lo llevara a ver los juegos, e insistió tanto que José no se atrevió a negárselo. El chico estaba emocionado con los juegos y se metió de lleno en el espíritu de las demostraciones de desarrollo físico y habilidad atlética. José estaba indescriptiblemente horrorizado ante el entusiasmo de su hijo por aquellas exhibiciones de vanagloria «pagana». Al terminar los juegos José se llevó la sorpresa de su vida cuando Jesús, además de mostrar su aprobación entusiasta, opinó que los jóvenes de Nazaret deberían poder beneficiarse así de unas actividades físicas saludables al aire libre. José habló larga y seriamente con Jesús sobre la naturaleza maléfica de esas prácticas, pero sabía muy bien que el muchacho no estaba convencido.
124:3.8 (1371.1) La única vez que Jesús vio a su padre enfadado con él fue aquella noche cuando estaban hablando de estas cosas en la habitación de la posada y el chico olvidó hasta tal punto las pautas del pensamiento judío que propuso empezar a promover la construcción de un anfiteatro en Nazaret en cuanto volvieran a casa. Cuando José escuchó a su hijo primogénito expresar unos sentimientos tan poco judíos, perdió su calma habitual y agarrando a Jesús por los hombros exclamó molesto: «Que no te vuelva a oír expresar un pensamiento tan perverso en toda tu vida, hijo mío». La explosión emotiva de su padre causó a Jesús un profundo sobresalto. No había sentido nunca hasta entonces la punzada personal de la indignación de José, y quedó conmocionado y estupefacto. Se limitó a contestar: «Muy bien, padre, así será», y nunca más volvió a hacer la más mínima alusión a los juegos y demás actividades atléticas de los griegos en vida de su padre.
124:3.9 (1371.2) Más adelante Jesús vería el anfiteatro griego de Jerusalén y comprendería lo odiosas que eran esas cosas desde el punto de vista judío. Sin embargo se esforzó durante toda su vida por integrar el concepto de un sano recreo en sus planes personales y, dentro de los límites permitidos por la práctica judía, también en el programa posterior de actividades regulares de sus doce apóstoles.
124:3.10 (1371.3) Al final de ese undécimo año Jesús era un joven vigoroso, bien desarrollado, moderadamente divertido y bastante despreocupado, pero a partir de ese año tuvo periodos cada vez más frecuentes dedicados específicamente a la meditación profunda y a la contemplación seria. Se dedicaba mucho a pensar sobre la manera de cumplir sus obligaciones familiares y obedecer al mismo tiempo a la llamada de su misión hacia el mundo. Para entonces ya había comprendido que su ministerio no iba a estar limitado a la mejora del pueblo judío.
124:4.1 (1371.4) Fue un año memorable en la vida de Jesús. Seguía progresando en la escuela y no se cansaba nunca de estudiar la naturaleza, al tiempo que se interesaba cada vez más por los métodos de la gente para ganarse la vida. Empezó a trabajar regularmente en el taller de carpintería de la casa y se le autorizó a administrar sus propios ingresos, un acuerdo muy excepcional en una familia judía. Ese año descubrió también la conveniencia de mantener esas cosas como secreto de familia. Empezó a darse cuenta de que su comportamiento había causado problemas en el pueblo y se fue volviendo cada vez más discreto a la hora de ocultar todo lo que pudiera diferenciarlo de sus compañeros.
124:4.2 (1371.5) Durante todo ese año pasó por muchos periodos de incertidumbre, incluso de auténtica duda, sobre la naturaleza de su misión. Su mente humana, al desarrollarse de forma natural, no captaba aún plenamente la realidad de su naturaleza dual. El hecho de que tuviera una sola personalidad hacía difícil que su consciencia pudiera reconocer el doble origen de los factores que componían la naturaleza asociada a esa misma y única personalidad.
124:4.3 (1371.6) A partir de entonces se llevó mejor con sus hermanos y hermanas. Tenía cada vez más tacto, se mostraba siempre compasivo y considerado por su bienestar y felicidad, y tuvo buenas relaciones con ellos hasta el comienzo de su ministerio público. En concreto, se llevó de maravilla con Santiago, Miriam y los dos más pequeños, Amós y Rut (aún no nacidos). Se llevó siempre bastante bien con Marta. Los disgustos que tuvo en casa surgieron de fricciones con José y sobre todo con Judá.
124:4.4 (1372.1) Para José y María no fue tarea fácil criar a esta combinación sin precedentes de divinidad y humanidad, y merecen el mayor reconocimiento por haber cumplido con tanta eficacia y fidelidad sus responsabilidades parentales. Los padres de Jesús se fueron dando cada vez más cuenta de que algo sobrehumano residía dentro de su hijo mayor, pero no pudieron imaginar ni por un instante que este hijo de la promesa fuera en verdad el creador efectivo de este universo local de cosas y seres. José y María vivieron y murieron sin enterarse de que su hijo Jesús era realmente el Creador del Universo encarnado en carne mortal.
124:4.5 (1372.2) Ese año Jesús prestó más atención que nunca a la música y siguió dando clase en casa a sus hermanos y hermanas. Hacia esta época empezó a distinguir con toda claridad la diferencia entre los puntos de vista de José y de María respecto a la naturaleza de su misión. Meditó mucho sobre las diferentes opiniones de sus padres y escuchaba muchas noches sus conversaciones haciéndose el dormido. Cada vez se inclinaba más por el parecer de su padre, y era inevitable que su madre se sintiera herida al darse cuenta de que su hijo iba rechazando gradualmente su orientación en las cuestiones relacionadas con su carrera en la vida. Con el paso de los años esta brecha de incomprensión fue creciendo. María comprendía cada vez menos el significado de la misión de Jesús, y esta madre buena se fue sintiendo cada vez más dolida porque su hijo preferido no cumplía sus expectativas más acariciadas.
124:4.6 (1372.3) José creía cada vez más en la naturaleza espiritual de la misión de Jesús. Y si no fuera por otras razones más importantes, parece una lástima que no pudiera haber vivido para ver cumplido su concepto del otorgamiento de Jesús en la tierra.
124:4.7 (1372.4) A la edad de doce años, durante su último curso en la escuela, Jesús reprochó a su padre la costumbre judía de tocar el trozo de pergamino clavado en la jamba de la puerta cada vez que se entraba o se salía de casa y besar después el dedo que había tocado el pergamino. Como parte de este ritual se acostumbraba a decir: «El Señor protegerá nuestra entrada y nuestra salida, de ahora en adelante y por siempre jamás». José y María habían explicado repetidas veces a Jesús las razones por las que estaba prohibido fabricar imágenes o hacer dibujos, alegando que estas creaciones se podrían utilizar con fines idólatras. Aunque Jesús nunca llegó a entender del todo estas prohibiciones contra las imágenes y los retratos, era muy coherente, así que hizo ver a su padre la naturaleza esencialmente idólatra de esta reverencia habitual al pergamino de la jamba de la puerta. Tras la objeción de Jesús, José quitó el pergamino.
124:4.8 (1372.5) Con el paso del tiempo Jesús contribuyó mucho a modificar las prácticas religiosas de su familia, como los rezos y otras costumbres. Muchas de estas cosas eran posibles en Nazaret porque su sinagoga estaba bajo la influencia de una escuela liberal de rabinos representada por Yose, el renombrado maestro de Nazaret.
124:4.9 (1372.6) Durante ese año y los dos siguientes Jesús sufrió mucha aflicción mental en su esfuerzo permanente por conciliar sus opiniones personales sobre las prácticas religiosas y la conducta social con las arraigadas creencias de sus padres. Vivía atormentado por el conflicto entre la fidelidad a sus propias convicciones y el deber de sumisión a sus padres que le dictaba su conciencia. Su mente juvenil se debatía entre dos mandatos supremos; por un lado: «Sé fiel a los dictados de tus más altas convicciones sobre la verdad y la rectitud» y por otro: «Honra a tu padre y a tu madre, pues te han dado la vida y te han criado». Sin embargo nunca eludió la responsabilidad de hacer cada día los ajustes necesarios entre la lealtad a sus convicciones personales y el deber hacia su familia, y obtuvo la satisfacción de armonizar cada vez más sus convicciones personales y sus obligaciones familiares en un concepto magistral de solidaridad colectiva basada en la lealtad, la equidad, la tolerancia y el amor.
124:5.1 (1373.1) Ese año el muchacho de Nazaret entró en la adolescencia. Su voz empezó a cambiar, y otros rasgos mentales y físicos anunciaron la llegada de la madurez.
124:5.2 (1373.2) La noche del domingo 9 de enero del año 7 d. C. nació su hermano Amós. Judá no había cumplido los dos años y su hermana Rut estaba aún por llegar. Jesús tenía, por lo tanto, una numerosa familia de niños pequeños que quedó bajo su cuidado cuando su padre murió en accidente al año siguiente.
124:5.3 (1373.3) Fue hacia mediados de febrero cuando Jesús obtuvo la seguridad humana de que estaba destinado a desempeñar una misión en la tierra para iluminar al hombre y revelar a Dios. En la mente de este joven, que parecía un muchacho judío corriente de Nazaret, se estaban formulando decisiones de capital importancia unidas a planes de gran envergadura. La vida inteligente de todo Nebadon observaba con asombro y fascinación cómo empezaba a desplegarse todo esto en el pensamiento y la actuación del hijo del carpintero ya adolescente.
124:5.4 (1373.4) El primer día de la semana, el 20 de marzo del año 7 d. C., Jesús se graduó en el curso de formación de la escuela local vinculada a la sinagoga de Nazaret. Este era un gran acontecimiento en la vida de toda familia judía con aspiraciones: era el día en que se declaraba oficalmente al hijo primogénito «hijo del mandamiento» y primogénito rescatado del Señor Dios de Israel, «hijo del Altísimo» y servidor del Señor de toda la tierra.
124:5.5 (1373.5) El viernes de la semana anterior José había venido de Séforis, donde estaba encargado de construir un nuevo edificio público, para estar presente en esta feliz ocasión. El profesor de Jesús estaba convencido de que su atento y diligente alumno tenía por delante un destino destacado o alguna misión notable. Los ancianos, pese a todos sus problemas con las tendencias inconformistas de Jesús, estaban muy orgullosos del muchacho y ya habían empezado a hacer planes para que pudiera ir a Jerusalén a continuar su educación en las renombradas academias hebreas.
124:5.6 (1373.6) Cuando Jesús oía comentar alguna vez estos proyectos estaba cada vez más convencido de que no iría nunca a Jerusalén a estudiar con los rabinos. Lo que no podía imaginar era la inminente tragedia que pondría fin a todos esos planes y le haría asumir la responsabilidad de sostener y dirigir a una familia grande, que pronto constaría de cinco hermanos y tres hermanas además de él y su madre. La experiencia de Jesús al sacar adelante a esta familia fue más amplia y prolongada que la que se concedió a su padre José, y estuvo a la altura del criterio que establecería más adelante para sí mismo: convertirse en un maestro y hermano mayor sabio, paciente, comprensivo y eficaz para esta familia —su familia— tan repentinamente golpeada por el dolor de esta pérdida inesperada.
124:6.1 (1374.1) Habiendo llegado al umbral de la primera madurez y habiéndose graduado formalmente en las escuelas de la sinagoga, Jesús estaba facultado para ir a Jerusalén con sus padres a participar con ellos en la celebración de su primera Pascua. Ese año 7 d. C la fiesta de la Pascua caía en el sábado 9 de abril. Un grupo considerable (103 personas) se preparó para salir de Nazaret hacia Jerusalén por la mañana temprano del lunes 4 de abril. Se dirigieron hacia el sur en dirección de Samaria, pero al llegar a Jezreel giraron hacia el este y rodearon el Monte Gilboa hasta el valle del Jordán para evitar pasar por Samaria. José y su familia hubieran preferido atravesar Samaria por la ruta del pozo de Jacob y de Betel, pero dado que a los judíos no les gustaba tratar con los samaritanos, decidieron ir con sus vecinos por la ruta del valle del Jordán.
124:6.2 (1374.2) El temido Arquelao había sido depuesto, así que ya no había peligro en llevar a Jesús a Jerusalén. Habían pasado doce años desde que el primer Herodes intentara destruir al bebé de Belén, y a nadie se le ocurriría asociar aquella historia con este muchacho desconocido de Nazaret.
124:6.3 (1374.3) Poco antes de llegar al cruce de Jezreel dejaron a la izquierda el antiguo pueblo de Sunem, y Jesús volvió a oír hablar sobre la doncella más hermosa de Israel que vivió allí en otro tiempo y también sobre las obras maravillosas que Eliseo realizó en aquel lugar. Al pasar por Jezreel los padres de Jesús contaron las historias de Acab y Jezabel y las hazañas de Jehú. Al rodear el Monte Gilboa hablaron mucho sobre Saúl, que se quitó la vida en las faldas de esta montaña, sobre el rey David y sobre los acontecimientos asociados a este histórico lugar.
124:6.4 (1374.4) Cuando rodearon la base del Gilboa los peregrinos pudieron ver a la derecha la ciudad griega de Escitópolis. Contemplaron desde la distancia las estructuras de mármol, pero no se acercaron a la ciudad gentil para no contaminarse tanto que no pudieran participar en las próximas ceremonias solemnes y sagradas de la Pascua en Jerusalén. María no podía comprender por qué ni José ni Jesús hablaban de Escitópolis. No sabía nada de su controversia del año anterior porque nunca le habían contado el incidente.
124:6.5 (1374.5) Desde ahí la calzada bajaba directamente hacia el valle tropical del Jordán, y Jesús pudo contemplar admirado el continuo serpenteo del Jordán, con sus resplandecientes aguas onduladas en su fluir hacia el mar Muerto. Se fueron quitando las prendas de abrigo a medida que avanzaban hacia el sur por este valle tropical disfrutando de los exuberantes campos de cereal y de las bellas adelfas cargadas de flores rosadas; hacia el norte se perfilaba a lo lejos el macizo del monte Hermón coronado de nieve que dominaba majestuosamente el histórico valle. Poco más de tres horas después de haber pasado Escitópolis se encontraron con un manantial borboteante y acamparon para pasar ahí la noche bajo el cielo estrellado.
124:6.6 (1374.6) En su segundo día de viaje pasaron por el lugar donde el Jaboc desemboca en el Jordán desde el este, y mirando hacia el este aguas arriba por el valle de este río, rememoraron los días de Gedeón cuando los madianitas entraron en tropel en esta región para invadir el país. Hacia el final del segundo día de viaje acamparon cerca de la base de la montaña más alta que domina el valle del Jordán, el monte Sartaba, cuya cima estaba ocupada por la fortaleza alejandrina donde Herodes había encarcelado a una de sus esposas y enterrado a sus dos hijos estrangulados.
124:6.7 (1375.1) El tercer día pasaron por dos pueblos construidos recientemente por Herodes y observaron su arquitectura superior y sus hermosos jardines de palmeras. Al anochecer llegaron a Jericó donde se quedaron hasta el día siguiente. Aquella noche José, María y Jesús caminaron dos kilómetros y medio hasta el antiguo emplazamiento de Jericó donde Josué, por quien habían puesto su nombre a Jesús, realizó en otro tiempo sus renombradas hazañas según la tradición judía.
124:6.8 (1375.2) Durante el cuarto y último día de viaje la calzada se convirtió en una procesión continua de peregrinos. Empezaron a subir las cuestas que conducían a Jerusalén, y al acercarse a lo alto pudieron ver las montañas del otro lado del Jordán, y por el sur las aguas mansas del mar Muerto. Hacia la mitad de la subida a Jerusalén Jesús vio por primera vez el monte de los Olivos (tan importante de su vida posterior), y José le indicó que la Ciudad Santa estaba situada justo detrás de esa cresta. El corazón del muchacho se aceleró ante la expectativa jubilosa de contemplar pronto la ciudad y la casa de su Padre celestial.
124:6.9 (1375.3) Pararon a descansar en la ladera oriental del Olivete junto a un pueblecito llamado Betania. Sus hospitalarios vecinos salieron a atender a los peregrinos, y dio la casualidad de que José y su familia se habían parado cerca de la casa de un tal Simón que tenía tres hijos de edades parecidas a la de Jesús: María, Marta y Lázaro. Invitaron a la familia de Nazaret a que entraran a descansar, y surgió entre las dos familias una amistad que duraría toda la vida. Durante su memorable vida posterior Jesús estuvo muchas veces en esta casa.
124:6.10 (1375.4) Siguieron adelante y pronto llegaron al borde del Olivete. Jesús vio por primera vez (en su recuerdo) la Ciudad Santa, los pretenciosos palacios y el templo inspirador de su Padre. Nunca más en su vida volvió a sentir Jesús una emoción puramente humana comparable a la que lo cautivó por completo esa tarde de abril en el monte de los Olivos, embebido en su primera visión de Jerusalén. Años después, en este mismo lugar, lloraría por una ciudad que estaba a punto de rechazar a otro profeta, el último y el más grande de sus maestros celestiales.
124:6.11 (1375.5) Pero era ya jueves por la tarde, y se dieron prisa por llegar a Jerusalén. Al entrar en la ciudad pasaron por el templo, y Jesús pudo ver por primera vez en su vida una multitud tan grande de seres humanos. Meditó profundamente sobre los motivos que habían reunido ahí a esos judíos procedentes de los lugares más remotos del mundo conocido.
124:6.12 (1375.6) No tardaron en llegar al lugar previsto para alojarse durante la semana de la Pascua, la amplia casa de un pariente rico de María que sabía por Zacarías algo de la historia anterior de Juan y de Jesús. Al día siguiente, el día de la preparación, se dispusieron a celebrar apropiadamente el sabbat de la Pascua.
124:6.13 (1375.7) Aunque todo Jerusalén bullía con los preparativos de la Pascua, José encontró tiempo para llevar a su hijo a visitar la academia donde estaba previsto que reanudara su educación dos años más tarde, en cuanto llegara a la edad requerida de quince años. A José le extrañó mucho la falta de interés de Jesús por estos planes tan cuidadosamente diseñados.
124:6.14 (1375.8) A Jesús le impresionó profundamente el templo y todos los servicios y demás actividades relacionados con él. Por primera vez desde que tenía cuatro años, estaba demasiado absorto en sus propias meditaciones para preguntar muchas cosas, aunque no dejó de hacer a su padre varias preguntas incómodas (como en ocasiones anteriores) sobre por qué el Padre celestial exigía la matanza de tantos animales inocentes e indefensos. Por la expresión del rostro del muchacho su padre sabía muy bien que sus respuestas y sus intentos de explicación no lograban satisfacer la mente profunda y aguda de su hijo.
124:6.15 (1376.1) El día anterior al sabbat de la Pascua, oleadas de iluminación espiritual barrieron la mente mortal de Jesús y llenaron su corazón humano hasta hacerlo rebosar de afectuosa piedad por las multitudes espiritualmente ciegas y moralmente ignorantes reunidas para celebrar la antigua conmemoración de la Pascua. Este fue uno de los días más extraordinarios que pasó el Hijo de Dios en la carne. Esa noche se le apareció por primera vez en su carrera terrenal un mensajero de Salvington enviado por Emmanuel que le dijo: «Ha llegado la hora. Es tiempo de que empieces a ocuparte de los asuntos de tu Padre».
124:6.16 (1376.2) Y así, incluso antes de que las pesadas responsabilidades de la familia de Nazaret recayeran sobre sus hombros juveniles, llegó el mensajero celestial para recordar a este muchacho de apenas trece años que había llegado la hora de empezar a reasumir las responsabilidades de un universo. Fue el primer acto de una larga serie de acontecimientos que culminaron finalmente en la consumación del otorgamiento del Hijo en Urantia y el restablecimiento del «gobierno de un universo sobre sus hombros humano-divinos».
124:6.17 (1376.3) A medida que pasaba el tiempo el misterio de la encarnación se hacía cada vez más insondable para todos nosotros. Apenas podíamos comprender que este muchacho de Nazaret fuera el creador de todo Nebadon. Tampoco comprendemos hoy en día cómo el espíritu de este mismo Hijo Creador y el espíritu de su Padre del Paraíso están asociados con las almas de la humanidad. Con el paso del tiempo podíamos ver que su mente humana iba percibiendo cada vez mejor que, aunque vivía su vida en la carne, sobre sus hombros reposaba en espíritu la responsabilidad de un universo.
124:6.18 (1376.4) Así termina la carrera del muchacho de Nazaret y comienza el relato de ese joven adolescente —el humano divino cada vez más consciente de sí mismo— que empieza ahora a contemplar su carrera en el mundo, mientras se esfuerza por integrar el propósito cada vez más amplio de su vida con los deseos de sus padres y sus obligaciones hacia su familia y hacia la sociedad de su tiempo.
El libro de Urantia
Documento 125
125:0.1 (1377.1) ENTRE los muchos episodios de la memorable carrera de Jesús en la tierra no hubo ninguno más humanamente apasionante ni más atractivo que esta visita a Jerusalén, la primera que recordaba. Le estimuló especialmente la experiencia de asistir a los debates del templo él solo, y quedó grabada durante mucho tiempo en su memoria como el gran acontecimiento del final de su niñez y el comienzo de su juventud. Fue su primera oportunidad de disfrutar de unos días de vida independiente, de la euforia de ir y venir sin controles ni restricciones. Este breve periodo de vivir a su aire durante la semana siguiente a la Pascua fue el primero enteramente libre de responsabilidades de su vida hasta entonces, y pasarían muchos años antes de que volviera a tener, incluso por poco tiempo, un periodo tan libre de toda sensación de responsabilidad.
125:0.2 (1377.2) Las mujeres no solían asistir a la fiesta de la Pascua en Jerusalén y no se les exigía que fueran, pero Jesús se negó prácticamente a ir si su madre no iba con ellos. Cuando María decidió ir, muchas otras mujeres de Nazaret se animaron a hacer el viaje, y así se formó el grupo de peregrinos pascuales con más proporción de mujeres salido nunca de Nazaret. De camino a Jerusalén entonaban de vez en cuando el salmo ciento treinta.
125:0.3 (1377.3) Desde que salieron de Nazaret hasta que llegaron a la cima del monte de los Olivos, Jesús viajó con la tensión de una larga expectativa. Había oído hablar con reverencia de Jerusalén y de su templo durante toda su alegre niñez, y por fin podría contemplarlos con sus propios ojos. Desde el monte de los Olivos y a medida que se iba acercando, el exterior del templo colmó sus expectativas e incluso las superó, pero en cuanto entró por sus portales sagrados empezó la gran desilusión.
125:0.4 (1377.4) Jesús atravesó los recintos del templo con sus padres para unirse al grupo de los nuevos hijos de la ley que estaban a punto de ser consagrados como ciudadanos de Israel. Se sintió un poco decepcionado por el comportamiento general de las multitudes en el templo, pero se llevó el primer gran disgusto del día cuando su madre se despidió de ellos para dirigirse a la galería de las mujeres. A Jesús no se le había ocurrido nunca que su madre no fuera a estar con él durante las ceremonias de consagración, y le indignó que ella tuviera que sufrir una discriminación tan injusta. A pesar de su enfado se calló, aparte de algunos comentarios de protesta a su padre, pero lo pensó, y lo pensó profundamente, como quedó demostrado en las preguntas que hizo a los escribas y maestros la semana siguiente.
125:0.5 (1377.5) Pasó por los rituales de consagración, pero quedó decepcionado por su naturaleza superficial y rutinaria. Echaba de menos el interés personal que caracterizaba a las ceremonias de la sinagoga de Nazaret. Tras la consagración fue a saludar a su madre y luego emprendió con su padre su primer recorrido por el templo y sus diversos patios, galerías y corredores. Los recintos del templo tenían capacidad para más de doscientos mil fieles a la vez, y aunque le impresionó la magnitud de estos edificios en comparación con todo lo que había visto hasta entonces, estaba más interesado en meditar sobre el significado espiritual de las ceremonias del templo y el culto asociado a ellas.
125:0.6 (1378.1) Aunque muchos de los rituales del templo conmovieron vivamente su sentido de lo bello y lo simbólico, las explicaciones de sus padres en respuesta a sus muchas y penetrantes preguntas sobre los significados reales de estas ceremonias le decepcionaron siempre. Para Jesús eran simplemente inaceptables unas explicaciones sobre el culto y la devoción religiosa basadas en la idea de la ira de Dios o la cólera del Todopoderoso. Tras su visita al templo volvieron a hablar sobre estas cuestiones, y cuando su padre empezó a insistir suavemente en que se aviniera a aceptar las creencias ortodoxas judías, Jesús se volvió de pronto hacia sus padres y clavando los ojos en los de su padre con mirada suplicante exclamó: «Padre, no puede ser verdad. El Padre del cielo no puede considerar así a sus hijos descarriados de la tierra. El Padre celestial no puede amar a sus hijos menos de lo que tú me amas a mí, y sé muy bien que por muchas insensateces que cometiera tú nunca descargarías tu ira sobre mí ni desahogarías tu furia contra mí. Si tú, mi padre terrenal, posees esos reflejos humanos de lo Divino, cuánto más lleno de bondad y rebosante de misericordia tiene que estar el Padre celestial. Me niego a creer que mi Padre del cielo me ama menos que mi padre de la tierra».
125:0.7 (1378.2) José y María guardaron silencio ante estas palabras de su hijo mayor y no volvieron a intentar nunca más hacerle cambiar de opinión sobre el amor de Dios y la misericordia del Padre del cielo.
125:1.1 (1378.3) A su paso por los patios del templo Jesús quedó impactado y asqueado por el espíritu de irreverencia que reinaba en todos ellos. La conducta de las multitudes en el templo le parecía inconsecuente con su presencia en «la casa de su Padre». Pero se llevó la peor sorpresa de su joven vida cuando su padre lo acompañó al patio de los gentiles, con su jerga vociferante, sus gritos y maldiciones mezclados indiscriminadamente con el balido de las ovejas y el ruidoso parloteo que delataba la presencia de cambistas y vendedores de animales expiatorios y otras mercancías.
125:1.2 (1378.4) Su sentido del decoro se vio particularmente ultrajado por la visión de las frívolas cortesanas que se pavoneaban dentro de este recinto del templo, mujeres pintarrajeadas como las que había visto recientemente en una visita a Séforis. Esta profanación del templo desencadenó toda su indignación juvenil y así se lo dijo a José sin ningún reparo.
125:1.3 (1378.5) Jesús admiraba la emoción y el culto del templo, pero le disgustaba la fealdad espiritual que descubría en los rostros de tantos fieles indiferentes.
125:1.4 (1378.6) Luego bajaron al patio de los sacerdotes situado bajo el saliente rocoso que había delante del templo, donde se alzaba el altar, a observar la matanza de las manadas de animales y las abluciones en la fuente de bronce donde los sacerdotes que oficiaban en la masacre se lavaban la sangre de las manos. El pavimento manchado de sangre, las manos ensangrentadas de los sacerdotes y el gemido de los animales agonizantes fueron más de lo que este muchacho amante de la naturaleza podía soportar. La terrible visión repugnó al muchacho de Nazaret que se agarró al brazo de su padre y le suplicó que lo sacara de allí. Volvieron atravesando el patio de los gentiles, e incluso las risas groseras y las bromas profanas que oyó allí fueron un alivio tras las escenas que acababa de contemplar.
125:1.5 (1379.1) Al ver José a su hijo tan afectado por el espectáculo de los ritos del templo, lo llevó prudentemente a ver la «hermosa puerta», la puerta artística hecha de bronce corintio. Pero su primera visita al templo había sido suficiente para Jesús. Volvieron al patio superior a recoger a María y pasearon al aire libre, lejos del gentío, durante una hora. Vieron el palacio asmoneo, la majestuosa residencia de Herodes y la torre de los guardias romanos, y mientras paseaban José explicó a Jesús que solo los habitantes de Jerusalén estaban autorizados a presenciar los sacrificios diarios del templo, y que los moradores de Galilea venían solo tres veces al año a participar en el culto del templo: en la Pascua, en la fiesta de Pentecostés (siete semanas después de la Pascua) y en la fiesta de los tabernáculos en octubre. Estas fiestas fueron establecidas por Moisés. Luego hablaron de las dos últimas fiestas establecidas, la de la dedicación y la de Purim, y volvieron a su alojamiento y para prepararse a celebrar la Pascua.
125:2.1 (1379.2) Cinco familias de Nazaret fueron invitadas o se unieron a la familia de Simón de Betania para celebrar la Pascua, ya que Simón había comprado el cordero pascual para todo el grupo. La matanza masiva de estos corderos era lo que tanto había afectado a Jesús en su visita al templo. Tenían pensado comer la Pascua con los parientes de María, pero Jesús persuadió a sus padres de que aceptaran la invitación de ir a Betania.
125:2.2 (1379.3) Se reunieron esa noche para los ritos de la Pascua y comieron la carne asada con pan ácimo y hierbas amargas. En su calidad de nuevo hijo de la alianza, pidieron a Jesús que relatara el origen de la Pascua y lo hizo bien, aunque dejó algo desconcertados a sus padres con muchos comentarios suaves derivados de las impresiones que habían dejado en su joven mente reflexiva las cosas que acababa de ver y oír. Así empezaron los siete días de ceremonias de la fiesta de la Pascua.
125:2.3 (1379.4) Ya desde tan joven, y aunque nunca habló de esto a sus padres, Jesús había empezado a darle vueltas en la cabeza a la idea de celebrar la Pascua sin cordero sacrificado. Tenía el convencimiento de que al Padre del cielo no le complacía el espectáculo de las ofrendas propiciatorias, y con el paso de los años se fue afianzando su resolución de establecer en algún momento la celebración de una Pascua sin derramamiento de sangre.
125:2.4 (1379.5) Jesús durmió muy poco esa noche. Su descanso se vio perturbado por repugnantes pesadillas de matanzas y sufrimientos. Su mente estaba consternada y su corazón desgarrado por las incoherencias y absurdidades teológicas de todo el sistema ceremonial judío. Sus padres también durmieron poco. Estaban muy desconcertados por los acontecimientos del día anterior. La actitud del muchacho les parecía terca y extraña, y les producía un profundo disgusto. María estuvo nerviosa e inquieta durante la primera parte de la noche, y aunque José conservó la calma, estaba igual de preocupado. Ambos temían hablar francamente con su hijo sobre estos problemas, y sin embargo Jesús habría hablado con ellos de buena gana si se hubieran atrevido a animarlo.
125:2.5 (1379.6) Los oficios del día siguiente en el templo fueron más aceptables para Jesús y contribuyeron mucho a mitigar los desagradables recuerdos de la víspera. A la mañana siguiente el joven Lázaro se hizo cargo de Jesús y se dedicaron a explorar Jerusalén y sus alrededores. Antes de terminar el día Jesús había descubierto varios lugares alrededor del templo donde se mantenían reuniones de enseñanza y se respondía a las preguntas de los asistentes. Aparte de visitar varias veces el sanctasanctórum, donde se preguntaba maravillado qué habría realmente detrás del velo de separación, pasó la mayor parte de su tiempo en estas reuniones de enseñanza en torno al templo.
125:2.6 (1380.1) Durante toda la semana de Pascua Jesús ocupó su lugar entre los nuevos hijos del mandamiento, y esto significaba que tenía que sentarse fuera de la barandilla que separaba a todos los que no eran ciudadanos plenos de Israel. Ante este recordatorio de su juventud, se abstuvo de hacer las muchas preguntas que acudían una y otra vez a su mente; se abstuvo al menos hasta que la celebración de la Pascua hubo terminado y se levantaron las restricciones impuestas sobre los jóvenes recién consagrados.
125:2.7 (1380.2) El miércoles de la semana de Pascua Jesús tuvo permiso para pasar la noche en casa de Lázaro en Betania. Esa noche Lázaro, Marta y María escucharon a Jesús hablar sobre lo temporal y lo eterno, lo humano y lo divino, y a partir de entonces los tres lo amaron como a su propio hermano.
125:2.8 (1380.3) Al final de la semana Jesús vio menos a Lázaro porque su amigo no tenía derecho a entrar ni siquiera en el círculo exterior de los debates del templo, aunque sí asistió a algunas de las charlas públicas pronunciadas en los patios exteriores. Lázaro tenía la misma edad que Jesús, pero en Jerusalén los jóvenes no solían ser admitidos a la consagración de los hijos de la ley antes de cumplir los trece años.
125:2.9 (1380.4) Durante la semana pascual sus padres encontraron muchas veces a Jesús sentado a solas, pensando profundamente con su joven cabeza entre las manos. Nunca lo habían visto comportarse así y les resultaba dolorosamente incomprensible, pues no sabían hasta qué punto había confusión en su mente y preocupación en su espíritu por la experiencia que estaba atravesando. No sabían qué hacer. Estaban deseando que terminara la semana de Pascua para volver con ese hijo, que tan extrañamente se comportaba, a la tranquilidad de Nazaret.
125:2.10 (1380.5) Jesús se dedicó día tras día a estudiar a fondo sus problemas. Al final de la semana ya había llegado a muchas conclusiones, pero cuando llegó el momento de volver a Nazaret su mente juvenil seguía sumida en la perplejidad y acosada por innumerables preguntas sin respuesta y problemas sin resolver.
125:2.11 (1380.6) Antes de marcharse de Jerusalén José y María, junto con el profesor de Jesús en Nazaret, lo dejaron todo organizado para que Jesús volviera a Jerusalén a los quince años y empezara su largo ciclo de estudios en una de las academias rabínicas de mayor renombre. Jesús acompañó a sus padres y a su profesor en sus visitas a la escuela, pero se mostró tan indiferente a todo lo que hacían y decían que se quedaron consternados. María estaba profundamente dolida por las reacciones de su hijo en esta visita a Jerusalén, y José totalmente perplejo ante los extraños comentarios y la insólita conducta del muchacho.
125:2.12 (1380.7) En cualquier caso, la semana de la Pascua había sido un gran acontecimiento en la vida de Jesús. Había tenido la oportunidad de conocer a decenas de muchachos de edades cercanas a la suya, candidatos como él a la consagración, y aprovechó esos contactos para enterarse de cómo vivía la gente en Mesopotamia, Turquestán, Partia, y en las provincias romanas más occidentales. Conocía ya bastante bien la vida de los jóvenes egipcios y de otras regiones próximas a Palestina. En ese momento había miles de jóvenes en Jerusalén, y el muchacho de Nazaret conoció personalmente y entrevistó más o menos ampliamente a más de ciento cincuenta. Estaba especialmente interesado por los que procedían de los países de Extremo Oriente y del Occidente lejano. Estos contactos despertaron en él el deseo de viajar para descubrir cómo se ganaban la vida sus semejantes en las diversas partes del mundo.
125:3.1 (1381.1) El grupo de Nazaret había acordado reunirse cerca del templo a media mañana del primer día de la semana posterior a las fiestas pascuales. Así lo hicieron y emprendieron su viaje de vuelta a Nazaret. Mientras sus padres esperaban a que se reunieran sus compañeros de viaje, Jesús había entrado al templo a escuchar los debates. La comitiva no tardó en formarse y emprender la marcha, los hombres en un grupo y las mujeres en otro como era costumbre en sus viajes a las festividades de Jerusalén. Jesús había ido a Jerusalén con su madre y las mujeres. Al ser ahora un joven de la consagración, se suponía que volvería a Nazaret con su padre y los hombres, pero cuando el grupo de Nazaret avanzaba hacia Betania, Jesús seguía en el templo tan absorto en un debate sobre las ángeles que se le pasó la hora de salir de viaje con sus padres. No se dio cuenta de que se había quedado atrás hasta el receso del mediodía de los coloquios del templo.
125:3.2 (1381.2) Los viajeros de Nazaret no echaron de menos a Jesús porque María supuso que viajaría con los hombres y José pensó que lo haría con las mujeres, puesto que había ido a Jerusalén con las mujeres conduciendo el asno de María. No descubrieron su ausencia hasta que pararon en Jericó para pasar la noche. Cuando los últimos del grupo en llegar a Jericó les confirmaron que no habían visto a su hijo, pasaron la noche en blanco dando vueltas en la cabeza a lo que podría haberle ocurrido, recordando muchas de sus extrañas reacciones ante los acontecimientos de la semana pascual y reprochándose suavemente el uno al otro el no haber comprobado que estuviera en el grupo antes de salir de Jerusalén.
125:4.1 (1381.3) Jesús mientras tanto había pasado toda la tarde en el templo escuchando los debates y disfrutando de una atmósfera más tranquila y decorosa, dado que las grandes multitudes de la semana de Pascua casi habían desaparecido. No intervino en ningún debate, y cuando concluyeron se dirigió a Betania y llegó a casa de Simón en el momento en que la familia se sentaba a cenar. Los tres jóvenes recibieron encantados a Jesús, que se quedó en casa de Simón a pasar la noche. Jesús estuvo muy poco comunicativo durante la velada y pasó la mayor parte del tiempo meditando solo en el jardín.
125:4.2 (1381.4) A la mañana siguiente salió temprano camino del templo. Se detuvo en la cima del Olivete y lloró ante el espectáculo que contemplaban sus ojos: un pueblo espiritualmente empobrecido, atado a la tradición y sometido a la vigilancia de las legiones romanas. A primera hora de la mañana Jesús estaba en el templo decidido a tomar parte en los debates. Mientras tanto, José y María también se habían levantado al amanecer con intención de volver sobre sus pasos hasta Jerusalén. Se dirigieron primero a toda prisa a casa de sus parientes donde se habían alojado en familia durante la semana de Pascua, pero nadie había visto a Jesús. Después de buscarlo todo el día sin encontrar ni rastro de él volvieron a casa de sus parientes para pasar la noche.
125:4.3 (1382.1) En el segundo coloquio Jesús se atrevió a hacer preguntas y participó en los debates del templo de un modo muy sorprendente, aunque siempre con la actitud propia de su corta edad. Sus incisivas preguntas ponían a veces en aprietos a los doctos maestros de la ley judía, aunque mostraba tal espíritu de cándida honradez unido a un ansia evidente de conocimiento que se ganó la consideración de la mayoría de los maestros del templo. Pero cuando se atrevió a cuestionar la justicia de condenar a muerte a un gentil que, habiéndose emborrachado, hubiera deambulado fuera del patio de los gentiles y entrado sin darse cuenta en los recintos prohibidos y supuestamente sacros del templo, uno de los maestros más intolerantes se impacientó con las críticas implícitas del muchacho y, fulminándolo con la mirada, le preguntó cuántos años tenía. Jesús contestó: «Me faltan poco más de cuatro meses para cumplir trece años». «Entonces», replicó airado el maestro, «¿por qué estás aquí si no tienes la edad de un hijo de la ley?». Y cuando Jesús explicó que había recibido su consagración durante la Pascua y que era un estudiante graduado de las escuelas de Nazaret, los maestros replicaron burlonamente al unísono: «Claro, no es de extrañar siendo de Nazaret». Pero el presidente declaró que Jesús no tenía la culpa de que los dirigentes de la sinagoga de Nazaret lo hubieran graduado formalmente a los doce años en lugar de a los trece, y aunque varios de sus detractores se levantaron y se fueron, se decidió que el muchacho podía seguir asistiendo como alumno de los debates del templo.
125:4.4 (1382.2) Al término de su segundo día en el templo, Jesús volvió a Betania a pasar la noche y volvió a salir al jardín a meditar y orar. Era muy claro que su mente estaba dedicada a la contemplación de problemas de peso.
125:5.1 (1382.3) Durante el tercer día que pasó Jesús en el templo con los escribas y los maestros acudieron muchos espectadores que habían oído hablar del joven de Galilea para ver cómo un muchacho confundía a los sabios de la ley. Simón fue también desde Betania para ver qué hacía. José y María siguieron buscando angustiadamente a Jesús durante todo el día e incluso entraron varias veces en el templo, pero no se les ocurrió inspeccionar los diversos grupos de debate, aunque una vez llegaron a estar casi al alcance de la voz fascinante de su hijo.
125:5.2 (1382.4) Antes del final del día toda la atención del grupo principal de debate del templo se había concentrado en las preguntas de Jesús. He aquí algunas de sus muchas preguntas:
125:5.3 (1382.5) 1. ¿Qué hay realmente en el sanctasanctórum detrás del velo?
125:5.4 (1382.6) 2. ¿Por qué las madres de Israel deben estar separadas de los fieles varones en el templo?
125:5.5 (1382.7) 3. Si Dios es un padre que ama a sus hijos, ¿por qué tanta matanza de animales para obtener el favor divino? ¿No se habrá malinterpretado la enseñanza de Moisés?
125:5.6 (1382.8) 4. Puesto que el templo está dedicado al culto del Padre del cielo, ¿es coherente permitir que se practique en él el negocio terrenal del trueque y el comercio?
125:5.7 (1382.9) 5. ¿Se convertirá el Mesías esperado en un príncipe temporal que se sentará en el trono de David o actuará como la luz de la vida para establecer un reino espiritual?
125:5.8 (1383.1) Los oyentes se maravillaron durante todo el día con estas preguntas, pero ninguno estaba tan atónito como Simón. Durante más de cuatro horas el joven de Nazaret acosó a aquellos maestros judíos con preguntas que hacían pensar y se dirigían al corazón. Hizo pocos comentarios a las observaciones de sus mayores. Trasmitía sus enseñanzas mediante las preguntas que hacía. Mediante el planteamiento diestro y sutil de una pregunta, conseguía al mismo tiempo cuestionar las enseñanzas de ellos y sugerir las suyas propias. En su modo de plantear las preguntas combinaba con tal encanto la sagacidad y el humor que se ganaba la simpatía incluso de aquellos que desconfiaban en mayor o menor medida de su juventud. El tono de sus penetrantes preguntas era siempre plenamente leal y considerado. Esa memorable tarde en el templo mostró el mismo rechazo a utilizar medios desleales contra sus adversarios que caracterizaría todo su ministerio público posterior. Como joven y más tarde como hombre, parecía estar completamente libre de todo deseo egoísta de ganar una polémica solo para experimentar un triunfo lógico sobre sus semejantes. Tenía un solo deseo supremo: proclamar la verdad sempiterna para revelar más plenamente al Dios eterno.
125:5.9 (1383.2) Al final del día Simón y Jesús volvieron a Betania. Tanto el hombre como el chico caminaron casi todo el tiempo en silencio. Jesús se detuvo de nuevo en la cima del Olivete pero esta vez no lloró al contemplar la ciudad y su templo; solo inclinó la cabeza con silenciosa devoción.
125:5.10 (1383.3) Después de cenar en Betania tampoco se unió esta vez a la alegre reunión sino que salió al jardín donde estuvo hasta altas horas de la noche. Intentaba en vano elaborar un plan definido para abordar el problema de su tarea en la vida y encontrar la mejor manera de revelar a sus compatriotas espiritualmente ciegos un concepto más bello del Padre celestial que pudiera liberarlos de su terrible esclavitud a la ley, al ritual, al ceremonial y a sus rancias tradiciones. Pero la luz no iluminó a este muchacho que tanto anhelaba la verdad.
125:6.1 (1383.4) Curiosamente, Jesús se había despreocupado de sus padres terrenales. Incluso en el desayuno, cuando la madre de Lázaro comentó que sus padres debían estar a punto de llegar a casa en aquel momento, Jesús pareció no darse cuenta de que podrían inquietarse por su ausencia.
125:6.2 (1383.5) Volvió a dirigirse hacia el templo, esta vez sin detenerse a meditar en la cima del Olivete. Los debates de la mañana se centraron principalmente en la ley y los profetas, y los maestros se asombraron de que Jesús conociera tan bien las escrituras tanto en hebreo como en griego, aunque no les impresionaba tanto su conocimiento de la verdad como su juventud.
125:6.3 (1383.6) En el coloquio de la tarde, cuando apenas empezaban a contestar a una pregunta suya relacionada con el propósito de la oración, el presidente invitó al muchacho a acercarse, y sentándolo junto a él, le pidió que expusiera sus propios pareceres sobre la oración y la adoración.
125:6.4 (1383.7) La tarde anterior los padres de Jesús habían oído hablar del extraño joven que con tanta destreza discutía con los intérpretes de la ley, pero no se les había ocurrido que pudiera ser su hijo. Como pensaban que Jesús podría haber ido a casa de Zacarías a ver a Isabel y a Juan, estaban a punto de ir a la ciudad de Judá, pero pasaron antes por el templo por si estuviera allí Zacarías. Mientras deambulaban por los patios del templo, imaginad su sorpresa y su estupor cuando reconocieron la voz de su hijo desaparecido y lo vieron sentado entre los maestros del templo.
125:6.5 (1384.1) José se quedó sin habla pero María dio rienda suelta al miedo y la ansiedad tanto tiempo reprimidos, y corriendo hacia el muchacho que se había levantado a saludar a sus atónitos padres, le dijo: «Hijo, ¿por qué nos tratas así? Tu padre y yo llevamos más de tres días buscándote angustiados. ¿Qué te llevó a abandonarnos?» Fue un momento de tensión. Todos los ojos se volvieron hacia Jesús para ver cómo respondería. Su padre lo miraba con reproche sin decir nada.
125:6.6 (1384.2) Hay que tener presente que Jesús ya no era ningún niño. Había terminado la escolarización infantil, había sido reconocido como hijo de la ley y había recibido la consagración como ciudadano de Israel, y sin embargo su madre acababa de afearle su conducta ante el público reunido, precisamente en medio del esfuerzo más serio y sublime de su joven vida. De esta manera tan poco gloriosa se truncó una de sus mejores oportunidades de enseñar la verdad, predicar la rectitud y revelar el carácter amoroso de su Padre del cielo.
125:6.7 (1384.3) Pero el muchacho estuvo a la altura de las circunstancias. Si consideráis con objetividad todos los factores que se combinaron para dar lugar a esta situación, apreciaréis mejor la sabiduría de la respuesta del chico a la reprimenda involuntaria de su madre. Tras un momento de reflexión Jesús le contestó: «¿Por qué me habéis buscado durante tanto tiempo? ¿Acaso no esperabais encontrarme en la casa de mi Padre, puesto que ha llegado el momento de ocuparme de los asuntos de mi Padre?».
125:6.8 (1384.4) Todos se asombraron ante la forma de hablar del muchacho y se retiraron en silencio para dejarlo a solas con sus padres. El joven alivió enseguida la incómoda situación de los tres diciendo tranquilamente: «Vamos, padres, todos hemos hecho lo que creíamos mejor. Nuestro Padre del cielo ha ordenado estas cosas. Volvamos a casa».
125:6.9 (1384.5) Se pusieron en marcha en silencio y llegaron a Jericó para pasar la noche. Solo se detuvieron una vez, en la cima del Olivete, donde el muchacho levantó su bastón en alto y, temblando de pies a cabeza bajo una intensa emoción, dijo: «Oh Jerusalén, Jerusalén y sus habitantes, ¡qué esclavos sois —sometidos al yugo romano y víctimas de vuestras propias tradiciones— pero volveré para limpiar ese templo y liberar a mi pueblo de este cautiverio!».
125:6.10 (1384.6) Jesús habló poco durante los tres días de viaje hacia Nazaret, y tampoco sus padres dijeron gran cosa delante de él. Eran incapaces de interpretar la conducta de su hijo mayor, pero atesoraban sus palabras en su corazón aunque no acababan de comprender su significado.
125:6.11 (1384.7) Al llegar a casa Jesús hizo una breve declaración a sus padres en la que les aseguró su afecto y les dio a entender que podían estar tranquilos porque no volvería a hacerles sufrir nunca más con su conducta. Concluyó esta importante declaración diciendo: «Si bien debo hacer la voluntad de mi Padre del cielo, obedeceré también a mi padre de la tierra. Esperaré a que llegue mi hora».
125:6.12 (1384.8) Aunque Jesús se negara muchas veces en su fuero interno a acceder a los esfuerzos bienintencionados pero descaminados de sus padres por dictarle el curso de su pensamiento o establecer su plan de trabajo en la tierra, aun así, cumplió con la mayor amabilidad los deseos de su padre terrenal y los usos de su familia en la carne de todas las maneras compatibles con su dedicación a hacer la voluntad de su Padre del Paraíso. Incluso cuando no podía estar de acuerdo, hacía todo lo posible por cumplirlos. Era un artista a la hora de conciliar su dedicación al deber con sus obligaciones de lealtad familiar y servicio social.
125:6.13 (1385.1) José seguía desconcertado, pero María se fue sintiendo reconfortada a medida que reflexionaba sobre estas experiencias. Acabó considerando las palabras de su hijo en el Olivete como proféticas de su misión mesiánica como libertador de Israel y se dedicó con renovada energía a amoldar los pensamientos de su hijo a cauces nacionalistas y patrióticos. Consiguió ganar a su hermano, el tío favorito de Jesús, para la causa. La madre de Jesús se esforzó de todas las maneras posibles en preparar a su hijo primogénito para asumir el liderazgo de aquellos que restaurarían el trono de David y romperían para siempre el yugo del cautiverio político de los gentiles.
El libro de Urantia
Documento 126
126:0.1 (1386.1) DE TODOS sus años de vida en la tierra, el decimocuarto y el decimoquinto fueron los más cruciales en la experiencia de Jesús. Estos dos años, en los que empezó a ser consciente de su divinidad y de su destino sin tener aún un alto grado de comunicación con su Ajustador interior, fueron los más duros de su memorable vida en Urantia. Este periodo de dos años se debería llamar sin duda el de la gran prueba, la verdadera tentación. Ningún joven humano, a su paso por las primeras confusiones y los problemas de ajuste de la adolescencia, ha tenido jamás ante sí una prueba tan crucial como la que afrontó Jesús durante su transición de la niñez a la primera madurez.
126:0.2 (1386.2) Este importante periodo del desarrollo juvenil de Jesús empezó a su vuelta a Nazaret tras la visita a Jerusalén. Al principio María estaba feliz pensando que había recuperado a su hijo, que Jesús había vuelto a casa para ser un hijo consciente de sus deberes —nunca había dejado de serlo— y que en lo sucesivo sería más receptivo a los planes que ella acariciaba para su vida futura. Pero estas ilusiones maternales de obtener el esperado reconocimiento del orgullo familiar se trocaron pronto en decepción: el chico buscaba cada vez más la compañía de su padre y acudía a ella cada vez menos con sus problemas. Por otra parte, sus padres comprendían cada vez menos sus frecuentes alternancias entre los asuntos de este mundo y la contemplación de su relación con los asuntos de su Padre. En realidad no lo comprendían pero lo amaban de verdad.
126:0.3 (1386.3) A medida que se iba haciendo mayor, crecía el amor y la compasión de Jesús por el pueblo judío, pero con el paso de los años fue desarrollando un justificado rechazo a la presencia de sacerdotes de designación política en el templo del Padre. Jesús sentía un gran respeto por los fariseos sinceros y los escribas honrados, pero despreciaba profundamente a los fariseos hipócritas y los teólogos deshonestos. Miraba con desdén a todos los líderes religiosos que no eran sinceros. Al examinar la conducta de los dirigentes de Israel, le tentó alguna vez la idea de convertirse en el Mesías que esperaban los judíos pero no cayó nunca en esa tentación.
126:0.4 (1386.4) La historia de la hazaña de Jesús entre los sabios del templo de Jerusalén fue muy gratificante para todo Nazaret y especialmente para sus antiguos profesores de la escuela de la sinagoga. Durante una temporada estuvo elogiosamente en boca de todos. Todo el pueblo recordaba su sabiduría y su conducta ejemplar cuando niño y predecía que estaba destinado a convertirse en un gran líder de Israel. Por fin saldría de Nazaret de Galilea un maestro verdaderamente grande. Todos esperaban con ilusión que cumpliera los quince años para que estuviera autorizado a leer regularmente las escrituras el día del sabbat en la sinagoga.
126:1.1 (1387.1) El año 8 del calendario civil Jesús cumplió 14 años. Para entonces se había convertido en un buen fabricante de yugos y trabajaba bien tanto la lona como el cuero. También se estaba convirtiendo rápidamente en un experto carpintero y ebanista. Ese verano subió muchas veces a la colina del noroeste de Nazaret para rezar y meditar. Poco a poco se iba haciendo cada vez más consciente de la naturaleza de su otorgamiento en la tierra.
126:1.2 (1387.2) Poco más de cien años atrás esta colina había sido el «alto lugar de Baal» y era ahora el emplazamiento de la tumba de Simeón, un conocido hombre santo de Israel. Desde la cima de la colina de Simeón Jesús contemplaba todo Nazaret y sus alrededores. Podía divisar Meguido y recordar la historia de la primera gran victoria del ejército egipcio en Asia, y cómo más tarde otro ejército semejante derrotó a Josías, rey de Judea. No lejos de allí se veía Taanac, donde Débora y Barac derrotaron a Sísara. Podía ver en la distancia las colinas de Dotán, donde le habían enseñado que los hermanos de José lo vendieron como esclavo a los egipcios. Luego podía mirar hacia Ebal y Gerizim para rememorar las tradiciones de Abraham, Jacob y Abimelec. Y así daba vueltas en la cabeza a los acontecimientos históricos y tradicionales del pueblo de su padre José.
126:1.3 (1387.3) Por otra parte seguía asistiendo a los cursos avanzados de lectura bajo la dirección de los profesores de la sinagoga y educando en casa a sus hermanos y hermanas a medida que iban alcanzando la edad adecuada.
126:1.4 (1387.4) Al principio de ese año José empezó a ahorrar las rentas de sus propiedades de Nazaret y Cafarnaúm para pagar el largo ciclo de estudios de Jesús en Jerusalén, tal como estaba previsto que fuera a estudiar a Jerusalén en cuanto cumpliera los quince años en agosto del año siguiente.
126:1.5 (1387.5) Desde el comienzo del año tanto José como María se vieron acosados por las dudas sobre el destino de su hijo mayor. Era un niño realmente brillante y adorable pero extremadamente difícil de comprender y sondear; y además, no había ocurrido nunca nada extraordinario ni milagroso. Su orgullosa madre había esperado muchas veces con ansiosa emoción que su hijo hiciera algo sobrehumano o milagroso, pero sus esperanzas se vieron siempre frustradas. Todo ello era desalentador e incluso descorazonador. La gente piadosa de aquellos tiempos creía realmente que los profetas y los hombres de la promesa demostraban siempre su vocación y establecían su autoridad divina mediante milagros y prodigios. Pero Jesús no hacía nada de eso, y la confusión de sus padres sobre su futuro iba en aumento.
126:1.6 (1387.6) El creciente desahogo económico de la familia de Nazaret se reflejaba en su casa de muchas maneras, especialmente en la mayor cantidad de tablas blancas lisas que se utilizaban como pizarras para escribir con carboncillo. Se permitió también a Jesús reanudar sus clases de música; era muy aficionado a tocar el arpa.
126:1.7 (1387.7) Se puede decir con verdad que a lo largo de ese año Jesús «creció a los ojos de Dios y de los hombres». Las perspectivas de la familia eran buenas y el futuro, sonriente.
126:2.1 (1388.1) Todo iba bien hasta aquel aciago martes 25 de septiembre en que un mensajero de Séforis llevó al hogar de Nazaret la trágica noticia de que José había sido gravemente herido por la caída de una grúa cuando trabajaba en la residencia del gobernador. El mensajero pasó por el taller de camino a la casa de José para informar a Jesús del accidente de su padre y fueron juntos a dar la triste noticia a María. Jesús quería ir inmediatamente con su padre, pero María solo pensaba en salir corriendo para estar al lado de su marido. Decidió que Santiago, de diez años, la acompañaría a Séforis mientras Jesús se quedaba en casa con los más pequeños hasta su vuelta, dado que no conocía la gravedad de las heridas de José. Pero José murió de sus heridas antes de que llegara María. Lo llevaron a Nazaret y al día siguiente fue enterrado junto a sus padres.
126:2.2 (1388.2) En el preciso momento en que las perspectivas eran buenas y el futuro parecía sonreír a esta familia de Nazaret, una mano aparentemente cruel segaba la vida de su cabeza. Los asuntos de la casa se trastocaron y se derrumbaron todos los planes para la futura educación de Jesús. A sus catorce años recién cumplidos, el joven carpintero cayó bruscamente en la cuenta de que no solo tenía que cumplir el mandato de su Padre celestial de revelar la naturaleza divina en la tierra y en la carne, sino que su joven naturaleza humana debía cargar también con la responsabilidad de cuidar de su madre viuda y de sus siete hermanos, más otro aún por nacer. El muchacho de Nazaret se convertía ahora en el único sostén y consuelo de esta familia tan súbitamente afligida. Y así se permitió que sucedieran en Urantia unos acontecimientos de orden natural que forzaron a este joven del destino a asumir tan pronto las responsabilidades pesadas, pero altamente educativas y disciplinarias, que acompañaban al hecho de convertirse en cabeza de una familia humana, de convertirse en padre de sus propios hermanos, de sostener y proteger a su madre, de funcionar como guardián del hogar de su padre, el único hogar que tuvo en este mundo.
126:2.3 (1388.3) Jesús aceptó de buena gana las responsabilidades que tan repentinamente recayeron sobre él y las asumió lealmente hasta el final. Al menos se había resuelto, aunque trágicamente, un gran problema y una dificultad prevista en su vida, puesto que ya nadie esperaba de él que fuera a Jerusalén a estudiar bajo los rabinos. Y así fue siempre verdad que Jesús «nunca se sentó a los pies de nadie». Estaba dispuesto en todo momento a aprender incluso del más humilde de los niños, pero su autoridad para enseñar la verdad no provino nunca de fuentes humanas.
126:2.4 (1388.4) Sin embargo aún no sabía nada de la visita de Gabriel a su madre antes de su nacimiento, y solo se enteró por Juan el día de su bautismo, al comienzo de su ministerio público.
126:2.5 (1388.5) Con el paso de los años el joven carpintero de Nazaret medía cada vez más todas las instituciones de la sociedad y todos los usos de la religión por un mismo criterio: ¿Qué hace por el alma humana? ¿Lleva a Dios hacia el hombre? ¿Lleva al hombre hacia Dios? Aunque el joven no descuidaba del todo los aspectos recreativos y sociales de la vida, entregaba cada vez más su tiempo y sus energías a dos únicos objetivos: cuidar de su familia y prepararse para hacer en la tierra la voluntad celestial de su Padre.
126:2.6 (1389.1) Ese año sus vecinos adoptaron la costumbre de aparecer en casa de Jesús durante las veladas de invierno para oírle tocar el arpa, contar historias (pues el muchacho era un narrador magistral) y leer las escrituras en griego.
126:2.7 (1389.2) La situación económica de la familia siguió bastante saneada, puesto que disponían de una buena suma de dinero en el momento de la muerte de José. Jesús no tardó en demostrar sagacidad financiera y buen criterio para los negocios. Era desprendido pero frugal, ahorrador pero generoso. Demostró ser un administrador sensato y eficiente del patrimonio de su padre.
126:2.8 (1389.3) Pero a pesar de todos los intentos de Jesús y de los vecinos de Nazaret por llevar alegría a la casa, María, e incluso los niños, estaban sumidos en la tristeza. José se había ido. José había sido un marido y un padre excepcional y todos lo echaban de menos. Su muerte les parecía aún más trágica por no haber podido despedirse de él ni recibir su última bendición.
126:3.1 (1389.4) Hacia mediados de su decimoquinto año —según el calendario del siglo veinte, no por el año judío— Jesús había tomado firmemente las riendas de la gestión de su familia. Antes de terminar el año sus ahorros estaban tan mermados que se vieron en la necesidad de vender una de las casas de Nazaret de la que José y su vecino Jacobo eran copropietarios.
126:3.2 (1389.5) La tarde del miércoles 17 de abril del año 9 d. C. nació Rut, la menor de la familia, y Jesús hizo todo lo que pudo por ocupar el lugar de su padre consolando y atendiendo a su madre en esos momentos particularmente duros y tristes. Durante casi veinte años (hasta que empezó su ministerio público) ningún padre podría haber amado y educado a su hija con más cariño y fidelidad de lo que Jesús cuidó de la pequeña Rut. Y fue un padre igual de bueno para todos los demás miembros de su familia.
126:3.3 (1389.6) Ese año Jesús formuló por primera vez la oración que enseñaría más adelante a sus apóstoles y que muchos conocen como el «padrenuestro». Fue de alguna manera una evolución del culto familiar, que consistía en muchas fórmulas de alabanza y varias oraciones formales. Tras la muerte de su padre, Jesús intentó enseñar a los niños mayores a expresarse individualmente en la oración —como a él tanto le gustaba hacer— pero ellos no captaban su idea y volvían invariablemente a sus rezos memorizados. En vista de eso, para estimular a sus hermanos y hermanas mayores a rezar de forma personal, intentó mostrarles el camino con frases sugestivas, y muy pronto empezaron todos por su propia iniciativa a inspirarse en las sugerencias de Jesús para sus oraciones.
126:3.4 (1389.7) Jesús terminó renunciando a la idea de que cada miembro de la familia formulara oraciones espontáneas. Una noche de octubre se sentó junto a la mesa baja de piedra a la luz de una pequeña lámpara achaparrada y escribió con un trozo de carboncillo sobre una tablilla de cedro pulido de unos cincuenta centímetros de lado la oración que se convirtió a partir de entonces en la súplica habitual de su familia.
126:3.5 (1389.8) Ese año Jesús estuvo muy preocupado por pensamientos confusos. La responsabilidad familiar había truncado cualquier idea de emprender inmediatamente ningún plan para responder al mandato recibido en Jerusalén de «ocuparse de los asuntos de su Padre». Jesús razonaba correctamente que velar por la familia de su padre terrenal debía tener precedencia sobre todos los deberes y que mantener a su familia era su primera obligación.
126:3.6 (1390.1) En el transcurso de ese año Jesús encontró un pasaje en el llamado libro de Enoc que le induciría a adoptar más adelante la expresión «Hijo del Hombre» para designar su misión de otorgamiento en Urantia. Había considerado a fondo la idea del Mesías judío y estaba firmemente convencido de que él no iba a ser ese Mesías. Anhelaba ayudar al pueblo de su padre, pero nunca se planteó ponerse al frente de los ejércitos judíos para liberar a Palestina del dominio extranjero. Sabía que no se sentaría nunca en el trono de David en Jerusalén. Tampoco creía que su misión de maestro moral o libertador espiritual estuviera limitada al pueblo judío. Por lo tanto, la misión de su vida no podía consistir de ningún modo en cumplir los ardientes anhelos y las supuestas profecías mesiánicas de las escrituras hebreas, al menos no como entendían los judíos esas predicciones de los profetas. También estaba seguro de que no aparecería nunca como el Hijo del Hombre descrito por el profeta Daniel.
126:3.7 (1390.2) Pero cuando llegara su hora de presentarse como maestro del mundo, ¿cómo se llamaría a sí mismo?, ¿cómo definiría su misión?, ¿con qué nombre lo llamarían los que creyeran en sus enseñanzas?
126:3.8 (1390.3) Mientras daba vueltas en la cabeza a estos problemas, encontró entre los libros apocalípticos que había estado estudiando en la biblioteca de la sinagoga de Nazaret el manuscrito llamado «libro de Enoc». Aunque estaba seguro que no había sido escrito por el Enoc de la antigüedad, le interesó mucho y lo leyó y releyó varias veces. Le impresionó especialmente un pasaje donde aparecía la expresión «Hijo del Hombre». El autor del llamado libro de Enoc hablaba de este Hijo del Hombre, describía la obra que había de hacer en la tierra y explicaba que, antes de bajar a esta tierra a traer la salvación a la humanidad, este Hijo del Hombre había recorrido las cortes de la gloria celestial con su Padre, el Padre de todos, y que había vuelto la espalda a toda esa gloria y majestad para bajar a la tierra a proclamar la salvación a los mortales desvalidos. A medida que Jesús leía estos pasajes (consciente de la falacia de casi todo el misticismo oriental que se había entremezclado con estas enseñanzas) su corazón respondía y su mente reconocía que, de todas las predicciones mesiánicas recogidas en las escrituras hebreas y de todas las teorías sobre el libertador judío, ninguna estaba tan cerca de la verdad como esta historia escondida en el libro, solo parcialmente acreditado, de Enoc. Entonces fue cuando decidió adoptar «Hijo del Hombre» como su título inaugural, y así lo hizo cuando le llegó el momento de emprender su obra pública. Jesús tenía una capacidad infalible de reconocer la verdad y no dudaba nunca en abrazarla fuera cual fuera su procedencia.
126:3.9 (1390.4) Por esta época ya había pensado a fondo y decidido muchas cosas sobre su futuro trabajo para el mundo, pero no dijo nada de esto a su madre, que seguía aferrada a la idea de que él era el Mesías judío.
126:3.10 (1390.5) Entonces reapareció la gran confusión de sus primeros años. Una vez definida en cierto modo la naturaleza de su misión en la tierra, «ocuparse de los asuntos de su Padre» —mostrar la naturaleza amorosa de su Padre a toda la humanidad— empezó a reflexionar de nuevo sobre las muchas declaraciones de las escrituras referentes a la llegada de un libertador nacional, de un rey o maestro judío. ¿A qué acontecimiento se referían estas profecías? ¿Era él, o no, judío? ¿Era o no era de la casa de David? Su madre insistía en que sí, pero su padre había dictaminado que no. Él decidió que no. ¿No habrían confundido los profetas la naturaleza y la misión del Mesías?
126:3.11 (1391.1) ¿Sería posible que al final su madre tuviera razón? En casi todas las diferencias de opinión que habían surgido en el pasado ella había tenido razón. Si él era un nuevo maestro y no el Mesías, ¿cómo podría reconocer al Mesías judío si apareciera en Jerusalén durante el tiempo de su misión en la tierra y cuál debería ser su relación con ese Mesías judío? Y cuando se hubiera embarcado en la misión de su vida, ¿cuál debería ser su relación con su familia?, ¿y con la religión y la comunidad judía?, ¿y con el Imperio romano?, ¿y con los gentiles y sus religiones? El joven galileo daba vueltas en la cabeza a todos y cada uno de estos importantísimos problemas y reflexionaba seriamente sobre ellos en el banco de carpintero mientras se ganaba laboriosamente su propia vida, la de su madre y la de otras ocho bocas hambrientas.
126:3.12 (1391.2) Antes de terminar el año María vio disminuir los fondos de la familia y encargó la venta de palomas a Santiago. Luego compraron una segunda vaca y, con la ayuda de Miriam, empezaron a vender leche a sus vecinos de Nazaret.
126:3.13 (1391.3) Los profundos periodos de meditación de Jesús, sus frecuentes subidas a la colina para rezar y las muchas ideas extrañas que solía expresar de vez en cuando alarmaban profundamente a su madre. A veces temía que el muchacho estuviera trastornado, pero se tranquilizaba pensando que al fin y al cabo era un hijo de la promesa y por ello distinto de los demás jóvenes.
126:3.14 (1391.4) Jesús por su parte fue aprendiendo a no decir todo lo que pensaba, a no exponer todas sus ideas ante el mundo, ni siquiera ante su propia madre. A partir de ese año fue mostrando cada vez menos lo que pasaba por su cabeza, es decir, hablaba menos de cosas que la gente corriente no podía captar y que podían dar la impresión de que era raro o diferente. Adoptó una apariencia común y convencional, aunque anhelaba encontrarse con alguien que pudiera entender sus problemas. Deseaba tener un amigo fiel en quien confiar, pero sus problemas eran demasiado complejos para la comprensión de sus compañeros humanos. Su situación era tan excepcional que tenía que cargar con ella él solo.
126:4.1 (1391.5) Al cumplir los quince años Jesús ya podía ocupar oficialmente el púlpito de la sinagoga el día del sabbat. Hasta entonces le habían pedido muchas veces que leyera las escrituras cuando no había oradores, pero había llegado el día en que, según la ley, podía dirigir el acto. En vista de eso el jazán decidió que Jesús dirigiría el oficio matutino de la sinagoga el sabbat siguiente a su cumpleaños. Cuando todos los fieles de Nazaret se hubieron congregado, el joven, puesto en pie, leyó estos pasajes de las escrituras elegidos por él:
126:4.2 (1391.6) «El espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los mansos, a vendar a los quebrantados de corazón, a proclamar la libertad de los cautivos y a liberar a los presos espirituales; a proclamar el año del favor de Dios y el día del juicio de nuestro Dios; a consolar a todos los que lloran y darles belleza en vez de cenizas, óleo de gozo en vez de luto, un canto de alabanza en vez de espíritu abatido, para que sean llamados árboles de justicia, el plantío del Señor, para gloria suya.
126:4.3 (1392.1) «Buscad el bien y no el mal para que podáis vivir, y así el Señor, el Dios de los ejércitos, estará con vosotros. Aborreced el mal y amad el bien; estableced el juicio en la puerta. Tal vez el Señor Dios tenga piedad del remanente de José.
126:4.4 (1392.2) «Lavaos, haceos puros; quitad la maldad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer el mal y aprended a hacer el bien; buscad la justicia, socorred al oprimido. Defended al que no tiene padre y amparad a la viuda.
126:4.5 (1392.3) «¿Con qué me presentaré ante el Señor para inclinarme ante el Señor de toda la tierra? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Estará el Señor satisfecho con millares de carneros, decenas de millares de ovejas o ríos de aceite? ¿Daré a mi primogénito por mi transgresión, al fruto de mi cuerpo por el pecado de mi alma? ¡No!, pues el Señor nos ha mostrado, oh hombres, lo que es bueno. ¿Y qué requiere el Señor de vosotros sino que os portéis con justicia, que améis la misericordia y que caminéis humildemente con vuestro Dios?
126:4.6 (1392.4) «¿Con quién, pues, compararéis al Dios que se sienta en el círculo de la tierra? Levantad los ojos y contemplad a quien ha creado todos estos mundos, a quien trae a la existencia a sus huestes por multitudes y las llama a todas por su nombre. Él hace todas estas cosas por la grandeza de su poderío, y porque es fuerte en su poder, ninguna fallará. Él da poder al débil y aumenta la fuerza de los que están cansados. No temáis, pues estoy con vosotros; no os consternéis, pues soy vuestro Dios. Os fortaleceré y os ayudaré; sí, os sostendré con la mano derecha de mi rectitud, pues yo soy el Señor vuestro Dios. Y tomaré vuestra mano derecha, y os diré: no temáis, pues yo os ayudaré.
126:4.7 (1392.5) «Y tú eres mi testigo, dice el Señor, y mi siervo a quien he elegido para que todos puedan conocerme y creerme y entender que yo soy el Eterno. Yo, solo yo, soy el Señor, y fuera de mí no hay salvador.»
126:4.8 (1392.6) Terminada su lectura se sentó, y la gente volvió a sus casas meditando las palabras que tan bien les había leído. Sus vecinos nunca lo habían visto tan magníficamente solemne, su voz tan seria y tan sincera, su actitud tan madura y decidida, tan llena de autoridad.
126:4.9 (1392.7) Ese sabbat por la tarde Jesús subió a la colina de Nazaret con Santiago, y a su vuelta a casa escribió con un carboncillo los diez mandamientos en griego sobre dos tablas lisas. Luego Marta coloreó y adornó estas tablas que estuvieron colgadas durante mucho tiempo en la pared sobre el pequeño banco de trabajo de Santiago.
126:5.1 (1392.8) Jesús y su familia fueron volviendo a la vida simple de sus primeros años. Su ropa e incluso su comida se hicieron más sencillas. Tenían leche, mantequilla y queso en abundancia y consumían los productos de su huerto durante la temporada, pero su vida se iba haciendo más frugal cada mes que pasaba. Su desayuno era muy básico y guardaban sus mejores alimentos para la cena. Sin embargo, la falta de riqueza no implicaba inferioridad social entre estos judíos.
126:5.2 (1392.9) A pesar de su juventud, Jesús había llegado a comprender casi por completo cómo vivían los hombres de su tiempo. Esta profunda comprensión de la vida en casa, en el campo y en el taller se manifestaría en sus enseñanzas posteriores, que tan claramente reflejan su estrecho contacto con todos los aspectos de la experiencia humana.
126:5.3 (1392.10) El jazán de Nazaret seguía aferrado a su convicción de que Jesús estaba destinado a convertirse en un gran maestro, probablemente en el sucesor del famoso Gamaliel de Jerusalén.
126:5.4 (1393.1) Todos los planes de Jesús para su carrera parecían haberse truncado. Tal como estaban las cosas, el futuro no se presentaba brillante pero no desfalleció ni se desanimó. Siguió adelante haciendo bien su deber de cada día y cumpliendo fielmente las responsabilidades inmediatas de su situación en la vida. La vida de Jesús es el eterno consuelo de todos los idealistas decepcionados.
126:5.5 (1393.2) La paga de un carpintero jornalero común se iba reduciendo poco a poco. Al final de ese año Jesús solo podía ganar el equivalente de unos veinticinco céntimos al día trabajando de sol a sol. El año siguiente tuvieron dificultades para pagar los impuestos civiles, por no hablar de las contribuciones a la sinagoga y el impuesto de medio siclo para el templo. Ese año el recaudador de impuestos intentó exprimir aún más a Jesús y hasta lo amenazó con llevarse su arpa.
126:5.6 (1393.3) Ante el peligro de que el ejemplar de las escrituras en griego pudiera ser descubierto y confiscado por los recaudadores de impuestos, Jesús lo entregó a la biblioteca de la sinagoga de Nazaret como ofrenda de madurez al Señor el día que cumplió quince años.
126:5.7 (1393.4) Jesús se llevó el gran disgusto de sus quince años cuando fue a Séforis para escuchar el veredicto de Herodes sobre la apelación presentada ante él en el contencioso sobre la cantidad de dinero adeudado a José en el momento de su muerte accidental. Jesús y María esperaban recibir una suma considerable, mientras que el tesorero de Séforis les había ofrecido una cantidad irrisoria. Los hermanos de José habían presentado una apelación ante el propio Herodes, y ahora Jesús se encontraba en el palacio oyendo a Herodes decretar que a su padre no se le debía nada en el momento de su muerte. Esta decisión tan injusta hizo que Jesús no volviera a confiar nunca más en Herodes Antipas, y no es de extrañar que una vez se refiriera a él como «ese zorro».
126:5.8 (1393.5) Su continuo trabajo en el banco de carpintero durante ese año y los siguientes privó a Jesús de la oportunidad de mezclarse con los viajeros de las caravanas. Su tío ya se había hecho cargo de la tienda familiar de suministros, y Jesús trabajaba todo el tiempo en el taller de casa para estar cerca de María y poder ayudarla con la familia. Hacia esa época empezó a mandar a Santiago al solar de los camellos para recoger información sobre los acontecimientos del mundo; intentaba mantenerse así al corriente de la actualidad.
126:5.9 (1393.6) A medida que avanzaba hacia la edad adulta, pasó por todos los conflictos y todas las confusiones que siempre han sufrido y sufrirán los jóvenes de todas las épocas anteriores y posteriores. La rigurosa experiencia de tener que mantener a su familia fue una salvaguardia segura contra el exceso de tiempo para la meditación ociosa o la complacencia en tendencias místicas.
126:5.10 (1393.7) Ese año Jesús alquiló una gran parcela justo al norte de su casa y la dividió como huerto familiar. Cada uno de los hermanos mayores tenía su huerto individual, y se creó una intensa competencia agrícola entre ellos. Durante la temporada de cultivo de las hortalizas, su hermano mayor pasaba todos los días un rato con ellos en el huerto. Mientras Jesús trabajaba con sus hermanos y hermanas en el huerto, soñó muchas veces con establecerse todos en una granja en el campo donde pudieran disfrutar de la libertad y la tranquilidad de una vida sin trabas. Pero el hecho real era que no vivían en el campo, y Jesús, que era tan práctico como idealista, afrontó con inteligencia y energía el problema tal como se presentaba ante él. Hizo todo lo que estuvo en su mano por adaptarse y adaptar a su familia a las realidades de su situación, al tiempo que intentaba satisfacer en la medida de lo posible sus deseos individuales y colectivos.
126:5.11 (1393.8) En un momento dado tuvo la leve esperanza de poder reunir los recursos suficientes para poder comprar una pequeña granja, siempre y cuando cobraran la considerable suma de dinero debida a su padre por su trabajo en el palacio de Herodes. Jesús había considerado muy seriamente el plan de trasladar a su familia al campo, pero cuando Herodes se negó a pagarles nada del dinero que se debía a José, tuvieron que renunciar a su ilusión de poseer una casa en el campo. A cambio de eso se las ingeniaron para disfrutar de muchas de las experiencias de una granja, ya que tenían en ese momento tres vacas, cuatro ovejas, un montón de polluelos, un asno y un perro, además de las palomas. Hasta los más pequeños tenían sus tareas regulares en el plan de gestión bien organizado que caracterizaba la vida hogareña de esta familia de Nazaret.
126:5.12 (1394.1) Al final de su decimoquinto año Jesús había terminado de atravesar el difícil y peligroso periodo de la existencia humana que media entre los años más despreocupados de la niñez y la consciencia del advenimiento de la edad adulta, con su carga de responsabilidades y sus oportunidades de progresar en el desarrollo de un carácter noble. El periodo de crecimiento de la mente y el cuerpo ya había concluido y empezaba ahora la carrera real del joven de Nazaret.
El libro de Urantia
Documento 127
127:0.1 (1395.1) CUANDO JESÚS entró en la adolescencia se encontró como cabeza y único sustentador de una familia numerosa. Pocos años después de la muerte de su padre habían desaparecido todas sus propiedades. A medida que pasaba el tiempo se hacía cada vez más consciente de su preexistencia e iba comprendiendo más plenamente que estaba presente en la tierra y en la carne con el propósito expreso de revelar a su Padre del Paraíso a los hijos de los hombres.
127:0.2 (1395.2) Ningún adolescente que haya vivido o vaya a vivir en este mundo o en cualquier otro mundo ha tenido ni tendrá nunca problemas tan serios que resolver ni dificultades tan intrincadas que desenredar. Ningún joven de Urantia será llamado nunca a pasar por conflictos tan arduos o situaciones tan exigentes como los que tuvo que afrontar Jesús durante el duro periodo de su vida entre los quince y los veinte años.
127:0.3 (1395.3) Al haber probado así la experiencia real de vivir sus años de adolescencia en un mundo asediado por el mal y confundido por el pecado, el Hijo del Hombre adquirió un conocimiento pleno de la experiencia vital de los jóvenes de todos los mundos de Nebadon y se convirtió para siempre en el refugio comprensivo de los adolescentes angustiados y perplejos de todas las edades y todos los mundos del universo local.
127:0.4 (1395.4) De forma lenta pero segura y mediante una experiencia efectiva, este Hijo divino se va ganando el derecho a convertirse en el soberano de su universo, en el dirigente supremo e incontestable de todas las inteligencias creadas en todos los mundos del universo local, en el refugio comprensivo de los seres de todos los tiempos con sus diversos grados de experiencia y dotes personales.
127:1.1 (1395.5) El Hijo encarnado tuvo una infancia y una niñez sin acontecimientos destacables. Tras pasar por la conflictiva etapa de transición entre la niñez y el comienzo de la edad adulta, se convirtió en el Jesús adolescente.
127:1.2 (1395.6) Ese año alcanzó su pleno desarrollo físico. Era un joven viril y bien parecido. Se volvió cada vez más sobrio y serio, pero era amable y comprensivo. Su mirada era amable pero escrutadora, su sonrisa era siempre encantadora y reconfortante. Su voz era musical pero llena de autoridad, su saludo cordial pero sin afectación. Siempre, incluso en el más común de los contactos, parecía traslucir su doble naturaleza humana y divina. Se mostraba en todo momento como una combinación de amigo cordial y maestro acreditado. Estos rasgos de su personalidad empezaron a manifestarse muy pronto, ya desde la adolescencia.
127:1.3 (1395.7) Este joven físicamente fuerte y robusto había alcanzado también el crecimiento completo de su intelecto humano, no la experiencia plena del pensar humano sino la plena capacidad para ese desarrollo intelectual. Poseía un cuerpo sano y bien proporcionado, una mente aguda y analítica, una disposición amable y comprensiva, un temperamento algo fluctuante pero enérgico. Todos estos rasgos se estaban combinando para constituir una personalidad fuerte, impactante y atractiva.
127:1.4 (1396.1) Con el paso del tiempo Jesús resultaba cada vez más incomprensible para su madre y sus hermanos. Tropezaban con lo que decía e interpretaban mal lo que hacía. Todos eran incapaces de comprender la vida de su hermano mayor porque su madre les había dado a entender que estaba destinado a ser el libertador del pueblo judío. Después de haber recibido de María estas insinuaciones como secretos de familia, imaginad su confusión cuando Jesús desmentía abiertamente cualquier idea o intención de ese tipo.
127:1.5 (1396.2) Ese año Simón empezó a ir a la escuela y se vieron obligados a vender otra casa. Santiago empezó a encargarse de la enseñanza de sus tres hermanas, dos de las cuales ya tenían edad para empezar a estudiar en serio. En cuanto Rut creció, la pusieron en manos de Miriam y Marta. Las chicas de las familias judías solían recibir poca educación, pero Jesús sostenía (y su madre estaba de acuerdo) que las chicas debían ir a la escuela igual que los chicos. Dado que la escuela de la sinagoga no las admitía, lo único que se podía hacer era montar una escuela en casa para ellas.
127:1.6 (1396.3) Jesús no pudo separarse en todo el año de su banco de carpintero. Afortunadamente tenía trabajo de sobra; lo hacía con tanta calidad que nunca estuvo parado aunque escaseara el trabajo en esa región. A veces tenía tanto que hacer que Santiago venía en su ayuda.
127:1.7 (1396.4) Hacia finales de ese año tenía ya muy claro que, en cuanto criara a su familia y los viera casados, iniciaría públicamente su trabajo como maestro de la verdad y revelador del Padre celestial al mundo. Sabía que no se iba a convertir en el Mesías que esperaban los judíos y había llegado a la conclusión de que era prácticamente inútil hablar de estas cosas con su madre. Dado que María había hecho poco o ningún caso de todo lo que él le había dicho en el pasado, y recordando que su padre nunca había podido decir nada que la hiciera cambiar de opinión, se resignó a dejar que pensara lo que quisiera. A partir de ese año habló cada vez menos con ella ni con nadie de estos problemas. La suya era una misión tan singular que nadie que viviera en la tierra podía aconsejarle sobre cómo llevarla a cabo.
127:1.8 (1396.5) A pesar de su juventud era un verdadero padre para su familia. Pasaba todas las horas posibles con los niños, y ellos lo amaban de corazón. Su madre sufría al verlo trabajar sin descanso día tras día en el banco de carpintero para ganar el pan de la familia en vez de estar en Jerusalén estudiando con los rabinos tal como habían planeado para él con tanto cariño. Aunque fuera incapaz de comprender muchas cosas de su hijo, María lo amaba, y apreciaba profundamente su buena voluntad para cargar con la responsabilidad de la familia.
127:2.1 (1396.6) Se estaba gestando por esa época, especialmente en Jerusalén y en Judea, una importante rebelión contra el pago de impuestos a Roma y estaba naciendo un fuerte partido nacionalista que pronto se llamaría de los zelotes. A diferencia de los fariseos, los zelotes no estaban dispuestos a esperar la venida del Mesías. Proponían precipitar la crisis mediante la revuelta política.
127:2.2 (1396.7) Un grupo de organizadores procedentes de Jerusalén fue a Galilea donde hicieron buenos progresos hasta que llegaron a Nazaret. Allí fueron a ver a Jesús, que los escuchó atentamente y les hizo muchas preguntas, pero se negó a unirse al partido sin llegar a explicar del todo sus razones para no alistarse. Como consecuencia de esta negativa tampoco lo hicieron muchos de sus jóvenes compañeros de Nazaret.
127:2.3 (1397.1) María hizo todo lo que pudo para que se alistara, pero no consiguió hacerle cambiar de opinión. Llegó incluso a insinuar que esa negativa a abrazar la causa nacionalista cuando ella se lo ordenaba era una insubordinación, un quebrantamiento de la promesa que había hecho a sus padres de someterse a ellos al volver de Jerusalén. Jesús se limitó a ponerle cariñosamente la mano en el hombro y mirándola a la cara le dijo: «Madre, ¿cómo puedes decir una cosa así?». María se retractó inmediatamente.
127:2.4 (1397.2) Uno de los tíos de Jesús (Simón, hermano de María) ya se había unido al grupo y se convertiría más tarde en uno de los dirigentes de la división de Galilea. Durante varios años hubo cierto distanciamiento entre Jesús y su tío.
127:2.5 (1397.3) Pero en Nazaret ya habían empezado a fraguarse los problemas. Como consecuencia de la actitud de Jesús en este asunto, se había creado una división entre los jóvenes judíos de la ciudad. Aproximadamente la mitad se había unido a la causa nacionalista mientras la otra mitad empezaba a formar un grupo opuesto de patriotas más moderados con la esperanza de que Jesús asumiera su dirección. Se quedaron asombrados cuando declinó este honor bajo la excusa de sus pesadas responsabilidades familiares, aunque todos lo comprendieron. Al poco tiempo se complicó más la situación cuando se presentó un judío rico llamado Isaac, prestamista de los gentiles, que se ofreció a mantener a la familia de Jesús a cambio de que abandonara sus herramientas de trabajo y asumiera el liderazgo de estos patriotas de Nazaret.
127:2.6 (1397.4) Con apenas diecisiete años de edad, Jesús tuvo que enfrentarse a una de las situaciones más difíciles y delicadas de la primera parte de su vida. Siempre es difícil para los líderes espirituales tomar posición en cuestiones patrióticas, sobre todo cuando se complican con opresores extranjeros recaudadores de impuestos. En este caso era doblemente cierto, puesto que la religión judía estaba involucrada en toda esta agitación contra Roma.
127:2.7 (1397.5) La posición de Jesús era aún más delicada porque su madre, su tío e incluso Santiago, su hermano menor, le instaban a unirse a la causa nacionalista. Los mejores judíos de Nazaret ya se habían alistado, y todos los jóvenes que no se habían unido al movimiento lo harían en el momento en que Jesús cambiara de opinión. En todo Nazaret solo tenía un consejero sabio, su antiguo profesor el jazán, para orientarlo sobre cómo responder al comité de ciudadanos de Nazaret cuando vinieran a pedirle que respondiera a la petición pública que le habían hecho. Esta fue la primera vez de su joven vida que tuvo que recurrir conscientemente a una maniobra estratégica. Hasta entonces había optado siempre por decir abiertamente la verdad cuando hacía falta aclarar una situación, pero en este caso no podía exponer toda la verdad. No podía dar a entender que era más que un hombre, no podía desvelar su idea de la misión que le esperaba cuando alcanzara una madurez mayor. Pese a estas limitaciones, lo que estaba ahora en cuestión era su fidelidad religiosa y su lealtad nacional. Su familia estaba desconcertada, sus jóvenes amigos divididos y todo el contingente judío de la ciudad alborotado. ¡Y todo por culpa suya! Con lo ajeno que era a crear conflictos de ningún tipo y mucho menos un tumulto como ese.
127:2.8 (1397.6) Había que hacer algo. Tenía que aclarar su postura y lo hizo con diplomacia y valentía para satisfacción de muchos, aunque no de todos. Se atuvo a su razonamiento original de que su primer deber era su familia, que una madre viuda y ocho hermanos necesitaban algo más que lo que puede comprar el dinero —las necesidades físicas de la vida—, que tenían derecho al cuidado y la orientación de un padre y que no podía descargarse con la conciencia limpia de la obligación impuesta por un cruel accidente. Agradeció a su madre y al mayor de sus hermanos su voluntad de liberarlo, pero reiteró que la lealtad a su padre muerto le impedía dejar a su familia, por mucho dinero que se donara para su sustento material, e hizo entonces su inolvidable afirmación de que «el dinero no puede amar». En esta declaración Jesús hizo varias referencias veladas a su «misión en la vida», pero explicó que, fuera o no compatible con un planteamiento de orden militar, había renunciado a ella, igual que a todo lo demás de su vida, para poder cumplir fielmente con su obligación hacia su familia. Todo Nazaret sabía que era un buen padre para su familia, y eso era algo tan apreciado por los judíos de bien que la excusa de Jesús encontró respuesta favorable en el corazón de muchos de sus oyentes. Y luego algunos de los que no estaban de acuerdo se vieron desarmados por Santiago, que tomó la palabra inesperadamente después de Jesús. Su intervención no estaba prevista en el programa, la había estado ensayando en secreto con el jazán ese mismo día.
127:2.9 (1398.1) Santiago declaró que estaba convencido de que Jesús habría ayudado a liberar a su pueblo si él (Santiago) hubiera tenido la suficiente edad para asumir la responsabilidad de la familia y que, si consentían en permitir a Jesús «permanecer con nosotros para ser nuestro padre y maestro, la familia de José no solo os dará un jefe sino muy pronto cinco leales nacionalistas, pues ¿no somos cinco los varones que estamos creciendo y que saldremos de la tutela de nuestro padre-hermano para servir a nuestra nación?» Y así consiguió el muchacho dar un final bastante feliz a una situación muy tensa y amenazadora.
127:2.10 (1398.2) De momento se había esquivado la crisis, pero Nazaret nunca olvidó este incidente. La agitación persistió, Jesús no volvió a gozar del favor universal y la división de sentimientos nunca se llegó a superar del todo. Este hecho, complicado por otros acontecimientos posteriores, fue uno de los motivos principales por los que Jesús se trasladaría años más tarde a Cafarnaúm. Los sentimientos de los habitantes de Nazaret hacia el Hijo del Hombre estuvieron divididos a partir de entonces.
127:2.11 (1398.3) Santiago se graduó ese año en la escuela y empezó a trabajar a tiempo completo en el taller de carpintería de la casa. Manejaba ya muy bien las herramientas y se hizo cargo de la fabricación de yugos y arados, mientras Jesús se dedicaba a trabajos de acabado de interiores como experto en ebanistería.
127:2.12 (1398.4) Ese año Jesús progresó mucho en la organización de su mente. Había ido aunando gradualmente su naturaleza divina con su naturaleza humana. Toda esta organización de su intelecto la había llevado a cabo por la fuerza de sus propias decisiones y con la única ayuda del Monitor que moraba en su interior, un Monitor exactamente igual al que tienen dentro de su mente todos los mortales normales de todos los mundos posteriores al Hijo de otorgamiento. Hasta entonces no había sucedido nada sobrenatural en la carrera de este joven, salvo la visita de un mensajero enviado por su hermano mayor Emmanuel que se le apareció una vez durante la noche en Jerusalén.
127:3.1 (1398.5) Ese año se liquidaron todas las propiedades de la familia excepto la casa y el huerto. Se vendió la última parte, ya hipotecada, de las propiedades de Cafarnaúm (excepto una participación en otra propiedad). El dinero se utilizó para pagar impuestos, comprar algunas herramientas nuevas para Santiago y hacer el primer pago de la antigua tienda de suministros y taller de reparaciones de la familia, próxima al solar de las caravanas, que Jesús se propuso ahora volver a comprar puesto que Santiago ya tenía edad suficiente para trabajar en el taller de la casa y ayudar a María en sus tareas. Liberado por el momento de la presión financiera, Jesús decidió llevar a Santiago a la Pascua. Salieron hacia Jerusalén un día antes para estar solos. Fueron a pie por el camino de Samaria y Jesús iba mostrando a su hermano los lugares históricos de la ruta como había hecho su padre con él cinco años antes.
127:3.2 (1399.1) Al pasar por Samaria vieron muchas cosas extrañas. Durante el viaje hablaron sobre muchos de sus problemas personales, familiares y nacionales. Santiago era un muchacho de carácter muy religioso, y aun sabiendo poco sobre los planes de Jesús para la obra de su vida, no compartía enteramente el punto de vista de su madre y estaba deseando asumir la responsabilidad de la familia para que Jesús pudiera emprender su misión. Agradecía mucho a su hermano que lo llevara a la Pascua y hablaron más a fondo que nunca sobre el futuro.
127:3.3 (1399.2) Jesús reflexionó mucho a su paso por Samaria, sobre todo en Betel y cuando bebieron en el pozo de Jacob. Los dos hermanos hablaron de las tradiciones de Abraham, Isaac y Jacob. Se esforzó mucho por preparar a Santiago para lo que iba a ver en Jerusalén pues quería suavizar el impacto que él había sufrido en su primera visita al templo, pero Santiago no era tan sensible a algunas de esas escenas. Hizo comentarios sobre la manera mecánica e indiferente con que algunos de los sacerdotes desempeñaban sus deberes, pero en conjunto disfrutó mucho de su estancia en Jerusalén.
127:3.4 (1399.3) Jesús llevó a Santiago a Betania para la cena pascual. Simón había fallecido y yacía con sus antepasados, así que Jesús trajo el cordero del templo y presidió la celebración como cabeza de la familia en la Pascua.
127:3.5 (1399.4) Después de la cena pascual María se sentó a charlar con Santiago mientras que Marta, Lázaro y Jesús estuvieron hablando hasta muy entrada la noche. Al día siguiente asistieron a los oficios del templo y Santiago fue recibido en la comunidad de Israel. Esa mañana, cuando se detuvieron en la cumbre del Olivete para ver el templo, mientras Santiago prorrumpía maravillado en exclamaciones de admiración, Jesús contemplaba Jerusalén en silencio. Santiago no podía comprender el comportamiento de su hermano. Esa noche volvieron a Betania con intención de salir hacia su casa al día siguiente, pero Santiago insistió en volver a visitar el templo porque quería oír a los maestros. Y aunque esto era cierto, lo que deseaba realmente era oír a Jesús participar en los debates tal como se lo había oído contar a su madre. Así que fueron al templo y escucharon los debates, pero Jesús no hizo ninguna pregunta. Para esa mente de hombre y de Dios en vías de despertar, todo parecía tan pueril e insignificante que solo podía apiadarse de ellos. A Santiago le decepcionó que Jesús no dijera nada y cuando le preguntó por qué, Jesús se limitó a contestar: «Aún no ha llegado mi hora».
127:3.6 (1399.5) Al día siguiente emprendieron el viaje de vuelta por Jericó y el valle del Jordán. Jesús fue contando muchas cosas por el camino, entre ellas su viaje por esta misma ruta cuando tenía trece años.
127:3.7 (1399.6) A su vuelta a Nazaret Jesús empezó a trabajar en el antiguo taller de reparaciones de la familia, y le alegraba mucho poder encontrarse a diario con tanta gente de todas partes del país y de las regiones circundantes. Jesús amaba realmente a la gente, a la gente corriente. Cada mes pagaba la mensualidad de la compra del taller y seguía manteniendo a la familia con la ayuda de Santiago.
127:3.8 (1399.7) Jesús siguió leyendo las escrituras el sabbat en la sinagoga varias veces al año cuando no había visitantes que lo hicieran, y muchas veces hacía comentarios sobre la lección, aunque solía seleccionar los pasajes de manera que no necesitaran comentario. Era muy hábil ordenando los diversos pasajes de modo que al leerlos se fueran iluminando entre sí. Las tardes del sabbat, si el tiempo lo permitía, no dejaba nunca de llevar a sus hermanos y hermanas a pasear por la naturaleza.
127:3.9 (1400.1) Por esta época el jazán inauguró un círculo de debate filosófico para hombres jóvenes que se reunía en las casas de sus distintos miembros y a menudo en su propia casa. Jesús se convirtió en un miembro destacado de este grupo, y por este medio pudo recobrar algo del prestigio local que había perdido a raíz de las recientes controversias nacionalistas.
127:3.10 (1400.2) Su vida social, aunque restringida, no estaba totalmente desatendida. Tenía muchos buenos amigos y admiradores incondicionales tanto entre los jóvenes como entre las jóvenes de Nazaret.
127:3.11 (1400.3) En septiembre Isabel y Juan fueron a visitar a la familia de Nazaret. Juan, que había perdido a su padre, se proponía volver a las colinas de Judea para dedicarse a la agricultura y la cría de ovejas, a menos que Jesús le aconsejara quedarse en Nazaret para trabajar en carpintería u otro oficio. No sabían que la familia de Nazaret estaba prácticamente sin un céntimo. Cuanto más hablaban María e Isabel de sus hijos, más se convencían de que sería bueno que los dos jóvenes trabajaran juntos y se vieran más.
127:3.12 (1400.4) Jesús y Juan tuvieron muchas conversaciones y hablaron de cosas muy íntimas y personales. Tras estos intercambios decidieron no volver a verse hasta que se encontraran en su servicio público cuando «el Padre celestial los llamara» para cumplir su mandato. Juan quedó tan impresionado por lo que vio en Nazaret que decidió volver a su casa a trabajar para sostener a su madre. Se convenció de que iba a ser parte de la misión de Jesús en la vida, pero comprendió que Jesús estaría ocupado muchos años con la crianza de su familia y prefirió volver a su casa para cuidar de su pequeña granja y atender las necesidades de su madre. Juan y Jesús no volvieron a verse hasta el día en que el Hijo del Hombre se presentó a orillas del Jordán para ser bautizado.
127:3.13 (1400.5) La tarde del sábado 3 de diciembre de ese año, la muerte golpeó por segunda vez a esta familia de Nazaret. El pequeño Amós murió tras una semana de fiebre alta. María tuvo a su hijo primogénito como único sostén en su tristeza, y reconoció por fin que Jesús era el cabeza real de la familia en todos los sentidos. Y era un cabeza de familia verdaderamente admirable.
127:3.14 (1400.6) Durante los últimos cuatro años el nivel de vida de la familia había bajado imparablemente. Año a año iban sintiendo las estrecheces de su creciente pobreza. Al final de ese año tuvieron que afrontar una de las etapas más precarias de su dura lucha por salir adelante. Santiago no había empezado aún a ganar mucho, y los gastos de un entierro sumados a todo lo demás pusieron su economía al borde del precipicio. Pero Jesús solo repetía a su triste y angustiada madre: «Madre María, la tristeza no nos lleva a ninguna parte; todos hacemos lo que podemos, y una sonrisa materna podría inspirarnos a hacer aún más. Día a día nos vemos fortalecidos en nuestra tarea por la esperanza de que vendrán tiempos mejores». Su optimismo tenaz y práctico era realmente contagioso; todos los niños vivían en una atmósfera de expectativa de tiempos mejores y de cosas mejores. Esta actitud valiente y esperanzada contribuyó poderosamente a desarrollar en ellos caracteres fuertes y nobles a pesar de lo deprimente de su pobreza.
127:3.15 (1400.7) Jesús poseía la facultad de movilizar efectivamente todos los poderes de su mente, su alma y su cuerpo en la tarea inmediata que tenía entre manos. Era capaz de concentrar el pensar profundo de su mente en el problema concreto que intentaba resolver, y esto, unido a su inagotable paciencia, le permitió afrontar con serenidad las pruebas de una existencia mortal difícil y vivir como si estuviera «viendo a Aquel que es invisible».
127:4.1 (1401.1) Para entonces Jesús y María se entendían mucho mejor. Ella lo consideraba menos como un hijo; se había convertido para ella en un padre para sus niños. Su vida cotidiana estaba plagada de dificultades prácticas e inmediatas. Hablaban menos de la misión de Jesús en la vida porque, con el paso del tiempo, ambos fueron concentrando todos sus pensamientos en la tarea común de educar y sacar adelante a su familia de cuatro chicos y tres chicas.
127:4.2 (1401.2) A comienzos de ese año Jesús ya había acabado de convencer a su madre de las ventajas de su método de educar a los niños: sustituir el antiguo sistema judío de prohibir hacer el mal por la orden positiva de hacer el bien. En su familia y durante toda su enseñanza pública, Jesús empleó invariablemente la forma de exhortación positiva. Solía decir siempre y en todas partes: «Haréis esto, debéis hacer aquello». No empleó nunca el modo negativo de enseñar derivado de los antiguos tabúes. Evitaba prohibir el mal para no enfatizarlo y en cambio ordenaba hacer el bien para exaltarlo. En su casa la hora de la oración era el momento de tratar todos los asuntos relacionados con el bienestar de la familia.
127:4.3 (1401.3) Jesús empezó a imponer una sabia disciplina a sus hermanos desde muy pequeños, de modo que hubo que castigarlos pocas veces o ninguna para conseguir que obedecieran pronto y de buen grado. La única excepción fue Judá a quien Jesús no tuvo más remedio que castigar varias veces por incumplir las normas de la casa. En tres ocasiones en que se consideró conveniente castigar a Judá por sus transgresiones reconocidas y deliberadas de las reglas de conducta de la familia, su castigo lo decidieron los hijos mayores por unanimidad y el propio Judá lo aceptó antes de serle impuesto.
127:4.4 (1401.4) Aunque Jesús era muy metódico y sistemático en todo lo que hacía, era flexible en sus interpretaciones y se adaptaba a cada persona a la hora de tomar decisiones administrativas, cosa que además de reconfortar a todos los niños despertaba en ellos una gran admiración por el espíritu de justicia con que actuaba siempre su hermano-padre. Nunca castigó arbitrariamente a sus hermanos. Esa justicia constante y esa consideración personal hicieron a Jesús muy querido por toda su familia.
127:4.5 (1401.5) Santiago y Simón procuraban imitar los métodos de persuasión y no resistencia de Jesús para aplacar a sus belicosos y a veces iracundos compañeros de juego, y lo consiguieron bastantes veces. En cambio José y Judá solo se atenían a estas enseñanzas en casa y no dudaban en defenderse cuando eran atacados por sus camaradas; Judá tenía especial tendencia a contravenir el espíritu de estas enseñanzas. Pero la no resistencia no era una regla de la familia. Nadie era castigado por incumplir las enseñanzas personales.
127:4.6 (1401.6) Todos los niños en general y las niñas en especial contaban a Jesús sus problemas infantiles y confiaban en él como lo harían en un padre cariñoso.
127:4.7 (1401.7) Santiago se estaba convirtiendo en un joven tranquilo y equilibrado, aunque sin la inclinación espiritual de Jesús. Era mucho mejor estudiante que José, que a su vez tenía aún menos tendencias espirituales. José era un fiel trabajador, laborioso pero lento, y no llegaba al nivel intelectual de sus hermanos. Simón tenía buena voluntad pero era demasiado soñador. Tardó en asentarse en la vida y causó muchas preocupaciones a Jesús y a María, aunque siempre fue bueno y bienintencionado. Judá era un agitador de ideales elevados pero temperamento inestable. Había heredado todo el empuje y la determinación de su madre y más, pero muy poco de su sentido de la prudencia y la medida.
127:4.8 (1402.1) Miriam era una hija equilibrada y sensata con un profundo aprecio por lo noble y lo espiritual. Marta era lenta de pensamiento y acción, pero era una niña muy digna de confianza y eficiente. La pequeña Rut era la alegría de la casa, y aunque hablaba sin pensar, era muy sincera de corazón. Poco menos que adoraba a su hermano mayor y padre, pero no la mimaban. Era una niña encantadora aunque no tan guapa como Miriam que era la beldad de la familia, si no de la ciudad.
127:4.9 (1402.2) Con el paso del tiempo Jesús contribuyó mucho a liberalizar y modificar las enseñanzas y las prácticas de la familia sobre la observancia del sabbat y otros muchos aspectos de la religión. María aprobaba sin reservas todos estos cambios. Jesús se había convertido para entonces en el jefe indiscutible de la casa.
127:4.10 (1402.3) Ese año Judá empezó a ir a la escuela y Jesús no tuvo más remedio que vender su arpa para pagar los gastos. Así desapareció el último de sus placeres recreativos. Le gustaba mucho tocar el arpa cuando tenía la mente cansada y el cuerpo agotado, pero se consoló con la idea de que al menos el arpa no caería en manos del recaudador de impuestos.
127:5.1 (1402.4) Aunque Jesús era pobre su posición social en Nazaret seguía siendo tan alta como siempre. Era uno de los jóvenes más destacados de la ciudad y mejor considerados por la mayoría de las jóvenes. Ante un ejemplar tan espléndido de madurez física e intelectual y a la vista de su reputación como líder espiritual, no es de extrañar que Rebeca, la hija mayor de Esdras, un rico mercader y comerciante de Nazaret, descubriera que se estaba enamorando poco a poco de este hijo de José. Confió primero sus sentimientos a Miriam, la hermana de Jesús, y Miriam se lo contó todo a su madre. María se alarmó mucho. ¿Estaba a punto de perder a su hijo ahora que se había convertido en el cabeza indispensable de la familia? ¿Nunca se acabarían sus tribulaciones? ¿Qué más podía pasar? Y luego se puso a considerar qué efecto tendría el matrimonio sobre la futura carrera de Jesús. No muy a menudo, pero sí de vez en cuando, recordaba el hecho de que Jesús era un «niño de la promesa». Después de hablar a fondo con Miriam decidieron que había que intentar poner fin al asunto antes de que Jesús se enterara, así que fueron directamente a ver a Rebeca, le explicaron toda la historia y le dijeron francamente que creían que Jesús era un hijo del destino y que debía convertirse en un gran líder religioso, tal vez el propio Mesías.
127:5.2 (1402.5) Rebeca escuchó atentamente y quedó fascinada por el relato. Decidió más que nunca unir su suerte a la del hombre que había elegido y compartir su carrera de liderazgo. Argumentaba (en su fuero interno) que un hombre así tendría aún más necesidad de una esposa fiel y eficiente. Interpretó los esfuerzos disuasorios de María como una reacción natural ante el temor a perder al cabeza y único sostén de su familia, pero sabiendo que su padre veía con buenos ojos su atracción por el hijo del carpintero, estaba segura de que proporcionaría gustoso a la familia rentas suficientes para compensar plenamente la pérdida de los ingresos de Jesús. Cuando su padre se lo confirmó, volvió a hablar varias veces con María y Miriam pero no logró convencerlas. Entonces se atrevió a dirigirse directamente a Jesús y lo hizo con la cooperación de su padre, que lo invitó a su casa para celebrar el decimoséptimo cumpleaños de Rebeca.
127:5.3 (1403.1) Jesús escuchó atenta y comprensivamente todo lo que le dijeron, primero el padre y luego la propia Rebeca. Respondió amablemente que ninguna cantidad de dinero podía sustituir su obligación de criar personalmente a la familia de su padre y «cumplir con el más sagrado de todos los deberes humanos, la lealtad a la propia carne y a la propia sangre». El padre de Rebeca se sintió profundamente conmovido por estas palabras de entrega a la familia y se retiró de la conversación. Su único comentario a su esposa María fue: «No podemos tenerlo como hijo, es demasiado noble para nosotros».
127:5.4 (1403.2) Entonces empezó la importantísima conversación con Rebeca. Hasta ese momento de su vida Jesús había hecho pocas distinciones en su relación con los chicos y las chicas, con los jóvenes y las jóvenes. Había estado demasiado ocupado con los problemas apremiantes de los asuntos prácticos de este mundo y la contemplación intrigada de su futura carrera en «los asuntos de su Padre» como para haber considerado nunca seriamente la consumación del amor personal en el matrimonio humano. Ahora se encontraba cara a cara con otro de los problemas que todo ser humano corriente debe afrontar y resolver. Fue en verdad «probado en todo, igual que vosotros».
127:5.5 (1403.3) Después de escuchar con atención, Jesús agradeció sinceramente a Rebeca la admiración que le expresaba y añadió: «esto me alentará y reconfortará todos los días de mi vida». Le explicó que no era libre de entablar con ninguna mujer más relaciones que las de simple consideración fraternal y pura amistad. Dejó claro que su deber primero y primordial era criar a la familia de su padre, que no podía pensar en el matrimonio hasta haberlo cumplido, y luego añadió: «Si soy un hijo del destino, no debo asumir obligaciones para toda la vida hasta el momento en que mi destino se haga manifiesto».
127:5.6 (1403.4) A Rebeca se le partió el corazón. Se negó a ser consolada e importunó tanto a su padre para que se marcharan de Nazaret que el padre al final consintió en trasladarse a Séforis. En los años que siguieron, Rebeca solo tuvo una respuesta para los muchos hombres que la pidieron en matrimonio. Vivía con un solo propósito: esperar la hora en que el hombre que era para ella el más grande de todos los tiempos empezara su carrera como maestro de la verdad viva. Durante sus azarosos años de ministerio público lo siguió con devoción. El día que Jesús entró triunfalmente en Jerusalén ella estaba ahí (sin que él lo advirtiera), y estaba al lado de María «entre las otras mujeres» aquella trágica y fatídica tarde en la que el Hijo del Hombre colgaba de la cruz. Para ella, como para incontables mundos de lo alto, fue «el único enteramente digno de ser amado y el más grande entre diez mil».
127:6.1 (1403.5) La historia del amor de Rebeca por Jesús se rumoreó por todo Nazaret y más tarde por Cafarnaúm, de modo que, aunque muchas mujeres amaron a Jesús en los años siguientes, igual que lo amaron los hombres, nunca más tuvo que rechazar una oferta de entrega personal de otra mujer de bien. A partir de ese momento el afecto humano por Jesús se manifestó más bien como una consideración respetuosa y adoradora. Tanto los hombres como las mujeres lo querían con devoción por lo que él era, sin el menor matiz de satisfacción personal ni deseo de posesión afectiva. Pero la entrega de Rebeca se recordó durante muchos años siempre que se narraba la historia de la personalidad humana de Jesús.
127:6.2 (1404.1) Miriam, que conocía bien el asunto de Rebeca y sabía cómo había renunciado su hermano incluso al amor de una hermosa doncella (sin darse cuenta del peso que tuvo en esta decisión su futura carrera del destino), llegó a idealizar a Jesús y amarlo con afecto profundo y conmovedor como padre y como hermano.
127:6.3 (1404.2) Aunque apenas podían costearlo, Jesús tenía un extraño y vivo deseo de ir a Jerusalén para la Pascua. Su madre, teniendo en cuenta su reciente experiencia con Rebeca, lo animó sabiamente a hacer el viaje. Sin ser muy consciente de ello, lo que Jesús más deseaba era tener la oportunidad de hablar con Lázaro y estar con Marta y María. Después de su propia familia eran las tres personas que más amaba.
127:6.4 (1404.3) Esta vez fue a Jerusalén pasando por Meguido, Antípatris y Lida, y cubrió en parte la misma ruta que hicieron sus padres cuando lo trajeron de vuelta a Nazaret desde Egipto. Tardó cuatro días en llegar a la Pascua y reflexionó mucho sobre los acontecimientos del pasado en Meguido y sus alrededores, el campo de batalla internacional de Palestina.
127:6.5 (1404.4) Jesús pasó por Jerusalén y solo se paró un momento para mirar hacia el templo cada vez más abarrotado de visitantes. Sentía una extraña y creciente aversión hacia ese templo construido por Herodes, con sus sacerdotes de designación política. Lo que deseaba por encima de todo era ver a Lázaro, a Marta y a María. Lázaro tenía la misma edad que Jesús y era ahora el cabeza de familia; en el momento de esta visita la madre de Lázaro también había recibido sepultura. Marta era poco más de un año mayor que Jesús y María, dos años más joven. Jesús era el ideal idolatrado por los tres hermanos.
127:6.6 (1404.5) En esta visita se produjo una de las manifestaciones periódicas de rebelión de Jesús contra la tradición, la expresión de su resentimiento contra las prácticas ceremoniales que en su opinión falseaban la imagen de su Padre del cielo. Como Lázaro no esperaba la visita de Jesús, había planeado celebrar la Pascua con unos amigos en una aldea cercana situada en la calzada de Jericó, y ahora Jesús le proponía que celebraran la fiesta donde estaban, en casa de Lázaro. Lázaro objetó: «Pero no tenemos cordero pascual». Entonces Jesús se puso a explicar larga y convincentemente que en realidad el Padre del cielo no se interesaba por semejantes ritos infantiles y carentes de sentido. Tras una solemne y fervorosa oración se levantaron y Jesús dijo: «Dejemos que las mentes infantiles y ensombrecidas de mi pueblo sirvan a su Dios como Moisés ordenó; es mejor que lo hagan, pero nosotros que hemos visto la luz de la vida ya no nos acercaremos a nuestro Padre por las tinieblas de la muerte. Seamos libres en el conocimiento de la verdad del amor eterno de nuestro Padre».
127:6.7 (1404.6) Aquella tarde los cuatro se sentaron al caer el sol y compartieron el primer festín de Pascua sin cordero pascual celebrado nunca por judíos piadosos. Había pan ácimo y vino preparado para esa Pascua, y Jesús sirvió a sus compañeros estos símbolos que denominó «el pan de vida» y «el agua de vida». Todos comieron en solemne conformidad con las enseñanzas recién impartidas por Jesús. A partir de entonces adoptó la costumbre de practicar este rito sacramental en todas sus visitas a Betania. A su vuelta a casa se lo contó todo a su madre, que se escandalizó al principio pero luego fue comprendiendo gradualmente su punto de vista. Por otra parte, se sintió enormemente aliviada cuando Jesús le aseguró que no tenía intención de introducir esta nueva idea de la Pascua en su familia. En casa y con los niños siguió comiendo la Pascua año tras año «conforme a la ley de Moisés».
127:6.8 (1404.7) Ese año María tuvo una larga conversación con su hijo sobre el matrimonio. Le preguntó francamente si se casaría si estuviera libre de sus responsabilidades familiares. Jesús le explicó que dado que el deber inmediato le impedía casarse, había pensado poco en ello. Añadió que dudaba de que llegaría a casarse nunca y que todas esas cosas debían esperar «mi hora», el momento en que «deba comenzar el trabajo de mi Padre». Habiendo decidido ya que no sería padre de niños en la carne, dedicó muy poco tiempo a pensar en el matrimonio humano.
127:6.9 (1405.1) Ese año empezó de nuevo la tarea de entrelazar aún más su naturaleza mortal y su naturaleza divina en una individualidad humana simple y efectiva. Y siguió creciendo en estatus moral y comprensión espiritual.
127:6.10 (1405.2) Aunque se habían vendido todas sus propiedades de Nazaret (salvo su casa), ese año recibieron una pequeña ayuda financiera por la venta de una participación en una propiedad en Cafarnaúm. Era lo último que quedaba del patrimonio de José. Esta operación inmobiliaria de Cafarnaúm se hizo con un constructor de embarcaciones llamado Zebedeo.
127:6.11 (1405.3) José se graduó ese año en la escuela de la sinagoga y se preparó para empezar a trabajar en el pequeño banco del taller de carpintería de la casa. Aunque el patrimonio de su padre estaba liquidado, había perspectivas de poder luchar con éxito contra la pobreza, puesto que ya eran tres los que trabajaban regularmente.
127:6.12 (1405.4) Jesús se hace hombre rápidamente, no solo hombre joven sino adulto. Ha aprendido a asumir responsabilidades. Sabe hacer frente a las decepciones y sobreponerse con valentía cuando sus planes se desmoronan y sus propósitos se frustran temporalmente. Ha aprendido a ser equitativo y justo incluso ante la injusticia. Está aprendiendo a adecuar sus ideales del vivir espiritual a las exigencias prácticas de la existencia terrenal. Está aprendiendo a hacer planes para alcanzar una meta idealista lejana y superior mientras trabaja con todas sus fuerzas para satisfacer necesidades más cercanas e inmediatas. Está desarrollando el arte de adecuar sus aspiraciones a las exigencias corrientes de las circunstancias humanas. Domina casi por completo la técnica de utilizar la energía del impulso espiritual para mover el mecanismo del logro material. Está aprendiendo lentamente a vivir la vida celestial mientras sigue viviendo la vida terrenal. Depende cada vez más de la guía última de su Padre celestial mientras asume el papel paterno de guiar y dirigir a los niños de su familia terrenal. Se está volviendo experto en el arte de arrancar la victoria de las garras de la derrota; está aprendiendo a transformar las dificultades del tiempo en triunfos de la eternidad.
127:6.13 (1405.5) Y así, con el paso de los años, este joven de Nazaret sigue experimentando la vida tal como se vive en carne mortal en los mundos del tiempo y el espacio. Vive en Urantia una vida plena, representativa y rebosante. Dejó este mundo habiendo madurado en la experiencia por la que pasan sus criaturas durante los años cortos y agotadores de su primera vida, la vida en la carne. Y toda esta experiencia humana es posesión eterna del Soberano del Universo. Él es nuestro hermano comprensivo, nuestro amigo compasivo, nuestro soberano experimentado y nuestro padre misericordioso.
127:6.14 (1405.6) Como niño acumuló un vasto conjunto de conocimientos. Como joven ordenó, clasificó y correlacionó esta información. Y ahora como hombre del mundo empieza a organizar estas posesiones mentales para poder utilizarlas posteriormente en su enseñanza, su ministerio y su servicio en favor de sus compañeros mortales de este mundo y de todas las demás esferas habitadas de todo el universo de Nebadon.
127:6.15 (1405.7) Llegado al mundo como cualquier recién nacido, ha vivido su vida de niño y ha pasado por las sucesivas etapas de la juventud y la primera madurez. Ahora se encuentra en el umbral de la madurez plena, rico en las experiencias del vivir humano, repleto de comprensión de la naturaleza humana y lleno de compasión por las flaquezas de la naturaleza humana. Se está volviendo experto en el arte divino de revelar a su Padre del Paraíso a las criaturas mortales de todas las edades y todas las etapas.
127:6.16 (1406.1) Y ahora, como hombre plenamente desarrollado —como adulto del mundo— se prepara para proseguir su misión suprema de revelar a Dios a los hombres y de llevar a los hombres a Dios.
El libro de Urantia
Documento 128
128:0.1 (1407.1) CUANDO JESÚS de Nazaret entró en los primeros años de su vida adulta, había vivido y seguía viviendo una vida humana normal y corriente en la tierra. Jesús vino a este mundo exactamente igual que los demás niños y no tuvo nada que ver con la selección de sus padres. Es cierto que eligió este mundo concreto como el planeta donde llevar a cabo su séptimo y último otorgamiento, su encarnación a imagen y semejanza de carne mortal, pero aparte de eso llegó al mundo de forma natural, creció como un niño normal y luchó contra las vicisitudes de su entorno exactamente igual que los demás mortales de este mundo y de mundos similares.
128:0.2 (1407.2) Tened siempre presente la doble finalidad del otorgamiento de Miguel en Urantia:
128:0.3 (1407.3) 1. Adquirir la experiencia completa de vivir una vida de criatura humana en carne mortal y culminar su soberanía de Nebadon.
128:0.4 (1407.4) 2. Revelar al Padre Universal a los moradores mortales de los mundos del tiempo y el espacio y llevar más eficazmente a esos mismos mortales a una mejor comprensión del Padre Universal.
128:0.5 (1407.5) Todos los demás beneficios para las criaturas y las demás ventajas para el universo eran accesorios y secundarios a estos objetivos principales del otorgamiento como mortal.
128:1.1 (1407.6) Al llegar a la edad adulta Jesús emprendió con todo empeño y plena consciencia de sí la tarea de conocer a fondo por propia experiencia la vida de sus criaturas inteligentes más inferiores, para ganar así el derecho pleno y definitivo a gobernar sin limitaciones el universo que él mismo había creado. Emprendió esta formidable tarea siendo perfectamente consciente de su naturaleza dual. Pero ya había combinado efectivamente estas dos naturalezas en una sola: la de Jesús de Nazaret.
128:1.2 (1407.7) Josué ben José sabía muy bien que era un hombre, un hombre mortal nacido de mujer, y lo demostró eligiendo Hijo del Hombre como su primer título. Compartió realmente la naturaleza de carne y hueso, e incluso ahora que preside con autoridad soberana los destinos de un universo, sigue llevando entre sus muchos y merecidos títulos el de Hijo del Hombre. Es literalmente cierto que el Verbo creador —el Hijo Creador— del Padre Universal «se hizo carne y habitó como un hombre del mundo en Urantia». Trabajó, se cansó, descansó y durmió. Tuvo hambre y la sació con alimentos, tuvo sed y la apagó con agua. Experimentó toda la gama humana de sentimientos y emociones; fue «probado en todo como vosotros»; sufrió y murió.
128:1.3 (1407.8) Adquirió conocimientos, ganó experiencia y los combinó en sabiduría como hacen otros mortales del mundo. Hasta después de su bautismo no hizo uso de ningún poder sobrenatural, no utilizó ninguna facultad ajena a su dotación humana como hijo de José y María.
128:1.4 (1408.1) Se despojó de los atributos de su existencia prehumana. Antes de empezar su trabajo público, todo su conocimiento de los hombres y de los acontecimientos era fruto exclusivo de su propia experiencia. Fue un verdadero hombre entre los hombres.
128:1.5 (1408.2) Es eterna y gloriosamente cierto que «Tenemos un alto regidor capaz de conmoverse con el sentimiento de nuestras debilidades. Tenemos un Soberano que fue puesto a prueba y tentado en todo como nosotros, pero sin pecado». Y dado que él mismo ha sufrido por haber sido probado y comprobado, es perfectamente capaz de comprender y ayudar a los que están confusos y afligidos.
128:1.6 (1408.3) El carpintero de Nazaret comprendía ahora plenamente la tarea que le esperaba, pero eligió dejar que su vida humana fluyera por su cauce natural. En algunos de estos aspectos es un verdadero ejemplo para sus criaturas mortales, tal como está escrito: «Haya en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, que, siendo de la naturaleza de Dios, no consideraba extraño ser igual a Dios. Sin embargo se hizo poco importante, tomó para sí la forma de una criatura y nació a imagen y semejanza de la humanidad. Y habiendo sido modelado así como un hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».
128:1.7 (1408.4) Vivió su vida de mortal exactamente igual que todos los demás miembros de la familia humana pueden vivir la suya. Él fue quien «en los días en la carne elevaba tan frecuentemente oraciones y súplicas, incluso con gran emoción y con lágrimas, a Aquel que es capaz de salvar de todo mal, y sus oraciones fueron eficaces porque creía». Por eso le corresponde ser hecho como sus hermanos en todos los aspectos, para que pueda llegar a ser un soberano misericordioso y comprensivo para ellos.
128:1.8 (1408.5) Nunca tuvo dudas sobre su naturaleza humana, pues era evidente y siempre fue consciente de ella. En cambio siempre cabían las dudas y conjeturas sobre su naturaleza divina, al menos hasta el momento de su bautismo. El proceso de caer en la cuenta de su propia divinidad fue lento, y desde el punto de vista humano fue una revelación evolutiva natural. Esta revelación y esta toma de consciencia de su propia divinidad empezaron en Jerusalén, cuando aún no tenía trece años, con el primer acontecimiento sobrenatural de su existencia humana. El proceso de caer en la cuenta de su propia naturaleza divina quedó consumado en el momento de la segunda experiencia sobrenatural de su vida en la carne. Este acontecimiento se produjo cuando Juan lo bautizó en el Jordán y marcó el comienzo de su carrera pública de ministerio y enseñanza.
128:1.9 (1408.6) Entre estas dos visitaciones celestiales, una en su decimotercer año y la otra en su bautismo, no ocurrió nada sobrenatural ni sobrehumano en la vida de este Hijo Creador encarnado. El bebé de Belén, el muchacho, el joven y el hombre de Nazaret, eran en realidad el Creador encarnado de un universo, y sin embargo vivió su vida humana hasta el día de su bautismo por Juan sin utilizar ni una sola vez ese poder ni valerse de la guía de ninguna personalidad celestial que no fuera su serafín guardiana. Nosotros somos testigos de ello y sabemos de lo que hablamos.
128:1.10 (1408.7) A pesar de ello, durante todos esos años de su vida en la carne era verdaderamente divino, era en realidad un Hijo Creador del Padre del Paraíso. Y una vez que emprendió su carrera pública, tras completar los requisitos de su experiencia puramente mortal de adquisición de la soberanía, no vaciló en admitir públicamente que era Hijo de Dios. No vaciló en declarar: «Yo soy el Alfa y el Omega, el principio y el fin, el primero y el último». En años posteriores nunca protestó cuando fue llamado Señor de la Gloria, Regidor de un Universo, el Señor Dios de toda la creación, el Santo de Israel, el Señor de todo, nuestro Señor y nuestro Dios, Dios con nosotros, el que tiene un nombre sobre todo nombre y en todos los mundos, la Omnipotencia de un universo, la Mente Universo de esta creación, Aquel en quien se esconden todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, la plenitud de Aquel que llena todas las cosas, el Verbo eterno del Dios eterno, Aquel que era antes de todas las cosas y en quien consisten todas las cosas, el Creador de los cielos y de la tierra, el Sostenedor de un universo, el Juez de toda la tierra, el Dador de la vida eterna, el Verdadero Pastor, el Libertador de los mundos y el Capitán de nuestra salvación.
128:1.11 (1409.1) Nunca puso objeciones a ser designado por ninguno de estos títulos una vez que hubo pasado de su vida puramente humana a su etapa posterior de consciencia de sí mismo como ministro de la divinidad en la humanidad, por la humanidad y para la humanidad en este mundo y para todos los demás mundos. Solo objetó a un título, Emmanuel, limitándose a replicar en una ocasión: «No soy yo, es mi hermano mayor».
128:1.12 (1409.2) Pero incluso después de elevar su vida en la tierra a niveles más amplios, Jesús permaneció siempre sumiso a la voluntad del Padre del cielo.
128:1.13 (1409.3) Después de su bautismo no tuvo inconveniente en permitir que sus creyentes sinceros y sus seguidores agradecidos lo adoraran. Incluso mientras luchaba contra la pobreza y trabajaba duramente con sus manos para cubrir las necesidades básicas de su familia, era cada vez más consciente de ser un Hijo de Dios; sabía que era el hacedor de los cielos y de la misma tierra donde estaba viviendo su existencia humana. Y en todo el gran universo que lo observaba, las huestes de seres celestiales sabían también que este hombre de Nazaret era su amado padre-Creador y Soberano. El universo de Nebadon estuvo inmerso en una intensa expectación durante todos estos años; todos los ojos celestiales estaban siempre fijos en Urantia, concretamente en Palestina.
128:1.14 (1409.4) Ese año Jesús fue con José a celebrar la Pascua a Jerusalén. Igual que había llevado a Santiago para su consagración en el templo, consideraba que era su deber llevar a José. Jesús no mostró nunca ningún favoritismo en el trato con su familia. Fue con José a Jerusalén por la ruta habitual del valle del Jordán pero volvió a Nazaret por el camino del este del Jordán pasando por Amatus. Al bajar por el Jordán Jesús le fue contando a su hermano la historia de los judíos, y en el viaje de vuelta le habló de las legendarias tribus de Rubén, Gad y Gilead que, según la tradición, habían poblado estas regiones del este del río.
128:1.15 (1409.5) José preguntó muchas cosas importantes a su hermano sobre su misión en la vida, pero Jesús se limitaba a contestar casi siempre: «Aún no ha llegado mi hora». Sin embargo, dejó caer muchas palabras en estas conversaciones íntimas que José recordaría más adelante durante los conmovedores acontecimientos de los años que siguieron. Jesús, acompañado de José, pasó esta Pascua con sus tres amigos de Betania como solía hacer siempre que asistía a estas festividades conmemorativas en Jerusalén.
128:2.1 (1409.6) Por estos años los hermanos y las hermanas de Jesús se iban enfrentando a las dificultades y tribulaciones propias de los problemas y reajustes de la adolescencia. Con hermanos y hermanas de entre siete y dieciocho años, Jesús se encontró muy ocupado ayudándolos a adaptarse al nuevo despertar de sus vidas intelectuales y emocionales. Así fue afrontando los problemas de la adolescencia a medida que iban apareciendo en la vida de sus hermanos y hermanas menores.
128:2.2 (1410.1) Ese año Simón terminó la escuela y empezó a trabajar con Jacobo el albañil, el antiguo compañero de juegos y defensor incondicional de Jesús. Esta decisión fue fruto de varias reuniones de familia en las que se llegó a la conclusión de que todos los chicos no debían dedicarse a la carpintería sino más bien diversificar sus oficios para poder aspirar a contratos de construcción de edificios enteros. Además, desde que tres de ellos trabajaban como carpinteros a tiempo completo, no siempre había trabajo para todos.
128:2.3 (1410.2) Jesús seguía con el acabado de interiores y la ebanistería aunque pasaba la mayor parte del tiempo en el taller de reparaciones de caravanas. Santiago empezó a turnarse con él en la atención al taller. A mediados de año empezó a escasear el trabajo de carpintería en la región de Nazaret, así que Jesús se fue a trabajar a Séforis con un herrero después de dejar a Santiago al frente del taller de reparaciones y a José en el banco de carpintero de la casa. Estuvo trabajando el metal durante seis meses y adquirió gran pericia en el yunque.
128:2.4 (1410.3) Antes de empezar a trabajar en Séforis, Jesús convocó una de sus reuniones periódicas de familia y nombró solemnemente a Santiago, que acababa de cumplir dieciocho años, cabeza de familia interino. Prometió a su hermano su firme apoyo y plena cooperación y exigió a cada miembro de la familia la promesa formal de obedecer a Santiago, que asumió desde ese día la plena responsabilidad financiera de la familia. Jesús empezó a entregar a su hermano su paga semanal y nunca volvió a recuperar las riendas familiares de manos de Santiago. Mientras estuvo trabajando en Séforis podría haber vuelto andando a casa todas las noches si hubiera sido necesario, pero no quiso hacerlo. Echaba la culpa al tiempo o ponía cualquier otra excusa, pero su verdadero motivo era preparar a Santiago y a José para llevar la responsabilidad de la casa. El lento proceso de desvinculación de su familia había empezado. Jesús volvía a Nazaret cada sabbat —y a veces durante la semana cuando la ocasión lo exigía— para observar el funcionamiento del nuevo plan, dar consejos y hacer sugerencias útiles.
128:2.5 (1410.4) Esos seis meses de residencia casi permanente en Séforis dieron a Jesús una nueva oportunidad de llegar a conocer mejor el punto de vista de los gentiles sobre la vida. Trabajó con gentiles, vivió con gentiles y estudió a fondo los hábitos de vida y la mentalidad de los gentiles en todos sus aspectos.
128:2.6 (1410.5) Los niveles de moralidad de la ciudad de residencia de Herodes Antipas eran tan inferiores incluso a los de un punto de encuentro de caravanas como Nazaret que, después de vivir seis meses en Séforis, a Jesús no le disgustó encontrar un pretexto para volver a Nazaret. El grupo para el que trabajaba estaba a punto de acometer obras públicas tanto en Séforis como en la nueva ciudad de Tiberiades, y Jesús no estaba dispuesto a trabajar en nada que estuviera bajo la supervisión de Herodes Antipas. Además le parecía conveniente volver a Nazaret por otras razones. A su vuelta al taller de reparaciones no volvió a asumir la dirección personal de los asuntos familiares. Trabajó en el taller junto con Santiago y, en la medida de lo posible, permitió que su hermano siguiera llevando el control de la familia. No intervino para nada en la gestión de Santiago de los gastos familiares ni en su administración del presupuesto doméstico.
128:2.7 (1410.6) Esta sabia y meditada planificación preparó el camino para la retirada final de Jesús de la intervención activa en los asuntos de su familia. Cuando Santiago tuvo dos años de experiencia como cabeza de familia interino —y dos años antes de que Santiago se casara— se encargó a José de las finanzas domésticas y se le confió la dirección familiar.
128:3.1 (1411.1) Ese año los apuros financieros se dejaron sentir algo menos porque ya había cuatro hijos trabajando. Miriam ganaba bastante con la venta de leche y de mantequilla, y Marta se había convertido en una experta tejedora. Ya habían pagado más de un tercio de la compra del taller de reparaciones. En una situación así Jesús se pudo permitir dejar de trabajar durante tres semanas para llevar a Simón a Jerusalén por la Pascua. Desde que murió su padre nunca había podido liberarse durante tanto tiempo del duro trabajo diario.
128:3.2 (1411.2) Fueron a Jerusalén por la Decápolis y atravesaron Pella, Gerasa, Filadelfia, Hesbón y Jericó. Volvieron por la ruta de la costa pasando por Lida, Jope y Cesarea; luego rodearon el monte Carmelo hacia Tolemaida y Nazaret. Jesús aprovechó este viaje para familiarizarse con la parte de Palestina situada al norte de la región de Jerusalén.
128:3.3 (1411.3) Jesús y Simón conocieron en Filadelfia a un mercader de Damasco y congeniaron tan bien con él que insistió en invitarlos a su centro de operaciones de Jerusalén. Mientras Simón asistía al templo, Jesús pasó mucho tiempo hablando con este hombre de negocios internacional, culto y viajero. Este mercader poseía más de cuatro mil camellos de caravanas, tenía intereses en todo el mundo romano y estaba de camino hacia Roma. Propuso a Jesús ir a Damasco para incorporarse a su negocio de importaciones orientales, pero Jesús le explicó que no tenía justificación para alejarse tanto de su familia en ese momento. Sin embargo en el camino de vuelta estuvo pensando mucho sobre esas lejanas ciudades y sobre los países aún más remotos del Extremo Oriente y el Extremo Occidente de los que tanto había oído hablar a los viajeros y conductores de las caravanas.
128:3.4 (1411.4) Simón disfrutó enormemente de su visita a Jerusalén. Fue debidamente recibido en la comunidad de Israel durante la consagración pascual de los nuevos hijos del mandamiento. Mientras Simón asistía a las ceremonias de la Pascua, Jesús se mezcló con las multitudes de visitantes y tuvo muchas conversaciones personales interesantes con numerosos prosélitos gentiles.
128:3.5 (1411.5) Entre todos esos contactos cabe destacar su encuentro con un joven helenista llamado Esteban. En su primera visita a Jerusalén, Esteban conoció a Jesús por casualidad la tarde del jueves de la semana de Pascua cuando ambos paseaban contemplando el palacio asmoneo. Jesús inició una conversación informal que despertó el interés mutuo y dio lugar a cuatro horas de intercambio de ideas sobre la manera de vivir y sobre el verdadero Dios y su culto. Esteban quedó enormemente impresionado por lo que dijo Jesús y nunca olvidaría sus palabras.
128:3.6 (1411.6) Ese fue el mismo Esteban que más tarde se hizo creyente en las enseñanzas de Jesús y predicó con tal audacia el evangelio de los primeros tiempos que provocó la ira de los judíos y murió lapidado. La extraordinaria audacia de Esteban al proclamar su visión del nuevo evangelio provenía en parte de aquella conversación con Jesús, pero Esteban nunca sospechó ni remotamente que el galileo con quien había hablado unos quince años antes era el mismo a quien proclamaba ahora Salvador del mundo y por quien tan pronto iba a morir, convirtiéndose así en el primer mártir de la naciente fe cristiana. Cuando Esteban entregó su vida como precio por su ataque al templo judío y sus prácticas tradicionales, un tal Saulo, ciudadano de Tarso lo presenció todo. Al ver a ese griego dar la vida por su fe, nacieron en el corazón de Saulo las emociones que acabarían llevándolo a abrazar la causa por la que murió Esteban y a convertirse después en el dinámico e indómito Pablo, el filósofo, si no el único fundador, de la religión cristiana.
128:3.7 (1412.1) El domingo siguiente a la semana de Pascua Simón y Jesús emprendieron el camino de vuelta a Nazaret. Simón no olvidaría nunca lo que Jesús le enseñó en ese viaje. Siempre había amado a Jesús, pero ahora sentía que había empezado a conocer a su hermano-padre. Tuvieron muchas charlas íntimas mientras viajaban por el país y preparaban sus comidas al borde del camino. Llegaron a casa el jueves a mediodía, y aquella noche Simón mantuvo en vela a la familia hasta muy tarde contando sus experiencias.
128:3.8 (1412.2) María se disgustó mucho cuando supo por Simón que Jesús había pasado la mayor parte del tiempo en Jerusalén «charlando con extranjeros, sobre todo los de países lejanos». La familia de Jesús nunca pudo comprender su gran interés por la gente, sus ganas de hablar con ellos, de enterarse de su forma de vivir y de averiguar lo que pensaban.
128:3.9 (1412.3) La familia de Nazaret estaba cada vez más enfrascada en sus problemas humanos inmediatos. No mencionaban casi nunca la misión futura de Jesús, y él mismo hablaba muy pocas veces de su futura carrera. Su madre no solía tener presente que era un hijo de la promesa. Iba renunciando poco a poco a la idea de que Jesús tenía que cumplir una misión divina en la tierra, aunque su fe se reavivaba a veces cuando se paraba a recordar la visitación de Gabriel antes de nacer el niño.
128:4.1 (1412.4) Jesús pasó los cuatro últimos meses de ese año en Damasco como invitado del mercader a quien conoció en Filadelfia cuando iba de camino a Jerusalén. Un representante de este mercader fue a buscar a Jesús al pasar por Nazaret y lo acompañó a Damasco. Este mercader medio judío se proponía dedicar una cuantiosa suma de dinero a establecer una escuela de filosofía religiosa en Damasco. Proyectaba crear un centro del saber que superara a Alejandría, y propuso a Jesús empezar inmediatamente una larga gira por los centros educativos del mundo como preparación para asumir la dirección del nuevo proyecto. Esta fue una de las mayores tentaciones que tuvo que afrontar Jesús en el transcurso de su carrera puramente humana.
128:4.2 (1412.5) El comerciante no tardó en reunir ante Jesús a un grupo de doce mercaderes y banqueros dispuestos a financiar la futura escuela. Jesús mostró un profundo interés por el proyecto de la escuela y ayudó a planificar su organización, pero siempre con la reserva de que sus otras obligaciones previas, sin mencionar cuáles, le impedirían aceptar la dirección de una empresa tan ambiciosa. Su potencial benefactor era obstinado, y mientras empleaba provechosamente a Jesús en su casa encargándole algunas traducciones, él, su esposa y sus hijos e hijas intentaban convencerlo de aceptar el honor que se le ofrecía. Pero Jesús no accedió. Sabía muy bien que su misión en la tierra no debía estar respaldada por ninguna institución de enseñanza; sabía que no debía comprometerse en lo más mínimo a ser dirigido por ningún «consejo de hombres», por muy buenas que fueran sus intenciones.
128:4.3 (1412.6) Él, que fue rechazado por los líderes religiosos de Jerusalén incluso después de haber demostrado su autoridad, fue reconocido y ensalzado como maestro principal por hombres de negocios y banqueros de Damasco, y todo ello cuando era un oscuro y desconocido carpintero de Nazaret.
128:4.4 (1412.7) Nunca comentó esta oferta con su familia, y al final de año se encontraba de vuelta en Nazaret cumpliendo sus deberes cotidianos como si nunca hubiera existido la halagadora tentación de sus amigos de Damasco. Tampoco relacionaron nunca esos hombres de Damasco al futuro ciudadano de Cafarnaúm que revolucionaría toda la sociedad judía con el antiguo carpintero de Nazaret que se había atrevido a rechazar el honor que sus fortunas combinadas podrían haberle procurado.
128:4.5 (1413.1) Jesús se las ingenió sagaz y deliberadamente para aislar diversos episodios de su vida de forma que nunca se pudieran asociar con la misma persona a los ojos del mundo. En años posteriores oyó contar muchas veces la historia del extraño galileo que declinó la oportunidad de fundar en Damasco una escuela que rivalizara con Alejandría.
128:4.6 (1413.2) Uno de los objetivos de Jesús cuando procuraba aislar ciertos aspectos de su experiencia terrenal era impedir que se creara una trayectoria tan polifacética y espectacular en torno a su persona que pudiera llevar a las generaciones futuras a venerar al maestro en lugar de atenerse a la verdad que él había vivido y enseñado. Jesús no quería acumular un historial de logro humano tan destacado que pudiera desviar la atención de sus enseñanzas. Comprendió muy pronto que sus seguidores se sentirían tentados de formular una religión sobre él, y que esta religión podría llegar a rivalizar con el evangelio del reino que se proponía proclamar al mundo. En consecuencia, procuró eliminar sistemáticamente de su memorable carrera todo lo que le parecía que podría fomentar la natural tendencia humana a exaltar al maestro en lugar de proclamar sus enseñanzas.
128:4.7 (1413.3) Este mismo motivo explica también por qué accedió a ser conocido por distintos nombres durante las diversas épocas de su variada vida en la tierra. Por otra parte, no quería ejercer sobre su familia ni sobre nadie ninguna influencia indebida que pudiera inducirlos a creer en él en contra de sus convicciones íntimas. Se negó siempre a sacar ventaja injusta o abusiva de la mente humana. No quería que los hombres creyeran en él a menos que su corazón fuera receptivo a las realidades espirituales reveladas en sus enseñanzas.
128:4.8 (1413.4) A finales de ese año las cosas funcionaban razonablemente bien en la casa de Nazaret. Los niños crecían y María se estaba acostumbrando a las ausencias de Jesús, que seguía entregando sus ingresos a Santiago para mantener a la familia y solo se reservaba una pequeña parte para sus gastos personales inmediatos.
128:4.9 (1413.5) Con el paso de los años era cada vez más difícil darse cuenta de que este hombre era un Hijo de Dios en la tierra. Parecía convertirse en otro individuo del mundo, tan solo un hombre más entre los hombres. Y así es exactamente como había ordenado el Padre del cielo que se desarrollara el otorgamiento.
128:5.1 (1413.6) Para Jesús fue el primer año relativamente libre de responsabilidades familiares. Santiago llevaba muy bien la administración familiar respaldado por los ingresos y consejos de Jesús.
128:5.2 (1413.7) La semana siguiente a la Pascua apareció en Nazaret un joven de Alejandría con el encargo de concertar un futuro encuentro de Jesús con un grupo de judíos alejandrinos en algún punto de la costa palestina. Acordaron hacerlo a mediados de junio, y llegado el momento Jesús se reunió en Cesarea con cinco judíos prominentes de Alejandría que le rogaron que se estableciera como maestro religioso en su ciudad. Como incentivo inicial le ofrecieron el puesto de asistente del jazán de su sinagoga principal.
128:5.3 (1414.1) Los portavoces de este comité explicaron a Jesús que Alejandría estaba destinada a convertirse en el centro de la cultura judía para el mundo entero y que en cuestiones judías la escuela de pensamiento babilónica había sido prácticamente superada por la tendencia helenista. Recordaron a Jesús los inquietantes rumores de rebelión que corrían por Jerusalén y por toda Palestina, y le aseguraron que cualquier alzamiento de los judíos palestinos equivaldría a un suicidio nacional, que la mano de hierro de Roma aplastaría la rebelión en tres meses y que Jerusalén sería destruida y su templo demolido hasta no quedar piedra sobre piedra.
128:5.4 (1414.2) Jesús escuchó todo lo que tenían que decir, les agradeció su confianza y declinó la oferta de ir a Alejandría diciendo básicamente: «Aún no ha llegado mi hora». Sus interlocutores quedaron muy sorprendidos por su aparente indiferencia ante el honor que le ofrecían. Antes de despedirse de Jesús quisieron entregarle una suma de dinero como muestra de la estima de sus amigos alejandrinos y en compensación por el tiempo y los gastos de desplazamiento a Cesarea para hablar con ellos. Pero él tampoco quiso aceptar el dinero, diciendo: «La casa de José no ha recibido nunca limosnas. No podemos comer el pan de otros mientras yo tenga brazos fuertes y mis hermanos puedan trabajar».
128:5.5 (1414.3) Sus amigos de Egipto zarparon de vuelta a casa. Cuando a los pocos años oyeron rumores sobre cierto constructor de embarcaciones de Cafarnaúm que estaba creando un gran revuelo en Palestina, pocos de ellos pudieron imaginar que era el niño de Belén ya crecido y el mismo galileo que tanto les había sorprendido cuando declinó con toda llaneza la invitación a convertirse en un gran maestro de Alejandría.
128:5.6 (1414.4) Jesús volvió a Nazaret. Los seis últimos meses de ese año fueron los más tranquilos de toda su carrera. Disfrutó mucho de ese respiro pasajero en su programa habitual de resolver problemas y superar dificultades. Estuvo muchas veces en íntima comunión con su Padre del cielo e hizo enormes progresos en el dominio de su mente humana.
128:5.7 (1414.5) Pero la tranquilidad no dura mucho en los asuntos humanos de los mundos del tiempo y el espacio. En diciembre Santiago explicó a Jesús en privado que estaba muy enamorado de una joven de Nazaret llamada Esta y que les gustaría casarse en cuanto fuera posible. Le recordó que José estaba a punto de cumplir dieciocho años y que sería una buena experiencia para él ejercer de cabeza de familia interino. Jesús dio su consentimiento para que Santiago se casara dos años más tarde, siempre que durante ese tiempo preparara bien a José para asumir la dirección de la casa.
128:5.8 (1414.6) Corrían aires matrimoniales y empezaron a encadenarse los acontecimientos. Al ver que Santiago había conseguido el consentimiento de Jesús a su matrimonio, Miriam se animó a contar sus proyectos a su padre-hermano. Jacobo, el joven albañil que fuera en su día paladín de Jesús y ahora socio de trabajo de Santiago y José, hacía tiempo que aspiraba a casarse con ella. Cuando Miriam le hubo expuesto estos planes, Jesús respondió que Jacobo debía presentarse ante él para pedir formalmente su mano y prometió su bendición al matrimonio en cuanto ella estimara que Marta estaba capacitada para cumplir la función de hija mayor.
128:5.9 (1414.7) Cuando Jesús estaba en casa seguía enseñando en la escuela nocturna tres veces por semana, leía a menudo las escrituras el sabbat en la sinagoga, charlaba con su madre, enseñaba a los niños y se comportaba en general como un ciudadano honorable y respetado de Nazaret dentro de la comunidad de Israel.
128:6.1 (1415.1) El año empezó con buena salud para toda la familia de Nazaret y marcó el final de la escolarización regular de todos los niños salvo Rut, que siguió haciendo cierto trabajo con Marta.
128:6.2 (1415.2) Jesús era uno de los ejemplares más robustos y refinados de hombre aparecidos en la tierra desde los días de Adán. Su desarrollo físico era espléndido. Su mente era activa, aguda y penetrante —comparada con la capacidad mental media de sus contemporáneos, había alcanzado proporciones gigantescas— y su espíritu era en verdad humanamente divino.
128:6.3 (1415.3) La economía familiar pasaba por su mejor momento desde la liquidación del patrimonio de José. Habían terminado de pagar el taller de reparación de caravanas, no debían nada a nadie y, por primera vez en muchos años, tenían algunas reservas. En vista de eso, y dado que había llevado a sus otros hermanos a Jerusalén para sus primeras ceremonias de la Pascua, Jesús decidió acompañar a Judá (que acababa de graduarse en la escuela de la sinagoga) en su primera visita al templo.
128:6.4 (1415.4) Fueron a Jerusalén y volvieron por la misma ruta, el valle del Jordán, porque Jesús temía tener algún problema si pasaba con su joven hermano por Samaria. Ya en Nazaret, Judá se había metido en varios líos menores por su carácter impulsivo unido a sus intensos sentimientos patrióticos.
128:6.5 (1415.5) Llegaron a Jerusalén a la hora prevista, y al divisar el templo Judá se emocionó y se conmovió hasta lo más profundo de su alma. Cuando se acercaban para hacer su primera visita se encontraron por casualidad con Lázaro de Betania. Jesús se paró a hablar con su amigo, y mientras se organizaban para celebrar la Pascua juntos, Judá provocaba un desafortunado incidente que trastocó todos los planes. Un guardia romano que se encontraba cerca de ellos hizo algunos comentarios indecorosos sobre una muchacha judía que pasaba, y a Judá, rojo de ira, le faltó tiempo para expresar en alto su indignación por la grosería para que llegara claramente a oídos del soldado. Es bien sabido que los legionarios romanos eran muy sensibles a todo lo que rayara en falta de respeto por parte de los judíos, así que el guardia arrestó inmediatamente a Judá. Esto fue demasiado para el joven patriota, y antes de que Jesús pudiera advertirle prudencia con la mirada, dio rienda suelta a una perorata de sentimientos antirromanos acumulados que solo consiguió empeorar las cosas. Judá, con Jesús a su lado, fue conducido en el acto a la prisión militar.
128:6.6 (1415.6) Jesús hizo todo lo que pudo por conseguir una audiencia inmediata para Judá o al menos que lo liberaran a tiempo para la celebración pascual de esa noche, pero fue inútil. Dado que el día siguiente era de «santa asamblea» en Jerusalén, ni siquiera los romanos se atrevían a oír cargos contra un judío, así que Judá siguió preso hasta la mañana del segundo día después de su arresto y Jesús se quedó con él en la cárcel. No pudieron asistir a la ceremonia de recepción de los hijos de la ley a la plena ciudadanía de Israel. Judá tendría que esperar varios años antes de cumplir con esta ceremonia formal. Lo hizo la siguiente vez que fue a Jerusalén durante la Pascua para hacer propaganda a favor de los zelotes, la organización patriótica en la que militaba activamente.
128:6.7 (1415.7) Después de dos días de cárcel, Jesús compareció a la mañana siguiente ante el juez militar instructor en nombre de Judá. Tras pedir disculpas por la juventud de su hermano y aludir prudente y razonadamente a la provocación que había originado el incidente, Jesús manejó el caso con tal pericia que el juez instructor acabó admitiendo que el joven judío podría haber tenido alguna excusa para su violento arrebato. Después de amonestar a Judá que controlara sus ímpetus los dejó marchar, no sin antes advertir a Jesús: «Harías bien en vigilar al muchacho; es capaz de crearos muchos problemas a todos». El juez romano tenía razón. Judá causó a Jesús innumerables problemas, y siempre por lo mismo: choques con las autoridades civiles por sus arrebatos patrióticos imprudentes e insensatos.
128:6.8 (1416.1) Jesús y Judá caminaron hasta Betania para pasar la noche, explicaron por qué no habían podido llegar a tiempo a la cita de la cena pascual y salieron para Nazaret al día siguiente. Jesús no dijo nada a la familia sobre el arresto de su hermano en Jerusalén, pero tres semanas más tarde tuvo una larga conversación con él sobre lo ocurrido. Después de esta conversación con Jesús el propio Judá se lo contó a la familia, y no olvidaría jamás la paciencia y la tolerancia que su padre-hermano tuvo con él durante aquella penosa experiencia.
128:6.9 (1416.2) Esa fue la última Pascua que Jesús pasó en Jerusalén con algún miembro de su propia familia. El Hijo del Hombre iba a desligarse cada vez más de su estrecha vinculación con los de su propia sangre.
128:6.10 (1416.3) Ese año Rut y sus compañeros de juego se acostumbraron a interrumpir los periodos de profunda meditación de Jesús, pero él estaba siempre dispuesto a aplazar la contemplación de su futuro trabajo por el mundo y el universo para compartir la alegría infantil y la diversión de los pequeños, que no se cansaban nunca de oír contar a Jesús las experiencias de sus diversos viajes a Jerusalén. También disfrutaban mucho con sus historias sobre los animales y la naturaleza.
128:6.11 (1416.4) Los niños eran siempre bienvenidos en el taller de reparaciones. Jesús les ponía arena, trozos de madera y piedras junto al taller, y allí acudían en tropel a entretenerse. Cuando se cansaban de jugar, los más intrépidos se asomaban al taller y si veían a Jesús desocupado, se atrevían a entrar diciendo: «Tío Josué, sal a contarnos un cuento largo». Lo sacaban tirándole de las manos hasta que se sentaba en su piedra favorita junto a la esquina del taller con los niños sentados en semicírculo en el suelo delante de él. Y cuánto disfrutaban los pequeños a su tío Josué. Aprendían a reír, y a reír con ganas. Uno o dos de los más pequeños solían trepar hasta sus rodillas y, sentados sobre ellas, contemplaban maravillados sus facciones expresivas cuando contaba sus historias. Los niños amaban a Jesús y Jesús amaba a los niños.
128:6.12 (1416.5) A sus amigos les costaba comprender la variedad y amplitud de sus actividades intelectuales, su capacidad para pasar plenamente y sin transición de los profundos debates políticos, filosóficos o religiosos a los juegos alegres y despreocupados de los chiquillos de cinco a diez años. Jesús fue teniendo más tiempo libre a medida que iban creciendo sus hermanos, y antes de que llegaran los nietos, dedicó mucha atención a los pequeños de su entorno. En cambio no vivió en la tierra lo suficiente como para disfrutar mucho de los nietos.
128:7.1 (1416.6) Al empezar el año Jesús de Nazaret se hizo muy consciente de la amplitud de poderes potenciales que poseía, pero estaba plenamente convencido de que su personalidad de Hijo del Hombre no debía hacer uso de esos poderes, al menos hasta que llegara su hora.
128:7.2 (1417.1) Durante esta época reflexionó mucho sobre su relación con su Padre del cielo, aunque hablaba poco de ello. Una vez, al orar en la cima de la colina, expresó la conclusión de todas estas reflexiones con estas palabras: «Sea yo quien sea y tenga el poder que tenga, siempre he estado y siempre estaré sometido a la voluntad de mi Padre del Paraíso». Y sin embargo, cuando este hombre iba y venía por Nazaret camino de su trabajo, era literalmente cierto —en lo que a un vasto universo se refiere— que «en él se ocultaban todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento».
128:7.3 (1417.2) Los asuntos de la familia fueron bien durante todo el año, excepto por Judá. Santiago tuvo problemas durante años con su hermano menor, muy remiso a ponerse a trabajar en serio y aportar su parte de los gastos familiares. Aunque vivía en la casa, no se podía contar con él para contribuir de forma responsable al mantenimiento de la familia.
128:7.4 (1417.3) Jesús era un hombre de paz, y más de una vez se sintió abochornado por las actuaciones belicosas y los numerosos estallidos patrióticos de Judá. Santiago y José eran partidarios de echarlo de casa pero Jesús no lo consintió. Cuando llegaban al límite de su paciencia, Jesús siempre les decía: «Sed pacientes. Que vuestros consejos sean sabios y vuestras vidas, ejemplares para que vuestro hermano menor pueda conocer primero el mejor camino y luego se sienta obligado a seguir vuestros pasos por él». Los sabios y amorosos consejos de Jesús evitaron una ruptura familiar. Siguieron juntos, aunque Judá no entraría en razón hasta después de casarse.
128:7.5 (1417.4) María hablaba muy poco de la futura misión de Jesús. Siempre que se mencionaba este asunto, Jesús se limitaba a contestar: «Aún no ha llegado mi hora». Jesús estaba terminando la difícil tarea de desacostumbrar e independizar a su familia de la presencia directa de su personalidad. Se estaba preparando rápidamente para el día en que pudiera alejarse con tranquilidad de la casa de Nazaret y empezar el preludio más activo de su verdadero ministerio hacia los hombres.
128:7.6 (1417.5) No debéis perder de vista que la misión principal de Jesús en su séptimo otorgamiento era adquirir la experiencia de las criaturas, conseguir la soberanía de Nebadon. Y mientras iba acumulando esta experiencia hizo la revelación suprema del Padre del Paraíso a Urantia y a todo su universo local. Paralela e incidentalmente a estos objetivos, se dedicó además a desenredar los complicados asuntos de este planeta que estaban relacionados con la rebelión de Lucifer.
128:7.7 (1417.6) Ese año Jesús estuvo menos ocupado que de costumbre y dedicó mucho tiempo a instruir a Santiago para gestionar el taller de reparaciones y a José para dirigir los asuntos domésticos. María sentía que se estaba preparando para dejarlos. ¿Dejarlos para ir a dónde? ¿Para hacer qué? Ya casi había renunciado a la idea de que sería el Mesías. Era incapaz de entender lo que pasaba por la cabeza de Jesús; sencillamente no podía comprender a su hijo mayor.
128:7.8 (1417.7) Jesús pasó ese año mucho tiempo con cada uno de los miembros de su familia. Solía llevarlos a dar largos paseos a la colina y por el campo. Antes de la cosecha llevó a Judá a casa de su tío granjero al sur de Nazaret, pero Judá se marchó poco después de la cosecha. Se escapó de allí, y Simón lo encontró más tarde con los pescadores del lago. Cuando Simón lo trajo de vuelta a casa, Jesús habló con el muchacho fugitivo, y en vista de que quería ser pescador, lo llevó a Magdala donde lo puso al cuidado de un pariente que era pescador. A partir de entonces Judá trabajó bastante bien y con regularidad hasta que se casó, y siguió siendo pescador después de casarse.
128:7.9 (1418.1) Por fin había llegado el día en que todos los hermanos de Jesús habían elegido su oficio y se habían establecido en la vida. Ya estaba todo dispuesto para que Jesús se marchara de casa.
128:7.10 (1418.2) En noviembre hubo boda doble. Santiago se casó con Esta y Miriam con Jacobo. Fue una ocasión de grandísima alegría. Incluso María volvía a sentirse feliz, excepto cuando se daba cuenta de que Jesús se estaba preparando para marcharse. Sufría bajo el peso de una gran incertidumbre. Cuánto hubiera deseado que Jesús se sentara con ella y se lo contara todo como cuando era un chico. Pero se había vuelto muy reservado y guardaba un profundo silencio sobre el futuro.
128:7.11 (1418.3) Santiago y Esta se instalaron en una agradable casita situada en la zona oeste del pueblo, regalo del padre de la novia. Santiago seguía sosteniendo la casa de su madre, aunque su participación se vio reducida a la mitad por su matrimonio. José fue nombrado formalmente cabeza de familia por Jesús. Para entonces Judá enviaba ya puntualmente su contribución al mantenimiento de la casa todos los meses. Los matrimonios de Santiago y de Miriam tuvieron una influencia muy beneficiosa sobre Judá. Al día siguiente de la doble boda, y antes de salir hacia la zona pesquera, aseguró a José que podía contar con él para «cumplir con todo mi deber, y más si es necesario». Y mantuvo su promesa.
128:7.12 (1418.4) Miriam vivió puerta a puerta con María en casa de Jacobo, pues el padre de Jacobo ya había sido enterrado junto a sus mayores. Marta ocupó el lugar de Miriam en la familia, y antes del final de año la nueva organización funcionaba perfectamente.
128:7.13 (1418.5) Al día siguiente de esta doble boda Jesús tuvo una importante conversación con Santiago. Le contó confidencialmente que se estaba preparando para irse de casa. Le hizo entrega de la plena propiedad del taller de reparaciones, abdicó formal y solemnemente como cabeza de la casa de José y con gran emoción nombró a su hermano Santiago «jefe y protector de la casa de mi padre». Redactó, y ambos firmaron, un pacto secreto en el que se estipulaba que, a cambio de la donación del taller de reparaciones, Santiago asumiría en adelante toda la responsabilidad financiera de la familia y liberaría así a Jesús de cualquier responsabilidad posterior en este asunto. Una vez firmado el contrato y concertado un presupuesto que permitía cubrir los gastos de la familia sin ninguna contribución de Jesús, Jesús añadió: «Hijo mío, seguiré mandándote algo todos los meses hasta que haya llegado mi hora, pero deberás utilizar lo que yo te envíe como las circunstancias aconsejen. Dedica mi dinero a las necesidades o a los placeres de la familia como te parezca conveniente. Úsalo en caso de enfermedad o emergencia inesperada de cualquier miembro de la familia».
128:7.14 (1418.6) Así se preparó Jesús para empezar la segunda fase de su vida adulta lejos de los suyos antes de entrar públicamente en los asuntos de su Padre.
El libro de Urantia
Documento 129
129:0.1 (1419.1) JESÚS se había apartado total y definitivamente de la gestión de los asuntos domésticos de la familia de Nazaret y de la dirección directa de sus miembros. Hasta el mismo día de su bautismo siguió contribuyendo a la economía familiar e interesándose personalmente por el bienestar espiritual de todos y cada uno de sus hermanos. Y estuvo siempre decidido a hacer todo lo humanamente posible por el bienestar y la felicidad de su madre viuda.
129:0.2 (1419.2) El Hijo del Hombre lo tenía ya todo preparado para su separación permanente del hogar de Nazaret, pero no le era fácil. Jesús amaba de forma natural a su gente; amaba a su familia, y ese afecto natural se había intensificado enormemente por su extraordinaria entrega hacia ellos. Cuanto más plenamente nos otorgamos a nuestros semejantes, más llegamos a amarlos, y como Jesús se había dado tanto a su familia, los amaba con afecto grande y ferviente.
129:0.3 (1419.3) Toda la familia había ido despertando lentamente a la idea de que Jesús se estaba preparando para dejarlos. La tristeza de la separación que se avecinaba solo se vio atenuada por el carácter gradual de la preparación para la despedida. Durante más de cuatro años fueron conscientes de que estaba planeando la separación final.
129:1.1 (1419.4) Un lluvioso domingo de enero del año 21 d. C., Jesús se despidió por la mañana de su familia sin ninguna ceremonia; solo les dijo que iba a Tiberiades y luego a visitar otras ciudades en torno al mar de Galilea. Así los dejó, y nunca más volvió a ser parte de esa casa.
129:1.2 (1419.5) Pasó una semana en Tiberiades, la nueva ciudad que pronto sucedería a Séforis como capital de Galilea. Como no encontró casi nada que le interesara, pasó sucesivamente por Magdala y Betsaida hasta llegar a Cafarnaúm donde se detuvo para visitar a Zebedeo, el amigo de su padre. Zebedeo era constructor de embarcaciones y sus hijos, pescadores. Jesús de Nazaret era un experto tanto en diseño como en construcción y un maestro trabajando la madera. Zebedeo conocía de tiempo atrás la pericia del artesano de Nazaret y llevaba años queriendo mejorar la calidad de sus embarcaciones, así que aprovechó la visita del carpintero para exponerle sus planes e invitarlo a asociarse a su proyecto. Jesús no dudó en aceptar.
129:1.3 (1419.6) Jesús solo trabajó con Zebedeo algo más de un año, pero durante ese tiempo creó un nuevo modelo de embarcación e introdujo métodos de fabricación totalmente nuevos. Mediante una técnica superior y métodos muy mejorados de tratar las tablas con vapor, Jesús y Zebedeo empezaron a fabricar embarcaciones muy superiores y mucho más seguras para navegar por el lago que los modelos antiguos. Durante los años que siguieron, la pequeña empresa de Zebedeo se vio desbordada de trabajo por el éxito del nuevo modelo, y en menos de cinco años prácticamente todos los barcos del lago habían salido del taller de Zebedeo en Cafarnaúm. Jesús se hizo famoso entre los pescadores de Galilea como el diseñador de las nuevas embarcaciones.
129:1.4 (1420.1) Zebedeo era un hombre moderadamente rico. Su astillero estaba sobre el lago al sur de Cafarnaúm y tenía su casa a orillas del lago cerca del centro de pesca de Betsaida. Jesús vivió en casa de Zebedeo durante el año largo que estuvo en Cafarnaúm. Después de haber trabajado durante tanto tiempo solo en el mundo, es decir sin padre, disfrutó mucho de esa temporada de trabajo con un socio-padre.
129:1.5 (1420.2) Salomé, la esposa de Zebedeo, era pariente de Anás, antiguo sumo sacerdote de Jerusalén que solo llevaba ocho años jubilado y seguía siendo el más influyente del grupo saduceo. Salomé se convirtió en una gran admiradora de Jesús y llegó a amarlo como a sus propios hijos, Santiago, Juan y David. Por su parte sus cuatro hijas lo consideraban como su hermano mayor. Jesús salía mucho a pescar con Santiago, Juan y David, y enseguida vieron que, además de experto constructor de embarcaciones, era un experto pescador.
129:1.6 (1420.3) Ese año Jesús envió dinero a Santiago todos los meses. En octubre fue a Nazaret para la boda de Marta, y ya no volvió hasta más de dos años después con ocasión de la doble boda de Simón y de Judá.
129:1.7 (1420.4) Jesús estuvo fabricando embarcaciones durante todo el año y siguió observando cómo vivían los hombres en la tierra. Solía visitar a menudo la parada de las caravanas, pues Cafarnaúm estaba en la ruta directa de Damasco hacia el sur. Cafarnaúm era un importante destacamento militar romano, y el oficial al mando de la guarnición era un gentil creyente en Yahvé, «un hombre piadoso», como solían llamar los judíos a estos prosélitos. Este oficial, perteneciente a una rica familia romana, se encargó de construir en Cafarnaúm una hermosa sinagoga que había sido entregada a los judíos poco antes de que Jesús fuera a vivir a casa de Zebedeo. Ese año Jesús dirigió más de la mitad de las veces los oficios en la nueva sinagoga, y cuando daba la casualidad de que asistían miembros de las caravanas, algunos reconocían en él al carpintero de Nazaret.
129:1.8 (1420.5) A la hora de pagar sus impuestos Jesús se inscribió como «artesano cualificado de Cafarnaúm». Desde ese día hasta el final de su vida en la tierra fue conocido como residente de Cafarnaúm. Nunca declaró tener más residencia legal que esa, aunque permitió por diversas razones que otros lo consideraran domiciliado en Damasco, Betania, Nazaret e incluso Alejandría.
129:1.9 (1420.6) Encontró muchos libros nuevos en las arcas de la biblioteca de la sinagoga de Cafarnaúm, y pasaba al menos cinco noches por semana estudiando intensamente. Dedicaba una noche a hacer vida social con los adultos y pasaba otra con los jóvenes. Había algo amable e inspirador en la personalidad de Jesús que atraía invariablemente a los jóvenes. Hacía que se sintieran siempre a gusto en su presencia. Puede que el gran secreto de su buena relación con ellos fuera doble: por un lado se interesaba siempre por lo que estaban haciendo, y por otro no solía darles consejos si no se los pedían.
129:1.10 (1420.7) La familia de Zebedeo casi adoraba a Jesús. Nunca dejaban de asistir a los coloquios que solía mantener a diario después de la cena y antes de irse a estudiar a la sinagoga. Los jóvenes del vecindario acudían a menudo a esas reuniones vespertinas de sobremesa donde Jesús impartía una instrucción variada y avanzada, tan avanzada como ellos eran capaces de comprender. Hablaba con ellos sin reservas y les presentaba sus ideas y sus ideales sobre política, sociología, ciencia y filosofía, pero solo se atrevía a expresarse con autoridad incuestionable cuando hablaba de religión: de la relación del hombre con Dios.
129:1.11 (1421.1) Una vez por semana se reunía con todo el personal que trabajaba en la casa, en el taller y en la ribera del lago —pues Zebedeo tenía muchos empleados— y entre estos trabajadores fue llamado por primera vez «el Maestro». Todos lo amaban. Él disfrutaba trabajando con Zebedeo en Cafarnaúm, pero echaba de menos a los niños que jugaban junto al taller de carpintería de Nazaret.
129:1.12 (1421.2) De los hijos de Zebedeo, Santiago era el que más se interesaba por Jesús como maestro y como filósofo. Juan apreciaba sobre todo sus opiniones y enseñanzas en materia de religión. David lo respetaba como artesano pero le interesaban poco sus ideas religiosas y sus enseñanzas filosóficas.
129:1.13 (1421.3) Judá iba muchos sabbat a escuchar a Jesús hablar en la sinagoga y luego se quedaba charlando con él. Cuanto más veía Judá a su hermano mayor, más se convencía de que Jesús era un hombre verdaderamente grande.
129:1.14 (1421.4) Jesús progresó mucho ese año en el dominio ascendente de su mente humana y alcanzó nuevos niveles superiores de contacto consciente con su Ajustador del Pensamiento interior.
129:1.15 (1421.5) Fue su último año de vida estable. Jesús nunca volvería a pasar un año entero en un mismo lugar o en una misma empresa. Estaba a punto de llegar el momento de sus peregrinaciones por la tierra. Le esperaban periodos de intensa actividad en un futuro no muy lejano, pero entre su vida sencilla aunque intensamente activa del pasado y su futuro ministerio público aún más intenso y agotador, dedicó unos años a viajar constantemente y a diversificar mucho su actividad personal. Necesitaba completar su formación como hombre del mundo antes de iniciar su carrera de enseñanza y predicación como el hombre-Dios perfeccionado de las fases divina y poshumana de su otorgamiento en Urantia.
129:2.1 (1421.6) En marzo del año 22 d. C. Jesús se despidió de Zebedeo y de Cafarnaúm. Pidió una pequeña cantidad de dinero para costear sus gastos de viaje a Jerusalén. Mientras trabajó con Zebedeo solo había percibido pequeñas sumas de dinero que enviaba mensualmente a su familia de Nazaret. Unos meses iba José a Cafarnaúm a buscar el dinero y otros pasaba Judá por Cafarnaúm, recibía el dinero de Jesús y lo llevaba a Nazaret. El centro pesquero donde trabajaba Judá estaba a unos pocos kilómetros al sur de Cafarnaúm.
129:2.2 (1421.7) Cuando Jesús se despidió de la familia de Zebedeo accedió a quedarse en Jerusalén hasta la Pascua, y todos prometieron reunirse para esa ocasión. Además decidieron celebrar juntos la cena pascual. A todos les entristecía que Jesús los dejara, especialmente a las hijas de Zebedeo.
129:2.3 (1421.8) Antes de irse de Cafarnaúm Jesús tuvo una larga conversación con Juan Zebedeo, su nuevo amigo e íntimo compañero. Le dijo que pensaba viajar constantemente hasta que «llegue mi hora» y le pidió que todos los meses enviara en su lugar algún dinero a la familia de Nazaret hasta que se agotaran los fondos que se le debían. Juan le hizo esta promesa: «Maestro mío, dedícate a tus asuntos, haz tu trabajo en el mundo. Yo actuaré por ti en este y en cualquier otro asunto, y velaré por tu familia como si atendiera a mi propia madre y cuidara a mis propios hermanos. Emplearé los fondos que te guarda mi padre tal como has indicado y según se necesiten. Y cuando tu dinero se haya gastado, si no recibo más de ti y tu madre lo necesita, compartiré mis propios ingresos con ella. Sigue tu camino en paz, yo actuaré en tu lugar en todos estos asuntos».
129:2.4 (1422.1) Tras la marcha de Jesús a Jerusalén, Juan preguntó a su padre, Zebedeo, cuánto dinero se le debía y le sorprendió que fuera una cifra tan importante. Como Jesús había dejado el asunto enteramente en sus manos, decidieron invertir esos fondos en una propiedad y emplear las rentas para asistir a la familia de Nazaret. Zebedeo sabía que estaba a la venta una pequeña casa hipotecada en Cafarnaúm y aconsejó a Juan que la comprara con el dinero de Jesús y conservara el título en depósito para su amigo. Juan siguió el consejo de su padre y durante dos años se fue pagando la hipoteca con el arrendamiento de la casa. A esto se unió una importante cantidad adicional de dinero enviada a Juan por Jesús para atender a las necesidades de su familia. La suma de ambas aportaciones era casi suficiente para liquidar la deuda, y Zebedeo suplió la diferencia, de modo que Juan pudo pagar el resto de la hipoteca a su vencimiento y comprar la casa libre de gravámenes. Así se convirtió Jesús sin saberlo en propietario de una casa de dos habitaciones en Cafarnaúm.
129:2.5 (1422.2) Cuando la familia de Nazaret se enteró de que Jesús se había ido de Cafarnaúm, como no sabían nada de su acuerdo financiero con Juan, pensaron que les había llegado el momento de seguir adelante sin la ayuda de Jesús. Santiago recordó su contrato con Jesús y, con la ayuda de sus hermanos, asumió inmediatamente toda la responsabilidad de cuidar de la familia.
129:2.6 (1422.3) Pero volvamos atrás para observar a Jesús en Jerusalén. Durante casi dos meses pasó la mayor parte de su tiempo escuchando los debates del templo, con visitas ocasionales a las distintas escuelas de los rabinos. La mayoría de los sabbat los pasó en Betania.
129:2.7 (1422.4) Jesús fue a Jerusalén con una carta de Salomé dirigida al antiguo sumo sacerdote Anás en la que la esposa de Zebedeo presentaba a Jesús «como si fuera mi propio hijo». Anás le dedicó mucho tiempo y lo llevó personalmente a visitar las numerosas academias de los maestros religiosos de Jerusalén. Jesús examinó a fondo estas escuelas y observó atentamente sus métodos de enseñanza, aunque no hizo ni una sola pregunta en público. Anás se había convencido de que Jesús era un gran hombre, pero no sabía qué aconsejarle: por un lado comprendía que sería estúpido sugerirle que ingresara en alguna de las escuelas de Jerusalén como estudiante, y por otro sabía que nunca le concederían la categoría de maestro titular a no ser que se formara en una de esas escuelas.
129:2.8 (1422.5) Se acercaba la Pascua, y junto con las multitudes procedentes de todos los rincones de la tierra, llegaron a Jerusalén procedentes de Cafarnaúm Zebedeo y toda su familia. Se alojaron todos en la espaciosa casa de Anás donde celebraron la Pascua como una familia feliz.
129:2.9 (1422.6) Durante esa semana pascual y aparentemente por casualidad, Jesús conoció a un hombre muy rico procedente de la India que viajaba con su hijo de unos diecisiete años. En su camino a visitar Roma y otros lugares del Mediterráneo, habían decidido llegar a Jerusalén durante la Pascua con la esperanza de encontrar a alguien a quien pudieran contratar como intérprete para ambos y como tutor para el hijo. El padre insistió mucho en que Jesús viajara con ellos, pero Jesús le habló de su familia y de su miedo a que pasaran necesidad si él se marchaba tan lejos durante casi dos años. Entonces el viajero de Oriente le propuso adelantarle el salario de un año de modo que pudiera confiar ese dinero a sus amigos para preservar a su familia de cualquier necesidad, y Jesús aceptó hacer el viaje.
129:2.10 (1423.1) Jesús entregó esta importante suma a Juan, el hijo de Zebedeo, y ya sabéis cómo empleó Juan ese dinero para liquidar la hipoteca de la propiedad de Cafarnaúm. Jesús informó confidencialmente a Zebedeo sobre su viaje por el Mediterráneo y le encareció que no se lo dijera a nadie, ni siquiera a los de su propia sangre. Durante ese largo periodo de casi dos años, Zebedeo nunca desveló que conocía el paradero de Jesús, y la familia de Nazaret estuvo a punto de darlo por muerto. Solo las aseveraciones de Zebedeo, que acompañó varias veces a su hijo Juan a Nazaret, mantuvieron viva la esperanza en el corazón de María.
129:2.11 (1423.2) La familia de Nazaret se las arregló muy bien durante ese tiempo. Judá había aumentado considerablemente su cuota y mantuvo esta contribución adicional hasta que se casó. Aunque no parecían necesitar ayuda, Juan Zebedeo solía llevar regalos a María y Rut todos los meses conforme a las instrucciones de Jesús.
129:3.1 (1423.3) Todo el vigesimonoveno año de la vida de Jesús transcurrió recorriendo el mundo mediterráneo. Los principales acontecimientos de este viaje están recogidos, hasta donde estamos autorizados a revelarlos, en las narraciones inmediatamente posteriores a este documento.
129:3.2 (1423.4) Durante toda su gira por el mundo romano Jesús fue conocido por muchas razones como el escriba de Damasco. Sin embargo en Corinto y en otras paradas del viaje de vuelta fue conocido como el tutor judío.
129:3.3 (1423.5) Fue un periodo lleno de acontecimientos en la vida de Jesús. Durante este viaje hizo muchos contactos con sus semejantes, pero nunca reveló este aspecto de su vida a ningún miembro de su familia ni a ninguno de los apóstoles. Jesús terminó su vida en la carne y salió de este mundo sin que nadie supiera (salvo Zebedeo de Betsaida) que había hecho este gran viaje. Algunos de sus amigos pensaron que había vuelto a Damasco, otros, que se había ido a la India. Su propia familia se inclinaba a creer que estuvo en Alejandría porque sabían que una vez le habían ofrecido allí un puesto de jazán adjunto.
129:3.4 (1423.6) A su vuelta a Palestina Jesús no hizo nada por cambiar la opinión de su familia de que había ido de Jerusalén a Alejandría. Les dejó que siguieran creyendo que había estado en ese centro de cultura y saber durante toda su ausencia de Palestina. El único que sabía la verdad sobre este asunto era Zebedeo, el constructor de embarcaciones de Betsaida, y no se lo dijo a nadie.
129:3.5 (1423.7) En todos vuestros esfuerzos por descifrar el significado de la vida de Jesús en Urantia, no perdáis de vista la motivación del otorgamiento de Miguel. Si queréis entender el sentido de muchas de sus acciones aparentemente extrañas, debéis considerar el propósito de su estancia en vuestro mundo. Evitó sistemáticamente acaparar la atención con una trayectoria personal demasiado atractiva. No quería emplear procedimientos extraordinarios o irresistibles para atraer a sus semejantes. Estaba dedicado a la obra de revelar al Padre celestial a sus semejantes mortales y consagrado al mismo tiempo a la tarea sublime de vivir su vida mortal en la tierra sometido en todo momento a la voluntad del mismo Padre del Paraíso.
129:3.6 (1424.1) Para comprender mejor la vida de Jesús en la tierra, todos los estudiantes mortales de este otorgamiento divino deben recordar siempre que, aunque vivió esta vida de encarnación en Urantia, la vivió para todo su universo. La vida que vivió en la carne de naturaleza mortal tuvo un significado especial y fue una fuente de inspiración para todas y cada una de las esferas habitadas del universo de Nebadon. Esto también es verdad para todos los mundos que se han vuelto habitables después de la época memorable de su estancia en Urantia, y será igualmente cierto para todos los mundos que lleguen a estar habitados por criaturas con voluntad en toda la historia futura de este universo local.
129:3.7 (1424.2) Durante su gira por el mundo romano y mediante esas experiencias, el Hijo del Hombre completó prácticamente su formación educativa por contacto con la diversidad de pueblos que había en el mundo en su tiempo y generación. Gracias a la formación adquirida en este viaje volvió a Nazaret sabiendo cómo vivían y sacaban adelante su existencia los hombres en Urantia.
129:3.8 (1424.3) El propósito real de este recorrido por la cuenca mediterránea era conocer a los hombres. Se acercó mucho a centenares de miembros del género humano en este viaje. Conoció y amó a toda clase de hombres, ricos y pobres, altos y bajos, negros y blancos, con educación y sin ella, cultos e incultos, animales y espirituales, religiosos y no religiosos, morales e inmorales.
129:3.9 (1424.4) En este viaje por el Mediterráneo Jesús progresó mucho en su tarea humana de dominar la mente mortal y material, y su Ajustador interior progresó mucho en la ascensión y conquista espiritual de este mismo intelecto humano. Al final de esta gira Jesús sabía prácticamente —con toda certeza humana— que era un Hijo de Dios, un Hijo Creador del Padre Universal. El Ajustador era cada vez más capaz de traer a la mente del Hijo del Hombre vagos recuerdos de su experiencia en el Paraíso en compañía de su Padre divino antes de venir a organizar y administrar este universo local de Nebadon. Y así, el Ajustador fue trayendo poco a poco a la consciencia humana de Jesús los recuerdos necesarios de su anterior existencia divina en las diversas épocas de un pasado casi eterno. El último episodio de su experiencia prehumana que le presentó el Ajustador fue su conversación de despedida con Emmanuel de Salvington inmediatamente antes de entregar su personalidad consciente para emprender su encarnación en Urantia. La imagen de este último recuerdo de su existencia prehumana apareció con toda claridad en la consciencia de Jesús el mismo día de su bautismo por Juan en el Jordán.
129:4.1 (1424.5) Para las inteligencias celestiales del universo local que lo observaban, este viaje por el Mediterráneo fue la experiencia más cautivadora de Jesús en la tierra, o al menos de toda su carrera hasta el acontecimiento mismo de su crucifixión y muerte física. Fue el periodo fascinante de su ministerio personal, en contraste con su ministerio público que vendría poco después. Este episodio único fue aún más apasionante porque en ese momento él era todavía el carpintero de Nazaret, el constructor de embarcaciones de Cafarnaúm, el escriba de Damasco; seguía siendo el Hijo del Hombre. No había alcanzado aún el dominio completo de su mente humana; el Ajustador no había dominado plenamente la identidad de mortal ni había hecho su duplicación completa. Seguía siendo un hombre entre los hombres.
129:4.2 (1425.1) La experiencia religiosa puramente humana del Hijo del Hombre —el crecimiento espiritual personal— alcanzó casi la cima del logro durante ese vigesimonoveno año. Esta experiencia de desarrollo espiritual fue un crecimiento gradual sistemático desde el momento en que llegó su Ajustador del Pensamiento hasta el día en que consumó y confirmó esta relación humana natural y normal entre la mente material del hombre y la dotación de mente del espíritu: el fenómeno de hacer de estas dos mentes una. Esta experiencia la alcanzó el Hijo del Hombre de forma completa y definitiva como mortal encarnado del mundo, el día de su bautismo en el Jordán.
129:4.3 (1425.2) Durante esos años no parece que tuviera muchos periodos de comunión formal con su Padre del cielo, en cambio perfeccionó métodos cada vez más eficaces de comunicación personal con la presencia espiritual del Padre del Paraíso que moraba en su interior. Vivió una vida real, una vida plena y una vida en la carne verdaderamente natural, normal y corriente. Él conoce por experiencia personal el equivalente de la actualidad de toda la esencia y sustancia de vivir la vida de los seres humanos en los mundos materiales del tiempo y el espacio.
129:4.4 (1425.3) El Hijo del Hombre experimentó la amplia gama de emociones humanas que va desde la alegría más desbordante a la pena más profunda. Fue un niño alegre y una persona que destacaba por su buen humor, pero fue también «varón de dolores y experimentado en aflicción». En el sentido espiritual atravesó la vida mortal desde lo más bajo hasta lo más alto, desde el principio hasta el fin. Desde el punto de vista material podría parecer que se libró de vivir en los dos extremos sociales de la existencia humana, pero desde el punto de vista intelectual se familiarizó plenamente con la experiencia total y completa de la humanidad.
129:4.5 (1425.4) Jesús conoce los pensamientos y los sentimientos, las necesidades y los impulsos, de los mortales evolutivos y ascendentes de los mundos desde su nacimiento hasta su muerte. Ha vivido la vida humana a partir de los principios del yo físico, intelectual y espiritual, pasando por la infancia, la niñez, la juventud y la madurez hasta incluso la experiencia humana de la muerte. No solo pasó por estos periodos humanos habituales y bien conocidos de avance intelectual y espiritual, sino que experimentó también plenamente los aspectos más altos y más avanzados de conciliación entre el humano y el Ajustador que tan pocos mortales de Urantia llegan a alcanzar. Y así experimentó la vida plena del hombre mortal no solo como se vive en vuestro mundo, sino también como se vive en todos los demás mundos evolutivos del tiempo y el espacio, incluso en los más altos y avanzados de todos los mundos asentados en luz y vida.
129:4.6 (1425.5) Aunque esta vida perfecta que vivió a imagen y semejanza de carne mortal puede no haber recibido la aprobación universal y sin reservas de sus compañeros mortales, de aquellos que coincidieron con él en la tierra, la vida encarnada que Jesús de Nazaret vivió en Urantia sí recibe la aceptación plena y sin reservas del Padre Universal, pues constituye, al mismo tiempo y en una única y misma vida de personalidad, la plenitud de la revelación del Dios eterno al hombre mortal y la presentación de una personalidad humana perfeccionada a satisfacción del Creador Infinito.
129:4.7 (1425.6) Este fue su verdadero y supremo propósito. No bajó a vivir en Urantia como ejemplo perfecto y concreto para ningún niño o adulto, para ningún hombre o mujer de aquella edad ni de cualquier otra. Es indudable que en su vida plena, rica, hermosa y noble todos podemos encontrar muchos ejemplos maravillosos y divinamente inspiradores, pero esto es porque vivió una vida verdadera y auténticamente humana. Jesús no vivió su vida en la tierra para convertirse en el ejemplo a copiar por todos los demás seres humanos. Vivió su vida encarnada mediante el mismo ministerio de misericordia con el que todos podéis vivir vuestra vida en la tierra. Tal como vivió su vida mortal en su tiempo y tal como él era, estableció el ejemplo para que todos nosotros vivamos así nuestra vida en nuestro tiempo y tal como nosotros somos. No podéis aspirar a vivir su vida, pero podéis tomar la decisión de vivir vuestra vida igual y por los mismos medios que él vivió la suya. Jesús puede no ser el ejemplo concreto y detallado para todos los mortales de todas las edades en todos los mundos de este universo local, pero será por siempre la inspiración y guía de todos los peregrinos al Paraíso procedentes de los mundos de ascensión inicial que van subiendo por un universo de universos y por Havona hasta el Paraíso. Jesús es el nuevo camino vivo que va del hombre a Dios, de lo parcial a lo perfecto, de lo terrenal a lo celestial, del tiempo a la eternidad.
129:4.8 (1426.1) A los veintinueve años Jesús de Nazaret casi había terminado de vivir la vida que se exige a los mortales como residentes en la carne. Bajó a la tierra para manifestar al hombre la plenitud de Dios, y ya casi se había convertido en la perfección del hombre que espera la ocasión de manifestarse a Dios. Y todo esto lo hizo antes de cumplir los treinta años.
El libro de Urantia
Documento 130
130:0.1 (1427.1) LA gira por el mundo romano ocupó la mayor parte del año vigesimoctavo y todo el año vigesimonoveno de la vida de Jesús en la tierra. Jesús y los dos nativos de la India —Gonod y su hijo Ganid— salieron de Jerusalén la mañana del domingo 26 de abril del año 22 d. C. Hicieron su viaje tal como lo habían programado, y Jesús se despidió del padre y el hijo en la ciudad de Charax, en el golfo Pérsico, el décimo día de diciembre del año siguiente, el 23 d. C.
130:0.2 (1427.2) Desde Jerusalén fueron a Cesarea pasando por Jope. En Cesarea embarcaron hacia Alejandría. Desde Alejandría navegaron hasta Lasea en Creta. Desde Creta navegaron hacia Cartago con escala en Cirene. En Cartago tomaron un barco hacia Nápoles con paradas en Malta, Siracusa y Mesina. Desde Nápoles fueron a Capua y desde allí a Roma por la Vía Apia.
130:0.3 (1427.3) Tras su estancia en Roma fueron por tierra a Tarento, donde se hicieron a la mar hacia Atenas en Grecia con paradas en Nicópolis y Corinto. Desde Atenas fueron a Éfeso por la ruta de Troas. Desde Éfeso navegaron hacia Chipre con escala en Rodas. Dedicaron bastante tiempo a visitar Chipre y a descansar, y luego navegaron hacia Antioquía en Siria. Desde Antioquía se dirigieron al sur hasta Sidón y luego fueron a Damasco. Desde ahí viajaron en caravana a Mesopotamia pasando por Tápsaco y Larisa. Estuvieron algún tiempo en Babilonia, visitaron Ur y otros lugares, y luego fueron a Susa. Desde Susa se dirigieron a Charax, donde Gonod y Ganid se embarcaron de vuelta a la India.
130:0.4 (1427.4) Jesús había aprendido los rudimentos de la lengua que hablaban Gonod y Ganid durante su estancia en Damasco. En esos cuatro meses trabajó casi todo el tiempo haciendo traducciones del griego a una de las lenguas de la India con la ayuda de un nativo de la región de Gonod.
130:0.5 (1427.5) Durante su periplo mediterráneo Jesús trabajaba más o menos la mitad del día enseñando a Ganid o haciendo de intérprete en los contactos sociales y las conversaciones de negocios de Gonod. Tenía el resto del día a su disposición y lo dedicaba a relacionarse con la gente. Esos estrechos contactos personales con sus semejantes, esas relaciones íntimas con los mortales de este mundo fueron la principal característica de su actividad durante los años inmediatamente anteriores a su ministerio público.
130:0.6 (1427.6) Gracias a estos contactos efectivos y a estas observaciones de primera mano, Jesús pudo conocer la civilización material e intelectual superior de Occidente y del Levante. De Gonod y de su brillante hijo aprendió mucho sobre la civilización y la cultura de la India y de China, pues Gonod, que era ciudadano de la India, había hecho tres grandes viajes al Imperio de la raza amarilla.
130:0.7 (1427.7) El joven Ganid aprendió mucho de Jesús durante esta larga e íntima asociación. Desarrollaron un gran afecto mutuo, y el padre del muchacho intentó muchas veces persuadir a Jesús de irse con ellos a la India, pero Jesús declinó siempre la invitación alegando que debía volver con su familia de Palestina.
130:1.1 (1428.1) En Jope Jesús conoció a Gadía, un intérprete filisteo que trabajaba para un curtidor llamado Simón. Los agentes de Gonod en Mesopotamia habían hecho muchos negocios con este Simón, por eso Gonod y su hijo querían hacerle una visita en su camino a Cesarea. Durante el tiempo que estuvieron en Jope, Jesús y Gadía se hicieron buenos amigos. Este joven filisteo era un buscador de la verdad. Jesús era un dador de la verdad; él era la verdad para esa generación en Urantia. Cuando un gran buscador de la verdad y un gran dador de la verdad se encuentran, el resultado es una iluminación grande y liberadora nacida de la experiencia de la nueva verdad.
130:1.2 (1428.2) Un día Jesús y el joven filisteo paseaban por la orilla del mar después de la cena, y Gadía, sin saber que este «escriba de Damasco» estaba tan versado en las tradiciones hebreas, señaló a Jesús el lugar donde se decía que Jonás había embarcado para su desventurado viaje a Tarsis. Cerró su comentario con esta pregunta: «¿Crees que el gran pez se tragó realmente a Jonás?». Jesús comprendió que esta tradición había ejercido una poderosa influencia sobre la vida del joven y le había inculcado la convicción de que intentar evadirse del deber es una locura. En vista de eso no quiso decir nada que pudiera destruir bruscamente las motivaciones fundamentales que guiaban a Gadía en su vida práctica, y respondió así a su pregunta: «Amigo, todos somos Jonás y debemos vivir nuestra vida conforme a la voluntad de Dios. Siempre que intentamos escapar del deber presente de nuestra vida corriendo tras señuelos lejanos, nos ponemos bajo el control directo de influencias que no están dirigidas por los poderes de la verdad y las fuerzas de la rectitud. Huir del deber es sacrificar la verdad. Evadirse del servicio de luz y vida solo puede conducir a conflictos angustiosos con las temibles ballenas del egoísmo que acaban llevando a la oscuridad y la muerte, a menos que esos jonases que han abandonado a Dios vuelvan su corazón, incluso desde las profundidades mismas de la desesperación, para ir en busca de Dios y de su bondad. Y cuando esas almas desalentadas buscan sinceramente a Dios —con hambre de verdad y sed de rectitud— no hay nada que pueda mantenerlas cautivas. Por muy bajo que puedan haber caído, cuando buscan la luz con todo su corazón, el espíritu del Señor Dios del cielo las liberará de su cautiverio; las malas circunstancias de la vida las vomitarán a la tierra firme de las nuevas oportunidades para un servicio renovado y una vida más sabia».
130:1.3 (1428.3) Gadía se sintió muy conmovido por la enseñanza de Jesús. Se quedaron hablando a la orilla del mar hasta muy entrada la noche, y antes de volver a sus alojamientos rezaron juntos y el uno por el otro. Este mismo Gadía se convirtió más tarde en un profundo creyente en Jesús de Nazaret después de escuchar la predicación de Pedro, y tuvo una polémica memorable con Pedro una noche en casa de Dorcas. Gadía también contribuyó mucho a que Simón, el rico mercader de cueros, terminara abrazando el cristianismo.
130:1.4 (1428.4) (En este relato del trabajo personal de Jesús con sus semejantes mortales durante su gira por el Mediterráneo, traduciremos libremente sus palabras, tal como estamos autorizados, a la fraseología moderna utilizada normalmente en Urantia en el momento de esta presentación.)
130:1.5 (1429.1) La última conversación de Jesús con Gadía trató sobre el bien y el mal. Al joven filisteo le afligía mucho el sentimiento de injusticia que le producía la presencia del mal junto al bien en el mundo, y lo dijo así: «Si Dios es infinitamente bueno, ¿cómo puede permitir que suframos las penas del mal? En último término, ¿quién crea el mal?». En aquel tiempo muchos seguían creyendo que Dios crea tanto el bien como el mal, pero Jesús nunca enseñó semejante error. Esta fue su respuesta: «Hermano, Dios es amor, por lo tanto tiene que ser bueno, y su bondad es tan grande y real que no puede contener las cosas pequeñas e irreales del mal. Dios es tan positivamente bueno que no hay absolutamente ningún lugar en él para el mal negativo. El mal es la elección inmadura y el tropiezo irreflexivo de los que se resisten a la bondad, rechazan la belleza y son desleales a la verdad. El mal no es más que la inadaptación de la inmadurez o la influencia perturbadora y deformadora de la ignorancia. El mal es la oscuridad inevitable que sigue al rechazo imprudente de la luz. El mal es lo que es oscuro y falso, y que, cuando se abraza conscientemente y se refrenda deliberadamente, se convierte en pecado.
130:1.6 (1429.2) «Tu Padre del cielo, al dotarte con el poder de elegir entre la verdad y el error, creó lo negativo potencial del camino positivo de luz y vida, pero esos errores del mal carecen de existencia real hasta el momento en que una criatura inteligente hace que existan cuando elige equivocadamente su manera de vivir. Esos males se elevan después a la categoría de pecado por la elección consciente y deliberada de dicha criatura rebelde y obstinada. Por eso nuestro Padre del cielo permite que el bien y el mal vayan juntos hasta el final de la vida, igual que la naturaleza deja que el trigo y la cizaña crezcan uno junto al otro hasta la siega». Siguieron hablando hasta que el significado real de estas importantes declaraciones estuvo claro en la mente de Gadía y quedó plenamente satisfecho con la respuesta de Jesús a su pregunta.
130:2.1 (1429.3) Jesús y sus amigos pasaron más tiempo del previsto en Cesarea porque se descubrió que uno de los enormes canaletes de gobierno de la nave en la que pensaban embarcar corría peligro de partirse. El capitán decidió quedarse en el puerto mientras fabricaban uno nuevo, y como escaseaban los carpinteros cualificados para este trabajo, Jesús se ofreció voluntario para ayudar. Por las noches Jesús y sus amigos paseaban por el hermoso muro que servía de paseo en torno al puerto. Ganid se interesó mucho por la explicación de Jesús sobre el sistema de canalización de las aguas de la ciudad y la técnica de utilizar las mareas para limpiar las calles y las alcantarillas. Al joven indio le impresionó el templo de Augusto, situado en un alto y rematado por una colosal estatua del emperador romano. El segundo día de su estancia, los tres asistieron por la tarde a una representación en el enorme anfiteatro capaz de sentar a veinte mil personas, y por la noche fueron al teatro a ver una obra griega. Era la primera vez que Ganid presenciaba este tipo de espectáculos y preguntó mucho sobre ellos a Jesús. El tercer día por la mañana hicieron una visita formal al palacio del gobernador, pues Cesarea era la capital de Palestina y la residencia del procurador romano.
130:2.2 (1429.4) En la misma posada que ellos se alojaba un mercader de Mongolia que hablaba bastante bien el griego, y Jesús tuvo varias largas conversaciones con él. A este hombre le impresionó mucho la filosofía de vida de Jesús y no olvidó nunca sus sabias palabras sobre «vivir la vida celestial mientras se está en la tierra mediante la sumisión diaria a la voluntad del Padre celestial». Este mercader era taoísta, y por lo tanto creía firmemente en la doctrina de una Deidad universal. A su vuelta a Mongolia empezó a enseñar estas verdades avanzadas a sus vecinos y a sus asociados de negocios. Como resultado directo de estas actividades, su hijo mayor decidió convertirse en sacerdote taoísta y ejerció una gran influencia en favor de la verdad avanzada durante toda su vida. Fue seguido por un hijo y un nieto que también se consagraron fielmente a la doctrina del Dios Único, el Regidor Supremo del Cielo.
130:2.3 (1430.1) La rama oriental de la primera Iglesia cristiana, con sede en Filadelfia, se mantuvo más fiel a las enseñanzas de Jesús que sus hermanos de Jerusalén, pero es de lamentar que no hubiera nadie como Pedro que fuera a China o como Pablo que entrara en la India, donde el terreno espiritual era entonces tan favorable para plantar la semilla del nuevo evangelio del reino. Estas mismas enseñanzas de Jesús, tal como las mantenían los filadelfianos, habrían suscitado en las mentes de los pueblos asiáticos espiritualmente hambrientos el mismo interés inmediato y efectivo que las predicaciones de Pedro y Pablo en Occidente.
130:2.4 (1430.2) Un día, uno de los jóvenes que trabajaban en la fabricación del canalete se interesó mucho por las palabras que Jesús dejaba caer de vez en cuando mientras se afanaban en el astillero. Cuando Jesús insinuó que el Padre del cielo se interesaba por el bienestar de sus hijos de la tierra, este joven griego llamado Anaxando dijo: «Si los Dioses se interesan por mí, ¿por qué no quitan al capataz injusto y cruel de este taller?». La respuesta de Jesús le sorprendió vivamente: «Puesto que conoces los caminos de la bondad y valoras la justicia, tal vez los Dioses hayan puesto a este hombre errado cerca de ti para que puedas guiarlo por mejor camino. Puede que tú seas la sal que haga a este hermano más agradable para todos los demás hombres, siempre que tú no hayas perdido tu sabor. Ahora te domina este hombre porque sus malos modos te influyen de forma negativa. ¿Por qué no intentas reafirmar tu dominio sobre el mal en virtud del poder de la bondad para convertirte en el que domina todas las relaciones entre vosotros dos? Predigo que el bien que hay en ti podría vencer al mal que hay en él si te dieras una oportunidad activa y justa. No hay aventura más apasionante en la existencia mortal que la euforia de asociarse, en la vida material, a la energía espiritual y a la verdad divina en una de sus luchas triunfantes contra el error y el mal. Convertirse en canal vivo de luz espiritual para iluminar a otros mortales sumidos en las tinieblas espirituales es una experiencia maravillosa y transformadora. Si has sido más favorecido por la verdad que este hombre, su necesidad debería ser un desafío para ti. ¡Estoy seguro de que no te quedarías cobardemente en la orilla mirando cómo se ahoga un compañero que no sabe nadar! ¡Cuánto más valiosa es el alma de este hombre que lucha por mantenerse a flote en la oscuridad que su cuerpo ahogándose en el agua!».
130:2.5 (1430.3) Anaxando se sintió profundamente conmovido por las palabras de Jesús. Enseguida fue a contar a su superior lo que Jesús le había dicho, y esa noche los dos pidieron consejo a Jesús sobre el bienestar de sus almas. Cuando se proclamó años después el mensaje cristiano en Cesarea, estos dos hombres, uno griego y otro romano, creyeron en la predicación de Felipe y se convirtieron en miembros prominentes de la Iglesia que fundó. El joven griego fue nombrado más tarde intendente de un centurión romano llamado Cornelio que se hizo creyente por el ministerio de Pedro. Anaxando siguió llevando la luz a los que estaban en la oscuridad hasta la época en que Pablo fue encarcelado en Cesarea, y murió por accidente mientras atendía a los heridos y moribundos en la gran masacre donde perecieron veinte mil judíos.
130:2.6 (1431.1) Para entonces Ganid había empezado a darse cuenta de que su tutor empleaba su tiempo libre en este insólito ministerio personal a sus semejantes, y quiso averiguar el motivo de esta permanente actividad. Preguntó: «¿Por qué te dedicas todo el tiempo a hablar con extraños?». Jesús respondió: «Ganid, para alguien que conoce a Dios ningún hombre es un extraño. En la experiencia de encontrar al Padre del cielo descubres que todos los hombres son tus hermanos, y ¿qué tiene de raro regocijarse con la compañía de un hermano recién descubierto? Tratar a nuestros hermanos y hermanas, conocer sus problemas y aprender a amarlos es la experiencia suprema del vivir».
130:2.7 (1431.2) En esta conversación, que duró hasta bien entrada la noche, el joven pidió a Jesús que le explicara la diferencia entre la voluntad de Dios y el acto de elegir que realiza la mente humana llamado también voluntad. En sustancia Jesús dijo lo siguiente: La voluntad de Dios es el camino de Dios, alinearse con la elección de Dios frente a cualquier alternativa potencial. Hacer la voluntad de Dios es, por lo tanto, la experiencia progresiva de parecerse cada vez más a Dios, y Dios es la fuente y el destino de todo lo que es bueno, bello y verdadero. La voluntad del hombre es el camino del hombre, la esencia de lo que el mortal elige ser y hacer. La voluntad es la elección deliberada de un ser consciente de sí mismo que conduce a una decisión de conducta basada en la reflexión inteligente.
130:2.8 (1431.3) Aquella tarde Jesús y Ganid se habían divertido jugando con un perro pastor muy inteligente, y Ganid quiso saber si el perro tenía alma, si tenía voluntad. Jesús le respondió así: «El perro tiene una mente que puede conocer al hombre material, a su dueño, pero no puede conocer a Dios que es espíritu; por lo tanto, el perro no posee una naturaleza espiritual y no puede tener una experiencia espiritual. El perro puede poseer una voluntad derivada de su naturaleza y aumentada por el adiestramiento, pero ese poder de su mente no es una fuerza espiritual ni es comparable a la voluntad humana porque no es reflexivo, no es el resultado de discriminar significados morales y superiores o de elegir valores espirituales y eternos. La posesión del poder de discriminación espiritual y de elección de la verdad es lo que convierte al hombre mortal en un ser moral, una criatura dotada de los atributos de la responsabilidad espiritual y del potencial de supervivencia eterna». Jesús siguió explicando que la ausencia de dichos poderes mentales en los animales es lo que hace imposible para siempre que el mundo animal desarrolle un lenguaje en el tiempo o que experimente algo equivalente a la supervivencia de la personalidad en la eternidad. Tras las enseñanzas de ese día, Ganid dejó de creer en la trasmigración de las almas humanas a los cuerpos de los animales.
130:2.9 (1431.4) Al día siguiente Ganid habló de todo esto con su padre, y Gonod también quiso hacer una pregunta a Jesús. En su respuesta Jesús le explicó que «las voluntades humanas que están única y exclusivamente dedicadas a tomar decisiones temporales relacionadas con los problemas materiales de la existencia animal están condenadas a perecer con el tiempo. En cambio las que toman decisiones morales sinceras y hacen elecciones espirituales sin reservas se van identificando progresivamente con el espíritu divino que mora en su interior y así se van transformando cada vez más en valores de supervivencia eterna, de progresión sin fin en el servicio divino».
130:2.10 (1431.5) Ese mismo día oímos por primera vez una verdad de capital importancia que podría enunciarse así en términos modernos: «La voluntad es la manifestación de la mente humana que permite a la consciencia subjetiva expresarse objetivamente y experimentar el fenómeno de aspirar a ser semejante a Dios». Y en este mismo sentido, todo ser humano reflexivo y orientado hacia el espíritu puede hacerse creativo.
130:3.1 (1432.1) Tras esta interesante estancia en Cesarea y una vez reparado el barco, Jesús y sus dos amigos zarparon al mediodía hacia Alejandría en Egipto.
130:3.2 (1432.2) La travesía a Alejandría fue muy agradable. Ganid estaba encantado con el viaje y acribilló a preguntas a Jesús. Al acercarse al puerto de la ciudad el joven se entusiasmó con el gran faro de Faros, una de las siete maravillas del mundo y el precursor de todos los faros posteriores. Estaba situado en una isla que Alejandro había unido a tierra firme mediante un malecón, formando así dos magníficos puertos que hicieron de Alejandría la encrucijada comercial marítima de África, Asia y Europa. Se levantaron por la mañana temprano para contemplar este espléndido dispositivo de salvamento creado por el hombre, y en medio de las exclamaciones de Ganid, Jesús le dijo: «Tú, hijo mío, serás como este faro cuando vuelvas a la India, incluso después de que tu padre descanse en paz. Serás como la luz de vida para los que estén a tu alrededor en la oscuridad y mostrarás a todos los que lo deseen el camino seguro para alcanzar el puerto de la salvación». Ganid respondió estrechando la mano de Jesús: «Así lo haré».
130:3.3 (1432.3) Queremos subrayar de nuevo el grave error que cometieron los primeros maestros de la religión cristiana al centrar tan exclusivamente su atención en la civilización occidental del mundo romano. Las enseñanzas de Jesús, tal como las mantuvieron los creyentes mesopotámicos del siglo primero, habrían sido recibidas de buena gana por los diversos grupos de personas religiosas de Asia.
130:3.4 (1432.4) A las cuatro horas de desembarcar ya estaban instalados cerca del extremo oriental de la larga y amplia avenida de treinta metros de ancho y ocho kilómetros de largo que llegaba hasta el límite occidental de esta ciudad de un millón de habitantes. Después de dar un primer vistazo a las principales atracciones de la ciudad —la universidad (con su museo), la biblioteca, el mausoleo real de Alejandro, el palacio, el templo de Neptuno, el teatro y el gimnasio— Gonod se fue a sus negocios mientras Jesús y Ganid iban a la biblioteca, la más grande del mundo. Había en ella cerca de un millón de manuscritos de todo el mundo civilizado: Grecia, Roma, Palestina, Partia, India, China e incluso Japón. En esta biblioteca, Ganid vio la mayor colección de literatura india del mundo. Durante toda su estancia en Alejandría pasaban todos los días un rato en la biblioteca, y Jesús explicó a Ganid que allí se habían traducido al griego las escrituras hebreas. Hablaban muchas veces sobre todas las religiones del mundo, y Jesús se esforzaba en mostrar a esta joven mente la verdad que había en cada una de ellas, aunque siempre añadía: «Pero Yahvé es el Dios desarrollado a partir de las revelaciones de Melquisedec y de la alianza de Abraham. Los judíos eran los descendientes de Abraham y ocuparon después la misma tierra donde Melquisedec había vivido y enseñado, y desde donde envió maestros a todo el mundo. Su religión acabó reconociendo más claramente que ninguna otra religión del mundo al Señor Dios de Israel como Padre Universal del cielo».
130:3.5 (1432.5) Ganid, dirigido por Jesús, hizo una recopilación de las enseñanzas de todas las religiones del mundo que reconocían a una Deidad Universal, aunque reconocieran también en mayor o menor medida a otras deidades de menor rango. Tras largas conversaciones, Jesús y Ganid convinieron en que los romanos no tenían un Dios real, pues su religión era poco más que un culto al emperador. Llegaron a la conclusión de que los griegos tenían una filosofía, pero no una religión con un Dios personal. Descartaron los cultos de misterio por ser tantos y tan confusos, y porque sus diversos conceptos de la Deidad parecían provenir de otras religiones más antiguas.
130:3.6 (1433.1) Aunque estas traducciones se hicieron en Alejandría, Ganid no terminó de ordenar el material que había seleccionado y de añadir sus propias conclusiones personales hasta cerca del final de su estancia en Roma. Le sorprendió mucho descubrir que los mejores autores de literatura sagrada del mundo reconocían todos más o menos claramente la existencia de un Dios eterno y coincidían bastante sobre su naturaleza y sus relaciones con el hombre mortal.
130:3.7 (1433.2) Jesús y Ganid pasaron mucho tiempo en el museo durante su estancia en Alejandría. Este museo no era una colección de objetos interesantes, sino más bien una universidad de bellas artes, ciencia y literatura. Era el centro intelectual del mundo occidental de entonces. Profesores eruditos daban conferencias a diario y Jesús las interpretaba para Ganid, hasta que un día de la segunda semana el joven no pudo por menos que exclamar: «Maestro Josué, tú sabes más que estos profesores, deberías levantarte y decirles las grandes cosas que me has dicho a mí. Están obnubilados de tanto pensar. Hablaré con mi padre para que lo arregle». Jesús sonrió y dijo: «Tu eres un alumno que me admira, pero estos maestros no están dispuestos a que tú o yo les enseñemos. El orgullo del saber no espiritualizado es traicionero en la experiencia humana. El verdadero maestro conserva su integridad intelectual porque sigue siendo siempre alumno».
130:3.8 (1433.3) Alejandría era la ciudad donde se mezclaban las culturas de Occidente y la más grande y magnífica del mundo después de Roma. Poseía la mayor sinagoga judía del mundo, la sede de gobierno del Sanedrín de Alejandría compuesto por los setenta ancianos.
130:3.9 (1433.4) Entre los muchos contactos de negocios de Gonod había un banquero judío llamado Alejandro cuyo hermano Filón era un famoso filósofo religioso de la época. Filón estaba dedicado a la loable pero dificilísima tarea de armonizar la filosofía griega con la teología hebrea. Ganid y Jesús hablaron mucho sobre las enseñanzas de Filón y esperaban asistir a algunas de sus conferencias, pero el famoso judío helenista estuvo enfermo durante todo el tiempo que pasaron en Alejandría.
130:3.10 (1433.5) Jesús presentó a su alumno muchos aspectos positivos de la filosofía griega y de las doctrinas estoicas, pero también le inculcó la verdad de que estos sistemas de creencias, igual que las enseñanzas imprecisas de algunos paisanos de Ganid, solo eran religiones en la medida en que conducían a los hombres a encontrar a Dios y a disfrutar de una experiencia viva de conocer al Eterno.
130:4.1 (1433.6) La noche antes de dejar Alejandría, Ganid y Jesús tuvieron una larga conversación con uno de los profesores titulares de la universidad, especialista en las enseñanzas de Platón. Jesús hizo de intérprete del docto maestro griego sin aportar ninguna enseñanza propia que refutara la filosofía griega. Aquella noche Gonod estaba dedicado a sus negocios, así que cuando el profesor se marchó, Jesús y su alumno aprovecharon para hablar larga y abiertamente sobre las doctrinas de Platón. Aunque Jesús aceptaba de forma condicionada algunas de las enseñanzas griegas relacionadas con la teoría de que las cosas materiales del mundo son vagos reflejos de unas realidades espirituales invisibles pero más sustanciales, quiso fundamentar el pensamiento del muchacho sobre cimientos más sólidos con una larga disertación sobre la naturaleza de la realidad en el universo. He aquí en esencia y en lenguaje moderno lo que Jesús dijo a Ganid:
130:4.2 (1434.1) La fuente de la realidad del universo es el Infinito. Las cosas materiales de la creación finita son las repercusiones en el espacio-tiempo del Patrón paradisiaco y de la Mente Universal del Dios eterno. La causalidad en el mundo físico, la autoconsciencia en el mundo intelectual y la yoidad progresiva en el mundo espiritual —estas realidades, proyectadas a escala universal, combinadas en una afinidad eterna y experimentadas con perfección de cualidades y divinidad de valores— constituyen la realidad del Supremo. Pero en un universo en cambio permanente, la Personalidad Original de la causalidad, de la inteligencia y de la experiencia espiritual es inmutable, absoluta. Incluso en un universo eterno de valores ilimitados y cualidades divinas, todas las cosas pueden cambiar y lo hacen muchas veces, excepto los Absolutos y aquello que ha alcanzado el estatus físico, el abrazo intelectual o la identidad espiritual que son absolutos.
130:4.3 (1434.2) El nivel más alto que puede alcanzar una criatura finita es el reconocimiento del Padre Universal y el conocimiento del Supremo. E incluso entonces, esos seres destinados a la finalización siguen experimentando cambios en los movimientos del mundo físico y en sus fenómenos materiales. Asimismo, siguen siendo conscientes de la progresión de la yoidad en su continua ascensión por el universo espiritual al tiempo que aumenta la consciencia de su apreciación cada vez más profunda del cosmos intelectual y de su respuesta a él. Solo en la perfección, la armonía y la unanimidad de voluntades puede la criatura hacerse una con el Creador; y ese estado de divinidad solo se logra y se mantiene si la criatura sigue conformando sistemáticamente su voluntad personal finita con la voluntad divina del Creador mientras vive en el tiempo y en la eternidad. El deseo de hacer la voluntad del Padre debe ser siempre supremo en el alma y dominar la mente de un hijo ascendente de Dios.
130:4.4 (1434.3) Un tuerto nunca podrá percibir la profundidad de una perspectiva. Tampoco los científicos materialistas tuertos ni los místicos y alegoristas espirituales tuertos podrán percibir correctamente ni comprender adecuadamente las verdaderas profundidades de la realidad del universo. Todos los valores verdaderos de la experiencia de la criatura están ocultos en la profundidad del reconocimiento.
130:4.5 (1434.4) Una causación sin mente no puede hacer evolucionar lo complejo y refinado a partir de lo simple y rudimentario, como tampoco puede la experiencia sin espíritu hacer evolucionar los caracteres divinos de la supervivencia eterna a partir de las mentes materiales de los mortales del tiempo. El único atributo del universo que caracteriza a la Deidad infinita de modo exclusivo es el perpetuo otorgamiento creativo de una personalidad capaz de sobrevivir en el logro progresivo de la Deidad.
130:4.6 (1434.5) La personalidad es una dotación cósmica, un aspecto de la realidad universal, que puede coexistir con cambios ilimitados y conservar al mismo tiempo su identidad durante todos esos cambios y por siempre después.
130:4.7 (1434.6) La vida es una adaptación de la causalidad cósmica original a las exigencias y a las posibilidades de las situaciones del universo. Surge a la existencia por la acción de la Mente Universal y la activación de la chispa de espíritu de Dios que es espíritu. El significado de la vida es su adaptabilidad; el valor de la vida es su capacidad de progresar incluso hasta las alturas de la consciencia de Dios.
130:4.8 (1434.7) La inadaptación de la vida autoconsciente al universo da como resultado la desarmonía cósmica. Cuando la voluntad de la personalidad diverge definitivamente de la tendencia de los universos, termina por aislarse intelectualmente y queda segregada la personalidad. Al perderse el piloto espiritual que mora en el interior sobreviene el cese espiritual de la existencia. La vida inteligente y progresiva es por lo tanto una prueba irrefutable, en y por sí misma, de la existencia de un universo con propósito que expresa la voluntad de un Creador divino. Esta vida, en su conjunto, lucha por alcanzar valores más altos y tiene como meta final al Padre Universal.
130:4.9 (1435.1) Dejando aparte las funciones superiores y casi espirituales del intelecto, la mente del hombre está por encima del nivel animal solo en grado. Por eso los animales (que no tienen capacidad de adoración ni de sabiduría) no pueden experimentar la superconsciencia, la consciencia de la consciencia. La mente animal solo es consciente del universo objetivo.
130:4.10 (1435.2) El conocimiento es el ámbito de la mente material que percibe los hechos. La verdad es el ámbito del intelecto espiritualmente dotado que es consciente de conocer a Dios. El conocimiento se demuestra; la verdad se experimenta. El conocimiento es posesión de la mente; la verdad, experiencia del alma, del yo que progresa. El conocimiento es una función del nivel no espiritual; la verdad es un aspecto del nivel de espíritu-mente de los universos. El ojo de la mente material capta un mundo de conocimientos factuales; el ojo del intelecto espiritualizado percibe un mundo de valores verdaderos. Estos dos puntos de vista sincronizados y armonizados revelan el mundo de la realidad, en el cual la sabiduría interpreta los fenómenos del universo en términos de experiencia personal progresiva.
130:4.11 (1435.3) El error (el mal) es el precio de la imperfección. Los atributos de la imperfección o los hechos de la inadaptación se descubren en el nivel material mediante la observación crítica y el análisis científico; en el nivel moral, mediante la experiencia humana. La presencia del mal constituye la prueba de las inexactitudes de la mente y de la inmadurez del yo que evoluciona. Por lo tanto el mal es también una medida de la interpretación imperfecta del universo. La posibilidad de cometer errores es inherente a la adquisición de sabiduría, al plan de progreso desde lo parcial y temporal a lo completo y eterno, desde lo relativo e imperfecto a lo final y perfeccionado. El error es la sombra de la incompleción relativa que tiene que cruzarse necesariamente en el camino ascendente del hombre en el universo hacia la perfección paradisiaca. El error (el mal) no es un atributo real del universo; es simplemente la observación de una relatividad en la conexión de la imperfección de lo finito incompleto con los niveles ascendentes del Supremo y del Último.
130:4.12 (1435.4) Aunque Jesús dijo todo esto a Ganid en un lenguaje fácil de entender, al final de la conversación al muchacho se le cerraban los ojos y pronto se quedó dormido. A la mañana siguiente tuvieron que madrugar para tomar el barco rumbo a Lasea en la isla de Creta, y antes de embarcar Ganid ya había hecho más preguntas sobre el mal, a las que Jesús respondió:
130:4.13 (1435.5) El mal es un concepto de relatividad. Surge de la observación de las imperfecciones que aparecen en la sombra proyectada por un universo finito de cosas y seres cuando dicho cosmos oscurece la luz viva de la expresión universal de las realidades eternas del Uno Infinito.
130:4.14 (1435.6) El mal potencial es inherente al estado necesariamente incompleto de la revelación de Dios como expresión, limitada en el espacio-tiempo, de la infinitud y de la eternidad. El hecho de lo parcial en presencia de lo completo constituye la relatividad de la realidad, crea la necesidad de elección intelectual y establece niveles de valores de reconocimiento y respuesta al espíritu. El concepto incompleto y finito de lo Infinito que posee la mente temporal y limitada de la criatura es, en y por sí mismo, el mal potencial. Por otra parte, el creciente error de abstenerse sin motivo justiificado de hacer una rectificación espiritual razonable de esas desarmonías intelectuales e insuficiencias espirituales —inherentes en origen— equivale a cometer el mal actual.
130:4.15 (1436.1) Todos los conceptos estáticos, muertos, son potencialmente malos. La sombra finita de la verdad relativa y viva está en continuo movimiento. Los conceptos estáticos retrasan invariablemente la ciencia, la política, la sociedad y la religión. Los conceptos estáticos pueden representar cierto conocimiento, pero les falta sabiduría y carecen de verdad. Por otra parte, no permitas que el concepto de relatividad te desoriente tanto que te impida reconocer la coordinación del universo bajo la orientación de la mente cósmica y su control estabilizado por la energía y el espíritu del Supremo.
130:5.1 (1436.2) El único plan de los viajeros en Creta era distraerse, pasear por la isla y subir a las montañas. Los cretenses de entonces no tenían buena reputación entre los pueblos vecinos, y sin embargo Jesús y Ganid elevaron a muchas almas a niveles superiores de pensamiento y de vida, y pusieron así los fundamentos para la rápida acogida posterior de las enseñanzas evangélicas cuando llegaron los primeros predicadores desde Jerusalén. Jesús amaba a los cretenses a pesar de las duras palabras que Pablo les dedicaría más adelante cuando envió a Tito a la isla para reorganizar sus Iglesias.
130:5.2 (1436.3) En la ladera de una montaña de Creta Jesús habló largamente de religión con Gonod por primera vez. El padre se quedó muy impresionado y comentó: «No me extraña que el chico crea todo lo que le dices, pero nunca sospeché que tuvieran una religión así en Jerusalén, y mucho menos en Damasco». Durante su estancia en esta isla Gonod propuso por primera vez a Jesús que volviera con ellos a la India, y Ganid se entusiasmó pensando que Jesús aceptaría.
130:5.3 (1436.4) Un día que Ganid le preguntó por qué no se había dedicado a enseñar públicamente, Jesús respondió: «Hijo, todo debe esperar a que llegue su hora. Viniste a este mundo, pero ni la prisa ni la impaciencia te harán crecer, tienes que darle tiempo al tiempo. Solo el tiempo hace madurar la fruta verde en el árbol. Una estación sigue a la otra y el atardecer sigue al amanecer solo con el paso del tiempo. Yo voy ahora camino de Roma contigo y con tu padre, y esto por hoy es suficiente. Mi mañana está enteramente en las manos de mi Padre del cielo». Luego contó a Ganid la historia de Moisés y sus cuarenta años de espera vigilante y preparación continua.
130:5.4 (1436.5) Durante la visita a Buenos Puertos ocurrió un incidente que Ganid no olvidaría jamás, y ese recuerdo le hizo siempre desear hacer algo por cambiar el sistema de castas de su India natal. Un degenerado borracho estaba agrediendo a una muchacha esclava en la vía pública. Jesús al verlo se abalanzó sobre ellos y apartó a la chica del asalto del loco. Mientras la asustada niña se agarraba a él, Jesús mantuvo al hombre enfurecido a una distancia prudencial con su poderoso brazo derecho extendido hasta que el tipo se cansó de lanzar golpes furiosos al aire. Ganid estaba deseando ayudar a Jesús, pero su padre se lo prohibió. Aunque no hablaban el idioma de la muchacha, ella pudo expresarles su sentido agradecimiento por este acto de compasión mientras los tres la acompañaban a su casa. Esto fue probablemente lo más parecido a un enfrentamiento personal con sus semejantes que tuvo nunca Jesús durante toda su vida en la carne, y aquella tarde le costó mucho trabajo intentar explicar a Ganid por qué no había golpeado al borracho. Ganid opinaba que ese hombre tendría que haber recibido por lo menos tantos golpes como él había pegado a la chica.
130:6.1 (1437.1) Jesús tuvo una larga conversación en las montañas con un joven temeroso y abatido que se había refugiado en la soledad de las colinas porque no encontraba valor ni consuelo en la relación con sus semejantes. Este joven había sufrido desde pequeño sentimientos de desamparo e inferioridad, y estas tendencias naturales se habían visto agravadas por muchas circunstancias difíciles durante su crecimiento, sobre todo por la pérdida de su padre a los doce años. Al encontrarse con él, Jesús le dijo: «¡Saludos, amigo!, ¿por qué estás tan abatido en un día tan hermoso? Si te ha sucedido algo triste, quizás pueda yo ayudarte de alguna manera. En cualquier caso, estaré encantado de ofrecerte mi apoyo».
130:6.2 (1437.2) Como el joven no estaba nada dispuesto a hablar, Jesús intentó acercarse a su alma de otra manera: «Entiendo que has subido a estas colinas para apartarte de la gente así que, por supuesto, no quieres hablar conmigo, pero quisiera saber si conoces estas colinas; ¿sabes a dónde llevan los senderos? ¿podrías decirme cómo llegar a Fénix?». El joven conocía muy bien aquellas montañas, y puso tanto interés en mostrar a Jesús el camino a Fénix que dibujó en el suelo todos los senderos y se los explicó con todo detalle. Jesús se despidió e hizo ademán de marcharse, pero luego se volvió bruscamente hacia él y le sorprendió con estas palabras que provocaron su curiosidad: «Sé muy bien que deseas quedarte a solas con tu desconsuelo, pero después de haber recibido tu generosa ayuda para llegar a Fénix, no sería ni amable ni justo que yo siguiera mi camino sin hacer el menor esfuerzo por responder a tu petición de ayuda y orientación. Has venido a la montaña a buscar en tu corazón la mejor ruta hacia la meta de tu destino, y tan bien como conoces tú los senderos que conducen a Fénix por haberlos recorrido muchas veces, conozco yo el camino a la ciudad de tus esperanzas desengañadas y tus ambiciones frustradas. Y puesto que me has pedido ayuda, no te decepcionaré». El joven, ya casi convencido, logró apenas balbucir: «Pero... si no te he pedido nada». Jesús le contestó poniéndole suavemente la mano en el hombro: «No, hijo, no con palabras, pero apelaste a mi corazón con tu mirada anhelante. Muchacho, para alguien que ama a sus semejantes, tu actitud de desesperanza y desaliento es una clara petición de ayuda. Siéntate conmigo y te hablaré de los senderos de servicio y las carreteras de felicidad que conducen desde las penas del yo a las alegrías de las actividades de amor en la hermandad de los hombres y en el servicio del Dios del cielo».
130:6.3 (1437.3) Para entonces el joven ya estaba deseando hablar con Jesús, y se arrodilló a sus pies implorándole que lo ayudara, que le mostrara el camino para escapar de su mundo de penas y fracasos personales. Jesús le dijo: « ¡Levántate, amigo!, ¡Ponte de pie como un hombre! Puede que estés rodeado de pequeños enemigos y que haya muchos obstáculos en tu camino, pero las cosas grandes y las cosas reales de este mundo y del universo están de tu parte. El sol sale todas las mañanas para saludarte a ti exactamente igual que al hombre más próspero y poderoso de la tierra. Mírate: tienes un cuerpo fuerte y unos músculos poderosos, tu físico es superior a la media. Por supuesto, todo eso sirve de muy poco si te quedas aquí sentado en la ladera de la montaña lamentándote de tus desgracias reales o imaginarias. Pero podrías hacer grandes cosas con tu cuerpo si te apresuraras a ir a los lugares donde hay grandes cosas por hacer. Estás intentando huir de tu yo desdichado, pero eso no es posible. Los problemas de tu vida son tan reales como tú y no puedes escapar de ellos mientras vivas. Mírate otra vez: tu mente es clara y capaz, tienes un cuerpo fuerte y una mente inteligente para dirigirlo. Pon tu mente a trabajar para resolver sus problemas, enseña a tu intelecto a trabajar para ti. Niégate a seguir dominado por el miedo como un animal que no razona. Tu mente debería ser tu aliada valerosa para resolver los problemas de tu vida en vez de ser tú, como hasta ahora, un abyecto esclavo del miedo y el siervo encadenado de la depresión y el fracaso. Pero lo más valioso de todo, tu verdadero potencial de logro, está en el espíritu que vive dentro de ti. Este espíritu inspirará y estimulará a tu mente para que se controle a sí misma y active el cuerpo si deseas romper las cadenas del miedo y permitir así a tu naturaleza espiritual que empiece a liberarte de los males de la inacción mediante la poderosa presencia de la fe viva. Enseguida verás cómo vence esta fe tu miedo a los hombres mediante la irresistible presencia de un nuevo amor a tus semejantes que lo dominará todo y pronto llenará tu alma hasta rebosar, porque habrá nacido en tu corazón la consciencia de que eres un hijo de Dios.
130:6.4 (1438.1) «Hijo mío, hoy has de renacer restablecido como hombre de fe y de valor, entregado al servicio de los hombres por amor a Dios. Y cuando te hayas readaptado así a la vida dentro de ti mismo, te habrás readaptado también al universo. Habrás nacido de nuevo —nacido del espíritu— y en adelante toda tu vida será una realización victoriosa. Los problemas te vigorizarán, las decepciones te espolearán, las dificultades serán un desafío para ti y los obstáculos te estimularán. ¡Levántate, joven! Despídete de la vida de miedos rastreros y huidas cobardes. Apresúrate a volver a tu deber y vive tu vida en la carne como un hijo de Dios, como un mortal dedicado al noble servicio del hombre en la tierra y destinado al servicio perpetuo y magnífico de Dios en la eternidad.»
130:6.5 (1438.2) Este joven llamado Fortunato se convirtió con el tiempo en el líder de los cristianos de Creta y colaboró estrechamente con Tito en su labor de elevar a los creyentes cretenses.
130:6.6 (1438.3) Los viajeros, bien descansados y recuperados, zarparon un buen día al final de la mañana hacia Cartago, en el norte de África. Pararon dos días en Cirene donde Jesús y Ganid prestaron los primeros auxilios a un muchacho llamado Rufo, herido al desplomarse una carreta de bueyes cargada. Lo llevaron a su casa con su madre, y su padre Simón jamás pudo imaginar que el hombre cuya cruz llevaría años después por orden de un soldado romano era el extranjero que una vez socorrió a su hijo.
130:7.1 (1438.4) Jesús pasó casi toda la travesía hacia Cartago hablando con sus compañeros de viaje de cuestiones sociales, políticas y comerciales; no se dijo ni una palabra de religión. Gonod y Ganid descubrieron por primera vez que Jesús era un buen narrador y le hacían contar historias de sus primeros años de vida en Galilea. Así se enteraron de que se había criado en Galilea, no en Jerusalén ni en Damasco.
130:7.2 (1438.5) Ganid se había dado cuenta de que la mayoría de las personas con las que se encontraban se sentían atraídas por Jesús, así que le preguntó por la mejor forma de hacer amigos. Esta fue la respuesta de Jesús: «Interésate por tus semejantes; aprende a amarlos y espera la oportunidad de hacer por ellos algo que estás seguro de que desean». Luego citó el antiguo proverbio judío: «Un hombre que quiera tener amigos debe mostrarse amigable».
130:7.3 (1439.1) En Cartago Jesús tuvo una larga y memorable conversación con un sacerdote mitraico sobre la inmortalidad, sobre el tiempo y la eternidad. Este persa educado en Alejandría deseaba realmente aprender de Jesús. He aquí la esencia de las respuestas de Jesús a sus muchas preguntas en palabras de hoy en día:
130:7.4 (1439.2) El tiempo es la corriente de acontecimientos temporales que fluyen percibidos por la consciencia de la criatura. El tiempo es un nombre que se da al orden sucesivo por el cual se identifican y segregan los acontecimientos. El universo del espacio, visto desde cualquier posición interior que esté fuera de la morada fija del Paraíso, es un fenómeno relacionado con el tiempo. El movimiento del tiempo solo se revela como fenómeno del tiempo en relación con algo que no se mueve en el espacio. En el universo de universos, el Paraíso y sus Deidades trascienden tanto el tiempo como el espacio. En los mundos habitados, la personalidad humana (morada en su interior y orientada por el espíritu del Padre del Paraíso) es la única realidad relacionada con lo físico que puede trascender la secuencia material de los acontecimientos temporales.
130:7.5 (1439.3) Los animales no sienten el tiempo igual que el hombre; e incluso para el hombre, debido a su visión parcial y circunscrita, el tiempo aparece como una sucesión de acontecimientos. Pero a medida que el hombre asciende, a medida que progresa hacia dentro, su visión de esta procesión de acontecimientos se va ampliando de manera que la percibe cada vez más en su totalidad. Lo que aparecía antes como una sucesión de acontecimientos se verá ahora como un ciclo entero y perfectamente conexo. Y así, la simultaneidad circular irá desplazando cada vez más a la antigua consciencia de una secuencia lineal de acontecimientos.
130:7.6 (1439.4) Hay siete concepciones diferentes del espacio tal como está condicionado por el tiempo. El espacio se mide por el tiempo y no el tiempo por el espacio. La confusión de los científicos nace de no reconocer la realidad del espacio. El espacio no es solo un concepto intelectual de los cambios de relación entre objetos del universo. El espacio no está vacío, y la única cosa conocida por el hombre que puede trascender, aunque sea parcialmente, el espacio es la mente. La mente puede funcionar con independencia del concepto de la relación de los objetos materiales en el espacio. El espacio es relativa y comparativamente finito para todos los seres con estatus de criatura. Cuanto más se aproxima la consciencia a la percepción de las siete dimensiones cósmicas, más se aproxima el concepto de espacio potencial a la ultimidad. Pero el potencial de espacio solo es verdaderamente último en el nivel absoluto.
130:7.7 (1439.5) Debe quedar claro que la realidad universal tiene un significado cada vez más amplio y siempre relativo en los niveles en ascenso y perfeccionamiento del cosmos. En última instancia, los mortales supervivientes alcanzan la identidad en un universo de siete dimensiones.
130:7.8 (1439.6) El concepto de espacio-tiempo de una mente de origen material está destinado a ampliarse a medida que la personalidad consciente que lo concibe va ascendiendo por los niveles de los universos. Cuando el hombre alcanza el nivel de mente que media entre el plano material de existencia y el espiritual, sus ideas del espacio-tiempo se expanden enormemente en cuanto a calidad de percepción y a cantidad de experiencia. La ampliación de las concepciones cósmicas de una personalidad de espíritu que progresa es fruto tanto de una visión interior más profunda como de un mayor alcance de la consciencia. Y a medida que la personalidad va avanzando hacia arriba y hacia dentro a los niveles trascendentales de semejanza con la Deidad, el concepto del espacio-tiempo se aproximará cada vez más a los conceptos sin tiempo ni espacio de los Absolutos. Estos conceptos del nivel absoluto han de ser vislumbrados por los hijos con destino último de forma relativa y en la medida de sus logros trascendentales.
130:8.1 (1440.1) La primera escala en el camino a Italia fue en la isla de Malta donde tuvo Jesús una larga conversación con un joven abatido y descorazonado llamado Claudio. Tan mal estaba que había considerado quitarse la vida, pero después de hablar con el escriba de Damasco concluyó: «Me enfrentaré a la vida como un hombre; basta ya de hacer el cobarde. Voy a volver con mi gente y empezar de nuevo». Al poco tiempo se hizo predicador entusiasta de los cínicos y más tarde se unió a Pedro para proclamar el cristianismo en Roma y Nápoles. Tras la muerte de Pedro fue a predicar el evangelio a España, pero nunca supo que el hombre que le había inspirado en Malta era el mismo Jesús a quien proclamó más tarde Libertador del mundo.
130:8.2 (1440.2) En Siracusa pasaron una semana completa. El acontecimiento más notable de esta escala fue la rehabilitación de Esdras, el judío no creyente que regentaba la taberna donde se hospedaron Jesús y sus compañeros. Esdras se sintió muy atraído por los planteamientos de Jesús y le pidió que le ayudara a volver a la fe de Israel. Expresó así su desesperanza: «Quiero ser un verdadero hijo de Abraham, pero no consigo encontrar a Dios». Jesús le dijo: «Si quieres de verdad encontrar a Dios, ese deseo es en sí mismo la prueba de que ya lo has encontrado. Tu problema no es que no puedas encontrar a Dios, puesto que el Padre ya te ha encontrado a ti, tu problema es simplemente que no conoces a Dios. ¿Acaso no has leído en el profeta Jeremías: ‘Me buscarás y me encontrarás cuando me busques de todo corazón’? ¿Y no dice también este mismo profeta: ‘Te daré un corazón para que me conozcas, que yo soy el Señor y tú pertenecerás a mi pueblo, y yo seré tu Dios’? ¿Y no has leído también este pasaje de las escrituras: ‘Él contempla a los hombres, y si alguno dijera: ‘He pecado y pervertido lo que era justo, y no me ha aprovechado’, Dios liberará el alma de ese hombre de la oscuridad y verá la luz?’». Así encontró Esdras a Dios para satisfacción de su alma. Este judío se asociaría más tarde con un rico prosélito griego para construir la primera iglesia cristiana de Siracusa.
130:8.3 (1440.3) En Mesina estuvieron solamente un día, pero fue suficiente para cambiar la vida de un chico, un vendedor de frutas a quien Jesús compró fruta y a su vez alimentó con el pan de vida. El muchacho no olvidó nunca las palabras de Jesús ni la bondad de su mirada cuando le puso la mano en el hombro y le dijo: «Adiós, muchacho, sé valiente mientras te haces hombre, y después de alimentar el cuerpo, aprende también a alimentar el alma. Mi Padre del cielo estará contigo y te guiará». El muchacho se hizo devoto de la religión mitraica y más tarde se convirtió a la fe cristiana.
130:8.4 (1440.4) Por fin llegaron a Nápoles y sintieron que ya no estaban lejos de Roma, su destino. Gonod tenía muchos asuntos que tratar en Nápoles, y cuando Jesús no hacía de intérprete, él y Ganid se dedicaban a visitar y explorar la ciudad. Ganid se estaba haciendo experto en avistar a los que parecían necesitados. Encontraron mucha pobreza en esta ciudad y distribuyeron muchas limosnas. Ganid nunca comprendió el significado de las palabras de Jesús cuando, después de dar una moneda a un mendigo de la calle, no quiso pararse a decir al hombre unas palabras de consuelo. Dijo Jesús: «¿Por qué malgastar palabras con alguien que no puede captar el significado de lo que dices? El espíritu del Padre no puede enseñar y salvar a alguien que no tiene capacidad para la filiación». Lo que Jesús quería decir era que ese hombre no tenía una mente normal; que carecía de capacidad de responder a la guía del espíritu.
130:8.5 (1441.1) En Nápoles no ocurrió nada destacable. Jesús y el joven exploraron a fondo la ciudad y repartieron buen ánimo con muchas sonrisas a centenares de hombres, mujeres y niños.
130:8.6 (1441.2) De ahí fueron a Roma por Capua, donde pararon tres días. Siguieron viaje hacia Roma por la Vía Apia junto a sus animales de carga, ansiosos los tres por conocer a esta imperial señora, la ciudad más grande del mundo.
El libro de Urantia
Documento 131
131:0.1 (1442.1) DURANTE la estancia de Jesús, Gonod y Ganid en Alejandría, el joven dedicó mucho tiempo y una importante suma del dinero de su padre a hacer una recopilación de las enseñanzas de las religiones del mundo sobre Dios y sus relaciones con el hombre mortal. Ganid empleó a más de sesenta traductores eruditos para hacer este resumen de las doctrinas religiosas del mundo sobre las Deidades. Y debe quedar muy claro en el presente relato que todas esas enseñanzas de carácter monoteísta provenían en gran medida, directa o indirectamente, de las predicaciones de los misioneros de Maquiventa Melquisedec que salieron de su sede en Salem para propagar la doctrina de un Dios único —el Altísimo— hasta los confines de la tierra.
131:0.2 (1442.2) Presentamos aquí un resumen del manuscrito redactado por Ganid en Alejandría y en Roma, y que se conservó en la India durante cientos de años después de su muerte. Organizó su recopilación bajo los diez encabezamientos que siguen.
131:1.1 (1442.3) Donde mejor se conservaron las enseñanzas residuales de los discípulos de Melquisedec, aparte de las que persistieron en la religión judía, fue en las doctrinas de los cínicos. Ganid seleccionó los extractos siguientes:
131:1.2 (1442.4) «Dios es supremo, es el Altísimo del cielo y de la tierra. Dios es el círculo perfeccionado de la eternidad y rige el universo de universos. Es el único hacedor de los cielos y de la tierra. Cuando decreta una cosa, esa cosa es. Nuestro Dios es un Dios único, y es compasivo y misericordioso. Todo lo que es elevado, santo, verdadero y bello es semejante a nuestro Dios. El Altísimo es la luz del cielo y de la tierra, es el Dios del este, del oeste, del norte y del sur.
131:1.3 (1442.5) «Aunque la tierra desapareciera, el rostro resplandeciente del Supremo permanecería en gloria y majestad. El Altísimo es el primero y el último, el principio y el fin de todas las cosas. No hay más que este Dios único y su nombre es Verdad. Dios existe en sí mismo y no hay en él cólera ni enemistad. Es inmortal e infinito. Nuestro Dios es omnipotente y generoso. Aunque tiene muchas manifestaciones, adoramos solo a Dios mismo. Dios lo sabe todo, lo que proclamamos y lo que guardamos en secreto; sabe también lo que cada uno de nosotros merece. Su poder está a la altura de todas las cosas.
131:1.4 (1442.6) «Dios es un dador de paz y un protector fiel de todos los que le temen y confían en él. Da la salvación a todos los que le sirven. Toda la creación existe por el poder del Altísimo. Su amor divino brota de la santidad de su poder, y su afecto nace del poder de su grandeza. El Altísimo ha decretado la unión del cuerpo y el alma y ha dotado al hombre de su propio espíritu. Lo que hace el hombre tiene un final, pero lo que hace el Creador dura para siempre. En la experiencia humana encontramos conocimientos, pero en la contemplación del Altísimo encontramos sabiduría.
131:1.5 (1443.1) «Dios derrama la lluvia sobre la tierra, hace brillar el sol sobre el grano que brota, nos da la abundante cosecha de las cosas buenas de esta vida y la salvación eterna en el mundo venidero. Nuestro Dios ejerce gran autoridad; su nombre es Excelente y su naturaleza es insondable. Cuando estáis enfermos es el Altísimo quien os sana. Dios está lleno de bondad hacia todos los hombres; el Altísimo es nuestro mejor amigo. Su misericordia llena todos los lugares y su bondad se extiende a todas las almas. El Altísimo es inmutable y nos ayuda en todas nuestras necesidades. Allí donde volváis los ojos para orar, encontraréis el rostro del Altísimo y el oído atento de nuestro Dios. Podéis esconderos de los hombres pero no de Dios. Dios no está muy lejos de nosotros, es omnipresente. Dios llena todos los lugares y vive en el corazón del hombre que teme su santo nombre. La creación está en el Creador y el Creador en su creación. Buscamos al Altísimo y lo encontramos en nuestro corazón. Vais en busca de un amigo querido y lo descubrís dentro de vuestra alma.
131:1.6 (1443.2) «Para el hombre que conoce a Dios todos los hombres son sus iguales, sus hermanos. Los egoístas, los que se desentienden de sus hermanos en la carne, solo encuentran hastío como recompensa. Los que aman a sus semejantes y tienen un corazón puro verán a Dios. Dios no olvida nunca la sinceridad. Guiará a los sinceros de corazón hasta la verdad porque Dios es la verdad.
131:1.7 (1443.3) «Rechazad el error y venced al mal en vuestra vida con el amor de la verdad viva. En todas vuestras relaciones con los hombres devolved bien por mal. El Señor Dios es amante y misericordioso; es indulgente. Amemos a Dios, pues él nos amó primero. Por el amor de Dios y a través de su misericordia seremos salvados. Los pobres y los ricos son hermanos. Dios es su Padre. El mal que no queréis que os hagan, no lo hagáis a los demás.
131:1.8 (1443.4) «Invocad su nombre en todo momento, y en la medida en que creáis en su nombre, vuestra oración será escuchada. ¡Qué gran honor es adorar al Altísimo! Todos los mundos y todos los universos adoran al Altísimo. En todas vuestras oraciones dad gracias, elevaos hasta la adoración. La adoración orante evita el mal e impide el pecado. Alabemos en todo momento el nombre del Altísimo. El hombre que se refugia en el Altísimo oculta sus defectos al universo. Cuando os presentáis ante Dios con un corazón puro, ya no tenéis miedo a nada en toda la creación. El Altísimo es amoroso como un padre y una madre; nos ama realmente a nosotros, sus hijos de la tierra. Nuestro Dios nos perdonará y guiará nuestros pasos por los caminos de la salvación. Nos tomará de la mano y nos conducirá hasta él. Dios salva a los que confían en él; no obliga al hombre a servir su nombre.
131:1.9 (1443.5) «Si la fe del Altísimo ha entrado en vuestro corazón, viviréis libres de temor todos los días de vuestra vida. No os inquietéis por la prosperidad de los impíos, no temáis a los que traman el mal, dejad que el alma se aparte del pecado y poned toda vuestra confianza en el Dios de la salvación. El alma cansada del mortal errante encuentra descanso eterno en los brazos del Altísimo. El hombre sabio está sediento del abrazo divino. El hijo de la tierra anhela la seguridad de los brazos del Padre Universal. El hombre noble busca el estado superior donde el alma del mortal se mezcla con el espíritu del Supremo. Dios es justo: el fruto de nuestra siembra que no cosechamos en este mundo lo recibiremos en el siguiente.»
131:2.1 (1444.1) Los kenitas de Palestina rescataron muchas de las enseñanzas de Melquisedec. Entre esos textos, preservados y modificados por los judíos, Jesús y Ganid eligieron los siguientes:
131:2.2 (1444.2) «En el principio Dios creó los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos. Y he aquí que todo lo que había creado era muy bueno. El Señor es Dios; no hay nadie fuera de él, ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra. Por eso amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Al igual que las aguas cubren el mar, la tierra se llenará con el saber del Señor. Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento muestra la obra de sus manos. Los días anuncian su palabra uno tras otro, y las noches una tras otra muestran su saber. No hay habla ni idioma en los que no se oiga su voz. La obra del Señor es grande y ha hecho todas las cosas con sabiduría. La grandeza del Señor es inescrutable. Conoce el número de las estrellas y las llama a todas por su nombre.
131:2.3 (1444.3) «El poder del Señor es grande y su entendimiento es infinito. Dice el Señor: ‘Como los cielos son más altos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos’. Dios revela las cosas profundas y secretas porque la luz mora en él. El Señor es misericordioso y clemente; es paciente y rico en bondad y en verdad. El Señor es bueno y recto; guiará a los mansos en el juicio. ¡Probad y ved cuán bueno es el Señor! Bendito es el hombre que confía en Dios. Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
131:2.4 (1444.4) «La misericordia del Señor es desde la eternidad hasta la eternidad para los que le temen, y su rectitud llega hasta los hijos de nuestros hijos. El Señor es clemente y está lleno de compasión. El Señor es bueno con todos, y sus tiernas misericordias se extienden sobre toda su creación; cura a los desconsolados y venda sus heridas. ¿A dónde iré para alejarme del espíritu de Dios? ¿A dónde podré escapar de la presencia divina? Dice así el Alto y Sublime que habita la eternidad y cuyo nombre es Santo: ‘¡Moro en el lugar alto y sagrado, y también con aquel que tiene el corazón contrito y el espíritu humilde!’ Nadie puede esconderse de nuestro Dios, pues llena el cielo y la tierra. Que los cielos se alegren y que la tierra se regocije. Que todas las naciones digan: ¡el Señor reina! Dad gracias a Dios porque su misericordia perdura para siempre.
131:2.5 (1444.5) «Los cielos anuncian la rectitud de Dios, y han visto su gloria todos los pueblos. Es Dios quien nos ha hecho, y no nosotros mismos. Somos su pueblo, las ovejas de sus pastos. Su misericordia es perpetua y su verdad perdura por todas las generaciones. Nuestro Dios gobierna entre las naciones. ¡Que la tierra se llene de su gloria! ¡Que los hombres alaben al Señor por su bondad y por sus dones maravillosos a los hijos de los hombres!
131:2.6 (1444.6) «Dios ha hecho al hombre un poco menos que divino y lo ha coronado de amor y de misericordia. El Señor conoce el camino de los justos pero la vía de los impíos perecerá. El temor del Señor es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Supremo es inteligencia. Dice el Dios Todopoderoso: ‘Camina delante de mí y sé perfecto’. No olvidéis que la soberbia precede a la destrucción y la altivez de espíritu a la caída. El que controla su propio espíritu es más poderoso que el que conquista una ciudad. Dice el Señor Dios, el Santo: ‘Al volver a tu descanso espiritual serás salvado; en la quietud y en la confianza estará tu fuerza’. Los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas, se elevarán con alas como las águilas. Correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán. El Señor sosegará vuestros miedos. Dice el Señor: ‘No temas, porque estoy contigo. No te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia’.
131:2.7 (1445.1) «Dios es nuestro Padre; el Señor es nuestro redentor. Dios ha creado las huestes universales y las preserva a todas. Su rectitud es como las montañas y su juicio como el profundo abismo. Nos hace beber en el río de sus placeres, y en su luz veremos la luz. Es bueno dar gracias al Señor y cantar alabanzas al Altísimo, mostrar su bondad amorosa por las mañanas y su fidelidad divina por las noches. El reino de Dios es un reino perpetuo, y su dominio perdura a través de todas las generaciones. El Señor es mi pastor, nada me faltará. En verdes pastos me hace descansar, me conduce a aguas tranquilas. Él restaura mi alma. Me guía por senderos de justicia. Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno porque Dios está conmigo. El bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré para siempre.
131:2.8 (1445.2) «Yahvé es el Dios de mi salvación, por eso pondré mi confianza en el nombre divino. Confiaré en el Señor con todo mi corazón; no me apoyaré en mi propio entendimiento. En todos mis caminos lo reconoceré, y él dirigirá mis pasos. El Señor es fiel, mantiene su palabra con los que le sirven. El justo vivirá por su fe. Si no hacéis el bien es porque el pecado está en la puerta. Los hombres recogen el mal que plantan y el pecado que siembran. No os inquietéis por la culpa de los que hacen el mal. Si consentís la iniquidad en vuestro corazón, el Señor no os escuchará; si pecáis contra Dios haréis daño a vuestra propia alma. Dios llevará a juicio la obra de cada hombre con todos sus secretos, buenos o malos. Tal como piensa en su corazón, así es el hombre.
131:2.9 (1445.3) «El Señor está cerca de todos los que lo invocan con verdad y sinceridad. El llanto puede durar una noche pero el júbilo llega con la mañana. Un corazón alegre cura como una medicina. Dios no negará ninguna cosa buena a los que caminan con rectitud. Temed a Dios y guardad sus mandamientos, pues ese es el único deber del hombre. Esto dice el Señor que creó los cielos y formó la tierra: ‘No hay más Dios que yo, un Dios justo y salvador. Confiad en mí desde todos los confines de la tierra y seréis salvados. Todo el que me busque me encontrará si me busca de todo corazón’. Los mansos heredarán la tierra y se deleitarán en la abundancia de la paz. Todo el que siembre iniquidades cosechará calamidades, todo el que siembre vientos recogerá tempestades.
131:2.10 (1445.4) «‘Venid ahora y razonemos’, dice el Señor: ‘aunque vuestros pecados sean como la grana, serán emblanquecidos como la nieve; aunque sean rojos como el carmesí, quedarán como la lana’. Pero no hay paz para los malvados. Son vuestros propios pecados los que han apartado de vosotros las cosas buenas. Dios es la salud de mi semblante y el júbilo de mi alma. El Dios eterno es mi fuerza. Él es nuestra morada, y debajo están los brazos eternos. El Señor está cerca de los desconsolados. Él salva a todos los que son como niños en espíritu. Muchas son las aflicciones del justo pero de todas ellas lo libra el Señor. Encomienda al Señor tu camino, confía en él, y él actuará. El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente.
131:2.11 (1445.5) «Ama a tu prójimo como a ti mismo; no guardes rencor a ningún hombre. No hagas a nadie lo que es odioso para ti. Ama a tu hermano, pues el Señor ha dicho: ‘Amaré a mis hijos a manos llenas’. La senda del justo es como una luz resplandeciente que brilla cada vez más hasta el día perfecto. Los que son sabios tendrán el resplandor del firmamento y los que conducen a muchos hacia el camino recto brillarán como las estrellas por siempre jamás. Que el malvado abandone su mal camino y el inicuo sus pensamientos rebeldes. Dice el Señor: ‘Que vuelvan a mí, y yo tendré misericordia de ellos; perdonaré en abundancia’.
131:2.12 (1446.1) «Dice Dios, el creador del cielo y de la tierra: ‘Mucha paz tienen los que aman mi ley. Mis mandamientos son: Me amarás con todo tu corazón; no tendrás otros dioses delante de mí; no tomarás mi nombre en vano; recuerda el día del sabbat para santificarlo; honra a tu padre y a tu madre; no matarás; no cometerás adulterio; no robarás; no levantarás falso testimonio; no codiciarás’.
131:2.13 (1446.2) «Y a todos los que aman al Señor sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos, el Dios del cielo les dice: ‘Os rescataré de la tumba y os redimiré de la muerte. Seré misericordioso con vuestros hijos y también justo. ¿Acaso no he dicho de mis criaturas de la tierra: vosotros sois los hijos del Dios vivo? ¿Y no os he amado con amor perpetuo? ¿No os he invitado a que os hagáis como yo y a moréis conmigo por siempre en el Paraíso?’.»
131:3.1 (1446.3) A Ganid le sorprendió descubrir lo cerca que estuvo el budismo de ser una hermosa y gran religión sin Dios, sin una Deidad personal y universal. Por otra parte, encontró en algunos textos restos de creencias más antiguas influidas por las enseñanzas de los misioneros de Melquisedec que llevaron a cabo su labor en la India hasta los tiempos de Buda. Jesús y Ganid recopilaron las siguientes declaraciones de la literatura budista:
131:3.2 (1446.4) «De un corazón puro brotará la alegría hacia el Infinito. Todo mi ser estará en paz con este regocijo supramortal. Mi alma está llena de contento y mi corazón rebosa de dicha tranquila y confiada. No tengo miedo, estoy libre de ansiedad. Habito en la seguridad y mis enemigos no pueden inquietarme. Estoy satisfecho con los frutos de mi confianza. He encontrado que es fácil acercarse al Inmortal. Rezo para que la fe me sostenga durante el largo viaje y sé que no me faltará la fe que proviene del más allá. Sé que mis hermanos prosperarán si se imbuyen de la fe del Inmortal, la fe que crea modestia, rectitud, sabiduría, valor, conocimiento y perseverancia. Abandonemos la tristeza y repudiemos el miedo. Obtengamos por la fe la rectitud verdadera y la auténtica hombría. Aprendamos a meditar sobre la justicia y la misericordia. La fe es la verdadera riqueza del hombre; es la dotación de virtud y de gloria.
131:3.3 (1446.5) «La injusticia es deleznable y el pecado, despreciable. El mal es degradante tanto de pensamiento como de obra. El dolor y el pesar siguen la senda del mal como el polvo sigue al viento. La tranquilidad y la felicidad siguen al pensamiento puro y a la vida virtuosa como la sombra sigue a la sustancia de las cosas materiales. El mal es el fruto de un pensamiento mal dirigido. Tan malo es ver un pecado donde no lo hay como no verlo donde lo hay. El mal es la senda de las falsas doctrinas. Los que ven las cosas tal como son evitan el mal y se llenan de alegría porque abrazan la verdad. Odiad el pecado y pondréis fin a vuestra miseria. Cuando elevéis vuestra mirada hacia el Noble apartaos del pecado de todo corazón. No disculpéis el mal, no busquéis excusas para el pecado. Con vuestros esfuerzos por enmendar los pecados del pasado os fortalecéis para resistir la tendencia a pecar en el futuro. La resistencia al mal nace del arrepentimiento. No dejéis de confesar ninguna falta al Noble.
131:3.4 (1447.1) «La alegría y el gozo son las recompensas de las buenas obras hechas para gloria del Inmortal. Nadie puede robaros la libertad de vuestra propia mente. Cuando la fe de vuestra religión haya emancipado vuestro corazón, cuando la mente esté asentada y sea inamovible como una montaña, la paz del alma fluirá tranquilamente como las aguas de un río. Los que están seguros de la salvación están para siempre libres de la lujuria, la envidia, el odio y las falsas ilusiones de las riquezas. La fe es la energía de una vida mejor, pero debéis elaborar vuestra propia salvación con perseverancia. Si queréis tener la certeza de vuestra salvación final, buscad sinceramente hacer todo lo que es recto. Cultivad la seguridad que nace dentro del corazón y gozaréis así del éxtasis de la salvación eterna.
131:3.5 (1447.2) «Ninguna persona religiosa puede aspirar a la iluminación de la sabiduría inmortal si persiste en ser perezosa, indolente, débil, ociosa, sinvergüenza y egoísta. Pero todo el que sea prudente, considerado, reflexivo, fervoroso y serio puede —incluso mientras vive aún en la tierra— alcanzar la iluminación suprema de la sabiduría divina en paz y libertad. No olvidéis que todo acto tendrá su retribución. El mal produce pesar y el pecado termina en dolor. El júbilo y la felicidad son el resultado de una vida buena. Incluso el malvado se beneficia de un periodo de gracia antes de que terminen de madurar sus malas acciones, pero llegará el día inevitable de la plena cosecha de su maldad. Que nadie se tome el pecado a la ligera ni se diga en su corazón: ‘No habrá castigo para mis malas obras’. Todo lo que hagáis os será hecho en el juicio de la sabiduría. Las injusticias que cometáis con vuestros semejantes se volverán contra vosotros. La criatura no puede escapar del destino de sus actos.
131:3.6 (1447.3) «El insensato se dice a sí mismo: ‘El mal no me alcanzará’, pero solo se encuentra la seguridad cuando el alma desea ser corregida y la mente busca la sabiduría. El hombre sabio es un alma noble que sabe ser amigable en medio de sus enemigos, tranquila entre los turbulentos y generosa entre los codiciosos. El amor a uno mismo es como la cizaña en un buen sembrado. El egoísmo conduce a la tristeza, la preocupación continua mata. Una mente domada produce felicidad. El guerrero más grande es aquel que se vence y somete a sí mismo. La contención en todas las cosas es buena. Solo es superior la persona que aprecia la virtud y cumple su obligación. No dejéis que la cólera y el odio os dominen. No habléis de nadie con dureza. El contento es la mayor de las riquezas. Lo que se da con prudencia está bien ahorrado. No hagáis a los demás lo que no queréis que os hagan a vosotros. Devolved bien por mal; venced el mal con el bien.
131:3.7 (1447.4) «Un alma recta es más deseable que la soberanía de toda la tierra. La inmortalidad es la meta de la sinceridad, la muerte, el fin de una vida desconsiderada. Los considerados no mueren, los desconsiderados ya están muertos. Benditos aquellos que comprenden el estado de inmortalidad. Los que torturan a los vivos no encontrarán felicidad después de la muerte. Los generosos van al cielo donde se regocijan con la dicha de una liberalidad infinita y siguen creciendo en noble generosidad. Todo mortal que piense rectamente, hable noblemente y actúe desinteresadamente no solo disfrutará de la virtud aquí en esta breve vida, sino que seguirá disfrutando también, tras la disolución del cuerpo, de las delicias del cielo.»
131:4.1 (1447.5) Los misioneros de Melquisedec llevaron consigo las enseñanzas del Dios único en todos sus viajes. Gran parte de esta doctrina monoteísta, unida a otros conceptos anteriores, se incorporaría más adelante a las enseñanzas del hinduismo. Jesús y Ganid recopilaron los siguientes extractos:
131:4.2 (1448.1) «Él es el gran Dios, supremo en todos los sentidos. Él es el Señor que abarca todas las cosas. Él es el Creador y controlador del universo de universos. Dios es un Dios único, está solo y existe por sí mismo. Él es el único. Y este Dios único es nuestro Hacedor y el destino último del alma. El brillo del Supremo es indescriptible. Él es la Luz de Luces, la luz divina que ilumina todos los corazones y todos los mundos. Dios es nuestro protector —permanece al lado de sus criaturas— y los que aprenden a conocerlo se hacen inmortales. Dios es la gran fuente de energía, es la Gran Alma. Ejerce una soberanía universal sobre todo. Este Dios único es amoroso, glorioso y digno de adoración. Nuestro Dios tiene un poder supremo y habita en la morada suprema. Esta Persona verdadera es eterna y divina, es el Señor primordial del cielo. Todos los profetas lo han saludado, y él se nos ha revelado. Lo adoramos. ¡Oh Persona Suprema, origen de los seres, Señor de la creación y soberano del universo, revélanos a nosotros, tus criaturas, el poder por el que permaneces inmanente! Dios ha hecho el Sol y las estrellas. Él es resplandeciente, puro y existe por sí mismo. Su conocimiento eterno es divinamente sabio. El mal no puede penetrar en el Eterno. Puesto que el universo surgió de Dios, él lo gobierna como corresponde. Él es la causa de la creación, por eso todas las cosas están establecidas en él.
131:4.3 (1448.2) «Dios es el refugio seguro de todos los hombres buenos cuando están necesitados. El Inmortal cuida de toda la humanidad. La salvación de Dios es firme y su bondad es amable. Es un protector amoroso y un defensor bendito. Dice el Señor: ‘Moro dentro de sus propias almas como una lámpara de sabiduría. Soy el esplendor de los espléndidos y la bondad de los buenos. Donde dos o tres se reúnen, allí estoy yo también’. La criatura no puede escapar de la presencia del Creador. El Señor cuenta incluso el pestañeo incesante de los ojos de cada uno de los mortales, y adoramos a este Ser divino como nuestro compañero inseparable. Prevalece sobre todo, es munificente, omnipresente e infinitamente bondadoso. El Señor es nuestro soberano, nuestro cobijo y nuestro controlador supremo, y su espíritu primigenio mora dentro del alma del mortal. El Testigo Eterno del vicio y de la virtud mora dentro del corazón del hombre. Meditemos largamente sobre el Vivificador adorable y divino, dejemos que su espíritu dirija por completo nuestros pensamientos. ¡De este mundo irreal condúcenos al real! ¡De la oscuridad llévanos a la luz! ¡De la muerte guíanos a la inmortalidad!
131:4.4 (1448.3) «Habiendo desterrado el odio de nuestros corazones, adoremos al Eterno. Nuestro Dios es el Señor de la oración, él escucha el llanto de sus hijos. Que todos los hombres sometan su voluntad al Resoluto. Gocemos de la liberalidad del Señor de la oración. Haced de la oración vuestra amiga más íntima y de la adoración el sostén de vuestra alma. ‘Solo tenéis que adorarme en el amor’, dice el Eterno, ‘y yo os daré sabiduría para alcanzarme, porque la virtud común a todas las criaturas es adorarme’. Dios ilumina a los ensombrecidos y da fuerzas a los que desfallecen. Ya nada tememos porque Dios es nuestro amigo poderoso. Alabamos el nombre del Conquistador nunca conquistado. Adoramos a Dios porque es el ayudante fiel y eterno del hombre, es nuestro conductor seguro y nuestro guía infalible. Es el gran autor del cielo y de la tierra. Su energía es ilimitada y su sabiduría, infinita; su esplendor es sublime y su belleza, divina. Es el refugio supremo del universo y el guardián inmutable de la ley sempiterna. Nuestro Dios es el Señor de la vida y el Confortador de todos los hombres, es el amante de la humanidad y la ayuda de los afligidos. Él es quien nos da la vida y el Buen Pastor de los rebaños humanos. Dios es nuestro padre, hermano y amigo. Anhelamos conocer a este Dios en lo más profundo de nuestro ser.
131:4.5 (1448.4) «Por el anhelo de nuestro corazón hemos aprendido a alcanzar la fe, refrenando nuestros sentidos hemos logrado la sabiduría y mediante la sabiduría hemos experimentado la paz en el Supremo. Quien está lleno de fe adora de verdad cuando su yo interior está absorto en Dios. Nuestro Dios lleva los cielos como manto y habita también los otros seis extensos universos. Es supremo en todo y sobre todo. Imploramos el perdón del Señor por todas nuestras ofensas a nuestros semejantes y olvidaremos el mal que nos ha hecho nuestro amigo. Nuestro espíritu aborrece todo mal; por eso, oh Señor, líbranos de toda mancha de pecado. Rezamos a Dios como consolador, protector y salvador, como a alguien que nos ama.
131:4.6 (1449.1) «El espíritu del Guardián del Universo entra en el alma de las criaturas sencillas. El hombre que adora al Dios Único es sabio. Los que se esfuerzan por llegar a la perfección deben conocer sin duda al Señor Supremo. Quien conoce la seguridad bienaventurada del Supremo nunca tiene miedo, pues el Supremo dice a los que le sirven: ‘No temáis, porque yo estoy con vosotros’. El Dios de providencia es nuestro Padre. Dios es verdad. Y es deseo de Dios que sus criaturas lo comprendan, que lleguen a conocer plenamente la verdad. La verdad es eterna; sostiene el universo. Nuestro deseo supremo será la unión con el Supremo. El Gran Controlador es el generador de todas las cosas y todo evoluciona a partir de él. He aquí la síntesis del deber: que ningún hombre haga a otro lo que le repugnaría que le hicieran a él; no abriguéis ninguna maldad, no golpeéis a quien os golpea, conquistad la ira con la misericordia y venced el odio con la benevolencia. Todo esto deberíamos hacerlo porque Dios es un amigo bondadoso y un padre clemente que nos perdona todas las ofensas que cometemos en la tierra.
131:4.7 (1449.2) «Dios es nuestro Padre, la tierra nuestra madre y el universo nuestro lugar de nacimiento. Sin Dios el alma está prisionera. Conocer a Dios libera el alma. Mediante la meditación sobre Dios, mediante la unión con él, llega la liberación de las ilusiones del mal y la salvación última de todas las cadenas materiales. Cuando el hombre enrolle el espacio como un pedazo de cuero, llegará el fin del mal porque el hombre habrá encontrado a Dios. ¡Oh Dios, sálvanos de la triple ruina del infierno: la lujuria, la ira y la avaricia! ¡Oh alma, cíñete para la lucha espiritual de la inmortalidad! Cuando llegue el fin de la vida mortal, no dudes en cambiar este cuerpo por una forma más hermosa y apropiada y despertarte en los dominios del Supremo y del Inmortal donde no hay miedo ni pesar, ni hambre ni sed ni muerte. Conocer a Dios es cortar las ataduras de la muerte. El alma que conoce a Dios se eleva en el universo como la nata aparece en la superficie de la leche. Adoramos a Dios, el hacedor de todo, la Gran Alma, que reside siempre en el corazón de sus criaturas. Y los que saben que Dios está entronizado en el corazón humano están destinados a ser inmortales como él. El mal ha de quedarse atrás en este mundo pero la virtud acompaña al alma hasta el cielo.
131:4.8 (1449.3) «Dicen los malvados: El universo no tiene ni verdad ni gobernante, solo sirve para satisfacer nuestras apetencias. Esas almas están engañadas por la mezquindad de su intelecto. Se entregan al disfrute de sus apetitos y privan a sus almas de las alegrías de la virtud y de los placeres de la rectitud. ¿Puede haber mejor experiencia que la salvación del pecado? El hombre que ha visto al Supremo es inmortal. Los amigos del hombre en la carne no pueden sobrevivir a la muerte. Solo la virtud camina junto al hombre en su progresar continuo hacia los campos alegres y soleados del Paraíso.»
131:5.1 (1449.4) Zoroastro tuvo contacto personal con los descendientes de los primeros misioneros de Melquisedec, difusores de la doctrina del Dios único, y esta doctrina se convirtió en la enseñanza central de la religión que fundó en Persia. Fuera del judaísmo, ninguna religión de la época contenía más enseñanzas procedentes de Salem. Ganid hizo el siguiente resumen de los escritos de esta religión:
131:5.2 (1450.1) «Todas las cosas vienen del Dios Único y le pertenecen. Él es omnisciente, bueno, justo, santo, resplandeciente y glorioso. Nuestro Dios es la fuente de toda luminosidad. Es el Creador, el Dios de todos los buenos propósitos y el protector de la justicia del universo. El sabio vive su vida conforme al espíritu de la verdad. Dios lo ve todo y contempla tanto las malas acciones del malvado como las buenas obras del justo; nuestro Dios observa todas las cosas con mirada centelleante. Su toque es el toque de la curación. El Señor es un benefactor todopoderoso. Dios tiende su mano benéfica tanto a los justos como a los malvados. Dios estableció el mundo y ordenó la retribución del bien y del mal. El Dios omnisciente ha prometido la inmortalidad a las almas piadosas que piensan con pureza y actúan con rectitud. Tal como sea tu deseo supremo, así serás. La luz del sol es como la sabiduría para aquellos que perciben a Dios en el universo.
131:5.3 (1450.2) «Alabad a Dios buscando complacer al Sabio. Adorad al Dios de la luz caminando alegremente por las sendas que ordena su religión revelada. No hay más que un Dios Supremo, el Señor de las Luces. Adoramos a aquel que hizo las aguas, las plantas, los animales, la tierra y los cielos. Nuestro Dios es el Señor, el más benéfico. Adoramos al más hermoso, al Inmortal munificente dotado de la luz eterna. Dios es lo más lejano a nosotros y al mismo tiempo lo más cercano porque mora dentro de nuestra alma. Nuestro Dios es el divino y santísimo Espíritu del Paraíso, y sin embargo es más amable con el hombre que la más amable de todas las criaturas. Dios es nuestra mayor ayuda en nuestra principal empresa: llegar a conocerlo. Dios es nuestro amigo más justo y adorable; es nuestra sabiduría, nuestra vida y el vigor de nuestra alma y de nuestro cuerpo. En virtud de nuestros buenos pensamientos, el sabio Creador nos permitirá hacer su voluntad y lograr así la realización de todo lo que es divinamente perfecto.
131:5.4 (1450.3) «Señor, enséñanos a vivir esta vida en la carne mientras nos preparamos para la próxima vida del espíritu. Háblanos, Señor, y haremos lo que nos pidas. Muéstranos los buenos senderos y caminaremos con rectitud. Haz que podamos lograr la unión contigo. Sabemos que una religión es buena cuando conduce a la unión con la rectitud. Dios es nuestra naturaleza sabia, nuestro mejor pensamiento y nuestro acto recto. ¡Que Dios nos conceda la unidad con el espíritu divino y la inmortalidad en él!
131:5.5 (1450.4) «Esta religión del Sabio purifica al creyente de todo mal pensamiento y acto pecaminoso. Me inclino ante el Dios del cielo arrepintiéndome si he ofendido de pensamiento, palabra u obra —con intención o sin ella— y ofrezco oraciones por la misericordia y alabanzas por el perdón. Si al confesarme me propongo no volver a hacer el mal, sé que el pecado será eliminado de mi alma. Sé que el perdón deshace las ataduras del pecado. Los que hacen el mal recibirán su castigo, pero los que siguen la verdad gozarán de la dicha de una salvación eterna. Toma posesión de nosotros por la gracia y dispensa a nuestra alma el poder salvador. Imploramos misericordia porque aspiramos a la perfección; quisiéramos ser como Dios.»
131:6.1 (1450.5) El tercer grupo de creyentes religiosos que mantuvo la doctrina de un Dios único en la India —como supervivencia de las enseñanzas de Melquisedec— fueron los suduanistas. Estos creyentes fueron conocidos más tarde como los seguidores del jainismo. Enseñaban que:
131:6.2 (1450.6) «El Señor del Cielo es supremo. Los que pecan no ascenderán a lo alto, pero los que caminan por las sendas de la rectitud encontrarán un lugar en el cielo. Tenemos asegurada la vida en el más allá si conocemos la verdad. El alma del hombre puede subir hasta el cielo más alto para desarrollar allí su verdadera naturaleza espiritual, para alcanzar la perfección. El estado del cielo libera al hombre de la esclavitud del pecado y lo conduce a las bienaventuranzas finales. El hombre recto ya tiene la experiencia de haber puesto fin al pecado con todas las miserias que lo acompañan. El yo es el enemigo invencible del hombre y se manifiesta como las cuatro grandes pasiones humanas: la ira, el orgullo, el engaño y la codicia. La victoria más grande del hombre es la conquista de sí mismo. Cuando el hombre se vuelve hacia Dios para ser perdonado, y cuando se atreve a tomarse esa libertad, queda liberado del miedo. El hombre debe pasar por la vida tratando a sus semejantes como a él le gustaría ser tratado.»
131:7.1 (1451.1) Hacía poco tiempo que los manuscritos de esta religión del Lejano Oriente habían sido depositados en la biblioteca de Alejandría. Era la única religión del mundo de la que Ganid no había oído hablar nunca. Esta creencia también contenía restos de las primeras enseñanzas de Melquisedec como muestran los extractos siguientes:
131:7.2 (1451.2) «Dice el Señor: ‘Todos sois receptores de mi poder divino; todos los hombres se benefician de mi ministerio de misericordia. Me complace mucho que los justos se multipliquen por todas las tierras. Tanto en las bellezas de la naturaleza como en las virtudes de los hombres busca revelarse el Príncipe del Cielo y mostrar la rectitud de su naturaleza. Puesto que los pueblos antiguos no conocían mi nombre, me manifesté naciendo con existencia visible en el mundo, y me rebajé de ese modo para que el hombre no olvidara mi nombre. Soy el hacedor del cielo y de la tierra; el sol, la luna y todas las estrellas obedecen a mi voluntad. Soy el soberano de todas las criaturas que hay sobre la tierra y en los cuatro mares. Aunque soy grande y supremo, tengo oídos para la oración del más humilde de los hombres. Si una criatura quiere adorarme, escucharé su oración y le concederé el deseo de su corazón’.
131:7.3 (1451.3) «‘Cada vez que el hombre cede a la ansiedad, se aleja un paso de la dirección que le indica el espíritu de su corazón.’ El orgullo oculta a Dios. Si queréis obtener la ayuda celestial apartad vuestro orgullo, porque cualquier indicio de orgullo intercepta la luz salvadora como si fuera una gran nube. Si no sois rectos por dentro, es inútil que recéis por lo que está fuera. ‘Si escucho tus oraciones es porque te presentas ante mí con un corazón limpio, libre de hipocresía y falsedad, con un alma que refleja la verdad como un espejo. Si quieres obtener la inmortalidad, renuncia al mundo y ven a mí.’»
131:8.1 (1451.4) Los mensajeros de Melquisedec llevaron la doctrina del Dios único hasta el corazón de China. El monoteísmo se incorporó a las primeras enseñanzas de varias religiones chinas entre ellas el taoísmo, que contenía más verdad monoteísta que las demás y perduró más que ninguna. Ganid recopiló así las enseñanzas de su fundador:
131:8.2 (1451.5) «¡Qué puro y sereno es el Supremo y a la vez qué fuerte y poderoso, qué profundo e insondable! Este Dios del cielo es el venerado antecesor de todas las cosas. Si conocéis al Eterno sois esclarecidos y sabios. Si no conocéis al Eterno, esa ignorancia se manifiesta como mal y surgen así las pasiones del pecado. Este Ser maravilloso existía antes que los cielos y la tierra. Es verdaderamente espiritual, está solo y no cambia. Es en verdad la madre del mundo, y toda la creación gira en torno a él. Este Gran Único se da a los hombres para que puedan superarse y sobrevivir, e incluso los que tienen pocos conocimientos pueden caminar por los senderos del Supremo, pueden cumplir la voluntad del cielo.
131:8.3 (1452.1) «Todas las buenas obras de servicio verdadero vienen del Supremo. Todas las cosas dependen de la Gran Fuente para tener vida. El Gran Supremo no busca ser honrado por sus otorgamientos. Su poder es supremo, y sin embargo permanece oculto a nuestros ojos. Transmuta constantemente sus atributos al tiempo que perfecciona a sus criaturas. La Razón celestial es lenta y paciente en sus designios pero segura en sus logros. El Supremo recubre el universo y lo sostiene en su totalidad. ¡Qué grande es su influencia desbordante y qué poderosa su fuerza de atracción! La verdadera bondad es como el agua que todo lo bendice y a nada perjudica. Al igual que el agua, la verdadera bondad busca los lugares más bajos, incluso los niveles que los demás evitan, y lo hace así porque tiene afinidad con el Supremo. El Supremo crea todas las cosas, las alimenta en su naturaleza y las perfecciona en su espíritu. De manera misteriosa, el Supremo promueve, protege y perfecciona a las criaturas sin obligarlas. Guía y dirige pero no se impone. Favorece el progreso pero no domina.
131:8.4 (1452.2) «El sabio universaliza su corazón. Tener un poco de conocimiento es peligroso. Los que aspiran a la grandeza deben aprender a humillarse. En la creación el Supremo se convirtió en la madre del mundo. Conocer a nuestra madre es reconocer nuestra filiación. El sabio considera todas las partes desde el punto de vista del todo. Relaciónate con cada hombre como si estuvieras en su lugar. Recompensa el agravio con bondad. Si amas a las personas, se sentirán atraídas hacia ti y no te costará nada ponerlas de tu lado.
131:8.5 (1452.3) «El Gran Supremo lo permea todo. Está a la izquierda y a la derecha, sostiene toda la creación y mora en el interior de todos los seres sinceros. No podéis encontrar al Supremo ni tampoco podéis ir a un lugar donde no esté. Si un hombre reconoce la maldad de sus acciones y se arrepiente de corazón de sus pecados, puede buscar el perdón, puede librarse del castigo y transformar la calamidad en bendición. El Supremo es el refugio seguro de toda la creación, es el guardián y salvador de la humanidad. Si lo buscáis a diario lo encontraréis. Él es verdaderamente valioso para todos los hombres porque puede perdonar los pecados. Recordad siempre que Dios no recompensa al hombre por lo que hace sino por lo que es, por eso debéis ayudar a vuestros semejantes sin esperar recompensa. Haced el bien sin pensar en vuestro propio beneficio.
131:8.6 (1452.4) «Los que conocen las leyes del Eterno son sabios. La ignorancia de la ley divina es desastre y sufrimiento. Los que conocen las leyes de Dios son liberales de pensamiento. Si conocéis al Eterno, aun cuando vuestro cuerpo perezca, vuestra alma sobrevivirá y estará al servicio del espíritu. Sois verdaderamente sabios cuando reconocéis vuestra insignificancia. Si moráis en la luz del Eterno, gozaréis de la iluminación del Supremo. Los que dedican su persona al servicio del Supremo son felices en su búsqueda del Eterno. Cuando el hombre muere, el espíritu despega en su largo vuelo de regreso al hogar.»
131:9.1 (1452.5) Entre las grandes religiones del mundo, incluso la que menos reconocía a Dios aceptó el monoteísmo de los misioneros de Melquisedec y sus perseverantes sucesores. Así resumió Ganid el confucianismo:
131:9.2 (1452.6) «Lo que el Cielo dispone está libre de error. La verdad es real y divina. Todas las cosas se originan en el Cielo, y el Gran Cielo no se puede equivocar. El Cielo ha designado a numerosos subordinados para que ayuden a instruir y elevar a las criaturas inferiores. Grande, muy grande, es el Dios Único que gobierna al hombre desde lo alto. El poder de Dios es majestuoso y terrible su juicio. Pero este Gran Dios ha conferido también un sentido moral a muchas gentes inferiores. La munificencia del Cielo nunca cesa. La benevolencia es el regalo más preciado del Cielo a los hombres. El Cielo ha otorgado su nobleza al alma del hombre, y las virtudes del hombre son el fruto de este otorgamiento de la nobleza del Cielo. El Gran Cielo todo lo percibe y acompaña al hombre en todas sus acciones. Hacemos bien en llamar al Gran Cielo nuestro Padre y nuestra Madre, y así podemos rezar al Cielo con confianza pues somos los servidores de nuestros ancestros divinos. En todo momento y en todas las cosas contemplemos sobrecogidos la majestad del Cielo. Reconocemos, oh Dios, Altísimo y soberano Potentado, que el juicio está en tus manos y que toda misericordia procede del corazón divino.
131:9.3 (1453.1) «Dios está con nosotros, por eso no hay miedo en nuestro corazón. Si hay alguna virtud en mí, es la manifestación del Cielo que habita conmigo. Pero este Cielo que está en mí plantea muchas veces duras exigencias a mi fe. Si Dios está conmigo, estoy decidido a desterrar cualquier duda de mi corazón. La fe tiene que estar muy cerca de la verdad de las cosas, y no veo cómo puede vivir un hombre sin esa fe buena. El bien y el mal no acaecen a los hombres sin causa. El Cielo atiende al alma del hombre según su propósito. Cuando te des cuenta de que has obrado mal, no dudes en confesar tu error y apresúrate a enmendarlo.
131:9.4 (1453.2) «El sabio se dedica a buscar la verdad, no se limita a ganarse la vida. La meta del hombre es lograr la perfección del Cielo. El hombre superior es capaz de autoajustarse y está libre de miedo y ansiedad. Dios está con vosotros, no lo dudéis en vuestro corazón. Toda buena acción tiene su recompensa. El hombre superior no murmura contra el Cielo ni guarda rencor a los hombres. No hagáis a los demás lo que no os gusta que os hagan. Que la compasión forme parte de todo castigo. Esforzaos de todas las maneras posibles por transformar el castigo en bendición, pues así obra el Gran Cielo. Aunque todas las criaturas tienen que morir y volver a la tierra, el espíritu del hombre noble surge para desplegarse en lo alto y ascender a la luz gloriosa del resplandor final.»
131:10.1 (1453.3) Cuando hubo terminado la ardua tarea de recopilar las enseñanzas de las religiones del mundo sobre el Padre del Paraíso, Ganid decidió formular sus propias conclusiones sobre la creencia en Dios que había alcanzado gracias a las enseñanzas de Jesús. El joven indio solía referirse a estas creencias como «nuestra religión» y las resumió así:
131:10.2 (1453.4) «El Señor nuestro Dios es el único Señor, y deberíais amarlo con todo vuestro corazón y toda vuestra mente mientras hacéis todo lo posible por amar a todos sus hijos como os amáis a vosotros mismos. Este Dios único es nuestro Padre celestial, en quien consisten todas las cosas y que mora mediante su espíritu en toda alma humana sincera. Nosotros, que somos los hijos de Dios, deberíamos aprender a confiarle la custodia de nuestra alma como a nuestro fiel Creador. Con nuestro Padre celestial todas las cosas son posibles, y no puede ser de otra manera puesto que él es el Creador que ha hecho todas las cosas y todos los seres. Aunque no podemos ver a Dios podemos conocerlo, y podemos revelarlo a nuestros semejantes viviendo diariamente la voluntad del Padre del cielo.
131:10.3 (1453.5) «Las riquezas divinas del carácter de Dios tienen que ser infinitamente profundas y eternamente sabias. No podemos descubrir a Dios mediante el conocimiento, pero podemos conocerlo en nuestro corazón por experiencia personal. Aunque su justicia sobrepase nuestra comprensión, su misericordia llega hasta el ser más humilde de la tierra. El Padre llena el universo, pero también vive dentro de nuestro corazón. La mente del hombre es humana, mortal, pero el espíritu del hombre es divino, inmortal. Dios no es solo omnipotente sino también omnisciente. Si nuestros padres terrenales inclinados al mal saben amar a sus hijos y darles cosas buenas, cuánto mejor sabrá el buen Padre del cielo amar sabiamente a sus hijos de la tierra y darles las bendiciones que les convienen.
131:10.4 (1454.1) «El Padre del cielo no permitirá que perezca uno solo de sus hijos de la tierra si ese hijo desea encontrar al Padre y anhela de verdad ser como él. Nuestro Padre ama incluso a los malvados y siempre es amable con los ingratos. Solo con que más seres humanos pudieran conocer la bondad de Dios, se arrepentirían sin duda de sus maldades y renunciarían a todo pecado conocido. Todas las cosas buenas provienen del Padre de la luz en quien no hay posibilidad de variación ni sombra de cambio. El espíritu del Dios verdadero está en el corazón del hombre. La intención de Dios es que todos los hombres sean hermanos. Cuando los hombres empiezan a sentir el anhelo de Dios, eso significa que Dios los ha encontrado y que ellos están buscando conocerlo. Vivimos en Dios y Dios mora en nosotros.
131:10.5 (1454.2) «Ya no me conformo con creer que Dios es el Padre de todo mi pueblo; a partir de ahora creeré que también es mi Padre. Procuraré siempre adorar a Dios con la ayuda del Espíritu de la Verdad, que es mi ayudante desde que he llegado realmente a conocer a Dios. Pero antes que nada me propongo adorar a Dios aprendiendo a hacer su voluntad en la tierra, es decir, voy a hacer todo lo posible por tratar a cada uno de mis compañeros mortales como creo que a Dios le gustaría que lo tratara. Cuando vivimos así en la carne podemos pedir muchas cosas a Dios, y él nos concederá los deseos de nuestro corazón para que estemos mejor preparados para servir a nuestros semejantes. Y todo este servicio de amor a los hijos de Dios aumenta nuestra capacidad de recibir y experimentar las alegrías del cielo, los placeres superiores del ministerio del espíritu del cielo.
131:10.6 (1454.3) «Daré gracias a Dios todos los días por sus dádivas inefables, lo alabaré por sus obras maravillosas para los hijos de los hombres. Para mí es el Todopoderoso, el Creador, el Poder y la Misericordia, pero por encima de todo es mi Padre en el espíritu y, como su hijo en la tierra, iré hacia él para verlo algún día. Mi tutor me ha dicho que al buscarlo me iré haciendo como él. Mediante la fe en Dios he logrado la paz con él. Esta nueva religión nuestra está llena de alegría y genera una felicidad duradera. Confío en que seré fiel hasta la muerte y estoy seguro de que recibiré la corona de la vida eterna.
131:10.7 (1454.4) «Estoy aprendiendo a comprobar todas las cosas y a adherirme a lo que es bueno. Haré a mis semejantes todo lo que quisiera que me hicieran a mí. Sé por esta nueva fe que el hombre puede convertirse en hijo de Dios, aunque a veces me aterra pararme a pensar que todos los hombres son mis hermanos. Y sin embargo debe ser verdad. No veo cómo podría regocijarme en la paternidad de Dios y negarme a aceptar la hermandad del hombre. Todo el que invoque el nombre del Señor será salvado, y si esto es verdad, todos los hombres deben ser mis hermanos.
131:10.8 (1454.5) «A partir de ahora haré mis buenas obras en secreto y oraré casi siempre a solas. No juzgaré, porque no quiero ser injusto con mis semejantes. Voy a aprender a amar a mis enemigos aunque todavía no domino bien esta forma de parecerme a Dios. Veo también a Dios en las otras religiones, pero lo encuentro más bello, más amoroso, más misericordioso, más personal y más positivo en ‘nuestra religión’. Lo mejor de todo es que este Ser grande y glorioso es mi Padre espiritual y yo soy su hijo. Solo por mi deseo sincero de ser como él terminaré por encontrarlo y le serviré eternamente. Por fin tengo una religión con un Dios, un Dios maravilloso que es un Dios de salvación eterna.»
El libro de Urantia
Documento 132
132:0.1 (1455.1) PUESTO QUE Gonod traía saludos de los príncipes de la India para Tiberio, el regidor romano, los dos indios y Jesús comparecieron ante él al tercer día de su llegada a Roma. El taciturno emperador estaba excepcionalmente alegre aquel día y charló largo rato con los tres. Cuando se marcharon, el emperador comentó con el auxiliar que estaba a su derecha refiriéndose a Jesús: «Si yo tuviera el porte regio y los modales perfectos de ese hombre, sería un espléndido emperador, ¿no?».
132:0.2 (1455.2) Durante su estancia en Roma, Ganid tenía un horario fijo para estudiar y para visitar los lugares de interés de la ciudad. Su padre tenía muchos negocios que tratar. Deseaba educar a su hijo como digno sucesor suyo en la gestión de sus vastos intereses comerciales y pensó que había llegado el momento de introducir al muchacho en el mundo de los negocios. Había en Roma muchos ciudadanos de la India y uno de los propios empleados de Gonod solía acompañarle como intérprete, de modo que Jesús tuvo días enteros para llegar a conocer a fondo esta ciudad de dos millones de habitantes. Iba mucho al foro, el centro de la vida política, jurídica y comercial. Subía con frecuencia al Capitolio, y mientras contemplaba ese magnífico templo dedicado a Júpiter, Juno y Minerva, reflexionaba sobre la ignorancia que mantenía esclavizados a esos romanos. Pasaba también mucho tiempo en la colina Palatina, sede de la residencia del emperador, del templo de Apolo y de las bibliotecas griega y latina.
132:0.3 (1455.3) El Imperio romano de entonces comprendía todo el sur de Europa, Asia Menor, Siria, Egipto y el noroeste de África, y entre sus habitantes había ciudadanos de todos los países del hemisferio oriental. La razón principal por la que Jesús accedió a hacer este viaje fue su deseo de estudiar a este conjunto cosmopolita de mortales urantianos y de mezclarse con ellos.
132:0.4 (1455.4) Jesús aprendió en Roma muchas cosas sobre los hombres, pero la más valiosa de las múltiples experiencias de sus seis meses de estancia en esa ciudad fue su contacto con los líderes religiosos de la capital del Imperio y su influencia sobre ellos. En menos de una semana había localizado y conocido a los líderes más notables de los cínicos, los estoicos y los cultos de misterio, en particular a los del grupo mitraico. Supiera o no Jesús que los judíos rechazarían su misión, previó con toda seguridad que sus mensajeros no tardarían en ir a Roma a proclamar el reino de los cielos. Por ello se puso a preparar el camino con admirable clarividencia para que su mensaje fuera recibido mejor y con más certeza. Seleccionó a cinco de los estoicos más destacados, once de los cínicos y a dieciséis líderes de los cultos de misterio y pasó gran parte de su tiempo libre en estrecha relación con esos maestros religiosos durante casi seis meses. Su método de instrucción consistió en no combatir ninguno de sus errores ni mostrar los fallos de sus enseñanzas. Seleccionaba en cada caso la verdad de lo que enseñaban y luego embellecía e iluminaba esa verdad en sus mentes de tal manera que en muy poco tiempo esta verdad acrecentada rechazaba por sí misma el error asociado a ella. Así fue como esos hombres y mujeres enseñados por Jesús quedaron preparados para reconocer más adelante otras verdades similares en las enseñanzas de los primeros misioneros cristianos. Y su aceptación inmediata de las enseñanzas de los predicadores del evangelio fue lo que impulsó tan poderosamente la propagación del cristianismo en Roma y desde allí en todo el Imperio.
132:0.5 (1456.1) La relevancia de esta notable iniciativa se hace patente si consideramos que de los treinta y dos líderes religiosos de Roma instruidos por Jesús, solo dos no dieron fruto. Los otros treinta desempeñaron un papel capital en el establecimiento del cristianismo en Roma, y algunos de ellos ayudaron también a convertir el principal templo mitraico en la primera iglesia cristiana de esa ciudad. Nosotros que vemos las actividades humanas desde detrás del escenario y a la luz de los diecinueve siglos transcurridos, solo reconocemos la influencia decisiva de tres factores en la preparación inicial del terreno para la rápida propagación del cristianismo por toda Europa. Son los siguientes:
132:0.6 (1456.2) 1. La elección y mantenimiento de Simón Pedro como apóstol.
132:0.7 (1456.3) 2. La charla en Jerusalén con Esteban, cuya muerte condujo a la conversión de Saulo de Tarso.
132:0.8 (1456.4) 3. La preparación preliminar de los treinta romanos para el liderazgo posterior de la nueva religión en Roma y en todo el Imperio.
132:0.9 (1456.5) Ni Esteban ni los treinta elegidos se dieron nunca cuenta de que habían hablado en su día con el hombre cuyo nombre se convirtió en el sujeto de sus enseñanzas religiosas. La obra de Jesús con los treinta y dos líderes originales fue enteramente personal. El escriba de Damasco no trabajó nunca con más de tres a la vez, pocas veces con más de dos, y casi siempre les enseñaba individualmente. Pudo hacer este gran trabajo de formación religiosa porque esos hombres y mujeres no estaban atados a las tradiciones, no eran víctimas de ideas fijas preconcebidas sobre todos los desarrollos religiosos del futuro.
132:0.10 (1456.6) En los años inmediatamente posteriores Pedro, Pablo y los otros maestros cristianos de Roma oyeron hablar muchas veces sobre este escriba de Damasco que los había precedido y que tan obvia y (según ellos) inconscientemente había preparado el camino para su llegada con el nuevo evangelio. Aunque Pablo no llegó nunca a adivinar realmente la identidad de ese escriba de Damasco, poco antes de su muerte y por la similitud de las descripciones de la persona, llegó a la conclusión de que el «fabricante de tiendas de Antioquía» era también el «escriba de Damasco». Una vez que predicaba en Roma, Simón Pedro oyó una descripción del escriba de Damasco y sospechó que esa persona podría haber sido Jesús, pero desechó rápidamente la idea sabiendo muy bien (eso creía él) que el Maestro no había estado nunca en Roma.
132:1.1 (1456.7) Al principio de su estancia en Roma Jesús pasó toda una noche conversando con Angamon, el líder de los estoicos. Este hombre se hizo posteriormente muy amigo de Pablo y resultó ser uno de los más firmes seguidores de la Iglesia cristiana de Roma. He aquí en esencia y transcrito a un lenguaje moderno lo que Jesús enseñó a Angamon:
132:1.2 (1457.1) La norma de los valores verdaderos ha de buscarse en el mundo espiritual y en los niveles divinos de la realidad eterna. Para un mortal ascendente todas las normas más bajas y materiales han de ser consideradas como transitorias, parciales e inferiores. El científico como tal está limitado a descubrir las conexiones de los hechos materiales. En teoría no tiene derecho a declararse materialista o idealista. Al hacerlo renunciaría a una actitud verdaderamente científica, puesto que todas y cada una de esas tomas de posición son la esencia misma de la filosofía.
132:1.3 (1457.2) El avance ilimitado de una cultura puramente materialista se puede acabar convirtiendo en una amenaza para la civilización si la visión interior moral y el logro espiritual de la humanidad no aumentan en la misma proporción. Una ciencia puramente materialista lleva dentro de sí la semilla potencial de la destrucción de todo esfuerzo científico, pues esta misma actitud es el presagio del colapso final de una civilización que ha abandonado su sentido de los valores morales y ha repudiado su meta de logro espiritual.
132:1.4 (1457.3) El científico materialista y el idealista extremo están destinados a un constante enfrentamiento, pero eso no ocurre cuando científicos e idealistas poseen una norma común de altos valores morales y niveles de prueba espirituales. En toda época, los científicos y las personas religiosas deben reconocer que están siendo probados ante el tribunal de la necesidad humana. Deben abstenerse de pugnar entre sí y esforzarse valerosamente por justificar la continuidad de su supervivencia mediante una mayor entrega al servicio del progreso humano. Si la llamada ciencia o la llamada religión de cualquier edad es falsa, deberá purificar sus actividades o bien desaparecer para dar paso a una ciencia material o una religión espiritual más digna y verdadera.
132:2.1 (1457.4) Mardus era el jefe reconocido de los cínicos de Roma, y se hizo muy amigo del escriba de Damasco. Día tras día conversaba con Jesús, y noche tras noche escuchaba su divina enseñanza. Una de las conversaciones más importantes con Mardus surgió como respuesta a la pregunta de este cínico sincero sobre el bien y el mal. En esencia y en palabras del siglo veinte, Jesús le dijo:
132:2.2 (1457.5) Hermano, el bien y el mal son meras palabras que simbolizan niveles relativos de comprensión humana del universo observable. Si eres éticamente perezoso y socialmente indiferente, puedes tomar como norma del bien los usos sociales corrientes. Si eres espiritualmente indolente y moralmente estático, puedes tomar como norma del bien las prácticas y tradiciones religiosas de tus contemporáneos. Pero el alma que sobrevive al tiempo y emerge en la eternidad debe hacer una elección viva y personal entre el bien y el mal tal como están determinados por los valores verdaderos de las normas espirituales establecidas por el espíritu divino que el Padre del cielo ha enviado a morar en el corazón del hombre. Este espíritu que mora en el interior es la norma de la supervivencia de la personalidad.
132:2.3 (1457.6) La bondad, igual que la verdad, es siempre relativa y contrasta infaliblemente con el mal. La percepción de estas cualidades de bondad y de verdad es lo que permite al alma en evolución de los hombres hacer las elecciones personales que son esenciales para la supervivencia eterna.
132:2.4 (1458.1) La persona espiritualmente ciega que sigue lógicamente los dictados científicos, los usos sociales y los dogmas religiosos se encuentra en grave peligro de sacrificar su independencia moral y perder su libertad espiritual. Un alma así está destinada a convertirse en un papagayo intelectual, un autómata social y un esclavo de la autoridad religiosa.
132:2.5 (1458.2) La bondad está creciendo siempre hacia nuevos niveles de mayor libertad de autorrealización moral y logro de la personalidad espiritual; es el descubrimiento del Ajustador que mora en el interior y la identificación con él. Una experiencia es buena cuando acentúa la apreciación de la belleza, aumenta la voluntad moral, realza la percepción de la verdad, amplía la capacidad de amar y servir a nuestros semejantes, exalta los ideales espirituales y unifica las motivaciones humanas supremas del tiempo con los planes eternos del Ajustador interior. Todo esto conduce directamente a un mayor deseo de hacer la voluntad del Padre y estimula la pasión divina de encontrar a Dios y ser más como él.
132:2.6 (1458.3) A medida que ascendáis por la escala de desarrollo de las criaturas en el universo, encontraréis una bondad creciente y un mal decreciente en perfecta conformidad con vuestra capacidad de experimentar la bondad y percibir la verdad. La aptitud de albergar el error o experimentar el mal no se perderá del todo hasta que el alma humana en ascenso alcance los niveles espirituales finales.
132:2.7 (1458.4) La bondad es viva, relativa, está siempre en progreso; es invariablemente una experiencia personal y está correlacionada a perpetuidad con la percepción de la verdad y de la belleza. La bondad se encuentra en el reconocimiento de los valores positivos de la verdad del nivel espiritual, que deben contrastar en la experiencia humana con su equivalente negativo, las sombras del mal potencial.
132:2.8 (1458.5) Hasta que alcancéis los niveles del Paraíso, la bondad será siempre más una búsqueda que una posesión, más una meta que una experiencia de logro. Pero hambrientos y sedientos de rectitud, experimentaréis una satisfacción creciente en el logro parcial de la bondad. La presencia del bien y del mal en el mundo es de por sí prueba concluyente de la existencia y la realidad de la voluntad moral del hombre, la personalidad que identifica así estos valores y es capaz de elegir entre ellos.
132:2.9 (1458.6) Cuando el mortal ascendente alcanza el Paraíso, su capacidad de identificar el yo con los valores verdaderos del espíritu se ha ampliado hasta el punto de lograr la posesión perfecta de la luz de vida. Dicha personalidad de espíritu perfeccionada se unifica tan completa, divina y espiritualmente con las cualidades positivas y supremas de la bondad, la belleza y la verdad, que no queda ninguna posibilidad de que ese espíritu recto pueda arrojar ni una sombra negativa de mal potencial al ser expuesto al escrutinio fulgurante de la luz divina de los Regidores infinitos del Paraíso. En todas estas personalidades de espíritu la bondad ha dejado de ser parcial, contrastante y relativa; se ha vuelto divinamente completa y espiritualmente repleta; se acerca a la pureza y la perfección del Supremo.
132:2.10 (1458.7) La posibilidad del mal es necesaria para la elección moral, pero su actualidad no lo es. Una sombra solo es real relativamente. El mal actual no es necesario como experiencia personal. En los niveles más bajos de desarrollo espiritual, el mal potencial es igual de eficaz como estímulo de la decisión en el ámbito del progreso moral. El mal solo se hace realidad en la experiencia personal cuando una mente moral lo elige deliberadamente.
132:3.1 (1459.1) Nabón era un judío griego, el dirigente más destacado del culto mitraico, el principal culto de misterio de Roma. Este sumo sacerdote del mitraísmo mantuvo muchas conversaciones con el escriba de Damasco, pero la que más decisivamente le influyó fue la que tuvieron una tarde sobre la verdad y la fe. Nabón tenía intención de convertir a Jesús e incluso le había propuesto volver a Palestina como maestro mitraico. Nunca sospechó que Jesús lo estaba preparando para ser uno de los primeros conversos al evangelio del reino. Esta fue la esencia de la enseñanza de Jesús en palabras modernas:
132:3.2 (1459.2) La verdad no se puede definir con palabras sino solo viviéndola. La verdad es siempre más que conocimiento. El conocimiento concierne a las cosas observadas, pero la verdad trasciende esos niveles puramente materiales porque se relaciona con la sabiduría y abarca imponderables como la experiencia humana e incluso las realidades espirituales vivas. El conocimiento se origina en la ciencia; la sabiduría, en la filosofía verdadera; la verdad, en la experiencia religiosa de la vida espiritual. El conocimiento corresponde a los hechos; la sabiduría, a las relaciones; la verdad, a los valores de la realidad.
132:3.3 (1459.3) El hombre tiende a cristalizar la ciencia, reducir la filosofía a fórmulas y dogmatizar la verdad porque tiene pereza mental para adaptarse a las luchas progresivas de la vida y al mismo tiempo un miedo terrible a lo desconocido. Al hombre normal le cuesta mucho introducir cambios en sus hábitos de pensamiento y en sus modos de vivir.
132:3.4 (1459.4) La verdad revelada, la verdad descubierta personalmente, es el deleite supremo del alma humana. Es la creación conjunta de la mente material y el espíritu que mora en su interior. La salvación eterna del alma que percibe la verdad y ama la belleza está asegurada por el hambre y sed de bondad que llevan a ese mortal a proponerse como único objetivo hacer la voluntad del Padre, encontrar a Dios y hacerse como él. No existe nunca conflicto entre la verdad y el conocimiento verdadero. Puede haber conflicto entre el conocimiento y las creencias humanas, creencias teñidas de prejuicios, distorsionadas por el miedo y dominadas por el temor a enfrentarse con nuevos hechos tanto en el descubrimiento material como en el progreso espiritual.
132:3.5 (1459.5) Pero el hombre no puede llegar nunca a poseer la verdad sin el ejercicio de la fe. Esto es así porque los pensamientos, la sabiduría, la ética y los ideales del hombre no se elevarán nunca por encima de su fe, de su esperanza sublime. Y toda fe verdadera está basada en una reflexión profunda, una autocrítica sincera y una consciencia moral intransigente. La fe es la inspiración de la imaginación creativa imbuida de espíritu.
132:3.6 (1459.6) La fe actúa para desencadenar las actividades sobrehumanas de la chispa divina, el germen inmortal que vive dentro de la mente del hombre y que es el potencial de la supervivencia eterna. Las plantas y los animales sobreviven en el tiempo mediante la técnica de pasar de una generación a otra partículas idénticas de sí mismos. El alma humana del hombre (la personalidad) sobrevive a la muerte física por asociación de identidad con esa chispa de divinidad que mora en su interior, que es inmortal y tiene como función perpetuar la personalidad humana en un nivel más alto de continuación de existencia progresiva en el universo. La semilla oculta del alma humana es un espíritu inmortal. La segunda generación del alma es la primera de una sucesión de manifestaciones de la personalidad en forma de existencias espirituales y progresivas que solo terminan cuando esta entidad divina alcanza la fuente de su existencia, la fuente personal de toda existencia, Dios, el Padre Universal.
132:3.7 (1459.7) La vida humana continúa —sobrevive— porque tiene una función en el universo, la tarea de encontrar a Dios. El alma del hombre activada por la fe no puede detenerse hasta alcanzar esa meta del destino, y una vez que ha logrado su meta divina ya no puede tener fin porque se ha hecho como Dios: eterna.
132:3.8 (1460.1) La evolución espiritual es la experiencia de elegir la bondad de forma creciente y voluntaria, acompañada de una progresiva disminución equivalente de la posibilidad del mal. Cuando se llega a elegir la bondad con carácter final y se logra la plena capacidad para apreciar la verdad, se origina una perfección de belleza y santidad cuya rectitud inhibe eternamente la posibilidad de que aparezca ni siquiera el concepto del mal potencial. Esa alma conocedora de Dios no presenta ni una sombra de duda respecto al mal cuando actúa a tan alto nivel de espíritu de bondad divina.
132:3.9 (1460.2) La presencia del espíritu paradisiaco en la mente del hombre constituye la promesa de revelación y la prenda de fe de una existencia eterna de progresión divina para todas las almas que buscan identificarse con ese fragmento de espíritu inmortal del Padre Universal que mora en su interior.
132:3.10 (1460.3) El progreso en el universo está caracterizado por una independencia creciente de la personalidad porque va unido al logro progresivo de niveles cada vez más altos de comprensión propia con el consiguiente autocontrol voluntario. Lograr la perfección del autocontrol espiritual equivale a consumar la independencia en el universo y la libertad personal. La fe alimenta y mantiene el alma del hombre en medio de la confusión de su orientación inicial en un universo tan inmenso. Por su parte la oración se convierte en el gran unificador de las varias inspiraciones de la imaginación creativa y de los impulsos de la fe de un alma que intenta identificarse con los ideales de espíritu de la divina presencia asociada que mora en su interior.
132:3.11 (1460.4) Nabón quedó profundamente impresionado por estas palabras como le ocurría en todas sus conversaciones con Jesús. Estas verdades siguieron ardiendo dentro de su corazón, y los predicadores del evangelio de Jesús que llegaron más tarde encontraron un gran apoyo en él.
132:4.1 (1460.5) Jesús no pasó todo su tiempo libre en Roma preparando a hombres y mujeres para hacer de ellos futuros discípulos del reino venidero. Dedicó también mucho tiempo a conocer íntimamente a todas las razas y clases de hombres que vivían en la ciudad más grande y cosmopolita del mundo. En cada uno de esos numerosos contactos humanos, Jesús tenía un doble propósito: por un lado conocer las reacciones de su interlocutor ante la vida que estaba viviendo en la carne, y por otro decir o hacer algo que hiciera esa vida más rica y más digna de ser vivida. Sus enseñanzas religiosas durante esas semanas fueron semejantes a las que caracterizaron su vida posterior como maestro de los doce y predicador de multitudes.
132:4.2 (1460.6) La idea central de su mensaje era siempre el hecho del amor del Padre celestial y la verdad de su misericordia, unidos a la buena nueva de que el hombre es hijo por la fe de ese mismo Dios de amor. El método habitual de Jesús en sus contactos sociales era romper el hielo haciendo preguntas para conseguir que la gente hablara con él. Al principio de la conversación él solía hacer las preguntas, y al final eran ellos los que le preguntaban. Era experto en enseñar tanto preguntando como respondiendo. Por regla general enseñaba más a quienes menos decía. Quienes más se beneficiaron de su ministerio personal eran personas agobiadas, preocupadas y abatidas que encontraron mucho alivio en la oportunidad de desahogarse con un oyente amable y comprensivo. Él era todo eso y mucho más. Y cuando esos seres humanos desorientados le habían contado sus problemas, Jesús sabía ofrecerles siempre sugerencias prácticas y útiles para salir al paso de sus dificultades reales, unidas a palabras de alivio presente y consuelo inmediato. A estos mortales afligidos les hablaba invariablemente del amor de Dios y les transmitía, mediante métodos variados y diversos, la información de que eran hijos del Padre amoroso del cielo.
132:4.3 (1461.1) De este modo Jesús tuvo un contacto personal afectuoso y edificante con más de quinientos mortales del planeta durante su estancia en Roma. Obtuvo así un conocimiento de las diferentes razas de la humanidad que nunca habría podido adquirir en Jerusalén y quizás tampoco en Alejandría. Consideró siempre esos seis meses como uno de los periodos más ricos e instructivos de su vida en la tierra.
132:4.4 (1461.2) Como era de esperar, un hombre tan dinámico y polifacético no podía actuar así durante seis meses en la metrópolis del mundo sin ser abordado por numerosas personas que deseaban obtener sus servicios para algún negocio o, más a menudo, para algún proyecto de enseñanza, de reforma social o de movimiento religioso. Recibió más de una docena de proposiciones de este tipo, y utilizó cada una de ellas como oportunidad para transmitir algún pensamiento de ennoblecimiento espiritual mediante palabras bien elegidas o mediante algún favor servicial. A Jesús le gustaba mucho hacer cosas —incluso de poca importancia— para toda clase de gente.
132:4.5 (1461.3) Habló con un senador romano sobre política y el arte de gobernar, y este único contacto con Jesús causó tal impresión en este legislador que pasó el resto de su vida intentando en vano inducir a sus colegas a cambiar el curso de la política reinante, a sustituir la idea de un gobierno que apoyara y alimentara al pueblo por la de un pueblo que apoyara al gobierno. Jesús pasó una tarde con un rico propietario de esclavos hablando del hombre como hijo de Dios, y al día siguiente ese hombre llamado Claudio concedió la libertad a ciento diecisiete esclavos. Charló durante una cena con un médico griego y le dijo que sus pacientes tenían mente y alma además de cuerpo; a partir de ahí ese competente doctor se esforzó por atender con más amplitud a sus semejantes. Habló con todo tipo de gente de toda condición social. El único lugar de Roma que no visitó fueron los baños públicos. Se negó a acompañar a sus amigos a los baños por la promiscuidad sexual allí prevalente.
132:4.6 (1461.4) A un soldado romano, mientras caminaban a lo largo del Tíber, le dijo: «Que tu corazón sea tan valiente como tu brazo. Atrévete a hacer justicia y sé lo suficientemente grande como para mostrar misericordia. Obliga a tu naturaleza más baja a obedecer a tu naturaleza más alta como tú obedeces a tus superiores. Venera la bondad y exalta la verdad. Elige la belleza en lugar de la fealdad. Ama a tus semejantes y busca a Dios con todo tu corazón, pues Dios es tu Padre del cielo».
132:4.7 (1461.5) Al orador del foro le dijo: «Tu elocuencia es agradable, tu lógica es admirable, tu voz es grata, pero tu enseñanza no es conforme a la verdad. Si pudieras tan solo disfrutar de la satisfacción inspiradora de conocer a Dios como tu Padre espiritual podrías emplear tus poderes de orador para liberar a tus semejantes de la servidumbre de las tinieblas y de la esclavitud de la ignorancia». Este fue el mismo Marcos que escuchó predicar a Pedro en Roma y se convirtió en su sucesor. Cuando crucificaron a Simón Pedro fue él quien desafió a los perseguidores romanos y siguió predicando audazmente el nuevo evangelio.
132:4.8 (1462.1) Un día se encontró con un pobre hombre que había sido acusado en falso. Jesús lo acompañó ante el juez y, después de obtener autorización para comparecer en su nombre, pronunció un magnífico discurso en el que dijo: «La justicia hace grande a una nación, y cuanto más grande sea una nación más debe velar por que no se cometa injusticia ni con el más humilde de sus ciudadanos. ¡Ay de la nación en la que solo aquellos que poseen dinero e influencia pueden conseguir una justicia pronta ante sus tribunales! Es deber sagrado de un juez absolver al inocente además de castigar al culpable. La supervivencia de una nación depende de la imparcialidad, la equidad y la integridad de sus tribunales. El gobierno civil se fundamenta en la justicia igual que la religión verdadera se fundamenta en la misericordia». El juez reabrió el caso, y tras examinar cuidadosamente las pruebas, puso en libertad al prisionero. De todas las actividades de Jesús durante ese tiempo de ministerio personal, fue esta la que estuvo más cerca de ser una aparición pública.
132:5.1 (1462.2) Cierto hombre rico, ciudadano romano y estoico, conoció a Jesús por Angamon y llegó a interesarse mucho por sus enseñanzas. Después de muchas conversaciones privadas, este acaudalado ciudadano preguntó a Jesús qué haría él con la riqueza si la tuviera, y Jesús le respondió: «Aplicaría la riqueza material a la mejora de la vida material, igual que utilizaría el conocimiento, la sabiduría y el servicio espiritual para enriquecer la vida intelectual, ennoblecer la vida social y hacer progresar la vida espiritual. Administraría la riqueza material como depositario prudente y efectivo de los recursos de una generación, para beneficio y ennoblecimiento de la generación siguiente y de las venideras».
132:5.2 (1462.3) Pero el hombre rico no quedó totalmente satisfecho con la respuesta de Jesús y tuvo la audacia de volver a preguntar: «¿Pero qué crees que un hombre de mi posición debería hacer con su riqueza? ¿Debería conservarla o repartirla?». Cuando Jesús se dio cuenta de que deseaba realmente conocer mejor la verdad sobre su lealtad a Dios y su deber hacia los hombres, amplió su respuesta: «Amigo mío, veo que buscas sinceramente la sabiduría y amas honradamente la verdad, por eso voy a exponerte mi punto de vista sobre la solución de tus problemas relacionados con las responsabilidades de la riqueza. Lo hago porque me has pedido consejo, y al dártelo, no voy a referirme a la riqueza de ningún otro hombre rico. Mi consejo es solo para ti y para tu orientación personal. Si deseas honradamente considerar tu riqueza como un depósito que te ha sido confiado, si deseas realmente convertirte en administrador prudente y eficaz de tu riqueza acumulada, te aconsejaría que hicieras un análisis de las fuentes de tu riqueza. Pregúntate de dónde procede esa riqueza y haz todo lo posible por encontrar una respuesta franca. Para ayudarte a analizar los orígenes de tu gran fortuna, te sugiero que recuerdes los diez métodos siguientes de acumular bienes materiales:
132:5.3 (1462.4) «1. Riqueza heredada: bienes recibidos de los padres y otros antepasados.
132:5.4 (1462.5) «2. Riqueza descubierta: bienes provenientes de los recursos no explotados de la madre tierra.
132:5.5 (1462.6) «3. Riqueza comercial: bienes obtenidos como beneficio justo en el trueque e intercambio de mercancías materiales.
132:5.6 (1462.7) «4. Riqueza injusta: bienes provenientes de la explotación injusta o de la esclavitud de nuestros semejantes.
132:5.7 (1463.1) «5. Riqueza de intereses: ingresos provenientes de las posibilidades de ganancia justa y equitativa por capitales invertidos.
132:5.8 (1463.2) «6. Riqueza fruto del talento: remuneración a las dotes creativas e inventivas de la mente humana.
132:5.9 (1463.3) «7. Riqueza accidental: bienes provenientes de la generosidad de nuestros semejantes o de las circunstancias de la vida.
132:5.10 (1463.4) «8. Riqueza robada: bienes obtenidos mediante injusticia, falsedad, robo o fraude.
132:5.11 (1463.5) «9. Fondos en depósito: riqueza puesta en tus manos por tus semejantes para algún uso específico presente o futuro.
132:5.12 (1463.6) «10. Riqueza ganada: bienes provenientes directamente de tu propio trabajo personal como remuneración justa y equitativa del esfuerzo cotidiano tanto físico como mental.
132:5.13 (1463.7) «Y así, amigo, si quieres ser administrador fiel y justo de tu gran fortuna ante Dios y al servicio de los hombres, debes dividir aproximadamente tu riqueza en estas diez categorías generales para administrar cada una de ellas según la interpretación prudente y honrada de las leyes de la justicia, la equidad, la honradez y la verdadera eficacia. Y puedes estar seguro de que el Dios del cielo no te condenaría si, en caso de duda, te equivocaras de forma misericordiosa y altruista a favor de las víctimas que soportan las circunstancias desfavorables de la vida mortal. Cuando tengas dudas sinceras sobre la justicia y equidad de una situación material, que tu decisión favorezca a los necesitados, a aquellos que sufren la desgracia de unas privaciones inmerecidas».
132:5.14 (1463.8) Después de hablar de estas cuestiones durante varias horas, el hombre rico le pidió que le instruyera con más detalle. Jesús siguió ampliando sus consejos y le dijo en esencia: «Al hacerte estas nuevas sugerencias respecto a tu actitud hacia la riqueza, te recomiendo que recibas mis consejos como algo destinado exclusivamente para ti y para tu orientación personal. Te hablo como a un amigo que me pide información y lo hago solo en mi nombre. Te ruego que no te dediques a dictar a otros hombres ricos cómo deben considerar su riqueza. Estas son mis recomendaciones:
132:5.15 (1463.9) «1. Como administrador de riquezas heredadas, deberías considerar sus orígenes. Tienes la obligación moral de representar a la generación anterior en la transmisión honrada de una riqueza legítima a las generaciones venideras después de deducir una cantidad justa para beneficio de la generación presente. Pero no estás obligado a perpetuar ningún fraude o injusticia implicados en la acumulación ilegítima de riquezas por parte de tus antepasados. Si resulta que una parte de tu riqueza heredada proviene del fraude o de la deslealtad, puedes distribuirla como te dicten tus convicciones sobre la justicia, la generosidad y la restitución. En cuanto al resto de la fortuna legítima que has heredado, puedes utilizarlo con equidad y transmitirlo con seguridad como depositario de una generación para la siguiente. Y a la hora de legar estos bienes a tus sucesores deberás tomar tus decisiones con prudencia, discernimiento y sensatez.
132:5.16 (1463.10) «2. Todo descubridor de riquezas debería recordar que una persona solo vive en la tierra una corta temporada y tomar las medidas oportunas para compartir esos descubrimientos de manera útil con el mayor número posible de sus semejantes. No se debe negar al descubridor toda recompensa por su trabajo, pero él tampoco debería atreverse a reclamar egoístamente todas las ventajas y beneficios que puedan derivarse del descubrimiento de los recursos atesorados por la naturaleza.
132:5.17 (1464.1) «3. Quienes elijan gestionar sus negocios en el mundo mediante el trueque y el comercio tienen derecho a unos beneficios legítimos y equitativos. Todo comerciante merece un sueldo por sus servicios; al mercader le corresponde su jornal. La equidad en el comercio y el trato honrado a nuestros semejantes en los negocios organizados del mundo crean muchos tipos de beneficio, y todas esas distintas fuentes de riqueza deben valorarse según los principios más elevados de la justicia, la honradez y la equidad. El comerciante honrado no debe dudar en adjudicarse el mismo beneficio que estaría dispuesto a dar a un colega suyo en una transacción similar. Aunque el tipo de ganancia por trabajo individual no es idéntico al de los negocios a gran escala, quien acumula riqueza honradamente tiene mucho que decir a la hora de distribuirla con equidad.
132:5.18 (1464.2) «4. Ningún mortal que conozca a Dios e intente cumplir la voluntad divina podrá rebajarse nunca a oprimir a los demás con su riqueza. Ningún hombre noble puede dedicarse a acumular bienes y amasar poder y riqueza mediante la esclavización o la explotación injusta de sus hermanos en la carne. Las riquezas son una maldición moral y un estigma espiritual cuando provienen del sudor de mortales oprimidos. Toda riqueza de este tipo debería ser restituida a quienes se ha robado de esa manera o a sus hijos y a los hijos de sus hijos. No se puede construir una civilización duradera sobre la práctica de estafar al trabajador en su jornal.
132:5.19 (1464.3) «5. La riqueza honrada tiene derecho a generar intereses. Mientras los hombres presten y pidan prestado, se puede recabar un interés justo siempre que el capital prestado sea una riqueza legítima. Antes de exigir intereses limpia primero tu capital. No te vuelvas tan avaricioso y despreciable como para rebajarte a practicar la usura. No te permitas utilizar egoístamente el poder del dinero como ventaja injusta sobre tus semejantes que pasan necesidad. No caigas nunca en la tentación de ser usurero con el hermano que está en apuros financieros.
132:5.20 (1464.4) «6. Si llegas a hacerte rico gracias a tu talento, si tus bienes proceden del fruto de tus dotes inventivas, no te adjudiques una porción excesiva de dichas remuneraciones. El genio debe algo tanto a sus antepasados como a sus descendientes y está también en deuda con la raza, la nación y las circunstancias de las creaciones de su inventiva. Nunca debe olvidar que trabajó en sus inventos y los sacó adelante como hombre entre los hombres. Pero sería igual de injusto privar al genio de todo el incremento de riqueza que ha producido. Por otra parte, los hombres no podrán nunca establecer reglamentaciones aplicables por igual a todos estos problemas de distribución equitativa de la riqueza. Primero debes reconocer al hombre como hermano tuyo, y si deseas honradamente hacer por él lo que quisieras que él hiciera por ti, los dictados comunes de la justicia, la honradez y la equidad te ayudarán a resolver de manera justa e imparcial todos los inevitables problemas de remuneración y justicia social que se te presenten.
132:5.21 (1464.5) «7. Ningún hombre debería reclamar para sí la riqueza que el tiempo y la suerte hayan podido poner en sus manos; solo le corresponden los honorarios justos y legítimos por su administración. Los bienes fortuitos deberían ser considerados como una especie de depósito para ser empleado en beneficio de nuestro grupo económico o social. Los poseedores de tales bienes deberían tener la voz principal a la hora de distribuir de manera sabia y efectiva esos recursos no ganados. El hombre civilizado no siempre considerará todo lo que controla como propiedad personal y privada.
132:5.22 (1465.1) «8. Si cualquier parte de tu fortuna proviene del fraude intencionado, si algo de tu riqueza se ha acumulado mediante prácticas indignas o métodos desleales, si tus bienes son el producto de tratos injustos con tus semejantes, apresúrate a restituir todas esas ganancias ilícitas a sus legítimos dueños. Haz una reparación plena y deja así limpia tu fortuna de toda riqueza indigna.
132:5.23 (1465.2) «9. Administrar los bienes de otra persona es una responsabilidad solemne y sagrada. No arriesgues ni pongas en peligro ese depósito. Adjudícate en calidad de administrador solo lo que darían por bueno todos los hombres honrados.
132:5.24 (1465.3) «10. La parte de tu fortuna que hayas ganado con tu propio esfuerzo físico y mental —si has hecho tu trabajo con justicia y equidad— es verdaderamente tuya. Nadie puede negarte el derecho a disponer de esa riqueza con toda libertad siempre y cuando el ejercicio de este derecho no perjudique a tus semejantes.»
132:5.25 (1465.4) Cuando Jesús hubo terminado de aconsejarle, el rico romano se levantó de su diván y, al darle las buenas noches, le hizo esta promesa: «Amigo mío, me he convencido de que eres un hombre de gran bondad y sabiduría. Mañana mismo empezaré a administrar mi fortuna según tus consejos».
132:6.1 (1465.5) Fue también en Roma donde ocurrió el conmovedor incidente en el que el Creador de un universo pasó varias horas devolviendo a un niño perdido a su angustiada madre. El chico se había alejado de su casa sin darse cuenta, y Jesús lo encontró llorando desconsoladamente. Jesús y Ganid, que iban camino de las bibliotecas, se dedicaron a llevar al niño a su casa. Ganid no olvidó nunca el comentario de Jesús: «Sabes, Ganid, la mayoría de los seres humanos son como este niño perdido. Pasan mucho tiempo llorando de miedo y sufriendo de pena cuando en realidad están muy cerca del amparo y la seguridad, igual que este niño estaba solo a un paso de su casa. Todos aquellos que conocen el camino de la verdad y disfrutan de la certeza de conocer a Dios deberían considerar como un privilegio y no como un deber orientar a sus semejantes en sus esfuerzos por encontrar las satisfacciones de la vida. ¿Acaso no hemos disfrutado nosotros ayudando al niño a encontrar a su madre? Del mismo modo, los que conducen a los hombres hacia Dios experimentan la satisfacción suprema del servicio humano». Desde aquel día y durante el resto de su vida natural, Ganid estuvo siempre a la búsqueda de niños perdidos para devolverlos a sus hogares.
132:6.2 (1465.6) Había una viuda con cinco hijos cuyo marido había muerto accidentalmente. Jesús contó a Ganid cómo había perdido a su propio padre en un accidente, y fueron muchas veces a consolar a la madre y a los hijos. Ganid consiguió dinero de su padre para proporcionarles ropa y alimento, y no cejaron en sus esfuerzos hasta que encontraron trabajo para el hijo mayor de modo que pudiera ayudar a mantener la familia.
132:6.3 (1465.7) Aquella noche, hablando de esta historia, Gonod dijo cordialmente a Jesús: «Intento hacer de mi hijo un erudito o un hombre de negocios, y ahora te pones tú a convertirlo en un filósofo o un filántropo». Jesús replicó sonriendo: «Quizás hagamos de él las cuatro cosas, así podrá disfrutar cuatro veces más de la vida porque en la melodía humana su oído será capaz de apreciar cuatro tonos en vez de uno». Entonces dijo Gonod: «Veo que eres un auténtico filósofo. Tienes que escribir un libro para las generaciones futuras». Y Jesús respondió: «Un libro no; mi misión es vivir una vida en esta generación y para todas las generaciones, yo...», pero se interrumpió y dijo a Ganid: «Hijo, es hora de acostarse».
132:7.1 (1466.1) Jesús, Gonod y Ganid hicieron cinco excursiones desde Roma a puntos de interés de los alrededores. En su visita a los lagos del norte de Italia, Jesús tuvo una larga charla con Ganid sobre la imposibilidad de hablar de Dios a un hombre que no desea conocer a Dios. De camino hacia los lagos se habían encontrado casualmente con un pagano irreflexivo, y a Ganid le sorprendió que Jesús no siguiera su práctica habitual de entablar conversación con el hombre, lo que les hubiera llevado naturalmente a hablar de cuestiones espirituales. Cuando Ganid preguntó a su maestro por qué había mostrado tan poco interés por ese pagano, Jesús respondió:
132:7.2 (1466.2) «Ganid, ese hombre no tenía hambre de la verdad. No estaba insatisfecho consigo mismo. No estaba preparado para pedir ayuda, y los ojos de su mente no estaban abiertos para recibir la luz destinada al alma. Este hombre no estaba maduro para la cosecha de la salvación. Hay que darle más tiempo para que las pruebas y las dificultades de la vida lo preparen para recibir la sabiduría y el conocimiento más alto. O, si pudiéramos llevarlo a vivir con nosotros, podríamos mostrarle con nuestras vidas al Padre del cielo, y de esa forma se sentiría tan atraído por nuestra vida como hijos de Dios que se vería impulsado a indagar sobre nuestro Padre. No se puede revelar a Dios a quien no lo busca; no se puede conducir a las almas a las alegrías de la salvación contra su voluntad. Es preciso que el hombre llegue a tener hambre de la verdad como consecuencia de las experiencias de la vida o desee conocer a Dios como consecuencia del contacto con las vidas de aquellos que están familiarizados con el Padre divino; solo entonces otro ser humano podrá actuar como medio para conducir a ese compañero mortal hacia el Padre del cielo. Si conocemos a Dios, nuestra verdadera tarea en la tierra es vivir de tal modo que permitamos al Padre revelarse en nuestra vida, y así todas las personas que buscan a Dios verán al Padre y nos pedirán ayuda para averiguar más cosas sobre el Dios que se expresa de ese modo en nuestra vida.»
132:7.3 (1466.3) En la visita a Suiza Jesús estuvo un día entero hablando con el padre y el hijo sobre el budismo. Ganid había hecho muchas veces preguntas directas a Jesús sobre Buda, pero había recibido siempre respuestas más o menos evasivas. Ese día en las montañas y en presencia de su hijo, el padre hizo a Jesús una pregunta directa sobre Buda y recibió una respuesta directa. Gonod dijo: «Me gustaría de verdad saber lo que piensas sobre Buda». Y Jesús contestó:
132:7.4 (1466.4) «Vuestro Buda fue mucho mejor que vuestro budismo. Buda fue un gran hombre e incluso un profeta para su pueblo, pero fue un profeta huérfano. Con eso quiero decir que perdió de vista muy pronto a su Padre espiritual, el Padre del cielo. Su experiencia fue trágica. Trató de vivir y de enseñar como mensajero de Dios, pero sin Dios. Buda guio su nave de salvación hasta el puerto seguro, hasta la entrada misma del refugio de salvación de los mortales, y ahí, por culpa de unas cartas de navegación equivocadas, la buena nave encalló. Ahí lleva inmóvil, varada casi sin remedio durante muchas generaciones. Y ahí se ha quedado también mucha de vuestra gente todos estos años. Viven a tiro de piedra de las aguas seguras del descanso, pero se niegan a entrar porque la noble embarcación del buen Buda tuvo la desgracia de varar justo a la entrada del puerto. Los pueblos budistas no entrarán nunca en ese puerto a menos que abandonen la embarcación filosófica de su profeta y se agarren a su noble espíritu. Si vuestro pueblo hubiera permanecido fiel al espíritu de Buda, hace mucho tiempo que habríais entrado en vuestro refugio de tranquilidad de espíritu, descanso del alma y seguridad de salvación.
132:7.5 (1467.1) «Ya ves, Gonod, Buda conocía a Dios en espíritu, pero no logró descubrirlo con claridad en su mente; los judíos descubrieron a Dios con la mente, pero en su mayoría no lograron conocerlo en espíritu. Hoy los budistas se debaten en una filosofía sin Dios mientras que mi pueblo está lastimosamente encadenado por el miedo a un Dios, sin una filosofía salvadora de vida y de libertad. Vosotros tenéis una filosofía sin Dios; los judíos tienen un Dios pero carecen en buena parte de una filosofía de vida relacionada con él. Buda no logró imaginar a Dios como espíritu y como Padre, por eso no pudo transmitir en su enseñanza la energía moral y el impulso espiritual que necesita una religión para cambiar a una raza y exaltar a una nación.»
132:7.6 (1467.2) Entonces Ganid exclamó: «Maestro, hagamos tú y yo una nueva religión que sea lo suficientemente buena para la India y suficientemente grande para Roma, y quizás podamos ofrecérsela a los judíos a cambio de Yahvé». Pero Jesús replicó: «Ganid, las religiones no se hacen. Las religiones de los hombres se desarrollan durante largos periodos de tiempo, mientras que las revelaciones de Dios destellan sobre la tierra en la vida de los hombres que revelan a Dios a sus semejantes». Pero ellos no comprendieron el significado de estas palabras proféticas.
132:7.7 (1467.3) Cuando se acostaron aquella noche Ganid no pudo conciliar el sueño. Estuvo hablando durante mucho tiempo con su padre y le dijo finalmente: «Sabes, padre, a veces pienso que Josué es un profeta». A lo que su padre solo respondió medio dormido: «Hijo mío, hay otros...».
132:7.8 (1467.4) A partir de ese día, y durante el resto de su vida natural, Ganid siguió desarrollando una religión propia. La amplitud de miras, la equidad y la tolerancia de Jesús le habían impresionado y motivado profundamente. En todas sus conversaciones sobre filosofía y religión, este joven no mostró nunca ningún resentimiento ni tuvo ninguna reacción de antagonismo.
132:7.9 (1467.5) ¡Qué escena para las inteligencias celestiales! ¡Qué espectáculo el del muchacho indio proponiendo al Creador de un universo que hicieran juntos una nueva religión! Y aunque el joven no lo sabía, en aquel momento y lugar estaban haciendo una religión nueva y eterna: un nuevo camino de salvación, la revelación de Dios al hombre a través de Jesús y en Jesús. Lo que más deseaba hacer el muchacho lo estaba haciendo inconscientemente. Y siempre ha sido y será así. Lo que una imaginación humana iluminada y reflexiva, que ha sido guiada y enseñada espiritualmente, desea ser y hacer con entusiasmo y altruismo se vuelve creativo en la medida de la dedicación del mortal al divino cumplimiento de la voluntad del Padre. Cuando el hombre se asocia con Dios pueden suceder y suceden grandes cosas.
El libro de Urantia
Documento 133
133:0.1 (1468.1) JESÚS no se despidió de ninguno de sus amigos al marcharse de Roma. El escriba de Damasco apareció en Roma sin anunciarse y desapareció de la misma manera. Pasaría un año entero antes de que los que lo conocían y lo amaban abandonaran la esperanza de volver a verlo. Antes del final del segundo año se fueron organizando pequeños grupos de personas que lo habían conocido, atraídas entre sí por su interés común en las enseñanzas de Jesús y por los buenos recuerdos de los momentos compartidos con él. Estos pequeños grupos de estoicos, cínicos y miembros de los cultos de misterio siguieron celebrando reuniones esporádicas e informales hasta que hicieron su aparición en Roma los primeros predicadores de la religión cristiana.
133:0.2 (1468.2) Gonod y Ganid habían comprado tantas cosas en Alejandría y Roma que enviaron por delante una recua a Tarento con todas sus pertenencias. Mientras tanto los tres viajeros atravesaron tranquilamente Italia a pie por la gran Vía Apia, y se encontraron con seres humanos de todo tipo durante su viaje. A lo largo de esta calzada vivían muchos nobles ciudadanos romanos y colonos griegos, pero ya empezaba a hacer su aparición la descendencia de un gran número de esclavos inferiores.
133:0.3 (1468.3) Un día pararon a almorzar aproximadamente a medio camino de Tarento, y Ganid preguntó directamente a Jesús su opinión sobre el sistema de castas de la India. Jesús respondió: «Aunque los seres humanos difieren entre sí de muchas maneras, ante Dios y en el mundo espiritual todos los mortales están en igualdad de condiciones. Solo hay dos grupos de mortales a los ojos de Dios: los que desean hacer su voluntad y los que no. Cuando el universo contempla un mundo habitado, distingue igualmente dos grandes clases de mortales: los que conocen a Dios y los que no. Los que no pueden conocer a Dios se cuentan entre los animales de ese mundo. La humanidad se puede clasificar de muchas maneras según diversos criterios, puesto que se puede considerar bajo el punto de vista físico, mental, social, profesional o moral, pero todos esos diferentes tipos de mortales están en igualdad de condiciones ante el tribunal de Dios. Dios, en verdad, no hace acepción de personas. Aunque es inevitable reconocer diferentes aptitudes y dotes humanas en materia intelectual, social y moral, no debería haber ninguna distinción de este tipo en la hermandad espiritual de los hombres cuando se reúnen para adorar en presencia de Dios».
133:1.1 (1468.4) Una tarde, ya cerca de Tarento, ocurrió un incidente muy interesante cuando vieron a un joven tosco y agresivo atacar brutalmente a un muchacho más pequeño al borde del camino. Jesús corrió en ayuda de la víctima y después de liberarlo, sujetó firmemente al mayor hasta que el más pequeño pudo escapar. En cuanto Jesús soltó al matón, Ganid se abalanzó sobre él y empezó a darle una buena paliza, pero Jesús intervino en el acto, contuvo a su pupilo y el chico huyó despavorido. Ganid no se lo esperaba, y exclamó con vehemencia en cuanto recobró el aliento: «No te entiendo, maestro. Si la misericordia exige que rescates al más débil, ¿no exige también la justicia que se castigue al más fuerte por su agresión?». Jesús le contestó:
133:1.2 (1469.1) «Es verdad, Ganid, no lo entiendes. El ministerio de la misericordia siempre es obra del individuo, pero el castigo de la justicia es función de los colectivos administrativos de la sociedad, del gobierno o del universo. Mi obligación como individuo es practicar la misericordia; debo socorrer al agredido y puedo, con total coherencia, emplear la fuerza suficiente para contener al agresor. Eso es exactamente lo que he hecho: he conseguido liberar al muchacho agredido y ahí termina la función de la misericordia. Solo he retenido por la fuerza al agresor el tiempo necesario para permitir escapar a la víctima y luego me he retirado del asunto. No me he puesto a juzgar al agresor, a examinar sus motivos —evaluar todos los elementos de su ataque a un semejante— y a aplicar el castigo dictado por mi mente como justa retribución por su delito. Ganid, la misericordia puede ser generosa, pero la justicia es precisa. ¿No ves que es poco probable que dos personas estén de acuerdo sobre el castigo que satisfaría las exigencias de la justicia? Una consideraría que merece cuarenta latigazos, otra veinte y otra tercera recomendaría una celda de aislamiento como justo castigo. ¿No comprendes que en este mundo es mejor que esas responsabilidades recaigan sobre el colectivo o sean administradas por representantes designados por el colectivo? En el universo la facultad de juzgar corresponde a quienes conocen plenamente los antecedentes de todos los delitos así como sus motivaciones. En una sociedad civilizada y en un universo organizado, la administración de justicia presupone emitir sentencias justas derivadas de juicios justos, y esas prerrogativas recaen sobre los organismos judiciales de los mundos y sobre los administradores omniscientes de los universos superiores de toda la creación.»
133:1.3 (1469.2) Hablaron durante varios días sobre el problema de la misericordia frente a la justicia, y Ganid comprendió hasta cierto punto por qué Jesús se negaba al combate personal. Sin embargo nunca recibió una respuesta realmente satisfactoria a esta última pregunta que hizo a su tutor: «Pero maestro, si una criatura más fuerte que tú te atacara furiosamente y amenazara con destruirte, ¿qué harías? ¿no intentarías defenderte?». Jesús no podía dar al muchacho una respuesta plena y satisfactoria puesto que no estaba dispuesto a desvelarle que él (Jesús) estaba viviendo en la tierra como exponente del amor del Padre del Paraíso ante todo un universo que lo contemplaba, así que le dijo lo siguiente:
133:1.4 (1469.3) «Ganid, comprendo perfectamente que algunos de estos problemas te desconciertan y procuraré contestar a tu pregunta. Ante cualquier posible ataque contra mi persona determinaría primero si el agresor es o no hijo de Dios, mi hermano en la carne. Si pensara que esa criatura no posee juicio moral ni razón espiritual, me defendería sin dudar con todas mis fuerzas sin preocuparme por las consecuencias para el atacante. En cambio no pelearía así contra un semejante con estatus de filiación, ni siquiera en defensa propia. Dicho de otra manera, no lo castigaría por adelantado y sin juicio por haberme agredido. Utilizaría todas las estrategias posibles para evitar el ataque o para mitigarlo si no lograra disuadir al agresor. Ganid, tengo confianza absoluta en la protección de mi Padre celestial. Estoy consagrado a hacer la voluntad de mi Padre del cielo. No creo que me pueda ocurrir ningún daño real; no creo que ningún ataque de mis enemigos pueda poner realmente en peligro la obra de mi vida, y no hay violencia que temer por parte de nuestros amigos. Estoy plenamente convencido de que todo el universo es amigo mío e insisto en creer en esta verdad todopoderosa con una confianza total a pesar de todas las apariencias en contra.»
133:1.5 (1470.1) Pero Ganid no estaba nada convencido, y siguieron hablando mucho sobre estas cosas. Jesús le contó algunas de sus experiencias de muchacho y le habló también de Jacobo, el hijo del albañil. Al enterarse de cómo Jacobo se había erigido en defensor de Jesús, Ganid dijo: «¡Ahora empiezo a entenderlo! Para empezar, sería muy raro que un ser humano normal quisiera atacar a una persona tan bondadosa como tú, y si alguien fuera tan desconsiderado como para hacerlo, es casi seguro que habría algún otro mortal cerca dispuesto a defenderte igual que tú vas siempre a rescatar a cualquiera que está en apuros. En mi corazón estoy de acuerdo contigo, pero en mi cabeza sigo pensando que si yo hubiera sido Jacobo, habría disfrutado castigando a aquellos brutos que se atrevían a atacarte solo porque pensaban que no te defenderías. Supongo que vas bastante seguro en tu viaje por la vida porque dedicas mucho tiempo a ayudar a los demás y a socorrer a tus semejantes, por eso es muy probable que tengas siempre a alguien a mano para defenderte». Jesús replicó: «Ganid, esa prueba no ha llegado aún, y cuando llegue deberemos atenernos a la voluntad del Padre». Esto fue casi todo lo que el muchacho pudo sacar de su maestro sobre el espinoso asunto de la defensa propia y la no resistencia. En otra ocasión consiguió arrancar de Jesús la opinión de que la sociedad organizada tenía todo el derecho a emplear la fuerza para hacer ejecutar sus mandatos justos.
133:2.1 (1470.2) Mientras esperaban en el embarcadero a que el barco descargara, los viajeros vieron a un hombre maltratar a su mujer, y como de costumbre, Jesús intervino en favor de la persona agredida. Se acercó al iracundo marido por detrás y dándole una palmadita en el hombro le dijo: «Amigo, ¿podemos hablar a solas un momento?». El hombre pasó de la furia al desconcierto; tras un momento de vacilación, balbució: «Eh...¿por qué...? sí, ¿qué quieres de mí?». Jesús lo llevó aparte y le dijo: «Amigo, me figuro que te ha ocurrido algo terrible. Quisiera que me contaras qué le ha podido pasar a un hombre tan fuerte como tú para tener que agredir a su esposa, la madre de sus hijos, y encima aquí, a la vista de todo el mundo. Seguro que crees que tienes motivos para atacarla así. ¿Qué ha hecho ella para merecer semejante trato de su marido? Cuando te miro creo adivinar en tu cara que amas la justicia y practicas la misericordia; me atrevo a decir que si me encontraras asaltado por ladrones al borde de un camino, correrías a ayudarme sin dudarlo, y estoy seguro de que has hecho muchas acciones valientes en tu vida. Amigo, dime qué pasa. ¿Ha hecho ella algo malo o has perdido tontamente la cabeza y la has pegado sin pensar?». Conmovido no tanto por las palabras de Jesús como por su mirada amable y su sonrisa comprensiva, el hombre le dijo: «Veo que eres un sacerdote de los cínicos y te agradezco que me hayas frenado. Mi esposa no ha hecho nada realmente malo; es una buena mujer, pero me irrita su tendencia a provocarme en público y pierdo los estribos. Lamento mucho haber perdido el control y prometo intentar vivir según mi antigua promesa a uno de tus hermanos que me enseñó el mejor camino hace muchos años. Te lo prometo».
133:2.2 (1471.1) Jesús le dijo al despedirse: «Hermano, recuerda siempre que el hombre no tiene autoridad legítima sobre la mujer a menos que ella le haya dado esa autoridad de forma libre y voluntaria. Tu esposa se ha comprometido a ir por la vida contigo, a ayudarte en sus luchas y a asumir la mayor parte de la carga de traer al mundo y criar a tus hijos. A cambio de esta contribución especial, es justo que reciba de ti la protección especial que el hombre puede dar a la mujer como a la compañera que debe llevar dentro, dar a luz y criar a los hijos. La atención y la consideración amorosa que un hombre está dispuesto a ofrecer a su esposa y a sus hijos marcan la medida en que ese hombre ha alcanzado niveles superiores de consciencia creativa y espiritual de sí mismo. ¿No sabes que los hombres y las mujeres son colaboradores de Dios en el sentido de que cooperan para crear seres que llegan a poseer la potencialidad de almas inmortales? El Padre del cielo trata a la Madre Espíritu de los hijos del universo como su igual. Compartir tu vida y todo lo relacionado con ella en términos de igualdad con la compañera y madre que comparte tan plenamente contigo la experiencia divina de reproduciros en las vidas de vuestros hijos es parecerse a Dios. Solo con que ames a tus hijos como Dios te ama a ti, amarás y respetarás a tu esposa como el Padre del cielo honra y exalta al Espíritu Infinito, la madre de todos los hijos del espíritu de un vasto universo».
133:2.3 (1471.2) Al subir a bordo se volvieron para contemplar la escena de la pareja abrazada en silencio con lágrimas en los ojos. Tras haber escuchado la última parte del mensaje de Jesús a aquel hombre, Gonod estuvo todo el día meditando sobre ello y tomó la decisión de reorganizar su hogar en cuanto llegara a la India.
133:2.4 (1471.3) El viaje a Nicópolis, con vientos poco favorables, fue agradable pero lento. Los tres pasaron muchas horas reviviendo sus experiencias de Roma y rememorando todo lo que les había sucedido desde que se conocieron en Jerusalén. Ganid, cada vez más imbuido del espíritu del ministerio personal, empezó a ejercerlo con el despensero del barco, pero al segundo día se metió en las aguas profundas de la religión y tuvo que llamar a Josué para que le sacara de apuros.
133:2.5 (1471.4) Pasaron varios días en Nicópolis, la ciudad fundada unos cincuenta años antes por Augusto como «ciudad de la victoria» en conmemoración de la batalla de Actium, pues fue allí donde acampó con su ejército antes de la batalla. Se alojaron en casa de un tal Jerami, un prosélito griego de la fe judía, a quien habían conocido a bordo. Años más tarde, el apóstol Pablo pasaría todo un invierno con el hijo de Jerami en esa misma casa durante su tercer viaje misionero. Desde Nicópolis navegaron en el mismo barco hasta Corinto, la capital de la provincia romana de Acaya.
133:3.1 (1471.5) Para cuando llegaron a Corinto Ganid estaba cada vez más interesado por la religión judía, de modo que al pasar un día por delante de la sinagoga y ver entrar a la gente pidió a Jesús que lo llevara a las ceremonias. Aquel día escucharon a un erudito rabino disertar sobre «El destino de Israel», y después del oficio religioso conocieron a un tal Crispo, el jefe de esa sinagoga. Volvieron muchas veces a las ceremonias de la sinagoga, pero más que nada para encontrarse con Crispo. Ganid llegó a apreciar mucho a Crispo, a su esposa y a sus cinco hijos. Le gustaba observar cómo llevaba un judío su vida de familia.
133:3.2 (1472.1) Mientras Ganid estudiaba la vida de familia, Jesús enseñaba a Crispo los mejores caminos del vivir religioso. Jesús se reunió a hablar más de veinte veces con este judío de miras amplias. Años más tarde Pablo predicaría en esta misma sinagoga, pero los judíos rechazaron su mensaje y decidieron por mayoría prohibirle predicar en la sinagoga. Entonces fue cuando Pablo se dirigió a los gentiles, y no es de extrañar que Crispo y toda su familia abrazaran la nueva religión y se convirtieran en uno de los pilares de la Iglesia cristiana que Pablo organizó después en Corinto.
133:3.3 (1472.2) Durante los dieciocho meses que Pablo estuvo predicando en Corinto, donde luego se unieron a él Silas y Timoteo, se encontró con muchas otras personas que habían sido instruidas por «el tutor judío del hijo de un mercader indio».
133:3.4 (1472.3) En Corinto, la ciudad más cosmopolita del Imperio mediterráneo después de Alejandría y Roma, conocieron a gentes de todas las razas procedentes de tres continentes. Era una ciudad llena de atractivos, y Ganid no se cansaba de visitar la ciudadela que se alzaba casi seiscientos metros por encima del mar. También pasó gran parte de su tiempo libre entre la sinagoga y la casa de Crispo. Al principio le escandalizó el estatus de la mujer en la familia judía pero luego le encantó; fue una revelación para el joven indio.
133:3.5 (1472.4) Otro judío que invitó con frecuencia a Jesús y Ganid a su casa fue Justo, un mercader devoto que vivía junto a la sinagoga. Años más tarde, el apóstol Pablo pasó temporadas en esta misma casa y oyó contar muchas veces las visitas del muchacho indio y su tutor judío. Tanto Pablo como Justo se preguntaron siempre qué habría sido de aquel sabio y brillante maestro hebreo.
133:3.6 (1472.5) Durante la estancia en Roma, Ganid se había dado cuenta de que Jesús evitaba ir con ellos a los baños públicos. Después de eso el joven trató varias veces de inducir a Jesús a opinar más ampliamente sobre las relaciones entre los sexos, pero aunque su tutor contestaba a sus preguntas, nunca parecía estar dispuesto a hablar detenidamente de estos asuntos. Una noche en Corinto, mientras paseaban por la zona donde la muralla de la ciudadela descendía hasta el mar, fueron abordados por dos mujeres públicas. Ganid estaba persuadido, y con razón, de que Jesús era un hombre de ideales superiores que aborrecía todo lo que sonara a impureza o tuviera el sabor del mal, de modo que se dirigió enojadamente a las mujeres e intentó alejarlas con gestos groseros. Jesús al verlo le dijo: «Ganid, tus intenciones son buenas, pero no deberías atreverte a hablar así a unas hijas de Dios aunque dé la casualidad de que sean hijas erradas. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a estas mujeres? ¿Conoces todas las circunstancias que las han llevado a ganarse así la vida? Quedaos aquí conmigo y hablaremos de estas cosas». Las cortesanas al oír esto se quedaron aún más atónitas que Ganid.
133:3.7 (1472.6) Y allí, a la luz de la Luna, Jesús prosiguió: «Dentro de toda mente humana vive un espíritu divino, un don del Padre del cielo. Este espíritu bueno se esfuerza continuamente por conducirnos hacia Dios, por ayudarnos a encontrar a Dios y a conocer a Dios. También existen dentro de los mortales muchas tendencias físicas naturales que el Creador ha puesto en ellos para servir al bienestar del individuo y de la raza. Pero los hombres y las mujeres suelen confundirse a menudo cuando se esfuerzan por comprenderse a sí mismos y lidiar con las múltiples dificultades de ganarse la vida en un mundo tan dominado por el egoísmo y el pecado. Ganid, puedo ver que ninguna de estas mujeres tiene intención de ser mala. Sus caras me dicen que han sufrido mucho a manos de un destino aparentemente cruel. No han elegido intencionadamente esta forma de vivir, sino que se han rendido a la presión del momento. Sumidas en el desaliento y al borde de la desesperación, han aceptado este desagradable modo de ganarse la vida como la mejor solución a una situación que les parecía sin remedio. Es cierto que existen personas realmente malas de corazón que eligen a sabiendas hacer cosas miserables, pero dime, Ganid ¿ves algo malo o perverso en estos rostros ahora bañados en lágrimas?». Mientras Jesús esperaba su respuesta, Ganid solo logró balbucir con un hilo de voz: «No, maestro, no lo veo y me disculpo por mi grosería hacia ellas. Imploro su perdón». Jesús le contestó: «Y yo te digo en su nombre que te han perdonado, como digo en nombre de mi Padre del cielo que él las ha perdonado. Ahora venid todos conmigo a casa de un amigo donde repondremos fuerzas y haremos planes para la vida nueva y mejor que tenemos por delante». Las mujeres, estupefactas, no habían pronunciado palabra; se miraron y siguieron a los hombres en silencio.
133:3.8 (1473.1) Podéis imaginar la sorpresa de la esposa de Justo cuando vio llegar a Jesús a esa hora intempestiva con Ganid y dos desconocidas diciendo: «Perdónanos por aparecer a estas horas, pero Ganid y yo quisiéramos comer algo y compartirlo con estas nuevas amigas que también lo necesitan. Además venimos a verte para pedir tu consejo sobre la mejor manera de ayudar a estas mujeres a empezar una nueva vida. Ellas pueden contarte su historia, pero me figuro que han tenido muchos problemas. Su misma presencia aquí, en tu casa, prueba que están deseando conocer a gente buena y decididas a aprovechar la oportunidad de mostrar a todo el mundo —e incluso a las ángeles del cielo— la clase de mujeres nobles y valientes que pueden llegar a ser».
133:3.9 (1473.2) Cuando Marta, la esposa de Justo, hubo puesto la comida en la mesa, Jesús se despidió de ellos inesperadamente diciendo: «Se ha hecho tarde y el padre de este joven nos estará esperando, así que rogamos nos disculpéis. Os dejamos aquí juntas a tres mujeres —hijas amadas del Altísimo— y rezaré por vuestra orientación espiritual mientras hacéis planes para una vida nueva y mejor en la tierra, y para la vida eterna en el gran más allá».
133:3.10 (1473.3) Así se despidieron Jesús y Ganid de las mujeres. Las dos cortesanas no habían dicho nada hasta ese momento, y Ganid también se había quedado sin habla. A Marta le ocurrió lo mismo por unos instantes, pero enseguida se puso a la altura de las circunstancias e hizo por aquellas desconocidas todo lo que Jesús había esperado. La mayor de las dos murió al poco tiempo con brillantes esperanzas de supervivencia eterna; la más joven trabajó en el negocio de Justo y más tarde se unió de por vida a la primera Iglesia cristiana de Corinto.
133:3.11 (1473.4) Jesús y Ganid se encontraron varias veces en casa de Crispo con un tal Gayo, que se convertiría más tarde en un leal seguidor de Pablo. Durante los dos meses que pasaron en Corinto tuvieron conversaciones íntimas con decenas de personas de valía, y como resultado de estos contactos aparentemente casuales, más de la mitad de esas personas se unirían a la comunidad cristiana posterior.
133:3.12 (1473.5) La primera vez que Pablo fue a Corinto no tenía intención de quedarse mucho tiempo, pero no sabía lo bien que el tutor judío había preparado el terreno para su labor. Por otra parte, descubrió que Aquila y Priscila, una pareja de refugiados judíos procedentes de Roma, ya habían despertado un gran interés por su doctrina en Corinto. Aquila era uno de los cínicos con los que se había relacionado Jesús cuando estuvo en Roma. Aquila y Priscila abrazaron rápidamente las enseñanzas de Pablo, además de alojarlo y trabajar con él porque eran también fabricantes de tiendas. Estas circunstancias hicieron que Pablo prolongara su estancia en Corinto.
133:4.1 (1474.1) Jesús y Ganid vivieron muchas más experiencias interesantes en Corinto. Tuvieron conversaciones íntimas con un gran número de personas que se beneficiaron mucho de la instrucción de Jesús.
133:4.2 (1474.2) A un molinero le enseñó a moler los granos de la verdad en el molino de la experiencia viva para hacer que las cosas difíciles de la vida divina fueran fáciles de aceptar incluso por nuestros semejantes mortales más débiles y limitados. Se lo dijo así: «Da la leche de la verdad a los que están en la infancia de la percepción espiritual. En tu ministerio vivo y amoroso, sirve el alimento espiritual bajo una forma atractiva y adecuada a la capacidad de recepción de cada uno de los que te preguntan».
133:4.3 (1474.3) Al centurión romano le dijo: «Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. El servicio sincero a Dios y el servicio leal al César no están en conflicto, a menos que el César se atreva a reclamar para sí el homenaje que solo puede ser debido a la Deidad. La lealtad a Dios, si llegaras a conocerlo, te haría aún más fiel y leal en tu servicio a un emperador digno».
133:4.4 (1474.4) Al líder sincero del culto mitraico le dijo: «Haces bien en buscar una religión de salvación eterna, pero te equivocas si esperas encontrar esa gloriosa verdad entre misterios hechos por los hombres y filosofías humanas. ¿No sabes que el misterio de la salvación eterna mora dentro de tu propia alma? ¿No sabes que el Dios del cielo ha enviado a su espíritu para que viva dentro de ti, y que este espíritu conducirá a todos los mortales que amen la verdad y sirvan a Dios más allá de esta vida y a través de los portales de la muerte hasta las alturas eternas de la luz donde Dios está esperando para recibir a sus hijos? Y no olvides nunca que vosotros, los que conocéis a Dios, sois hijos de Dios si anheláis verdaderamente ser como él».
133:4.5 (1474.5) Al maestro epicúreo le dijo: «Haces bien en elegir lo mejor y apreciar lo bueno, pero ¿eres sabio cuando no eres capaz de percibir elementos superiores de la vida mortal que están encarnados en los ámbitos del espíritu derivados del reconocimiento de la presencia de Dios en el corazón humano? El elemento superior de toda experiencia humana es el reconocimiento de ese Dios cuyo espíritu vive dentro de ti y quiere guiarte en el largo y casi interminable viaje de alcanzar la presencia personal de nuestro Padre común, el Dios de toda la creación, el Señor de los universos».
133:4.6 (1474.6) Al contratista y constructor griego le dijo: «Amigo, al tiempo que construyes las estructuras materiales de los hombres, edifica en ti un carácter espiritual a semejanza del espíritu divino que está dentro de tu alma. No pongas tus éxitos como constructor temporal por delante de tus logros como hijo espiritual del reino de los cielos. Mientras construyes las mansiones del tiempo para otros, no dejes de asegurarte tu propio derecho a las mansiones de la eternidad. Recuerda siempre que hay una ciudad cuyos cimientos son la verdad y la rectitud, y cuyo constructor y hacedor es Dios».
133:4.7 (1474.7) Al juez romano le dijo: «Cuando juzgues a los hombres, recuerda que tú mismo comparecerás un día ante el tribunal de los Regidores de un universo. Juzga con justicia e incluso con misericordia, igual que algún día tú también anhelarás la consideración misericordiosa del Árbitro Supremo. Juzga como quisieras ser juzgado en circunstancias similares, y así serás guiado tanto por el espíritu como por la letra de la ley. En la medida en que impartas una justicia dominada por la equidad a la luz de las necesidades de quienes comparecen ante ti, tendrás derecho a esperar una justicia atemperada por la misericordia cuando comparezcas en su día ante el Juez de toda la tierra».
133:4.8 (1475.1) A la dueña de la posada griega le dijo: «Dispensa tu hospitalidad como quien recibe a los hijos del Altísimo. Eleva la pesadez de tu faena diaria hasta el nivel de un arte mediante la consciencia creciente de que sirves a Dios en las personas en cuyo interior mora su espíritu, que ha descendido a vivir dentro del corazón de los hombres para transformar su mente y llevar su alma a conocer al Padre del Paraíso de todos estos dones otorgados del espíritu divino».
133:4.9 (1475.2) Jesús tuvo muchas conversaciones con un mercader chino y se despidió de él con estos consejos: «Adora solo a Dios, que es tu verdadero antepasado en el espíritu. Recuerda que el espíritu del Padre vive siempre dentro de ti y orienta siempre a tu alma hacia el cielo. Si sigues las directrices inconscientes de este espíritu inmortal, estarás seguro de ir por el camino elevado que lleva a encontrar a Dios. Y cuando logres alcanzar al Padre del cielo será porque al buscarlo te habrás hecho cada vez más como él. Chang, ahora nos despedimos pero solo por un tiempo, porque nos volveremos a encontrar en los mundos de luz donde el Padre de las almas de espíritu ha provisto muchas deliciosas paradas para los que viajan rumbo al Paraíso».
133:4.10 (1475.3) Al viajero que venía de las islas británicas le dijo: «Hermano, percibo que estás buscando la verdad y creo que es muy posible que el espíritu del Padre de toda verdad habite dentro de ti. ¿Te has esforzado alguna vez sinceramente por hablar con el espíritu de tu propia alma? Es algo muy difícil, y casi nunca llegamos a ser conscientes de haberlo logrado. En realidad, siempre que la mente material intenta sinceramente comunicarse con el espíritu que mora en su interior, lo consigue, aunque la mayoría de esas magníficas experiencias humanas tengan que permanecer durante mucho tiempo como registros superconscientes en el alma de esos mortales conocedores de Dios».
133:4.11 (1475.4) Al muchacho fugitivo Jesús le dijo: «Recuerda que hay dos cosas de las que no puedes escapar: Dios y tú mismo. Vayas donde vayas te llevas a ti mismo y al espíritu del Padre celestial que vive dentro de tu corazón. Hijo, deja de intentar engañarte, acostúmbrate a enfrentarte con valor a las realidades de la vida, aférrate a la seguridad de la filiación con Dios y a la certeza de la vida eterna como yo te he enseñado. Proponte ser en adelante un hombre auténtico, un hombre decidido a afrontar la vida con inteligencia y valentía».
133:4.12 (1475.5) Al criminal condenado le dijo en su última hora: «Hermano, has pasado por malos tiempos. Perdiste el buen camino y te enredaste en las redes del crimen. Después de hablar contigo sé que no planeaste hacer lo que está ahora a punto de costarte la vida temporal, pero lo hiciste, y tus semejantes te han declarado culpable; han decidido que debes morir. Ni tú ni yo podemos negarle al Estado el derecho a defenderse de la manera que elija. Parece que no hay forma humana de escapar al castigo de tu delito. Tus semejantes deben juzgarte por lo que hiciste, pero hay un Juez a quien puedes apelar en busca de perdón y que te juzgará por tus motivos reales y tus mejores intenciones. Si de verdad te arrepientes y tu fe es sincera, no tienes por qué temer el juicio de Dios. El hecho de que tu error lleve consigo la pena de muerte impuesta por el hombre no priva a tu alma de la oportunidad de obtener justicia y gozar de misericordia ante los tribunales del cielo».
133:4.13 (1476.1) Jesús tuvo conversaciones íntimas con muchas almas hambrientas, tantas que no cabrían en este relato. Los tres viajeros disfrutaron de sus dos meses de estancia en Corinto. A excepción de Atenas, que tenía más fama como centro educativo, Corinto era entonces la ciudad más importante de Grecia, y un floreciente centro comercial que proporcionó experiencias muy valiosas a los tres. Fue una de las escalas más interesantes en su camino de vuelta de Roma.
133:4.14 (1476.2) Gonod tenía muchos intereses en Corinto, y cuando por fin hubo terminado de despachar todos sus negocios, se embarcaron hacia Atenas. Viajaron en un pequeño barco que podía ser transportado dieciséis kilómetros por vía terrestre desde uno de los puertos de Corinto al otro.
133:5.1 (1476.3) Tardaron poco en llegar al antiguo centro griego de la ciencia y el saber. A Ganid le entusiasmaba la idea de estar en Atenas, de estar en Grecia, en el centro cultural del antiguo Imperio alejandrino que había extendido sus fronteras hasta su propio país de la India. Como Gonod tenía pocos negocios allí, pasó casi todo el tiempo con Jesús y Ganid visitando los muchos lugares de interés y escuchando las interesantes conversaciones entre el muchacho y su polifacético maestro.
133:5.2 (1476.4) Florecía aún en Atenas una gran universidad, y los tres visitaron muchas veces sus aulas. Jesús y Ganid ya habían tratado a fondo sobre las enseñanzas de Platón cuando asistieron a las conferencias en el museo de Alejandría. Todos admiraron las manifestaciones del arte griego que aún podían verse dispersas por la ciudad.
133:5.3 (1476.5) Tanto el padre como el hijo disfrutaron mucho con una conversación sobre la ciencia entre Jesús y un filósofo una noche en la posada. Cuando el pedante griego hubo terminado de disertar durante casi tres horas, Jesús, en términos adaptados al pensamiento moderno, dijo lo siguiente:
133:5.4 (1476.6) Puede que los científicos midan algún día la energía o las manifestaciones de la fuerza, de la gravedad, de la luz y de la electricidad, pero esos mismos científicos nunca podrán deciros (científicamente) qué son estos fenómenos del universo. La ciencia trata sobre las actividades de la energía física, la religión sobre los valores eternos. La verdadera filosofía nace de la sabiduría, que hace lo que puede para correlacionar estas observaciones cuantitativas y cualitativas. Existe siempre el peligro de que el científico puramente físico llegue a estar aquejado de soberbia matemática y de egotismo estadístico, por no mencionar la ceguera espiritual.
133:5.5 (1476.7) La lógica es válida en el mundo material y las matemáticas son de fiar cuando su aplicación se limita a las cosas físicas, pero ninguna de las dos se puede considerar totalmente fiable o infalible cuando se aplican a los problemas de la vida. La vida abarca fenómenos que no son enteramente materiales. La aritmética dice que si un hombre puede esquilar una oveja en diez minutos, diez hombres pueden esquilarla en un minuto. Esto es matemáticamente correcto pero no es verdad; los diez hombres no podrían hacerlo porque se estorbarían tanto que tardarían mucho más.
133:5.6 (1477.1) Las matemáticas afirman que si una persona representa una unidad de valor intelectual y moral determinado, diez personas representarían diez veces ese valor. Pero al tratarse de la personalidad humana, la realidad es que una asociación de personalidades equivale más bien al cuadrado del número de personalidades involucradas que a su simple suma aritmética. Un grupo social de seres humanos que actúa coordinadamente en armonía supone una fuerza mucho mayor que la simple suma de sus partes.
133:5.7 (1477.2) La cantidad puede ser identificada como un hecho, y se convierte así en un factor científico uniforme. La calidad, al estar sujeta a la interpretación de la mente, representa una estimación de valores y por lo tanto nunca dejará de ser una experiencia del individuo. Cuando tanto la ciencia como la religión se vuelvan menos dogmáticas y más tolerantes a la crítica, la filosofía empezará a conseguir una unidad en la comprensión inteligente del universo.
133:5.8 (1477.3) Solo con que pudierais percibir su funcionamiento de hecho, comprobaríais que hay unidad en el universo cósmico. El universo real es amable para cada uno de los hijos del Dios eterno. El verdadero problema está aquí: ¿cómo puede conseguir la mente finita del hombre una unidad de pensamiento lógica, verdadera y correspondiente? Esta mente solo puede alcanzar ese estado de conocimiento del universo si concibe que el hecho cuantitativo y el valor cualitativo tienen una causalidad común en el Padre del Paraíso. Esta concepción de la realidad genera una comprensión más amplia de la unidad intencionada de los fenómenos del universo, e incluso revela una meta espiritual que la personalidad puede alcanzar de modo progresivo. Este es un concepto de unidad que puede percibir el trasfondo inmutable de un universo vivo donde las relaciones impersonales cambian y las relaciones personales evolucionan sin cesar.
133:5.9 (1477.4) La materia, el espíritu y el estado intermedio entre ellos son tres niveles interrelacionados e interasociados de la verdadera unidad del universo real. Por muy divergentes que puedan parecer los fenómenos de los hechos y valores del universo, están unificados en último término en el Supremo.
133:5.10 (1477.5) La realidad de la existencia material conlleva energía no reconocida así como materia visible. Cuando las energías del universo se desaceleran hasta adquirir la lentitud necesaria, entonces, en condiciones favorables, esas mismas energías se convierten en masa. Y no olvidéis que la mente, la única que puede percibir la presencia de las realidades aparentes, es también ella misma real. La causa fundamental de este universo de masa-energía, mente y espíritu, es eterna: existe y consiste en la naturaleza y las reacciones del Padre Universal y de sus iguales absolutos en rango.
133:5.11 (1477.6) Todos estaban más que atónitos ante las palabras de Jesús, y el griego se despidió diciendo: «Por fin han visto mis ojos a un judío que piensa en algo más que en la superioridad racial y que habla de algo más que de religión». Con esto se retiraron por esa noche.
133:5.12 (1477.7) La estancia en Atenas fue agradable y provechosa aunque no muy fructífera en contactos humanos. Demasiados atenienses de aquel tiempo se mostraban intelectualmente orgullosos de su reputación del pasado o eran mentalmente estúpidos e ignorantes, pues descendían de esclavos inferiores traídos en épocas anteriores, cuando había gloria en Grecia y sabiduría en la mente de sus habitantes. A pesar de ello se podían encontrar aún muchas inteligencias agudas entre los ciudadanos de Atenas.
133:6.1 (1477.8) Los viajeros fueron de Atenas a Éfeso, la capital de la provincia romana de Asia, pasando por Troas. Hicieron muchas visitas al famoso templo de Artemisa de los Efesios situado a unos tres kilómetros de la ciudad. Artemisa era la diosa más famosa de toda Asia Menor y perpetuaba el culto anterior a la diosa madre de la antigua Anatolia. Se decía que el tosco ídolo que se exhibía en el enorme templo había caído del cielo. Ganid, educado en el respeto a las imágenes como símbolos de la divinidad, conservaba aún vestigios de su primera formación, así que decidió comprar un pequeño relicario de plata en honor de esta diosa de la fertilidad de Asia Menor. Aquella noche hablaron durante largo rato sobre la adoración a las cosas fabricadas por manos humanas.
133:6.2 (1478.1) Al tercer día de su estancia anduvieron río abajo para observar el dragado de la desembocadura del puerto. A mediodía hablaron con un joven fenicio desalentado que sentía nostalgia de su país y, sobre todo, envidia de otro joven que había sido ascendido por encima de él. Jesús le dijo unas palabras de consuelo y citó el antiguo proverbio hebreo: «El don del hombre le abre camino y lo lleva ante la presencia de los grandes».
133:6.3 (1478.2) De todas las grandes ciudades que visitaron en su gira por el Mediterráneo, fue aquí donde menos pudieron hacer por el trabajo posterior de los misioneros cristianos. Si el cristianismo arraigó en Éfeso fue principalmente gracias a los esfuerzos de Pablo, que viviría allí durante más de dos años fabricando tiendas para ganarse la vida y dando conferencias sobre religión y filosofía todas las noches en el aula principal de la escuela de Tirano.
133:6.4 (1478.3) Había un pensador progresista vinculado a esta escuela local de filosofía, y Jesús tuvo varias entrevistas muy provechosas con él. En estas conversaciones Jesús solía repetir mucho la palabra «alma», hasta que un día el erudito griego acabó preguntándole qué entendía él por «alma». Jesús le respondió:
133:6.5 (1478.4) «El alma es la parte del hombre que reflexiona sobre sí misma, reconoce la verdad y percibe el espíritu, y que eleva para siempre al ser humano por encima del nivel del mundo animal. La consciencia de uno mismo, en y por sí misma, no es el alma. La consciencia moral de uno mismo es la verdadera autorrealización humana y constituye el fundamento del alma humana. El alma es la parte del hombre que representa el valor potencial de supervivencia de la experiencia humana. La elección moral y el logro espiritual, la aptitud para conocer a Dios y el anhelo de ser como él, son las características del alma. El alma del hombre no puede existir sin pensamiento moral y sin actividad espiritual. Un alma estancada es un alma moribunda. Pero el alma del hombre es distinta del espíritu divino que mora dentro de la mente. El espíritu divino llega simultáneamente con la primera actividad moral de la mente humana, y entonces nace el alma.
133:6.6 (1478.5) «La salvación o la perdición de un alma dependen de que la consciencia moral alcance o no el estatus de supervivencia a través de una alianza eterna con su dotación asociada de espíritu inmortal. La salvación es la espiritualización de la autorrealización de la consciencia moral, que adquiere así valor de supervivencia. Todos los conflictos del alma consisten en una falta de armonía entre la consciencia moral o espiritual de uno mismo y la consciencia puramente intelectual de uno mismo.
133:6.7 (1478.6) «Cuando el alma humana madura, se ennoblece y se espiritualiza, se aproxima al estatus celestial porque llega casi a ser una entidad intermedia entre lo material y lo espiritual, entre el yo material y el espíritu divino. El alma en vías de evolución de un ser humano es difícil de describir y aún más difícil de demostrar porque no puede ser descubierta ni por los métodos de investigación material ni por los de comprobación espiritual. La ciencia material no puede demostrar la existencia de un alma, ni tampoco lo puede la prueba puramente espiritual. A pesar de que ni la ciencia material ni los criterios espirituales pueden descubrir la existencia del alma humana, todo mortal moralmente consciente conoce la existencia de su alma como una experiencia personal real y actual.»
133:7.1 (1479.1) Al poco tiempo, los viajeros zarparon hacia Chipre con escala en Rodas. Tras una larga y agradable navegación llegaron a su isla de destino muy descansados de cuerpo y renovados de espíritu.
133:7.2 (1479.2) Como su gira por el Mediterráneo se acercaba a su fin, habían previsto darse unos días de recreo y descanso en su visita a Chipre. En cuanto desembarcaron en Pafos empezaron a hacer acopio de provisiones para pasar varias semanas en las montañas cercanas. Al tercer día de su llegada salieron hacia las colinas con sus animales bien cargados.
133:7.3 (1479.3) Llevaban dos semanas disfrutando al máximo de estas vacaciones cuando, de pronto, el joven Ganid cayó gravemente enfermo. Pasó dos semanas de fiebre altísima con delirios frecuentes, y tanto Jesús como Gonod se dedicaron por completo a atender al muchacho enfermo. Jesús cuidó de él con acierto y ternura, y dejó asombrado al padre tanto por la dulzura de sus cuidados como por su eficacia. Estaban lejos de los núcleos humanos habitados y el muchacho estaba demasiado enfermo como para ser trasladado, así que decidieron hacer todo lo posible para que se recuperara allí mismo, en las montañas.
133:7.4 (1479.4) Durante las tres semanas de convalecencia de Ganid, Jesús le contó muchas cosas interesantes sobre la naturaleza y sus diversas manifestaciones. Se divirtieron mucho vagando por las montañas con el muchacho preguntando, Jesús respondiendo y el padre maravillado por todo lo que ocurría.
133:7.5 (1479.5) La última semana que pasaron en las montañas, Jesús y Ganid tuvieron una larga conversación sobre las funciones de la mente humana. Después de varias horas hablando, el muchacho preguntó: «Pero maestro, ¿qué quieres decir cuando afirmas que el hombre experimenta una forma de consciencia de sí mismo más alta que la que experimentan los animales superiores?». Dicho en lenguaje moderno, Jesús contestó:
133:7.6 (1479.6) Hijo, te he hablado ya mucho sobre la mente del hombre y sobre el espíritu divino que vive en ella, pero déjame ahora insistir en que la consciencia de uno mismo es una realidad. Cuando un animal se vuelve consciente de sí mismo se convierte en un hombre primitivo. Este logro es el resultado de una coordinación de funciones entre la energía impersonal y la mente capaz de concebir el espíritu, y es el fenómeno que justifica el otorgamiento de un punto focal absoluto para la personalidad humana, el espíritu del Padre del cielo.
133:7.7 (1479.7) Las ideas no son un simple registro de sensaciones, las ideas son sensaciones más las interpretaciones reflexivas del yo personal; y el yo es más que la suma de sus sensaciones. Una yoidad que evoluciona empieza a manifestar cierto acercamiento a la unidad, y esa unidad proviene de la presencia interior de una parte de la unidad absoluta que activa espiritualmente a esa mente de origen animal consciente de sí misma.
133:7.8 (1479.8) Un simple animal no puede tener consciencia de sí mismo en el tiempo. Los animales poseen una coordinación fisiológica capaz de asociar el reconocimiento de las sensaciones con su recuerdo, pero ningún animal experimenta un reconocimiento de sensaciones que tenga significado ni muestra una asociación intencionada de estas experiencias físicas combinadas como la que se manifiesta en las conclusiones de las interpretaciones humanas inteligentes y reflexivas. Este hecho de su existencia autoconsciente, unido a la realidad de su experiencia espiritual subsiguiente, hace del hombre un hijo potencial del universo y prefigura su logro futuro de la Unidad Suprema del universo.
133:7.9 (1480.1) Tampoco el yo humano es la mera suma de los estados sucesivos de consciencia. Sin el funcionamiento eficaz de un factor clasificador y asociador de la consciencia, no existiría una unidad suficiente como para justificar la denominación de yoidad. Una mente no unificada no podría alcanzar los niveles conscientes del estatus humano. Si las asociaciones de consciencia fueran meros accidentes, las mentes de todos los hombres mostrarían las asociaciones incontroladas y aleatorias de ciertas fases de la locura mental.
133:7.10 (1480.2) Una mente humana desarrollada únicamente a partir de la consciencia de las sensaciones físicas no podría alcanzar nunca niveles espirituales. Una mente material de este tipo carecería por completo del sentido de los valores morales y del sentido de orientación dominado por el espíritu, que es tan esencial para lograr una unidad armoniosa de la personalidad en el tiempo y que es inseparable de la supervivencia de la personalidad en la eternidad.
133:7.11 (1480.3) La mente humana empieza a manifestar cualidades supramateriales desde muy pronto. El intelecto humano verdaderamente reflexivo no está ligado por completo a los límites del tiempo. El hecho de que las personas individuales sean tan diferentes en las actuaciones de su vida no solo muestra las diversas dotaciones hereditarias y las distintas influencias del entorno, sino también el grado de unificación alcanzado por el yo con el espíritu del Padre que mora en su interior, la medida en que están identificados el uno con el otro.
133:7.12 (1480.4) La mente humana no soporta bien el conflicto de la doble lealtad. La experiencia de esforzarse por servir a la vez al bien y al mal es una tensión muy fuerte para el alma. La mente supremamente feliz y bien unificada es la que está dedicada por entero a hacer la voluntad del Padre del cielo. Los conflictos no resueltos destruyen la unidad y pueden dar lugar a trastornos de la mente. Pero el carácter de supervivencia de un alma no se promueve intentando obtener la paz mental a cualquier precio a base de renunciar a las aspiraciones nobles y transigir con los ideales espirituales. Esa paz se logra más bien afirmando incondicionalmente el triunfo de lo que es verdadero, y esta victoria se consigue venciendo al mal con la fuerza poderosa del bien.
133:7.13 (1480.5) Al día siguiente salieron hacia Salamina donde embarcaron para Antioquía, en la costa siria.
133:8.1 (1480.6) Antioquía era la capital de la provincia romana de Siria y residencia del gobernador imperial. Era la tercera ciudad del Imperio en tamaño, con medio millón de habitantes, y la primera en perversidad y flagrante inmoralidad. Gonod tenía muchos negocios que tratar, de modo que Jesús y Ganid recorrieron esta ciudad políglota por su cuenta. Vieron todo lo que había que ver excepto el bosquecillo de Dafne, y cuando Gonod y Ganid fueron a visitar este conocido santuario de la indecencia, Jesús se negó a acompañarlos. A los indios no les escandalizaban tanto esas escenas, pero eran repulsivas para un hebreo idealista.
133:8.2 (1480.7) Jesús se iba poniendo serio y reflexivo a medida que se acercaba a Palestina y al final de su viaje. Habló con poca gente en Antioquia y paseó muy poco por la ciudad. Sorprendido por esta falta de interés, Ganid no paraba de hacerle preguntas hasta que Jesús acabó por contestar: «Esta ciudad no está lejos de Palestina; puede que vuelva aquí alguna vez».
133:8.3 (1481.1) Ganid tuvo una experiencia muy interesante en Antioquía. El joven había demostrado ser un alumno aventajado y ya empezaba a poner en práctica algunas de las enseñanzas de Jesús. Un empleado indio relacionado con los negocios de su padre en Antioquía se había vuelto tan desagradable y malhumorado que estaban a punto de despedirlo. Cuando Ganid se enteró fue al establecimiento de su padre y tuvo una larga conversación con su compatriota. El hombre no estaba de acuerdo con el puesto que le habían asignado. Ganid le habló del Padre del cielo y amplió su visión de la religión en muchos sentidos. Pero de todo lo que dijo Ganid, lo que más le ayudó fue la cita de un proverbio hebreo con este mensaje de sabiduría: «Todo lo que tenga que hacer tu mano, hazlo con todas tus fuerzas».
133:8.4 (1481.2) Después de preparar su equipaje para la caravana de camellos, siguieron su camino hasta Sidón y desde allí a Damasco. Tres días después se prepararon para la larga caminata a través de las arenas del desierto.
133:9.1 (1481.3) El viaje en caravana por el desierto no era una experiencia nueva para estos hombres tan viajeros. Ganid estuvo observando cómo su maestro ayudaba a cargar los veinte camellos, y cuando le oyó ofrecerse voluntario para conducir su propio animal, no pudo por menos que exclamar: «Maestro, ¿hay algo que no sepas hacer?». Jesús se limitó a sonreír, diciendo: «Un maestro siempre tiene méritos a los ojos de un alumno aplicado». Y así se pusieron en camino hacia la antigua ciudad de Ur.
133:9.2 (1481.4) Jesús se interesó mucho por la historia antigua de Ur, el lugar donde nació Abraham, y tanto le fascinaron las ruinas y tradiciones de Susa que Gonod y Ganid decidieron quedarse tres semanas más en esa zona para darle tiempo de hacer sus investigaciones. Ellos también querían darse tiempo para encontrar la manera de convencerlo de volver con ellos a la India.
133:9.3 (1481.5) Fue en Ur donde Ganid tuvo una larga conversación con Jesús sobre la diferencia entre conocimiento, sabiduría y verdad. Este dicho del sabio hebreo le encantó: «Lo principal es la sabiduría; adquiere, pues, sabiduría. En toda tu búsqueda de conocimiento adquiere comprensión. Estima la sabiduría y ella te engrandecerá. Te honrará si tú la abrazas».
133:9.4 (1481.6) Al fin llegó el día de la separación. Todos, y especialmente el muchacho, se armaron de valor, pero fue una dura prueba. Tenían lágrimas en los ojos y valentía en el corazón. Ganid se despidió así de su maestro: «Adiós, maestro, pero no para siempre. Cuando vuelva a Damasco te buscaré. Te amo porque creo que el Padre del cielo debe parecerse algo a ti; al menos sé que tú te pareces mucho a lo que me has contado de él. Recordaré tus enseñanzas, pero por encima de todo, nunca te olvidaré a ti». El padre dijo: «Adiós a un gran maestro que nos ha hecho mejores y nos ha ayudado a conocer a Dios». Jesús respondió: «La paz esté con vosotros, y que la bendición del Padre del cielo permanezca siempre con vosotros». Jesús se quedó en la orilla contemplando la pequeña barca que los llevaba hasta el barco anclado. Y así se separó el Maestro en Charax de sus amigos de la India para no volver a verlos en este mundo. Ellos tampoco supieron nunca, en este mundo, que el hombre que aparecería más tarde como Jesús de Nazaret era este mismo amigo del que acababan de despedirse: su maestro Josué.
133:9.5 (1481.7) En la India Ganid llegó a convertirse en un hombre influyente, digno sucesor de su eminente padre, y difundió por todas partes muchas de las nobles verdades que había aprendido de Jesús, su amado maestro. Años más tarde, cuando Ganid oyó hablar del extraño maestro de Palestina que terminó su carrera en una cruz, aunque reconoció la similitud entre el evangelio de ese Hijo del Hombre y las enseñanzas de su tutor judío, nunca se le ocurrió pensar que los dos fueran la misma persona.
133:9.6 (1482.1) Así terminó el capítulo de la vida del Hijo del Hombre que bien podría denominarse: La misión del maestro Josué.
El libro de Urantia
Documento 134
134:0.1 (1483.1) DURANTE el viaje por el Mediterráneo Jesús estudió cuidadosamente a las personas que iba conociendo y los países que recorría, y fue por esa época cuando tomó su decisión definitiva sobre el resto de su vida en la tierra. Había considerado en todos sus aspectos, y ahora aceptaba sin reservas, el plan que le hizo nacer de padres judíos en Palestina, por eso volvió deliberadamente a Galilea para esperar el momento de iniciar el trabajo de su vida como maestro público de la verdad. Empezó a hacer planes para una carrera pública en el país del pueblo de su padre José, y lo hizo por su propio libre albedrío.
134:0.2 (1483.2) Por experiencia personal y humana, Jesús había llegado a la conclusión de que Palestina era el mejor lugar de todo el mundo romano para desarrollar los últimos capítulos y representar las escenas finales de su vida en la tierra. Por primera vez se sintió plenamente satisfecho con el programa de manifestar abiertamente su verdadera naturaleza y revelar su identidad divina entre los judíos y los gentiles de su Palestina natal. Decidió con total convicción terminar su vida en la tierra y consumar su carrera de existencia mortal en el mismo país donde había iniciado su experiencia humana como niño indefenso. Su carrera en Urantia había empezado entre los judíos de Palestina, y eligió terminar su vida en Palestina y entre los judíos.
134:1.1 (1483.3) Después de despedirse de Gonod y Ganid en Charax (en diciembre del año 23 d. C.), Jesús tomó la ruta de Ur para volver a Babilonia, donde se unió a una caravana del desierto que se dirigía a Damasco. De Damasco fue hacia Nazaret con unas horas de parada en Cafarnaúm para hacer una visita a la familia de Zebedeo. Allí se encontró con su hermano Santiago que llevaba ya tiempo trabajando en su lugar en el astillero de Zebedeo. Después de hablar con Santiago y con Judá (que estaba también por casualidad en Cafarnaúm), y después de entregar a su hermano Santiago la pequeña casa que Juan Zebedeo había logrado comprar, Jesús siguió hacia Nazaret.
134:1.2 (1483.4) Al final de su viaje por el Mediterráneo Jesús había cobrado dinero suficiente para cubrir sus gastos de subsistencia casi hasta el momento de empezar su ministerio público. Pero aparte de Zebedeo de Cafarnaúm y de las personas que conoció en este extraordinario viaje, el mundo no supo nunca que lo había hecho. Su familia creyó siempre que había pasado ese tiempo estudiando en Alejandría. Jesús no confirmó nunca estas suposiciones ni tampoco las desmintió abiertamente.
134:1.3 (1483.5) Durante su estancia de unas pocas semanas en Nazaret Jesús charló con su familia y sus amigos, pasó algún tiempo en el taller de reparaciones con su hermano José y, sobre todo, dedicó casi toda su atención a María y a Rut. Su hermana pequeña estaba a punto de cumplir los quince años, y esta era su primera oportunidad de hablar largamente con ella desde que se había convertido en una jovencita.
134:1.4 (1484.1) Tanto Simón como Judá querían casarse desde hacía algún tiempo y estaban esperando a que volviera su hermano mayor porque no querían hacerlo sin su consentimiento. Aunque todos consideraban a Santiago como el cabeza de familia en la mayoría de los asuntos, a la hora de casarse querían la bendición de Jesús. Simón y Judá se casaron en una doble boda a principios de marzo de ese año 24 d. C. Ya estaban casados todos los hijos mayores, solo Rut, la pequeña, seguía en casa con María.
134:1.5 (1484.2) Jesús se relacionaba con toda normalidad y naturalidad con cada uno de los miembros de su familia, pero cuando estaban todos reunidos tenía tan poco que decir que llegaron a comentarlo entre ellos. María era la que más se preocupaba por este extraño comportamiento de su hijo mayor.
134:1.6 (1484.3) Cuando Jesús se disponía a marcharse de Nazaret, el conductor de una importante caravana que pasaba por la ciudad cayó gravemente enfermo, y Jesús, que era políglota, se ofreció para sustituirlo. Este trabajo suponía un año de ausencia, y en vista de que todos sus hermanos ya estaban casados y solo quedaban su madre y Rut en la casa, Jesús reunió a la familia y propuso que su madre y Rut se fueran a vivir a la casa de Cafarnaúm que acababa de entregar a Santiago. Y así, a los pocos días de marcharse Jesús con la caravana, María y Rut se trasladaron a la casa de Cafarnaúm que Jesús les había proporcionado y vivieron allí durante el resto de la vida de María. José y su familia se instalaron en la casa familiar de Nazaret.
134:1.7 (1484.4) Ese fue uno de los años más excepcionales de experiencia interior del Hijo del Hombre; hizo grandes progresos en el logro de una armonía funcional entre su mente humana y su Ajustador interior. El Ajustador se había dedicado activamente a reorganizar su pensamiento y preparar su mente para los grandes acontecimientos que le esperaban en un futuro cercano. La personalidad de Jesús se estaba preparando para su gran cambio de actitud hacia el mundo. Eran los tiempos intermedios, la etapa de transición del ser que había empezado a vivir como Dios que aparece como hombre y ahora se preparaba a terminar su carrera en la tierra como hombre que aparece como Dios.
134:2.1 (1484.5) El uno de abril del año 24 d. C., Jesús salió de Nazaret con la caravana hacia la región del mar Caspio. La caravana a la que se incorporó Jesús como conductor iba desde Jerusalén hasta la región sudeste del mar Caspio, pasando por Damasco y el lago Urmía, y a través de Asiria, Media y Partia. Este viaje duró un año entero.
134:2.2 (1484.6) Para Jesús este viaje en caravana era otra aventura de exploración y de ministerio personal. La convivencia con los componentes de la caravana —pasajeros, guardias y camelleros— fue una experiencia interesante para él. Decenas de hombres, mujeres y niños que habitaban a lo largo de la ruta de la caravana vivieron vidas más ricas como consecuencia de su contacto con Jesús, el, para ellos, conductor extraordinario de una caravana ordinaria. No todos los que tuvieron estas oportunidades de beneficiarse de su ministerio personal sacaron provecho de ellas, pero la gran mayoría de los que lo conocieron y hablaron con él se hicieron mejores para el resto de sus vidas en la tierra.
134:2.3 (1484.7) De todos sus viajes por el mundo, este del mar Caspio fue el que llevó a Jesús más cerca del Oriente y le proporcionó una mayor comprensión de los pueblos del Lejano Oriente. Tuvo contactos íntimos y personales con cada una de las razas supervivientes de Urantia excepto la roja. Dispensó su ministerio personal con el mismo gozo a cada una de estas diversas razas y pueblos mezclados, y todos ellos fueron receptivos a la verdad viva que él les comunicaba. Desde los europeos más occidentales hasta los asiáticos más orientales, todos prestaron atención a sus palabras de esperanza y de vida eterna, y a todos les influyó por igual la vida de servicio de amor y ministerio espiritual que tan bondadosamente vivió entre ellos.
134:2.4 (1485.1) Este viaje en caravana fue un éxito en todos los sentidos. Fue uno de los episodios más interesantes de la vida humana de Jesús, pues ejerció durante ese año una tarea de carácter ejecutivo como responsable del material confiado a su cargo y de la seguridad de los viajeros que integraban la caravana. Cumplió con sus múltiples deberes con la máxima fidelidad, eficacia y sabiduría.
134:2.5 (1485.2) Al volver con su caravana de la región del Caspio, Jesús dejó su puesto de director en el lago Urmía donde se quedó algo más de dos semanas. Luego viajó a Damasco como pasajero de otra caravana y declinó la insistente propuesta de los propietarios de los camellos de que se quedara a trabajar para ellos. Siguió su viaje con la comitiva de la caravana hasta Cafarnaúm, donde llegó el uno de abril del año 25 d. C. Ya no consideraba Nazaret como su hogar. Cafarnaúm se había convertido en el hogar de Jesús, Santiago, María y Rut, pero Jesús no volvió nunca más a vivir con su familia. Cuando estaba en Cafarnaúm se alojaba en casa de los Zebedeo.
134:3.1 (1485.3) En el viaje de ida al mar Caspio, Jesús había hecho una parada de varios días de descanso y recuperación en la vieja ciudad persa de Urmía, situada en la orilla occidental del lago Urmía. En la isla más grande de un pequeño archipiélago cercano a la costa de Urmía había un gran edificio —un anfiteatro para conferencias— dedicado al «espíritu de la religión». Esta estructura era en realidad un templo de la filosofía de las religiones.
134:3.2 (1485.4) Este templo de la religión había sido construido por un rico mercader, ciudadano de Urmía, y sus tres hijos. El padre se llamaba Cymboyton, y sus antepasados procedían de una gran variedad de pueblos.
134:3.3 (1485.5) Las conferencias y debates de esta escuela de religión se abrían todos los días de la semana a las 10 de la mañana. Las sesiones de la tarde empezaban a las 3 y los debates nocturnos, a las 8. Cymboyton o uno de sus tres hijos presidía siempre estas sesiones de enseñanza, discusión y debate. El fundador de esta singular escuela de religiones vivió y murió sin desvelar nunca sus creencias religiosas personales.
134:3.4 (1485.6) Jesús participó en varios de esos debates, y cuando se disponía a reanudar la marcha, Cymboyton acordó con él que en su viaje de vuelta pasaría dos semanas con ellos y daría veinticuatro conferencias sobre «la hermandad de los hombres». Jesús aceptó además dirigir doce sesiones nocturnas de preguntas, discusiones y debates sobre sus conferencias en particular y sobre la hermandad de los hombres en general.
134:3.5 (1485.7) Y tal como habían acordado, Jesús paró en Urmía en su viaje de vuelta para dar sus conferencias. Esta fue la más formal y sistemática de todas las enseñanzas del Maestro en Urantia. Nunca, ni antes ni después, dijo tantas cosas sobre un mismo tema como en esas conferencias y debates sobre la hermandad de los hombres. En realidad, estas conferencias trataron sobre el «reino de Dios» y los «reinos de los hombres».
134:3.6 (1486.1) Más de treinta religiones y cultos religiosos estaban representados en el cuerpo docente de este templo de filosofía religiosa. Esos maestros eran elegidos, mantenidos y plenamente acreditados por sus respectivos grupos religiosos. En aquel momento había unos setenta y cinco maestros en el cuerpo docente, y vivían en casitas de campo con cabida para unas doce personas cada una. Estos grupos rotaban por sorteo cada luna nueva. La intolerancia, el espíritu polémico o cualquier otra predisposición a interferir en la buena marcha de la comunidad acarreaba la destitución sumaria e inmediata del infractor. Era despedido sin miramientos y sustituido en el acto por un suplente que estaba en espera.
134:3.7 (1486.2) Estos maestros de las diversas religiones se esforzaban mucho por subrayar los puntos en común que tenían sus religiones en cuanto a las cosas fundamentales de esta vida y de la siguiente. Para poder acceder a este cuerpo docente solo había que aceptar una doctrina: cada maestro debía representar a una religión que reconociera a Dios, a algún tipo de Deidad suprema. Había en la facultad cinco maestros independientes que no representaban a ninguna religión organizada, y en esa calidad de maestro independiente se presentó Jesús ante ellos.
134:3.8 (1486.3) [La primera vez que nosotros, los intermedios, preparamos el resumen de las enseñanzas de Jesús en Urmía, surgió un desacuerdo entre las serafines de las iglesias y las serafines del progreso sobre la conveniencia de incluir estas enseñanzas en la Revelación de Urantia. Las circunstancias que imperan en el siglo veinte, tanto en la religión como en los gobiernos humanos, son tan diferentes de las de la época de Jesús que era realmente difícil adaptar las enseñanzas del Maestro en Urmía a los problemas del reino de Dios y de los reinos de los hombres tal como se dan estas funciones mundiales en el siglo veinte. Nunca pudimos formular una exposición de las enseñanzas del Maestro que fuera aceptable para ambos grupos de serafines del gobierno planetario. Finalmente, el Melquisedec que preside la comisión reveladora nombró una comisión compuesta por tres de nosotros para exponer nuestro punto de vista sobre las enseñanzas del Maestro en Urmía adaptadas a las condiciones religiosas y políticas del siglo veinte en Urantia. Conforme a sus instrucciones, los tres intermedios secundarios hemos elaborado una adaptación de las enseñanzas de Jesús con una nueva formulación de sus declaraciones tal como las aplicaríamos a las condiciones del mundo en el momento presente. Esa es la exposición que presentamos a continuación una vez revisada por el Melquisedec que preside la comisión reveladora.]
134:4.1 (1486.4) La hermandad de los hombres está fundada en la paternidad de Dios. La familia de Dios proviene del amor de Dios. Dios es amor. Dios Padre ama divinamente a sus hijos, a todos ellos.
134:4.2 (1486.5) El reino de los cielos, el gobierno divino, está fundado en el hecho de la soberanía divina. Dios es espíritu. Puesto que Dios es espíritu, este reino es espiritual. El reino de los cielos no es ni material ni meramente intelectual; es una relación espiritual entre Dios y el hombre.
134:4.3 (1486.6) Si diferentes religiones reconocen la soberanía de Dios Padre en el espíritu, todas esas religiones permanecerán en paz. Solo cuando una religión se pretende superior en algún sentido a todas las demás y se arroga una autoridad exclusiva sobre las demás religiones, se atreverá a ser intolerante con las demás religiones o tendrá la osadía de perseguir a sus creyentes.
134:4.4 (1487.1) La paz religiosa —la hermandad— nunca podrá existir a menos que todas las religiones estén dispuestas a despojarse por completo de toda autoridad eclesiástica y a renunciar plenamente a todo concepto de soberanía espiritual. Solo Dios es soberano en el espíritu.
134:4.5 (1487.2) No puede haber igualdad entre las religiones (libertad religiosa) sin guerras religiosas, a menos que todas las religiones consientan en transferir toda soberanía religiosa a algún nivel sobrehumano, a Dios mismo.
134:4.6 (1487.3) El reino de los cielos en el corazón de los hombres creará unidad religiosa (no necesariamente uniformidad) porque todos y cada uno de los grupos religiosos compuestos por esos creyentes religiosos estarán libres de toda noción de autoridad eclesiástica, de soberanía religiosa.
134:4.7 (1487.4) Dios es espíritu, y Dios da un fragmento de su yo de espíritu para que more en el corazón del hombre. Espiritualmente, todos los hombres son iguales. El reino de los cielos está libre de castas, clases, niveles sociales y grupos económicos. Todos sois hermanos.
134:4.8 (1487.5) Pero en el momento en que perdáis de vista la soberanía de Dios Padre en el espíritu, alguna religión empezará a afirmar su superioridad sobre las demás religiones. Entonces en lugar de paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres, habrá disensiones, recriminaciones, incluso guerras religiosas, o al menos guerras entre personas religiosas.
134:4.9 (1487.6) Los seres con libre albedrío que se consideran iguales, a menos que se reconozcan mutuamente sometidos a alguna soberanía superior, a alguna autoridad que esté por encima de ellos, caen tarde o temprano en la tentación de poner a prueba su capacidad de imponerse sobre otras personas y otros colectivos. El concepto de igualdad no trae nunca paz, a no ser que exista un reconocimiento mutuo de la influencia sobrecontroladora de una soberanía superior.
134:4.10 (1487.7) Las personas religiosas de Urmía vivían juntas en relativa paz y tranquilidad porque habían renunciado por completo a todas sus nociones de soberanía religiosa. Espiritualmente, todos creían en un Dios soberano; socialmente, estaban sometidos a la autoridad plena e indiscutible de su presidente Cymboyton. Todos sabían muy bien lo que le pasaría a cualquier maestro que se atreviera a ser prepotente con sus colegas. No puede haber paz religiosa duradera en Urantia hasta que todos los grupos religiosos renuncien libremente a todas sus nociones de favor divino, de pueblo elegido y de soberanía religiosa. Solo cuando Dios Padre se convierta en supremo se convertirán los hombres en hermanos religiosos y vivirán juntos en paz religiosa sobre la tierra.
134:5.1 (1487.8) [La enseñanza del Maestro sobre la soberanía de Dios es una verdad (solo complicada por la aparición posterior de la religión sobre su persona entre las religiones del mundo), en cambio sus exposiciones sobre la soberanía política se han complicado enormemente por la evolución política de la vida de las naciones durante los diecinueve últimos siglos. En tiempos de Jesús solo había dos grandes potencias mundiales —el Imperio romano en el oeste y el Imperio Han en el este— muy separadas entre sí por el reino de Partia y por otras tierras intermedias de las regiones del Caspio y del Turquestán. Por este motivo, en la exposición que sigue nos hemos apartado aún más de la sustancia de las enseñanzas del Maestro en Urmía sobre soberanía política para intentar describir la importancia de esas enseñanzas en su aplicación a la etapa particularmente crítica de la evolución de la soberanía política en el siglo veinte después de Cristo.]
134:5.2 (1487.9) Las guerras en Urantia no acabarán nunca mientras las naciones se aferren a las nociones ilusorias de una soberanía nacional ilimitada. Solo existen dos niveles de soberanía relativa en un mundo habitado: el libre albedrío espiritual del mortal individual y la soberanía colectiva de la humanidad como un todo. Entre el nivel del humano individual y el nivel del conjunto de la humanidad, todas las agrupaciones y asociaciones son relativas, transitorias y solo tienen valor en la medida en que aumentan la prosperidad, el bienestar y el progreso del individuo y del gran total planetario, es decir, del hombre y de la humanidad.
134:5.3 (1488.1) Los maestros religiosos deben recordar siempre que la soberanía espiritual de Dios está por encima de todas las lealtades espirituales interpuestas e intermedias. Los gobernantes civiles aprenderán algún día que los Altísimos gobiernan en los reinos de los hombres.
134:5.4 (1488.2) Este gobierno de los Altísimos en los reinos de los hombres no es para beneficio especial de ningún grupo de mortales particularmente favorecido. No hay un «pueblo elegido». El gobierno de los Altísimos, los sobrecontroladores de la evolución política, es un gobierno destinado a promover el mayor bien para el mayor número de todos los hombres y durante el mayor tiempo posible.
134:5.5 (1488.3) La soberanía es poder, y crece por la organización. Este crecimiento de la organización del poder político es bueno y conveniente, pues tiende a abarcar segmentos cada vez mayores del total de la humanidad. Pero este mismo crecimiento de las organizaciones políticas crea un problema en cada etapa intermedia entre la organización inicial y natural del poder político: la familia, y la consumación final del crecimiento político: el gobierno de toda la humanidad, por toda la humanidad y para toda la humanidad.
134:5.6 (1488.4) Partiendo del poder parental en el grupo familiar, la soberanía política evoluciona por organización a medida que las familias se superponen en clanes consanguíneos que se unen por diversas razones en agrupamientos políticos superconsanguíneos o unidades tribales. A partir de ahí, mediante negocios, comercio y conquistas, las tribus se unifican en naciones, y las propias naciones se unifican a veces en imperios.
134:5.7 (1488.5) A medida que la soberanía pasa de grupos más pequeños a grupos más grandes, las guerras disminuyen. Mejor dicho, disminuyen las guerras menores entre naciones pequeñas, pero aumenta el potencial para guerras mayores al hacerse cada vez más grandes las naciones que ejercen la soberanía. Y así, cuando todo el mundo haya sido explorado y ocupado, cuando las naciones sean pocas, fuertes y poderosas, cuando las fronteras de esas grandes naciones supuestamente soberanas lleguen a tocarse, cuando solo las separen los océanos, quedará preparado el escenario para las guerras a gran escala, para los conflictos mundiales. Las llamadas naciones soberanas no pueden codearse sin generar conflictos y provocar guerras.
134:5.8 (1488.6) La dificultad de la evolución de la soberanía política, desde la familia hasta toda la humanidad, reside en la inercia o resistencia que aparece en todos los niveles intermedios. Las familias han desafiado algunas veces a su clan, y a su vez los clanes y las tribus han impugnado con frecuencia la soberanía del Estado territorial. Cada evolución nueva y progresiva de la soberanía política está (y ha estado siempre) estorbada y dificultada por las «fases de andamiaje» de los desarrollos anteriores de la organización política. Esto es así porque las lealtades humanas, una vez movilizadas, son difíciles de cambiar. La misma lealtad que hace posible la evolución de la tribu hace difícil la evolución de la supertribu (el Estado territorial). Y la misma lealtad (el patriotismo) que hace posible la evolución del Estado territorial complica enormemente el desarrollo evolutivo del gobierno de toda la humanidad.
134:5.9 (1488.7) La soberanía política se va creando a partir de la renuncia al autodeterminismo, primero por el individuo dentro de la familia y después por las familias y los clanes con relación a la tribu y a las agrupaciones más grandes. Esta transferencia progresiva de la autodeterminación desde las organizaciones políticas más pequeñas a otras cada vez mayores ha avanzado casi ininterrumpidamente en Oriente desde el establecimiento de las dinastías Ming y Mogol. En Occidente ha imperado durante más de mil años, justo hasta el final de la Guerra Mundial, cuando un desafortunado movimiento retrógrado revirtió temporalmente esta tendencia normal al restablecer la sumergida soberanía política de muchos pequeños colectivos europeos.
134:5.10 (1489.1) Urantia no disfrutará de una paz duradera hasta que las llamadas naciones soberanas cedan plena e inteligentemente sus poderes soberanos a la hermandad de los hombres, al gobierno de la humanidad. El internacionalismo —las ligas de naciones— no podrá traer nunca una paz permanente a la humanidad. Las confederaciones mundiales de naciones impedirán eficazmente las guerras menores y controlarán aceptablemente a las naciones pequeñas, pero no podrán impedir las guerras mundiales ni controlar a los tres, cuatro o cinco gobiernos más poderosos. En situaciones de conflicto real, una de esas potencias mundiales se retirará de la liga y declarará la guerra. No se puede evitar que las naciones se lancen a la guerra mientras sigan infectadas con el virus ilusorio de la soberanía nacional. El internacionalismo es un paso en la buena dirección. Una fuerza policial internacional podrá prevenir muchas guerras menores, pero no será eficaz frente a las guerras a gran escala, los conflictos entre los grandes gobiernos militares de la tierra.
134:5.11 (1489.2) A medida que disminuye el número de naciones verdaderamente soberanas (grandes potencias), aumentan la oportunidad y la necesidad de un gobierno de la humanidad. Cuando solo hay unas pocas (grandes) potencias realmente soberanas, o bien tienen que embarcarse en una lucha a muerte por la supremacía nacional (imperial), o bien renunciar voluntariamente a ciertas prerrogativas de soberanía para crear el núcleo esencial de un poder supranacional que marque el comienzo de la verdadera soberanía de toda la humanidad.
134:5.12 (1489.3) La paz no llegará a Urantia hasta que todas las naciones llamadas soberanas pongan su capacidad de hacer la guerra en manos de un gobierno representativo de toda la humanidad. La soberanía política es innata a los pueblos del mundo. Cuando todos los pueblos de Urantia creen un gobierno mundial, tendrán el derecho y el poder de hacer a ese gobierno SOBERANO. Y cuando ese poder mundial representativo o democrático controle las fuerzas terrestres, aéreas y navales del mundo, la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres podrá prevalecer, pero no hasta entonces.
134:5.13 (1489.4) A modo de ilustración podemos utilizar un importante ejemplo de los siglos diecinueve y veinte. Los cuarenta y ocho Estados de la Unión Federal Norteamericana viven en paz desde hace mucho tiempo. Ya no hay guerras entre ellos. Han cedido su soberanía al gobierno federal y, mediante el arbitraje de la guerra, han abandonado toda pretensión a las delusiones de la autodeterminación. Cada Estado regula sus asuntos internos sin ocuparse de las relaciones exteriores, los aranceles, la inmigración, los asuntos militares ni el comercio interestatal. Los Estados individuales tampoco se ocupan de las cuestiones de ciudadanía. Los cuarenta y ocho Estados solo sufren los estragos de la guerra cuando la soberanía del gobierno federal peligra en algún sentido.
134:5.14 (1489.5) Habiendo abandonado las sofisterías gemelas de la soberanía y la autodeterminación, estos cuarenta y ocho Estados disfrutan de paz y tranquilidad entre ellos. Así las naciones de Urantia empezarán a disfrutar de paz cuando pongan libremente sus soberanías respectivas en manos de un gobierno global: la soberanía de la hermandad de los hombres. En ese Estado mundial, las naciones pequeñas serán tan poderosas como las grandes, al igual que el pequeño Estado de Rhode Island tiene sus dos senadores en el Congreso norteamericano, exactamente los mismos que el populoso Estado de Nueva York o el extenso Estado de Texas.
134:5.15 (1490.1) La soberanía (estatal) limitada de estos cuarenta y ocho Estados fue creada por los hombres y para los hombres. La soberanía supraestatal (nacional) de la Unión Federal Norteamericana fue creada por los trece Estados originales en su propio beneficio y en beneficio de los hombres. Algún día las naciones crearán igualmente la soberanía supranacional del gobierno planetario de la humanidad en su propio beneficio y en beneficio de todos los hombres.
134:5.16 (1490.2) Los ciudadanos no nacen para beneficio de los gobiernos; los gobiernos son organizaciones creadas y concebidas para beneficio de los hombres. La evolución de la soberanía política no puede tener otro final que la aparición del gobierno de la soberanía de todos los hombres. Todas las demás soberanías tienen un valor relativo, un significado intermedio y un estatus de rango menor.
134:5.17 (1490.3) Con el progreso científico las guerras serán cada vez más devastadoras hasta aproximarse al suicidio racial. ¿Cuántas guerras mundiales tendrán que estallar y cuántas ligas de naciones tendrán que fracasar antes de que los hombres estén dispuestos a establecer el gobierno de la humanidad y empiecen a disfrutar de las bendiciones de una paz permanente y a prosperar en la tranquilidad de la buena voluntad —la buena voluntad mundial— entre los hombres?
134:6.1 (1490.4) Si un hombre tiene ansias de independencia —de libertad— debe recordar que todos los demás hombres anhelan la misma independencia. Los colectivos de mortales amantes de la libertad no pueden vivir juntos en paz sin subordinarse a unas leyes, normas y regulaciones que aseguren a cada persona el mismo grado de independencia, al tiempo que salvaguardan ese mismo grado de independencia para todos sus semejantes mortales. Para que un hombre fuera absolutamente libre, otro tendría que ser absolutamente esclavo. La naturaleza relativa de la libertad es una realidad social, económica y política. La libertad es el regalo de la civilización hecho posible por la fuerza de la LEY.
134:6.2 (1490.5) La religión hace espiritualmente posible la hermandad de los hombres, pero será necesario que un gobierno de la humanidad regule los problemas sociales, económicos y políticos asociados a esa meta de felicidad y eficacia humana.
134:6.3 (1490.6) Habrá guerras y rumores de guerras —se levantará nación contra nación— mientras la soberanía política del mundo esté dividida y retenida injustamente por un grupo de Estados-nación. Inglaterra, Escocia y Gales estuvieron siempre luchando entre sí hasta que renunciaron a sus respectivas soberanías y las depositaron en el Reino Unido.
134:6.4 (1490.7) Otra guerra mundial enseñará a las llamadas naciones soberanas a formar algún tipo de federación, y este mecanismo podrá impedir las guerras a pequeña escala entre las naciones menores. Pero las guerras a gran escala persistirán hasta que se cree el gobierno de la humanidad. Solo la soberanía global impedirá las guerras globales. Ninguna otra cosa puede hacerlo.
134:6.5 (1490.8) Los cuarenta y ocho Estados norteamericanos libres viven juntos en paz. Entre los ciudadanos de estos cuarenta y ocho Estados hay gentes de todas las diversas nacionalidades y razas que en Europa están en guerra permanente. Estos norteamericanos representan a casi todas las religiones, sectas y cultos religiosos del mundo, y sin embargo en Norteamérica conviven en paz. Todo esto ha sido posible porque estos cuarenta y ocho Estados han renunciado a su soberanía y han abandonado toda noción de supuestos derechos de autodeterminación.
134:6.6 (1490.9) No es una cuestión de armamento ni de desarme. Tampoco influye la cuestión del servicio militar obligatorio o voluntario en estos problemas de mantener la paz mundial. Si quitarais a las naciones todo su armamento mecánico moderno y todos sus explosivos, pelearían con puños, piedras y garrotes mientras siguieran aferradas a sus falsas ilusiones del derecho divino a la soberanía nacional.
134:6.7 (1491.1) La guerra no es la gran y terrible enfermedad del hombre; la guerra es un síntoma, un resultado. La verdadera enfermedad es el virus de la soberanía nacional.
134:6.8 (1491.2) Las naciones de Urantia no han poseído nunca una soberanía real; no han tenido una soberanía que pudiera protegerlas de los estragos y devastaciones de las guerras mundiales. Al crear el gobierno global de la humanidad, las naciones no pierden soberanía sino que crean una soberanía mundial real, auténtica y duradera, que a partir de entonces será plenamente capaz de protegerlas de todas las guerras. Los asuntos locales serán gestionados por los gobiernos locales y los asuntos nacionales, por los gobiernos nacionales; los asuntos internacionales serán administrados por el gobierno global.
134:6.9 (1491.3) La paz mundial no se puede mantener a base de tratados, diplomacia, política exterior, alianzas, equilibrios de poder ni cualquier otro tipo de parche o malabarismo para lidiar con las soberanías del nacionalismo. Es necesario instaurar una ley mundial aplicada por un gobierno mundial: la soberanía de toda la humanidad.
134:6.10 (1491.4) Los individuos tendrán mucha más libertad con un gobierno mundial. Hoy en día los ciudadanos de las grandes potencias están gravados con impuestos, regulados y controlados de una manera casi opresiva. Gran parte de esta injerencia en las libertades individuales desaparecerá cuando los gobiernos nacionales estén dispuestos a depositar su soberanía, en materia de asuntos internacionales, en manos de un gobierno global.
134:6.11 (1491.5) Bajo un gobierno mundial los colectivos nacionales tendrán una verdadera oportunidad de hacer realidad las libertades personales de una auténtica democracia y de disfrutar de ellas. La falacia de la autodeterminación habrá terminado. Con una regulación global del dinero y de la industria llegará una nueva era de paz a escala mundial. Podría desarrollarse pronto un idioma mundial, y habrá al menos alguna esperanza de tener un día una religión global, o religiones con un punto de vista global.
134:6.12 (1491.6) La seguridad colectiva nunca podrá garantizar la paz hasta que la colectividad incluya a toda la humanidad.
134:6.13 (1491.7) La soberanía política del gobierno representativo de la humanidad traerá una paz duradera a la tierra, y la hermandad espiritual del hombre asegurará para siempre la buena voluntad entre todos los hombres. No hay otro camino para hacer realidad la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres.
* * *
134:6.15 (1491.8) Después de la muerte de Cymboyton sus hijos tuvieron muchas dificultades para mantener la paz en la escuela de religión. Las repercusiones de las enseñanzas de Jesús habrían sido mucho mayores si los maestros cristianos que se incorporaron posteriormente al cuerpo docente de Urmía hubieran practicado más la tolerancia y mostrado más sabiduría.
134:6.16 (1491.9) El hijo mayor de Cymboyton pidió ayuda a Abner de Filadelfia, pero Abner no acertó en su elección, y los maestros que envió resultaron ser inflexibles e intransigentes. Estos maestros intentaron imponer su religión sobre las otras creencias. No sospecharon nunca que las conferencias del conductor de caravanas, a las que se referían con tanta frecuencia, habían sido dadas por el propio Jesús.
134:6.17 (1491.10) Tanto aumentó la confusión entre el cuerpo docente que los tres hermanos retiraron su apoyo financiero, y al cabo de cinco años la escuela cerró. Se volvió a abrir más tarde como templo mitraico y acabó incendiándose en una de sus celebraciones orgiásticas.
134:7.1 (1492.1) A su vuelta del mar Caspio Jesús sabía que sus viajes por el mundo estaban a punto de terminar. Ya solo saldría una vez más de Palestina para ir a Siria. Después de pasar por Cafarnaúm, fue a Nazaret donde se quedó unos días haciendo visitas. A mediados de abril salió de Nazaret hacia Tiro. Desde allí viajó hacia el norte y paró unos días en Sidón, pero su destino era Antioquía.
134:7.2 (1492.2) Ese fue el año de las andanzas solitarias de Jesús por Palestina y Siria. Durante todo ese año de viajes, fue conocido por varios nombres en diferentes partes del país: el carpintero de Nazaret, el constructor de embarcaciones de Cafarnaúm, el escriba de Damasco y el maestro de Alejandría.
134:7.3 (1492.3) El Hijo del Hombre vivió más de dos meses en Antioquía trabajando, observando, estudiando, visitando, ministrando y aprendiendo sin cesar cómo vive el hombre, cómo piensa, siente y reacciona al entorno de la existencia humana. Durante tres semanas de este periodo trabajó como fabricante de tiendas. En este viaje estuvo más tiempo en Antioquía que en ningún otro lugar. Diez años después, cuando el apóstol Pablo predicaba en Antioquía y oyó hablar a sus seguidores de las doctrinas del escriba de Damasco, nunca pudo imaginar que sus alumnos habían oído la voz y escuchado las enseñanzas del propio Maestro.
134:7.4 (1492.4) Desde Antioquía Jesús viajó hacia el sur por la costa hasta Cesarea donde pasó unas semanas. Después siguió hasta Jope, y desde allí fue tierra adentro hasta Jamnia, Asdod y Gaza. Luego fue de Gaza a Beerseba por el sendero del interior y pasó allí una semana.
134:7.5 (1492.5) Jesús emprendió entonces su último recorrido como individuo particular por el corazón de Palestina, desde Beerseba en el sur hasta Dan en el norte. En este viaje hacia el norte hizo paradas en Hebrón, Belén (donde vio su lugar de nacimiento), Jerusalén (no visitó Betania), Beerot, Leboná, Sicar, Siquem, Samaria, Geba, Enganim, Endor y Madón. Siguió hacia el norte por Magdala y Cafarnaúm, pasó al este de las aguas de Merón, y por Karahta hasta Dan, o Cesarea de Filipo.
134:7.6 (1492.6) El Ajustador del Pensamiento que moraba en su interior condujo entonces a Jesús a apartarse de los lugares habitados por los hombres y subir al monte Hermón para terminar allí su trabajo de dominar su mente humana y consumar su consagración plena al resto de la obra de su vida en la tierra.
134:7.7 (1492.7) Esta fue una de las épocas inusitadas y extraordinarias de la vida terrenal del Maestro en Urantia. Tuvo otra experiencia muy similar cuando estuvo a solas en las colinas cercanas a Pella inmediatamente después de su bautismo. Este periodo de aislamiento en el monte Hermón marcó el final de su carrera puramente humana, es decir, la conclusión efectiva de su otorgamiento como mortal, mientras que su aislamiento posterior marcaría el comienzo de la fase más divina de su otorgamiento. Jesús vivió a solas con Dios durante seis semanas en las laderas del monte Hermón.
134:8.1 (1492.8) Después de pasar algún tiempo en las inmediaciones de Cesarea de Filipo, Jesús preparó sus provisiones y, tras adquirir una bestia de carga y contratar los servicios de un muchacho llamado Tiglat, llegó por la carretera de Damasco hasta una aldea conocida en otro tiempo como Beit Jenn, en las estribaciones del monte Hermón. Allí estableció su campamento hacia mediados de agosto del año 25 d. C., dejó sus provisiones al cuidado de Tiglat y subió por la solitaria ladera de la montaña. Tiglat acompañó a Jesús el primer día hasta un punto situado a unos 2000 metros sobre el nivel del mar donde construyeron un receptáculo de piedra en el que Tiglat debía depositar alimentos dos veces por semana.
134:8.2 (1493.1) Después de despedirse de Tiglat, Jesús ascendió un breve tramo de la montaña y se detuvo a orar. Entre otras cosas, pidió a su Padre que hiciera volver a su serafín guardiana para «quedarse con Tiglat». Pidió que se le permitiera subir solo a su última lucha con las realidades de la existencia mortal, y le fue concedida su petición. Acudió a la gran prueba con la única guía y ayuda de su Ajustador interior.
134:8.3 (1493.2) Jesús comió frugalmente durante su estancia en la montaña; solo hizo ayuno total un día o dos a la vez. Los seres sobrehumanos que se enfrentaron a él en esa montaña, con quienes luchó en espíritu y a quienes derrotó en poder, eran reales, eran sus enemigos acérrimos en el sistema de Satania. No eran fantasmas de la imaginación, fruto de los desvaríos intelectuales de un mortal debilitado y hambriento, incapaz de distinguir entre la realidad y las visiones de una mente trastornada.
134:8.4 (1493.3) Jesús pasó las tres últimas semanas de agosto y las tres primeras de septiembre en el monte Hermón. Durante estas semanas finalizó su tarea como mortal de conseguir los círculos de comprensión de la mente y de control de la personalidad. Durante todo este periodo de comunión con su Padre celestial, el Ajustador interior completó también los servicios que le habían sido asignados. Allí alcanzó su meta como mortal esta criatura terrestre. Solo quedaba por consumar la fase final de sintonización entre su mente y el Ajustador.
134:8.5 (1493.4) Después de más de cinco semanas de comunión ininterrumpida con su Padre del Paraíso, Jesús estuvo absolutamente seguro de su naturaleza y de la certeza de su triunfo sobre los niveles materiales de manifestación de la personalidad en el espacio-tiempo. Creía plenamente en el predominio de su naturaleza divina sobre su naturaleza humana, y no dudó en afirmarlo.
134:8.6 (1493.5) Cerca del final de su estancia en la montaña, Jesús pidió a su Padre que se le permitiera reunirse con sus enemigos de Satania como Hijo del Hombre, como Josué ben José, y le fue concedida su petición. La gran tentación, la prueba del universo, tuvo lugar durante la última semana en el monte Hermón. Satanás (en representación de Lucifer) y Caligastia, el Príncipe Planetario rebelde, estuvieron allí junto a Jesús, plenamente visibles para él. Esta «tentación», esta prueba definitiva de lealtad humana frente a las tergiversaciones de las personalidades rebeldes, no tuvo nada que ver con alimentos, pináculos del templo ni actos de atrevimiento. No tuvo que ver con los reinos de este mundo, sino con la soberanía de un universo glorioso y poderoso. El simbolismo de vuestros escritos iba dirigido al pensamiento infantil de las edades atrasadas del mundo, pero las generaciones posteriores deberían comprender la gran lucha que mantuvo el Hijo del Hombre aquel memorable día en el monte Hermón.
134:8.7 (1493.6) A las muchas propuestas y contrapropuestas de los emisarios de Lucifer, Jesús se limitaba a responder: «Que la voluntad de mi Padre del Paraíso prevalezca, y a ti, rebelde hijo mío, que los Ancianos de los Días te juzguen de forma divina. Soy tu Padre-creador, no puedo juzgarte con justicia y ya has desdeñado mi misericordia. Te remito al fallo de los Jueces de un universo más grande».
134:8.8 (1494.1) A todas las componendas y artimañas sugeridas por Lucifer, a todas sus proposiciones engañosas sobre el otorgamiento de la encarnación, Jesús se limitaba a responder: «Que se haga la voluntad de mi Padre que está en el Paraíso». Y cuando la dura prueba hubo terminado, la serafín guardiana que había sido apartada volvió para atender a Jesús.
134:8.9 (1494.2) Una tarde del final del verano, entre los árboles y en el silencio de la naturaleza, Miguel de Nebadon ganó la soberanía incuestionable de su universo. Aquel día concluyó la tarea establecida para los Hijos Creadores de vivir hasta la plenitud la vida encarnada a imagen y semejanza de carne mortal en los mundos evolutivos del tiempo y el espacio. El anuncio al universo de este logro trascendental no se hizo hasta unos meses más tarde, el día de su bautismo, pero ocurrió realmente aquel día en la montaña. Cuando Jesús descendió de su estancia en el monte Hermón, la rebelión de Lucifer en Satania y la secesión de Caligastia en Urantia estaban prácticamente liquidadas. Jesús había pagado el último precio exigido para alcanzar la soberanía de su universo, y eso regula de por sí el estatus de todos los rebeldes y determina que toda futura sublevación de ese tipo (si ocurre alguna vez) pueda ser zanjada de forma sumaria y eficaz. Y así podemos constatar que la llamada «gran tentación» de Jesús tuvo lugar algún tiempo antes, y no inmediatamente después, de su bautismo.
134:8.10 (1494.3) Cuando Jesús bajaba de la montaña al final de su estancia, se encontró a medio camino con Tiglat que le subía la comida y le dijo simplemente: «El periodo de descanso ha terminado; debo volver a los asuntos de mi Padre». Parecía muy cambiado y silencioso durante el camino de vuelta a Dan, donde se despidió del muchacho y le regaló el asno. Luego siguió hacia el sur por donde había venido hasta llegar a Cafarnaúm.
134:9.1 (1494.4) El verano llegaba a su fin y se acercaba el día de la expiación y la fiesta de los tabernáculos. Jesús tuvo una reunión familiar en Cafarnaúm durante el sabbat y salió al día siguiente hacia Jerusalén con Juan, el hijo de Zebedeo; fueron por el este del lago y por Gerasa, y luego por el valle del Jordán. Aunque Jesús habló algo durante el camino, Juan notó un gran cambio en él.
134:9.2 (1494.5) Jesús y Juan pararon a pasar la noche en Betania con Lázaro y sus hermanas, y a la mañana siguiente fueron temprano a Jerusalén. Pasaron casi tres semanas en la ciudad y sus alrededores, o por lo menos eso fue lo que hizo Juan. Muchos días iba solo a Jerusalén mientras Jesús paseaba por las colinas cercanas dedicado a la comunión espiritual con su Padre del cielo.
134:9.3 (1494.6) Ambos estuvieron presentes en los solemnes oficios del día de la expiación. Juan quedó muy impresionado por las ceremonias de ese día tan señalado del ritual religioso judío, en cambio Jesús se mantuvo al margen pensativo y silencioso. Para el Hijo del Hombre era un espectáculo patético y lamentable. Lo veía todo como una tergiversación del carácter y los atributos de su Padre del cielo. Consideraba las actividades de ese día como una parodia de los hechos de la justicia divina y de las verdades de la misericordia infinita. Ardía en deseos de desahogarse declarando la auténtica verdad sobre el carácter amoroso y la conducta misericordiosa de su Padre en el universo, pero su fiel Monitor le advirtió que aún no había llegado su hora. Aquella noche en Betania Jesús dejó caer bastantes comentarios que perturbaron mucho a Juan, y Juan nunca llegó a captar del todo la verdadera relevancia de lo que Jesús dijo en su conversación de aquella noche.
134:9.4 (1495.1) Jesús había previsto pasar con Juan toda la semana de la fiesta de los tabernáculos. Esta fiesta era el periodo de descanso anual de toda Palestina, la época de vacaciones de los judíos. Aunque Jesús no participó de la alegría de la ocasión, era evidente que disfrutaba viendo a jóvenes y viejos entregarse a la diversión y a la alegría.
134:9.5 (1495.2) A mediados de la semana y antes de que terminaran las celebraciones, Jesús se despidió de Juan diciendo que deseaba retirarse a las colinas, donde podría comunicarse mejor con su Padre del Paraíso. Juan quería ir con él, pero Jesús insistió en que se quedara hasta el fin de las festividades diciendo: «A ti no te corresponde llevar la carga del Hijo del Hombre; solo el vigilante debe estar en vela mientras la ciudad duerme en paz». Jesús no volvió a Jerusalén. Después de pasar casi una semana solo en las colinas cercanas a Betania, se dirigió a Cafarnaúm. De camino a casa pasó un día y una noche solo en las laderas del Gilboa, cerca del lugar donde el rey Saúl se quitó la vida, y cuando llegó a Cafarnaúm parecía más alegre que cuando dejó a Juan en Jerusalén.
134:9.6 (1495.3) A la mañana siguiente Jesús fue al arcón que se había quedado en el taller de Zebedeo con sus objetos personales, se puso su mandil y se presentó a trabajar diciendo: «Me conviene estar ocupado mientras espero a que llegue mi hora». Trabajó en el astillero varios meses, hasta enero del año siguiente, junto a su hermano Santiago. Después de esta temporada de trabajo con Jesús, por muchas dudas que vinieran a nublar su comprensión de la obra del Hijo del Hombre en esta vida, Santiago nunca volvió a perder por completo su fe en la misión de Jesús.
134:9.7 (1495.4) Durante esta última etapa de trabajo en el taller de embarcaciones Jesús dedicó la mayor parte del tiempo al acabado de interiores de algunos de los barcos más grandes. Ponía mucho interés en todo su trabajo personal y parecía sentir la satisfacción del logro humano cuando salía de sus manos una pieza bien hecha. Aunque no perdía el tiempo en nimiedades, trabajaba meticulosamente los aspectos esenciales de todo lo que hacía.
134:9.8 (1495.5) Con el paso del tiempo llegaron rumores a Cafarnaúm sobre un tal Juan que predicaba y bautizaba a penitentes en el Jordán. Juan decía: «El reino de los cielos está cerca; arrepentíos y sed bautizados». Jesús se mantenía informado del avance de Juan a medida que iba remontando lentamente el valle del Jordán desde el vado del río más próximo a Jerusalén, pero siguió trabajando en el astillero hasta enero del año siguiente, el 26 d. C., cuando Juan llegó a un punto cercano a Pella. Entonces Jesús dejó las herramientas diciendo: «Ha llegado mi hora», y se presentó ante Juan para recibir el bautismo.
134:9.9 (1495.6) Pero en Jesús se había producido un gran cambio. Pocos de los que habían disfrutado de sus palabras y atenciones en sus idas y venidas por el país reconocerían en el maestro público a la misma persona que habían conocido y amado como individuo particular en años anteriores. Había una razón para que sus primeros beneficiarios no lo reconocieran en su papel posterior de maestro público lleno de autoridad: la transformación de su mente y de su espíritu, que había ido progresando gradualmente durante muchos años, se había consumado durante la memorable estancia en el monte Hermón.
El libro de Urantia
Documento 135
135:0.1 (1496.1) JUAN el Bautista nació el 25 de marzo del año 7 a. C. conforme a la promesa que Gabriel había hecho a Isabel en junio del año anterior. Isabel mantuvo en secreto la visitación de Gabriel durante cinco meses. Cuando habló de ello a su marido, Zacarías se inquietó mucho, y no se llegó a creer el relato de su esposa hasta que tuvo un extraño sueño unas seis semanas antes del nacimiento de Juan. Aparte de la visita de Gabriel a Isabel y el sueño de Zacarías, no hubo nada extraño ni sobrenatural en el nacimiento de Juan el Bautista.
135:0.2 (1496.2) Juan fue circuncidado al octavo día según la costumbre judía. Fue creciendo como un niño normal día a día y año a año en la pequeña aldea conocida por entonces como Ciudad de Judá, a unos seis kilómetros al oeste de Jerusalén.
135:0.3 (1496.3) El acontecimiento más destacable de la primera niñez de Juan fue la visita que sus padres hicieron con él a Jesús y a la familia de Nazaret. Esta visita tuvo lugar en el mes de junio del año 1 a. C., cuando tenía poco más de seis años de edad.
135:0.4 (1496.4) A la vuelta de Nazaret los padres de Juan empezaron la educación sistemática del niño. Su pequeña aldea no tenía escuela de la sinagoga, pero Zacarías, al ser sacerdote, era bastante culto, e Isabel era mucho más culta que la media de las mujeres de Judea; ella también pertenecía a la clase sacerdotal porque era descendiente de las «hijas de Aarón». Como Juan era hijo único, sus padres consagraron mucho tiempo a su formación mental y espiritual. Los turnos de servicio de Zacarías en el templo de Jerusalén eran cortos, así que pudo dedicar casi todo su tiempo a enseñar a su hijo.
135:0.5 (1496.5) Zacarías e Isabel tenían una pequeña granja donde criaban ovejas. Con eso apenas ganaban para vivir, pero Zacarías recibía un estipendio regular de los fondos del templo dedicados a los sacerdotes.
135:1.1 (1496.6) Cuando Juan llegó a los catorce años no tenía una escuela donde graduarse, pero sus padres decidieron que ya tenía edad para hacer los votos formales de nazareo y lo llevaron a En-Gedi, junto al mar Muerto. Allí, en la sede sur de la hermandad nazarea, el muchacho fue debidamente admitido en esta orden de forma solemne y para toda la vida. Tras estas ceremonias y una vez hechos los votos de abstenerse de toda bebida embriagadora, dejarse crecer el pelo y no tocar a los muertos, la familia se dirigió a Jerusalén donde Juan terminó de presentar ante el templo de las ofrendas requeridas a los que hacían los votos nazareos.
135:1.2 (1496.7) Juan hizo los mismos votos vitalicios que sus ilustres predecesores Sansón y el profeta Samuel. Un nazareo vitalicio era considerado como una personalidad sacrosanta, y los judíos le profesaban casi el mismo respeto y la misma veneración que al sumo sacerdote. Esto no es de extrañar, puesto que los nazareos consagrados de por vida eran, con los sumos sacerdotes, las únicas personas autorizadas a entrar en el sanctasanctórum del templo.
135:1.3 (1497.1) Juan volvió de Jerusalén a su casa a cuidar de las ovejas de su padre y creció hasta hacerse un hombre fuerte de carácter noble.
135:1.4 (1497.2) A los dieciséis años Juan leyó sobre Elías, y le impresionó tanto el profeta del monte Carmelo que decidió adoptar su manera de vestir. A partir de entonces Juan llevó siempre vestimenta peluda y un cinto de cuero. A los dieciséis años medía ya más de un metro ochenta y había alcanzado casi su pleno desarrollo. Con su largo cabello suelto y su peculiar manera de vestir llamaba realmente la atención. Sus padres esperaban grandes cosas de su hijo único, un niño de la promesa y nazareo de por vida.
135:2.1 (1497.3) Tras varios meses de enfermedad, Zacarías murió en julio del año 12 d. C., cuando su hijo acababa de cumplir los dieciocho años. Fue un momento de gran desconcierto para Juan, pues el voto nazareo prohibía el contacto con los muertos, incluso los de la propia familia. Aunque se había esforzado por cumplir con las restricciones que le imponía su voto en cuanto a la contaminación por los muertos, no estaba seguro de haber acatado perfectamente las exigencias de la orden nazarea, de modo que fue a Jerusalén tras el entierro de su padre y ofreció los sacrificios requeridos para su purificación en el rincón nazareo del patio de las mujeres.
135:2.2 (1497.4) En septiembre de ese año Isabel y Juan viajaron a Nazaret para visitar a María y a Jesús. Juan estaba casi decidido a emprender la obra de su vida, pero las palabras y el ejemplo de Jesús le indujeron a volver a casa, cuidar de su madre y esperar a que llegara «la hora del Padre». Tras esta grata visita, Juan se despidió de Jesús y María y no volvió a ver a Jesús hasta el momento de su bautismo en el Jordán.
135:2.3 (1497.5) Juan e Isabel volvieron a casa y empezaron a planear su futuro. Como Juan se negaba a aceptar el estipendio de sacerdote que le correspondía de los fondos del templo, al cabo de dos años lo habían perdido todo menos su casa, así que decidieron ir hacia el sur con su rebaño de ovejas. El verano en que Juan cumplió los veinte años se trasladaron a Hebrón. Juan cuidó de sus ovejas en el llamado «desierto de Judea», a lo largo de un arroyo tributario de un riachuelo mayor que desembocaba en el mar Muerto a la altura de En-Gedi. Formaban la colonia de En-Gedi no solo nazareos consagrados temporalmente o de por vida, sino también muchos otros pastores ascetas que se congregaban en esta región con sus rebaños y confraternizaban con la hermandad nazarea. Vivían de la cría de ovejas y de los donativos de los judíos ricos a la orden.
135:2.4 (1497.6) Con el paso del tiempo Juan fue volviendo cada vez menos a Hebrón y yendo cada vez más a En-Gedi. Era tan totalmente distinto de la mayoría de los nazareos que le costaba mucho fraternizar a fondo con la hermandad, aunque sentía gran afecto por Abner, el director y jefe reconocido de la colonia de En-Gedi.
135:3.1 (1497.7) A lo largo del valle de este pequeño arroyo, Juan construyó con piedras apiladas no menos de una docena de refugios y corrales para la noche donde proteger y vigilar a sus rebaños de ovejas y cabras. Su vida de pastor le dejaba mucho tiempo para pensar. Hablaba mucho con Ezda, un chico huérfano de Bet-sur a quien había adoptado en cierto modo. Ezda cuidaba de los rebaños cuando Juan iba a Hebrón a ver a su madre y a vender ovejas, y también cuando iba a En-Gedi para los oficios del sabbat. Juan y el muchacho vivían de manera muy simple y subsistían a base de carne de cordero, leche de cabra, miel silvestre y las langostas comestibles de esa región. A veces traían provisiones de Hebrón y En-Gedi para complementar su dieta.
135:3.2 (1498.1) Juan se mantenía al corriente de los asuntos de Palestina y del mundo por Isabel, y estaba cada vez más convencido de que el final del viejo orden se avecinaba rápidamente y de que él se convertiría en el heraldo de una nueva edad: «el reino de los cielos». Este rudo pastor tenía gran predilección por los escritos del profeta Daniel. Había leído mil veces su descripción de la gran imagen que, según le había explicado Zacarías, representaba la historia de los grandes reinos del mundo empezando por Babilonia, luego Persia, Grecia y finalmente Roma. Juan percibía que Roma era ya una mezcla tan políglota de pueblos y razas que nunca podría convertirse en un imperio firmemente unido y consolidado. Incluso entonces veía a Roma dividida en Siria, Egipto, Palestina y otras provincias, y leyó además que «en los días de estos reyes, el Dios del cielo erigirá un reino que jamás será destruido. Y este reino no será entregado a otro pueblo, sino que desmenuzará y pondrá fin a todos esos reinos, y permanecerá para siempre». «Y le fue dado dominio y gloria, y reino para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su reino no será destruido.» «Y el reino y el dominio y la grandeza del reino debajo de todo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán.»
135:3.3 (1498.2) Juan nunca llegó a superar del todo la confusión que le provocaron las cosas que había a sus padres sobre Jesús y estos pasajes que leía en las Escrituras. En Daniel leyó: «Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí uno como el Hijo del Hombre que venía con las nubes del cielo, y le fue dado dominio y gloria y reino». Pero estas palabras del profeta no concordaban con lo que sus padres le habían enseñado. Tampoco la conversación que tuvo con Jesús a los dieciocho años se correspondía con estas afirmaciones de las Escrituras. A pesar de esta confusión y mientras duró su perplejidad, su madre le aseguró siempre que su primo lejano, Jesús de Nazaret, era el verdadero Mesías, que había venido a sentarse en el trono de David, y que él (Juan) se convertiría en su heraldo precursor y su principal apoyo.
135:3.4 (1498.3) Todo lo que había oído sobre el vicio y la perversidad de Roma, el libertinaje y la esterilidad moral del Imperio, y todo lo que sabía de las maldades de Herodes Antipas y los gobernadores de Judea hacía pensar a Juan que se avecinaba el fin de la edad. A este rudo y noble hijo de la naturaleza le parecía que el mundo estaba maduro para el final de la edad del hombre y el amanecer de la nueva edad divina: el reino de los cielos. En el corazón de Juan fue creciendo la convicción de que él había de ser el último de los viejos profetas y el primero de los nuevos. Vibraba con el impulso cada vez más incontenible de salir a proclamar a todos los hombres: «¡Arrepentíos! ¡Poneos a bien con Dios! Estad preparados para el final; preparaos para el nuevo orden eterno de las cosas de la tierra, el reino de los cielos».
135:4.1 (1499.1) El 17 de agosto del año 22 d. C., cuando Juan tenía veintiocho años, su madre falleció repentinamente. Como los amigos de Isabel sabían que el voto nazareo prohibía el contacto con los muertos, incluso los de la propia familia, organizaron el entierro de Isabel antes de avisar a su hijo. Cuando Juan recibió la noticia de la muerte de su madre, mandó a Ezda conducir sus rebaños a En-Gedi y salió hacia Hebrón.
135:4.2 (1499.2) Tras el funeral de su madre volvió a En-Gedi, donó sus rebaños a la hermandad y se apartó del mundo exterior para ayunar y orar durante una temporada. Juan solo conocía los viejos métodos de acercarse a la divinidad; solo conocía las historias de personajes como Elías, Samuel y Daniel. Elías era su ideal como profeta. Elías era el primero de los maestros de Israel que fue considerado como profeta, y Juan estaba realmente convencido de que él iba a ser el último de esa larga e ilustre hilera de mensajeros del cielo.
135:4.3 (1499.3) Juan vivió en En-Gedi durante dos años y medio, y persuadió a casi toda la hermandad de que «se acercaba el fin de la edad», de que «el reino de los cielos estaba a punto de aparecer». Todas sus primeras enseñanzas estaban basadas en el concepto vigente entre los judíos del Mesías prometido como libertador de la nación judía del yugo de sus gobernantes gentiles.
135:4.4 (1499.4) Durante todo este periodo Juan se dedicó a leer los escritos sagrados que encontró en la sede de los nazareos de En-Gedi. Quedó especialmente impresionado por Isaías y también por Malaquías, el último de los profetas hasta ese momento. Leyó y releyó los cinco últimos capítulos de Isaías y creyó en esas profecías. Después leyó en Malaquías: «He aquí, yo os envío a Elías el profeta antes de que venga el día grande y terrible del Señor. Y él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición». Esta promesa de Malaquías sobre el retorno de Elías fue lo único que disuadió a Juan de salir a predicar el advenimiento del reino y a exhortar a sus compatriotas judíos a ponerse a salvo de la ira por venir. Juan estaba listo para proclamar el mensaje del reino venidero, pero esta expectativa de la vuelta de Elías lo frenó durante más de dos años. Sabía que él no era Elías. ¿Qué habría querido decir Malaquías? ¿Era su profecía literal o figurada? ¿Cómo podría Juan conocer la verdad? Finalmente se atrevió a pensar que si el primero de los profetas se había llamado Elías, el último acabaría siendo conocido por el mismo nombre. Pero tenía sus dudas, y estas dudas le hicieron desechar la idea de llamarse a sí mismo Elías.
135:4.5 (1499.5) Por influencia de Elías Juan adoptó sus métodos de ataque franco y directo contra los pecados y los vicios de sus contemporáneos. Intentaba vestirse como Elías y se esforzaba en hablar como Elías; en todos los aspectos externos se parecía al antiguo profeta. Era un hijo de la naturaleza igual de fornido y pintoresco, un predicador de la rectitud igual de intrépido y atrevido. Juan no era analfabeto, conocía bien las sagradas escrituras judías, pero apenas tenía cultura. Era un pensador de ideas claras, un orador poderoso y un acusador ardiente. No se puede decir que fuera un ejemplo para su época, pero sí un reproche elocuente.
135:4.6 (1499.6) Por fin llegó a la conclusión de que el mejor procedimiento para proclamar la nueva edad, el reino de Dios, era convertirse en el heraldo del Mesías. En cuanto tomó esta decisión se disiparon todas sus dudas y salió de En-Gedi un día de marzo del año 25 d. C. para emprender su corta pero brillante carrera como predicador público.
135:5.1 (1500.1) Para poder comprender el mensaje de Juan hay que tener presente el estatus del pueblo judío en el momento de su aparición en escena. Todo Israel llevaba casi cien años sumido en el desconcierto: nadie acertaba a explicar su continuo sometimiento a gobernantes gentiles. ¿No había enseñado Moisés que la rectitud era recompensada siempre con prosperidad y poder? ¿No eran el pueblo elegido de Dios? ¿Por qué estaba desierto y vacante el trono de David? A la luz de las doctrinas mosaicas y de los preceptos de los profetas, los judíos no encontraban explicación para su interminable desolación nacional.
135:5.2 (1500.2) Unos cien años antes de la época de Jesús y de Juan, surgió en Palestina una nueva escuela de maestros religiosos, los apocalípticos. Estos nuevos maestros desarrollaron un sistema de creencias que interpretaba los sufrimientos y humillaciones de los judíos como castigo por los pecados de la nación. Recurrían a las razones bien conocidas que se habían utilizado en el pasado para explicar los cautiverios en Babilonia y en otros lugares. Por otra parte enseñaban que Israel debía recobrar el ánimo, que sus días de aflicción casi habían terminado, que el castigo al pueblo elegido de Dios estaba llegando a su fin y que la paciencia de Dios con los gentiles extranjeros estaba a punto de agotarse. El final del dominio de Roma era sinónimo del final de la edad y, en cierto sentido, del fin del mundo. Los apocalípticos basaban sus enseñanzas en las predicciones de Daniel e insistían en que la creación estaba a punto de entrar en su etapa final; los reinos de este mundo estaban a punto de convertirse en el reino de Dios. Para la mente judía de aquel tiempo, este era el significado de la expresión «el reino de los cielos» utilizada constantemente tanto por Juan como por Jesús en sus enseñanzas. Para los judíos de Palestina, la expresión «el reino de los cielos» solo significaba una cosa: un estado absolutamente justo en el que Dios (el Mesías) gobernaría las naciones de la tierra con la misma perfección de poder con que gobernaba en el cielo, es decir, «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».
135:5.3 (1500.3) En tiempos de Juan, todos los judíos se preguntaban con expectación: «¿Cuánto tardará en llegar el reino?». Había un sentimiento general de que el dominio de las naciones gentiles estaba llegando a su fin. Recorría todo el mundo judío la viva esperanza y la intensa expectativa de que la consumación del deseo de los siglos ocurriría durante la vida de aquella generación.
135:5.4 (1500.4) Aunque había grandes discrepancias entre los judíos sobre la naturaleza del reino venidero, todos compartían la convicción de que el acontecimiento era inminente en un futuro próximo o incluso inmediato. Muchos de los que interpretaban literalmente el Antiguo Testamento tenían puesta su esperanza en un nuevo rey de Palestina, en una nación judía regenerada, liberada de sus enemigos y presidida por el sucesor del rey David, el Mesías, que sería reconocido rápidamente como el soberano justo y legítimo de todo el mundo. Había otro colectivo más pequeño de judíos piadosos que tenía una visión muy diferente de este reino de Dios. Enseñaban que el reino venidero no era de este mundo, que el mundo se acercaba a un final seguro y que «un nuevo cielo y una nueva tierra» iban a ser el preludio del establecimiento del reino de Dios; que este reino sería un dominio perpetuo, que se terminaría el pecado y que los ciudadanos del nuevo reino se volverían inmortales para disfrutar de esa dicha sin fin.
135:5.5 (1500.5) Todos estaban de acuerdo en que el establecimiento del nuevo reino en la tierra estaría precedido necesariamente por una purga drástica o un castigo purificador. Los literalistas enseñaban que estallaría una guerra mundial en la que todos los no creyentes serían destruidos y los fieles se impondrían con una aplastante victoria universal y eterna. Los espiritualistas enseñaban que el reino estaría precedido por el gran juicio de Dios que relegaría a los perversos a su merecida condena y destrucción final. Al mismo tiempo, los santos creyentes del pueblo elegido serían elevados a altos puestos de honor y autoridad junto al Hijo del Hombre, que reinaría en nombre de Dios sobre las naciones redimidas. Este último grupo incluso creía que muchos gentiles piadosos podrían ser admitidos en la comunidad del nuevo reino.
135:5.6 (1501.1) Algunos judíos opinaban que Dios podría quizá establecer este nuevo reino por intervención divina directa, pero la inmensa mayoría pensaba que lo haría a través de un representante intermedio, el Mesías. Este era el único significado que podía tener el término Mesías para los judíos de la generación de Juan y de Jesús. Mesías no podía referirse de ningún modo a alguien que se limitara a enseñar la voluntad de Dios o a proclamar la necesidad de vivir rectamente. A todas esas personas santas, los judíos les daban el título de profetas, pero el Mesías había de ser más que un profeta. El Mesías había de traer consigo el establecimiento del nuevo reino, el reino de Dios, y nadie que dejara de hacer esto podría ser el Mesías en el sentido tradicional judío.
135:5.7 (1501.2) ¿Quién sería este Mesías? Aquí también diferían los maestros judíos. Los más antiguos se aferraban a la doctrina del hijo de David. Los más modernos enseñaban que, puesto que el nuevo reino era un reino celestial, el nuevo soberano podría ser también una personalidad divina, alguien que hubiera estado sentado por mucho tiempo a la diestra de Dios en el cielo. Y por extraño que parezca, los que concebían así al soberano del nuevo reino no lo contemplaban como un Mesías humano, como un simple hombre, sino como «el Hijo del Hombre» —un Hijo de Dios— un príncipe celestial que había estado mucho tiempo a la espera de asumir la soberanía de la tierra renovada. Este era el trasfondo religioso del mundo judío cuando Juan salió a proclamar: «¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca!».
135:5.8 (1501.3) Queda claro, por lo tanto, que el reino venidero anunciado por Juan tenía por lo menos media docena de significados distintos para los oyentes de su apasionada predicación. Pero con independencia de su interpretación de las palabras de Juan, los diferentes colectivos que esperaban el reino de los judíos se sentían todos atraídos por las proclamas de este sincero, entusiasta e improvisado predicador de la rectitud y del arrepentimiento que exhortaba tan solemnemente a sus oyentes a «ponerse a salvo de la ira por venir».
135:6.1 (1501.4) A principios del mes de marzo del año 25 d. C., Juan rodeó la costa occidental del mar Muerto y bordeó el río Jordán hasta llegar, a la altura de Jericó, al antiguo vado por donde pasaron Josué y los hijos de Israel cuando entraron por primera vez en la tierra prometida. Cruzó al otro lado del río, se estableció cerca de la entrada del vado y empezó a predicar a la gente que cruzaba el río en ambas direcciones. De todos los pasos del Jordán, este era el más frecuentado.
135:6.2 (1501.5) Todos los que oían a Juan se daban cuenta de que era más que un predicador. La gran mayoría de los que escuchaban a este hombre extraño surgido del desierto de Judea se alejaban pensando que habían oído la voz de un profeta. No es de extrañar que las almas cansadas y expectantes de esos judíos se conmovieran profundamente ante una manifestación así. En toda la historia judía, los piadosos hijos de Abraham nunca habían anhelado tanto «el consuelo de Israel» ni esperado más ardientemente «la restauración del reino». En toda la historia judía, el mensaje de Juan de que «el reino de los cielos está cerca» nunca habría podido causar un impacto tan profundo y universal como en el momento en que apareció tan misteriosamente en la orilla de este paso sur del Jordán.
135:6.3 (1502.1) Era pastor como Amós y se vestía como el antiguo Elías. Las atronadoras amonestaciones de este extraño predicador y sus advertencias lanzadas con el «espíritu y el poder de Elías» no tardaron en crear un enorme revuelo por toda Palestina a medida que los viajeros iban corriendo la voz de su predicación a orillas del Jordán.
135:6.4 (1502.2) La actuación de este predicador nazareo presentaba además una característica nueva: bautizaba a cada uno de sus creyentes en el Jordán «para la remisión de los pecados». Aunque el bautismo no era una ceremonia nueva entre los judíos, nunca habían visto practicarlo como lo estaba haciendo Juan. Era costumbre desde hacía mucho tiempo bautizar así a los prosélitos gentiles para admitirlos en la comunidad del patio exterior del templo, pero nadie había propuesto nunca a los propios judíos que recibieran el bautismo del arrepentimiento. En el corto periodo de quince meses que transcurrió entre el comienzo de su predicación y su arresto y encarcelamiento por instigación de Herodes Antipas, Juan bautizó a muchos más de cien mil penitentes.
135:6.5 (1502.3) Juan predicó durante cuatro meses en el vado de Betania antes de remontar el Jordán hacia el norte. Decenas de miles de oyentes, algunos por curiosidad pero muchos serios y sinceros, acudían a escucharlo de todas partes de Judea, Perea y Samaria, incluso unos cuantos desde Galilea.
135:6.6 (1502.4) En mayo de ese año, cuando aún estaba en el vado de Betania, los sacerdotes y levitas enviaron una delegación para preguntarle si afirmaba ser el Mesías y en virtud de qué autoridad predicaba. Juan respondió así a estos interrogadores: «Id y decid a vuestros señores que habéis oído ‘la voz que clama en el desierto’ tal como anunció el profeta cuando dijo, ‘preparad el camino del Señor, allanad la calzada para nuestro Dios. Todo valle será rellenado y todo monte y collado rebajado; el terreno escabroso se hará llano y lo abrupto se volverá ancho valle; y toda carne verá la salvación de Dios’».
135:6.7 (1502.5) Juan era un predicador heroico pero sin tacto. Un día estaba predicando y bautizando en la orilla occidental del Jordán cuando se le acercó un grupo de fariseos con algunos saduceos y se presentaron para ser bautizados. Antes de conducirlos hasta el agua, Juan se dirigió así al grupo: «¿Quién os ha advertido de que huyáis de la ira que viene como víboras ante el fuego? Os bautizaré, pero os aviso que debéis producir frutos dignos de un arrepentimiento sincero si queréis obtener la remisión de vuestros pecados. Y no me digáis que Abraham es vuestro padre. Yo declaro que Dios es capaz de hacer surgir dignos hijos de Abraham de estas doce piedras que tenéis delante. El hacha ya está puesta en la raíz del árbol. Todo árbol que no dé buen fruto está destinado a ser cortado y arrojado al fuego». (Las doce piedras eran las famosas piedras que erigió Josué para conmemorar el paso de las «doce tribus» por ese mismo punto la primera vez que entraron en la tierra prometida.)
135:6.8 (1502.6) Juan daba clases a sus discípulos para enseñarles los detalles de su nueva vida y se esforzaba por responder a sus muchas preguntas. Aconsejaba a los maestros que instruyeran tanto en el espíritu como en la letra de la ley. Instaba a los ricos a que alimentaran a los pobres. A los recaudadores de impuestos les decía: «No extorsionéis más de lo que se os ha asignado». A los soldados les decía: «No violentéis a nadie ni exijáis nada injustamente; contentaos con vuestro salario». Y a todos les aconsejaba: «Preparaos para el final de la edad. El reino de los cielos está cerca».
135:7.1 (1503.1) Juan no tenía aún las ideas claras sobre el reino venidero ni sobre su rey. Cuanto más predicaba más confuso se sentía, aunque esta incertidumbre intelectual sobre la naturaleza del reino venidero nunca empañó en lo más mínimo su certeza sobre el advenimiento inmediato del reino. Si había confusión en la mente de Juan, nunca la hubo en su espíritu. No tenía ninguna duda sobre la venida del reino, pero no tenía ninguna certeza de que Jesús fuera a ser el soberano de ese reino. Cuando Juan consideraba la idea de la restauración del trono de David, le parecía coherente que Jesús, nacido en la ciudad de David, fuera el esperado libertador, tal como le habían enseñado sus padres. En cambio, cuando se inclinaba más hacia la doctrina de un reino espiritual y el final de la edad temporal en la tierra, le asaltaban grandes dudas sobre el papel de Jesús en esos acontecimientos. A veces lo cuestionaba todo, aunque no por mucho tiempo. Tenía grandes deseos de hablar de todo esto con su primo, pero eso era contrario a lo que habían acordado entre ellos.
135:7.2 (1503.2) Juan pensó mucho en Jesús a medida que iba avanzando hacia el norte. Hizo más de doce paradas al remontar el Jordán y en una de ellas habló por primera vez de «otro que ha de venir después de mí». Ocurrió en Adán cuando sus discípulos le preguntaron directamente:«¿Eres tú el Mesías?». Juan les dijo: «Vendrá tras de mí uno que es más grande que yo, ante quien no soy digno de inclinarme a desatar la correa de su sandalia. Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo. Tiene la pala en la mano para limpiar completamente su era y recoger el trigo en su granero; pero quemará la paja con el fuego del juicio».
135:7.3 (1503.3) Juan siguió ampliando sus enseñanzas en respuesta a las preguntas de sus discípulos y añadiendo de día en día más cosas útiles y reconfortantes en comparación con su críptico mensaje inicial de «Arrepentíos y sed bautizados». Para entonces acudían multitudes de Galilea y de la Decápolis. Decenas de creyentes sinceros permanecían día tras día con su adorado maestro.
135:8.1 (1503.4) En diciembre del año 25 d. C., cuando Juan llegó a los alrededores de Pella en su avance por el Jordán, su fama se había extendido por toda Palestina y su actuación se había convertido en el tema principal de conversación de todas las poblaciones cercanas al lago de Galilea. Como Jesús había hablado favorablemente del mensaje de Juan, muchos habitantes de Cafarnaúm se sintieron impulsados a unirse al culto de arrepentimiento y bautismo de Juan. Poco después de que Juan se instalara a predicar cerca de Pella, Santiago y Juan, los pescadores hijos de Zebedeo, se presentaron para ser bautizados. Iban a ver a Juan una vez por semana y volvían a Jesús con información de primera mano sobre las últimas actuaciones del evangelista.
135:8.2 (1503.5) Santiago y Judá, los hermanos de Jesús, habían hablado de ir a ver a Juan para ser bautizados. El sábado 12 de enero del año 26 d. C., Judá fue a Cafarnaúm para los oficios del sabbat y, después de escuchar el discurso de Jesús en la sinagoga, tanto él como Santiago decidieron pedirle consejo respecto a sus planes. Así lo hicieron esa misma noche, pero Jesús les propuso dejar la conversación para el día siguiente y darles entonces su respuesta. Jesús durmió muy poco esa noche; estuvo en estrecha comunión con el Padre del cielo. Había acordado almorzar con sus hermanos y aconsejarles sobre su intención de ser bautizados por Juan. El domingo por la mañana Jesús estaba trabajando como de costumbre en el astillero cuando llegaron Santiago y Judá con el almuerzo. Se instalaron a esperar en el cuarto de depósito porque aún no era la hora del descanso de mediodía y sabían que su hermano era muy formal para esas cosas.
135:8.3 (1504.1) Justo antes de la pausa de mediodía Jesús dejó las herramientas, se quitó el mandil de trabajo y anunció simplemente a los tres trabajadores que estaban con él en el taller: «Ha llegado mi hora». Salió en busca de sus hermanos Santiago y Judá, y repitió: «Ha llegado mi hora, vamos a ver a Juan». Acto seguido salieron hacia Pella y comieron sobre la marcha. Era el domingo 13 de enero. Pararon a pasar la noche en el valle del Jordán y el lunes hacia mediodía llegaron al lugar donde Juan estaba bautizando.
135:8.4 (1504.2) Juan acababa de empezar a bautizar a los candidatos de ese día. Decenas de arrepentidos hacían cola esperando su turno cuando Jesús y sus dos hermanos se pusieron en esa fila de hombres y mujeres sinceros que habían creído en la predicación de Juan sobre el reino venidero. Juan había preguntado por Jesús a los hijos de Zebedeo, había oído hablar de los comentarios de Jesús sobre su predicación y esperaba verlo llegar todos los días. Lo que no esperaba era recibirlo en la cola de los candidatos al bautismo.
135:8.5 (1504.3) Tan concentrado estaba Juan en bautizar rápidamente a un número tan elevado de conversos que no advirtió la presencia de Jesús hasta que el Hijo del Hombre estuvo justo delante de él. Cuando Juan reconoció a Jesús interrumpió la ceremonia por un momento para saludar a su primo en la carne y preguntarle: «¿Por qué bajas hasta el agua a saludarme?». Jesús respondió: «Para recibir tu bautismo». Juan replicó: «Pero soy yo quien necesita ser bautizado por ti. ¿Por qué vienes a mí?». Jesús le dijo en voz baja: «Hazme caso, porque ahora conviene que demos este ejemplo a mis hermanos que están aquí conmigo, y para que la gente pueda saber que ha llegado mi hora».
135:8.6 (1504.4) Había un tono de indiscutible autoridad en la voz de Jesús. Juan temblaba de emoción cuando se dispuso a bautizar a Jesús de Nazaret en el Jordán el lunes 14 de enero del año 26 d. C. a mediodía. Así bautizó Juan a Jesús y a sus dos hermanos, Santiago y Judá. Y cuando los hubo bautizado a los tres, anunció que los bautismos se suspendían por ese día y se reanudarían al día siguiente a mediodía. Mientras se marchaba la gente, los cuatro hombres, aún de pie en el agua, oyeron un sonido extraño. Entonces vieron por un momento una aparición justo encima de la cabeza de Jesús y oyeron una voz que decía: «Este es mi hijo bienamado en quien me he complacido». Sobrevino un gran cambio en el semblante de Jesús, que salió del agua en silencio, se despidió de ellos y se dirigió hacia las colinas del este. Nadie volvió a verlo durante cuarenta días.
135:8.7 (1504.5) Juan siguió a Jesús durante un trecho para contarle la historia de la visita de Gabriel a su madre antes de que ninguno de los dos hubiera nacido, tal como la había oído tantas veces de labios de su madre. Luego le dejó que siguiera su camino después de decirle: «Ahora sé con certeza que tú eres el Libertador». Pero Jesús no respondió.
135:9.1 (1505.1) Cuando Juan volvió hacia sus discípulos (tenía entonces unos veinticinco o treinta que estaban siempre con él), los encontró comentando con gran intensidad los acontecimientos del bautismo de Jesús. Se quedaron mucho más asombrados cuando les contó la historia de la visitación de Gabriel a María antes de nacer Jesús, y les comentó que Jesús no había dicho ni una sola palabra cuando le habló de ello. Aquella tarde no llovió, y el grupo de unos treinta se quedó hablando bajo las estrellas hasta bien entrada la noche. Se preguntaban a dónde habría ido Jesús y cuándo volverían a verlo.
135:9.2 (1505.2) A partir del acontecimiento de ese día, la predicación de Juan adquirió un nuevo tono de certeza en su proclamación del reino venidero y del Mesías esperado. Los cuarenta días que pasaron a la espera de que Jesús volviera fueron un periodo de tensión, pero Juan siguió predicando con gran fuerza. Hacia esta época sus discípulos empezaron a predicar a las multitudes que se amontonaban alrededor de Juan a orillas del Jordán.
135:9.3 (1505.3) Durante esos cuarenta días de espera circularon muchos rumores por la zona, e incluso hasta Tiberiades y Jerusalén. Miles de personas fueron a conocer al famoso Mesías, la nueva atracción del campamento de Juan, pero ninguno pudo ver a Jesús. Y cuando los discípulos de Juan les explicaban que el extraño hombre de Dios se había ido a las colinas, muchos dudaban de toda la historia.
135:9.4 (1505.4) Unas tres semanas después de la desaparición de Jesús, apareció en Pella una nueva delegación de los sacerdotes y fariseos de Jerusalén para preguntar directamente a Juan si era él Elías o el profeta prometido por Moisés. Cuando Juan les dijo, «No lo soy», se atrevieron a preguntarle, «¿Eres el Mesías?», y Juan respondió: «No lo soy». Entonces los hombres de Jerusalén le dijeron: «Si no eres ni Elías, ni el profeta, ni el Mesías, ¿por qué bautizas a la gente y montas todo este revuelo?». Juan replicó: «Los que me han escuchado y han recibido mi bautismo son los que deberían deciros quién soy, pero os declaro que si yo bautizo con agua, ha estado entre nosotros aquel que volverá para bautizaros con el Espíritu Santo».
135:9.5 (1505.5) Esos cuarenta días fueron una etapa difícil para Juan y sus discípulos. ¿Cuál iba a ser la relación de Juan con Jesús? Se hacían cientos de preguntas, y empezaron a aparecer la política y los intereses egoístas. Surgieron intensos debates en torno a las distintas ideas y concepciones del Mesías. ¿Se convertiría en rey y jefe militar como David? ¿Derrotaría a los ejércitos romanos como hizo Josué con los cananeos? ¿O vendría a establecer un reino espiritual? Juan tendía a pensar, con la minoría, que Jesús había venido a establecer el reino de los cielos, aunque él mismo no tenía del todo claro en qué iba a consistir exactamente esa misión de establecer el reino de los cielos.
135:9.6 (1505.6) Para Juan fue una experiencia agotadora, y oraba por que Jesús volviera. Algunos discípulos de Juan organizaron grupos de búsqueda para localizar a Jesús, pero Juan se lo prohibió diciendo: «Nuestro tiempo está en manos del Dios del cielo; él dirigirá a su Hijo elegido».
135:9.7 (1505.7) El sabbat del 23 de febrero, durante la comida matutina, Juan y sus compañeros vieron venir a Jesús hacia ellos desde el norte. Mientras se acercaba, Juan se subió a una gran roca y alzó su sonora voz diciendo: «¡He aquí el Hijo de Dios, el libertador del mundo! Él es aquel de quien yo dije, ‘Después de mí viene uno que es antes que yo porque era primero que yo’. Por eso salí del desierto para predicar el arrepentimiento y bautizar con agua proclamando que el reino de los cielos está cerca. Y ahora llega aquel que os bautizará con el Espíritu Santo. Yo he visto al espíritu divino descender sobre este hombre y he oído la voz de Dios que decía: ‘Este es mi hijo bienamado en quien me he complacido’».
135:9.8 (1506.1) Jesús les dijo que siguieran comiendo mientras se sentaba a comer con Juan, ya que sus hermanos Santiago y Judá habían vuelto a Cafarnaúm.
135:9.9 (1506.2) Al día siguiente se despidió de Juan y de sus discípulos por la mañana temprano y volvió a Galilea. No les dijo nada sobre cuándo volverían a verlo. A las preguntas de Juan sobre su propia misión y predicación se limitó a contestar: «Mi Padre te guiará ahora y en el futuro como lo ha hecho en el pasado». Y estos dos grandes hombres se separaron aquella mañana a orillas del Jordán, para no volver a verse nunca más en la carne.
135:10.1 (1506.3) Al ver que Jesús había ido en dirección norte hacia Galilea, Juan se sintió impulsado a volver sobre sus pasos hacia el sur, y así lo hizo el domingo 3 de marzo por la mañana con los discípulos que le quedaban. Mientras tanto, alrededor de la cuarta parte de sus seguidores directos se había marchado a Galilea en busca de Jesús. Juan se encontraba sumido en la tristeza de la confusión. Nunca más volvió a predicar como lo hiciera antes de bautizar a Jesús. Sentía de alguna manera que la responsabilidad del reino venidero ya no descansaba sobre sus hombros. Sentía que su trabajo casi había terminado. Estaba triste y solo, pero predicaba, bautizaba y seguía avanzando hacia el sur.
135:10.2 (1506.4) Juan pasó varias semanas cerca de la aldea de Adán, y fue ahí donde lanzó su memorable ataque contra Herodes Antipas por haber tomado ilegalmente a la esposa de otro hombre. En junio de ese año (26 d. C.), estaba de vuelta en Betania, en el vado del Jordán donde más de un año antes había empezado a predicar sobre el reino venidero. Durante las semanas que siguieron al bautismo de Jesús, el carácter de la predicación de Juan fue evolucionando gradualmente hacia una proclamación de misericordia para la gente común, mientras denunciaba con renovada vehemencia a los dirigentes corruptos, tanto políticos como religiosos.
135:10.3 (1506.5) Herodes Antipas, en cuyo territorio había estado predicando Juan, se alarmó ante el temor de que él y sus discípulos organizaran una rebelión. A Herodes le habían molestado también las críticas públicas de Juan sobre sus asuntos domésticos, y en vista de todo esto decidió encarcelarlo. El 12 de junio por la mañana temprano, antes de que llegaran las multitudes a escuchar la predicación y presenciar los bautismos, los agentes de Herodes arrestaron a Juan. Como pasaban las semanas sin que fuera liberado, sus discípulos se dispersaron por toda Palestina, y muchos de ellos fueron a Galilea a unirse a los seguidores de Jesús.
135:11.1 (1506.6) Juan pasó una temporada solitaria y algo amarga en la cárcel. Pocos de sus seguidores fueron autorizados a visitarlo. Anhelaba ver a Jesús, pero tuvo que contentarse con oír hablar de su obra a través de algunos de sus antiguos discípulos que se habían convertido en creyentes en el Hijo del Hombre. A menudo se sentía tentado a dudar de Jesús y de su misión divina. Si Jesús era el Mesías, ¿por qué no hacía nada para liberarlo de ese encarcelamiento insoportable? Este hombre rudo, habituado al aire libre, languideció durante más de año y medio en aquella vil prisión, y esa experiencia fue una gran prueba para su fe en Jesús y su lealtad hacia él. En realidad, toda esa experiencia fue una gran prueba incluso para la fe de Juan en Dios. Muchas veces tuvo tentaciones de dudar hasta de la autenticidad de su propia misión y experiencia.
135:11.2 (1507.1) Llevaba ya varios meses encarcelado cuando fue a verlo un grupo de sus discípulos, y después de informarle sobre las actividades públicas de Jesús, le dijeron: «Así que ya ves, maestro, aquel que estuvo contigo en el alto Jordán prospera y recibe a todos los que van a él. Incluso asiste a banquetes con publicanos y pecadores. Tú diste testimonio valiente de él, y él en cambio no hace nada por liberarte». Pero Juan contestó a sus amigos: «Este hombre no puede hacer nada si no le es dado por su Padre del cielo. Recordad que dije: ‘Yo no soy el Mesías, sino el enviado por delante para prepararle el camino’. Y eso he hecho. El que tiene a la novia es el novio, pero el amigo del novio, que está allí y le oye, se alegra sobremanera con la voz del novio. Por lo tanto, este, mi gozo, es cumplido. Es necesario que él crezca y yo disminuya. Yo soy de esta tierra y he proclamado mi mensaje. Jesús de Nazaret ha bajado a la tierra desde el cielo y está por encima de todos nosotros. El Hijo del Hombre ha descendido de Dios y os proclamará las palabras de Dios, pues el Padre del cielo da el espíritu a su propio Hijo sin medida. El Padre ama a su Hijo y pondrá pronto todas las cosas en las manos de este Hijo. El que cree en el Hijo tiene la vida eterna. Y estas palabras que digo son verdad y permanecen».
135:11.3 (1507.2) La declaración de Juan asombró tanto a esos discípulos que se retiraron en silencio. Por su parte, Juan se alteró mucho porque se dio cuenta de que acababa de pronunciar una profecía. Nunca más volvió a dudar por completo de la misión y de la divinidad de Jesús, pero fue una dolorosa decepción para él que Jesús no le enviara ningún recado, que no fuera a verlo y que no utilizara nada de su gran poder para sacarlo de la cárcel. Jesús sabía todo esto. Tenía un gran amor por Juan, pero entonces ya era consciente de su naturaleza divina y conocía plenamente las grandes cosas que esperaban a Juan cuando dejara este mundo. Sabía también que el trabajo de Juan en la tierra había terminado y se obligó a no intervenir en el desarrollo natural de la carrera de este gran predicador y profeta.
135:11.4 (1507.3) La larga incertidumbre en la cárcel era humanamente insoportable para Juan. Pocos días antes de su muerte, volvió a enviar mensajeros de confianza a Jesús para preguntarle: «¿Está terminado mi trabajo? ¿Por qué tengo que languidecer en la cárcel? ¿Eres tú realmente el Mesías o hemos de esperar a otro?». Cuando los dos discípulos le dieron este mensaje, el Hijo del Hombre respondió: «Volved a Juan y decidle que no me he olvidado de él, pero que soporte esto de mí con paciencia pues nos corresponde cumplir rectamente con todo. Decid a Juan lo que habéis visto y oído —que se predica la buena nueva a los pobres— y decidle finalmente al amado heraldo de mi misión en la tierra que será bendecido abundantemente en la edad por venir si evita dudar y tropezar por causa mía». Estas fueron las últimas palabras que recibió Juan de Jesús. Este mensaje reconfortó mucho a Juan y contribuyó en gran medida a estabilizar su fe y a prepararlo para el trágico final de su vida en la carne que sobrevino poco después de esta memorable ocasión.
135:12.1 (1508.1) Cuando Juan fue arrestado estaba predicando en el sur de Perea. Fue conducido inmediatamente a la fortaleza de Maqueronte, y allí estuvo encarcelado hasta su ejecución. Además de gobernar en Galilea, Herodes era gobernador de Perea, donde mantenía dos residencias, en Julias y en Maqueronte. En Galilea la residencia oficial se había trasladado de Séforis a Tiberiades, la nueva capital.
135:12.2 (1508.2) Herodes no se atrevía a liberar a Juan por miedo a que instigara una rebelión. Tampoco se atrevía a ejecutarlo por miedo a posibles disturbios populares en la capital, pues miles de pereanos creían que Juan era un hombre santo y un profeta. En vista de eso mantenía preso al predicador nazareo sin saber qué hacer con él. Juan había comparecido varias veces ante Herodes, pero nunca quiso acceder a marcharse de los dominios de Herodes ni a abstenerse de toda actividad pública si era liberado. La nueva y creciente agitación en torno a la figura de Jesús de Nazaret advertía a Herodes que no era el momento de soltar a Juan. Por otra parte, Juan era objeto del odio intenso e implacable de Herodías, la esposa ilegítima de Herodes.
135:12.3 (1508.3) Herodes habló muchas veces con Juan sobre el reino de los cielos, y aunque a veces le impresionaba realmente su mensaje, nunca se atrevió a devolverle la libertad.
135:12.4 (1508.4) Herodes pasó mucho tiempo en sus residencias de Perea durante las obras de los nuevos edificios de Tiberiades y tenía gran predilección por la fortaleza de Maqueronte. Hasta varios años más tarde no se terminaron de construir todos los edificios públicos y la residencia oficial de Tiberiades.
135:12.5 (1508.5) Con ocasión de su cumpleaños Herodes organizó una gran fiesta en el palacio de Maqueronte para sus funcionarios principales y demás autoridades de los consejos de gobierno de Galilea y de Perea. Como Herodías no había conseguido convencer directamente a Herodes de ejecutar a Juan, se propuso acabar con él a base de astucia.
135:12.6 (1508.6) Durante las celebraciones y los espectáculos de la velada, Herodías presentó a su hija a bailar ante los comensales. Herodes, muy complacido con la actuación de la joven, la llamó y le dijo: «Eres encantadora. Estoy muy complacido contigo. Pídeme lo que quieras en mi cumpleaños y yo te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino». Todo esto lo hizo Herodes bajo los efectos de mucho vino. Ella se apartó para preguntar a su madre qué debía pedir a Herodes. Herodías le dijo: «Ve a Herodes y pídele la cabeza de Juan el Bautista». La joven volvió a la mesa del banquete y dijo a Herodes: «Te pido que me entregues ahora mismo en una fuente la cabeza de Juan el Bautista».
135:12.7 (1508.7) Herodes se llenó de miedo y pesadumbre, pero no quiso negarse porque había dado su palabra delante de todos sus invitados. Entonces Herodes Antipas ordenó a un soldado que trajera la cabeza de Juan, y Juan fue decapitado aquella noche en la cárcel. El soldado entregó a la joven una fuente con la cabeza del profeta en la parte trasera de la sala del banquete, y ella le dio la fuente a su madre. Cuando los discípulos de Juan se enteraron fueron a buscar el cuerpo de Juan a la cárcel, y después de depositarlo en una tumba, fueron a decírselo a Jesús.
El libro de Urantia
Documento 136
136:0.1 (1509.1) JESÚS empezó su ministerio público en pleno apogeo del interés popular por la predicación de Juan y en un tiempo en que el pueblo judío de Palestina esperaba ansiosamente la aparición del Mesías. Había un gran contraste entre Juan y Jesús. Juan era un trabajador impaciente y severo mientras que Jesús era un operario sereno y feliz; pocas veces tuvo prisa en toda su vida. Jesús era un consuelo reconfortante para el mundo, y en cierto modo, un ejemplo. Juan no era precisamente un consuelo ni tampoco un ejemplo. Predicaba sobre el reino de los cielos, pero no le interesaba gran cosa su felicidad. Aunque Jesús decía de Juan que era el más grande de los profetas del viejo orden, añadía también que el más pequeño de los que vieran la gran luz del nuevo camino y entrara así en el reino de los cielos era en verdad más grande que Juan.
136:0.2 (1509.2) Cuando Juan predicaba sobre el reino venidero la esencia de su mensaje era: «¡Arrepentíos! Huid de la ira que viene». Cuando Jesús empezó a predicar mantuvo la exhortación al arrepentimiento, pero este mensaje iba siempre acompañado por el evangelio, por la buena nueva de la alegría y la libertad del nuevo reino.
136:1.1 (1509.3) Existían muchas ideas sobre el libertador esperado entre los judíos, y cada una de las diversas escuelas de enseñanza mesiánica respaldaba sus argumentos con pasajes de las escrituras hebreas. En términos generales los judíos consideraban que su historia nacional empezó con Abraham y había de culminar con el Mesías y la nueva edad del reino de Dios. En los primeros tiempos habían imaginado a este libertador como «el siervo del Señor», luego como «el Hijo del Hombre», mientras que en los últimos tiempos algunos habían llegado incluso a referirse al Mesías como el «Hijo de Dios». Pero ya lo llamaran «simiente de Abraham» o «hijo de David», todos estaban de acuerdo en que iba a ser el Mesías, el «ungido». Así evolucionó el concepto desde «siervo del Señor» a «hijo de David», «Hijo del Hombre» e «Hijo de Dios».
136:1.2 (1509.4) En tiempos de Juan y de Jesús los judíos más doctos habían desarrollado la idea del Mesías venidero como un israelita perfeccionado y representativo que combinaría, en su calidad de «siervo del Señor», el triple cargo de profeta, sacerdote y rey.
136:1.3 (1509.5) Los judíos creían fervientemente que, al igual que Moisés había liberado a sus padres de la esclavitud egipcia mediante prodigios milagrosos, el Mesías venidero liberaría al pueblo judío de la dominación romana mediante milagros de poder aún mayores y maravillas de triunfo racial. Los rabinos habían reunido casi quinientos pasajes de las Escrituras como exponentes proféticos del Mesías venidero a pesar de sus aparentes contradicciones. Y entre todos estos detalles sobre el momento, el modo y la función, perdieron de vista casi por completo la personalidad del Mesías prometido. Esperaban una restauración de la gloria nacional judía —la exaltación temporal de Israel— en lugar de la salvación del mundo. Resulta por lo tanto evidente que Jesús de Nazaret no podía satisfacer de ninguna manera este concepto mesiánico materialista de la mente judía. En cambio, si hubieran visto estas manifestaciones proféticas bajo otra luz, muchas de las predicciones pretendidamente mesiánicas de los judíos habrían preparado de forma muy natural sus mentes para reconocer en Jesús a aquel que había de poner fin a una edad e inaugurar una dispensación nueva y mejor de misericordia y salvación para todas las naciones.
136:1.4 (1510.1) Los judíos habían sido educados para creer en la doctrina de la Shekinah. Pero este pretendido símbolo de la Presencia Divina no era visible en el templo, y creían que sería restaurado con la venida del Mesías. Tenían ideas confusas sobre el pecado racial y la naturaleza supuestamente mala del hombre. Algunos enseñaban que el pecado de Adán había maldecido a la raza humana y que el Mesías acabaría con esta maldición y devolvería al hombre el favor divino. Otros enseñaban que cuando Dios creó al hombre puso dentro de su ser tanto la naturaleza buena como la mala, pero al comprobar luego el resultado de esta combinación quedó muy decepcionado y «se arrepintió de haber hecho así al hombre». Los que enseñaban esto creían que el Mesías había de venir a redimir al hombre de esta naturaleza inherentemente mala.
136:1.5 (1510.2) La mayoría de los judíos creía que seguían languideciendo bajo el dominio romano por culpa de sus pecados nacionales y por la tibieza de los prosélitos gentiles. La nación judía no se había arrepentido de todo corazón, por eso retrasaba el Mesías su venida. Se hablaba mucho de arrepentimiento, de ahí el atractivo poderoso e inmediato de la predicación de Juan: «Arrepentíos y sed bautizados, pues el reino de los cielos está cerca». Y el reino de los cielos solo podía significar una cosa para cualquier judío piadoso: la llegada del Mesías.
136:1.6 (1510.3) Había una característica del otorgamiento de Miguel que era totalmente ajena a la concepción judía del Mesías, y era la unión de las dos naturalezas: la humana y la divina. Los judíos habían concebido al Mesías de varias formas: como humano perfeccionado, como sobrehumano e incluso como divino, pero nunca habían considerado el concepto de la unión de lo humano y lo divino. Y este fue el gran escollo de los primeros discípulos de Jesús. Captaban el concepto humano del Mesías como hijo de David tal como lo habían presentado los primeros profetas. También comprendían al Mesías como Hijo del Hombre, la idea sobrehumana de Daniel y de algunos de los profetas posteriores, e incluso como Hijo de Dios tal como había sido descrito por el autor del Libro de Enoc y otros contemporáneos suyos, pero no consideraron ni por un momento el verdadero concepto de la unión de las dos naturalezas, la humana y la divina, en una misma personalidad de la tierra. La encarnación del Creador en forma de criatura no les había sido revelada de antemano, solo fue revelada en Jesús. El mundo no sabía nada de estas cosas hasta que el Hijo Creador se hizo carne y habitó entre los mortales del mundo.
136:2.1 (1510.4) Jesús fue bautizado en pleno apogeo de la predicación de Juan cuando Palestina estaba inflamada con las expectativas de su mensaje —«el reino de Dios está cerca»—, cuando todo el mundo judío estaba haciendo un serio y solemne examen de conciencia. El sentido judío de solidaridad racial era muy profundo. Los judíos no solo creían que los pecados de un padre podían afligir a sus hijos, sino que además estaban convencidos de que el pecado de un solo individuo podía maldecir a la nación, por eso no todos los que se sometían al bautismo de Juan se consideraban culpables de los pecados específicos que Juan denunciaba. Muchas almas piadosas eran bautizadas por Juan por el bien de Israel. Temían que quizá algún pecado de ignorancia por su parte pudiera retrasar la venida del Mesías. Sentían que pertenecían a una nación culpable y maldita por el pecado y se presentaban al bautismo para poder manifestar así los frutos de una penitencia racial. Es por ello evidente que Jesús no recibió en ningún sentido el bautismo de Juan como un rito de arrepentimiento o para la remisión de sus pecados. Al aceptar el bautismo de manos de Juan, Jesús se limitó a seguir el ejemplo de muchos israelitas piadosos.
136:2.2 (1511.1) Cuando Jesús de Nazaret bajó al Jordán para ser bautizado era un mortal del mundo que había alcanzado la cumbre de la ascensión evolutiva humana en todos los asuntos relacionados con la conquista de la mente y la identificación del yo con el espíritu. Estaba en el Jordán aquel día un mortal perfeccionado de los mundos evolutivos del tiempo y el espacio. Se había establecido una sincronía perfecta y una comunicación plena entre la mente mortal de Jesús y el espíritu Ajustador que moraba en su interior, el don divino de su Padre del Paraíso. Y desde la ascensión de Miguel a la jefatura de su universo, un Ajustador como este habita dentro de todos los seres normales que viven en Urantia, con la única diferencia de que el Ajustador de Jesús fue preparado previamente para esta misión especial cuando habitó de forma similar en el interior de otro ser sobrehumano encarnado a semejanza de carne mortal, Maquiventa Melquisedec.
136:2.3 (1511.2) Cuando un mortal del mundo alcanza esos altos niveles de perfección de la personalidad, suelen producirse habitualmente los fenómenos preliminares de elevación espiritual que terminan en la fusión final del alma madurada del mortal con su Ajustador divino asociado. Parecía probable que se produjera un cambio así en la experiencia de la personalidad de Jesús de Nazaret el día en que bajó al Jordán con sus dos hermanos para ser bautizado por Juan. Esta ceremonia fue el acto final de su vida puramente humana en Urantia, y muchos observadores sobrehumanos esperaban presenciar la fusión del Ajustador con la mente que habitaba, pero no fue así. Ocurrió algo nuevo y aún más grande. Mientras Juan imponía las manos sobre Jesús para bautizarlo, el Ajustador que moraba en su interior se despidió definitivamente del alma humana perfeccionada de Josué ben José. Al cabo de unos instantes, esta entidad divina regresó de Divinington como Ajustador Personalizado y jefe de los de su clase en todo el universo local de Nebadon. Y así Jesús pudo ver cómo descendía sobre él en forma personalizada su propio antiguo espíritu divino que volvía a él, y oyó decir a este mismo espíritu originario del Paraíso: «Este es mi Hijo bienamado en quien me he complacido». Juan y los dos hermanos de Jesús oyeron también estas palabras, pero los discípulos de Juan, que estaban al borde del agua, no las oyeron ni tampoco vieron la aparición del Ajustador Personalizado. Solo contemplaron al Ajustador Personalizado los ojos de Jesús.
136:2.4 (1511.3) El Ajustador Personalizado había vuelto enaltecido, y cuando hubo hablado así reinó el silencio. Mientras los cuatro permanecían en el agua, Jesús levantó los ojos hacia el Ajustador situado junto a él y oró diciendo: «Padre mío que reinas en el cielo, santificado sea tu nombre. ¡Que venga tu reino! Que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo». Cuando terminó de orar «los cielos se abrieron» y el Hijo del Hombre tuvo la visión que le presentó el Ajustador Personalizado de sí mismo como Hijo de Dios tal como era antes de venir a la tierra a semejanza de carne mortal y tal como volvería a ser cuando terminara su vida encarnada. Esta visión celestial la tuvo solo Jesús.
136:2.5 (1512.1) Lo que Juan y Jesús oyeron fue la voz del Ajustador Personalizado que hablaba en nombre del Padre Universal, pues el Ajustador es del Padre del Paraíso y como él. Este Ajustador Personalizado estuvo asociado con Jesús en todas sus labores durante el resto de su vida en la tierra, y Jesús estuvo en comunión constante con este excelso Ajustador.
136:2.6 (1512.2) Cuando Jesús fue bautizado no se arrepintió de ninguna mala acción, no hizo ninguna confesión de pecado. Fue un bautismo de consagración al cumplimiento de la voluntad del Padre celestial. En su bautismo oyó la llamada inequívoca de su Padre, el mandato definitivo de ocuparse de los asuntos de su Padre, y se retiró a solas durante cuarenta días para reflexionar sobre estos múltiples problemas. Al apartarse así durante un tiempo de todo contacto activo de la personalidad con sus compañeros terrenales, Jesús, tal como era y en Urantia, se limitó a seguir el procedimiento habitual en los mundos de la morontia siempre que un mortal ascendente se fusiona con la presencia interior del Padre Universal.
136:2.7 (1512.3) Aquel día del bautismo terminó la vida puramente humana de Jesús. El Hijo divino encontró a su Padre, el Padre Universal encontró a su Hijo encarnado y se hablaron.
136:2.8 (1512.4) (Jesús tenía casi treinta y un años y medio cuando fue bautizado. Aunque Lucas dice que fue bautizado en el decimoquinto año del reinado de Tiberio César, que sería el 29 d. C., pues Augusto murió en el 14 d. C., cabe recordar que Tiberio fue coemperador con Augusto durante dos años y medio antes de la muerte de Augusto, y que se había acuñado moneda en su honor en octubre del 11 d. C. El decimoquinto año de su reinado efectivo fue, por lo tanto, ese mismo año 26 d. C., el del bautismo de Jesús. Ese fue también el año en que Poncio Pilatos empezó su mandato como gobernador de Judea.)
136:3.1 (1512.5) Jesús había superado la gran tentación de su otorgamiento como mortal antes de su bautismo cuando pasó seis semanas bajo el rocío del monte Hermón. Allí en el monte Hermón, como mortal del mundo y sin ninguna ayuda, se enfrentó y derrotó a Caligastia, el príncipe de este mundo, el pretendiente a la soberanía de Urantia. Ese memorable día Jesús de Nazaret se convirtió para los anales del universo en el Príncipe Planetario de Urantia. Este Príncipe de Urantia, que tan pronto iba a ser proclamado Soberano supremo de Nebadon, se retiró durante cuarenta días para elaborar los planes y seleccionar el procedimiento que habría de utilizar para proclamar el nuevo reino de Dios en el corazón de los hombres.
136:3.2 (1512.6) Dedicó los cuarenta días posteriores a su bautismo a adaptarse a los cambios de relación con el mundo y con el universo producidos por la personalización de su Ajustador. Durante este aislamiento en las colinas de Perea, decidió el criterio que seguiría y los métodos que emplearía en la etapa nueva y diferente de su vida terrenal que estaba a punto de iniciar.
136:3.3 (1512.7) Jesús no se retiró para ayunar ni para afligir su alma. No era un asceta, y había venido a destruir para siempre todos esos procedimientos de acercarse a Dios. Sus razones para buscar este retiro eran totalmente distintas de las que habían movido a Moisés y a Elías, e incluso a Juan el Bautista. Jesús era entonces plenamente consciente de su relación con el universo hecho por él mismo, y también con el universo de universos supervisado por el Padre del Paraíso, su Padre del cielo. Ahora recordaba perfectamente el encargo de su otorgamiento y las instrucciones de su hermano mayor Emmanuel antes de empezar su encarnación en Urantia. Ahora comprendía con plena claridad todas estas extensas relaciones, y deseaba apartarse durante un tiempo de meditación tranquila para elaborar sus planes y elegir los procedimientos de desarrollar su obra pública en favor de este mundo y de todos los demás mundos de su universo local.
136:3.4 (1513.1) Mientras buscaba un refugio donde instalarse en las colinas, Jesús se encontró con Gabriel, el jefe ejecutivo de su universo, la Radiante Estrella Matutina de Nebadon. Entonces Gabriel restableció su comunicación personal con el Hijo Creador del universo; era su primer encuentro directo desde que Miguel se despidiera de sus compañeros en Salvington cuando fue a Edentia a prepararse para iniciar su otorgamiento en Urantia. Siguiendo las instrucciones de Emmanuel y con la autorización de los Ancianos de los Días de Uversa, Gabriel transmitió a Jesús la información de que su experiencia de otorgamiento en Urantia estaba prácticamente terminada en todo lo relacionado con alcanzar la soberanía perfeccionada de su universo y acabar con la rebelión de Lucifer. Lo primero ocurrió el día de su bautismo, cuando la personalización de su Ajustador demostró la perfección y compleción de su otorgamiento a semejanza de carne mortal, y lo segundo era ya un hecho histórico el día que bajó del monte Hermón para encontrarse con Tiglat, el muchacho que lo asistía. Y ahora Jesús recibía la confirmación procedente de la más alta autoridad del universo local y del superuniverso de que su obra de otorgamiento estaba terminada en cuanto a su estatus personal de soberanía y en todo lo relacionado con la rebelión. Ya había recibido esta garantía directamente del Paraíso en su visión bautismal y en el fenómeno de la personalización del Ajustador del Pensamiento que moraba en su interior.
136:3.5 (1513.2) Durante esta conversación con Gabriel en la montaña, el Padre de la Constelación de Edentia apareció en persona ante Jesús y Gabriel, y dijo: «Ya se han formalizado los trámites. La soberanía del Miguel número 611 121 sobre su universo de Nebadon reside consumada a la diestra del Padre Universal. De parte de tu hermano Emmanuel, el patrocinador de la encarnación en Urantia, te traigo la liberación de tu otorgamiento. A partir de ahora eres libre de dar por terminado tu otorgamiento de encarnación, en cualquier momento y de la manera que elijas, para ascender a la diestra de tu Padre, recibir tu soberanía y asumir el merecido gobierno incondicional de todo Nebadon. También doy fe de que se han completado, por autorización de los Ancianos de los Días, los expedientes del superuniverso que ponen punto final a toda rebelión pecaminosa en tu universo y te otorgan autoridad plena e ilimitada para intervenir en cualquiera de estas sublevaciones en el futuro. Tu obra en Urantia y en la carne de una criatura mortal está oficialmente terminada. Todo lo que hagas de aquí en adelante dependerá de tu propia elección».
136:3.6 (1513.3) Cuando el Altísimo Padre de Edentia se hubo despedido, Jesús tuvo una larga conversación con Gabriel sobre el bienestar del universo, y al enviar sus saludos a Emmanuel, reiteró su promesa de recordar siempre, en la obra que estaba a punto de emprender en Urantia, los consejos que le dio en Salvington antes del otorgamiento.
136:3.7 (1514.1) Durante estos cuarenta días de aislamiento Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se dedicaron a buscar a Jesús y se acercaron muchas veces a su lugar de retiro, pero nunca lo encontraron.
136:4.1 (1514.2) Jesús fue elaborando día a día en las colinas los planes para el resto de su otorgamiento en Urantia. Su primera decisión fue no enseñar al mismo tiempo que Juan. Se propuso esperar en segundo plano hasta que Juan llevara a cabo su labor o acabara en la cárcel. Jesús sabía muy bien que la predicación audaz y poco diplomática de Juan suscitaría enseguida el miedo y la enemistad de los dirigentes civiles. En vista de la precaria situación de Juan, Jesús empezó a planear decididamente su programa de trabajo público en favor de su pueblo y del mundo, en favor de todos los mundos habitados de todo su vasto universo. El otorgamiento como mortal de Miguel fue en Urantia, pero para todos los mundos de Nebadon.
136:4.2 (1514.3) Lo primero que hizo Jesús después de elaborar el plan general de coordinación de su programa con el movimiento de Juan fue repasar mentalmente las instrucciones de Emmanuel. Reflexionó a fondo sobre los consejos que había recibido respecto a sus métodos de trabajo y a la recomendación de no dejar escritos permanentes en el planeta. A partir de entonces Jesús no volvió a escribir sobre nada que no fuera arena. En su siguiente visita a Nazaret, con gran pena de su hermano José, Jesús destruyó todos sus escritos conservados en tablillas en el taller de carpintería o colgados en las paredes de la vieja casa. También reflexionó mucho sobre los consejos de Emmanuel en cuanto a su actitud en materia económica, social y política hacia el mundo tal como lo encontraría.
136:4.3 (1514.4) Jesús no ayunó durante este aislamiento de cuarenta días. El periodo más largo que pasó sin alimentarse fueron sus dos primeros días en las colinas. Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que se olvidó por completo de comer, pero al tercer día se ocupó de buscar comida. Tampoco fue tentado durante este tiempo por espíritus malignos ni por personalidades rebeldes de este mundo ni de cualquier otro mundo.
136:4.4 (1514.5) Durante estos cuarenta días se produjo la reunión definitiva entre su mente humana y su mente divina, o mejor dicho, el primer acto real de funcionamiento de estas dos mentes como una sola. Los resultados de esta memorable temporada de meditación demostraron de forma concluyente que la mente divina se había impuesto espiritualmente de forma triunfal sobre el intelecto humano. A partir de entonces la mente del hombre se convirtió en la mente de Dios, y aunque la yoidad de la mente del hombre estaba presente en todo momento, esta mente humana espiritualizada decía siempre: «Que no se haga mi voluntad sino la tuya».
136:4.5 (1514.6) Los acontecimientos de este periodo memorable no fueron las visiones fantásticas de una mente hambrienta y debilitada, ni tampoco los confusos y pueriles simbolismos documentados más tarde como las «tentaciones de Jesús en el desierto». Fue más bien una temporada dedicada a reflexionar sobre toda la carrera intensa y variada del otorgamiento en Urantia y a planear cuidadosamente su ministerio posterior para servir a este mundo de la mejor manera y contribuir al mismo tiempo al mejoramiento de todas las demás esferas aisladas por rebelión. Jesús analizó todo el lapso de la vida humana en Urantia desde los días de Andon y Fonta, pasando por la falta de Adán, hasta el ministerio del Melquisedec de Salem.
136:4.6 (1514.7) Gabriel había recordado a Jesús que podía manifestarse al mundo de dos maneras en caso de que eligiera quedarse algún tiempo en Urantia, y también se le explicó claramente que lo que decidiera en este sentido no afectaría en nada a su soberanía en el universo ni al final de la rebelión de Lucifer. Las dos maneras de servir al mundo eran las siguientes:
136:4.7 (1515.1) 1. Su propia manera: la manera que pudiera parecerle más agradable y provechosa desde el punto de vista de las necesidades inmediatas de este mundo y de la edificación presente de su propio universo.
136:4.8 (1515.2) 2. La manera del Padre: la ejemplificación de un ideal clarividente de la vida de las criaturas tal como es visto por las altas personalidades de la administración paradisiaca del universo de universos.
136:4.9 (1515.3) Y así se mostró a Jesús que podía orientar de dos maneras el resto de su vida en la tierra. Las dos opciones tenían puntos a su favor a la luz de la situación inmediata. El Hijo del Hombre sabía muy bien que su elección entre estas dos líneas de conducta no afectaría en nada al logro de la soberanía de su universo, pues ya constaba como asunto cerrado y sellado en los archivos del universo de universos, solo pendiente de que la solicitara en persona. Por otra parte, Jesús fue informado de que su hermano paradisiaco Emmanuel vería con muy buenos ojos que él, Jesús, tomara la decisión de finalizar su carrera de encarnación en la tierra tan noblemente como la había empezado: sometido siempre a la voluntad del Padre. Al tercer día de su aislamiento Jesús se prometió que volvería al mundo a finalizar su carrera en la tierra y que siempre que tuviera que decidir entre las dos opciones elegiría la voluntad del Padre. Durante el resto de su vida en la tierra fue fiel a esta resolución; incluso hasta el amargo final, subordinó invariablemente su voluntad soberana a la de su Padre celestial.
136:4.10 (1515.4) Los cuarenta días en el desierto montañoso no fueron un periodo de grandes tentaciones, sino más bien el periodo de las grandes decisiones del Maestro. Durante esos días de comunión solitaria consigo mismo y con la presencia directa de su Padre —el Ajustador Personalizado (pues ya no tenía una guardiana seráfica personal) — llegó, una a una, a las grandes decisiones que habían de dirigir sus criterios y su conducta durante el resto de su carrera en la tierra. Este periodo de aislamiento se asoció posteriormente a la tradición de una gran tentación porque se confundió con relatos fragmentarios de las luchas en el monte Hermón, y además porque la costumbre establecía que todos los grandes profetas y líderes humanos se recogieran en supuestos periodos de ayuno y oración antes de iniciar su carrera pública. Cuando se enfrentaba a decisiones nuevas o importantes, Jesús acostumbraba siempre a retirarse para comulgar con su propio espíritu y buscar así conocer la voluntad de Dios.
136:4.11 (1515.5) En todos sus proyectos para el resto de su vida en la tierra, el corazón humano de Jesús estuvo siempre dividido entre dos líneas de conducta opuestas:
136:4.12 (1515.6) 1. Su intenso deseo de conseguir que su pueblo —y el mundo entero— creyera en él y aceptara su nuevo reino espiritual. Y conocía muy bien las ideas de sus compatriotas respecto al Mesías venidero.
136:4.13 (1515.7) 2. Vivir y obrar como sabía que su Padre aprobaría, llevar a cabo su trabajo en favor de otros mundos necesitados y, al establecer el reino, seguir revelando al Padre y mostrando al mundo su divino carácter de amor.
136:4.14 (1515.8) Durante estos días memorables Jesús vivió en una antigua caverna rocosa, un refugio en la ladera de las colinas cercano a una aldea llamada en otro tiempo Beit Adis. Bebía el agua del pequeño manantial que brotaba en la ladera de la colina cercana a su refugio en la roca.
136:5.1 (1516.1) Al tercer día de empezar este encuentro consigo mismo y con su Ajustador Personalizado, Jesús recibió una visión de todas las huestes celestiales de Nebadon enviada por sus jefes para ponerse a las órdenes de su amado Soberano. Este poderoso ejército constaba de doce legiones de serafines y un número proporcional de todos los órdenes de inteligencias del universo. La primera gran decisión de Jesús en su retiro consistió en determinar si incluiría o no a estas poderosas personalidades en el próximo programa de su obra pública en Urantia.
136:5.2 (1516.2) Jesús decidió que no utilizaría ni a una sola personalidad de este inmenso contingente a menos que fuera evidente que esa era la voluntad de su Padre. A pesar de esta decisión de orden general, este gran ejército permaneció con él durante el resto de su vida en la tierra, dispuesto siempre a cumplir la menor expresión de la voluntad de su Soberano. Aunque Jesús no siempre podía ver con sus ojos humanos a estas personalidades asistentes, su Ajustador Personalizado asociado las veía constantemente y podía comunicarse con todas ellas.
136:5.3 (1516.3) Antes de bajar de sus cuarenta días de retiro en las colinas, Jesús puso a su Ajustador recientemente personalizado al mando directo de esta hueste asistente de personalidades del universo, y durante más de cuatro años del tiempo de Urantia, estas personalidades seleccionadas de todas las divisiones de inteligencias del universo actuaron de forma respetuosa y obediente bajo la sabia orientación de este excelso y experimentado Monitor de Misterio Personalizado. Al asumir el mando de este poderoso contingente, el Ajustador, que había sido parte y esencia del Padre del Paraíso, aseguró a Jesús que en ningún caso se permitiría a estos agentes sobrehumanos intervenir o manifestarse en pro de su carrera en la tierra o en relación con ella a menos que el Padre lo deseara expresamente. Así, mediante una única gran decisión, Jesús se privó voluntariamente de toda cooperación sobrehumana en todos los asuntos relacionados con el resto de su carrera como mortal, a menos que el Padre eligiera por su propia iniciativa participar en algún acto o episodio de la actuación del Hijo en la tierra.
136:5.4 (1516.4) Al aceptar el mando de las huestes del universo al servicio de Cristo Miguel, el Ajustador Personalizado insistió en explicar a Jesús que, aunque este colectivo de criaturas del universo podía estar limitado en sus actividades en el espacio por la autoridad delegada de su Creador, esas restricciones no tendrían efecto en cuanto a las funciones de esas criaturas en el tiempo. El motivo de esta limitación es que los Ajustadores, una vez personalizados, son seres sin tiempo. Por eso Jesús fue advertido de que el control del Ajustador sobre todas las inteligencias vivas situadas bajo su mando sería completo y perfecto en todo lo relacionado con el espacio, pero no se podrían imponer unas restricciones tan perfectas en cuanto al tiempo. El Ajustador le dijo: «Tal como has ordenado, impediré que este ejército asistente de inteligencias del universo intervenga en cualquier cuestión relacionada con tu carrera en la tierra, excepto en aquellos casos en que el Padre del Paraíso me ordene que deje actuar a estos agentes para que pueda cumplirse su voluntad divina, tal como tú hayas elegido. La misma excepción se aplicará a los supuestos en que tu voluntad humano-divina se proponga alguna elección o acción que solo suponga desviaciones del orden natural de la tierra en cuanto al tiempo. En todo ese tipo de acontecimientos yo soy impotente, y tus criaturas reunidas aquí en perfección y unidad de poder son igualmente impotentes. Si tus naturalezas unidas manifiestan alguna vez tales deseos, esos mandatos tuyos serán ejecutados en el acto. En todos esos casos, tu deseo constituirá una abreviación del tiempo, y la cosa proyectada existirá. Esto constituye la máxima limitación que se puede imponer a tu soberanía potencial bajo mi mando. En mi autoconsciencia el tiempo no existe, y por lo tanto no puedo limitar a tus criaturas en nada relacionado con él».
136:5.5 (1517.1) Así fue informado Jesús de cómo se desarrollaría su decisión de seguir viviendo como un hombre entre los hombres. Mediante una sola decisión, había excluido de participar en su próximo ministerio público a todas sus huestes asistentes de inteligencias del universo excepto en los asuntos relacionados exclusivamente con el tiempo. Por lo tanto, cualquier posible manifestación sobrenatural o supuestamente sobrehumana que acompañara al ministerio de Jesús correspondería única y exclusivamente a la eliminación del tiempo, a menos que el Padre del cielo ordenara expresamente lo contrario. Ningún milagro, ministerio de misericordia o cualquier otro posible acontecimiento que ocurriera con relación al resto de la obra de Jesús en la tierra podría tener la naturaleza o el carácter de un acto que trascendiera las leyes naturales establecidas que rigen normalmente los asuntos del hombre en su vida en Urantia, excepto en esta cuestión expresamente mencionada del tiempo. Por supuesto, no se pueden poner límites a las manifestaciones de «la voluntad del Padre». La eliminación del tiempo en cuanto a los deseos expresos de este Soberano potencial de un universo solo se podría evitar mediante un acto directo y explícito de la voluntad de este hombre-Dios a efectos de que el tiempo relacionado con ese acto o acontecimiento concreto no fuera acortado o eliminado. Para impedir la aparición de aparentes milagros del tiempo era necesario que Jesús fuera siempre consciente del tiempo. Cualquier lapsus de su consciencia del tiempo en conexión con un deseo concreto equivalía a hacer efectiva la cosa concebida en la mente de este Hijo Creador, y ello sin intervención del tiempo.
136:5.6 (1517.2) A través del control supervisor de su Ajustador Personalizado y asociado, Miguel podía limitar perfectamente sus actividades personales en la tierra en cuanto al espacio, pero el Hijo del Hombre no tenía la posibilidad de limitar del mismo modo su nuevo estatus en la tierra como Soberano potencial de Nebadon en cuanto al tiempo. Este era el estatus real de Jesús de Nazaret cuando emprendió su ministerio público en Urantia.
136:6.1 (1517.3) Habiendo fijado su línea de conducta respecto a todas las personalidades de todas las clases de inteligencias creadas por él, en la medida en que esto era determinable dado el potencial inherente a su nuevo estatus de divinidad, Jesús dirigió sus pensamientos hacia sí mismo. ¿Qué haría él, el creador ya plenamente autoconsciente de todas las cosas y seres existentes en este universo, con estas prerrogativas de creador en las situaciones recurrentes de la vida que tendría que afrontar en cuanto volviera a Galilea para reanudar su obra entre los hombres? De hecho allí mismo, en esas colinas solitarias, ya se le había presentado con premura este problema a la hora de conseguir comida. Al tercer día de solitaria meditación su cuerpo humano sintió hambre. ¿Debía ir en busca de comida como haría cualquier hombre o simplemente utilizar sus poderes creadores normales para proveerse allí mismo del alimento corporal adecuado? Esta gran decisión del Maestro os ha sido descrita como una tentación, como el reto por parte de supuestos enemigos de «ordenar que estas piedras se conviertan en panes».
136:6.2 (1518.1) Jesús se fijó entonces otra línea de conducta sistemática para el resto de sus labores en la tierra. En cuanto a sus necesidades personales e incluso en sus relaciones con otras personalidades en general, eligió deliberadamente el camino de la existencia terrenal normal y descartó definitivamente trascender, vulnerar o ultrajar con su conducta las leyes naturales establecidas por él mismo. Lo que no pudo prometerse a sí mismo, tal como le había advertido su Ajustador Personalizado, es que esas leyes naturales no pudieran ser considerablemente aceleradas en ciertas circunstancias concebibles. Jesús decidió, en principio, organizar y ejecutar el trabajo de su vida conforme a la ley natural y en armonía con la organización social existente. Y así, el Maestro eligió un programa de vida que entrañaba una decisión en contra de milagros y prodigios. Se decidió una vez más en favor de «la voluntad del Padre» y puso una vez más todas las cosas en manos de su Padre del Paraíso.
136:6.3 (1518.2) La naturaleza humana de Jesús le dictaba que su primer deber era preservarse a sí mismo; esta es la actitud normal del hombre natural en los mundos del tiempo y el espacio, y por consiguiente la reacción legítima de un mortal de Urantia. Pero el interés de Jesús no se limitaba a este mundo y sus criaturas. Estaba viviendo una vida destinada a instruir e inspirar a las múltiples criaturas de un extenso universo.
136:6.4 (1518.3) Antes de su iluminación bautismal había vivido perfectamente sumiso a la voluntad y la orientación de su Padre celestial. Tomó la firme decisión de proseguir su vida mortal con la misma dependencia implícita de la voluntad del Padre. Adoptó una línea de conducta antinatural cuando decidió no intentar preservarse, y mantuvo su negativa a defenderse. Formuló sus conclusiones con estas palabras de las Escrituras tan familiares para su mente humana: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Al llegar a esta conclusión respecto a las apetencias de la naturaleza física que se expresan como hambre, el Hijo del Hombre adoptaba su postura definitiva respecto a todas las demás exigencias de la carne y los impulsos naturales de la naturaleza humana.
136:6.5 (1518.4) Podría tal vez utilizar su poder sobrehumano para ayudar a otros, pero nunca en beneficio propio. Y se mantuvo fiel a esta línea de conducta hasta el fin, cuando se burlaban de él diciendo: «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse»... porque no quiso.
136:6.6 (1518.5) Los judíos esperaban a un Mesías que había de hacer maravillas aún más grandes que las de Moisés, de quien se decía que había hecho manar agua de la roca en un lugar árido y había alimentado a sus antepasados con maná en el desierto. Jesús conocía la clase de Mesías que esperaban sus compatriotas y poseía todas las prerrogativas y poderes necesarios para estar a la altura de sus más altas expectativas, pero desestimó este magnífico programa de poder y de gloria. Para Jesús, el esperado programa milagroso sería un retroceso a los viejos tiempos de la magia ignorante y las prácticas degradadas de los curanderos salvajes. Podría avenirse a acelerar las leyes naturales para la salvación de sus criaturas, pero en ningún caso trascendería sus propias leyes ni para su propio beneficio ni para impresionar a sus semejantes. Y esta decisión del Maestro fue definitiva.
136:6.7 (1518.6) Jesús se lamentaba por su pueblo; comprendía perfectamente cómo habían sido conducidos a esperar a un Mesías venidero en cuyo tiempo «la tierra dará diez mil veces más frutos, y una vid tendrá mil ramas, y cada rama producirá mil racimos, y cada racimo producirá mil uvas y cada uva producirá un galón de vino». Los judíos creían que el Mesías había de inaugurar una era de milagrosa abundancia. Los hebreos se habían alimentado durante mucho tiempo de tradiciones de milagros y leyendas de prodigios.
136:6.8 (1519.1) Él no era un Mesías que venía a multiplicar el pan y el vino. No venía a atender solo a las necesidades temporales. Venía a hacer la revelación de su Padre del cielo a sus hijos de la tierra mientras intentaba que estos hijos de la tierra se unieran a él en un esfuerzo sincero por vivir conforme a la voluntad del Padre del cielo.
136:6.9 (1519.2) Con esta decisión Jesús de Nazaret mostraba a los espectadores de todo un universo la locura y el pecado que supone prostituir los talentos divinos y las aptitudes dadas por Dios para el engrandecimiento personal o para obtener ventajas y glorificaciones puramente egoístas. Este fue el pecado de Lucifer y de Caligastia.
136:6.10 (1519.3) Esta gran decisión de Jesús ilustra de forma espectacular la verdad de que la satisfacción egoísta y la gratificación sensual por sí solas son incapaces de proporcionar felicidad a los seres humanos en su evolución. Hay valores más altos en la existencia mortal —la maestría intelectual y el logro espiritual— que van mucho más allá de la gratificación necesaria de los apetitos y de las exigencias puramente físicas del hombre. La dotación natural de talento y aptitudes del hombre debería dedicarse principalmente a desarrollar y ennoblecer sus poderes superiores de la mente y el espíritu.
136:6.11 (1519.4) Jesús reveló así a las criaturas de su universo el camino nuevo y mejor, los valores morales superiores del vivir y las satisfacciones espirituales más profundas de la existencia humana evolutiva en los mundos del espacio.
136:7.1 (1519.5) Habiendo decidido sobre todo lo relacionado con la alimentación y las necesidades físicas de su cuerpo material, el cuidado de su propia salud y la de sus compañeros, quedaban otros problemas por resolver. ¿Cómo había de comportarse en caso de peligro personal? Decidió velar de forma normal por su propia seguridad humana y tomar precauciones razonables para evitar una terminación prematura de su carrera en la carne, pero prescindir de toda intervención sobrehumana cuando llegara el momento crítico de su vida en la carne. Jesús tomó esta decisión sentado a la sombra de un árbol en la cornisa sobresaliente de una roca y ante un precipicio. Era perfectamente consciente de que podía lanzarse al vacío desde esa cornisa sin sufrir daño alguno siempre y cuando revocara su primera gran decisión de prescindir de la intervención de sus inteligencias celestiales durante la ejecución de la obra de su vida en Urantia, y siempre y cuando anulara su segunda decisión respecto a su propia preservación.
136:7.2 (1519.6) Jesús sabía que sus compatriotas esperaban a un Mesías que estuviera por encima de la ley natural. Le habían enseñado muy bien el pasaje de la Escritura que dice: «No te sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada. Pues ordenará a sus ángeles que se hagan cargo de ti, que te guarden en todos tus caminos. En sus manos te llevarán para que tu pie no tropiece en piedra». ¿Estaría justificado semejante atrevimiento, semejante desafío a las leyes de la gravedad de su Padre, para protegerse de un posible daño o quizás para ganarse la confianza de su pueblo mal instruido y desorientado? Pero este proceder, por muy gratificante que fuera para los judíos en busca de signos, no sería una revelación de su Padre sino más bien un juego cuestionable con las leyes establecidas en el universo de universos.
136:7.3 (1519.7) Si comprendéis todo esto y sabéis que el Maestro se negó siempre a ir en contra de las leyes de la naturaleza establecidas por él en todo lo referente a su conducta personal, tendréis la certeza de que nunca caminó sobre el agua ni atentó de ningún otro modo contra su orden material de administración del mundo. Por supuesto, sin perder nunca de vista que no se había encontrado aún la forma de poder liberarlo por completo de la falta de control sobre el elemento tiempo en conexión con los asuntos puestos bajo la jurisdicción del Ajustador Personalizado.
136:7.4 (1520.1) Jesús fue leal a esta decisión durante toda su vida en la tierra. Incluso cuando los fariseos se burlaban de él pidiéndole un signo o los espectadores del Calvario lo retaban a bajar de la cruz, él se atuvo firmemente a la decisión que había tomado en la ladera de la montaña.
136:8.1 (1520.2) El siguiente gran problema que tuvo que afrontar este hombre-Dios, y que resolvió enseguida según la voluntad del Padre del cielo, era si debía o no emplear alguno de sus poderes sobrehumanos para atraer la atención y conseguir la adhesión de sus semejantes. ¿Debía acceder de alguna manera a utilizar sus poderes en el universo para satisfacer el ansia de los judíos por lo espectacular y lo maravilloso? Decidió que no lo haría, prescindió de este tipo de prácticas como método de dar a conocer su misión a los hombres y siempre fue consecuente con esta importante decisión. Incluso en las numerosas ocasiones en las que permitió un acortamiento del tiempo para impartir su misericordia, recomendaba casi invariablemente a las personas sanadas por él que no contaran a nadie los beneficios que habían recibido. Y siempre rechazó el desafío sarcástico de sus enemigos cuando le exigían «muéstranos un signo» como prueba y demostración de su divinidad.
136:8.2 (1520.3) Jesús consideraba con mucha razón que los milagros y prodigios solo conseguirían impresionar a la mente material y provocar una lealtad aparente, pero que este tipo de actuaciones nunca podría revelar a Dios ni salvar a los hombres. Se negó a convertirse en un mero hacedor de prodigios. Resolvió ocuparse de una sola tarea: el establecimiento del reino de los cielos.
136:8.3 (1520.4) Durante todo este importantísimo diálogo de Jesús en comunión consigo mismo, estuvo presente el elemento humano con sus interrogantes no exentas de dudas, pues Jesús era hombre además de Dios. Era evidente que no sería recibido nunca como Mesías por los judíos si no obraba prodigios. Por otro lado, si consentía en hacer una sola cosa no natural, la mente humana sabría con certeza que era por subordinación a una mente verdaderamente divina. ¿Sería consecuente con «la voluntad del Padre» que la mente divina hiciera esta concesión a la naturaleza dubitativa de la mente humana? Jesús decidió que no lo sería y citó la presencia del Ajustador Personalizado como prueba suficiente de divinidad asociada con humanidad.
136:8.4 (1520.5) Jesús había viajado mucho; recordaba Roma, Alejandría y Damasco. Conocía los métodos del mundo; sabía que la gente conseguía sus objetivos en la política y en los negocios mediante la diplomacia y las concesiones. ¿Utilizaría estos conocimientos para promover su misión en la tierra? ¡No! Decidió oponerse también a cualquier concesión a la sabiduría del mundo y al poder de la riqueza para establecer el reino. Eligió una vez más depender exclusivamente de la voluntad del Padre.
136:8.5 (1520.6) Jesús era plenamente consciente de las posibilidades que le daban sus poderes de emplear atajos. Hubiera podido atraer inmediatamente la atención de la nación y del mundo entero sobre sí mismo de muchas maneras. Pronto se celebraría la Pascua en Jerusalén y la ciudad estaría atestada de visitantes. Podía subir al pináculo del templo y pasmar a la multitud caminando por el aire; ese era el tipo de Mesías que estaban esperando. Pero luego los desilusionaría, puesto que no había venido a restablecer el trono de David. Además conocía la futilidad del método de Caligastia de intentar adelantarse a la manera natural, lenta y segura de llevar a cabo el propósito divino. Y una vez más, el Hijo del Hombre se inclinó obedientemente ante la manera del Padre, ante la voluntad del Padre.
136:8.6 (1521.1) Jesús eligió establecer el reino de los cielos en los corazones de la humanidad por métodos naturales, ordinarios, dificultosos y duros, los mismos procedimientos que sus hijos de la tierra tendrían que emplear posteriormente en su tarea de ampliar y extender este reino celestial. Pues bien sabía el Hijo del Hombre que «muchos hijos de todos los tiempos entrarían en el reino a través de gran tribulación». Jesús estaba pasando en ese momento por la gran prueba del hombre civilizado: tener poder y negarse rotundamente a utilizarlo para propósitos puramente egoístas o personales.
136:8.7 (1521.2) Cuando se considera la vida y la experiencia del Hijo del Hombre, se debe tener siempre en cuenta que el Hijo de Dios se encarnó en la mente de un ser humano del siglo primero, y no en la mente de un mortal del siglo veinte ni de otro siglo. Con esto queremos transmitir la idea de que Jesús había adquirido sus dotes humanas de forma natural. Jesús era el resultado de los factores hereditarios y ambientales de su tiempo sumados a la influencia de su educación y formación. Su humanidad era auténtica, natural, proveniente por completo de los antecedentes del estatus intelectual y de las condiciones económicas y sociales de su época y generación, y fomentada por ellos. Es cierto que en la experiencia de este hombre-Dios existía siempre la posibilidad de que la mente divina trascendiera al intelecto humano, y sin embargo, siempre que funcionaba su mente humana, actuaba como lo haría una verdadera mente de mortal en las condiciones del entorno humano de aquel tiempo.
136:8.8 (1521.3) Jesús demostró ante todos los mundos de su vasto universo el sinsentido de crear situaciones artificiales caracterizadas por manifestaciones de autoridad arbitraria o poderes excepcionales con el propósito de realzar los valores morales o acelerar el progreso espiritual. Jesús decidió que durante su misión en la tierra no se repetiría la decepción del reinado de los Macabeos. Se negó a prostituir sus atributos divinos para adquirir una popularidad no ganada u obtener prestigio político. No toleraría que se transmutara la energía creativa y divina en poder nacional ni en prestigio internacional. Jesús de Nazaret se negó a contemporizar con el mal, y mucho menos a tener trato con el pecado. El Maestro puso triunfalmente la lealtad a la voluntad de su Padre por encima de todas las demás consideraciones terrenales y temporales.
136:9.1 (1521.4) Después de fijar los criterios a seguir en cuanto a sus relaciones individuales con la ley natural y con el poder espiritual, dirigió su atención hacia los métodos que emplearía para proclamar y establecer el reino de Dios. Juan ya había empezado este trabajo. ¿Cómo podría Jesús seguir transmitiendo el mensaje? ¿Cómo debía asumir la misión de Juan? ¿Cómo debía organizar a sus seguidores para que su esfuerzo fuera eficaz y su cooperación inteligente? Jesús estaba llegando a la decisión final que le impediría seguir considerándose el Mesías judío, al menos tal como se concebía popularmente al Mesías en aquellos días.
136:9.2 (1522.1) Los judíos imaginaban a un libertador que llegaría investido de poder milagroso para derribar a los enemigos de Israel y establecer a los judíos, liberados de la pobreza y la opresión, como dirigentes del mundo. Jesús sabía que esta esperanza nunca se haría realidad. Sabía que el reino de los cielos consistía en derrocar el mal dentro del corazón de los hombres y que era un asunto de orden puramente espiritual. Llegó a plantearse la conveniencia de inaugurar el reino espiritual con un despliegue deslumbrante de poder —cosa enteramente permisible y dentro de las competencias de Miguel— pero descartó la idea por completo. No quería contemporizar con las técnicas revolucionarias de Caligastia. Había ganado potencialmente el mundo sometiéndose a la voluntad del Padre y se propuso finalizar su obra como la había empezado, y como Hijo del Hombre.
136:9.3 (1522.2) ¡No podéis imaginar lo que habría ocurrido en Urantia si este hombre-Dios potencialmente investido de todo el poder del cielo y de la tierra hubiera decidido en algún momento desplegar el estandarte de su soberanía, formar sus batallones hacedores de maravillas en orden de batalla! Pero él se negó a hacer concesiones. Se negó a servir al mal para que no pudiera relacionarse de ningún modo con la adoración a Dios. Se atuvo a la voluntad del Padre y proclamó a un universo que lo observaba: «Adoraréis al Señor vuestro Dios y a él solo serviréis».
136:9.4 (1522.3) A medida que pasaban los días Jesús veía cada vez con mayor claridad cuál iba a ser su forma de revelar la verdad. Percibía que el camino de Dios no iba a ser un camino fácil. Empezó a darse cuenta de que el cáliz del resto de su experiencia humana podría ser amargo, pero decidió beberlo.
136:9.5 (1522.4) Incluso su mente humana está diciendo adiós al trono de David. Paso a paso, esta mente humana sigue la senda de lo divino. La mente humana aún hace preguntas, pero acepta indefectiblemente las respuestas divinas como resoluciones finales de esta existencia conjunta de vivir en el mundo como hombre dedicado siempre y sin reservas a cumplir la voluntad eterna y divina del Padre.
136:9.6 (1522.5) Roma era la señora del mundo occidental. En ese momento de aislamiento y toma de decisiones trascendentales, el Hijo del Hombre, con las huestes del cielo a sus órdenes, representaba la última oportunidad de los judíos de lograr el dominio del mundo. Sin embargo, este judío de nacimiento tan inmensamente sabio y poderoso no quiso utilizar sus dotaciones del universo ni para su propio engrandecimiento ni para entronizar a su pueblo. Veía, por así decirlo, «los reinos de este mundo» y tenía poder para adueñarse de ellos. Los Altísimos de Edentia habían renunciado a estos poderes al ponerlos en sus manos, pero él no los quería. Los reinos de la tierra eran cosas mezquinas, indignas del interés del Creador y Regidor de un universo. Su único objetivo era la nueva revelación de Dios al hombre, el establecimiento del reino, el imperio del Padre celestial en los corazones de la humanidad.
136:9.7 (1522.6) Todo lo relacionado con batallas, contiendas y matanzas repugnaba a Jesús; no quería nada de eso. Aparecería en la tierra como el Príncipe de la Paz para revelar a un Dios de amor. Antes de su bautismo había vuelto a rechazar otra propuesta de los zelotes de encabezar su rebelión contra los opresores romanos, y había llegado el momento de tomar su decisión definitiva respecto a ciertos pasajes de las Escrituras que su madre le había enseñado similares a este: «El Señor me dijo: ‘Mi Hijo eres tú; yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré como heredad a los gentiles, y por posesión tuya los confines de la tierra. Tú los quebrantarás con vara de hierro; los desmenuzarás como vaso de alfarero’».
136:9.8 (1522.7) Jesús de Nazaret llegó a la conclusión de que estas declaraciones no se referían a él. Por fin la mente humana del Hijo del Hombre barrió por completo todas las dificultades y contradicciones mesiánicas —las Escrituras hebreas, la formación recibida de sus padres, las enseñanzas del jazán, las expectativas judías, los ambiciosos anhelos humanos— y estableció su línea de conducta definitiva. Volvería a Galilea para empezar tranquilamente a proclamar el reino, y confiaría en su Padre (el Ajustador Personalizado) para elaborar los detalles del día a día.
136:9.9 (1523.1) Con estas decisiones Jesús estableció un valioso ejemplo para todas las personas de todos los mundos de todo un vasto universo cuando no quiso utilizar pruebas materiales para demostrar problemas espirituales ni tuvo la arrogancia de desafiar las leyes naturales. Y fue un ejemplo inspirador de nobleza moral y lealtad al universo cuando se negó a adueñarse del poder temporal como preludio de la gloria espiritual.
136:9.10 (1523.2) Si el Hijo del Hombre tenía alguna duda sobre la naturaleza de su misión cuando subió a las colinas tras su bautismo, no le quedaba ninguna cuando volvió a relacionarse con la gente después de aquellos cuarenta días de aislamiento y toma de decisiones.
136:9.11 (1523.3) Jesús ya tiene su programa para establecer el reino del Padre. No atenderá a la satisfacción física de la gente. No distribuirá pan a las multitudes como ha visto hacer recientemente en Roma. No atraerá la atención hacia sí mismo obrando prodigios, a pesar de saber que eso es precisamente lo que esperan los judíos de su libertador. Tampoco hará ninguna exhibición de autoridad política o poder temporal para intentar conseguir la aceptación de un mensaje espiritual.
136:9.12 (1523.4) Al rechazar los métodos que engrandecerían el reino esperado a ojos de los judíos, Jesús estaba convencido de que estos mismos judíos acabarían rechazando terminantemente todas sus reivindicaciones de autoridad y divinidad. Sabiendo todo esto, Jesús intentó impedir durante mucho tiempo que sus primeros seguidores se refirieran a él como el Mesías.
136:9.13 (1523.5) Durante todo su ministerio público tuvo que afrontar tres situaciones recurrentes: el clamor de los hambrientos, la insistencia en los milagros y el empeño final de sus seguidores por coronarlo rey. Pero Jesús no se apartó nunca de las decisiones que había tomado durante sus días de aislamiento en las colinas de Perea.
136:10.1 (1523.6) El último día de este memorable aislamiento, antes de empezar a bajar de la montaña para reunirse con Juan y sus discípulos, el Hijo del Hombre tomó su decisión final y se la comunicó al Ajustador Personalizado con estas palabras: «En todas las demás cuestiones, igual que en estas decisiones ya establecidas, me comprometo contigo a someterme a la voluntad de mi Padre». Dicho esto bajó de la montaña, y su rostro resplandecía con la gloria de la victoria espiritual y el éxito moral.
El libro de Urantia
Documento 137
137:0.1 (1524.1) EL SÁBADO 23 de febrero del año 26 d. C. Jesús bajó de las colinas por la mañana temprano para volver a reunirse con el grupo de Juan que acampaba en Pella. Durante todo ese día Jesús se mezcló con la multitud. Atendió a un muchacho que se había lesionado en una caída y lo llevó a aldea vecina de Pella para entregárselo a sus padres.
137:1.1 (1524.2) Ese sabbat dos discípulos destacados de Juan pasaron mucho tiempo con Jesús. De todos los seguidores de Juan el más profundamente impresionado por Jesús era un tal Andrés, que lo acompañó a Pella con el chico lesionado y al volver hacia el campamento de Juan le hizo muchas preguntas. Poco antes de llegar a su destino se pararon a hablar un momento, y entonces Andrés le dijo: «Te llevo observando desde que viniste a Cafarnaúm y estoy convencido de que eres el nuevo maestro. Aunque no comprendo todas tus enseñanzas, estoy totalmente decidido a seguirte; quisiera sentarme a tus pies para aprender toda la verdad sobre el nuevo reino». Jesús recibió cordialmente a Andrés como el primero de sus apóstoles, el primero de los doce hombres que se unirían a su obra de establecer el nuevo reino de Dios en el corazón de los hombres.
137:1.2 (1524.3) Andrés había observado en silencio la obra de Juan y creía sinceramente en ella. Tenía un hermano muy capaz y entusiasta llamado Simón que era uno de los discípulos más destacados de Juan. De hecho, Simón era uno de los principales partidarios de Juan.
137:1.3 (1524.4) En cuanto Jesús y Andrés llegaron al campamento, Andrés fue en busca de su hermano y le contó en privado que estaba convencido de que Jesús era el gran maestro y que se había comprometido a ser su discípulo. Siguió explicándole que Jesús había aceptado su ofrecimiento de trabajar con él y le propuso que fuera él también a unirse a Jesús al servicio del nuevo reino. Simón le dijo: «Llevo pensando que este hombre ha sido enviado por Dios desde que vino a trabajar al taller de Zebedeo, pero ¿qué hacemos con Juan? ¿Hemos de abandonarlo? ¿Sería correcto?». Entonces decidieron ir directamente a hablar de ello con Juan. Juan se entristeció ante la idea de perder a dos de sus consejeros y discípulos más capaces y prometedores pero respondió diciendo valerosamente: «Esto no es más que el principio; mi obra terminará enseguida y todos nos convertiremos en sus discípulos». Entonces Andrés hizo señas a Jesús de que se apartaran a hablar y le anunció que su hermano quería unirse al servicio del nuevo reino. Al recibir a Simón como su segundo apóstol, Jesús le dijo: «Simón, tu entusiasmo es muy loable pero peligroso para el trabajo del reino. Te recomiendo que midas mejor tus palabras. Quisiera cambiar tu nombre por el de Pedro».
137:1.4 (1525.1) Los padres del muchacho lesionado habían rogado a Jesús que pasara la noche con ellos en su casa de Pella, que se considerara como en su propia casa. Jesús se lo había prometido, y al despedirse de Andrés y de su hermano les dijo: «Mañana temprano iremos a Galilea».
137:1.5 (1525.2) Cuando Jesús se hubo marchado a Pella a pasar la noche Andrés y Simón se quedaron hablando sobre la naturaleza de su servicio en el establecimiento del reino venidero. Entonces aparecieron Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que volvían de su larga e inútil búsqueda de Jesús en las colinas. Al oír a Simón Pedro decir que él y su hermano Andrés se habían convertido en los primeros consejeros aceptados del nuevo reino y que saldrían al día siguiente con su nuevo Maestro hacia Galilea, Santiago y Juan se entristecieron. Conocían y amaban a Jesús desde hacía tiempo, y ahora, después de pasar muchos días buscándolo por las colinas, se enteraban de que otros habían sido elegidos antes que ellos. Averiguaron dónde estaba pasando la noche Jesús y allá fueron rápidamente.
137:1.6 (1525.3) Jesús dormía cuando llegaron a su habitación, pero lo despertaron diciendo: «Mientras te buscábamos por las colinas, ¿por qué has preferido a otros antes que a nosotros, que hemos vivido tanto tiempo contigo, y has elegido a Andrés y a Simón como tus primeros compañeros para el nuevo reino?». Jesús les respondió: «Serenad vuestros corazones y preguntaos: ‘¿quién os mandó que buscárais al Hijo del Hombre mientras se ocupaba de los asuntos de su Padre?’». Cuando le hubieron contado los detalles de su larga búsqueda por las colinas, Jesús añadió: «Deberíais aprender a buscar el secreto del nuevo reino en vuestro corazón y no en las colinas. Lo que buscabais ya estaba presente en vuestra alma. Sois en verdad mis hermanos y no necesitabais que yo os recibiera porque ya erais del reino. Levantad el ánimo y preparaos a venir también con nosotros mañana a Galilea». Entonces Juan se atrevió a preguntar: «Pero, Maestro, ¿seremos Santiago y yo tus compañeros en el nuevo reino igual que Andrés y Simón?». Y Jesús, poniendo una mano en el hombro de cada uno, respondió: «Hermanos, ya estabais conmigo en el espíritu del reino antes de que estos otros pidieran ser recibidos. Vosotros, hermanos, no necesitáis pedir entrar en el reino porque habéis estado conmigo en el reino desde el principio. Puede que otros tengan precedencia sobre vosotros ante los hombres, pero en mi corazón yo contaba con vosotros para los consejos del reino incluso antes de que se os ocurriera pedírmelo. Y aun así, podríais haber sido los primeros ante los hombres si no os hubierais ausentado para dedicaros, con buena intención pero por vuestra propia iniciativa, a buscar a alguien que no estaba perdido. En el reino venidero no estéis pendientes de las cosas que os causan preocupación, sino ocupaos en todo momento de hacer solo la voluntad del Padre que está en el cielo».
137:1.7 (1525.4) Santiago y Juan aceptaron de buen grado la reprimenda y nunca más volvieron a tener envidia de Andrés y Simón. Se dispusieron a salir para Galilea a la mañana siguiente con sus otros dos compañeros apóstoles, y a partir de ese día el término ‘apóstol’ fue empleado para distinguir a la familia elegida de los consejeros de Jesús de la vasta multitud de discípulos creyentes que le seguirían más tarde.
137:1.8 (1525.5) Esa misma noche Santiago, Juan, Andrés y Simón se reunieron a hablar con Juan el Bautista, y con lágrimas en los ojos pero voz firme, el fornido profeta judeo renunció a dos de sus destacados discípulos para que se convirtieran en apóstoles del Príncipe galileo del reino por venir.
137:2.1 (1526.1) El domingo 24 de febrero del año 26 d. C. por la mañana Jesús se despidió de Juan el Bautista a la orilla del río, cerca de Pella, para no volverlo a ver nunca más en la carne.
137:2.2 (1526.2) Aquel día, mientras Jesús y sus cuatro apóstoles-discípulos iban camino de Galilea, hubo un gran tumulto entre los seguidores de Juan. Estaba a punto de producirse la primera gran división. El día anterior Juan había declarado categóricamente a Andrés y a Esdras que Jesús era el Libertador. Andrés decidió seguir a Jesús, pero Esdras rechazó al apacible carpintero de Nazaret con este alegato: «El profeta Daniel declara que el Hijo del Hombre vendrá con las nubes del cielo en poder y majestad. Este carpintero galileo, este fabricante de embarcaciones de Cafarnaúm, no puede ser el Libertador. ¿Puede salir de Nazaret semejante don de Dios? Ese Jesús es pariente de Juan, y nuestro maestro se ha dejado engañar por la bondad de su corazón. Apartémosnos de este falso Mesías». Cuando Juan le reprendió por estas declaraciones, Esdras se separó con muchos discípulos y se dirigieron apresuradamente hacia el sur. Este grupo siguió bautizando en nombre de Juan y fundó con el tiempo una secta de creyentes en Juan que no aceptaban a Jesús. Un resto de esta secta pervive en Mesopotamia a día de hoy.
137:2.3 (1526.3) Mientras se fraguaban estos problemas entre los seguidores de Juan, Jesús y sus cuatro apóstoles-discípulos habían avanzado bastante hacia Galilea. Antes de cruzar el Jordán para dirigirse a Nazaret por Naín, Jesús vio venir hacia ellos por la carretera a un tal Felipe de Betsaida con un amigo. Jesús conocía a Felipe de antiguo, y era también muy conocido por los cuatro nuevos apóstoles. Felipe se dirigía a Pella con su amigo Natanael para visitar a Juan e informarse mejor sobre la anunciada venida del reino de Dios. Felipe había sido admirador de Jesús desde la primera vez que fue a Cafarnaúm y le llenó de alegría encontrarse con él, pero Natanael, que vivía en Caná de Galilea, no conocía a Jesús. Felipe se adelantó a saludar a sus amigos mientras Natanael se quedaba descansando a la sombra de un árbol al borde de la calzada.
137:2.4 (1526.4) Pedro llevó a Felipe a un lado y le explicó cómo él mismo, Andrés, Santiago y Juan se habían asociado a Jesús en el nuevo reino y apremió a Felipe para que se ofreciera al servicio de la causa. Felipe no sabía qué hacer. De pronto y sin previo aviso —al borde de la calzada junto al Jordán— tenía que tomar rápidamente la decisión más importante de su vida. Mientras lo hablaba seriamente con Pedro, Andrés y Juan, Jesús describía a Santiago el viaje a través de Galilea para llegar a Cafarnaúm. Finalmente Andrés propuso a Felipe: «¿Por qué no le preguntas al maestro?».
137:2.5 (1526.5) De pronto, Felipe se dio cuenta de que Jesús era realmente un gran hombre, posiblemente el Mesías, y decidió hacer lo que le dijera; así que fue directamente hacia él y le preguntó: «Maestro, ¿debo ir a Juan o debo unirme a mis amigos que te siguen?». Jesús respondió: «Sígueme», y Felipe se emocionó con la certidumbre de haber encontrado al Libertador.
137:2.6 (1526.6) Entonces Felipe hizo señas al grupo para que se quedaran donde estaban mientras iba corriendo a contarle su decisión a su amigo Natanael, que seguía bajo la morera dando vueltas a las muchas cosas que había oído acerca de Juan el Bautista, el reino venidero y el Mesías esperado. Felipe interrumpió estas meditaciones exclamando: «He encontrado al Libertador, aquel de quien Moisés y los profetas escribieron y a quien Juan ha proclamado». Natanael levantó la vista y preguntó: «¿De dónde viene ese maestro?». Felipe contestó: «Es Jesús de Nazaret, el hijo de José, el carpintero, que ha vivido últimamente en Cafarnaúm». Natanael preguntó sorprendido: «¿Puede algo bueno salir de Nazaret?». Pero Felipe, tomándolo del brazo, dijo: «Ven y verás».
137:2.7 (1527.1) Cuando Felipe le presentó a Natanael, Jesús miró de frente a este escéptico sincero con benevolencia y dijo: «He aquí un auténtico israelita en quien no hay engaño. Sígueme». Natanael se volvió hacia Felipe diciendo: «Tienes razón. Es en verdad un maestro de hombres. Yo también le seguiré, si soy digno». Jesús asintió con la cabeza a Natanael y repitió: «Sígueme».
137:2.8 (1527.2) Jesús había reunido ya a la mitad de su futuro cuerpo de asociados íntimos, cinco que lo conocían desde hacía algún tiempo y un desconocido, Natanael. Sin más dilación, cruzaron el Jordán, pasaron por la aldea de Naín y llegaron a Nazaret al caer la tarde.
137:2.9 (1527.3) Todos pasaron la noche en casa de José, la casa donde se había criado Jesús. A los compañeros de Jesús les costaba comprender por qué su nuevo maestro se dedicaba a destruir sistemáticamente todos los vestigios de sus escritos que permanecían en la casa, tales como los diez mandamientos y otros lemas y dichos. Esta forma de proceder, junto con el hecho de que nunca más lo vieron escribir—excepto en el polvo o la arena— produjo una profunda impresión en sus mentes.
137:3.1 (1527.4) Al día siguiente Jesús envió a sus apóstoles a Caná porque estaban todos invitados a la boda de una destacada joven de aquella ciudad. Mientras tanto, él decidió hacer una rápida visita a su madre en Cafarnaúm, pero paró antes en Magdala para ver a su hermano Judá.
137:3.2 (1527.5) Antes de salir de Nazaret, los nuevos compañeros de Jesús contaron a José y a otros miembros de la familia de Jesús los maravillosos sucesos que acababan de ocurrir y expresaron abiertamente su convicción de que Jesús era el esperado libertador. Los familiares de Jesús hablaron de todo esto, y José dijo: «Puede que al final nuestra madre tuviera razón y que nuestro extraño hermano sea el rey que ha de venir».
137:3.3 (1527.6) Judá estuvo presente en el bautismo de Jesús y se había convertido, junto con su hermano Santiago, en un firme creyente en la misión de Jesús en la tierra, aunque ninguno de los dos alcanzaba a comprender la naturaleza de esta misión. En cambio habían renacido las antiguas esperanzas de María de que Jesús sería el Mesías, el hijo de David, y animaba a sus hijos a tener fe en su hermano como libertador de Israel.
137:3.4 (1527.7) Jesús llegó a Cafarnaúm el lunes por la noche, pero no fue a su propia casa, donde vivían Santiago y su madre, sino directamente a casa de Zebedeo. Todos sus amigos de Cafarnaúm vieron en él un cambio positivo. Parecía otra vez relativamente alegre y más semejante al Jesús de los primeros años en Nazaret. Últimamente, antes de su bautismo y justo antes y después de los periodos de retiro, se había vuelto cada vez más serio y reservado. Ahora volvía a ser el de siempre. Había en su porte algo elevado y majestuoso, pero se mostraba de nuevo alegre y despreocupado.
137:3.5 (1528.1) María se estremecía de expectación. Presentía que se acercaba el cumplimiento de la promesa de Gabriel. Imaginaba el impacto y el asombro que pronto conmocionaría a toda Palestina ante la milagrosa revelación de su hijo como rey sobrenatural de los judíos. Y sin embargo, a todas las preguntas de su madre, Santiago, Judá y Zebedeo Jesús se limitaba a responder sonriendo: «Es mejor que me quede aquí durante un tiempo; tengo que hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo».
137:3.6 (1528.2) Al día siguiente, martes, todos fueron a Caná para la boda de Noemí prevista para el miércoles. A pesar de las repetidas advertencias de Jesús de que no hablaran a nadie de él «hasta que llegara la hora del Padre», no pudo impedir que divulgaran discretamente la noticia de que habían encontrado al Libertador. Todos esperaban confiadamente que Jesús asumiría públicamente su autoridad mesiánica en esta próxima boda de Caná, y que lo haría con gran poder y sublime grandeza. Recordaban lo que les habían contado sobre los fenómenos que acompañaron a su bautismo, y creían que su futura carrera en la tierra estaría marcada por manifestaciones cada vez mayores de maravillas sobrenaturales y demostraciones milagrosas. En consecuencia, toda la región esperaba con impaciencia la fiesta nupcial de Noemí y Johab, el hijo de Natán, en Caná.
137:3.7 (1528.3) Hacía muchos años que María no estaba tan contenta. Viajó a Caná con el ánimo de una reina madre camino de la coronación de su hijo. Desde que Jesús tenía trece años, su familia y sus amigos no lo habían visto tan feliz y despreocupado, tan considerado y comprensivo con los deseos de sus compañeros, tan amable y cariñoso. Todos cuchicheaban en pequeños grupos preguntándose qué iba a ocurrir. ¿Cuál sería el siguiente acto de esta extraña persona? ¿Cómo inauguraría la gloria del reino venidero? Y todos estaban deseando presenciar la revelación de la fuerza y el poder del Dios de Israel.
137:4.1 (1528.4) El miércoles a mediodía ya habían llegado a Caná casi mil comensales, más de cuatro veces más de los previstos para la fiesta nupcial. Era costumbre judía celebrar las bodas los miércoles, y las invitaciones habían sido enviadas un mes antes. Durante la mañana y el principio de la tarde, aquello parecía más una recepción pública en honor de Jesús que una boda. Todos querían saludar a este galileo casi famoso, y él fue sumamente cordial con todos, jóvenes y viejos, judíos y gentiles. Todos se alegraron cuando Jesús accedió a encabezar la procesión nupcial preliminar.
137:4.2 (1528.5) Jesús era ya plenamente consciente de su existencia humana, de su preexistencia divina y del estatus de sus naturalezas humana y divina combinadas o fusionadas. Con perfecto equilibrio podía en todo momento representar el papel humano o asumir inmediatamente las prerrogativas de personalidad de la naturaleza divina.
137:4.3 (1528.6) A medida que pasaba el día, Jesús se fue dando cada vez más cuenta de que la gente esperaba de él algún prodigio. Era particularmente consciente de que su familia y sus seis apóstoles-discípulos daban por hecho que iba a proclamar su próximo reino con alguna manifestación sorprendente y sobrenatural.
137:4.4 (1529.1) Al principio de la tarde María llamó a Santiago y juntos se atrevieron a acercarse a Jesús para averiguar si estaría dispuesto a confiar en ellos hasta el punto de informarles en qué momento y lugar de las ceremonias de la boda tenía pensado manifestarse como «ser sobrenatural». En cuanto sacaron el tema comprendieron que habían provocado la indignación característica de Jesús. Se limitó a decirles: «Si me queréis, estad dispuestos a quedaros conmigo mientras atiendo a la voluntad de mi Padre que está en el cielo», pero la expresión de su rostro reflejaba la intensidad de su reproche.
137:4.5 (1529.2) El Jesús humano se sintió muy decepcionado por esta incitación de su madre a caer en la complacencia de demostrar exteriormente su divinidad, pero su propia reacción le devolvió la serenidad. Esa era precisamente una de las cosas que había decidido no hacer en su reciente retiro en las colinas. María estuvo muy abatida durante varias horas y decía a Santiago: «No puedo comprenderle, ¿qué significa todo esto? ¿No acabará nunca su extraña conducta?». Santiago y Judá intentaron consolar a su madre mientras Jesús se retiraba a solas durante un rato, pero luego se incorporó a la reunión y volvió a mostrarse alegre y feliz.
137:4.6 (1529.3) Durante la ceremonia de la boda reinó un expectante silencio, pero no hubo ni un gesto ni una palabra del invitado de honor. Entonces se empezó a correr el rumor de que el carpintero y constructor de embarcaciones anunciado por Juan como «el Libertador» descubriría su juego durante los festejos de la noche, quizás en la cena nupcial. Jesús apartó cualquier expectativa de este tipo de la mente de sus seis apóstoles-discípulos cuando los reunió justo antes de la cena y les dijo muy seriamente: «No penséis que he venido a este lugar a obrar algún prodigio para satisfacer a los curiosos o convencer a los que dudan. Solo estamos aquí para cumplir la voluntad de nuestro Padre que está en el cielo». Cuando María y los demás vieron que se había reunido con sus asociados, se acabaron de convencer de que algo extraordinario estaba a punto de suceder, y todos se sentaron a disfrutar de la cena nupcial y de una noche de fiesta en buena compañía.
137:4.7 (1529.4) El padre del novio había previsto vino en abundancia para todos los que habían sido invitados a la fiesta nupcial, pero ¿cómo iba a imaginarse que la boda de su hijo se convertiría en un evento tan asociado a la esperada manifestación de Jesús como libertador mesiánico? Estaba encantado de tener el honor de contar al célebre galileo entre sus invitados, pero antes de terminar la cena los criados le trajeron la inquietante noticia de que el vino se estaba acabando. Cuando se terminó la cena oficial y los invitados empezaron a extenderse por el jardín, la madre del novio confió a María que se había agotado la provisión de vino. María le dijo confiadamente: «No te preocupes, hablaré con mi hijo. Él nos ayudará». Y se atrevió a decir eso a pesar del reproche de Jesús pocas horas antes.
137:4.8 (1529.5) Durante muchos años María había recurrido siempre a Jesús en busca de ayuda en todas las crisis de la vida familiar en Nazaret, así que era natural para ella pensar en él en ese momento. Pero esta ambiciosa madre tenía otros motivos para apelar a su hijo mayor en esta ocasión. Jesús estaba solo en un rincón del jardín cuando se le acercó su madre diciendo: «Hijo, no tienen vino». Y Jesús respondió: «Pero mujer, ¿qué tengo yo que ver con eso?». Dijo María: «Pues yo creo que ha llegado tu hora; ¿no puedes ayudarnos?». Jesús replicó: «Vuelvo a repetir que no he venido a hacer las cosas de esa manera. ¿Por qué me vuelves a molestar con estos asuntos?». María, rompiendo a llorar, le suplicó: «Pero hijo, les he prometido que nos ayudarías; ¿no harías algo por mí, por favor?». Entonces Jesús dijo: «Mujer, ¿quién te ha dicho que hagas esas promesas? Mira de no hacerlo otra vez. Debemos, en todas las cosas, cumplir la voluntad del Padre del cielo».
137:4.9 (1530.1) ¡María, la madre de Jesús, quedó hundida y anonadada! Al verla ahí inmóvil ante él, con las lágrimas rodándole por las mejillas, el corazón humano de Jesús se rindió de compasión hacia la mujer que le dio el ser en la carne, e inclinándose hacia ella, le puso tiernamente la mano en la cabeza diciendo: «Vamos, vamos, madre María, mis palabras parecen duras, pero no quiero apenarte con ellas, ¿no te he dicho muchas veces que he venido solo a hacer la voluntad de mi Padre celestial? Con mucho gusto haría lo que me pides si formara parte de la voluntad del Padre...» y Jesús se paró en seco, vacilante. A María le pareció sentir que estaba ocurriendo algo. Se levantó de un salto, le lanzó los brazos al cuello, lo besó y corrió hacia las dependencias de los criados diciendo: «Haced todo lo que mi hijo os diga». Pero Jesús no dijo nada. Se daba cuenta de que ya había dicho —o más bien había deseado— demasiado.
137:4.10 (1530.2) María bailaba de alegría. No sabía cómo se produciría el vino, pero estaba segura de que por fin había logrado inducir a su hijo primogénito a afirmar su autoridad, reivindicar su posición y exhibir su poder mesiánico. Y gracias a la presencia y la asociación de ciertos poderes y personalidades del universo enteramente desconocidos para todos los presentes, no iba a quedar defraudada. El vino que había pedido María y que Jesús, el hombre-Dios, había deseado humanamente por compasión, estaba de camino.
137:4.11 (1530.3) Había allí cerca seis tinajas de piedra llenas de agua con capacidad para unos setenta y cinco litros cada una. El agua estaba destinada a las ceremonias finales de purificación de la celebración nupcial. El trajín de los criados alrededor de esas enormes vasijas de piedra bajo la activa dirección de su madre atrajo la atención de Jesús, y al acercarse observó que estaban sacando de ellas vino a cántaros llenos.
137:4.12 (1530.4) De todos los asistentes a la boda, Jesús era el más sorprendido aunque poco a poco fue cayendo en la cuenta de lo que había pasado. Los otros habían esperado de él un prodigio, pero eso era precisamente lo que se había propuesto no hacer. Entonces el Hijo del Hombre recordó la advertencia de su Ajustador del Pensamiento Personalizado en las colinas. Recordó que el Ajustador le había avisado de que ningún poder o personalidad podía privarlo de la prerrogativa —que poseía como creador— de ser independiente del tiempo. En esta ocasión se habían reunido junto al agua y los demás elementos necesarios los transformadores del poder, los intermedios y todas las demás personalidades requeridas, de modo que, ante el deseo expresado por el Soberano Creador del Universo, la aparición instantánea de vino era inevitable. Y era además doblemente segura, puesto que el Ajustador Personalizado había confirmado que la ejecución del deseo del Hijo no contravenía en modo alguno la voluntad del Padre.
137:4.13 (1530.5) Pero esto no fue un milagro en ningún sentido. No se modificó ni abrogó, ni siquiera se sobrepasó ninguna ley de la naturaleza. Lo único que ocurrió fue que se anuló el tiempo y se suministraron de forma celestial los elementos químicos necesarios para la elaboración del vino. En esta ocasión los agentes del Creador hicieron vino en Caná exactamente igual que lo hacen mediante los procesos naturales ordinarios, excepto que lo hicieron con independencia del tiempo y con la intervención de agentes sobrehumanos para reunir en el espacio los ingredientes químicos necesarios.
137:4.14 (1531.1) Por otra parte, es evidente que este llamado milagro no era contrario a la voluntad del Padre del Paraíso, pues de haberlo sido no hubiera ocurrido, dado que Jesús ya se había sometido en todas las cosas a la voluntad del Padre.
137:4.15 (1531.2) Los criados sacaron el nuevo vino y se lo llevaron al padrino de boda, que hacía de maestro de ceremonias. Cuando lo hubo probado, llamó al novio y le dijo: «Es costumbre servir primero el buen vino y cuando los invitados han bebido bien, sacar el fruto inferior de la vid; pero tú has guardado el mejor vino para el final de la fiesta».
137:4.16 (1531.3) María y los discípulos de Jesús se llenaron de alegría por el supuesto milagro y pensaron que Jesús lo había hecho intencionadamente, pero Jesús se apartó a un rincón protegido del jardín para reflexionar a fondo durante unos minutos. Al final llegó a la conclusión de que, dadas las circunstancias, el episodio había estado más allá de su control personal, y que, al no ser contrario a la voluntad de su Padre, era inevitable. Luego volvió con la gente, y todos lo miraban con temeroso respeto, todos creían que era el Mesías. Pero Jesús estaba profundamente desconcertado porque sabía que solo creían en él por el suceso extraño y accidental que acababan de presenciar, así que volvió a retirarse, esta vez a la azotea de la casa, para poder pensar tranquilamente sobre todo ello.
137:4.17 (1531.4) Entonces Jesús comprendió perfectamente que nunca podría bajar la guardia porque su tendencia a la piedad y la compasión podría provocar muchos incidentes de este tipo. A pesar de ello, ocurrieron muchos acontecimientos similares antes de que el Hijo del Hombre se despidiera finalmente de su vida mortal en la carne.
137:5.1 (1531.5) Aunque muchos de los invitados se quedaron en Caná festejando la boda durante toda la semana, Jesús y sus nuevos apóstoles-discípulos —Santiago, Juan, Andrés, Pedro, Felipe y Natanael— salieron para Cafarnaúm al día siguiente por la mañana temprano, y se fueron sin despedirse de nadie. La familia de Jesús y todos sus amigos de Caná se quedaron desolados por su marcha inesperada, y Judá, su hermano menor, salió en su busca. Jesús y sus apóstoles fueron directamente a casa de Zebedeo en Betsaida. Durante el camino Jesús habló de muchas cosas importantes para el reino venidero con sus nuevos compañeros y les advirtió especialmente que no mencionaran la conversión del agua en vino. Les aconsejó también que evitaran las ciudades de Séforis y Tiberiades en sus actividades futuras.
137:5.2 (1531.6) Aquella noche después de la cena tuvo lugar en casa de Zebedeo y Salomé una de las reuniones más importantes de toda la carrera de Jesús en la tierra. Solo asistieron a ella los seis apóstoles, y al final llegó Judá cuando estaban a punto de terminar. Estos seis hombres elegidos habían ido con Jesús de Caná a Betsaida como caminando por las nubes; estaban llenos de expectación y entusiasmados con la idea de haber sido seleccionados como asociados directos del Hijo del Hombre. Pero cuando Jesús empezó a aclararles quién era él, cuál iba a ser su misión en la tierra y cómo podría terminar, se quedaron estupefactos. No podían captar lo que les decía. Se quedaron mudos, e incluso Pedro estaba demasiado hundido para hablar. Solo Andrés, el pensador profundo, se atrevió a responder algo a las recomendaciones de Jesús. Cuando Jesús se dio cuenta de que no entendían su mensaje, cuando vio lo cristalizadas que estaban sus concepciones sobre el Mesías judío, los envió a descansar y se quedó paseando y conversando con su hermano Judá. Antes de despedirse de Jesús, Judá le dijo con sentida emoción: «Hermano y padre mío, yo nunca te he entendido. No tengo la certeza de que seas lo que mi madre nos ha enseñado ni tampoco comprendo plenamente el reino venidero, pero sí sé que eres un poderoso hombre de Dios. Oí la voz en el Jordán y creo en ti, seas quién seas». Dicho esto se marchó a su casa de Magdala.
137:5.3 (1532.1) Esa noche Jesús no durmió. Se envolvió en sus mantas y se sentó a la orilla del lago a pensar y pensar hasta el amanecer. Durante las largas horas de esa noche de meditación Jesús llegó a comprender claramente que jamás conseguiría que sus seguidores lo vieran bajo otra forma que no fuera la del Mesías esperado. Al final tuvo que reconocer que no había más camino para promulgar su mensaje del reino que cumplir la predicción de Juan y presentarse como el esperado por los judíos. Al fin y al cabo, aunque él no era el Mesías davídico, sí era realmente el cumplimiento de las palabras proféticas de los antiguos videntes más espiritualizados. Nunca más negó por completo que fuera el Mesías. Decidió dejar la tarea de desenredar esta complicada situación en manos de la voluntad del Padre.
137:5.4 (1532.2) A la mañana siguiente Jesús se reunió con sus amigos en el desayuno, pero no había alegría en el ambiente. Charló con ellos, y al terminar de comer los reunió a su alrededor y les dijo: «Es voluntad de mi Padre que nos quedemos por aquí durante un tiempo. Habéis oído decir a Juan que venía a preparar el camino para el reino, y ahora nos corresponde esperar a que Juan termine su predicación. Cuando el precursor del Hijo del Hombre haya finalizado su obra, empezaremos la proclamación de la buena nueva del reino». Ordenó a sus apóstoles que volvieran a sus redes mientras él trabajaba con Zebedeo en el astillero. Al día siguiente era sabbat y Jesús iba a hablar en la sinagoga, así que quedaron en verse allí y reunirse luego esa misma tarde.
137:6.1 (1532.3) La primera aparición pública de Jesús después de su bautismo fue en la sinagoga de Cafarnaúm el sabbat del 2 de marzo del año 26 d. C. La sinagoga estaba llena a rebosar. La historia del bautismo en el Jordán se magnificaba ahora con las recientes noticias de Caná sobre el agua y el vino. Jesús dio asientos de honor a sus seis apóstoles y sentó con ellos a sus hermanos en la carne Santiago y Judá. Su madre había vuelto a Cafarnaúm con Santiago la noche anterior y estaba sentada en la sección de la sinagoga destinada a las mujeres. El auditorio entero estaba en vilo; esperaban presenciar alguna manifestación extraordinaria de poder sobrenatural acorde con la naturaleza y la autoridad de aquel que iba a hablarles ese día. Pero les esperaba una decepción.
137:6.2 (1532.4) Cuando Jesús se levantó el rector de la sinagoga le entregó el rollo de la Escritura, y leyó este pasaje del profeta Isaías: «Dice así el Señor: ‘El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Dónde está la casa que habéis construido para mí? ¿Y dónde está el lugar de mi reposo? Todas estas cosas las han hecho mis manos’, dice el Señor. ‘Pero a este hombre miraré, a aquel que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra’. Oíd la palabra del Señor, vosotros que tembláis y tenéis miedo: ‘Vuestros hermanos os odian y os expulsan por mi nombre’. Pero que el Señor sea glorificado. Se os aparecerá con alegría y todos los demás serán avergonzados. Una voz procedente de la ciudad, una voz procedente del templo, una voz procedente del Señor dice: ‘Antes de pasar penalidades, parió; antes de venirle los dolores, dio a luz a un hijo varón’. ¿Quién ha escuchado tal cosa? ¿Estará la tierra hecha para dar fruto en un solo día? ¿O puede una nación nacer al momento? Pero dice así el Señor: ‘He aquí que extenderé la paz como un río, e incluso la gloria de los gentiles será semejante a un torrente que fluye. Como a alguien a quien su madre conforta, así os confortaré. Y seréis confortados incluso en Jerusalén. Y cuando veáis estas cosas, vuestro corazón se regocijará’».
137:6.3 (1533.1) Cuando terminó de leer Jesús devolvió el rollo a su custodio. Antes de sentarse dijo simplemente: «Sed pacientes y veréis la gloria de Dios; así será para todos aquellos que permanezcan conmigo y aprendan de este modo a hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo». La gente volvió a sus casas preguntándose qué podría significar todo eso.
137:6.4 (1533.2) Aquella tarde Jesús y sus apóstoles se subieron a una embarcación con Santiago y Judá. Se alejaron un poco de la orilla y allí fondearon mientras Jesús les hablaba del reino venidero. Comprendieron más cosas que la noche del jueves.
137:6.5 (1533.3) Jesús les dijo que debían retomar sus obligaciones habituales hasta que «llegue la hora del reino», y para alentarlos él mismo dio el ejemplo de volver a trabajar regularmente en el astillero. Al explicarles que debían dedicar tres horas cada noche a estudiar y prepararse para su futuro trabajo, añadió: «Todos nos quedaremos por aquí cerca hasta que el Padre me indique que os llame. Cada uno de vosotros debe volver ahora a su trabajo normal como si no hubiera pasado nada. No habléis de mí a nadie y recordad que mi reino no ha de venir con pompa y boato, sino más bien a través del gran cambio que mi Padre habrá operado en vuestro corazón y en el corazón de aquellos que serán llamados a unirse a vosotros en los consejos del reino. Ahora sois mis amigos; os amo y confío en vosotros; pronto habéis de convertiros en mis asociados personales. Sed pacientes, sed amables. Sed siempre obedientes a la voluntad del Padre. Preparaos para la llamada del reino. Aunque experimentaréis una gran alegría en el servicio a mi Padre, debéis prepararos también para las dificultades, pues os advierto que solo a través de una gran tribulación entrarán muchos en el reino. Pero para los que hayan encontrado el reino, la alegría será plena y serán llamados los benditos de toda la tierra. No tengáis falsas esperanzas; el mundo tropezará con mis palabras. Incluso vosotros, que sois mis amigos, no acabáis de comprender lo que estoy desvelando a vuestras mentes confundidas. No os equivoquéis; saldremos a trabajar para una generación de buscadores de signos. Exigirán prodigios como prueba de que he sido enviado por mi Padre, y les costará reconocer en la revelación del amor de mi Padre las cartas credenciales de mi misión».
137:6.6 (1533.4) Cuando volvieron a tierra al caer la tarde y antes de separarse, Jesús oró así de pie al borde del agua: «Padre, te doy las gracias por estos pequeños que ya creen a pesar de sus dudas. Por ellos me he apartado para hacer tu voluntad. Que aprendan ahora a ser uno como nosotros somos uno».
137:7.1 (1533.5) Durante los cuatro largos meses —marzo, abril, mayo y junio— que duró este tiempo de espera Jesús organizó más de cien sesiones de formación largas e intensas, aunque alegres y animadas, con sus seis compañeros y su propio hermano Santiago. Judá pudo asistir pocas veces a estas clases porque hubo enfermedades de su familia. Santiago, el hermano de Jesús, no perdió la fe en él, en cambio María estuvo a punto de perder la esperanza en su hijo durante estos meses de demora e inactividad. Su fe, que había alcanzado cotas tan altas en Caná, se hundió a nuevos niveles de depresión. No hacía más que repetir una y otra vez: «No puedo comprenderle. No puedo explicarme qué significa todo esto». Aunque la esposa de Santiago hizo mucho por sostener el ánimo de María.
137:7.2 (1534.1) Durante estos cuatro meses estos siete creyentes, uno de ellos su propio hermano en la carne, fueron conociendo a Jesús; fueron acostumbrándose a la idea de vivir con este hombre-Dios. Aunque lo llamaban Rabí, estaban aprendiendo a no tenerle miedo. Jesús poseía esa gracia incomparable de la personalidad que le permitía vivir entre ellos sin abrumarlos con su divinidad. Les resultaba realmente fácil ser «amigos de Dios», Dios encarnado a semejanza de carne mortal. Este tiempo de espera fue una dura prueba para todo el grupo de creyentes. No sucedió nada, absolutamente nada, milagroso. Día tras día se dedicaban a su trabajo ordinario y noche tras noche se sentaban a los pies de Jesús. Se mantenían unidos por su personalidad incomparable y por las hermosas palabras que solía dirigirles al atardecer.
137:7.3 (1534.2) Este periodo de espera y de enseñanza fue especialmente duro para Simón Pedro. Intentaba una y otra vez persuadir a Jesús de lanzarse a predicar el reino en Galilea mientras Juan seguía predicando en Judea, pero Jesús le respondía invariablemente: «Ten paciencia, Simón. Progresa. Nunca estaremos demasiado preparados cuando el Padre nos llame». A veces Andrés calmaba a Pedro con sus consejos más maduros y filosóficos. A Andrés le impresionaba muchísimo la naturalidad humana de Jesús. No se cansaba nunca de admirar cómo alguien podía vivir tan cerca de Dios y ser al mismo tiempo tan amable y considerado con los hombres.
137:7.4 (1534.3) Durante todo este periodo Jesús solo habló dos veces en la sinagoga. Las largas semanas de espera habían empezado a acallar los rumores sobre su bautismo y el vino de Caná, y se aseguró de que no hubiera más milagros aparentes durante este tiempo. A pesar de su vida discreta en Betsaida, las extrañas actuaciones de Jesús ya habían llegado a oídos de Herodes Antipas, que envió inmediatamente a sus espías para saber a qué se dedicaba. Pero a Herodes le preocupaba más la predicación de Juan. Decidió no molestar a Jesús que seguía sin llamar la atención en Cafarnaúm.
137:7.5 (1534.4) Jesús aprovechó este tiempo de espera para intentar enseñar a sus compañeros cuál debía ser su actitud hacia los diversos grupos religiosos y partidos políticos de Palestina. Las palabras de Jesús eran siempre: «Tratamos de ganarnos a todos, pero no pertenecemos a ninguno».
137:7.6 (1534.5) Los escribas y los rabinos, en conjunto, eran llamados fariseos. Ellos se denominaban a sí mismos los «asociados». En muchos sentidos eran el grupo progresista entre los judíos, pues habían adoptado muchas enseñanzas que no figuraban claramente en las Escrituras hebreas, como la creencia en la resurrección de los muertos, una doctrina mencionada solo por Daniel, un profeta reciente.
137:7.7 (1534.6) Los saduceos estaban compuestos por los sacerdotes y ciertos judíos ricos. No eran tan puristas con los detalles de la aplicación de la ley. En realidad, los fariseos y los saduceos eran partidos religiosos más que sectas.
137:7.8 (1534.7) Los esenios eran una verdadera secta religiosa nacida durante la revuelta de los Macabeos con normas más exigentes que las de los fariseos en algunos aspectos. Habían adoptado muchas creencias y prácticas persas, vivían como una hermandad en monasterios, se abstenían de casarse y ponían todas las cosas en común. Se especializaron en las enseñanzas sobre los ángeles.
137:7.9 (1535.1) Los zelotes eran un ferviente colectivo de patriotas judíos. Justificaban cualquier método en la lucha por sacudirse el yugo romano.
137:7.10 (1535.2) Los herodianos eran un partido puramente político que abogaba por la emancipación del gobierno directo de Roma mediante la restauración de la dinastía herodiana.
137:7.11 (1535.3) En el centro mismo de Palestina vivían los samaritanos, con quienes «los judíos no se trataban» aunque tenían muchos puntos en común con las enseñanzas judías.
137:7.12 (1535.4) Todos estos partidos y sectas, incluyendo la pequeña hermandad nazarea, creían que el Mesías llegaría algún día. Todos esperaban a un libertador nacional, pero Jesús dejó muy claro que ni él ni sus discípulos se aliarían nunca con ninguna de estas escuelas de pensamiento o de práctica. El Hijo del Hombre no iba a ser ni esenio ni nazareo.
137:7.13 (1535.5) Aunque Jesús animaría posteriormente a los apóstoles a salir, como lo había hecho Juan, a predicar el evangelio e instruir a los creyentes, insistía siempre en la proclamación de la «buena nueva del reino de los cielos». Repetía incansablemente a sus compañeros que debían «mostrar amor, compasión y comprensión». Enseñó desde el principio a sus seguidores que el reino de los cielos era una experiencia espiritual consistente en entronizar a Dios en el corazón de los hombres.
137:7.14 (1535.6) Mientras esperaban el momento de embarcarse en su predicación pública activa, Jesús y los siete pasaban dos noches por semana en la sinagoga estudiando las escrituras hebreas. En los años que siguieron, después de intensas temporadas de trabajo público, los apóstoles recordarían estos cuatro meses como los más preciosos y provechosos de toda su asociación con el Maestro. Jesús enseñó a estos hombres todo lo que podían asimilar. No cometió el error de enseñarles en exceso. No los indujo a la confusión presentándoles una verdad que estuviera mucho más allá de su capacidad de comprender.
137:8.1 (1535.7) El sabbat del 22 de junio, poco antes de que iniciaran su primera gira de predicación y unos diez días después del encarcelamiento de Juan, Jesús ocupó el púlpito de la sinagoga por segunda vez desde su llegada a Cafarnaúm con sus apóstoles.
137:8.2 (1535.8) Unos días antes de predicar este sermón sobre «el reino», Jesús estaba trabajando en el astillero cuando Pedro le trajo la noticia del arresto de Juan. Jesús dejó las herramientas una vez más, se quitó el mandil y dijo a Pedro: «La hora del Padre ha llegado. Vayamos a prepararnos para proclamar el evangelio del reino».
137:8.3 (1535.9) Jesús hizo su último trabajo en el banco de carpintero ese martes 18 de junio del año 26 d. C. Pedro salió rápidamente del taller y hacia media tarde había reunido a todos sus compañeros en un bosquecillo junto a la costa. Luego fue en busca de Jesús pero no pudo encontrarlo. El Maestro había ido a orar a otro bosquecillo y no lo vieron hasta bien entrada la noche, cuando regresó a casa de Zebedeo y pidió de comer. Al día siguiente envió a su hermano Santiago a solicitar el privilegio de hablar en la sinagoga el sabbat de esa semana. El rector de la sinagoga se alegró mucho de que Jesús volviera a estar dispuesto a dirigir el oficio.
137:8.4 (1536.1) Antes de su memorable sermón sobre el reino de Dios, el primer esfuerzo ostensible de su carrera pública, Jesús leyó estos pasajes de las Escrituras: «Seréis para mí un reino de sacerdotes, un pueblo santo. Yahvé es nuestro juez, Yahvé es nuestro legislador, Yahvé es nuestro rey; él nos salvará. Yahvé es mi rey y mi Dios. Él es un gran rey para toda la tierra. La bondad amorosa está sobre Israel en este reino. Bendita sea la gloria del Señor, pues él es nuestro Rey».
137:8.5 (1536.2) Cuando terminó de leer, Jesús dijo:
137:8.6 (1536.3) «He venido a proclamar el establecimiento del reino del Padre. Y este reino incluirá a las almas adoradoras de judíos y gentiles, de ricos y pobres, de libres y esclavos, pues mi Padre no hace acepción de personas; su amor y su misericordia están sobre todos.
137:8.7 (1536.4) «El Padre del cielo envía a su espíritu a morar dentro de la mente de los hombres, y cuando yo haya finalizado mi trabajo en la tierra, el Espíritu de la Verdad será derramado igualmente sobre toda carne. El espíritu de mi Padre y el Espíritu de la Verdad os establecerán en el reino venidero de comprensión espiritual y rectitud divina. Mi reino no es de este mundo. El Hijo del Hombre no conducirá ejércitos a la batalla para establecer un trono de poder o un reino de gloria terrenal. Cuando haya llegado mi reino, conoceréis al Hijo del Hombre como Príncipe de la Paz, como la revelación del Padre sempiterno. Los hijos de este mundo luchan por establecer y ampliar los reinos de este mundo, pero mis discípulos entrarán en el reino de los cielos por sus decisiones morales y por sus victorias en el espíritu; y cuando hayan entrado en él encontrarán la alegría, la rectitud y la vida eterna.
137:8.8 (1536.5) «Aquellos que busquen antes que nada entrar en el reino y empiecen así a esforzarse por conseguir una nobleza de carácter como la de mi Padre poseerán pronto todas las demás cosas que necesiten. Pero yo os digo con toda sinceridad: si no intentáis entrar en el reino con la fe y la dependencia confiada de un niño pequeño, no seréis admitidos.
137:8.9 (1536.6) «No os dejéis engañar por aquellos que van diciendo: el reino está aquí o el reino está allá, pues el reino de mi Padre nada tiene que ver con las cosas visibles y materiales. Este reino está ya entre vosotros, pues allí donde el espíritu de Dios enseña y conduce al alma del hombre, está en realidad el reino de los cielos. Y este reino de Dios es rectitud, paz y alegría en el Espíritu Santo.
137:8.10 (1536.7) «Juan os bautizó ciertamente en señal de arrepentimiento y para la remisión de vuestros pecados, pero cuando entréis en el reino celestial, seréis bautizados con el Espíritu Santo.
137:8.11 (1536.8) «En el reino de mi Padre no habrá ni judíos ni gentiles, sino solo los que buscan la perfección mediante el servicio, pues declaro que aquel que quiera ser grande en el reino de mi Padre debe convertirse primero en el servidor de todos. Si estáis dispuestos a servir a vuestros semejantes, os sentaréis conmigo en mi reino, al igual que yo me sentaré dentro de poco con mi Padre en su reino por haber servido a semejanza de criatura.
137:8.12 (1536.9) «Este nuevo reino es como una semilla que crece en un campo con buena tierra. No fructifica rápidamente. Hay un intervalo de tiempo entre el establecimiento del reino en el alma del hombre y el momento en que el reino madura en el fruto pleno de rectitud perpetua y salvación eterna.
137:8.13 (1536.10) «Este reino que os anuncio no es un reinado de poder y abundancia. El reino de los cielos no es cuestión de comida y bebida, sino más bien una vida de rectitud progresiva y de alegría creciente al servicio cada vez más perfecto de mi Padre que está en el cielo. Pues ¿no ha dicho el Padre de sus hijos del mundo: ‘es mi voluntad que lleguen a ser perfectos como yo soy perfecto’?
137:8.14 (1537.1) «He venido a predicar la buena nueva del reino. No he venido a aumentar las pesadas cargas de aquellos que quieran entrar en este reino. Proclamo un camino nuevo y mejor, y aquellos que puedan entrar en el reino venidero disfrutarán del descanso divino. Os cueste lo que os cueste en cosas del mundo, cualquiera que sea el precio que tengáis que pagar por entrar en el reino de los cielos, lo recibiréis multiplicado en alegría y progreso espiritual en este mundo, y en vida eterna en la edad por venir.
137:8.15 (1537.2) «La entrada en el reino del Padre no requiere desplegar ejércitos, ni derribar reinos de este mundo ni romper yugos de cautivos. El reino de los cielos está al alcance de la mano, y todos los que entren en él encontrarán libertad abundante y salvación gozosa.
137:8.16 (1537.3) «Este reino es un dominio perpetuo. Los que entren en el reino ascenderán hasta mi Padre y alcanzarán ciertamente la diestra de su gloria en el Paraíso. Todos los que entren en el reino de los cielos se convertirán en hijos de Dios y ascenderán hasta el Padre en la edad por venir. Yo no he venido a llamar a los aspirantes a justos, sino a los pecadores y a todos los que tienen hambre y sed de la rectitud de la perfección divina.
137:8.17 (1537.4) «Juan vino a predicar el arrepentimiento para prepararos para el reino; ahora vengo yo a proclamar que la fe, el regalo de Dios, es el precio de la entrada en el reino de los cielos. Solo con que creáis que mi Padre os ama con amor infinito, estáis en el reino de Dios».
137:8.18 (1537.5) Dicho esto, Jesús se sentó. Sus palabras dejaron estupefactos a todos los presentes. Sus discípulos se maravillaron, pero la gente no estaba preparada para recibir la buena nueva de labios de este hombre-Dios. Alrededor de un tercio de los que lo escucharon creyó en el mensaje aunque sin comprenderlo del todo; otro tercio se propuso interiormente rechazar un concepto tan puramente espiritual del reino esperado, mientras que el tercio restante no pudo captar su enseñanza y muchos de ellos creyeron realmente que «había perdido el juicio».
El libro de Urantia
Documento 138
138:0.1 (1538.1) DESPUÉS de predicar el sermón sobre «el Reino», Jesús reunió aquella tarde a los seis apóstoles y les empezó a contar sus planes para visitar las ciudades de la costa e inmediaciones del mar de Galilea. A sus hermanos Santiago y Judá les dolió mucho no ser convocados a esta reunión. Hasta ese momento se habían sentido parte del círculo íntimo de los compañeros de Jesús, pero Jesús había decidido no tener parientes cercanos en este grupo de directores apostólicos del reino. El hecho de no incluir a Santiago y Judá entre los pocos elegidos, unido a su aparente desapego hacia su madre desde el episodio de Caná, empezó a abrir una brecha cada vez mayor entre Jesús y su familia. Esta situación de desencuentro se mantuvo durante todo su ministerio público —casi llegaron a rechazarlo— y solo se superó del todo después de su muerte y resurrección. Su madre fluctuaba constantemente entre actitudes de fe y esperanza alternando con emociones cada vez más fuertes de desilusión, humillación y desaliento. Solo Rut, la más joven, se mantuvo inquebrantable en su lealtad a su hermano y padre.
138:0.2 (1538.2) La familia de Jesús participó muy poco en su ministerio hasta después de la resurrección. Nadie es profeta en su tierra ni tampoco en su propia familia.
138:1.1 (1538.3) Al día siguiente, el domingo 23 de junio del año 26 d. C., Jesús dio las últimas instrucciones a los seis. Les mandó que salieran de dos en dos a enseñar la buena nueva del reino. Les prohibió bautizar y les recomendó que no predicaran en público. Añadió que más adelante les permitiría predicar en público, pero quería, por muchas razones, que pasaran primero por un periodo de experiencia práctica en el trato personal con sus semejantes. Jesús se propuso hacer que la primera gira de sus apóstoles fuera enteramente una labor personal. Esta decisión fue algo decepcionante para ellos, aunque comprendieron, al menos en parte, las razones de Jesús para empezar así la proclamación del reino, y salieron con buen ánimo, entusiasmo y confianza. Los envió de dos en dos, Santiago y Juan a Queresa, Andrés y Pedro a Cafarnaúm, Felipe y Natanael a Tariquea.
138:1.2 (1538.4) Antes de que empezaran sus dos primeras semanas de servicio, Jesús les anunció que deseaba ordenar a doce apóstoles para continuar el trabajo del reino después de que él se marchara, y autorizó a cada uno de ellos a elegir entre sus primeros conversos a un hombre para formar parte del proyectado cuerpo de apóstoles. Juan tomó la palabra para preguntar: «Pero, Maestro, ¿esos seis hombres estarán entre nosotros y compartirán todas las cosas en igualdad con nosotros, que hemos estado contigo desde el Jordán y hemos escuchado todas tus enseñanzas de preparación para este primer trabajo nuestro a favor del reino?». Y Jesús respondió: «Sí, Juan, los hombres que elijáis serán uno con nosotros, y vosotros les enseñaréis todo sobre el reino, tal como yo os lo he enseñado». Dicho esto, Jesús se marchó.
138:1.3 (1539.1) Antes de separarse para cumplir su misión, los seis debatieron mucho sobre este mandato de Jesús de que cada uno eligiera un nuevo apóstol. Por fin prevaleció el consejo de Andrés y se pusieron en marcha. En esencia, Andrés dijo lo siguiente: «El Maestro tiene razón; somos demasiado pocos para este trabajo. Se necesitan más maestros, y el Maestro ha mostrado una gran confianza en nosotros al encargarnos de elegir a los seis nuevos apóstoles». Esa mañana todos ocultaban cierto abatimiento cuando se despidieron para emprender su trabajo. Sabían que iban a echar de menos a Jesús y, aparte de su miedo y su timidez, esta forma de inaugurar el reino de los cielos no era la que ellos habían imaginado.
138:1.4 (1539.2) Se había acordado que los seis trabajarían durante dos semanas y luego volverían a reunirse en casa de Zebedeo para hablar. Mientras tanto Jesús fue a Nazaret para ver a José, a Simón y a otros miembros de su familia que vivían en la zona. Jesús hizo todo lo humanamente posible, y compatible con su dedicación a hacer la voluntad de su Padre, para conservar la confianza y el afecto de su familia. En este aspecto cumplió con todo su deber, y más.
138:1.5 (1539.3) Mientras los apóstoles estaban fuera dedicados a su misión, Jesús pensó mucho en Juan encarcelado. Estuvo muy tentado de utilizar sus poderes potenciales para liberarlo, pero se resignó una vez más a «cumplir la voluntad del Padre».
138:2.1 (1539.4) La primera gira misionera de los seis fue todo un éxito. Todos descubrieron el gran valor del contacto directo y personal con los hombres. Cuando volvieron a reunirse con Jesús eran mucho más conscientes de que, en última instancia, la religión es única y exclusivamente una experiencia personal. Empezaban a percibir lo hambrienta que estaba la gente común de oír palabras de consuelo religioso y aliento espiritual. Todos querían hablar a la vez cuando se reunieron en torno a Jesús, pero Andrés asumió el mando y fue dándoles la palabra uno a uno para que presentaran formalmente sus informes al Maestro y sus candidaturas para los seis nuevos apóstoles.
138:2.2 (1539.5) A medida que cada uno presentaba a su candidato a apóstol, Jesús sometía la propuesta a la votación de todos los demás, y así los seis nuevos apóstoles fueron aceptados formalmente por los seis más antiguos. Hecho esto, Jesús anunció que irían todos a visitar a los candidatos para confirmarles el llamamiento al servicio.
138:2.3 (1539.6) Los seis nuevos apóstoles fueron:
138:2.4 (1539.7) 1. Mateo Leví, el recaudador de aduanas de Cafarnaúm que tenía su oficina justo al este de la ciudad, cerca de la frontera con Batanea. Fue elegido por Andrés.
138:2.5 (1539.8) 2. Tomás Dídimo, pescador de Tariquea y anteriormente carpintero y albañil en Gadara. Fue elegido por Felipe.
138:2.6 (1539.9) 3. Santiago Alfeo, pescador y agricultor de Queresa. Fue elegido por Santiago Zebedeo.
138:2.7 (1539.10) 4. Judas Alfeo, hermano gemelo de Santiago Alfeo y también pescador. Fue elegido por Juan Zebedeo.
138:2.8 (1540.1) 5. Simón Zelotes era un alto cargo de la organización patriótica de los zelotes y renunció a este puesto para unirse a los apóstoles de Jesús. Antes de hacerse zelote, Simón había sido mercader. Fue elegido por Pedro.
138:2.9 (1540.2) 6. Judas Iscariote era el hijo único de unos ricos judíos que vivían en Jericó. Sus padres saduceos lo habían repudiado porque se había unido a Juan el Bautista. Estaba buscando empleo en la zona cuando se encontró con los apóstoles de Jesús, y Natanael lo invitó a unirse a ellos principalmente por su experiencia financiera. Judas Iscariote era el único judeo entre los doce apóstoles.
138:2.10 (1540.3) Jesús pasó un día entero con los seis respondiendo a sus preguntas y escuchando sus informes con todo detalle, pues tenían muchas experiencias interesantes y provechosas que contarle. Entonces comprendieron lo que el Maestro había acertado al enviarlos a trabajar de forma callada y personal antes de lanzarse a esfuerzos públicos más ambiciosos.
138:3.1 (1540.4) Al día siguiente Jesús y los seis fueron a ver a Mateo, el recaudador de aduanas. Mateo los estaba esperando después de haber cuadrado sus cuentas y traspasado a su hermano la gestión de la oficina. Cuando estuvieron cerca de la oficina de peaje Andrés se adelantó con Jesús, que miró de frente a Mateo y le dijo: «Sígueme». Mateo se levantó y llevó a Jesús y los apóstoles a su casa.
138:3.2 (1540.5) Mateo dijo a Jesús que había organizado un banquete para esa noche, pues deseaba al menos ofrecer una cena a su familia y sus amigos si Jesús daba su aprobación y aceptaba ser el invitado de honor. Jesús asintió con la cabeza. Entonces Pedro se hizo a un lado con Mateo y le explicó que había invitado a un tal Simón a unirse a los apóstoles, para asegurarse de que Simón fuera también convidado a la fiesta.
138:3.3 (1540.6) Después de almorzar a mediodía en casa de Mateo, se fueron todos con Pedro a ver a Simón el Zelote y lo encontraron en su antiguo centro de trabajo, dirigido ahora por su sobrino. Cuando Pedro condujo a Jesús hasta Simón, el Maestro saludó al ardiente patriota y solo le dijo: «Sígueme».
138:3.4 (1540.7) Todos volvieron a casa de Mateo donde hablaron mucho sobre política y religión hasta la hora de la cena. La familia Leví se dedicaba desde antiguo a los negocios y a la recaudación de impuestos, por eso muchos de los invitados por Mateo a este banquete habrían sido calificados de «publicanos y pecadores» por los fariseos.
138:3.5 (1540.8) En aquel tiempo, cuando se honraba a una persona prominente con banquete formal de este tipo, era costumbre que todo el que estuviera interesado merodeara por la sala del banquete para ver comer a los convidados y escuchar la conversación y los discursos de los invitados de honor. En esta ocasión la mayoría de los fariseos de Cafarnaúm acudieron como espectadores para observar la conducta de Jesús en esta reunión social tan poco corriente.
138:3.6 (1540.9) A medida que avanzaba la cena los comensales se iban animando y el ambiente se volvió cada vez más festivo. Lo estaban pasando todos tan bien que los espectadores fariseos empezaron a criticar a Jesús en su fuero interno por participar en un acto tan alegre y divertido. Cuando llegó el momento de los discursos, uno de los fariseos más malintencionados llegó hasta el punto de criticar la conducta de Jesús diciendo a Pedro: «Cómo te atreves a enseñar que este hombre es recto, cuando come con publicanos y pecadores y se presta a placeres tan frívolos». Justo antes de que Jesús pronunciara la bendición de despedida de la reunión, Pedro le informó en voz baja de estas críticas. Jesús tomó la palabra y dijo: «Al venir aquí esta noche para dar la bienvenida a Mateo y Simón en nuestra hermandad, he presenciado con gusto vuestra alegría y vuestro buen humor, pero deberíais regocijaros aún más porque muchos de vosotros entraréis en el reino venidero del espíritu, donde disfrutaréis más abundantemente de las cosas buenas del reino de los cielos. Y a los que estáis ahí criticándome en vuestro corazón porque he venido a divertirme con estos amigos, os digo que he venido a proclamar gozo a los oprimidos de la sociedad y libertad espiritual a los cautivos morales. ¿Tendré que recordaros que no son los sanos los que necesitan al médico sino los enfermos? No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores».
138:3.7 (1541.1) Era realmente extraño para la sociedad judía ver a un hombre de carácter recto y sentimientos nobles mezclarse libre y alegremente con la gente común, e incluso con una muchedumbre irreligiosa de publicanos y presuntos pecadores amigos de placeres. A Simón Zelotes le hubiera gustado hacer un discurso en esta reunión en casa de Mateo, pero Andrés, sabiendo que Jesús no quería que el reino venidero se confundiera con el movimiento de los zelotes, le convenció de que se abstuviera de hacer comentarios públicos.
138:3.8 (1541.2) Jesús y los apóstoles se quedaron esa noche en casa de Mateo, y la gente solo hablaba de una cosa al volver a sus casas: de la bondad y la amabilidad de Jesús.
138:4.1 (1541.3) A la mañana siguiente los nueve fueron en barca a Queresa para hacer el llamamiento formal a los dos apóstoles siguientes, Santiago y Judas, los hijos gemelos de Alfeo propuestos por Santiago y Juan Zebedeo. Los gemelos pescadores contaban con la llegada de Jesús y sus apóstoles, y los estaban esperando en la orilla. Santiago Zebedeo presentó al Maestro a los pescadores de Queresa. Jesús fijó en ellos su mirada, asintió con la cabeza y dijo: «Seguidme».
138:4.2 (1541.4) Pasaron esa tarde juntos y Jesús les habló mucho sobre la asistencia a reuniones festivas. Concluyó sus instrucciones diciendo: «Todos los hombres son mis hermanos. Mi Padre del cielo no desprecia a ninguna de las criaturas que hemos hecho. El reino de los cielos está abierto a todos los hombres y a todas las mujeres. Nadie puede cerrar la puerta de la misericordia a un alma hambrienta que intenta entrar en él. Nos sentaremos a comer con todos los que quieran oír hablar del reino. A los ojos de nuestro Padre del cielo todos los hombres son iguales. No os neguéis por lo tanto a partir el pan con fariseos o pecadores, saduceos o publicanos, romanos o judíos, ricos o pobres, esclavos o libres. La puerta del reino está abierta de par en par a todos los que deseen conocer la verdad y encontrar a Dios».
138:4.3 (1541.5) Aquella noche durante una sencilla cena en casa de Alfeo, los hermanos gemelos fueron recibidos en la familia apostólica. Más avanzada la noche, Jesús impartió a sus apóstoles su primera lección sobre el origen, la naturaleza y el destino de los espíritus impuros, aunque no pudieron comprender el sentido de lo que les decía. Les resultaba muy fácil amar y admirar a Jesús, pero muy difícil entender muchas de sus enseñanzas.
138:4.4 (1542.1) Después de una noche de descanso todos los miembros del grupo, que ya eran once, embarcaron hacia Tariquea.
138:5.1 (1542.2) Tomás el pescador y Judas el errante se encontraron con Jesús y los apóstoles en el atracadero de pesca de Tariquea. Tomás vivía muy cerca, y llevó al grupo a su casa. Una vez allí, Felipe presentó a Tomás como su candidato para el apostolado y Natanael presentó al suyo, el judeo Judas Iscariote. Jesús miró a Tomás y le dijo: «Tomás, te falta fe, y sin embargo te recibo. Sígueme». A Judas Iscariote el Maestro le dijo: «Judas, todos somos de la misma carne, y al recibirte entre nosotros rezo para que seas siempre leal a tus hermanos galileos. Sígueme».
138:5.2 (1542.3) Después de reponer fuerzas, Jesús se llevó aparte a los doce para rezar con ellos y darles instrucción sobre la naturaleza y la acción del Espíritu Santo, pero una vez más, no lograron comprender casi nada de las maravillosas verdades que se esforzaba por enseñarles. Uno captaba un punto y otro entendía otro, pero ninguno de ellos conseguía abarcar el conjunto de su enseñanza. Cometían siempre el error de intentar encajar el nuevo evangelio de Jesús en sus antiguas formas de creencia religiosa. No podían captar la idea de que Jesús había venido a proclamar un nuevo evangelio de salvación y a establecer una nueva manera de encontrar a Dios. No percibían que él era una nueva revelación del Padre del cielo.
138:5.3 (1542.4) Al día siguiente Jesús dejó a sus doce apóstoles completamente solos. Quería que se conocieran y que pudieran comentar entre ellos lo que les había enseñado. El Maestro volvió para la cena. En la sobremesa les habló sobre el ministerio de las serafines, y algunos de los apóstoles comprendieron su enseñanza. Descansaron esa noche y al día siguiente salieron en barca hacia Cafarnaúm.
138:5.4 (1542.5) Zebedeo y Salomé se habían ido a vivir con su hijo David para poner su amplia casa a disposición de Jesús y sus doce apóstoles. Jesús pasó en ella un sabbat tranquilo con sus mensajeros elegidos. Les describió con detenimiento sus planes para proclamar el reino e insistió mucho en hacerles comprender la importancia de evitar todo enfrentamiento con las autoridades civiles. Les dijo: «Si hay que reprender a los dirigentes civiles, dejádmelo a mí. Cuidaos de no hacer acusaciones contra el César ni sus servidores». Esa misma noche Judas Iscariote llevó aparte a Jesús para averiguar por qué no se hacía nada por sacar a Juan de la cárcel. Y Judas no se quedó del todo satisfecho con la actitud de Jesús.
138:6.1 (1542.6) La semana siguiente estuvo dedicada a un intenso programa de formación. Cada uno de los apóstoles antiguos se hacía cargo diariamente del apóstol que había presentado para repasar a fondo todo lo que habían aprendido y experimentado como preparación para el trabajo del reino. Los seis apóstoles más antiguos repasaron cuidadosamente en beneficio de los seis más nuevos las enseñanzas impartidas por Jesús hasta ese momento. Por la noche se reunían todos en el jardín de Zebedeo para ser instruidos por Jesús.
138:6.2 (1542.7) Fue por esta época cuando Jesús instituyó un día de vacación a media semana, y ellos mantuvieron este programa de descanso y recreo semanal durante todo el resto de la vida material de Jesús. Los miércoles, por regla general, se suspendían todas las actividades regulares y Jesús solía apartarse de ellos diciendo: «Hijos, hoy tenéis el día libre. Descansad del duro trabajo del reino y disfrutad volviendo a vuestras antiguas ocupaciones o descubriendo nuevas formas de diversión». En realidad Jesús no necesitaba este día de descanso durante esa fase de su vida terrenal, pero se amoldó a este plan porque sabía que era lo mejor para sus compañeros humanos. Jesús era el maestro —el Maestro— y sus compañeros eran sus alumnos, sus discípulos.
138:6.3 (1543.1) Jesús se esforzó por aclarar a sus apóstoles la diferencia entre sus enseñanzas y su vida entre ellos, y las enseñanzas que pudieran surgir sobre él en el futuro. Les dijo: «Mi reino y el evangelio relacionado con él serán la esencia de vuestro mensaje. No os desviéis predicando sobre mí y sobre mis enseñanzas. Proclamad el evangelio del reino y describid mi revelación del Padre del cielo, pero no os extraviéis creando leyendas y elaborando un culto dedicado a creencias y enseñanzas sobre mis creencias y enseñanzas». Una vez más, ellos no entendieron por qué les hablaba así, y ninguno se atrevió a preguntarle por qué les decía esas cosas.
138:6.4 (1543.2) En estas primeras enseñanzas Jesús trató de evitar en lo posible controversias con sus apóstoles, excepto cuando tenían conceptos equivocados sobre su Padre del cielo. En todos estos casos no vaciló nunca en corregir las creencias erróneas. Había un único propósito en la vida de Jesús en Urantia tras su bautismo, y era hacer una revelación mejor y más verdadera de su Padre del Paraíso. Él era el pionero del camino nuevo y mejor hacia Dios, el camino de la fe y el amor. Siempre exhortaba así a sus apóstoles: «Id a buscar a los pecadores; encontrad a los abatidos y confortad a los angustiados».
138:6.5 (1543.3) Jesús captaba perfectamente la situación. Poseía un poder ilimitado que podría haber utilizado para impulsar su misión, pero se conformaba con unos medios y unas personalidades que la mayoría de la gente habría considerado inadecuados e incluso insignificantes. Tenía entre manos una misión de enormes posibilidades teatrales, pero eligió ocuparse de los asuntos de su Padre de la manera más callada y menos espectacular, evitando cuidadosamente cualquier despliegue de poder. Se propuso trabajar sin ruido con sus doce apóstoles en las proximidades del mar de Galilea al menos durante varios meses.
138:7.1 (1543.4) Jesús había proyectado una tranquila campaña misionera de cinco meses de labor personal. No dijo a los apóstoles cuánto duraría; trabajaban semana a semana. El primer día de la semana por la mañana temprano, justo cuando estaba a punto de desvelar estos planes a sus doce apóstoles, Simón Pedro, Santiago Zebedeo y Judas Iscariote fueron a hablar con él en privado. Pedro se hizo a un lado con Jesús y se atrevió a decirle: «Maestro, venimos a petición de nuestros compañeros para averiguar si no ha llegado ya el momento de entrar en el reino. ¿Proclamarás el reino en Cafarnaúm o hemos de trasladarnos a Jerusalén? ¿Cuándo sabremos, cada uno de nosotros, los puestos que vamos a ocupar contigo en el establecimiento del reino…» Pedro habría seguido preguntando pero Jesús levantó una mano reprobatoria, y después de indicar por señas a los demás apóstoles que se acercaran, les dijo: «Hijitos, ¡cuánta paciencia habré de tener con vosotros! ¿No os he dejado claro que mi reino no es de este mundo? Os he dicho muchas veces que no he venido a sentarme en el trono de David, ¿por qué preguntáis por el lugar que ocupará cada uno de vosotros en el reino del Padre? ¿No os dais cuenta de que os he llamado como embajadores de un reino espiritual? ¿No entendéis que pronto, muy pronto, me representaréis en el mundo y en la proclamación del reino como yo represento ahora a mi Padre que está en el cielo? ¿Cómo es posible que os haya elegido e instruido como mensajeros del reino, y que sin embargo no comprendáis aún la naturaleza ni la relevancia de este reino venidero de preeminencia divina en el corazón de los hombres? Amigos, escuchadme una vez más. Desterrad de vuestra mente la idea de que mi reino es un imperio de poder o un reinado de gloria. En verdad, todos los poderes del cielo y de la tierra serán puestos pronto en mis manos, pero no es voluntad del Padre que utilicemos esta dotación divina para glorificarnos durante esta edad. En otra edad os sentaréis conmigo en poder y gloria, pero nos corresponde ahora someternos a la voluntad del Padre y salir con humilde obediencia a ejecutar su mandato en la tierra».
138:7.2 (1544.1) Una vez más, sus colaboradores se quedaron consternados, estupefactos. Jesús los envió a orar de dos en dos y les pidió que se reunieran con él al mediodía. Esa mañana crucial cada uno de ellos trató de encontrar a Dios, cada uno de ellos se esforzó por dar ánimos y fortaleza al otro, y luego volvieron a reunirse con Jesús como les había pedido.
138:7.3 (1544.2) Entonces Jesús rememoró para ellos la venida de Juan, el bautismo en el Jordán, la boda en Caná, la reciente elección de los seis y el distanciamiento de sus propios hermanos en la carne, y les advirtió que el enemigo del reino trataría de alejarlos a ellos también. Tras estas breves pero sentidas palabras de Jesús, todos los apóstoles se levantaron liderados por Pedro para afirmar su entrega imperecedera a su Maestro y prometer lealtad inquebrantable al reino; en palabras de Tomás: «a ese reino venidero, sea lo que sea e incluso sin comprenderlo del todo». Todos ellos creían en Jesús de verdad aunque no comprendieran plenamente sus enseñanzas.
138:7.4 (1544.3) Jesús les preguntó después cuánto dinero tenían entre todos, y quiso saber también cómo pensaban mantener a sus familias. Cuando se vio que apenas tenían fondos suficientes para mantenerse durante dos semanas, dijo: «No es voluntad de mi Padre que empecemos nuestra misión en estas condiciones. Nos quedaremos aquí dos semanas junto al mar para pescar o trabajar en lo que encontremos. Mientras tanto os iréis organizando bajo la dirección de Andrés, el primer apóstol elegido, para que podáis disponer de todo lo que necesitéis en vuestro trabajo futuro, tanto en el ministerio personal que ejercéis ahora como cuando os ordene más adelante predicar el evangelio e instruir a los creyentes». Todos se alegraron muchísimo con estas palabras; era la primera vez que Jesús les indicaba de forma clara y positiva que proyectaba emprender más adelante una actividad pública más activa y ambiciosa.
138:7.5 (1544.4) Los apóstoles pasaron el resto del día organizándose y preparando las barcas y las redes para salir a pescar al día siguiente. Todos habían decidido que se dedicarían a la pesca porque la mayoría habían sido pescadores, incluso Jesús era un pescador experto además de fabricante de embarcaciones. Muchas de las embarcaciones que utilizaron en los años siguientes habían sido construidas por Jesús con sus propias manos. Y eran embarcaciones buenas y seguras.
138:7.6 (1544.5) Jesús los animó a dedicarse a la pesca durante dos semanas y añadió: «Más adelante os convertiréis en pescadores de hombres». Se dividieron en tres grupos, y Jesús salía a pescar con un grupo diferente cada noche. ¡Cuánto disfrutaban todos de la compañía de Jesús! Era un buen pescador, un compañero alegre y un amigo inspirador. Cuanto más trabajaban con él, más lo amaban. Como dijo un día Mateo: «Cuanto más entiendes a algunas personas menos las admiras, pero a este hombre cuanto menos lo entiendo más lo amo».
138:7.7 (1545.1) Este plan de pescar durante dos semanas y salir a hacer trabajo personal en favor del reino durante otras dos se mantuvo durante más de cinco meses, hasta finales de ese año 26 d. C., cuando cesaron las persecuciones dirigidas contra los discípulos de Juan tras el encarcelamiento del Bautista.
138:8.1 (1545.2) Después de vender el producto de las dos semanas de pesca, Judas Iscariote, elegido como tesorero de los doce, dividió los fondos apostólicos en seis partes iguales, una vez provistos los fondos necesarios para el mantenimiento de las familias a su cargo. Entonces, hacia mediados de agosto del año 26 d. C., salieron de dos en dos a las campañas de trabajo asignadas por Andrés. Las dos primeras semanas Jesús salió con Andrés y Pedro, las dos segundas, con Santiago y Juan, y así sucesivamente con las otras parejas en el orden en que habían sido elegidos. De este modo pudo salir al menos una vez con cada pareja antes de reunirlos para empezar su ministerio público.
138:8.2 (1545.3) Jesús les enseñó a predicar el perdón de los pecados a través de la fe en Dios, sin sacrificios ni penitencias, y que el Padre del cielo ama a todos sus hijos con el mismo amor eterno. Insistió mucho a sus apóstoles que evitaran hablar sobre:
138:8.3 (1545.4) 1. La obra y el encarcelamiento de Juan el Bautista.
138:8.4 (1545.5) 2. La voz que se oyó en el bautismo. Dijo Jesús: «Solo los que oyeron la voz pueden hablar de ella. Hablad solo de lo que habéis escuchado de mí; no habléis de rumores».
138:8.5 (1545.6) 3. La transformación del agua en vino, en Caná. Jesús les encareció muy seriamente: «No contéis a nadie lo del agua y el vino».
138:8.6 (1545.7) Durante esos cinco o seis meses, los apóstoles pasaron muy buenos momentos. Trabajaban como pescadores cada dos semanas alternas y ganaban así dinero suficiente para mantenerse las otras dos semanas de campaña misionera para el reino.
138:8.7 (1545.8) La gente corriente se maravillaba con las enseñanzas y el ministerio de Jesús y sus apóstoles. Los rabinos habían enseñado durante mucho tiempo a los judíos que los ignorantes no podían ser ni piadosos ni justos. Pero los apóstoles de Jesús eran piadosos y justos, y sin embargo ignoraban alegremente gran parte del saber de los rabinos y de la sabiduría del mundo.
138:8.8 (1545.9) Jesús dejó muy clara a sus apóstoles la diferencia entre el arrepentimiento mediante las llamadas buenas obras, como enseñaban los judíos, y el cambio producido en la mente por la fe —el nuevo nacimiento— que él exigía como precio de entrada en el reino. Enseñó a sus apóstoles que la fe era el único requisito para entrar en el reino del Padre. Juan había predicado: «Arrepentíos, huid de la ira por venir», pero Jesús enseñaba que «la fe es la puerta abierta para entrar en el amor presente, perfecto y eterno de Dios». Jesús no hablaba como un profeta, como alguien que viene a proclamar la palabra de Dios. Parecía hablar de sí mismo como alguien que tiene autoridad. Jesús quería apartar sus mentes de la búsqueda de milagros y llevarlas a descubrir de forma real y personal la satisfacción y la seguridad de que el espíritu de amor y gracia salvadora de Dios moraba en ellos.
138:8.9 (1545.10) Los discípulos aprendieron muy pronto que el Maestro sentía profundo respeto y cordial estima por todos los seres humanos que conocía, y les impresionaba sobremanera la consideración uniforme e invariable que mostraba sistemáticamente hacia toda clase de hombres, mujeres y niños. A veces se paraba en medio de un profundo discurso para salir a la carretera y decir unas palabras de aliento a una mujer que pasaba cargada con el peso de su cuerpo y de su alma. Interrumpía una importante conversación con sus apóstoles para charlar con un niño inoportuno. No parecía haber nada tan importante para Jesús como el ser humano individual con quien se encontraba. Era instructor y maestro pero era más: un amigo, un buen vecino, un camarada comprensivo.
138:8.10 (1546.1) Aunque la enseñanza pública de Jesús consistía principalmente en parábolas y discursos breves, siempre instruía a sus apóstoles mediante preguntas y respuestas, y siempre interrumpió sus discursos públicos posteriores para responder a preguntas sinceras.
138:8.11 (1546.2) Al principio a los apóstoles se escandalizaban por la manera en que Jesús trataba a las mujeres, pero pronto se acostumbraron. Les explicó muy claramente que en el reino se otorgaría a las mujeres los mismos derechos que a los hombres.
138:9.1 (1546.3) Este periodo algo monótono de alternancia entre la pesca y el ministerio personal resultó ser una experiencia agotadora para los doce apóstoles, pero aguantaron la prueba. Con todas sus quejas, dudas e insatisfacciones pasajeras, fueron fieles a su promesa de entrega y lealtad al Maestro. Fue su asociación personal con Jesús durante estos meses de prueba lo que despertó en ellos un cariño tan grande que todos (salvo Judas Iscariote) permanecieron leales y fieles a su persona incluso en las horas oscuras del juicio y la crucifixión. Unos hombres cabales no podían de ninguna manera abandonar a un maestro venerado que había vivido tan cerca de ellos y se había entregado a ellos tanto como Jesús. Durante las horas sombrías de la muerte del Maestro, el corazón de estos apóstoles dejó de lado toda razón, todo juicio y toda lógica para dar paso a una única y extraordinaria emoción humana: el sentimiento supremo de amistad leal. Estos cinco meses de trabajo con Jesús indujeron a sus apóstoles, a cada uno de ellos, a considerarlo como el mejor amigo que tenían en el mundo. Fue este sentimiento humano, y no sus magníficas enseñanzas ni sus hechos maravillosos, lo que los mantuvo unidos hasta después de la resurrección y de la proclamación renovada del evangelio del reino.
138:9.2 (1546.4) Los apóstoles superaron la prueba de estos meses de trabajo callado, pero este periodo de inactividad pública supuso además un gran conflicto para la familia de Jesús. Cuando se disponía a emprender su obra pública, Jesús había sido prácticamente abandonado por toda su familia (excepto Rut). Más adelante intentarían comunicarse alguna vez con él, pero solo para persuadirlo de volver a casa con ellos, pues sospechaban que había perdido el juicio. Eran sencillamente incapaces de interpretar su filosofía o captar sus enseñanzas; todo ello era demasiado para los de su propia carne y sangre.
138:9.3 (1546.5) Los apóstoles prosiguieron su labor personal en Cafarnaúm, Betsaida-Julias, Corazín, Gerasa, Hipos, Magdala, Caná, Belén de Galilea, Jotapata, Ramá, Safed, Giscala, Gadara y Abila. Además de actuar en estas ciudades, trabajaron en muchos pueblos y también en el campo. Al final de este periodo los doce habían establecido planes bastante satisfactorios para atender a las necesidades de sus respectivas familias. Casi todos los apóstoles estaban casados y algunos tenían varios hijos, pero organizaron el mantenimiento de sus familiares de tal forma que, con alguna pequeña asistencia de los fondos apostólicos, pudieron dedicar todas sus energías al trabajo del Maestro sin tener que preocuparse por el bienestar económico de sus familias.
138:10.1 (1547.1) Los apóstoles se organizaron muy pronto de la siguiente manera:
138:10.2 (1547.2) 1. Andrés, el primer apóstol elegido, fue designado presidente y director general de los doce.
138:10.3 (1547.3) 2. Pedro, Santiago y Juan fueron nombrados acompañantes personales de Jesús. Habían de asistirlo día y noche, atender a sus diversas necesidades materiales y acompañarlo en las vigilias nocturnas de oración y comunión misteriosa con el Padre del cielo.
138:10.4 (1547.4) 3. Felipe fue nombrado administrador del grupo. Era el responsable del avituallamiento y debía asegurarse de que los visitantes, y a veces incluso las multitudes de oyentes, tuvieran algo que comer.
138:10.5 (1547.5) 4. Natanael velaba por las necesidades de las familias de los doce. Recibía informes regulares sobre las necesidades de la familia de cada apóstol, pedía los fondos a Judas, el tesorero, y los enviaba cada semana.
138:10.6 (1547.6) 5. Mateo era el agente financiero del cuerpo apostólico, el encargado de velar por que el presupuesto estuviera equilibrado y la tesorería abastecida. En caso de falta de fondos, si no se recibían donaciones suficientes para mantener al colectivo, Mateo estaba facultado para ordenar a los doce que volvieran a sus redes durante un tiempo. Esto nunca fue necesario tras el comienzo del ministerio público, pues hubo siempre tesorería suficiente para financiar las actividades.
138:10.7 (1547.7) 6. Tomás organizaba los itinerarios. Se encargaba de gestionar el alojamiento y seleccionar de manera general los lugares donde enseñar y predicar, para asegurar un programa de desplazamientos coordinado y eficaz.
138:10.8 (1547.8) 7. A Santiago y Judas, los hijos gemelos de Alfeo, se les encomendó la gestión de las multitudes. Su tarea consistía en reclutar un número suficiente de controladores entre los asistentes para mantener el orden público durante la predicación.
138:10.9 (1547.9) 8. Simón Zelotes era el encargado del descanso y la diversión. Organizaba los programas de los miércoles e intentaba también proporcionar unas horas diarias de recreo.
138:10.10 (1547.10) 9. Judas Iscariote fue nombrado tesorero. Portaba la bolsa. Pagaba todos los gastos y llevaba la contabilidad. Presentaba los presupuestos semanales a Mateo y los informes semanales a Andrés. Judas hacía los pagos previa autorización de Andrés.
138:10.11 (1547.11) Así funcionó la organización original de los doce hasta el momento en que tuvieron que reorganizarse por la deserción de Judas, el traidor. El Maestro siguió viviendo de esta manera sencilla con sus apóstoles-discípulos hasta que los reunió el domingo 12 de enero del año 27 d. C. y los ordenó formalmente como embajadores del reino y predicadores de su buena nueva. Poco después se prepararon para salir hacia Jerusalén y Judea en su primera gira de predicación pública.
El libro de Urantia
Documento 139
139:0.1 (1548.1) TAL FUE el atractivo y la rectitud de la vida de Jesús en la tierra que, aunque hizo pedazos una y otra vez las esperanzas de sus apóstoles y destrozó todas sus ambiciones de exaltación personal, solo uno lo abandonó.
139:0.2 (1548.2) Los apóstoles aprendieron de Jesús sobre el reino de los cielos, y Jesús aprendió mucho de ellos sobre el reino de los hombres, sobre cómo vive la naturaleza humana en Urantia y en los otros mundos evolutivos del tiempo y el espacio. Eran doce hombres de temperamento humano muy diverso, y la instrucción recibida no los había hecho semejantes. Muchos de estos pescadores galileos tenían una fuerte proporción de sangre gentil como resultado de la conversión forzosa de la población no judía de Galilea cien años antes.
139:0.3 (1548.3) No cometáis el error de considerar que los apóstoles eran totalmente incultos e ignorantes. Todos salvo los gemelos Alfeo se habían graduado en las escuelas de las sinagogas y habían sido instruidos a fondo en las escrituras hebreas y en gran parte de los conocimientos corrientes de la época. Siete de ellos se habían graduado en la escuela de la sinagoga de Cafarnaúm, la mejor escuela judía de toda Galilea.
139:0.4 (1548.4) Cuando vuestros escritos se refieren a estos mensajeros del reino como «incultos e ignorantes», lo hacen con intención de transmitir la idea de que eran laicos, que no habían aprendido el saber de los rabinos ni se habían educado en los métodos de interpretación rabínica de las Escrituras. Carecían de la llamada educación superior. En los tiempos modernos serían considerados sin duda como personas poco instruidas, y en algunos círculos de la sociedad incluso sin cultura. Una cosa es cierta: no habían pasado todos por un mismo programa de estudios fijo y estereotipado. A partir de la adolescencia sus experiencias de aprendizaje de la vida habían sido muy diferentes.
139:1.1 (1548.5) Andrés, el presidente del cuerpo apostólico del reino, nació en Cafarnaúm. Era el hijo mayor de una familia de cinco: él mismo, su hermano Simón y tres hermanas. Su padre, ya fallecido, había sido socio de Zebedeo en un negocio de desecación de pescado en Betsaida, el puerto pesquero de Cafarnaúm. Cuando se convirtió en apóstol Andrés estaba soltero y vivía en casa de su hermano casado, Simón Pedro. Ambos eran pescadores y socios de Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo.
139:1.2 (1548.6) Cuando fue elegido como apóstol en el año 26 d. C., Andrés tenía 33 años, uno más que Jesús, y era el mayor de los apóstoles. Provenía de una excelente línea de antepasados y era el más capaz de los doce. Excepto en oratoria, estaba a la altura de sus compañeros en casi todas las aptitudes imaginables. Jesús nunca puso a Andrés un apodo, una designación fraternal. Pero igual que no tardaron en llamar Maestro a Jesús, los apóstoles designaban a Andrés con un término equivalente a ‘jefe’.
139:1.3 (1549.1) Andrés era buen organizador y mejor administrador. Formaba parte del círculo íntimo de cuatro apóstoles, pero al ser nombrado por Jesús como cabeza del grupo apostólico, tuvo que cumplir sus funciones con sus hermanos mientras los otros tres disfrutaban de una comunión muy estrecha con el Maestro. Andrés siguió siendo el decano del cuerpo apostólico hasta el final.
139:1.4 (1549.2) Aunque Andrés nunca fue efectivo como predicador, fue muy eficaz en su labor personal. Fue el pionero de los misioneros del reino cuando, al ser elegido como primer apóstol, atrajo inmediatamente a su hermano Simón, que se convertiría en uno de los mejores predicadores del reino. Andrés fue el principal partidario de la política de Jesús de utilizar el programa de trabajo personal como medio para formar a los doce como mensajeros del reino.
139:1.5 (1549.3) Tanto si Jesús enseñaba a los apóstoles en privado como si predicaba a las multitudes, Andrés solía estar al corriente de todo. Era un ejecutivo inteligente y un administrador eficaz. Tomaba decisiones rápidas en todas las cuestiones que se le presentaban a no ser que considerara que el problema sobrepasaba el ámbito de su autoridad, en cuyo caso lo consultaba directamente con Jesús.
139:1.6 (1549.4) Andrés y Pedro eran muy diferentes en carácter y temperamento, pero debe quedar constancia eterna y ejemplar de que se llevaban de maravilla. Andrés nunca tuvo celos de la elocuencia de Pedro. No es frecuente que un hombre mayor del tipo de Andrés ejerza una influencia tan profunda sobre un hermano más joven y dotado de mucho talento. Andrés y Pedro nunca mostraron la menor envidia de las cualidades y los éxitos del otro. Al final de la tarde del día de Pentecostés, cuando se habían incorporado dos mil almas al reino gracias en gran medida a la predicación vigorosa e inspiradora de Pedro, Andrés dijo a su hermano: «Yo no hubiera podido hacerlo, pero estoy muy contento de tener un hermano que puede». A lo cual Pedro respondió: «Si no fuera porque me llevaste al Maestro y por tu tenacidad para mantenerme con él, yo no habría estado aquí para hacerlo». Andrés y Pedro eran la excepción a la regla, la prueba de que incluso los hermanos pueden vivir juntos en paz y trabajar juntos eficazmente.
139:1.7 (1549.5) Después de Pentecostés Pedro se hizo famoso, pero a Andrés, el hermano mayor, nunca le molestó que le presentaran como «el hermano de Simón Pedro» durante el resto de su vida.
139:1.8 (1549.6) De todos los apóstoles, Andrés era el mejor conocedor de hombres. Supo que se estaban fraguando problemas en el corazón de Judas Iscariote antes de que ninguno de los otros sospechara nada malo del tesorero, pero no compartió sus temores con ellos. El gran servicio de Andrés al reino fue asesorar a Pedro, Santiago y Juan en la elección de los primeros misioneros que se enviaron a proclamar el evangelio, y también aconsejar a estos primeros dirigentes sobre la organización de los asuntos administrativos del reino. Andrés tenía un gran don para descubrir los recursos ocultos y los talentos latentes de los jóvenes.
139:1.9 (1549.7) Poco después de la ascensión de Jesús a lo alto, Andrés empezó a escribir una relación personal de muchos de los dichos y hechos de su difunto Maestro. Tras la muerte de Andrés se hicieron copias de este documento privado que circularon profusamente entre los primeros maestros de la Iglesia cristiana. Estas notas informales de Andrés fueron posteriormente corregidas, enmendadas, alteradas y ampliadas hasta convertirse en una narración bastante cronológica de la vida del Maestro en la tierra. La última de esas pocas copias alteradas y enmendadas fue destruida por el fuego en Alejandría unos cien años después de que el primer elegido de los doce apóstoles escribiera el original.
139:1.10 (1550.1) Andrés era un hombre de visión interior clara, pensamiento lógico y decisiones firmes. El punto fuerte de su carácter era su espléndida estabilidad, su desventaja, la falta de entusiasmo. Le faltó muchas veces animar a sus compañeros con alabanzas merecidas, y esta reticencia a elogiar los logros de sus amigos provenía de su odio a la adulación y a la hipocresía. Andrés era uno de esos hombres ecuánimes de una pieza que se hacen a sí mismos y triunfan modestamente en la vida.
139:1.11 (1550.2) Todos los apóstoles amaban a Jesús, pero es verdad que cada uno de los doce se sentía atraído hacia él por alguna característica de su personalidad especialmente atractiva para ese apóstol en particular. Andrés admiraba a Jesús por su sinceridad constante, por su dignidad sin afectación. Una vez que los hombres conocían a Jesús, se sentían impulsados a compartirlo con sus amigos; deseaban realmente que todo el mundo lo conociera.
139:1.12 (1550.3) Cuando las persecuciones posteriores dispersaron a los apóstoles fuera de Jerusalén, Andrés viajó por Armenia, Asia Menor y Macedonia, y después de traer a muchos miles al reino, fue apresado y crucificado finalmente en Patras, en Acaya. Este hombre robusto tardó dos días completos en expirar en la cruz, y durante esas trágicas horas siguió proclamando eficazmente la buena nueva de la salvación del reino de los cielos.
139:2.1 (1550.4) Cuando Simón se unió a los apóstoles tenía treinta años. Estaba casado, tenía tres hijos y vivía en Betsaida, cerca de Cafarnaúm. Su hermano Andrés y la madre de su esposa vivían con él. Tanto Pedro como Andrés eran socios de pesca de los hijos de Zebedeo.
139:2.2 (1550.5) El Maestro conocía a Simón desde algún tiempo antes de que Andrés lo propusiera como el segundo apóstol. Cuando Jesús llamó Pedro a Simón lo hizo con una sonrisa, era una especie de apodo. Simón era bien conocido entre todos sus amigos por su carácter impulsivo e imprevisible. Es verdad que Jesús concedería más adelante una importancia nueva y significativa a este apodo puesto a la ligera.
139:2.3 (1550.6) Simón Pedro era un hombre de impulsos, un optimista. Llevaba desde pequeño dando rienda suelta a sus fuertes sentimientos y se metía en constantes dificultades porque persistía en hablar sin pensar. Esta irreflexión creaba también problemas incesantes a todos sus amigos y compañeros y fue motivo de muchas suaves reprimendas por parte de su Maestro. Y si su hablar atolondrado no le metió en más líos solo fue porque aprendió muy pronto a consultar muchos de sus planes y proyectos con su hermano Andrés antes de aventurarse a proponerlos en público.
139:2.4 (1550.7) Pedro era un orador desenvuelto, elocuente y teatral. Era también un líder nato e inspirador, de pensamiento rápido pero de razonamiento poco profundo. Hacía muchas preguntas, más que todos los apóstoles juntos, y aunque la mayoría de ellas eran buenas y pertinentes, muchas eran irreflexivas y tontas. Pedro no tenía una mente profunda pero conocía su mente bastante bien. Era, por lo tanto, un hombre de decisiones rápidas y acciones repentinas. Mientras los demás comentaban asombrados al ver a Jesús en la playa, Pedro saltó al agua y nadó hacia la orilla al encuentro del Maestro.
139:2.5 (1551.1) El rasgo que más admiraba Pedro en Jesús era su ternura divina. Pedro no se cansaba nunca de contemplar la paciencia de Jesús. No olvidó nunca la lección sobre perdonar al malhechor no solo siete veces, sino setenta veces siete. Pensó mucho sobre estos rasgos del carácter indulgente del Maestro durante los días tristes y sombríos que siguieron inmediatamente a su negación irreflexiva y no deliberada de Jesús en el patio del sumo sacerdote.
139:2.6 (1551.2) Simón Pedro vacilaba de forma lamentable; oscilaba repentinamente de un extremo al otro. Primero se negó a que Jesús le lavara los pies, y luego, ante la respuesta del Maestro, le rogó que le lavara todo el cuerpo. Pero Jesús bien sabía que los defectos de Pedro estaban en la cabeza y no en el corazón. Tenía una de las combinaciones más inexplicables de valor y cobardía que se han visto nunca sobre la tierra. La gran fuerza de su carácter era la lealtad, la amistad. Pedro amaba a Jesús con toda sinceridad, pero a pesar de la poderosa fuerza de su devoción, era tan inconstante e inestable que permitió que una criada le tomara el pelo hasta el punto de negar a su Señor y Maestro. Pedro aguantaba bien la persecución y cualquier otra forma de agresión directa, pero se hundía y encogía ante el ridículo. Era un soldado valiente ante el ataque frontal, pero un cobarde servil cuando lo sorprendían por la retaguardia.
139:2.7 (1551.3) Pedro fue el primer apóstol de Jesús que dio un paso al frente para defender el trabajo de Felipe entre los samaritanos y el de Pablo entre los gentiles. Sin embargo, cuando fue ridiculizado posteriormente por unos judaizantes en Antioquía, dio marcha atrás y se distanció temporalmente de los gentiles con lo que atrajo sobre su cabeza la valiente denuncia de Pablo.
139:2.8 (1551.4) Fue el primero de los apóstoles en reconocer incondicionalmente la humanidad y la divinidad conjuntas de Jesús y el primero en negarle después de Judas. Pedro no era especialmente soñador, pero le disgustaba descender de las nubes del éxtasis y del entusiasmo de su complacencia teatral al mundo ordinario de la realidad terrena.
139:2.9 (1551.5) Al seguir a Jesús —literalmente y en sentido figurado— o bien encabezaba la procesión o bien iba a la zaga «siguiendo de lejos». Pero era el predicador más destacado de los doce. Hizo más que cualquier otro hombre, aparte de Pablo, por establecer el reino y enviar a sus mensajeros a los cuatro puntos cardinales de la tierra en una sola generación.
139:2.10 (1551.6) Después de renegar azoradamente del Maestro, se encontró a sí mismo y, siguiendo los consejos cordiales y comprensivos de Andrés, fue el primero en retomar las redes de pesca mientras los apóstoles permanecían a la espera de averiguar qué sucedería tras la crucifixión. Cuando se convenció de que Jesús lo había perdonado y supo que había sido admitido de nuevo en el redil del Maestro, las llamas del reino ardieron tan vivamente en su alma que se convirtió en una gran luz salvadora para miles de personas que estaban en la oscuridad.
139:2.11 (1551.7) Tras su salida de Jerusalén y antes de que Pablo se convirtiera en el espíritu impulsor de las Iglesias cristianas de los gentiles, Pedro se dedicó a visitar todas las Iglesias desde Babilonia hasta Corinto. Visitó y atendió incluso a muchas Iglesias fundadas por Pablo. Aunque Pedro y Pablo eran muy diferentes en temperamento y educación, incluso en teología, trabajaron juntos en armonía durante sus últimos años para el desarrollo de las Iglesias.
139:2.12 (1552.1) Algo del estilo y de las enseñanzas de Pedro aparece en los sermones parcialmente transcritos por Lucas y en el Evangelio de Marcos. El mejor exponente de su estilo vigoroso era su carta conocida como la Primera Epístola de Pedro, al menos antes de que un discípulo de Pablo la modificara.
139:2.13 (1552.2) Pero Pedro persistió en el error de intentar convencer a los judíos de que Jesús era realmente el auténtico Mesías judío. Hasta el mismo día de su muerte, Simón Pedro siguió confundiendo los conceptos de Jesús como Mesías judío, Cristo como redentor del mundo y el Hijo del Hombre como revelación de Dios, el Padre amoroso de toda la humanidad.
139:2.14 (1552.3) La esposa de Pedro fue una mujer muy capaz. Trabajó satisfactoriamente durante años como miembro del cuerpo de mujeres, y cuando Pedro fue expulsado de Jerusalén lo acompañó en todos sus viajes a las Iglesias y en todos sus recorridos misioneros. El día en que su ilustre marido entregó su vida, ella fue arrojada a las fieras en la arena de Roma.
139:2.15 (1552.4) Y así fue como este hombre, Pedro, un íntimo de Jesús, miembro de su círculo interno, salió de Jerusalén y proclamó la buena nueva del reino con poder y gloria hasta que se hubo cumplido la plenitud de su ministerio. Y consideró que recibía un gran honor cuando sus captores le informaron de que moriría como había muerto su Maestro: en la cruz. Simón Pedro fue crucificado en Roma.
139:3.1 (1552.5) Santiago, el mayor de los dos apóstoles hijos de Zebedeo apodados «hijos del trueno» por Jesús, tenía treinta años cuando se convirtió en apóstol. Estaba casado, tenía cuatro hijos y vivía cerca de sus padres en Betsaida, a las afueras de Cafarnaúm. Era pescador y trabajaba con su hermano menor Juan y sus socios Andrés y Simón. Santiago y su hermano Juan tenían el privilegio de haber conocido a Jesús mucho antes que ninguno de los otros apóstoles.
139:3.2 (1552.6) Este apóstol competente era de temperamento contradictorio; parecía tener dos naturalezas movidas las dos por fuertes sentimientos. Cuando la indignación se apoderaba de él, estallaba con especial vehemencia. Montaba en cólera ante la provocación, y cuando pasaba la tormenta acostumbraba siempre a justificar y disculpar su furia como una manifestación de justa indignación. Aparte de estos arrebatos periódicos de ira, la personalidad de Santiago se parecía mucho a la de Andrés. No poseía la discreción de Andrés ni su comprensión de la naturaleza humana, pero hablaba mucho mejor en público. Después de Pedro y tal vez de Mateo, Santiago era el mejor orador de los doce.
139:3.3 (1552.7) Aunque Santiago no era nada temperamental, podía estar callado y taciturno un día y ser un gran conversador y narrador al día siguiente. Solía hablar libremente con Jesús, pero entre los doce era el que pasaba callado más días seguidos. Esos periodos de silencio inexplicable eran su gran debilidad.
139:3.4 (1552.8) La característica más destacada de la personalidad de Santiago era su capacidad de ver todos los aspectos de cualquier asunto. Fue el que estuvo más cerca de los doce de captar la realidad de la importancia y el significado de la enseñanza de Jesús. También a él le costó al principio comprender el sentido de lo que decía el Maestro, pero antes del final del periodo de formación ya había adquirido un concepto superior del mensaje de Jesús. Santiago era capaz de sintonizar con una amplia gama de naturalezas humanas. Se llevaba bien con el polifacético Andrés, con el impetuoso Pedro y con su reservado hermano Juan.
139:3.5 (1553.1) Aunque Santiago y Juan tenían sus dificultades para trabajar juntos, su buena relación era ejemplar. No llegaba al nivel de la de Andrés y Pedro, pero se llevaban mucho mejor de lo que se podría esperar de dos hermanos, sobre todo de dos hermanos tan decididos y testarudos. Y por extraño que pueda parecer, estos dos hijos de Zebedeo eran mucho más tolerantes el uno con el otro que con el resto de la gente. Habían sido siempre buenos compañeros de juego y se tenían un gran afecto. Fueron estos «hijos del trueno» los que propusieron que bajara fuego del cielo para aniquilar a los samaritanos que se habían atrevido a faltar al respeto a su Maestro. La muerte prematura de Santiago cambió considerablemente el temperamento vehemente de Juan, su hermano menor.
139:3.6 (1553.2) La característica de Jesús que Santiago más admiraba era el afecto cordial del Maestro. El interés comprensivo de Jesús por ricos y pobres, grandes y pequeños le atraía de manera especial.
139:3.7 (1553.3) Santiago Zebedeo era muy equilibrado a la hora de pensar y planificar las cosas. Era uno de los más sensatos del grupo apostólico junto con Andrés. Era una persona enérgica pero nunca tenía prisa. Era un excelente contrapeso para Pedro.
139:3.8 (1553.4) Era modesto y discreto, un servidor cotidiano, un trabajador sin pretensiones que no buscó ningún premio especial una vez que hubo captado algo del significado real del reino. Incluso en la historia de la madre de Santiago y Juan cuando pidió para sus hijos los puestos a la derecha y a la izquierda de Jesús, hay que recordar que fue la madre la que lo pidió. Y cuando declararon que estaban preparados para asumir tales responsabilidades, hay que reconocer que estaban enterados de los peligros que entrañaba la supuesta revuelta del Maestro contra el poder de Roma y que estaban dispuestos a pagar el precio. Cuando Jesús les preguntó si estaban preparados para apurar la copa respondieron que sí. Y en lo que concierne a Santiago fue literalmente cierto, apuró la copa con el Maestro como el primer apóstol que sufrió el martirio, pasado a espada por orden de Herodes Agripa. Santiago fue así el primero de los doce que sacrificó su vida en el nuevo frente de batalla del reino. Herodes Agripa temía a Santiago más que a todos los demás apóstoles. Es cierto que tendía a ser silencioso y desapercibido, pero era valiente y decidido cuando desafiaban y ponían a prueba sus convicciones.
139:3.9 (1553.5) Santiago vivió su vida hasta la plenitud, y cuando llegó el final se comportó con tal gracia y entereza que incluso su propio delator y acusador quedó tan conmovido tras asistir a su juicio y ejecución que salió corriendo del escenario de la muerte de Santiago para unirse a los discípulos de Jesús.
139:4.1 (1553.6) Cuando Juan se convirtió en apóstol tenía veinticuatro años y era el más joven de los doce. No estaba casado y vivía con sus padres en Betsaida. Era pescador y trabajaba con su hermano Santiago como socios de Andrés y Pedro. Antes y después de convertirse en apóstol Juan actuó como representante personal de Jesús en las relaciones con la familia del Maestro y siguió asumiendo esta responsabilidad mientras vivió María, la madre de Jesús.
139:4.2 (1553.7) Al ser el más joven de los doce y estar tan estrechamente vinculado a Jesús en sus asuntos familiares, Juan era muy querido por el Maestro, pero no se puede decir con propiedad que fuera «el discípulo a quien Jesús amaba». Es muy poco probable que una personalidad tan magnánima como la de Jesús fuera sospechosa de favoritismos, de amar a uno de sus apóstoles más que a los demás. El hecho de que Juan fuera uno de los tres auxiliares personales de Jesús dio más credibilidad a esta idea equivocada, aparte de que Juan, junto con su hermano Santiago, había conocido a Jesús mucho antes que el resto.
139:4.3 (1554.1) Pedro, Santiago y Juan fueron designados ayudantes personales de Jesús al poco tiempo de convertirse en apóstoles. Poco después de la selección de los doce, Jesús dijo a Andrés cuando le nombró director del grupo: «Y ahora deseo que designes a dos o tres de tus compañeros para que estén conmigo y permanezcan a mi lado, para que me conforten y atiendan mis necesidades diarias». A Andrés le pareció que lo mejor era seleccionar para este deber especial a los tres primeros apóstoles elegidos después de él. Le hubiera gustado ofrecerse él mismo como voluntario para este bendito servicio, pero el Maestro ya le había dado su cometido, así que indicó inmediatamente a Pedro, Santiago y Juan que se pusieran al servicio de Jesús.
139:4.4 (1554.2) Juan Zebedeo tenía muchos rasgos hermosos de carácter, pero uno menos hermoso era su desmedida vanidad que solía mantener bien oculta. Su larga relación con Jesús cambió mucho su carácter y redujo considerablemente su vanidad, pero cuando envejeció y se volvió un poco infantil, su amor propio reapareció en cierta medida. Así, cuando se encargó de dirigir a Natán en la redacción del evangelio que lleva ahora su nombre, el anciano apóstol no dudó en referirse a sí mismo repetidas veces como el «discípulo a quien Jesús amaba». Juan fue el mortal terrestre que estuvo más cerca de ser el camarada de Jesús, fue su representante personal en innumerables asuntos y no es de extrañar que llegara a considerarse como el «discípulo a quien Jesús amaba», puesto que sabía perfectamente que él era el discípulo en quien Jesús confiaba tan a menudo.
139:4.5 (1554.3) El rasgo más marcado del carácter de Juan era su fiabilidad. Era valeroso y decidido, fiel y entregado. Su mayor defecto era su vanidad característica. Era el miembro más joven de la familia de su padre y el más joven del grupo apostólico. Quizá estuviera un poco mimado, tal vez demasiado consentido. Pero en sus años maduros Juan fue una persona muy distinta del joven arbitrario y pagado de sí mismo que se unió a los apóstoles de Jesús a los veinticuatro años.
139:4.6 (1554.4) Las características de Jesús que más apreciaba Juan eran el amor y el altruismo del Maestro; estos rasgos le impresionaron tanto que toda su vida posterior estuvo dominada por un sentimiento de amor y devoción fraternal. Habló sobre el amor y escribió sobre el amor. Este «hijo del trueno» se convirtió en el «apóstol del amor». En Éfeso, cuando el anciano obispo ya no era capaz de mantenerse de pie en el púlpito para predicar era llevado a la iglesia en una silla, y al terminar el oficio le pedían que dijera algunas palabras a los creyentes; durante años sus únicas palabras fueron: «Hijos míos, amaos los unos a los otros».
139:4.7 (1554.5) Juan era hombre de pocas palabras excepto cuando se enfadaba. Pensaba mucho pero decía poco. Su carácter se suavizó con la edad y aprendió a controlar sus enfados, pero nunca superó su aversión a hablar; siempre se mostró algo reticente en ese aspecto. En cambio estaba dotado de una notable imaginación creativa.
139:4.8 (1555.1) Había en Juan otra faceta inesperada en este tipo de persona callada e introspectiva: era algo sectario y sumamente intolerante. Santiago y él eran muy parecidos en este aspecto; los dos quisieron invocar que el fuego del cielo cayera sobre las cabezas de los samaritanos irreverentes. Cuando Juan se encontraba con desconocidos que enseñaban en nombre de Jesús, se lo prohibía directamente. Pero no fue el único de los doce que estuvo contaminado por esta especie de autosuficiencia y consciencia de superioridad.
139:4.9 (1555.2) La vida de Juan estuvo enormemente influida por la imagen de un Jesús yendo de acá para allá sin hogar, cuando sabía lo fielmente que había asegurado el bienestar de su madre y de su familia. Juan simpatizaba también profundamente con Jesús ante la incomprensión de la familia del Maestro al darse cuenta de que se iban apartando gradualmente de él. Toda esta situación, unida al hecho de que Jesús postergara siempre sus más mínimos deseos ante la voluntad del Padre del cielo y a la confianza implícita que mostraba en su vida diaria, dejaron una impresión tan profunda en Juan que cambiaron su carácter para siempre. Estos importantes cambios de carácter se manifestaron durante toda su vida posterior.
139:4.10 (1555.3) Juan tenía un valor frío y atrevido que pocos de los otros apóstoles poseían. Fue el único apóstol que siguió en todo momento a Jesús la noche de su arresto y que se atrevió a acompañar a su Maestro hasta el umbral mismo de la muerte. Estuvo presente y muy cerca hasta la última hora terrenal de Jesús, fiel a su responsabilidad respecto a la madre de Jesús y dispuesto a cumplir cualquier otra instrucción que pudiera recibir durante los últimos momentos de la existencia mortal del Maestro. Es indudable que Juan era absolutamente digno de confianza. Solía sentarse a la derecha de Jesús cuando los doce comían juntos. Fue el primero de los doce en creer real y plenamente en la resurrección y el primero en reconocer al Maestro cuando iba hacia ellos por la orilla del mar después de su resurrección.
139:4.11 (1555.4) Este hijo de Zebedeo estuvo muy estrechamente ligado a Pedro en las primeras actividades del movimiento cristiano y se convirtió en uno de los principales apoyos de la Iglesia de Jerusalén. Fue la mano derecha de Pedro el día de Pentecostés.
139:4.12 (1555.5) Varios años después del martirio de Santiago, Juan se casó con la viuda de su hermano. Los últimos veinte años de su vida estuvo al cuidado de una amorosa nieta.
139:4.13 (1555.6) Juan estuvo en prisión varias veces y fue desterrado a la Isla de Patmos durante cuatro años hasta que otro emperador subió al poder en Roma. De no haber sido por su tacto y sagacidad, habrían acabado sin duda con su vida como hicieron con su hermano Santiago que se expresaba con más contundencia. Con el paso de los años tanto Juan como Santiago, el hermano del Señor, aprendieron a practicar una prudente conciliación cuando comparecían ante los magistrados civiles. Descubrieron que una «respuesta suave desvía la ira». Aprendieron también a presentar a la Iglesia como una «hermandad espiritual entregada al servicio social de la humanidad» más que como «el reino de los cielos». Enseñaron servicio por amor en lugar de hablar de poder, de reyes y reinos.
139:4.14 (1555.7) Durante su exilio temporal en Patmos Juan escribió el libro del Apocalipsis, que ha llegado hasta vosotros en forma muy abreviada y distorsionada. Este libro del Apocalipsis contiene los fragmentos supervivientes de una gran revelación de la que se perdieron muchas partes; otras fueron eliminadas después de que Juan lo escribiera. La versión que se conserva es fragmentaria y adulterada.
139:4.15 (1555.8) Juan viajó mucho, trabajó incesantemente, y después de convertirse en obispo de las Iglesias de Asia se estableció en Éfeso. Allí dirigió a su colaborador Natán en la redacción del llamado «Evangelio según Juan» cuando tenía noventa y nueve años. Juan Zebedeo terminó siendo el teólogo más sobresaliente de los doce apóstoles. Murió de muerte natural en Éfeso el año 103 d. C. a los ciento un años.
139:5.1 (1556.1) Felipe fue el quinto apóstol elegido. Recibió la llamada cuando Jesús y sus cuatro primeros apóstoles iban hacia Caná de Galilea desde el lugar de reunión de Juan en el Jordán. Como vivía en Betsaida, Felipe había oído hablar de Jesús desde hacía algún tiempo, pero no se le había ocurrido que fuera realmente un gran hombre hasta el día en que Jesús le dijo: «Sígueme» en el valle del Jordán. También influyó algo en la opinión de Felipe el hecho de que Andrés, Pedro, Santiago y Juan hubieran aceptado a Jesús como el Libertador.
139:5.2 (1556.2) Felipe tenía veintisiete años cuando se unió a los apóstoles; estaba recién casado y aún sin hijos. Los apóstoles le pusieron un apodo que significaba «curiosidad». Felipe pedía siempre que le explicaran las cosas. No parecía ver más allá de lo evidente en ninguna cuestión. No era necesariamente torpe, pero le faltaba imaginación. Esa falta de imaginación era la gran debilidad de su carácter. Era una persona corriente y práctica.
139:5.3 (1556.3) Cuando los apóstoles se organizaron para el servicio nombraron a Felipe administrador. Su deber era velar por que no les faltaran provisiones en ningún momento, y fue un buen administrador. Tenía un carácter especialmente metódico y minucioso; era matemático y sistemático al mismo tiempo.
139:5.4 (1556.4) Felipe venía de una familia de siete hermanos, tres chicos y cuatro chicas. Era el segundo, y después de la resurrección bautizó a toda su familia para que entrara en el reino. Los miembros de la familia de Felipe eran pescadores. Su padre era un hombre muy capaz, un pensador profundo, pero su madre procedía de una familia muy mediocre. De Felipe no se podía esperar que hiciera grandes cosas, pero sí era capaz de hacer pequeñas cosas con grandeza, de hacerlas bien y cumplidamente. En cuatro años casi nunca le faltó comida para satisfacer las necesidades de todos, y las muchas emergencias asociadas al tipo de vida que llevaban rara vez lo pillaron desprevenido. El departamento de intendencia de la familia apostólica estaba gestionado de modo inteligente y eficaz.
139:5.5 (1556.5) El punto fuerte de Felipe era su carácter metódico y digno de confianza; el punto débil, su falta total de imaginación, su incapacidad de juntar dos y dos para obtener cuatro. Era matemático en lo abstracto, pero le faltaba imaginación constructiva. Carecía casi por completo de algunos tipos de imaginación. Era el típico hombre medio común y corriente de la calle. Había muchos hombres y mujeres así entre las multitudes que venían a escuchar la enseñanza y la predicación de Jesús, y les reconfortaba ver a alguien como ellos elevado a una posición de honor en el círculo del Maestro; les daba ánimos que alguien como ellos hubiera encontrado ya un alto lugar en los asuntos del reino. Y Jesús aprendió mucho sobre el funcionamiento de algunas mentes humanas a base de escuchar con paciencia las preguntas tontas de Felipe y acceder una y otra vez a las peticiones de su administrador de que «le explicaran las cosas».
139:5.6 (1556.6) La cualidad que Felipe no se cansaba de admirar en Jesús era su inagotable generosidad. Felipe no pudo encontrar nunca en el Maestro nada pequeño, mezquino ni tacaño, y veneraba esa liberalidad permanente e inagotable.
139:5.7 (1557.1) La personalidad de Felipe tenía poco que destacar. Se hablaba de él muchas veces como «Felipe de Betsaida, la ciudad donde viven Andrés y Pedro». Carecía casi por completo de discernimiento en su visión de las cosas; era incapaz de captar las posibilidades dramáticas de una situación determinada. No era pesimista sino simplemente prosaico. Carecía también en gran medida de visión interior espiritual. No dudaba en interrumpir al Maestro en medio de sus más profundos discursos con una pregunta visiblemente tonta. Pero Jesús nunca lo reprendía por esas faltas de consideración; era paciente con él y considerado con su incapacidad para captar los significados más profundos de la enseñanza. Jesús sabía bien que si reprendía una sola vez a Felipe por sus preguntas inoportunas, no solamente heriría a esa alma honrada, sino que la crítica le dolería tanto que nunca más se atrevería a preguntar. Jesús sabía que en sus mundos del espacio había incontables miles de millones de mortales tan lentos de pensamiento como Felipe y quería animarlos a todos a recurrir a él y a sentirse siempre libres de presentarle sus preguntas y problemas. En último término, a Jesús le interesaban más las preguntas tontas de Felipe que el sermón que pudiera estar predicando. Jesús estaba interesado de manera suprema por los hombres, por todos los tipos de hombres.
139:5.8 (1557.2) Aunque el administrador apostólico no hablaba bien en público, era muy persuasivo y obtenía buenos resultados en el trabajo directo con las personas. No se desanimaba fácilmente; trabajaba con dedicación y tenacidad en todo lo que emprendía. Tenía el gran don poco común de saber decir: «Ven». Cuando Natanael, su primer converso, empezó a discutir sobre los méritos y deméritos de Jesús y de Nazaret, la eficaz respuesta de Felipe fue: «Ven y verás». No era un predicador dogmático que exhortaba a sus oyentes a que «fueran» a hacer esto o aquello. Se enfrentaba a todas las situaciones que surgían en su trabajo con un «ven», «ven conmigo, te mostraré el camino». Y este es siempre el método más eficaz en todas las formas y aspectos de la enseñanza. Incluso los padres pueden aprender de Felipe la mejor manera de decir a sus hijos no: «Id a hacer esto, id a hacer aquello», sino más bien: «Venid con nosotros, vamos a mostraros el mejor camino y a compartirlo con vosotros».
139:5.9 (1557.3) La incapacidad de Felipe para adaptarse a situaciones nuevas quedó bien patente cuando unos griegos fueron a buscarlo a Jerusalén para decirle: «Señor, deseamos ver a Jesús». Felipe no habría dudado en contestar: «Ven» a cualquier judío que le hubiera hecho la pregunta, pero aquellos hombres eran extranjeros y Felipe no recordaba ninguna instrucción de sus superiores para un caso como ese. Así que lo único que se le ocurrió fue consultar a su jefe Andrés, y ambos acompañaron a los indagadores griegos hasta Jesús. Del mismo modo, cuando fue a Samaria a predicar y bautizar a los creyentes como le había enseñado su Maestro, no se decidió a imponer las manos sobre sus conversos como símbolo de que habían recibido el Espíritu de la Verdad. Esto tuvieron que hacerlo Pedro y Juan, que llegaron de Jerusalén poco después para observar su labor en nombre de la Iglesia madre.
139:5.10 (1557.4) Felipe se mantuvo firme durante los duros momentos de la muerte del Maestro, participó en la reorganización de los doce y fue el primero en salir a ganar almas para el reino fuera de la comunidad judía inmediata. Tuvo mucho éxito en su trabajo con los samaritanos y en todas sus labores posteriores en pro del evangelio.
139:5.11 (1557.5) La esposa de Felipe, miembro eficiente del cuerpo de mujeres, se asoció activamente al trabajo evangélico de su marido después de huir ambos de las persecuciones de Jerusalén. Era una mujer audaz. Estuvo al pie de la cruz de Felipe animándolo a proclamar la buena nueva incluso a sus asesinos. Cuando a él le fallaron las fuerzas, ella empezó a relatar la historia de la salvación mediante la fe en Jesús y solo la silenciaron cuando los judíos se lanzaron furiosos sobre ella y la mataron a pedradas. Su hija mayor, Lea, continuó la labor de sus padres y se convirtió posteriormente en la célebre profetisa de Hierápolis.
139:5.12 (1558.1) Felipe, el antiguo administrador de los doce, fue un hombre poderoso en el reino que ganaba almas dondequiera que fuera. Fue crucificado finalmente por su fe y enterrado en Hierápolis.
139:6.1 (1558.2) Natanael, el sexto y último apóstol elegido por el propio Maestro, fue llevado a Jesús por su amigo Felipe. Había sido socio de Felipe en varias empresas comerciales, y los dos iban juntos de camino a ver a Juan el Bautista cuando se encontraron con Jesús.
139:6.2 (1558.3) Cuando Natanael se unió a los apóstoles tenía veinticinco años y era el segundo más joven del grupo. Era el menor de una familia de siete hijos, no estaba casado y era el único sostén de sus padres ancianos e inválidos con quienes vivía en Caná. Sus hermanos y su hermana estaban casados o habían fallecido, y ninguno de ellos vivía allí. Natanael y Judas Iscariote eran los más cultos de los doce. Natanael proyectaba hacerse mercader.
139:6.3 (1558.4) Jesús no puso ningún apodo a Natanael, pero los doce pronto empezaron a referirse a él en términos relacionados con la honradez y la sinceridad. Era una persona «sin doblez» y esa era su gran virtud; era honrado y sincero. El punto débil de su carácter era su orgullo; estaba muy orgulloso de su familia, de su ciudad, de su reputación y de su nación, todo lo cual es encomiable si no se lleva demasiado lejos. Pero Natanael era propenso a los extremismos en sus prejuicios personales. Tenía tendencia a prejuzgar a los individuos según sus opiniones personales. Lo primero que preguntó antes de conocer a Jesús fue: «¿Puede algo bueno salir de Nazaret?». Pero Natanael, aunque orgulloso, no era obstinado. Cambió rápidamente de opinión en cuanto miró a Jesús a la cara.
139:6.4 (1558.5) Natanael era en muchos aspectos el genio raro de los doce. Era el filósofo y el soñador apostólico, pero un soñador muy práctico. Alternaba entre periodos de profunda filosofía y fases de humor original y divertido. Cuando estaba de humor era probablemente el mejor narrador de historias de los doce. Jesús disfrutaba mucho escuchando a Natanael disertar sobre lo serio y lo frívolo. Natanael fue tomando cada vez más en serio a Jesús y todo lo referente al reino, pero nunca se tomó en serio a sí mismo.
139:6.5 (1558.6) Todos los apóstoles amaban y respetaban a Natanael, y él se llevaba de maravilla con todos ellos menos Judas Iscariote. Judas opinaba que Natanael no se tomaba lo bastante en serio su apostolado y una vez tuvo la temeridad de ir a quejarse de él a Jesús en secreto. Jesús le dijo: «Judas, vigila tus pasos con cuidado y no exageres tu cargo. ¿Quién de nosotros está capacitado para juzgar a su hermano? No es voluntad del Padre que sus hijos compartan solo las cosas serias de la vida. Déjame que te repita que he venido para que mis hermanos en la carne puedan tener alegría, gozo y vida más abundantes. Anda Judas, haz bien lo que se te ha encomendado y deja que tu hermano Natanael dé cuenta de sí mismo ante Dios». Esta experiencia y muchas otras parecidas se grabaron en la memoria de Judas Iscariote mientras se iba engañando a sí mismo en su corazón.
139:6.6 (1559.1) Muchas veces, cuando Jesús se iba a la montaña con Pedro, Santiago y Juan, y las cosas se ponían tensas y complicadas entre los apóstoles, cuando ni el propio Andrés sabía qué decir a sus hermanos abatidos, Natanael aliviaba la tensión con un poco de filosofía o un destello de humor; y además era humor de calidad.
139:6.7 (1559.2) Natanael era el encargado de velar por las familias de los doce. Muchas veces no podía asistir a los consejos apostólicos porque en cuanto se enteraba de que a alguna de las personas a su cargo le había ocurrido cualquier percance o enfermedad, acudía inmediatamente a su casa. Los doce descansaban tranquilos sabiendo que el bienestar de sus familias estaba en buenas manos con Natanael.
139:6.8 (1559.3) Lo que Natanael más veneraba de Jesús era su tolerancia. No se cansaba nunca de contemplar la amplitud de miras y la generosa simpatía del Hijo del Hombre.
139:6.9 (1559.4) Tras el fallecimiento de su padre (Bartolomé) poco después de Pentecostés, el apóstol se marchó a Mesopotamia y la India a proclamar la buena nueva del reino y bautizar a los creyentes. Sus hermanos no volvieron a saber nunca más del que fuera su filósofo, poeta y humorista. Él también fue un gran hombre en el reino e hizo mucho por difundir las enseñanzas de su Maestro, aunque sin participar en la organización de la Iglesia cristiana posterior. Natanael murió en la India.
139:7.1 (1559.5) Mateo, el séptimo apóstol, fue elegido por Andrés. Mateo pertenecía a una familia de cobradores de impuestos —o publicanos— y él mismo era recaudador de aduanas en Cafarnaúm, donde vivía. Tenía treinta y un años, estaba casado y tenía cuatro hijos. Era moderadamente rico, el único miembro del cuerpo apostólico de posición desahogada. Era un buen hombre de negocios y una persona muy sociable con mucha facilidad para hacer amigos y llevarse muy bien con todo tipo de gente.
139:7.2 (1559.6) Andrés nombró a Mateo representante financiero de los apóstoles. Era en cierto modo el gerente económico y portavoz publicitario de la organización apostólica. Era un buen juez de la naturaleza humana y un propagandista muy eficaz. Es difícil hacerse una idea de su personalidad, pero era un discípulo muy entregado, y su fe en la misión de Jesús y en la certeza del reino fue creciendo gradualmente. Jesús no puso ningún apodo a Leví, pero sus compañeros apóstoles solían referirse a él como «el que consigue dinero».
139:7.3 (1559.7) El punto fuerte de Leví era su entrega de todo corazón a la causa. Que él, un publicano, hubiera sido acogido por Jesús y sus apóstoles llenaba de inmensa gratitud a este antiguo recaudador de impuestos. Sin embargo al resto de los apóstoles, sobre todo a Simón Zelotes y Judas Iscariote, les costó un poco más de tiempo aceptar la presencia del publicano entre ellos. La debilidad de Mateo era su visión miope y materialista de la vida, pero con el transcurso de los meses hizo grandes progresos en todos estos aspectos. Y eso a pesar de que muchas veces no podía asistir a las sesiones de instrucción más valiosas porque tenía que ocuparse de abastecer la tesorería.
139:7.4 (1559.8) Lo que más apreciaba Mateo era la disposición del Maestro a perdonar. No dejaría nunca de repetir que la fe era lo único necesario en el asunto de encontrar a Dios. Le gustaba siempre referirse al reino como «el asunto de encontrar a Dios».
139:7.5 (1560.1) Aunque Mateo tenía un pasado dudoso su imagen era excelente, y con el paso del tiempo sus compañeros llegaron a sentirse orgullosos de las actuaciones del publicano. Fue uno de los apóstoles que más notas tomó de los dichos de Jesús, y esas notas se utilizaron posteriormente como base de la narración de Isador sobre los dichos y hechos de Jesús que ha llegado a conocerse como el Evangelio según Mateo.
139:7.6 (1560.2) La vida grande y útil de Mateo, el hombre de negocios y recaudador de aduanas de Cafarnaúm, ha servido para que miles y miles de hombres de negocios, cargos públicos y políticos de todas las edades posteriores escucharan igual que él la voz encantadora del Maestro que les decía: «Sígueme». Mateo era un político astuto, pero fue intensamente fiel a Jesús y se entregó sin reservas a su tarea de asegurar una financiación adecuada a los mensajeros del reino venidero.
139:7.7 (1560.3) La presencia de Mateo entre los doce fue el medio de mantener las puertas del reino abiertas de par en par a una multitud de almas marginadas y abatidas que llevaban mucho tiempo sintiéndose excluidas del consuelo religioso. Hombres y mujeres marginados y desesperados acudían en masa a escuchar a Jesús, y él no rechazó nunca a ninguno.
139:7.8 (1560.4) Mateo recibía donativos voluntarios de discípulos creyentes y de personas que iban a escuchar las enseñanzas del Maestro, pero nunca solicitó abiertamente fondos a las multitudes. Hizo todo su trabajo financiero de forma discreta y personal, y recaudaba la mayor parte del dinero entre la clase más acaudalada de los creyentes interesados. Entregó prácticamente toda su modesta fortuna a la obra del Maestro y sus apóstoles, pero ellos nunca descubrieron su generosidad, salvo Jesús que estaba enterado de todo. Mateo no se atrevía a contribuir abiertamente a los fondos apostólicos por miedo a que Jesús y sus compañeros pudieran considerar su dinero como contaminado, así que dio mucho de lo suyo bajo el nombre de otros creyentes. Durante los primeros meses, cuando Mateo sabía que estaba en cierto modo a prueba entre los doce, estuvo muy tentado de decirles que su pan de cada día lo pagaba él muchas veces con su dinero, pero no lo hizo. Cuando afloraba el desdén del grupo hacia el publicano, Leví ardía en deseos de hacerles ver su generosidad pero siempre supo contenerse.
139:7.9 (1560.5) Cuando el presupuesto de la semana se quedaba corto, Leví lo complementaba muchas veces con sumas importantes de su dinero personal. Otras veces le interesaban tanto las enseñanzas de Jesús que prefería quedarse a escucharlo, aun sabiendo que tendría que suplir personalmente los fondos necesarios que no había ido a buscar. ¡Y cómo ansiaba Leví que Jesús supiera que gran parte del dinero procedía de su bolsillo! Poco podía suponer que el Maestro estaba enterado de todo. Todos los apóstoles murieron sin saber que Mateo había sido su benefactor hasta el punto de que estaba prácticamente sin un céntimo cuando marchó a proclamar el evangelio del reino al empezar las persecuciones.
139:7.10 (1560.6) Cuando estas persecuciones obligaron a los creyentes a abandonar Jerusalén, Mateo se encaminó hacia el norte predicando el evangelio del reino y bautizando a los creyentes. Sus antiguos compañeros apostólicos perdieron contacto con él, pero él siguió adelante predicando y bautizando en Siria, Capadocia, Galacia, Bitinia y Tracia. Fue en Tracia, en Lisimaquia, donde ciertos judíos no creyentes conspiraron con los soldados romanos para acabar con su vida. Y este publicano regenerado murió triunfante en la fe segura de la salvación infundida en él por las enseñanzas del Maestro durante su reciente estancia en la tierra.
139:8.1 (1561.1) Tomás era el octavo apóstol y fue elegido por Felipe. Ha sido conocido posteriormente como «Tomás el incrédulo», pero sus compañeros apóstoles no lo consideraban ni mucho menos como un incrédulo crónico. Es cierto que su mente era de tipo lógico y escéptico, pero dada la valiente lealtad de su carácter nadie que lo conociera íntimamente podría considerarlo como un escéptico sin fundamento.
139:8.2 (1561.2) Cuando Tomás se unió a los apóstoles tenía veintinueve años, estaba casado y tenía cuatro hijos. Había sido carpintero y albañil, pero luego se hizo pescador y residió en Tariquea, en la ribera oeste del Jordán por donde desagua del mar de Galilea. Era considerado como el ciudadano más destacado de esa pequeña aldea. Había recibido poca educación, pero poseía una mente aguda y racional y era hijo de unos padres excelentes que vivían en Tiberiades. Tomás tenía la única mente verdaderamente analítica de los doce; era el científico del grupo apostólico.
139:8.3 (1561.3) Tomás no tuvo una infancia feliz en su familia; el matrimonio de sus padres no iba del todo bien y eso se repercutió en su vida adulta. Tomás desarrolló al crecer un carácter pendenciero y desagradable, hasta tal punto que su esposa se alegró al ver que se unía a los apóstoles; para ella era un alivio pensar que el pesimista de su marido estaría casi siempre lejos de casa. Tomás tenía además una vena de desconfianza que hacía muy difícil llevarse bien con él. Al principio Pedro estaba muy molesto con Tomás y se quejaba a su hermano Andrés de que Tomás era «antipático, desagradable y siempre desconfiado». Pero a medida que sus compañeros lo fueron conociendo les fue gustando cada vez más. Descubrieron su extraordinaria honradez y su lealtad a toda prueba. Era perfectamente sincero y su veracidad estaba fuera de duda, pero tenía una propensión innata a criticar y se había convertido en un auténtico pesimista. Su mente analítica estaba maldecida por la desconfianza. En el momento de unirse a los doce estaba perdiendo rápidamente la fe en sus semejantes, y en esa situación entró en contacto con el noble carácter de Jesús. En cuanto Tomás se asoció con el Maestro, se empezó a transformar su manera de ser y mejoraron notablemente sus reacciones mentales hacia sus semejantes.
139:8.4 (1561.4) La gran fuerza de Tomás era una poderosa mente analítica unida —una vez tomada su decisión— a un valor inquebrantable. Su gran debilidad eran sus dudas y su desconfianza que nunca llegó a superar del todo durante su vida en la carne.
139:8.5 (1561.5) En la organización de los doce Tomás era el encargado de fijar y organizar los itinerarios, y dirigió con gran eficacia el trabajo y los desplazamientos del cuerpo apostólico. Era un buen ejecutivo, un excelente hombre de negocios, pero estaba limitado por sus constantes cambios de humor; no era la misma persona de un día para otro. Cuando se unió a los apóstoles era muy dado a la melancolía, pero el contacto con Jesús y los apóstoles curó en gran medida su morbosa tendencia a la introspección.
139:8.6 (1561.6) Jesús disfrutaba muchísimo con la compañía de Tomás y tuvo muchas largas conversaciones personales con él. La presencia de Tomás entre los apóstoles fue un gran consuelo para todos los escépticos honrados y animó a muchas mentes atribuladas a entrar en el reino aun cuando no pudieran comprender íntegramente todos los aspectos espirituales y filosóficos de las enseñanzas de Jesús. La presencia de Tomás entre los doce era un testimonio permanente de que Jesús amaba también a los escépticos sinceros.
139:8.7 (1562.1) Los demás apóstoles veneraban a Jesús por algún rasgo especial y destacado de su personalidad perfecta, pero Tomás veneraba a su Maestro por el equilibrio sin par de su carácter. Tomás fue admirando y honrando cada vez más a un ser tan amorosamente misericordioso y sin embargo tan inflexiblemente justo y equitativo; tan firme pero nunca obstinado; tan tranquilo pero nunca indiferente; tan servicial y cordial pero nunca entrometido ni dictatorial; tan fuerte y al mismo tiempo tan dulce; tan positivo pero nunca rudo ni grosero; tan tierno pero nunca vacilante; tan puro e inocente pero al mismo tiempo tan viril, dinámico y enérgico; tan verdaderamente valiente pero nunca precipitado ni imprudente; tan amante de la naturaleza pero tan libre de toda tendencia a venerarla; tan jovial y divertido pero sin ligereza ni frivolidad. Era esta maravillosa simetría de la personalidad del Maestro lo que tanto cautivaba a Tomás. Él era probablemente el que tenía la mejor comprensión intelectual de Jesús y más apreciaba su personalidad de los doce.
139:8.8 (1562.2) En los consejos de los doce Tomás era siempre cauto y daba prioridad a la seguridad, pero si prevalecía la opinión contraria a su conservadurismo, era siempre el primero en lanzarse sin miedo a ejecutar el programa que se había decidido. Se opuso muchas veces a proyectos que consideraba imprudentes o atrevidos y defendía a ultranza su postura, pero si Andrés sometía la propuesta a votación y salía elegida la opción que él se había esforzado tanto en rechazar, Tomás era el primero en decir: «¡Vamos allá!». Tenía buen perder. No guardaba rencor ni alimentaba resentimientos. Se oponía siempre a que Jesús se pusiera en peligro, pero cuando el Maestro decidía correr el riesgo, era siempre Tomás el que congregaba a los apóstoles con palabras valientes: «Compañeros, vayamos también nosotros y muramos con él».
139:8.9 (1562.3) Tomás era como Felipe en algunos aspectos. Él también quería «que le explicaran las cosas», pero las dudas que expresaba provenían de mecanismos intelectuales totalmente distintos. Tomás era analítico, no meramente escéptico. En cuanto a valor físico personal era uno de los más valientes de los doce.
139:8.10 (1562.4) Tomás tenía días muy malos; a veces se encontraba triste y abatido. La pérdida de su hermana gemela a los nueve años había entristecido mucho su juventud y agravó los problemas temperamentales de su vida adulta. Cuando Tomás se descorazonaba unas veces le ayudaba a recuperarse Natanael, otras, Pedro o uno de los gemelos Alfeo. Por desgracia, cuando estaba más deprimido intentaba siempre evitar el contacto directo con Jesús. Pero el Maestro estaba enterado de todo y mostraba una afectuosa comprensión hacia su apóstol cuando le aquejaba la depresión y le acosaban las dudas.
139:8.11 (1562.5) Tomás obtenía a veces permiso de Andrés para marcharse a solas durante un día o dos. Pero pronto descubrió que eso no solucionaba nada y que cuando estaba abatido era mejor aferrarse a su trabajo y quedarse cerca de sus compañeros. Con independencia de los altibajos de su vida emocional, Tomás se mantuvo firme como apóstol. Cuando llegaba el momento de avanzar él era siempre el que decía: «¡Vamos allá!».
139:8.12 (1562.6) Tomás es el gran ejemplo del ser humano que tiene dudas, las afronta y las vence. Era un gran pensador y no un crítico agrio. Era un pensador lógico; era la prueba de fuego para Jesús y sus apóstoles. Si Jesús y su obra no hubieran sido genuinos, no habrían podido nunca retener a un hombre como Tomás desde el principio hasta el final. Tomás tenía un sentido agudo y certero de los hechos, y al primer síntoma de fraude o engaño los habría abandonado a todos. Puede que los científicos no comprendan plenamente todo lo relacionado con Jesús y su trabajo en la tierra, pero hubo un hombre de mente verdaderamente científica —Tomás Dídimo— que vivió y trabajó con el Maestro y sus compañeros humanos. Y él creía en Jesús de Nazaret.
139:8.13 (1563.1) Tomás pasó por momentos difíciles durante los días del juicio y la crucifixión. Estuvo sumido durante un tiempo en los abismos de la desesperación, pero recobró su valor, se mantuvo unido a los apóstoles y estuvo con ellos en el mar de Galilea para recibir a Jesús. Sucumbió durante algún tiempo a su abatimiento escéptico, pero terminó recobrando su fe y su valor. Aconsejó inteligentemente a los apóstoles después de Pentecostés, y cuando la persecución dispersó a los creyentes fue a Chipre, Creta, Sicilia y la costa del norte de África a predicar la buena nueva del reino y bautizar a los creyentes. Siguió predicando y bautizando hasta que fue detenido por agentes del gobierno romano y ejecutado en Malta. Unas semanas antes de su muerte había empezado a escribir el relato de la vida y las enseñanzas de Jesús.
139:10.1 (1563.2) Santiago y Judas, hijos de Alfeo, eran pescadores gemelos que vivían cerca de Queresa. Santiago y Juan Zebedeo los eligieron para ser los apóstoles noveno y décimo. Tenían veintiséis años y estaban casados; Santiago tenía tres hijos, Judas dos.
139:10.2 (1563.3) No hay mucho que decir sobre estos dos pescadores corrientes. Amaban a su Maestro y Jesús los amaba a ellos, pero no interrumpían nunca sus discursos con preguntas. Entendían muy poco de las discusiones filosóficas o de los debates teológicos de los otros apóstoles, pero les alegraba pertenecer a ese grupo de hombres importantes. Estos gemelos eran casi idénticos en apariencia personal, características mentales y en la amplitud de su percepción espiritual. Lo que se diga de uno de ellos se puede aplicar al otro.
139:10.3 (1563.4) Andrés les asignó el trabajo de mantener el orden entre las multitudes. Eran los encargados de instalar al público durante las predicaciones y, en general, los asistentes y recaderos de los doce. Ayudaban a Felipe con los suministros, llevaban dinero a las familias de parte de Natanael y estaban siempre dispuestos a echar una mano a cualquiera de los apóstoles.
139:10.4 (1563.5) Para las multitudes de gente común era un gran estímulo ver a dos de los suyos honrados con puestos entre los apóstoles. Por el mero hecho de haber sido admitidos como apóstoles, estos gemelos del montón fueron el medio de atraer a una multitud de creyentes pusilánimes hacia el reino. Y además a la gente común le gustaba la idea de que los encargados de dirigirlos y organizarlos fueran tan parecidos a ellos mismos.
139:10.5 (1563.6) Santiago y Judas, llamados también Tadeo y Lebeo, no tenían puntos fuertes ni puntos débiles. Los apodos que les dieron los discípulos eran referencias amables a su medianía. Eran «los menores de todos los apóstoles»; lo sabían y estaban conformes y contentos.
139:10.6 (1563.7) Santiago Alfeo amaba especialmente a Jesús por la sencillez del Maestro. Estos gemelos no podían comprender la mente de Jesús, pero sí captaban el vínculo de simpatía entre ellos y el corazón de su Maestro. Sus mentes no eran de orden elevado, se les podría incluso llamar simples con todo respeto, pero tuvieron una experiencia real en su naturaleza espiritual. Creían en Jesús; eran hijos de Dios y miembros del reino.
139:10.7 (1564.1) Judas Alfeo se sentía atraído hacia Jesús por la humildad sin ostentación del Maestro. Tanta humildad unida a tanta dignidad personal ejercía una gran atracción sobre Judas. El hecho de que Jesús insistiera siempre en que guardaran silencio sobre sus extraordinarias actuaciones impresionaba mucho a este sencillo hijo de la naturaleza.
139:10.8 (1564.2) Los gemelos eran asistentes de mente simple y carácter bondadoso muy queridos por todos. Tenían un solo talento, pero Jesús los recibió con los brazos abiertos en su equipo personal y les asignó puestos de honor en el reino porque en los mundos del espacio hay incontables millones de almas igual de sencillas y temerosas a quienes desea recibir también con los brazos abiertos en una comunión activa y creyente con él y con su derramado Espíritu de la Verdad. Jesús no desprecia la pequeñez, solo el mal y el pecado. Santiago y Judas eran pequeños pero también fieles. Eran simples e ignorantes pero tenían un gran corazón amable y generoso.
139:10.9 (1564.3) ¡Y qué orgullosamente agradecidos se sintieron estos hombres humildes el día en que el Maestro se negó a aceptar como evangelista a cierto hombre rico a menos que vendiera sus bienes y ayudara a los pobres! Cuando la gente oyó esto y vio a los gemelos entre los consejeros del Maestro, supo con certeza que Jesús no hacía acepción de personas. Pero solo una institución divina —el reino de los cielos— podría haberse construido sobre fundamentos humanos tan mediocres.
139:10.10 (1564.4) En toda su asociación con Jesús los gemelos solo se atrevieron una o dos veces a hacer preguntas en público. Una vez Judas se lanzó a hacer una pregunta a Jesús cuando el Maestro habló de revelarse abiertamente al mundo. Se sintió un poco decepcionado al pensar que ya no habría secretos reservados a los doce y se atrevió a preguntar: «Pero Maestro, cuando te anuncies así al mundo, ¿cómo nos favorecerás a nosotros con manifestaciones especiales de tu bondad?».
139:10.11 (1564.5) Los gemelos sirvieron fielmente hasta el final, hasta los días negros del juicio, la crucifixión y la desesperación. Nunca perdieron su fe de corazón en Jesús y (salvo Juan) fueron los primeros en creer en su resurrección. Pero no pudieron comprender el establecimiento del reino. Poco después de que su Maestro fuera crucificado volvieron a sus familias y a sus redes. Su trabajo estaba hecho, no tenían capacidad para continuar en las batallas más complejas del reino. Pero vivieron y murieron conscientes de haber sido honrados y bendecidos con cuatro años de estrecha relación personal con un Hijo de Dios, el hacedor soberano de un universo.
139:11.1 (1564.6) Simón Zelotes, el undécimo apóstol, fue elegido por Simón Pedro. Era un hombre capaz, de buena ascendencia, que vivía con su familia en Cafarnaúm. Tenía veintiocho años cuando se unió a los apóstoles. Era un agitador exaltado y hablaba mucho sin pensar. Había sido mercader en Cafarnaúm antes de centrar toda su atención en la organización patriótica de los zelotes.
139:11.2 (1564.7) Simón Zelotes fue encargado del ocio y las diversiones del grupo apostólico, y organizó con gran acierto las actividades recreativas de los doce.
139:11.3 (1564.8) La fuerza de Simón era su lealtad inspiradora. Cuando los apóstoles se encontraban con un hombre o mujer sumidos en la indecisión de entrar o no en el reino, llamaban a Simón. Este entusiasta defensor de la salvación por la fe en Dios no solía necesitar más de un cuarto de hora para despejar todas las dudas y superar cualquier indecisión, para ver nacer a una nueva alma a la «libertad de la fe y la alegría de la salvación».
139:11.4 (1565.1) La gran debilidad de Simón era su mentalidad materialista. Este judío nacionalista no pudo convertirse rápidamente en un internacionalista de mente espiritual. Cuatro años no fueron suficientes para llevar a cabo semejante transformación intelectual y emocional, pero Jesús siempre fue paciente con él.
139:11.5 (1565.2) Lo que más admiraba Simón en Jesús era la serenidad del Maestro, su seguridad, su aplomo y su inexplicable compostura.
139:11.6 (1565.3) Aunque Simón era un revolucionario furibundo y un agitador audaz, fue refrenando gradualmente su naturaleza fogosa hasta convertirse en un predicador poderoso y efectivo de «la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres». Era un gran polemista y le gustaba discutir. A la hora de plantar cara a las mentes legalistas de los judíos cultos o a las argucias intelectuales de los griegos, la tarea recaía siempre sobre Simón.
139:11.7 (1565.4) Era rebelde por naturaleza e iconoclasta por formación, pero Jesús lo ganó para los conceptos más altos del reino de los cielos. Se había identificado siempre con el partido de la protesta, pero ahora se unía al partido del progreso, del progreso ilimitado y eterno del espíritu y la verdad. Simón era un hombre de lealtades intensas y entregas personales cálidas, y amaba profundamente a Jesús.
139:11.8 (1565.5) Jesús no tenía ningún miedo a identificarse con los hombres de negocios, con los obreros, con los optimistas, con los pesimistas, con los filósofos, con los escépticos, con los publicanos, con los políticos ni con los patriotas.
139:11.9 (1565.6) El Maestro tuvo muchas conversaciones con Simón, pero nunca logró convertir del todo a este ardiente nacionalista judío en internacionalista. Jesús dijo a Simón muchas veces que era legítimo aspirar a mejorar el orden social, económico y político, pero añadía siempre: «Eso no es asunto del reino de los cielos. Debemos dedicarnos a hacer la voluntad del Padre. Nuestra misión es ser embajadores de un gobierno espiritual que está en lo alto y no debemos ocuparnos directamente de nada que no sea representar la voluntad y el carácter del Padre divino que encabeza el gobierno de cuyas cartas credenciales somos portadores». Todo ello era difícil de entender para Simón, aunque empezó a captar gradualmente algo del sentido de la enseñanza del Maestro.
139:11.10 (1565.7) Cuando las persecuciones de Jerusalén los dispersaron Simón se retiró temporalmente. Estaba literalmente deshecho. Había renunciado a su nacionalismo patriótico por las enseñanzas de Jesús y ahora todo estaba perdido. Estaba desesperado, pero unos años después recobró sus esperanzas y salió a proclamar el evangelio del reino.
139:11.11 (1565.8) Fue a Alejandría, y después de remontar el Nilo penetró en el corazón de África predicando por todas partes el evangelio de Jesús y bautizando a los creyentes. Siguió trabajando así el resto de su vida hasta que le fallaron las fuerzas por el peso de la edad. Cuando murió fue enterrado en el corazón de África.
139:12.1 (1565.9) Judas Iscariote, el duodécimo apóstol, fue elegido por Natanael. Nació en Queriot, una pequeña población del sur de Judea. Cuando era un muchacho sus padres se trasladaron a Jericó donde vivió y trabajó en las diversas empresas comerciales de su padre hasta que se interesó por la predicación y la obra de Juan el Bautista. Los padres de Judas eran saduceos, y cuando su hijo se unió a los discípulos de Juan lo repudiaron.
139:12.2 (1566.1) Cuando Natanael se encontró con Judas en Tariquea estaba buscando empleo en una empresa desecadora de pescado en el extremo más bajo del mar de Galilea. Tenía treinta años y no estaba casado cuando se unió a los apóstoles. Era probablemente el más culto de los doce y el único judeo de la familia apostólica del Maestro. Judas no tenía ningún rasgo destacado de fuerza personal, aunque si muchos rasgos externos de cultura y buena educación. Era buen pensador, pero no siempre un pensador verdaderamente honrado. Judas no se entendía realmente a sí mismo; no era realmente sincero consigo mismo.
139:12.3 (1566.2) Andrés nombró a Judas tesorero de los doce, un cargo para el que estaba inmejorablemente preparado, y hasta el momento de traicionar a su Maestro asumió las responsabilidades de su cometido con honradez, fidelidad y suma eficacia.
139:12.4 (1566.3) Judas no admiraba ningún rasgo especial de Jesús, aparte del atractivo general y el encanto exquisito de la personalidad del Maestro. Judas no pudo nunca superar sus prejuicios de judeo contra sus compañeros galileos. Llegó incluso a criticar en su mente muchas cosas de Jesús. Este judeo satisfecho de sí mismo se atrevía a menudo a criticar en su fuero interno a aquel a quien los otros once apóstoles consideraban como el hombre perfecto, el «único totalmente digno de ser amado y el más sobresaliente entre diez mil». Pensaba realmente que Jesús era tímido y que no se atrevía a imponer su poder y autoridad.
139:12.5 (1566.4) Judas era un buen hombre de negocios. Se requería tacto, habilidad y paciencia, además de una esforzada dedicación, para gestionar los asuntos financieros de un idealista como Jesús, y no digamos controlar los métodos caóticos de algunos de sus apóstoles en materia de negocios. Judas era realmente un gran ejecutivo, un financiero capaz y previsor y un defensor de la organización. Ninguno de los doce criticó nunca a Judas. Desde su punto de vista, Judas Iscariote era un tesorero sin igual, un hombre docto, un apóstol leal (aunque a veces crítico) y una gran adición al grupo en todos los sentidos. Los apóstoles amaban a Judas, era realmente uno de ellos. Puede que creyera en Jesús, pero dudamos de que amara realmente al Maestro con todo su corazón. El caso de Judas ilustra la verdad del dicho: «Hay un camino que a un hombre le parece recto, pero cuyo final es la muerte». Es muy posible caer víctima del tranquilo engaño de amoldarse agradablemente a las sendas del pecado y de la muerte. Podéis estar seguros de que Judas fue siempre leal a su Maestro y a sus compañeros apóstoles en cuestiones financieras. El dinero no hubiera podido nunca ser el móvil de su traición al Maestro.
139:12.6 (1566.5) Judas era hijo único, y sus padres lo maleducaron. Era un niño mimado y consentido y fue creciendo con una idea sobrevalorada de su propia importancia. No sabía perder. Tenía ideas vagas y deformadas sobre la equidad; se dejaba llevar fácilmente por el odio y la desconfianza. Era un experto en interpretar mal las palabras y acciones de sus amigos. Cultivó durante toda su vida el hábito de desquitarse de aquellos que, según él, lo habían maltratado. Judas tenía un sentido defectuoso de los valores y las lealtades.
139:12.7 (1566.6) Judas fue para Jesús una aventura de la fe. El Maestro vio perfectamente desde el primer momento la debilidad de este apóstol y conocía bien los peligros de admitirlo en la fraternidad. Pero está en la naturaleza de los Hijos de Dios dar a todos los seres creados una oportunidad igual y plena de supervivencia y salvación. Jesús quería que no solo los mortales de este mundo, sino también los observadores de otros innumerables mundos, supieran que cuando está en duda la sinceridad de una criatura y su entrega incondicional al reino, los Jueces de los hombres aceptan siempre y sin reservas al candidato dudoso. La puerta de la vida eterna está abierta a todos de par en par; «todo el que quiera puede entrar»; no hay más restricción ni limitación que la fe del que viene.
139:12.8 (1567.1) Precisamente por esta razón permitió Jesús que Judas siguiera hasta el final e hizo siempre todo lo posible por transformar y salvar a este apóstol débil y confundido. Pero cuando la luz no es recibida de buena fe y no se vive según la luz, tiende a convertirse en tinieblas dentro del alma. Judas asimiló intelectualmente las enseñanzas de Jesús sobre el reino, pero no progresó en la adquisición de un carácter espiritual como lo hicieron los otros apóstoles. No consiguió progresar personalmente de forma satisfactoria en experiencia espiritual.
139:12.9 (1567.2) Judas se fue convirtiendo cada vez más en un criadero de decepciones personales, y cayó finalmente víctima del rencor. Sus sentimientos habían sido heridos muchas veces, y se fue volviendo anormalmente desconfiado con sus mejores amigos e incluso con el Maestro. Pronto se obsesionó con la idea de desquitarse, de hacer lo que fuera para vengarse. Sí, incluso traicionar a sus compañeros y a su Maestro.
139:12.10 (1567.3) Pero estas perversas y peligrosas ideas no tomaron forma definitiva hasta el día en que una mujer agradecida rompió un valioso tarro de incienso a los pies de Jesús. Esto a Judas le pareció un despilfarro y así lo declaró públicamente. Cuando Jesús, allí mismo y delante de todo el mundo, rechazó rotundamente su protesta, fue demasiado para él. Este suceso desencadenó la movilización de todo el odio, el daño, la maldad, los prejuicios, los celos y los deseos de venganza acumulados durante toda una vida y decidió desquitarse con quien fuera. Pero cristalizó toda la maldad de su naturaleza sobre la única persona inocente en el drama sórdido de su infortunada vida, solo porque Jesús había resultado ser el actor principal del episodio que marcó su paso del reino progresivo de la luz al dominio de las tinieblas elegido por él.
139:12.11 (1567.4) El Maestro había advertido a Judas muchas veces, tanto en público como en privado, de que se estaba desviando, pero las advertencias divinas suelen ser inútiles ante una naturaleza humana amargada. Jesús hizo todo lo posible y compatible con la libertad moral del hombre por impedir que Judas eligiera el camino equivocado, y cuando llegó la gran prueba el hijo del rencor fracasó. Se entregó a los agrios y sórdidos dictados de una mente orgullosa y vengativa cegada por la exageración de su propia importancia y se hundió rápidamente en la confusión, la desesperación y la depravación.
139:12.12 (1567.5) Judas urdió entonces la vil y vergonzosa intriga de traicionar a su Señor y Maestro, y llevó rápidamente a cabo su malvado proyecto. Durante la ejecución de sus planes traidores concebidos en la ira, tuvo momentos de vergüenza y arrepentimiento, y en esos intervalos de lucidez se justificaba cobardemente ante sí mismo con la idea de que Jesús podría ejercer su poder y librarse en el último momento.
139:12.13 (1567.6) Una vez concluido este sórdido y pecaminoso asunto, este mortal renegado, que tan a la ligera había vendido a su amigo por treinta monedas de plata para satisfacer sus viejas ansias de venganza acumuladas, salió corriendo y cometió el acto final del drama de huir de las realidades de la existencia mortal: se suicidó.
139:12.14 (1567.7) Los once apóstoles se quedaron horrorizados, atónitos. Jesús se limitó a mirar al traidor con lástima. A los mundos les ha resultado difícil perdonar a Judas y se evita pronunciar su nombre en todo un extenso universo.
El libro de Urantia
Documento 140
140:0.1 (1568.1) JUSTO antes del mediodía del domingo 12 de enero del año 27 d. C., Jesús reunió a los apóstoles para su ordenación como predicadores públicos del evangelio del reino. Los doce esperaban ser llamados en cualquier momento, así que esa mañana no se alejaron mucho de la costa para pescar. Algunos se quedaron cerca de la orilla reparando sus redes y poniendo a punto sus aparejos de pesca.
140:0.2 (1568.2) Al bajar hacia la orilla para reunir a los apóstoles, Jesús saludó primero a Andrés y Pedro que estaban pescando cerca de la costa. Luego hizo señas a Santiago y Juan que estaban en una embarcación cercana charlando con su padre Zebedeo y reparando sus redes. Fue agrupando a los otros apóstoles de dos en dos, y cuando hubo reunido a los doce, se dirigió con ellos a las tierras altas del norte de Cafarnaúm donde procedió a instruirlos como preparación para su ordenación formal.
140:0.3 (1568.3) Por una vez, reinaba el silencio entre los doce; incluso Pedro estaba pensativo. ¡Por fin había llegado la hora tan largamente esperada! Se apartaban con el Maestro para participar en algún tipo de solemne ceremonia de consagración personal y dedicación colectiva al sagrado trabajo de representar a su Maestro en la proclamación del advenimiento del reino de su Padre.
140:1.1 (1568.4) Antes de la ceremonia formal de ordenación, Jesús se dirigió a los doce que estaban sentados a su alrededor: «Hermanos, ha llegado la hora del reino. Os he traído aquí a solas conmigo para presentaros al Padre como embajadores del reino. Algunos de vosotros me habéis oído hablar de este reino en la sinagoga la primera vez que fuisteis llamados. Cada uno de vosotros ha aprendido más sobre el reino del Padre cuando habéis trabajado conmigo en las ciudades cercanas al mar de Galilea. Pero ahora tengo algo más que deciros sobre este reino.
140:1.2 (1568.5) «El nuevo reino que mi Padre está a punto de instaurar en el corazón de sus hijos de la tierra será un dominio perpetuo. Este gobierno de mi Padre en el corazón de aquellos que desean hacer su voluntad divina no tendrá fin. Os declaro que mi Padre no es ni el Dios de los judíos ni el de los gentiles. Vendrán muchos del este y del oeste a sentarse con nosotros en el reino del Padre, mientras que muchos de los hijos de Abraham se negarán a entrar en esta nueva hermandad del gobierno del espíritu del Padre en el corazón de los hijos de los hombres.
140:1.3 (1568.6) «El poder de este reino no consistirá ni en la fuerza de los ejércitos ni en el poderío de las riquezas, sino más bien en la gloria del espíritu divino que vendrá a instruir las mentes y gobernar los corazones de los ciudadanos renacidos de este reino celestial, los hijos de Dios. Esta es la hermandad del amor donde reina la rectitud y cuyo grito de guerra será: Paz en la tierra y buena voluntad entre todos los hombres. Este reino que muy pronto saldréis a proclamar es el deseo de los hombres buenos de todos los tiempos, la esperanza de toda la tierra y el cumplimiento de las sabias promesas de todos los profetas.
140:1.4 (1569.1) «Pero para vosotros, hijos míos, y para todos los demás que os seguirán en este reino, se ha establecido una dura prueba. Solo la fe os hará atravesar sus portales, pero deberéis producir los frutos del espíritu de mi Padre si queréis seguir ascendiendo en la vida progresiva de la fraternidad divina. En verdad, en verdad os digo que no todo el que dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
140:1.5 (1569.2) «Este ha de ser vuestro mensaje para el mundo: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y cuando lo hayáis encontrado tendréis aseguradas todas las demás cosas esenciales para la supervivencia eterna. Y ahora quisiera haceros comprender que este reino de mi Padre no vendrá con manifestaciones exteriores de poder ni con demostraciones indecorosas. No habéis de proclamar el reino diciendo: ‘está aquí’ o ‘está allí’, pues este reino que predicáis es Dios dentro de vosotros.
140:1.6 (1569.3) «Todo aquel que quiera hacerse grande en el reino de mi Padre deberá atender a todos, y todo aquel que quiera ser el primero entre vosotros ha de convertirse en servidor de sus hermanos. Pero una vez que hayáis sido recibidos como verdaderos ciudadanos del reino celestial, ya no seréis servidores sino hijos, hijos del Dios vivo. Y así progresará este reino en el mundo hasta derribar todas las barreras y llevar a todos los hombres a conocer a mi Padre y a creer en la verdad salvadora que he venido a declarar. El reino ya está cerca, y algunos de vosotros no moriréis sin haber visto llegar el reinado de Dios con gran poder.
140:1.7 (1569.4) «Lo que ven ahora vuestros ojos, este pequeño comienzo de doce hombres corrientes, se multiplicará y crecerá hasta que al final toda la tierra esté llena de alabanzas a mi Padre. Y no será tanto por vuestras palabras sino por vuestra manera de vivir como conocerán los hombres que habéis estado conmigo y que habéis aprendido las realidades del reino. Aunque no quisiera imponer ninguna pesada carga sobre vuestra mente, estoy a punto de depositar sobre vuestra alma la solemne responsabilidad de representarme en el mundo cuando os deje dentro de poco, como yo represento ahora a mi Padre en esta vida que estoy viviendo en la carne». Dicho esto, Jesús se levantó.
140:2.1 (1569.5) Jesús invitó a los doce mortales que acababan de escuchar su declaración sobre el reino a arrodillarse en círculo a su alrededor. Entonces el Maestro impuso las manos sobre la cabeza de cada apóstol, empezando por Judas Iscariote y terminando por Andrés. Cuando los hubo bendecido extendió las manos y oró:
140:2.2 (1569.6) «Padre, aquí te traigo a estos hombres, mis mensajeros. De entre nuestros hijos de la tierra, he elegido a estos doce para que vayan a representarme como yo he venido a representarte a ti. Ámalos y acompáñalos como tú me has amado y acompañado a mí. Así pues, Padre, da a estos hombres sabiduría cuando pongo en sus manos todos los asuntos del reino venidero. Y si es tu voluntad, desearía permanecer algún tiempo en la tierra para ayudarlos en su trabajo por el reino. De nuevo, Padre, te doy las gracias por estos hombres y los confío a tu cuidado mientras termino el trabajo que me has encomendado.»
140:2.3 (1570.1) Cuando Jesús terminó de orar cada uno de los apóstoles permaneció inclinado en su sitio, y pasaron muchos minutos antes de que Pedro se atreviera a levantar los ojos para mirar al Maestro. Uno tras otro abrazaron a Jesús, pero nadie dijo nada. Un gran silencio invadió el lugar mientras una multitud de seres celestiales contemplaba desde arriba esta escena solemne y sagrada: el Creador de un universo poniendo los asuntos de la hermandad divina del hombre bajo la dirección de mentes humanas.
140:3.1 (1570.2) Entonces Jesús tomó la palabra y dijo: «Ahora que sois embajadores del reino de mi Padre, os habéis convertido en una clase de hombres separada y distinta de todos los demás hombres de la tierra. Ya no sois como hombres entre los hombres sino como ciudadanos iluminados de otro país, un país celestial, entre las criaturas ignorantes de este mundo oscuro. Ya no os basta con vivir como hasta ahora, sino que en adelante debéis vivir como quienes han saboreado las glorias de una vida mejor y han sido enviados de vuelta a la tierra como embajadores del Soberano de ese mundo nuevo y mejor. Se espera más del profesor que del alumno; al amo se le exige más que al servidor. Se pide más a los ciudadanos del reino celestial que a los ciudadanos del gobierno terrenal. Algunas de las cosas que estoy a punto de deciros pueden parecer duras, pero habéis elegido representarme en el mundo como yo represento ahora al Padre. Como agentes míos en la tierra, estaréis obligados a ateneros a las enseñanzas y las prácticas que reflejan mis ideales de vida mortal en los mundos del espacio, y a seguir el ejemplo de mi vida terrenal dedicada a revelar al Padre que está en el cielo.
140:3.2 (1570.3) «Os envío a proclamar la libertad a los cautivos espirituales, la alegría a los esclavos del miedo, y a curar a los enfermos conforme a la voluntad de mi Padre del cielo. Cuando encontréis afligidos a mis hijos decidles estas palabras de aliento:
140:3.3 (1570.4) «Dichosos los pobres de espíritu, los humildes, porque de ellos son los tesoros del reino de los cielos.
140:3.4 (1570.5) «Dichosos los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados.
140:3.5 (1570.6) «Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
140:3.6 (1570.7) «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
140:3.7 (1570.8) «Y además, consolad espiritualmente a mis hijos con estas otras promesas:
140:3.8 (1570.9) «Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados. Dichosos los que lloran, porque ellos recibirán el espíritu de la alegría.
140:3.9 (1570.10) «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
140:3.10 (1570.11) «Dichosos los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
140:3.11 (1570.12) «Dichosos los perseguidos por causa de su rectitud, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos seréis cuando los hombres os injurien y os persigan, y digan falsamente toda clase de mal contra vosotros. Regocijaos y alegraos porque vuestra recompensa es grande en los cielos.
140:3.12 (1570.13) «Hermanos, os envío para que seáis la sal de la tierra, una sal con sabor a salvación. Pero si esta sal pierde su sabor, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.
140:3.13 (1570.14) «Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar. Ni se enciende un candil y se pone debajo del almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de los hombres de tal forma que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
140:3.14 (1571.1) «Os envío al mundo para que me representéis y actuéis como embajadores del reino de mi Padre, y cuando salgáis a proclamar la buena nueva, poned vuestra confianza en el Padre, de quien sois mensajeros. No os resistáis a la injusticia por la fuerza; no pongáis vuestra confianza en el brazo del hombre. Si vuestro prójimo os golpea en la mejilla derecha, presentadle también la otra. Aceptad una injusticia antes que pleitear entre vosotros. Atended con amabilidad y misericordia a todos los afligidos y necesitados.
140:3.15 (1571.2) «Yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian. Y todo lo que creáis que haría yo por los hombres, hacedlo también vosotros.
140:3.16 (1571.3) «Vuestro Padre del cielo hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. Sois hijos de Dios, es más, ahora sois los embajadores del reino de mi Padre. Sed misericordiosos como Dios es misericordioso, y en el futuro eterno del reino seréis perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
140:3.17 (1571.4) «Se os ha encomendado salvar a los hombres, no juzgarlos. Al final de vuestra vida en la tierra todos esperaréis misericordia, por eso os pido que durante vuestra vida mortal mostréis misericordia hacia todos vuestros hermanos en la carne. No cometáis el error de intentar sacar la paja del ojo ajeno cuando hay una viga en el vuestro. Sacad primero la viga de vuestro propio ojo y entonces veréis con claridad para sacar la paja del ojo de vuestro hermano.
140:3.18 (1571.5) «Percibid claramente la verdad, vivid sin miedo una vida recta y así seréis mis apóstoles y los embajadores de mi Padre. Habéis oído decir: ‘Si el ciego conduce al ciego, los dos caerán en la fosa’. Si queréis guiar a otros hacia el reino, debéis caminar vosotros mismos en la luz clara de la verdad viva. En todos los asuntos del reino os exhorto a que mostréis juicio justo y fina sabiduría. No deis lo que es santo a los perros ni arrojéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que pisoteen vuestras joyas y se vuelvan para despedazaros.
140:3.19 (1571.6) «Guardaos de los falsos profetas que vendrán a vosotros vestidos de corderos, pero por dentro son como lobos voraces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol maleado lleva malos frutos. El árbol bueno no puede producir frutos malos ni el árbol maleado frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego. Para merecer entrar en el reino de los cielos, el motivo es lo que cuenta. Mi Padre mira dentro del corazón de los hombres y los juzga por sus deseos internos y sus intenciones sinceras.
140:3.20 (1571.7) «En el gran día del juicio del reino muchos me dirán: ‘¿No profetizamos en tu nombre e hicimos muchas grandezas por tu nombre?’. Pero yo me veré obligado a decirles: ‘Nunca os he conocido; apartaos de mí, pues sois falsos maestros’. Pero todo el que atienda a este encargo y cumpla sinceramente su cometido de representarme ante los hombres como yo he representado a mi Padre ante vosotros entrará ampliamente a mi servicio y en el reino del Padre celestial.»
140:3.21 (1571.8) Los apóstoles no habían oído nunca hablar así a Jesús, pues les había hablado como quien posee suprema autoridad. Bajaron de la montaña al caer el sol y nadie le hizo ninguna pregunta.
140:4.1 (1572.1) El llamado «sermón de la montaña» no es el evangelio de Jesús. Contiene de hecho muchas enseñanzas útiles, pero fue el mandato de Jesús a los doce apóstoles en su ordenación. Fue el encargo personal del Maestro a quienes habrían de seguir predicando el evangelio y aspiraban a representar a Jesús en el mundo de los hombres del mismo modo que él representaba a su Padre con tanta elocuencia y perfección.
140:4.2 (1572.2) «Vosotros sois la sal de la tierra, una sal con sabor a salvación. Pero si esta sal pierde su sabor, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.»
140:4.3 (1572.3) En tiempos de Jesús la sal era algo muy preciado. Se utilizaba incluso como moneda. La palabra moderna «salario» proviene de sal. La sal no solo da sabor a la comida sino que también la conserva. Hace que otras cosas sean más sabrosas y sirve al ser empleada.
140:4.4 (1572.4) «Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar. Ni se enciende un candil y se pone debajo del almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de los hombres de tal forma que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.»
140:4.5 (1572.5) La luz disipa las tinieblas, pero puede también ser tan «cegadora» como para confundir y frustrar. Se nos advierte que debemos dejar brillar nuestra luz de tal forma que nuestros semejantes sean guiados hacia nuevos caminos divinos de vida más elevada. Nuestra luz debe brillar de forma que no atraiga la atención hacia nosotros mismos. Hasta nuestra vocación personal se puede utilizar como «reflector» eficaz para diseminar esta luz de vida.
140:4.6 (1572.6) Un carácter fuerte no se forma a base de no obrar mal, sino de obrar bien. El altruismo es el distintivo de la grandeza humana. Los niveles más altos de autorrealización se alcanzan mediante la adoración y el servicio. La persona feliz y eficaz no está motivada por el temor a obrar mal, sino por el amor a obrar bien.
140:4.7 (1572.7) «Por sus frutos los conoceréis.» La personalidad básicamente no cambia. Lo que cambia —lo que crece— es el carácter moral. El error principal de las religiones modernas es el negativismo. El árbol que no da fruto es «cortado y arrojado al fuego». La valía moral no puede provenir de la mera represión, de obedecer al mandato «No harás». El miedo y la vergüenza son motivaciones sin valor para el vivir religioso. La religión solo es válida cuando revela la paternidad de Dios y realza la hermandad de los hombres.
140:4.8 (1572.8) Una filosofía de la vida eficaz se forma por una combinación de la visión interior cósmica de uno y la suma total de las reacciones emocionales al entorno social y económico. Si bien es cierto que los impulsos heredados no se pueden modificar fundamentalmente, en cambio sí se pueden cambiar las respuestas emocionales a esos impulsos. Es posible, por lo tanto, modificar la naturaleza moral y mejorar el carácter. En un carácter fuerte las reacciones emocionales están integradas y coordinadas en una personalidad unificada. Una unificación deficiente debilita la naturaleza moral y genera infelicidad.
140:4.9 (1572.9) Sin una meta que valga la pena, la vida no tiene ni objetivo ni provecho y es fuente de mucha infelicidad. El discurso de Jesús en la ordenación de los doce constituye una filosofía maestra de vida. Jesús exhortó a sus seguidores a ejercitar una fe experiencial. Les advirtió que no dependieran del mero asentimiento intelectual, de la credulidad ni de la autoridad establecida.
140:4.10 (1573.1) La educación debería un modo de aprender (descubrir) los mejores métodos de satisfacer nuestros impulsos naturales y heredados. La felicidad es el total resultante de estas prácticas mejoradas de satisfacción emocional. La felicidad depende poco del entorno aunque puede verse muy favorecida por un ambiente agradable.
140:4.11 (1573.2) Todo mortal ansía realmente ser una persona completa, ser perfecto como el Padre del cielo es perfecto, y dicho logro es posible porque en última instancia el «universo es verdaderamente paternal».
140:5.1 (1573.3) Desde el sermón de la montaña hasta el discurso de la Última Cena, Jesús enseñó a sus discípulos a manifestar un amor paternal en lugar de un amor fraternal. El amor fraternal consiste en amar al prójimo como os amáis a vosotros mismos, y esto sería el cumplimiento adecuado de la «regla de oro». Pero el afecto paternal exige que améis a vuestros semejantes mortales como Jesús os ama a vosotros.
140:5.2 (1573.4) Jesús ama a la humanidad con un afecto dual. Vivió en la tierra bajo una doble personalidad humana y divina. Como Hijo de Dios ama al hombre con amor paternal puesto que es el Creador del hombre, es su Padre en el universo. Como Hijo del Hombre ama a los mortales con amor de hermano puesto que fue verdaderamente un hombre entre los hombres.
140:5.3 (1573.5) Jesús no esperaba de sus seguidores una manifestación imposible de amor fraternal, pero sí esperaba que se esforzaran tanto en parecerse a Dios —en ser perfectos como el Padre del cielo es perfecto— que pudieran empezar a considerar a los hombres como Dios considera a sus criaturas y, por lo tanto, pudieran empezar a amar a los hombres como Dios los ama, a manifestar los comienzos de un afecto paternal. En estas exhortaciones a los doce apóstoles, Jesús trató de revelar este nuevo concepto de amor paternal tal como está relacionado con ciertas actitudes emocionales orientadas a realizar numerosos ajustes sociales en el entorno.
140:5.4 (1573.6) El Maestro inició este importantísimo discurso llamando la atención sobre cuatro actitudes de fe, como preludio de la descripción de sus cuatro reacciones trascendentales y supremas de amor paternal, en contraste con las limitaciones del simple amor fraternal.
140:5.5 (1573.7) Habló primero de los pobres de espíritu, de los hambrientos de rectitud, de los mansos y de los limpios de corazón. Se podría esperar que estos mortales capaces de percibir el espíritu alcanzarían tales niveles de desprendimiento divino como para ser capaces de intentar el extraordinario ejercicio del afecto paternal; que, incluso en la aflicción, tendrían el poder de mostrar misericordia, promover la paz y soportar persecuciones, y en todas estas duras situaciones, amar incluso a una humanidad no amorosa con amor paternal. El afecto de un padre puede alcanzar niveles de entrega que trascienden inmensamente el afecto de un hermano.
140:5.6 (1573.8) La fe y el amor de estas bienaventuranzas fortalecen el carácter moral y crean felicidad. El miedo y la ira debilitan el carácter y destruyen la felicidad. Este importantísimo sermón arrancó con una nota de felicidad.
140:5.7 (1573.9) 1. «Dichosos los pobres de espíritu, los humildes.» Para un niño la felicidad es la satisfacción de un ansia de placer inmediato. El adulto está dispuesto a sembrar las semillas de la abnegación con objeto de cosechar una felicidad mayor en el futuro. En tiempos de Jesús y desde entonces, la felicidad se ha asociado demasiadas veces con la idea de poseer riquezas. En la historia del fariseo y el publicano que rezaban en el templo, uno se sentía rico de espíritu, egotista, y el otro se sentía «pobre de espíritu», humilde. Uno era autosuficiente, el otro era receptivo a la enseñanza y buscaba la verdad. Los pobres de espíritu buscan metas de riqueza espiritual, buscan a Dios. Estos buscadores de la verdad no tienen que esperar recompensas en un futuro lejano; son recompensados ahora. Encuentran el reino de los cielos dentro de su propio corazón, y esa felicidad la experimentan ahora.
140:5.8 (1574.1) 2. «Dichosos los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados.» Solo aquellos que se sienten pobres de espíritu tendrán alguna vez hambre de rectitud. Solo los humildes buscan la fuerza divina y ansían el poder espiritual. Sin embargo, es muy peligroso practicar a sabiendas el ayuno espiritual con el fin de aumentar nuestro apetito de dones espirituales. El ayuno físico se vuelve peligroso después de cuatro o cinco días porque uno puede perder todo deseo de alimentarse. El ayuno prolongado, tanto físico como espiritual, tiende a destruir el hambre.
140:5.9 (1574.2) La rectitud experiencial es un placer, no un deber. La rectitud de Jesús es un amor dinámico, un afecto fraterno-paternal. No es el tipo de rectitud negativo del «no harás». ¿Cómo se podría tener hambre de algo negativo, de algo que «no hacer»?
140:5.10 (1574.3) No es fácil enseñar a la mente de un niño estas dos primeras bienaventuranzas, pero una mente madura debería captar su relevancia.
140:5.11 (1574.4) 3. «Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra.» La auténtica mansedumbre no está relacionada con el miedo. Es más bien una actitud de cooperación del hombre con Dios: «Hágase tu voluntad». Abarca la paciencia y la tolerancia, y está motivada por una fe inquebrantable en un universo amable y legal. Domina toda tentación de rebelarse contra la guía divina. Jesús fue el hombre manso ideal de Urantia, y heredó un vasto universo.
140:5.12 (1574.5) 4. «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.» La pureza espiritual no es una cualidad negativa, salvo que carece de recelo y de revancha. Al hablar de pureza Jesús no pretendía centrarse en las actitudes sexuales humanas. Se refería más bien a la fe que el hombre debería tener en sus semejantes, a esa fe que unos padres tienen en su hijo y que hace que el hijo aprenda a amar a sus semejantes como ama un padre. El amor de un padre no necesita consentir y no tolera el mal, pero nunca es desconfiado. El amor paternal tiene un único propósito y busca sacar siempre lo mejor de la persona; esta es la actitud de unos auténticos padres.
140:5.13 (1574.6) Ver a Dios —por la fe— significa adquirir visión interior espiritual verdadera. Dicha visión interior espiritual potencia la guía del Ajustador, y ambos aumentan la consciencia de Dios. Cuando conocéis al Padre os sentís confirmados en la seguridad de vuestra filiación divina y podéis amar cada vez más a cada uno de vuestros hermanos en la carne, no solo como hermano, con amor fraternal, sino también con amor de padre, con afecto paternal.
140:5.14 (1574.7) Este consejo es fácil de entender incluso para un niño. Los niños son confiados por naturaleza, y los padres deberían procurar que no pierdan esta fe sencilla. Al tratar con niños evitad todo engaño y no despertéis su desconfianza. Ayudadles inteligentemente a elegir a sus héroes y a encontrar su trabajo en la vida.
140:5.15 (1574.8) Jesús siguió instruyendo a sus seguidores sobre sobre cómo alcanzar el propósito principal de toda lucha humana: la perfección, el logro mismo de lo divino. Les exhortaba una y otra vez: «Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto». No exhortaba a los doce a amar al prójimo como se amaban a sí mismos. Este hubiera sido un logro muy valioso, pues se habría alcanzado el amor fraternal. Recomendaba más bien a sus apóstoles que amaran a los hombres como él los había amado, con un afecto tanto paternal como fraternal. E ilustró su recomendación mostrando cuatro reacciones supremas de amor paternal:
140:5.16 (1575.1) 1. «Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados.» Ni la mejor lógica ni el llamado sentido común se atreverían a insinuar que la felicidad pueda provenir de la aflicción. Pero Jesús no se refería a la aflicción externa u ostentosa sino a una actitud emocional de enternecimiento. Es un gran error enseñar a los chicos y a los jóvenes que no es varonil mostrar ternura o dejar que se manifiesten de alguna otra manera los sentimientos emotivos o los sufrimientos físicos. La compasión es un atributo valioso tanto en el hombre como en la mujer. No es necesario ser insensible para ser varonil. Esta no es la manera de crear hombres valientes. Los grandes hombres del mundo no han tenido miedo a mostrar tristeza. Moisés, el afligido, fue un hombre más grande que Sansón o Goliat. Moisés fue un magnífico líder pero fue también un hombre de mansedumbre. Ser sensible y saber responder a las necesidades de los hombres genera una felicidad auténtica y duradera, y estas actitudes bondadosas protegen al mismo tiempo al alma de las influencias destructivas de la ira, el odio y el recelo.
140:5.17 (1575.2) 2. «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.» La misericordia denota aquí la altura, la profundidad y la anchura de la amistad más sincera, la bondad amorosa. La misericordia puede a veces ser pasiva, pero aquí es activa y dinámica, es la suprema cualidad paternal. A unos padres amorosos les cuesta poco perdonar a su hijo, incluso muchas veces. Y en un niño bien educado el impulso de aliviar el sufrimiento es natural. En cuanto tienen edad suficiente para apreciar las condiciones reales, los niños son normalmente bondadosos y compasivos.
140:5.18 (1575.3) 3. «Dichosos los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» Los oyentes de Jesús deseaban ardientemente una liberación militar, no unos pacificadores. Pero la paz de Jesús no es de tipo pacífico y negativo. Ante las tribulaciones y las persecuciones decía: «Mi paz os dejo». «No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo.» Esta es la paz que previene conflictos ruinosos. La paz personal integra la personalidad. La paz social previene el miedo, la codicia y la ira. La paz política previene los antagonismos raciales, las suspicacias nacionales y las guerras. La pacificación es la cura de la desconfianza y la sospecha.
140:5.19 (1575.4) Los niños aprenden fácilmente a actuar como pacificadores. Disfrutan con las actividades de equipo, les gusta jugar juntos. El Maestro dijo en otra ocasión: «Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien esté dispuesto a perder su vida, la encontrará».
140:5.20 (1575.5) 4. «Dichosos los perseguidos por causa de su rectitud, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos seréis cuando los hombres os injurien y os persigan, y digan falsamente toda clase de mal contra vosotros. Regocijaos y alegraos porque vuestra recompensa es grande en los cielos.»
140:5.21 (1575.6) Muy a menudo la persecución sigue a la paz, pero los jóvenes y los adultos valientes no rehúyen nunca la dificultad o el peligro. «No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos.» Y un amor paternal puede hacer todas estas cosas de buen grado, cosas que el amor fraternal difícilmente puede abarcar. El progreso ha sido siempre la cosecha final de la persecución.
140:5.22 (1575.7) Los niños responden siempre al desafío del valor. La juventud siempre está dispuesta a aceptar un reto. Y todos los niños deberían aprender pronto a sacrificarse.
140:5.23 (1575.8) Y así se revela que las bienaventuranzas del sermón de la montaña están basadas en la fe y el amor, y no en la ley, en la ética y el deber.
140:5.24 (1575.9) Al amor paternal le llena de alegría devolver bien por mal, responder a la injusticia haciendo el bien.
140:6.1 (1576.1) El domingo por la noche Jesús y los doce volvieron a casa de Zebedeo desde las tierras altas del norte de Cafarnaúm y compartieron una cena sencilla. Luego Jesús se fue a dar un paseo por la playa y los doce se quedaron hablando entre ellos. La conversación duró poco. Mientras los gemelos encendían un pequeño fuego para calentarse y tener más luz, Andrés salió en busca de Jesús para decirle: «Maestro, mis hermanos no pueden comprender lo que has dicho sobre el reino. No nos sentimos capaces de empezar este trabajo hasta que nos hayas dado más instrucción. Vengo a pedirte que te reúnas con nosotros en el jardín y nos ayudes a comprender el significado de tus palabras». Jesús volvió con Andrés para reunirse con los apóstoles.
140:6.2 (1576.2) Cuando llegó al jardín reunió a los apóstoles a su alrededor y prosiguió así su enseñanza: «Os resulta difícil recibir mi mensaje porque intentáis construir la nueva enseñanza directamente sobre la antigua, pero yo os digo que debéis renacer. Tenéis que empezar de nuevo como niños pequeños y estar dispuestos a confiar en mi enseñanza y a creer en Dios. No se puede hacer que el nuevo evangelio del reino se amolde a lo que existe. Tenéis ideas equivocadas sobre el Hijo del Hombre y su misión en la tierra. Pero no cometáis el error de pensar que he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a destruir sino a completar, ampliar e iluminar. No he venido a transgredir la ley sino más bien a escribir estos nuevos mandamientos en las tablas de vuestros corazones.
140:6.3 (1576.3) «Espero de vosotros una rectitud muy superior a la rectitud de los que buscan obtener el favor del Padre mediante limosnas, ayunos y oraciones. Si queréis entrar en el reino, vuestra rectitud deberá consistir en amor, misericordia y verdad: el deseo sincero de hacer la voluntad de mi Padre del cielo.»
140:6.4 (1576.4) Entonces Simón Pedro dijo: «Maestro, si tienes un nuevo mandamiento quisiéramos oírlo. Revélanos el nuevo camino». Jesús contestó a Pedro: «Habéis oído decir a los que enseñan la ley: ‘No matarás; y todo aquel que mate será juzgado’. Pero yo miro más allá del acto para descubrir el motivo. Os declaro que todo el que está enfadado con su hermano está en peligro de ser condenado. Quien cultiva el odio en su corazón y planea venganza en su mente corre peligro de ser juzgado. Vosotros debéis juzgar a vuestros semejantes por sus acciones, pero el Padre del cielo juzga por las intenciones.
140:6.5 (1576.5) «Habéis oído decir a los enseñantes de la ley: ‘No cometerás adulterio’. Pero yo os digo que todo hombre que mira a una mujer con intenciones lujuriosas ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Vosotros solo podéis juzgar a los hombres por sus actos, pero mi Padre mira dentro del corazón de sus hijos y se pronuncia sobre ellos con misericordia según sus intenciones y sus deseos reales.»
140:6.6 (1576.6) Jesús pensaba seguir hablando sobre los otros mandamientos cuando Santiago Zebedeo le interrumpió para preguntarle: «Maestro, ¿qué enseñaremos a la gente sobre el divorcio? ¿Permitiremos a un hombre divorciarse de su esposa como ordenó Moisés?». Al oír esta pregunta Jesús dijo: «No he venido a legislar sino a esclarecer. No he venido a reformar los reinos de este mundo sino a establecer el reino de los cielos. No es voluntad del Padre que ceda a la tentación de enseñaros reglas de gobierno, comercio o comportamiento social que podrían ser buenas para hoy pero distarían mucho de ser convenientes para la sociedad de otra época. Estoy en la tierra solo para consolar a las mentes, liberar a los espíritus y salvar a las almas de los hombres. En cuanto a esta cuestión del divorcio os diré que, aunque Moisés lo tolerara, no fue así en tiempos de Adán ni en el Jardín».
140:6.7 (1577.1) Los apóstoles intercambiaron unas breves palabras entre ellos y Jesús continuó diciendo: «Debéis reconocer siempre los dos puntos de vista de toda conducta mortal: el humano y el divino; los caminos de la carne y el camino del espíritu; el juicio del tiempo y el punto de vista de la eternidad». Y aunque los doce no pudieron comprender todo lo que les enseñaba, se sintieron muy reconfortados por esta instrucción.
140:6.8 (1577.2) Jesús prosiguió: «Pero seguiréis tropezando con mis enseñanzas porque estáis acostumbrados a interpretar mi mensaje al pie de la letra; os cuesta captar el espíritu de mi enseñanza. Debéis recordar de nuevo que sois mis mensajeros; tenéis la obligación de vivir vuestras vidas como yo he vivido la mía en espíritu. Sois mis representantes personales, pero no cometáis el error de esperar que todos los hombres vivan como vosotros en todos los aspectos. Recordad también que tengo ovejas que no son de este rebaño y que también me debo a ellas; debo proporcionarles el modelo a seguir para hacer la voluntad de Dios mientras vivo la vida de la naturaleza mortal».
140:6.9 (1577.3) Entonces Natanael preguntó: «Maestro, ¿no daremos ningún sitio a la justicia? La ley de Moisés dice: ‘ojo por ojo y diente por diente’. ¿Qué diremos nosotros?». Jesús contestó: «Devolveréis bien por mal. Mis mensajeros no deben luchar con los hombres sino tratarlos a todos con dulzura. Vuestra regla no ha de ser medida por medida. Los que gobiernan a los hombres pueden tener esas leyes, pero no es así en el reino; la misericordia determinará siempre vuestro juicio, y el amor vuestra conducta. Y si estas palabras os parecen duras, aun podéis echaros atrás. Si encontráis demasiado duras las exigencias del apostolado, podéis volver al camino menos riguroso de los discípulos».
140:6.10 (1577.4) Muy sorprendidos por las palabras de Jesús, los apóstoles se alejaron para hablar entre ellos pero no tardaron en volver. Pedro dijo: «Maestro, queremos seguir contigo; ninguno de nosotros quiere volverse atrás. Estamos dispuestos a pagar el precio adicional; apuraremos la copa. Queremos ser apóstoles, no solo discípulos».
140:6.11 (1577.5) Jesús respondió al oírlo: «Entonces debéis estar dispuestos a asumir vuestra responsabilidad y seguirme. Haced vuestras buenas obras en secreto; cuando deis limosna, que vuestra mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Cuando oréis hacedlo a solas y no utilicéis repeticiones vanas ni frases sin sentido. Recordad siempre que el Padre sabe lo que necesitáis incluso antes de que se lo pidáis. Y no os pongáis a ayunar en actitud triste para que os vean los hombres. Como mis apóstoles escogidos y reservados ahora para el servicio del reino, no acumuléis tesoros en la tierra. Mediante vuestro generoso servicio acumulad en cambio tesoros en el cielo, porque allí donde estén vuestros tesoros estará también vuestro corazón.
140:6.12 (1577.6) «La lámpara del cuerpo es el ojo; por lo tanto, si vuestro ojo es generoso, todo vuestro cuerpo estará lleno de luz. Pero si vuestro ojo es egoísta, todo vuestro cuerpo estará lleno de tinieblas. Si la luz misma que está en vosotros se convierte en tinieblas, ¡cuán profundas serán esas tinieblas!».
140:6.13 (1577.7) Entonces Tomás preguntó a Jesús si debían «continuar teniéndolo todo en común». El Maestro respondió: «Sí, hermanos, quisiera que viviéramos juntos como una familia bien compenetrada. Se os ha confiado un gran trabajo, y necesito vuestro servicio íntegro. Como muy bien se ha dicho: ‘Nadie puede servir a dos señores’. No podéis adorar sinceramente a Dios y a la vez servir de todo corazón al dinero. Ahora que os habéis enrolado sin reservas en el trabajo del reino, no os inquietéis por vuestra vida ni mucho menos por lo que comeréis o beberéis ni por la ropa que cubrirá vuestro cuerpo. Ya habéis aprendido que unas manos dispuestas y un corazón diligente no pasan hambre. Y cuando os preparáis a consagrar todas vuestras energías al trabajo del reino, estad seguros de que el Padre no se olvidará de vuestras necesidades. Buscad primero el reino de Dios, y cuando hayáis encontrado la entrada, todas las cosas necesarias se os darán por añadidura. Así que no os afanéis por el día de mañana. Bástele a cada día su propio afán».
140:6.14 (1578.1) Cuando Jesús vio que estaban dispuestos a seguir levantados toda la noche haciendo preguntas, les dijo: «Hermanos, sois vasijas de barro; es mejor para vosotros que vayáis a descansar y reponer fuerzas para vuestro trabajo de mañana». Pero el sueño había huido de sus ojos. Pedro se atrevió a pedir a su Maestro «una pequeña conversación privada. No es que quiera yo ocultar secretos a mis hermanos, pero mi espíritu está atribulado, y si acaso mereciera una reprimenda de mi Maestro, lo podría sobrellevar mejor a solas contigo». Jesús le dijo: «Ven conmigo, Pedro» y se encaminó hacia la casa por delante de él. Al ver volver a Pedro lleno de ánimo y mucho más alegre tras su encuentro con su Maestro, Santiago decidió ir a hablar con Jesús. Y así sucesivamente los demás apóstoles fueron a hablar de uno en uno con el Maestro hasta primeras horas de la mañana. Todos tuvieron su conversación personal con él salvo los gemelos, que se habían quedado dormidos, así que Andrés entró a ver a Jesús y le preguntó: «Maestro, los gemelos se han quedado dormidos en el jardín junto a la lumbre ¿debo despertarlos para ver si quieren también hablar contigo?». Jesús le contestó sonriendo: «Hacen bien, no los molestes». Ya había pasado la noche y despuntaba la luz de un nuevo día.
140:7.1 (1578.2) Después de dormir unas horas se reunieron a desayunar y Jesús les dijo: «Ahora empezaréis vuestro trabajo de predicar la buena nueva e instruir a los creyentes. Preparaos para ir a Jerusalén». Al oír esto Tomás se armó de valor para decir: «Ya sé, Maestro, que deberíamos estar preparados para emprender el trabajo, pero temo que aún no seamos capaces de cumplir esta gran misión. ¿Nos permitirías quedarnos unos días más por aquí cerca antes de empezar el trabajo del reino?». Al ver que todos sus apóstoles estaban igual de atemorizados, Jesús accedió: «Se hará como pedís; nos quedaremos aquí hasta después del sabbat».
140:7.2 (1578.3) Desde hacía muchas semanas pequeños grupos de buscadores sinceros de la verdad, y también espectadores curiosos, habían acudido a Betsaida para ver a Jesús. Su reputación se había extendido ya por toda la zona, y venían a conocerlo desde ciudades tan lejanas como Tiro, Sidón, Damasco, Cesarea y Jerusalén. Hasta entonces el Maestro había recibido a esta gente y los había instruido sobre el reino, pero ahora encomendó esta tarea a los doce. Andrés seleccionaba a uno de los apóstoles y le encargaba un grupo de visitantes. A veces los doce estaban ocupados en esto todos a la vez.
140:7.3 (1578.4) Durante dos días se dedicaron a enseñar de día y mantener conversaciones privadas hasta altas horas de la noche. Al tercer día Jesús se fue a ver a Zebedeo y Salomé después de despedir a sus apóstoles diciéndoles: «Id a pescar, a distraeros o a visitar a vuestras familias». Volvieron el jueves para seguir enseñando durante tres días más.
140:7.4 (1578.5) Durante esta semana de ensayo Jesús repitió muchas veces a sus apóstoles los dos grandes motivos de su misión en la tierra tras su bautismo:
140:7.5 (1578.6) 1. Revelar al Padre a los hombres.
140:7.6 (1578.7) 2. Llevar a los hombres a ser conscientes de su filiación, a darse cuenta por la fe de que son los hijos del Altísimo.
140:7.7 (1579.1) Las diversas experiencias de esa semana hicieron mucho bien a los doce; algunos llegaron incluso a sentirse demasiado seguros de sí mismos. En la última conversación de la noche después del sabbat, Pedro y Santiago se acercaron a Jesús y le dijeron: «Ya estamos preparados, vayamos a la conquista del reino». A lo cual Jesús respondió: «Que vuestra sabiduría iguale a vuestro entusiasmo y vuestro valor compense vuestra ignorancia».
140:7.8 (1579.2) Aunque los apóstoles no comprendían muchas de sus enseñanzas, captaban perfectamente la relevancia de la maravillosa vida que vivió con ellos.
140:8.1 (1579.3) Al ver que sus apóstoles no asimilaban satisfactoriamente sus enseñanzas, Jesús decidió instruir de forma especial a Pedro, Santiago y Juan, con la esperanza de que ellos fueran capaces de aclarar las ideas de sus compañeros. Aunque los doce captaban algunos rasgos del concepto de reino espiritual, se obstinaban en vincular directamente estas nuevas enseñanzas espirituales a sus viejos y arraigados conceptos literales de un reino de los cielos consistente en la restauración del trono de David y el restablecimiento de Israel como potencia temporal en la tierra. En vista de esto, el jueves por la tarde Jesús se alejó de la costa en una barca llevando consigo a Pedro, Santiago y Juan para hablar de los asuntos del reino. Fue una conversación instructiva de cuatro horas compuesta por decenas de preguntas y respuestas y que se puede incluir muy provechosamente en este relato. Para ello reorganizaremos el resumen de esa tarde trascendental tal como se lo presentó Simón Pedro a su hermano Andrés a la mañana siguiente.
140:8.2 (1579.4) 1. Hacer la voluntad del Padre. La enseñanza de Jesús de confiar en los cuidados del Padre celestial no era un fatalismo ciego y pasivo. Aquella tarde citó como ejemplo el viejo refrán hebreo que decía: «El que no trabaje, que no coma». Ilustró sus enseñanzas con su propia experiencia. Sus preceptos sobre confiar en el Padre no deben juzgarse por las condiciones sociales o económicas de los tiempos modernos ni de cualquier otra época. Su instrucción abarca los principios ideales de una vida cercana a Dios en todas las épocas y en todos los mundos.
140:8.3 (1579.5) Jesús les explicó bien a los tres la diferencia entre las exigencias de ser apóstol y las de ser discípulo. E incluso entonces no prohibió a los doce el ejercicio de la prudencia y la previsión. Él no predicaba contra la previsión, sino contra la ansiedad y la preocupación. Enseñaba la sumisión activa y alerta a la voluntad de Dios. En respuesta a muchas de sus preguntas sobre el ahorro y la frugalidad, se limitó a recordarles su propia vida de carpintero, fabricante de embarcaciones y pescador, y su cuidadosa organización de los doce. Trató de hacerles comprender que el mundo no debe ser considerado como un enemigo; que las circunstancias de la vida constituyen una aportación divina que actúa junto con los hijos de Dios.
140:8.4 (1579.6) Jesús tuvo muchas dificultades para hacerles comprender su práctica personal de no resistencia. Se negaba absolutamente a defenderse, y los apóstoles pensaban que le hubiera gustado que ellos siguieran la misma política. Les enseñó a no resistirse al mal, a no combatir la injusticia ni la agresión, pero no les enseñó a tolerar pasivamente la maldad. Aquella tarde dejó muy claro que aprobaba el castigo social a criminales y malhechores, y que el gobierno civil debe emplear a veces la fuerza para mantener el orden social y aplicar la justicia.
140:8.5 (1579.7) Jesús no dejó nunca de advertir a sus discípulos contra la mala práctica de la represalia; no toleraba la idea de venganza, de ajustar cuentas. Deploraba que se guardara rencor. Rechazaba la idea del ojo por ojo y diente por diente. Reprobaba todo el concepto de venganza privada y personal, y remitía estas cuestiones al gobierno civil por un lado y al juicio de Dios por el otro. Dejó muy claro a los tres que sus enseñanzas se referían al individuo, no al Estado. Así resumió las instrucciones que les había dado hasta ese momento sobre esta cuestión:
140:8.6 (1580.1) Amad a vuestros enemigos. Recordad las exigencias morales de la hermandad humana.
140:8.7 (1580.2) La futilidad del mal: un agravio no se repara con una venganza. No cometáis el error de combatir el mal con sus propias armas.
140:8.8 (1580.3) Tened fe. Confiad en el triunfo final de la justicia divina y la bondad eterna.
140:8.9 (1580.4) 2. Actitud política. Advirtió a sus apóstoles que fueran discretos en sus comentarios sobre las tensas relaciones que existían entonces entre el pueblo judío y el gobierno romano; les prohibió implicarse de ninguna manera en estas dificultades. Se cuidó siempre de evitar las trampas políticas de sus enemigos y respondía invariablemente: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Se negaba a desviar la atención de su misión de establecer un nuevo camino de salvación y no se permitía a sí mismo preocuparse por ninguna otra cosa. En su vida personal observaba cumplidamente todas las leyes y regulaciones civiles; en sus enseñanzas públicas dejaba de lado las cuestiones cívicas, sociales y económicas. A sus tres apóstoles les dijo que a él solo le importaban los principios de la vida espiritual interior y personal del hombre.
140:8.10 (1580.5) Jesús no era, por lo tanto, un reformador político. No vino a reorganizar el mundo, y aunque lo hubiera hecho, solo habría sido aplicable a aquella época y generación. Sin embargo mostró al hombre la mejor manera de vivir, y ninguna generación está exenta de la tarea de encontrar la mejor manera de adaptar la vida de Jesús a sus propios problemas. Pero no cometáis nunca el error de identificar las enseñanzas de Jesús con ninguna teoría política o económica, con ningún sistema social o industrial.
140:8.11 (1580.6) 3. Actitud social. Los rabinos judíos habían debatido durante mucho tiempo la cuestión: ¿Quién es mi prójimo? Jesús presentó la idea de una amabilidad activa y espontánea, de un amor tan auténtico a los semejantes que ampliaba el concepto de prójimo hasta incluir al mundo entero y convertir así en prójimos a todos los hombres. Pero a pesar de ello Jesús se interesaba solo por el individuo, no por la masa. Jesús no fue un sociólogo aunque sí se esforzó por destruir todas las formas de aislamiento egoísta. Enseñaba la simpatía pura, la compasión. Miguel de Nebadon es un Hijo dominado por la misericordia. La compasión es la esencia de su naturaleza.
140:8.12 (1580.7) El Maestro nunca dijo que los hombres no debían organizar banquetes para sus amigos, en cambio sí dijo que sus seguidores debían organizar festines para los pobres y los desafortunados. Jesús tenía un sólido sentido de la justicia, pero atemperada siempre por la misericordia. No enseñó a sus apóstoles a dejarse dominar por los parásitos sociales o los mendigos profesionales. Lo más cercano a un comentario sociológico que hizo Jesús fue: «No juzguéis, y no seréis juzgados».
140:8.13 (1580.8) Jesús dejó claro que se puede culpar de muchos males sociales a la beneficencia indiscriminada. Al día siguiente ordenó expresamente a Judas que no se diera ninguna limosna de los fondos apostólicos a no ser que se lo pidiera él o dos de los apóstoles conjuntamente. En todas estas cuestiones solía decir siempre: «Sed prudentes como serpientes e inocentes como palomas». En todas las situaciones sociales parecía tener un solo propósito: enseñar paciencia, tolerancia y perdón.
140:8.14 (1581.1) La familia ocupaba el centro mismo de la filosofía de vida de Jesús ahora y siempre. Basó sus enseñanzas sobre Dios en la familia, al tiempo que intentaba corregir la tendencia de los judíos a honrar excesivamente a los antepasados. Exaltó la vida familiar como el deber humano más alto, pero dejó muy claro que las relaciones familiares no deben interferir con las obligaciones religiosas. Llamó la atención sobre el hecho de que la familia es una institución temporal que no sobrevive a la muerte. Jesús no dudó en renunciar a su familia cuando esta familia fue en contra de la voluntad del Padre. Enseñó la hermandad nueva y más amplia de los hombres: los hijos de Dios. En tiempos de Jesús las prácticas sobre el divorcio eran laxas en Palestina y en todo el Imperio romano. Él se negó repetidas veces a pronunciarse sobre el matrimonio y el divorcio, pero muchos de los primeros seguidores de Jesús tenían opiniones definidas sobre el divorcio y no dudaron en atribuírselas. Todos los escritores del Nuevo Testamento se adhirieron a estas ideas más estrictas y avanzadas sobre el divorcio excepto Juan Marcos.
140:8.15 (1581.2) 4. Actitud económica. Jesús trabajó, vivió y comerció en el mundo tal como lo encontró. No era un reformador económico, aunque llamó muchas veces la atención sobre la injusticia de la distribución desigual de la riqueza. Sin embargo no ofreció ninguna sugerencia para remediarla. Dejó claro a los tres que, aunque sus apóstoles no debían poseer bienes, no predicaba contra la riqueza ni la propiedad, sino simplemente contra su distribución injusta y desigual. Reconocía la necesidad de justicia social y equidad industrial, pero no propuso reglas para llegar a ellas.
140:8.16 (1581.3) No enseñó nunca a sus seguidores a renunciar a las posesiones terrenales, solo a sus doce apóstoles. Lucas, el médico, creía firmemente en la igualdad social y contribuyó mucho a que se interpretaran las palabras de Jesús según sus propias convicciones. Jesús no indicó nunca personalmente a sus seguidores que adoptaran una forma de vida comunal; no se pronunció de ninguna manera sobre estas cuestiones.
140:8.17 (1581.4) Jesús advirtió con frecuencia a sus oyentes contra la codicia, y declaró que «la felicidad de un hombre no consiste en la abundancia de sus posesiones materiales». Repetía una y otra vez: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?». No lanzó ningún ataque directo contra la posesión de bienes, pero sí insistió en que es eternamente esencial dar la prioridad a los valores espirituales. En sus enseñanzas posteriores intentó corregir muchas opiniones urantianas erróneas sobre la vida mediante las numerosas parábolas que contó durante su ministerio público. Jesús nunca tuvo la intención de formular teorías económicas; sabía bien que cada época debe desarrollar sus propios remedios para los problemas existentes. Si Jesús viviera hoy en día su vida encarnada en la tierra, sería una gran decepción para la mayoría de los hombres y mujeres buenos por la sencilla razón de que no tomaría partido en las disputas políticas, sociales o económicas. Se mantendría sublimemente al margen enseñándoos a perfeccionar vuestra vida espiritual interior de forma que os volvierais mucho más competentes para resolver vuestros problemas puramente humanos.
140:8.18 (1581.5) Jesús haría a todos los hombres semejantes a Dios, y luego se apartaría para observar compasivamente a estos hijos de Dios dedicados a resolver sus propios problemas políticos, sociales y económicos. No era la riqueza lo que denunciaba Jesús, sino lo que la riqueza hace a la mayoría de sus adictos. Ese jueves por la tarde Jesús dijo por primera vez a sus seguidores que «es más bienaventurado dar que recibir».
140:8.19 (1581.6) 5. Religión personal. Para vosotros, igual que para sus apóstoles, la mejor manera de comprender las enseñanzas de Jesús es contemplar su vida. Vivió en Urantia una vida perfeccionada, y sus enseñanzas únicas solo se pueden comprender cuando se visualiza esa vida en su contexto inmediato. Es su vida, y no sus lecciones a los doce ni sus sermones a las multitudes, lo que ayudará sobre todo a revelar el carácter divino y la personalidad amorosa del Padre.
140:8.20 (1582.1) Jesús no impugnó las enseñanzas de los profetas hebreos ni de los moralistas griegos. El Maestro reconocía las muchas cosas buenas que preconizaban estos grandes pensadores, pero había bajado a la tierra a enseñar algo más: «la conformidad voluntaria de la voluntad del hombre a la voluntad de Dios». Jesús no quería limitarse a promover un hombre religioso, un mortal entregado por completo a sentimientos religiosos y movido únicamente por impulsos espirituales. Con que hubierais podido ver una sola vez a Jesús, habríais sabido que era un hombre real de gran experiencia en las cosas de este mundo. Las enseñanzas de Jesús a este respecto han sido burdamente distorsionadas y muy tergiversadas a lo largo de todos los siglos de la era cristiana. También habéis tenido ideas distorsionadas sobre la mansedumbre y la humildad del Maestro. Lo que se proponía en su vida parece haber sido un magnífico respeto de sí mismo. Aconsejaba a los hombres que se humillaran solo para que pudieran ser verdaderamente enaltecidos; su objetivo real era la humildad verdadera ante Dios. Atribuía un gran valor a la sinceridad, a un corazón puro. La fidelidad era una virtud cardinal en su apreciación del carácter, mientras que el valor era el corazón mismo de sus enseñanzas. «No temáis» era su consigna, y aguantar con paciencia era su ideal de la fortaleza de carácter. Las enseñanzas de Jesús constituyen una religión de valor, coraje y heroísmo. Y precisamente por esto eligió como sus representantes personales a doce hombres corrientes, en su mayoría pescadores rudos y viriles.
140:8.21 (1582.2) Jesús tenía poco que decir sobre los vicios sociales de su tiempo y mencionó rara vez la delincuencia moral. Era un maestro positivo de la virtud verdadera. Evitó cuidadosamente el método negativo de impartir instrucción; se negó a dar publicidad al mal. Ni siquiera fue un reformador moral. Sabía bien, y así se lo enseñó a sus apóstoles, que los impulsos sensuales de la humanidad no se sofocan ni con reprimendas religiosas ni con prohibiciones legales. Sus pocas denuncias se dirigieron principalmente contra el orgullo, la crueldad, la opresión y la hipocresía.
140:8.22 (1582.3) Jesús ni siquiera denunció con vehemencia a los fariseos como había hecho Juan. Sabía que muchos de los escribas y fariseos eran honrados de corazón y comprendía que eran esclavos de las tradiciones religiosas. Jesús puso gran énfasis en «sanar primero el árbol». Insistió mucho en explicar a los tres que él valoraba la vida en su totalidad, no solo ciertas virtudes especiales.
140:8.23 (1582.4) Lo único que aprendió Juan de la enseñanza de ese día fue que el núcleo de la religión de Jesús consistía en adquirir un carácter compasivo unido a una personalidad motivada por el deseo de hacer la voluntad del Padre del cielo.
140:8.24 (1582.5) Pedro captó la idea de que el evangelio que estaban a punto de proclamar era realmente un nuevo comienzo para toda la raza humana. Más adelante transmitiría esta impresión a Pablo, que se basó en ella para formular su doctrina de Cristo como «el segundo Adán».
140:8.25 (1582.6) Santiago captó la apasionante verdad de que Jesús quería que sus hijos de la tierra vivieran como si fueran ya ciudadanos del reino celestial consumado.
140:8.26 (1582.7) Jesús sabía que los hombres eran diferentes y así se lo enseñó a sus apóstoles. Los exhortaba constantemente a que se abstuvieran de moldear a los discípulos y a los creyentes conforme a algún patrón establecido. Quería dejar que cada alma se desarrollara a su manera como un individuo separado que se va perfeccionando ante Dios. En respuesta a una de las muchas preguntas de Pedro, el Maestro dijo: «Quiero liberar a los hombres para que puedan empezar de nuevo como niños pequeños una vida nueva y mejor». Jesús insistía siempre en que la verdadera bondad debe ser inconsciente, en que al hacer caridad la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha.
140:8.27 (1583.1) Aquella tarde los tres apóstoles se quedaron impactados cuando se dieron cuenta de que en la religión de su Maestro no estaba previsto ningún examen espiritual de uno mismo. Todas las religiones de antes y después de Jesús, incluido el cristianismo, han previsto cuidadosamente un autoexamen detallado. Pero no así la religión de Jesús de Nazaret. La filosofía de vida de Jesús carece de introspección religiosa. El hijo del carpintero no enseñó nunca formación del carácter sino crecimiento del carácter, y declaró que el reino de los cielos es como un grano de mostaza. Sin embargo Jesús no dijo nada en contra del análisis propio como medio de prevenir el vano egotismo.
140:8.28 (1583.2) El derecho a entrar en el reino está condicionado por la fe, por la creencia personal. El coste de mantenerse en el ascenso progresivo del reino es una perla de gran valor; el hombre vende todo lo que tiene para poseerla.
140:8.29 (1583.3) La enseñanza de Jesús es una religión para todos, no solo para los débiles y los esclavos. Su religión no cristalizó nunca (durante su tiempo) en credos y leyes teológicas; no dejó tras de sí ni una sola línea escrita. Su vida y sus enseñanzas fueron legadas al universo como una herencia inspiradora e idealista, como guía espiritual e instrucción moral para todas las edades y todos los mundos. Y aún hoy, las enseñanzas de Jesús se mantienen al margen de todas las religiones como tales, aunque son la esperanza viva de cada una de ellas.
140:8.30 (1583.4) Jesús no enseñó a sus apóstoles que la religión es la única ocupación terrenal del hombre —esa era la idea que tenían los judíos del servicio a Dios— pero sí insistió en que la religión fuera la ocupación exclusiva de los doce. Jesús no enseñó nada que disuadiera a sus creyentes de buscar la auténtica cultura, solo restó valor a las escuelas religiosas de Jerusalén atadas a la tradición. Era liberal, generoso, culto y tolerante. La piedad afectada no tenía lugar en su filosofía del recto vivir.
140:8.31 (1583.5) El Maestro no ofreció soluciones a los problemas no religiosos de su época ni de épocas posteriores. Jesús deseaba desarrollar una visión interior espiritual acerca de las realidades eternas, y estimular la iniciativa en la originalidad del vivir. Se interesaba exclusivamente en las necesidades espirituales permanentes y subyacentes de la raza humana. Reveló una bondad igual a Dios. Exaltó el amor —la verdad, la belleza y la bondad— como ideal divino y realidad eterna.
140:8.32 (1583.6) El Maestro vino a crear en el hombre un espíritu nuevo, una voluntad nueva —a impartir una capacidad nueva de conocer la verdad, de experimentar la compasión y de elegir la bondad— la voluntad de estar en armonía con la voluntad de Dios unida al impulso eterno de volverse perfecto como el Padre del cielo es perfecto.
140:9.1 (1583.7) Jesús dedicó el sabbat siguiente a sus apóstoles. Volvieron a las tierras altas donde los había ordenado y allí, después de un largo, hermoso y emotivo mensaje personal de aliento procedió a consagrar solemnemente a los doce. Aquel sabbat por la tarde en la ladera del monte, Jesús reunió a los apóstoles en torno a él y los puso en manos de su Padre celestial como preparación para el día en que se viera obligado a dejarlos solos en el mundo. No hubo ninguna enseñanza nueva en esta ocasión, solo conversación y comunión.
140:9.2 (1584.1) Jesús repasó muchos aspectos del sermón de ordenación que había pronunciado en ese mismo lugar y luego los fue llamando ante él uno por uno para encargarles que salieran al mundo como sus representantes. El encargo de consagración del Maestro fue: «Id por todo el mundo y predicad la buena nueva del reino. Liberad a los cautivos espirituales, confortad a los oprimidos y atended a los afligidos. Habéis recibido sin reservas, dad sin reservas».
140:9.3 (1584.2) Jesús les aconsejó que no llevaran ni dinero ni ropa de reserva diciendo: «El obrero merece su salario». Para terminar les dijo: «He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes e inocentes como palomas. Pero cuidaos, pues vuestros enemigos os llevarán ante sus consejos y os censurarán en sus sinagogas. Seréis llevados ante los gobernantes y los potentados porque creéis en este evangelio, y vuestro testimonio me atestiguará ante ellos. Y cuando os conduzcan a juicio, no os preocupéis por lo que diréis, pues el espíritu de mi Padre mora en vuestro interior y en tales momentos hablará a través de vosotros. A algunos os darán muerte, y antes de que establezcáis el reino en la tierra, seréis odiados por muchos pueblos a causa de este evangelio; pero no temáis, yo estaré con vosotros y mi espíritu os precederá por todo el mundo. Y la presencia de mi Padre estará con vosotros cuando os dirijáis primero a los judíos y luego a los gentiles».
140:9.4 (1584.3) Cuando bajaron de la montaña volvieron a su morada en la casa de Zebedeo.
140:10.1 (1584.4) Aquella noche Jesús prosiguió su instrucción dentro de la casa porque había empezado a llover, y habló largamente a los doce intentando mostrarles lo que debían ser, no lo que debían hacer. Ellos solo conocían una religión que imponía hacer ciertas cosas como medio para lograr la rectitud, es decir, la salvación. Pero Jesús les insistía: «En el reino, debéis ser rectos para hacer el trabajo». Les repitió muchas veces: «Sed por lo tanto perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto». El Maestro se esforzó todo el tiempo por explicar a sus desconcertados apóstoles que la salvación que había venido a traer al mundo solo se podía obtener creyendo con fe sencilla y sincera. Les dijo: «Juan predicó un bautismo de arrepentimiento, de pesar por la vieja manera de vivir. Vosotros habéis de proclamar el bautismo de la comunión con Dios. Predicad el arrepentimiento a los que lo necesiten, pero a los que buscan ya entrar sinceramente en el reino, abridles las puertas de par en par e invitadlos a la jubilosa comunión de los hijos de Dios». Pero no era tarea fácil convencer a esos pescadores galileos de que en el reino primero hay que ser recto por la fe y después obrar con rectitud en la vida diaria de los mortales de la tierra.
140:10.2 (1584.5) Otro gran obstáculo en este trabajo de enseñar a los doce era su tendencia a tomar los principios altamente idealistas y espirituales de la verdad religiosa y transformarlos en reglas concretas de conducta personal. Jesús les presentaba el hermoso espíritu de la actitud del alma, pero ellos insistían en traducir estas enseñanzas en reglas de comportamiento personal. Muchas veces, cuando se aseguraban de recordar lo que el Maestro había dicho se olvidaban casi siempre de lo que no había dicho. Pero poco a poco fueron asimilando sus enseñanzas porque Jesús era todo lo que enseñaba. Lo que no pudieron obtener de su instrucción verbal lo adquirieron gradualmente viviendo con él.
140:10.3 (1585.1) Lo que no alcanzaban a percibir los apóstoles era que su Maestro estaba dedicado a vivir una vida de inspiración espiritual para todas las personas de todas las épocas de todos los mundos de un extenso universo. A pesar de que Jesús se lo decía de vez en cuando, los apóstoles no captaron la idea de que estaba haciendo un trabajo en este mundo pero para todos los demás mundos de su vasta creación. Jesús vivió su vida terrestre en Urantia, no para dar un ejemplo personal del vivir mortal a los hombres y mujeres de este mundo, sino para crear un ideal altamente espiritual e inspirador para todos los seres mortales de todos los mundos.
140:10.4 (1585.2) Esa misma noche Tomás preguntó a Jesús: «Maestro, dices que debemos hacernos como niños pequeños antes de poder entrar en el reino del Padre, y sin embargo nos has advertido que no nos dejemos engañar por falsos profetas y que no arrojemos nuestras perlas a los cerdos. Francamente, no lo entiendo; no logro captar tu enseñanza». Jesús respondió a Tomás: «¡Cuánta paciencia voy a necesitar con vosotros! Insistís siempre en entender literalmente todo lo que enseño. Cuando os pedí que os volvierais como niños como precio de entrada en el reino, no me refería a dejarse engañar, creérselo todo ni confiar ingenuamente en la amabilidad de los desconocidos. Lo que intentaba explicaros con este ejemplo era la relación padre-hijo. Tú eres el hijo y buscas entrar en el reino de tu padre. Entre todo niño normal y su padre existe un afecto natural que asegura una relación comprensiva y amorosa, y que excluye para siempre cualquier tendencia a regatear para obtener el amor y la misericordia del Padre. El evangelio que vais a salir a predicar ofrece una salvación que surge de la comprensión por la fe de esta misma y eterna relación padre-hijo».
140:10.5 (1585.3) La característica principal de la enseñanza de Jesús era que la moralidad de su filosofía se originaba en la relación personal del individuo con Dios, en esta misma relación padre-hijo. Jesús ponía el énfasis en el individuo, y no en la raza ni en la nación. Jesús explicó a Mateo mientras cenaban que la moralidad de cualquier acto está determinada por la motivación del individuo. La moralidad de Jesús era siempre positiva. La regla de oro tal como la reformuló Jesús exige un contacto social activo; la antigua regla negativa podía ser cumplida en solitario. Jesús despojó a la moralidad de todas las reglas y ceremonias; la elevó a los niveles majestuosos del pensamiento espiritual y del vivir verdaderamente recto.
140:10.6 (1585.4) Esta nueva religión de Jesús no estaba desprovista de implicaciones prácticas, pero todo lo que se puede encontrar en su enseñanza de valor práctico en el aspecto político, social o económico es consecuencia natural de esta experiencia interior del alma que manifiesta los frutos del espíritu en el ministerio diario espontáneo de una auténtica experiencia religiosa personal.
140:10.7 (1585.5) Cuando Jesús y Mateo terminaron de hablar, Simón Zelotes preguntó: «Pero, Maestro, ¿son todos los hombres hijos de Dios?». Y Jesús contestó: «Sí, Simón, todos los hombres son hijos de Dios, y esa es la buena nueva que vais a proclamar». Sin embargo los apóstoles no lograban captar esta doctrina; era una declaración nueva, extraña y sorprendente. Y precisamente por su deseo de inculcarles esta verdad, Jesús enseñó a sus seguidores a tratar a todos los hombres como hermanos.
140:10.8 (1585.6) En respuesta a una pregunta de Andrés, el Maestro dijo claramente que la moralidad que enseñaba era inseparable de la religión que vivía. Enseñaba moralidad, no a partir de la naturaleza del hombre, sino a partir de la relación del hombre con Dios.
140:10.9 (1585.7) Juan preguntó a Jesús: «Maestro, ¿qué es el reino de los cielos?». Y Jesús contestó: «El reino de los cielos consiste en estos tres factores esenciales: primero, el reconocimiento del hecho de la soberanía de Dios; segundo, la creencia en la verdad de la filiación con Dios; y tercero, la fe en la efectividad del deseo humano supremo de hacer la voluntad de Dios, de ser como Dios. Y he aquí la buena nueva del evangelio: que por la fe todo mortal puede poseer estos factores esenciales de salvación».
140:10.10 (1586.1) Así terminó la semana de espera, y se prepararon para salir al día siguiente hacia Jerusalén.
El libro de Urantia
Documento 141
141:0.1 (1587.1) EL PRIMER día de la semana, el 19 de enero del año 27 d. C., Jesús y los doce apóstoles se prepararon para salir de su sede de Betsaida. Los doce no sabían nada sobre los planes de su Maestro, excepto que irían a Jerusalén para asistir a la fiesta de la Pascua en abril y que se proponía seguir la ruta del valle del Jordán. No salieron de casa de Zebedeo hasta cerca del mediodía porque las familias de los apóstoles y algunos discípulos habían ido a decirles adiós y desearles buena suerte en la empresa que estaban a punto de acometer.
141:0.2 (1587.2) Cuando llegó la hora de salir, los apóstoles echaron de menos al Maestro. Andrés fue a buscarlo y no tardó en encontrar a Jesús sentado en una barca en la playa; estaba llorando. Los doce habían visto muchas veces a su Maestro con aire entristecido y habían sido testigos de sus breves temporadas de seria preocupación mental, pero ninguno de ellos lo había visto llorar nunca. Andrés se sobresaltó un poco al ver al Maestro tan afectado justo antes del viaje a Jerusalén y se aventuró a acercarse para preguntarle: «En este gran día de nuestra marcha a Jerusalén para proclamar el reino del Padre, ¿por qué lloras, Maestro? ¿Quién de nosotros te ha ofendido?». Al volver con él para unirse a los doce, Jesús le contestó: «Ninguno de vosotros me ha causado pena. Solo estoy triste porque nadie de la familia de mi padre José se ha acordado de venir a desearnos buena suerte». En ese momento Rut estaba en Nazaret de visita en casa de su hermano José. Los demás miembros de su familia se mantenían alejados por orgullo, decepción, incomprensiones y pequeños recelos nacidos de sus sentimientos heridos.
141:1.1 (1587.3) Cafarnaúm no estaba lejos de Tiberiades, y la fama de Jesús había empezado a extenderse por toda Galilea e incluso más allá. Jesús sabía que su ministerio público atraería pronto la atención de Herodes, así que le pareció más prudente dirigirse hacia el sur para entrar con sus apóstoles en Judea. Un grupo de más de cien creyentes deseaba ir con ellos, pero Jesús les rogó que no acompañaran al grupo apostólico en su viaje por el valle del Jordán. Aunque consintieron en quedarse atrás, muchos de ellos siguieron al Maestro pocos días después.
141:1.2 (1587.4) El primer día Jesús y los apóstoles viajaron solo hasta Tariquea, donde descansaron durante la noche. Al día siguiente se desplazaron hasta el punto del Jordán cercano a Pella donde Juan había predicado alrededor de un año antes y donde Jesús había recibido el bautismo. Pasaron allí más de dos semanas enseñando y predicando. Al final de la primera semana se habían reunido ya varios cientos de personas en un campamento próximo al lugar donde habitaban Jesús y los doce; habían venido de Galilea, Fenicia, Siria, la Decápolis, Perea y Judea.
141:1.3 (1588.1) Jesús no predicó en público. Andrés dividía a la multitud y asignaba predicadores para las asambleas de la mañana y de la tarde. Jesús hablaba con los doce después de la cena. No les enseñaba nada nuevo sino que repasaba su enseñanza anterior y contestaba a sus muchas preguntas. Una de esas noches contó a los doce algo sobre los cuarenta días que había pasado en las colinas cercanas a ese lugar.
141:1.4 (1588.2) Muchos de los que venían de Perea y de Judea habían sido bautizados por Juan y estaban interesados en saber más sobre las enseñanzas de Jesús. Los apóstoles hicieron muchos progresos enseñando a los discípulos de Juan, dado que no desmerecían en nada la predicación de Juan y además en aquella época ni siquiera bautizaban a sus nuevos discípulos. Pero fue siempre un escollo para los seguidores de Juan que Jesús, si era todo lo que Juan había anunciado, no hubiera hecho nada por sacarlo de la cárcel. Los discípulos de Juan no pudieron nunca comprender por qué Jesús no impidió la cruel muerte de su amado líder.
141:1.5 (1588.3) Noche tras noche, Andrés instruía cuidadosamente a sus compañeros apóstoles en la difícil y delicada tarea de llevarse bien con los seguidores de Juan el Bautista. Durante este primer año de ministerio público de Jesús, más de los tres cuartos de sus seguidores habían seguido previamente a Juan y habían recibido su bautismo. Todo este año 27 d. C. estuvo dedicado a continuar calladamente la obra de Juan en Perea y en Judea.
141:2.1 (1588.4) La noche antes de marcharse de Pella Jesús dio a los apóstoles alguna instrucción adicional sobre el nuevo reino. El Maestro les dijo: «Se os ha enseñado a esperar la venida del reino de Dios, y yo vengo ahora a anunciar que este reino esperado durante tanto tiempo está cerca, que incluso ya está aquí en medio de nosotros. En todo reino tiene que haber un rey sentado en su trono decretando las leyes de ese dominio. Por eso habéis desarrollado un concepto del reino de los cielos como el gobierno glorificado del pueblo judío sobre todos los pueblos de la tierra, con el Mesías sentado en el trono de David y promulgando, desde ese lugar de poder milagroso, las leyes de todo el mundo. Pero, hijos míos, no veis con los ojos de la fe ni oís con el entendimiento del espíritu. Declaro que el reino de los cielos es comprender y reconocer el gobierno de Dios en el corazón de los hombres. Es verdad que hay un Rey en este reino, y ese Rey es mi Padre y vuestro Padre. Somos en verdad sus súbditos leales, pero mucho más allá de este hecho está la verdad transformadora de que somos sus hijos. Esta verdad se hará manifiesta para todos en mi vida. Nuestro Padre se sienta también en un trono, pero ninguna mano lo ha hecho. El trono del Infinito es la morada eterna del Padre en el cielo de los cielos; él llena todas las cosas y proclama sus leyes a universos y universos. Y el Padre gobierna también en el corazón de sus hijos de la tierra mediante el espíritu que ha enviado a vivir dentro del alma de los hombres mortales.
141:2.2 (1588.5) «Al ser súbditos de este reino, tenéis que oír la ley del Soberano Universal, pero cuando el evangelio del reino que he venido a proclamar os lleva a descubrir mediante la fe que sois hijos, ya no os seguiréis considerando criaturas sujetas a la ley de un rey todopoderoso, sino los hijos privilegiados de un Padre amoroso y divino. En verdad, en verdad os digo que cuando la voluntad del Padre es vuestra ley, no estáis en el reino. Pero cuando la voluntad del Padre se convierte verdaderamente en vuestra voluntad, entonces estáis con toda verdad en el reino, porque el reino se ha convertido así en una experiencia establecida en vosotros. Cuando la voluntad de Dios es vuestra ley, sois nobles súbditos esclavos; pero cuando creéis en este nuevo evangelio de filiación divina, la voluntad de mi Padre se convierte en vuestra voluntad y sois elevados a la alta posición de hijos de Dios libres, de hijos liberados del reino.»
141:2.3 (1589.1) Algunos de los apóstoles captaron parte de esta enseñanza aunque ninguno de ellos comprendió la relevancia plena de esta formidable declaración, excepto tal vez Santiago Zebedeo. Pero estas palabras penetraron en sus corazones y resurgirían durante los años posteriores de servicio para alegrar su ministerio.
141:3.1 (1589.2) El Maestro y sus apóstoles estuvieron casi tres semanas cerca de Amatus. Los apóstoles siguieron predicando a la multitud dos veces al día, y Jesús predicó todos los sabbat por la tarde. Resultó imposible mantener los miércoles como día libre, así que Andrés dispuso que dos apóstoles descansaran un día de los seis de la semana y que todos estuvieran en sus funciones durante las ceremonias del sabbat.
141:3.2 (1589.3) Pedro, Santiago y Juan hicieron la mayor parte de la predicación pública. Felipe, Natanael, Tomás y Simón asumieron casi todo el trabajo personal e impartieron clases para grupos especiales de indagadores. Los gemelos siguieron al frente de la supervisión general de vigilancia, mientras que Andrés, Mateo y Judas se organizaron como comité de gestión general, aunque cada uno de ellos hizo también un considerable trabajo religioso.
141:3.3 (1589.4) Andrés estaba muy ocupado resolviendo los constantes desacuerdos y malentendidos entre los discípulos de Juan y los nuevos discípulos de Jesús. Surgía un conflicto cada pocos días, pero Andrés, ayudado por sus compañeros apostólicos, se las arreglaba para inducir a las partes a adoptar algún tipo de acuerdo, al menos temporal. Jesús se negó a participar en ninguna de estas conversaciones; tampoco quiso dar ningún consejo sobre la mejor manera de abordar estas dificultades. No ofreció ni una sola sugerencia sobre cómo deberían resolver los apóstoles estos inquietantes problemas. Cuando Andrés acudía a Jesús con estas cuestiones recibía siempre la misma respuesta: «No es prudente que el anfitrión intervenga en los problemas familiares de sus invitados; un padre prudente nunca toma partido en las riñas menores de sus propios hijos».
141:3.4 (1589.5) El Maestro mostró una gran sabiduría y una perfecta equidad en todos sus tratos con los apóstoles y con todos sus discípulos. Jesús era realmente un maestro de hombres. Ejercía una gran influencia sobre sus semejantes por la combinación de fuerza y encanto de su personalidad. De su vida dura, nómada y sin hogar emanaba una sutil actitud de mando. Había atractivo intelectual y poder de convocatoria espiritual en la autoridad de su manera de enseñar, en su lógica lúcida, en la fuerza de su razonamiento, en su visión interior sagaz, en su mente despierta, en su aplomo incomparable y en su tolerancia sublime. Era sencillo, varonil, honrado e intrépido. A toda esta influencia física e intelectual patente en la presencia del Maestro, se sumaban todos los encantos espirituales que se han asociado a su personalidad: la paciencia, la ternura, la mansedumbre, la dulzura y la humildad.
141:3.5 (1589.6) Jesús de Nazaret era sin duda una personalidad fuerte y enérgica; era una potencia intelectual y una fortaleza espiritual. Su personalidad no solo atraía, entre sus seguidores, a las mujeres inclinadas a la espiritualidad, sino también al culto e intelectual Nicodemo y al endurecido soldado romano, el capitán que estuvo de guardia en la cruz y dijo después de ver morir al Maestro: «Verdaderamente, era un Hijo de Dios». Y los rudos y vigorosos pescadores galileos lo llamaban Maestro.
141:3.6 (1590.1) Los retratos de Jesús han sido muy desafortunados; esas pinturas del Cristo han ejercido una influencia perjudicial sobre la juventud. Es muy poco probable que los mercaderes del templo hubieran huido ante Jesús si hubiera sido el tipo de hombre que han representado la mayoría de vuestros artistas. Era un hombre lleno de dignidad; era bueno pero natural. Jesús no se hacía pasar por un místico afable, dulce, suave y amable. Su enseñanza era dinámica y apasionante. No solo tenía buenas intenciones, sino que realmente iba de un sitio a otro haciendo el bien.
141:3.7 (1590.2) El Maestro no dijo nunca: «Venid a mí todos los que sois indolentes y soñadores». En cambio dijo muchas veces: «Venid a mí todos los que os esforzáis y yo os daré descanso, fuerza espiritual». El yugo del Maestro es ciertamente ligero, pero aun así, no lo impone nunca; cada persona debe tomar este yugo por su propio libre albedrío.
141:3.8 (1590.3) Jesús puso de manifiesto que la conquista era fruto del sacrificio, de sacrificar el orgullo y el egoísmo. Al mostrar misericordia quería ilustrar la liberación espiritual de todos los agravios y rencillas, de la ira y de los apetitos egoístas de poder y venganza. Y cuando dijo: «No resistáis al mal», explicó después que esto no significaba que se consintiera el pecado ni se transigiera con la iniquidad. Lo que pretendía Jesús era enseñar a perdonar, a «no resistirse a los malos tratos contra nuestra personalidad, a las afrentas malintencionadas contra nuestros sentimientos de dignidad personal».
141:4.1 (1590.4) Durante su estancia en Amatus Jesús pasó mucho tiempo enseñando a los apóstoles el nuevo concepto de Dios. Les inculcó una y otra vez que Dios es un Padre, y no un inmenso y supremo tenedor de libros dedicado básicamente a hacer asientos perjudiciales contra sus hijos errados de la tierra, registros de sus pecados y maldades que utilizará contra ellos cuando se siente posteriormente a juzgarlos como justo Juez de toda la creación. Los judíos concebían desde hacía mucho a Dios como un rey de todo, incluso como un Padre de la nación, pero no había precedente de que un número considerable de hombres mortales concibiera a Dios como Padre amoroso del individuo.
141:4.2 (1590.5) En respuesta a la pregunta de Tomás: «¿Quién es este Dios del reino?», Jesús respondió: «Dios es tu Padre, y la religión —mi evangelio— no es ni más ni menos que el reconocimiento creyente de la verdad de que tú eres su hijo. Y yo estoy aquí entre vosotros en la carne para dejar claras estas dos ideas con mi vida y mis enseñanzas».
141:4.3 (1590.6) Jesús se propuso también liberar la mente de sus apóstoles de la idea de que ofrecer sacrificios de animales era un deber religioso. Pero a unos hombres educados en la religión del sacrificio diario les costaba entender lo que quería decir. En cualquier caso, el Maestro no se cansaba de enseñarles. Cuando no conseguía llegar a la mente de todos los apóstoles con un solo ejemplo, volvía a repetir su mensaje utilizando otro tipo de parábola para intentar iluminarlos.
141:4.4 (1590.7) En esta misma época Jesús empezó a instruir a los doce más a fondo sobre la misión «de confortar a los afligidos y cuidar a los enfermos». El Maestro les enseñó muchas cosas sobre el hombre en su totalidad, es decir, la unión de cuerpo, mente y espíritu que forma el individuo, hombre o mujer. Jesús describió a sus compañeros las tres formas de aflicción que iban a encontrar y luego les explicó cómo debían atender a todos los que sufren los dolores de las enfermedades humanas. Les enseñó a reconocer:
141:4.5 (1591.1) 1. Las dolencias de la carne: las aflicciones generalmente consideradas como enfermedades físicas.
141:4.6 (1591.2) 2. Las mentes atribuladas: las aflicciones no físicas consideradas posteriormente como problemas y alteraciones mentales y emocionales.
141:4.7 (1591.3) 3. La posesión por malos espíritus.
141:4.8 (1591.4) Jesús explicó en varias ocasiones a sus apóstoles la naturaleza de estos malos espíritus y algunas cosas sobre su origen. En aquel tiempo se solían llamar también espíritus impuros. El Maestro conocía bien la diferencia entre la posesión por los malos espíritus y la locura, pero los apóstoles no. Y en vista de los conocimientos tan escasos que tenían sobre la primera historia de Urantia, Jesús no pudo hacerles comprender plenamente esta cuestión. En cambio les repitió muchas veces que estos malos espíritus «no volverán a molestar a los hombres cuando yo haya ascendido a mi Padre del cielo y después de que haya derramado mi espíritu sobre toda la carne, cuando venga el reino con gran poder y gloria espiritual».
141:4.9 (1591.5) Semana tras semana y mes tras mes, a medida que avanzaba el año, los apóstoles fueron dedicando cada vez más atención a la curación de los enfermos.
141:5.1 (1591.6) Una de las conversaciones nocturnas más memorables de la estancia en Amatus fue la que trató sobre la unidad espiritual. Santiago Zebedeo había preguntado: «Maestro, ¿cómo podemos aprender a ver las cosas de la misma manera para que haya así más armonía entre nosotros?». Jesús se agitó en su espíritu ante esta pregunta y respondió: «Santiago, Santiago, ¿cuándo os he enseñado que todos debéis ver las cosas de la misma manera? He venido al mundo a proclamar la libertad espiritual con el fin de que los mortales tengan el poder de vivir vidas individuales libres y originales ante Dios. No deseo que la armonía social y la paz fraternal se compren al precio de sacrificar la libertad personal y la originalidad espiritual. Lo que yo pido para vosotros, mis apóstoles, es la unidad en el espíritu que podéis experimentar en la alegría de dedicaros unidos a hacer de todo corazón la voluntad de mi Padre del cielo. No tenéis que ver las cosas de la misma manera ni sentir de la misma manera, ni siquiera pensar de la misma manera, para ser espiritualmente de la misma manera. La unidad espiritual proviene de la consciencia de que cada uno de vosotros está habitado en su interior y dominado cada vez más por el don de espíritu del Padre celestial. Vuestra armonía apostólica debe surgir del hecho de que la esperanza espiritual de cada uno de vosotros es idéntica en origen, naturaleza y destino.
141:5.2 (1591.7) «Así podréis experimentar una unidad perfeccionada de propósito en el espíritu y de comprensión en el espíritu nacida de la consciencia mutua de la identidad de cada uno de los espíritus paradisiacos que moran en vuestro interior; y todos podréis disfrutar de esta profunda unidad espiritual que es compatible con la máxima diversidad de actitudes individuales en cuanto a pensamiento intelectual, sentimientos temperamentales y conducta social. Podréis tener una rica y estimulante diversidad de personalidades, pero al mismo tiempo vuestras naturalezas espirituales y los frutos en el espíritu de vuestra adoración divina y de vuestro amor fraternal estarán tan unificados que todos los que contemplen vuestras vidas reconocerán con toda certeza esta identidad de espíritu y esta unidad de alma. Reconocerán que habéis estado conmigo y que por ello habéis aprendido a hacer de forma aceptable la voluntad del Padre del cielo. Podéis conseguir la unidad en el servicio a Dios, aunque cada uno de vosotros cumpla este servicio conforme a sus propias dotaciones originales de mente, cuerpo y alma.
141:5.3 (1592.1) «Vuestra unidad en el espíritu implica dos cosas que aparecen siempre armonizadas en la vida individual de cada creyente. En primer lugar, poseéis un motivo común para una vida de servicio; todos deseáis por encima de todo hacer la voluntad del Padre del cielo. En segundo lugar, todos tenéis una meta común en la existencia; todos os proponéis encontrar al Padre del cielo y probar con ello al universo que os habéis hecho como él.»
141:5.4 (1592.2) Jesús volvió muchas veces sobre este tema durante la formación de los doce. Les reiteró que no deseaba ver a sus creyentes dogmatizados ni uniformizados bajo ninguna interpretación religiosa, aunque fueran interpretaciones de hombres buenos. Previno a sus apóstoles una y otra vez contra la formulación de credos y la instauración de tradiciones como medio de guiar y controlar a los creyentes en el evangelio del reino.
141:6.1 (1592.3) Cerca del final de la última semana en Amatus, Simón Zelotes llevó ante Jesús a un tal Teherma, un persa que hacía negocios en Damasco. Cuando oyó hablar de Jesús, Teherma había ido a Cafarnaúm a conocerlo, y al enterarse de que se había ido con sus apóstoles hacia Jerusalén por la ruta del Jordán, salió a buscarlo. Andrés había presentado a Teherma a Simón para que lo instruyera. Simón consideraba al persa como un «adorador del fuego», aunque Teherma puso especial cuidado en explicarle que el fuego solo era el símbolo visible de Aquel que es Puro y Santo. Después de hablar con Jesús, el persa declaró que se quedaría varios días para escuchar sus enseñanzas y oír su predicación.
141:6.2 (1592.4) Cuando Simón Zelotes estuvo a solas con Jesús le preguntó: «¿Maestro, por qué no he podido persuadirlo? ¿Por qué se ha resistido tanto conmigo y a ti te ha escuchado tan de buena gana?». Jesús le dijo: «Simón, Simón, ¿cuántas veces te he aconsejado que no intentes eliminar algo del corazón de los que buscan la salvación? ¿Cuántas veces te he dicho que te esfuerces solo por aportar algo a estas almas hambrientas? Conduce a los hombres al reino, y las grandes verdades vivas del reino eliminarán enseguida todo error grave. Cuando hayas anunciado al hombre mortal la buena nueva de que Dios es su Padre, podrás persuadirlo más fácilmente de que es en realidad un hijo de Dios. Y habiendo hecho eso habrás llevado la luz de la salvación al que está en las tinieblas. Simón, la primera vez que el Hijo del Hombre vino a ti, ¿llegó reprobando a Moisés y a los profetas y proclamando un modo de vida nuevo y mejor? No. No he venido a quitaros lo que recibisteis de vuestros antepasados, sino a mostraros la visión perfeccionada de lo que vuestros padres solo vieron en parte. Ve pues, Simón, a enseñar y a predicar el reino, y cuando tengas a un hombre sano y salvo dentro del reino habrá llegado el momento, si esta persona te lo pide, de impartirle la instrucción relacionada con el avance progresivo del alma dentro del reino divino».
141:6.3 (1592.5) Simón se quedó estupefacto ante las palabras de Jesús, pero siguió sus recomendaciones y Teherma el persa fue contado entre aquellos que entraron en el reino.
141:6.4 (1592.6) Aquella noche Jesús habló a los apóstoles sobre la nueva vida en el reino. Les dijo entre otras cosas: «Cuando entráis en el reino, nacéis de nuevo. No podéis enseñar las cosas profundas del espíritu a los que solo han nacido de la carne; procurad primero que los hombres nazcan del espíritu antes de intentar instruirlos en los caminos avanzados del espíritu. No queráis mostrar a los hombres las bellezas del templo antes de que hayan entrado en el templo. Presentad a los hombres a Dios, y presentadlos como hijos de Dios, antes de disertar sobre las doctrinas de la paternidad de Dios y de la filiación de los hombres. No luchéis con los hombres, sed siempre pacientes. El reino no es vuestro, solo sois embajadores. Salid simplemente a proclamar: He aquí el reino de los cielos. Dios es vuestro Padre y vosotros sois sus hijos, y esta buena nueva es vuestra salvación eterna si creéis en ella de todo corazón».
141:6.5 (1593.1) Los apóstoles hicieron grandes progresos durante la estancia en Amatus, aunque les decepcionó mucho que Jesús no les diera ninguna sugerencia para tratar con los discípulos de Juan. Incluso en la importante cuestión del bautismo, se limitó a decir: «Juan bautizó ciertamente con agua, pero cuando entréis en el reino de los cielos seréis bautizados con el Espíritu».
141:7.1 (1593.2) El 26 de febrero Jesús, sus apóstoles y un numeroso grupo de seguidores siguieron el Jordán hasta llegar al vado cercano a la Betania de Perea, el lugar donde Juan proclamó por primera vez el reino venidero. Jesús se quedó allí con sus apóstoles enseñando y predicando durante cuatro semanas antes de seguir hacia Jerusalén.
141:7.2 (1593.3) La segunda semana de su estancia en Betania allende el Jordán, Jesús se fue a descansar durante tres días con Pedro, Santiago y Juan a las colinas situadas al otro lado del río al sur de Jericó. El Maestro enseñó a estos tres hombres muchas verdades nuevas y avanzadas sobre el reino de los cielos. A efectos de este relato hemos reorganizado y clasificado estas enseñanzas como sigue:
141:7.3 (1593.4) Jesús insistió mucho en que sus discípulos, habiendo probado las buenas realidades espirituales del reino, vivieran de tal manera en el mundo que los hombres, al ver su vida, se hicieran conscientes del reino y se sintieran impulsados a preguntar a los creyentes sobre los caminos del reino. Todos los buscadores sinceros de la verdad se alegran siempre al oír la buena nueva del regalo de la fe que asegura su admisión en el reino con sus eternas y divinas realidades de espíritu.
141:7.4 (1593.5) El Maestro quería inculcar en todos los que habían de enseñar el evangelio del reino que lo único que tenían que hacer era revelar al hombre individual que Dios es su Padre —hacer a este hombre consciente de que es hijo— y luego presentar este mismo hombre a Dios como su hijo por la fe. Estas dos revelaciones esenciales se cumplen en Jesús, que se convirtió realmente en «el camino, la verdad y la vida». La religión de Jesús estaba basada por completo en vivir su otorgamiento en la tierra. Cuando Jesús se marchó de este mundo no dejó ni libros, ni leyes ni ninguna otra forma de organización humana que afectara a la vida religiosa del individuo.
141:7.5 (1593.6) Jesús explicó claramente que había venido a establecer con los hombres unas relaciones personales y eternas que tendrían siempre precedencia sobre todas las demás relaciones humanas, e insistió en que esta íntima camaradería espiritual había de extenderse a todos los hombres de todas las edades y condiciones sociales de todos los pueblos. La única recompensa que ofrecía a sus hijos era alegría espiritual y comunión divina en este mundo, y en el siguiente, vida eterna en el progreso de las divinas realidades de espíritu del Padre del Paraíso.
141:7.6 (1593.7) Jesús puso gran énfasis en lo que él llamaba las dos verdades de capital importancia en las enseñanzas del reino, a saber, el logro de la salvación por la fe y solo por la fe, unido a la revolucionaria enseñanza del logro de la libertad humana mediante el reconocimiento sincero de la verdad. «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Jesús era la verdad manifestada en la carne, y prometió enviar su Espíritu de la Verdad al corazón de todos sus hijos tras su retorno al Padre del cielo.
141:7.7 (1594.1) El Maestro enseñaba a estos apóstoles los elementos esenciales de la verdad para toda una edad de la tierra. Muchas de las enseñanzas que ellos escuchaban estaban destinadas en realidad a inspirar y edificar a otros mundos. Ejemplificó un plan de vida nuevo y original. Desde el punto de vista humano era sin duda un judío, pero vivió su vida como mortal del planeta para el mundo entero.
141:7.8 (1594.2) Para asegurarse de que su Padre fuera reconocido en el desarrollo del plan del reino, Jesús explicó que había ignorado a propósito a los «grandes de la tierra». Empezó su trabajo con los pobres, precisamente la clase que había sido tan desatendida por la mayoría de las religiones evolutivas hasta entonces. No despreciaba a nadie; su plan era a escala mundial, incluso universal. Fue tan audaz y categórico en estas declaraciones que incluso Pedro, Santiago y Juan estuvieron tentados de pensar que había perdido el juicio.
141:7.9 (1594.3) Trató de hacer comprender suavemente a estos apóstoles que había venido en esta misión de otorgamiento, no para dar ejemplo a unas pocas criaturas de la tierra, sino para mostrar y establecer un modelo de vida humana para todos los pueblos de todos los mundos de todo su universo. Este modelo se aproximaba a la perfección más alta, incluso a la bondad suprema del Padre Universal, pero los apóstoles no pudieron captar el significado de sus palabras.
141:7.10 (1594.4) Anunció que había venido a actuar como maestro, un maestro enviado del cielo para presentar la verdad espiritual a la mente material. Y esto es exactamente lo que hizo; fue un maestro, no un predicador. Desde el punto de vista humano Pedro era un predicador mucho más eficaz que Jesús. El éxito de la predicación de Jesús se debía a la personalidad única del Maestro más que a una oratoria irresistible o un impacto emocional. Jesús hablaba directamente al alma de los hombres. Enseñaba al espíritu del hombre, pero a través de la mente. Vivía con los hombres.
141:7.11 (1594.5) Fue en esta ocasión cuando Jesús dio a entender a Pedro, Santiago y Juan que su trabajo en la tierra estaba limitado en algunos aspectos por el encargo que le había hecho su «compañero de arriba», refiriéndose a las instrucciones de su hermano paradisiaco Emmanuel antes del otorgamiento. Les dijo que había venido a hacer la voluntad de su Padre y solo la voluntad de su Padre. Al estar tan plenamente motivado por un único propósito, el mal del mundo no podía producirle ni angustia ni preocupación.
141:7.12 (1594.6) Los apóstoles estaban empezando a reconocer la amabilidad sin afectación de Jesús. Aunque era fácil acercarse al Maestro, él vivía siempre con independencia de todos los seres humanos y por encima de ellos. No estuvo dominado ni un momento por ninguna influencia puramente humana ni sujeto al frágil juicio humano. No prestaba ninguna atención a la opinión pública y no le influían los elogios. Rara vez se paró a corregir malentendidos o protestar ante falsedades. Nunca pidió consejo a nadie; nunca solicitó oraciones.
141:7.13 (1594.7) A Santiago le asombraba la manera en que Jesús parecía ver el final desde el principio. El Maestro no parecía sorprenderse casi nunca. Nunca se mostró excitado, molesto ni desconcertado. Nunca se disculpó ante nadie. A veces estaba triste, pero nunca desanimado.
141:7.14 (1594.8) Juan fue el que comprendió mejor que Jesús, a fin de cuentas, era humano a pesar de todos sus atributos divinos. Jesús vivía como un hombre entre los hombres; los entendía, los amaba y sabía cómo tratar con ellos. En su vida personal fue tan humano como intachable, y siempre generoso.
141:7.15 (1595.1) Aunque Pedro, Santiago y Juan no pudieron entender mucho de lo que Jesús dijo en esta ocasión, sus bondadosas palabras se grabaron en sus corazones y resurgieron con fuerza después de la crucifixión y la resurrección para enriquecer y alegrar su ministerio posterior. No es de extrañar que estos apóstoles no comprendieran plenamente las palabras del Maestro, pues estaba proyectando ante ellos el plan de una nueva edad.
141:8.1 (1595.2) Durante las cuatro semanas que estuvieron en Betania allende el Jordán, Andrés enviaba varias veces por semana una pareja de apóstoles a trabajar uno o dos días en Jericó. Juan tenía muchos creyentes en Jericó, y la mayoría de ellos acogieron con gusto las enseñanzas más avanzadas de Jesús y sus apóstoles. En estas visitas a Jericó los apóstoles empezaron a cumplir más específicamente las instrucciones de Jesús de atender a los enfermos; visitaron cada casa de la ciudad y trataron de confortar a todas las personas afligidas.
141:8.2 (1595.3) Los apóstoles hicieron algún trabajo público en Jericó, pero actuaron sobre todo a nivel privado y personal. Descubrieron que la buena nueva del reino era un gran consuelo para los enfermos, que su mensaje llevaba la curación a los afligidos. Fue en Jericó donde los doce pusieron en práctica por primera vez el encargo de Jesús de predicar la buena nueva del reino y atender a los afligidos.
141:8.3 (1595.4) Cuando reanudaron su marcha hacia Jerusalén pararon en Jericó donde fueron alcanzados por una delegación de Mesopotamia que quería hablar con Jesús. Aunque los apóstoles habían previsto quedarse un solo día en Jericó, Jesús pasó tres con estos buscadores de la verdad venidos de Oriente, y ellos volvieron a sus casas del valle del Éufrates con la felicidad de haber conocido las nuevas verdades del reino de los cielos.
141:9.1 (1595.5) Un lunes, el último día de marzo, Jesús y los apóstoles iniciaron la subida por las cuestas que conducían a Jerusalén. Lázaro de Betania había ido dos veces al Jordán a ver a Jesús y lo había organizado todo para que el Maestro y sus apóstoles se instalaran en la casa de Betania donde vivía con sus hermanas durante todo el tiempo que desearan permanecer en Jerusalén.
141:9.2 (1595.6) Los discípulos de Juan se quedaron en Betania allende el Jordán enseñando y bautizando a las multitudes, de modo que Jesús llegó a casa de Lázaro acompañado solo por los doce. Jesús y los apóstoles se quedaron ahí cinco días descansando y reponiéndose antes de seguir hacia Jerusalén para la Pascua. Fue un gran acontecimiento en las vidas de Marta y de María tener al Maestro y a sus apóstoles en casa de su hermano, donde pudieron atender a sus necesidades.
141:9.3 (1595.7) El domingo 6 de abril por la mañana Jesús y los apóstoles llegaron a Jerusalén; era la primera vez que el Maestro y los doce se encontraban ahí todos juntos.
El libro de Urantia
Documento 142
142:0.1 (1596.1) JESÚS y los apóstoles trabajaron en Jerusalén durante el mes de abril, y volvían todas las tardes a Betania para pasar la noche. Jesús, por su parte, se quedaba una o dos noches por semana en Jerusalén en casa de Flavio, un judío griego, donde iban muchos judíos prominentes para entrevistarse con él en secreto.
142:0.2 (1596.2) El primer día que pasó en Jerusalén, Jesús fue a visitar al antiguo sumo sacerdote Anás, su amigo de tiempos pasados y pariente de Salomé, la esposa de Zebedeo. Anás había oído hablar de Jesús y de sus enseñanzas, y cuando Jesús se presentó en casa del sumo sacerdote, fue recibido con mucha reserva. Al ver la frialdad de Anás, Jesús se despidió inmediatamente diciendo: «El miedo es el principal esclavizador del hombre, y el orgullo su mayor debilidad; ¿te venderás al cautiverio de estos dos destructores de la alegría y la libertad?». Pero Anás no respondió. El Maestro no volvió a verlo hasta el momento en que Anás se sentó con su yerno para juzgar al Hijo del Hombre.
142:1.1 (1596.3) Jesús o uno de los apóstoles enseñó diariamente en el templo durante todo este mes. Cuando el gentío pascual era demasiado numeroso para poder asistir a la enseñanza dentro del templo, los apóstoles organizaban muchos grupos de instrucción fuera de los recintos sagrados. Esta era la esencia de su mensaje:
142:1.2 (1596.4) 1. El reino de los cielos está cerca.
142:1.3 (1596.5) 2. Mediante la fe en la paternidad de Dios podéis entrar en el reino de los cielos y convertiros así en hijos de Dios.
142:1.4 (1596.6) 3. El amor es la regla de vida dentro del reino: la entrega suprema a Dios mientras amáis a vuestro prójimo como a vosotros mismos.
142:1.5 (1596.7) 4. La obediencia a la voluntad del Padre, que produce los frutos del espíritu en nuestra vida personal, es la ley del reino.
142:1.6 (1596.8) Las multitudes que venían a celebrar la Pascua oían estas enseñanzas de Jesús y cientos de ellos se regocijaban con la buena nueva. Los jefes de los sacerdotes y los dirigentes de los judíos empezaron a inquietarse mucho por Jesús y sus apóstoles y discutían entre sí lo que habría que hacer con ellos.
142:1.7 (1596.9) Además de enseñar dentro y fuera del templo, los apóstoles y otros creyentes hacían también mucha labor personal entre las multitudes de la Pascua. Los hombres y mujeres que se interesaron por el mensaje de Jesús llevaron la noticia desde esta celebración pascual hasta los puntos más remotos del Imperio romano y también a Oriente. Este fue el comienzo de la propagación del evangelio del reino al mundo exterior. La obra de Jesús ya no quedaría confinada a Palestina.
142:2.1 (1597.1) Un rico negociante judío de Creta llamado Jacobo que asistía a las festividades de la Pascua en Jerusalén se acercó a Andrés pidiendo ver a Jesús en privado. Andrés concertó este encuentro secreto con Jesús para la tarde siguiente en casa de Flavio. Jacobo no alcanzaba a comprender las enseñanzas del Maestro y quería saber más sobre el reino de Dios, así que le preguntó: «Rabino, Moisés y los antiguos profetas nos dicen que Yahvé es un Dios celoso, un Dios iracundo de cólera temible. Los profetas dicen que odia a los malhechores y se venga de los que no obedecen su ley. Tú y tus discípulos nos enseñáis que Dios es un Padre amable y compasivo que ama tanto a todos los hombres que está deseando recibirlos en este nuevo reino de los cielos que tú proclamas tan cercano».
142:2.2 (1597.2) Cuando Jacobo terminó de hablar Jesús le dijo: «Jacobo, has expuesto muy bien las enseñanzas de los antiguos profetas que instruyeron a los hijos de su generación según las luces de su época. Nuestro Padre que está en el Paraíso es inmutable, pero el concepto de su naturaleza se ha ampliado y ha crecido desde los días de Moisés hasta los tiempos de Amós y también hasta la generación del profeta Isaías. Y ahora he venido yo en la carne a revelar al Padre en nueva gloria y a dar a conocer su amor y su misericordia a todos los hombres de todos los mundos. A medida que el evangelio de este reino se extienda por el mundo con su mensaje de buen ánimo y buena voluntad para todos los hombres, surgirán unas relaciones mejoradas y superiores entre las familias de todas las naciones. A medida que pase el tiempo los padres y sus hijos se amarán más entre sí, y esto suscitará una mayor comprensión del amor del Padre del cielo por sus hijos de la tierra. Recuerda, Jacobo, que un buen padre no solo ama a su familia como un todo —como una familia— sino que ama también de verdad y cuida con cariño a cada uno de sus miembros».
142:2.3 (1597.3) Después de hablar mucho sobre el carácter del Padre celestial, Jesús se interrumpió para decir: «Tú, Jacobo, como padre de una familia numerosa, bien sabes que lo que digo es verdad». Jacobo se sorprendió: «Pero Maestro, ¿quién te ha dicho que soy padre de seis hijos? ¿Cómo sabes eso de mí?». Y el Maestro respondió: «Baste con decir que el Padre y el Hijo conocen todas las cosas, pues en verdad lo ven todo. Puesto que amas a tus hijos como un padre de la tierra, tienes que aceptar ahora como una realidad el amor del Padre celestial por ti; no solo por todos los hijos de Abraham, sino por ti, por tu alma individual».
142:2.4 (1597.4) Jesús siguió diciendo: «Cuando tus hijos son muy jóvenes e inmaduros y tienes que reprenderlos, pueden pensar que su padre está enfadado y lleno de ira y rencor. Su inmadurez no les permite ir más allá del castigo para percibir el afecto correctivo y previsor del padre. Pero cuando estos mismos hijos se hacen mayores ¿no sería insensato por su parte aferrarse a esa primera imagen infantil de su padre? Como hombres y mujeres adultos, deberían apreciar el amor de su padre en todas las medidas educativas de su infancia. Y con el paso de los siglos ¿no debería la humanidad llegar a comprender mejor la verdadera naturaleza y el carácter amoroso del Padre del cielo? ¿Qué provecho podréis sacar de la iluminación espiritual de las generaciones sucesivas si persistís en ver a Dios como lo veían Moisés y los profetas? Yo te digo, Jacobo, que a la luz clara de esta hora deberías ver al Padre como ninguno de los que han vivido antes que tú lo ha visto nunca. Al verlo de esta manera deberías regocijarte de entrar en un reino donde rige un Padre tan misericordioso y deberías buscar que, en adelante, su voluntad de amor domine tu vida».
142:2.5 (1598.1) Jacobo contestó: «Rabino, creo; deseo que me conduzcas al reino del Padre».
142:3.1 (1598.2) Casi todos los apóstoles presenciaron esta conversación sobre el carácter de Dios, y aquella noche hicieron muchas preguntas a Jesús sobre el Padre del cielo. Presentaremos las respuestas del Maestro en fraseología moderna mediante el resumen siguiente.
142:3.2 (1598.3) Jesús reprendió suavemente a los doce diciéndoles en esencia: ¿Acaso no conocéis las tradiciones de Israel relacionadas con el crecimiento de la idea de Yahvé e ignoráis la enseñanza de las Escrituras sobre la doctrina de Dios? Y luego el Maestro procedió a instruir a los apóstoles sobre la evolución del concepto de la Deidad durante todo el desarrollo del pueblo judío. Llamó la atención sobre las siguientes fases del crecimiento de la idea de Dios:
142:3.3 (1598.4) 1. Yahvé —el dios de los clanes del Sinaí— era el concepto primitivo de la Deidad que Moisés exaltó al nivel más alto de Señor Dios de Israel. El Padre del cielo nunca deja de aceptar la adoración sincera de sus hijos de la tierra, por muy burdo que sea su concepto de la Deidad o el nombre que simbolice para ellos su naturaleza divina.
142:3.4 (1598.5) 2. El Altísimo. Este concepto del Padre del cielo fue proclamado por Melquisedec a Abraham, y desde Salem fue llevado muy lejos por los que creyeron posteriormente en esta idea ampliada y expandida de la Deidad. Cuando el culto al Sol se estableció en Ur, Abraham y su hermano se marcharon de allí y se hicieron creyentes en El Elyón —el Dios Altísimo— predicado por Melquisedec. Su concepto de Dios era una combinación de sus antiguas ideas mesopotámicas con la doctrina del Altísimo.
142:3.5 (1598.6) 3. El Shaddai. Durante aquellos primeros tiempos muchos hebreos adoraban a El Shaddai, el concepto egipcio del Dios del cielo que habían conocido durante su cautiverio en la tierra del Nilo. Mucho después de los tiempos de Melquisedec, estos tres conceptos de Dios se fundieron en uno para formar la doctrina de la Deidad creadora, el Señor Dios de Israel.
142:3.6 (1598.7) 4. Elohim. La enseñanza sobre la Trinidad del Paraíso ha perdurado desde los tiempos de Adán. ¿No recordáis que las Escrituras empiezan afirmando que «En el principio los Dioses crearon los cielos y la tierra»?. Esto indica que cuando se escribió este pasaje el concepto trinitario de tres Dioses en uno había encontrado lugar en la religión de nuestros antepasados.
142:3.7 (1598.8) 5. El Yahvé supremo. En tiempos de Isaías estas creencias sobre Dios se habían expandido hasta el concepto de un Creador Universal que era a la vez todopoderoso y plenamente misericordioso. Este concepto de Dios, en su proceso de evolución y ampliación, suplantó prácticamente todas las ideas sobre la Deidad que existían antes en la religión de nuestros padres.
142:3.8 (1598.9) 6. El Padre del cielo. Y ahora conocemos a Dios como nuestro Padre del cielo. Nuestra enseñanza presenta una religión en la que el creyente es hijo de Dios. Esta es la buena nueva del evangelio del reino de los cielos. El Hijo y el Espíritu coexisten con el Padre, y la revelación de la naturaleza y el ministerio de estas Deidades del Paraíso se seguirá ampliando e iluminando durante las eras sin fin de la eterna progresión espiritual de los hijos de Dios ascendentes. En todas las edades y todos los tiempos, la adoración verdadera de cualquier ser humano —en lo referente al progreso espiritual individual— es reconocida por el espíritu que mora en su interior como un homenaje que se rinde al Padre del cielo.
142:3.9 (1599.1) Este relato del crecimiento del concepto de Dios en las mentes judías de las generaciones anteriores dejó sin habla a los apóstoles; nunca se habían sentido tan desconcertados y estaban demasiado confusos para hacer preguntas. Permanecieron sentados en silencio delante de Jesús, y el Maestro continuó: «Habríais conocido estas verdades si hubierais leído las Escrituras. ¿No habéis leído a Samuel donde dice: ‘Y la ira del Señor se encendió contra Israel de tal manera que incitó a David contra ellos diciéndole que hiciera un censo de Israel y de Judá’? Y esto no era extraño porque en tiempos de Samuel los hijos de Abraham creían realmente que Yahvé creaba tanto lo bueno como lo malo. Pero más adelante otro escritor narró estos acontecimientos cuando ya se había ampliado el concepto judío sobre la naturaleza de Dios. Este escritor no se atrevió a atribuir nada malo a Yahvé, y por lo tanto dijo: ‘Y Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a hacer un censo de Israel’. ¿No os dais cuenta de que estos pasajes de las Escrituras muestran claramente cómo el concepto de la naturaleza de Dios iba creciendo de una generación a otra?
142:3.10 (1599.2) «Y además deberíais haber observado que el aumento de la comprensión de la ley divina está en perfecta consonancia con estos conceptos de la divinidad que se van ampliando. Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto en tiempos anteriores a la revelación ampliada de Yahvé, tenían diez mandamientos que les sirvieron de ley hasta la época en que acamparon frente al Sinaí. Estos diez mandamientos eran:
142:3.11 (1599.3) «1. No adoraréis a ningún otro dios, pues el Señor es un Dios celoso.
142:3.12 (1599.4) «2. No haréis imágenes fundidas de dioses.
142:3.13 (1599.5) «3. No dejaréis de guardar la fiesta del pan ácimo.
142:3.14 (1599.6) «4. De todos los machos de hombres y ganado, los primogénitos son míos, dice el Señor.
142:3.15 (1599.7) «5. Seis días podéis trabajar, pero en el séptimo descansaréis.
142:3.16 (1599.8) «6. No dejaréis de observar la fiesta de las primicias y la fiesta de la cosecha al final del año.
142:3.17 (1599.9) «7. No ofreceréis la sangre de ningún sacrificio con pan leudado.
142:3.18 (1599.10) «8. No se dejará que el sacrificio de la fiesta de la Pascua se quede allí hasta la mañana siguiente.
142:3.19 (1599.11) «9. Llevaréis la primera de las primicias de la tierra a la casa del Señor vuestro Dios.
142:3.20 (1599.12) «10. No herviréis un cabrito en la leche de su madre.
142:3.21 (1599.13) «Entonces, entre los truenos y relámpagos del Sinaí, Moisés les dio los nuevos diez mandamientos, y todos coincidiréis conmigo en que son expresiones más dignas de acompañar la ampliación de los conceptos de Yahvé como Deidad. ¿Y no os habéis dado cuenta nunca de que hay dos versiones de estos mandamientos en las Escrituras? En la primera se presenta la liberación de Egipto como el motivo para guardar el sabbat, mientras que en una versión posterior las creencias religiosas más avanzadas de nuestros antepasados impusieron el descanso sabático como un reconocimiento del hecho de la creación.
142:3.22 (1599.14) «Recordaréis además que hubo otro cambio en tiempos de Isaías. En ese momento de mayor iluminación espiritual estos diez mandamientos negativos se convirtieron en la gran ley positiva del amor, en el precepto de amar a Dios de manera suprema y a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Y yo también os declaro que todo el deber del hombre consiste en esta ley suprema de amar a Dios y a los hombres.»
142:3.23 (1600.1) Cuando hubo terminado de hablar nadie le preguntó nada. Todos se fueron a dormir.
142:4.1 (1600.2) El judío griego Flavio era un prosélito de la puerta, pues no había sido ni circuncidado ni bautizado. Cuando residía en Jerusalén vivía en un hermoso edificio porque era gran amante de la belleza en arte y escultura. Esta casa estaba exquisitamente decorada con tesoros inestimables que había ido reuniendo en sus viajes por el mundo. Cuando pensó por primera vez en invitar a Jesús a su casa temía que esas llamadas imágenes pudieran ofender al Maestro, pero se llevó una agradable sorpresa porque, en lugar de reprenderlo por tener esos objetos supuestamente idólatras esparcidos por toda la casa, Jesús mostró gran interés por toda la colección y le hizo muchas preguntas elogiosas sobre cada objeto mientras Flavio lo acompañaba de cuarto en cuarto mostrándole sus estatuas favoritas.
142:4.2 (1600.3) El Maestro se dio cuenta de que su actitud favorable hacia el arte había sorprendido a su anfitrión, y cuando hubo terminado de ver toda la colección le dijo: «¿Por qué iba yo a reprocharte que aprecies la belleza de las cosas creadas por mi Padre y modeladas por las manos artísticas del hombre? ¿Por qué han de rechazar todos los hombres la reproducción de la gracia y la belleza solo porque en otra época Moisés intentara combatir la idolatría y la adoración a los falsos dioses? Yo te digo, Flavio, que los hijos de Moisés le han entendido mal, y ahora convierten en falsos dioses sus prohibiciones de imágenes y retratos de las cosas del cielo y de la tierra. Aunque Moisés impusiera esas restricciones a las mentes oscurecidas de aquellos tiempos, ¿qué tiene eso que ver con el tiempo presente en el que el Padre del cielo es revelado como el Regidor Espíritu universal de todas las cosas? Yo te afirmo, Flavio, que en el reino venidero ya no habrá prohibiciones de: ‘No adoréis esto y no adoréis aquello’, ya no habrá órdenes de abstenerse de esto ni de evitar aquello, sino que todos estarán dedicados a un solo deber supremo. Este deber del hombre se expresa en dos grandes privilegios: la adoración sincera al Creador infinito, el Padre del Paraíso, y el servicio de amor a nuestros semejantes. Si amas a tu prójimo como a ti mismo, sabes realmente que eres hijo de Dios.
142:4.3 (1600.4) «En una época en la que mi Padre no era bien comprendido, los intentos de Moisés de resistir a la idolatría estaban justificados, pero en la edad venidera el Padre habrá sido revelado en la vida del Hijo, y esta nueva revelación de Dios hará que no se pueda confundir nunca más al Padre Creador con ídolos de piedra o imágenes de oro y plata. De aquí en adelante los hombres inteligentes podrán disfrutar de los tesoros del arte sin confundir la apreciación material de la belleza con la adoración y el servicio al Padre que está en el Paraíso, el Dios de todas las cosas y de todos los seres.»
142:4.4 (1600.5) Flavio creyó en todas las enseñanzas de Jesús. Al día siguiente se dirigió a Betania allende el Jordán para ser bautizado por los discípulos de Juan. Hizo esto porque los apóstoles de Jesús no bautizaban aún a los creyentes. A su vuelta a Jerusalén, Flavio dio un gran festín para Jesús e invitó a sesenta de sus amigos. Muchos de estos invitados se hicieron también creyentes en el mensaje del reino venidero.
142:5.1 (1601.1) Uno de los grandes sermones que Jesús predicó en el templo durante esta semana de Pascua fue en respuesta a una pregunta que le hizo uno de sus oyentes, un hombre de Damasco. Este hombre preguntó a Jesús: «Pero, Rabino, ¿cómo sabremos con certeza que has sido enviado por Dios y que podemos entrar realmente en ese reino que tú y tus discípulos decís que está tan cerca?». Jesús le contestó:
142:5.2 (1601.2) «En cuanto a mi mensaje y a las enseñanzas de mis discípulos, debéis juzgarlos por sus frutos. Si os proclamamos las verdades del espíritu, el espíritu atestiguará en vuestro corazón que nuestro mensaje es auténtico. Respecto al reino y a la certeza de que seréis aceptados por el Padre celestial, os pregunto: ¿qué padre entre vosotros que sea digno de ese nombre y tenga buen corazón mantendría a su hijo en estado de dudosa ansiedad sobre su situación en la familia o la seguridad del afecto de su padre? ¿Acaso vosotros, los padres terrenales, disfrutáis torturando a vuestros hijos con la duda de si ocupan un lugar de amor permanente en vuestro corazón humano? Tampoco vuestro Padre del cielo deja a sus hijos nacidos en el espíritu por la fe en la incertidumbre sobre su situación en el reino. Si recibís a Dios como vuestro Padre, sois de hecho y en verdad hijos de Dios. Y si sois sus hijos, estáis seguros de la posición y la situación de todo lo que concierne a la filiación eterna y divina. Si creéis en mis palabras creéis en Aquel que me ha enviado, y al creer así en el Padre, habéis asegurado vuestro estatus en la ciudadanía celestial. Si hacéis la voluntad del Padre del cielo, no dejaréis nunca de alcanzar la vida eterna de progreso en el reino divino.
142:5.3 (1601.3) «El Espíritu Supremo testificará junto con vuestro espíritu que sois verdaderamente hijos de Dios. Si sois hijos de Dios habéis nacido del espíritu de Dios, y cualquiera que ha nacido del espíritu tiene en sí mismo el poder de superar toda duda. Esta es la victoria que supera todas las incertidumbres: vuestra propia fe.
142:5.4 (1601.4) «Hablando de esta época, el profeta Isaías dijo: ‘Cuando el espíritu se derrame sobre nosotros desde lo alto, el trabajo de la rectitud se convertirá en paz, tranquilidad y certeza para siempre’. Y para todos los que creen verdaderamente en este evangelio, yo me convertiré en la garantía de que serán recibidos en las bendiciones eternas y en la vida perpetua del reino de mi Padre. Por eso los que escucháis este mensaje y creéis en este evangelio del reino sois hijos de Dios y tenéis vida para siempre. La prueba para el mundo entero de que habéis nacido del espíritu es que os amáis sinceramente los unos a los otros.»
142:5.5 (1601.5) La multitud de oyentes se quedó muchas horas con Jesús haciéndole preguntas y escuchando atentamente sus reconfortantes respuestas. Incluso los apóstoles se sintieron impulsados por las enseñanzas de Jesús a predicar el evangelio del reino con más fuerza y seguridad. Esta experiencia en Jerusalén fue una gran inspiración para los doce. Era su primer contacto con un público tan enorme, y aprendieron muchas valiosas lecciones que les sirvieron de gran ayuda en su trabajo posterior.
142:6.1 (1601.6) Un día al anochecer, un tal Nicodemo fue a ver a Jesús a casa de Flavio. Este rico y anciano miembro del Sanedrín judío había oído hablar mucho sobre las enseñanzas del galileo, así que fue a verlo enseñar una tarde en los patios del templo. Hubiera querido ir más veces a escuchar las lecciones de Jesús pero temía ser visto en público, pues los dirigentes de los judíos estaban ya tan en contra de Jesús que ningún miembro del Sanedrín quería ser identificado abiertamente con él. En vista de eso Nicodemo había concertado con Andrés una entrevista privada con Jesús esa tarde tras la puesta de sol. Pedro, Santiago y Juan estaban en el jardín de Flavio cuando empezó la entrevista, y luego todos entraron en la casa para seguir hablando.
142:6.2 (1602.1) Jesús recibió a Nicodemo sin ninguna deferencia especial; tampoco le hizo concesiones ni se mostró excesivamente persuasivo al hablar con él. El Maestro no intentó rechazar a su visitante clandestino ni fue sarcástico con él. Estuvo digno, serio y tranquilo en todo su trato con su distinguido interlocutor. Nicodemo no era un delegado oficial del Sanedrín; solo fue a ver a Jesús por interés personal sincero en las enseñanzas del Maestro.
142:6.3 (1602.2) Tras ser presentado por Flavio, Nicodemo dijo: «Rabino, sabemos que eres un maestro enviado por Dios porque un simple hombre no podría enseñar así a menos que Dios estuviera con él. Quisiera conocer mejor tus enseñanzas sobre el reino venidero».
142:6.4 (1602.3) Jesús le respondió: «Nicodemo, en verdad, en verdad te digo que el que no nace de arriba no puede ver el reino de Dios». Nicodemo preguntó: «Pero, ¿cómo puede un hombre volver a nacer cuando es viejo? No puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre para nacer».
142:6.5 (1602.4) Jesús dijo: «Y sin embargo te declaro que quien no nazca del espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del espíritu, espíritu es. Pero no deberías maravillarte de que haya dicho que tienes que nacer de arriba. Cuando sopla el viento oyes el susurro de las hojas pero no ves el viento —de dónde viene ni a dónde va— y así es con todo el que nace del espíritu. Con los ojos de la carne puedes contemplar las manifestaciones del espíritu, pero no puedes percibir realmente el espíritu».
142:6.6 (1602.5) Nicodemo respondió: «No lo entiendo, ¿cómo puede ser eso?». Dijo Jesús: «¿Es posible que seas maestro de Israel y desconozcas todo esto? En ese caso es obligación de los que conocen las realidades del espíritu revelar estas cosas a los que solo perciben las manifestaciones del mundo material. Pero ¿nos creerás si te hablamos de las verdades celestiales? Nicodemo, ¿tienes el valor de creer en alguien que ha descendido del cielo, en el propio Hijo del Hombre?».
142:6.7 (1602.6) Nicodemo dijo: «Pero ¿cómo puedo empezar a acogerme a este espíritu que ha de rehacerme como preparación para entrar en el reino?». Jesús contestó: «El espíritu del Padre del cielo mora ya dentro de ti. Si te dejas conducir por este espíritu que viene de arriba, empezarás muy pronto a ver con los ojos del espíritu. Cuando esto ocurra y tú elijas de todo corazón seguir la guía del espíritu, nacerás del espíritu, puesto que el único propósito de tu vida será hacer la voluntad de tu Padre que está en el cielo. Y al verte nacido así del espíritu y feliz en el reino de Dios, empezarás a producir los frutos abundantes del espíritu en tu vida diaria».
142:6.8 (1602.7) Nicodemo era totalmente sincero. Estaba profundamente impresionado pero se marchó perplejo. Nicodemo había logrado un buen desarrollo personal, dominio de sí mismo e incluso altas cualidades morales. Era refinado, egocéntrico y altruista, pero no sabía cómo someter su voluntad a la voluntad del Padre divino como un niño pequeño acepta someterse a la guía y la dirección de un padre terrenal sensato y amoroso, y convertirse así realmente en hijo de Dios y heredero progresivo del reino eterno.
142:6.9 (1603.1) Y sin embargo Nicodemo reunió suficiente fe como para acogerse al reino. Protestó levemente cuando sus colegas del Sanedrín intentaron condenar a Jesús sin una vista. Más tarde reconoció audazmente su fe y se unió a José de Arimatea para reclamar el cuerpo de Jesús cuando incluso la mayoría de los discípulos habían huido aterrados del escenario final de sufrimiento y muerte de su Maestro.
142:7.1 (1603.2) Tras una activa semana de enseñanza y trabajo personal durante la Pascua en Jerusalén, Jesús pasó el miércoles siguiente descansando con sus apóstoles en Betania. Aquella tarde Tomás hizo una pregunta que suscitó una larga e instructiva respuesta. Dijo Tomás: «Maestro, el día que fuimos distinguidos como embajadores del reino nos dijiste muchas cosas y nos diste instrucciones sobre nuestro modo personal de vivir, pero ¿qué enseñaremos a la multitud? ¿Cómo han de vivir estas gentes cuando el reino se haya manifestado con más plenitud? ¿Tendrán esclavos tus discípulos? ¿Buscarán tus creyentes la pobreza y evitarán poseer bienes? ¿Imperará solo la misericordia y dejará de haber tribunales y leyes?». Jesús y los doce pasaron toda la tarde y toda la noche después de cenar debatiendo las preguntas de Tomás. A efectos de esta narración, resumiremos las instrucciones del Maestro como sigue.
142:7.2 (1603.3) Antes que nada, Jesús quiso dejar claro a sus apóstoles que él estaba en la tierra viviendo una vida única en la carne, y que ellos, los doce, habían sido llamados a participar en esa experiencia de otorgamiento del Hijo del Hombre. En su calidad de colaboradores, ellos tenían que compartir también muchas de las restricciones y obligaciones especiales de toda la experiencia de otorgamiento. Hizo una velada alusión al hecho de que el Hijo del Hombre era la única persona que había vivido nunca en la tierra con capacidad de ver simultáneamente dentro del corazón mismo de Dios y en las profundidades del alma humana.
142:7.3 (1603.4) Jesús explicó con toda claridad que el reino de los cielos era una experiencia evolutiva que empezaba aquí en la tierra y progresaba a través de las sucesivas estaciones de vida que conducen al Paraíso. Esa noche afirmó categóricamente que en alguna futura etapa de desarrollo del reino volvería a visitar este mundo en poder espiritual y gloria divina.
142:7.4 (1603.5) Siguió explicando que la «idea del reino» no era la mejor manera de ilustrar la relación del hombre con Dios, pero que empleaba esta metáfora porque el pueblo judío estaba esperando el reino y porque Juan había predicado sobre el reino venidero. Jesús dijo: «Las gentes de otra época comprenderán mejor el evangelio del reino si se presenta en términos que expresen la relación de familia; si el hombre entiende la religión como la enseñanza de la paternidad de Dios y la hermandad del hombre, es decir, la filiación con Dios». Después el Maestro habló con cierta amplitud sobre la familia terrenal como ejemplo de la familia celestial y volvió a recordar las dos leyes fundamentales del vivir: el primer mandamiento de amor al padre, al cabeza de familia, y el segundo mandamiento de amor mutuo entre los hijos, de amar a tu hermano como a ti mismo. Explicó que esta cualidad del cariño fraternal se manifestaba invariablemente en un servicio social amoroso y desinteresado.
142:7.5 (1603.6) Luego vino la memorable exposición de las características fundamentales de la vida de familia y su aplicación a la relación que existe entre Dios y el hombre. Jesús declaró que una verdadera familia está fundada en los siete hechos siguientes:
142:7.6 (1604.1) 1. El hecho de la existencia. Las relaciones de la naturaleza y los fenómenos del parecido físico están ligados a la familia: los niños heredan ciertos rasgos parentales. Los hijos tienen su origen en los padres; la existencia de su personalidad depende del acto de los padres. La relación de padre e hijo es inherente a toda la naturaleza y permea todas las existencias vivas.
142:7.7 (1604.2) 2. La seguridad y el placer. Los auténticos padres experimentan un gran placer atendiendo a las necesidades de sus hijos. Muchos padres no se contentan con proporcionarles lo que necesitan sino que disfrutan también satisfaciendo sus placeres.
142:7.8 (1604.3) 3. La educación y la formación. Los padres sensatos planean cuidadosamente la educación y la formación adecuada de sus hijos e hijas. Los preparan cuando son jóvenes para las responsabilidades mayores de la vida adulta.
142:7.9 (1604.4) 4. La disciplina y la contención. Los padres previsores establecen también la disciplina, guía, corrección, y a veces las restricciones, que necesitan sus hijos jóvenes e inmaduros.
142:7.10 (1604.5) 5. El compañerismo y la lealtad. Un padre afectuoso mantiene una relación íntima y amorosa con sus hijos. Escucha siempre sus peticiones y está dispuesto siempre a compartir sus penas y ayudarlos en sus dificultades. El padre se interesa de manera suprema por el bienestar progresivo de su progenie.
142:7.11 (1604.6) 6. El amor y la misericordia. Un padre compasivo perdona generosamente. Los padres no alimentan sentimientos de venganza contra sus hijos. Los padres no se comportan como jueces, enemigos ni acreedores. Las familias verdaderas se construyen sobre la tolerancia, la paciencia y el perdón.
142:7.12 (1604.7) 7. Las disposiciones para el futuro. A los padres temporales les gusta dejar una herencia a sus hijos. La familia continúa de una generación a otra. La muerte solo pone fin a una generación para marcar el comienzo de la siguiente. La muerte pone fin a una vida individual, pero no necesariamente a la familia.
142:7.13 (1604.8) El Maestro estuvo aplicando durante varias horas estas características de la vida de familia a las relaciones del hombre, el hijo terrenal, con Dios, el Padre del Paraíso. Y esta fue su conclusión: «Conozco a la perfección toda esta relación de un hijo con el Padre, pues todo lo que vosotros tenéis que lograr de filiación en el futuro eterno, yo ya lo he logrado. El Hijo del Hombre está preparado para ascender a la diestra del Padre, de manera que a través de mí está ahora aún más abierto el camino para que todos vosotros veáis a Dios y, antes de que hayáis terminado vuestra progresión gloriosa, os hagáis perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto».
142:7.14 (1604.9) Al oír estas palabras tan asombrosas, los apóstoles recordaron las declaraciones de Juan en el momento del bautismo de Jesús. Y guardarían además un vivo recuerdo de esta experiencia durante su predicación y enseñanza posterior a la muerte y resurrección del Maestro.
142:7.15 (1604.10) Jesús es un Hijo divino que cuenta con toda la confianza del Padre Universal. Había estado con el Padre y le comprendía plenamente. Había vivido ahora su vida terrenal a la entera satisfacción del Padre, y esta vida en la carne le había permitido comprender plenamente a los hombres. Jesús era la perfección como hombre; había alcanzado precisamente la misma perfección que todos los verdaderos creyentes están destinados a alcanzar en él y a través de él. Jesús reveló al hombre a un Dios de perfección, y se presentó a sí mismo a Dios como el hijo perfeccionado de los mundos.
142:7.16 (1605.1) Aunque Jesús les estuvo hablando durante horas, Tomás no quedó satisfecho y dijo: «Pero Maestro, no vemos que el Padre del cielo nos trate siempre con bondad y misericordia. Muchas veces sufrimos amargamente en la tierra y nuestras oraciones no siempre son contestadas. ¿Qué es lo que no logramos captar de tus enseñanzas?».
142:7.17 (1605.2) Jesús respondió: «Tomás, Tomás, ¿cuánto tardarás en ser capaz de escuchar con el oído del espíritu? ¿Cuánto tardarás en darte cuenta de que este reino es un reino espiritual y de que mi Padre es también un ser espiritual? ¿No entiendes que os estoy instruyendo como a hijos espirituales de la familia de espíritu del cielo, cuyo jefe paterno es un espíritu infinito y eterno? ¿No me permitirás utilizar la familia terrestre como ejemplo de las relaciones divinas, sin aplicar tan literalmente mi enseñanza a los asuntos materiales? ¿No podéis separar mentalmente las realidades espirituales del reino de los problemas materiales, sociales, económicos y políticos de la época? Cuando hablo el lenguaje del espíritu, ¿por qué insistís en traducir el sentido de lo que os digo al lenguaje de la carne, simplemente porque utilizo las relaciones materiales comunes para ilustrarlo? Hijos, os imploro que dejéis de aplicar la enseñanza del reino del espíritu a los sórdidos asuntos de la esclavitud, la pobreza, las casas y las tierras, y a los problemas materiales de la equidad y la justicia humana. Esos asuntos temporales interesan a los hombres de este mundo, y aunque afectan en cierto modo a todos los hombres, habéis sido llamados para representarme a mí en el mundo igual que yo represento a mi Padre. Sois los embajadores espirituales de un reino espiritual, los representantes especiales del Padre espíritu. A estas alturas yo ya debería poder instruiros como a adultos del reino espiritual. ¿Tendré que hablaros siempre como a niños? ¿No creceréis nunca en percepción espiritual? Sin embargo os amo y tendré paciencia con vosotros hasta el final de nuestra asociación en la carne, e incluso entonces mi espíritu os precederá por todo el mundo».
142:8.1 (1605.3) Hacia finales de abril la oposición a Jesús por parte de los fariseos y los saduceos se había radicalizado tanto que el Maestro y sus apóstoles decidieron alejarse por un tiempo de Jerusalén y dirigirse hacia el sur para trabajar en Belén y Hebrón. Pasaron todo el mes de mayo haciendo trabajo personal en estas ciudades y entre los habitantes de las aldeas vecinas. No hubo predicación pública durante este viaje, solo visitas de casa en casa. Mientras los apóstoles enseñaban el evangelio y atendían a los enfermos, Jesús y Abner dedicaron una parte de ese tiempo a visitar la colonia nazarea de En-Gedi. Juan el Bautista había salido de este lugar, y Abner había sido el jefe de este grupo. Muchos miembros de la hermandad nazarea se hicieron creyentes en Jesús, aunque la mayoría de estos hombres ascéticos y excéntricos se negaron a aceptarlo como maestro enviado del cielo porque no enseñaba el ayuno y otras formas de renunciamiento.
142:8.2 (1605.4) La gente que vivía en esta región no sabía que Jesús había nacido en Belén. Daban por hecho, como la inmensa mayoría de sus discípulos, que el Maestro había nacido en Nazaret, pero los doce sabían la verdad.
142:8.3 (1605.5) Esta estancia en el sur de Judea fue una temporada fructífera y tranquila en la que se sumaron muchas almas al reino. Hacia primeros de junio la agitación contra Jesús se había calmado tanto en Jerusalén que el Maestro y los apóstoles regresaron para instruir y confortar a los creyentes.
142:8.4 (1606.1) Aunque Jesús y los apóstoles pasaron todo el mes de junio en Jerusalén y sus alrededores, no enseñaron en público durante este periodo. Vivieron la mayor parte del tiempo en tiendas que montaron en un parque o huerto conocido entonces como Getsemaní. Este parque umbrío estaba situado en la ladera occidental del monte de los Olivos, no lejos del arroyo Cedrón. Solían pasar los sabbat con Lázaro y sus hermanas en Betania. Jesús entró pocas veces dentro de los muros de Jerusalén, pero muchas personas interesadas iban hasta Getsemaní para hablar con él. Un viernes al anochecer Nicodemo y un tal José de Arimatea se aventuraron a ir a ver a Jesús, pero cuando llegaron a la entrada de la tienda del Maestro se volvieron atrás por miedo. Y por supuesto, no eran conscientes de que Jesús estaba enterado de todo lo que hacían.
142:8.5 (1606.2) Cuando los dirigentes de los judíos se enteraron de que Jesús había vuelto a Jerusalén se dispusieron a arrestarlo, pero al ver que no predicaba en público, concluyeron que se había asustado por la campaña de rechazo que habían montado contra él y decidieron permitirle que siguiera enseñando en privado sin molestarlo más. Las cosas estuvieron tranquilas hasta que a finales de junio un tal Simón, miembro del Sanedrín, abrazó públicamente las enseñanzas de Jesús después de haber informado de ello a los dirigentes de los judíos. Esto provocó otra campaña para encarcelar a Jesús, y se hizo tan enconada que el Maestro decidió retirarse a las ciudades de Samaria y la Decápolis.
El libro de Urantia
Documento 143
143:0.1 (1607.1) A FINALES de junio del año 27 d. C., ante la creciente oposición de los dirigentes religiosos judíos, Jesús y los doce enviaron a Lázaro sus tiendas y sus escasos efectos personales para que los guardara en su casa de Betania y se marcharon de Jerusalén. Se dirigieron al norte hacia Samaria y pararon a pasar el sabbat en Betel. Estuvieron predicando allí durante varios días a la gente que venía de Gofna y Efraín. Un grupo de ciudadanos procedentes de Arimatea y Tamna invitó a Jesús a visitar sus aldeas. El Maestro y sus apóstoles pasaron más de dos semanas enseñando a los judíos y samaritanos de esta región, muchos de los cuales llegaban desde lugares tan lejanos como Antípatris para escuchar la buena nueva del reino.
143:0.2 (1607.2) Los habitantes del sur de Samaria escucharon con gusto a Jesús, y los apóstoles, salvo Judas Iscariote, lograron superar muchos de sus prejuicios contra los samaritanos. Era muy difícil para Judas amar a esos samaritanos. La última semana de julio Jesús y sus compañeros se prepararon para salir hacia Fasaelis y Arquelais, dos nuevas ciudades griegas próximas al Jordán.
143:1.1 (1607.3) Durante la primera mitad del mes de agosto el grupo apostólico estableció su cuartel general en Arquelais y Fasaelis, donde predicaron por primera vez a un público casi exclusivamente gentil —griegos, romanos y sirios— porque había pocos judíos en estas dos ciudades griegas. Al entrar en contacto con estos ciudadanos romanos, los apóstoles tuvieron que afrontar nuevas dificultades en la proclamación del mensaje del reino venidero y escuchar nuevas objeciones a las enseñanzas de Jesús. En una de las muchas conversaciones nocturnas con sus apóstoles, Jesús se interesó mucho por estas objeciones al evangelio del reino a medida que los doce iban contando los resultados de su labor personal.
143:1.2 (1607.4) Felipe describió sus dificultades con esta pregunta: «Maestro, estos griegos y romanos quitan importancia a nuestro mensaje y dicen que nuestras enseñanzas solo son para débiles y esclavos. Aseguran que la religión de los paganos es superior a nuestra enseñanza porque promueve un carácter fuerte, robusto y dinámico, y que nosotros en cambio convertiríamos a todos los hombres en seres no resistentes, pasivos y debilitados que no tardarían en desaparecer de la faz de la tierra. A ti te aprecian, Maestro, y admiten abiertamente que tu enseñanza es ideal y celestial, pero no quieren tomarnos en serio. Opinan que tu religión no es para este mundo, que los hombres no pueden vivir como tú enseñas. Maestro, ¿qué podemos decir a estos gentiles?».
143:1.3 (1607.5) Después de haber escuchado a Tomás, Natanael, Simón Zelotes y Mateo corroborar estas objeciones al evangelio del reino con experiencias muy parecidas, Jesús dijo a los doce:
143:1.4 (1608.1) «He venido a este mundo a hacer la voluntad de mi Padre y a revelar su carácter amoroso a toda la humanidad. Esta, hermanos, es mi misión, y es lo único que haré por mucho que mis enseñanzas sean malinterpretadas por los judíos o los gentiles de esta época o de cualquier otra generación. Pero no deberíais perder de vista que el amor divino conlleva también su severa disciplina. El amor de un padre por su hijo obliga muchas veces al padre a reprimir las insensateces del hijo inmaduro. El hijo no siempre comprende los motivos prudentes y amorosos de la disciplina de contención del padre. Pero yo os declaro que mi Padre que está en el Paraíso gobierna de hecho un universo de universos mediante el poder persuasivo de su amor. El amor es la más grande de todas las realidades del espíritu. La verdad es una revelación liberadora, pero el amor es la relación suprema. Y sin importar los desatinos que vuestros semejantes humanos cometan en la gestión del mundo de hoy, el evangelio que os proclamo gobernará este mismo mundo en una edad futura. La meta última del progreso humano es el reconocimiento reverente de la paternidad de Dios y la materialización amorosa de la hermandad de los hombres.
143:1.5 (1608.2) «¿Y quién os ha dicho que mi evangelio solo está dirigido a los esclavos y los débiles? ¿Acaso vosotros, los apóstoles que yo he elegido, parecéis débiles? ¿Parecía débil Juan? ¿Me veis esclavizado por el miedo? Es verdad que el evangelio se predica a los pobres y oprimidos de esta generación. Las religiones de este mundo han desatendido a los pobres, pero mi Padre no hace acepción de personas. Además los pobres de nuestro tiempo son los primeros que responden a la llamada al arrepentimiento y aceptan la filiación. El evangelio del reino ha de ser predicado a todos los hombres —judíos y gentiles, griegos y romanos, ricos y pobres, libres y esclavos— ya sean jóvenes o viejos, hombres o mujeres.
143:1.6 (1608.3) «Porque mi Padre sea un Dios de amor y se deleite practicando la misericordia, no creáis que el servicio del reino consistirá en una cómoda rutina. El ascenso al Paraíso es la aventura suprema de todos los tiempos, el logro esforzado de la eternidad. Vosotros y vuestros colaboradores vais a necesitar todo vuestro valor y toda vuestra hombría para servir al reino en la tierra. A muchos os matarán por vuestra lealtad al evangelio de este reino. Es fácil morir en el frente de batalla cuando el valor se ve fortalecido por la presencia de los compañeros de combate, pero se necesita una forma más alta y más profunda de entrega y valentía humana para renunciar a la vida con calma y en completa soledad por el amor a una verdad atesorada en vuestro corazón de mortal.
143:1.7 (1608.4) «Los no creyentes de hoy podrán burlarse de vosotros por predicar un evangelio de no resistencia y vivir vidas de no violencia, pero sois los primeros voluntarios de una larga línea de creyentes sinceros en el evangelio de este reino que asombrarán a toda la humanidad por su heroica entrega a estas enseñanzas. Ningún ejército del mundo ha mostrado nunca más valor y valentía que los que mostraréis vosotros y vuestros leales sucesores cuando salgáis a proclamar al mundo entero la buena nueva: la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres. El valor de la carne es la forma más baja de valentía. La valentía de la mente es un tipo más alto de valor humano, pero el más alto y supremo es la lealtad inflexible a la convicción esclarecida en las profundas realidades espirituales. Este valor constituye el heroísmo del hombre que conoce a Dios, y todos vosotros sois hombres que conocéis a Dios. Sois, en toda verdad, los asociados personales del Hijo del Hombre.»
143:1.8 (1608.5) Tras esta introducción, Jesús siguió ampliando e ilustrando sus declaraciones durante mucho tiempo en una de las alocuciones más apasionadas que dirigiera nunca a los doce. Era muy raro que el Maestro mostrara sentimientos intensos cuando hablaba a sus apóstoles, y esta fue una de las pocas veces que les habló con ardor visible y marcada emoción.
143:1.9 (1609.1) El efecto sobre la predicación pública y el ministerio personal de los apóstoles fue inmediato; su mensaje adoptó un nuevo tono de valiente autoridad desde ese mismo día. Los doce siguieron asimilando el espíritu de empuje positivo del nuevo evangelio del reino. A partir de entonces se interesaron menos por predicar las virtudes negativas y los mandatos pasivos de la polifacética enseñanza de su Maestro.
143:2.1 (1609.2) El Maestro era un ejemplo perfecto de autocontrol humano. Cuando fue injuriado no injurió; cuando sufrió no amenazó a sus torturadores; cuando fue denunciado por sus enemigos se limitó a encomendarse al justo juicio del Padre del cielo.
143:2.2 (1609.3) En una de las conversaciones nocturnas Andrés preguntó a Jesús: «Maestro, ¿hemos de practicar el renunciamiento como Juan nos enseñó o hemos de esforzarnos por conseguir el autocontrol que tú enseñas? ¿En qué se diferencia tu enseñanza de la de Juan?». Jesús contestó: «Juan os ha enseñado el camino de la rectitud según las leyes y las luces de sus padres. Él predicaba la religión del examen de conciencia y el renunciamiento, pero yo os traigo un nuevo mensaje de autocontrol y olvido de vosotros mismos. Os muestro el camino de la vida tal como mi Padre del cielo me lo ha revelado.
143:2.3 (1609.4) «En verdad, en verdad os digo que aquel que sabe gobernar su propio yo es más grande que el que conquista una ciudad. El dominio propio es la medida de la naturaleza moral del hombre y el indicador de su desarrollo espiritual. En el antiguo orden ayunabais y orabais; como criaturas nuevas renacidas del espíritu aprendéis a creer y regocijaros. En el reino del Padre habéis de convertiros en criaturas nuevas; las cosas viejas han de desaparecer; mirad, yo os muestro cómo han de hacerse nuevas todas las cosas. Y por el amor que os tenéis los unos a los otros convenceréis al mundo de que habéis pasado de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida eterna.
143:2.4 (1609.5) «Por la antigua vía buscabais reprimiros, obedecer y conformaros a unas normas de vida; por la nueva vía sois transformados primero por el Espíritu de la Verdad que fortalece vuestra alma interior mediante la constante renovación espiritual de vuestra mente, y así sois dotados con el poder de cumplir de forma cierta y gozosa la voluntad misericordiosa, aceptable y perfecta de Dios. No lo olvidéis: es vuestra fe personal en las grandísimas y preciosísimas promesas de Dios lo que os garantiza que participaréis de la naturaleza divina. Así, mediante vuestra fe y la transformación del espíritu, os convertís en realidad en templos de Dios, y su espíritu mora realmente dentro de vosotros. Si el espíritu mora dentro de vosotros, ya no sois esclavos atados a la carne sino hijos del espíritu libres y liberados. La nueva ley del espíritu os otorga la libertad del dominio de vosotros mismos que sustituye a la antigua ley del renunciamiento autoimpuesto por miedo a la esclavitud del yo.
143:2.5 (1609.6) «Después de obrar mal habéis pensado muchas veces en culpar de vuestros actos a la influencia del maligno, cuando en realidad solo os habéis dejado llevar por vuestras propias tendencias naturales. ¿No os dijo el profeta Jeremías hace mucho tiempo que el corazón humano es lo más engañoso que hay, y a veces incluso extremadamente perverso? ¡Con qué facilidad podéis engañaros a vosotros mismos para caer en miedos absurdos, apetitos desordenados, placeres esclavizantes, malas intenciones, envidias e incluso odios vengativos!
143:2.6 (1610.1) «La salvación se obtiene por la regeneración del espíritu y no mediante actos de la carne de pretendida superioridad moral. Sois justificados por la fe y sois hermanados por la gracia, no por miedo ni por renunciar a la carne, aunque es cierto que los hijos del Padre, que han nacido del espíritu, son siempre y para siempre dueños de su yo y de todo lo relacionado con los deseos de la carne. Cuando sabéis que la fe os salva estáis en paz real con Dios. Y todos los que siguen el camino de esta paz celestial están destinados a ser santificados en el servicio eterno de los hijos en constante avance del Dios eterno. En lo sucesivo ya no será un deber sino más bien un alto privilegio purificaros de todos los males del cuerpo y de la mente mientras buscáis la perfección en el amor de Dios.
143:2.7 (1610.2) «Vuestra filiación está cimentada en la fe, y habéis de permanecer insensibles al miedo. Vuestra alegría nace de la confianza en la palabra divina, y por lo tanto nada os puede hacer dudar de la realidad del amor y la misericordia del Padre. Es la propia bondad de Dios la que lleva a los hombres al verdadero y auténtico arrepentimiento. El secreto de vuestro dominio de vosotros mismos está ligado a la fe en el espíritu que habita dentro de vosotros y opera siempre por amor. Incluso esta fe salvadora no la tenéis por vosotros mismos; es también un regalo de Dios. Y si sois hijos de esta fe viva, ya no sois esclavos del yo sino dueños triunfantes de vosotros mismos, hijos liberados de Dios.
143:2.8 (1610.3) «Por lo tanto, hijos míos, cuando nacéis del espíritu, quedáis liberados para siempre de la esclavitud consciente de una vida de renunciamiento y vigilancia de los deseos de la carne y sois trasladados al alegre reino del espíritu, de donde proceden los frutos del espíritu que manifestáis espontáneamente en vuestra vida diaria. Los frutos del espíritu son la esencia del tipo más elevado de autocontrol gozoso y ennoblecedor, la cima del logro del mortal terrestre: el verdadero dominio de sí mismo.»
143:3.1 (1610.4) Por esta época los apóstoles y sus discípulos inmediatos se encontraron sumidos en una fuerte tensión nerviosa y emocional. No acababan de acostumbrarse a vivir y trabajar juntos; cada vez les costaba más llevarse bien con los discípulos de Juan; el contacto con los gentiles y los samaritanos era una dura prueba para estos judíos y, por si fuera poco, las últimas declaraciones de Jesús habían agravado su desazón mental. Andrés estaba al límite y ya no sabía qué hacer, así que acudió al Maestro con sus preocupaciones. Después de escuchar las dificultades de su jefe apostólico, Jesús le dijo: «Andrés, hablar no resuelve nada cuando las cosas están tan confusas y cuando están implicadas tantas personas con sentimientos tan intensos. No puedo hacer lo que me pides, no voy a intervenir en sus problemas sociales personales, pero en cambio voy a pasar tres días de descanso y relajación con vosotros. Ve a anunciar a tus hermanos que vais a subir todos conmigo al monte Sartaba donde quiero descansar un par de días.
143:3.2 (1610.5) «Ve ahora a hablar en privado con cada uno de tus once hermanos y diles: ‘El Maestro desea que pasemos con él unos días de descanso y tranquilidad. Como todos hemos experimentado mucha irritación de espíritu y mucha desazón mental últimamente, propongo que no se hable de nada de lo que nos preocupa durante estas vacaciones. ¿Puedo contar contigo para esto?’. Dirígete así de forma privada y personal a cada uno de tus hermanos». Y Andrés hizo lo que le había ordenado el Maestro.
143:3.3 (1611.1) Fue una experiencia maravillosa para todos ellos, y no olvidarían nunca esa subida a la montaña. Apenas se dijo una sola palabra de sus problemas durante todo el trayecto. Al llegar a la cima de la montaña Jesús los sentó a su alrededor mientras les decía: «Hermanos, todos debéis aprender el valor del descanso y la eficacia de la diversión. Debéis daros cuenta de que el mejor método para resolver algunos problemas embrollados es olvidarse de ellos durante un tiempo. Y luego, cuando volváis renovados por el descanso o la adoración, seréis capaces de afrontar vuestros problemas con una cabeza más clara, una mano más firme y, sin duda, un corazón más resuelto. Además encontraréis muchas veces que vuestro problema se ha reducido en tamaño y proporciones mientras vuestra mente y vuestro cuerpo estaban descansando».
143:3.4 (1611.2) Al día siguiente Jesús encargó a cada uno de los doce un tema de debate. Dedicaron todo el día a los recuerdos y a hablar de cosas no relacionadas con su actividad religiosa. A su gran sorpresa, Jesús incluso pasó por alto dar gracias —verbalmente— al partir el pan del almuerzo de mediodía. Era la primera vez que descuidaba esta formalidad delante de ellos.
143:3.5 (1611.3) Cuando subieron a la montaña los problemas se agolpaban en la cabeza de Andrés. El corazón de Juan estaba sumido en el desconcierto. El alma de Santiago estaba profundamente atribulada. Mateo veía escasear los fondos como consecuencia de la estancia entre gentiles. Pedro estaba alterado y más temperamental que de costumbre. Judas sufría uno de sus ataques periódicos de susceptibilidad y egoísmo. Para Simón era un grave problema conciliar su patriotismo con el amor de la hermandad humana. Felipe estaba cada vez más confundido por el desarrollo de los acontecimientos. Natanael ya no tenía el mismo sentido del humor desde que estaban en contacto con poblaciones gentiles y Tomás estaba en plena racha de depresión. Solo los gemelos estaban tranquilos y normales. Y ninguno de los doce sabía qué hacer para llevarse bien con los discípulos de Juan.
143:3.6 (1611.4) Al tercer día los doce bajaron muy cambiados de la montaña a su campamento. Habían hecho el importante descubrimiento de que muchas complicaciones humanas en realidad no existen, de que muchos problemas agobiantes son creaciones de un miedo exagerado y fruto de un recelo desmedido. Habían aprendido que todas esas situaciones se manejan mejor alejándose de ellas. Al distanciarse habían dejado que los problemas se resolvieran solos.
143:3.7 (1611.5) A la vuelta de este descanso las relaciones con los seguidores de Juan empezaron a mejorar notablemente. Muchos de los doce se llenaron de alborozo cuando vieron el cambio de estado de ánimo de los demás y comprobaron que tres días de vacaciones lejos de los deberes rutinarios de la vida habían bastado para liberarlos de su estado de irritación nerviosa. Existe siempre el peligro de que la monotonía del contacto humano multiplique considerablemente las complicaciones y exagere las dificultades.
143:3.8 (1611.6) No muchos de los gentiles de las dos ciudades griegas de Fasaelis y Arquelais creyeron en el evangelio, pero este primer periodo de trabajo intenso entre poblaciones exclusivamente gentiles fue una experiencia valiosa para los doce. Un lunes por la mañana hacia mediados de mes, Jesús dijo a Andrés: «Vamos a Samaria», y salieron inmediatamente hacia la ciudad de Sicar cercana al pozo de Jacob.
143:4.1 (1612.1) Durante más de seiscientos años los judíos de Judea, y más tarde también los de Galilea, habían estado enemistados con los samaritanos. El origen de la aversión entre judíos y samaritanos es el siguiente: Unos setecientos años antes de Cristo, Sargón, rey de Asiria, al aplastar una revuelta en Palestina central se llevó cautivos a más de veinticinco mil judíos del reino norte de Israel e instaló en su lugar a un número casi igual de descendientes de los cutitas, sefarvitas y amatitas. Asurbanipal envió posteriormente más colonias a residir en Samaria.
143:4.2 (1612.2) La enemistad religiosa entre judíos y samaritanos databa del retorno de los judíos del cautiverio en Babilonia, cuando los samaritanos trataron de impedir la reconstrucción de Jerusalén. Más adelante ofendieron a los judíos cuando prestaron ayuda a los ejércitos de Alejandro. En recompensa por su apoyo, Alejandro autorizó a los samaritanos a construir un templo en el monte Gerizim, donde adoraron a Yahvé y a sus dioses tribales y ofrecieron sacrificios muy semejantes a los del templo de Jerusalén. Siguieron practicando este culto al menos hasta el tiempo de los macabeos, cuando Juan Hircano destruyó el templo del monte Gerizim. El apóstol Felipe, en sus labores con los samaritanos tras la muerte de Jesús, tuvo muchas reuniones en el emplazamiento de este antiguo templo samaritano.
143:4.3 (1612.3) El histórico antagonismo entre judíos y samaritanos estaba consagrado por el tiempo, y el abismo que los separaba seguía creciendo desde la época de Alejandro. Los doce apóstoles no tenían inconveniente en predicar en las ciudades griegas y en otras ciudades gentiles de Siria y la Decápolis, pero el Maestro puso a prueba su lealtad cuando les dijo: «Vamos a Samaria». Sin embargo, después de más de un año de convivencia con Jesús habían desarrollado una forma de lealtad personal que iba incluso más allá de su fe en las enseñanzas del Maestro y de sus prejuicios contra los samaritanos.
143:5.1 (1612.4) Cuando el Maestro y los doce llegaron al pozo de Jacob, Jesús, cansado del viaje, se quedó junto al pozo mientras Felipe iba a Sicar con los apóstoles en busca de comida y tiendas, pues pensaban pasar algún tiempo en la zona. Pedro y los hijos de Zebedeo querían quedarse con Jesús, pero él les pidió que se fueran con sus hermanos diciendo: «No temáis por mí, estos samaritanos serán amables; solo nuestros hermanos, los judíos, nos quieren hacer daño». Eran casi las seis de aquella tarde de verano cuando Jesús se sentó junto al pozo a esperar a que volvieran los apóstoles.
143:5.2 (1612.5) El pozo de Jacob, menos mineralizado que los de Sicar, era muy apreciado por su agua potable. Jesús tenía sed pero no tenía con qué sacar agua del pozo. Entonces llegó una mujer de Sicar con su cántaro y Jesús le dijo: «Dame de beber». Esta mujer de Samaria supo que Jesús era judío por su aspecto y su vestimenta, y dedujo de su acento que era galileo. Se llamaba Nalda y era bien parecida. Le sorprendió mucho que un hombre judío le hablara así en el pozo y le pidiera agua, porque en aquel tiempo no estaba bien visto que un hombre respetable hablara en público con una mujer, y mucho menos que un judío conversara con una samaritana. Por eso Nalda preguntó a Jesús: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?». Jesús contestó: «Yo te he pedido de beber, pero solo con que pudieras comprender, serías tu quien me pediría un sorbo del agua viva». Entonces dijo Nalda: «Pero Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es profundo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Eres tú mayor que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo, del cual bebió él mismo, y sus hijos, y sus ganados?».
143:5.3 (1613.1) Jesús respondió: «Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba el agua del espíritu vivo nunca tendrá sed. Y esta agua viva será en él una fuente refrescante que brotará hasta la vida eterna». Nalda dijo entonces: «Dame de esa agua para que no tenga sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla. Además, todo lo que una mujer samaritana pueda recibir de un judío tan digno de elogio será un placer».
143:5.4 (1613.2) Nalda no sabía cómo interpretar la disposición de Jesús a hablar con ella. Contemplaba en el rostro del Maestro el semblante de un hombre recto y santo, pero tomó su cordialidad por familiaridad y malinterpretó su simbolismo como una forma de insinuarse. Al ser una mujer de moral laxa, estaba dispuesta a coquetear cuando Jesús, mirándola directamente a los ojos, le dijo con voz imperiosa: «Mujer, ve a buscar a tu marido y tráelo aquí». Ante esta orden, Nalda volvió a sus cabales. Vio que había juzgado mal la amabilidad del Maestro y había interpretado mal su manera de hablar. Tuvo miedo; empezó a darse cuenta de que estaba en presencia de una persona extraordinaria, y tanteando en su mente una respuesta adecuada, dijo con gran confusión: «Pero, Señor, no puedo llamar a mi marido porque no tengo marido». Entonces dijo Jesús: «Has dicho la verdad, pues aunque puede que una vez tuvieras un marido, ese con quien vives ahora no es tu marido. Sería mejor que dejaras de jugar con mis palabras y buscaras el agua viva que te he ofrecido en este día».
143:5.5 (1613.3) Para entonces Nalda había recobrado la compostura, y se había despertado lo mejor de sí misma. En realidad no era una mujer de vida ligera solo por su propia elección. Su marido la había rechazado injustamente y sin piedad, y en esa situación desesperada había consentido en vivir como la esposa de cierto griego sin casarse. Nalda estaba muy avergonzada de haber hablado tan atolondradamente a Jesús y se dirigió a él en tono compungido: «Señor, me arrepiento de mi manera de hablarte porque me doy cuenta de que eres un hombre santo o quizá un profeta». Y estaba a punto de buscar la ayuda directa y personal del Maestro, cuando hizo lo que tantos han hecho antes y después de ella: esquivar la cuestión de la salvación personal desviando el tema hacia la teología y la filosofía. Convirtió rápidamente la conversación sobre sus propias necesidades en controversia teológica apuntando al monte Gerizim con estas palabras: «Nuestros padres adoraron en este monte, y sin embargo tú dirías que el lugar donde los hombres deben adorar está en Jerusalén; ¿cuál es el lugar apropiado para adorar a Dios?».
143:5.6 (1613.4) Jesús percibió el intento del alma de la mujer por evitar el contacto directo y escrutador con su Hacedor, pero vio también que había en su alma un deseo de conocer el mejor modo de vida. En el fondo del corazón de Nalda había verdadera sed de agua viva, por eso la trató con paciencia y le dijo: «Mujer, déjame decirte que pronto llegará el día en que no adoraréis al Padre ni en esta montaña ni en Jerusalén. Pero ahora adoráis lo que no conocéis, una mezcla de la religión de muchos dioses paganos y de filosofías gentiles. Los judíos saben al menos a quién adoran; han eliminado toda confusión al concentrar su adoración en un solo Dios, Yahvé. Pero debes creerme cuando digo que pronto llegará —que ya está aquí — la hora en que todos los adoradores sinceros adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues esos son precisamente los adoradores que busca el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad. Tu salvación no viene de saber cómo ni dónde deberían adorar los demás, sino de recibir en tu propio corazón el agua viva que te ofrezco en este momento».
143:5.7 (1614.1) Pero Nalda persistía en evitar la incómoda cuestión de su vida personal en la tierra y del estatus de su alma ante Dios. Volvió a recurrir a las generalidades de religión diciendo: «Sí, ya sé, Señor, que Juan ha predicado sobre la venida del Convertidor, aquel que será llamado el Libertador y que, cuando venga, nos declarará todas estas cosas...». Jesús interrumpió a Nalda para decirle con contundente seguridad: «Soy yo, el que contigo habla».
143:5.8 (1614.2) Esta fue la primera declaración directa, categórica y patente de su naturaleza y filiación divina que hizo Jesús en la tierra. Y se la hizo a una mujer, una mujer samaritana, y una mujer de dudosa moralidad a los ojos de los hombres hasta ese momento, pero una mujer a quien los ojos divinos contemplaban más como una víctima del pecado de los demás que como una pecadora por su propio deseo, y ahora como un alma humana que deseaba la salvación, que la deseaba sinceramente y de todo corazón. Con eso bastaba.
143:5.9 (1614.3) Cuando Nalda estaba a punto de expresar su anhelo real y personal de cosas mejores y de una manera más noble de vivir, justo cuando se disponía a hablar del deseo real de su corazón, los doce apóstoles regresaron de Sicar y se quedaron atónitos al ver a Jesús hablando tan íntimamente con esta mujer —una mujer samaritana— y a solas. Depositaron rápidamente sus provisiones y se apartaron sin que ninguno se atreviera a mostrar su desaprobación, mientras Jesús decía a Nalda: «Mujer, sigue tu camino; Dios te ha perdonado. En adelante vivirás una vida nueva. Has recibido el agua viva; brotará dentro de tu alma una alegría nueva y te convertirás en hija del Altísimo». La mujer, consciente de la desaprobación de los apóstoles, abandonó su cántaro y huyó a la ciudad.
143:5.10 (1614.4) Cuando entró en la ciudad proclamó a todo el que encontró: «Ve al pozo de Jacob, ve rápido y verás allí a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será el Convertidor?». Antes de ponerse el sol se había reunido una gran multitud en el pozo de Jacob para escuchar a Jesús, y el Maestro les habló más sobre el agua de vida, el don del espíritu que mora en el interior.
143:5.11 (1614.5) A los apóstoles siempre les extrañó la buena disposición de Jesús a hablar con mujeres, con mujeres de dudosa fama, incluso con mujeres inmorales. Fue muy difícil para Jesús enseñar a sus apóstoles que las mujeres, incluso las llamadas mujeres inmorales, tenían un alma que podía elegir a Dios como Padre y convertirse así en hijas de Dios y candidatas a la vida eterna. Incluso diecinueve siglos más tarde, muchos muestran la misma falta de disposición a captar las enseñanzas del Maestro. La propia religión cristiana se ha construido insistentemente en torno al hecho de la muerte de Cristo en vez de construirse en torno a la verdad de su vida. El mundo debería estar más interesado en su vida feliz y reveladora de Dios que en su triste y trágica muerte.
143:5.12 (1614.6) Al día siguiente Nalda contó toda esta historia al apóstol Juan, pero él nunca se la contó entera a los demás apóstoles ni tampoco Jesús habló de ello detalladamente con los doce.
143:5.13 (1615.1) Nalda contó a Juan que Jesús le había dicho «todo lo que había hecho». Juan quiso muchas veces preguntar a Jesús sobre su conversación con Nalda pero nunca lo hizo. Jesús solo dijo a Nalda una cosa sobre sí misma, pero la mirada que clavó en sus ojos y su manera de tratarla le trajeron a la mente en un instante el panorama de toda su accidentada vida, de tal forma que asoció toda esta autorrevelación de su vida pasada con la mirada y las palabras del Maestro. Jesús nunca le dijo que había tenido cinco maridos. Había vivido con cuatro hombres desde que la dejara su marido, y cuando se dio cuenta de que Jesús era un hombre de Dios, su pasado resurgió ante ella con tal fuerza que luego repitió a Juan que Jesús realmente se lo había dicho todo sobre sí misma.
143:6.1 (1615.2) La tarde en que los habitantes de Sicar animados por Nalda acudieron en masa a ver a Jesús, los doce acababan de llegar con comida y le insistieron mucho en que comiera con ellos en vez de hablar a la gente, porque llevaban todo el día sin comer y tenían hambre. Pero Jesús sabía que pronto se haría de noche y quería hablar con la multitud antes de despedirlos. Cuando Andrés intentó que comiera algo antes de empezar a predicar, Jesús le dijo: «Tengo una comida que vosotros no conocéis». Al oír esto los apóstoles se preguntaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien algo de comer? ¿Le habrá dado comida la mujer además de agua?». Jesús los oyó, y antes de dirigirse a los samaritanos se volvió hacia los doce diciendo: «Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo su obra. No sigáis calculando cuánto tiempo falta para la cosecha. Mirad a toda esta gente que sale de una ciudad samaritana para escucharnos; os digo que los campos ya están listos para la cosecha. El que cosecha recibe su salario y recoge este fruto para la vida eterna, por eso los sembradores y los segadores se alegran juntos, y se dice con verdad: ‘uno siembra y el otro recoge’. Os envío ahora a cosechar algo que no habéis sembrado; otros lo sembraron y vosotros estáis a punto de uniros a su labor». Con esto se refería a la predicación de Juan el Bautista.
143:6.2 (1615.3) Jesús y los apóstoles fueron a Sicar y predicaron durante dos días antes de establecer su campamento en el monte Gerizim. Muchos de los moradores de Sicar creyeron en el evangelio y pidieron ser bautizados, pero los apóstoles de Jesús no bautizaban aún.
143:6.3 (1615.4) La primera noche que pasaron en el campamento del monte Gerizim, los apóstoles pensaban que Jesús les reprocharía su actitud hacia la mujer del pozo de Jacob, pero él ni siquiera sacó el tema. En cambio les dio una charla memorable sobre «las realidades que son centrales en el reino de Dios». Es muy fácil que en cualquier religión se pierda la proporción de los valores y que los hechos ocupen el lugar de la verdad en la teología personal. El hecho de la cruz se convirtió en el centro mismo del cristianismo posterior, pero esta no es la verdad central de la religión que tiene su origen en la vida y las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
143:6.4 (1615.5) El tema de la enseñanza de Jesús en el monte Gerizim fue que deseaba que todos los hombres vieran a Dios como un amigo-Padre, igual que él (Jesús) es un amigo-hermano. Y les repitió insistentemente que el amor es la relación más grande del mundo —del universo— igual que la verdad es la declaración más grande sobre la observancia de estas relaciones divinas.
143:6.5 (1616.1) Jesús se manifestó tan plenamente a los samaritanos porque podía hacerlo sin peligro y porque sabía que no volvería a visitar el corazón de Samaria para predicar el evangelio del reino.
143:6.6 (1616.2) Jesús y los doce acamparon en el monte Gerizim hasta finales de agosto. Predicaban la buena nueva del reino —la paternidad de Dios— a los samaritanos en las ciudades durante el día y pasaban las noches en el campamento. La actuación de Jesús y los doce en estas ciudades samaritanas llevó a muchas almas al reino y contribuyó considerablemente a preparar el terreno para la magnífica labor de Felipe en estas regiones tras la muerte y resurrección de Jesús, cuando se dispersaron los apóstoles hasta los confines de la tierra a raíz de la encarnizada persecución de los creyentes en Jerusalén.
143:7.1 (1616.3) Jesús enseñó muchas grandes verdades en las conversaciones nocturnas en el monte Gerizim, y puso especial énfasis en las siguientes:
143:7.2 (1616.4) La verdadera religión es el acto del alma individual en el contexto de sus relaciones conscientes con el Creador. La religión organizada es el intento del hombre por socializar la adoración de las personas religiosas individuales.
143:7.3 (1616.5) La adoración —la contemplación de lo espiritual— debe alternar con el servicio, el contacto con la realidad material. El trabajo debería alternar con el juego; la religión debería estar contrapesada por el humor. La filosofía profunda debería aliviarse con poesía rítmica. La presión del vivir —la tensión de la personalidad en el tiempo— debería relajarse con el descanso de la adoración. Los sentimientos de inseguridad que surgen del miedo al aislamiento de la personalidad en el universo deberían tener como antídotos la contemplación del Padre mediante la fe y el intento de comprender al Supremo.
143:7.4 (1616.6) La oración está destinada a hacer que el hombre piense menos pero comprenda más. No está destinada a incrementar el conocimiento sino a expandir la visión interior.
143:7.5 (1616.7) La adoración tiene por objeto anticipar la vida mejor que tenemos por delante y reflejar luego estas nuevas significaciones espirituales sobre nuestra vida presente. La oración nos sostiene espiritualmente, pero la adoración es creativa de manera divina.
143:7.6 (1616.8) La adoración es el procedimiento de buscar en el Uno la inspiración para servir a los muchos. La adoración es la vara que mide el grado de desprendimiento del universo material alcanzado por el alma y su vinculación firme y simultánea a las realidades espirituales de toda la creación.
143:7.7 (1616.9) La oración es el recordatorio de uno mismo: un pensamiento sublime. La adoración es el olvido de uno mismo: un superpensamiento. La adoración es atención sin esfuerzo, el descanso ideal y verdadero del alma, una forma relajante de ejercicio espiritual.
143:7.8 (1616.10) La adoración es el acto de la parte que se identifica con el Todo; lo finito, con el Infinito; el hijo, con el Padre; el tiempo que se pone al ritmo de la eternidad. La adoración es el acto de comunión personal del hijo con el Padre divino, la asunción de actitudes reparadoras, creativas, fraternales y románticas por parte del alma-espíritu del hombre.
143:7.9 (1616.11) Aunque los apóstoles solo pudieron captar una pequeña parte de las enseñanzas de Jesús en el campamento, otros mundos las entendieron y otras generaciones de la tierra las entenderán.
El libro de Urantia
Documento 144
144:0.1 (1617.1) DURANTE los meses de septiembre y octubre estuvieron retirados en un campamento aislado en las laderas del monte Gilboa. Jesús pasó ahí el mes de septiembre a solas con sus apóstoles dedicado a enseñarles e instruirles sobre las verdades del reino.
144:0.2 (1617.2) Jesús y sus apóstoles se retiraron en ese momento a los límites de Samaria y la Decápolis por varias razones. Los dirigentes religiosos de Jerusalén eran muy hostiles. Herodes Antipas seguía manteniendo preso a Juan sin atreverse ni a liberarlo ni a ejecutarlo, y seguía sospechando que Juan y Jesús estaban asociados de alguna manera. Estas circunstancias desaconsejaban cualquier actuación tanto en Judea como en Galilea. Había una tercera razón: la creciente tensión entre los líderes de los discípulos de Juan y los apóstoles de Jesús, que iba empeorando a medida que crecía el número de creyentes.
144:0.3 (1617.3) Jesús sabía que su trabajo preliminar de enseñanza y predicación casi había terminado, que el siguiente paso sería el comienzo del esfuerzo pleno y final de su vida en la tierra, y no quería causar ningún tipo de tensión o malestar a Juan el Bautista al poner en marcha su misión. Por eso había decidido pasar algún tiempo retirado preparando a sus apóstoles, y hacer después algún trabajo silencioso en las ciudades de la Decápolis hasta que Juan fuera o bien ejecutado o bien liberado para unirse a ellos en un esfuerzo conjunto.
144:1.1 (1617.4) A medida que pasaba el tiempo los doce se fueron entregando más a Jesús y comprometiendo de forma creciente con el trabajo del reino. Su entrega era más que nada pura lealtad personal. No podían captar sus complejas enseñanzas; no alcanzaban a comprender la naturaleza de Jesús ni la importancia de su otorgamiento en la tierra.
144:1.2 (1617.5) Jesús explicó claramente a sus apóstoles que se habían retirado por tres razones:
144:1.3 (1617.6) 1. Para confirmar su comprensión del evangelio del reino y su fe en ese evangelio.
144:1.4 (1617.7) 2. Para dar tiempo a que se calmara la oposición a su actividad, tanto en Judea como en Galilea.
144:1.5 (1617.8) 3. Para esperar el destino de Juan el Bautista.
144:1.6 (1617.9) Durante esta temporada en Gilboa, Jesús contó a los doce muchas cosas sobre sus primeros años de vida y sobre sus experiencias en el monte Hermón. También les reveló algo de lo que sucedió en las colinas durante los cuarenta días siguientes a su bautismo, y les recomendó expresamente que no contaran a nadie estas experiencias hasta después de su regreso al Padre.
144:1.7 (1618.1) Aprovecharon esas semanas de septiembre para descansar, charlar y recordar sus experiencias desde que Jesús los llamó para el servicio. También hicieron un verdadero esfuerzo por coordinar lo que el Maestro les había enseñado hasta entonces. En cierta medida, todos tenían la sensación de que esa sería su última temporada larga de descanso. Se daban cuenta de que su siguiente actuación pública, bien en Judea o bien en Galilea, marcaría el comienzo de la proclamación final del reino venidero, pero tenían poca o ninguna idea de lo que sería este reino cuando llegara. Juan y Andrés pensaban que el reino ya había llegado. Pedro y Santiago creían que estaba aún por llegar. Natanael y Tomás se declaraban francamente preocupados. Mateo, Felipe y Simón Zelotes estaban confusos e indecisos. Los gemelos se mantenían felizmente al margen de la controversia y Judas Iscariote guardaba un evasivo silencio.
144:1.8 (1618.2) Jesús pasó gran parte de este tiempo a solas en la montaña cercana al campamento. A veces se llevaba a Pedro, Santiago o Juan, pero casi siempre se iba a orar o comulgar en soledad. Tras el bautismo de Jesús y los cuarenta días en las colinas de Perea, no se puede decir que estos periodos de comunión con su Padre fueran de oración ni tampoco que Jesús estuviera adorando, en cambio es totalmente correcto considerarlos como periodos de comunión personal con su Padre.
144:1.9 (1618.3) El tema central de las conversaciones de todo el mes de septiembre fue la oración y la adoración. Después de haber hablado de la adoración durante varios días, Jesús terminó pronunciando su memorable discurso sobre la oración en respuesta a la petición de Tomás: «Maestro, enséñanos a orar».
144:1.10 (1618.4) Juan había enseñado una oración a sus discípulos, una oración para la salvación en el reino venidero. Aunque Jesús nunca prohibió a sus seguidores que emplearan la forma de orar de Juan, los apóstoles notaron muy pronto que su Maestro no era muy partidario de orar con expresiones establecidas y oraciones formales. Sin embargo los creyentes les pedían constantemente que les enseñaran a orar, y los doce estaban deseando saber qué forma de petición le parecería bien a Jesús. Precisamente por esta necesidad de una petición sencilla para la gente corriente, Jesús consintió en ese momento en responder al requerimiento de Tomás y enseñarles una forma sugestiva de oración. El Maestro les dio esta lección una tarde de la tercera semana de su estancia en el monte Gilboa.
144:2.1 (1618.5) «Juan os enseñó una forma sencilla de oración: ‘¡Oh Padre, límpianos de pecado, muéstranos tu gloria, revela tu amor y haz que tu espíritu santifique nuestros corazones para siempre, amén!’. Os enseñó esta oración para que tuvierais algo que enseñar a la multitud. Su intención no era que utilizarais esta petición establecida y formal como expresión de vuestra propia alma en oración.
144:2.2 (1618.6) «La oración es una expresión enteramente espontánea y personal de la actitud del alma hacia el espíritu; la oración debería ser una comunión de filiación y una expresión de camaradería. La oración, cuando está dictada por el espíritu, conduce al progreso espiritual cooperativo. La oración ideal es una forma de comunión espiritual que conduce a la adoración inteligente. El rezo verdadero es la actitud sincera de extender la mano hacia el cielo para alcanzar vuestros ideales.
144:2.3 (1619.1) «La oración es el aliento del alma y debería conduciros a perseverar en el intento de descubrir la voluntad del Padre. Si alguno de vosotros llama a casa de su vecino a media noche diciendo: ‘Amigo, préstame tres panes porque ha venido a verme un amigo mío que está de viaje y no tengo nada que ofrecerle’, y vuestro vecino responde: ‘No me molestes, la puerta ya está cerrada, mis hijos y yo estamos acostados y no puedo levantarme a darte pan’, vosotros insistiréis explicándole que vuestro amigo tiene hambre y que no tenéis nada que darle. Os digo que aunque vuestro vecino no se levante para daros el pan por ser amigo vuestro, se levantará para que dejéis de molestarlo y os dará tantos panes como necesitéis. Por lo tanto, si la insistencia consigue los favores incluso del hombre mortal, cuánto más vuestra insistencia en el espíritu conseguirá para vosotros el pan de vida de las manos generosas del Padre del cielo. Os lo repito: pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama a la puerta de la salvación se le abrirá.
144:2.4 (1619.2) «¿Qué padre de entre vosotros, si su hijo le hace una petición poco razonable, no le dará lo que sabe como padre que conviene al hijo en vez de atender a su petición insensata? Si el niño necesita un pan, ¿le daréis una piedra solo porque os la ha pedido sin saber? Si vuestro hijo necesita un pez, ¿le daréis una serpiente de agua porque resulta que ha aparecido una en la red con el pescado y el niño la pide tontamente? Si vosotros que sois mortales y finitos sabéis cómo responder a las peticiones y dais a vuestros hijos cosas buenas y convenientes, ¡¿cuánto más dará vuestro Padre celestial el espíritu y muchas bendiciones adicionales a aquellos que se lo pidan?! Los hombres deben orar siempre sin desanimarse nunca.
144:2.5 (1619.3) «Dejadme contaros la historia de cierto juez que vivía en una ciudad perversa. Este juez no temía a Dios ni respetaba a los hombres. En esa ciudad vivía una viuda necesitada que acudía constantemente a este juez injusto para decirle: ‘Protégeme de mi adversario’. Durante algún tiempo no quiso atenderla, pero luego se dijo para sus adentros: ‘Aunque ni temo a Dios ni respeto a los hombres, será mejor que haga justicia con esta viuda para que deje ya de cansarme con sus continuas reclamaciones’. Os cuento estas historias para animaros a perseverar en la oración, no para daros la idea de que vuestras peticiones pueden hacer cambiar al Padre justo y recto de arriba. Vuestra perseverancia no es para ganar el favor de Dios sino para cambiar vuestra actitud en la tierra y ampliar la receptividad de vuestra alma al espíritu.
144:2.6 (1619.4) «Pero cuando oráis, ponéis tan poca fe. Una fe auténtica moverá las montañas de las dificultades materiales que pudiera haber en el sendero de la expansión del alma y del progreso espiritual.»
144:3.1 (1619.5) Pero los apóstoles aún no estaban satisfechos; querían que Jesús les diera una oración modelo que pudieran enseñar a los nuevos discípulos. Después de escuchar este discurso sobre la oración, Santiago Zebedeo dijo: «Muy bien, Maestro, pero la forma de oración que necesitamos no es tanto para nosotros como para los nuevos creyentes que nos la piden sin cesar: ‘Enseñadnos orar de forma que sea aceptable al Padre del cielo’».
144:3.2 (1619.6) Cuando Santiago hubo terminado de hablar, Jesús dijo: «Si eso es lo que deseáis, voy a daros la oración que enseñé a mis hermanos y hermanas en Nazaret»:
144:3.3 (1620.1) Padre nuestro que estás en los cielos,
144:3.4 (1620.2) Santificado sea tu nombre.
144:3.5 (1620.3) Que venga tu reino; que se haga tu voluntad
144:3.6 (1620.4) En la tierra como en el cielo.
144:3.7 (1620.5) Danos hoy nuestro pan para mañana;
144:3.8 (1620.6) Refresca nuestras almas con el agua de vida.
144:3.9 (1620.7) Y perdónanos nuestras deudas
144:3.10 (1620.8) Como nosotros también hemos perdonado a nuestros deudores.
144:3.11 (1620.9) Sálvanos de la tentación, líbranos del mal,
144:3.12 (1620.10) Y haznos cada vez más perfectos como tú mismo.
144:3.13 (1620.11) No es de extrañar que los apóstoles quisieran que Jesús les enseñara una oración modelo para los creyentes. Juan el Bautista había enseñado a sus seguidores varias oraciones; todos los grandes maestros habían formulado oraciones para sus alumnos. Los maestros religiosos de los judíos tenían unas veinticinco o treinta oraciones establecidas que recitaban en las sinagogas e incluso en las esquinas de las calles. Jesús era particularmente reacio a orar en público; los doce le habían oído orar muy pocas veces hasta ese momento. Observaban que pasaba noches enteras orando o adorando y tenían mucha curiosidad por conocer su método o su forma de orar. Se encontraban en verdaderos apuros cuando las multitudes les pedían que les enseñaran a orar como Juan había enseñado a sus discípulos.
144:3.14 (1620.12) Jesús enseñó a los doce a orar siempre en secreto; a apartarse para orar en algún lugar tranquilo de la naturaleza o a solas en sus habitaciones con la puerta cerrada.
144:3.15 (1620.13) Después de la muerte de Jesús y de su ascensión al Padre, se convirtió en práctica de muchos creyentes terminar el llamado padrenuestro añadiendo: «En el nombre de nuestro Señor Jesucristo». Más tarde se perdieron dos líneas en las copias y se añadió a esta oración una frase que decía: «Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria para siempre».
144:3.16 (1620.14) Jesús dio esta oración a los apóstoles de forma colectiva, tal como la había rezado la familia de Nazaret. Nunca enseñó una oración personal formal, solo peticiones grupales, familiares o sociales, y nunca lo hizo por su propia iniciativa.
144:3.17 (1620.15) Jesús enseñó que la oración eficaz debe ser:
144:3.18 (1620.16) 1. Altruista: no solamente para uno mismo.
144:3.19 (1620.17) 2. Creyente: conforme a la fe.
144:3.20 (1620.18) 3. Sincera: honrada de corazón.
144:3.21 (1620.19) 4. Inteligente: según la luz.
144:3.22 (1620.20) 5. Confiada: sometida a la voluntad infinitamente sabia del Padre.
144:3.23 (1620.21) Cuando Jesús pasaba noches enteras orando en la montaña, oraba sobre todo por sus discípulos, y en especial por los doce. El Maestro oraba muy poco por sí mismo, aunque practicaba mucho una adoración cuya naturaleza era la comunión comprensiva con su Padre del Paraíso.
144:4.1 (1620.22) Después del discurso sobre la oración los apóstoles siguieron haciendo preguntas al Maestro durante muchos días sobre esta importantísima práctica de adoración. La instrucción que dio Jesús esos días a los apóstoles sobre la oración y la adoración se podría resumir y exponer en lenguaje moderno como sigue:
144:4.2 (1621.1) La repetición ferviente y anhelante de cualquier súplica, cuando esa oración es la expresión sincera de un hijo de Dios y es rezada con fe, por muy desatinada o imposible de atender que sea, no deja nunca de expandir la receptividad espiritual del alma.
144:4.3 (1621.2) Recordad en todos vuestros rezos que la filiación es un don. Ningún niño tiene que hacer nada para ganar el estatus de hijo o hija. El hijo terrestre llega a la existencia por voluntad de sus padres. De la misma manera, el hijo de Dios llega a la gracia y a la nueva vida del espíritu por voluntad del Padre del cielo. Por eso el reino de los cielos —la filiación divina— se debe recibir como lo haría un niño pequeño. La rectitud —el desarrollo progresivo del carácter— se gana, pero la filiación se recibe por la gracia y a través de la fe.
144:4.4 (1621.3) La oración condujo a Jesús a la supercomunión de su alma con los Regidores Supremos del universo de universos. La oración conducirá a los mortales de la tierra a la comunión de la verdadera adoración. La capacidad espiritual de receptividad del alma determina la cantidad de bendiciones celestiales que uno puede hacer suyas y comprender conscientemente como respuesta a la oración.
144:4.5 (1621.4) La oración, junto con la adoración que la acompaña, es un método de despegarse de la rutina diaria de la vida, del monótono trajín de la existencia material. Es una vía para acercarse a la realización espiritualizada de uno mismo y al logro de una individualidad intelectual y religiosa.
144:4.6 (1621.5) La oración es un antídoto contra la introspección nociva. La oración tal como la enseñó el Maestro aporta al alma por lo menos este beneficio. Jesús utilizó siempre la benéfica influencia de orar por sus semejantes. El Maestro solía orar normalmente en plural, no en singular. Jesús solo oró por sí mismo en los grandes momentos de crisis de su vida terrenal.
144:4.7 (1621.6) La oración es el aliento de la vida del espíritu en medio de la civilización material de las razas de la humanidad. La adoración es la salvación para las generaciones de mortales en busca de placer.
144:4.8 (1621.7) Se podría decir que orar equivale a recargar las baterías espirituales del alma, y en cambio adorar sería sintonizar el alma para captar las difusiones en el universo del espíritu infinito del Padre Universal.
144:4.9 (1621.8) La oración es la mirada sincera y anhelante del hijo hacia su Padre espíritu; es un proceso psicológico que consiste en sustituir la voluntad humana por la voluntad divina. La oración forma parte del plan divino de transformar lo que es en lo que debería ser.
144:4.10 (1621.9) Una de las razones por las cuales Pedro, Santiago y Juan, que acompañaron tantas veces a Jesús en sus largas noches de vigilia, nunca le oyeron rezar es que su Maestro casi nunca ponía sus oraciones en palabras habladas. Jesús hacía casi toda su oración en silencio: en su espíritu y en su corazón.
144:4.11 (1621.10) De todos los apóstoles, Pedro y Santiago son los que estuvieron más cerca de comprender las enseñanzas del Maestro sobre la oración y la adoración.
144:5.1 (1621.11) Durante el resto de su estancia en la tierra Jesús habló algunas veces a los apóstoles sobre otras formas de oración, pero solo lo hizo para ilustrar otras cuestiones y les insistió en que no enseñaran a las multitudes estas «oraciones parábola». Muchas de ellas provenían de otros planetas habitados, aunque Jesús no reveló este hecho a los doce. Entre estas oraciones estaban las siguientes:
144:5.2 (1622.1) Padre nuestro en quien consisten los dominios del universo,
144:5.3 (1622.2) Ensalzado sea tu nombre y glorificado tu carácter.
144:5.4 (1622.3) Tu presencia nos envuelve y tu gloria se manifiesta
144:5.5 (1622.4) Imperfectamente a través de nosotros, así como se muestra perfecta en lo alto.
144:5.6 (1622.5) Danos las fuerzas vivificantes de la luz en este día,
144:5.7 (1622.6) Y no nos dejes errar por las sendas perversas de nuestra imaginación,
144:5.8 (1622.7) Pues tuya es la gloriosa presencia interior, el poder perpetuo,
144:5.9 (1622.8) Y para nosotros, el don eterno del amor infinito de tu Hijo.
144:5.10 (1622.9) Así sea y es en verdad para siempre.
* * *
144:5.12 (1622.10) Progenitor y creador nuestro que estás en el centro del universo,
144:5.13 (1622.11) Otórganos tu naturaleza y danos tu carácter.
144:5.14 (1622.12) Haznos tus hijos e hijas por la gracia
144:5.15 (1622.13) Y glorifica tu nombre por nuestro logro eterno.
144:5.16 (1622.14) Danos tu espíritu ajustador y controlador para que viva y habite dentro de nosotros
144:5.17 (1622.15) Para que podamos hacer tu voluntad en esta esfera así como las ángeles cumplen tus mandatos en la luz.
144:5.18 (1622.16) Susténtanos en nuestro progreso por la senda de la verdad en este día.
144:5.19 (1622.17) Líbranos de la inercia, del mal y de toda transgresión pecaminosa.
144:5.20 (1622.18) Sé paciente con nosotros así como nosotros mostramos amor y bondad hacia nuestros semejantes.
144:5.21 (1622.19) Derrama en nuestro corazón de criaturas el espíritu de tu misericordia.
144:5.22 (1622.20) Condúcenos con tu propia mano, paso a paso, por el incierto laberinto de la vida,
144:5.23 (1622.21) Y cuando llegue nuestro final, acoge en tu propio seno nuestro espíritu fiel.
144:5.24 (1622.22) Así sea, que se haga tu voluntad y no nuestros deseos.
* * *
144:5.26 (1622.23) Padre nuestro celestial, perfecto y justo,
144:5.27 (1622.24) Guía y dirige nuestro viaje en este día.
144:5.28 (1622.25) Santifica nuestros pasos y coordina nuestros pensamientos.
144:5.29 (1622.26) Condúcenos siempre por los caminos del progreso eterno.
144:5.30 (1622.27) Llénanos de sabiduría hasta la plenitud del poder
144:5.31 (1622.28) Y vitalízanos con tu energía infinita.
144:5.32 (1622.29) Inspíranos con la consciencia divina de
144:5.33 (1622.30) La presencia y la guía de las huestes seráficas.
144:5.34 (1622.31) Guíanos siempre hacia arriba por el sendero de la luz;
144:5.35 (1622.32) Justifícanos plenamente el día del gran juicio.
144:5.36 (1622.33) Haznos semejantes a ti en gloria eterna
144:5.37 (1622.34) Y recíbenos en tu servicio sin fin en lo alto.
* * *
144:5.39 (1622.35) Padre nuestro que estás en el misterio,
144:5.40 (1622.36) Revélanos tu carácter santo.
144:5.41 (1622.37) Concede a tus hijos de la tierra
144:5.42 (1622.38) Ver el camino, la luz y la verdad en este día.
144:5.43 (1622.39) Muéstranos el sendero del progreso eterno,
144:5.44 (1622.40) Y danos la voluntad de caminar por él.
144:5.45 (1622.41) Establece dentro de nosotros tu reinado divino
144:5.46 (1622.42) Y otórganos así el pleno dominio de nuestro yo.
144:5.47 (1622.43) No dejes que nos extraviemos por sendas de tinieblas y de muerte;
144:5.48 (1622.44) Llévanos junto a las aguas de vida para siempre.
144:5.49 (1622.45) Escucha estas oraciones nuestras por tu propio bien;
144:5.50 (1622.46) Complácete en hacernos cada vez más semejantes a ti.
144:5.51 (1623.1) Al final, en nombre del Hijo divino,
144:5.52 (1623.2) Recíbenos en los brazos eternos.
144:5.53 (1623.3) Así sea, que se haga tu voluntad y no la nuestra.
* * *
144:5.55 (1623.4) Glorioso Padre y Madre aunados en un solo progenitor,
144:5.56 (1623.5) Que seamos leales a tu naturaleza divina.
144:5.57 (1623.6) Que tu propio yo viva de nuevo en nosotros y a través de nosotros
144:5.58 (1623.7) Mediante el don y el otorgamiento de tu espíritu divino.
144:5.59 (1623.8) Te reproduciremos imperfectamente en esta esfera
144:5.60 (1623.9) Así como te muestras arriba en perfección y majestad.
144:5.61 (1623.10) Danos tu dulce ministerio de hermandad día tras día
144:5.62 (1623.11) Y condúcenos en todo momento por la senda del servicio por amor.
144:5.63 (1623.12) Que tu paciencia hacia nosotros sea siempre inagotable
144:5.64 (1623.13) Así como nosotros manifestamos tu paciencia a nuestros hijos.
144:5.65 (1623.14) Danos la sabiduría divina que hace bien todas las cosas,
144:5.66 (1623.15) Y el amor infinito que es amable con todas las criaturas.
144:5.67 (1623.16) Otórganos tu paciencia y tu amorosa benevolencia,
144:5.68 (1623.17) Para que nuestra caridad envuelva a los débiles del mundo.
144:5.69 (1623.18) Y cuando finalice nuestra carrera, haz de ella un honor para tu nombre,
144:5.70 (1623.19) Un placer para tu buen espíritu y una satisfacción para los que ayudan a nuestra alma.
144:5.71 (1623.20) Padre amoroso, que el bien eterno de tus hijos mortales no sea el que queremos nosotros sino el que tú deseas.
144:5.72 (1623.21) Así sea.
* * *
144:5.74 (1623.22) Fuente siempre fiel y todopoderoso Centro nuestro,
144:5.75 (1623.23) Venerado y santificado sea el nombre de tu Hijo misericordioso.
144:5.76 (1623.24) Tu generosidad y tus bendiciones han descendido sobre nosotros,
144:5.77 (1623.25) Para que podamos hacer tu voluntad y cumplir tus mandatos.
144:5.78 (1623.26) Danos en todo momento el sustento del árbol de la vida;
144:5.79 (1623.27) Refréscanos día tras día con las aguas vivas de ese río.
144:5.80 (1623.28) Condúcenos paso a paso fuera de las tinieblas y hacia la luz divina.
144:5.81 (1623.29) Renueva nuestra mente por las transformaciones del espíritu que mora en nuestro interior,
144:5.82 (1623.30) Y cuando nos llegue nuestro final como mortales,
144:5.83 (1623.31) Acógenos en ti y envíanos a la eternidad.
144:5.84 (1623.32) Corónanos con las diademas celestiales del servicio fructífero,
144:5.85 (1623.33) Y glorificaremos al Padre, al Hijo y a la Santa Influencia.
144:5.86 (1623.34) Que así sea, en todo un universo sin fin.
* * *
144:5.88 (1623.35) Padre nuestro que habitas en los lugares secretos del universo,
144:5.89 (1623.36) Honrado sea tu nombre, venerada tu misericordia y respetado tu juicio.
144:5.90 (1623.37) Que el sol de la rectitud brille sobre nosotros al mediodía,
144:5.91 (1623.38) Y también te suplicamos que guíes nuestros pasos inseguros al anochecer.
144:5.92 (1623.39) Condúcenos de la mano por los caminos que tú elijas,
144:5.93 (1623.40) Y no nos abandones cuando el camino sea difícil y las horas oscuras.
144:5.94 (1623.41) No nos olvides como nosotros tantas veces te olvidamos.
144:5.95 (1623.42) Pero sé misericordioso y ámanos como nosotros deseamos amarte.
144:5.96 (1623.43) Míranos desde arriba con benevolencia y perdónanos con misericordia
144:5.97 (1623.44) Así como nosotros perdonamos en justicia a los que nos afligen y nos hieren.
144:5.98 (1624.1) Que el amor, la entrega y el otorgamiento del Hijo majestuoso,
144:5.99 (1624.2) Nos lleven a la vida eterna con tu misericordia y tu amor sin fin.
144:5.100 (1624.3) Que el Dios de los universos nos otorgue la medida plena de su espíritu;
144:5.101 (1624.4) Danos la gracia de someternos a las directrices de este espíritu.
144:5.102 (1624.5) Por el ministerio de amor de las dedicadas huestes seráficas
144:5.103 (1624.6) Que el Hijo nos guíe y nos conduzca hasta el final de la edad.
144:5.104 (1624.7) Haznos cada vez más semejantes a ti
144:5.105 (1624.8) Y cuando llegue nuestro final recíbenos en el abrazo eterno del Paraíso.
144:5.106 (1624.9) Que así sea, en nombre del Hijo de otorgamiento
144:5.107 (1624.10) Y para honor y gloria del Padre Supremo.
144:5.108 (1624.11) Aunque los apóstoles no estaban autorizados a utilizar estas lecciones sobre la oración en sus enseñanzas públicas, se beneficiaron mucho de todas estas revelaciones en su experiencia religiosa personal. Jesús empleó estos y otros modelos de oración como ejemplos para la instrucción íntima de los doce, y hemos sido expresamente autorizados a transcribir estos siete modelos de oración en este relato.
144:6.1 (1624.12) Hacia principios de octubre Felipe y otros apóstoles fueron a comprar comida a una aldea cercana y se encontraron allí con algunos de los apóstoles de Juan el Bautista, pues Juan, siguiendo el precedente de Jesús y ante la insistencia de Abner, el jefe de sus leales partidarios, acababa de nombrar apóstoles a doce de sus principales discípulos. Este encuentro fortuito en la plaza del mercado tuvo como resultado una conferencia de tres semanas en el campamento de Gilboa entre los apóstoles de Jesús y los de Juan. Jesús estuvo presente durante toda la primera semana de esta conferencia conjunta, pero se ausentó de Gilboa durante las dos últimas.
144:6.2 (1624.13) Para el comienzo de la segunda semana de octubre Abner había congregado a los demás apóstoles de Juan en el campamento de Gilboa y estaba preparado para reunirse en consejo con los de Jesús. Durante tres semanas, estos veinticuatro hombres se reunieron tres veces al día y seis días por semana. La primera semana Jesús se mezclaba con ellos durante los recesos entre las sesiones de mañana, tarde y noche. Ellos hubieran querido que el Maestro estuviera en las reuniones y presidiera sus deliberaciones conjuntas, pero él se negó rotundamente a participar en sus debates aunque accedió a hablarles en tres ocasiones. Estas alocuciones de Jesús a los veinticuatro trataron sobre empatía, cooperación y tolerancia.
144:6.3 (1624.14) Andrés y Abner presidieron alternativamente estas reuniones conjuntas de los dos grupos apostólicos llenas de dificultades que debatir y problemas que resolver. Los apóstoles acudían una y otra vez a Jesús con estos conflictos, pero él se limitaba a decir: «Yo solo me ocupo de vuestros problemas personales y puramente religiosos. Soy el representante del Padre para los individuos, no para los grupos. Si tenéis dificultades personales en vuestras relaciones con Dios, venid a mí; os escucharé y os aconsejaré para solucionar vuestro problema. En cambio, a la hora de coordinar interpretaciones humanas divergentes de las cuestiones religiosas y socializar la religión, os toca a vosotros resolver todos los problemas que surjan, aunque tendréis siempre mi interés y mi comprensión. Cuando lleguéis a vuestras conclusiones sobre estos asuntos carentes de importancia espiritual, y siempre que estéis todos de acuerdo, os prometo de antemano mi aprobación plena y toda mi cooperación. Ahora me iré de aquí durante dos semanas para no estorbaros en vuestras deliberaciones. No os inquietéis por mí, volveré con vosotros. Estaré ocupado en los asuntos de mi Padre, pues tenemos otros mundos además de este».
144:6.4 (1625.1) Dicho esto, Jesús bajó por la ladera de la montaña y no volvieron a verlo en dos semanas. Nunca supieron dónde fue ni qué hizo durante ese tiempo. Al principio los veinticuatro se encontraron tan desconcertados por la ausencia del Maestro que fueron incapaces de centrarse seriamente en sus problemas, pero al cabo de una semana estaban otra vez enfrascados en las discusiones sin poder recurrir a la ayuda de Jesús.
144:6.5 (1625.2) El primer acuerdo de la conferencia fue adoptar la oración que Jesús acababa de enseñarles. Votaron por unanimidad que esta sería la oración que ambos grupos de apóstoles enseñarían a los creyentes.
144:6.6 (1625.3) Luego decidieron que mientras Juan viviera, libre o encarcelado, ambos grupos de doce apóstoles seguirían haciendo su labor por separado y que celebrarían reuniones conjuntas de una semana cada tres meses en lugares por acordar en su momento.
144:6.7 (1625.4) Pero su principal problema era la cuestión del bautismo, que se había complicado todavía más cuando Jesús se negó a pronunciarse al respecto. Por fin acordaron que mientras Juan viviera —o hasta que modificaran esta decisión de manera conjunta— solo los apóstoles de Juan bautizarían a los creyentes y solo los apóstoles de Jesús darían la instrucción final a los nuevos discípulos. En consecuencia, desde aquel momento hasta la muerte de Juan, dos apóstoles de Juan acompañaron a Jesús y a sus apóstoles para bautizar a los creyentes, pues el consejo conjunto había votado por unanimidad que el bautismo había de convertirse en el paso inicial y signo exterior de la alianza con los asuntos del reino.
144:6.8 (1625.5) Acto seguido acordaron que, en caso de morir Juan, sus apóstoles se presentarían ante Jesús para ponerse bajo su dirección y que no seguirían bautizando a menos que fueran autorizados por Jesús o sus apóstoles.
144:6.9 (1625.6) Después votaron que, en caso de morir Juan, los apóstoles de Jesús empezarían a bautizar con agua como emblema del bautismo del Espíritu divino. La cuestión de si el arrepentimiento debía ligarse o no a la predicación del bautismo, se dejó como opcional y no se tomó ninguna decisión vinculante para ambos grupos. Los apóstoles de Juan predicaban: «Arrepentíos y sed bautizados», y los apóstoles de Jesús proclamaban: «Creed y sed bautizados».
144:6.10 (1625.7) Esta es la historia del primer intento de los seguidores de Jesús por coordinar esfuerzos divergentes, conciliar diferencias de opinión, organizar proyectos colectivos, legislar las observancias externas y socializar las prácticas religiosas personales.
144:6.11 (1625.8) En estas reuniones se consideraron muchas otras cuestiones de menor importancia y se resolvieron por unanimidad. Esas dos semanas fueron una experiencia verdaderamente notable para los veinticuatro hombres que se vieron obligados a afrontar problemas y solucionar dificultades sin Jesús. Aprendieron a diferir, debatir, contender, orar y transigir, a respetar el punto de vista del otro y a practicar al menos algún grado de tolerancia hacia sus opiniones de buena fe.
144:6.12 (1625.9) La tarde de su debate final sobre asuntos financieros regresó Jesús. Después de enterarse de sus deliberaciones y escuchar sus decisiones dijo: «Estas son vuestras conclusiones, y yo os ayudaré a cada uno a poner en práctica el espíritu de vuestras decisiones conjuntas».
144:6.13 (1626.1) A los dos meses y medio fue ejecutado Juan, y hasta entonces sus apóstoles permanecieron con Jesús y los doce. Todos trabajaron juntos y bautizaron a los creyentes en las ciudades de la Decápolis durante este periodo. El 2 de noviembre del año 27 d. C. desmontaron el campamento de Gilboa.
144:7.1 (1626.2) Durante los meses de noviembre y diciembre Jesús y los veinticuatro trabajaron calladamente en las ciudades griegas de la Decápolis, principalmente en Escitópolis, Gerasa, Abila y Gadara. Este fue realmente el final del periodo preliminar en el que se hicieron cargo del trabajo y de la organización de Juan. La religión socializada de una nueva revelación paga siempre el precio de transigir con las formas y costumbres establecidas por la religión precedente que intenta salvar. El bautismo fue el precio que pagaron los discípulos de Jesús por adoptar como grupo religioso socializado a los seguidores de Juan el Bautista. Los seguidores de Juan, al unirse a los de Jesús, renunciaron a casi todo excepto al bautismo con agua.
144:7.2 (1626.3) En esta misión por las ciudades de la Decápolis Jesús hizo poca predicación pública. Dedicó casi todo el tiempo a instruir a los veinticuatro y mantuvo muchas reuniones exclusivas con los doce apóstoles de Juan. Poco a poco fueron entendiendo mejor por qué Jesús no iba a visitar a Juan a la cárcel ni se esforzaba por conseguir su libertad, en cambio nunca lograron comprender por qué se negaba a hacer obras maravillosas y a mostrar los signos externos de su autoridad divina. Antes de ir al campamento del Gilboa habían creído en Jesús sobre todo por el testimonio de Juan, pero pronto empezaron a creer como resultado de su contacto personal con el Maestro y sus enseñanzas.
144:7.3 (1626.4) Durante esos dos meses los apóstoles trabajaron casi siempre de dos en dos, uno de Jesús con uno de Juan. El apóstol de Juan bautizaba, el apóstol de Jesús instruía y ambos predicaban el evangelio del reino tal como ellos lo entendían. Así ganaron muchas almas entre aquellos gentiles y judíos apóstatas.
144:7.4 (1626.5) Abner, el jefe de los apóstoles de Juan, se convirtió en fervoroso creyente en Jesús, y más tarde fue nombrado director de un grupo de setenta maestros encargados por el Maestro de predicar el evangelio.
144:8.1 (1626.6) A finales de diciembre se instalaron todos cerca del Jordán a la altura de Pella, donde reanudaron la enseñanza y la predicación. A este campamento acudían tanto judíos como gentiles a escuchar el evangelio. Una tarde, mientras Jesús enseñaba a la multitud, unos amigos íntimos de Juan trajeron al Maestro el último mensaje que recibiría del Bautista.
144:8.2 (1626.7) Juan llevaba ya año y medio encarcelado, y Jesús había actuado con mucha discreción durante casi todo este tiempo, por eso no era de extrañar que Juan se preguntara qué estaba pasando con el reino. Los amigos de Juan interrumpieron la enseñanza de Jesús para decirle: «Juan el Bautista nos envía a preguntarte: ¿eres tú verdaderamente el Libertador o hemos de esperar a otro?».
144:8.3 (1626.8) Jesús hizo una pausa para responder a los amigos de Juan: «Volved y decid a Juan que no ha sido olvidado. Decidle lo que habéis visto y oído, que se predica a los pobres la buena nueva». Después de hablar un poco más con los mensajeros de Juan, Jesús se volvió hacia la multitud y dijo: «No creáis que Juan duda del evangelio del reino. Solo se informa para dar seguridad a sus discípulos, que son también mis discípulos. Juan no es débil. A vosotros que oísteis predicar a Juan antes de que Herodes lo encarcelara os pregunto: ¿Qué visteis en Juan? ¿Un junco sacudido por el viento? ¿Un hombre de humor caprichoso vestido con finos ropajes? Los que viven regaladamente y van lujosamente ataviados suelen estar en las cortes de los reyes y en las mansiones de los ricos. Pero ¿qué visteis al contemplar a Juan? ¿Un profeta? Sí, yo os lo digo, y mucho más que un profeta. De Juan estaba escrito: ‘He aquí que envío a mi mensajero delante de tu faz; él preparará el camino delante de ti’.
144:8.4 (1627.1) «En verdad, en verdad os digo que entre los nacidos de mujer no hay nadie más grande que Juan el Bautista; sin embargo, incluso el más pequeño en el reino de los cielos es más grande, porque ha nacido del espíritu y sabe que se ha convertido en hijo de Dios.»
144:8.5 (1627.2) Muchos de los que escucharon a Jesús ese día recibieron el bautismo de Juan y dieron así testimonio público de su entrada en el reino. A partir de aquel día los apóstoles de Juan se adhirieron firmemente a Jesús. Este suceso marcó la unión real entre los seguidores de Juan y los de Jesús.
144:8.6 (1627.3) Después de hablar con Abner, los mensajeros volvieron hacia Maqueronte para contárselo todo a Juan. Al oír las palabras que le había dedicado Jesús y el mensaje de Abner, Juan se sintió muy reconfortado y fortalecido en su fe.
144:8.7 (1627.4) Esa misma tarde Jesús prosiguió su enseñanza, diciendo: «¿Con qué compararé a esta generación? Muchos de vosotros no recibiréis ni el mensaje de Juan ni mi enseñanza. Sois como niños jugando en la plaza del mercado que dan voces a sus compañeros y les dicen: ‘Tocamos la flauta para vosotros y no bailasteis; plañimos y no llorasteis’. Lo mismo sucede con algunos de vosotros. Juan no comía ni bebía, y dijeron que tenía un diablo. El Hijo del Hombre come y bebe, y esa misma gente dice: ‘¡Mirad, es glotón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores!’. En verdad, la sabiduría es justificada por sus hijos.
144:8.8 (1627.5) «Parece que el Padre del cielo ha ocultado algunas de estas verdades a los sabios y altivos, y las ha revelado a los niños pequeños. Pero el Padre hace bien todas las cosas; el Padre elige sus propios métodos para revelarse al universo. Venid pues, todos los que estáis cansados y agobiados, y encontraréis descanso para vuestras almas. Haced vuestro el yugo divino y experimentaréis la paz de Dios que sobrepasa toda comprensión.»
144:9.1 (1627.6) Juan el Bautista fue ejecutado por orden de Herodes Antipas la noche del 10 de enero del año 28 d. C. Algunos discípulos de Juan que habían ido a Maqueronte se enteraron al día siguiente y fueron a pedir a Herodes el cuerpo de Juan. Lo depositaron primero en un sepulcro para enterrarlo más tarde en Sebaste, el pueblo de Abner. El 12 de enero salieron hacia el norte en dirección al campamento de los apóstoles de Juan y Jesús cerca de Pella y contaron a Jesús la muerte de Juan. Al oír la noticia Jesús despidió a la multitud, reunió a los veinticuatro y les dijo: «Juan ha muerto decapitado por orden de Herodes. Reuníos esta noche en consejo y arreglad vuestros asuntos como corresponde. Ya no habrá más dilación. Ha llegado la hora de proclamar el reino abiertamente y con poder. Mañana saldremos para Galilea»
144:9.2 (1627.7) Y así, el 13 de enero del año 28 d. C., Jesús y los apóstoles, acompañados por unos veinticinco discípulos, salieron por la mañana temprano hacia Cafarnaúm y se alojaron esa noche en casa de Zebedeo.
El libro de Urantia
Documento 145
145:0.1 (1628.1) JESÚS y los apóstoles llegaron a Cafarnaúm el martes 13 de enero por la tarde. Como de costumbre, establecieron su cuartel general en Betsaida, en casa de Zebedeo. Ahora que Juan el Bautista había sido ejecutado, Jesús se preparó para lanzarse a su primera gira de predicación pública en Galilea. La noticia del retorno de Jesús se extendió enseguida por toda la ciudad, y a primeras horas del día siguiente María, la madre de Jesús, salió apresuradamente hacia Nazaret para visitar a su hijo José.
145:0.2 (1628.2) Jesús pasó el miércoles, jueves y viernes en casa de Zebedeo instruyendo y preparando a sus apóstoles para su primera gran gira de predicación pública. También recibió y enseñó, tanto individualmente como en grupos, a muchas personas interesadas. A través de Andrés, se organizó para hablar en la sinagoga el sabbat siguiente.
145:0.3 (1628.3) Al final de la tarde del viernes Rut, la hermana menor de Jesús, le hizo una visita en secreto. Pasaron casi una hora juntos en una barca anclada a poca distancia de la costa. Ningún ser humano salvo Juan Zebedeo supo nunca de esta visita, y se le advirtió de que no se lo dijera a nadie. Rut fue el único miembro de la familia de Jesús que creyó sistemática e inquebrantablemente en la divinidad de su misión en la tierra desde que se despertó en ella la consciencia espiritual y durante todos los intensos episodios de su ministerio, muerte, resurrección y ascensión. Rut pasó finalmente a los mundos del más allá sin haber dudado nunca del carácter sobrenatural de la misión de su hermano-padre en la carne. La pequeña Rut fue el principal consuelo de Jesús por parte de su familia terrenal durante las penosas pruebas de su juicio, rechazo y crucifixión.
145:1.1 (1628.4) El viernes por la mañana de esa misma semana Jesús estaba enseñando a la orilla del mar y la gente se agolpaba tanto a su alrededor que lo empujaba hacia el agua. Entonces llamó por señas a unos pescadores, se subió a su barca y siguió predicando a la multitud durante más de dos horas. La embarcación se llamaba «Simón»; era la antigua nave de pesca de Simón Pedro y había sido construida por las propias manos de Jesús. Esa mañana iba tripulada por David Zebedeo y dos compañeros, que acababan de volver a la costa tras una noche infructuosa de pesca en el lago. Estaban limpiando y reparando sus redes cuando Jesús les pidió ayuda.
145:1.2 (1628.5) Cuando Jesús hubo terminado de enseñar a la gente dijo a David: «Has perdido tu tiempo por ayudarme, así que ahora me toca a mí trabajar contigo. Vamos a pescar hacia aquella parte profunda. Echad ahí las redes y hallaréis pesca». Simón, uno de los ayudantes de David, contestó: «Maestro, es inútil. Hemos faenado toda la noche y no hemos pescado nada, pero si tú lo dices saldremos y echaremos las redes». Simón consintió en seguir las indicaciones de Jesús porque David, su patrón, se lo ordenó con un gesto. Al llegar al lugar designado por Jesús echaron las redes y juntaron tal cantidad de peces que temían romper las redes; tanto es así que tuvieron que pedir ayuda por señas a sus compañeros de la costa. Cuando hubieron llenado tres barcas de peces hasta casi hundirlas, este Simón se postró a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Maestro, porque soy un pecador». Simón y todos los implicados en este episodio se quedaron atónitos con esta redada de peces. A partir de aquel día, David Zebedeo, este Simón y sus compañeros abandonaron sus redes y siguieron a Jesús.
145:1.3 (1629.1) Pero este episodio no fue ninguna pesca milagrosa. Jesús era un observador atento de la naturaleza; era un experto pescador y conocía los hábitos de los peces del mar de Galilea. En esta ocasión se limitó a dirigir a esos hombres hacia el lugar donde los peces solían juntarse habitualmente a aquella hora del día. Sin embargo los seguidores de Jesús lo consideraron siempre un milagro.
145:2.1 (1629.2) El sabbat siguiente Jesús predicó su sermón sobre «La voluntad del Padre del cielo» en el oficio de la tarde en la sinagoga. Por la mañana Simón Pedro había predicado sobre «El reino». En la reunión del jueves por la noche en la sinagoga Andrés había enseñado sobre «El nuevo camino». En aquel momento había en Cafarnaúm más gente que creía en Jesús que en cualquier otra ciudad de la tierra.
145:2.2 (1629.3) Esa tarde de sabbat en la sinagoga Jesús, siguiendo la costumbre, tomó el primer texto de la ley y leyó del libro del Éxodo: «Y servirás al Señor tu Dios, y él bendecirá tu pan y tu agua, y toda enfermedad será apartada de ti». El segundo texto lo escogió de los Profetas y leyó de Isaías: «Levántate y resplandece, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti. La oscuridad podrá cubrir la tierra y las tinieblas profundas a la gente, pero el espíritu del Señor se levantará sobre ti y verán que la gloria divina te acompaña. Incluso los gentiles vendrán hacia esta luz y muchos grandes pensadores se rendirán ante su resplandor».
145:2.3 (1629.4) Este sermón fue un esfuerzo por parte de Jesús de dejar claro el hecho de que la religión es una experiencia personal. El Maestro dijo entre otras cosas:
145:2.4 (1629.5) «Es bien sabido que si un padre cariñoso ama a su familia como conjunto y la considera como grupo, se debe al profundo afecto que siente por cada uno de los miembros de esa familia. Ya no tenéis que acercaros al Padre del cielo como hijos de Israel sino como hijos de Dios. Como grupo sois sin duda los hijos de Israel, pero como individuo cada uno de vosotros es un hijo de Dios. Yo no he venido para revelar al Padre a los hijos de Israel sino para traer a cada creyente concreto este conocimiento de Dios y la revelación de su amor y su misericordia como una auténtica experiencia personal. Todos los profetas os han enseñado que Yahvé cuida de su pueblo, que Dios ama a Israel. Pero yo he venido a vosotros para proclamar una verdad más grande, una verdad que muchos de los últimos profetas también captaron, la verdad de que Dios ama —a cada uno de vosotros— como individuos. Durante todas estas generaciones habéis tenido una religión nacional o racial; yo vengo ahora a daros una religión personal.
145:2.5 (1630.1) «Pero esta idea no es nueva. Muchos de los que tenéis inclinaciones espirituales habéis conocido esta verdad porque algunos profetas os la han enseñado. ¿No habéis leído en las Escrituras este pasaje del profeta Jeremías?: ‘En aquellos días ya no volverán a decir: los padres comieron uvas agrias y los hijos tienen dentera. Cada cual morirá por su propia iniquidad; todo hombre que coma uvas agrias tendrá dentera. Mirad, llega el día en que haré una nueva alianza con mi pueblo, no como la alianza que hice con sus padres cuando los saqué de la tierra de Egipto, sino conforme al nuevo camino. Incluso escribiré mi ley en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ese día ningún hombre preguntará a su vecino: ¿conoces al Señor? ¡No! Porque todos ellos me conocerán personalmente, desde el más pequeño hasta el más grande’.
145:2.6 (1630.2) «¿No habéis leído estas promesas? ¿No creéis en las Escrituras? ¿No entendéis que las palabras del profeta se están cumpliendo en lo que estáis viendo hoy mismo? ¿No os ha exhortado Jeremías a que hagáis de la religión un asunto del corazón, a que os relacionéis con Dios como individuos? ¿No os ha dicho el profeta que el Dios del cielo escudriñará el corazón de cada uno de vosotros? ¿Y no se os ha advertido que el corazón humano es, por naturaleza, más engañoso que nada y a menudo extremadamente perverso?
145:2.7 (1630.3) «¿No habéis leído también el pasaje donde Ezequiel enseñó en su día a vuestros padres que la religión debe hacerse realidad en vuestra experiencia individual? Nunca más tendréis por qué usar el proverbio que dice: ‘Los padres comieron uvas agrias y los hijos tienen dentera’. ‘Vivo yo’, dice el Señor Dios, ‘ved que todas las almas son mías; tanto el alma del padre como el alma del hijo. Solo el alma que peque morirá’. Y luego Ezequiel predijo incluso el día de hoy cuando habló en nombre de Dios diciendo: ‘Os daré también un corazón nuevo y pondré dentro de vosotros un espíritu nuevo’.
145:2.8 (1630.4) «Dejad de temer que Dios castigue a una nación por el pecado de un individuo. El Padre del cielo tampoco castigará a uno de sus hijos creyentes por los pecados de una nación, si bien es cierto que cada integrante de una familia sufre a menudo las consecuencias materiales de los errores de la familia y de las transgresiones del grupo. ¿No os dais cuenta de que la esperanza de una nación mejor —o de un mundo mejor— está ligada al progreso y al esclarecimiento del individuo?»
145:2.9 (1630.5) El Maestro terminó explicando que, una vez que el hombre ha percibido esta libertad espiritual, el Padre del cielo quiere que sus hijos de la tierra empiecen la ascensión eterna de la carrera al Paraíso, que consiste en una respuesta consciente de la criatura al divino afán del espíritu que mora en su interior por encontrar al Creador, conocer a Dios y hacerse como él.
145:2.10 (1630.6) Este sermón fue de gran ayuda para los apóstoles. Todos comprendieron mucho mejor que el evangelio del reino es un mensaje dirigido al individuo, no a la nación.
145:2.11 (1630.7) Aunque los habitantes de Cafarnaúm ya conocían las enseñanzas de Jesús, este sermón del sabbat los dejó impresionados. Enseñó realmente como quien tiene autoridad, no como los escribas.
145:2.12 (1630.8) Cuando Jesús terminó de hablar, un joven oyente que se había sentido muy alterado por sus palabras sufrió un violento ataque epiléptico acompañado de fuertes gritos. Al final de la crisis, mientras recobraba la consciencia, habló en estado de ensoñación y dijo: «¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret? Eres el santo de Dios; ¿has venido a destruirnos?» Jesús pidió calma a la gente y tomó al joven de la mano diciéndole: «Vuelve en ti», y el enfermo se despertó en el acto.
145:2.13 (1631.1) Se trataba de un caso de epilepsia ordinaria; el joven no estaba poseído por ningún demonio o espíritu impuro, pero le habían enseñado que un espíritu maligno le provocaba esos ataques. Él así lo creía y así se comportaba en todo lo referente a su enfermedad. Todo el mundo creía que esos fenómenos estaban causados directamente por la presencia de espíritus impuros, y la gente pensó naturalmente que Jesús había expulsado un demonio de este hombre. Sin embargo Jesús no curó su epilepsia en ese momento. El joven fue sanado realmente aquel día, pero eso ocurrió más tarde, después de la puesta del sol. El apóstol Juan fue el último que escribió sobre los hechos de Jesús, y lo hizo mucho después del día de Pentecostés. Juan evitó en sus escritos toda referencia a estas supuestas «expulsiones de demonios» en vista del hecho de que no volvió a haber ningún caso de posesión demoníaca después de Pentecostés.
145:2.14 (1631.2) Como resultado de este trivial incidente no tardó en difundirse por todo Cafarnaúm la noticia de que Jesús había expulsado a un demonio de un hombre y lo había sanado milagrosamente en la sinagoga al final de su sermón de la tarde. El sabbat era el día más indicado para que se propagara rápidamente un rumor tan llamativo. La noticia llegó también hasta los asentamientos más pequeños que rodeaban Cafarnaúm y se la creyó mucha gente.
145:2.15 (1631.3) En la amplia casa de Zebedeo convertida en cuartel general de Jesús y los doce, la esposa y la suegra de Simón Pedro se encargaban de hacer la comida y casi todo el trabajo doméstico. La casa de Pedro estaba cerca de la de Zebedeo, y al volver de la sinagoga, Jesús y sus amigos fueron a visitar a la suegra de Pedro que llevaba varios días postrada con fiebre y escalofríos. Durante esa visita dio la casualidad de que le desapareció la fiebre coincidiendo más o menos con el rato en que Jesús estuvo junto a la enferma agarrándole la mano y acariciándole la frente con palabras de consuelo y aliento. Jesús no había tenido tiempo de explicar a sus apóstoles que no se había obrado ningún milagro en la sinagoga, y ellos, con ese incidente tan fresco en la memoria unido al recuerdo del agua y el vino de Caná, interpretaron esta última coincidencia como otro milagro. Algunos salieron apresuradamente a difundir la noticia por toda la ciudad.
145:2.16 (1631.4) Amata, la suegra de Pedro, tenía paludismo. Jesús no la curó milagrosamente durante su visita sino que fue curada unas horas más tarde durante el extraordinario acontecimiento que tuvo lugar en el patio delantero de la casa de Zebedeo tras la puesta del sol.
145:2.17 (1631.5) Estos casos muestran cómo una generación aficionada a los prodigios y un pueblo inclinado a los milagros se aferraban sistemáticamente a todas estas coincidencias como pretexto para proclamar que Jesús había obrado otro milagro.
145:3.1 (1631.6) Al final de este intenso sabbat, cuando Jesús y sus apóstoles se disponían a cenar, todo Cafarnaúm y sus alrededores rebosaba de expectación por las supuestas curaciones milagrosas y todos los enfermos y lisiados de la zona se preparaban para llegar hasta Jesús o hacer que los llevaran sus amigos en cuanto se pusiera el sol. Según las enseñanzas judías, ni siquiera estaba permitido ir en busca de curación durante las horas sagradas del sabbat.
145:3.2 (1632.1) Por eso, en cuanto el sol se hundió en el horizonte decenas de dolientes —hombres, mujeres y niños— se encaminaron hacia la casa de Zebedeo en Betsaida. Un hombre salió con su hija paralítica en cuanto se ocultó el sol por detrás de la casa de su vecino.
145:3.3 (1632.2) Los acontecimientos del día habían preparado el escenario para este extraordinario espectáculo al anochecer. ¡Hasta el texto que Jesús había utilizado en su sermón de la tarde insinuaba que la enfermedad sería desterrada, y había hablado con un poder y una autoridad sin precedentes! ¡No había apelado a la autoridad humana, sino que había hablado directamente a la conciencia y el alma de los hombres con un mensaje irresistible! No había recurrido a la lógica ni a subterfugios legales ni a dichos ingeniosos, sino que había apelado de forma poderosa, directa, clara y personal al corazón de sus oyentes.
145:3.4 (1632.3) Aquel sabbat fue un gran día en la vida terrenal de Jesús y también en la vida de un universo. A todos los efectos prácticos del universo local, la pequeña ciudad judía de Cafarnaúm fue la capital real de Nebadon. El puñado de judíos presentes en la sinagoga de Cafarnaúm no fueron los únicos seres que escucharon la importantísima declaración que cerró el sermón de Jesús: «El odio es la sombra del miedo y la venganza, la máscara de la cobardía». Sus oyentes tampoco olvidarían sus benditas palabras cuando dijo: «El hombre es hijo de Dios, no vástago del diablo».
145:3.5 (1632.4) Poco después de ponerse el sol, Jesús y los apóstoles estaban aún de sobremesa cuando la esposa de Pedro oyó voces en el patio delantero. Al asomarse a la puerta vio que se estaba congregando una multitud de enfermos ante la casa, y muchos más se acercaban por el abarrotado camino de Cafarnaúm en busca de curación a manos de Jesús. Ante este espectáculo avisó inmediatamente a su marido, y Pedro se lo dijo a Jesús.
145:3.6 (1632.5) Cuando el Maestro apareció en la entrada principal de la casa de Zebedeo, una masa humana doliente y afligida se desplegó ante sus ojos. Había por lo menos mil seres humanos enfermos y achacosos reunidos delante de él, aunque no todos estaban aquejados de alguna dolencia; algunos acompañaban a sus seres queridos en este esfuerzo por curarse.
145:3.7 (1632.6) El espectáculo de esos mortales dolientes —hombres, mujeres y niños— que sufrían en gran parte por culpa de los errores y desmanes de sus propios Hijos encargados de la administración del universo, conmovió de forma especial el corazón humano de Jesús y fue un reto para la misericordia divina de este benévolo Hijo Creador. Pero Jesús sabía muy bien que no podría construir nunca un movimiento espiritual duradero sobre el fundamento de unos prodigios puramente materiales, por eso se había abstenido sistemáticamente de exhibir sus prerrogativas de creador. Desde Caná no se había visto nada sobrenatural ni milagroso asociado a sus enseñanzas, y sin embargo esa multitud doliente enterneció su corazón compasivo y apeló poderosamente a su cariñosa comprensión.
145:3.8 (1632.7) Una voz procedente del patio delantero exclamó: «Maestro, di la palabra, devuélvenos la salud, sana nuestras enfermedades y salva nuestras almas». Apenas se hubieron pronunciado estas palabras, la vasta comitiva de serafines, controladores físicos, Portadores de Vida e intermedios que acompañaban siempre a este Creador encarnado de un universo se preparó para actuar con poder creativo si su Soberano daba la señal. Este fue uno de los momentos de la carrera terrenal de Jesús en los que la sabiduría divina y la compasión humana se entrelazaron tanto en el juicio del Hijo del Hombre que se refugió en la apelación a la voluntad de su Padre.
145:3.9 (1632.8) Cuando Pedro imploró al Maestro que atendiera a esta llamada de socorro, Jesús, mirando a la muchedumbre de afligidos, contestó: «He venido al mundo a revelar al Padre y establecer su reino. Con este propósito he vivido mi vida hasta ahora. Por lo tanto, si fuera la voluntad de Aquel que me ha enviado y no es incompatible con mi dedicación a proclamar el evangelio del reino de los cielos, desearía ver sanados a mis hijos... y...» pero el resto de sus palabras se perdió en el tumulto.
145:3.10 (1633.1) Jesús había transferido a su Padre la responsabilidad de esta decisión de curar. Es evidente que la voluntad del Padre no puso ninguna objeción, pues apenas fueron pronunciadas estas palabras del Maestro, el conjunto de personalidades celestiales que servían bajo las órdenes del Ajustador del Pensamiento Personalizado de Jesús se movilizó poderosamente. La vasta comitiva descendió hasta aquella muchedumbre heterogénea de mortales afligidos, y en un instante 683 hombres, mujeres y niños fueron sanados, fueron perfectamente curados de todas sus enfermedades físicas y de demás trastornos corporales. Ni antes ni después de aquel día se ha visto nunca en la tierra una escena semejante, y para aquellos de nosotros que estuvimos presentes contemplando esta oleada creativa de curaciones fue un espectáculo apasionante.
145:3.11 (1633.2) Pero de todos los seres que contemplaron asombrados esta explosión repentina e inesperada de sanación sobrenatural, Jesús fue el más sorprendido. En un momento en que todo su interés de hombre compasivo estaba concentrado en la escena de dolor y sufrimiento desplegada ante sus ojos, su mente humana descuidó los avisos de su Ajustador Personalizado que le había advertido de que, en ciertas circunstancias y bajo ciertas condiciones, era imposible limitar el elemento tiempo en las prerrogativas creadoras de un Hijo Creador. Jesús deseaba ver curados a esos mortales que sufrían, siempre que ello no fuera contrario a la voluntad de su Padre. El Ajustador Personalizado de Jesús dictaminó instantáneamente que realizar ese acto de energía creativa en aquel momento no transgrediría la voluntad del Padre del Paraíso, y por esta decisión —en vista del deseo sanador que acababa de expresar Jesús— el acto creativo fue. Lo que un Hijo Creador desea y su Padre quiere ES. Durante el resto de la vida de Jesús en la tierra no se hubo ninguna otra sanación corporal masiva de mortales.
145:3.12 (1633.3) Como es natural, la noticia de la curación a la puesta de sol en Betsaida de Cafarnaúm se difundió a lo largo y ancho de Galilea y Judea y más allá. Volvieron a despertarse los temores de Herodes, que mandó observadores a informarse sobre el trabajo y las enseñanzas de Jesús y a averiguar si se trataba del antiguo carpintero de Nazaret o de Juan el Bautista resucitado de entre los muertos.
145:3.13 (1633.4) A partir de esta demostración accidental de sanación física, Jesús se convirtió tanto en médico como en predicador durante el resto de su carrera en la tierra. Es cierto que siguió enseñando, pero su labor personal consistió principalmente en atender a los enfermos y afligidos mientras sus apóstoles se encargaban de predicar al público y bautizar a los creyentes.
145:3.14 (1633.5) La mayoría de los que fueron curados de forma sobrenatural o creativa mediante esta demostración de energía divina no sacaron ningún beneficio espiritual permanente de esa extraordinaria manifestación de misericordia. Unos pocos se sintieron verdaderamente edificados por este ministerio físico, pero el increíble despliegue de sanación creativa atemporal que se produjo esa tarde al caer el sol no hizo progresar el reino espiritual en el corazón de los hombres.
145:3.15 (1633.6) Las curaciones milagrosas que jalonaron la misión de Jesús en la tierra no formaban parte de su plan de proclamación del reino. Eran incidentalmente inherentes a la existencia en la tierra de un ser divino con prerrogativas casi ilimitadas de creador unidas a una combinación sin precedentes de misericordia divina y compasión humana. Esos llamados milagros, con su inevitable publicidad, dieron muchos problemas a Jesús pues generaron prejuicios y una notoriedad que no deseaba.
145:4.1 (1634.1) Tras la gran oleada de curaciones, la casa de Zebedeo fue invadida durante toda la velada por una muchedumbre jubilosa y feliz, y el entusiasmo emocional de los apóstoles de Jesús llegó a su cima. Desde el punto de vista humano este fue probablemente el día más grande de todos los días grandes de su asociación con Jesús. En ningún momento anterior ni posterior alcanzaron sus esperanzas tales alturas de expectativa. Pocos días antes, cuando estaban aún dentro de las fronteras de Samaria, Jesús les había dicho que había llegado la hora en que el reino sería proclamado con poder, y ellos daban por hecho que lo que acababan de ver con sus ojos era el cumplimiento de esa promesa. Les entusiasmaba la idea de lo que podría venir después si esta impresionante manifestación de poder sanador no era más que el principio. Sus dudas recurrentes sobre la divinidad de Jesús se habían desvanecido. Estaban literalmente embriagados por el éxtasis de su asombro.
145:4.2 (1634.2) Pero cuando fueron a buscar a Jesús no pudieron encontrarlo. El Maestro estaba muy perturbado por lo ocurrido. Los hombres, mujeres y niños que habían sido curados de diversas enfermedades se quedaron hasta bien entrada la noche esperando que Jesús volviera para darle las gracias. Pero las horas pasaban, el Maestro seguía oculto y los apóstoles no podían comprender esta conducta; su alegría habría sido plena y perfecta de no haber sido por esta prolongada ausencia. Cuando Jesús por fin regresó era ya muy tarde y casi todos los beneficiados habían vuelto a sus casas. Jesús no aceptó ni felicitaciones ni intentos de adoración por parte de los doce y de los que se habían quedado para saludarlo. Se limitó a decir: «No os regocijéis porque mi Padre tenga poder de sanar el cuerpo sino porque tiene poder de salvar el alma. Vayamos a descansar porque mañana tendremos que ocuparnos de los asuntos del Padre».
145:4.3 (1634.3) Y una vez más, los doce se fueron a descansar tristes, confusos y decepcionados; salvo los gemelos, pocos pudieron dormir esa noche. En cuanto el Maestro hacía algo que reconfortaba el alma y llenaba de alegría el corazón de sus apóstoles, parecía que le faltaba tiempo para hacer añicos sus esperanzas y destrozar los fundamentos de su valor y su entusiasmo. Cuando estos desconcertados pescadores se miraban entre sí, todos pensaban lo mismo: «No podemos comprenderle. ¿Qué significa todo esto?».
145:5.1 (1634.4) Jesús tampoco durmió mucho aquel sábado por la noche. Se dio cuenta de que el mundo estaba lleno de sufrimiento físico y plagado de dificultades materiales. Previó el gran peligro de verse obligado a dedicar tanto de su tiempo al cuidado de los enfermos y afligidos que su misión de establecer el reino espiritual en el corazón de los hombres se viera obstaculizada por el ministerio de las cosas físicas, o al menos subordinada a él. Estos pensamientos y otros parecidos ocuparon la mente mortal de Jesús durante la noche, así que se levantó aquel domingo mucho antes del amanecer y se fue a comulgar con el Padre a uno de sus lugares de retiro preferidos. La oración de Jesús de esa madrugada de domingo trató sobre la sabiduría y el juicio necesarios para no permitir que su compasión humana, unida a su misericordia divina, se conmovieran ante el sufrimiento de los mortales hasta el punto de dedicar todo su tiempo al ministerio físico y descuidar el espiritual. Aunque no quería dejar por completo de atender a los enfermos, sabía que su labor más importante era de enseñanza espiritual y formación religiosa.
145:5.2 (1635.1) Jesús iba tan a menudo a orar a las colinas porque no había habitaciones privadas adecuadas para sus devociones personales.
145:5.3 (1635.2) Pedro no pudo dormir aquella noche. Poco después de que Jesús saliera a orar despertó a Santiago y a Juan, y los tres fueron a buscar a su Maestro. Encontraron a Jesús después de buscarlo durante más de una hora y le rogaron que les explicara la razón de su extraña conducta. Deseaban saber por qué parecía tan preocupado por el poderoso derramamiento del espíritu de curación cuando toda la gente estaba alborozada y sus apóstoles tan llenos de alegría.
145:5.4 (1635.3) Jesús se esforzó durante más de cuatro horas por explicar a estos tres apóstoles lo que había pasado. Les enseñó lo que había ocurrido y les mostró los peligros de ese tipo de manifestaciones. Jesús les confió la razón por la que había salido a orar. Intentó explicar claramente a sus compañeros personales las verdaderas razones por las que el reino del Padre no se podía construir sobre prodigios ni sanaciones físicas. Pero ellos no pudieron comprender su enseñanza.
145:5.5 (1635.4) Mientras tanto, desde las primeras horas de esa mañana de domingo, otra multitud de almas afligidas y muchos curiosos habían empezado a congregarse alrededor de la casa de Zebedeo. Clamaban que querían ver a Jesús. Andrés y los apóstoles estaban tan desorientados que, mientras Simón Zelotes hablaba al público, Andrés y otros compañeros fueron en busca de Jesús. Cuando Andrés hubo localizado a Jesús en compañía de los tres, le dijo: «Maestro, ¿por qué nos dejas solos con la multitud? Mira, todo el mundo te busca; nunca tantos han buscado tus enseñanzas. En este mismo momento la casa está rodeada de personas que han venido de cerca y de lejos atraídas por tus poderosas obras. ¿No vas a volver con nosotros para atenderlos?».
145:5.6 (1635.5) Al oír esto Jesús contestó: «Andrés, ¿no te he enseñado a ti y a estos otros que mi misión en la tierra es revelar al Padre y mi mensaje proclamar el reino de los cielos? ¿Entonces por qué quieres que me desvíe de mi trabajo para contentar a los curiosos y satisfacer a los que buscan signos y prodigios? ¿No hemos estado entre esa gente todos estos meses? ¿Acaso han venido en multitudes para oír la buena nueva del reino? ¿Por qué vienen ahora a asediarnos? ¿No será para buscar la curación de sus cuerpos físicos, en vez de la verdad espiritual para la salvación de sus almas? Cuando los hombres son atraídos hacia nosotros por manifestaciones extraordinarias, muchos de ellos no vienen buscando la verdad y la salvación sino la curación de sus dolencias físicas y la solución de sus dificultades materiales.
145:5.7 (1635.6) «He estado todo este tiempo en Cafarnaúm y he proclamado la buena nueva del reino, tanto en la sinagoga como a la orilla del mar, a todos los que tenían oídos para oír y corazón para recibir la verdad. No es voluntad de mi Padre que vaya con vosotros para satisfacer a esos curiosos y ocuparme del ministerio de las cosas físicas con exclusión de las espirituales. Os he ordenado para que prediquéis el evangelio y atendáis a los enfermos, pero yo no debo dejarme absorber por las curaciones y desatender mi enseñanza. No, Andrés, no voy a volver con vosotros. Id y decid a la gente que crean en lo que les hemos enseñado y que se regocijen en la libertad de los hijos de Dios. Y ahora saldremos hacia las otras ciudades de Galilea, donde el camino ya ha sido preparado para la predicación de la buena nueva del reino. Con este propósito he venido del Padre. Id pues y preparadlo todo para salir de viaje cuanto antes mientras yo os espero aquí.»
145:5.8 (1636.1) Tras estas palabras de Jesús, Andrés y los otros apóstoles volvieron tristemente a casa de Zebedeo, despidieron a la multitud reunida y se prepararon rápidamente para el viaje, tal como Jesús les había ordenado. Y así, ese domingo por la tarde, el 18 de enero del año 28 d. C., Jesús y los apóstoles iniciaron su primera gira de predicación realmente pública y abierta por las ciudades de Galilea. En esta primera gira predicaron el evangelio del reino en muchas ciudades pero no fueron a Nazaret.
145:5.9 (1636.2) Aquel domingo por la tarde, poco después de que Jesús saliera hacia Rimón con sus apóstoles, sus hermanos Santiago y Judá se presentaron en casa de Zebedeo para verlo. Judá había ido a buscar a Santiago hacia mediodía para insistirle en que fueran juntos a ver a Jesús, pero cuando Santiago consintió por fin en acompañar a Judá, Jesús ya se había ido.
145:5.10 (1636.3) Los apóstoles se resistían a desaprovechar el gran interés que se había despertado en Cafarnaúm. Pedro calculaba que podían haber sido bautizados no menos de mil creyentes para el reino. Jesús los escuchó con paciencia pero se negó a volver. Entonces hubo un largo silencio hasta que Tomás se dirigió así a sus compañeros apóstoles: «¡Vamos! El Maestro ha hablado. Aunque no podamos comprender del todo los misterios del reino de los cielos, de una cosa sí estamos seguros: seguimos a un maestro que no busca ninguna gloria para sí mismo». Y salieron a regañadientes a predicar la buena nueva por las ciudades de Galilea.
El libro de Urantia
Documento 146
146:0.1 (1637.1) LA primera gira de predicación pública por Galilea empezó el domingo 18 de enero del año 28 d. C. Jesús y los doce estuvieron predicando cerca de dos meses hasta que volvieron a Cafarnaúm el 17 de marzo. Con ayuda de los antiguos apóstoles de Juan, predicaron el evangelio y bautizaron a los creyentes en Rimón, Jotapata, Ramá, Zabulón, Irón, Giscala, Corazín, Madón, Caná, Naín y Endor. Se pararon a enseñar en estas ciudades, y además fueron proclamando el evangelio del reino a su paso por otras muchas poblaciones más pequeñas.
146:0.2 (1637.2) Esta fue la primera vez que Jesús permitió predicar libremente a sus compañeros. En esta gira solo les recomendó tres cosas: que no fueran a Nazaret y que pasaran discretamente por Cafarnaúm y Tiberiades. Para los apóstoles fue una gran satisfacción sentir por fin que tenían libertad para predicar y enseñar sin restricciones, y se lanzaron con entusiasmo y alegría al trabajo de predicar el evangelio, atender a los enfermos y bautizar a los creyentes.
146:1.1 (1637.3) La pequeña ciudad de Rimón estuvo dedicada en su día al culto a Raman, un dios babilónico del aire. Las creencias de los rimonitas contenían todavía muchas enseñanzas babilónicas primitivas y otras posteriores de Zoroastro, por eso Jesús y los veinticuatro dedicaron mucho tiempo a explicarles claramente la diferencia entre aquellas creencias más antiguas y el nuevo evangelio del reino. Pedro les predicó sobre «Aarón y el becerro de oro», uno de los primeros grandes sermones de su carrera.
146:1.2 (1637.4) Aunque muchos habitantes de Rimón se hicieron creyentes en las enseñanzas de Jesús, crearon más tarde grandes problemas a sus hermanos. Es difícil que en el corto espacio de una sola vida unos adoradores de la naturaleza se integren plenamente en la comunión de adoración de un ideal espiritual.
146:1.3 (1637.5) Muchas de las mejores ideas babilónicas y persas sobre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, el tiempo y la eternidad fueron incorporadas más tarde a las doctrinas del llamado cristianismo, y su inclusión hizo más aceptables las enseñanzas cristianas para los pueblos del Cercano Oriente. Del mismo modo, la incorporación de muchas teorías de Platón sobre el espíritu ideal o los patrones invisibles de todas las cosas visibles y materiales, tal como Filón las adaptó posteriormente a la teología hebrea, hizo que las enseñanzas cristianas de Pablo fueran más fáciles de aceptar para los griegos occidentales.
146:1.4 (1637.6) Fue en Rimón donde Todan oyó por primera vez el evangelio del reino, y más tarde llevó este mensaje a Mesopotamia y mucho más allá. Él fue uno de los primeros que predicaron la buena nueva a los habitantes de más allá del Éufrates.
146:2.1 (1638.1) La gente común y corriente de Jotapata escuchó con gusto a Jesús y sus apóstoles, y muchos aceptaron el evangelio del reino, pero lo más sobresaliente de esta misión en Jotapata fue el discurso de Jesús a los veinticuatro la segunda noche de su estancia en esta pequeña ciudad. Natanael pidió al Maestro que le aclarara sus enseñanzas sobre la oración, la acción de gracias y la adoración, y Jesús respondió a su pregunta con una amplia explicación. Este discurso se puede resumir en lenguaje moderno haciendo hincapié en los puntos siguientes:
146:2.2 (1638.2) 1. Cuando el corazón del hombre cultiva la iniquidad de forma consciente y obstinada se destruye gradualmente la conexión de oración del alma humana con los circuitos espirituales de comunicación entre el hombre y su Hacedor. Dios oye sin duda la súplica de su hijo, pero cuando el corazón humano alberga conceptos de iniquidad persistentes y deliberados, se va perdiendo gradualmente la comunión personal entre el hijo de la tierra y su Padre celestial.
146:2.3 (1638.3) 2. Una oración que va en contra de las leyes conocidas y establecidas por Dios es una abominación para las Deidades del Paraíso. Si el hombre no quiere escuchar a los Dioses que hablan a su creación con las leyes del espíritu, la mente y la materia, ese mismo acto de desdén deliberado y consciente por parte de la criatura hace que las personalidades de espíritu dejen de escuchar las peticiones personales de esos mortales desobedientes y sin ley. Jesús citó a sus apóstoles las palabras del profeta Zacarías: «Pero ellos se negaron a escuchar y les volvieron la espalda y se taparon los oídos para no oír. Sí, endurecieron sus corazones como el diamante para no oír mi ley ni las palabras que yo les enviaba por mi espíritu a través de los profetas; por eso los resultados de sus malos pensamientos cayeron como gran ira sobre sus cabezas culpables. Y sucedió que clamaron misericordia, pero ningún oído los escuchaba». Jesús citó a continuación el proverbio del sabio que decía: «Si alguno aparta su oído para no oír la ley divina, incluso su oración será una abominación».
146:2.4 (1638.4) 3. Al abrir el extremo humano del canal de comunicación entre Dios y el hombre, los mortales acceden en el acto a la corriente del ministerio divino que fluye constantemente hacia las criaturas de los mundos. Cuando el hombre oye al espíritu de Dios hablar dentro de su corazón humano, el hecho inherente a esta experiencia es que Dios escucha simultáneamente la oración de ese hombre. El perdón del pecado opera también de esta misma manera infalible. El Padre del cielo os ha perdonado incluso antes de que hayáis pensado en pedírselo, pero no podéis acceder a ese perdón en vuestra experiencia religiosa personal hasta que no hayáis perdonado a vuestros semejantes. El perdón de Dios como hecho no está condicionado a vuestro perdón a vuestros semejantes, pero como experiencia está sujeto precisamente a esa condición. Y esta sincronía del perdón divino y el perdón humano está reconocida e integrada en la oración que Jesús enseñó a los apóstoles.
146:2.5 (1638.5) 4. Hay una ley básica de justicia en el universo que la misericordia no tiene poder de eludir. Las glorias no egoístas del Paraíso no pueden ser recibidas por una criatura totalmente egoísta de los mundos del tiempo y el espacio. Ni siquiera el amor infinito de Dios puede imponer la salvación de la supervivencia eterna a una criatura mortal que no elige sobrevivir. La misericordia tiene una amplia capacidad de otorgamiento, pero en último término hay mandatos de la justicia que ni siquiera el amor unido a la misericordia pueden derogar eficazmente. Jesús citó de nuevo las escrituras hebreas: «He llamado y no quisisteis oír; he extendido mi mano y nadie ha hecho caso. Habéis desatendido todos mis consejos y habéis rechazado mi reprensión, y por esta actitud rebelde se ha hecho inevitable que me invoquéis y no recibáis respuesta. Al haber rechazado el camino de la vida, podréis buscarme con diligencia en vuestros momentos de sufrimiento, pero no me encontraréis».
146:2.6 (1639.1) 5. Los que quieran recibir misericordia deben mostrar misericordia; no juzguéis y no seréis juzgados. Con el espíritu con que juzguéis a los demás seréis juzgados. La misericordia no anula por completo la equidad del universo. Al final resultará cierto que «El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará algún día y no será oído». La sinceridad de cualquier oración es la garantía de que será escuchada; la sabiduría espiritual y la coherencia con el universo de cualquier petición determinarán el momento, la manera y el grado de la respuesta. Un padre sabio no responde literalmente a las oraciones tontas de sus hijos ignorantes e inexpertos, aunque también es verdad que los hijos pueden obtener mucho placer y satisfacción real del alma al hacer esas peticiones absurdas.
146:2.7 (1639.2) 6. Cuando estéis enteramente dedicados a hacer la voluntad del Padre del cielo, todas vuestras peticiones os serán concedidas porque vuestras oraciones serán plenamente conformes con la voluntad del Padre, y la voluntad del Padre se manifiesta siempre en todo su vasto universo. Lo que un verdadero hijo desea y el Padre infinito quiere, ES. Una oración así no puede quedar sin respuesta, y ningún otro tipo de petición puede ser plenamente concedida.
146:2.8 (1639.3) 7. La súplica del justo es el acto de fe de un hijo de Dios que abre la puerta del almacén de bondad, verdad y misericordia del Padre. Estos buenos dones llevan mucho tiempo esperando a que el hijo se acerque y se apropie de ellos personalmente. La oración no cambia la actitud divina hacia el hombre, pero sí cambia la actitud del hombre hacia el Padre inmutable. El móvil de una oración es lo que le da acceso al oído divino, no el estatus social, económico o externamente religioso del orante.
146:2.9 (1639.4) 8. La oración no se puede emplear para eludir las demoras del tiempo ni para trascender los obstáculos del espacio. La oración no es una práctica diseñada para engrandecer el yo ni obtener una ventaja injusta sobre los semejantes. Un alma totalmente egoísta no puede rezar en el verdadero sentido de la palabra. Dijo Jesús: «Que vuestro deleite supremo esté en el carácter de Dios, y él os concederá con toda seguridad los deseos sinceros de vuestro corazón». «Encomienda al Señor tu camino, confía en él, que él actuará.» «Pues el Señor escucha la súplica del menesteroso y tendrá en cuenta la oración del necesitado.»
146:2.10 (1639.5) 9. «Yo he venido del Padre; por lo tanto, si alguna vez tenéis dudas sobre lo que pediréis al Padre, pedidlo en mi nombre, y yo presentaré vuestra petición según vuestras necesidades y deseos reales y conforme a la voluntad de mi Padre.» Guardaos contra el gran peligro de volveros egocéntricos en vuestras oraciones. Evitad orar mucho por vosotros; orad más por el progreso espiritual de vuestros hermanos. Evitad las oraciones materialistas; orad en espíritu y por la abundancia de los dones del espíritu.
146:2.11 (1639.6) 10. Cuando oréis por los enfermos y afligidos, no esperéis que vuestras peticiones sustituyan los cuidados amorosos e inteligentes que necesitan esos afligidos. Orad por el bienestar de vuestras familias, amigos y compañeros, pero orad especialmente por los que os maldicen y haced peticiones amorosas por los que os persiguen. «Pero no os diré cuándo debéis orar. Solo el espíritu que mora dentro de vosotros puede moveros a hacer las peticiones que expresen vuestra relación interior con el Padre de los espíritus.»
146:2.12 (1640.1) 11. Muchos recurren a la oración solo cuando tienen problemas, pero es una costumbre engañosa y desconsiderada. Es verdad que hacéis bien en orar cuando estáis agobiados, pero debéis también acordaros de hablar con vuestro Padre como hijos cuando todo va bien en vuestra alma. Haced siempre en secreto vuestras peticiones reales. No dejéis que los hombres oigan vuestras oraciones personales. Las oraciones de acción de gracias son convenientes para los grupos de adoradores, pero la oración del alma es un asunto personal. La única forma de orar adecuada para todos los hijos de Dios es: «Y sin embargo, que se haga tu voluntad».
146:2.13 (1640.2) 12. Todos los que creen en este evangelio deberían orar sinceramente por la expansión del reino de los cielos. Entre todas las oraciones de las Escrituras hebreas, Jesús destacó esta petición del salmista: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí. Purifícame de los pecados secretos y mantén a tu servidor alejado de las transgresiones de la soberbia». Jesús hizo un largo comentario sobre la relación entre la oración y el hablar descuidado y ofensivo, y citó este pasaje: «Pon, oh Señor, guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios». «La lengua humana», dijo Jesús, «es un órgano que muy pocos hombres pueden domar, pero el espíritu interior puede transformar este órgano rebelde en una amable voz de tolerancia y en un ministro inspirador de misericordia».
146:2.14 (1640.3) 13. Jesús enseñó que, en orden de importancia, orar para recibir la guía divina por el sendero de la vida terrenal ocupa el segundo lugar por detrás de orar para conocer la voluntad del Padre. Esto significa en realidad orar pidiendo la sabiduría divina. Jesús no enseñó nunca que se pudieran obtener conocimientos humanos ni talentos especiales por medio de la oración, en cambio enseñó que la oración contribuye a ampliar nuestra capacidad de recibir la presencia del espíritu divino. Cuando Jesús enseñó a sus seguidores a orar en espíritu y en verdad, les explicó que se refería a que oraran con sinceridad y según las luces de cada uno, a que oraran de todo corazón y con inteligencia, seriedad y perseverancia.
146:2.15 (1640.4) 14. Jesús advirtió a sus seguidores que sus oraciones no se volverían más eficaces mediante repeticiones floridas, frases elocuentes, ayunos, sacrificios o penitencias. En cambio exhortó a sus creyentes a utilizar la oración como medio para elevarse a la verdadera adoración a través de la acción de gracias. Jesús deploraba que hubiera tan poco espíritu de acción de gracias en las oraciones y la adoración de sus seguidores, y citó este pasaje de las Escrituras: «Bueno es dar gracias al Señor y cantar alabanzas al nombre del Altísimo, anunciar por la mañana su bondad y su fidelidad por las noches, porque Dios me ha alegrado con sus obras. Daré gracias por todas las cosas conforme a la voluntad de Dios».
146:2.16 (1640.5) 15. Y siguió diciendo: «No os preocupéis demasiado por vuestras necesidades diarias; no os inquietéis por los problemas de vuestra existencia terrenal. En todas estas cosas exponed vuestras necesidades ante vuestro Padre del cielo mediante la oración y la súplica con espíritu de sincero agradecimiento». Después citó las Escrituras: «Alabaré el nombre de Dios con cántico y lo ensalzaré con acción de gracias. Y esto agradará más al Señor que el sacrificio de un buey o de un novillo con cuernos y pezuñas».
146:2.17 (1641.1) 16. Jesús aconsejó a sus seguidores que después de hacer sus oraciones al Padre permanecieran algún tiempo en estado de receptividad silenciosa para dar al espíritu interior una oportunidad mejor de hablar a su alma atenta. El espíritu del Padre habla mejor al hombre cuando la mente humana está en actitud de verdadera adoración. Adoramos a Dios gracias al espíritu del Padre que mora en el interior y a la iluminación de la mente humana por el ministerio de la verdad. Jesús enseñó que la adoración nos hace cada vez más semejantes al ser que adoramos. La adoración es una experiencia transformadora por la cual lo finito se va acercando gradualmente a la presencia del Infinito y finalmente la alcanza.
146:2.18 (1641.2) Jesús dijo a sus apóstoles muchas otras verdades sobre la comunión del hombre con Dios, pero pocos de ellos pudieron captar plenamente su enseñanza.
146:3.1 (1641.3) Jesús tuvo en Ramá una conversación memorable con un anciano filósofo griego que enseñaba que la ciencia y la filosofía eran suficientes para satisfacer las necesidades de la experiencia humana. Jesús escuchó con paciencia y simpatía a este maestro griego y admitió la verdad de muchas de las cosas que decía, pero cuando hubo terminado su exposición le señaló que no había logrado explicar «el de dónde, el por qué y el a dónde» de la existencia humana. Y añadió: «Donde tú terminas, nosotros empezamos. La religión es una revelación al alma humana que trata de realidades espirituales que la mente sola nunca podría descubrir ni penetrar plenamente. Los esfuerzos intelectuales pueden revelar los hechos de la vida, pero el evangelio del reino descubre las verdades de la existencia. Tú has hablado sobre las sombras materiales de la verdad, ¿quieres escucharme ahora mientras te hablo sobre las realidades eternas y espirituales que proyectan esas sombras temporales transitorias que constituyen los hechos materiales de la existencia mortal?». Durante más de una hora, Jesús enseñó a este griego las verdades salvadoras del evangelio del reino. La forma de acercamiento del Maestro encontró eco en el anciano filósofo, y como era sincero y honrado de corazón creyó rápidamente en este evangelio de salvación.
146:3.2 (1641.4) Los apóstoles estaban un poco desconcertados por la manera abierta con que Jesús había asentido a muchas de las proposiciones del griego, pero Jesús les dijo más tarde en privado: «Hijos, no os extrañe que haya sido tolerante con la filosofía del griego. La verdadera y auténtica certeza interior nunca teme el análisis exterior, ni tampoco se resiente la verdad por una crítica honrada. No olvidéis nunca que la intolerancia es la máscara que cubre las dudas secretas del hombre sobre la autenticidad de sus creencias. A nadie le inquieta nunca la actitud de su vecino cuando tiene confianza perfecta en la verdad de lo que cree de todo corazón. El valor es la confianza en la honradez total de lo que profesamos creer. Los hombres sinceros no temen al examen crítico de sus verdaderas convicciones y de sus nobles ideales».
146:3.3 (1641.5) La segunda noche en Ramá Tomás hizo esta pregunta a Jesús: «Maestro, ¿cómo puede un nuevo creyente en tus enseñanzas saber realmente, estar realmente seguro, de la verdad de este evangelio del reino?».
146:3.4 (1641.6) Jesús respondió a Tomás: «La seguridad de que has entrado en la familia del reino del Padre y de que sobrevivirás eternamente con los hijos del reino es fruto exclusivo de la experiencia personal, de la fe en la palabra de la verdad. La seguridad espiritual equivale a tu experiencia religiosa personal en las realidades eternas de la verdad divina. Dicho de otro modo, es igual a tu comprensión inteligente de las realidades de la verdad, más tu fe espiritual, menos tus dudas sinceras.
146:3.5 (1642.1) «El Hijo está dotado naturalmente de la vida del Padre. Por haber sido dotados del espíritu vivo del Padre sois hijos de Dios. Sobreviviréis a vuestra vida en el mundo material de la carne porque estáis identificados con el espíritu vivo del Padre, el don de la vida eterna. Es cierto que muchos tenían esta vida antes de que yo viniera del Padre, y muchos más han recibido este espíritu porque creyeron en mi palabra, pero yo os declaro que cuando regrese al Padre él enviará su espíritu al corazón de todos los hombres.
146:3.6 (1642.2) «Aunque no podéis observar cómo opera en vuestra mente el espíritu divino, hay un método práctico de descubrir hasta qué punto habéis entregado el control de los poderes de vuestra alma a la guía y enseñanza de este espíritu del Padre celestial que mora en vosotros, y es vuestro grado de amor al prójimo. Este espíritu del Padre participa del amor del Padre, y a medida que domina al hombre lo conduce indefectiblemente hacia la adoración divina y la consideración amorosa por sus semejantes. Al principio creéis que sois hijos de Dios porque mi enseñanza os ha hecho más conscientes de las directrices interiores de la presencia del Padre que habita en vosotros, pero dentro de poco el Espíritu de la Verdad será derramado sobre toda carne. Vivirá entre los hombres y enseñará a todos los hombres, igual que yo vivo ahora entre vosotros y os digo palabras de verdad. Este Espíritu de la Verdad, que habla a la dotación espiritual de vuestra alma, os ayudará a saber que sois hijos de Dios. Dará testimonio indefectible de la presencia del Padre que habita dentro de vosotros, vuestro espíritu, que habitará entonces en todos los hombres como ahora habita en algunos, y os dirá que sois en realidad hijos de Dios.
146:3.7 (1642.3) «Todo hijo terrenal que siga las directrices de este espíritu acabará conociendo la voluntad de Dios, y el que se entregue a la voluntad de mi Padre vivirá para siempre. No se os ha indicado claramente cuál es el camino que va desde la vida en la tierra al estado eterno, pero hay un camino y siempre lo ha habido, y yo he venido a hacer de ese camino algo nuevo y vivo. El que entra en el reino ya tiene la vida eterna y nunca perecerá. Pero comprenderéis mejor muchas de estas cosas cuando yo haya regresado al Padre y seáis capaces de ver vuestras experiencias presentes en retrospectiva.»
146:3.8 (1642.4) Todos los que escucharon estas benditas palabras se llenaron de alegría. Las enseñanzas judías sobre la supervivencia de los justos eran inciertas y confusas, por eso los seguidores de Jesús se sintieron inspirados y reconfortados cuando le oyeron asegurar de forma tan categórica la supervivencia eterna de todos los creyentes verdaderos.
146:3.9 (1642.5) Los apóstoles siguieron predicando y bautizando a los creyentes, además de ir de casa en casa consolando a los abatidos y atendiendo a los enfermos y afligidos. La organización apostólica se había ampliado en el sentido de que cada apóstol de Jesús tenía ahora a uno de Juan como compañero; Abner era el compañero de Andrés. Este sistema se mantuvo hasta que fueron a Jerusalén para la Pascua siguiente.
146:3.10 (1642.6) Durante la estancia en Zabulón la instrucción especial de Jesús consistió principalmente en nuevos debates sobre las obligaciones mutuas del reino. Fue una enseñanza dirigida a aclarar las diferencias entre la experiencia religiosa personal y su relación armoniosa con las obligaciones religiosas sociales. Esta fue una de las pocas veces que el Maestro habló de los aspectos sociales de la religión. Durante su vida en la tierra Jesús instruyó muy poco a sus seguidores sobre la socialización de la religión.
146:3.11 (1643.1) Los habitantes de Zabulón eran de raza mestiza, ni judíos ni gentiles, y pocos de ellos creyeron realmente en Jesús a pesar de que habían oído hablar de las curaciones de Cafarnaúm.
146:4.1 (1643.2) En Irón, como en muchas ciudades de Galilea y Judea, incluso en las más pequeñas, había una sinagoga, y durante los primeros tiempos de su ministerio Jesús acostumbraba a hablar en estas sinagogas los días del sabbat. Algunas veces hablaba en los oficios de la mañana, y Pedro u otro apóstol predicaba por la tarde. Jesús y los apóstoles solían enseñar y predicar también entre semana en las asambleas vespertinas de las sinagogas. Aunque los líderes religiosos de Jerusalén eran cada vez más hostiles a Jesús, no ejercían ningún control directo sobre las sinagogas de otros lugares. Con el tiempo conseguirían crear un sentimiento tan generalizado contra él como para provocar el cierre casi generalizado de las sinagogas a sus enseñanzas, pero en este momento de su ministerio público todas las sinagogas de Galilea y Judea estaban abiertas para él.
146:4.2 (1643.3) Irón era un centro minero importante para la época, y como Jesús no había compartido nunca la vida de los mineros, pasó la mayor parte de su estancia en Irón en las minas. Mientras los apóstoles visitaban a las familias y predicaban en los lugares públicos, Jesús trabajaba en las minas con estos obreros subterráneos. La fama de Jesús como sanador se había propagado hasta esta aldea remota, y muchos enfermos y lisiados le pidieron ayuda. Muchos se beneficiaron de su ministerio curativo, pero en ninguno de esos casos realizó el Maestro una curación supuestamente milagrosa, salvo en el del leproso.
146:4.3 (1643.4) El tercer día de la estancia en Irón, cuando Jesús volvía de las minas a su alojamiento al caer la tarde, fue a pasar por una angosta calle lateral donde vivía un leproso que había oído hablar de su fama como sanador. Al ver a Jesús acercarse a su miserable choza, el hombre salió a la puerta y se atrevió a abordarlo arrodillado ante él y diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme. He oído el mensaje de tus instructores y quisiera entrar en el reino si pudiera estar limpio». El leproso dijo esto porque entre los judíos los leprosos tenían prohibido incluso asistir a la sinagoga o practicar cualquier otro tipo de culto en público. Este hombre creía realmente que no podría ser recibido en el reino venidero si no se curaba de su lepra. Cuando Jesús vio su aflicción y la tenacidad de su fe, su corazón humano se conmovió y su mente divina se llenó de compasión. Bajo la mirada de Jesús, el hombre se postró ante él y lo adoró. Entonces el Maestro alargó la mano y lo tocó diciendo: «Quiero; sé limpio». El hombre se curó al instante y no volvió a estar aquejado de lepra.
146:4.4 (1643.5) Jesús levantó al hombre del suelo y le advirtió: «Mira, no digas nada a nadie de tu curación y dedícate a tus asuntos. Ve a mostrarte al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés como testimonio de tu curación», pero el hombre no le hizo caso. Empezó a publicar a los cuatro vientos que Jesús lo había curado de su lepra, y como era conocido en toda la aldea, la gente pudo ver claramente que había sido limpiado de su enfermedad. Tampoco se presentó a los sacerdotes como Jesús le había aconsejado. Al divulgarse la noticia de la curación, el Maestro estuvo tan asediado por los enfermos que se vio forzado a marcharse del pueblo a primera hora del día siguiente. Aunque Jesús no volvió a entrar en la población, se quedó dos días en las afueras cerca de las minas donde siguió instruyendo a los mineros creyentes sobre el evangelio del reino.
146:4.5 (1644.1) Esta curación del leproso fue el primero de los llamados milagros que Jesús realizó intencionada y deliberadamente hasta ese momento. Y fue un auténtico caso de lepra.
146:4.6 (1644.2) Desde Irón fueron a Giscala donde pasaron dos días proclamando el evangelio. Luego siguieron hacia Corazín, y aunque estuvieron allí casi una semana predicando la buena nueva, no pudieron ganar muchos creyentes para el reino. De todos los lugares donde había enseñado Jesús, en ninguno encontró un rechazo tan general a su mensaje. La estancia en Corazín fue muy deprimente para la mayoría de los apóstoles, y Andrés y Abner tuvieron que esforzarse mucho por levantar el ánimo de sus compañeros. Después atravesaron Cafarnaúm sin llamar la atención y siguieron hasta la aldea de Madón donde les fue algo mejor. Casi todos los apóstoles estaban convencidos de que habían fracasado en estas últimas poblaciones porque Jesús no les permitía mencionar las curaciones en su predicación. ¡Estaban deseando que limpiara a otro leproso o que manifestara su poder de alguna otra manera para atraer la atención de la gente! Pero el Maestro se mantuvo impasible ante sus insistencias.
146:5.1 (1644.3) El grupo apostólico se alegró enormemente cuando Jesús anunció: «Mañana nos vamos a Caná». Sabían que en Caná tendrían un público receptivo porque Jesús era muy conocido allí. Después de dos días muy positivos para el trabajo del reino, se presentó en Caná un ciudadano prominente de Cafarnaúm llamado Tito que era creyente a medias. El hijo de Tito estaba gravemente enfermo, y cuando su padre oyó que Jesús estaba en Caná corrió a verlo. Los creyentes de Cafarnaúm pensaban que Jesús podía curar cualquier enfermedad.
146:5.2 (1644.4) Tras localizar a Jesús en Caná, el noble Tito le suplicó que fuera rápidamente a Cafarnaúm a curar a su hijo enfermo. Ante la anhelante expectación de los apóstoles, Jesús miró al padre del muchacho enfermo y dijo: «¿Cuánta paciencia habré de tener con vosotros? El poder de Dios está entre vosotros, pero si no veis signos y contempláis maravillas, os negáis a creer». El noble suplicaba a Jesús, diciendo: «Señor, yo creo, pero ven antes de que mi hijo perezca, porque ya estaba a punto de morir cuando lo dejé». Jesús bajó la cabeza en silencio, meditó por un momento y dijo de pronto: «Vuelve a tu casa; tu hijo vivirá». Tito creyó en la palabra de Jesús y volvió rápidamente a Cafarnaúm. Cuando estaba llegando, sus sirvientes salieron a su encuentro para decirle: «Alégrate porque tu hijo ha mejorado, está vivo». Tito les preguntó a qué hora había empezado a recuperarse el muchacho, y cuando los criados contestaron «ayer hacia la hora séptima le bajó la fiebre», el padre recordó que fue hacia esa hora cuando Jesús había dicho: «Tu hijo vivirá». A partir de entonces Tito creyó de todo corazón y creyó también toda su familia. Su hijo llegó a ser un poderoso servidor del reino y más tarde entregó su vida con los que sufrían en Roma. Aunque todos los familiares de Tito, sus amigos e incluso los apóstoles consideraron este episodio como un milagro, no lo fue. Al menos no fue un milagro de curación de una enfermedad física. Fue simplemente un caso de preconocimiento de los procesos de la ley natural, el tipo de conocimiento previo al que Jesús recurrió con frecuencia después de su bautismo.
146:5.3 (1645.1) Una vez más, Jesús tuvo que salir a toda prisa de Caná porque el segundo episodio de este tipo ocurrido en esta aldea había llamado excesivamente la atención. Los vecinos del pueblo recordaron el del agua y el vino, y ahora que creían que Jesús había curado al hijo del noble desde tan lejos, no solo le llevaban a los enfermos y lisiados sino que le enviaban mensajeros para rogarle que sanara a los enfermos a distancia. Cuando Jesús vio el revuelo que se había organizado en toda la comarca dijo: «Nos vamos a Naín».
146:6.1 (1645.2) Aquella gente creía en los signos; era una generación buscadora de prodigios. Para entonces, las gentes del centro y sur de Galilea asociaban a Jesús y su ministerio personal con los milagros. Decenas, centenares de personas honradas afectadas por desórdenes puramente nerviosos o afligidas por trastornos emocionales se presentaban ante Jesús y luego volvían a sus casas anunciando a sus amigos que Jesús las había curado. Esa gente simple e ignorante consideraba esos casos de curación mental como curaciones físicas, recuperaciones milagrosas.
146:6.2 (1645.3) Jesús salió de Caná hacia Naín seguido por una gran multitud de creyentes y mucha gente curiosa. Estaban decididos a contemplar milagros y prodigios, y no iban a quedar decepcionados. Cuando Jesús y sus apóstoles se acercaban a la puerta de la ciudad, se encontraron con una procesión fúnebre que se dirigía al cementerio cercano para enterrar al hijo único de una viuda de Naín. Como era una mujer muy respetada, medio pueblo seguía a los portadores del féretro del muchacho supuestamente muerto. Cuando la procesión fúnebre llegó a la altura de Jesús y sus seguidores, la viuda y sus amigos reconocieron al Maestro y le suplicaron que devolviera la vida al hijo. Sus expectativas de milagros habían llegado a tal extremo que creían que Jesús podía curar cualquier enfermedad humana, ¿y por qué no iba a poder un sanador como él resucitar incluso a los muertos? Jesús, importunado así por la gente, se acercó al ataúd, levantó la tapa y examinó al muchacho. Al descubrir que el joven no estaba realmente muerto, percibió la tragedia que su presencia estaba a punto de evitar y dijo a la madre: «No llores, tu hijo no está muerto sino dormido. Te será devuelto». Luego tomó al joven de la mano y le dijo: «Despierta y levántate». El joven supuestamente muerto se incorporó enseguida y empezó a hablar. Jesús los envió de vuelta a sus casas.
146:6.3 (1645.4) Jesús se esforzó por calmar a la multitud e intentó en vano explicarles que el muchacho no estaba realmente muerto, que no lo había sacado de la tumba, pero fue inútil. La multitud que lo seguía y toda la aldea de Naín habían llegado al grado máximo de frenesí emocional. El miedo se apoderó de muchos y el pánico, de otros, mientras otros se ponían a rezar y gemir por sus pecados. Hasta mucho después de la caída de la noche no se pudo dispersar a la clamorosa multitud. Y, por supuesto, a pesar de la afirmación de Jesús de que el muchacho no estaba muerto, todos insistían en que se había obrado un milagro y el muerto había sido resucitado. Cuando Jesús les dijo que el muchacho solo estaba profundamente dormido, explicaron que esa era la forma de expresarse de Jesús y llamaron la atención sobre el hecho de que siempre trataba de ocultar sus milagros con gran modestia.
146:6.4 (1646.1) Y así, la noticia de que Jesús había resucitado de entre los muertos al hijo de la viuda se extendió por toda Galilea y Judea, y muchos de los que la oyeron la creyeron. Jesús ni siquiera pudo convencer plenamente a todos sus apóstoles de que el hijo de la viuda no estaba realmente muerto cuando le mandó despertar y levantarse, aunque su insistencia fue suficiente para impedir que este supuesto milagro fuera incorporado a los escritos posteriores, salvo el de Lucas, que relató el suceso tal como se lo habían contado. Una vez más, Jesús se encontró tan asediado como médico que tuvo que salir hacia Endor a primera hora del día siguiente.
146:7.1 (1646.2) En Endor Jesús se libró durante unos días del clamor de las multitudes por las curaciones físicas. Durante su estancia en este lugar el Maestro instruyó a los apóstoles con la historia del rey Saúl y la bruja de Endor. Jesús explicó claramente a sus apóstoles que los intermedios descarriados y rebeldes que tantas veces se habían hecho pasar por supuestos espíritus de muertos estarían pronto bajo control y no podrían hacer esas extrañas cosas nunca más. Aseguró a sus seguidores que cuando él volviera al Padre ambos derramarían su espíritu sobre toda carne, y a partir de entonces esos seres semiespirituales —llamados espíritus impuros— ya no podrían poseer a mortales de mente perversa o deficiente.
146:7.2 (1646.3) Jesús explicó además a sus apóstoles que los espíritus de los seres humanos difuntos no vuelven a su mundo de origen para comunicarse con sus semejantes vivos. Al espíritu del hombre que progresa solo le sería posible volver a la tierra después de haber transcurrido una edad dispensacional, e incluso entonces solo sería en casos excepcionales y como parte de la administración espiritual del planeta.
146:7.3 (1646.4) Después de descansar dos días, Jesús dijo a sus apóstoles: «Mañana volveremos a Cafarnaúm y nos quedaremos allí enseñando mientras se tranquiliza la comarca. Esperemos que en casa se hayan recuperado ya, al menos en parte, de todo este alboroto».
El libro de Urantia
Documento 147
147:0.1 (1647.1) JESÚS y los apóstoles llegaron a Cafarnaúm el miércoles 17 de marzo y pasaron dos semanas en su cuartel general de Betsaida antes de salir hacia Jerusalén. Durante estas dos semanas los apóstoles enseñaron a la gente a la orilla del mar mientras Jesús pasaba mucho tiempo solo en las colinas dedicado a los asuntos de su Padre. En este periodo Jesús, acompañado por Santiago y Juan Zebedeo, hizo dos viajes secretos a Tiberiades, donde se reunieron con los creyentes y los instruyeron en el evangelio del reino.
147:0.2 (1647.2) Muchos miembros de la casa de Herodes creían en Jesús y asistieron a esas reuniones. La influencia de estos creyentes sobre la familia oficial de Herodes contribuyó a atenuar la hostilidad de este gobernante hacia Jesús. Estos creyentes de Tiberiades habían explicado claramente a Herodes que el «reino» que proclamaba Jesús era de naturaleza espiritual, no un proyecto político. Herodes daba bastante crédito a esos miembros de su propia casa y por eso no se alarmó demasiado cuando llegaron a sus oídos noticias sobre la predicación y las curaciones de Jesús. No tenía nada que objetar contra la labor de Jesús como sanador o maestro religioso. A pesar de la actitud favorable de muchos consejeros de Herodes, e incluso del propio Herodes, había entre sus subordinados un grupo tan influido por los líderes religiosos de Jerusalén que siguieron siendo enemigos encarnizados y amenazantes de Jesús y los apóstoles, y dificultarían considerablemente sus futuras actividades públicas. El mayor peligro para Jesús no estaba en Herodes sino en los líderes religiosos de Jerusalén, y precisamente por eso Jesús y los apóstoles pasaron tanto tiempo en Galilea e hicieron allí la mayor parte de su predicación pública en vez de hacerlo en Judea y Jerusalén.
147:1.1 (1647.3) La víspera del día de los preparativos para ir a Jerusalén a la fiesta de la Pascua, Mangus, un centurión o capitán de la guardia romana estacionada en Cafarnaúm, fue a los dirigentes de la sinagoga y les dijo: «Mi fiel ordenanza está enfermo y a punto de morir, ¿podríais ir a ver a Jesús en mi nombre para suplicarle que cure a mi siervo?». El capitán romano hizo esto porque pensó que los líderes judíos tendrían más influencia sobre Jesús. Los ancianos fueron, pues, a ver a Jesús y su portavoz le dijo: «Maestro, te rogamos encarecidamente que vayas a Cafarnaúm y salves al siervo predilecto del centurión romano. Este capitán es digno de tu atención porque ama a nuestra nación e incluso nos ha construido la sinagoga donde has hablado tantas veces».
147:1.2 (1647.4) Jesús atendió a sus palabras y les dijo: «Iré con vosotros». Al llegar a la casa del centurión y antes de que entraran en su patio, el militar romano envió a sus amigos a saludar a Jesús con instrucciones de decirle: «Señor, no te molestes en entrar en mi casa, porque no soy digno de que estés bajo mi techo. Tampoco me he considerado yo digno de ir a ti, por eso he enviado a los ancianos de tu propio pueblo. Pero sé que puedes decir la palabra desde donde estás y mi siervo será sanado. Pues yo también estoy bajo las órdenes de otros, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a este: ‘Ve’, y va; y al otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto o aquello’, y lo hace».
147:1.3 (1648.1) Al oír esto Jesús se volvió hacia sus apóstoles y los que estaban con ellos y les dijo: «Me maravilla la confianza de este gentil. En verdad, en verdad os digo que no he encontrado una fe tan grande en todo Israel». Luego volvió la espalda a la casa diciendo: «Vámonos, pues». Los amigos del centurión entraron en la casa y contaron a Mangus lo que Jesús había dicho. A partir de entonces empezó a curarse el siervo y acabó recuperando su salud y utilidad de siempre.
147:1.4 (1648.2) Pero nosotros no hemos sabido nunca qué ocurrió exactamente en esa ocasión. Nos limitamos a constatar el hecho. A los acompañantes de Jesús no les fue revelado si intervinieron o no seres invisibles en la curación del siervo del centurión. Solo sabemos que, de hecho, se recuperó por completo.
147:2.1 (1648.3) El martes 30 de marzo por la mañana temprano Jesús y el grupo apostólico iniciaron su viaje a Jerusalén para la Pascua por la ruta del valle del Jordán. Llegaron el viernes 2 de abril por la tarde y se establecieron como siempre en Betania. Al pasar por Jericó pararon a descansar mientras Judas depositaba una parte de los fondos comunes en el banco de un amigo de su familia. Era la primera vez que Judas disponía de dinero sobrante, y este depósito no se tocó hasta que volvieron a pasar por Jericó en su último y memorable viaje a Jerusalén justo antes del juicio y la muerte de Jesús.
147:2.2 (1648.4) No hubo incidentes durante el viaje a Jerusalén, pero en cuanto se instalaron en Betania empezaron a acudir, desde cerca y desde lejos, personas en busca de curación para su cuerpo, consuelo para su mente afligida y salvación para su alma. Eran tantos que Jesús casi no podía descansar, así que montaron las tiendas en Getsemaní y el Maestro iba y venía de Betania a Getsemaní para evitar el asedio de las multitudes. El grupo apostólico pasó casi tres semanas en Jerusalén, pero Jesús les insistió en que no predicaran en público y se limitaran a la enseñanza en privado y al contacto personal.
147:2.3 (1648.5) Celebraron la Pascua tranquilamente en Betania. Era la primera vez que Jesús y los doce al completo compartían la cena pascual sin derramamiento de sangre. Los apóstoles de Juan no comieron la Pascua con Jesús y sus apóstoles; celebraron la fiesta con Abner y muchos de los primeros creyentes en las predicaciones de Juan. Esta fue la segunda Pascua que Jesús celebró con sus apóstoles en Jerusalén.
147:2.4 (1648.6) Cuando Jesús y los doce salieron hacia Cafarnaúm los apóstoles de Juan no fueron con ellos. Se quedaron en Jerusalén y sus alrededores trabajando calladamente por la expansión del reino bajo la dirección de Abner, mientras Jesús y los doce retomaban su labor en Galilea. Los veinticuatro no volvieron a estar juntos hasta poco antes de que los setenta evangelistas fueran nombrados y enviados a su misión. Pero los dos grupos cooperaban entre sí, y a pesar de sus diferencias de opinión prevalecieron siempre los mejores sentimientos.
147:3.1 (1649.1) La tarde del segundo sabbat que pasaron en Jerusalén, cuando el Maestro y los apóstoles estaban a punto de participar en los oficios del templo, Juan dijo a Jesús: «Ven conmigo, quisiera enseñarte una cosa». Juan llevó a Jesús por una de las puertas de Jerusalén hasta un estanque de agua llamado Betesda. Alrededor de este estanque había una estructura de cinco pórticos donde acudían muchos enfermos en busca de curación. Era un manantial de agua cálida y rojiza que borboteaba a intervalos irregulares por efecto de las acumulaciones de gases en las cavernas rocosas de debajo del estanque. Muchos creían que esta perturbación periódica de las aguas calientes se debía a influencias sobrenaturales, y era creencia popular que la primera persona que entrara en el agua después de una de esas perturbaciones se curaría de cualquier enfermedad.
147:3.2 (1649.2) Las restricciones impuestas por Jesús inquietaban bastante a los apóstoles y muy especialmente a Juan, el más joven de los doce. Había llevado a Jesús al estanque pensando que el espectáculo de los enfermos reunidos inspiraría tanta compasión al Maestro que se sentiría movido a hacer un milagro de sanación, y así todo Jerusalén estupefacto empezaría a creer inmediatamente en el evangelio del reino. Juan dijo a Jesús: «Maestro, mira a todos estos que sufren; ¿no hay nada que podamos hacer por ellos?». Jesús le respondió: «Juan, ¿por qué me tientas para que me aparte del camino que he elegido? ¿Por qué sigues deseando sustituir la proclamación del evangelio de la verdad eterna por prodigios y curaciones de enfermos? Hijo, no puedo hacer lo que deseas, pero reúne a estos enfermos y afligidos para que les diga unas palabras de aliento y consuelo eterno».
147:3.3 (1649.3) Jesús habló así a los reunidos: «Muchos de vosotros estáis aquí enfermos y afligidos porque habéis vivido muchos años por el mal camino. Unos sufren los accidentes del tiempo, otros las consecuencias de los errores de sus antepasados, y algunos de vosotros lucháis contra los obstáculos de las condiciones imperfectas de vuestra existencia temporal. Pero mi Padre trabaja, y yo quisiera trabajar, para mejorar vuestra situación en la tierra y sobre todo para asegurar vuestro estado eterno. Ninguno de nosotros podemos hacer mucho por cambiar las dificultades de la vida a menos que descubramos que el Padre del cielo así lo quiere. Al fin y al cabo, todos tenemos el deber de hacer la voluntad del Eterno. Si todos vosotros pudierais ser curados de vuestras dolencias físicas os quedaríais maravillados, pero es aun más grande que seáis limpiados de toda enfermedad espiritual y que os veáis curados de todas las dolencias morales. Todos sois hijos de Dios; sois los hijos del Padre celestial. Puede parecer que las cadenas del tiempo os afligen, pero el Dios de la eternidad os ama. Y cuando llegue la hora del juicio, no temáis, pues todos encontraréis no solo justicia, sino abundancia de misericordia. En verdad, en verdad os digo que aquel que escucha el evangelio del reino y cree en esta enseñanza de la filiación con Dios tiene la vida eterna. Estos creyentes han pasado ya del juicio y la muerte a la luz y la vida. Y se acerca la hora en que incluso los que están en las tumbas oirán la voz de la resurrección».
147:3.4 (1649.4) Muchos de los oyentes creyeron en el evangelio del reino. Algunos de los afligidos se sintieron tan inspirados y revivificados espiritualmente que se dedicaron a proclamar que ellos también habían sido curados de sus dolencias físicas.
147:3.5 (1649.5) Un hombre que llevaba muchos años deprimido y angustiado por los trastornos de su mente atribulada se animó tanto con las palabras de Jesús que recogió su cama y salió andando hacia su casa a pesar de que era sabbat. Este hombre afligido llevaba esperando todos esos años a que alguien lo ayudara. Estaba tan dominado por el sentimiento de su propia incapacidad que no se había planteado nunca la idea de ayudarse a sí mismo, aunque resultó ser la única cosa que tenía que hacer para recuperarse: recoger su cama y echar a andar.
147:3.6 (1650.1) Entonces Jesús dijo a Juan: «Vámonos de aquí antes de que aparezcan los jefes de los sacerdotes y los escribas y se ofendan porque hemos dirigido unas palabras de vida a estos afligidos». Volvieron al templo a reunirse con sus compañeros y luego fueron todos juntos a Betania para pasar la noche. Juan nunca contó a los demás apóstoles la visita que había hecho con Jesús esa tarde de sabbat al estanque de Betesda.
147:4.1 (1650.2) Ese mismo sabbat al anochecer, Jesús, los doce y un grupo de creyentes estaban reunidos alrededor del fuego en el jardín de Lázaro en Betania cuando Natanael hizo esta pregunta a Jesús: «Maestro, aunque nos has enseñado la versión positiva de la antigua regla de vida que dice que debemos hacer a los demás lo que deseamos que nos hagan a nosotros, no acabo de comprender cómo podemos seguir siempre este mandato. Permíteme ilustrar mi pregunta con el ejemplo de un hombre lujurioso que mira con intenciones deshonestas a su proyectada compañera de pecado. ¿Cómo podemos enseñar que ese hombre malintencionado debería hacer a los demás lo que quisiera que le hicieran a él?».
147:4.2 (1650.3) En cuanto oyó esta pregunta Jesús se levantó, y apuntando al apóstol con el dedo le dijo: «¡Natanael, Natanael! ¿Cómo puedes pensar así en tu corazón? ¿No recibes mis enseñanzas como alguien que ha nacido del espíritu? ¿Acaso no escucháis la verdad como hombres de sabiduría y comprensión espiritual? Cuando os aconsejé hacer a los demás lo que queréis que os hagan a vosotros, me dirigía a hombres de ideales elevados que nunca se atreverían a tergiversar mi enseñanza y convertirla en licencia para obrar mal».
147:4.3 (1650.4) Al oír esto, Natanael se puso también de pie diciendo: «Maestro, no creas que estoy de acuerdo con semejante interpretación de tu enseñanza. Solo he hecho la pregunta porque supongo que muchos de esos hombres podrían juzgar mal tu consejo, y esperaba que nos dieras más instrucción sobre estas cuestiones». Y cuando Natanael se sentó Jesús siguió hablando: «Sé muy bien, Natanael, que no estás de acuerdo con ninguna idea mala, pero me decepciona que seáis tan poco capaces de interpretar de forma verdaderamente espiritual las enseñanzas corrientes que debo daros en lenguaje humano, tal y como hablan los hombres. Y ahora os instruiré sobre los diferentes niveles de interpretación de esta regla del vivir que consiste en ‘hacer a los demás lo que deseáis que los demás os hagan a vosotros’:
147:4.4 (1650.5) «1. El nivel de la carne. Tu pregunta es un buen ejemplo de esta interpretación puramente egoísta y lujuriosa.
147:4.5 (1650.6) «2. El nivel de los sentimientos. Este plano se sitúa en el nivel inmediatamente superior al de la carne e implica que la interpretación personal de esta regla del vivir está realzada por la piedad y la compasión.
147:4.6 (1650.7) «3. El nivel de la mente. Aquí entran en juego la razón de la mente y la inteligencia de la experiencia. El buen juicio dicta que esta regla del vivir debe ser interpretada en consonancia con el más alto idealismo plasmado en la nobleza de un profundo respeto a uno mismo.
147:4.7 (1651.1) «4. El nivel del amor fraternal. Aún más arriba se encuentra el nivel de la entrega desinteresada al bienestar de nuestros semejantes. En este plano más alto de servicio social entusiasta que nace de la consciencia de la paternidad de Dios y del consiguiente reconocimiento de la hermandad de los hombres, se descubre una interpretación nueva y mucho más hermosa de esta regla básica de vida.
147:4.8 (1651.2) «5. El nivel moral. Y entonces, cuando logréis unos verdaderos niveles filosóficos de interpretación, cuando tengáis una visión interior real sobre la bondad y la maldad de las cosas, cuando percibáis la validez eterna de las relaciones humanas, empezaréis a considerar este problema de interpretación como imaginaríais que una tercera persona de pensamientos elevados, idealista, sabia e imparcial consideraría e interpretaría el mandato y lo aplicaría a vuestros problemas personales de adaptación a las situaciones de vuestra vida.
147:4.9 (1651.3) «6. El nivel espiritual. Llegamos por fin al nivel último y más grande, el nivel de la visión interior del espíritu y de la interpretación espiritual que nos impele a reconocer en esta regla de vida el mandamiento divino de tratar a todos los hombres como concebimos que Dios los trataría. Este es el ideal de las relaciones humanas en el universo y esta es vuestra actitud ante todos esos problemas cuando vuestro deseo supremo es hacer siempre la voluntad del Padre. Quisiera por lo tanto que hicierais a todos los hombres lo que sabéis que yo haría por ellos en circunstancias semejantes.»
147:4.10 (1651.4) Nada de lo que Jesús había dicho a los apóstoles hasta ese momento les había impresionado tanto. Siguieron hablando de las palabras del Maestro hasta mucho después de que él se hubiera retirado. A Natanael le costó recuperarse de la impresión de que Jesús no había interpretado bien el sentido de su pregunta, pero los demás estaban más que agradecidos de que su filosófico compañero hubiera tenido el valor de hacer una pregunta tan enriquecedora.
147:5.1 (1651.5) Aunque Simón no era miembro del Sanedrín judío, era un fariseo influyente de Jerusalén. Era un creyente a medias, pero se atrevió a invitar a Jesús y a sus colaboradores personales, Pedro, Santiago y Juan, a un banquete en su casa, aun sabiendo que podría ser criticado duramente por ello. Después de haber observado al Maestro durante mucho tiempo, Simón estaba muy impresionado por sus enseñanzas y más aun por su personalidad.
147:5.2 (1651.6) Los fariseos ricos eran muy dados a hacer limosnas y no ocultaban su filantropía. A veces incluso tocaban una trompeta cuando iban a ofrecer su caridad a algún mendigo. Cuando estos fariseos daban un banquete con invitados distinguidos acostumbraban a dejar abiertas las puertas de la casa de manera que pudieran entrar incluso los mendigos de la calle; estos mendigos se quedaban de pie junto a las paredes de la sala, detrás de los lechos de los invitados, bien situados para recibir las porciones de comida que quisieran lanzarles los comensales.
147:5.3 (1651.7) En esta ocasión había entrado en la casa de Simón con la gente de la calle una mujer de mala reputación que acababa de hacerse creyente en la buena nueva del evangelio del reino. Esta mujer era bien conocida en todo Jerusalén por haber regentado uno de los llamados prostíbulos de alta categoría situados junto al patio de los gentiles del templo. Cuando aceptó las enseñanzas de Jesús cerró su indigno negocio y animó a la mayoría de sus compañeras a aceptar el evangelio y cambiar su forma de vida. A pesar de ello seguía siendo muy desdeñada por los fariseos y estaba obligada a llevar el cabello suelto (el distintivo de la prostitución). Esta mujer anónima había traído un gran frasco de loción perfumada, y cuando Jesús se recostó para comer, se puso a ungirle los pies mientras los mojaba con lágrimas de gratitud y los secaba con sus cabellos. Después de esta unción siguió llorando y besándole los pies.
147:5.4 (1652.1) Al ver esto Simón se dijo para sus adentros: «Si este fuera profeta sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, una conocida pecadora». Jesús, sabiendo lo que le rondaba a Simón por la cabeza, tomó la palabra y dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Simón respondió: «Di, maestro». Entonces Jesús le dijo: «Cierto prestamista rico tenía dos deudores. Uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta, y como ninguno tenía con qué pagarle les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos crees que lo amará más?». Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Jesús le dijo: «Has juzgado correctamente», y señalando a la mujer continuó: «Simón, mira bien a esta mujer. Entré en tu casa como invitado y no me diste agua para los pies. Esta mujer agradecida me ha lavado los pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me recibiste con un beso de bienvenida, en cambio esta mujer no ha dejado de besarme los pies desde que entró. No me ungiste la cabeza con aceite, pero ella ha ungido mis pies con lociones preciosas. ¿Qué significa todo esto? Simplemente que sus muchos pecados han sido perdonados y eso la ha llevado a amar mucho. Pero los que solo han recibido un poco de perdón a veces aman solo un poco». Luego se volvió hacia la mujer, la levantó tomándola de la mano y le dijo: «En verdad te has arrepentido de tus pecados y están perdonados. No permitas que la actitud incomprensiva y antipática de tus semejantes te desanime; sigue avanzando en la alegría y la libertad del reino de los cielos».
147:5.5 (1652.2) Cuando Simón y sus amigos que estaban con él a la mesa oyeron estas palabras se sorprendieron aún más y empezaron a comentar entre ellos: «¿Quién es este que se atreve incluso a perdonar los pecados?». Al oír cómo murmuraban, Jesús se volvió para despedir a la mujer y le dijo: «Mujer, tu fe te ha salvado, vete en paz».
147:5.6 (1652.3) Cuando Jesús se levantó con sus amigos para despedirse, se volvió hacia Simón y le dijo: «Conozco tu corazón, Simón. Sé lo desgarrado que estás entre la fe y las dudas, lo acosado que estás por el miedo y perturbado por el orgullo, pero rezo por ti para que te entregues a la luz y puedas experimentar en tu posición en la vida unas poderosas transformaciones de mente y espíritu comparables a los enormes cambios que el evangelio del reino ha obrado ya en el corazón de esta visitante no invitada ni bienvenida. Yo os declaro a todos que el Padre ha abierto las puertas del reino celestial a todos los que tienen fe para entrar, y ningún hombre ni asociación de hombres podrá cerrar esas puertas ni siquiera al alma más humilde o al más flagrante de los pecadores de la tierra si buscan sinceramente entrar». Jesús, Pedro, Santiago y Juan se despidieron de su anfitrión y fueron a reunirse con el resto de los apóstoles en el campamento del jardín de Getsemaní.
147:5.7 (1653.1) Aquella misma noche Jesús dio a los apóstoles el inolvidable discurso sobre el valor relativo del estatus ante Dios y del progreso en la ascensión eterna hacia el Paraíso. Jesús dijo: «Hijos, si existe una verdadera conexión viva entre el hijo y el Padre, existe la certeza de que el hijo progresará continuamente hacia los ideales del Padre. Es verdad que al principio el progreso del hijo puede ser lento pero no es por ello menos seguro. Lo importante no es la rapidez de vuestro progreso sino su certidumbre. Vuestros logros no son tan importantes como el hecho de que la dirección de vuestro progreso es hacia Dios. Aquello en lo que os estáis convirtiendo día a día es infinitamente más importante que lo que sois hoy.
147:5.8 (1653.2) «La mujer transformada que algunos de vosotros habéis visto hoy en casa de Simón vive en este momento en un nivel muy inferior al de Simón y sus bienintencionados compañeros, y sin embargo, mientras estos fariseos se dedican a engañarse con la ficción de un falso progreso basado en ceremoniales sin sentido, esta mujer ha empezado con plena determinación la larga y azarosa búsqueda de Dios, y su senda hacia el cielo no está bloqueada por el orgullo espiritual ni por la autosatisfacción moral. Esta mujer está, humanamente hablando, mucho más lejos de Dios que Simón, pero su alma está en movimiento progresivo; está en el camino hacia una meta eterna. Hay en esta mujer enormes posibilidades espirituales para el futuro. Algunos de vosotros podéis no estar en niveles elevados de alma y de espíritu, pero progresáis diariamente por el camino vivo abierto hacia Dios por la fe. En cada uno de vosotros hay posibilidades enormes para el futuro. Es mucho mejor tener una fe pequeña pero viva y creciente que poseer un gran intelecto con sus depósitos muertos llenos de sabiduría mundana y descreimiento espiritual.»
147:5.9 (1653.3) Jesús advirtió seriamente a sus apóstoles contra la insensatez del hijo de Dios que abusa del amor del Padre. Declaró que el Padre celestial no es un padre blando, descuidado o tontamente indulgente que está siempre dispuesto a condonar el pecado y perdonar la insensatez. Advirtió a sus oyentes que no aplicaran equivocadamente sus ejemplos de padre e hijo de manera que pudiera parecer que Dios es como uno de esos padres demasiado condescendientes y faltos de criterio que conspiran con la estupidez de la tierra para provocar la ruina moral de sus hijos inmaduros y contribuyen con ello de forma directa e incuestionable a la delincuencia y desmoralización temprana de su propia descendencia. Dijo Jesús: «Mi Padre no condona indulgentemente las acciones y prácticas de sus hijos cuando son autodestructivas y suicidas para todo crecimiento moral y progreso espiritual. Esas prácticas pecaminosas son una abominación a los ojos de Dios».
147:5.10 (1653.4) Jesús asistió a muchas otras reuniones y banquetes semiprivados con los grandes y los humildes, los ricos y los pobres de Jerusalén antes de salir hacia Cafarnaúm con sus apóstoles. Muchos se hicieron creyentes en el evangelio del reino y fueron bautizados posteriormente por Abner y sus compañeros, que se quedaron atrás para fomentar los intereses del reino en Jerusalén y sus alrededores.
147:6.1 (1653.5) La última semana de abril Jesús y los doce salieron de su cuartel general de Betania cerca de Jerusalén, y se pusieron de camino hacia Cafarnaúm por Jericó y el Jordán.
147:6.2 (1654.1) Los jefes de los sacerdotes y los líderes religiosos de los judíos se habían reunido muchas veces en secreto para decidir qué hacer con Jesús. Todos estaban de acuerdo en que había que hacer algo para acabar con su enseñanza, pero no lograban ponerse de acuerdo en el método. Habían esperado en un primer momento que las autoridades civiles se desharían de él igual que Herodes había acabado con Juan, pero descubrieron que a los dirigentes romanos no les preocupaba gran cosa la forma de actuar de Jesús ni su predicación. En vista de eso, se reunieron el día antes de que Jesús saliera para Cafarnaúm y decidieron que tendría que ser arrestado por delito religioso y juzgado por el Sanedrín. Para ello nombraron a una comisión de seis espías secretos con instrucciones de seguir a Jesús, observar todos sus dichos y hechos, y presentar un informe en Jerusalén cuando hubieran acumulado suficientes pruebas de blasfemias e infracciones de la ley. Estos seis judíos alcanzaron al grupo apostólico —unos treinta— en Jericó y se unieron a la familia de seguidores de Jesús so pretexto de hacerse discípulos. Permanecieron con el grupo hasta que empezó la segunda gira de predicación por Galilea, y entonces tres de ellos volvieron a Jerusalén para presentar su informe a los jefes de los sacerdotes y al Sanedrín.
147:6.3 (1654.2) Pedro predicó a la multitud reunida en el cruce del Jordán, y a la mañana siguiente subieron por el río hacia Amatus. Querían ir directamente hasta Cafarnaúm, pero se había reunido tal gentío que se quedaron allí tres días predicando, enseñando y bautizando. Por fin emprendieron la marcha hacia su destino el primer día de mayo, que era sabbat, por la mañana temprano. Los espías de Jerusalén se frotaban las manos pensando que ya tenían su primera acusación contra Jesús —la de quebrantar el sabbat— por atreverse a viajar ese día, pero se llevaron una decepción cuando Jesús llamó a Andrés justo antes de salir y le dio instrucciones delante de todos de avanzar solo unos mil metros, la distancia legal de viaje de los judíos el día del sabbat.
147:6.4 (1654.3) Los espías no tardaron en encontrar otra oportunidad de acusar a Jesús y sus compañeros de quebrantar el sabbat. Al pasar el grupo por un camino estrecho bordeado de trigo en plena maduración al alcance de la mano, algunos de los apóstoles que tenían hambre arrancaron el grano maduro y se lo comieron. Los viajeros de entonces acostumbraban a arrancar espigas al borde de los caminos y nadie veía en ello nada condenable, pero los espías lo aprovecharon como pretexto para atacar a Jesús. Cuando vieron a Andrés desgranar las espigas en la mano se acercaron para decirle: «¿No sabes que es ilícito arrancar y desgranar espigas el día del sabbat?». Andrés respondió: «Pero tenemos hambre y solo arrancamos lo suficiente para nuestras necesidades. ¿Y desde cuándo es pecado comer grano el día del sabbat?». Los fariseos replicaron: «No hay nada malo en comerlo, pero quebrantas la ley al arrancar y restregar el grano con las manos; seguro que tu Maestro no lo aprobaría». Entonces Andrés les dijo: «Si es lícito comer el grano, frotarlo con las manos no es mucho más trabajoso que masticarlo, y eso en cambio lo permitís, ¿por qué os andáis con esos remilgos?». Cuando Andrés dio a entender que eran remilgados se indignaron, y fueron a toda prisa hacia donde Jesús caminaba charlando con Mateo y protestaron diciendo: «Mira, maestro, tus apóstoles hacen lo que es ilícito el día del sabbat; arrancan espigas, las frotan y se comen el grano. Estamos seguros de que les ordenarás que dejen de hacerlo». Jesús respondió a los acusadores: «Sois realmente celosos de la ley, y hacéis bien en recordar el día del sabbat para santificarlo, ¿pero acaso no habéis leído nunca en las Escrituras que un día que David tenía hambre entraron él y los que iban con él en la casa de Dios y se comieron los panes consagrados que solo era lícito comer para los sacerdotes? Y David dio también de ese pan a los que estaban con él. ¿Y no habéis leído en nuestra ley que es lícito hacer muchas cosas necesarias el día del sabbat? ¿No os veré comer, antes de que termine el día, lo que habéis traído con vosotros para vuestras necesidades de hoy? Amigos míos, hacéis bien en velar por el sabbat, pero haríais mejor en proteger la salud y el bienestar de vuestros semejantes. Declaro que el sabbat fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sabbat. Y si estáis aquí con nosotros para vigilar mis palabras, entonces proclamaré abiertamente que el Hijo del Hombre es señor incluso del sabbat».
147:6.5 (1655.1) Los fariseos quedaron asombrados y confundidos por sus palabras de discernimiento y sabiduría. Se mantuvieron apartados durante el resto del día y no se atrevieron a hacer más preguntas.
147:6.6 (1655.2) El antagonismo de Jesús hacia las tradiciones judías y los ceremoniales serviles era siempre positivo. Consistía en lo que él hacía y afirmaba. El Maestro perdió poco tiempo en hacer denuncias negativas. Enseñaba que aquellos que conocen a Dios pueden gozar de la libertad de vivir sin engañarse a sí mismos con las licencias del pecado. Jesús dijo a los apóstoles: «Amigos, si estáis iluminados por la verdad y sabéis realmente lo que estáis haciendo, sois bienaventurados; pero si no conocéis el camino divino, sois desgraciados y estáis ya quebrantando la ley».
147:7.1 (1655.3) El lunes 3 de mayo hacia el mediodía Jesús y los doce llegaron a Betsaida en barco desde Tariquea. Se embarcaron para librarse de los que viajaban con ellos, pero al día siguiente todos ellos, incluyendo los espías oficiales de Jerusalén, habían vuelto a encontrar a Jesús.
147:7.2 (1655.4) El martes por la tarde, en una de las clases de preguntas y respuestas que solía dar Jesús, el líder de los seis espías le dijo: «He estado hablando antes con uno de los discípulos de Juan que está aquí escuchando tu enseñanza, y no nos explicábamos por qué nunca ordenas a tus discípulos que ayunen y oren como nosotros los fariseos ayunamos y como Juan ordenó a sus seguidores». Jesús, haciendo referencia a una declaración de Juan, respondió: «¿Acaso ayunan los acompañantes del novio cuando el novio está con ellos? Mientras el novio permanece con ellos no es momento de ayunar, pero se acerca la hora en que se llevarán al novio, y entonces sin duda ayunarán y orarán. Orar es natural para los hijos de la luz, pero el ayuno no forma parte del evangelio del reino de los cielos. Recordad que un buen sastre no pone un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo, no sea que encoja cuando se moje y se rompa más. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, no sea que el vino nuevo reviente los odres y se pierda el vino y también los odres. El hombre inteligente pone el vino nuevo en odres nuevos, por eso mis discípulos demuestran sabiduría al no incorporar demasiadas cosas del viejo orden a la nueva enseñanza del evangelio del reino. Puede estar justificado que los que habéis perdido a vuestro maestro ayunéis durante un tiempo. El ayuno puede ser una parte conveniente de la ley de Moisés, pero en el reino venidero los hijos de Dios estarán libres de miedos y experimentarán la alegría en el espíritu divino». Los discípulos de Juan se sintieron confortados al escuchar estas palabras, en cambio los fariseos quedaron aun más confundidos.
147:7.3 (1656.1) Tras esta respuesta el Maestro advirtió a sus oyentes contra la sustitución sistemática de las antiguas enseñanzas por nuevas doctrinas. Dijo Jesús: «Lo que es antiguo y verdadero debe permanecer, igual que debe ser rechazado lo que es nuevo pero falso. En cambio debéis tener la fe y el valor de aceptar lo que es nuevo y verdadero. Recordad que está escrito: ‘No abandones a un viejo amigo porque el nuevo no es comparable a él. Un amigo nuevo es como un vino nuevo: cuando se haga viejo lo beberás con gozo’».
147:8.1 (1656.2) Aquella noche Jesús siguió instruyendo a sus apóstoles mucho después de que los oyentes habituales se hubieran marchado. Empezó esta lección especial citando al profeta Isaías:
147:8.2 (1656.3) «’¿Por qué habéis ayunado? ¿Por qué razón afligís vuestra alma mientras seguís encontrando placer en la opresión y deleitándoos con la injusticia? He aquí que ayunáis para contiendas y riñas, y para herir con un puño malvado. No ayunéis de esta manera para que vuestra voz sea oída en lo alto.
147:8.3 (1656.4) «’¿Es este el ayuno que yo escogí, un día para que el hombre aflija su alma? ¿Para que encorve la cabeza como un junco y se humille en saco y ceniza? ¿Os atreveréis a llamar a esto ayuno y día agradable a los ojos del Señor? ¿No sería este otro el ayuno que yo escogería: desatar las ligaduras de la maldad, deshacer los nudos de las pesadas cargas, dejar libres a los oprimidos y romper todos los yugos? ¿No sería compartir mi pan con el hambriento y traer a mi casa a los pobres sin hogar? Y cuando vea al desnudo lo vestiré.
147:8.4 (1656.5) «’Entonces nacerá vuestra luz como la aurora y vuestra salud brotará con rapidez. Vuestra justicia irá delante de vosotros, y la gloria del Señor será vuestra retaguardia. Entonces invocaréis al Señor y él os responderá; clamaréis y él dirá: Aquí estoy. Y hará todo esto si dejáis de oprimir, de condenar y de envaneceros. El Padre desea en cambio que ofrezcáis vuestro corazón al hambriento y saciéis el deseo del afligido; entonces brillará vuestra luz en las tinieblas, y hasta vuestra oscuridad será como el mediodía. Y el Señor os guiará continuamente, saciará vuestra alma y renovará vuestras fuerzas. Seréis como un huerto regado, como un manantial cuyas aguas nunca faltan. Y los que hagan estas cosas restablecerán las glorias perdidas; levantarán los cimientos de muchas generaciones; serán llamados reparadores de brechas, restauradores de caminos seguros donde habitar.’»
147:8.5 (1656.6) Y luego, hasta muy entrada la noche, Jesús expuso a sus apóstoles la verdad de que era su fe la que les daba seguridad en el reino del presente y del futuro, y no la aflicción de su alma ni el ayuno de su cuerpo. Exhortó a los apóstoles a estar por lo menos a la altura de las ideas del profeta de antaño, y les manifestó su esperanza de que progresarían mucho más allá de los ideales de Isaías y de los antiguos profetas. Sus últimas palabras de aquella noche fueron: «Creced en la gracia por medio de esa fe viva que capta el hecho de que sois hijos de Dios y reconoce al mismo tiempo a cada hombre como un hermano».
147:8.6 (1656.7) Eran más de las dos de la mañana cuando Jesús dejó de hablar y todos se retiraron a dormir.
El libro de Urantia
Documento 148
148:0.1 (1657.1) ENTRE el 3 de mayo y el 3 de octubre del año 28 d. C. Jesús y sus apóstoles se alojaron en la casa de Zebedeo en Betsaida, que se había ampliado considerablemente para acomodar a la creciente familia de Jesús. Durante este periodo de cinco meses de estación seca se montó un enorme campamento a la orilla del mar cerca de la residencia de Zebedeo. Este campamento, ocupado por una población muy volátil de buscadores de la verdad, candidatos a la curación y adictos a la curiosidad, alojó desde quinientas hasta mil quinientas personas. Esta ciudad de tiendas estaba bajo la supervisión general de David Zebedeo asistido por los gemelos Alfeo. El campamento era un modelo de orden, salubridad y buena administración general. Los distintos tipos de enfermos estaban segregados en grupos y supervisados por un médico sirio creyente llamado Elman.
148:0.2 (1657.2) Durante todo este periodo los apóstoles salían a pescar al menos un día por semana y vendían sus capturas a David para el consumo del campamento. Los fondos obtenidos se destinaban a la tesorería del grupo. Los doce tenían permiso para pasar una semana al mes con sus familiares o amigos.
148:0.3 (1657.3) Aunque Andrés seguía siendo el responsable general de la actividad apostólica, la escuela de los evangelistas era plena competencia de Pedro. Por las mañanas todos los apóstoles colaboraban a la instrucción de los grupos de evangelistas, y por las tardes tanto los maestros como los alumnos enseñaban a la gente. Los apóstoles organizaban coloquios de preguntas y respuestas para instrucción de los evangelistas cinco noches por semana después de la cena. Una vez por semana Jesús presidía este coloquio y contestaba a las preguntas que habían quedado pendientes en las sesiones anteriores.
148:0.4 (1657.4) En cinco meses pasaron por este campamento varios miles de personas. Muchos de los asistentes procedían de todos los rincones del Imperio Romano y de las tierras situadas al este del Éufrates. Este fue el periodo más largo de la actividad de enseñanza del Maestro con un marco estable y bien organizado. La familia directa de Jesús pasó la mayor parte de este tiempo en Nazaret o en Caná.
148:0.5 (1657.5) El campamento no estaba organizado como una colectividad de intereses comunes al modo de la familia apostólica. David Zebedeo gestionó esta gran ciudad de tiendas de forma que se convirtió en una empresa capaz de autoabastecerse, pese a que nunca se rechazó a nadie. Este campamento en continuo cambio fue un elemento indispensable de la escuela de formación evangélica de Pedro.
148:1.1 (1657.6) Pedro, Santiago y Andrés formaban el comité designado por Jesús para evaluar a los candidatos a la escuela de evangelistas. Todas las razas y nacionalidades del mundo romano y de oriente, incluso hasta la India, estaban representadas entre los estudiantes de esta nueva escuela de profetas. El método de esta escuela era aprender y hacer. Lo que los alumnos aprendían por la mañana lo enseñaban por la tarde al público reunido a la orilla del mar. Después de la cena debatían libremente sobre lo que habían aprendido por la mañana y lo que habían enseñado por la tarde.
148:1.2 (1658.1) Cada uno de los maestros apostólicos enseñaba su propio punto de vista sobre el evangelio del reino. No hacían ningún esfuerzo por igualar sus enseñanzas; no había una formulación uniformizada o dogmática de las doctrinas teológicas. Aunque todos enseñaban la misma verdad, cada apóstol presentaba su propia interpretación personal de las enseñanzas del Maestro. Jesús respaldaba esta representación de la diversidad de experiencias personales en las cosas del reino, y en las sesiones semanales de preguntas armonizaba y coordinaba siempre las múltiples visiones divergentes del evangelio. A pesar de este alto grado de libertad personal en materia de enseñanza, la teología de la escuela de evangelistas tendía a estar dominada por Simón Pedro. Santiago Zebedeo era el que más influencia personal ejercía después de Pedro.
148:1.3 (1658.2) Los más de cien evangelistas formados durante estos cinco meses a la orilla del mar constituyeron (junto con Abner y los apóstoles de Juan) la cantera de donde saldrían más tarde los setenta maestros y predicadores del evangelio. En la escuela de evangelistas no se ponía todo en común en el mismo grado que entre los doce.
148:1.4 (1658.3) Estos evangelistas, aunque enseñaban y predicaban el evangelio, no bautizaron creyentes hasta más tarde, cuando fueron ordenados por Jesús y enviados como los setenta mensajeros del reino. Entre los muchos enfermos que fueron sanados un memorable sabbat al caer el sol en este mismo lugar, solo siete se convirtieron en aspirantes a evangelistas tras su curación. El hijo del noble de Cafarnaúm fue uno de los que se formaron para el servicio evangélico en la escuela de Pedro.
148:2.1 (1658.4) Como complemento del campamento junto al mar, el médico sirio Elman organizó y dirigió durante cuatro meses lo que se puede considerar como el primer hospital del reino, con la colaboración de un equipo de veinticinco mujeres jóvenes y doce hombres. En esta enfermería situada cerca del límite sur de la ciudad principal de tiendas, los enfermos eran atendidos con todos los métodos materiales conocidos, además de las prácticas espirituales de la oración y el aliento de la fe. Jesús visitaba a los enfermos de este campamento no menos de tres veces por semana y tenía contacto personal con cada uno de ellos. Que nosotros sepamos, no ocurrió ningún supuesto milagro de curación sobrenatural entre las mil personas dolientes que salieron curadas o mejoradas de esta enfermería, y sin embargo la inmensa mayoría de los beneficiados no dejaba de proclamar que Jesús los había sanado.
148:2.2 (1658.5) Muchas de las curaciones que hizo Jesús en su ministerio a los pacientes de Elman parecían verdaderos milagros, pero según nuestras informaciones solo se trataba de transformaciones de la mente y del espíritu como pueden darse a veces en personas llenas de esperanza y dominadas por la fe cuando se encuentran bajo la influencia directa e inspiradora de una personalidad fuerte, positiva y benéfica cuyo ministerio elimina el miedo y destruye la ansiedad.
148:2.3 (1658.6) Elman y sus colaboradores procuraron enseñar a estos enfermos la verdad sobre la «posesión por espíritus malignos», aunque con poco éxito. La creencia de que las enfermedades físicas y los desórdenes mentales podían ser causados por la presencia de uno de los llamados espíritus impuros en la mente o en el cuerpo de la persona afectada era casi universal.
148:2.4 (1659.1) En todos sus contactos con los enfermos y afligidos, a la hora de aplicar el tratamiento o de revelar las causas desconocidas de una enfermedad, Jesús se atenía a las instrucciones que le había dado su hermano paradisiaco Emmanuel justo antes de iniciar la aventura de su encarnación en Urantia. A pesar de esto, los que atendían a los enfermos aprendieron muchas lecciones útiles observando la manera en que Jesús inspiraba fe y confianza a los enfermos y dolientes.
148:2.5 (1659.2) El campamento se desmontó poco antes de la llegada de la estación más propensa a las fiebres y los resfriados.
148:3.1 (1659.3) Durante todo este periodo Jesús dirigió menos de una docena de ceremonias públicas en el campamento y habló una sola vez en la sinagoga de Cafarnaúm. Hizo esta intervención en la sinagoga el segundo sabbat antes de iniciar su segunda gira de predicación pública por Galilea con los evangelistas recién instruidos.
148:3.2 (1659.4) Desde su bautismo, el Maestro no había pasado tanto tiempo solo como durante este periodo de formación de los evangelistas en el campamento de Betsaida. Cada vez que uno de los apóstoles se aventuraba a preguntarle por qué se ausentaba tanto, Jesús contestaba invariablemente que estaba «ocupado en los asuntos del Padre».
148:3.3 (1659.5) Durante estos periodos de ausencia Jesús iba acompañado solo por dos apóstoles. Había liberado temporalmente a Pedro, Santiago y Juan de su función de acompañantes personales para que ellos también pudieran participar en la formación de los nuevos candidatos a evangelistas, que ya superaban los cien. Cuando el Maestro quería ir a las colinas para ocuparse de los asuntos del Padre, llamaba como acompañantes a dos apóstoles cualquiera que estuvieran libres. Y así, cada uno de los doce tuvo la oportunidad de disfrutar de una asociación estrecha y un contacto íntimo con Jesús.
148:3.4 (1659.6) Aunque no nos ha sido revelado a efectos de esta narración, hemos llegado a la conclusión de que en la soledad de las colinas el Maestro estuvo muchas veces en asociación directa y ejecutiva con muchos de los principales directores de los asuntos de su universo. Desde la época de su bautismo este Soberano encarnado de nuestro universo había empezado a tomar conscientemente una parte cada vez más activa en la dirección de ciertos aspectos de la administración del universo. Siempre hemos creído que durante estas semanas de menor participación en los asuntos de la tierra, y de alguna manera no revelada a sus colaboradores directos, se dedicó a dirigir a las altas inteligencias de espíritu que estaban a cargo del funcionamiento de un vasto universo, y que el Jesús humano eligió referirse a esas actividades suyas como «ocuparse de los asuntos de su Padre».
148:3.5 (1659.7) Durante esas largas horas de soledad, los dos apóstoles acompañantes pudieron observar muchas veces una infinidad de rápidos cambios en su rostro, aunque nunca le oyeron decir una palabra. Tampoco observaron ninguna manifestación visible de seres celestiales que pudieran haber estado en comunicación con su Maestro, como la que algunos apóstoles presenciarían más adelante.
148:4.1 (1659.8) En un rincón aislado y protegido del jardín de Zebedeo, Jesús solía reservar dos noches por semana para personas que deseaban hablar con él en privado. En una de estas conversaciones vespertinas Tomás hizo esta pregunta al Maestro: «¿Por qué es necesario que los hombres nazcan del espíritu para entrar en el reino? ¿Es necesario renacer para escapar del control del maligno? Maestro, ¿qué es el mal?». Jesús respondió así a las preguntas de Tomás:
148:4.2 (1660.1) «No cometas el error de confundir el mal con el maligno, mejor llamado el inicuo. Aquel a quien llamas el maligno es hijo del amor a sí mismo, el alto administrador que con pleno conocimiento se rebeló deliberadamente contra el gobierno de mi Padre y de sus Hijos leales. Pero yo ya he vencido a estos rebeldes pecadores. Debes discernir con claridad estas actitudes diferentes hacia el Padre y su universo. No olvides nunca las leyes siguientes que regulan las relaciones con la voluntad del Padre:
148:4.3 (1660.2) «El mal es la transgresión inconsciente o involuntaria de la ley divina, de la voluntad del Padre. El mal es asimismo la medida de la imperfección con que se obedece a la voluntad del Padre.
148:4.4 (1660.3) «El pecado es la transgresión consciente, a sabiendas y deliberada de la ley divina, de la voluntad del Padre. El pecado es la medida de la negativa a dejarse conducir divinamente y dirigir espiritualmente.
148:4.5 (1660.4) «La iniquidad es la transgresión deliberada, decidida y persistente de la ley divina, de la voluntad del Padre. La iniquidad es la medida del rechazo continuo del plan amoroso del Padre para la supervivencia de la personalidad y del ministerio misericordioso de salvación de los Hijos.
148:4.6 (1660.5) «Antes de renacer del espíritu, el hombre mortal está sujeto por naturaleza a sus malas tendencias inherentes, pero esas imperfecciones naturales del comportamiento no son ni pecado ni iniquidad. El hombre mortal acaba de empezar su largo ascenso hacia la perfección del Padre que está en el Paraíso. Tener una dotación natural imperfecta o parcial no es pecado. Es cierto que el hombre está sujeto al mal, pero no es hijo del maligno en ningún sentido, a menos que haya elegido a sabiendas y deliberadamente seguir la senda del pecado y vivir en la iniquidad. El mal es inherente al orden natural de este mundo, en cambio el pecado es una actitud de rebelión consciente que fue traída a este mundo por los que cayeron desde la luz espiritual hasta la más negra oscuridad.
148:4.7 (1660.6) «Tú, Tomás, estás confundido por las doctrinas de los griegos y los errores de los persas. No comprendes las relaciones entre el mal y el pecado porque consideras que la humanidad empezó en la tierra con un Adán perfecto y fue degenerando rápidamente por el pecado hasta el deplorable estado presente del hombre. ¿Por qué te niegas a comprender el significado del relato donde Caín, el hijo de Adán, fue a la tierra de Nod y eligió allí esposa? ¿Y por qué te niegas a interpretar el significado del escrito que describe cómo los hijos de Dios encontraron esposas entre las hijas de los hombres?
148:4.8 (1660.7) «Es cierto que los hombres son malos por naturaleza, pero no necesariamente pecadores. El nuevo nacimiento —el bautismo del espíritu— es esencial para liberarse del mal y necesario para entrar en el reino de los cielos, pero nada de esto resta valor al hecho de que el hombre es hijo de Dios. La presencia inherente del mal potencial tampoco significa que el hombre esté misteriosamente distanciado del Padre del cielo hasta el punto de tener que buscar la manera de que el Padre lo adopte legalmente como si fuera un extraño, un extranjero o un hijastro. Todas estas nociones han nacido, primero, de vuestra comprensión deficiente del Padre, y segundo, de vuestra ignorancia sobre el origen, la naturaleza y el destino del hombre.
148:4.9 (1660.8) «Los griegos y otros os han enseñado que el hombre va decayendo imparablemente desde la perfección divina hacia el olvido o la destrucción. Yo he venido a mostrar que cuando el hombre entra en el reino asciende de manera cierta y segura hacia Dios y la perfección divina. Todo ser que no alcance de algún modo los ideales divinos y espirituales de la voluntad del Padre eterno es potencialmente malo, pero esos seres no son en ningún sentido pecadores, y mucho menos inicuos.
148:4.10 (1661.1) «Tomás, ¿no has leído sobre esto en las Escrituras donde está escrito: ‘Sois hijos del Señor vuestro Dios’. ‘Yo seré su Padre y él será mi hijo.’ ‘Lo he elegido para que sea mi hijo, yo seré su Padre.’ ‘Trae a mis hijos desde lejos y a mis hijas desde los confines de la tierra, y a todos los que son llamados por mi nombre, pues los he creado para gloria mía.’ ‘Sois hijos del Dios vivo.’ ‘Los que tienen el espíritu de Dios son en verdad hijos de Dios’? De la misma manera que hay una parte material del padre humano en el hijo engendrado, hay una parte espiritual del Padre celestial en cada hijo por la fe del reino.»
148:4.11 (1661.2) Jesús dijo todo esto y mucho más a Tomás, y el apóstol lo comprendió en buena parte, aunque Jesús le advirtió: «no hables con los demás sobre estos asuntos hasta que yo haya regresado al Padre». Y Tomás nunca mencionó esta conversación hasta después de que el Maestro dejara este mundo.
148:5.1 (1661.3) En otra de estas entrevistas privadas en el jardín, Natanael preguntó a Jesús: «Maestro, aunque empiezo a comprender por qué te niegas a hacer curaciones indiscriminadas, sigo siendo incapaz de concebir cómo puede permitir el Padre amoroso del cielo que tantos hijos suyos de la tierra sufran tantas aflicciones». El Maestro respondió así a Natanael:
148:5.2 (1661.4) «Natanael, tú y muchos otros estáis tan confusos porque no comprendéis que el orden natural de este mundo ha sido alterado repetidas veces por las aventuras pecaminosas de ciertos traidores rebeldes a la voluntad del Padre. Yo he venido a empezar a poner en orden estas cosas, pero serán necesarias muchas edades para reconducir esta parte del universo por sus antiguos caminos y liberar así a los hijos de los hombres de las cargas añadidas del pecado y la rebelión. La mera presencia del mal es suficiente para poner a prueba al hombre en su ascensión; el pecado no es esencial para la supervivencia.
148:5.3 (1661.5) «Pero hijo mío, deberías saber que el Padre no aflige intencionadamente a sus hijos. El hombre atrae sobre sí aflicciones innecesarias por su obstinada negativa a seguir el buen camino de la voluntad divina. La aflicción está en potencia en el mal, pero gran parte de ella es fruto del pecado y la iniquidad. En este mundo han ocurrido muchos acontecimientos anormales, y no es de extrañar que cualquiera que se ponga a pensar se sienta confundido ante tantas escenas de sufrimiento y aflicción. Pero puedes estar seguro de una cosa: el Padre no envía la aflicción como castigo arbitrario por haber obrado mal. Las imperfecciones y los obstáculos del mal son inherentes; los castigos del pecado son inevitables; las consecuencias destructivas de la iniquidad son inexorables. El hombre no debería culpar a Dios de las aflicciones que son el resultado natural de la vida que elige vivir; el hombre tampoco debería quejarse de las experiencias que forman parte de la vida tal como se vive en este mundo. Es voluntad del Padre que el hombre mortal trabaje con firmeza y perseverancia para mejorar su situación en la tierra. Mediante una dedicación inteligente el hombre debería ser capaz de superar gran parte de su miseria terrenal.
148:5.4 (1662.1) «Natanael, nuestra misión es ayudar a los hombres a resolver sus problemas espirituales y así avivar sus mentes de manera que se encuentren mejor preparados y más motivados para resolver sus múltiples problemas materiales. Sé que estás confundido después de haber leído las Escrituras, pues en ellas prevalece una tendencia excesiva a atribuir a Dios la responsabilidad de todo lo que el hombre ignorante no alcanza a comprender. El Padre no es personalmente responsable de todo lo que no podéis comprender. No dudes del amor del Padre solo porque te veas penalizado por haber transgredido, inocente o deliberadamente, alguna ley justa y sabia decretada por él.
148:5.5 (1662.2) «Pero Natanael, hay muchas cosas en las Escrituras que te habrían instruido si hubieras leído con discernimiento. ¿No recuerdas que está escrito: ‘No deseches, hijo mío, el castigo del Señor ni aborrezcas su reprensión, porque el Señor reprende a quien ama, como un padre al hijo en quien se deleita.’? ‘El Señor no castiga de buen grado.’ ‘Antes de que fuera afligido, yo me descarrié, pero ahora cumplo la ley. Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda los estatutos divinos.’ ‘Conozco tus pesares. El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los brazos eternos.’ ‘Será también el Señor refugio para el oprimido, puerto de descanso para el tiempo de angustia.’ ‘El Señor lo sustentará sobre el lecho del dolor; el Señor no olvidará a los enfermos.’ ‘Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que lo temen. Él conoce vuestro cuerpo; él se acuerda de que sois polvo.’ ‘Sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas.’ ‘Es la esperanza del pobre, la fuerza del necesitado en su angustia, un refugio en la tormenta y una sombra contra el calor sofocante.’ ‘Da fuerzas al fatigado y aumenta el vigor del que no tiene fuerzas.’ ‘No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que humea.’ ‘Cuando pases por las aguas de la aflicción, yo estaré contigo, y cuando los ríos de la adversidad te aneguen, no te abandonaré.’ ‘Él me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar la libertad a los cautivos y consolar a todos los que están de luto.’ ‘Hay enmienda en el sufrimiento; la aflicción no brota del polvo.’»
148:6.1 (1662.3) Esa misma tarde en Betsaida, Juan también preguntó a Jesús por qué tantas personas aparentemente inocentes sufrían tantas enfermedades y aflicciones. El Maestro le respondió entre muchas otras cosas:
148:6.2 (1662.4) «Hijo, no comprendes el significado de la adversidad ni la misión del sufrimiento. ¿No has leído la historia de las aflicciones de Job, esa obra maestra de la literatura semita que está en las Escrituras? ¿No recuerdas que esta maravillosa parábola empieza con el relato de la prosperidad material del servidor del Señor? Como bien sabes, Job fue bendecido con hijos, riquezas, dignidad, posición, salud y todas las demás cosas que los hombres valoran en esta vida temporal. Según las enseñanzas tradicionales de los hijos de Abraham, esa prosperidad material era prueba indiscutible del favor divino. Sin embargo, la prosperidad temporal y las posesiones materiales no son ninguna prueba del favor de Dios. Mi Padre del cielo ama a los pobres tanto como a los ricos; él no hace acepción de personas.
148:6.3 (1663.1) «Aunque la transgresión de la ley divina recibe tarde o temprano su castigo, y aunque los hombres terminan ciertamente por recolectar lo que han sembrado, deberías saber que el sufrimiento humano no siempre es el castigo de un pecado anterior. Tanto Job como sus amigos se encontraron sin una verdadera respuesta a sus perplejidades. Y a la luz de los conocimientos que ahora tienes, sería difícil asignar a Satanás o a Dios los papeles que desempeñan en esta parábola única. Job no encontró la solución de sus problemas intelectuales ni de sus dificultades filosóficas a través del sufrimiento, aunque consiguió grandes victorias. Ante el derrumbamiento de sus defensas teológicas, ascendió a unas alturas espirituales en las que pudo decir sinceramente: ‘Me aborrezco’, y entonces le fue concedida la salvación de una visión de Dios. Así, incluso a través de un sufrimiento mal entendido, Job ascendió a un plano sobrehumano de comprensión moral y visión interior espiritual. Cuando el siervo que sufre recibe una visión de Dios, se produce en el alma una paz que sobrepasa todo entendimiento humano.
148:6.4 (1663.2) «El primer amigo del atribulado Job, Elifaz, le exhortó a mostrar la misma entereza en la aflicción que él había recomendado a otros en sus tiempos de prosperidad. Este falso consolador le dijo: ‘Confía en tu religión, Job; recuerda que los que sufren no son los justos sino los malvados. Si no hubieras merecido este castigo, no habría caído sobre ti. Bien sabes que ningún hombre puede ser justo a los ojos de Dios. Sabes que los malvados nunca prosperan de verdad. En cualquier caso, parece que el hombre está predestinado a sufrir, y puede que el Señor te esté castigando por tu propio bien’. Esta interpretación del problema del sufrimiento humano debió de ser un flaco consuelo para el pobre Job.
148:6.5 (1663.3) «El consejo de su segundo amigo, Bildad, aunque impecable desde el punto de vista de la teología aceptada en aquella época, fue aun más deprimente. Bildad le dijo: ‘Dios no puede ser injusto. Tus hijos tienen que haber pecado puesto que han perecido; tienes que estar errado, pues de lo contrario no estarías tan afligido. Y si de verdad eres justo, Dios te liberará seguro de tu sufrimiento. La historia de las relaciones de Dios con el hombre debe enseñarte que el Todopoderoso solo destruye a los malvados’.
148:6.6 (1663.4) «Sin duda recordarás que Job respondió así a sus amigos: ‘Bien sé que Dios no escucha mi grito de auxilio. ¿Cómo puede Dios ser justo y al mismo tiempo despreciar por completo mi inocencia? Me estoy dando cuenta de que no puedo obtener satisfacción apelando al Todopoderoso. ¿Acaso no veis que Dios tolera que los malvados persigan a los buenos? Y puesto que el hombre es tan débil, ¿qué posibilidades tiene de que un Dios omnipotente lo tome en cuenta? Dios me ha hecho tal como soy, y cuando se vuelve así contra mí no tengo defensa. ¿Por qué me ha creado Dios solo para sufrir tan miserablemente?’.
148:6.7 (1663.5) «¿Quién podría cuestionar la actitud de Job a la vista de los consejos de sus amigos y de sus propias ideas erróneas sobre Dios? ¿No ves que Job ansiaba un Dios humano, que tenía sed de estar en comunicación con un Ser divino que conociera el estado mortal del hombre y comprendiera que el sufrimiento de los justos, aun siendo inocentes, forma parte muchas veces de esta primera vida del largo ascenso al Paraíso? Por eso el Hijo del Hombre ha venido del Padre a vivir en la carne, para poder consolar y socorrer a todos los que han de ser llamados a partir de ahora a soportar las aflicciones de Job.
148:6.8 (1663.6) «El tercer amigo de Job, Zofar, dijo entonces unas palabras aún menos reconfortantes: ‘Con todo lo que estás sufriendo, eres necio si te declaras justo, aunque admito que es imposible entender los caminos de Dios. Quizás haya un propósito oculto en todos tus sufrimientos’. Después de escuchar a sus tres amigos, Job pidió a Dios directamente que acudiera en su ayuda, alegando que ‘el hombre, nacido de mujer, vive pocos días y llenos de tribulaciones’.
148:6.9 (1664.1) «Job tuvo después una segunda conversación con sus amigos. Elifaz se puso más severo, acusador y sarcástico. Bildad se indignó por el desprecio de Job hacia sus amigos. Zofar reiteró sus consejos melancólicos. Para entonces Job se había hartado de sus amigos y apeló de nuevo a Dios; esta vez apeló a un Dios justo contra el Dios de injusticia personificado en la filosofía de sus amigos e incluso consagrado en la actitud religiosa del propio Job. A continuación buscó refugio en el consuelo de una vida futura en la que las desigualdades de la existencia mortal pudieran ser rectificadas con más justicia. El hecho de no encontrar ayuda entre los hombres empuja a Job hacia Dios. Luego viene la gran lucha de su corazón entre la fe y la duda. El humano que sufre empieza por fin a percibir la luz de la vida; su alma torturada asciende a nuevas alturas de esperanza y de valor. Puede que siga sufriendo e incluso que muera, pero su alma iluminada lanza ahora este grito de triunfo: ‘¡Mi Vindicador vive!’.
148:6.10 (1664.2) «Job tenía toda la razón al cuestionar la doctrina de que Dios aflige a los hijos para castigar a sus padres. Job estaba siempre dispuesto a admitir que Dios es recto, pero anhelaba una revelación del carácter personal del Eterno que satisficiera su alma. Y esa es nuestra misión en la tierra. No se debe seguir negando a los mortales el consuelo de conocer el amor de Dios y comprender la misericordia del Padre del cielo. Es cierto que el discurso de Dios desde el torbellino era un concepto majestuoso para la época en que se pronunció, pero vosotros habéis aprendido ya que el Padre no se revela de esa manera sino que habla dentro del corazón humano como una vocecita suave que dice: ‘Este es el camino, síguelo’. ¡¿No comprendes que Dios habita dentro de ti, que se ha convertido en lo que tú eres para poder hacer de ti lo que él es?!»
148:6.11 (1664.3) Jesús hizo entonces su declaración final: «El Padre del cielo no aflige de buen grado a los hijos de los hombres. El hombre sufre en primer lugar por los accidentes del tiempo y las imperfecciones del mal de una existencia física inmadura. En segundo lugar sufre las consecuencias inexorables del pecado, de la transgresión de las leyes de vida y luz. Y finalmente, el hombre recolecta la cosecha de su inicuo empeño en rebelarse contra el recto gobierno del cielo en la tierra. Pero las miserias del hombre no son un escarmiento personal del juicio divino. El hombre puede hacer y hará mucho por reducir sus sufrimientos temporales. Debes liberarte de una vez para siempre de la superstición de que Dios aflige al hombre a instancias del maligno. Estudia el Libro de Job y descubrirás cuántas ideas equivocadas sobre Dios pueden concebir honradamente incluso los hombres de bien; luego comprobarás cómo el propio el Job, tan dolorosamente atribulado, encontró al Dios del consuelo y de la salvación a pesar de esas enseñanzas erróneas. Al final su fe traspasó las nubes del sufrimiento para percibir la luz de la vida derramada por el Padre como misericordia curativa y rectitud sempiterna».
148:6.12 (1664.4) Juan consideró estas palabras en su corazón durante muchos días. Esta conversación con el Maestro en el jardín cambió su vida para siempre, y más adelante el propio Juan contribuyó mucho a cambiar el punto de vista de los demás apóstoles sobre el origen, la naturaleza y el propósito del sufrimiento humano ordinario. Pero Juan no habló nunca de esta entrevista antes de que el Maestro dejara este mundo.
148:7.1 (1664.5) El segundo sabbat antes de iniciar su segunda gira de predicación pública por Galilea con los apóstoles y el nuevo cuerpo de evangelistas, Jesús habló en la sinagoga de Cafarnaúm sobre «Las alegrías de la vida recta». Cuando Jesús hubo terminado de hablar, un grupo grande de mutilados, lisiados, enfermos y afligidos en busca de curación se agolpó a su alrededor. Entre ellos estaban también los apóstoles, muchos de los nuevos evangelistas y los espías fariseos de Jerusalén. Fuera donde fuera Jesús (excepto cuando estaba en las colinas con los asuntos del Padre) no podían faltar los seis espías de Jerusalén.
148:7.2 (1665.1) Mientras Jesús hablaba con la gente, el líder de los espías fariseos incitó a un hombre que tenía una mano seca a dirigirse al Maestro para preguntarle si era lícito ser curado el día del sabbat o si debía pedir ayuda otro día. Cuando Jesús vio al hombre, oyó sus palabras y se dio cuenta de que había sido enviado por los fariseos, le dijo: «Ven, quiero hacerte una pregunta. Si tuvieras una oveja y se cayera a un hoyo el día del sabbat, ¿le echarías mano para sacarla? ¿Es lícito hacer eso el día del sabbat?». El hombre contestó: «Sí, Maestro, sería lícito hacer esa buena acción el día del sabbat». Entonces Jesús se dirigió a todos ellos diciendo: «Sé por qué me habéis enviado a este hombre. Intentáis tentarme a ejercer misericordia el día del sabbat para encontrar un motivo de acusación contra mí. Todos habéis admitido con vuestro silencio que es lícito sacar del hoyo a la pobre oveja aunque sea sabbat, y yo os pongo por testigos de que es lícito mostrar bondad el día del sabbat no solo hacia los animales, sino también hacia los hombres. ¡Cuánto más vale un hombre que una oveja! Proclamo que es lícito hacer el bien a los hombres el día del sabbat». Y mientras todos permanecían callados delante de él, Jesús se dirigió al hombre de la mano seca y le dijo: «Ponte aquí a mi lado para que todos puedan verte. Y ahora, para que sepas que es voluntad de mi Padre que hagas el bien el día del sabbat, y si tienes fe para ser curado, te pido que extiendas la mano».
148:7.3 (1665.2) Entonces el hombre extendió su mano seca y quedó curada. La gente estuvo a punto de volverse contra los fariseos, pero Jesús les pidió calma diciendo: «Acabo de deciros que es lícito hacer el bien en día de sabbat, salvar una vida, pero no os he dicho que hagáis daño ni cedáis al deseo de matar». Los fariseos se marcharon furiosos, y a pesar de ser día de sabbat, salieron inmediatamente hacia Tiberiades para pedir consejo a Herodes. Intentaron por todos los medios despertar sus inquietudes para conseguir la alianza de los herodianos contra Jesús, pero Herodes se negó a tomar medidas contra él, y les aconsejó que llevaran sus quejas a Jerusalén.
148:7.4 (1665.3) Este fue el primer caso de un milagro obrado por Jesús en respuesta al reto de sus enemigos. El Maestro hizo este llamado milagro, no como demostración de su poder sanador, sino como protesta efectiva contra la interpretación del descanso religioso del sabbat como una auténtica esclavitud de restricciones sin sentido para toda la humanidad. Este hombre retomó su trabajo de albañil y vivió una vida de rectitud y acción de gracias tras su curación.
148:8.1 (1665.4) Durante la última semana en Betsaida hubo división de opiniones entre los espías de Jerusalén respecto a Jesús y sus enseñanzas. Tres de estos fariseos estaban enormemente impresionados por lo que habían visto y oído. Mientras tanto en Jerusalén, un joven miembro muy influyente del Sanedrín llamado Abraham abrazó públicamente las enseñanzas de Jesús y fue bautizado por Abner en el estanque de Siloam. En todo Jerusalén no se hablaba de otra cosa, y se enviaron inmediatamente mensajeros a Betsaida para llamar de vuelta a los seis espías fariseos.
148:8.2 (1666.1) El filósofo griego que había creído en el reino durante la gira anterior por Galilea volvió con ciertos judíos ricos de Alejandría. Una vez más, invitaron a Jesús a su ciudad para establecer allí una escuela conjunta de filosofía y religión, así como un hospital para los enfermos, pero Jesús declinó cortésmente la invitación.
148:8.3 (1666.2) Hacia esta época llegó al campamento de Betsaida procedente de Bagdad un tal Kirmeth que profetizaba en estado de trance. Este supuesto profeta tenía visiones peculiares cuando estaba en trance y sueños fantásticos cuando se perturbaba su descanso. Creó un revuelo considerable en el campamento, y Simón Zelotes era partidario de tratar con cierta rudeza a este pretendido profeta que se engañaba a sí mismo, pero intervino Jesús y le concedió plena libertad de acción durante unos días. Todos los que escucharon su predicación se dieron cuenta enseguida de que su enseñanza no estaba bien fundada a la luz del evangelio del reino. Al poco tiempo regresó a Bagdad seguido solo por media docena de almas erráticas e inestables. Pero antes de que Jesús intercediera por el profeta de Bagdad, David Zebedeo había llevado a Kirmeth al lago ayudado por un comité de voluntarios, y después de sumergirlo varias veces en el agua, le habían aconsejado que se fuera de allí y organizara su propio campamento en otro sitio.
148:8.4 (1666.3) Ese mismo día una mujer fenicia llamada Bet-Marión se volvió tan fanática que perdió la cabeza, y después de casi ahogarse al intentar caminar sobre el agua, fue expulsada por sus amigos.
148:8.5 (1666.4) Abraham el fariseo, el nuevo converso de Jerusalén, había donado todos sus bienes materiales al tesoro apostólico, y gracias a esta contribución los cien evangelistas recién instruidos pudieron emprender inmediatamente su misión. Andrés había anunciado ya el cierre del campamento, y todos se prepararon para irse a sus casas o para acompañar a los evangelistas a Galilea.
148:9.1 (1666.5) El viernes 1 de octubre por la tarde, durante la última reunión de Jesús con los apóstoles, los evangelistas y otros líderes del campamento en fase de disolución, ocurrió uno de los episodios más extraños y singulares de toda la vida de Jesús en la tierra. La asamblea se celebraba en la espaciosa habitación delantera de la casa de Zebedeo, que había sido ampliada para acoger estas reuniones durante la estación lluviosa. El Maestro hablaba de pie en el centro de la gran habitación, los seis fariseos de Jerusalén estaban sentados en primera fila, y la casa estaba totalmente rodeada por una multitud de personas que aguzaban el oído para captar algo del discurso de Jesús.
148:9.2 (1666.6) Estando así la casa abarrotada de gente y enteramente rodeada por una expectante masa de oyentes, un hombre que llevaba paralizado mucho tiempo llegó en una pequeña litera transportada por sus amigos desde Cafarnaúm. Este paralítico había oído que Jesús estaba a punto de marcharse de Betsaida, y después de hablar con Aarón, el albañil recién sanado, decidió acudir a Jesús en busca de curación. Sus amigos intentaron entrar en la casa de Zebedeo por la puerta de delante y por la de atrás, pero había demasiada gente aglomerada. Lejos de darse por vencido, el paralítico pidió a sus amigos que consiguieran unas escaleras con las que subieron al tejado de la habitación en la que Jesús estaba hablando, y después de aflojar las tejas, bajaron audazmente al enfermo en su litera con unas cuerdas hasta depositarla en el suelo justo delante del Maestro. Jesús paró de hablar al verlo, y los que estaban con él en la habitación se maravillaron de la perseverancia del enfermo y de sus amigos. El paralítico dijo a Jesús: «Maestro, lamento interrumpirte, pero estoy decidido a curarme. Yo no soy como los que fueron sanados y se olvidaron inmediatamente de tus enseñanzas. Quisiera ser curado para poder servir en el reino de los cielos». Y aunque la situación de ese hombre era consecuencia de su propia vida disipada, Jesús, al ver su fe, dijo al paralítico: «Hijo, no temas, tus pecados están perdonados. Tu fe te salvará».
148:9.3 (1667.1) Cuando los fariseos de Jerusalén, junto con otros escribas y hombres de leyes que estaban sentados con ellos, oyeron esta declaración de Jesús, empezaron a decirse entre ellos: «¿Cómo se atreve este hombre a hablar así? ¿No ve que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?». Jesús, conociendo en su espíritu que razonaban de esta manera dentro de sí mismos y entre ellos, les dijo: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Quiénes sois vosotros para juzgarme? ¿Cuál es la diferencia entre decirle a este paralítico: ‘Tus pecados están perdonados’ o decirle ‘Levántate, toma tu camilla y anda’? Pues para que vosotros que sois testigos de todo esto sepáis definitivamente que el Hijo del Hombre tiene autoridad y poder en la tierra para perdonar los pecados, le diré a este inválido: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». En cuanto Jesús dijo esto el paralítico se levantó, el público le abrió camino y salió pasando por delante de todos ellos. Los que vieron estas cosas se quedaron atónitos. Pedro despidió la asamblea mientras muchos rezaban y glorificaban a Dios confesando que nunca habían visto tan extraños acontecimientos.
148:9.4 (1667.2) Hacia ese momento llegaron los mensajeros del Sanedrín para ordenar a los seis espías que regresaran a Jerusalén. Cuando recibieron este mensaje se pusieron a hablar muy seriamente entre ellos, y al final del debate el líder y dos de sus compañeros volvieron a Jerusalén con los mensajeros. Los otros tres espías fariseos confesaron su fe en Jesús y se dirigieron inmediatamente al lago, donde fueron bautizados por Pedro y admitidos por los apóstoles como hijos del reino.
El libro de Urantia
Documento 149
149:0.1 (1668.1) LA segunda gira de predicación pública por Galilea empezó el domingo 3 de octubre del año 28 d. C. y duró casi tres meses, hasta el 30 de diciembre. Participaron en esta empresa Jesús y sus doce apóstoles asistidos por el cuerpo recién reclutado de 117 evangelistas y muchas otras personas interesadas. En esta gira visitaron Gadara, Tolemaida, Jafia, Dabarita, Meguido, Jezreel, Escitópolis, Tariquea, Hipos, Gamala, Betsaida-Julias y otras muchas aldeas y ciudades.
149:0.2 (1668.2) Antes de emprender la marcha ese domingo por la mañana, Andrés y Pedro pidieron a Jesús que asignara a los nuevos evangelistas sus obligaciones definitivas, pero el Maestro les dijo que a él no le correspondían las cosas que otros podían hacer aceptablemente. Tras las debidas deliberaciones Santiago Zebedeo quedó encargado de hacer las asignaciones. Cuando Santiago concluyó sus comentarios Jesús dijo a los evangelistas: «Id ahora a hacer el trabajo que os ha sido encomendado, y más adelante, cuando hayáis demostrado vuestra competencia y fidelidad, os ordenaré para que prediquéis el evangelio del reino».
149:0.3 (1668.3) En esta gira solo Santiago y Juan viajaron con Jesús. Pedro y los demás apóstoles se llevaron consigo a unos doce evangelistas cada uno y permanecieron en estrecho contacto con ellos mientras llevaban a cabo su trabajo de enseñanza y predicación. En cuanto los creyentes estaban preparados para entrar en el reino, los apóstoles les administraban el bautismo. Jesús y sus dos acompañantes viajaron constantemente durante estos tres meses, y muchas veces visitaban dos ciudades el mismo día para observar el trabajo de los evangelistas y animarlos en sus esfuerzos por establecer el reino. El objetivo principal de esta segunda gira de predicación era proporcionar experiencia práctica al cuerpo de 117 evangelistas recién instruidos.
149:0.4 (1668.4) Durante estos tres meses y los posteriores, hasta que Jesús y los doce hicieron su último viaje a Jerusalén, David Zebedeo estableció un cuartel general permanente para la obra del reino en la casa de su padre en Betsaida. Era la sede central de las operaciones de Jesús en la tierra y la estación de relevo del servicio de mensajeros organizado por David para coordinar a los evangelistas que trabajaban en las distintas zonas de Palestina y regiones adyacentes. Todo esto lo hizo por iniciativa propia pero con la aprobación de Andrés. David empleó entre cuarenta y cincuenta mensajeros en este departamento de inteligencia al servicio de la obra del reino que se expandía rápidamente. Y mientras se dedicaba a esto, se ganaba parcialmente la vida con su antiguo oficio de pescador.
149:1.1 (1668.5) Cuando se desmontó el campamento de Betsaida la fama de Jesús, sobre todo como sanador, ya se había extendido por todas las regiones de Palestina y por toda Siria y los países vecinos. Durante muchas semanas siguieron llegando enfermos a Betsaida pero el Maestro ya no estaba. Al no encontrarlo, se enteraban por David de su paradero y se iban tras de él. En esta gira Jesús no realizó de forma deliberada ninguno de los llamados milagros de curación. Sin embargo numerosos afligidos recuperaron la salud y la felicidad como resultado del poder reconstituyente de la intensa fe que los impulsaba a buscar la curación.
149:1.2 (1669.1) Hacia la época de esta misión empezaron a aparecer —y continuaron durante el resto de la vida de Jesús en la tierra— una serie de fenómenos peculiares e inexplicables de curación. Durante esta gira de tres meses más de cien hombres, mujeres y niños de Judea, Idumea, Galilea, Siria, Tiro y Sidón, y de más allá del Jordán se beneficiaron de estas curaciones realizadas por Jesús de forma inconsciente, y al volver a sus casas contribuyeron a aumentar la fama del Maestro. Y lo hicieron a pesar de que Jesús, cada vez que observaba uno de estos casos de curación espontánea, advertía directamente al beneficiario que «no se lo contara a nadie».
149:1.3 (1669.2) Nunca se nos ha revelado qué ocurría exactamente en estos casos de curación espontánea o inconsciente. Como única explicación sobre cómo se efectuaban estas curaciones, el Maestro se limitó a decir varias veces a sus apóstoles: «Percibo que ha salido poder de mí». En una ocasión fue tocado por un niño enfermo y comentó: «Percibo que ha salido vida de mí».
149:1.4 (1669.3) A falta de información directa del Maestro sobre la naturaleza de estos casos de curación espontánea, sería un atrevimiento por nuestra parte intentar explicar cómo se llevaron a cabo, pero sí es permisible que dejemos constancia de nuestra opinión sobre todos estos fenómenos de curación. Creemos que muchos de los aparentes milagros de curación que ocurrieron durante el ministerio de Jesús en la tierra fueron el resultado de la coexistencia de estas tres poderosas influencias asociadas:
149:1.5 (1669.4) 1. La presencia de una fe fuerte, dominante y viva en el corazón del ser humano que buscaba con insistencia la curación, unida al hecho de desear dicha curación más por sus beneficios espirituales que por un restablecimiento puramente físico.
149:1.6 (1669.5) 2. La existencia, concomitante con esta fe humana, de una gran solidaridad y compasión en el Hijo Creador de Dios encarnado y dominado por la misericordia, que poseía realmente en su persona prerrogativas y poderes creativos de curación casi ilimitados e independientes del tiempo.
149:1.7 (1669.6) 3. Junto con la fe de la criatura y la vida del Creador, hay que tener presente además que este Dios-hombre era la expresión personificada de la voluntad del Padre. Si al entrar en contacto la necesidad humana con el poder divino capaz de satisfacerla, el Padre no deseaba otra cosa, los dos se hacían uno y la curación se producía de forma inconsciente para el Jesús humano, aunque era reconocida en el acto por su naturaleza divina. Por lo tanto, la explicación de muchos de estos casos de curación tiene que estar en una gran ley conocida por nosotros desde hace mucho, a saber: lo que el Hijo Creador desea y el Padre eterno quiere ES.
149:1.8 (1669.7) Opinamos, pues, que ante la presencia personal de Jesús, ciertas formas de fe humana profunda forzaban literal y verdaderamente a que se manifestara la curación mediante ciertas fuerzas y personalidades creativas del universo muy íntimamente asociadas al Hijo del Hombre en aquel momento. Y así queda constatado el hecho de que Jesús permitía con frecuencia que los hombres se curaran a sí mismos en su presencia gracias a la poderosa fe personal de esos enfermos.
149:1.9 (1670.1) Otros muchos buscaban la curación con propósitos puramente egoístas. Una rica viuda de Tiro apareció con su séquito buscando la curación de sus enfermedades, que eran muchas. Iba siguiendo a Jesús por toda Galilea y ofreciéndole cada vez más dinero, como si el poder de Dios pudiera comprarse al mejor postor. Pero nunca se llegó a interesar por el evangelio del reino, solo buscaba la curación de sus dolencias físicas.
149:2.1 (1670.2) Jesús entendía la mente de los hombres y sabía lo que había en el corazón del hombre. Si sus enseñanzas se hubieran dejado como él las presentó, con la interpretación inspiradora de su vida terrenal como único comentario, todas las naciones y todas las religiones del mundo habrían abrazado rápidamente el evangelio del reino. Los esfuerzos bienintencionados de los primeros seguidores de Jesús por reformular sus enseñanzas a fin de hacerlas más aceptables para ciertas naciones, razas y religiones solo consiguieron hacer dichas enseñanzas menos aceptables para todas las demás naciones, razas y religiones.
149:2.2 (1670.3) El apóstol Pablo, en su esfuerzo por atraer a ciertos colectivos de su tiempo hacia las enseñanzas de Jesús, escribió muchas cartas de instrucciones y consejos. Otros maestros del evangelio de Jesús hicieron lo mismo, aunque ninguno sospechó que algunos de estos escritos serían reunidos más adelante y presentados como la materialización de las enseñanzas de Jesús. Y así, aunque el llamado cristianismo contiene más del evangelio del Maestro que ninguna otra religión, contiene también mucho que Jesús no enseñó. Con independencia de la incorporación de muchas enseñanzas de los misterios persas y mucha filosofía griega al cristianismo primitivo, se cometieron dos grandes errores:
149:2.3 (1670.4) 1. El esfuerzo por conectar la enseñanza del evangelio directamente con la teología judía, como se ilustra en las doctrinas cristianas de la expiación: la enseñanza de que Jesús era el Hijo sacrificado para satisfacer la severa justicia del Padre y aplacar la ira divina. Estas enseñanzas, nacidas del loable esfuerzo de hacer el evangelio del reino más aceptable para los judíos incrédulos, no lograron su objetivo de ganarse a los judíos y consiguieron confundir y alejar a muchas almas sinceras de todas las generaciones posteriores.
149:2.4 (1670.5) 2. El segundo gran error de los primeros seguidores del Maestro, error perpetuado por todas las generaciones posteriores, fue organizar tan enteramente la enseñanza cristiana en torno a la persona de Jesús. Este énfasis excesivo de la teología del cristianismo en la personalidad de Jesús ha contribuido a oscurecer sus enseñanzas. Todo esto ha hecho cada vez más difícil que los judíos, los mahometanos, los hindúes y otras personas religiosas orientales acepten las enseñanzas de Jesús. No queremos restar importancia al lugar que ocupa la persona de Jesús en una religión que podría llevar su nombre, pero tampoco podemos admitir que dicha consideración eclipse su vida inspirada o suplante su mensaje salvador: la paternidad de Dios y la hermandad del hombre.
149:2.5 (1670.6) Los maestros de la religión de Jesús deberían acercarse a otras religiones reconociendo las verdades que tienen en común (muchas de las cuales vienen directa o indirectamente del mensaje de Jesús) en vez de subrayar las diferencias.
149:2.6 (1671.1) La fama de Jesús en aquel momento se basaba principalmente en su reputación como sanador, pero eso no significa que fuera siempre así. Con el paso del tiempo era buscado cada vez más por su ayuda espiritual, aunque el atractivo más directo e inmediato sobre la gente común lo ejercieran las curaciones físicas. Las víctimas de la esclavitud moral y el acoso mental recurrían cada vez más a Jesús, y él les mostraba invariablemente el camino de la liberación. Los padres le pedían consejo sobre la dirección de sus hijos y las madres ayuda para guiar a sus hijas. Los que estaban sumidos en las tinieblas acudían a él, y él les revelaba la luz de la vida. Prestaba siempre oídos a los pesares de la humanidad y ayudaba a todo el que buscaba su ministerio.
149:2.7 (1671.2) Cuando el Creador mismo estuvo en la tierra encarnado a imagen y semejanza de carne mortal, fue inevitable que sucedieran algunas cosas extraordinarias, pero nunca deberíais acercaros a Jesús a través de esos acontecimientos llamados milagrosos. Aprended a acercaros al milagro a través de Jesús, pero no cometáis el error de acercaros a Jesús a través del milagro. Esta recomendación está justificada a pesar de que Jesús de Nazaret es el único fundador de una religión que realizó actos supramateriales en la tierra.
149:2.8 (1671.3) La característica más sorprendente y revolucionaria de la misión de Miguel en la tierra fue su actitud hacia las mujeres. En una época y generación en la que estaba mal visto que un hombre saludara incluso a su propia esposa en un lugar público, Jesús se atrevió a llevar consigo a mujeres como maestras del evangelio en su tercera gira por Galilea. Y tuvo el consumado valor de hacerlo frente a la enseñanza rabínica que declaraba que era «mejor quemar las palabras de la ley que entregárselas a mujeres».
149:2.9 (1671.4) En una sola generación Jesús sacó a las mujeres del olvido irrespetuoso y la penosidad servil de siglos. La gran vergüenza de la religión que se atrevió a tomar para sí el nombre de Jesús es que le haya faltado el valor moral de seguir este noble ejemplo en su actitud posterior hacia las mujeres.
149:2.10 (1671.5) Cuando Jesús se mezclaba con la gente se mostraba totalmente libre de las supersticiones de aquella época. Carecía de prejuicios religiosos; no era nunca intolerante. No había lugar en su corazón para el antagonismo social. Aunque acataba lo que había de bueno en la religión de sus padres, no vacilaba en prescindir de las tradiciones de superstición y sometimiento creadas por el hombre. Se atrevió a enseñar que las catástrofes de la naturaleza, los accidentes del tiempo y otros acontecimientos calamitosos no son escarmientos del juicio divino ni decretos misteriosos de la Providencia. Denunció la devoción servil a ceremoniales vacíos y desenmascaró la falacia del culto materialista. Proclamó audazmente la libertad espiritual del hombre y se atrevió a enseñar que los mortales que viven en la carne son, de hecho y en verdad, hijos del Dios vivo.
149:2.11 (1671.6) Jesús superó todas las enseñanzas de sus antepasados cuando sustituyó audazmente las manos limpias por corazones limpios como signo de la religión verdadera. Puso la realidad en el lugar de la tradición y barrió todas las pretensiones de la hipocresía y la vanidad. Y sin embargo este intrépido hombre de Dios no cayó nunca en la crítica destructiva ni mostró total desdén hacia los usos religiosos, sociales, económicos y políticos de su época. No fue un revolucionario militante; fue un evolucionista progresivo. Solo se proponía destruir lo que era cuando podía ofrecer simultáneamente a sus semejantes la cosa superior que debía ser.
149:2.12 (1672.1) Jesús inspiraba obediencia a sus seguidores sin exigirla. Solo tres hombres que recibieron su llamada personal se negaron a aceptar la invitación a ser discípulos suyos. Ejercía un especial poder de atracción sobre los hombres sin ser dictatorial. Inspiraba confianza y nadie se molestó nunca por una orden suya. Tenía autoridad absoluta sobre sus discípulos y ninguno puso nunca ninguna objeción. Permitía que sus seguidores lo llamaran Maestro.
149:2.13 (1672.2) Todos los que conocían al Maestro lo admiraban, excepto los que tenían prejuicios religiosos muy arraigados o los que creían percibir un peligro político en sus enseñanzas. Los hombres se asombraban por la originalidad y la autoridad de su enseñanza. Se maravillaban de su paciencia ante las preguntas de personas molestas o retrasadas. Inspiraba esperanza y confianza en el corazón de todos los que recibían su ministerio. Solo le temían los que no lo conocían, y solo fue odiado por los que veían en él al paladín de una verdad destinada a destruir el mal y el error que estaban decididos a mantener a toda costa en sus corazones.
149:2.14 (1672.3) Ejercía una influencia poderosa y particularmente fascinante tanto sobre sus amigos como sobre sus enemigos. Las multitudes lo seguían durante semanas solo para escuchar sus palabras benévolas y contemplar su vida sencilla. Hombres y mujeres leales amaban a Jesús con un afecto casi sobrehumano, y cuanto más lo conocían más lo amaban. Todo esto sigue siendo verdad. Incluso hoy en día y en todas las edades futuras, cuanto más llegue el hombre a conocer a este hombre-Dios más lo amará y lo seguirá.
149:3.1 (1672.4) Mientras la gente común acogía favorablemente a Jesús y sus enseñanzas, crecía la alarma y la hostilidad entre los líderes religiosos de Jerusalén. Los fariseos habían formulado una teología sistemática y dogmática. Jesús enseñaba cuando se presentaba la ocasión; no era un maestro sistemático. Jesús enseñaba no tanto a partir de la ley como a partir de la vida, mediante parábolas. (Y cuando empleaba una parábola para ilustrar su mensaje, solo utilizaba un rasgo de la historia con esa finalidad. Es posible llegar a muchas conclusiones erróneas sobre las enseñanzas de Jesús si se intenta interpretar sus parábolas como alegorías.)
149:3.2 (1672.5) Los líderes religiosos de Jerusalén se estaban poniendo frenéticos tras la reciente conversión del joven Abraham seguida por la deserción de los tres espías, que habían sido bautizados por Pedro y se habían unido a los evangelistas en esta segunda gira de predicación por Galilea. Los líderes judíos, cada vez más cegados por el miedo y los prejuicios, endurecían sus corazones a fuerza de rechazar a las atrayentes verdades del evangelio del reino. Cuando los hombres se cierran a la llamada del espíritu que mora en su interior, poco se puede hacer para modificar su actitud.
149:3.3 (1672.6) La primera vez que Jesús se reunió con los evangelistas en el campamento de Betsaida terminó su discurso con estas palabras: «No olvidéis que tanto en cuerpo como en mente —es decir, a nivel emocional— cada hombre reacciona individualmente. La única cosa uniforme que hay en los hombres es el espíritu que mora en su interior. Aunque los espíritus divinos pueden variar algo en cuanto a la naturaleza y el grado de su experiencia, reaccionan uniformemente a todas las llamadas espirituales. Solo a través de este espíritu, y apelando a él, puede la humanidad alcanzar algún día la unidad y la hermandad». Pero muchos de los líderes de los judíos habían cerrado las puertas de su corazón a la llamada espiritual del evangelio. Desde ese día no dejaron de planear y conspirar para destruir al Maestro. Estaban convencidos de que Jesús tenía que ser detenido, condenado y ejecutado como delincuente religioso, como violador de las enseñanzas cardinales de la ley sagrada de los judíos.
149:4.1 (1673.1) Jesús hizo muy poco trabajo público durante esta gira de predicación y se dedicó principalmente a dirigir clases vespertinas para los creyentes en la mayoría de las ciudades y pueblos donde residía a la sazón con Santiago y Juan. En una de estas sesiones vespertinas uno de los evangelistas más jóvenes hizo a Jesús una pregunta sobre la ira, y el Maestro le respondió entre otras cosas:
149:4.2 (1673.2) «La ira es una manifestación material que representa de modo general la medida en que la naturaleza espiritual no logra ejercer control sobre la combinación de las naturalezas física e intelectual. La ira es la demostración de vuestra falta de amor fraternal tolerante unida a vuestra falta de dignidad y autocontrol. La ira consume la salud, envilece la mente y obstaculiza al maestro de espíritu que hay en el alma del hombre. ¿No habéis leído en las Escrituras que ‘al necio lo mata la ira’ y que el hombre ‘se desgarra a sí mismo en su ira’? ¿Que ‘el que tarda en airarse es grande en entendimiento’, mientras que ‘el que es irascible enaltece la necedad’? Todos sabéis que ‘la suave respuesta aparta el furor’, y que ‘la palabra áspera hace subir la ira’. ‘La discreción del hombre retrasa la ira’, mientras que ‘como ciudad derribada y sin muro es el hombre que no domina su espíritu’. ‘Cruel es la ira e impetuoso el furor’. ‘El hombre iracundo levanta contiendas, y el furioso abunda en transgresiones’. ‘No te apresures en tu espíritu, porque la ira reposa en el seno de los necios’.» Jesús concluyó diciendo: «Haced que vuestro corazón esté tan dominado por el amor que vuestro guía de espíritu pueda liberaros fácilmente de la tendencia a dejaros llevar por esos ataques de ira animal que son incompatibles con el estatus de filiación divina».
149:4.3 (1673.3) En esta misma ocasión el Maestro les habló sobre la conveniencia de poseer un carácter equilibrado. Reconoció que la mayoría de los hombres necesitan dedicarse a dominar alguna profesión, aunque deploraba toda tendencia a la especialización excesiva que pudiera estrechar las miras y circunscribir las actividades de la vida. Llamó la atención sobre el hecho de que cualquier virtud llevada al extremo puede convertirse en vicio. Jesús predicaba siempre templanza y enseñaba coherencia: el ajuste proporcionado de los problemas de la vida. Precisó que un exceso de piedad y compasión puede degenerar en una grave inestabilidad emocional; que el entusiasmo puede llevar al fanatismo. Habló de uno de sus antiguos compañeros cuya imaginación lo había conducido a empresas visionarias e inviables, y les previno al mismo tiempo contra el peligro de estancarse en una mediocridad demasiado conservadora.
149:4.4 (1673.4) Jesús les habló después sobre los peligros de la fe y la valentía, que pueden conducir al alma no reflexiva a la temeridad y la arrogancia. Les mostró asimismo que la prudencia y la discreción llevadas demasiado lejos conducen a la cobardía y al fracaso. Exhortó a sus oyentes a ser originales, pero evitando siempre toda tendencia a la excentricidad. Defendió la compasión sin sentimentalismos, la piedad sin mojigatería. Enseñó a venerar sin miedos ni supersticiones.
149:4.5 (1674.1) Lo que más impresionaba a los compañeros de Jesús no era tanto lo que enseñaba sobre el carácter equilibrado como el hecho de que su propia vida fuera un ejemplo tan elocuente de su enseñanza. Vivió entre tormentas y tensiones, pero no vaciló nunca. Sus enemigos le tendían continuas trampas, pero nunca cayó en ellas. Los sabios y eruditos intentaban ponerle zancadillas, pero no tropezó. Trataban de enredarlo en controversias, pero sus respuestas eran siempre esclarecedoras, dignas y definitivas. Cuando interrumpían sus discursos con innumerables preguntas, sus respuestas eran siempre concluyentes y significativas. No recurrió nunca a tácticas innobles para afrontar la continua presión de sus enemigos, que no dudaban en emplear todo tipo de ataques falsos, injustos y tramposos contra él.
149:4.6 (1674.2) Es cierto que muchos hombres y mujeres deben concentrase asiduamente en una actividad determinada como medio de ganarse la vida, pero no deja de ser muy deseable que los seres humanos cultiven una amplia variedad de conocimientos culturales sobre la vida tal como se vive en la tierra. Las personas verdaderamente cultas no se conforman con permanecer en la ignorancia sobre la vida y las actividades de sus semejantes.
149:5.1 (1674.3) Cuando Jesús fue a visitar al grupo de evangelistas supervisado por Simón Zelotes, durante la charla nocturna Simón preguntó al Maestro: «¿Por qué algunas personas están mucho más felices y contentas que otras? ¿Qué tiene que ver el contentamiento con la experiencia religiosa?». Jesús le respondió entre otras cosas:
149:5.2 (1674.4) «Simón, algunas personas son por naturaleza más felices que otras. Eso depende muchísimo de la buena disposición del hombre a dejarse guiar y dirigir por el espíritu del Padre que vive dentro de él. ¿No has leído en las Escrituras las palabras del sabio: ‘El espíritu del hombre es la vela del Señor que escudriña lo más profundo de su ser’? Y también que estos mortales conducidos por el espíritu dicen: ‘Las cuerdas cayeron para mí en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado’. ‘Mejor es lo poco del justo que la abundancia de muchos impíos’, pues ‘el hombre bueno encuentra satisfacción dentro de sí mismo’. ‘El corazón alegre hermosea el rostro y es una fiesta constante. Mejor es lo poco con el temor al Señor, que el gran tesoro donde hay turbación. Mejor es la comida de legumbres donde hay amor, que de buey engordado donde hay odio. Mejor es poco con justicia que gran ganancia con injusticia.’ ‘El corazón alegre es buena medicina.’ ‘Es mejor un puñado con serenidad que una sobreabundancia con penas e irritación del espíritu.’
149:5.3 (1674.5) «Gran parte de la pena del hombre nace de la frustración de sus ambiciones y de las heridas de su orgullo. Aunque los hombres se deben a sí mismos llevar la mejor vida posible en la tierra, una vez que lo han intentado con todo empeño, deberían aceptar su suerte alegremente y ejercitar su ingenio para sacar el máximo partido a lo que ha caído en sus manos. El origen de muchísimos problemas de los hombres está en el fondo de miedo que tiene por naturaleza su propio corazón. ‘Huye el impío sin que nadie lo persiga.’ ‘Los impíos son como un mar agitado, que no puede estar quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo; no hay paz, dice Dios, para los impíos.’
149:5.4 (1674.6) «No busquéis, pues, la paz falsa y el gozo pasajero sino la seguridad de la fe y las garantías de la filiación divina que dan serenidad, contentamiento y gozo supremo en el espíritu.»
149:5.5 (1675.1) Jesús no consideraba este mundo precisamente como un «valle de lágrimas». Lo veía más bien como la esfera de nacimiento de los espíritus eternos e inmortales destinados a ascender al Paraíso, como «el valle donde se hacen las almas».
149:6.1 (1675.2) Fue en Gamala, durante la charla vespertina, donde Felipe preguntó a Jesús: «Maestro, ¿por qué nos enseñan las Escrituras a ‘temer al Señor’ mientras tú nos dices que miremos al Padre del cielo sin temor? ¿Cómo podemos armonizar estas enseñanzas?». Jesús respondió a Felipe, diciendo:
149:6.2 (1675.3) «Hijos, no me sorprende que hagáis estas preguntas. Al principio el hombre solo podía aprender a venerar por miedo, pero yo he venido a revelar el amor del Padre de forma que os sintáis llevados a adorar al Eterno mediante el poder de atracción del reconocimiento afectuoso de un hijo y la reciprocidad del amor profundo y perfecto del Padre. Quisiera liberaros del cautiverio de sentiros obligados por la esclavitud del miedo al servicio fastidioso de un Dios-Rey celoso e iracundo. Quisiera instruiros en la relación de Padre a hijo entre Dios y el hombre para que podáis ser conducidos alegremente a la libre adoración sublime y superna a un Padre-Dios amoroso, justo y misericordioso.
149:6.3 (1675.4) «El ‘temor al Señor’ ha tenido diferentes significados a través de los tiempos; empezó como miedo, pasó por la angustia y el terror, y llegó hasta el pavor y la veneración. Ahora yo quisiera elevaros desde la veneración hasta el amor mediante el reconocimiento, la comprensión y la apreciación. Cuando el hombre solo reconoce las obras de Dios, es inducido a temer al Supremo; pero cuando empieza a entender y experimentar la personalidad y el carácter del Dios vivo, es llevado a amar cada vez más a este Padre bueno y perfecto, universal y eterno. Y es precisamente este cambio de relación entre el hombre y Dios lo que constituye la misión del Hijo del Hombre en la tierra.
149:6.4 (1675.5) «Los hijos inteligentes no temen a su padre para poder recibir buenos dones de sus manos. Una vez que ya han recibido en abundancia las cosas buenas otorgadas por los dictados del afecto del padre hacia sus hijos e hijas, estos hijos muy amados se sienten inducidos a amar a su padre como respuesta de reconocimiento y apreciación por su generosa beneficencia. La bondad de Dios conduce al arrepentimiento; la beneficencia de Dios conduce al servicio; la misericordia de Dios conduce a la salvación; mientras que el amor de Dios conduce a la adoración inteligente y espontánea.
149:6.5 (1675.6) «Vuestros antepasados temían a Dios porque era poderoso y misterioso. Vosotros lo adoraréis porque es magnífico en el amor, abundante en la misericordia y glorioso en la verdad. El poder de Dios engendra temor en el corazón del hombre, pero la nobleza y la rectitud de su personalidad provocan veneración, amor y adoración voluntaria. Un hijo cumplidor y afectuoso no tiene miedo ni terror a su padre por muy poderoso y noble que sea. He venido al mundo a poner amor en lugar de temor, alegría en lugar de tristeza, confianza en lugar de terror, servicio por amor y adoración agradecida en lugar de esclavitud servil y ceremonias sin sentido. Para los que están en tinieblas sigue siendo verdad que ‘el temor al Señor es el principio de la sabiduría’, pero cuando la luz venga más plenamente, los hijos de Dios serán conducidos a alabar al Infinito por lo que es, en lugar de temerlo por lo que hace.
149:6.6 (1675.7) «Cuando los hijos son pequeños y no razonan hay que obligarles necesariamente a respetar a sus padres; pero cuando crecen y empiezan a apreciar mejor los beneficios del cuidado y la protección de sus padres, se va desarrollando en ellos un respeto comprensivo y un afecto creciente que los elevan hasta un nivel de experiencia en el que aman realmente a sus padres por lo que son más que por lo que han hecho. El padre ama de manera natural a su hijo, pero el hijo debe desarrollar su amor por el padre empezando por el temor a lo que el padre pueda hacer, pasando por el respeto reverencial, el terror, la dependencia y la veneración, hasta llegar a la consideración agradecida y afectuosa del amor.
149:6.7 (1676.1) «Se os ha enseñado que debéis ‘temer a Dios y guardar sus mandamientos, pues ese es todo el deber del hombre’. Pero yo he venido a daros un mandamiento nuevo y más alto. Quisiera enseñaros a ‘amar a Dios y aprender a hacer su voluntad, pues ese es el máximo privilegio de los hijos liberados de Dios’. A vuestros padres les enseñaron a ‘temer a Dios, al Rey Todopoderoso’. Yo os enseño: ‘Amad a Dios, al Padre infinitamente misericordioso’.
149:6.8 (1676.2) «En el reino de los cielos que he venido a proclamar no hay ningún gran rey poderoso; este reino es una familia divina. El centro y cabeza universalmente reconocido y adorado sin reservas de esta extensa hermandad de seres inteligentes es mi Padre y vuestro Padre. Yo soy su Hijo, y vosotros sois también sus hijos. Por eso es eternamente cierto que vosotros y yo somos hermanos en el estado celestial, y mucho más desde que nos hemos convertido en hermanos en la carne en la vida terrenal. Dejad pues de temer a Dios como a un rey o de servirle como a un amo; aprended a venerarlo como al Creador, a honrarlo como al Padre de vuestra juventud en el espíritu, a amarlo como a un defensor misericordioso y a adorarlo en última instancia como al Padre amoroso e infinitamente sabio de esta fase más madura de vuestra comprensión y apreciación espiritual.
149:6.9 (1676.3) «De vuestros conceptos equivocados del Padre del cielo nacen vuestras ideas falsas sobre la humildad y surge gran parte de vuestra hipocresía. El hombre puede ser un gusano de tierra por su naturaleza y origen, pero cuando pasa a ser habitado por el espíritu de mi Padre, ese hombre se hace divino en cuanto a su destino. El espíritu otorgado de mi Padre regresará con toda seguridad a la fuente divina y al nivel de su origen en el universo, y el alma humana del hombre mortal, que se habrá convertido en la hija renacida de este espíritu que mora en su interior, ascenderá ciertamente con el espíritu divino hasta la presencia misma del Padre eterno.
149:6.10 (1676.4) «La humildad es una actitud conveniente en el hombre mortal que recibe todos estos regalos del Padre del cielo, aunque sin perder de vista que hay una dignidad divina incorporada a todos esos candidatos por la fe al ascenso eterno al reino celestial. Las prácticas serviles y carentes de sentido de una humildad falsa y ostentosa son incompatibles con el debido aprecio a la fuente de vuestra salvación y con el reconocimiento del destino de vuestras almas nacidas del espíritu. Es muy apropiado que seáis humildes ante Dios en el fondo de vuestro corazón; la mansedumbre ante los hombres es encomiable, pero la hipocresía de una humildad estudiada para llamar la atención es infantil e indigna de los hijos esclarecidos del reino.
149:6.11 (1676.5) «Hacéis bien en ser mansos ante Dios y ecuánimes ante los hombres, pero que vuestra mansedumbre sea de origen espiritual y no un alarde autoengañoso de pretendida superioridad moral. El profeta habló con acierto cuando dijo: ‘Caminad humildemente con Dios’, porque el Padre del cielo, a pesar de ser el Infinito y el Eterno, mora también ‘en aquel que tiene una mente contrita y un espíritu humilde’. Mi Padre desdeña el orgullo, detesta la hipocresía y aborrece la iniquidad. Precisamente para recalcar el valor de la sinceridad y de la confianza perfecta en el sostén amoroso y la guía fiel del Padre celestial, me he referido tantas veces a los niños pequeños como ilustraciones de la actitud de la mente y la respuesta del espíritu que son tan esenciales para que el hombre mortal entre en las realidades de espíritu del reino de los cielos.
149:6.12 (1677.1) «El profeta Jeremías describió bien a muchos mortales cuando dijo: ‘Estáis cerca de Dios con los labios, pero lejos en el corazón’. ¿Y no habéis leído también la grave advertencia del profeta que dijo: ‘Sus sacerdotes enseñan por precio y sus profetas adivinan por dinero. Al mismo tiempo, profesan piedad y proclaman que el Señor está con ellos’? ¿No se os ha advertido claramente contra los que ‘hablan de paz con sus vecinos mientras hay maldad en su corazón’, contra los que ‘hablan con labios lisonjeros y doblez de corazón’? De todas las penas de un hombre confiado, ninguna es tan terrible como ‘ser herido en la casa de un amigo en quien confía’.»
149:7.1 (1677.2) Tras consultar con Simón Pedro y con la aprobación de Jesús, Andrés había encargado a David en Betsaida que enviara mensajeros a los diversos grupos de predicación con instrucciones de terminar la gira y regresar a Betsaida durante la jornada del jueves 30 de diciembre. A la hora de la cena de aquel día lluvioso, todo el equipo apostólico y los instructores evangelistas habían llegado a casa de Zebedeo.
149:7.2 (1677.3) Siguieron todos juntos hasta el día del sabbat alojados en casas de Betsaida y de la cercana Cafarnaúm, y después todo el grupo tuvo dos semanas libres para estar con sus familias, visitar a sus amigos o ir a pescar. Los dos o tres días que estuvieron juntos en Betsaida fueron verdaderamente estimulantes e inspiradores; hasta los maestros más antiguos se sintieron edificados al oír a los predicadores jóvenes contar sus experiencias.
149:7.3 (1677.4) De los 117 evangelistas que participaron en esta segunda gira de predicación por Galilea, solo unos setenta y cinco superaron la prueba de la experiencia y estuvieron disponibles para nuevos cometidos al final de las dos semanas de descanso. Jesús se quedó en casa de Zebedeo con Andrés, Pedro, Santiago y Juan, y pasaron mucho tiempo hablando del bienestar y la expansión del reino.
El libro de Urantia
Documento 150
150:0.1 (1678.1) EL DOMINGO 16 de enero del año 29 d. C., Abner y los apóstoles de Juan llegaron a Betsaida por la tarde y se reunieron al día siguiente con Andrés y los apóstoles de Jesús. Abner y sus compañeros establecieron su cuartel general en Hebrón y solían ir periódicamente a Betsaida para estas reuniones.
150:0.2 (1678.2) Uno de los muchos asuntos que se trataron en esta conversación conjunta fue la práctica de ungir a los enfermos con ciertos tipos de aceite mientras se rezaban oraciones por su curación. Jesús se negó una vez más a participar en sus debates u opinar sobre sus conclusiones. Los apóstoles de Juan habían usado siempre el aceite de ungir en su ministerio a los enfermos y afligidos, y trataron de hacer extensiva esta práctica a ambos grupos por igual, pero los apóstoles de Jesús se negaron a adoptar esta norma.
150:0.3 (1678.3) El martes 18 de enero los veinticuatro se reunieron con los evangelistas aprobados, unos setenta y cinco, en casa de Zebedeo en Betsaida, como preparación para ser enviados a la tercera gira de predicación por Galilea. Esta tercera misión duró siete semanas.
150:0.4 (1678.4) Los evangelistas fueron enviados en grupos de cinco, en cambio Jesús y los doce viajaron juntos la mayor parte del tiempo. Los apóstoles salían de dos en dos a bautizar creyentes cuando era necesario. Abner y sus compañeros trabajaron también con los grupos de evangelistas durante casi tres semanas aconsejándolos y bautizando creyentes. Visitaron Magdala, Tiberiades, Nazaret y todas las principales ciudades y pueblos del centro y sur de Galilea, todos los lugares visitados anteriormente y muchos más. Este fue su último mensaje para Galilea, excepto las regiones del norte.
150:1.1 (1678.5) De todas las audacias de la carrera de Jesús en la tierra, la más asombrosa fue el anuncio inesperado que hizo el 16 de enero al caer la tarde: «Mañana elegiremos a diez mujeres para trabajar en el ministerio del reino». Cuando los apóstoles y evangelistas se marcharon de Betsaida para tomarse sus dos semanas de vacaciones, Jesús había pedido a David que llamara a sus padres para que volvieran a su casa y que enviara mensajeros para convocar en Betsaida a diez mujeres devotas que habían servido en la administración del antiguo campamento y su enfermería. Todas estas mujeres habían escuchado la instrucción dada a los jóvenes evangelistas, pero nunca se les había ocurrido ni a ellas ni a sus maestros que Jesús se atrevería a encargar a unas mujeres que enseñaran el evangelio del reino y atendieran a los enfermos. Estas fueron las diez mujeres elegidas y nombradas por Jesús: Susana, la hija del antiguo jazán de la sinagoga de Nazaret; Juana, la esposa de Chuza, el administrador de Herodes Antipas; Isabel, la hija de un judío rico de Tiberiades y Séforis; Marta, la hermana mayor de Andrés y Pedro; Raquel, la cuñada de Judá, el hermano del Maestro en la carne; Nasanta, la hija de Elman, el médico sirio; Milca, una prima del apóstol Tomás; Rut, la hija mayor de Mateo Leví; Celta, la hija de un centurión romano; y Agaman, una viuda de Damasco. Jesús añadiría más tarde otras dos mujeres a este grupo: María Magdalena y Rebeca, la hija de José de Arimatea.
150:1.2 (1679.1) Jesús autorizó a estas mujeres a establecer su propia organización y encargó a Judas que les proporcionara fondos para equiparse y comprar animales de carga. Las diez eligieron a Susana como jefa y a Juana como tesorera. De ahí en adelante se abastecieron por sí mismas y nunca más recurrieron al apoyo monetario de Judas.
150:1.3 (1679.2) En aquellos días en los que ni siquiera se permitía a las mujeres acceder al piso principal de la sinagoga (estaban confinadas a la galería de las mujeres), era francamente chocante que fueran reconocidas como maestras autorizadas del nuevo evangelio del reino. El encargo que Jesús dio a estas diez mujeres al elegirlas para la enseñanza y el ministerio del evangelio era la proclamación de la emancipación que hacía libres a todas las mujeres para todos los tiempos. El hombre ya no debía seguir considerando a la mujer como espiritualmente inferior a él. Esto causó una auténtica conmoción incluso entre los doce apóstoles. A pesar de que habían oído decir muchas veces al Maestro que «en el reino de los cielos no hay ni ricos ni pobres, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres, todos son por igual hijos e hijas de Dios», se quedaron literalmente anonadados cuando propuso nombrar formalmente a estas diez mujeres como maestras religiosas y permitirles incluso viajar con ellos. Todo el país se agitó ante esta iniciativa de Jesús, y sus enemigos le sacaron mucho partido, pero las mujeres que creían en la buena nueva apoyaron decididamente y en todas partes a sus hermanas elegidas y dieron su plena aprobación a este reconocimiento tardío del lugar de la mujer en la actividad religiosa. Esta liberación de las mujeres, con su debido reconocimiento, fue practicada por los apóstoles inmediatamente después de la partida del Maestro, aunque las generaciones posteriores volvieron a caer en las antiguas costumbres. Durante los primeros tiempos de la Iglesia cristiana las mujeres maestras y ministradoras fueron llamadas diaconisas, y gozaban de reconocimiento general. Pablo, por su parte, aceptaba todo esto en teoría pero nunca llegó a incorporarlo de verdad a su propia actitud y le costaba trabajo ponerlo en práctica personalmente.
150:2.1 (1679.3) Cuando el grupo apostólico salió de Betsaida las mujeres iban al final de la comitiva. Durante las conferencias se sentaban siempre juntas, enfrente y a la derecha del orador. El número de mujeres creyentes en el evangelio del reino era cada vez mayor, y su deseo de hablar personalmente con Jesús o con uno de los apóstoles había creado muchas complicaciones y un sinfín de situaciones embarazosas en el pasado. En cambio ahora, cuando una mujer creyente deseaba ver al Maestro o consultar algo con los apóstoles, iba a ver a Susana, y una de las doce mujeres evangelistas la acompañaba enseguida ante el Maestro o uno de sus apóstoles.
150:2.2 (1680.1) Fue en Magdala donde las mujeres demostraron por primera vez su utilidad y justificaron el acierto de haberlas elegido. Andrés había impuesto a sus compañeros unas reglas bastante estrictas sobre el trabajo personal con las mujeres, sobre todo con las de dudosa moralidad. Cuando el grupo apostólico llegó a Magdala, estas diez mujeres evangelistas pudieron entrar libremente en las casas de mal vivir y predicar directamente la buena nueva a todas sus ocupantes. Y cuando visitaban a los enfermos, estas mujeres podían atender de manera mucho más cercana a sus hermanas aquejadas. Como resultado de la labor de estas diez mujeres (más tarde conocidas como las doce mujeres) en esta ciudad, María Magdalena encontró el camino del reino. Por una sucesión de infortunios y como consecuencia de la actitud de la sociedad respetable hacia las mujeres que cometían tales errores de juicio, esta mujer había ido a parar a uno de los prostíbulos de Magdala. Fueron Marta y Raquel quienes hicieron ver a María que las puertas del reino estaban abiertas incluso a personas como ella. María creyó en la buena nueva y fue bautizada por Pedro al día siguiente.
150:2.3 (1680.2) María Magdalena se convirtió en la maestra más eficaz de este grupo de doce mujeres evangelistas. Fue elegida para esta labor, junto con Rebeca, en Jotapata unas cuatro semanas después de su conversión. María, Rebeca y las demás mujeres de este grupo siguieron trabajando con eficacia y fidelidad para iluminar y elevar a sus hermanas oprimidas durante el resto de la vida de Jesús en la tierra. Cuando llegó la hora del último y trágico episodio del drama de la vida de Jesús, y a pesar de que todos los apóstoles menos uno habían huido, todas estas mujeres estuvieron presentes y ninguna de ellas negó ni traicionó al Maestro.
150:3.1 (1680.3) Siguiendo las instrucciones de Jesús, Andrés había encargado a las mujeres los oficios del sabbat del grupo apostólico. Esto significaba, por supuesto, que no se podían celebrar en la nueva sinagoga. Las mujeres eligieron a Juana para dirigir el acto, y la reunión tuvo lugar en la sala de banquetes del palacio nuevo de Herodes, que estaba entonces en su residencia de Julias, en Perea. Juana leyó pasajes de las Escrituras sobre la contribución de la mujer a la vida religiosa de Israel que hacían referencia a Miriam, Débora, Ester y otras.
150:3.2 (1680.4) Esa misma noche Jesús dio al grupo reunido una charla memorable sobre «La magia y la superstición». En aquel tiempo, la aparición de una estrella brillante y supuestamente nueva era considerada como el signo de que acababa de nacer un gran hombre en la tierra. Como se había visto una estrella de este tipo por esas fechas, Andrés preguntó a Jesús si estas creencias estaban bien fundamentadas. En su larga respuesta a la pregunta de Andrés, el Maestro trató en profundidad sobre la superstición humana. La exposición que hizo Jesús en esta ocasión se puede resumir en lenguaje moderno como sigue:
150:3.3 (1680.5) 1. El curso de las estrellas en los cielos no tiene nada que ver con los acontecimientos de la vida humana en la tierra. La astronomía es una ocupación adecuada para la ciencia, pero la astrología es un cúmulo de errores supersticiosos que no tiene sitio en el evangelio del reino.
150:3.4 (1680.6) 2. El examen de los órganos internos de un animal recién sacrificado no puede revelar nada sobre el clima, los acontecimientos futuros o el desenlace de los asuntos humanos.
150:3.5 (1680.7) 3. Los espíritus de los muertos no vuelven a esta vida para comunicarse con su familia ni sus antiguos amigos.
150:3.6 (1681.1) 4. Los amuletos y las reliquias no pueden curar enfermedades, proteger de desastres o influir en los malos espíritus. La creencia de que todos estos medios materiales influyen en el mundo espiritual no es más que una burda superstición.
150:3.7 (1681.2) 5. Echar a suertes puede ser una forma conveniente de resolver muchas dificultades menores, pero no es un método adecuado para desvelar la voluntad divina. Los resultados así obtenidos son simples casualidades de orden material. El único medio de comunión con el mundo espiritual reside en la dotación de espíritu de la humanidad: el espíritu del Padre que mora en el interior, junto con el espíritu derramado por el Hijo y la influencia omnipresente del Espíritu Infinito.
150:3.8 (1681.3) 6. La adivinación, la hechicería y la brujería son supersticiones de mentes ignorantes, igual que los engaños de la magia. La creencia en números mágicos, augurios de buena suerte y presagios de mala suerte son pura superstición sin fundamento.
150:3.9 (1681.4) 7. La interpretación de los sueños es, en la mayoría de los casos, un sistema supersticioso e infundado de especulación ignorante y fantasiosa. El evangelio del reino no debe tener nada en común con los sacerdotes adivinos de la religión primitiva.
150:3.10 (1681.5) 8. Los espíritus del bien o del mal no pueden morar dentro de símbolos materiales de arcilla, madera o metal. Los ídolos no son nada más que el material con el que están hechos.
150:3.11 (1681.6) 9. Las prácticas de los encantadores, los brujos, los magos y los hechiceros provienen de las supersticiones de los egipcios, los asirios, los babilonios y los antiguos cananeos. Los amuletos y conjuros de todo tipo son inútiles tanto para conseguir la protección de los buenos espíritus como para ahuyentar a los supuestos malos espíritus.
150:3.12 (1681.7) 10. Jesús desenmascaró y condenó las creencias de sus oyentes en ensalmos, ordalías, hechizos, maldiciones, signos, mandrágoras, cuerdas anudadas y todas las demás formas de superstición ignorante y servil.
150:4.1 (1681.8) La tarde siguiente Jesús reunió a los doce apóstoles, a los apóstoles de Juan y al grupo de mujeres recién nombrado y les dijo: «Ya veis con vuestros propios ojos que la cosecha es abundante, mas los obreros pocos. Oremos pues todos al Señor de la cosecha para que envíe más obreros a su mies. Mientras yo me quedo para alentar e instruir a los más jóvenes, enviaré a los más antiguos de dos en dos para que recorran rápidamente toda Galilea predicando el evangelio del reino mientras la situación siga siendo favorable y se pueda hacer de forma pacífica». Luego organizó las parejas de apóstoles tal como él quería que trabajaran juntos: Andrés y Pedro, Santiago y Juan Zebedeo, Felipe y Natanael, Tomás y Mateo, Santiago y Judas Alfeo, Simón Zelotes y Judas Iscariote.
150:4.2 (1681.9) Jesús fijó la fecha de reunión de los doce en Nazaret y les dijo al despedirse: «Durante esta misión no vayáis a ninguna ciudad de los gentiles ni vayáis a Samaria, id más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Predicad el evangelio del reino y proclamad la verdad salvadora de que el hombre es hijo de Dios. Recordad que el discípulo no es más que su maestro ni el siervo más que su señor. Le basta al discípulo ser como su maestro y al siervo como su señor. Si algunos se han atrevido a llamar al dueño de la casa amigo de Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa! Pero no temáis a esos enemigos incrédulos, porque que nada hay encubierto que no haya de ser revelado; no hay nada oculto que no haya de saberse. Lo que os he enseñado en privado, predicadlo abiertamente con sabiduría. Lo que os he revelado dentro de la casa, proclamadlo desde las azoteas a su debido tiempo. Y yo os digo, amigos y discípulos míos, no temáis a los que pueden matar el cuerpo pero no pueden destruir el alma; poned más bien vuestra confianza en Aquel que puede sostener el cuerpo y salvar el alma.
150:4.3 (1682.1) «¿No se venden dos pajarillos por un céntimo? Y aun así declaro que ninguno de ellos está olvidado a los ojos de Dios. ¿No sabéis que hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados? Así que no temáis; vosotros valéis más que muchos pajarillos. No os avergoncéis de mis enseñanzas; salid a proclamar la paz y la buena voluntad, pero no os engañéis, la paz no siempre acompañará vuestra predicación. He venido a traer la paz a la tierra, pero cuando los hombres rechazan mi regalo se producen conflictos y divisiones. Cuando todos los miembros de una familia reciben el evangelio del reino, la paz habita en esa casa; pero cuando algunos miembros de la familia entran en el reino y otros rechazan el evangelio, esa división solo puede producir pena y tristeza. Esforzaos seriamente por salvar a toda la familia, no vaya a ser que los enemigos de un hombre lleguen a ser los de su propia casa. Pero una vez que hayáis hecho todo lo posible por todos los de cada familia, os declaro que el que ama a su padre o a su madre más que a este evangelio no es digno del reino.»
150:4.4 (1682.2) Después de escuchar estas palabras los doce se pusieron en marcha, y no volvieron a verse hasta el momento en que se reunieron en Nazaret para encontrarse con Jesús y los otros discípulos, tal como lo había dispuesto el Maestro.
150:5.1 (1682.3) Una tarde en Sunem, cuando los apóstoles de Juan ya habían vuelto a Hebrón y los apóstoles de Jesús ya habían salido de dos en dos, el Maestro estaba instruyendo a doce de los evangelistas más jóvenes, que trabajaban bajo la dirección de Jacobo, y a las doce mujeres. Entonces Raquel le preguntó: «Maestro, ¿qué debemos responder cuando las mujeres nos preguntan: Qué debo hacer para salvarme?». Jesús le contestó:
150:5.2 (1682.4) «Cuando los hombres y las mujeres os pregunten qué deben hacer para salvarse, contestaréis: Creed en este evangelio del reino; aceptad el perdón divino. Reconoced por la fe al espíritu de Dios que mora dentro de vosotros, cuya aceptación os hace hijos de Dios. ¿No habéis leído en las Escrituras el pasaje que dice: ‘En el Señor está la justicia y la fuerza’? Y también aquel en el que el Padre dice: ‘Cerca está mi justicia, ha salido mi salvación y mis brazos envolverán a mi pueblo’. ‘Mi alma se alegrará en el amor de mi Dios, pues él me ha vestido con ropas de salvación y me ha envuelto en manto de justicia.’ ¿No habéis leído también del Padre que por su nombre ‘será llamado el Señor, justicia nuestra’? ‘Quitaos los sucios harapos de la superioridad moral y vestid a mi hijo con la túnica de la rectitud divina y la salvación eterna.’ Es cierto para siempre que ‘el justo por su fe vivirá’. La entrada en el reino del Padre es totalmente libre, pero el progreso —el crecimiento en la gracia—es esencial para continuar en él.
150:5.3 (1682.5) «La salvación es el regalo del Padre y está revelada por sus Hijos. Al aceptarla por la fe os hacéis partícipes de la naturaleza divina, hijos o hijas de Dios. Por la fe sois justificados; por la fe sois salvados; y por esta misma fe avanzáis eternamente en el camino de la perfección progresiva y divina. Por la fe fue justificado Abraham, y se hizo consciente de la salvación por las enseñanzas de Melquisedec. Esta misma fe ha salvado a los hijos de los hombres durante todos los tiempos, pero ahora un Hijo ha venido del Padre para hacer más real y aceptable la salvación.»
150:5.4 (1683.1) Cuando Jesús dejó de hablar hubo gran regocijo entre los que habían escuchado sus bondadosas palabras, y todos siguieron proclamando el evangelio del reino con nuevo poder y renovado entusiasmo. Las mujeres se alegraron aún más al saber que estaban incluidas en estos planes para establecer el reino en la tierra.
150:5.5 (1683.2) Al resumir su declaración final Jesús dijo: «No podéis comprar la salvación; no podéis ganar la rectitud. La salvación es un regalo de Dios y la rectitud es el fruto natural de la vida nacida del espíritu, la vida de filiación en el reino. No seréis salvados porque viváis una vida de rectitud, sino que viviréis una vida de rectitud porque ya habéis sido salvados, habéis reconocido la filiación como un regalo de Dios y el servicio al reino como el deleite supremo de la vida en la tierra. Cuando los hombres creen en este evangelio, que es una revelación de la bondad de Dios, se sienten inducidos a arrepentirse voluntariamente de todo pecado conocido. Ser consciente de la filiación es incompatible con el deseo de pecar. Los creyentes en el reino tienen hambre de rectitud y sed de perfección divina».
150:6.1 (1683.3) Jesús trató muchos temas en las conversaciones de la tarde. Durante el resto de esta gira —antes de que todos se reunieran en Nazaret— habló sobre «El amor de Dios», «Los sueños y las visiones», «La malevolencia», «La humildad y la mansedumbre», «El valor y la lealtad», «La música y la adoración», «El servicio y la obediencia», «El orgullo y el atrevimiento», «El perdón en relación con el arrepentimiento», «La paz y la perfección», «La envidia y la maledicencia», «El mal, el pecado y la tentación», «Las dudas y la incredulidad», «La sabiduría y la adoración». En ausencia de los apóstoles más antiguos, los hombres y mujeres incorporados más recientemente pudieron participar con más libertad en estas conversaciones con el Maestro.
150:6.2 (1683.4) Después de pasar dos o tres días con un grupo de doce evangelistas, Jesús iba a reunirse con otro grupo, y era informado del paradero y los movimientos de todos estos trabajadores por los mensajeros de David. Al ser esta su primera gira, las mujeres se quedaron casi todo el tiempo con Jesús. Gracias a la organización de mensajeros, cada uno de estos grupos se mantenía plenamente informado sobre el progreso de la gira, y las noticias de los demás grupos eran siempre fuente de estímulo para estos evangelistas dispersos y separados.
150:6.3 (1683.5) Antes de dispersarse se había acordado que los doce apóstoles, los evangelistas y el cuerpo de mujeres volverían a reunirse con el Maestro en Nazaret el viernes 4 de marzo, y así, los diversos grupos de apóstoles y evangelistas empezaron a dirigirse hacia Nazaret desde todos los puntos del centro y sur de Galilea en torno a esta fecha. Los primeros en llegar montaron el campamento en las tierras altas del norte de la ciudad, y los últimos fueron Andrés y Pedro, que llegaron a media tarde. Era la primera vez que Jesús visitaba Nazaret desde el comienzo de su ministerio público.
150:7.1 (1683.6) Ese viernes por la tarde Jesús paseó por Nazaret sin ser observado ni reconocido por nadie. Pasó por la casa de su niñez y por el taller de carpintería, y estuvo media hora en la colina donde tanto disfrutaba cuando era un muchacho. El alma del Hijo del Hombre no se había sentido conmovida por tal marea de emociones humanas desde el día de su bautismo por Juan en el Jordán. Al bajar de la montaña oyó el sonido familiar de la trompeta que anunciaba la puesta del sol, como lo había oído tantísimas veces de niño en Nazaret. Antes de volver al campamento pasó por la sinagoga que había sido su escuela y se sumió en muchos recuerdos de su edad infantil. Horas antes, Jesús había encargado a Tomás que se pusiera de acuerdo con el dirigente de la sinagoga para poder predicar en el oficio matutino del sabbat.
150:7.2 (1684.1) El pueblo de Nazaret nunca había sido famoso por su piedad ni su rectitud de vida. Con el paso de los años la población se había ido contaminando con la baja moralidad de la cercana ciudad de Séforis. Durante toda la juventud y los primeros años de la vida adulta de Jesús hubo división de opiniones sobre él en Nazaret, y su decisión de trasladarse a Cafarnaúm provocó bastante resentimiento. Los habitantes de Nazaret habían oído hablar mucho de las actividades de su antiguo carpintero y les ofendía que no hubiera incluido su aldea natal en ninguna de sus giras de predicación anteriores. Por supuesto, habían oído hablar de la fama de Jesús, pero la mayoría de los ciudadanos no podía tolerar que no hubiera realizado ninguna de sus grandes obras en la ciudad de su juventud. La gente de Nazaret llevaba muchos meses hablando de Jesús con opiniones desfavorables en la mayoría de los casos.
150:7.3 (1684.2) Y así, lejos de recibir una cordial bienvenida de vuelta a casa, el Maestro se encontró en un entorno decididamente hostil e hipercrítico. Es más, sus enemigos, sabiendo que iba a pasar ese día del sabbat en Nazaret y suponiendo que hablaría en la sinagoga, habían contratado a un buen número de hombres rudos y agresivos para hostigarlo y causarle todas las dificultades posibles.
150:7.4 (1684.3) La mayoría de los antiguos amigos de Jesús, incluido el jazán que lo adoraba y que había sido su profesor de juventud, habían muerto o ya no vivían en Nazaret, y la generación más joven tendía a sentir resentimiento y una profunda envidia por su fama. Nadie recordaba ya su anterior dedicación a la familia de su padre y lo criticaban duramente por no visitar a su hermano y a sus hermanas casadas que vivían en Nazaret. Esta antipatía de la población se había visto aumentado por la actitud de la familia de Jesús hacia él. Los judíos más ortodoxos llegaron incluso a criticar a Jesús por ir andando demasiado deprisa hacia la sinagoga ese sabbat por la mañana.
150:8.1 (1684.4) Ese sabbat hizo un día magnífico, y todo Nazaret, amigos y enemigos, salió a escuchar lo que este antiguo ciudadano de su pueblo iba a decir en la sinagoga. Gran parte del séquito apostólico tuvo que quedarse fuera del recinto, pues no había sitio para todos los que habían acudido a oír sus palabras. Jesús había hablado muchas veces de joven en este lugar de culto, y esa mañana, cuando el dirigente de la sinagoga le entregó el rollo de los escritos sagrados del que iba a leer la lección de las Escrituras, ninguno de los presentes pareció recordar que ese manuscrito se lo había regalado el propio Jesús a esa sinagoga.
150:8.2 (1684.5) Los oficios de este día se celebraron exactamente igual que cuando Jesús asistía de muchacho. Subió al estrado de los oradores con el dirigente de la sinagoga, y el oficio empezó con dos oraciones: «Bendito sea el Señor, Rey del mundo, que forma la luz y crea las tinieblas, que hace la paz y crea todas las cosas; que en su misericordia da luz a la tierra y a los que habitan en ella y que en su bondad, día a día y todos los días, renueva la obra de la creación. Bendito sea el Señor nuestro Dios por la gloria de las obras de sus manos y por las luces iluminadoras que ha hecho para su alabanza. Selah. Bendito sea el Señor nuestro Dios que ha formado las luces».
150:8.3 (1685.1) Tras una breve pausa siguieron orando: «Con gran amor el Señor nuestro Dios nos ha amado, y con piedad desbordante se ha apiadado de nosotros nuestro Padre y nuestro Rey, por amor a nuestros padres que confiaron en él. Tú les enseñaste las leyes de la vida; ten misericordia de nosotros y enséñanos. Ilumina nuestros ojos con la ley; haz que nuestros corazones se ajusten a tus mandamientos; une nuestros corazones para que amemos y temamos tu nombre, y no seremos avergonzados, por los siglos de los siglos. Pues tú eres un Dios que prepara la salvación, y nos has escogido entre todas las naciones y todas las lenguas, y en verdad nos has acercado a tu gran nombre —selah— para que podamos alabar tu unidad con amor. Bendito sea el Señor que en su amor eligió a su pueblo Israel».
150:8.4 (1685.2) Los fieles recitaron luego el Shemá, el credo de la fe judía. Este ritual consistía en repetir numerosos pasajes de la ley e indicaba que los fieles aceptaban el yugo del reino de los cielos, y también el yugo de los mandamientos tal como debían cumplirlos de día y de noche.
150:8.5 (1685.3) Y luego venía la tercera oración: «Tú eres en verdad Yahvé, nuestro Dios y el Dios de nuestros padres, nuestro Rey y el Rey de nuestros padres, nuestro Salvador y el Salvador de nuestros padres, nuestro Creador y la roca de nuestra salvación, nuestra ayuda y nuestro libertador. Tu nombre existe desde la eternidad, y no hay más Dios que tú. Los que fueron liberados cantaron un nuevo cántico en tu nombre a la orilla del mar; todos juntos te alabaron y te reconocieron como Rey y dijeron: Yahvé reinará por los siglos de los siglos. Bendito sea el Señor que salva a Israel».
150:8.6 (1685.4) El dirigente de la sinagoga se puso entonces en su puesto delante del arca o cofre que contenía las escrituras sagradas y empezó a recitar las diecinueve oraciones de elogio o bendiciones. Como en esa ocasión convenía abreviar el oficio para dar más tiempo para su discurso al invitado de honor, solo se recitó la primera y la última bendición. La primera era: «Bendito sea el Señor nuestro Dios y el Dios de nuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob; el Dios grande, poderoso y terrible, que muestra misericordia y bondad, que crea todas las cosas, que recuerda sus promesas clementes a nuestros padres y envía con amor a un salvador a los hijos de sus hijos para gloria de su nombre. ¡Oh Rey, socorredor, salvador y escudo! Bendito eres tú, oh Yahvé, escudo de Abraham».
150:8.7 (1685.5) Siguió entonces la última bendición: «Otorga a tu pueblo Israel una gran paz para siempre, pues tú eres el Rey y el Señor de toda paz. Y es bueno a tus ojos bendecir a Israel con la paz en todo momento y a toda hora. Bendito seas, Yahvé, que bendices a tu pueblo Israel con la paz». Los fieles no miraban al dirigente mientras recitaba las bendiciones. Tras las bendiciones pronunció una oración informal adaptada a la ocasión, y al final todos los fieles se unieron para decir amén.
150:8.8 (1685.6) Entonces el jazán se acercó al arca y sacó un rollo que entregó a Jesús para que leyera la lección de las Escrituras. Era costumbre llamar a siete personas para que leyeran al menos tres versos de la ley, pero en esa ocasión se permitió leer al visitante la lección elegida por él. Jesús tomó el rollo, se puso en pie y empezó a leer del Deuteronomio: «Porque este mandamiento que te ordeno hoy no te es encubierto, ni está lejos. No está en el cielo, para que no digas: ¿quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que no digas: ¿quién pasará por nosotros el mar para que nos lo traiga y nos lo haga oír a fin de que lo cumplamos? No, la palabra de vida está muy cerca de ti, incluso en tu presencia y en tu corazón, para que puedas conocerla y obedecerla».
150:8.9 (1686.1) Cuando Jesús terminó de leer del libro de la ley, pasó a Isaías y leyó: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para predicar la buena nueva a los pobres. Me ha enviado para proclamar la liberación de los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los que están doloridos y para proclamar el año favorable del Señor».
150:8.10 (1686.2) Jesús cerró el libro, se lo devolvió al dirigente de la sinagoga, se sentó y se dirigió a la gente. Empezó diciendo: «Hoy se han cumplido estas Escrituras». Luego habló durante casi quince minutos sobre «Los hijos y las hijas de Dios». Lo que dijo gustó a muchos de los asistentes, que se maravillaron de su gracia y su sabiduría.
150:8.11 (1686.3) Era costumbre que el orador se quedara en la sinagoga después del oficio para atender a las preguntas de las personas interesadas, y así lo hizo Jesús esa mañana de sabbat. Bajó de la tarima y se mezcló con la multitud que se adelantaba para hacerle preguntas, pero entre ellos había muchos malintencionados, y alrededor del gentío merodeaban los alborotadores que habían sido contratados para armar bronca. Muchos discípulos y evangelistas que se habían quedado fuera empezaron a forcejear para entrar en la sinagoga y comprendieron enseguida que se estaba fraguando un conflicto. Intentaron sacar de allí al Maestro, pero él no quiso ir con ellos.
150:9.1 (1686.4) Jesús se encontró en la sinagoga rodeado por una muchedumbre de enemigos y muy pocos de sus propios seguidores. Como respuesta a sus groseras preguntas y a sus burlas siniestras, comentó medio en broma: «Sí, soy el hijo de José; soy el carpintero, y no me sorprende que me recordéis el proverbio ‘Médico, cúrate a ti mismo’, ni que me desafiéis a que haga en Nazaret lo que habéis oído decir que hice en Cafarnaúm. Pero os pongo por testigos de que incluso las Escrituras declaran que ‘nadie es profeta en su tierra ni entre su propia gente’».
150:9.2 (1686.5) Pero ellos le daban empujones y le decían apuntando con un dedo acusador: «Te crees mejor que la gente de Nazaret; tú te marchaste, pero tu hermano es un trabajador común y tus hermanas siguen viviendo entre nosotros. Conocemos a María tu madre. ¿Dónde están hoy? Hemos oído grandes cosas sobre ti, pero vemos que no haces ningún prodigio al volver aquí». Jesús les contestó: «Amo a la gente que vive en la ciudad donde crecí, y me alegraría veros entrar a todos en el reino de los cielos, pero no me corresponde a mí determinar la realización de las obras de Dios. Las transformaciones de la gracia se producen como respuesta a la fe viva de los que son sus beneficiarios».
150:9.3 (1686.6) Jesús habría manejado amablemente a la multitud y habría desarmado eficazmente incluso a sus enemigos violentos de no haber sido por el garrafal error táctico de uno de sus propios apóstoles, Simón Zelotes. Con ayuda de Nacor, uno de los evangelistas más jóvenes, Simón había reunido a un grupo de amigos de Jesús entre el gentío y empezaron a amenazar a los enemigos del Maestro para que se fueran de allí. Jesús llevaba mucho tiempo enseñando a los apóstoles que una respuesta suave aparta la ira, pero sus seguidores no estaban acostumbrados a ver a su amado y respetado Maestro tratado con tanto menosprecio y semejante grosería. No pudieron soportarlo. Dieron rienda suelta a su indignación, pero solo consiguieron despertar el espíritu de turba de aquel populacho impío. Y así, aquellos rufianes liderados por mercenarios arrastraron a Jesús desde la sinagoga hasta la cima de una escarpada colina cercana con intención de despeñarlo. Cuando estaban a punto de lanzarlo al precipicio, Jesús se volvió de pronto hacia sus atacantes y, dándoles la cara, se cruzó tranquilamente de brazos. No dijo nada, pero cuando empezó a avanzar la turba se apartó y le dio paso sin hacerle ningún daño ante la estupefacción de los amigos del Maestro.
150:9.4 (1687.1) Jesús, seguido de sus discípulos, se dirigió a su campamento, donde hablaron de todo lo que había ocurrido. Esa misma tarde se prepararon para volver a Cafarnaúm a la mañana siguiente como había ordenado Jesús. Este turbulento final de la tercera gira de predicación pública fue muy aleccionador para todos los seguidores de Jesús. Empezaban a comprender el significado de algunas enseñanzas del Maestro; empezaban a darse cuenta de que el reino solo llegaría a través de muchas penalidades y muchas amargas desilusiones.
150:9.5 (1687.2) Salieron temprano de Nazaret aquel domingo por diferentes rutas y se encontraron todos en Betsaida el jueves 10 de marzo al mediodía. Se reunieron como un grupo serio y desilusionado de predicadores del evangelio de la verdad, y no como una banda entusiasta y triunfadora de cruzados victoriosos.
El libro de Urantia
Documento 151
151:0.1 (1688.1) EL 10 DE MARZO ya estaban todos los grupos de predicadores e instructores reunidos en Betsaida. Muchos de ellos salieron a pescar el jueves por la noche y el viernes, y el día del sabbat escucharon en la sinagoga el discurso de un anciano judío de Damasco sobre la gloria del padre Abraham. Jesús pasó la mayor parte de ese sabbat a solas en las colinas. Ese sábado por la noche habló durante más de una hora a los grupos reunidos sobre «la misión de la adversidad y el valor espiritual de la decepción». Fue una reunión memorable, y sus oyentes no olvidaron nunca esta lección del Maestro.
151:0.2 (1688.2) Jesús no se había recuperado del todo de la pena de su reciente rechazo en Nazaret; los apóstoles observaban cierta tristeza en su actitud normalmente alegre. Santiago y Juan estuvieron con él casi todo el tiempo, ya que Pedro estaba demasiado ocupado con las muchas responsabilidades relacionadas con el bienestar y la dirección del nuevo cuerpo de evangelistas. Durante este tiempo de espera antes de salir hacia Jerusalén para celebrar la Pascua, las mujeres se dedicaron a ir de casa en casa por Cafarnaúm y sus alrededores enseñando el evangelio y atendiendo a los enfermos.
151:1.1 (1688.3) Hacia esta época Jesús empezó a emplear el método de las parábolas para enseñar a las multitudes que solían reunirse a su alrededor. Ese domingo no madrugó casi nadie del grupo porque se habían quedado hablando con el Maestro hasta muy entrada la noche, así que Jesús se fue hasta la orilla del mar y se sentó en una barca, la vieja barca de pesca de Andrés y Pedro que estaba siempre a su disposición, para meditar sobre el siguiente paso en el trabajo de extender el reino. Pero el Maestro no iba a estar solo mucho tiempo porque enseguida empezó a llegar la gente de Cafarnaúm y de los pueblos cercanos. Para las diez de la mañana había casi mil personas cerca de la embarcación de Jesús pidiendo a voces su atención. Pedro, que ya se había levantado, se abrió paso hasta la barca para preguntar a Jesús: «Maestro, ¿les hablo?». Jesús respondió: «No, Pedro, les voy a contar una historia». Entonces empezó a exponer la parábola del sembrador, una de las primeras de una larga serie de parábolas destinadas a las multitudes que lo seguían. Esta embarcación tenía un asiento elevado y Jesús se sentó en él, pues era costumbre sentarse para enseñar. Pedro pronunció primero unas breves palabras y luego Jesús se dirigió así a la multitud congregada en la orilla:
151:1.2 (1688.4) «Un sembrador salió a sembrar, y al sembrar, algunas semillas cayeron al borde del camino, donde fueron pisoteadas y se las comieron las aves. Otras semillas cayeron en pedregales donde había poca tierra y brotaron inmediatamente porque no tenían profundidad de tierra, pero cuando salió el sol se secaron porque no tenían raíces para absorber humedad. Otras semillas cayeron entre espinos, y los espinos crecieron con ellas y las ahogaron, de modo que no dieron fruto. Otras semillas cayeron en tierra buena y crecieron, y unas produjeron treinta, otras sesenta y otras ciento por uno.» Al terminar la parábola dijo a la multitud: «El que tenga oídos para oír, que oiga».
151:1.3 (1689.1) Cuando oyeron a Jesús enseñar así a la gente los apóstoles y los que estaban con ellos se extrañaron mucho, y después de comentarlo entre ellos durante todo el día, Mateo preguntó a Jesús al caer la tarde en el jardín de Zebedeo: «Maestro, ¿cuál es el significado de las oscuras palabras que diriges a la multitud? ¿Por qué hablas en parábolas a los que buscan la verdad?». Jesús contestó:
151:1.4 (1689.2) «Todo este tiempo os he instruido con paciencia. A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a las multitudes sin discernimiento y a los que buscan nuestra destrucción los misterios del reino les serán presentados en parábolas a partir de ahora. Lo haremos así para que los que desean realmente entrar en el reino puedan captar el significado de la enseñanza y encontrar la salvación, mientras que los que escuchan solo para atraparnos se vean más confundidos, puesto que verán sin ver y oirán sin oír. Hijos, ¿no percibís la ley del espíritu que dicta que al que tiene se le dará para que tenga en abundancia, pero al que no tiene aun lo que tiene se le quitará? Por eso en adelante hablaré mucho a la gente en parábolas, de manera que nuestros amigos y los que desean conocer la verdad encuentren lo que buscan, mientras que nuestros enemigos y los que no aman la verdad escuchen sin entender. Mucha de esta gente no sigue el camino de la verdad. El profeta describió bien a todas esas almas sin discernimiento cuando dijo: ‘Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible, son duros de oído y han cerrado sus ojos para no percibir la verdad y comprenderla en su corazón’.»
151:1.5 (1689.3) Los apóstoles no entendieron del todo el significado de las palabras del Maestro. Mientras Andrés y Tomás seguían hablando con Jesús, Pedro y los demás apóstoles se reunieron en otra parte del jardín para comentar a fondo sobre este asunto.
151:2.1 (1689.4) Pedro y su grupo llegaron a la conclusión de que la parábola del sembrador era una alegoría con un significado oculto en cada uno de sus elementos, así que decidieron pedir a Jesús que se la explicara. Pedro se acercó al Maestro y le dijo: «No podemos captar el significado de esta parábola y deseamos que nos la expliques, puesto que dices que se nos han dado a conocer los misterios del reino». Jesús respondió así a Pedro: «Hijo, no deseo ocultarte nada, pero prefiero que me cuentes primero lo qué habéis estado hablando; ¿cuál es tu interpretación de la parábola?».
151:2.2 (1689.5) Después de un momento de silencio Pedro dijo: «Maestro, hemos hablado mucho sobre la parábola, y he llegado a esta interpretación: El sembrador es el predicador del evangelio; la semilla es la palabra de Dios. La semilla que cayó al borde del camino representa a los que no entienden la enseñanza del evangelio. Los pájaros que se comieron la semilla sobre la tierra endurecida representan a Satanás, o el maligno, que arrebata lo que se ha sembrado en el corazón de estos ignorantes. La semilla caída en el pedregal, que nace rápidamente, representa a las personas superficiales y poco reflexivas que reciben con gozo el mensaje de la buena nueva, pero la verdad no echa raíces en su comprensión más profunda. Su devoción dura poco ante las aflicciones y persecuciones. Estos creyentes tropiezan cuando aparecen los problemas; sucumben en el momento de la tentación. La semilla caída entre espinos representa a los que escuchan la palabra de buena gana, pero los afanes de este mundo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra de la verdad y no da fruto. En cambio la semilla caída en tierra buena, que rinde treinta, sesenta o ciento por uno, representa a los que, al oír la verdad, la reciben con distintos grados de aprecio —según sus diversas dotes intelectuales— y por eso manifiestan distintos grados de experiencia religiosa».
151:2.3 (1690.1) Tras escuchar la interpretación de Pedro, Jesús preguntó a los demás apóstoles si tenían otras sugerencias sobre la parábola. El único que respondió a esta invitación fue Natanael diciendo: «Maestro, aunque veo muchas cosas buenas en la interpretación de Simón Pedro, no estoy de acuerdo en todo. Mi idea de esta parábola sería: La semilla representa al evangelio del reino y el sembrador simboliza a los mensajeros del reino. Las semillas que cayeron en tierra dura al borde del camino representan a los que han oído hablar poco del evangelio, a los que son indiferentes al mensaje y a los que han endurecido sus corazones. Los pájaros del cielo que se comieron las semillas al borde del camino representan nuestros hábitos de vida, la tentación del mal y los deseos de la carne. Las semillas que cayeron en terreno pedregoso simbolizan a las personas impresionables que reciben rápidamente la nueva enseñanza y abandonan la verdad con la misma rapidez cuando se enfrentan a las dificultades y las realidades de vivir conforme a esta verdad; les falta percepción espiritual. Las semillas que cayeron entre espinos representan a los que se sienten atraídos por las verdades del evangelio; están dispuestos a seguir sus enseñanzas, pero el orgullo del mundo, los celos, la envidia y las angustias de la existencia humana se lo impiden. Las semillas que cayeron en tierra buena y dieron, unas treinta, otras sesenta y otras ciento por uno representan los diversos grados naturales de aptitud para comprender la verdad y responder a sus enseñanzas espirituales por parte de hombres y mujeres que poseen diferentes dotaciones de iluminación espiritual».
151:2.4 (1690.2) Cuando Natanael hubo terminado de hablar, los apóstoles y sus compañeros entablaron un acalorado debate, unos a favor de la interpretación de Pedro y otros, casi igual de numerosos, de la de Natanael. Mientras tanto, Pedro y Natanael se habían retirado a la casa, donde se enzarzaron en una intensa discusión para convencer al otro y hacerle cambiar de opinión.
151:2.5 (1690.3) El Maestro dejó que la confusión alcanzara su punto de máxima expresión y luego los convocó con unas palmadas. Cuando estuvieron todos reunidos en torno a él, les dijo: «Antes de comentaros esta parábola, ¿tiene alguno de vosotros algo que decir?». Hubo un momento de silencio, y Tomás dijo: «Sí, Maestro, quiero decir unas palabras. Recuerdo que una vez nos previniste contra esto mismo. Nos recomendaste que empleáramos historias verdaderas, no fábulas, como ejemplos en nuestra predicación; que eligiéramos la historia más adecuada para ilustrar únicamente la verdad central y esencial que queríamos enseñar a la gente, y que, después de haber utilizado así la historia, no intentáramos hacer una aplicación espiritual de todos los detalles menores contenidos en la historia que habíamos contado. Opino que tanto Pedro como Natanael se equivocan al intentar interpretar esta parábola. Admiro su habilidad para estas cosas, pero estoy convencido de que todos esos intentos de reflejar todos los aspectos de una parábola natural en analogías espirituales solo pueden crear confusión y distorsionar considerablemente la comprensión del verdadero propósito de la parábola. Y esto lo prueba claramente el hecho de que hace una hora estábamos todos de acuerdo y ahora estamos divididos en dos grupos enfrentados por opiniones diferentes sobre esta parábola. A mi modo de ver, cada grupo se agarra tanto a su opinión que se nubla nuestra capacidad de captar plenamente la gran verdad que querías transmitir cuando presentaste esta parábola a la multitud y nos pediste después que la comentáramos».
151:2.6 (1691.1) Las palabras de Tomás calmaron los ánimos de todos y les recordaron lo que Jesús les había enseñado en ocasiones anteriores. Antes de que Jesús tomara la palabra, Andrés se levantó y dijo: «Estoy convencido de que Tomás tiene razón, y me gustaría que nos dijera lo que significa para él la parábola del sembrador». Jesús asintió con un gesto, y Tomás dijo: «Hermanos, no quisiera prolongar esta discusión, pero si así lo deseáis, os diré que pienso que esta parábola fue dicha para enseñarnos una gran verdad. Y es que, por mucho que nos esforcemos en ejecutar nuestra misión divina con eficacia y fidelidad, el éxito de nuestra enseñanza del evangelio del reino será muy variable, y que todas estas diferencias de resultado serán consecuencia directa de las condiciones inherentes a las circunstancias de nuestro ministerio, condiciones sobre las que tenemos poco o ningún control».
151:2.7 (1691.2) Esta explicación de Tomás dejó prácticamente convencidos a casi todos sus compañeros de predicación, e incluso Pedro y Natanael iban a hablar con él, cuando Jesús se levantó y dijo: «Muy bien Tomás, has captado el verdadero significado de las parábolas, pero Pedro y Natanael os han hecho a todos el mismo bien al mostraros de forma real el peligro de intentar convertir mis parábolas en alegorías. Podéis dejar volar la imaginación especulativa dentro de vuestro corazón y muchas veces será provechoso, pero cometeréis un error si intentáis incorporar esas conclusiones a vuestra enseñanza pública».
151:2.8 (1691.3) Una vez disipada la tensión, Pedro y Natanael se felicitaron mutuamente por sus interpretaciones, y todos los apóstoles menos los gemelos Alfeo se aventuraron a hacer una interpretación de la parábola del sembrador antes de retirarse a dormir. Incluso Judas Iscariote ofreció una interpretación muy verosímil. Los doce solían intentar muchas veces descifrar entre ellos las parábolas del Maestro como si fueran alegorías, pero nunca más volvieron a tomarse en serio esas especulaciones. Fue una sesión muy provechosa para los apóstoles y sus compañeros, sobre todo porque a partir de entonces Jesús emplearía cada vez más parábolas en su enseñanza pública.
151:3.1 (1691.4) El método de la parábola encajaba muy bien con la mentalidad de los apóstoles, tanto es así que se pasaron toda la tarde siguiente hablando de parábolas. Jesús inició la conversación de la noche diciendo: «Amados míos, cuando enseñéis debéis adaptar siempre vuestra presentación de la verdad a la mente y el corazón de los que os escuchan. Cuando os encontréis ante una multitud de intelectos y temperamentos variados no podréis emplear palabras diferentes para cada clase de oyente, pero sí podréis contar una historia para transmitir vuestra enseñanza. Y así cada grupo, incluso cada individuo, podrá hacer su propia interpretación de vuestra parábola según sus propias dotes intelectuales y espirituales. Haced que vuestra luz brille, pero hacedlo con sabiduría y buen criterio. Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija o la pone debajo de una cama, sino sobre un candelero para que todos puedan ver la luz. Os diré que no hay nada oculto en el reino de los cielos que no haya de ser manifestado; ni tampoco hay secretos que al final no se den a conocer. Todas esas cosas acabarán saliendo a la luz. No penséis solo en las multitudes y en su forma de escuchar la verdad; prestad también atención a vuestra propia forma de escuchar. Recordad lo que os he dicho muchas veces: Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará incluso lo que cree que tiene».
151:3.2 (1692.1) Esta continuación de las conversaciones sobre el tema de las parábolas y las instrucciones adicionales sobre su interpretación se pueden resumir y expresar en términos modernos como sigue:
151:3.3 (1692.2) 1. Jesús no era partidario de emplear fábulas ni alegorías para enseñar las verdades del evangelio, en cambio recomendó la libre utilización de parábolas, y en especial de parábolas tomadas de la naturaleza. Insistió sobre el valor de utilizar la analogía existente entre el mundo natural y el espiritual como uno de los medios de enseñar la verdad. Aludió con frecuencia a lo natural como «la sombra irreal y fugaz de las realidades del espíritu».
151:3.4 (1692.3) 2. Jesús narró tres o cuatro parábolas tomadas de las escrituras hebreas, y llamó la atención sobre el hecho de que este método de enseñanza no era del todo nuevo. Sin embargo, él lo renovó por su forma de emplearlo a partir de entonces.
151:3.5 (1692.4) 3. Al enseñar a los apóstoles el valor de las parábolas, Jesús subrayó los aspectos siguientes:
151:3.6 (1692.5) La parábola hace un llamamiento simultáneo a niveles muy distintos de la mente y el espíritu. La parábola estimula la imaginación, desafía al discernimiento y provoca el pensamiento crítico; promueve la simpatía sin despertar antagonismos.
151:3.7 (1692.6) La parábola lleva a la percepción de lo desconocido partiendo de cosas conocidas. La parábola utiliza lo material y lo natural como medio de presentar lo espiritual y lo supramaterial.
151:3.8 (1692.7) Las parábolas favorecen la toma de decisiones morales imparciales. La parábola salva muchos prejuicios e introduce con elegancia nuevas verdades en la mente, y todo ello despertando un mínimo de reacciones defensivas de resentimiento personal.
151:3.9 (1692.8) Rechazar la verdad contenida en la analogía de una parábola requiere una acción intelectual consciente que se oponga directamente al juicio recto y la decisión equitativa de la persona. La parábola conduce a forzar el pensamiento a través del sentido del oído.
151:3.10 (1692.9) El uso de la parábola como medio de enseñanza permite al maestro presentar verdades nuevas e incluso sorprendentes, evitando al mismo tiempo en gran medida toda controversia y todo conflicto externo con la tradición y la autoridad establecida.
151:3.11 (1693.1) La parábola posee además la ventaja de estimular en el oyente el recuerdo de la verdad contenida en su enseñanza cuando se encuentre más adelante con las mismas escenas que le son familiares.
151:3.12 (1693.2) Jesús intentó así dar a conocer a sus seguidores muchas de las razones que le llevaban a utilizar cada vez más las parábolas en su enseñanza pública.
151:3.13 (1693.3) Hacia el final de la lección de la noche Jesús hizo su primer comentario sobre la parábola del sembrador. Dijo que la parábola se refería a dos cosas. En primer lugar, era una revisión de su propio ministerio hasta ese momento y un pronóstico de lo que le esperaba durante el resto de su vida en la tierra. En segundo lugar, era también una alusión a lo que los apóstoles y otros mensajeros del reino podían esperar en su ministerio, de generación en generación, con el paso del tiempo.
151:3.14 (1693.4) Jesús recurrió también a las parábolas como la mejor manera de refutar las elaboradas afirmaciones de los líderes religiosos de Jerusalén empeñados en demostrar que contaba con la colaboración de los demonios y del príncipe de los diablos. La asociación con la naturaleza echaba por tierra esta acusación porque la gente de entonces consideraba que todos los fenómenos naturales provenían de la acción directa de seres espirituales y fuerzas sobrenaturales. Además, este método de enseñanza le permitía proclamar verdades esenciales a los que deseaban conocer el mejor camino, al tiempo que proporcionaba a sus enemigos menos oportunidades de encontrar motivos de ofensa y acusación.
151:3.15 (1693.5) Antes de despedir al grupo para pasar la noche, Jesús dijo: «Os voy a contar ahora la última parte de la parábola del sembrador. Quiero probaros para saber cómo recibiréis esto: El reino de los cielos es también como un hombre que echó buena semilla en la tierra, y mientras dormía de noche y se afanaba de día, la semilla brotó y creció, y aunque no sabía cómo había ocurrido, la planta dio fruto. Primero salió la hoja, luego la espiga y luego el grano entero en la espiga. Y cuando el grano estuvo maduro, metió la hoz y recogió la cosecha. El que tenga oídos para oír, que oiga».
151:3.16 (1693.6) Los apóstoles dieron muchas vueltas en la cabeza a estas palabras, pero el Maestro nunca volvió a referirse a este epílogo de la parábola del sembrador.
151:4.1 (1693.7) Al día siguiente Jesús volvió a predicar a la gente desde la embarcación y dijo: «El reino de los cielos es como un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormía, vino su enemigo y sembró malas hierbas entre el trigo y huyó. Cuando el trigo brotó y produjo grano aparecieron también las malas hierbas, y entonces los siervos del dueño fueron a decirle: ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿de dónde, pues, tiene malas hierbas?’ El dueño les respondió: ‘Un enemigo ha hecho esto’. Y los siervos le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos y arranquemos las malas hierbas?’. Pero él les dijo: ‘No, no sea que al recogerlas arranquéis también el trigo. Dejad que ambas crezcan juntas hasta la cosecha, y al tiempo de la siega diré a los segadores: recoged primero las malas hierbas y atadlas en manojos para quemarlas, pero el trigo recogedlo en mi granero’».
151:4.2 (1693.8) Después de algunas preguntas de la gente, Jesús contó otra parábola: «El reino de los cielos es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. La semilla de mostaza es en verdad la más pequeña de todas las simientes, pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de modo que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».
151:4.3 (1694.1) «El reino de los cielos es también semejante a la levadura que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo quedó fermentado.»
151:4.4 (1694.2) «El reino de los cielos es también como un tesoro escondido en un campo que un hombre descubrió. Lleno de gozo fue a vender todo lo que poseía para tener dinero para comprar el campo.»
151:4.5 (1694.3) «El reino de los cielos es también como un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía para poder comprar la perla extraordinaria.»
151:4.6 (1694.4) «Asimismo, el reino de los cielos es semejante a una red barredera que fue echada al mar y recogió peces de toda clase. Cuando se llenó los pescadores la sacaron a la playa, donde se sentaron para escoger el pescado, y recogieron los buenos en canastas pero echaron fuera los malos.»
151:4.7 (1694.5) Jesús contó a las multitudes muchas otras parábolas. De hecho, a partir de esa época casi siempre empleó este método para enseñar a las masas. Después de hablar en parábolas al público, aprovechaba las clases vespertinas para explicar sus enseñanzas con más profundidad y detenimiento a los apóstoles y evangelistas.
151:5.1 (1694.6) La muchedumbre siguió creciendo a lo largo de la semana. El sabbat, Jesús se retiró rápidamente a las colinas, pero el domingo por la mañana volvió el gentío. Jesús les habló al comienzo de la tarde, después de la predicación de Pedro, y al terminar dijo a sus apóstoles: «Estoy cansado de las multitudes; crucemos a la otra orilla para poder descansar un día».
151:5.2 (1694.7) Mientras atravesaban el lago se levantó una de las tempestades violentas y repentinas que son características del mar de Galilea, sobre todo en esa época del año. Esta masa de agua está a unos doscientos metros por debajo del nivel del mar, rodeada por riberas altas, sobre todo hacia el oeste, con gargantas abruptas que van desde las colinas hasta el lago. Durante el día se forma una bolsa de aire caliente sobre el lago, y al ponerse el sol el aire frío de las gargantas tiene tendencia a precipitarse sobre el lago. Estos vendavales se forman de repente y a veces se desvanecen con la misma rapidez.
151:5.3 (1694.8) Fue precisamente uno de estos vendavales vespertinos lo que sorprendió a la embarcación que llevaba a Jesús a la otra orilla esa tarde de domingo. Otras tres embarcaciones con algunos de los evangelistas más jóvenes le iban a la zaga. La tempestad era intensa, aunque muy localizada en esa zona del lago, pues no había indicio de tormenta en la costa oeste. El viento era tan fuerte que las olas empezaron a barrer la embarcación. El fuerte viento había arrancado la vela antes de que los apóstoles pudieran recogerla, y ahora dependían enteramente de sus remos mientras bogaban penosamente hacia la costa, que estaba a unos dos kilómetros y medio de distancia.
151:5.4 (1694.9) Jesús, mientras tanto, dormía en la popa bajo un pequeño cobertizo. El Maestro estaba cansado cuando salieron de Betsaida, y les había propuesto pasar a la otra orilla para poder descansar. Estos antiguos pescadores, remeros fuertes y experimentados, peleaban contra uno de los peores temporales de su vida; el viento y las olas zarandeaban la embarcación como un barco de juguete, pero Jesús seguía durmiendo tranquilamente. Pedro estaba en el remo de la derecha cerca de la popa, y al ver que la barca se llenaba de agua, soltó el remo y fue al cobertizo a zarandear a Jesús. Al despertarlo le dijo: «Maestro, ¿no ves que estamos en plena tormenta? Si no nos salvas, pereceremos todos».
151:5.5 (1695.1) Jesús salió de su cobertizo a la lluvia, miró primero a Pedro, y luego escudriñó la oscuridad hacia los esforzados remeros y volvió otra vez la mirada hacia Simón Pedro, que en su agitación aún no había retomado el remo. Jesús dijo a Pedro: «¿Por qué tenéis todos tanto miedo? ¿Dónde está vuestra fe? Paz, estad tranquilos». Apenas había hecho Jesús este reproche a Pedro y a los demás apóstoles, apenas había insistido a Pedro en que buscara la paz y tranquilizara su alma atribulada, la atmósfera recuperó su equilibrio y sobrevino una gran calma. Las olas furiosas se aplacaron de inmediato, desaparecieron los oscuros nubarrones tras el aguacero y las estrellas del cielo brillaron en lo alto. A nuestro juicio, todo esto fue pura coincidencia pero los apóstoles, y en especial Simón Pedro, nunca dejaron de considerar el episodio como un milagro de la naturaleza. Era muy fácil para los hombres de aquel tiempo creer en milagros de la naturaleza, puesto que creían firmemente que toda la naturaleza era un fenómeno controlado directamente por fuerzas espirituales y seres sobrenaturales.
151:5.6 (1695.2) Jesús explicó claramente a los doce que había hablado a sus espíritus atribulados y se había dirigido a sus mentes sacudidas por el miedo, que no había dado ninguna orden a los elementos, pero fue inútil. Los seguidores del Maestro se empeñaron siempre en interpretar a su manera todos estos acontecimientos fortuitos. A partir de ese día persistieron en considerar que el Maestro tenía poder absoluto sobre los elementos naturales. Pedro no se cansó nunca de contar que «hasta el viento y el mar le obedecían».
151:5.7 (1695.3) Ya bien entrada la noche, Jesús y sus compañeros alcanzaron la orilla. Como la noche estaba tranquila y hermosa, todos se quedaron a descansar en las barcas y no fueron a tierra hasta que salió el sol. Cuando se hubieron reunido, unos cuarenta en total, Jesús dijo: «Iremos a aquellas colinas y nos quedaremos unos días para reflexionar sobre los problemas del reino del Padre».
151:6.1 (1695.4) Aunque la mayor parte de la costa este del lago subía en pendiente suave hacia las tierras altas, en ese punto concreto había una ladera empinada, y en algunos lugares la costa caía a pique hasta el lago. Jesús apuntó hacia la falda de la colina cercana diciendo: «Subamos por esa ladera para desayunar, y podremos descansar y hablar en alguno de los refugios».
151:6.2 (1695.5) Toda esta ladera estaba llena de cavernas excavadas en la roca, y muchos de estos nichos eran antiguos sepulcros. Hacia la mitad de la ladera, en una pequeña planicie relativamente llana, estaba el cementerio de la pequeña aldea de Queresa. Cuando el grupo de Jesús pasó cerca de este cementerio, un lunático que vivía en las cavernas de la ladera corrió hacia ellos. Este demente, muy conocido en aquellos parajes, estuvo en otro tiempo encadenado en una de las grutas, pero hacía mucho que había roto sus ataduras y vagaba a su antojo entre las tumbas y los sepulcros abandonados.
151:6.3 (1696.1) Este hombre, llamado Amós, padecía locura intermitente. Tenía periodos relativamente largos en los que se ponía ropa y se comportaba bastante bien con sus semejantes. En uno de esos intervalos de lucidez había ido a Betsaida, donde escuchó la predicación de Jesús y los apóstoles y empezó a creer a medias en el evangelio del reino. Pero luego volvió a entrar en la fase trastornada de su enfermedad y huyó hacia las tumbas, donde gemía, clamaba a gritos y aterrorizaba a todo el que pasaba por ahí.
151:6.4 (1696.2) Cuando Amós reconoció a Jesús cayó a sus pies y exclamó: «Te conozco, Jesús, pero estoy poseído por muchos demonios y te suplico que no me atormentes». Este hombre estaba convencido de que sus crisis mentales periódicas se debían a la acción de espíritus malignos o impuros que entraban en él y dominaban su mente y su cuerpo. Pero sus trastornos eran más que nada emocionales, su cerebro no estaba gravemente enfermo.
151:6.5 (1696.3) Jesús bajó la mirada hacia el hombre agazapado como un animal a sus pies, se inclinó, lo tomó de la mano, lo levantó y le dijo: «Amós, no estás poseído por ningún demonio; ya has oído la buena nueva de que eres hijo de Dios. Te ordeno que salgas de esta crisis». Cuando Amós oyó a Jesús decir estas palabras, se produjo tal transformación en su intelecto que recobró inmediatamente el juicio y el control normal de sus emociones. Para entonces se había congregado ya un buen número de personas procedentes de la aldea cercana, y también se unieron al público unos porqueros que venían de las tierras altas situadas más arriba. Todos se sorprendieron al ver al lunático en su sano juicio sentado con Jesús y sus seguidores y conversando libremente con ellos.
151:6.6 (1696.4) Mientras los porqueros corrían hacia la aldea para divulgar la noticia de que el lunático había sido amansado, los perros cargaron contra una pequeña piara de unos treinta cerdos que se había quedado sin guarda y los empujaron hacia el precipicio, de modo que la mayoría cayeron al mar. Este acontecimiento fortuito, unido a la presencia de Jesús y a la curación supuestamente milagrosa del lunático, dio origen a la leyenda de que Jesús había curado a Amós expulsando de él a una legión de demonios, y que esos demonios se habían metido en la piara de cerdos y los habían despeñado en el mar. Antes del final del día los porqueros habían publicado la noticia a los cuatro vientos y toda la aldea la creyó. Amós se creyó la historia sin la menor duda, porque vio a los cerdos caer por el precipicio poco después de haber recuperado su equilibrio mental, y se convenció definitivamente de que se habían llevado consigo a los mismos espíritus malignos que lo habían atormentado y afligido durante tanto tiempo. Esto contribuyó en gran medida a que su curación fuera permanente. Es igualmente cierto que todos los apóstoles de Jesús (salvo Tomás) creyeron que el episodio de los cerdos estaba directamente relacionado con la curación de Amós.
151:6.7 (1696.5) Jesús no consiguió descansar como pretendía. Estuvo asediado casi todo el día por los que acudieron atraídos por la noticia de la curación de Amós, y por la historia de que los demonios habían salido del lunático para meterse en la piara de cerdos. Y así, el martes por la mañana temprano después de una sola noche de descanso, Jesús y sus amigos fueron despertados por una delegación de los criadores de cerdos para pedirles que se marcharan. El portavoz de estos gentiles dijo a Pedro y Andrés: «Pescadores de Galilea, alejaos de nosotros y llevaos a vuestro profeta. Sabemos que es un hombre santo, pero los dioses de nuestro país no lo conocen, y corremos el riesgo de perder muchos cerdos. Vuestra presencia nos da miedo, por eso os rogamos que os vayáis de aquí». Al oír esto, Jesús dijo a Andrés: «Volvamos a casa».
151:6.8 (1697.1) Cuando estaban a punto de marcharse, Amós suplicó a Jesús que le permitiera volver con ellos, pero el Maestro no accedió. Jesús dijo a Amós: «No olvides que eres hijo de Dios. Vuelve con tu gente y muéstrales las grandes cosas que Dios ha hecho por ti». Y Amós fue publicando por todas partes que Jesús había expulsado a una legión de demonios de su alma atribulada, y que estos espíritus malignos se habían metido en una piara de cerdos y los habían arrastrado a su destrucción inmediata. No paró hasta que hubo publicado en todas las ciudades de la Decápolis las grandes cosas que Jesús había hecho por él.
El libro de Urantia
Documento 152
152:0.1 (1698.1) LA historia de la curación de Amós, el lunático de Queresa, había llegado ya hasta Betsaida y Cafarnaúm, de manera que un gran gentío estaba esperando a Jesús cuando su embarcación tocó tierra aquel martes por la mañana. Entre la multitud estaban los nuevos observadores del Sanedrín de Jerusalén que habían ido a Cafarnaúm en busca de motivos para apresar y condenar al Maestro. Mientras Jesús hablaba con los que se habían reunido para saludarlo, Jairo, uno de los rectores de la sinagoga, se abrió paso entre la gente y, cayendo a sus pies, lo tomó de la mano y le imploró que fuera con él de inmediato, diciendo: «Maestro, mi pequeña hija, mi única hija, yace en mi casa a punto de morir. Te ruego que vengas a curarla». Al oír la petición de ese padre, Jesús dijo: «Iré contigo».
152:0.2 (1698.2) El gentío había oído la súplica de Jairo y los siguió para ver qué ocurriría. Poco antes de llegar a la casa del rector, Jesús se apresuraba por una calle estrecha empujado por la muchedumbre cuando se paró de pronto y exclamó: «Alguien me ha tocado». Los que estaban cerca de él negaron haberlo tocado, y Pedro dijo: «Maestro, ya ves que la gente te oprime y amenaza con aplastarnos, y aun así dices ‘alguien me ha tocado’ ¿qué quieres decir?». Jesús dijo: «He preguntado quién me ha tocado, porque he sentido que una energía viva salía de mí». Al mirar Jesús a su alrededor, sus ojos se posaron en una mujer que se adelantó y se arrodilló a sus pies diciendo: «Llevo muchos años padeciendo flujo de sangre. He sufrido mucho en manos de muchos médicos y he gastado en ellos todo lo que tenía, pero ninguno ha podido curarme. Entonces oí hablar de ti y pensé que solo con que pudiera tocar el borde de tu manto sanaría. Por eso me abrí paso entre el gentío hasta que llegué hasta ti, Maestro, toqué el orillo de tu ropa y fui curada. Sé que he sido curada de mi enfermedad».
152:0.3 (1698.3) Al oírlo, Jesús tomó a la mujer de la mano, la levantó y le dijo: «Hija, tu fe te ha curado; vete en paz». Era su fe, y no su contacto, lo que la había curado. Este caso es un buen ejemplo de muchas curas aparentemente milagrosas que jalonaron la carrera de Jesús en la tierra pero que él no deseó conscientemente en ningún sentido. Con el tiempo se demostró que esa mujer se había curado realmente de su mal. Su tipo de fe era capaz de captar directamente el poder creativo contenido en la persona del Maestro. Con la fe que ella tenía solo necesitaba acercarse a la persona del Maestro, no necesitaba para nada tocar su ropa; esa no era más que la parte supersticiosa de su creencia. Esa mujer de Cesarea de Filipo se llamaba Verónica, y Jesús hizo que se presentara ante él para evitar dos errores que podrían haber persistido en su mente o en la mente de los testigos de su curación. No quería que Verónica se fuera creyendo que se había curado gracias a su intento vergonzante de robar su curación ni la superstición de tocar la ropa de Jesús. Quería que todos supieran que la única causa de la curación había sido la fe pura y viva de Verónica.
152:1.1 (1699.1) Como es natural, este retraso aumentó el nerviosismo de Jairo por llegar a su casa; así que apretaron el paso, pero antes de que entraran en el patio del rector, uno de sus siervos salió a decirle: «Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro». Jesús pareció no oír las palabras del sirviente, y tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan, se volvió hacia el desolado padre diciendo: «No temas; solo cree». Al entrar en la casa encontró que ya estaban allí los flautistas, y las plañideras montaban un alboroto indecoroso; los parientes ya se habían puesto a llorar y lamentarse. Jesús hizo salir de la habitación a los dolientes y las plañideras, que se burlaron de él cuando les dijo que la niña no estaba muerta. Entró con el padre, la madre y sus tres apóstoles, y dijo a la madre: «Tu hija no está muerta, solo duerme». Y cuando la casa se hubo calmado, Jesús fue a donde yacía la niña, la tomó de la mano y le dijo: «Hija, yo te lo digo, ¡despierta y levántate!». Al oír estas palabras, la muchacha se levantó inmediatamente y caminó por la habitación. Cuando se hubo recuperado de su aturdimiento, Jesús mandó que le dieran de comer, pues llevaba mucho tiempo sin alimento.
152:1.2 (1699.2) Como había mucha agitación en Cafarnaúm contra él, Jesús reunió a la familia y les explicó que la niña había estado en coma después de una larga fiebre y que solo se había limitado a despertarla, que no la había resucitado de entre los muertos. A sus apóstoles les dio la misma explicación, pero fue inútil; todos creían que había resucitado a la muchacha de entre los muertos. Lo que Jesús decía para explicar muchos de estos milagros aparentes tenía poco efecto sobre sus seguidores. Eran propensos a ver milagros, y no perdían ninguna oportunidad de atribuir a Jesús un nuevo prodigio. Jesús y los apóstoles volvieron a Betsaida después de haber encargado específicamente a todos ellos que no se lo dijeran a nadie.
152:1.3 (1699.3) Cuando salió de la casa de Jairo, dos ciegos guiados por un muchacho mudo lo siguieron pidiendo a gritos que los curara. Por esta época la reputación de Jesús como sanador estaba en su apogeo. Fuera donde fuera, los enfermos y afligidos lo esperaban. El Maestro parecía exhausto, y todos sus amigos empezaron a temer que siguiera curando y enseñando hasta el punto de derrumbarse de verdad.
152:1.4 (1699.4) Los apóstoles de Jesús, y no digamos la gente común, no podían comprender la naturaleza y los atributos de este hombre-Dios. Tampoco ha podido ninguna generación posterior evaluar lo que ocurrió en la tierra en la persona de Jesús de Nazaret. Y ni la ciencia ni la religión tendrán nunca la oportunidad de examinar aquellos notables acontecimientos, por la sencilla razón de que una situación tan extraordinaria no volverá a darse nunca ni en este mundo ni en ningún otro mundo de Nebadon. Nunca más volverá a aparecer a imagen y semejanza de carne mortal, en ningún mundo de todo este universo, un ser que personifique al mismo tiempo todos los atributos de la energía creativa combinados con las dotes espirituales que trascienden el tiempo y casi todas las demás limitaciones materiales.
152:1.5 (1700.1) Ni antes de que Jesús estuviera en la tierra, ni tampoco desde entonces, ha sido posible obtener de manera tan gráfica y directa los resultados que acompañan a la fe fuerte y viva de hombres y mujeres mortales. Para que esos fenómenos se repitieran habríamos de estar en presencia directa de Miguel, el Creador, en la misma calidad de Hijo del Hombre que tuvo en aquellos días. Es cierto que hoy en día su ausencia impide estas manifestaciones materiales, pero no debéis poner ningún tipo de limitación a las posibles demostraciones de su poder espiritual. Aunque el Maestro está ausente como ser material, está presente como influencia espiritual en el corazón de los hombres. Al irse de este mundo Jesús hizo posible que su espíritu viviera al lado del de su Padre, que mora en el interior de las mentes de toda la humanidad.
152:2.1 (1700.2) Jesús siguió enseñando a la gente durante el día mientras instruía a los apóstoles y a los evangelistas por la noche. El viernes decretó una semana de vacaciones para que todos sus seguidores pudieran pasar unos días en sus casas o con sus amigos antes de prepararse para la Pascua en Jerusalén, pero más de la mitad de sus discípulos prefirieron quedarse con él. La multitud iba creciendo diariamente hasta tal punto que David Zebedeo propuso establecer un nuevo campamento, pero Jesús se negó. El Maestro había descansado tan poco durante el sabbat que el domingo 27 de marzo quiso alejarse de la gente por la mañana temprano. Algunos evangelistas quedaron encargados de hablar a la multitud mientras Jesús y los doce intentaban cruzar el lago sin ser vistos para encontrar el descanso que tanto necesitaban en un hermoso parque al sur de Betsaida-Julias. Esta región era uno de los lugares de paseo favoritos de las gentes de Cafarnaúm, y los parques de la costa oriental eran bien conocidos por todos.
152:2.2 (1700.3) Pero la gente no lo permitió. Al ver la dirección que tomaba la barca de Jesús, alquilaron todos los barcos disponibles y salieron tras él. Los que no pudieron conseguir embarcación salieron a pie para rodear el extremo superior del lago.
152:2.3 (1700.4) Al caer la tarde más de mil personas habían localizado al Maestro en uno de los parques. Él les habló brevemente y Pedro tomó el relevo. Mucha de esta gente había traído comida, y después de cenar, se reunieron en pequeños grupos mientras los apóstoles y discípulos de Jesús les enseñaban.
152:2.4 (1700.5) El lunes por la tarde la multitud había aumentado a más de tres mil personas y siguieron llegando hasta muy entrada la noche. Muchos traían a enfermos de todo tipo. Cientos de personas interesadas habían planeado parar en Cafarnaúm de camino a la Pascua para ver y escuchar a Jesús, y estaban decididos a lograrlo. Para el miércoles a mediodía ya se habían congregado alrededor de cinco mil hombres, mujeres y niños en ese parque al sur de Betsaida-Julias. El tiempo era agradable, pues se acercaba el final de la estación de las lluvias en esa región.
152:2.5 (1700.6) Felipe había previsto provisiones para alimentar a Jesús y los doce durante tres días, y había encargado de su custodia al joven Marcos, su asistente en todas las tareas. Esa tarde era la tercera que pasaba allí casi la mitad de la multitud, y la comida que habían traído estaba a punto de agotarse. David Zebedeo no tenía una ciudad de tiendas donde alojar y alimentar a las muchedumbres, ni Felipe provisiones para tantos. La gente tenía hambre pero no quería marcharse. Se rumoreaba en voz baja que Jesús, para evitar problemas tanto con Herodes como con los líderes de Jerusalén, había elegido ese paraje tranquilo, fuera de la jurisdicción de todos sus enemigos, para ser coronado rey. El entusiasmo de la gente aumentaba de hora en hora. A Jesús nadie le decía ni una palabra de esto, aunque él, por supuesto, sabía todo lo que estaba pasando. Hasta los doce apóstoles se habían contagiado de estas ideas, y sobre todo los evangelistas más jóvenes. Los apóstoles que estaban a favor de este intento de proclamar rey a Jesús eran Pedro, Juan, Simón Zelotes y Judas Iscariote. Los que se oponían al plan eran Andrés, Santiago, Natanael y Tomás. Mateo, Felipe y los gemelos Alfeo no tomaron partido. El cabecilla de esta conspiración para hacerle rey era Joab, uno de los evangelistas jóvenes.
152:2.6 (1701.1) Esa era la situación el miércoles hacia las cinco de la tarde cuando Jesús pidió a Santiago Alfeo que llamara a Andrés y a Felipe. Jesús les dijo: «¿Qué haremos con la multitud? Llevan ya tres días con nosotros y muchos tienen hambre. No tienen comida». Felipe y Andrés se miraron, y Felipe contestó: «Maestro, deberías despachar a esta gente para que vaya a los pueblos de los alrededores a comprar comida». Y Andrés, temiendo que se materializara la conspiración para coronarlo rey, apoyó rápidamente a Felipe diciendo: «Sí, Maestro, creo que es mejor que despidas a la multitud para que puedan ir a comprar comida y tú consigas descansar un poco». Para entonces otros apóstoles se habían unido a la conversación. Jesús les dijo: «Pero no quiero que se vayan hambrientos; ¿no podéis darles de comer?». Esto fue demasiado para Felipe, que no pudo por menos que exclamar: «Maestro, ¿dónde podemos comprar pan para esta multitud en pleno campo? Doscientos denarios no bastarían para un almuerzo».
152:2.7 (1701.2) Sin dar tiempo a los apóstoles para opinar, Jesús se volvió hacia Andrés y Felipe y les dijo: «No quiero despachar a esta gente. Están aquí como ovejas sin pastor. Quisiera darles de comer. ¿Cuánta comida tenemos?». Mientras Felipe comentaba con Mateo y Judas, Andrés fue a buscar al joven Marcos para averiguar cuánto quedaba en la reserva y volvió a Jesús diciendo: «Al muchacho solo le quedan cinco panes de cebada y dos peces secos»; y Pedro se apresuró a añadir: «Y eso que aún no hemos cenado».
152:2.8 (1701.3) Jesús calló durante un momento con una expresión lejana en los ojos. Los apóstoles no decían nada. De pronto Jesús se volvió hacia Andrés diciendo: «Tráeme los panes y los peces». Y cuando Andrés le llevó la canasta el Maestro dijo: «Ordena a la gente que se siente en la hierba en grupos de cien y que elijan a un jefe para cada grupo, y reúne mientras tanto a todos los evangelistas aquí con nosotros».
152:2.9 (1701.4) Jesús tomó los panes en sus manos, y después de dar gracias, partió el pan y se lo dio a sus apóstoles, que se lo pasaron a sus compañeros, quienes a su vez lo llevaron a la multitud. Jesús partió y distribuyó los peces de la misma manera. La multitud comió hasta saciarse, y cuando hubieron terminado de comer Jesús dijo a los discípulos: «Recoged los trozos que quedan para que no se pierda nada». Cuando terminaron de recoger los restos, tenían doce canastas llenas. Alrededor de cinco mil hombres, mujeres y niños comieron en este banquete extraordinario.
152:2.10 (1702.1) Este fue el primer y único milagro de la naturaleza que fue planificado conscientemente por Jesús. Es verdad que sus discípulos eran propensos a llamar milagros a muchas cosas que no lo eran, pero esta fue una auténtica ministración sobrenatural. Se nos ha enseñado que en este caso Miguel multiplicó los elementos alimenticios como lo hace siempre, excepto que eliminó el factor tiempo y el cauce visible de la vida.
152:3.1 (1702.2) Este fue otro de los casos en los que la piedad humana se sumó al poder creativo, y así se provocó el acontecimiento de alimentar a cinco mil personas mediante energía sobrenatural. Una vez saciada la multitud, y con el consiguiente aumento de la fama de Jesús por el portento, el proyecto de hacerse con el Maestro y proclamarlo rey ya no necesitaba cabecilla. La idea pareció propagarse contagiosamente entre el gentío. La reacción de la multitud ante esta satisfacción repentina y espectacular de sus necesidades físicas fue profunda y arrolladora. A los judíos se les había enseñado durante mucho tiempo que cuando viniera el Mesías, el hijo de David, haría manar de nuevo leche y la miel de la tierra, y que les sería otorgado el pan de vida igual que se suponía que había caído el maná del cielo sobre sus antepasados en el desierto. ¿Y no acababan de cumplirse todas estas expectativas ante sus propios ojos? Cuando aquella multitud hambrienta y desnutrida se hartó del todo con el alimento milagroso, no hubo más que una reacción unánime: «He aquí a nuestro rey». Había llegado el libertador de Israel hacedor de prodigios. A los ojos de esa gente sencilla el poder de alimentar llevaba consigo el derecho a gobernar, por eso no es de extrañar que la multitud saciada se levantara como un solo hombre, gritando: «¡Sea rey!».
152:3.2 (1702.3) Este potente griterío entusiasmó a Pedro y a aquellos de los apóstoles que aún conservaban la esperanza de que Jesús hiciera valer su derecho a gobernar. Pero estas falsas esperanzas duraron poco. Apenas dejó de resonar el potente griterío de la multitud en las rocas cercanas, Jesús subió a una gran piedra, pidió atención levantando la mano derecha y les dijo: «Hijos, vuestras intenciones son buenas, pero vuestra vista es corta y vuestros intereses son materiales». Hubo una breve pausa; el fornido galileo erguido majestuosamente contra el resplandor difuso del hermoso crepúsculo oriental parecía un rey de la cabeza a los pies. La multitud contenía la respiración mientras proseguía: «Queréis hacerme rey, no porque vuestras almas se hayan iluminado con una gran verdad, sino porque vuestros estómagos se han llenado de pan. ¿Cuántas veces os he dicho que mi reino no es de este mundo? El reino de los cielos que nosotros proclamamos es una hermandad espiritual, y nadie lo gobierna sentado en un trono material. Mi Padre del cielo es el Soberano infinitamente sabio y poderoso de esta hermandad espiritual de los hijos de Dios en la tierra. ¡¿Tan mal os he revelado al Padre de los espíritus que queréis hacer rey a su Hijo en la carne?! Volved ahora todos a vuestras casas. Si habéis de tener rey, que el Padre de las luces sea entronizado en el corazón de cada uno de vosotros como Soberano en espíritu de todas las cosas».
152:3.3 (1702.4) La multitud se marchó atónita y descorazonada ante estas palabras de Jesús. Muchos de los que habían creído en él se echaron atrás y dejaron de seguirlo desde ese día. Los apóstoles estaban sin habla; se quedaron mudos alrededor de las doce canastas con los restos de la comida; solo Marcos, el muchacho asistente, dijo: «No ha querido ser nuestro rey». Jesús, antes de marcharse a las colinas para estar solo, se volvió hacia Andrés y le dijo: «Lleva a tus hermanos de vuelta a la casa de Zebedeo y reza con ellos, sobre todo por tu hermano Simón Pedro».
152:4.1 (1703.1) Los apóstoles subieron a la barca y empezaron a remar en silencio hacia la orilla occidental del lago para volver a Betsaida sin su Maestro que los había dejado solos. Ninguno de los doce estaba tan destrozado y abatido como Simón Pedro. Apenas pronunciaron palabra; todos pensaban en el Maestro, él solo en las colinas. ¿Los había abandonado? Nunca los había despachado a todos y se había negado a ir con ellos. ¿Qué significaba todo esto?
152:4.2 (1703.2) Soplaba un fuerte viento en contra que les impedía avanzar, y la oscuridad cayó sobre ellos. Con el paso de las horas de oscuridad y duro remar, Pedro se agotó y cayó en un profundo sueño. Andrés y Santiago lo tumbaron a descansar en el asiento acolchado de la popa de la embarcación. Mientras los demás apóstoles luchaban contra el viento y las olas, Pedro tuvo un sueño; tuvo una visión de Jesús que venía hacia ellos caminando sobre el mar. Cuando el Maestro pareció pasar cerca de la embarcación, Pedro gritó: «Sálvanos, Maestro, sálvanos». Y los que estaban cerca de la popa le oyeron decir algunas de estas palabras. Esta aparición nocturna prosiguió en la mente de Pedro, y soñó que Jesús decía: «Tened ánimo; soy yo; no temáis». Esto fue como bálsamo de Galaad para el alma atribulada de Pedro y tranquilizó su espíritu inquieto, de modo que (en su sueño) gritó al Maestro: «Señor, si eres realmente tú, mándame que camine contigo sobre las aguas». Cuando Pedro empezó a caminar sobre el agua, las olas embravecidas lo asustaron, y a punto de hundirse, gritó: «Señor, ¡sálvame!». Muchos de los doce le oyeron gritar así. Entonces Pedro soñó que Jesús venía a rescatarlo, le tendía la mano y lo sostenía diciendo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».
152:4.3 (1703.3) Impulsado por la última parte de su sueño, Pedro se levantó del asiento donde dormía y saltó realmente al agua. Se despertó de su sueño en el momento en que Andrés, Santiago y Juan se inclinaban por la borda y lo sacaban del mar.
152:4.4 (1703.4) Para Pedro esta experiencia fue siempre real. Creía sinceramente que Jesús había ido hacia ellos aquella noche. Solo pudo convencer en parte a Juan Marcos, y eso explica por qué Marcos omitió en su narración una parte de la historia. Por su parte Lucas, el médico, después de investigar cuidadosamente sobre el asunto, concluyó que había sido una visión de Pedro y no incluyó el episodio en el relato que estaba preparando.
152:5.1 (1703.5) El jueves antes del amanecer fondearon la embarcación junto a la costa cerca de la casa de Zebedeo e intentaron dormir hasta alrededor del mediodía. Andrés, el primero en levantarse, fue a dar un paseo por la orilla y se encontró con Jesús sentado en una piedra al borde del agua en compañía de Marcos, el chico asistente. Mientras muchos seguidores y jóvenes evangelistas buscaban a Jesús durante toda la noche y gran parte del día siguiente en las colinas orientales, él y Marcos habían salido a pie poco después de medianoche para volver a Betsaida rodeando el lago y cruzando el río.
152:5.2 (1704.1) De las cinco mil personas que habían sido alimentadas milagrosamente y que, con el estómago lleno y el corazón vacío, habían querido proclamarlo rey, solo quedaban ya unas quinientas decididas a seguirlo. Pero antes de que se enteraran de que había vuelto a Betsaida, Jesús pidió a Andrés que congregara a los doce apóstoles y a sus compañeros, tanto hombres como mujeres, diciendo: «Deseo hablar con ellos». Y cuando todos estuvieron atentos Jesús les dijo:
152:5.3 (1704.2) «¿Cuánta paciencia habré de tener con vosotros? ¿Sois todos lentos de comprensión espiritual y faltos de fe viva? Todos estos meses os he enseñado las verdades del reino, y sin embargo seguís dominados por móviles materiales en vez de consideraciones espirituales. ¿No habéis leído en las Escrituras que Moisés exhortaba a los hijos incrédulos de Israel diciendo: ‘No temáis, quedaos quietos y ved la salvación del Señor’? Dijo el salmista: ‘Poned vuestra confianza en el Señor’. ‘Sed pacientes, esperad en el Señor y tened buen ánimo. Él alentará vuestro corazón.’ ‘Echad vuestra carga sobre el Señor, y él os sostendrá. Confiad en él en todo momento y abridle vuestro corazón, pues Dios es vuestro refugio.’ ‘El que mora en el lugar secreto del Altísimo, vivirá bajo la sombra del Todopoderoso.’ ‘Es mejor confiar en el Señor que poner la confianza en los príncipes humanos.’
152:5.4 (1704.3) «¿Comprendéis ahora todos que hacer milagros y prodigios materiales no gana almas para el reino espiritual? Hemos alimentado a la multitud, pero eso no les ha dado hambre del pan de vida ni sed de las aguas de la rectitud espiritual. Una vez satisfecha su hambre no buscaron entrar en el reino de los cielos sino que intentaron proclamar rey al Hijo del Hombre a la manera de los reyes de este mundo, solo para poder seguir comiendo pan sin tener que trabajar para ganarlo. Y todo esto, en lo que muchos de vosotros participasteis en mayor o menor grado, no contribuye en nada a revelar al Padre celestial ni a hacer avanzar su reino en la tierra. ¿No tenemos ya bastantes enemigos entre los líderes religiosos del país como para enemistarnos además con los dirigentes civiles? Ruego al Padre que unja vuestros ojos para que podáis ver y abra vuestros oídos para que podáis oír, a fin de que tengáis una fe plena en el evangelio que os he enseñado.»
152:5.5 (1704.4) Jesús anunció entonces que deseaba retirarse unos días a descansar con sus apóstoles antes de prepararse a ir a Jerusalén para la Pascua. Prohibió a todos los discípulos y a la multitud que lo siguieran y se embarcó con los doce hacia la región de Genesaret para descansar y dormir durante dos o tres días. Jesús se estaba preparando para una gran crisis de su vida en la tierra, por eso pasó mucho tiempo en comunión con el Padre del cielo.
152:5.6 (1704.5) La noticia de la comida a los cinco mil y del intento de hacer rey a Jesús despertó una curiosidad generalizada y reavivó los temores tanto de los líderes religiosos como de los dirigentes civiles de toda Galilea y Judea. Aunque este gran milagro no hizo nada por fomentar el evangelio del reino en el alma de los creyentes tibios y propensos al materialismo, sí sirvió para poner en entredicho la proclividad de la familia directa de apóstoles de Jesús y de sus discípulos más cercanos a buscar milagros y a desear un rey. Este espectacular episodio puso fin a la primera era de enseñanza, formación y curaciones, y preparó así el camino para la inauguración del último año dedicado a proclamar los aspectos más altos y más espirituales del nuevo evangelio del reino: la filiación divina, la libertad espiritual y la salvación eterna.
152:6.1 (1705.1) Mientras descansaba en casa de un creyente rico de la región de Genesaret, Jesús tuvo conversaciones informales con los doce todas las tardes. Los embajadores del reino formaban un grupo serio, sobrio y escarmentado de hombres desilusionados. Pero incluso después de todo lo ocurrido, y tal como quedó demostrado en los acontecimientos posteriores, estos doce hombres no se habían liberado aún del todo de sus nociones heredadas y largo tiempo acariciadas sobre la venida del Mesías judío. Los acontecimientos de las semanas anteriores se habían desarrollado demasiado rápido como para que estos asombrados pescadores pudieran captar su plena relevancia. Se necesita tiempo para que los hombres y las mujeres hagan cambios radicales y amplios en sus conceptos básicos y fundamentales sobre la conducta social, las actitudes filosóficas y las convicciones religiosas.
152:6.2 (1705.2) Mientras Jesús y los doce descansaban en Genesaret las multitudes se dispersaron; unos volvieron a sus casas y otros siguieron su camino hacia Jerusalén para la Pascua. En menos de un mes, los que se habían declarado seguidores entusiastas de Jesús, que ascendían a más de cincuenta mil solo en Galilea, se redujeron a menos de quinientos. Jesús quería que sus apóstoles experimentaran personalmente la versatilidad de la aclamación popular para que no confiaran en ese tipo de manifestaciones de histeria religiosa transitoria cuando él los dejara solos en el trabajo del reino, pero solo lo consiguió en parte.
152:6.3 (1705.3) La segunda noche de su estancia en Genesaret el Maestro volvió a contar a los apóstoles la parábola del sembrador y añadió estas palabras: «Ya veis, hijos míos, que el resultado de apelar a los sentimientos humanos es transitorio y totalmente decepcionante; apelar exclusivamente al intelecto del hombre es igual de estéril y vacío; solo apelando al espíritu que vive dentro de la mente humana podéis aspirar a un éxito duradero y a realizar las maravillosas transformaciones del carácter humano que se manifiestan enseguida en la producción abundante de los auténticos frutos del espíritu en la vida diaria de todos los que se liberan así de las tinieblas de la duda mediante el nacimiento del espíritu a la luz de la fe, al reino de los cielos».
152:6.4 (1705.4) Jesús enseñó a apelar a las emociones como procedimiento para captar y concentrar la atención intelectual. A la mente avivada y estimulada de este modo la denominó la puerta de entrada al alma. Ahí es donde reside la naturaleza espiritual del hombre que debe reconocer la verdad y responder a la llamada espiritual del evangelio para producir los resultados permanentes de las verdaderas transformaciones del carácter.
152:6.5 (1705.5) Jesús se esforzó así por preparar a los apóstoles para una conmoción inminente: la crisis de la actitud pública hacia él que había de producirse pocos días después. Explicó a los doce que los dirigentes religiosos de Jerusalén conspirarían con Herodes Antipas para destruirlos. Los doce empezaron a comprender mejor (aunque no definitivamente) que Jesús no se sentaría en el trono de David. Vieron con más claridad que la verdad espiritual no avanzaría mediante prodigios materiales. Empezaron a darse cuenta de que la comida a los cinco mil y el movimiento popular para hacer rey a Jesús fueron la cúspide de las expectativas del pueblo por milagros y prodigios, y el punto culminante de la aclamación de Jesús por el pueblo. Percibían y anticipaban vagamente los tiempos de criba espiritual y cruel adversidad que se aproximaban. Estos doce hombres iban despertando lentamente a la comprensión de la naturaleza real de su tarea como embajadores del reino y empezaban a prepararse para las duras y rigurosas pruebas del último año de la misión del Maestro en la tierra.
152:6.6 (1706.1) Al final de la estancia en Genesaret Jesús los instruyó sobre la comida milagrosa a los cinco mil. Les explicó exactamente por qué había realizado esa extraordinaria manifestación de poder creativo y les reiteró que antes de ceder a su compasión por la multitud se había asegurado de que era «conforme a la voluntad del Padre».
152:7.1 (1706.2) El domingo 3 de abril, Jesús, acompañado únicamente por los doce apóstoles, salió de Betsaida hacia Jerusalén. Para evitar las multitudes y atraer la menor atención posible fueron por Gerasa y Filadelfia. Les prohibió hacer ningún tipo de enseñanza pública durante el viaje y tampoco les permitió enseñar ni predicar durante la estancia en Jerusalén. Llegaron a Betania, cerca de Jerusalén, el miércoles 6 de abril al anochecer. Pasaron solo esa noche en casa de Lázaro, Marta y María, y al día siguiente se separaron. Jesús se hospedó con Juan en casa de un creyente llamado Simón, cerca de la casa de Lázaro en Betania. Judas Iscariote y Simón Zelotes se quedaron con unos amigos en Jerusalén, y los demás apóstoles se alojaron de dos en dos en distintas casas.
152:7.2 (1706.3) Jesús entró solo una vez en Jerusalén durante esta Pascua, y lo hizo el día grande de la fiesta. Abner llevó a muchos de los creyentes de Jerusalén a encontrarse con Jesús en Betania. Durante esta estancia en Jerusalén los doce se dieron cuenta de lo mucho que se estaban agriando los ánimos contra su Maestro. Todos se marcharon de Jerusalén convencidos de que la crisis era inminente.
152:7.3 (1706.4) El domingo 24 de abril Jesús y los apóstoles salieron de Jerusalén hacia Betsaida pasando por las ciudades costeras de Jope, Cesarea y Tolemaida. De allí fueron por el interior a Ramá y Corazín, y llegaron a Betsaida el viernes 29 de abril. En cuanto llegaron, Jesús envió a Andrés a pedir permiso al rector de la sinagoga para hablar al día siguiente, que era sabbat, en el oficio de la tarde. Bien sabía Jesús que esa sería la última vez que se le permitiría hablar en la sinagoga de Cafarnaúm.
El libro de Urantia
Documento 153
153:0.1 (1707.1) EL VIERNES por la noche, el día que llegaron a Betsaida, y el sabbat por la mañana los apóstoles notaron a Jesús absorto en algún problema serio; era evidente que un asunto importante acaparaba la atención del Maestro. No desayunó y apenas comió al mediodía. Los doce y sus compañeros pasaron todo el sabbat por la mañana y la noche anterior reunidos en pequeños grupos por la casa, en el jardín y a la orilla del mar. Flotaban en el aire presentimientos inquietantes, y una tensa incertidumbre pesaba sobre todos. Jesús no les había dicho casi nada desde que salieron de Jerusalén.
153:0.2 (1707.2) Hacía meses que no veían tan silencioso y preocupado al Maestro. Hasta Simón Pedro estaba deprimido, por no decir desolado. Andrés no sabía qué hacer para animar a sus compañeros. Natanael dijo que estaban «en la calma que precede a la tempestad». Tomás opinaba que algo extraordinario está a punto de ocurrir. Felipe aconsejó a David Zebedeo: «no hagas más planes para alimentar y alojar a la multitud hasta que sepamos en qué está pensando el Maestro». Mateo renovaba sus esfuerzos por reponer la tesorería. Santiago y Juan hablaban del próximo sermón en la sinagoga y hacían conjeturas sobre su alcance y su naturaleza. Simón Zelotes creía, o más bien esperaba, que «el Padre del cielo pudiera estar a punto de intervenir de alguna manera imprevista para reivindicar y apoyar a su Hijo», mientras que Judas Iscariote se atrevía a especular con la idea de que Jesús pudiera estar lamentando «no haber tenido la audacia y el valor de dejarse proclamar rey de los judíos por los cinco mil».
153:0.3 (1707.3) Así de pesimistas y deprimidos estaban los seguidores de Jesús cuando su Maestro los dejó aquella hermosa tarde de sabbat para ir a predicar su histórico sermón en la sinagoga de Cafarnaúm. El único de sus seguidores directos que lo despidió con palabras de ánimo fue uno de los inocentes gemelos Alfeo, que le dijo alegremente cuando salía de casa camino de la sinagoga: «Rezamos para que el Padre te ayude, y para que vengan a nosotros multitudes más grandes que nunca».
153:1.1 (1707.4) Una distinguida congregación de fieles recibió a Jesús a las tres en punto de esa preciosa tarde de sabbat en la sinagoga nueva de Cafarnaúm. Presidía Jairo, y entregó a Jesús las Escrituras para la lectura. El día anterior habían llegado de Jerusalén cincuenta y tres fariseos y saduceos; también estaban presentes más de treinta dirigentes y rectores de las sinagogas vecinas. Estos líderes religiosos judíos actuaban directamente bajo las órdenes del Sanedrín de Jerusalén y constituían la vanguardia ortodoxa dispuesta a declarar la guerra abierta contra Jesús y sus discípulos. Al lado de estos líderes judíos estaban sentados en los asientos de honor de la sinagoga los observadores oficiales de Herodes Antipas, enviados para averiguar la verdad sobre las inquietantes noticias de que había habido un intento por parte del pueblo de proclamar a Jesús rey de los judíos en los dominios de su hermano Felipe.
153:1.2 (1708.1) Jesús comprendía que sus enemigos, cada vez más numerosos, estaban a punto de declararle la guerra abierta y decidió audazmente tomar la ofensiva. El día que dio de comer a los cinco mil había echado por tierra sus ideas sobre el Mesías material; esa tarde optó por impugnar de nuevo su concepto del libertador judío. Esta crisis, que empezó con la comida a los cinco mil y terminó con este sermón del sabbat, puso de manifiesto el cambio de dirección de la corriente de fama y aclamación popular. En adelante el trabajo del reino estaría cada vez más dedicado a la tarea principal de ganar conversos espirituales duraderos para la hermandad verdaderamente religiosa de la humanidad. Este sermón marcó la crisis de la transición desde el periodo de debate, controversia y decisión, al de guerra abierta y aceptación final o rechazo final.
153:1.3 (1708.2) El Maestro sabía que muchos de sus seguidores se estaban preparando de forma lenta pero segura para rechazarlo definitivamente. También sabía que muchos de sus discípulos estaban pasando con la misma lentitud y seguridad por una fase de formación de la mente y disciplina del alma que los haría capaces de triunfar sobre la duda y afirmar valientemente su fe plena en el evangelio del reino. Jesús comprendía perfectamente que los hombres se preparan para tomar decisiones y hacer elecciones rápidas y valientes en momentos de crisis mediante el lento proceso de elegir una y otra vez entre el bien y el mal en situaciones recurrentes. Él preparó a sus mensajeros mediante continuas decepciones y los puso a prueba muchas veces para darles la oportunidad de elegir entre la manera buena y la mala de afrontar las dificultades espirituales. Sabía que cuando sus seguidores tuvieran que afrontar la prueba final, tomarían sus decisiones vitales en consonancia con actitudes mentales y reacciones espirituales previamente adquiridas y ya habituales en ellos.
153:1.4 (1708.3) Esta crisis en la vida terrenal de Jesús empezó con la comida a los cinco mil y terminó con este sermón en la sinagoga. La crisis en las vidas de los apóstoles empezó con este sermón en la sinagoga, duró todo un año, y solo terminó con el juicio y la crucifixión del Maestro.
153:1.5 (1708.4) Todos los que estaban sentados aquella tarde en la sinagoga esperando a que Jesús empezara a hablar tenían la misma gran incógnita y se hacían la misma pregunta suprema. Tanto sus amigos como sus enemigos daban vueltas en la cabeza a un solo pensamiento: «¿Por qué sofocó él mismo tan deliberada y rotundamente la oleada de entusiasmo popular?». Inmediatamente antes e inmediatamente después de este sermón, las dudas y decepciones de sus partidarios contrariados se convirtieron en una oposición inconsciente que acabaría transformándose en auténtico odio. Tras este sermón de la sinagoga Judas Iscariote tuvo su primera idea consciente de desertar, pero de momento consiguió mantener a raya este tipo de inclinaciones.
153:1.6 (1708.5) Todos estaban desconcertados. Jesús los había dejado atónitos y confundidos. Acababa de realizar la mayor demostración de poder sobrenatural de toda su carrera. Dar de comer a los cinco mil era el acontecimiento de su vida en la tierra que mejor sintonizaba con el concepto judío del Mesías esperado, pero había desperdiciado esa ventaja extraordinaria con su inmediata y rotunda negativa a ser proclamado rey.
153:1.7 (1709.1) El viernes por la noche y durante toda la mañana del sabbat los líderes de Jerusalén habían intentado por todos los medios conseguir que Jairo impidiera hablar a Jesús en la sinagoga, pero fue en vano. La única respuesta de Jairo ante tanta insistencia fue: «He concedido esta petición, y no faltaré a mi palabra».
153:2.1 (1709.2) Jesús abrió su sermón leyendo de la ley este pasaje del Deuteronomio: «Pero acontecerá, si este pueblo no escucha la voz de Dios, que vendrán sobre ellos con seguridad las maldiciones de la transgresión. El Señor hará que os golpeen vuestros enemigos; seréis llevados a todos los reinos de la tierra. Y el Señor os pondrá, a vosotros y al rey que hayáis puesto sobre vosotros, en manos de una nación extranjera. Os convertiréis en asombro, proverbio y burla de todas las naciones. Vuestros hijos y vuestras hijas irán al cautiverio. Los extranjeros que estén entre vosotros se elevarán en autoridad y vosotros descenderéis muy bajo. Y estas cosas caerán sobre vosotros y vuestra simiente para siempre, porque no habéis querido escuchar la palabra del Señor. Por lo tanto, serviréis a vuestros enemigos que vendrán contra vosotros. Tendréis hambre y sed, y llevaréis este yugo extranjero de hierro. El Señor levantará contra vosotros a una nación venida de lejos, desde el extremo de la tierra, una nación cuya lengua no entenderéis, una nación de rostro fiero, una nación que no tendrá consideración con vosotros. Y os pondrán cerco en todas vuestras ciudades hasta que caigan los muros altos y fortificados en los que habéis confiado; y todo el país caerá en sus manos. Entonces llegaréis a comeros el fruto de vuestro vientre, la carne de vuestros hijos y vuestras hijas, en el asedio y en la angustia con que os oprimirán vuestros enemigos».
153:2.2 (1709.3) Cuando hubo terminado esta lectura, Jesús pasó a los Profetas y leyó de Jeremías: «’Si no queréis escuchar las palabras de mis servidores, los profetas que os he enviado, pondré esta casa como Siloh, y pondré esta ciudad por maldición para todas las naciones de la tierra’. Los sacerdotes y los instructores oyeron a Jeremías decir estas palabras en la casa del Señor. Y sucedió que, cuando Jeremías terminó de decir todo lo que el Señor le había mandado que dijera a todo el pueblo, los sacerdotes e instructores lo apresaron, diciendo: ‘De cierto morirás’. Y todo el pueblo se juntó contra Jeremías en la casa del Señor. Cuando los príncipes de Judá oyeron estas cosas, se sentaron a juzgar a Jeremías. Entonces los sacerdotes y los instructores hablaron a los príncipes y a todo el pueblo diciendo: ‘En pena de muerte ha incurrido este hombre, pues ha profetizado contra nuestra ciudad, y vosotros lo habéis oído con vuestros propios oídos’. Entonces Jeremías habló a todos los príncipes y a todo el pueblo diciendo: ‘El Señor me envió a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad todas las palabras que habéis oído. Y ahora, enmendad vuestros caminos y vuestras obras, y obedeced a la voz del Señor vuestro Dios para que podáis libraros del mal que ha sido pronunciado contra vosotros. En cuanto a mí, heme aquí en vuestras manos. Haced conmigo como mejor y más recto sea a vuestros ojos. Pero sabed de cierto que si me matáis, echaréis sobre vosotros y sobre este pueblo sangre inocente, porque en verdad me ha enviado el Señor para hablar todas estas palabras en vuestros oídos’.
153:2.3 (1710.1) «Los sacerdotes y los maestros de aquel tiempo intentaron matar a Jeremías, pero los jueces no lo consintieron. Entonces, en castigo por sus palabras de advertencia, lo bajaron con cuerdas a una mazmorra inmunda hasta que se hundió en el lodo hasta las axilas. Así trató este pueblo al profeta Jeremías por obedecer al mandato del Señor de advertir a sus hermanos sobre su inminente caída política; y yo hoy os pregunto: ¿Qué harán los jefes de los sacerdotes y los dirigentes religiosos de este pueblo con el hombre que se atreve a advertirles del día de su perdición espiritual? ¿Intentaréis también dar muerte al maestro que se atreve a proclamar la palabra del Señor y no teme deciros que os negáis a andar por el camino de la luz que lleva a la entrada del reino de los cielos?
153:2.4 (1710.2) «¿Qué buscáis como prueba de mi misión en la tierra? Os hemos dejado tranquilos en vuestras posiciones de influencia y de poder mientras nosotros predicábamos la buena nueva a los pobres y a los marginados. No hemos lanzado ningún ataque contra lo que vosotros veneráis, sino que hemos proclamando una libertad nueva para el alma del hombre dominada por el miedo. Yo he venido al mundo para revelar a mi Padre y establecer en la tierra la hermandad espiritual de los hijos de Dios, el reino de los cielos. Y a pesar de que os he recordado tantas veces que mi reino no es de este mundo, mi Padre ha querido concederos muchas manifestaciones de prodigios materiales, además de transformaciones y regeneraciones espirituales más evidentes.
153:2.5 (1710.3) «¿Qué nuevo signo esperáis de mí? Declaro que ya tenéis pruebas suficientes para poder tomar vuestra decisión. En verdad, en verdad os digo a muchos de los que os sentáis hoy ante mí que os enfrentáis a la necesidad de elegir el camino que seguiréis. Igual que Josué dijo a vuestros antepasados: ‘elegid en este día a quién serviréis’, yo os lo digo hoy a vosotros, porque muchos estáis en el cruce de los caminos.
153:2.6 (1710.4) «Cuando oísteis que di de comer a la multitud en la otra orilla del lago, algunos de vosotros alquilasteis la flota pesquera de Tiberiades —que la semana anterior se había refugiado allí cerca durante una tormenta— y fuisteis a buscarme. ¿Para qué? No por la verdad y la rectitud, ni para aprender a servir y atender mejor a vuestros semejantes. ¡No!, me buscabais para comer más pan sin habéroslo ganado; no para llenar vuestras almas con la palabra de vida, sino solo para llenaros la barriga con el pan de la facilidad. Se os ha dicho desde hace mucho tiempo que el Mesías, cuando venga, obrará prodigios que harán la vida fácil y agradable a todo el pueblo elegido, por eso no es de extrañar que aspiréis a recibir panes y peces. Pero yo os declaro que no es esa la misión del Hijo del Hombre. He venido a proclamar la libertad espiritual, a enseñar la verdad eterna y a fomentar la fe viva.
153:2.7 (1710.5) «Hermanos, no ansiéis la comida que perece, buscad más bien el alimento espiritual que nutre hasta la vida eterna. Es el pan de vida que el Hijo da a todos los que quieran tomarlo y comerlo, pues el Padre ha dado esta vida al Hijo sin medida. Y cuando me preguntabais: ‘¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?’ os lo he dicho claramente: ‘La obra de Dios es que creáis en aquel a quien él ha enviado’.»
153:2.8 (1710.6) Entonces Jesús señaló hacia la imagen de una vasija de maná adornada con racimos de uva que decoraba el dintel de esta nueva sinagoga y dijo: «Habéis creído que vuestros antepasados comieron el maná —el pan del cielo— en el desierto, pero yo os digo que aquello era pan de la tierra. Moisés no dio a vuestros padres pan del cielo, pero mi Padre está dispuesto ahora a daros el verdadero pan de vida. El pan del cielo es el que desciende de Dios y da la vida eterna a los hombres del mundo. Y cuando me digáis: Danos de ese pan vivo, yo contestaré: Yo soy ese pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Me habéis visto, habéis vivido conmigo y habéis contemplado mis obras, y sin embargo no creéis que yo venga del Padre. Pero los que sí creen no tienen nada que temer. Todos los que son conducidos por el Padre vendrán a mí, y el que venga a mí nunca será rechazado.
153:2.9 (1711.1) «Y ahora os declaro de una vez por todas que he bajado a la tierra no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió. Y es la voluntad final de Aquel que me envió que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado. Esta es la voluntad del Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga la vida eterna. Ayer mismo os alimenté con pan para vuestros cuerpos; hoy os ofrezco el pan de vida para vuestras almas hambrientas. ¿Tomaréis ahora el pan del espíritu como comisteis entonces de tan buena gana el pan de este mundo?»
153:2.10 (1711.2) Jesús hizo una pausa para mirar a los fieles, y entonces uno de los instructores de Jerusalén (miembro del Sanedrín) se levantó y preguntó: «¿Debo entender de tus palabras que eres el pan que baja del cielo, y que el maná que Moisés dio a nuestros padres en el desierto no lo era?». Jesús respondió al fariseo: «Has entendido bien». Entonces dijo el fariseo: «Pero, ¿no eres Jesús de Nazaret, el hijo de José el carpintero? ¿No son tu padre y tu madre, igual que tus hermanos y tus hermanas, bien conocidos por muchos de nosotros? ¿Cómo es que ahora te presentas aquí en la casa de Dios y afirmas que has bajado del cielo?».
153:2.11 (1711.3) Para entonces había un murmullo creciente en la sinagoga, y amenazaba con formarse tal tumulto que Jesús se puso de pie y dijo: «Seamos pacientes; la verdad no tiene nada que temer de un examen honrado. Soy todo lo que dices y más. El Padre y yo somos uno; el Hijo hace solo lo que el Padre le enseña, y todos los que son dados al Hijo por el Padre, el Hijo los recibirá para sí. Habéis leído lo que está escrito en los Profetas: ‘Todos seréis enseñados por Dios’, y ‘Aquellos a quienes el Padre enseña escucharán también a su Hijo’. Todo el que se entrega a la enseñanza del espíritu del Padre que mora en su interior acabará por venir a mí. Ningún hombre ha visto al Padre, pero el espíritu del Padre sí vive dentro del hombre. El Hijo que ha bajado del cielo ha visto ciertamente al Padre, y los que creen verdaderamente en este Hijo ya tienen la vida eterna.
153:2.12 (1711.4) «Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron maná en el desierto y murieron. Pero este pan que baja de Dios, si un hombre lo come, no morirá nunca en espíritu. Os repito que yo soy ese pan vivo, y toda alma que logra hacer realidad esta naturaleza unida de Dios y hombre vivirá para siempre. El pan de vida que doy a todos los que quieran recibirlo es mi propia naturaleza viva y combinada. El Padre está en el Hijo, y el Hijo es uno con el Padre. Esa es mi revelación que da la vida al mundo y mi regalo de salvación para todas las naciones.»
153:2.13 (1711.5) Cuando Jesús terminó de hablar, el rector de la sinagoga despidió a los fieles pero no se marcharon. Se agolparon alrededor de Jesús para hacerle más preguntas mientras otros murmuraban y discutían entre ellos. Esta situación duró más de tres horas, hasta que por fin se dispersó el auditorio bien entradas las siete de la tarde.
153:3.1 (1712.1) Muchas fueron las preguntas que le hicieron a Jesús después de su sermón. Algunas se las hicieron sus desconcertados discípulos, pero los que más preguntaron fueron sus críticos descreídos que solo buscaban poner a Jesús en apuros y tenderle trampas.
153:3.2 (1712.2) Uno de los fariseos visitantes se subió al pedestal de una lámpara y le gritó: «Nos dices que eres el pan de vida. ¿Cómo puedes darnos a comer tu carne o a beber tu sangre? ¿De qué vale tu enseñanza si no se puede realizar?». Jesús contestó a esta pregunta diciendo: «Yo no os he enseñado que mi carne sea el pan de vida ni mi sangre el agua de vida. Lo que sí he dicho es que mi vida en la carne es un otorgamiento del pan del cielo. El hecho de la Palabra de Dios otorgada en la carne y el fenómeno del Hijo del Hombre sometido a la voluntad de Dios constituyen una realidad de la experiencia que equivale al sustento divino. No podéis comer mi carne ni beber mi sangre, pero podéis haceros uno conmigo en espíritu, igual que yo soy uno en espíritu con el Padre. Podéis ser alimentados por la palabra eterna de Dios, que es realmente el pan de vida y se ha otorgado a semejanza de carne mortal; y vuestra alma puede ser regada por el espíritu divino, que es en verdad el agua de vida. El Padre me ha enviado al mundo para mostrar cómo desea habitar en el interior de todos los hombres y dirigirlos, y yo he vivido esta vida en la carne con el propósito de inspirar de tal modo a todos los hombres que busquen en todo momento conocer y hacer la voluntad del Padre celestial que mora dentro de ellos».
153:3.3 (1712.3) Entonces uno de los espías de Jerusalén que había estado observando a Jesús y a sus apóstoles dijo: «Hemos visto que ni tú ni tus apóstoles os laváis las manos como es debido antes de comer pan, cuando sabéis muy bien que al comer con las manos sucias y sin lavar quebrantáis la ley de los ancianos. Tampoco laváis correctamente los recipientes donde coméis y bebéis. ¿Por qué mostráis tan poco respeto a las tradiciones de los padres y las leyes de nuestros ancianos?». Al oír esto, Jesús contestó: «¿Por qué quebrantáis los mandamientos de Dios con las leyes de vuestra tradición? El mandamiento dice: ‘Honrarás a tu padre y a tu madre’ y os ordena compartir con ellos vuestros bienes si es necesario, pero vosotros habéis promulgado una ley basada en la tradición que permite a los hijos desleales decir que el dinero que podrían haber utilizado para asistir a sus padres ha sido ‘dado a Dios’. La ley de los ancianos libera así de su responsabilidad a estos hijos astutos, aunque luego utilicen todo ese dinero para su propio bienestar. ¿Por qué anuláis así el mandamiento con vuestra propia tradición? ¿Por qué anuláis así el mandamiento con vuestra propia tradición? Isaías profetizó muy bien sobre vosotros, hipócritas, cuando dijo: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Me rinden culto en vano, pues enseñan como doctrinas los preceptos de los hombres’.
153:3.4 (1712.4) «Y así, abandonáis el mandamiento para aferraros a las tradiciones de los hombres. No dudáis en rechazar la palabra de Dios mientras mantenéis vuestras propias tradiciones, y os atrevéis de otras muchas maneras a poner vuestras propias enseñanzas por encima de la ley y los profetas.»
153:3.5 (1712.5) Dicho esto, Jesús se dirigió a todos los presentes: «Escuchadme todos, no es lo que entra en la boca lo que contamina espiritualmente al hombre, sino lo que sale de la boca y del corazón». Pero ni siquiera los apóstoles lograban captar plenamente el significado de sus palabras, y Simón Pedro le pidió: «¿Podrías explicarnos el significado de estas palabras para que algunos de tus oyentes no se sientan ofendidos sin necesidad?». Entonces Jesús dijo a Pedro: «¿También tú eres duro de entendimiento? ¿No sabes que toda planta que mi Padre celestial no haya plantado será arrancada? Vuelve tu atención hacia los que quieren conocer la verdad. No puedes obligar a los hombres a amar la verdad. Muchos de estos instructores son guías ciegos, y ya sabes que si un ciego conduce a otro ciego ambos caerán en el hoyo. Escucha la verdad que te digo sobre las cosas que corrompen moralmente y contaminan espiritualmente a los hombres. Yo declaro que no es lo que entra en el cuerpo por la boca o llega a la mente por los ojos y los oídos lo que corrompe al hombre. El hombre solo se corrompe por el mal que se puede originar dentro de su corazón, y que se expresa en las palabras y en las obras de esas personas impías. ¿No sabes que es del corazón de donde proceden los malos pensamientos, los proyectos malvados de asesinato, robo y adulterio, así como la envidia, el orgullo, la ira, la venganza, las injurias y los falsos testimonios? Estas son las cosas que corrompen a los hombres, pero comer sin lavarse las manos no contamina al hombre».
153:3.6 (1713.1) Los fariseos comisionados por el Sanedrín de Jerusalén estaban ya casi convencidos de que Jesús debía ser detenido por blasfemia o por desacato abierto a la ley sagrada de los judíos, de ahí su estrategia de hacerle hablar sobre algunas de las tradiciones de los ancianos o sobre las llamadas leyes orales de la nación para darle la oportunidad de criticarlas. Por mucho que escaseara el agua, aquellos judíos esclavos de la tradición no dejaban nunca de cumplir con la ceremonia de lavarse las manos antes de cada comida. Vivían bajo la creencia de que «es mejor morir que transgredir los mandamientos de los ancianos». Los espías hicieron esta pregunta porque estaban informados de que Jesús había dicho: «La salvación no es una cuestión de manos limpias sino de corazones limpios». Pero las creencias son difíciles de eliminar cuando llegan a formar parte de la religión de una persona. Incluso muchos años más tarde, el apóstol Pedro seguía atado por el miedo a muchas de aquellas tradiciones sobre cosas puras e impuras, y al final solo consiguió liberarse cuando tuvo un sueño de una claridad extraordinaria. Para comprender mejor todo esto cabe recordar que aquellos judíos daban la misma importancia a comer sin lavarse las manos que a comerciar con una ramera, y que ambas cosas podían ser castigadas con la excomunión.
153:3.7 (1713.2) Por eso decidió el Maestro exponer y denunciar la insensatez de toda la normativa de regulaciones rabínicas que estaba representada en la ley oral —las tradiciones de los ancianos—, considerada como más sagrada y vinculante para los judíos que las propias enseñanzas de las Escrituras. Y Jesús se expresó con menos reserva porque sabía que había llegado la hora en que ya no podía hacer nada por evitar una ruptura abierta de relaciones con los dirigentes religiosos.
153:4.1 (1713.3) Durante los debates de esta reunión posterior, apareció uno de los fariseos de Jerusalén con un joven perturbado que estaba poseído por un espíritu indómito y rebelde. Al presentarle a este muchacho demente, el fariseo dijo a Jesús: «¿Qué puedes hacer por una desgracia como esta? ¿Puedes expulsar demonios?». El Maestro se conmovió de compasión al ver al joven, le indicó por señas que se acercara y tomándole de la mano dijo: «Tú sabes quién soy, sal de él; y encargo a uno de tus semejantes leales que no te permita volver». El joven recuperó en el acto la normalidad y volvió a su sano juicio. Esta fue la primera vez que Jesús expulsó realmente a un «espíritu maligno» de un ser humano. Todos los casos anteriores solo habían sido supuestas posesiones del diablo, pero este fue un caso de auténtica posesión demoníaca tal como ocurría a veces en aquella época. A partir del día de Pentecostés, el espíritu del Maestro derramado sobre toda carne haría imposible para siempre que estos pocos rebeldes celestiales se aprovecharan de ciertos tipos inestables de seres humanos.
153:4.2 (1714.1) Cuando el pueblo se maravilló, uno de los fariseos se levantó y acusó a Jesús de tener poder para hacer estas cosas porque estaba aliado con los demonios. Explicó que el lenguaje que había empleado Jesús para expulsar a ese diablo demostraba que se conocían mutuamente, y añadió que los instructores y los dirigentes religiosos de Jerusalén habían llegado a la conclusión de que Jesús hacía todos sus supuestos milagros por el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios. Dijo el fariseo: «Apartaos de este hombre porque es socio de Satanás».
153:4.3 (1714.2) A esto respondió Jesús: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Todo reino dividido contra sí mismo no puede perdurar; y toda casa dividida contra sí misma será asolada. ¿Puede una ciudad resistir un asedio si no está unida? Si Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo; ¿cómo puede entonces perdurar su reino? Pero deberíais saber que nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes si no ata primero al hombre fuerte. Y si yo expulso demonios por el poder de Belcebú, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por lo tanto, ellos serán vuestros jueces. Pero si yo expulso demonios por el espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha llegado ciertamente a vosotros. Si no estuvierais cegados por los prejuicios y engañados por el orgullo y el miedo, percibiríais fácilmente que está entre vosotros alguien que es más grande que los demonios. Me obligáis a declarar que el que no está conmigo está contra mí, y que el que no recoge conmigo desparrama. ¡Esta es una advertencia solemne a vosotros que, con los ojos abiertos y malicia premeditada, os atrevéis a atribuir a sabiendas las obras de Dios a los actos de los demonios! En verdad, en verdad os digo que todos vuestros pecados serán perdonados, incluso todas vuestras blasfemias, pero quien blasfeme deliberadamente contra Dios con intención perversa no será nunca perdonado. Puesto que esos autores pertinaces de la iniquidad no buscarán ni recibirán nunca el perdón, son culpables del pecado de rechazar eternamente el perdón divino.
153:4.4 (1714.3) «Muchos de vosotros habéis llegado hoy al cruce de los caminos; os ha llegado el momento de empezar a hacer la elección inevitable entre la voluntad del Padre y los caminos de las tinieblas elegidos por vosotros mismos. Y lo que elijáis ahora es lo que acabaréis siendo. O bien mejoráis el árbol y su fruto o de lo contrario el árbol y su fruto se corromperán. Declaro que en el reino eterno de mi Padre se conoce al árbol por sus frutos. Pero algunos de vosotros que sois como víboras y ya habéis elegido el mal ¿cómo podéis dar buenos frutos? Al fin y al cabo, la abundancia de mal que hay en vuestro corazón habla por vuestra boca.»
153:4.5 (1714.4) Entonces se levantó otro fariseo y le dijo: «Maestro, quisiéramos que nos dieras un signo predeterminado que nosotros aceptaríamos como prueba de tu autoridad y tu derecho a enseñar. ¿Estarías de acuerdo?». Jesús respondió al oír esto: «Esta generación sin fe y buscadora de signos quiere una señal, pero no se os darán más señales que las que ya tenéis y las que veréis cuando el Hijo del Hombre se marche de entre vosotros».
153:4.6 (1714.5) Cuando terminó de hablar los apóstoles lo rodearon y escoltaron fuera de la sinagoga. Recorrieron con él en silencio el camino de vuelta a la casa de Betsaida. Todos estaban atónitos y algo aterrados por el repentino cambio de táctica de enseñanza del Maestro. No estaban nada acostumbrados a actuaciones tan militantes.
153:5.1 (1715.1) Jesús había hecho añicos una y otra vez las esperanzas de sus apóstoles, había destrozado repetidamente sus más ansiadas expectativas, pero nunca habían pasado un momento de desilusión ni un periodo de tristeza semejante. Y ahora se sumaba a su abatimiento un miedo real por su seguridad. Todos estaban sorprendidos y alarmados por la deserción tan completa y repentina de las masas. Estaban también algo asustados y desconcertados por la inesperada audacia y la firme determinación que habían mostrado los fariseos venidos de Jerusalén. Pero lo que más les preocupaba era el repentino cambio de táctica de Jesús. En circunstancias normales habrían aplaudido la aparición de esta actitud más militante, pero al coincidir con tantas cosas inesperadas solo les causó más inquietud.
153:5.2 (1715.2) Y para colmo de preocupaciones, cuando llegaron a casa Jesús se negó a comer y se aisló durante horas en una de las habitaciones de arriba. Era casi medianoche cuando llegó Joab, el líder de los evangelistas, con la noticia de que alrededor de un tercio de sus compañeros habían abandonado la causa. Los discípulos leales estuvieron yendo y viniendo durante toda la noche, informando de que el cambio repentino de sentimientos hacia el Maestro era general en Cafarnaúm. Los líderes de Jerusalén se apresuraron a alimentar este sentimiento de desafección y promovieron de todas las formas posibles el movimiento de rechazo a Jesús y sus enseñanzas. Durante estas horas difíciles las doce mujeres estuvieron reunidas en casa de Pedro. Estaban muy alteradas pero ninguna desertó.
153:5.3 (1715.3) Poco después de la medianoche Jesús bajó de la habitación de arriba a reunirse con los doce y sus compañeros, unos treinta en total, y les dijo: «Soy consciente de que esta criba del reino os aflige, pero es inevitable. Por otra parte, después de toda la formación que habéis recibido, ¿teníais alguna buena razón para tropezar con mis palabras? ¿Por qué os llenáis de miedo y consternación al ver que el reino se está despojando de las multitudes tibias y los discípulos indiferentes? ¿Por qué os apenáis cuando está amaneciendo un nuevo día en el que las enseñanzas espirituales del reino de los cielos brillarán con gloria renovada? Si esta prueba os parece difícil de soportar, ¿qué haréis cuando el Hijo del Hombre regrese al Padre? ¿Cuándo y cómo os prepararéis para el momento en que yo ascienda al lugar de donde vine a este mundo?
153:5.4 (1715.4) «Amados míos, debéis recordar que es el espíritu quien vivifica; la carne y todo lo que tiene que ver con ella es de poco provecho. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. ¡Tened buen ánimo, no os he abandonado! Muchos se sentirán ofendidos por la claridad de mis palabras de estos días. Ya habéis oído que muchos de mis discípulos se han vuelto atrás, ya no caminan conmigo. Yo sabía desde el principio que esos creyentes tibios se quedarían por el camino. ¿No os elegí a vosotros doce y os distinguí como embajadores del reino? Y ahora, en un momento como este, ¿desertaréis también vosotros? Que cada uno recurra a su propia fe, pues uno de vosotros está en grave peligro.» Cuando Jesús terminó de hablar Simón Pedro dijo: «Sí, Señor, estamos tristes y desconcertados, pero nunca te abandonaremos. Tú nos has enseñado las palabras de la vida eterna. Hemos creído en ti y te hemos seguido todo este tiempo. No nos volveremos atrás porque sabemos que has sido enviado por Dios». Cuando Pedro terminó de hablar todos asintieron con la cabeza para corroborar de común acuerdo la promesa de lealtad de Pedro.
153:5.5 (1716.1) Entonces Jesús les dijo: «Id a descansar porque vamos a tener mucho que hacer; los próximos días van a ser muy activos».
El libro de Urantia
Documento 154
154:0.1 (1717.1) ESA NOCHE memorable del sábado 30 de abril, mientras Jesús consolaba y animaba a sus abatidos y desconcertados discípulos, Herodes Antipas recibía en Tiberiades a un grupo de comisionados especiales que representaban al Sanedrín de Jerusalén. Estos escribas y fariseos urgieron a Herodes a arrestar a Jesús. Intentaron convencerlo por todos los medios de que Jesús estaba incitando al pueblo a la disensión e incluso a la rebelión, pero Herodes se negó a emprender ninguna acción contra él como transgresor político. Los consejeros de Herodes le habían informado correctamente de los hechos ocurridos al otro lado del lago, cuando la gente quiso proclamar rey a Jesús y él no aceptó.
154:0.2 (1717.2) Un miembro de la familia oficial de Herodes llamado Chuza, cuya esposa pertenecía al cuerpo ministrante de mujeres, le había informado de que Jesús no se proponía entrometerse en cuestiones de gobierno terrenal y solo estaba interesado por establecer la hermandad espiritual de sus creyentes, una hermandad que él llamaba el reino de los cielos. Herodes se fiaba de la información de Chuza, de modo que se negó a interferir en las actividades de Jesús. También influyó en la actitud de Herodes su miedo supersticioso a Juan el Bautista. Herodes era uno de esos judíos apóstatas que no creía en nada pero tenía miedo a todo. Tenía mala conciencia por haber matado a Juan y no quería enredarse en esas intrigas contra Jesús. Había oído hablar de muchos enfermos curados aparentemente por Jesús, y lo consideraba como un profeta o un fanático religioso relativamente inofensivo.
154:0.3 (1717.3) Cuando los judíos lo amenazaron con informar al César de que estaba amparando a un súbdito traidor, Herodes los expulsó de su cámara de consejos. Así quedaron las cosas durante una semana, y en ese tiempo Jesús preparó a sus seguidores para una dispersión inminente.
154:1.1 (1717.4) Del 1 al 7 de mayo Jesús se reunió en privado con sus seguidores en casa de Zebedeo. A esas reuniones solo fueron admitidos los discípulos de probada confianza. En ese momento solo unos cien discípulos tenían el valor moral de hacer frente a la oposición de los fariseos y declarar abiertamente su adhesión al Maestro. Jesús se reunió con ellos por la mañana, por la tarde y por la noche. Todas las tardes acudían pequeños grupos de personas interesadas a la orilla del mar, donde alguno de los apóstoles o de los evangelistas les hablaba. Estos grupos no solían ser de más de cincuenta.
154:1.2 (1717.5) El viernes de esa semana los dirigentes de la sinagoga de Cafarnaúm, instigados por los fariseos de Jerusalén, tomaron medidas oficiales para cerrar la casa de Dios a Jesús y a todos sus seguidores. Jairo dimitió como dirigente principal y se alineó abiertamente con Jesús.
154:1.3 (1718.1) La última de las reuniones a la orilla del mar tuvo lugar la tarde del sabbat del 7 de mayo. Jesús habló a menos de ciento cincuenta personas congregadas en aquel momento. Ese sábado la estimación popular hacia Jesús y sus enseñanzas tocó fondo. A partir de entonces los sentimientos favorables fueron creciendo continuamente de forma lenta pero más segura y fiable. Se formó un nuevo grupo de seguidores mejor fundamentado en la fe espiritual y en la experiencia religiosa verdadera. Se había cerrado la etapa mixta y más o menos acomodaticia de transición entre los conceptos materialistas de los seguidores del Maestro sobre el reino y los conceptos más idealistas y espirituales que Jesús enseñaba. En adelante se proclamaría más abiertamente el evangelio del reino en su alcance más amplio y con sus vastas implicaciones espirituales.
154:2.1 (1718.2) El domingo 8 de mayo del año 29 d. C. el Sanedrín aprobó en Jerusalén un decreto que cerraba todas las sinagogas de Palestina a Jesús y a sus seguidores. Fue una usurpación de autoridad nueva y sin precedentes por parte del Sanedrín de Jerusalén. Hasta ese momento cada sinagoga había existido y funcionado como una congregación independiente de fieles sujeta al gobierno y la dirección de su propia junta rectora. Solo estaban sujetas a la autoridad del Sanedrín las sinagogas de Jerusalén. Esta acción sumaria del Sanedrín provocó la dimisión inmediata de cinco de sus miembros. Acto seguido se enviaron cien mensajeros para transmitir e imponer este decreto. En el corto espacio de dos semanas todas las sinagogas de Palestina se habían plegado a esta decisión del Sanedrín, excepto la de Hebrón. Los dirigentes de la sinagoga de Hebrón rechazaron el derecho del Sanedrín a ejercer semejante jurisdicción sobre su asamblea. Esta negativa a aceptar el decreto de Jerusalén era una defensa de la autonomía de su congregación más que una manifestación de simpatía por la causa de Jesús. La sinagoga de Hebrón fue destruida por un incendio al poco tiempo.
154:2.2 (1718.3) Ese mismo domingo por la mañana Jesús decretó una semana de vacaciones y animó a todos sus discípulos a volver con sus familias o sus amigos para dar descanso a sus almas atribuladas y decir palabras de aliento a sus seres queridos. Les dijo: «Id a vuestras casas para distraeros o pescar mientras oráis por la extensión del reino».
154:2.3 (1718.4) Jesús aprovechó esta semana de descanso para visitar a muchas familias y grupos de personas por la zona de la costa. Aparte de salir a pescar varias veces con David Zebedeo, anduvo solo la mayor parte del tiempo aunque siempre vigilado de cerca por dos o tres de los mensajeros de mayor confianza de David, que tenían órdenes precisas de su jefe de velar por la seguridad de Jesús. No hubo ningún tipo de enseñanza pública durante esta semana de descanso.
154:2.4 (1718.5) Esa misma semana Natanael y Santiago Zebedeo tuvieron un trastorno digestivo agudo y estuvieron postrados durante tres días y tres noches con fuertes dolores. La tercera noche Jesús mandó a descansar a Salomé, la madre de Santiago, mientras él atendía a sus apóstoles. Por supuesto, Jesús podría haber curado instantáneamente a los dos hombres, pero este no es el procedimiento que emplean ni el Hijo ni el Padre para tratar las dolencias y dificultades comunes de los hijos de los hombres en los mundos evolutivos del tiempo y el espacio. Durante toda su intensa vida en la carne, Jesús no recurrió ni una sola vez a ningún tipo de ministración sobrenatural para beneficiar a ningún miembro de su familia terrenal ni a ninguno de sus seguidores directos.
154:2.5 (1719.1) Afrontar las dificultades del universo y aprender a superar los obstáculos planetarios es parte de la formación experiencial necesaria para el crecimiento y el desarrollo, para la perfección progresiva, del alma en vías de evolución de las criaturas mortales. La espiritualización del alma humana requiere una experiencia íntima del proceso educativo de resolver un amplio abanico de problemas reales del universo. La naturaleza animal y los tipos inferiores de criaturas volitivas no progresan favorablemente en un entorno fácil. Las situaciones problemáticas combinadas con los estímulos al esfuerzo se asocian para desencadenar las actividades de la mente, del alma y del espíritu que contribuyen poderosamente a lograr objetivos valiosos de progresión del mortal y alcanzar niveles superiores de destino espiritual.
154:3.1 (1719.2) El 16 de mayo se convocó en Tiberiades la segunda audiencia de Herodes Antipas a las autoridades de Jerusalén. Asistieron tanto los líderes religiosos como políticos de Jerusalén. Los líderes judíos pudieron informar a Herodes de que prácticamente todas las sinagogas de Galilea y Judea estaban cerradas a las enseñanzas de Jesús. Volvieron a esforzarse por convencer a Herodes de arrestar a Jesús, pero él se negó a acceder a esta petición. En cambio, el 18 de mayo Herodes aprobó un plan que permitía a las autoridades del Sanedrín detener a Jesús y llevarlo a Jerusalén para ser juzgado por delitos religiosos, siempre y cuando el gobernador romano de Judea estuviera de acuerdo. Mientras tanto, los enemigos de Jesús no perdieron tiempo en propagar por toda Galilea el rumor de que Herodes se había vuelto hostil a Jesús y tenía la intención de exterminar a todos los que creían en sus enseñanzas.
154:3.2 (1719.3) El sábado 21 de mayo por la noche llegó a Tiberiades la noticia de que las autoridades civiles de Jerusalén no ponían ninguna objeción al acuerdo entre Herodes y los fariseos que les permitía apresar a Jesús y llevarlo a Jerusalén para ser juzgado ante el Sanedrín por desacato abierto a las leyes sagradas de la nación judía. Ese mismo día Herodes firmó justo antes de medianoche el decreto que autorizaba a los agentes del Sanedrín a detener a Jesús dentro de los dominios de Herodes y llevarlo a Jerusalén por la fuerza para ser juzgado. Herodes había recibido fuertes presiones desde muchos sectores antes de decidirse a conceder este permiso, y sabía muy bien que Jesús no podía esperar un juicio justo de sus encarnizados enemigos de Jerusalén.
154:4.1 (1719.4) Ese mismo sábado por la noche se reunió en la sinagoga de Cafarnaúm un grupo de cincuenta destacados ciudadanos para tratar sobre la importante cuestión: «¿Qué haremos con Jesús?». Hablaron y debatieron hasta pasada la medianoche, pero no pudieron encontrar ningún terreno de consenso. Aparte de unos pocos que se inclinaban a pensar que Jesús podría ser el Mesías o al menos un hombre santo, o quizás un profeta, los reunidos estaban divididos en cuatro grupos casi iguales que sostenían las siguientes opiniones sobre Jesús:
154:4.2 (1719.5) 1. Que era un fanático religioso iluso e inofensivo.
154:4.3 (1719.6) 2. Que era un agitador peligroso e intrigante, capaz de incitar a la rebelión.
154:4.4 (1720.1) 3. Que estaba aliado con los demonios, y que podía ser incluso un príncipe de los demonios.
154:4.5 (1720.2) 4. Que era un demente, un loco, un desequilibrado mental.
154:4.6 (1720.3) Se habló mucho sobre las doctrinas que Jesús predicaba y su efecto perturbador sobre la gente corriente. Sus enemigos sostenían que sus enseñanzas eran impracticables, que todo saltaría en pedazos si todo el mundo se esforzara realmente por vivir según esas ideas. Y lo mismo se ha dicho en muchas generaciones posteriores. Incluso en la época más ilustrada de estas revelaciones, muchos hombres inteligentes sostienen con la mejor intención que la civilización moderna no podría haberse construido sobre las enseñanzas de Jesús, y en parte tienen razón. Pero todos estos escépticos olvidan que se podría haber construido una civilización mucho mejor sobre sus enseñanzas, y que en algún momento se construirá. Este mundo no ha intentado nunca seriamente poner en práctica a gran escala las enseñanzas de Jesús, aunque haya habido muchos intentos a medias de seguir las doctrinas del llamado cristianismo.
154:5.1 (1720.4) El domingo 22 de mayo fue un día muy movido en la vida de Jesús. Antes del amanecer uno de los mensajeros de David llegó a toda prisa de Tiberiades con la noticia de que Herodes había autorizado, o estaba a punto de autorizar, la detención de Jesús por los agentes del Sanedrín. En cuanto David Zebedeo se enteró del inminente peligro despertó a sus mensajeros y los envió a todos los grupos locales de discípulos para convocarlos a un consejo de emergencia a las siete de esa misma mañana. Cuando la cuñada de Judá (el hermano de Jesús) oyó la alarmante noticia avisó rápidamente a todos los miembros de la familia de Jesús que vivían por la zona para que se reunieran inmediatamente en casa de Zebedeo. María, Santiago, José, Judá y Rut no tardaron en responder a la urgente llamada.
154:5.2 (1720.5) En esta reunión matutina Jesús dio sus instrucciones de despedida a los discípulos reunidos y se despidió de ellos temporalmente, pues sabía que pronto se dispersarían y serían expulsados de Cafarnaúm. Recomendó a todos que buscaran la guía de Dios y siguieran trabajando por el reino fueran las que fueran las consecuencias. Pidió a los evangelistas que hicieran su labor como creyeran conveniente hasta que llegara el momento de llamarlos. Eligió a doce evangelistas para que lo acompañaran y ordenó a los doce apóstoles que se quedaran con él pasara lo que pasara. Indicó a las doce mujeres que permanecieran en las casas de Zebedeo y Pedro hasta que mandara a buscarlas.
154:5.3 (1720.6) Jesús autorizó a David Zebedeo a mantener su organización de mensajeros en todo el país. David se despidió del Maestro diciendo: «Ve a hacer tu obra, Maestro. No te dejes atrapar por los fanáticos y no dudes nunca de que los mensajeros seguirán tus pasos. Mis hombres no perderán nunca contacto contigo; sabrás por ellos cómo va el reino en otras partes, y por ellos todos sabremos de ti. Nada que pueda ocurrirme interrumpirá este servicio porque he nombrado un primer, un segundo e incluso un tercer jefe. Yo no soy ni maestro ni predicador, pero el corazón me pide que haga esto y nada ni nadie podrá impedirlo».
154:5.4 (1720.7) Hacia las siete y media de esa mañana Jesús empezó su alocución de despedida al casi centenar de creyentes que se había aglomerado dentro de la casa para escucharlo. Fue una ocasión solemne para todos los presentes, pero Jesús parecía especialmente alegre; una vez más volvía a ser el mismo de siempre. La seriedad de las últimas semanas había desaparecido, y sus palabras de fe, valor y esperanza fueron una inspiración para todos.
154:6.1 (1721.1) Sobre las ocho de la mañana de ese domingo llegaron los cinco miembros de la familia terrenal de Jesús en respuesta al llamamiento urgente de la cuñada de Judá. De todos los miembros de su familia en la carne, solo Rut había creído siempre y de todo corazón en la divinidad de su misión en la tierra. Judá y Santiago, e incluso José, seguían conservando gran parte de su fe en Jesús, pero habían permitido que el orgullo interfiriera con su mejor criterio y sus verdaderas inclinaciones espirituales. María estaba desgarrada por igual entre el amor y el miedo, entre el amor de madre y el orgullo de la familia. Aunque acosada por las dudas, no había olvidado del todo la visita de Gabriel antes de nacer Jesús. Los fariseos habían intentado por todos los medios convencer a María de que Jesús había perdido el juicio, de que era un demente. Le insistían en que fuera con sus hijos a disuadirlo de seguir enseñando en público. Aseguraban a María que la salud de Jesús estaba a punto de quebrantarse y que si se le permitía seguir por ese camino, el deshonor y la ignominia acabarían recayendo sobre toda la familia. Y así, cuando llegó el aviso de la cuñada de Judá, los cinco salieron inmediatamente hacia la casa de Zebedeo desde la casa de María, donde se encontraban todos porque se habían reunido allí con los fariseos la víspera. La conversación con los dirigentes de Jerusalén se había prolongado hasta muy entrada la noche, y todos estaban más o menos convencidos de que Jesús estaba actuando de manera extraña y llevaba así algún tiempo. Aunque Rut no podía explicar todas sus actuaciones, insistió en que Jesús siempre se había portado bien con su familia y se opuso al plan de intentar que abandonara su obra.
154:6.2 (1721.2) De camino hacia la casa de Zebedeo fueron hablando de estas cosas y decidieron intentar persuadir a Jesús de volver a casa con ellos, porque María decía: «Sé que podría influir en mi hijo solo con que viniera a casa y me escuchara». Santiago y Judá habían oído rumores sobre los planes para arrestar a Jesús y llevarlo a Jerusalén para juzgarlo, y temían además por su propia seguridad. Mientras Jesús fue una figura popular para la gente, su familia había dejado que las cosas siguieran su curso, pero ahora que la población de Cafarnaúm y los líderes de Jerusalén se habían vuelto contra él, empezaban a sentir en lo más vivo la supuesta ignominia de su incómoda situación.
154:6.3 (1721.3) Esperaban encontrarse con Jesús, llevarlo aparte e insistir en que volviera a casa con ellos. Pensaban asegurarle que olvidarían su desatención hacia ellos —que perdonarían y olvidarían— solo con que renunciara a la insensatez de intentar predicar una nueva religión que solo traería problemas para él y deshonor para su familia. En cambio Rut no se cansaba de repetir: «Le diré a mi hermano que pienso que es un hombre de Dios y espero que esté dispuesto a morir antes que permitir que esos malvados fariseos le impidan predicar». José prometió mantener callada a Rut mientras los demás trataban de convencer a Jesús.
154:6.4 (1721.4) Cuando llegaron a casa de Zebedeo Jesús estaba en plena alocución de despedida a los discípulos. La casa estaba tan desbordada de gente que no pudieron entrar, así que se instalaron en el pórtico trasero y pasaron a Jesús de boca en boca la noticia de su llegada. Cuando Simón Pedro la recibió, interrumpió el discurso de Jesús y le dijo al oído: «Tu madre y tus hermanos están fuera, y están deseando hablar contigo». A su madre no se le había ocurrido pensar en la importancia de ese mensaje de despedida a sus seguidores, ni tampoco sabía que podía ser interrumpido en cualquier momento por la llegada de sus captores. María estaba convencida de que después de un distanciamiento tan largo y evidente, y en vista del gesto que habían tenido ella y sus hermanos de llegar hasta él, Jesús pararía de hablar e iría hacia ellos en cuanto recibiera el aviso de que lo estaban esperando.
154:6.5 (1722.1) Este fue otro de los casos en los que su familia terrenal no pudo comprender que Jesús debía ocuparse de los asuntos de su Padre. Y así, María y sus hermanos se sintieron profundamente heridos cuando Jesús hizo una pausa en su discurso para recibir el mensaje, y en vez de correr a saludarlos, oyeron su melodiosa voz que decía en tono más alto: «Decid a mi madre y a mis hermanos que no teman por mí. El Padre que me ha enviado al mundo no me abandonará, ni tampoco caerá ningún daño sobre mi familia. Pedidles que tengan buen ánimo y que pongan su confianza en el Padre del reino. Pero en realidad, ¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y extendiendo las manos hacia todos sus discípulos reunidos en la sala, dijo: «No tengo madre, no tengo hermanos. ¡He aquí mi madre y he aquí mis hermanos! Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».
154:6.6 (1722.2) Al oír estas palabras, María se desplomó en los brazos de Judá. La sacaron al jardín para reanimarla mientras Jesús concluía su mensaje de despedida. Tenía la intención de salir después a encontrarse con su madre y sus hermanos, pero entonces llegó a toda prisa un mensajero desde Tiberiades con la noticia de que los agentes del Sanedrín estaban de camino con autoridad para arrestarlo y llevarlo a Jerusalén. Andrés recibió este mensaje e interrumpió a Jesús para decírselo.
154:6.7 (1722.3) Andrés no recordaba que David había apostado unos veinticinco centinelas alrededor de la casa de Zebedeo y que nadie podía tomarlos por sorpresa, así que preguntó a Jesús qué debían hacer. El Maestro se quedó callado mientras su madre, que le había oído decir «No tengo madre», se recuperaba de la conmoción en el jardín. En ese preciso momento se levantó una mujer entre el público y exclamó: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron». Jesús interrumpió un momento su conversación con Andrés para responder a esta mujer: «Antes bienaventurado es el que oye la palabra de Dios y se atreve a obedecerla».
154:6.8 (1722.4) María y los hermanos de Jesús pensaban que Jesús no los comprendía, que ya no se interesaba por ellos, sin darse cuenta de que eran ellos los que no lograban comprenderlo. Jesús entendía perfectamente lo difícil que es para los hombres romper con su pasado. Sabía cómo arrastra a los seres humanos la elocuencia de un predicador, y cómo responde la conciencia humana a la llamada emocional igual que responde su mente a la lógica y la razón, y sabía, en cambio, que es muchísimo más difícil persuadir a los hombres de que repudien su pasado.
154:6.9 (1722.5) Es por siempre cierto que todo el que se sienta mal apreciado o incomprendido tiene en Jesús a un amigo compasivo y un consejero comprensivo. Había advertido a sus apóstoles que los enemigos de un hombre pueden ser los de su propia casa, pero no sospechaba cuánto llegaría a acercarse esta predicción a su propia experiencia. Jesús no abandonó a su familia de la tierra para hacer el trabajo de su Padre, fueron ellos quienes lo abandonaron. Cuando más adelante Santiago se unió al movimiento cristiano primitivo tras la muerte y resurrección del Maestro, sufrió enormemente por no haber sabido disfrutar de esa primera asociación con Jesús y sus discípulos.
154:6.10 (1723.1) En el transcurso de estos acontecimientos, Jesús eligió dejarse guiar por el conocimiento limitado de su mente humana. Quería vivir esa experiencia con sus compañeros como un hombre más. La idea humana de Jesús era ver a su familia antes de irse. No quiso pararse en pleno discurso para no convertir en espectáculo público su primer encuentro después de una separación tan larga. Pensaba terminar el discurso y luego ir a hablar con ellos antes de marcharse, pero las circunstancias lo impidieron.
154:6.11 (1723.2) La llegada de un grupo de mensajeros de David a la puerta trasera de la casa de Zebedeo precipitó la huida. Los apóstoles se asustaron por el revuelo que se formó, y temiendo que fueran sus perseguidores, se precipitaron por la puerta delantera hacia la embarcación preparada para la fuga. Todo esto explica por qué Jesús no pudo ver a su familia que lo esperaba en el pórtico trasero.
154:6.12 (1723.3) Pero al subir a la embarcación para huir, dijo a David Zebedeo: «Di a mi madre y a mis hermanos que les agradezco que hayan venido y que tenía la intención de verlos. Aconséjales que no vean ofensa en mí, sino que busquen más bien conocer la voluntad de Dios y la gracia y el valor necesarios para cumplir esa voluntad».
154:7.1 (1723.4) Y así fue como el 22 de mayo del año 29 d. C. Jesús, con sus doce apóstoles y los doce evangelistas, huyó de los agentes del Sanedrín que se dirigían a Betsaida con autorización de Herodes Antipas para arrestarlo y llevarlo a Jerusalén para ser juzgado por blasfemia y otras violaciones de las leyes sagradas de los judíos. Eran casi las ocho y media de aquella hermosa mañana de domingo cuando los veinticinco salieron a remo hacia la costa oriental del mar de Galilea.
154:7.2 (1723.5) Seis mensajeros de David seguían de cerca al barco del Maestro en otro más pequeño con instrucciones de no perder contacto con el grupo de Jesús y de enviar regularmente información sobre su paradero y su seguridad a la casa de Zebedeo en Betsaida, que había servido durante algún tiempo como cuartel general para la obra del reino. Pero Jesús no volvería a vivir en la casa de Zebedeo. A partir de entonces y durante el resto de su vida en la tierra, el Maestro no tuvo en verdad «dónde recostar la cabeza». No volvió a tener nada parecido a un domicilio estable.
154:7.3 (1723.6) Remaron hasta cerca de la aldea de Queresa, dejaron su barca al cuidado de unos amigos y empezaron las andanzas de este último y memorable año de la vida del Maestro en la tierra. Se quedaron algún tiempo en los dominios de Felipe, entre Queresa y Cesarea de Filipo, y desde allí se dirigieron hacia la costa de Fenicia.
154:7.4 (1723.7) La muchedumbre se quedó mirando cerca de la casa de Zebedeo hasta que las dos embarcaciones desaparecieron de su vista hacia la orilla este del lago, y ya estaban lejos cuando los agentes de Jerusalén llegaron a toda prisa y se pusieron a buscar a Jesús. Se negaron a admitir que se les había escapado, y mientras Jesús y los suyos viajaban hacia el norte por Batanea, los fariseos y sus secuaces pasaron casi una semana buscándolo en vano por los alrededores de Cafarnaúm.
154:7.5 (1724.1) La familia de Jesús volvió a su casa de Cafarnaúm donde pasaron casi una semana hablando, discutiendo y orando. Estaban confusos y consternados. No recobraron la tranquilidad hasta que Rut fue a casa de Zebedeo el jueves por la tarde, donde supo por David que su hermano-padre estaba sano y salvo de camino hacia la costa fenicia.
El libro de Urantia
Documento 155
155:0.1 (1725.1) POCO después de desembarcar cerca de Queresa aquel azaroso domingo, Jesús y los veinticuatro avanzaron un poco hacia el norte y pasaron la noche en un hermoso parque al sur de Betsaida-Julias. Conocían bien este lugar de acampada porque habían parado allí en el pasado. Antes de retirarse a dormir el Maestro reunió a sus seguidores para comentar con ellos los planes de la gira proyectada por Batanea y el norte de Galilea hasta la costa fenicia.
155:1.1 (1725.2) Jesús les dijo: «Todos deberíais recordar cómo habló el salmista sobre estos tiempos cuando dijo: ‘¿Por qué se enfurecen los paganos y los pueblos conspiran en vano? Los reyes de la tierra se establecen a sí mismos, y los dirigentes del pueblo se aconsejan entre sí, en contra del Señor y en contra de su ungido, diciendo: Rompamos los vínculos de la misericordia y desechemos las ataduras del amor’.
155:1.2 (1725.3) «Hoy veis cumplirse esto ante vuestros ojos, pero no veréis cumplirse el resto de la profecía del salmista porque tenía ideas erróneas sobre el Hijo del Hombre y su misión en la tierra. Mi reino está fundado en el amor, proclamado con misericordia y establecido mediante el servicio generoso. Mi Padre no está sentado en el cielo riéndose de los paganos con desprecio. No está descontento y lleno de ira. Es verdad la promesa de que el Hijo recibirá como herencia a los llamados paganos (que son en realidad sus hermanos ignorantes y faltos de instrucción). Yo recibiré a esos gentiles con brazos abiertos de afecto y misericordia. Se ofrecerá toda esta bondad amorosa a los llamados paganos, a pesar de la desacertada declaración de la escritura que da a entender que el Hijo triunfante ‘los quebrantará con vara de hierro y los hará añicos como vasija de alfarero’. El salmista os exhortaba a ‘servir al Señor con temor’; yo os pido que accedáis por la fe a los privilegios excelsos de la filiación divina. Él os ordena que os regocijéis temblando; yo os pido que os regocijéis en la seguridad. Él dice: ‘Besad al Hijo para que no se enoje, y perezcáis cuando se encienda su furor’, pero vosotros, que habéis vivido conmigo, sabéis muy bien que la ira y la cólera no forman parte de la instauración del reino de los cielos en el corazón de los hombres. En cambio el salmista vislumbró la verdadera luz cuando dijo al final de esta exhortación: ‘Bienaventurados son los que ponen su confianza en este Hijo’.»
155:1.3 (1725.4) Jesús siguió instruyendo así a los veinticuatro: «Los paganos tienen sus razones para estar furiosos con nosotros. Como su punto de vista es estrecho y limitado, pueden concentrar sus energías con entusiasmo. Su objetivo es cercano y más o menos visible, por eso se esfuerzan por alcanzarlo de forma valiente y eficaz. Vosotros, que habéis profesado la entrada en el reino de los cielos, os mostráis demasiado vacilantes e imprecisos a la hora de enseñar. Los paganos atacan directamente para conseguir sus objetivos; vosotros pecáis de anhelo crónico excesivo. Si deseáis entrar en el reino, ¿por qué no lo tomáis por asalto espiritual igual que los paganos toman una ciudad sitiada? No seréis dignos del reino si vuestro servicio consiste más que nada en lamentar el pasado, llorar sobre el presente y tener una esperanza vana en el futuro. ¿Por qué se enfurecen los paganos? Porque no conocen la verdad. ¿Por qué languidecéis en un anhelo fútil? Porque no obedecéis a la verdad. Cesad en vuestros anhelos inútiles y salid a hacer valientemente lo que sea necesario para el establecimiento del reino.
155:1.4 (1726.1) «En todo lo que hagáis, no os volváis parciales ni demasiado especializados. Los fariseos que buscan nuestra destrucción creen realmente que están sirviendo a Dios. La tradición los ha limitado tanto que están cegados por los prejuicios y endurecidos por el miedo. Considerad a los griegos, que tienen una ciencia sin religión, mientras que los judíos tienen una religión sin ciencia. Cuando los hombres llegan a extraviarse de este modo y aceptan una desintegración estrecha y confusa de la verdad, su única esperanza de salvación está en coordinarse con la verdad, en convertirse.
155:1.5 (1726.2) «Permitid que os declare solemnemente esta verdad eterna: si vosotros, en coordinación con la verdad, aprendéis a hacer de vuestras vidas un ejemplo hermoso y total de rectitud, vuestros semejantes os buscarán para conseguir lo que habéis adquirido de este modo. La medida en la que los buscadores de la verdad se sientan atraídos hacia vosotros será la medida de vuestra dotación de verdad, de vuestra rectitud. La medida en la que tengáis que llevar vuestro mensaje a la gente será, en cierto modo, la medida de vuestro fracaso en vivir una vida completa o recta, una vida coordinada con la verdad.»
155:1.6 (1726.3) El Maestro enseñó muchas más cosas a sus apóstoles y a los evangelistas antes de que le dieran las buenas noches y se retiraran a descansar.
155:2.1 (1726.4) El lunes 23 de mayo por la mañana Jesús envió a Pedro a Corazín con los doce evangelistas y él salió con los once hacia Cesarea de Filipo. Tomaron la ruta del Jordán hasta la calzada que va de Damasco a Cafarnaúm, y desde allí siguieron en dirección noreste hasta la unión con la calzada a Cesarea de Filipo. Llegaron el martes 24 de mayo por la tarde y se quedaron allí enseñando durante dos semanas.
155:2.2 (1726.5) Pedro y los evangelistas se quedaron en Corazín dos semanas predicando el evangelio del reino a un grupo de creyentes poco numeroso pero serio, aunque no pudieron conseguir muchos nuevos conversos. Ninguna otra ciudad de Galilea dio tan pocas almas al reino como Corazín. Siguiendo las instrucciones de Pedro, los doce evangelistas hablaron menos de curaciones —de cosas físicas— y pusieron mucho más énfasis en las verdades espirituales del reino celestial. Esas dos semanas en Corazín constituyeron un verdadero bautismo de adversidad para los doce evangelistas, pues fue el periodo más difícil e improductivo de sus carreras hasta ese momento. Al verse privados así de la satisfacción de ganar almas para el reino, cada uno de ellos tuvo la oportunidad de evaluar con toda honradez y sinceridad el estado de su propia alma y su progreso en las sendas espirituales de la nueva vida.
155:2.3 (1726.6) Como parecía que no había más gente interesada por entrar en el reino, Pedro convocó a sus compañeros el martes 7 de junio y salieron hacia Cesarea de Filipo para reunirse con Jesús y los apóstoles. Llegaron el miércoles hacia el mediodía y pasaron toda la tarde contando sus experiencias entre los incrédulos de Corazín. En estas conversaciones Jesús volvió a referirse a la parábola del sembrador y les enseñó muchas cosas sobre el significado del fracaso aparente en las empresas de la vida.
155:3.1 (1727.1) Aunque Jesús no enseñó en público durante las dos semanas que estuvieron cerca de Cesarea de Filipo, los apóstoles organizaron muchas reuniones tranquilas en la ciudad al caer la tarde. Muchos de los que ya eran creyentes acudieron al campamento a hablar con el Maestro, pero se ganaron muy pocos nuevos creyentes durante esta visita. Jesús hablaba con los apóstoles todos los días, y vieron con más claridad que estaban entrando en una nueva fase de la predicación del reino de los cielos. Empezaban a comprender que el «reino de los cielos no es comida ni bebida, sino caer en la cuenta de la alegría espiritual de aceptar la filiación divina».
155:3.2 (1727.2) La estancia en Cesarea de Filipo fue una prueba real para los once apóstoles; fueron dos semanas duras para todos. Estaban al borde de la depresión y echaban de menos el estímulo periódico de la personalidad entusiasta de Pedro. En aquellos momentos creer en Jesús y ponerse a seguirlo era una verdadera prueba y una gran aventura. Consiguieron pocas conversiones durante esas dos semanas, pero en cambio aprendieron muchas cosas muy provechosas en sus conversaciones diarias con el Maestro.
155:3.3 (1727.3) Los apóstoles aprendieron que los judíos estaban espiritualmente estancados y moribundos porque habían cristalizado la verdad en un credo; que cuando la verdad se formula como una línea divisoria de exclusivismo biempensante, en lugar de servir como poste orientador del progreso espiritual, esas enseñanzas pierden su poder creativo y dador de vida y acaban por volverse meramente preservadoras y fosilizantes.
155:3.4 (1727.4) Fueron aprendiendo de Jesús a considerar a las personalidades humanas bajo el prisma de sus posibilidades en el tiempo y en la eternidad. Aprendieron que muchas almas pueden ser conducidas mejor a amar al Dios invisible si se les enseña primero a amar a sus hermanos a quienes sí pueden ver. Y en relación con esto se atribuyó un nuevo significado a la declaración del Maestro sobre el servicio generoso a los semejantes: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».
155:3.5 (1727.5) Una de las grandes lecciones de esta estancia en Cesarea versó sobre el origen de las tradiciones religiosas y el grave peligro de atribuir un carácter sagrado a cosas no sagradas, ideas comunes o acontecimientos cotidianos. De una de las conversaciones con el Maestro aprendieron que la religión verdadera es la lealtad sincera del hombre a sus convicciones más altas y verdaderas.
155:3.6 (1727.6) Jesús advirtió a sus creyentes que, si sus anhelos religiosos eran solo materiales, acabarían por perder la fe en Dios a medida que el conocimiento creciente de la naturaleza fuera negando progresivamente el origen supuestamente sobrenatural de las cosas. En cambio, si su religión era espiritual, el progreso de la ciencia física no podría alterar nunca su fe en las realidades eternas y los valores divinos.
155:3.7 (1727.7) Aprendieron que la religión, cuando tiene una motivación enteramente espiritual, hace que toda la vida valga más la pena: la llena de propósitos elevados, la dignifica con valores transcendentales, la inspira con motivaciones magníficas y reconforta al alma humana en todo momento con una esperanza sublime y vigorizante. La verdadera religión está destinada a disminuir las tensiones de la existencia; proporciona fe y valor para la vida diaria y el servicio generoso. La fe promueve la vitalidad espiritual y la fecundidad de la rectitud.
155:3.8 (1727.8) Jesús enseñó una y otra vez a sus apóstoles que ninguna civilización puede sobrevivir mucho tiempo a la pérdida de los mejores aspectos de su religión. No se cansó nunca de advertir a los doce del gran peligro de aceptar los símbolos y las ceremonias de la religión como sustitutos de la experiencia religiosa. Dedicó sistemáticamente toda su vida en la tierra a la misión de derretir las formas congeladas de la religión hasta convertirlas en las libertades líquidas de una filiación iluminada.
155:4.1 (1728.1) El jueves 9 de junio por la mañana, después de recibir las noticias sobre el progreso del reino que les trajeron de Betsaida los mensajeros de David, este grupo de veinticinco maestros de la verdad salió de Cesarea de Filipo hacia la costa de Fenicia. Rodearon la región pantanosa pasando por Luz hasta empalmar con el camino que va de Magdala al monte Líbano, y de allí hasta el cruce con la carretera a Sidón. Llegaron a Sidón el viernes por la tarde.
155:4.2 (1728.2) Cuando pararon a almorzar a la sombra de un saliente rocoso cerca de Luz, los apóstoles tuvieron la ocasión de escuchar uno de los discursos más notables de todos sus años de asociación con Jesús. Acababan de sentarse a partir el pan cuando Simón Pedro preguntó a Jesús: «Maestro, si el Padre del cielo conoce todas las cosas, y si su espíritu es nuestro apoyo en el establecimiento del reino de los cielos en la tierra, ¿por qué huimos de las amenazas de nuestros enemigos?, ¿por qué evitamos enfrentarnos a los enemigos de la verdad?». Antes de que Jesús empezara a contestar a Pedro, Tomás irrumpió con otra pregunta: «Maestro, quisiera saber exactamente dónde está el error de nuestros enemigos de Jerusalén. ¿Cuál es la diferencia real entre su religión y la nuestra? ¿Cómo es posible que tengamos tantas divergencias cuando todos profesamos servir al mismo Dios?». A esto respondió Jesús: «No dejaré de responder a la pregunta de Pedro porque sé muy bien lo fácil que es interpretar mal mis motivos para evitar un choque abierto con los dirigentes de los judíos en este preciso momento, pero me parece que será más útil para todos vosotros contestar primero a la pregunta de Tomás. Lo haré en cuanto terminéis de almorzar».
155:5.1 (1728.3) Este memorable discurso sobre la religión, resumido y expuesto en lenguaje moderno, contenía las verdades siguientes:
155:5.2 (1728.4) Aunque las religiones del mundo tienen un origen doble —natural y revelado— en cualquier momento y en cualquier pueblo se pueden encontrar tres formas distintas de devoción religiosa. Estas tres manifestaciones de la compulsión religiosa son:
155:5.3 (1728.5) 1. La religión primitiva. La compulsión seminatural e instintiva a temer a las energías misteriosas y adorar a las fuerzas superiores; es ante todo una religión de la naturaleza física, la religión del miedo.
155:5.4 (1728.6) 2. La religión de la civilización. Los conceptos y las prácticas religiosas que avanzan a medida que las razas se van civilizando. Es la religión de la mente, la teología intelectual basada en la autoridad de la tradición religiosa establecida.
155:5.5 (1728.7) 3. La verdadera religión, la religión de la revelación. La revelación de los valores sobrenaturales, una visión interior parcial de las realidades eternas, un atisbo de la belleza y la bondad del carácter infinito del Padre del cielo. Es la religión del espíritu tal como se manifiesta en la experiencia humana.
155:5.6 (1729.1) El Maestro no quiso menospreciar la religión de los sentidos físicos y los miedos supersticiosos del hombre natural, aunque deploró el hecho de que sobrevivieran tantos aspectos de esta forma primitiva de culto en las prácticas religiosas de las razas más inteligentes de la humanidad. Jesús dejó claro que la gran diferencia entre la religión de la mente y la religión del espíritu es que la primera la mantiene la autoridad eclesiástica y en cambio la segunda está basada por completo en la experiencia humana.
155:5.7 (1729.2) El Maestro prosiguió su enseñanza aclarando estas verdades:
155:5.8 (1729.3) Hasta que las razas se vuelvan muy inteligentes y mucho más civilizadas, perdurarán muchas de las ceremonias infantiles y supersticiosas que son tan características de las prácticas religiosas evolutivas de los pueblos primitivos y atrasados. Mientras la raza humana no haya progresado hasta el nivel de un reconocimiento más alto y más general de las realidades de la experiencia espiritual, muchos hombres y mujeres seguirán teniendo preferencia personal por las religiones de autoridad que solo exigen asentimiento intelectual, en contraste con la religión del espíritu que conlleva una participación activa de la mente y el alma en la aventura de lidiar por la fe con las rigurosas realidades de la experiencia humana progresiva.
155:5.9 (1729.4) La aceptación de las religiones de autoridad tradicionales constituye la salida fácil para la compulsión del hombre de satisfacer los anhelos de su naturaleza espiritual. Las religiones de autoridad, asentadas, cristalizadas y establecidas, ofrecen un refugio ya preparado donde el alma angustiada y desorientada del hombre puede huir cuando se siente acosada por el miedo y atormentada por la incertidumbre. Estas religiones solo exigen a sus devotos, como precio por el contento y la seguridad que proporcionan, un asentimiento pasivo y puramente intelectual.
155:5.10 (1729.5) Seguirá habiendo durante mucho tiempo en la tierra individuos apocados, temerosos y vacilantes que preferirán asegurarse así el consuelo religioso, aunque al unir su suerte con las religiones de autoridad comprometan la soberanía de su personalidad, degraden la dignidad del respeto de sí mismos y renuncien por completo al derecho a participar en la más apasionante e inspiradora de todas las experiencias humanas posibles: la búsqueda personal de la verdad, la emoción incomparable de hacer frente a los peligros del descubrimiento intelectual, la determinación de explorar las realidades de la experiencia religiosa personal, la satisfacción suprema de experimentar el triunfo personal de hacer realidad la victoria de la fe espiritual sobre las dudas intelectuales. Esta victoria se gana honradamente en la aventura suprema de toda existencia humana: el hombre que busca a Dios en tanto que Dios mismo y tal como es, y lo encuentra.
155:5.11 (1729.6) La religión del espíritu significa esfuerzo, lucha, conflicto, fe, determinación, amor, lealtad y progreso. La religión de la mente —la teología de la autoridad— exige pocos o ninguno de estos esfuerzos a sus creyentes formales. La tradición es un refugio seguro y un sendero fácil para las almas temerosas y apocadas que evitan instintivamente las luchas espirituales y las incertidumbres mentales asociadas a esos viajes de fe y audaz aventura por los mares abiertos de la verdad inexplorada en busca de las lejanas orillas de las realidades espirituales, tal como pueden ser descubiertas por la mente humana progresiva y experimentadas por el alma humana en vías de evolución.
155:5.12 (1729.7) Jesús prosiguió: «Los líderes religiosos de Jerusalén han formulado un sistema establecido de creencias intelectuales, una religión de autoridad, a partir de las diversas doctrinas de sus maestros tradicionales y de los profetas de otros tiempos. Todas esas religiones llaman ante todo a la mente, y nosotros estamos ahora a punto de entrar en grave conflicto con una de ellas porque pronto empezaremos a proclamar audazmente una nueva religión. Esta religión no es una religión en el sentido que tiene la palabra hoy en día, es una religión que llama principalmente al espíritu divino de mi Padre que reside en la mente del hombre. La autoridad de esta religión provendrá de los frutos de su aceptación, y esos frutos aparecerán con toda seguridad en la experiencia personal de todos aquellos que lleguen a creer realmente en las verdades de esta comunión espiritual superior».
155:5.13 (1730.1) Entonces Jesús señaló a cada uno de los veinticuatro, los llamó por su nombre y les dijo: «Y ahora, ¿quién de vosotros preferirá seguir el camino fácil de la conformidad con una religión establecida y fosilizada como la que defienden los fariseos de Jerusalén, en vez de sufrir las dificultades y persecuciones que lleva consigo la misión de proclamar un camino mejor de salvación para los hombres, y tener al mismo tiempo la satisfacción de descubrir por vosotros mismos las bellezas de las realidades de una experiencia viva y personal en las verdades eternas y en las grandezas supremas del reino de los cielos? ¿Sois miedosos, comodones y amigos de lo fácil? ¿Os asusta poner vuestro futuro en manos del Dios de la verdad, de quien sois hijos? ¿Desconfiáis del Padre, de quien sois hijos? ¿Volveréis al camino fácil de la certidumbre y la estabilidad intelectual de una religión de autoridad tradicional o queréis prepararos para avanzar conmigo hacia el futuro incierto y problemático de proclamar las verdades nuevas de la religión del espíritu, el reino de los cielos en el corazón de los hombres?».
155:5.14 (1730.2) Los veinticuatro oyentes se pusieron en pie para responder lealmente todos a una a este emotivo llamamiento, uno de los pocos que les hizo Jesús, pero él levantó la mano para impedirlo y les dijo: «Separaos ahora, y que cada uno se quede a solas con el Padre para buscar una respuesta no emocional a mi pregunta. Cuando hayáis encontrado esa actitud sincera y verdadera en vuestra alma, dad esa respuesta libre y audaz a mi Padre y vuestro Padre, cuya vida infinita de amor es el espíritu mismo de la religión que proclamamos».
155:5.15 (1730.3) Los evangelistas y los apóstoles se separaron durante un rato. Las palabras de Jesús habían elevado su espíritu, inspirado su mente y estimulado sus emociones, pero cuando Andrés los volvió a reunir, el Maestro se limitó a decir: «Vamos a seguir nuestro viaje; pasaremos una temporada en Fenicia, y todos deberíais pedir al Padre que transforme vuestras emociones mentales y corporales en las lealtades superiores de la mente y las experiencias más satisfactorias del espíritu».
155:5.16 (1730.4) Los veinticuatro empezaron a caminar en silencio, luego empezaron a hablar entre ellos, y a las tres de la tarde ya no aguantaron más. Se pararon y Pedro se acercó a Jesús para decirle: «Maestro, nos has dicho palabras de verdad y de vida, pero nosotros quisiéramos oír más; te rogamos que nos sigas hablando de estas cosas».
155:6.1 (1730.5) Entonces se sentaron a la sombra de una ladera y Jesús siguió hablándoles sobre la religión del espíritu. En esencia les dijo:
155:6.2 (1730.6) Habéis surgido de un colectivo que se declara satisfecho con una religión de la mente, que ansía seguridad y prefiere el conformismo. Habéis elegido cambiar vuestros sentimientos de certeza autoritaria por las seguridades del espíritu de una fe aventurera y progresiva. Os habéis atrevido a protestar contra la penosa esclavitud de la religión institucional y a rechazar la autoridad de las tradiciones escritas que se consideran ahora palabra de Dios. Nuestro Padre habló en verdad a través de Moisés, Elías, Isaías, Amós y Oseas, pero no ha dejado de ofrecer al mundo palabras de verdad después de los tiempos de aquellos profetas de la antigüedad. Mi Padre no hace acepción de razas ni de generaciones, no concede la palabra de la verdad a una época y se la oculta a otra. No cometáis la locura de llamar divino a lo que es enteramente humano, y no dejéis de discernir las palabras de la verdad aunque no provengan de la supuesta inspiración de los oráculos tradicionales.
155:6.3 (1731.1) Os he llamado para que nazcáis de nuevo, para que nazcáis del espíritu. Os he llamado para que salgáis de las sombras de la autoridad y del letargo de la tradición, y entréis en la luz trascendente que os hará comprender la posibilidad de hacer por vosotros mismos el mayor descubrimiento que puede hacer el alma humana: la experiencia superna de encontrar a Dios por vosotros mismos, en vosotros mismos y para vosotros mismos, y de hacer todo esto como un hecho de vuestra propia experiencia personal. Así podréis pasar de la muerte a la vida, de la autoridad de la tradición a la experiencia de conocer a Dios; pasaréis de la oscuridad a la luz, de una fe racial heredada a una fe personal obtenida por experiencia. Con ello progresaréis desde una teología de la mente transmitida por vuestros antepasados hasta una verdadera religión del espíritu que será edificada en vuestra alma como dotación eterna.
155:6.4 (1731.2) Vuestra religión dejará de ser la mera creencia intelectual en una autoridad tradicional para convertirse en la experiencia efectiva de una fe viva capaz de captar la realidad de Dios y de todo lo relacionado con el espíritu divino del Padre. La religión de la mente os ata irremediablemente al pasado; la religión del espíritu consiste en una revelación progresiva que os invita sin cesar hacia logros más altos y más santos en los ideales espirituales y en las realidades eternas.
155:6.5 (1731.3) La religión de autoridad puede dar una sensación inmediata de seguridad estable, pero pagáis por esa satisfacción transitoria el precio de perder vuestra independencia espiritual y vuestra libertad religiosa. Mi Padre no exige de vosotros como precio para entrar en el reino de los cielos que os obliguéis a creer en cosas espiritualmente repugnantes, impías o falsas. No se exige de vosotros que ultrajéis vuestro propio sentido de la misericordia, de la justicia y de la verdad sometiéndoos a un sistema desfasado de formas y ceremonias religiosas. La religión del espíritu os deja libres en todo momento para seguir la verdad dondequiera que os lleven las directrices del espíritu. ¿Y quién puede juzgar? Quizás este espíritu tenga algo que impartir a esta generación que otras generaciones se han negado a oír.
155:6.6 (1731.4) ¡Vergüenza deberían sentir los falsos maestros religiosos que pretenden arrastrar a las almas hambrientas al oscuro y lejano pasado para abandonarlas allí! Esas desafortunadas personas están condenadas a sentir miedo ante todo nuevo descubrimiento y desconcierto ante toda nueva revelación de la verdad. El profeta que dijo: «Aquel cuya mente se queda en Dios será conservado en paz perfecta» no se limitaba a creer intelectualmente en una teología autoritaria. Ese humano conocedor de la verdad había descubierto a Dios; no solo hablaba de Dios.
155:6.7 (1731.5) Os recomiendo que perdáis la costumbre de citar siempre a los profetas de la antigüedad y alabar a los héroes de Israel, y aspiréis en cambio a convertiros en profetas vivos del Altísimo y héroes espirituales del reino venidero. Puede que realmente merezca la pena honrar a los líderes que conocieron a Dios en el pasado, pero ¿por qué tendríais que sacrificar al hacerlo la experiencia suprema de la existencia humana: encontrar a Dios por vosotros mismos y conocerlo en vuestra propia alma?
155:6.8 (1732.1) Cada raza de la humanidad tiene su propia actitud mental ante la existencia humana, por eso las religiones de la mente están siempre en consonancia con los diversos puntos de vista raciales. Las religiones de autoridad no podrán nunca llegar a unificarse. La unidad humana y la hermandad de los mortales solo se pueden conseguir por medio y a través de la superdotación de la religión del espíritu. Las mentes pueden variar de una raza a otra, pero toda la humanidad está habitada por el mismo espíritu divino y eterno. La esperanza de la hermandad humana solo puede hacerse realidad cuando y en la medida en que las distintas religiones mentales de autoridad sean impregnadas con la religión unificadora y ennoblecedora del espíritu —la religión de la experiencia espiritual personal— y eclipsadas por ella.
155:6.9 (1732.2) Las religiones de autoridad solo pueden dividir a los hombres y provocar enfrentamientos entre ellos; la religión del espíritu empujará progresivamente a los hombres a unirse y fomentará las actitudes abiertas y comprensivas. Las religiones de autoridad exigen a los hombres uniformidad de creencias, pero esto es imposible en el estado presente del mundo. La religión del espíritu solo pide unidad de experiencia —uniformidad de destino— y acepta plenamente la diversidad de creencias. La religión del espíritu no exige uniformidad de perspectivas ni de puntos de vista sino solo uniformidad de visión interior. La religión del espíritu no exige opiniones intelectuales uniformes, sino solo unidad de sentimiento espiritual. Las religiones de autoridad se cristalizan en credos sin vida; la religión del espíritu se convierte en la alegría y la libertad cada vez mayor que llevan consigo las acciones ennoblecedoras de servicio por amor y de cuidado misericordioso.
155:6.10 (1732.3) Pero guardaos de mirar con desdén a los hijos de Abraham porque les haya tocado vivir en estos malos tiempos de esterilidad tradicional. Nuestros antepasados se entregaron a la búsqueda tenaz y apasionada de Dios, y lo descubrieron como ninguna otra raza humana completa lo ha conocido nunca desde los tiempos de Adán, que sabía muchas de estas cosas, porque él mismo era un Hijo de Dios. A mi Padre no le ha pasado nunca desapercibida la larga e incansable lucha de Israel, desde los días de Moisés, por descubrir a Dios y conocerlo. Durante largas generaciones, los judíos no han dejado de esforzarse, sudar, gemir, penar y soportar los sufrimientos y pesares de un pueblo incomprendido y despreciado; y todo ello para poder acercarse un poco más al descubrimiento de la verdad sobre Dios. A pesar de todos los fracasos y titubeos de Israel, nuestros padres, desde Moisés hasta los tiempos de Amós y Oseas, revelaron progresivamente a todo el mundo una imagen cada vez más clara y verdadera del Dios eterno. Y así se preparó el camino para esta revelación aún más grande del Padre que habéis sido llamados a compartir.
155:6.11 (1732.4) No olvidéis nunca que solo hay una aventura más apasionante y satisfactoria que el intento de descubrir la voluntad del Dios vivo, y es la experiencia suprema de intentar hacer honradamente esa voluntad divina. Y tened siempre presente que la voluntad de Dios se puede hacer en cualquier ocupación terrenal. No hay profesiones santas y profesiones seculares. Todas las cosas son sagradas en la vida de los que están guiados por el espíritu, es decir, subordinados a la verdad, ennoblecidos por el amor, dominados por la misericordia y refrenados por la equidad, por la justicia. El espíritu que mi Padre y yo enviaremos al mundo no es solo el Espíritu de la Verdad, sino también el espíritu de la belleza idealista.
155:6.12 (1732.5) No sigáis buscando la palabra de Dios únicamente en las páginas de los viejos escritos dotados oficialmente de autoridad teológica. A partir de ahora los que han nacido del espíritu de Dios percibirán la palabra de Dios sin importar de dónde parezca provenir. No se debe descartar la verdad divina porque haya sido otorgada por un canal aparentemente humano. Muchos de vuestros hermanos aceptan mentalmente la teoría de Dios pero no consiguen captar espiritualmente la presencia de Dios. Por esta misma razón me habéis oído deciros tantas veces que para comprender el reino de los cielos lo mejor es adoptar la actitud espiritual de un niño sincero. No es la inmadurez mental del niño lo que os recomiendo, sino la simplicidad espiritual de un pequeño que cree con facilidad y confía plenamente. No es tan importante que conozcáis el hecho de Dios como que vayáis desarrollando la capacidad de sentir la presencia de Dios.
155:6.13 (1733.1) Una vez que empecéis a descubrir a Dios en vuestra alma, empezaréis enseguida a descubrirlo en el alma de otros hombres y a la larga en todas las criaturas y creaciones de un poderoso universo. Pero ¿podrá aparecer el Padre como un Dios de lealtades supremas e ideales divinos en el alma de unos hombres que dedican poco o ningún tiempo a la contemplación reflexiva de esas realidades eternas? Aunque la mente no es el asiento de la naturaleza espiritual, no deja de ser su puerta de entrada.
155:6.14 (1733.2) Sin embargo, no cometáis el error de intentar demostrar a otros hombres que habéis encontrado a Dios porque no podréis aportar conscientemente ninguna prueba válida. En cambio hay dos demostraciones claras y concluyentes del hecho de que conocéis a Dios:
155:6.15 (1733.3) 1. Los frutos del espíritu de Dios que se muestran en vuestra vida cotidiana.
155:6.16 (1733.4) 2. El hecho de que todo vuestro plan de vida es una prueba clara de que habéis arriesgado sin reservas todo lo que sois y tenéis en la aventura de la supervivencia después de la muerte, en la esperanza de encontrar al Dios de la eternidad cuya presencia habéis saboreado anticipadamente en el tiempo.
155:6.17 (1733.5) Pero no os equivoquéis, mi Padre responderá siempre a la más tenue llama de fe. Él toma nota de las emociones físicas y supersticiosas del hombre primitivo. Y con esas almas honradas pero temerosas, cuya fe es tan débil que no pasa de ser conformidad intelectual con una actitud de asentimiento pasivo a las religiones de autoridad, el Padre está siempre alerta para honrar e incluso fomentar todos esos débiles intentos de llegar hasta él. Pero se espera de vosotros, que habéis sido llamados a salir de la oscuridad y traídos a la luz, que creáis de todo corazón; vuestra fe dominará las actitudes conjuntas del cuerpo, la mente y el espíritu.
155:6.18 (1733.6) Sois mis apóstoles, y para vosotros la religión no debe convertirse en un refugio teológico al que podáis huir cuando temáis enfrentaros a las duras realidades del progreso espiritual y de la aventura idealista. Vuestra religión se debe convertir más bien en una experiencia real que atestigüe que Dios os ha encontrado, idealizado, ennoblecido y espiritualizado, y que os habéis embarcado en la aventura eterna de encontrar al Dios que os ha encontrado a vosotros y os ha hecho sus hijos.
155:6.19 (1733.7) Cuando Jesús terminó de hablar hizo una seña a Andrés, y apuntando hacia el oeste en dirección a Fenicia, dijo: «Sigamos nuestro camino».
El libro de Urantia
Documento 156
156:0.1 (1734.1) EL VIERNES 10 de junio por la tarde Jesús y sus compañeros llegaron a los alrededores de Sidón, donde pararon en casa de una mujer rica que había sido paciente en el hospital de Betsaida cuando Jesús estaba en la cumbre del favor popular. Los evangelistas y los apóstoles se alojaron con amigos de ella que vivían cerca y descansaron el día del sabbat en este entorno reparador. Pasaron casi dos semanas y media en Sidón y sus alrededores antes de prepararse para visitar las ciudades costeras del norte.
156:0.2 (1734.2) Este sabbat de junio fue muy tranquilo para ellos. Los evangelistas y los apóstoles se concentraron en meditar lo que les había enseñado el Maestro sobre religión en el camino a Sidón. Todos eran capaces de entender algo de lo que les había dicho, pero ninguno captaba plenamente la trascendencia de sus enseñanzas.
156:1.1 (1734.3) Cerca de la casa de Karuska donde se alojaba el Maestro, vivía una mujer siria que había oído hablar mucho de Jesús como gran sanador y maestro. Esta mujer decidió ir a verlo ese sabbat por la tarde con su hija de unos doce años que estaba aquejada de un grave trastorno nervioso caracterizado por convulsiones y otras manifestaciones angustiosas.
156:1.2 (1734.4) Jesús había encargado a sus compañeros que no dijeran a nadie que estaba en la casa de Karuska, y les explicó que quería descansar. Ellos habían obedecido las instrucciones de su Maestro, pero la criada de Karuska había informado a esta mujer siria, llamada Norana, de que Jesús se alojaba en la casa de su señora y había convencido a la preocupada madre de que fuera a él con su hija enferma para que la curara. La madre, por supuesto, creía que su hija estaba poseída por un demonio, un espíritu impuro.
156:1.3 (1734.5) Cuando Norana llegó con su hija, los gemelos Alfeo le explicaron a través de un intérprete que el Maestro estaba descansando y no se le podía molestar, a lo cual Norana respondió que ella y su hija esperarían ahí hasta que terminara su descanso. También Pedro intentó razonar con ella para que volviera a su casa. Le explicó que Jesús estaba agotado de tanto enseñar y curar, y que había venido a Fenicia en busca de descanso y tranquilidad, pero fue inútil; Norana no quiso irse. Se limitaba a responder a Pedro: «No me marcharé de aquí hasta que haya visto a tu Maestro. Sé que puede expulsar al demonio de mi niña, y no me iré hasta que el sanador haya visto a mi hija».
156:1.4 (1734.6) Entonces Tomás intentó echar a la mujer pero tampoco lo consiguió. Ella le dijo: «Tengo fe en que tu Maestro puede expulsar a este demonio que atormenta a mi niña. He oído hablar de sus poderosas obras en Galilea, y creo en él. ¿Qué os ha pasado a vosotros, sus discípulos, para que queráis echar a los que vienen buscando la ayuda de vuestro Maestro?». Tomás se retiró al oír esto.
156:1.5 (1735.1) Luego se adelantó Simón Zelotes para reprochar a Norana su actitud. Simón le dijo: «Mujer, eres una gentil que habla griego. No es justo que esperes que el Maestro tome el pan destinado a los hijos de la casa favorecida y se lo eche a los perros». Pero Norana no se dejó ofender por el ataque de Simón y se limitó a replicar: «Sí, maestro, entiendo tus palabras. No soy más que un perro a los ojos de los judíos, pero en lo que respecta a tu Maestro, soy un perro creyente. Estoy decidida a que vea a mi hija, porque estoy segura de que solo con mirarla la curará. Y ni siquiera tú, buen hombre, te atreverías a privar a los perros del privilegio de comer las migajas que puedan caer de la mesa de los hijos».
156:1.6 (1735.2) Justo en ese momento la niña sufrió una violenta convulsión delante de todos ellos, y la madre gritó: «Ya lo veis, mi niña está poseída por un espíritu maligno. Si nuestra necesidad no os conmueve, sí conmoverá a vuestro Maestro, que me han dicho que ama a todos los hombres y se atreve incluso a curar a los gentiles cuando creen. No sois dignos de ser sus discípulos. No me iré hasta que mi niña sea curada».
156:1.7 (1735.3) Jesús, que había oído toda la conversación por una ventana abierta, salió en ese momento a la gran sorpresa de todos y dijo: «Oh mujer, grande es tu fe, tan grande que no puedo negarte lo que deseas; vete en paz. Tu hija ya está curada». A partir de ese momento la niña se sintió bien. Cuando Norana y su hija se despidieron, Jesús les pidió encarecidamente que no contaran a nadie lo que había ocurrido, pero esto solo lo cumplieron los compañeros de Jesús. La madre y la niña no dejaron de proclamar la curación por toda la zona e incluso en Sidón, de modo que a los pocos días Jesús decidió cambiar de alojamiento.
156:1.8 (1735.4) Al día siguiente Jesús hizo este comentario a sus apóstoles sobre la curación de la hija de la mujer siria: «Así ha sido desde siempre. Habéis visto por vosotros mismos que los gentiles son capaces de ejercer la fe salvadora en las enseñanzas del evangelio del reino de los cielos. En verdad, en verdad os digo que los gentiles tomarán posesión del reino del Padre si los hijos de Abraham no están dispuestos a mostrar suficiente fe como para entrar en él».
156:2.1 (1735.5) Al entrar en Sidón Jesús y sus compañeros pasaron por un puente. Era el primero que muchos de ellos habían visto nunca, y mientras lo cruzaban Jesús dijo entre otras cosas: «Este mundo no es más que un puente; podéis pasar por él, pero no debéis pensar en construir sobre él una morada».
156:2.2 (1735.6) Cuando los veinticuatro empezaron su labor en Sidón, Jesús se alojó en una casa situada justo al norte de la ciudad donde vivían Justa y su madre Berenice. Jesús enseñaba todas las mañanas a los veinticuatro en casa de Justa, y por la tarde ellos salían a enseñar y predicar en Sidón hasta caer la noche.
156:2.3 (1735.7) Los apóstoles y los evangelistas se animaron mucho por la manera en que los gentiles de Sidón recibieron su mensaje; muchos se unieron al reino durante su corta estancia. Este periodo de unas seis semanas en Fenicia fue muy fructífero para ganar almas, aunque los escritores judíos que redactaron más tarde los evangelios prefirieron pasar por alto esta cálida acogida de los gentiles a las enseñanzas de Jesús en el preciso momento en que tantos de su propio pueblo se alineaban hostilmente contra él.
156:2.4 (1736.1) Estos creyentes gentiles apreciaron las enseñanzas de Jesús más plenamente que los judíos en muchos aspectos. Muchos de esos sirofenicios de habla griega no solo llegaron a saber que Jesús era como Dios, sino también que Dios era como Jesús. Esos llamados paganos alcanzaron a comprender bien las enseñanzas del Maestro sobre la uniformidad de las leyes de este mundo y de todo el universo. Captaron la enseñanza de que Dios no hace acepción de personas, razas ni naciones; de que no hay favoritismos con el Padre Universal; de que el universo es siempre perfectamente respetuoso con la ley y plenamente confiable. Esos gentiles no tuvieron miedo de Jesús; se atrevieron a aceptar su mensaje. No es que los hombres hayan sido incapaces de entender a Jesús a lo largo de los siglos, es que han tenido miedo de hacerlo.
156:2.5 (1736.2) Jesús dejó claro a los veinticuatro que no había huido de Galilea porque le faltara valor para enfrentarse a sus enemigos. Comprendieron que no estaba preparado aún para un choque abierto con la religión establecida y que no buscaba convertirse en mártir. Fue durante una de estas conversaciones en casa de Justa cuando el Maestro dijo por primera vez a sus discípulos que «aunque pasen el cielo y la tierra, mis palabras de verdad no pasarán».
156:2.6 (1736.3) El tema de la enseñanza de Jesús durante la estancia en Sidón fue la progresión espiritual. Les dijo que no podían permanecer estáticos; que tenían que avanzar en rectitud o retroceder hacia el mal y el pecado. Les recomendó que «se olvidaran de las cosas del pasado y siguieran adelante hasta abrazar las realidades más grandes del reino». Les pidió que no se contentaran con seguir siendo niños en el evangelio, sino que se esforzaran por alcanzar la plena estatura de la filiación divina en la comunión del espíritu y en la comunidad de los creyentes.
156:2.7 (1736.4) Jesús les dijo: «Mis discípulos no solo deben dejar de hacer el mal, sino aprender a hacer el bien. No solo debéis purificaros de todo pecado consciente, sino que debéis negaros a albergar sentimientos de culpa. Si confesáis vuestros pecados, están perdonados; por lo tanto debéis mantener una conciencia libre de faltas».
156:2.8 (1736.5) A Jesús le gustaba mucho el agudo sentido del humor de aquellos gentiles. Fue el sentido del humor demostrado por Norana, la mujer siria, unido a su fe grande y tenaz, lo que conmovió tanto el corazón del Maestro y atrajo su misericordia. Jesús lamentaba mucho que su pueblo —los judíos— estuvieran tan faltos de humor. Una vez comentó con Tomás: «Mi pueblo se toma a sí mismo demasiado en serio; carecen casi totalmente de aprecio por el humor. La pesada religión de los fariseos no podría haber nacido nunca en un pueblo con sentido del humor. También les falta coherencia: filtran los mosquitos y se tragan los camellos».
156:3.1 (1736.6) El martes 28 de junio el Maestro y sus compañeros salieron de Sidón y llegaron a Porfireón y Heldua por la costa. Fueron bien recibidos por los gentiles, muchos de los cuales se incorporaron al reino durante esta semana de enseñanza y predicación. Los apóstoles predicaron en Porfireón y los evangelistas enseñaron en Heldua. Mientras los veinticuatro se dedicaban a su tarea, Jesús los dejó durante tres o cuatro días para ir a la ciudad costera de Beirut donde se reunió con un sirio llamado Malac que era creyente y había estado en Betsaida el año anterior.
156:3.2 (1737.1) El miércoles 6 de julio todos volvieron a Sidón y se alojaron en casa de Justa. El domingo por la mañana salieron hacia Tiro por la costa hacia el sur pasando por Sarepta. Llegaron a Tiro el lunes 11 de julio. Los apóstoles y los evangelistas ya se estaban acostumbrando a trabajar entre los llamados gentiles, que descendían de hecho en su mayoría de las primeras tribus cananeas cuyo origen semítico era aún más antiguo. Todas esas gentes hablaban la lengua griega. El entusiasmo con que estos gentiles escuchaban el evangelio y la buena disposición a creer de muchos de ellos fue una gran sorpresa para los apóstoles y los evangelistas.
156:4.1 (1737.2) Enseñaron en Tiro del 11 al 24 de julio. Cada uno de los apóstoles se llevó consigo a uno de los evangelistas y así, de dos en dos, enseñaron y predicaron en todo Tiro y sus alrededores. La población políglota de este concurrido puerto marítimo los escuchó con agrado, y muchos fueron bautizados y entraron en la comunidad externa del reino. Jesús estableció su cuartel general en casa de un judío creyente llamado José que vivía cinco o seis kilómetros al sur de Tiro, no lejos de la tumba de Hiram, que fue rey de la ciudad-estado de Tiro en tiempos de David y Salomón.
156:4.2 (1737.3) Durante este periodo de dos semanas los apóstoles y los evangelistas entraban diariamente en Tiro pasando por el malecón de Alejandro para organizar pequeñas reuniones, y casi todos volvían por la noche al campamento de la casa de José, al sur de la ciudad. Muchos creyentes salían de la ciudad todos los días para ir a hablar con Jesús a su lugar de descanso. El Maestro habló en Tiro solo una vez, el 20 de julio por la tarde, y centró su enseñanza en el amor del Padre por toda la humanidad y en la misión del Hijo de revelar al Padre a todas las razas de los hombres. Había tal interés por el evangelio del reino entre esos gentiles que le abrieron las puertas del templo de Melcart para la ocasión. Es interesante dejar constancia de que en años posteriores se construyó una iglesia cristiana en el mismo lugar de ese antiguo templo.
156:4.3 (1737.4) Muchos de los líderes de la industria manufacturera de púrpura de Tiro, el colorante que hizo famosas a Tiro y a Sidón en el mundo entero y que tanto contribuyó a su comercio mundial y a su consiguiente enriquecimiento, creyeron en el reino. Cuando al poco tiempo empezó a disminuir la población de animales marinos de los que se extraía este colorante, esos fabricantes de tinte salieron en busca de nuevos hábitats de estos mariscos. Emigraron así hasta los confines de la tierra llevando consigo el mensaje de la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres: el evangelio del reino.
156:5.1 (1737.5) Lo primero que contó Jesús a sus seguidores en su alocución de ese miércoles por la tarde fue la historia del lirio blanco que alza su cabeza pura y nevada hacia el sol mientras sus raíces están enterradas en el lodo y el estiércol del suelo tenebroso. «Del mismo modo, aunque el hombre mortal tiene las raíces de su origen y de su ser en el suelo animal de la naturaleza humana, puede alzar mediante la fe su naturaleza espiritual hacia el sol de la verdad celestial y llegar a producir los frutos nobles del espíritu».
156:5.2 (1738.1) En este mismo sermón Jesús empleó por primera y única vez una parábola relacionada con su propio oficio: la carpintería. Al hablar de «construir bien los cimientos sobre los que hacer crecer un carácter noble lleno de cualidades espirituales», dijo: «Para producir los frutos del espíritu tenéis que nacer del espíritu. El espíritu es quien debe enseñaros y el espíritu es quien debe conduciros si queréis vivir entre vuestros semejantes una vida colmada de espíritu. Pero no cometáis el error del carpintero necio que malgasta un tiempo valioso escuadrando, midiendo y puliendo un madero carcomido y podrido por dentro, y después de haber dedicado tanto trabajo a esa viga endeble tiene que rechazarla porque no sirve para los cimientos de un edificio capaz de resistir los embates del tiempo y las tormentas. Que todo hombre se asegure de que los cimientos intelectuales y morales de su carácter tengan la solidez necesaria para sostener adecuadamente la superestructura de una naturaleza espiritual que aumenta y se ennoblece, que ha de transformar así la mente mortal y luego, en asociación con esa mente recreada, ha de conseguir la evolución del alma cuyo destino es inmortal. Vuestra naturaleza de espíritu —el alma creada conjuntamente— es un brote vivo, pero la mente y la moralidad del individuo son el suelo de donde deben brotar estas manifestaciones más altas de desarrollo humano y de destino divino. El suelo del alma en vías de evolución es humano y material, pero el destino de esta criatura combinada de mente y espíritu es espiritual y divino».
156:5.3 (1738.2) Esa misma tarde Natanael preguntó a Jesús: «Maestro, ¿por qué rezamos para que Dios no nos conduzca a la tentación cuando sabemos muy bien por tu revelación del Padre que él no hace nunca esas cosas?». Jesús respondió así a Natanael:
156:5.4 (1738.3) «No me extraña que preguntes esto, puesto que estás empezando a conocer al Padre como yo lo conozco y no tan veladamente como lo veían los primeros profetas hebreos. Sabes bien que nuestros antepasados tenían tendencia a ver a Dios en casi todo lo que ocurría. Buscaban la mano de Dios en todos los acontecimientos naturales y en todos los episodios extraordinarios de la experiencia humana. Relacionaban a Dios tanto con el bien como con el mal. Pensaban que Dios había ablandado el corazón de Moisés y endurecido el del faraón. Cuando el hombre sentía una fuerte compulsión por hacer algo, bueno o malo, acostumbraba a explicarse así esas emociones extraordinarias: ‘El Señor me ha hablado para decirme: haz esto o haz aquello, ven aquí o ve allí’. Y como los hombres se topaban tantas veces con fuertes tentaciones, nuestros antepasados se acostumbraron a creer que Dios los ponía frente a la tentación para probarlos, castigarlos o fortalecerlos. Pero tú ahora sabes más que ellos. Sabes que los hombres son llevados demasiadas veces a la tentación por el tirón de su propio egoísmo y los impulsos de su naturaleza animal. Cuando te sientas tentado de esta manera, te recomiendo que identifiques sincera y honradamente la tentación como tentación y reorientes inteligentemente, hacia canales más altos y metas más idealistas, esas energías del espíritu, la mente y el cuerpo que buscan expresarse. Así podrás transformar tus tentaciones en formas superiores de servicio humano inspirador y evitar casi por completo esos conflictos inútiles y debilitantes entre la naturaleza animal y la naturaleza espiritual.
156:5.5 (1738.4) «Pero no caigas en la locura de intentar vencer la tentación a base de obligarte, por pura fuerza de voluntad humana, a sustituir un deseo por otro que consideras superior. Si quieres triunfar verdaderamente sobre las tentaciones de la naturaleza más baja e inferior, debes llegar a una posición de ventaja espiritual en la que habrás desarrollado un verdadero amor y un interés real por las formas de conducta superiores y más idealistas que tu mente quiere adoptar en lugar de los hábitos de comportamiento inferiores y menos idealistas que reconoces como tentaciones. De este modo te liberarás mediante una transformación espiritual, en vez de sobrecargarte con intentos engañosos de reprimir los deseos propios de los mortales. Lo antiguo e inferior quedarán olvidados en el amor por lo nuevo y superior. La belleza siempre triunfa sobre la fealdad en el corazón de todos los que están iluminados por el amor a la verdad. Todo afecto espiritual nuevo y sincero lleva consigo una poderosa energía expulsora. Y te lo repito, no te dejes vencer por el mal sino vence al mal con el bien.»
156:5.6 (1739.1) Los apóstoles y los evangelistas siguieron haciendo preguntas hasta muy entrada la noche. Entre las muchas respuestas de Jesús destacaremos los pensamientos siguientes expuestos en términos modernos:
156:5.7 (1739.2) Una ambición fuerte, un juicio inteligente y una sabiduría curtida son los factores esenciales del éxito material. El liderazgo es fruto de la aptitud natural, de la discreción, del poder de la voluntad y de la determinación. El destino espiritual es fruto de la fe, el amor y la entrega a la verdad —tener hambre y sed de rectitud— y del deseo de todo corazón de encontrar a Dios y ser como él.
156:5.8 (1739.3) No os dejéis desanimar por el descubrimiento de que sois humanos. La naturaleza humana puede tender hacia el mal, pero no es pecaminosa de por sí. No os sintáis abatidos por vuestra incapacidad de olvidar por completo algunas actuaciones vuestras que ahora lamentáis. Los errores que no consigáis olvidar en el tiempo serán olvidados en la eternidad. Aligeraréis las cargas de vuestra alma si adquirís rápidamente una visión de vuestro destino a largo plazo, de la expansión de vuestra carrera en el universo.
156:5.9 (1739.4) No cometáis el error de apreciar el valor del alma por las imperfecciones de la mente o por los apetitos del cuerpo. No juzguéis al alma ni evaluéis su destino sobre la base de un solo episodio humano reprobable. Vuestro destino espiritual solo está condicionado por vuestros anhelos y propósitos espirituales.
156:5.10 (1739.5) La religión es la experiencia exclusivamente espiritual del alma inmortal en vías de evolución del hombre conocedor de Dios, pero el poder moral y la energía espiritual son fuerzas poderosas que se pueden utilizar también para abordar situaciones sociales difíciles y resolver problemas económicos complejos. Estas dotes morales y espirituales enriquecen el vivir humano y aumentan su sentido a todos los niveles.
156:5.11 (1739.6) Si os limitáis a amar solo a los que os aman estáis destinados a vivir una vida estrecha y mezquina. El amor humano puede ser sin duda recíproco, pero el amor divino busca siempre satisfacerse hacia fuera. Cuanto menos amor hay en la naturaleza de una criatura más amor necesita, y más busca el amor divino satisfacer esa necesidad. El amor no se busca nunca a sí mismo y no puede ser dirigido hacia uno mismo. El amor divino no puede ser autosuficiente, necesita otorgarse generosamente.
156:5.12 (1739.7) Los que creen en el reino deberían tener fe implícita, creer con toda el alma, en el triunfo seguro de la rectitud. Los constructores del reino no deben dudar de la verdad del evangelio de eterna salvación. Los creyentes deben ir aprendiendo progresivamente a apartarse de las prisas de la vida —a escapar del acoso de la existencia material— al tiempo que van refrescando el alma, inspirando la mente y renovando el espíritu en una comunión de adoración.
156:5.13 (1739.8) Las personas que conocen a Dios no se desalientan por las desgracias ni se dejan abatir por las decepciones. Los creyentes son inmunes a las depresiones producidas por trastornos puramente materiales; los que viven en el espíritu no se inquietan por los sucesos del mundo material. Los candidatos a la vida eterna practican un modo vigorizante y constructivo de afrontar todos los acosos y vicisitudes de la vida mortal. Para el verdadero creyente es más fácil hacer lo correcto cada día que vive.
156:5.14 (1740.1) Vivir espiritualmente promueve la verdadera autoestima. Pero la autoestima no es admiración por uno mismo. La autoestima está siempre coordinada con el amor y el servicio a los semejantes. No es posible estimarse a sí mismo más de lo que se ama al prójimo; lo uno es la medida de la capacidad para lo otro.
156:5.15 (1740.2) Con el paso del tiempo todo el que cree de verdad va aprendiendo mejor a atraer a sus semejantes hacia el amor a la verdad eterna. ¿Estáis hoy mejor capacitados que ayer para revelar la bondad a la humanidad? ¿Promovéis con más eficacia la rectitud este año que el año pasado? ¿Estáis perfeccionando vuestros métodos de conducir a las almas hambrientas hacia el reino espiritual?
156:5.16 (1740.3) ¿Tenéis ideales lo bastante elevados como para asegurar vuestra salvación eterna y al mismo tiempo ideas tan prácticas como para ser ciudadanos útiles que colaboran provechosamente con sus compañeros mortales en la tierra? En el espíritu vuestra ciudadanía está en los cielos; en la carne sois todavía ciudadanos de los reinos de la tierra. Dad a los césares las cosas que son materiales y a Dios las que son espirituales.
156:5.17 (1740.4) La medida de la capacidad espiritual del alma que evoluciona es vuestra fe en la verdad y vuestro amor a los hombres, pero la medida de la fortaleza de vuestro carácter humano es vuestra capacidad de no guardar rencor y de superar la amargura ante una pena profunda. La derrota es el verdadero espejo donde podéis examinar honradamente vuestro yo real.
156:5.18 (1740.5) A medida que vais teniendo más años y más experiencia en los asuntos del reino, ¿estáis adquiriendo más tacto en el trato con mortales conflictivos y más tolerancia en la convivencia con vuestros compañeros obstinados? El tacto es el fulcro de la palanca social y la tolerancia es el distintivo de un alma grande. Si poseéis estos dones raros que cautivan a la gente, con el paso del tiempo llegaréis a ser más expertos y eficaces en vuestros valiosos esfuerzos por evitar todos los malentendidos sociales innecesarios. Esas almas prudentes son capaces de evitar muchos de los problemas que aquejan a todos los que sufren desajustes emocionales, los que se niegan a crecer y los que no saben envejecer con dignidad.
156:5.19 (1740.6) Siempre que prediquéis la verdad y proclaméis el evangelio, huid de toda injusticia o falta de honradez. No busquéis un reconocimiento no ganado y no aspiréis a una consideración inmerecida. Aceptad sin limitaciones todo el amor que os llegue tanto de fuentes divinas como humanas, aunque no lo merezcáis, y amad a cambio sin limitaciones. Pero en todo lo relacionado con honores y alabanzas, buscad solo lo que honradamente os corresponda.
156:5.20 (1740.7) El mortal consciente de Dios está seguro de salvarse; no teme a la vida; es honrado y consecuente. Sabe soportar valientemente los sufrimientos inevitables y no se queja cuando se enfrenta a penalidades ineludibles.
156:5.21 (1740.8) El verdadero creyente no se cansa de hacer el bien cuando encuentra oposición. Las dificultades inflaman el ardor de los amantes de la verdad y los obstáculos no son más que retos a superar para los esforzados constructores del reino.
156:5.22 (1740.9) Jesús les enseñó muchas otras cosas hasta que llegó el momento de marcharse de Tiro.
156:5.23 (1740.10) El día antes de salir de Tiro para regresar a la región del mar de Galilea, Jesús reunió a sus seguidores y ordenó a los doce evangelistas que fueran por un camino distinto del que pensaba tomar él con los doce apóstoles. Después de separarse de Jesús en Tiro los evangelistas no volvieron a estar nunca más tan íntimamente asociados con él.
156:6.1 (1741.1) El domingo 24 de julio Jesús y los doce salieron hacia el mediodía de la casa de José, situada al sur de Tiro. Fueron por la costa hasta Tolemaida, donde pasaron un día y dirigieron palabras de consuelo al grupo de creyentes de esa ciudad. Pedro predicó para ellos el 25 de julio por la noche.
156:6.2 (1741.2) El martes salieron de Tolemaida hacia el este por el interior hasta cerca de Jotapata siguiendo la calzada de Tiberiades. El miércoles pararon en Jotapata donde instruyeron a los creyentes en las cosas del reino. El jueves salieron de Jotapata hacia el norte por el sendero de Nazaret al monte Líbano para ir a la aldea de Zabulón pasando por Ramá. El viernes organizaron varias reuniones en Ramá donde se quedaron a pasar el sabbat. Llegaron a Zabulón el domingo 31, tuvieron una reunión esa misma noche y siguieron viaje a la mañana siguiente.
156:6.3 (1741.3) De Zabulón llegaron hasta el cruce con la calzada de Magdala a Sidón, cerca de Giscala, y desde allí se dirigieron a Genesaret en la costa occidental del lago de Galilea, al sur de Cafarnaúm, donde se habían citado con David Zebedeo para deliberar sobre el siguiente paso en la predicación del evangelio del reino.
156:6.4 (1741.4) David no tardó en informarles de que había muchos líderes reunidos en ese momento en la orilla opuesta del lago, cerca de Queresa, de modo que esa misma noche se embarcaron hacia el otro lado. Descansaron tranquilamente en las colinas durante un día, y a la mañana siguiente se dirigieron al parque cercano donde el Maestro había alimentado a los cinco mil. Pasaron ahí tres días de descanso y se reunieron diariamente con unos cincuenta hombres y mujeres, los restos del numeroso colectivo de creyentes que hubo en su día en Cafarnaúm y sus alrededores.
156:6.5 (1741.5) Durante la estancia de Jesús en Fenicia, mientras estuvo lejos de Cafarnaúm y de Galilea, sus enemigos consideraron que todo el movimiento se había desintegrado, y llegaron a la conclusión de que Jesús había huido a toda prisa porque estaba tan asustado que probablemente no volvería a molestarlos nunca más. La oposición activa a sus enseñanzas se había calmado mucho, los creyentes empezaban a reunirse en público otra vez y se estaba produciendo una consolidación gradual pero efectiva de los supervivientes que habían demostrado su fidelidad en la gran criba por la que acababan de pasar los creyentes del evangelio.
156:6.6 (1741.6) Felipe, el hermano de Herodes, se había hecho creyente a medias en Jesús y envió recado de que el Maestro era libre de vivir y trabajar en sus dominios.
156:6.7 (1741.7) El mandato de cerrar las sinagogas de todo el mundo judío a las enseñanzas de Jesús y sus seguidores se había vuelto en contra de los escribas y fariseos. En cuanto Jesús se quitó de en medio como objeto de controversia, se produjo una reacción en todo el pueblo judío y hubo un resentimiento generalizado contra los fariseos y los líderes del Sanedrín de Jerusalén. Muchos dirigentes de las sinagogas empezaron a abrir subrepticiamente sus puertas a Abner y sus compañeros, alegando que estos maestros eran seguidores de Juan y no discípulos de Jesús.
156:6.8 (1741.8) Incluso Herodes Antipas había cambiado de sentir. Cuando se enteró de que Jesús estaba residiendo al otro lado del lago en el territorio de su hermano Felipe, le envió recado de que, a pesar de haber firmado órdenes para que lo arrestaran en Galilea, no había autorizado su arresto en Perea. Con esto Herodes quiso dejar claro que Jesús no sería molestado si se quedaba fuera de Galilea, y comunicó esta misma resolución a los judíos de Jerusalén.
156:6.9 (1742.1) Esta era la situación a principios de agosto del año 29 d. C., cuando el Maestro volvió de su misión en Fenicia y empezó a reorganizar sus fuerzas dispersas, puestas a prueba y mermadas, para el último y memorable año de su misión en la tierra.
156:6.10 (1742.2) Las cuestiones en liza están claras cuando el Maestro y sus seguidores se preparan para empezar a proclamar una nueva religión, la religión del espíritu del Dios vivo que mora en la mente de los hombres.
El libro de Urantia
Documento 157
157:0.1 (1743.1) ANTES DE IR a pasar unos días con los doce cerca de Cesarea de Filipo, Jesús había planeado, con ayuda de los mensajeros de David, ir a Cafarnaúm a reunirse con su familia el domingo 7 de agosto en el taller de embarcaciones de Zebedeo. David Zebedeo había convocado a través de Judá, el hermano de Jesús, a toda la familia de Nazaret —María y todos los hermanos y hermanas de Jesús—, y Jesús pensaba ir acompañado por Andrés y Pedro. María y sus hijos tenían toda la intención de acudir a la cita, pero dio la coincidencia de que unos fariseos, sabiendo que Jesús estaba al otro lado del lago en los dominios de Felipe, fueron a ver a María para intentar averiguar algo sobre su paradero. La llegada de estos emisarios de Jerusalén inquietó muchísimo a María, y cuando los fariseos observaron la tensión y el nerviosismo de toda la familia, concluyeron que debían de estar esperando una visita de Jesús. En vista de eso pidieron refuerzos y se instalaron en casa de María a esperar pacientemente la llegada de Jesús, de modo que ningún miembro de la familia pudo ir a reunirse con él. Tanto Judá como Rut estuvieron todo el día intentando burlar la vigilancia de los fariseos para enviar recado a Jesús, pero no lo consiguieron.
157:0.2 (1743.2) Al principio de la tarde los mensajeros de David informaron a Jesús de que los fariseos estaban acampados a la puerta de la casa de su madre, así que Jesús no pudo hacer ningún intento de visitar a su familia. Una vez más, sin culpa de ninguna de las partes, Jesús y su familia terrenal no consiguieron reunirse.
157:1.1 (1743.3) Mientras Jesús esperaba en el lago con Andrés y Pedro cerca del taller de embarcaciones, un recaudador de impuestos del templo se acercó a ellos, y al reconocer a Jesús llamó a Pedro aparte y le dijo: «¿No paga tu Maestro el impuesto del templo?». Pedro estuvo a punto de mostrar su indignación ante la exigencia de que Jesús contribuyera al mantenimiento de las actividades religiosas de sus enemigos declarados, pero al observar la expresión del recaudador dedujo correctamente que les estaba tendiendo una trampa para poder acusarlos de negarse a pagar el medio siclo establecido para contribuir a mantener los servicios del templo de Jerusalén. En vista de eso replicó: «Por supuesto que el Maestro paga el impuesto del templo. Espera en la puerta, enseguida vuelvo con el dinero».
157:1.2 (1743.4) Pero Pedro había hablado sin pensar. Judas era el que llevaba los fondos del grupo y estaba al otro lado del lago. Ni él, ni su hermano ni Jesús llevaban ningún dinero encima, y no sería prudente ir a Betsaida a conseguirlo sabiendo que los fariseos los estaban buscando. Cuando Pedro le contó a Jesús lo del recaudador y que le había prometido el dinero, Jesús dijo: «Si has prometido debes pagar, pero ¿con qué cumplirás tu promesa? ¿te harás de nuevo pescador para hacer honor a tu palabra? En cualquier caso, está bien que paguemos el impuesto dadas las circunstancias. No demos a esos hombres la oportunidad de ofenderse por nuestra actitud. Esperaremos aquí mientras sales en la barca y echas la red, y cuando hayas vendido los peces en aquel mercado, paga al recaudador por nosotros tres».
157:1.3 (1744.1) El mensajero secreto de David estaba cerca y lo oyó todo, de modo que llamó por señas a un compañero que estaba pescando cerca de la orilla para que viniera enseguida. Cuando Pedro ya estaba preparado para salir a pescar, este mensajero y su amigo pescador le entregaron varios cestos grandes de peces y le ayudaron a llevarlos a vender al comerciante de pescado más cercano. El importe de la pesca, unido al dinero que añadió el mensajero de David, fue suficiente para pagar el impuesto de los tres al templo. El recaudador aceptó el impuesto sin cobrarles la multa por demora porque habían estado algún tiempo fuera de Galilea.
157:1.4 (1744.2) No es de extrañar que en uno de vuestros relatos Pedro pesque un pez con un siclo en la boca. En aquellos días circulaban muchas historias de tesoros en la boca de los peces; esos cuentos casi milagrosos eran muy corrientes. Cuando Pedro iba hacia la barca Jesús comentó medio en broma: «Es curioso que los hijos del rey tengan que pagar tributos; los que pagan los impuestos para mantener la corte suelen ser los extranjeros, pero no nos toca a nosotros poner impedimentos a las autoridades. ¡Ve pues! Y a ver si pescas el pez del siclo en la boca». Como Jesús dijo esto y Pedro volvió tan rápido con el impuesto del templo, es bastante natural que el episodio se exagerara más tarde hasta convertirse en el milagro que cuenta el escritor del evangelio de Mateo.
157:1.5 (1744.3) Jesús, Andrés y Pedro esperaron a la orilla del mar casi hasta la puesta del sol. Entonces los mensajeros les confirmaron que la casa de María seguía bajo vigilancia, así que los tres volvieron a su barca al caer la noche y se fueron remando lentamente hacia la costa oriental del mar de Galilea.
157:2.1 (1744.4) El lunes 8 de agosto, mientras Jesús y los doce apóstoles estaban acampados en el parque de Magadán, cerca de Betsaida-Julias, más de cien creyentes, los evangelistas, el cuerpo de mujeres y otros interesados en el establecimiento del reino llegaron de Cafarnaúm para reunirse con él. También acudieron muchos fariseos al enterarse de que Jesús estaba allí. Por entonces algunos saduceos se habían unido a los fariseos en sus esfuerzos por tender trampas a Jesús. Antes de empezar la reunión a puerta cerrada con los creyentes, Jesús se dirigió a todo el público, y allí estuvieron los fariseos interrumpiendo al Maestro e intentando reventar la asamblea por otros medios. El líder de los perturbadores dijo: «Maestro, nos gustaría que nos dieras un signo de tu autoridad para enseñar, y así cuando eso suceda, todos los hombres sabrán que has sido enviado por Dios». Jesús les contestó: «Al caer la tarde decís que hará buen tiempo porque el cielo está rojo; por la mañana decís que hará mal tiempo porque el cielo está rojizo y encapotado. Cuando veis que una nube se levanta por el oeste, decís que habrá chubascos; cuando el viento sopla del sur, decís que hará un calor abrasador. ¿Cómo es que sabéis discernir tan bien el aspecto del cielo pero sois tan incapaces de discernir los signos de los tiempos? A aquellos que quieren conocer la verdad ya se les ha dado un signo, pero no se dará ningún signo a una generación hipócrita y perversa».
157:2.2 (1745.1) Dicho esto, Jesús se retiró para preparar la reunión nocturna con sus seguidores. En esta conferencia se tomó la decisión de emprender una misión conjunta por todas las ciudades y pueblos de la Decápolis en cuanto Jesús y los doce volvieran de su próxima visita a Cesarea de Filipo. El Maestro contribuyó a planificar la misión en la Decápolis, y cerró la reunión con estas palabras: «Estad atentos y guardaos de la levadura de los fariseos y los saduceos. No os dejéis engañar por las demostraciones de su mucho saber y por su profunda lealtad a las formas de la religión. Ocupaos solo del espíritu de la verdad viva y del poder de la religión verdadera. No es el miedo de una religión muerta lo que os salvará, sino vuestra fe en una experiencia viva de las realidades espirituales del reino. No os dejéis cegar por los prejuicios ni paralizar por el miedo. No permitáis tampoco que el respeto a la tradición deforme tanto vuestra comprensión que vuestros ojos no vean y vuestros oídos no oigan. El propósito de la religión verdadera no es solo traer paz, sino más bien asegurar el progreso. Y no puede haber paz en el corazón ni progreso en la mente a menos que os enamoréis de todo corazón de la verdad, de los ideales de las realidades eternas. Las cuestiones de la vida y de la muerte —los placeres pecaminosos del tiempo contra las realidades justas de la eternidad— se han presentado ante vosotros. Deberíais empezar a sentiros liberados de la esclavitud del miedo y de la duda desde este mismo momento en el que empezáis a vivir la nueva vida de fe y esperanza. Y cuando surjan dentro de vuestra alma sentimientos de servicio a vuestros semejantes humanos, no los sofoquéis; cuando broten dentro de vuestro corazón emociones de amor a vuestro prójimo, expresad esos impulsos de afecto atendiendo inteligentemente a las necesidades reales de vuestros semejantes».
157:3.1 (1745.2) El martes por la mañana temprano Jesús y los doce apóstoles salieron del parque de Magadán hacia Cesarea de Filipo, la capital del dominio del tetrarca Felipe. Cesarea de Filipo estaba situada en una región de una maravillosa belleza, un valle encantador entre colinas pintorescas donde manaba el Jordán de una gruta subterránea. Hacia el norte se podían contemplar las cumbres del monte Hermón, y desde las colinas del sur había una vista espléndida del alto Jordán y el mar de Galilea.
157:3.2 (1745.3) Jesús había subido al monte Hermón durante su primera experiencia en los asuntos del reino, y ahora que entraba en la fase final de su obra, quería volver a este monte de pruebas y triunfos donde esperaba que los apóstoles pudieran alcanzar una nueva visión de sus responsabilidades y renovar sus fuerzas para los tiempos difíciles que se avecinaban. Cuando iban caminando al sur de las aguas de Merón, los apóstoles se pusieron a hablar entre ellos de sus últimas experiencias en Fenicia y en otros lugares, y a recordar cómo había sido recibido su mensaje y cómo era considerado su Maestro entre las distintas poblaciones.
157:3.3 (1745.4) Durante la pausa del almuerzo Jesús hizo por primera vez una pregunta sobre sí mismo a sus apóstoles. Los doce se sorprendieron cuando les preguntó de pronto: «¿Quién dicen los hombres que soy?».
157:3.4 (1746.1) Jesús había pasado muchos meses instruyendo a estos apóstoles sobre la naturaleza y el carácter del reino de los cielos, y sabía que había llegado el momento de empezar a enseñarles más cosas sobre su propia naturaleza y su relación personal con el reino. Y allí, a la sombra de unas moreras, el Maestro tuvo una de las conversaciones más trascendentales de su larga asociación con los apóstoles elegidos por él.
157:3.5 (1746.2) Más de la mitad de los apóstoles respondieron a la pregunta de Jesús. Le dijeron que era considerado como un profeta o un hombre extraordinario por todos los que lo conocían; que incluso sus enemigos le tenían miedo y atribuían sus poderes a una alianza con el príncipe de los demonios. Comentaron que en Judea y Samaria algunos que no lo conocían personalmente creían que era Juan el Bautista resucitado de entre los muertos. Pedro añadió que había oído a distintas personas comparar a Jesús en varias ocasiones con Moisés, Elías, Isaías y Jeremías. Después de escuchar todo esto Jesús se levantó, miró a los doce sentados en semicírculo a su alrededor, y señalándolos a todos con un gesto ampuloso de la mano, les preguntó enfáticamente: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Los doce clavaron los ojos en el Maestro y hubo un tenso momento de silencio, hasta que Simón Pedro se levantó de un salto y exclamó: «Tú eres el Libertador, el Hijo del Dios vivo». Los otros once se pusieron en pie al instante para indicar que Pedro había hablado por todos ellos.
157:3.6 (1746.3) Jesús, de pie ante ellos, les indicó con un gesto que volvieran a sentarse y les dijo: «Esto os lo ha revelado mi Padre. Ha llegado la hora de que sepáis la verdad sobre mí, pero os encargo que no habléis de esto a nadie por ahora. Sigamos nuestro camino».
157:3.7 (1746.4) Llegaron al final de la tarde a Cesarea de Filipo donde los estaba esperando Celso para alojarlos en su casa. Los apóstoles durmieron poco aquella noche; tenían la impresión de que había ocurrido un gran acontecimiento en sus vidas y en la obra del reino.
157:4.1 (1746.5) A partir del bautismo de Jesús por Juan y la transformación del agua en vino en Caná, los apóstoles habían aceptado virtualmente a Jesús como el Mesías en algunos momentos puntuales. Algunos de ellos habían llegado a creer durante breves periodos que era el Libertador esperado, pero apenas surgían estas esperanzas en sus corazones, el Maestro las hacía añicos con alguna palabra aplastante o algún hecho decepcionante. Llevaban ya mucho tiempo debatiéndose en el conflicto entre los conceptos del Mesías esperado que llevaban en la mente y la experiencia de su extraordinaria asociación con este hombre extraordinario que llevaban en el corazón.
157:4.2 (1746.6) Era ya el final de la mañana de ese miércoles cuando los apóstoles se reunieron en el jardín de Celso para almorzar. Durante la mayor parte de la noche anterior y toda esa mañana, Simón Pedro y Simón Zelotes habían estado haciendo todo lo posible por convencer a los demás de que aceptaran de todo corazón al Maestro, no solo como Mesías, sino también como Hijo divino del Dios vivo. Los dos Simones coincidían casi por completo en su apreciación de Jesús y se esforzaban al máximo por transmitir esta opinión a sus hermanos. Aunque Andrés seguía siendo el director general del cuerpo apostólico, su hermano Simón Pedro estaba asumiendo gradualmente y por común acuerdo el papel de portavoz de los doce.
157:4.3 (1747.1) Estaban todos sentados en el jardín hacia el mediodía cuando apareció el Maestro. Los doce habían adoptado una actitud de solemne dignidad, y todos se pusieron en pie cuando se les acercó. Jesús relajó la tensión con esa sonrisa amistosa y fraternal tan característica suya siempre que sus seguidores se tomaban a sí mismos o a algo relacionado con ellos demasiado en serio. Les mandó sentarse con gesto imperioso, y los apóstoles, al ver que esa muestra exterior de respeto no le gustaba, no volvieron a levantarse nunca más a la llegada de su Maestro.
157:4.4 (1747.2) Después de almorzar y hacer planes para su próxima gira por la Decápolis, Jesús los miró de pronto a la cara y les dijo: «Ahora que ha pasado un día entero desde que aceptasteis la declaración de Simón Pedro sobre la identidad del Hijo del Hombre, quiero preguntaros: ¿Seguís manteniendo vuestra decisión?». Al oír esto los doce se pusieron de pie, y Simón Pedro dio unos pasos hacia Jesús diciendo: «Sí, Maestro, la mantenemos. Creemos que eres el Hijo del Dios vivo». Luego volvió a sentarse con sus hermanos.
157:4.5 (1747.3) Jesús siguió de pie y dijo a los doce: «Sois mis embajadores elegidos, pero sé que en las circunstancias presentes esta creencia vuestra no puede provenir del simple conocimiento humano, sino que es una revelación del espíritu de mi Padre a lo más profundo de vuestra alma. Y dado que hacéis esta confesión gracias a la visión interior del espíritu de mi Padre que mora dentro de vosotros, os he de declarar que sobre estos cimientos construiré la hermandad del reino de los cielos. Sobre esta roca de realidad espiritual, edificaré el templo vivo de la comunión espiritual en las realidades eternas del reino de mi Padre. Ni todas las fuerzas del mal ni todas las huestes del pecado prevalecerán contra esta fraternidad humana del espíritu divino. Y aunque el espíritu de mi Padre será siempre el guía y el mentor divino de todos los que se vinculen a esta comunión espiritual, os entrego ahora, a vosotros y a vuestros sucesores, las llaves del reino exterior —la autoridad sobre las cosas temporales—, los aspectos sociales y económicos de esta asociación de hombres y mujeres como miembros del reino». Y les volvió a encargar que no dijeran a nadie de momento que él era el Hijo de Dios.
157:4.6 (1747.4) Jesús estaba empezando a tener fe en la integridad y la lealtad de sus apóstoles. El Maestro pensaba que una fe capaz de resistir lo que sus representantes elegidos habían pasado recientemente podría soportar sin duda las duras pruebas que se avecinaban y emerger del naufragio aparente de todas sus esperanzas a la nueva luz de una nueva dispensación. Entonces serían capaces de salir a iluminar a un mundo sumido en las tinieblas. Ese día el Maestro empezó a creer en la fe de todos sus apóstoles menos uno.
157:4.7 (1747.5) Y desde aquel día este mismo Jesús ha estado construyendo ese templo vivo sobre los mismos cimientos eternos de su filiación divina. Los que se hacen así conscientes de ser hijos de Dios son las piedras humanas que constituyen este templo vivo de filiación que se está erigiendo para honor y gloria de la sabiduría y el amor del Padre eterno de los espíritus.
157:4.8 (1747.6) Dicho esto, Jesús recomendó a los doce que se retiraran a las colinas hasta la hora de la cena para buscar sabiduría, fuerza y guía espiritual a solas consigo mismos. Ellos hicieron lo que el Maestro les había aconsejado.
157:5.1 (1748.1) La característica nueva y esencial de la confesión de Pedro fue el reconocimiento claro de que Jesús era Hijo de Dios, de su divinidad incuestionable. Desde su bautismo y las bodas de Caná, estos apóstoles lo habían considerado, de una u otra forma, como el Mesías, pero no formaba parte del concepto judío del libertador nacional que fuera divino. Los judíos no habían enseñado que el Mesías fuera a surgir de la divinidad; iba a ser «el ungido», pero no habían contemplado que fuera a ser «Hijo de Dios». En la segunda confesión se puso más énfasis en la naturaleza combinada de Jesús, en el hecho superno de que era Hijo del Hombre e Hijo de Dios. Y Jesús declaró que construiría el reino de los cielos sobre esta gran verdad de la unión de la naturaleza humana con la naturaleza divina.
157:5.2 (1748.2) Jesús había tratado de vivir su vida en la tierra y consumar su misión de otorgamiento como Hijo del Hombre. Sus seguidores estaban dispuestos a considerarlo como el Mesías esperado. Sabiendo que nunca podría colmar sus expectativas mesiánicas, había intentado modificar su concepto del Mesías de modo que le permitiera satisfacer parcialmente sus expectativas. Pero ahora se daba cuenta de que este plan no podía tener éxito y tomó la audaz decisión de desvelar su tercer plan: anunciar abiertamente su divinidad, reconocer la veracidad de la confesión de Pedro y proclamar directamente a los doce que él era un Hijo de Dios.
157:5.3 (1748.3) Jesús había pasado tres años proclamando que era el «Hijo del Hombre», y durante esos mismos tres años los apóstoles se habían empeñado cada vez más en que era el Mesías judío esperado. Al desvelarles ahora que era Hijo de Dios, tomó la determinación de construir el reino de los cielos sobre el concepto de la naturaleza combinada de Hijo del Hombre e Hijo de Dios. Ya no volvería a intentar convencerlos de que no era el Mesías. Se propuso revelarles audazmente lo que él es, y no tomar en cuenta su empeño en considerarlo como el Mesías.
157:6.1 (1748.4) Jesús y los apóstoles se quedaron un día más en casa de Celso esperando a que llegaran los mensajeros de David Zebedeo con fondos. El colapso de la popularidad de Jesús entre las masas había provocado una importante caída de los ingresos, y cuando llegaron a Cesarea de Filipo la tesorería estaba vacía. Mateo se resistía a dejar a Jesús y a sus hermanos en esa situación, pero ya no tenía fondos de su propiedad para entregárselos a Judas como había hecho tantas veces en el pasado. Por su parte, David Zebedeo había previsto la probable reducción de los ingresos y había encargado a sus mensajeros que a su paso por Judea, Samaria y Galilea fueran recaudando dinero para sostener a los apóstoles y su Maestro durante el exilio. Y así, los mensajeros de Betsaida llegaron esa misma noche con fondos suficientes para mantener a los apóstoles hasta su regreso antes de iniciar la gira por la Decápolis. Para entonces Mateo esperaba tener el dinero de la venta de la última propiedad que le quedaba en Cafarnaúm, y lo había dispuesto todo para que ese dinero fuera entregado anónimamente a Judas.
157:6.2 (1749.1) Ni Pedro ni los demás apóstoles podían concebir adecuadamente la divinidad de Jesús. No se daban cuenta de que había empezado una nueva etapa de la carrera terrenal de su Maestro en la que el maestro-sanador se había de convertir en el Mesías conforme a un concepto nuevo: el de Hijo de Dios. A partir de ese momento el mensaje del Maestro adquirió un tono nuevo. En adelante su único ideal de vida sería la revelación del Padre, y el único objetivo de su enseñanza, presentar a su universo la personificación de esa sabiduría suprema que solo se puede entender al vivirla. Vino para que todos pudiéramos tener vida, y tenerla en abundancia.
157:6.3 (1749.2) Jesús acababa de iniciar la cuarta y última etapa de su vida humana en la carne. La primera fue la de su niñez, cuando solo tenía una consciencia difusa de su origen, naturaleza y destino como ser humano. La segunda etapa fue la de sus años de juventud y entrada en la edad adulta, durante los cuales fue aumentando gradualmente su consciencia de sí mismo y llegó a comprender con más claridad su naturaleza divina y su misión humana. Esta segunda etapa terminó con las experiencias y revelaciones asociadas a su bautismo. La tercera etapa de la experiencia del Maestro en la tierra se extendió desde su bautismo, pasando por los años de su ministerio como maestro y sanador, hasta el momento trascendental de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Durante este tercer periodo fue conocido como el Hijo del Hombre por sus apóstoles y discípulos directos y considerado por ellos como el Mesías. El cuarto y último periodo de su carrera en la tierra empezó allí, en Cesarea de Filipo, y llegó hasta la crucifixión. Esta etapa de su ministerio se caracterizó por el reconocimiento de su divinidad y abarcó las obras de su último año en la carne. Durante este cuarto periodo, aunque seguía siendo considerado como el Mesías por la mayoría de sus seguidores, pasó a ser conocido por los apóstoles como el Hijo de Dios. La confesión de Pedro marcó el comienzo del nuevo periodo de comprensión más completa de la verdad de su ministerio supremo como Hijo de otorgamiento en Urantia y para todo un universo, y el reconocimiento, al menos borroso, de este hecho por sus embajadores elegidos.
157:6.4 (1749.3) Jesús dio así ejemplo en su vida de lo que enseñaba en su religión: el crecimiento de la naturaleza espiritual mediante el progreso en el vivir. No hizo hincapié, como harían más tarde sus seguidores, en la lucha incesante entre el alma y el cuerpo. Enseñó más bien que el espíritu vence fácilmente a ambos y concilia eficaz y provechosamente muchos de los elementos de esta guerra entre instinto e intelecto.
157:6.5 (1749.4) A partir de ese momento todas las enseñanzas de Jesús adquieren una significación nueva. Antes de Cesarea de Filipo se presentaba como el maestro principal del evangelio del reino. Después de Cesarea de Filipo apareció no solo como maestro sino además como representante divino del Padre eterno, que es el centro y la circunferencia de este reino espiritual. Y era necesario que hiciera todo esto como ser humano, como el Hijo del Hombre.
157:6.6 (1749.5) Jesús se había esforzado sinceramente por guiar a sus seguidores hacia el reino espiritual, primero como maestro y luego como maestro-sanador, pero no hicieron caso. Sabía muy bien que su misión en la tierra no podría nunca satisfacer las expectativas mesiánicas del pueblo judío; los antiguos profetas habían descrito a un Mesías que él nunca podría ser. Intentó establecer el reino del Padre como Hijo del Hombre, pero sus seguidores no quisieron lanzarse a esta aventura. Entonces decidió salir al encuentro de sus creyentes, y al hacerlo se preparó para asumir abiertamente el papel de Hijo de Dios de otorgamiento.
157:6.7 (1750.1) Ese día los apóstoles oyeron muchas cosas nuevas cuando Jesús les habló en el jardín, y algunas de las cosas que dijo les sonaron extrañas incluso a ellos. Estas fueron algunas de sus declaraciones más impactantes:
157:6.8 (1750.2) «De ahora en adelante si algún hombre quiere unirse a nuestra comunidad, que asuma las obligaciones de la filiación y me siga. Y cuando yo ya no esté con vosotros no penséis que el mundo os tratará mejor de lo que trató a vuestro Maestro. Si me amáis, preparaos a demostrar ese afecto aceptando hacer el sacrificio supremo.»
157:6.9 (1750.3) «Escuchadme bien: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a otorgar su vida como regalo para todos. Yo os declaro que he venido a buscar y a salvar a los que están perdidos.»
157:6.10 (1750.4) «Ningún hombre de este mundo ve ahora al Padre excepto el Hijo que viene del Padre. Pero si el Hijo es elevado, atraerá a todos los hombres hacia sí, y todo aquel que crea esta verdad de la naturaleza combinada del Hijo será dotado de una vida que dura más que las edades.»
157:6.11 (1750.5) «Aún no podemos proclamar abiertamente que el Hijo del Hombre es el Hijo de Dios, pero a vosotros ya os ha sido revelado; por eso os hablo claramente de estos misterios. Aunque estoy delante de vosotros bajo esta presencia física, vengo de Dios Padre. Antes de que Abraham fuera, soy yo. Vine del Padre a este mundo tal como me habéis conocido, y os declaro que tendré que dejar pronto este mundo y volver a la obra de mi Padre.»
157:6.12 (1750.6) «Y ahora, ¿podrá entender vuestra fe la verdad de estas declaraciones después de advertiros que el Hijo del Hombre no cumplirá las expectativas de vuestros padres tal como concebían ellos al Mesías? Mi reino no es de este mundo. ¿Podréis creer la verdad sobre mí ante el hecho de que los zorros tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero yo no tengo dónde recostar la cabeza?»
157:6.13 (1750.7) «Os digo, sin embargo, que el Padre y yo somos uno. El que me ha visto a mí ha visto al Padre. Mi Padre trabaja conmigo en todas estas cosas y no me dejará nunca solo en mi misión, igual que yo no os abandonaré nunca cuando salgáis dentro de poco a proclamar este evangelio por todo el mundo.
157:6.14 (1750.8) «Y ahora os he traído a pasar un poco de tiempo a solas conmigo para que podáis entender la gloria y captar la grandeza de la vida a la que os he llamado: la aventura de establecer el reino de mi Padre en el corazón de los hombres por la fe, de construir mi comunidad de asociación viva con las almas de todos los que creen en este evangelio.»
157:6.15 (1750.9) Los apóstoles escucharon en silencio estas declaraciones sorprendentes y atrevidas. Estaban atónitos. Se dispersaron en pequeños grupos para comentar y ponderar las palabras del Maestro. Habían confesado que Jesús era el Hijo de Dios, pero no podían captar todo el significado de lo que habían sido inducidos a hacer.
157:7.1 (1750.10) Aquella noche Andrés se encargó de hablar a fondo con cada uno de sus hermanos y tuvo conversaciones personales muy provechosas y alentadoras con todos sus compañeros salvo Judas Iscariote. La relación de Andrés con Judas no había sido nunca tan íntima como con los demás apóstoles, y por eso no había dado importancia al hecho de que Judas nunca se hubiera dirigido a él con libertad y confianza como cabeza del cuerpo apostólico. Pero esa noche le preocupó tanto la actitud de Judas que cuando todos los apóstoles estuvieron dormidos fue a contar sus inquietudes al Maestro. Jesús le dijo: «Andrés, has hecho bien en venir a mí con este asunto, pero ya no podemos hacer nada más. Sigue poniendo la máxima confianza en este apóstol y no digas nada a sus hermanos sobre lo que acabamos de hablar».
157:7.2 (1751.1) Esto fue todo lo que Andrés pudo sacar de Jesús. Siempre había habido cierto distanciamiento entre este judeo y sus hermanos galileos. Judas se había sentido conmocionado por la muerte de Juan el Bautista, profundamente dolido por algunas reprimendas del Maestro, decepcionado cuando Jesús no quiso ser proclamado rey, humillado cuando huyó de los fariseos, disgustado cuando no aceptó el desafío de los fariseos que le pedían un signo, desconcertado por la negativa de su Maestro a recurrir a manifestaciones de poder, y últimamente, deprimido y a veces desalentado por una tesorería vacía. Además, Judas echaba de menos el estímulo de las multitudes.
157:7.3 (1751.2) Todos los demás apóstoles se habían sentido afectados en mayor o menor medida por estas mismas pruebas y tribulaciones, pero amaban a Jesús. Al menos debieron de amar al Maestro más que Judas porque siguieron con él hasta el amargo final.
157:7.4 (1751.3) Al ser de Judea, Judas tomó como ofensa personal la reciente advertencia de Jesús a los apóstoles de «guardaos de la levadura de los fariseos»; tenía tendencia a considerar esta afirmación como una velada referencia a sí mismo. Pero el gran error de Judas fue el siguiente: cuando Jesús enviaba a sus apóstoles a rezar a solas, Judas, en vez de buscar una comunión sincera con las fuerzas espirituales del universo, se permitía una y otra vez pensamientos de miedo humano, además de alimentar dudas sutiles sobre la misión de Jesús y dejarse llevar por su desafortunada tendencia a los sentimientos de revancha.
157:7.5 (1751.4) Jesús había decidido inaugurar la cuarta fase de su ministerio terrenal como Hijo de Dios en el monte Hermón y quería llevar consigo a sus apóstoles. Algunos estuvieron presentes en su bautismo en el Jordán y fueron testigos del comienzo de su carrera como Hijo del Hombre, y ahora deseaba que algunos presenciaran también su investidura de autoridad para asumir el nuevo papel público de Hijo de Dios. Por eso la mañana del viernes 12 de agosto dijo a los doce: «Comprad provisiones y preparaos para un viaje a aquella montaña. El espíritu me pide que vaya allí a recibir la dotación necesaria para terminar mi obra en la tierra, y quiero que vengan mis hermanos para que también ellos puedan ser fortalecidos para los tiempos difíciles que les esperan cuando pasen conmigo por esa experiencia».
El libro de Urantia
Documento 158
158:0.1 (1752.1) EL viernes 12 de agosto del año 29 d. C. Jesús y sus compañeros llegaron al pie del monte Hermón al caer el sol. Se instalaron cerca del lugar donde el joven Tiglat se quedó esperando años atrás cuando el Maestro subió solo a la montaña para asentar los destinos espirituales de Urantia y terminar formalmente con la rebelión de Lucifer. Pasaron ahí dos días preparándose espiritualmente para los próximos acontecimientos.
158:0.2 (1752.2) En líneas generales, Jesús sabía de antemano lo que iba a suceder en la montaña y hubiera querido compartir esa experiencia con todos sus apóstoles, por eso dedicó los dos días que pasaron al pie de la montaña a prepararlos para esa revelación de sí mismo. Pero ellos no alcanzaron los niveles espirituales necesarios para experimentar la visitación completa de los seres celestiales que estaban a punto de aparecer en el planeta, y como no podía llevar consigo a todos sus compañeros, decidió llevar solo a los tres que solían acompañarlo en esas vigilias especiales. Y así, los únicos que compartieron con el Maestro, aunque de forma parcial, esa experiencia única fueron Pedro, Santiago y Juan.
158:1.1 (1752.3) El lunes 15 de agosto por la mañana temprano Jesús y los tres apóstoles empezaron a subir al monte Hermón. Habían pasado seis días desde la memorable confesión de Pedro al mediodía bajo unas moreras al borde de un camino.
158:1.2 (1752.4) Jesús había sido convocado a subir él solo a la montaña para tratar sobre algunos asuntos importantes referentes al progreso de su otorgamiento en la carne en los aspectos relacionados con el universo creado por él. Es significativo que este acontecimiento extraordinario hubiera sido programado para un momento en que Jesús y los apóstoles se encontraban en tierras gentiles, y que de hecho ocurriera en una montaña de los gentiles.
158:1.3 (1752.5) Poco antes del mediodía llegaron a su destino, aproximadamente a medio camino de la cima. Mientras almorzaban Jesús contó a los tres apóstoles algo de su experiencia en las colinas al este del Jordán tras su bautismo, y les dijo también algunas cosas sobre su experiencia en el monte Hermón durante su estancia anterior en este retiro solitario.
158:1.4 (1752.6) Jesús solía subir de pequeño a la colina cercana a su casa y soñar con las batallas que los ejércitos de los imperios habían librado en la llanura de Esdraelón. Ahora subía al monte Hermón a recibir la dotación que había de prepararlo para bajar a las llanuras del Jordán y representar las escenas finales del drama de su otorgamiento en Urantia. Ese día en el monte Hermón el Maestro hubiera podido renunciar a la lucha y retomar directamente el gobierno de sus dominios del universo, pero no solo eligió cumplir con los requisitos de su orden de filiación divina comprendidos en el mandato del Hijo Eterno del Paraíso, sino que decidió también cumplir plenamente y hasta sus últimas consecuencias la voluntad presente de su Padre del Paraíso. Ese día de agosto tres de sus apóstoles presenciaron su negativa a ser investido con la autoridad plena de su universo. Vieron estupefactos cómo se marchaban los mensajeros celestiales y lo dejaban solo para consumar su vida en la tierra como Hijo del Hombre e Hijo de Dios.
158:1.5 (1753.1) La fe de los apóstoles estuvo en auge cuando Jesús dio de comer a los cinco mil y luego cayó en picado casi hasta cero. Ahora que el Maestro había declarado su divinidad, la vacilante fe de los doce volvió a alcanzar máximos durante unas semanas para luego decaer progresivamente. El tercer resurgimiento de su fe no se produjo hasta después de la resurrección del Maestro.
158:1.6 (1753.2) Hacia las tres de aquella hermosa tarde Jesús se despidió de sus tres apóstoles diciendo: «Me voy yo solo para entrar en comunión con el Padre y sus mensajeros. Quedaos aquí y rezad mientras tanto para que se haga la voluntad del Padre en toda vuestra experiencia relacionada con el resto de la misión de otorgamiento del Hijo del Hombre». Dicho esto, Jesús se retiró para reunirse durante largo rato con Gabriel y el Padre Melquisedec, y no volvió hasta alrededor de las seis. Al ver a los tres apóstoles inquietos y angustiados por su larga ausencia, Jesús les dijo: «¿Por qué teníais miedo? Si sabéis que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre ¿por qué dudáis cuando no estoy con vosotros? Os declaro ahora que el Hijo del Hombre ha elegido pasar su vida completa entre vosotros y como uno de vosotros. Estad alegres; no os dejaré hasta que haya terminado mi obra».
158:1.7 (1753.3) Durante la escasa cena que compartieron esa noche, Pedro preguntó al Maestro: «¿Cuánto tiempo nos quedaremos en esta montaña lejos de nuestros hermanos?». Jesús contestó: «Hasta que veáis la gloria del Hijo del Hombre y sepáis que todo lo que os he declarado es verdad». Después hablaron sobre la rebelión de Lucifer sentados en torno a las brasas hasta que los envolvió la oscuridad y a los apóstoles se les cerraron los ojos, pues habían salido muy temprano esa mañana.
158:1.8 (1753.4) Los tres llevaban cerca de media hora profundamente dormidos cuando un violento chasquido los despertó, y cuál no sería su asombro y desconcierto al ver a Jesús conversar familiarmente con dos seres brillantes ataviados con las vestiduras de luz del mundo celestial. El rostro y la forma de Jesús brillaban también con luz celestial. Los tres hablaban en un lenguaje extraño, y por ciertas cosas que dijeron, Pedro entendió equivocadamente que los seres que estaban con Jesús eran Moisés y Elías, cuando eran en realidad Gabriel y el Padre Melquisedec. Los apóstoles pudieron presenciar esta escena gracias a la intervención de los controladores físicos a petición de Jesús.
158:1.9 (1753.5) Los tres apóstoles estaban tan asustados que tardaron en recuperarse. Cuando la deslumbrante visión se hubo desvanecido y Jesús se quedó solo, Pedro fue el primero en reaccionar diciendo: «Jesús, Maestro, es bueno haber estado aquí. Nos regocijamos de haber visto esta gloria y no queremos volver a la bajeza del mundo. Si te parece bien, podemos quedarnos aquí y haremos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro dijo esto por la confusión que tenía y porque no se le ocurrió otra cosa en ese momento.
158:1.10 (1753.6) Todavía estaba hablando Pedro cuando una nube plateada se acercó a los cuatro y los cubrió con su sombra. Esta vez los apóstoles se asustaron de verdad, cayeron sobre sus rostros para adorar y oyeron una voz que decía: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo». Era la misma voz que había hablado en el bautismo de Jesús. Luego se disipó la nube y Jesús volvió a estar solo con los tres. Ellos seguían postrados, así que se inclinó y los tocó, diciendo: «Levantaos y no temáis; veréis cosas más grandes que esta». Pero los apóstoles estaban realmente asustados. Poco antes de la medianoche empezaron a bajar de la montaña reflexionando en silencio sobre lo ocurrido.
158:2.1 (1754.1) Nadie habló durante la primera parte de la bajada hasta que Jesús rompió el silencio con este aviso: «No digáis a nadie, ni siquiera a vuestros hermanos, lo que habéis visto y oído en esta montaña hasta que el Hijo del Hombre se haya levantado de entre los muertos». Las palabras del Maestro «hasta que el Hijo del Hombre se haya levantado de entre los muertos» consternaron profundamente a los tres apóstoles. Habían reafirmado poco antes su fe en él como Libertador, como Hijo de Dios, y acababan de contemplarlo transfigurado en gloria ante sus propios ojos; ¡¿a qué venía ahora lo de «levantarse de entre los muertos»?!
158:2.2 (1754.2) Pedro se estremeció al pensar en la muerte del Maestro; la idea era demasiado desagradable. Temiendo que Santiago o Juan pudieran preguntar algo sobre este asunto, decidió desviar la conversación y dijo lo primero que le vino a la cabeza, que fue: «Maestro, ¿por qué dicen los escribas que tiene que venir Elías antes de que aparezca el Mesías?». Jesús, sabiendo que Pedro intentaba evitar el tema de su muerte y resurrección, contestó: «Es cierto que Elías viene primero para preparar el camino del Hijo del Hombre, que debe padecer mucho y ser rechazado al final. Pero yo os digo que Elías ya ha venido y que no lo recibieron sino que le hicieron todo lo que quisieron». Entonces los tres apóstoles se dieron cuenta de que se refería a Juan el Bautista al hablar de Elías. Jesús sabía que si ellos insistían en considerarlo como el Mesías, Juan tenía que ser el Elías de la profecía.
158:2.3 (1754.3) Jesús les insistió en que guardaran silencio sobre esta visión anticipada de su gloria posterior a la resurrección porque no quería corroborar de ninguna manera, ahora que era recibido como el Mesías, sus conceptos erróneos de un libertador hacedor de prodigios. Pedro, Santiago y Juan reflexionaron mucho sobre todas estas cosas, pero no hablaron de ello a nadie hasta después de la resurrección del Maestro.
158:2.4 (1754.4) Mientras seguían bajando por la montaña Jesús les dijo: «No habéis querido recibirme como Hijo del Hombre, por eso he consentido en ser recibido conforme a vuestra idea preestablecida. Pero no os engañéis, la voluntad de mi Padre tiene que prevalecer. Si optáis por seguir la inclinación de vuestra propia voluntad, preparaos a afrontar muchas pruebas y a llevaros muchas decepciones, aunque la formación que os he dado debería bastaros para salir airosos de esos pesares que vosotros mismos habréis elegido».
158:2.5 (1754.5) Jesús no llevó a Pedro, Santiago y Juan al monte de la transfiguración porque estuvieran mejor preparados que los demás apóstoles para presenciar lo que sucedió ni porque tuvieran más aptitudes espirituales para disfrutar de tan extraordinario privilegio. Ni mucho menos. Él sabía muy bien que ninguno de los doce estaba cualificado espiritualmente para esta experiencia, por eso se limitó a llevar consigo a los tres apóstoles que tenía asignados como acompañantes habituales para sus momentos de retiro y comunión solitaria.
158:3.1 (1755.1) Lo que vieron Pedro, Santiago y Juan en el monte de la transfiguración fue un momento fugaz del espectáculo celestial que tuvo lugar aquel memorable día en el monte Hermón. La transfiguración puso de manifiesto lo siguiente:
158:3.2 (1755.2) 1. La aprobación por parte del Hijo-Madre Eterno del Paraíso de la plenitud del otorgamiento de la vida encarnada de Miguel en Urantia. Jesús recibió entonces la garantía de haber cumplido los requisitos del Hijo Eterno, y Gabriel trajo a Jesús esa garantía.
158:3.3 (1755.3) 2. El testimonio de la satisfacción del Espíritu Infinito en cuanto a la plenitud del otorgamiento en Urantia a semejanza de carne mortal. La representante del Espíritu Infinito en el universo, compañera directa y colaboradora permanente de Miguel en Salvington, habló en esta ocasión a través del Padre Melquisedec.
158:3.4 (1755.4) Jesús recibió con agrado estos testimonios sobre el éxito de su misión en la tierra presentados por los mensajeros del Hijo Eterno y del Espíritu Infinito, pero advirtió que su Padre no había indicado que el otorgamiento en Urantia estuviera terminado. La presencia invisible del Padre solo dio testimonio a través del Ajustador Personalizado de Jesús con estas palabras: «Este es mi hijo amado; escuchadlo». Y fueron dichas de modo que los tres apóstoles pudieran oírlas.
158:3.5 (1755.5) Tras esta visitación celestial Jesús intentó conocer la voluntad de su Padre y tomó la decisión de llegar hasta el fin natural de su otorgamiento como mortal. Este fue el significado de la transfiguración para Jesús. Para los tres apóstoles fue el acontecimiento que marcó la entrada del Maestro en la fase final de su carrera en la tierra como Hijo de Dios e Hijo del Hombre.
158:3.6 (1755.6) Cuando Gabriel y el Padre Melquisedec concluyeron su visitación formal, Jesús habló informalmente con estos Hijos ayudantes suyos y trataron sobre los asuntos del universo.
158:4.1 (1755.7) Jesús y sus acompañantes llegaron al campamento apostólico ese martes poco antes de la hora del desayuno. Al acercarse vieron a mucha gente reunida en torno a los apóstoles y pronto empezaron a oír las voces de una ruidosa discusión. Habría en total unas cincuenta personas incluyendo a los nueve apóstoles. La concurrencia estaba dividida a partes iguales entre escribas de Jerusalén y discípulos creyentes que habían seguido a Jesús y sus compañeros desde Magadán.
158:4.2 (1755.8) Entre las muchas y acaloradas discusiones de los asistentes, la polémica principal se centraba en torno a cierto ciudadano de Tiberiades que había llegado la víspera buscando a Jesús. Este hombre, Santiago de Safed, tenía un hijo único de unos catorce años aquejado de epilepsia grave. Además de padecer esta enfermedad nerviosa, el muchacho había sido poseído por uno de esos intermedios rebeldes y malévolos que vagaban sin control en aquel tiempo por el planeta. Se trataba, pues, de un joven epiléptico y a la vez poseído por un demonio.
158:4.3 (1755.9) Su angustiado padre, funcionario subalterno de Herodes Antipas, había deambulado durante casi dos semanas por las fronteras occidentales de los dominios de Felipe buscando a Jesús para suplicarle que curara a su hijo enfermo. Consiguió alcanzar al grupo apostólico alrededor del mediodía, cuando Jesús estaba en la montaña con los tres apóstoles.
158:4.4 (1756.1) Los nueve apóstoles se sorprendieron e inquietaron considerablemente ante la inesperada aparición de este hombre acompañado de casi cuarenta personas más que buscaban a Jesús. En ese momento los nueve apóstoles, o al menos la mayoría de ellos, habían sucumbido a su vieja tentación de debatir sobre quién sería el más grande en el reino venidero. Estaban discutiendo afanosamente sobre el puesto probable que ocuparía cada apóstol. Eran sencillamente incapaces de liberarse por completo de la idea tanto tiempo acariciada de la misión material del Mesías. Y ahora que el propio Jesús había reconocido que él era realmente el Libertador —o admitido al menos el hecho de su divinidad— ¿no era de lo más natural que, en ausencia del Maestro, se pusieran a hablar de las esperanzas y ambiciones que predominaban en sus corazones? Estaban entretenidos con estos debates cuando Santiago de Safed y los otros que iban buscando a Jesús dieron con ellos.
158:4.5 (1756.2) Andrés se levantó a saludar al padre y al hijo diciendo: «¿A quién buscáis?». Santiago contestó: «Buen hombre, busco a tu Maestro. Busco la curación para mi hijo enfermo. Vengo a pedir a Jesús que expulse al diablo que posee a mi hijo». Entonces el padre empezó a explicar a los apóstoles la tremenda situación de su hijo y cómo había estado muchas veces a punto de perder la vida en esos ataques malignos.
158:4.6 (1756.3) Mientras los apóstoles escuchaban al padre, Simón Zelotes y Judas Iscariote se adelantaron hacia él y le dijeron: «Nosotros podemos curarlo, no necesitas esperar a que vuelva el Maestro. Somos embajadores del reino; ya no mantenemos estas cosas en secreto. Jesús es el Libertador y se nos han entregado las llaves del reino». En ese momento Andrés y Tomás se habían apartado del grupo para hablar del asunto. Natanael y los demás miraban atónitos, horrorizados ante el atrevimiento, por no decir descaro, de Simón y Judas. El padre les pidió: «Si os ha sido dado hacer estas obras, os ruego que digáis las palabras que liberarán a mi hijo de esta esclavitud». Entonces Simón se adelantó, y poniendo la mano sobre la cabeza del niño, lo miró fijamente a los ojos y ordenó: «Sal de él, espíritu impuro; en nombre de Jesús, obedéceme». Pero solo consiguió que el muchacho tuviera un ataque más violento, mientras los escribas se mofaban de los apóstoles y los creyentes decepcionados tenían que soportar la irrisión y la hostilidad de estos críticos.
158:4.7 (1756.4) Andrés, profundamente disgustado por el desatinado intento y el estrepitoso fracaso, reunió aparte a los apóstoles para conversar y orar. Tras este rato de reflexión, sintiendo en lo más vivo la punzada de la derrota y la humillación que caía sobre todos ellos, Andrés hizo un segundo intento, tan inútil como el primero, de expulsar al demonio. Entonces reconoció francamente su derrota y pidió al padre que se quedara con ellos a pasar la noche, o hasta que Jesús volviera, diciendo: «Puede que los demonios de esta clase solo se vayan por orden personal del Maestro».
158:4.8 (1756.5) Y así, mientras Jesús bajaba de la montaña con Pedro, Santiago y Juan exuberantes y extasiados, sus nueve hermanos pasaban también la noche en vela sumidos en la confusión, la humillación y el desaliento. Ellos estaban abatidos y escarmentados, pero Santiago de Safed no se daba por vencido. Aunque nadie sabía decirle cuánto tardaría Jesús, decidió quedarse hasta que volviera.
158:5.1 (1757.1) Los nueve apóstoles recibieron a Jesús con inmenso alivio, y se les levantó el ánimo ante el buen humor y el entusiasmo especial que leían en los rostros de Pedro, Santiago y Juan. Todos se abalanzaron a saludar a Jesús y a sus tres hermanos. La gente se fue acercando mientras se saludaban, y Jesús preguntó: «¿De qué discutíais cuando estábamos llegando?». Antes de que los apóstoles pudieran responder, confusos y humillados, a la pregunta del Maestro, el padre del muchacho enfermo se arrodilló a los pies de Jesús y le suplicó: «Maestro, tengo un hijo, mi único hijo, que está poseído por un espíritu maligno. No solo grita de terror, echa espuma por la boca y cae como muerto cuando tiene un ataque, sino que el espíritu maligno que lo posee le provoca convulsiones desgarradoras y a veces lo arroja al agua e incluso al fuego. Mi hijo se consume rechinando los dientes y lleno de heridas. Su vida es peor que la muerte; su madre y yo tenemos el espíritu deshecho y el corazón destrozado. Ayer me encontré con tus discípulos hacia el mediodía, y mientras te esperábamos tus apóstoles intentaron echar a este demonio pero no pudieron. ¿Lo harás tú Maestro?, ¿querrás hacerlo por nosotros?, ¿curarás a mi hijo?».
158:5.2 (1757.2) Después de escuchar su petición, Jesús tocó al padre arrodillado y le pidió que se levantara mientras lanzaba una mirada escrutadora a los apóstoles. Entonces se dirigió así a todos los presentes: «Oh generación incrédula y perversa, ¿hasta cuándo os he de soportar? ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Cuánto tiempo ha de pasar hasta que aprendáis que las obras de la fe no se manifiestan ante la duda y la incredulidad?». Luego apuntó con el dedo al padre estupefacto y le dijo: «Trae aquí a tu hijo». Cuando tuvo delante al muchacho Jesús preguntó: «¿Desde cuándo le ocurre esto?». El padre contestó: «Desde muy pequeño». Mientras estaban hablando, el joven empezó a revolcarse por el suelo rechinando los dientes y echando espumarajos preso de un violento ataque. Después de una serie de fuertes convulsiones se quedó tendido ante ellos como muerto. El padre volvió a arrodillarse a los pies de Jesús y le imploraba diciendo: «Si tú puedes curarlo, te suplico que tengas compasión de nosotros y nos libres de esta aflicción». Jesús bajó la mirada hacia el rostro angustiado del padre y le dijo: «No pongas en duda el poder del amor de mi Padre, sino solo la sinceridad y el alcance de tu fe. Para el que cree de verdad todo es posible». Entonces Santiago de Safed dijo estas inolvidables palabras, mezcla de fe y de duda: «Creo, Señor, ayuda a mi incredulidad».
158:5.3 (1757.3) Al oír esta declaración Jesús se adelantó, tomó al niño de la mano y dijo: «Voy a hacer esto conforme a la voluntad de mi Padre y en honor a la fe viva. ¡Hijo, levántate! Espíritu desobediente, sal de él y no vuelvas a entrar en él». Luego puso la mano del muchacho en la de su padre diciendo: «Sigue tu camino. El Padre ha concedido el deseo de tu alma». Todos los presentes, incluso los enemigos de Jesús, se quedaron atónitos ante lo que acababan de ver.
158:5.4 (1757.4) Para los tres apóstoles, que venían de probar el éxtasis espiritual de las escenas y las experiencias de la transfiguración, fue muy desilusionante volver tan pronto a la escena del fracaso y la confusión de los demás apóstoles. Pero siempre fue así para estos doce embajadores del reino: nunca dejaron de alternar entre la exaltación y la humillación en las experiencias de su vida.
158:5.5 (1758.1) Ese día Jesús hizo una auténtica curación doble: curó una dolencia física y una enfermedad de espíritu, y el chico quedó curado desde entonces. Cuando Santiago y su hijo se marcharon Jesús dijo: «Nos vamos a Cesarea de Filipo; preparaos enseguida». Salieron en silencio hacia el sur seguidos por la muchedumbre.
158:6.1 (1758.2) Pasaron la noche en casa de Celso. Aquella tarde en el jardín, después de haber comido y descansado, los doce se reunieron en torno a Jesús y Tomás dijo: «Maestro, los que nos quedamos atrás seguimos sin saber qué ocurrió en la montaña para animar tanto a nuestros hermanos que estaban contigo, pero vemos que esas cosas no se pueden desvelar en este momento. En cambio estamos deseando que nos hables de nuestro fracaso y nos instruyas en estas cuestiones».
158:6.2 (1758.3) Jesús respondió a Tomás: «Todo lo que vuestros hermanos oyeron en la montaña os será revelado a su debido tiempo. Voy a explicaros ahora por qué fracasasteis en ese intento tan imprudente. Mientras vuestro Maestro y sus acompañantes, vuestros hermanos, subían ayer a aquella montaña a buscar un conocimiento más amplio de la voluntad del Padre y a pedir una dotación más rica de sabiduría para cumplir efectivamente esa voluntad divina, vosotros os quedasteis aquí de vigilancia con instrucciones de esforzaros por llevar vuestra mente hacia una visión interior espiritual y de rezar con nosotros para obtener una revelación más plena de la voluntad del Padre. Pero en lugar de ejercer la fe que está a vuestra disposición, cedisteis a la tentación y caísteis en vuestras viejas malas tendencias de buscar para vosotros puestos de preferencia en el reino de los cielos, en ese reino material y temporal que os empeñáis en imaginar. Y os aferráis a estos conceptos erróneos a pesar de que os he declarado ya muchas veces que mi reino no es de este mundo.
158:6.3 (1758.4) «En cuanto vuestra fe capta la identidad del Hijo del Hombre, vuestro deseo egoísta de promoción mundana os arrastra de nuevo y empezáis a debatir entre vosotros quién deber ser el más grande en el reino de los cielos, un reino que no existe ni existirá nunca tal como os empeñáis en concebirlo. ¿No os he dicho que el que quiera ser el más grande en el reino de la hermandad espiritual de mi Padre debe hacerse pequeño ante sí mismo y convertirse así en el servidor de sus hermanos? La grandeza espiritual consiste en un amor comprensivo semejante al amor de Dios, y no en el placer de ejercer el poder material para la exaltación del yo. En ese intento vuestro, que fue un fracaso total, vuestro propósito no era puro. Vuestro móvil no era divino. Vuestro ideal no era espiritual. Vuestra ambición no era altruista. Vuestro proceder no estaba basado en el amor, y la meta que queríais alcanzar no era la voluntad del Padre del cielo.
158:6.4 (1758.5) «¿Cuánto tardaréis en aprender que no podéis acortar el tiempo en el curso de los fenómenos naturales establecidos si no es de acuerdo con la voluntad del Padre? Tampoco podéis hacer una obra espiritual sin poder espiritual. Y no podéis hacer ninguna de estas cosas, aun cuando su potencial esté presente, si os falta el tercer factor humano esencial: la experiencia personal de poseer una fe viva. ¿Necesitaréis siempre manifestaciones materiales para sentiros atraídos hacia las realidades espirituales del reino? ¿No seréis capaces de captar la importancia espiritual de mi misión sin la exhibición visible de obras excepcionales? ¿Cuándo se podrá contar con vuestra adhesión a las realidades espirituales más altas del reino sin que estéis pendientes de la apariencia exterior de todas las manifestaciones materiales?»
158:6.5 (1759.1) Después de decir esto a los doce, Jesús añadió: «Y ahora id a descansar pues mañana volveremos a Magadán donde deliberaremos sobre nuestra misión en las ciudades y pueblos de la Decápolis. Y como conclusión de la experiencia de hoy, quiero deciros a todos y cada uno de vosotros lo que dije a vuestros hermanos en la montaña para que grabéis profundamente estas palabras en vuestro corazón: el Hijo del Hombre emprende ahora la última fase de su otorgamiento. Estamos a punto de iniciar las acciones que conducirán dentro de poco a la gran prueba final de vuestra fe y vuestra entrega, cuando sea puesto en manos de los hombres que buscan mi destrucción. Y recordad lo que os digo: matarán al Hijo del Hombre, pero resucitará».
158:6.6 (1759.2) Se retiraron tristemente a pasar la noche sin saber qué pensar. No podían comprender estas palabras y les daba miedo preguntar nada sobre lo que Jesús había dicho, pero lo recordaron todo perfectamente después de la resurrección.
158:7.1 (1759.3) Ese miércoles por la mañana temprano Jesús y los doce salieron de Cesarea de Filipo hacia el parque de Magadán, cerca de Betsaida-Julias. Los apóstoles habían dormido muy poco aquella noche, así que estuvieron listos para salir a primera hora. Hasta los impasibles gemelos Alfeo estaban consternados por la conversación sobre la muerte de Jesús. Se dirigieron hacia el sur, y al llegar a la calzada de Damasco un poco más allá de las aguas de Merón, Jesús decidió seguir hasta Cafarnaúm por la calzada de Damasco que atraviesa Galilea para intentar esquivar a los escribas y a toda la gente que iba tras él. Sabía que ellos tomarían la calzada del este del Jordán dando por hecho que Jesús y los apóstoles no se atreverían a atravesar el territorio de Herodes Antipas. Jesús quería despistar a sus críticos y a la muchedumbre que lo seguía para poder estar a solas con sus apóstoles este día.
158:7.2 (1759.4) Llevaban caminando a través de Galilea hasta bien pasada la hora del almuerzo cuando se pararon bajo una sombra para reponer fuerzas. Terminada la comida, Andrés dijo a Jesús: «Maestro, mis hermanos no entienden tus oscuras palabras. Hemos llegado a creer plenamente que eres el Hijo de Dios, y ahora te oímos decir cosas extrañas sobre morir y dejarnos. No comprendemos tu enseñanza. ¿Nos estás hablando en parábolas? Te rogamos que nos hables abiertamente y sin rodeos».
158:7.3 (1759.5) Jesús respondió así a la petición de Andrés: «Hermanos, puesto que habéis confesado que soy el Hijo de Dios, me veo obligado a empezar a exponeros la verdad sobre el final del otorgamiento del Hijo del Hombre en la tierra. Insistís en aferraros a la creencia de que soy el Mesías y no queréis abandonar la idea de que el Mesías debe sentarse en un trono en Jerusalén. Por eso insisto en deciros que el Hijo del Hombre tiene que ir dentro de poco a Jerusalén, padecer mucho, ser rechazado por los escribas, los ancianos y los jefes de los sacerdotes, y después de todo eso lo matarán y resucitará de entre los muertos. Esto no es ninguna parábola, os estoy diciendo la verdad para que estéis preparados cuando caigan sobre nosotros estas cosas». Aún estaba hablando Jesús, cuando Simón Pedro corrió impetuosamente hacia él y le puso la mano en el hombro diciendo: «Maestro, lejos de nosotros discutir contigo, pero declaro que eso nunca te pasará».
158:7.4 (1760.1) Pedro dijo esto porque amaba a Jesús, pero la naturaleza humana del Maestro percibió en estas palabras de afecto bienintencionado la sutil tentación de cambiar el plan de llevar hasta el final su otorgamiento en la tierra conforme a la voluntad de su Padre del Paraíso. Y precisamente porque detectó el peligro de dejarse disuadir por las sugerencias de sus propios amigos afectuosos y leales, Jesús se volvió hacia Pedro y los demás apóstoles, diciendo: «Apartaos. Presiento en vosotros el espíritu del adversario, del tentador. Cuando habláis así no estáis de mi lado sino del lado de nuestro enemigo, y hacéis de vuestro amor por mí un obstáculo en el cumplimiento de la voluntad del Padre. No sigáis los caminos de los hombres sino atended más bien a la voluntad de Dios».
158:7.5 (1760.2) Cuando se hubieron recuperado del primer impacto de la dura regañina de Jesús, y antes de seguir viaje, el Maestro añadió: «Si alguien quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su responsabilidad diaria y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida egoístamente la perderá, pero el que pierda su vida por causa mía y del evangelio la salvará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿Qué podría dar un hombre a cambio de la vida eterna? No os avergoncéis de mí y de mis palabras en esta generación hipócrita y pecaminosa, igual que yo no me avergonzaré de reconoceros cuando aparezca con gloria ante mi Padre en presencia de todas las huestes celestiales. Sin embargo, muchos de los que estáis ahora ante mí no probaréis la muerte hasta que hayáis visto llegar este reino de Dios con poder».
158:7.6 (1760.3) Jesús dejó así claro a los doce que el camino de sus seguidores sería doloroso y conflictivo. ¡Qué impresión debieron causar estas palabras en unos pescadores galileos empeñados en soñar con un reino terrenal en el que los puestos de honor serían para ellos mismos! Pero el valeroso llamamiento de Jesús conmovió sus corazones leales y ninguno de ellos pensó en abandonarlo. Jesús no los enviaba solos al conflicto; él los conducía. Solo les pedía que tuvieran el valor de seguirlo.
158:7.7 (1760.4) Los doce iban asimilando poco a poco la idea de que Jesús les estaba diciendo algo sobre la posibilidad de su muerte. Solo entendían vagamente lo que les decía sobre su muerte y no consiguieron captar nada sobre su resurrección de entre los muertos. Con el paso de los días Pedro, Santiago y Juan llegaron a comprender mejor algunas de estas cosas al recordar su experiencia en el monte de la transfiguración.
158:7.8 (1760.5) En toda su relación con el Maestro, los doce tuvieron pocas ocasiones de ver esa mirada centelleante y oír palabras de reproche tan contundentes como las que dirigió ese día a Pedro y al resto de los apóstoles. Jesús había sido siempre paciente con sus imperfecciones humanas, pero no lo fue cuando sintió amenazado su programa de llevar a cabo implícitamente la voluntad de su Padre durante el resto de su carrera en la tierra. Los apóstoles se quedaron estupefactos; estaban atónitos y horrorizados. No encontraban palabras para expresar su congoja. Empezaban a darse cuenta lentamente de lo que el Maestro tendría que soportar y de que tendrían que pasar por esas experiencias con él, aunque no despertaron a la realidad de esos acontecimientos venideros hasta mucho después de estas primeras insinuaciones sobre la tragedia que amenazaba sus últimos días.
158:7.9 (1761.1) Jesús y los doce siguieron su camino en silencio hacia su campamento del parque de Magadán pasando por Cafarnaúm. No hablaron con Jesús durante esa tarde, pero sí entre ellos mientras Andrés conversaba con el Maestro.
158:8.1 (1761.2) Entraron en Cafarnaúm con el crepúsculo y fueron por vías poco frecuentadas directamente a casa de Simón Pedro para cenar. Mientras esperaban en casa de Simón a David Zebedeo para llevarlos al otro lado del lago, Jesús miró a Pedro y a los demás apóstoles y les preguntó: «¿De qué hablabais con tanto interés cuando caminabais juntos esta tarde?». Los apóstoles callaron porque muchos de ellos habían seguido con la misma discusión que empezaron junto al monte Hermón sobre los puestos que iban a tener en el reino venidero, quién sería el mayor entre ellos y cosas así. Jesús sabía que tenían esas ideas en la cabeza, así que llamó con un gesto a uno de los hijos pequeños de Pedro, lo sentó entre ellos y dijo: «En verdad, en verdad os digo que si no cambiáis y os hacéis más como este niño, progresaréis poco en el reino de los cielos. Todo aquel que se humille y se haga como este niño será el más grande en el reino de los cielos. El que reciba a un niño como este a mí me recibe, y el que me recibe a mí recibe también a Aquel que me envió. Si queréis ser los primeros en el reino, tratad de ofrecer estas buenas verdades a vuestros hermanos en la carne. Pero al que haga tropezar a uno de estos pequeños, mejor sería que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Si las cosas que hacéis con vuestras manos o las cosas que veis con vuestros ojos son una ofensa en el progreso del reino, sacrificad esos ídolos amados, pues es mejor entrar en el reino sin muchas de las cosas amadas de la vida que aferrarse a esos ídolos y encontrarse fuera del reino. Pero sobre todo, mirad que no despreciéis ni a uno solo de estos pequeños porque sus ángeles contemplan siempre los rostros de las huestes celestiales».
158:8.2 (1761.3) Cuando Jesús hubo terminado de hablar, subieron a la embarcación y atravesaron el lago hacia Magadán.
El libro de Urantia
Documento 159
159:0.1 (1762.1) CUANDO Jesús y los doce llegaron al parque de Magadán encontraron esperándolos a un grupo de casi cien evangelistas y discípulos, entre ellos el cuerpo de mujeres, preparados para empezar inmediatamente la gira de enseñanza y predicación por las ciudades de la Decápolis.
159:0.2 (1762.2) Ese jueves 18 de agosto por la mañana el Maestro convocó a sus seguidores y ordenó a cada uno de los apóstoles que se uniera a uno de los doce evangelistas para formar doce grupos junto con otros evangelistas y salir a trabajar en las ciudades y pueblos de la Decápolis. Al cuerpo de mujeres y a los demás discípulos les mandó que se quedaran con él. El tiempo previsto por Jesús para esta gira era de cuatro semanas, prometió visitarlos a menudo durante ese tiempo y los citó de vuelta en Magadán no más tarde del viernes 16 de septiembre. Los doce grupos actuaron en Gerasa, Gamala, Hipos, Zafón, Gadara, Abila, Edrei, Filadelfia, Hesbón, Dium, Escitópolis y muchas otras ciudades. No hubo curaciones milagrosas ni ningún otro acontecimiento extraordinario durante esta gira.
159:1.1 (1762.3) Jesús enseñó la lección sobre el perdón una tarde en Hipos en respuesta a la pregunta de un discípulo. Esto dijo el Maestro:
159:1.2 (1762.4) «Si un hombre de buen corazón tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, ¿no dejará a las otras noventa y nueve y saldrá a buscar a la que se ha perdido? Y si es un buen pastor, ¿no seguirá buscando a la oveja perdida hasta que la encuentre? Y al encontrarla la pone gozoso sobre sus hombros, y cuando llega a su casa reúne con regocijo a sus amigos y a sus vecinos diciéndoles: ‘Alegraos conmigo porque he hallado a mi oveja que se había perdido’. Os digo que hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento. Y así, no es la voluntad de mi Padre del cielo que se extravíe ni uno solo de estos pequeños, y mucho menos que perezca. En vuestra religión Dios puede recibir a los pecadores arrepentidos; en el evangelio del reino el Padre sale a buscarlos incluso antes de que hayan pensado seriamente en arrepentirse.
159:1.3 (1762.5) «El Padre del cielo ama a sus hijos, y por lo tanto deberíais aprender a amaros los unos a los otros. El Padre del cielo perdona vuestros pecados, por lo tanto deberíais aprender a perdonaros los unos a los otros. Si tu hermano peca contra ti, ve a hablar con él a solas y muéstrale su falta con paciencia y discreción. Si te escucha, te habrás ganado a tu hermano. Pero si tu hermano no quiere escucharte, si persiste en el error, ve otra vez a hablar con él y lleva contigo a uno o dos amigos comunes para que tengas dos o incluso tres testigos que confirmen tu testimonio y hagan constar que has tratado con justicia y misericordia al hermano que te ha ofendido. Si se niega a escuchar a tus hermanos, puedes contar toda la historia a tu congregación, y si se niega a escuchar a la hermandad, ellos actuarán como estimen conveniente; deja que ese miembro rebelde se convierta en un marginado del reino. No podéis pretender juzgar las almas de vuestros semejantes ni tampoco podéis perdonar los pecados ni atreveros a usurpar de ninguna otra manera las prerrogativas de los supervisores de las huestes celestiales, pero sí os corresponde mantener el orden temporal del reino en la tierra. Aunque no podéis entrometeros en los decretos divinos referentes a la vida eterna, decidiréis sobre las cuestiones de conducta referentes al bienestar temporal de la hermandad en la tierra. Y así, en todos los asuntos relacionados con la disciplina de la hermandad, todo lo que decretéis en la tierra será reconocido en el cielo. Aunque no podéis decidir el destino eterno del individuo, podéis legislar sobre la conducta del grupo, porque cuando dos o tres de vosotros estéis de acuerdo sobre alguna de estas cosas y me la pidáis, si vuestra petición no es incompatible con la voluntad de mi Padre del cielo, se os concederá. Y todo esto será por siempre verdad, porque donde haya dos o tres creyentes reunidos, allí estaré yo entre ellos.»
159:1.4 (1763.1) Simón Pedro era el apóstol encargado de los que trabajaban en Hipos, y cuando oyó decir esto a Jesús, preguntó: «Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?». Jesús respondió a Pedro: «No solo siete veces, sino hasta setenta veces y siete más. Por eso el reino de los cielos se puede comparar a cierto rey que ordenó poner al día las cuentas de sus administradores. Cuando empezaron a inspeccionar las cuentas, llevaron ante él a uno de los funcionarios principales de la corte que confesó que debía a su rey diez mil talentos y no tenía con qué pagar su obligación pues estaba pasando por malos tiempos. El rey mandó confiscar sus propiedades y vender a sus hijos para pagar la deuda. Al oír la dura sentencia, este administrador principal cayó de bruces ante el rey implorando misericordia y suplicando: ‘Señor, ten un poco más de paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. El rey se compadeció de este servidor negligente y de su familia, ordenó que fuera liberado y le perdonó toda la deuda.
159:1.5 (1763.2) «Habiendo recibido así la misericordia y el perdón del rey, el administrador principal volvió a sus asuntos, y al encontrarse con uno de sus subordinados que solo le debía cien denarios, lo agarró por el cuello y le dijo: ‘Págame todo lo que me debes’. El subordinado se postró ante él y le suplicaba diciendo: ‘Ten un poco de paciencia conmigo y pronto podré pagarte’. Pero el administrador principal no quiso mostrar misericordia hacia su compañero y lo mandó encarcelar hasta que pagara su deuda. Al ver esto, los demás servidores se indignaron tanto que fueron a contárselo al rey, su dueño y señor. Cuando el rey se enteró del comportamiento despiadado de su administrador principal, ordenó que compareciera ante él y le dijo: ‘Administrador indigno y malvado, yo te perdoné generosamente toda tu deuda cuando me pediste compasión, ¿por qué no has tenido misericordia con tu compañero como yo la tuve contigo?’. El rey estaba tan furioso que entregó al administrador desagradecido a los carceleros hasta que pagara todo lo que debía. Del mismo modo, mi Padre celestial mostrará más misericordia hacia los que sean misericordiosos con sus semejantes. ¿Cómo podéis pedir a Dios que sea tolerante con vuestros defectos cuando os dedicáis a castigar a vuestros hermanos por esas mismas debilidades humanas? Oídme todos: habéis recibido generosamente las cosas buenas del reino; dad pues generosamente a vuestros compañeros de la tierra.»
159:1.6 (1764.1) Jesús enseñó así los peligros e ilustró la injusticia de emitir un juicio personal sobre nuestros semejantes. Hay que mantener la disciplina, hay que administrar justicia, pero en todos estos asuntos debería prevalecer la sabiduría de la hermandad. Jesús invistió con autoridad legislativa y judicial al colectivo, no al individuo, y esta autoridad que recae sobre el colectivo no debe ser ejercida como una autoridad personal. Siempre hay peligro de que el veredicto de un individuo esté deformado por los prejuicios o distorsionado por la pasión. El juicio colectivo tiene más posibilidades de evitar los peligros y eliminar la parcialidad de las propensiones personales. Jesús buscaba siempre minimizar los elementos de injusticia, represalia y venganza.
159:1.7 (1764.2) [El uso de la cifra setenta y siete como ejemplo de misericordia y tolerancia se remonta al pasaje de las Escrituras que narra el entusiasmo de Lamec ante las armas de metal de su hijo Tubalcaín. Al comparar estos instrumentos superiores con los de sus enemigos, Lamec exclamó: «Si Caín fue vengado siete veces sin armas en la mano, yo seré vengado ahora setenta y siete».]
159:2.1 (1764.3) Jesús fue a Gamala a visitar a Juan y a los que trabajaban allí con él. Aquella noche, después de la sesión de preguntas y respuestas, Juan dijo a Jesús: «Maestro, ayer fui a Astarot a ver a un hombre que enseñaba en nombre tuyo e incluso se decía capaz de expulsar demonios, pero este hombre nunca ha estado con nosotros ni tampoco nos sigue, así que le he prohibido hacer esas cosas». Jesús respondió: «No se lo prohíbas. ¿No ves que este evangelio del reino será proclamado dentro de poco en todo el mundo? ¿Cómo puedes esperar que todos los que crean en el evangelio estén bajo vuestra dirección? Alégrate de que nuestras enseñanzas hayan empezado ya a manifestarse más allá de los límites de nuestra influencia personal. ¿No ves, Juan, que los que se precian de hacer grandes obras en mi nombre acabarán apoyando nuestra causa? O por lo menos no se dedicarán a hablar mal de mí. Hijo, en estas cosas sería mejor que consideraras que quien no está contra nosotros está con nosotros. En las generaciones venideras muchos que no son enteramente dignos harán muchas cosas extrañas en mi nombre, pero no se lo prohibiré. Te digo que incluso cuando se da un simple vaso de agua fría a un alma sedienta, los mensajeros del Padre siempre toman nota de ese acto de amor».
159:2.2 (1764.4) Juan se quedó muy desconcertado ante estas palabras del Maestro. ¿Acaso no le había oído decir: «Quien no está conmigo está contra mí»? No se dio cuenta de que en aquel caso Jesús se estaba refiriendo a la relación personal del hombre con las enseñanzas espirituales del reino, mientras que en el caso presente hablaba de las extensas relaciones sociales externas entre creyentes en materia de control administrativo y de jurisdicción de un grupo de creyentes sobre la labor de otros grupos que acabarían por constituir la futura hermandad mundial.
159:2.3 (1765.1) Juan recordaría muchas veces esta experiencia en su futura labor a favor del reino. Sin embargo, los apóstoles solían ofenderse con los que tenían la audacia de enseñar en nombre del Maestro. Siempre les pareció incorrecto que los que nunca se habían sentado a los pies de Jesús se atrevieran a enseñar en su nombre.
159:2.4 (1765.2) El hombre a quien Juan había prohibido enseñar y trabajar en nombre de Jesús hizo caso omiso de la orden del apóstol. Siguió adelante en su empeño y reunió en Canata a un grupo considerable de creyentes antes de proseguir hacia Mesopotamia. Este hombre llamado Aden había descubierto a Jesús gracias al testimonio del demente curado cerca de Queresa, que seguía convencido de que los supuestos malos espíritus que el Maestro había expulsado de él entraron en la piara de cerdos y los despeñaron por el acantilado.
159:3.1 (1765.3) Jesús pasó un día y una noche en Edrei, donde estaban operando Tomás y sus colaboradores. Al caer la tarde les explicó los principios que debían guiar a los que predican la verdad y motivar a todos los que enseñan el evangelio del reino. Estas enseñanzas pueden resumirse así en lenguaje moderno:
159:3.2 (1765.4) Respetad siempre la personalidad del hombre. Una causa justa no se debe promover nunca por la fuerza. Las victorias espirituales solo se pueden ganar con poder espiritual. Este mandato contra el empleo de influencias materiales se refiere tanto a la presión psíquica como a la fuerza física. No se debe coaccionar a los hombres y mujeres a entrar en el reino con argumentos arrolladores ni a fuerza de superioridad mental. La mente humana no debe ser aplastada con el solo peso de la lógica, ni intimidada con astuta elocuencia. Si bien es cierto que no se puede eliminar por completo la emoción como factor de las decisiones humanas, no se debe apelar directamente a ella en las enseñanzas de los que buscan promover la causa del reino. Apelad directamente al espíritu divino que mora en la mente de los hombres, no apeléis al miedo, a la lástima ni al mero sentimiento. Al apelar a los hombres sed equitativos; practicad el dominio propio y mostrad la prudencia debida; respetad la personalidad de vuestros alumnos. Recordad lo que he dicho: «He aquí que estoy a la puerta y llamo, y si alguno quiere abrir, entraré».
159:3.3 (1765.5) Al llevar a los hombres hacia el reino no disminuyáis ni destruyáis su autoestima. Un exceso de autoestima puede destruir la humildad necesaria y terminar en orgullo, engreimiento y arrogancia, pero la pérdida de la autoestima suele acabar paralizando la voluntad. Es propósito de este evangelio que los que han perdido su autoestima la recuperen y que los que la tienen la refrenen. No cometáis el error de limitaros a condenar los fallos que veáis en la vida de vuestros alumnos; acordaos también de reconocer generosamente las cosas más dignas de elogio que hay en sus vidas. No olvidéis que nada me impedirá devolver su autoestima a los que la han perdido y desean realmente recuperarla.
159:3.4 (1765.6) Tened cuidado de no herir la autoestima de las almas tímidas y temerosas. No os permitáis ser sarcásticos a expensas de mis hermanos más ingenuos. No seáis cínicos con mis hijos atormentados por el miedo. La ociosidad destruye la autoestima, por lo tanto recomendad a vuestros hermanos que se mantengan siempre ocupados en las tareas que hayan elegido y se esfuercen al máximo por encontrar trabajo para los que no lo tengan.
159:3.5 (1766.1) No utilicéis nunca tácticas indignas como intentar atemorizar a los hombres y las mujeres para que entren en el reino. Un padre amoroso no atemoriza a sus hijos para que obedezcan a sus justas exigencias.
159:3.6 (1766.2) Los hijos del reino comprenderán algún día que las sensaciones emotivas intensas no son equivalentes a las directrices del espíritu divino. Sentir un impulso fuerte y extraño por hacer algo o ir a cierto lugar no significa necesariamente que esos impulsos sean directrices del espíritu que mora en el interior.
159:3.7 (1766.3) Advertid a todos los creyentes sobre la zona de conflicto que han de atravesar todos los que pasan de la vida que se vive en la carne a la vida más alta que se vive en el espíritu. Para los que viven enteramente en uno de los dos ámbitos hay poco conflicto o confusión, pero todos están destinados a experimentar un grado mayor o menor de incertidumbre durante el periodo de transición entre los dos niveles del vivir. Al entrar en el reino ya no podréis libraros de sus responsabilidades ni evitar sus obligaciones, pero recordad que el yugo del evangelio es fácil de llevar y la carga de la verdad es liviana.
159:3.8 (1766.4) El mundo está lleno de almas hambrientas que mueren de hambre ante la presencia misma del pan de vida. Los hombres mueren buscando al mismo Dios que vive dentro de ellos. Los hombres buscan los tesoros del reino con corazones anhelantes y pasos fatigados cuando todos ellos están al alcance inmediato de la fe viva. La fe es a la religión lo que las velas a un barco: una potencia añadida, no una carga en la vida. No hay más que una lucha para los que entran en el reino, y es la de pelear el buen combate de la fe. La única batalla del creyente es contra la duda, contra la incredulidad.
159:3.9 (1766.5) Al predicar el evangelio del reino enseñaréis simplemente la amistad con Dios, y esta camaradería atraerá a hombres y mujeres por igual porque ambos encontrarán lo que colma de verdad sus anhelos e ideales característicos. Decid a mis hijos que no solo soy sensible a sus sentimientos y paciente con sus flaquezas, sino también implacable con el pecado e intolerante con la iniquidad. Soy en verdad manso y humilde en presencia de mi Padre y al mismo tiempo inexorablemente implacable ante toda maldad deliberada o rebelión pecaminosa contra la voluntad de mi Padre del cielo.
159:3.10 (1766.6) No describáis a vuestro maestro como un hombre de penas. Las generaciones futuras deben conocer también el resplandor de nuestro gozo, el optimismo de nuestra buena voluntad y la inspiración de nuestro buen humor. Proclamamos un mensaje de buenas noticias cuyo poder transformador es contagioso. Nuestra religión palpita con nueva vida y nuevos significados. Los que aceptan esta enseñanza se llenan de gozo y su corazón los impulsa a alegrarse eternamente. Todos los que están seguros de Dios experimentan siempre una felicidad creciente.
159:3.11 (1766.7) Enseñad a todos los creyentes a no apoyarse en los soportes inseguros de la falsa compasión. Los caracteres fuertes no se desarrollan sobre la base de la autocompasión. Esforzaos sinceramente por evitar la influencia engañosa del mero compañerismo en el sufrimiento. Apoyad a los valientes y decididos, y no mostréis demasiada conmiseración por los pusilánimes que se limitan a soportar sin entusiasmo las pruebas de la vida. No ofrezcáis consuelo a los que se tumban ante las dificultades sin luchar. No simpaticéis con vuestros semejantes solo para que ellos a cambio simpaticen con vosotros.
159:3.12 (1766.8) Cuando mis hijos se vuelvan conscientes de la certeza de la presencia divina, esa fe expandirá su mente, ennoblecerá su alma, reforzará su personalidad, aumentará su felicidad, profundizará su percepción de espíritu y potenciará su capacidad de amar y ser amados.
159:3.13 (1767.1) Enseñad a todos los creyentes que los que entran en el reino no se vuelven inmunes a los accidentes del tiempo ni a las catástrofes ordinarias de la naturaleza. La creencia en el evangelio no impedirá que tengáis problemas, pero sí os dará la seguridad de que no tendréis miedo cuando los problemas se presenten. Si os atrevéis a creer en mí y empezáis a seguirme de todo corazón os encaminaréis seguro por la senda de las dificultades. No os prometo libraros de las aguas de la adversidad, pero sí os prometo atravesarlas con vosotros.
159:3.14 (1767.2) Jesús enseñó muchas más cosas a este grupo de creyentes antes de que se retiraran a dormir. Los que oyeron estas palabras las atesoraron en su corazón y las repitieron con frecuencia para edificación de los apóstoles y discípulos que no estuvieron presentes esa tarde.
159:4.1 (1767.3) Jesús fue después a Abila, y allí se reunió con Natanael y sus compañeros. Natanael estaba muy preocupado por algunas declaraciones de Jesús que parecían menoscabar la autoridad de las escrituras hebreas reconocidas. Por eso aquella noche, después de la sesión habitual de preguntas y respuestas, Natanael apartó a Jesús de los demás y le preguntó: «Maestro, ¿tendrías suficiente confianza en mí como para decirme la verdad sobre las Escrituras? He observado que nos enseñas solo una parte de los escritos sagrados —la mejor, en mi opinión— y deduzco que rechazas las enseñanzas de los rabinos que afirman que las palabras de la ley son las palabras mismas de Dios, que han estado con Dios en el cielo incluso desde antes de los tiempos de Abraham y de Moisés. ¿Cuál es la verdad sobre las Escrituras?». Jesús respondió así a esta inquietud de su apóstol:
159:4.2 (1767.4) «Dices bien, Natanael, yo no considero las Escrituras igual que los rabinos. Te hablaré de este asunto a condición de que no comentes estas cosas con tus hermanos, pues no todos están preparados para recibir esta enseñanza. Las palabras de la ley de Moisés y las enseñanzas de las Escrituras no existían antes de Abraham. Las Escrituras tal como las conocemos ahora son una recopilación reciente. Contienen lo mejor de las ideas y los anhelos más altos del pueblo judío, pero también muchas cosas que están muy lejos de representar el carácter y las enseñanzas del Padre del cielo. Por eso tengo que elegir entre las mejores enseñanzas de las Escrituras las verdades que se han de recoger para el evangelio del reino.
159:4.3 (1767.5) «Estos escritos son obra de los hombres, unos santos y otros no tan santos. Las enseñanzas de estos libros representan los puntos de vista y el grado de iluminación de la época en que se originaron. Los últimos son más dignos de confianza que los primeros en lo que respecta a la revelación de la verdad. Las Escrituras son imperfectas y su origen es enteramente humano, pero ten la certeza de que constituyen la mejor recopilación de sabiduría religiosa y verdad espiritual que existe en este momento en el mundo entero.
159:4.4 (1767.6) «Muchos de estos libros no fueron escritos por las personas que les han dado su nombre, pero eso no quita ningún valor a las verdades que contienen. Si la historia de Jonás no fuera un hecho, incluso aunque Jonás no hubiera vivido nunca, la profunda verdad de esta narración, el amor de Dios por Nínive y por los llamados paganos, no sería por ello menos preciosa a los ojos de todos los que aman a sus semejantes. Las Escrituras son sagradas porque presentan los pensamientos y los actos de hombres que buscaban a Dios y nos dejaron en estos escritos sus conceptos más altos de rectitud, verdad y santidad. Las Escrituras contienen muchísimas cosas que son verdad, pero a la luz de la enseñanza que estás recibiendo ahora, sabes que contienen también muchas cosas que deforman la imagen del Padre del cielo, el Dios de amor que he venido a revelar a todos los mundos.
159:4.5 (1768.1) «Natanael, no creas ni por un instante en los relatos de las Escrituras que describen al Dios de amor incitando a tus antepasados a la guerra para matar a todos sus enemigos, hombres, mujeres y niños. Esas narraciones no son la palabra de Dios sino palabras de hombres, y de hombres no muy santos. Las Escrituras siempre han reflejado y siempre reflejarán el nivel intelectual, moral y espiritual de sus autores. ¿No has observado cómo van creciendo en belleza y gloria los conceptos de Yahvé a través de los escritos de los profetas, desde Samuel hasta Isaías? No olvides además que las Escrituras están dirigidas a la instrucción religiosa y a la guía espiritual. No son obra de historiadores ni de filósofos.
159:4.6 (1768.2) «Lo más deplorable no es esta idea equivocada de que el contenido de las Escrituras es absolutamente perfecto y sus enseñanzas, infalibles, sino la confusión creada por los escribas y fariseos de Jerusalén, esclavos de la tradición, con su interpretación tergiversada de los escritos sagrados. Y ahora, en su empeño por oponerse a las nuevas enseñanzas del evangelio del reino, sostendrán que tanto las Escrituras como sus propias malinterpretaciones son inspiradas por Dios. Natanael no olvides nunca que el Padre no limita la revelación de la verdad a una generación concreta ni a un determinado pueblo. Muchos buscadores sinceros de la verdad se han sentido y se seguirán sintiendo confundidos y desalentados por estas doctrinas sobre la perfección de las Escrituras.
159:4.7 (1768.3) «La autoridad de la verdad es el espíritu mismo que mora en sus manifestaciones vivas, y no las palabras muertas de hombres menos iluminados de otra generación supuestamente inspirados. Aunque aquellos santos varones de la antigüedad vivieran vidas inspiradas y colmadas de espíritu, eso no significa que sus palabras estuvieran igualmente inspiradas por el espíritu. En cuanto a las enseñanzas de este evangelio del reino, no las estamos recogiendo por escrito para evitar que en cuanto yo me haya ido os dividáis en varios grupos y compitáis por la verdad según vuestras distintas interpretaciones de mis enseñanzas. Para esta generación es mejor que vivamos estas verdades y no dejemos documentos escritos.
159:4.8 (1768.4) «Natanael, ten siempre presente lo que te voy a decir: nada de lo que haya tocado la naturaleza humana se puede considerar infalible. La verdad divina puede brillar sin duda a través de la mente humana, pero siempre con divinidad parcial y pureza relativa. La criatura puede ansiar la infalibilidad pero solo los Creadores la poseen.
159:4.9 (1768.5) «La enseñanza más equivocada sobre las Escrituras es la doctrina de que son libros precintados de sabiduría y misterio que solo las mentes sabias de la nación pueden atreverse a interpretar. Las revelaciones de la verdad divina no están precintadas más que por la ignorancia, el fanatismo y la estrechez de miras de los humanos. La luz de las Escrituras solo puede ser atenuada por los prejuicios y oscurecida por la superstición. Un falso miedo a lo sagrado ha impedido que la religión esté salvaguardada por el sentido común. El miedo a la autoridad de los escritos sagrados del pasado impide efectivamente que las almas honradas de hoy acepten la nueva luz del evangelio, esa luz que tanto anhelaron ver aquellos mismos hombres conocedores de Dios de otras generaciones.
159:4.10 (1769.1) «Pero lo más triste del caso es que algunos de los que defienden el sagrado tradicionalismo de las Escrituras saben que lo que digo es verdad. Son conscientes en mayor o menor grado de estas limitaciones de las Escrituras, pero les falta honradez intelectual y les sobra cobardía moral. Conocen la realidad de los escritos sagrados, pero prefieren ocultar al pueblo estos hechos perturbadores. Y así, pervierten y distorsionan las Escrituras haciendo de ellas una guía de detalles esclavizantes para la vida diaria y una autoridad para las cosas no espirituales, en vez de considerar los escritos sagrados como el depósito de sabiduría moral, inspiración religiosa y enseñanza espiritual de los hombres conocedores de Dios de otras generaciones.»
159:4.11 (1769.2) Natanael se sintió impactado e iluminado por las palabras del Maestro. Meditó mucho sobre esta conversación en el fondo de su alma pero no habló de ello a nadie hasta después de la ascensión de Jesús, y ni siquiera entonces se atrevió a transmitir esta instrucción del Maestro en su totalidad.
159:5.1 (1769.3) En Filadelfia, donde estaba trabajando Santiago, Jesús instruyó a los discípulos sobre la naturaleza positiva del evangelio del reino. Dio a entender en sus comentarios que unas partes de las Escrituras contenían más verdad que otras y aconsejó a sus oyentes que eligieran para sus almas el mejor alimento espiritual. Entonces Santiago interrumpió al Maestro con esta pregunta: «Maestro, ¿tendrías la bondad de explicarnos cómo podemos elegir los mejores pasajes de las Escrituras para nuestra edificación personal?». Jesús respondió: «Sí, Santiago; cuando leáis las Escrituras buscad las enseñanzas que transmiten hermosura divina y verdad eterna, como estas:
159:5.2 (1769.4) «Señor, crea en mi un corazón limpio.
159:5.3 (1769.5) «El Señor es mi pastor; nada me faltará.
159:5.4 (1769.6) «Ama a tu prójimo como a ti mismo.
159:5.5 (1769.7) «Pues yo, el Señor tu Dios, sostendré tu mano derecha diciendo: no temas, yo te ayudaré.
159:5.6 (1769.8) «Ni tampoco las naciones aprenderán ya a hacer la guerra.»
159:5.7 (1769.9) Esto ilustra la manera en que Jesús se iba apropiando día tras día de lo mejor de las Escrituras hebreas para instruir a sus seguidores y para incluirlo en las enseñanzas del nuevo evangelio del reino. La idea de la cercanía de Dios con el hombre había aparecido ya en otras religiones, pero Jesús igualó el cuidado de Dios por el hombre con el cuidado de un padre amoroso por el bienestar de los hijos que dependen de él, y convirtió luego esta enseñanza en la piedra angular de su religión. Y así, la doctrina de la paternidad de Dios hizo imperativa la práctica de la hermandad del hombre. La adoración a Dios y el servicio al hombre se convirtieron en la esencia de su religión. Jesús tomó lo mejor de la religión judía y lo integró en el valioso conjunto de las nuevas enseñanzas del evangelio del reino.
159:5.8 (1769.10) Jesús introdujo el espíritu de la acción positiva en las doctrinas pasivas de la religión judía. Sustituyó la sumisión negativa a unos requisitos ceremoniales por la acción positiva que su nueva religión exigía a los que la aceptaban. La religión de Jesús no consistía simplemente en creer, sino en hacer las cosas que mandaba el evangelio. No enseñó que la esencia de su religión fuera el servicio social, sino que el servicio social era una de las consecuencias seguras de poseer el espíritu de la verdadera religión.
159:5.9 (1770.1) Jesús no vacilaba en apropiarse de la mejor mitad de un pasaje de las Escrituras y rechazar al mismo tiempo la parte inferior. Su gran exhortación, «Ama a tu prójimo como a ti mismo», la tomó del pasaje de las Escrituras que dice: «No te vengarás de los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo». Jesús adoptó la parte positiva de este pasaje y rechazó la negativa. Se oponía incluso a la no resistencia negativa o puramente pasiva, como cuando dijo: «Si un enemigo te golpea en una mejilla, no te quedes mudo y pasivo, sino preséntale la otra mejilla con actitud positiva; es decir, haz activamente todo lo posible por sacar a tu hermano errado del mal camino y llevarlo hacia el camino mejor de una vida recta». Jesús animaba a sus seguidores a reaccionar de forma dinámica y positiva en todas las situaciones de la vida. El hecho de presentar la otra mejilla, o cualquier otro gesto de este tipo, requiere iniciativa y supone una expresión vigorosa, activa y valerosa de la personalidad del creyente.
159:5.10 (1770.2) Jesús no aconsejaba a sus seguidores que se sometieran negativamente a los ultrajes de quienes abusan intencionadamente de los partidarios de la no resistencia al mal, sino que fueran sensatos y estuvieran alerta para responder de forma rápida y positiva haciendo todo lo posible por vencer al mal con el bien. No olvidéis que el verdadero bien es invariablemente más poderoso que el mal más maligno. El Maestro enseñó esta norma positiva de rectitud: «Todo aquel que quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que asuma todas sus responsabilidades de cada día y que me siga». Y él mismo vivió así, pues «anduvo haciendo el bien». Este aspecto del evangelio fue bien ilustrado por las muchas parábolas que contó más adelante a sus seguidores. No exhortó nunca a sus discípulos a soportar pacientemente sus obligaciones, sino a asumir con entusiasmo y energía la totalidad de sus responsabilidades humanas y sus privilegios divinos en el reino de Dios.
159:5.11 (1770.3) Cuando Jesús recomendó a sus apóstoles que si alguien les quitaba injustamente la capa le ofrecieran la túnica, no quería decir que ofrecieran literalmente su otra prenda de vestir. Quería ilustrar la idea de hacer algo positivo por salvar al malhechor en lugar de seguir el viejo principio de la represalia, el «ojo por ojo» que no resuelve nada. Jesús aborrecía tanto la idea de vengarse como la de resignarse a ser un simple sufridor o víctima pasiva de la injusticia. Ese día les enseñó las tres maneras de enfrentarse al mal y resistirse a él:
159:5.12 (1770.4) 1. Devolver mal por mal, un método positivo pero injustificable.
159:5.13 (1770.5) 2. Sufrir el mal sin queja y sin resistencia, un método puramente negativo.
159:5.14 (1770.6) 3. Devolver bien por mal, afirmar la voluntad de convertirse así en dueño de la situación, de vencer al mal con el bien, un método bueno y positivo.
159:5.15 (1770.7) Uno de los apóstoles preguntó una vez: «Maestro, ¿qué debería hacer si un extraño me forzara a llevar su carga durante una milla?». Jesús contestó: «No te sientes y sueltes un suspiro de alivio mientras se lo reprochas al extraño para tus adentros. Esas actitudes pasivas no conducen a la justicia. Si no se te ocurre nada más positivo que hacer, puedes al menos llevar la carga otra milla más. Seguro que así darás que pensar a ese extraño injusto e impío».
159:5.16 (1770.8) Los judíos habían oído hablar de un Dios que perdonaría a los pecadores arrepentidos e intentaría olvidar sus delitos, pero hasta que llegó Jesús los hombres no habían oído hablar nunca de un Dios que fuera a buscar a la oveja perdida, que tomara la iniciativa de buscar a los pecadores y se regocijara cuando los encontraba dispuestos a volver a la casa del Padre. Jesús dio a sus oraciones este mismo tono positivo característico de su religión y convirtió la regla de oro negativa en una recomendación positiva de equidad humana.
159:5.17 (1771.1) Jesús excluyó sistemáticamente de sus enseñanzas cualquier detalle que pudiera distraer la atención. Evitó el lenguaje florido, los recursos meramente poéticos y los juegos de palabras. Solía encerrar grandes significados en expresiones pequeñas. Para ilustrar sus ideas invertía el significado corriente de muchos términos como sal, levadura, pesca y niños pequeños. Empleaba muy eficazmente la antítesis al comparar, por ejemplo, lo diminuto con lo infinito. Utilizaba imágenes de gran impacto como la del «ciego que guía a otro ciego», pero la fuerza principal de su enseñanza ilustrativa era su naturalidad. Jesús hizo descender la filosofía de la religión del cielo a la tierra. Describía las necesidades elementales del alma con una visión interior nueva y un nuevo otorgamiento de afecto.
159:6.1 (1771.2) La misión de cuatro semanas en la Decápolis tuvo un éxito moderado. Cientos de almas fueron recibidas en el reino y fue una valiosa experiencia para los apóstoles y los evangelistas, que tuvieron que hacer su trabajo sin la inspiración de la presencia personal directa de Jesús.
159:6.2 (1771.3) El viernes 16 de septiembre todo el cuerpo de evangelizadores se congregó en el parque de Magadán tal como habían convenido de antemano. El día del sabbat se reunió un consejo de más de cien creyentes en el que se consideraron a fondo los futuros planes para extender la obra del reino. Asistieron los mensajeros de David, que informaron sobre la situación de los creyentes en Judea, Samaria, Galilea y regiones colindantes.
159:6.3 (1771.4) Solo unos pocos seguidores de Jesús apreciaban en su justo valor los servicios del inestimable cuerpo de mensajeros. Los mensajeros no solo mantenían en contacto a los creyentes entre sí y con Jesús y los apóstoles en toda Palestina, sino que hicieron también de recaudadores de fondos durante aquel periodo adverso. Reunían el dinero necesario para sustentar a Jesús y sus compañeros y para ayudar a las familias de los doce apóstoles y los doce evangelistas.
159:6.4 (1771.5) Hacia esta época Abner trasladó su centro de operaciones de Hebrón a Belén, donde estaba también el cuartel general de los mensajeros de David en Judea. David mantenía un servicio nocturno de relevos de mensajeros entre Jerusalén y Betsaida. Estos corredores salían de Jerusalén todas las tardes, se relevaban en Sicar y Escitópolis, y llegaban a Betsaida a la hora del desayuno de la mañana siguiente.
159:6.5 (1771.6) Jesús y sus compañeros habían previsto una semana de descanso antes de acometer la última etapa de su obra en favor del reino. Este fue su último descanso, pues la misión en Perea se transformó en una campaña de enseñanza y predicación que duró hasta el momento mismo de su llegada a Jerusalén, el escenario de los episodios finales de la carrera de Jesús en la tierra.
El libro de Urantia
Documento 160
160:0.1 (1772.1) EL DOMINGO 18 de septiembre por la mañana Andrés anunció que no había ningún trabajo previsto para la semana siguiente. Todos los apóstoles, excepto Tomás y Natanael, se fueron a sus casas a ver a sus familias o a estar con sus amigos. Jesús dedicó casi todo el tiempo de esa semana a descansar; en cambio Tomás y Natanael estuvieron muy ocupados intercambiando ideas con un filósofo griego de Alejandría llamado Rodan. Este griego acababa de hacerse discípulo de Jesús siguiendo las enseñanzas de uno de los compañeros de Abner que había llevado a cabo una misión en Alejandría. La gran aspiración de Rodan en ese momento era armonizar su filosofía de vida con las nuevas enseñanzas religiosas de Jesús, y había viajado hasta Magadán con la esperanza de que el Maestro accediera a hablar con él de estos problemas. Deseaba también obtener una versión directa y autorizada del evangelio de labios de Jesús o de uno de sus apóstoles. Aunque el Maestro no quiso participar en las conversaciones con Rodan, lo recibió amablemente y encargó a Tomás y Natanael que escucharan todo lo que tuviera que decir y que ellos a su vez le hablaran del evangelio.
160:1.1 (1772.2) El lunes por la mañana temprano Rodan inició el primero de una serie de diez coloquios con Natanael, Tomás y un grupo de una veintena de creyentes que se encontraban casualmente en Magadán. Estas charlas, resumidas, combinadas y expresadas en lenguaje moderno, plantean las reflexiones siguientes:
160:1.2 (1772.3) La vida humana se compone de tres grandes estímulos: impulsos, deseos y alicientes. Solo se puede adquirir un carácter fuerte, una personalidad dominante, cuando se convierten los impulsos naturales de la vida en el arte social del vivir y se transforman los deseos presentes en anhelos más altos capaces de logros duraderos. Al mismo tiempo hay que elevar el aliciente común de la existencia desde las propias ideas convencionales y establecidas hasta los campos más altos de las ideas no exploradas y los ideales no descubiertos.
160:1.3 (1772.4) Cuanto más compleja se vuelva la civilización, más difícil será el arte de vivir. Cuanto más rápidos sean los cambios en los usos sociales, más complicada será la tarea de desarrollar el carácter. La humanidad tiene que volver a aprender cada diez generaciones el arte de vivir para seguir progresando. Y si el hombre se vuelve tan ingenioso que aumenta más deprisa las complejidades de la sociedad, necesitará volver a aprender el arte de vivir en menos tiempo, quizás en cada generación. Si la evolución del arte de vivir no logra progresar al ritmo de la técnica de la existencia, la humanidad volverá rápidamente al simple impulso de vivir, de satisfacer los deseos del presente. Y así, la humanidad seguirá siendo inmadura, no logrará alcanzar su plena madurez.
160:1.4 (1773.1) La madurez social equivale a la medida en que el hombre está dispuesto a renunciar a sus meros deseos pasajeros e inmediatos para cultivar aspiraciones superiores, y es en la lucha por lograr estos anhelos donde encuentra las satisfacciones más abundantes del avance progresivo hacia metas permanentes. Pero el verdadero distintivo de la madurez social es la voluntad de un pueblo de renunciar a su derecho a vivir tranquilo y satisfecho bajo el cómodo señuelo de las ideas convencionales y las creencias establecidas para movilizar sus energías tras el reclamo inquietante de las posibilidades inexploradas de alcanzar metas no descubiertas de realidades espirituales idealistas.
160:1.5 (1773.2) Los animales responden noblemente al impulso de la vida, pero solo el hombre puede alcanzar el arte de vivir, aunque la mayor parte de la humanidad se limite de hecho a experimentar el impulso animal de vivir. Los animales solo conocen este impulso ciego e instintivo; el hombre es capaz de trascender ese impulso de las funciones naturales. El hombre puede elegir vivir en el plano elevado del arte inteligente, e incluso en el de la alegría celestial y el éxtasis espiritual. Los animales no se preguntan cuál es el propósito de la vida, por eso nunca se preocupan ni tampoco se suicidan. El suicidio entre los hombres atestigua que estos seres han emergido de la etapa de existencia puramente animal y también que los esfuerzos exploratorios de dichos seres humanos no han logrado alcanzar los niveles en los que la experiencia mortal se vuelve arte. Los animales no conocen el significado de la vida. El hombre no solo posee la capacidad de reconocer los valores y comprender los significados, sino que tiene también consciencia del significado de los significados: es consciente de su propia comprensión.
160:1.6 (1773.3) Cuando los hombres se atreven a abandonar una vida de ansias naturales por otra de arte aventurado y lógica incierta, deben saber que se exponen a los correspondientes trastornos emocionales —conflictos, infelicidad e incertidumbre— al menos hasta el momento en que alcancen algún grado de madurez intelectual y emocional. El desaliento, la preocupación y la indolencia son prueba inconfundible de inmadurez moral. La sociedad humana se enfrenta a dos problemas: lograr la madurez del individuo y lograr la madurez de la raza. El ser humano maduro empieza enseguida a considerar a todos los demás mortales con sentimientos de ternura y emociones de tolerancia. Los hombres maduros ven a los inmaduros con el amor y la consideración que los padres muestran por sus hijos.
160:1.7 (1773.4) El éxito en la vida no es ni más ni menos que el arte de saber utilizar métodos fiables para solucionar problemas corrientes. El primer paso para solucionar cualquier problema es localizar la dificultad, aislar el problema y reconocer francamente su naturaleza y gravedad. Cuando los problemas de la vida despiertan nuestros temores profundos, el gran error es que nos neguemos a reconocerlos. De igual modo, cuando reconocer nuestras dificultades supone moderar nuestra hinchada vanidad, admitir que somos envidiosos o abandonar prejuicios profundamente arraigados, la persona media prefiere aferrarse a sus viejas ilusiones de seguridad y a los falsos sentimientos de protección que lleva tanto tiempo cultivando. Solo una persona valiente está dispuesta a admitir honradamente lo que descubre una mente lógica y sincera y a enfrentarse a ello sin temor.
160:1.8 (1773.5) La solución sensata y efectiva de cualquier problema exige una mente libre de sesgo, de pasión y de todos los demás prejuicios puramente personales que pudieran interferir en el estudio imparcial de los factores reales que constituyen el problema a resolver. La solución de los problemas de la vida requiere valor y sinceridad. Solo las personas honradas y valerosas son capaces de avanzar valientemente por el confuso y desconcertante laberinto del vivir hasta donde las lleve la lógica de una mente sin miedo. Y esta emancipación de la mente y el alma nunca puede producirse sin la fuerza impulsora de un entusiasmo inteligente rayano en el fervor religioso. Se necesita el aliciente de un gran ideal para impulsar al hombre en pos de una meta erizada de arduos problemas materiales y múltiples riesgos intelectuales.
160:1.9 (1774.1) Aunque estéis bien armados para afrontar las situaciones difíciles de la vida, no esperéis triunfar si no poseéis la sabiduría mental y el encanto personal necesarios para ganaros el apoyo y la cooperación sincera de vuestros semejantes. No podéis aspirar a grandes éxitos en el trabajo, ni religioso ni secular, a menos que aprendáis a persuadir a vuestros semejantes, a convencer a los demás. El tacto y la tolerancia son indispensables.
160:1.10 (1774.2) Pero el mejor de todos los métodos de resolver problemas lo he aprendido de Jesús, vuestro Maestro. Me refiero a lo que él practica con tanta perseverancia y tan fielmente os ha enseñado: la meditación adoradora en soledad. En esta costumbre de Jesús de retirarse con frecuencia a comulgar con el Padre del cielo se halla el medio que nos permite, no solo cobrar fuerzas y sabiduría para los conflictos ordinarios del vivir, sino también apropiarnos de la energía necesaria para solucionar los problemas más altos de naturaleza moral y espiritual. Sin embargo, los métodos correctos de resolver problemas no pueden por sí mismos contrarrestar los defectos inherentes de la personalidad ni compensar la falta de hambre y sed de verdadera rectitud.
160:1.11 (1774.3) Me impresiona profundamente la costumbre de Jesús de marcharse a solas para estudiar en solitario los problemas del vivir; para buscar nuevas reservas de energía y sabiduría con que afrontar las múltiples demandas del servicio social; para avivar y profundizar el propósito supremo del vivir mediante el sometimiento efectivo de su personalidad total a la consciencia del contacto con la divinidad; para buscar métodos nuevos y mejores de adaptarse a las situaciones siempre cambiantes de la existencia viva; para reajustar y reconstruir vitalmente las actitudes personales que son esenciales para una comprensión profunda de todo lo que es válido y real. Y hacerlo todo con la sola mira de la gloria de Dios, pronunciando sinceramente la oración preferida de vuestro Maestro: «Que no se haga mi voluntad sino la tuya».
160:1.12 (1774.4) Esta práctica de adoración de vuestro Maestro aporta la relajación que renueva la mente, la iluminación que inspira el alma, el valor para afrontar los propios problemas, la comprensión de uno mismo que oblitera el miedo debilitador y la consciencia de unión con la divinidad que proporciona al hombre la seguridad necesaria para atreverse a ser como Dios. El relajamiento que produce la adoración o comunión espiritual tal como la practica el Maestro alivia tensiones, elimina conflictos y aumenta poderosamente los recursos totales de la personalidad. Toda esta filosofía, más el evangelio del reino, constituye la nueva religión tal como yo la entiendo.
160:1.13 (1774.5) Los prejuicios ciegan el alma y le impiden reconocer la verdad. Los prejuicios solo se pueden eliminar mediante la entrega sincera del alma a la adoración de una causa que abarque e incluya a todos nuestros semejantes. Los prejuicios están inseparablemente unidos al egoísmo y solo se pueden superar cuando se abandona la búsqueda de uno mismo y se sustituye por la búsqueda de la satisfacción de servir a una causa que no solo es más grande que uno, sino más grande incluso que toda la humanidad: la búsqueda de Dios, el logro de la divinidad. La prueba de madurez de la personalidad consiste en transformar el deseo humano en una búsqueda constante de la realización de los valores más altos y más divinamente reales.
160:1.14 (1774.6) En un mundo que cambia sin cesar y en medio de un orden social en evolución, es imposible mantener metas de destino asentadas y establecidas. Solo pueden experimentar la estabilidad de la personalidad quienes han descubierto y abrazado al Dios vivo como meta eterna del logro infinito. Para transferir así su meta del tiempo a la eternidad, de la tierra al Paraíso, de lo humano a lo divino, es necesario que el hombre se regenere, se convierta, nazca de nuevo; que se convierta en el hijo recreado del espíritu divino; que consiga entrar en la hermandad del reino de los cielos. Todas las filosofías y religiones que estén por debajo de estos ideales son inmaduras. La filosofía que yo enseño, unida al evangelio que vosotros predicáis, representa la nueva religión de la madurez, el ideal de todas las generaciones futuras. Y esto es verdad porque nuestro ideal es final, infalible, eterno, universal, absoluto e infinito.
160:1.15 (1775.1) Mi filosofía me impulsó a buscar las realidades del verdadero logro, la meta de la madurez, pero era un deseo impotente. Mi búsqueda carecía de fuerza motriz, mis indagaciones adolecían de falta de rumbo. Estas deficiencias han sido suplidas con creces por el nuevo evangelio de Jesús, que ha esclarecido las percepciones, elevado los ideales y estabilizado las metas. Y ahora, sin más dudas ni recelos, puedo emprender de todo corazón la aventura eterna.
160:2.1 (1775.2) Los mortales solo tienen dos modos de vivir juntos: el modo material o animal y el modo espiritual o humano. Los animales son capaces de comunicarse entre sí de modo limitado mediante signos y sonidos. Pero esas formas de comunicación no transmiten significados, ideas ni valores. La única diferencia entre el hombre y el animal es que el hombre puede comunicarse con sus semejantes por medio de símbolos que designan e identifican con toda certeza significados, ideas, valores e incluso ideales.
160:2.2 (1775.3) Los animales, al no poder comunicarse ideas entre sí, no pueden desarrollar una personalidad. En cambio el hombre desarrolla su personalidad porque se puede comunicar con sus semejantes tanto sobre ideas como sobre ideales.
160:2.3 (1775.4) Esta capacidad de comunicar y compartir significados es lo que constituye la cultura humana y permite al hombre, mediante asociaciones sociales, construir civilizaciones. El conocimiento y la sabiduría se vuelven acumulativos gracias a la capacidad del hombre de comunicar estas adquisiciones a las generaciones siguientes, y surgen así las actividades culturales de la raza: el arte, la ciencia, la religión y la filosofía.
160:2.4 (1775.5) La comunicación mediante símbolos entre los seres humanos predetermina la aparición de grupos sociales. El más efectivo de todos los grupos sociales es la familia, y más concretamente los dos padres. El afecto personal es el lazo espiritual que mantiene la unión en estas asociaciones materiales. Una relación tan efectiva se puede dar también entre dos personas del mismo sexo, como se ve con frecuencia en la entrega mutua de las amistades auténticas.
160:2.5 (1775.6) Estas asociaciones basadas en la amistad y el afecto mutuo son socializadoras y ennoblecedoras porque alientan y facilitan los siguientes factores esenciales de los niveles superiores del arte de vivir:
160:2.6 (1775.7) 1. La mutua expresión y comprensión. Muchos nobles impulsos humanos mueren porque no hay nadie que escuche a quien los expresa. En verdad no es bueno que el hombre esté solo. Para el desarrollo del carácter humano es esencial que exista algún grado de reconocimiento y cierta cantidad de aprecio. Sin el amor genuino de un hogar, ningún niño puede conseguir el desarrollo pleno de un carácter normal. El carácter es algo más que mera mente y moralidad. De todas las relaciones sociales pensadas para desarrollar el carácter, la más efectiva e ideal es la amistad afectuosa y comprensiva del hombre y la mujer en el abrazo mutuo de un matrimonio inteligente. El matrimonio, con sus múltiples relaciones, está inmejorablemente diseñado para hacer surgir los valiosos impulsos y las motivaciones superiores que son indispensables para el desarrollo de un carácter fuerte. No vacilo en glorificar así la vida de familia, pues vuestro Maestro ha elegido sabiamente la relación padre-hijo como piedra angular de este nuevo evangelio del reino. Y esa incomparable comunidad de relaciones, el hombre y la mujer en el abrazo cariñoso de los ideales más elevados del tiempo, es una experiencia tan valiosa y satisfactoria que vale la pena cualquier precio, cualquier sacrificio para conseguirla.
160:2.7 (1776.1) 2. La unión de las almas, la movilización de la sabiduría. Todo ser humano adquiere tarde o temprano cierto concepto de este mundo y cierta visión del siguiente. Por otra parte, es posible unir estos puntos de vista sobre la existencia temporal y las perspectivas eternas mediante la asociación de personalidades, de modo que los valores espirituales de una de las mentes se vean aumentados por una parte importante de la comprensión de la otra. Los hombres enriquecen así su alma poniendo en común sus respectivas posesiones espirituales. Y esto además ayuda al hombre a sortear el riesgo permanente de caer en visiones distorsionadas, puntos de vista prejuiciados y juicios estrechos. El miedo, la envidia y la vanidad solo se evitan gracias al contacto íntimo con otras mentes. Llamo vuestra atención sobre el hecho de que el Maestro no os envía nunca solos a trabajar para extender el reino, siempre os envía de dos en dos. Y puesto que la sabiduría es un superconocimiento, cuando el grupo social, grande o pequeño, une su sabiduría, comparte automáticamente todo el conocimiento.
160:2.8 (1776.2) 3. El entusiasmo por vivir. El aislamiento tiende a agotar la carga de energía del alma. La asociación con nuestros semejantes es esencial para renovar el entusiasmo por la vida y es indispensable para alimentar el valor necesario en las batallas que conlleva el ascenso a los niveles más altos del vivir humano. La amistad realza las alegrías y glorifica los triunfos de la vida. Las asociaciones humanas íntimas y amorosas tienden a quitar tristeza al sufrimiento y amargura a las privaciones. La presencia de un amigo realza toda belleza y exalta toda bondad. El hombre puede avivar y ampliar mediante símbolos inteligentes las capacidades apreciativas de sus amigos. Una de las glorias supremas de la amistad humana es este poder y esta posibilidad de estimulación mutua de la imaginación. Hay un gran poder espiritual inherente a la consciencia de una entrega incondicional a una causa común, de la mutua lealtad a una Deidad cósmica.
160:2.9 (1776.3) 4. La mejor defensa contra todo mal. La asociación de personalidades y el afecto mutuo son un seguro eficaz contra el mal. Las dificultades, la pena, la decepción y la derrota son más dolorosas y descorazonadoras cuando se sufren a solas. La asociación no transforma el mal en rectitud, pero ayuda mucho a aliviar sus heridas. Como dijo vuestro Maestro: «Bienaventurados los que se lamentan»... si tienen un amigo a mano para consolarlos. Hay una fuerza positiva en el conocimiento de que vivís para el bienestar de los demás y que los demás viven igualmente para vuestro bienestar y vuestro progreso. El hombre languidece en el aislamiento. Los seres humanos se desaniman inevitablemente cuando ven solo los movimientos transitorios del tiempo. El presente se vuelve exasperantemente trivial cuando está separado del pasado y del futuro. Solo vislumbrar el círculo de la eternidad puede inspirar al hombre a esforzarse al máximo e incitar a lo mejor que hay en él a darlo todo. Y cuando el hombre pone así lo mejor de sí mismo, vive con toda generosidad para el bien de los demás, sus compañeros de viaje en el tiempo y la eternidad.
160:2.10 (1777.1) Repito que esta asociación inspiradora y ennoblecedora encuentra sus posibilidades ideales en la relación del matrimonio humano. Es verdad que se logra mucho fuera del matrimonio y que muchísimos matrimonios no consiguen producir en absoluto esos frutos morales y espirituales. Las parejas que contraen matrimonio buscan demasiadas veces otros valores más bajos que estos corolarios superiores de la madurez humana. El matrimonio ideal tiene que estar fundamentado en algo más estable que las fluctuaciones del sentimiento y la volubilidad de la mera atracción sexual; tiene que basarse en una entrega personal mutua y auténtica. Y si lográis construir así pequeñas unidades de asociación humana fiables y efectivas, cuando estas se reúnan en un conjunto, el mundo contemplará una estructura social grande y glorificada, la civilización de la madurez de los mortales. Una raza así podría empezar a hacer realidad una parte del ideal de vuestro Maestro de «paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres». Una sociedad así no sería perfecta ni estaría enteramente libre de mal, pero al menos se acercaría a la estabilización de la madurez.
160:3.1 (1777.2) El esfuerzo por conseguir la madurez exige trabajo, y el trabajo requiere energía. ¿De dónde sale el poder para realizar todo esto? Las cosas físicas se pueden dar por sentadas, pero el Maestro ha dicho con verdad que «no solo de pan vive el hombre». En el supuesto de poseer un cuerpo normal y una salud razonablemente buena, hay que buscar los alicientes que estimulen el despertar de las fuerzas espirituales adormecidas del hombre. Si Jesús nos ha enseñado que Dios vive en el hombre, ¿cómo podemos inducir al hombre a liberar estos poderes de la divinidad y la infinitud ligados a su alma? ¿Cómo induciremos a los hombres a dejar obrar a Dios de modo que pueda brotar y refrescar nuestra propia alma al pasar hacia el exterior para esclarecer, elevar y bendecir a otras innumerables almas? ¿Cuál es la mejor manera de despertar los poderes latentes del bien que yacen dormidos en vuestras almas? De una cosa estoy seguro: la excitación de las emociones no es el estímulo espiritual ideal. La excitación no aumenta la energía, más bien agota las fuerzas del cuerpo y de la mente. ¿De dónde viene entonces la energía para hacer estas grandes cosas? Observad a vuestro Maestro. En este mismo momento está allá fuera en las colinas recibiendo fuerza mientras nosotros estamos aquí gastando energía. El secreto de todo este problema está oculto en la comunión espiritual, en la adoración. Desde el punto de vista humano se trata de combinar la meditación y la relajación. La meditación pone a la mente en contacto con el espíritu, la relajación establece la capacidad de receptividad espiritual. Y este intercambio de debilidad por fuerza, de miedo por valor, de la mente del yo por la voluntad de Dios, constituye la adoración. Al menos así es como lo considera el filósofo.
160:3.2 (1777.3) Cuando estas experiencias se repiten con frecuencia cristalizan en hábitos. Estos hábitos de adoración dan fuerza y se traducen a la larga en la formación de un carácter espiritual que acaba siendo reconocido por nuestros semejantes como una personalidad madura. Estas prácticas son difíciles al principio y llevan mucho tiempo, pero cuando se vuelven habituales se convierten en fuente de descanso y ahorran tiempo. Cuanto más compleja se vuelva la sociedad, cuanto más se multipliquen los alicientes de la civilización, con más urgencia necesitarán las personas conocedoras de Dios adquirir estos hábitos protectores para poder conservar y aumentar sus energías espirituales.
160:3.3 (1778.1) Otro requisito para lograr madurez es la adaptación cooperativa de los grupos sociales a un entorno en cambio permanente. El individuo inmaduro despierta el antagonismo de sus semejantes; el hombre maduro se gana la cooperación cordial de sus compañeros y multiplica así considerablemente los frutos de sus esfuerzos en la vida.
160:3.4 (1778.2) Mi filosofía me dice que, en caso necesario, hay momentos en los que debo luchar por defender mi concepto de la rectitud, pero estoy seguro de que la personalidad más madura del Maestro no tendría ninguna dificultad en ganarse amablemente al adversario con su actitud superior e irresistible de tacto y tolerancia. Cuando luchamos por lo correcto es muy frecuente que tanto el vencedor como el vencido acaben derrotados. Ayer mismo oí decir al Maestro que «cuando un hombre sabio intenta entrar por una puerta cerrada no rompe la puerta sino que busca la llave». Demasiadas veces nos ponemos a luchar solo para convencernos de que no tenemos miedo.
160:3.5 (1778.3) Este nuevo evangelio del reino presta un gran servicio al arte de vivir porque proporciona un nuevo incentivo más rico para una forma de vida más alta. Presenta una meta de destino nueva y excelsa, un propósito supremo para la vida. Y estos nuevos conceptos de la meta eterna y divina de la existencia son en sí mismos estímulos trascendentes que provocan la reacción de lo mejor que hay en la naturaleza más alta del hombre. En la cima de todo pensamiento intelectual se encuentra reposo para la mente, fuerza para el alma y comunión para el espíritu. Desde esa perspectiva ventajosa del vivir elevado, el hombre es capaz de trascender las irritaciones materiales de los niveles más bajos del pensamiento: la preocupación, los celos, la envidia, la venganza y el orgullo de una personalidad inmadura. Las almas que escalan a esas alturas se liberan así de una multitud de conflictos enredados a contracorriente en las nimiedades del vivir y se hacen libres para tomar consciencia de las corrientes superiores de los conceptos de espíritu y de comunicación celestial. Pero el propósito de la vida debe ser celosamente protegido contra la tentación de buscar logros fáciles y pasajeros e inmunizado cuidadosamente contra los peligros desastrosos del fanatismo.
160:4.1 (1778.4) Mientras tenéis la vista puesta en alcanzar las realidades eternas debéis atender también a las necesidades de la vida temporal. El espíritu es nuestra meta, pero la carne es un hecho. Las cosas que necesitamos para vivir puede que caigan alguna vez en nuestras manos por casualidad, pero en general tenemos que trabajar inteligentemente para obtenerlas. Los dos problemas principales de la vida son ganarse la vida temporal y lograr la supervivencia eterna, pero incluso para encontrar la solución ideal del problema de ganarse la vida también es necesaria la religión. Ambos problemas son muy personales. De hecho, la verdadera religión no es operativa separadamente del individuo.
160:4.2 (1778.5) Estos son los factores esenciales de la vida temporal tal como yo los veo:
160:4.3 (1778.6) 1. Una buena salud física.
160:4.4 (1778.7) 2. Un pensamiento claro y limpio.
160:4.5 (1778.8) 3. Capacidad y destreza.
160:4.6 (1778.9) 4. Riqueza: los bienes de la vida.
160:4.7 (1778.10) 5. Capacidad de soportar la derrota.
160:4.8 (1778.11) 6. Cultura: educación y sabiduría.
160:4.9 (1779.1) Incluso los problemas físicos de salud y buen funcionamiento corporal se solucionan mejor cuando se consideran desde el punto de vista religioso de las enseñanzas de nuestro Maestro: el cuerpo y la mente del hombre son la morada del don de los Dioses, el espíritu de Dios que se va convirtiendo en el espíritu del hombre. La mente del hombre se convierte así en la mediadora entre las cosas materiales y las realidades espirituales.
160:4.10 (1779.2) Hay que ser inteligentes para conseguir nuestra porción de las cosas deseables de la vida. Quien da por hecho que se hará rico a base de hacer fielmente su trabajo diario está muy equivocado. Salvo en casos excepcionales de enriquecimiento casual, es evidente que las recompensas materiales de la vida temporal fluyen por ciertos canales bien organizados, y solo los que tienen acceso a esos canales pueden esperar ser bien recompensados por sus esfuerzos temporales. La pobreza será siempre el destino de todos los que buscan la riqueza en canales aislados e individuales. Por eso lo más importante para prosperar en el mundo es una planificación acertada. No basta con entregarnos a nuestro trabajo para triunfar, sino que necesitamos actuar en alguno de los canales de la riqueza material. Si no obráis con acierto puede que entreguéis la vida a vuestra generación sin recompensa material alguna, en cambio si entráis por casualidad en el flujo de riqueza, podréis nadar en el lujo sin haber hecho nada útil por vuestros semejantes.
160:4.11 (1779.3) La capacidad se hereda mientras que la destreza se adquiere. La vida no es real para quien no sepa hacer bien —de forma competente— al menos una cosa. La destreza es una de las fuentes reales de satisfacción en la vida. La capacidad implica el don de la previsión, visión a largo plazo. No os dejéis engañar por tentadoras recompensas a la falta de honradez; estad dispuestos a trabajar duro por las ganancias que reporta a la larga el esfuerzo honrado. El hombre sabio es capaz de distinguir entre fines y medios. Por otra parte, planificar el futuro en exceso puede hacer fracasar los elevados objetivos del propio empeño. Como buscadores de placeres deberíais aspirar siempre a ser productores igual que consumidores.
160:4.12 (1779.4) Entrenad vuestra memoria a mantener como depósito sagrado los episodios valiosos y fortalecedores de la vida, y podréis recordarlos a voluntad para vuestro placer y edificación. Construid así, para vosotros y en vosotros, un museo de belleza, bondad y grandeza artística. Los recuerdos más nobles que podéis atesorar son los grandes momentos de una profunda amistad. Todos estos tesoros de la memoria irradian sus influencias más preciosas y exaltadoras bajo el toque liberador de la adoración espiritual.
160:4.13 (1779.5) Pero la vida se convertirá en una carga si no aprendéis a fracasar con elegancia. Aceptar las derrotas es un arte, y las almas nobles lo adquieren siempre. Hay que saber perder con alegría y no tener miedo a las decepciones. No dudéis nunca en admitir un fracaso, no intentéis disimularlo con sonrisas engañosas ni ocultarlo tras un radiante optimismo. Queda bien aparentar que triunfamos en todo, pero los resultados finales son deplorables. Esa actitud conduce directamente a la creación de un mundo irreal y al derrumbamiento inevitable de la desilusión final.
160:4.14 (1779.6) El éxito puede generar valor y promover confianza, pero la sabiduría solo nace de la experiencia de adaptarse a los resultados de los propios fracasos. Los hombres que prefieren las ilusiones optimistas a la realidad nunca llegarán a ser sabios. Solo los que afrontan los hechos y los adaptan a los ideales pueden conseguir sabiduría. La sabiduría abarca tanto hechos como ideales y por eso libra a quienes la practican de los dos extremos estériles de la filosofía: el idealista que descarta los hechos y el materialista desprovisto de perspectiva espiritual. Las almas tímidas que no saben luchar en la vida sin apoyarse continuamente en falsas ilusiones de éxito están condenadas al fracaso y a la derrota cuando despierten por fin del mundo ilusorio de sus propias imaginaciones.
160:4.15 (1780.1) Y a la hora de enfrentarse al fracaso y adaptarse a la derrota es cuando la visión de gran alcance de la religión ejerce su influencia suprema. En la experiencia del hombre que busca a Dios y se ha embarcado en la aventura eterna de explorar un universo, el fracaso es simplemente un episodio educativo, un experimento cultural en la adquisición de sabiduría. Para estos hombres la derrota solo es un instrumento más en su empeño por conseguir niveles más altos de realidad universal.
160:4.16 (1780.2) La carrera de un hombre que busca a Dios puede resultar un gran éxito a la luz de la eternidad aunque su vida temporal pueda parecer un fracaso aplastante, siempre que cada fracaso de su vida le haya servido para cultivar la sabiduría y el logro de espíritu. No cometáis el error de confundir conocimiento, cultura y sabiduría. Los tres están relacionados en la vida, pero representan valores de espíritu muy diferentes. La sabiduría domina siempre al conocimiento y glorifica siempre a la cultura.
160:5.1 (1780.3) Me habéis dicho que para vuestro Maestro la auténtica religión humana es la experiencia del individuo con las realidades espirituales. Para mí, la religión es la experiencia del hombre que reacciona ante algo que considera digno del homenaje y la entrega de toda la humanidad. En este sentido la religión simboliza nuestra entrega suprema a aquello que representa nuestro concepto más alto de los ideales de la realidad y el límite máximo que pueden alcanzar nuestras mentes en su búsqueda de las posibilidades eternas de logro espiritual.
160:5.2 (1780.4) Cuando los hombres reaccionan ante la religión en sentido tribal, nacional o racial, es porque consideran que los de fuera de su grupo no son verdaderamente humanos. Nosotros consideramos siempre que el objeto de nuestra lealtad religiosa es digno de ser reverenciado por todos los hombres. La religión no puede ser nunca una mera cuestión de creencia intelectual o razonamiento filosófico. La religión es siempre y para siempre un modo de reaccionar ante las situaciones de la vida; es una forma de comportamiento. La religión consiste en pensar, sentir y actuar reverentemente hacia alguna realidad que consideramos digna de adoración universal.
160:5.3 (1780.5) Si en vuestra experiencia algo se ha convertido en religión, es evidente que os habéis convertido ya en evangelistas activos de esa religión puesto que consideráis que el concepto supremo de vuestra religión es digno de la adoración de toda la humanidad, de todas las inteligencias del universo. Si no sois evangelistas convencidos y misioneros de vuestra religión, os engañáis a vosotros mismos en el sentido de que aquello que llamáis religión no es más que una creencia tradicional o un mero sistema de filosofía intelectual. Si vuestra religión es una experiencia espiritual, el objeto de vuestra adoración debe ser la realidad universal de espíritu y el ideal de todos vuestros conceptos espiritualizados. Llamo religiones intelectuales a todas las que se fundamentan en el miedo, la emoción, la tradición y la filosofía, y llamaría religiones verdaderas a las fundamentadas en la verdadera experiencia de espíritu. El objeto de la devoción religiosa puede ser material o espiritual, verdadero o falso, real o irreal, humano o divino. Por eso las religiones pueden ser buenas o malas.
160:5.4 (1780.6) La moralidad y la religión no son necesariamente lo mismo. Cuando un sistema de moralidad adopta un objeto de adoración puede convertirse en una religión. Cuando una religión pierde su llamamiento universal a la lealtad y a la devoción suprema puede transformarse en un sistema de filosofía o en un código de moralidad. Esa cosa, ser, estado, orden de existencia o posibilidad de logro que constituye el ideal supremo de la lealtad religiosa y es el receptor de la devoción religiosa de los adoradores es Dios. Bajo cualquier nombre que se le atribuya, este ideal de realidad de espíritu es Dios.
160:5.5 (1781.1) Lo que caracteriza socialmente a una verdadera religión es el hecho invariable de intentar convertir al individuo y transformar al mundo. La religión implica la existencia de ideales no descubiertos que trascienden en mucho las normas éticas y morales conocidas e incorporadas a los usos sociales, incluso los más altos, de las instituciones más maduras de la civilización. La religión aspira a alcanzar ideales no descubiertos, realidades inexploradas, valores sobrehumanos, sabiduría divina y verdadero logro de espíritu. La verdadera religión hace todo esto; todas las demás creencias no son dignas de este nombre. No podéis tener una auténtica religión espiritual sin el ideal supremo y elevado de un Dios eterno. Una religión sin este Dios es una invención del hombre, una institución humana de creencias intelectuales sin vida y ceremonias emocionales sin sentido. Una religión puede pretender tener un gran ideal como objeto de su devoción, pero esos ideales irreales son inalcanzables y el concepto, ilusorio. Los únicos ideales que puede alcanzar el hombre son las realidades divinas de los valores infinitos que residen en el hecho espiritual del Dios eterno.
160:5.6 (1781.2) La palabra Dios, la idea de Dios en contraposición con el ideal de Dios, puede convertirse en parte de cualquier religión, por muy falsa o pueril que sea esa religión. Y los que conciben esa idea de Dios pueden diseñarla a su gusto. Las religiones inferiores modelan sus ideas de Dios para satisfacer el estado natural del corazón humano; las religiones superiores exigen que el corazón humano cambie para satisfacer las demandas de los ideales de la verdadera religión.
160:5.7 (1781.3) La religión de Jesús trasciende todos nuestros conceptos anteriores de la idea de adoración en el sentido de que no solo describe a su Padre como el ideal de la realidad infinita, sino que declara categóricamente que esta fuente divina de valores y este centro eterno del universo es verdadera y personalmente alcanzable por cada criatura mortal que elija entrar en el reino de los cielos en la tierra y reconozca de ese modo que acepta la filiación con Dios y la hermandad con el hombre. En mi opinión, este es el concepto más elevado de religión que ha conocido jamás el mundo, y sostengo que no podrá haber nunca un concepto más alto, puesto que este evangelio abarca la infinitud de las realidades, la divinidad de los valores y la eternidad de los logros universales. Un concepto así constituye la consecución de la experiencia del idealismo de lo supremo y lo último.
160:5.8 (1781.4) Además de sentirme atraído por los consumados ideales de esta religión de vuestro Maestro, siento el fuerte impulso de confesar que le creo cuando nos anuncia que podemos alcanzar estos ideales de las realidades de espíritu; que vosotros y yo podemos emprender esta larga y eterna aventura bajo su garantía de que acabaremos llegando con toda seguridad a los portales del Paraíso. Hermanos, soy creyente, me he embarcado, voy de camino con vosotros en esta aventura eterna. El Maestro dice que vino del Padre y que nos mostrará el camino. Estoy persuadido de que dice la verdad. Estoy definitivamente convencido de que no se pueden alcanzar ideales de realidad ni valores de perfección fuera del Padre Universal y eterno.
160:5.9 (1781.5) Vengo pues a adorar no solo al Dios de las existencias, sino al Dios de la posibilidad de todas las existencias futuras. Por lo tanto vuestra entrega a un ideal supremo, si ese ideal es real, debe ser una entrega a este Dios de los universos de seres y cosas presentes, pasados y futuros. Y no hay otro Dios, pues no es posible que haya ningún otro Dios. Todos los demás dioses son productos de la imaginación, ilusiones de la mente mortal, distorsiones de la falsa lógica e ídolos del autoengaño de sus creadores. Sí, podéis tener una religión sin este Dios, pero no significará nada. Y si intentáis sustituir la realidad de este ideal del Dios vivo por la palabra Dios, solo conseguiréis engañaros a vosotros mismos al poner una idea en el lugar de un ideal, de una realidad divina. Las creencias de este tipo son simples religiones quiméricas.
160:5.10 (1782.1) En las enseñanzas de Jesús encuentro la mejor expresión de la religión. Este evangelio nos da la posibilidad de buscar al Dios verdadero y encontrarlo. Pero ¿estamos dispuestos a pagar el precio de esta entrada en el reino de los cielos? ¿Estamos dispuestos a nacer de nuevo, a ser rehechos? ¿Estamos dispuestos a someternos al proceso duro y exigente de destrucción del yo y reconstrucción del alma? ¿Acaso no ha dicho el Maestro: «Quien quiera salvar su vida debe perderla. No penséis que he venido a traer la paz, sino más bien una lucha del alma»? Pero también es cierto que después de pagar el precio de la dedicación a la voluntad del Padre experimentamos una gran paz siempre que sigamos caminando por los senderos espirituales de la vida consagrada.
160:5.11 (1782.2) Los alicientes del orden de existencia conocido ya no nos interesan, y estamos plenamente dedicados a buscar los alicientes del orden de existencia desconocido e inexplorado de una vida futura de aventura en los mundos de espíritu del idealismo superior de la realidad divina. Buscamos símbolos de significados para poder trasmitir a nuestros semejantes los conceptos de la realidad del idealismo de la religión de Jesús, y no dejaremos de rezar por el día en que toda la humanidad se conmueva ante la visión común de esta verdad suprema. En este momento nuestro concepto focalizado del Padre, tal como lo tenemos en nuestros corazones, es que Dios es espíritu y tal como lo trasmitimos a nuestros semejantes, es que Dios es amor.
160:5.12 (1782.3) La religión de Jesús exige una experiencia viva y espiritual. Otras religiones podrán consistir en creencias tradicionales, sentimientos emotivos, consciencias filosóficas y todo eso, pero la enseñanza del Maestro exige alcanzar niveles reales de progresión de espíritu.
160:5.13 (1782.4) La consciencia del impulso de ser como Dios no es verdadera religión. Los sentimientos de la emoción de adorar a Dios no son verdadera religión. La convicción consciente de renunciar al yo para servir a Dios no es verdadera religión. La sabiduría de razonar que esta religión es la mejor de todas no es religión como experiencia personal y espiritual. La verdadera religión concierne al destino y a la realidad del logro así como a la realidad y al idealismo de lo que se acepta de todo corazón por la fe. Y todo esto tiene que hacerse personal para nosotros mediante la revelación del Espíritu de la Verdad.
160:5.14 (1782.5) Aquí terminan las disertaciones del filósofo griego, uno de los más grandes de su raza, que creyó en el evangelio de Jesús.
El libro de Urantia
Documento 161
161:0.1 (1783.1) EL DOMINGO 25 de septiembre del año 29 d. C. los apóstoles y los evangelistas se reunieron en Magadán. Aquella tarde, después de una larga conversación con sus compañeros, Jesús los sorprendió a todos anunciando que a la mañana siguiente él y los doce apóstoles se pondrían en marcha hacia Jerusalén para asistir a la fiesta de los tabernáculos. Ordenó a los evangelistas que visitaran a los creyentes de Galilea, y al cuerpo de mujeres que volvieran a Betsaida durante un tiempo.
161:0.2 (1783.2) Cuando llegó la hora de salir hacia Jerusalén, Natanael y Tomás estaban aún en plena discusión con Rodan de Alejandría y pidieron permiso para quedarse unos días más en Magadán. Jesús se lo dio y se encaminó con los otros diez apóstoles hacia Jerusalén mientras Natanael y Tomás seguían enfrascados en su debate con Rodan. Durante la semana anterior, Rodan había expuesto su filosofía y ambos apóstoles se habían turnado para presentar el evangelio del reino al filósofo griego. Rodan descubrió que había sido bien instruido en las enseñanzas de Jesús por uno de los antiguos apóstoles de Juan el Bautista que había sido su profesor en Alejandría.
161:1.1 (1783.3) Había un punto de desacuerdo importante entre Rodan y los dos apóstoles, y era la personalidad de Dios. Rodan no tuvo inconveniente en aceptar todo lo relacionado con los atributos de Dios, pero sostenía que el Padre del cielo no es, no puede ser, una persona tal como el hombre concibe la personalidad. Si los apóstoles tuvieron dificultades para intentar probar que Dios es una persona, Rodan encontró aun más difícil probar que no es una persona.
161:1.2 (1783.4) Rodan sostenía que el hecho de la personalidad consiste en el hecho simultáneo de una comunicación plena y mutua entre seres que están en plano de igualdad y son capaces de entenderse con afinidad. Rodan lo planteaba así: «Para ser una persona, Dios debe tener símbolos de comunicación en espíritu que le permitan ser plenamente comprendido por los que entran en contacto con él. Pero puesto que Dios es infinito y eterno, y es el Creador de todos los demás seres, se desprende que, en su mismo plano de igualdad, Dios está solo en el universo. No hay nadie igual a él; no hay nadie con quien pueda comunicarse de igual a igual. Dios puede ser la fuente de toda personalidad, pero al serlo trasciende a la personalidad, igual que el Creador está por encima y más allá de la criatura».
161:1.3 (1783.5) Este desacuerdo preocupaba tanto a Tomás y Natanael que habían pedido a Jesús que les echara una mano, pero el Maestro se negó a intervenir. En cambio dijo a Tomás: «Poco importa la idea que tengas del Padre mientras conozcas espiritualmente el ideal de su naturaleza infinita y eterna».
161:1.4 (1784.1) Tomás afirmaba que Dios se comunica con el hombre y que por lo tanto el Padre es una persona incluso según la definición de Rodan. El griego rechazó este argumento alegando que Dios no se revela en persona sino que sigue siendo un misterio. Entonces Natanael recurrió a su propia experiencia personal con Dios y Rodan admitió que él había tenido recientemente experiencias similares, pero insistía en que estas experiencias solo probaban la realidad de Dios, no su personalidad.
161:1.5 (1784.2) El lunes por la noche Tomás se rindió, pero para el martes por la noche Rodan había aceptado creer en la personalidad del Padre. Natanael consiguió hacerle cambiar de opinión con los siguientes pasos de razonamiento:
161:1.6 (1784.3) 1. El Padre que está en el Paraíso se comunica en plano de igualdad con al menos otros dos seres que son plenamente iguales y totalmente semejantes a él: el Hijo Eterno y el Espíritu Infinito. Ante la doctrina de la Trinidad el griego se vio obligado a admitir la posibilidad de que el Padre Universal tuviera personalidad. (El repaso posterior de estas conversaciones llevó a los doce apóstoles a ampliar su concepto de la Trinidad. Por supuesto, era creencia general que Jesús era el Hijo Eterno.)
161:1.7 (1784.4) 2. Puesto que Jesús era igual al Padre y puesto que este Hijo había conseguido manifestar su personalidad a sus hijos de la tierra, este fenómeno probaba el hecho de que las tres Divinidades poseían personalidad y demostraba su posibilidad. Quedaba así resuelta para siempre la cuestión sobre la capacidad de Dios para comunicarse con el hombre y la posibilidad del hombre de comunicarse con Dios.
161:1.8 (1784.5) 3. Jesús estaba en términos de asociación mutua y comunicación perfecta con el hombre; Jesús era el Hijo de Dios. La relación entre el Hijo y el Padre presupone una igualdad de comunicación y una comprensión de mutua afinidad; Jesús y el Padre eran uno. Jesús mantenía una comunicación comprensiva con Dios y con el hombre al mismo tiempo, y puesto que ambos, Dios y hombre, entendían el significado de los símbolos de la comunicación de Jesús, tanto Dios como el hombre poseían los atributos de personalidad necesarios para poder intercomunicarse. La personalidad de Jesús demostraba la personalidad de Dios y probaba al mismo tiempo de manera concluyente la presencia de Dios en el hombre. Dos cosas relacionadas con una tercera están relacionadas entre sí.
161:1.9 (1784.6) 4. La personalidad representa el concepto más alto de realidad humana y de valores divinos que tiene el hombre; Dios también representa el concepto más alto de realidad divina y de valores infinitos que tiene el hombre; Dios tiene que ser, por lo tanto, una personalidad divina e infinita, una personalidad en la realidad aunque trascienda infinita y eternamente el concepto y la definición de personalidad que tiene el hombre; a pesar de ello sigue siendo siempre y universalmente una personalidad.
161:1.10 (1784.7) 5. Dios tiene que ser una personalidad puesto que es el Creador de toda personalidad y el destino de toda personalidad. La enseñanza de Jesús: «Sed pues perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto» tuvo una enorme influencia sobre Rodan.
161:1.11 (1784.8) Después de escuchar estos razonamientos Rodan declaró: «Me he convencido. Confesaré que Dios es una persona si me permitís matizar la expresión de mi creencia adscribiendo al significado de personalidad un conjunto de valores más amplios como sobrehumano, trascendental, supremo, infinito, eterno, final y universal. Estoy convencido ahora de que Dios tiene que ser infinitamente más que una personalidad pero no puede ser nada menos. Estoy de acuerdo en dar por cerrada la discusión y aceptar a Jesús como la revelación personal del Padre y como la satisfacción de todas las insatisfacciones de la lógica, la razón y la filosofía».
161:2.1 (1785.1) En vista de que Natanael y Tomás coincidían en todo con las opiniones de Rodan sobre el evangelio del reino, ya solo quedaba un punto por considerar: la enseñanza relacionada con la naturaleza divina de Jesús, una doctrina recién anunciada en público. Natanael y Tomás presentaron conjuntamente sus opiniones sobre la naturaleza divina del Maestro en una exposición que ha sido condensada, reordenada y reformulada como sigue:
161:2.2 (1785.2) 1. Jesús ha admitido su divinidad y nosotros le creemos. Han sucedido muchas cosas notables relacionadas con su ministerio que solo podemos comprender si creemos que él es a la vez el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre.
161:2.3 (1785.3) 2. Su relación con nosotros representa el ideal de la amistad humana; solo un ser divino podría ser un amigo humano tan extraordinario. Es la persona más auténticamente generosa que hemos conocido jamás. Es amigo incluso de los pecadores; se atreve a amar a sus enemigos. Es muy leal con nosotros. Aunque no duda en reprendernos, todos estamos seguros de que nos ama de verdad. Cuanto mejor lo conoces más lo amas. Te encantará su inquebrantable entrega. Durante todos estos años en los que no hemos logrado entender su misión, ha sido un amigo leal. No hace nunca halagos, pero nos trata a todos con la misma amabilidad; es invariablemente tierno y compasivo. Ha compartido su vida y todo lo demás con nosotros. Somos una comunidad feliz; lo compartimos todo. No creemos que un simple ser humano pueda vivir una vida tan intachable en unas circunstancias tan duras.
161:2.4 (1785.4) 3. Pensamos que Jesús es divino porque nunca hace el mal; no comete errores. Su sabiduría es extraordinaria y su piedad, magnífica. Vive a diario en perfecta armonía con la voluntad del Padre. Nunca se arrepiente de haber obrado mal porque no transgrede ninguna de las leyes del Padre. Reza por nosotros y con nosotros, pero nunca nos pide que recemos por él. Creemos que está permanentemente libre de pecado. No pensamos que alguien que sea solo humano se haya preciado nunca de vivir una vida así. Afirma que vive una vida perfecta, y nosotros reconocemos que lo hace. Nuestra piedad brota del arrepentimiento, en cambio la suya brota de la rectitud. Cura realmente las enfermedades e incluso declara que perdona los pecados. Ningún hombre en su sano juicio se preciaría de perdonar los pecados, porque eso es prerrogativa divina. Desde el primer momento de nuestro contacto con él ha mostrado la misma perfección de rectitud. Nosotros crecemos en gracia y conocimiento de la verdad, pero nuestro Maestro mostró la madurez de su rectitud desde el principio. Todos los hombres, buenos o malos, reconocen estos elementos de bondad en Jesús. Y sin embargo su piedad nunca es ostentosa ni inoportuna. Es manso y audaz a la vez. Parece aprobar nuestra creencia en su divinidad. Si no es lo que afirma ser, es el mayor hipócrita e impostor que ha habido nunca en el mundo, pero nosotros estamos convencidos de que él es exactamente lo que dice que es.
161:2.5 (1785.5) 4. La singularidad de su carácter y la perfección de su control emocional nos convencen de que es una combinación de humanidad y divinidad. Responde indefectiblemente ante el espectáculo de la necesidad humana; nunca deja de conmoverse ante el sufrimiento. Tanto el sufrimiento físico como la angustia mental y el dolor espiritual despiertan su compasión. Reconoce rápida y generosamente la presencia de la fe o de cualquier otra gracia en sus semejantes. Es tan justo y equitativo como misericordioso y considerado. Se entristece ante la obstinación espiritual de la gente y se alegra cuando aceptan la luz de la verdad.
161:2.6 (1786.1) 5. Parece conocer los pensamientos de los hombres y comprender los anhelos de su corazón, y es siempre compasivo con nuestros espíritus atribulados. Parece poseer todas nuestras emociones humanas, pero magníficamente glorificadas. Ama profundamente la bondad y odia el pecado con la misma intensidad. Posee una consciencia sobrehumana de la presencia de la Deidad. Reza como un hombre y actúa como un Dios. Parece conocer las cosas de antemano; ya desde ahora se atreve a hablar de su muerte con alguna referencia mística a su futura glorificación. Es amable pero también valiente y audaz. No vacila nunca en cumplir con su deber.
161:2.7 (1786.2) 6. Nunca deja de impresionarnos el fenómeno de su conocimiento sobrehumano. No pasa un día sin que ocurra algo que demuestre que el Maestro sabe lo que sucede fuera de su presencia. También parece saber lo que piensan los que están con él. Está seguramente en comunión con personalidades celestiales; vive sin duda en un plano espiritual muy por encima del resto de nosotros. Todo parece estar al alcance de su comprensión excepcional. Nos hace preguntas para estimularnos, no para obtener información.
161:2.8 (1786.3) 7. Últimamente el Maestro no duda en afirmar su carácter sobrehumano. Desde el día de nuestra ordenación como apóstoles hasta ahora, no ha negado nunca que proviene del Padre del cielo. Habla con la autoridad de un maestro divino. El Maestro no vacila en refutar las enseñanzas religiosas de hoy en día y proclamar el nuevo evangelio con autoridad segura. Es firme, positivo y está lleno de autoridad. Incluso Juan el Bautista, cuando oyó hablar a Jesús, declaró que era el Hijo de Dios. Parece bastarse a sí mismo. No busca el apoyo de la multitud; es indiferente a las opiniones de los hombres. Es valiente, y sin embargo está enteramente libre de orgullo.
161:2.9 (1786.4) 8. Habla de Dios sin cesar como de un compañero siempre presente en todo lo que hace. Va de un lado para otro haciendo el bien, pues Dios parece estar en él. Afirma las cosas más increíbles sobre sí mismo y sobre su misión en la tierra, unas declaraciones que serían absurdas si no fuera divino. Una vez declaró: «Antes de que Abraham fuera, yo soy». Ha reivindicado definitivamente su divinidad; se precia de estar en asociación con Dios. Agota las posibilidades del lenguaje para insistir en su asociación íntima con el Padre celestial. Se atreve incluso a afirmar que él y el Padre son uno. Dice que todo el que lo ha visto a él ha visto al Padre. Y dice y hace todas estas cosas extraordinarias con la naturalidad de un niño. Habla de su asociación con el Padre igual que habla de su asociación con nosotros. Parece estar muy seguro de Dios y habla de estas relaciones con toda naturalidad.
161:2.10 (1786.5) 9. En su vida de oración parece comunicarse directamente con su Padre. Hemos oído pocas oraciones suyas, pero esas pocas nos dan a entender que habla con Dios, por así decirlo, cara a cara. Parece conocer tanto el futuro como el pasado. Está claro que no podría ser todo esto y hacer todas esas cosas extraordinarias si no fuera algo más que humano. Sabemos que es humano, estamos seguros de ello, pero estamos casi igualmente seguros de que es también divino. Creemos que es divino. Estamos convencidos de que es el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios.
161:2.11 (1787.1) En cuanto Natanael y Tomás terminaron sus conversaciones con Rodan, se pusieron rápidamente en camino para unirse al grupo apostólico en Jerusalén, a donde llegaron el viernes de esa semana. Estas conversaciones fueron una experiencia importante en las vidas de estos tres creyentes, y los demás apóstoles aprendieron mucho cuando Natanael y Tomás se las contaron.
161:2.12 (1787.2) Rodan volvió a Alejandría donde enseñó durante mucho tiempo su filosofía en la escuela de Meganta. Llegó a ser un personaje importante en los asuntos posteriores del reino de los cielos. Fue fiel a su fe hasta el final de sus días en la tierra y entregó su vida en Grecia con otros creyentes durante el apogeo de las persecuciones.
161:3.1 (1787.3) La consciencia de su divinidad fue creciendo gradualmente en la mente de Jesús hasta el día de su bautismo. Una vez que se hizo plenamente consciente de su naturaleza divina, de su existencia prehumana y de sus prerrogativas en el universo, parece haber poseído el poder de limitar de maneras distintas la consciencia humana de su propia divinidad. A nosotros nos parece que, desde su bautismo hasta la crucifixión, Jesús pudo optar siempre entre depender solo de la mente humana o utilizar a la vez el conocimiento de ambas mentes humana y divina. Unas veces parecía valerse exclusivamente de la información que poseía su intelecto humano. En otras ocasiones parecía actuar con tal plenitud de conocimiento y sabiduría que solo podía provenir del contenido sobrehumano de su consciencia divina.
161:3.2 (1787.4) Solo podemos comprender sus actuaciones únicas si aceptamos la teoría de que podía limitar a voluntad su propia consciencia de divinidad. Sabemos muy bien que ocultaba muchas veces a sus compañeros su conocimiento previo de las cosas que iban a suceder, y tampoco les decía que conocía la naturaleza de sus pensamientos y proyectos. Comprendemos que no deseara que sus seguidores se dieran demasiada cuenta de que era capaz de percibir sus pensamientos y penetrar en sus planes. No quería ir mucho más allá del concepto de lo humano que tenían sus apóstoles y discípulos.
161:3.3 (1787.5) Nos resulta imposible distinguir entre su práctica de limitar su propia consciencia divina y la de ocultar a sus compañeros humanos su conocimiento previo y su percepción del pensamiento. Estamos convencidos de que utilizaba ambos procedimientos, pero no siempre somos capaces de especificar el método que pudo haber empleado en cada caso concreto. Muchas veces veíamos que actuaba solo con la parte humana de su consciencia; en otros momentos percibíamos el funcionamiento indudable de su mente divina cuando hablaba con los directores de las huestes celestiales del universo. Y en otras muchas ocasiones vimos operar a esta personalidad combinada de hombre y Dios activada por la unión claramente perfecta de su mente humana con su mente divina. Este es el límite de nuestro conocimiento de estos fenómenos; en realidad no sabemos toda la verdad sobre este misterio.
El libro de Urantia
Documento 162
162:0.1 (1788.1) CUANDO Jesús salió hacia Jerusalén con los diez apóstoles pensaba tomar el camino más corto pasando por Samaria, así que siguieron la costa este del lago y entraron en Samaria por Escitópolis. Al anochecer Jesús envió a Felipe y Mateo a buscar alojamiento para todo el grupo en una aldea situada en la ladera oriental del monte Gilboa. Resultó que los habitantes de esa zona sentían especial antipatía por los judíos, más de lo normal incluso entre samaritanos, y esa hostilidad se exacerbaba por esas fechas porque muchos judíos pasaban por ahí de camino hacia la fiesta de los tabernáculos. Aquellos samaritanos sabían muy poco sobre Jesús, y se negaron a darle alojamiento porque él y sus compañeros eran judíos. Cuando Mateo y Felipe les respondieron indignados que estaban negando la hospitalidad al Santo de Israel, los enfurecidos aldeanos los echaron del pueblo a palos y pedradas.
162:0.2 (1788.2) Felipe y Mateo volvieron con sus compañeros y les contaron cómo los habían expulsado de la aldea. Al oírlo, Santiago y Juan se adelantaron hacia Jesús diciendo: «Maestro, te rogamos que nos autorices a ordenar que baje fuego del cielo y devore a esos samaritanos insolentes y obcecados». Ante estas expresiones de venganza, Jesús se volvió hacia los hijos de Zebedeo y los reprendió severamente: «No sabéis lo que decís. No hay lugar para la venganza en el reino de los cielos. En vez de discutir nos iremos al pueblito que está junto al vado del Jordán». Y así, por culpa de sus prejuicios sectarios, aquellos samaritanos se vieron privados del honor de ofrecer su hospitalidad al Hijo Creador de un universo.
162:0.3 (1788.3) Jesús y los diez pasaron la noche en la aldea cercana al vado del Jordán. A la mañana siguiente cruzaron el río para seguir hacia Jerusalén por la carretera del este del Jordán y llegaron a Betania al final de la tarde del miércoles. Tomás y Natanael, que se habían quedado atrás para terminar de hablar con Rodan, llegaron el viernes.
162:0.4 (1788.4) Jesús y los doce permanecieron en las inmediaciones de Jerusalén unas cuatro semanas y media, hasta el final del mes siguiente (octubre). Jesús entró unas pocas veces en la ciudad durante los días de la fiesta de los tabernáculos, y solo por poco tiempo. Pasó gran parte del mes de octubre en Belén con Abner y sus compañeros.
162:1.1 (1788.5) Mucho antes de que huyeran de Galilea, los seguidores de Jesús le habían implorado que fuera a Jerusalén a proclamar el evangelio del reino para que su mensaje pudiera tener así el prestigio de haber sido predicado en el centro de la cultura y el saber de los judíos, pero ahora que había ido por fin a enseñar a Jerusalén temían por su vida. Sabiendo que el Sanedrín intentaba llevar a Jesús a Jerusalén para juzgarlo, y recordando las recientes y reiteradas declaraciones del Maestro de que le darían muerte, los apóstoles se habían quedado estupefactos cuando decidió de pronto asistir a la fiesta de los tabernáculos. A todas sus peticiones anteriores de que fuera a Jerusalén, Jesús había contestado invariablemente: «Aún no ha llegado la hora», y ahora, ante sus avisos de peligro, se limitaba a contestar: «Pero ha llegado la hora».
162:1.2 (1789.1) Durante la fiesta de los tabernáculos Jesús tuvo la audacia de entrar varias veces en Jerusalén y enseñar públicamente en el templo. Hizo esto a pesar de los esfuerzos de sus apóstoles por disuadirlo. Antes le habían insistido mucho en que fuera a Jerusalén a proclamar su mensaje, pero ahora, sabiendo muy bien que los escribas y fariseos se habían propuesto acabar con su vida, temían que entrara en la ciudad.
162:1.3 (1789.2) La audaz aparición de Jesús en Jerusalén confundió a sus seguidores más que nunca. Muchos de sus discípulos, e incluso el apóstol Judas Iscariote, se habían atrevido a pensar que Jesús había huido a Fenicia por miedo a los dirigentes judíos y a Herodes Antipas. No lograban entender el sentido de los movimientos del Maestro. Su presencia en Jerusalén durante la fiesta de los tabernáculos, aun en contra de los consejos de sus seguidores, terminó para siempre con cualquier rumor o sospecha de miedo o cobardía.
162:1.4 (1789.3) Durante la fiesta de los tabernáculos miles de creyentes de todas las partes del Imperio romano vieron a Jesús y le oyeron enseñar. Muchos de ellos fueron incluso a Betania para hablar con él sobre el progreso del reino en sus regiones de origen.
162:1.5 (1789.4) Hubo varias razones por las que Jesús pudo predicar públicamente en los patios del templo durante los días de la fiesta, y la principal era el miedo que se había apoderado de los dirigentes del Sanedrín ante la división encubierta de opiniones dentro de sus propias filas. De hecho, muchos miembros del Sanedrín o creían secretamente en Jesús o se oponían abiertamente a apresarlo durante la fiesta con Jerusalén lleno de gente, pues sabían que muchos de esos visitantes creían en él o al menos simpatizaban con el movimiento espiritual que patrocinaba.
162:1.6 (1789.5) Los esfuerzos de Abner y sus compañeros por toda Judea también habían contribuido mucho a consolidar un sentimiento favorable hacia el reino, tanto que los enemigos de Jesús no se atrevían a oponerse demasiado abiertamente. Esta fue una de las razones por las que Jesús pudo mostrarse en público en Jerusalén y salir con vida. Uno o dos meses antes, esta visita le habría costado una muerte segura.
162:1.7 (1789.6) El atrevimiento de Jesús al presentarse públicamente en Jerusalén intimidó a sus enemigos; no estaban preparados para semejante desafío. Los débiles intentos del Sanedrín por detener al Maestro durante ese mes fracasaron. La inesperada aparición de Jesús en Jerusalén desconcertó tanto a sus enemigos que imaginaron que las autoridades romanas le habrían prometido protección. Sabiendo que Felipe (el hermano de Herodes Antipas) era casi discípulo de Jesús, los miembros del Sanedrín dieron por hecho que Felipe habría conseguido para Jesús promesas de protección contra sus enemigos. Cuando se dieron cuenta de su error al suponer que la inesperada aparición del Maestro en Jerusalén era fruto de un acuerdo secreto con los funcionarios romanos, Jesús estaba ya fuera de su jurisdicción.
162:1.8 (1789.7) Al salir de Magadán solo los doce apóstoles sabían que Jesús tenía intención de asistir a la fiesta de los tabernáculos. Los demás seguidores del Maestro se asombraron mucho cuando apareció en los patios del templo y empezó a enseñar en público. En cuanto a las autoridades judías, su sorpresa fue indescriptible cuando se enteraron de que estaba enseñando en el templo.
162:1.9 (1790.1) Aunque sus discípulos no esperaban que Jesús asistiera a la fiesta, la inmensa mayoría de los peregrinos venidos de lejos que habían oído hablar de él tenían la esperanza de poder verlo en Jerusalén. Y no quedaron decepcionados, pues enseñó varias veces en el pórtico de Salomón y en los patios del templo. Estas enseñanzas fueron en realidad la proclamación formal y oficial de la divinidad de Jesús al pueblo judío y al mundo entero.
162:1.10 (1790.2) Las opiniones de las multitudes que escuchaban las enseñanzas del Maestro estaban divididas. Unos decían que era un hombre bueno; otros, que era un profeta; otros, que era en verdad el Mesías; otros decían que era un intrigante dañino que llevaba a la gente por el mal camino con sus extrañas doctrinas. Sus enemigos no se atrevían a denunciarlo abiertamente por miedo a sus seguidores más fervorosos, mientras que sus amigos, sabiendo que el Sanedrín había decidido acabar con él, temían reconocerlo abiertamente por miedo a los líderes judíos. Pero incluso sus enemigos se maravillaban de su enseñanza, pues sabían que no había sido instruido en las escuelas de los rabinos.
162:1.11 (1790.3) Cada vez que Jesús iba a Jerusalén sus apóstoles se aterrorizaban. Su miedo aumentaba día a día al oír sus declaraciones cada vez más audaces sobre la naturaleza de su misión en la tierra. No estaban acostumbrados a escuchar reivindicaciones tan rotundas y afirmaciones tan sorprendentes, ni siquiera cuando Jesús predicaba entre sus amigos.
162:2.1 (1790.4) La primera tarde que enseñó en el templo, Jesús estaba describiendo al numeroso público sentado ante él la libertad del nuevo evangelio y la alegría de los que creen en la buena nueva, cuando un oyente curioso interrumpió para preguntarle: «Maestro, ¿cómo puedes citar las Escrituras y enseñar a la gente con tanta soltura cuando me dicen que no tienes instrucción en el saber de los rabinos?». Jesús respondió: «Ningún hombre me ha enseñado las verdades que os declaro. Esta enseñanza no es mía, sino de Aquel que me ha enviado. Todo el que desee realmente hacer la voluntad de mi Padre sabrá con certeza si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mí mismo. El que habla por sí mismo busca su propia gloria, en cambio yo, cuando proclamo las palabras del Padre, busco la gloria del que me ha enviado. Pero antes de intentar entrar en la nueva luz, ¿no deberíais seguir más bien la luz que ya tenéis? Moisés os dio la ley, y sin embargo, ¿cuántos de vosotros buscan honradamente cumplir sus exigencias? Moisés en esa ley os ordena: ‘No matarás’, y a pesar de este mandamiento algunos de vosotros buscáis matar al Hijo del Hombre».
162:2.2 (1790.5) Cuando la multitud oyó estas palabras empezaron a discutir entre ellos. Unos decían que estaba loco o que tenía un demonio. Otros decían que era sin duda el profeta de Galilea a quien los escribas y fariseos intentaban matar desde hacía tiempo. Algunos decían que las autoridades religiosas no se atrevían a meterse con él, otros pensaban que no le ponían la mano encima porque se habían hecho creyentes suyos. Después de mucho debatir, uno de ellos se adelantó y preguntó a Jesús: «¿Por qué intentan matarte los dirigentes?». Él respondió: «Los dirigentes intentan matarme porque les molesta mi enseñanza sobre la buena nueva del reino, un evangelio que libera a los hombres de las pesadas tradiciones de una religión formalista de ceremonias que esos maestros están empeñados en mantener a toda costa. Circuncidan el día del sabbat conforme a la ley, pero quieren matarme porque un sabbat liberé a un hombre de la esclavitud de la enfermedad. Me siguen el día del sabbat para espiarme y quieren matarme porque otro sabbat decidí sanar por completo a un hombre que estaba gravemente enfermo. Buscan matarme porque saben muy bien que si creéis honradamente en mi enseñanza y os atrevéis a aceptarla, su sistema de religión tradicional se derrumbará para siempre. Entonces perderán su autoridad sobre aquello a lo que han dedicado sus vidas, puesto que se niegan rotundamente a aceptar este nuevo evangelio más glorioso del reino de Dios. Y ahora os pido a cada uno de vosotros: no juzguéis por las apariencias exteriores, juzgad más bien por el verdadero espíritu de estas enseñanzas; juzgad con rectitud».
162:2.3 (1791.1) Otro de los oyentes se dirigió así a Jesús: «Sí, maestro, buscamos al Mesías y sabemos que aparecerá misteriosamente cuando llegue, pero sabemos de dónde eres tú; has estado entre tus hermanos desde el principio. El libertador vendrá con poder a restaurar el trono del reino de David. ¿Declaras realmente que eres el Mesías?». Jesús respondió: «Afirmas que me conoces y que sabes de dónde soy. Ojalá fuera cierto lo que dices, pues encontrarías vida abundante en ese conocimiento. Pero yo os declaro que no he venido a vosotros por mí mismo sino que he sido enviado por el Padre, y aquel que me ha enviado es fiel y leal. Si os negáis a escucharme, os negáis a recibir a Aquel que me envía. Si recibís este evangelio, llegaréis a conocer a Aquel que me ha enviado. Yo conozco al Padre, pues he venido del Padre para proclamarlo y revelarlo a vosotros».
162:2.4 (1791.2) Los agentes de los escribas querían prenderlo, pero tenían miedo a la multitud porque muchos creían en él. La obra de Jesús desde su bautismo era bien conocida en toda la sociedad judía, y muchos de ellos comentaban al hablar de estas cosas: «Aunque este maestro sea de Galilea y aunque no responda a todas nuestras expectativas sobre el Mesías, ¿podrá realmente el libertador, cuando llegue, hacer nada más maravilloso que lo que ha hecho ya este Jesús de Nazaret?».
162:2.5 (1791.3) Cuando los fariseos y sus agentes oyeron hablar así al pueblo, consultaron a sus dirigentes y decidieron acabar inmediatamente con las apariciones públicas de Jesús en los patios del templo. En principio, los dirigentes de los judíos preferían evitar un enfrentamiento con Jesús porque creían que las autoridades romanas le habían prometido inmunidad; no encontraban otra explicación para su osadía de aparecer en ese momento en Jerusalén. En cambio los funcionarios del Sanedrín no estaban tan seguros. Opinaban que los gobernantes romanos no habrían hecho algo así en secreto y sin comunicárselo al máximo organismo rector de la nación judía.
162:2.6 (1791.4) En vista de ello el Sanedrín envió a Eber, el funcionario competente, con dos ayudantes para arrestar a Jesús. Cuando Eber avanzó hacia él, el Maestro le dijo: «No temas dirigirte a mí. Acércate y escucha mi enseñanza. Sé que te han enviado a detenerme, pero debes comprender que al Hijo del Hombre no le sucederá nada hasta que llegue su hora. Tú no estás contra mí, solo vienes a ejecutar la orden de tus superiores, e incluso esos dirigentes de los judíos creen de verdad que están sirviendo a Dios cuando buscan secretamente mi destrucción.
162:2.7 (1792.1) «No os guardo rencor a ninguno. El Padre os ama, y por eso deseo que os liberéis de la servidumbre de los prejuicios y de las tinieblas de la tradición. Os ofrezco la libertad de la vida y la alegría de la salvación. Proclamo el nuevo camino vivo, la liberación del mal y la ruptura de la servidumbre del pecado. He venido para que podáis tener vida y tenerla eternamente. Buscáis deshaceros de mí y de mis enseñanzas inquietantes. ¡Si pudierais daros cuenta del poco tiempo que me queda con vosotros! Dentro de muy poco volveré a Aquél que me envió a este mundo. Entonces muchos de vosotros me buscaréis por todas partes pero no descubriréis mi presencia, pues a donde yo estoy a punto de ir vosotros no podéis venir. Pero todos los que intenten de verdad encontrarme alcanzarán un día la vida que conduce a la presencia de mi Padre.»
162:2.8 (1792.2) Algunos de los que se burlaban decían entre ellos: «¿A dónde irá este hombre para que no podamos encontrarlo? ¿Se irá a vivir con los griegos? ¿Se quitará la vida? ¿Qué quiere decir con eso de que pronto nos dejará y no podremos ir a donde vaya él?».
162:2.9 (1792.3) Eber y sus asistentes se negaron a detener a Jesús y se marcharon sin él. Cuando los jefes de los sacerdotes y los fariseos les reprocharon que no hubieran vuelto con Jesús, Eber se limitó a contestar: «No nos hemos atrevido a arrestarlo en medio de la multitud porque muchos creen en él. Además, no hemos oído nunca a nadie hablar como habla este hombre. Hay algo especial en ese maestro, y todos haríais bien en ir a escucharlo». Los dirigentes no esperaban oír esto y empezaron a meterse con Eber diciéndole con sorna: «¿También tú te has extraviado? ¿Estás a punto de creer en ese impostor? ¿Has oído que alguno de nuestros sabios o de nuestros rectores crea en él? ¿Algún escriba o fariseo ha sido engañado por sus astutas enseñanzas? ¿Cómo es posible que imites el comportamiento de esa multitud ignorante que no conoce ni la ley ni los profetas? ¿No sabes que esa gente ignorante está maldita?». Eber respondió: «Y sin embargo, señores, ese hombre habla a la multitud con palabras de misericordia y esperanza. Anima a los abatidos y sus palabras fueron consoladoras incluso para nuestras almas. ¿Qué puede haber de malo en esas enseñanzas aunque él no sea el Mesías de las Escrituras? En cualquier caso, ¿no exige nuestra ley que obremos con justicia? ¿Condenamos a un hombre antes de escucharlo?». Entonces el jefe del Sanedrín se volvió furiosamente hacia Eber y le dijo: «¿Te has vuelto loco? ¿Acaso eres tú también de Galilea? Busca en las Escrituras y verás que de Galilea no puede salir ningún profeta, y mucho menos el Mesías».
162:2.10 (1792.4) El Sanedrín se dispersó sumido en la confusión, y Jesús se retiró a Betania para pasar la noche.
162:3.1 (1792.5) Fue durante esta visita a Jerusalén cuando los enemigos de Jesús presentaron ante él el caso de cierta mujer de mala reputación acusada por ellos de adulterio. En el relato distorsionado que tenéis de este episodio, la mujer fue llevada ante Jesús por los escribas y fariseos, y la respuesta de Jesús da a entender que los propios líderes religiosos de los judíos podrían haber sido culpables de inmoralidad. Sin embargo Jesús sabía que esos escribas y fariseos, aunque ciegos espiritualmente y llenos de prejuicios intelectuales por su apego a la tradición, se contaban entre los hombres más estrictamente morales de aquella época y generación.
162:3.2 (1793.1) Esto fue lo que sucedió realmente. Cuando Jesús se dirigía al templo a primeras horas de la tercera mañana de la fiesta, fue a su encuentro un grupo de agentes a sueldo del Sanedrín que arrastraban a una mujer. Cuando se acercaron a Jesús el portavoz dijo: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio y la ley de Moisés ordena que una mujer así sea lapidada. ¿Qué dices tú que se debe hacer con ella?».
162:3.3 (1793.2) Los enemigos de Jesús habían tramado que si ratificaba la ley de Moisés y aprobaba la lapidación de la transgresora confesa, tendría problemas con los gobernantes romanos que negaban a los judíos el derecho a aplicar la pena de muerte sin la aprobación de un tribunal romano. Si prohibía lapidar a la mujer lo acusarían ante el Sanedrín de ponerse por encima de Moisés y de la ley judía. Y si callaba lo acusarían de cobardía. Pero el Maestro manejó la situación de tal manera que el complot saltó en pedazos por el peso de su propia sordidez.
162:3.4 (1793.3) Esta mujer, en otro tiempo bien parecida, era la esposa de un ciudadano inferior de Nazaret, un personaje que había creado problemas a Jesús durante toda su juventud. Tras casarse con esta mujer, el hombre la obligó de la manera más vergonzosa a ganarse la vida de los dos comerciando con su cuerpo. Había acudido a la fiesta de Jerusalén para que su mujer pudiera prostituir sus encantos físicos y obtener un beneficio económico. Había hecho un trato con los mercenarios de los dirigentes judíos para traicionar así a su propia esposa en su vicioso comercio. Y ahí estaban todos con la mujer y su compañero de delito tendiendo a Jesús la trampa de hacer alguna declaración que pudiera ser utilizada contra él en caso de ser arrestado.
162:3.5 (1793.4) Jesús observó al grupo y vio al marido detrás de los demás. Sabía el tipo de persona que era y percibió el papel que desempeñaba en esta despreciable transacción. Jesús caminó primero alrededor del grupo hasta acercarse al lugar donde estaba el marido depravado y escribió unas palabras en la arena. El hombre se marchó rápidamente en cuanto las leyó. Luego volvió ante la mujer y escribió otra vez en el suelo para que lo leyeran sus acusadores, y a medida que iban leyendo se fueron marchando uno tras otro. El Maestro escribió en la arena por tercera vez y el compañero de delito de la mujer también se retiró, de modo que cuando el Maestro se incorporó después de escribir vio a la mujer sola delante de él. Jesús dijo: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿No queda nadie para lapidarte?». La mujer levantó la mirada y respondió: «Nadie, Señor». Entonces Jesús le dijo: «Yo sé de ti y tampoco te condeno. Vete en paz». Y esta mujer llamada Hildana abandonó a su indigno marido y se unió a los discípulos del reino.
162:4.1 (1793.5) La presencia de gente de todo el mundo conocido, de España a la India, hacía de la fiesta de los tabernáculos una ocasión ideal para que Jesús proclamara por primera vez públicamente la totalidad de su evangelio en Jerusalén. Durante esta fiesta la gente vivía prácticamente al aire libre en cabañas hechas con ramas. Era la fiesta de la recolección, y al coincidir con el frescor de los meses de otoño, los judíos del mundo acudían más numerosos que a la fiesta de la Pascua al final del invierno o a la de Pentecostés al principio del verano. Por fin los apóstoles podían ver a su Maestro proclamar audazmente su misión en la tierra, por así decirlo, ante el mundo entero.
162:4.2 (1794.1) Era la fiesta de las fiestas, puesto que todo sacrificio no hecho en las otras festividades se podía hacer en ese momento. Era la ocasión en que se recibían las ofrendas al templo; era una combinación de los placeres de las vacaciones con los ritos solemnes del culto religioso. Era un momento de regocijo racial mezclado con sacrificios, cantos levíticos y el toque solemne de las trompetas plateadas de los sacerdotes. Por la noche el impresionante espectáculo del templo con su muchedumbre de peregrinos estaba brillantemente iluminado por los grandes candelabros que ardían en el patio de las mujeres y por el resplandor de decenas de antorchas repartidas por los patios del templo. Toda la ciudad estaba alegremente engalanada salvo el castillo romano de Antonia que dominaba en sombrío contraste esta escena de culto y festividad. ¡Y cuánto odiaban los judíos este recordatorio permanente del yugo romano!
162:4.3 (1794.2) Durante la fiesta se sacrificaban setenta bueyes que simbolizaban a las setenta naciones del mundo pagano. La ceremonia de derramamiento del agua simbolizaba el derramamiento del espíritu divino. Esta ceremonia del agua seguía a la procesión de los sacerdotes y los levitas al salir el sol. Los fieles bajaban por la escalinata que conducía desde el patio de Israel hasta el patio de las mujeres al son de los toques sucesivos de las trompetas de plata. Luego los fieles seguían avanzando hacia la hermosa puerta que se abría al patio de los gentiles. Allí daban media vuelta para ponerse mirando al oeste, repetir sus cánticos y proseguir su marcha hacia el agua simbólica.
162:4.4 (1794.3) El último día de la fiesta oficiaban casi cuatrocientos cincuenta sacerdotes con el correspondiente número de levitas. Al amanecer se reunían los peregrinos desde todos los puntos de la ciudad. Cada uno llevaba un manojo de mirto, sauce y ramas de palma en la mano derecha, y en la izquierda, una rama de la manzana del paraíso, la cidra o «fruta prohibida». Los peregrinos se dividían en tres grupos para esta ceremonia matutina. Un grupo se quedaba en el templo para asistir a los sacrificios de la mañana. Otro grupo bajaba desde Jerusalén hasta cerca de Maza para cortar las ramas de sauce con las que adornar el altar de los sacrificios. El tercer grupo salía en procesión desde el templo detrás del sacerdote del agua que, al son de las trompetas plateadas, llevaba la jarra de oro que iba a contener el agua simbólica. Salían del templo por Ofel y llegaban hasta cerca de Siloé, donde estaba la puerta de la fuente. Después de haber llenado la jarra de oro en el estanque de Siloé, la procesión volvía al templo por la puerta del agua y llegaba directamente al patio de los sacerdotes, donde el sacerdote que llevaba la jarra de agua se unía al sacerdote que llevaba el vino para la ofrenda de la bebida. Los dos sacerdotes se dirigían luego a los embudos de plata que conducían a la base del altar y vertían en ellos el contenido de las jarras. La ejecución de este rito de verter el vino y el agua señalaba el momento en que los peregrinos empezaban a salmodiar, alternando con los levitas, los salmos 113 al 118 inclusive, y ondeaban sus manojos hacia el altar al ritmo de la cadencia de los versos. Después se ofrecían los sacrificios del día acompañados por la repetición del salmo del día. El salmo del último día de la fiesta era el ochenta y dos a partir del quinto verso.
162:5.1 (1794.4) Al atardecer del penúltimo día de la fiesta, bajo el resplandor de los candelabros y las antorchas, Jesús se puso en pie entre la multitud reunida y dijo:
162:5.2 (1795.1) «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida. Después de haberos atrevido a juzgarme y asumir el papel de jueces, declaráis que si doy testimonio de mí mismo mi testimonio no puede ser verdadero. Pero la criatura no puede nunca juzgar al Creador. Yo doy testimonio de mí mismo y mi testimonio es verdadero para siempre porque sé de dónde vengo, quién soy y a dónde voy. Vosotros que queréis matar al Hijo del Hombre no sabéis de dónde vengo, quién soy ni a dónde voy. Solo juzgáis por las apariencias de la carne; no percibís las realidades del espíritu. Yo no juzgo a nadie, ni siquiera a mi mayor enemigo. Pero si eligiera juzgar, mi juicio sería veraz y recto porque yo no juzgaría solo sino en asociación con mi Padre que me envió al mundo y que es la fuente de todo juicio verdadero. Vosotros admitís que el testimonio de dos personas dignas de confianza es válido, pues bien, yo doy testimonio de estas verdades y también lo hace mi Padre del cielo. Cuando ayer os dije esto, me preguntasteis en vuestra oscuridad: ‘¿Dónde está tu Padre?’. En verdad no me conocéis ni a mí ni a mi Padre, pues si me conocierais a mí conoceríais también al Padre.
162:5.3 (1795.2) «Ya os he dicho que me iré y que me buscaréis pero no me encontraréis, porque a donde yo voy vosotros no podéis venir. Vosotros, los que queréis rechazar esta luz, sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros, los que preferís permanecer en la oscuridad, sois de este mundo; yo no soy de este mundo y vivo en la luz eterna del Padre de las luces. Todos habéis tenido oportunidades abundantes de saber quién soy, y tendréis aún más pruebas que confirmarán la identidad del Hijo del Hombre. Yo soy la luz de la vida, y todo aquel que rechace deliberadamente y a sabiendas esta luz salvadora morirá en sus pecados. Tengo muchas cosas que deciros, pero sois incapaces de recibir mis palabras. Sin embargo, aquel que me envió es fiel y leal; mi Padre ama incluso a sus hijos errados. Y todo lo que mi Padre ha dicho yo lo proclamo también al mundo.
162:5.4 (1795.3) «Cuando el Hijo del Hombre sea levantado todos vosotros sabréis que soy yo y que no he hecho nada por mí mismo, sino solo lo que el Padre me ha enseñado. Os digo estas palabras a vosotros y a vuestros hijos. Aquel que me envió está también ahora conmigo, no me ha dejado solo, pues yo hago siempre lo que es agradable a sus ojos.»
162:5.5 (1795.4) Cuando Jesús enseñaba así a los peregrinos en los patios del templo, muchos creyeron. Y nadie se atrevió a ponerle la mano encima.
162:6.1 (1795.5) El último día, el gran día de la fiesta, cuando la procesión procedente del estanque de Siloé pasaba por los patios del templo y justo después de que los sacerdotes hubieran vertido el agua y el vino en el altar, Jesús, puesto en pie entre los peregrinos, dijo: «Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. Traigo a este mundo el agua de vida que procede del Padre de arriba. El que cree en mí se llenará con el espíritu que esta agua representa, pues incluso las Escrituras han dicho: ‘De él manarán ríos de agua viva’. Cuando el Hijo del Hombre haya terminado su obra en la tierra, se derramará sobre toda carne el Espíritu vivo de la Verdad. Quienes reciban este espíritu no conocerán nunca la sed espiritual».
162:6.2 (1795.6) Jesús no interrumpió el servicio para decir estas palabras. Se dirigió a los fieles inmediatamente después de la salmodia del Halel, la lectura responsorial de los salmos acompañada por el ondear de las ramas ante el altar. En ese momento se hacía una pausa mientras se preparaban los sacrificios, y fue entonces cuando los peregrinos oyeron la fascinante voz del Maestro declarar que él era el dador del agua viva para todas las almas sedientas de espíritu.
162:6.3 (1796.1) Terminado el oficio matutino, Jesús siguió enseñando así a la multitud: «¿No habéis leído en las Escrituras: ‘Mirad, igual que las aguas se derraman en la tierra seca y se extienden sobre el suelo agostado, así os daré el espíritu de santidad para que se derrame como bendición sobre vuestros hijos y hasta los hijos de vuestros hijos’? ¿Por qué estáis sedientos del ministerio del espíritu mientras intentáis regar vuestras almas con las tradiciones de los hombres conservadas en las jarras rotas de los ritos ceremoniales? Lo que estáis viendo en este templo es la forma en que vuestros padres quisieron simbolizar el otorgamiento del espíritu divino a los hijos de la fe, y habéis hecho bien en perpetuar estos símbolos hasta el día de hoy. Pero ahora ha llegado a esta generación la revelación del Padre de los espíritus a través del otorgamiento de su Hijo, y después de todo esto el espíritu del Padre y el Hijo será otorgado con toda seguridad a los hijos de los hombres. Todo el que tiene fe encontrará en ese otorgamiento del espíritu el verdadero camino que conduce a la vida eterna, a las verdaderas aguas de vida en el reino del cielo en la tierra, y más allá en el Paraíso del Padre».
162:6.4 (1796.2) Jesús siguió respondiendo a las preguntas de la multitud y también a las de los fariseos. Algunos pensaban que era un profeta, otros creían que era el Mesías, otros decían que no podía ser el Cristo puesto que venía de Galilea y el Mesías debía restaurar el trono de David. En cualquier caso, nadie se atrevió a arrestarlo.
162:7.1 (1796.3) La tarde del último día de la fiesta Jesús volvió al templo para enseñar, a pesar de todos los intentos de los apóstoles de que huyera de Jerusalén. Encontró a un gran grupo de creyentes reunidos en el pórtico de Salomón y les habló así:
162:7.2 (1796.4) «Si mis palabras permanecen en vosotros y estáis dispuestos a hacer la voluntad de mi Padre, seréis realmente discípulos míos. Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Ya sé que me vais a decir: Somos los hijos de Abraham y no somos esclavos de nadie, ¿cómo, pues, podremos ser liberados? Ved que no os hablo de un sometimiento exterior al dominio de otro; me refiero a las libertades del alma. En verdad, en verdad os digo que todo aquel que comete pecado es esclavo del pecado. Y sabéis que no es probable que el esclavo more para siempre en la casa del amo. Sabéis también que el hijo permanece en casa de su padre. Por lo tanto, si el Hijo os libera, os hace hijos, seréis en verdad libres.
162:7.3 (1796.5) «Sé que sois la semilla de Abraham, y sin embargo vuestros dirigentes quieren matarme porque no han permitido que mi palabra ejerza su influencia transformadora en sus corazones. Sus almas están selladas por los prejuicios y cegadas por el orgullo de la venganza. Yo os declaro la verdad que me muestra el Padre eterno, mientras que esos maestros engañados solo buscan hacer las cosas que han aprendido de sus padres temporales. Y cuando me respondéis que Abraham es vuestro padre, yo os digo que si fuerais hijos de Abraham haríais las obras de Abraham. Algunos de vosotros creéis en mi enseñanza, pero otros tratáis de destruirme porque os he dicho la verdad que he recibido de Dios. En cambio Abraham no hizo eso con la verdad de Dios. Ya sé que algunos de vosotros estáis decididos a hacer las obras del maligno. Si Dios fuera vuestro Padre me conoceríais y amaríais la verdad que revelo. ¿No veis que vengo del Padre, que he sido enviado por Dios, que no estoy haciendo esta obra por mí mismo? ¿Por qué no comprendéis mis palabras? ¿No será porque habéis elegido convertiros en hijos del mal? Si sois hijos de las tinieblas no podréis caminar a la luz de la verdad que yo revelo. Los hijos del mal solo siguen los caminos de su padre, que era un impostor y no defendió la verdad porque llegó a no haber ninguna verdad en él. Y ahora que viene el Hijo del Hombre diciendo y viviendo la verdad, muchos de vosotros os negáis a creer.
162:7.4 (1797.1) «¿Quién de vosotros me declara culpable de pecado? Y si proclamo y vivo la verdad que me muestra el Padre, ¿por qué no creéis? El que es de Dios escucha las palabras de Dios con alegría; por eso muchos de vosotros no escucháis mis palabras, porque no sois de Dios. Vuestros maestros se han atrevido incluso a decir que actúo por el poder del príncipe de los demonios. Uno que está aquí cerca acaba de decir que estoy poseído por un demonio, que soy un hijo del demonio. Pero todos aquellos de vosotros que tenéis una relación sincera con vuestra propia alma sabéis muy bien que no soy un demonio. Sabéis que honro al Padre, incluso aunque vosotros me deshonréis. No busco mi propia gloria sino únicamente la gloria de mi Padre del Paraíso. Y no os juzgo, pues hay alguien que juzga por mí.
162:7.5 (1797.2) «En verdad, en verdad os digo a vosotros que creéis en el evangelio que si un hombre guarda viva en su corazón esta palabra de verdad no probará nunca la muerte. Aquí a mi lado, un escriba acaba de decir que esta afirmación prueba que tengo un demonio, dado que Abraham está muerto y los profetas también. Y pregunta: ‘¿Eres tú acaso mayor que Abraham y los profetas para atreverte a decir que el que guarda tu palabra no probará la muerte? ¿Quién te crees que eres para decir tales blasfemias?’. A todos ellos les digo que si me glorifico a mí mismo mi gloria no vale nada, pero es el Padre quien me glorificará, el mismo Padre a quien llamáis Dios. Vosotros no habéis conseguido conocer al que es vuestro Dios y mi Padre, y yo he venido a reuniros con él, a mostraros cómo convertiros de verdad en hijos de Dios. Aunque vosotros no conocéis al Padre, yo sí lo conozco de verdad. Incluso Abraham se regocijó al ver mi día, lo vio por la fe y se alegró.»
162:7.6 (1797.3) Para entonces se habían ido congregando los judíos incrédulos y los agentes del Sanedrín, y al oír estas palabras provocaron un tumulto gritando: «No tienes cincuenta años y hablas de ver a Abraham; ¡eres un hijo del demonio!». Jesús no pudo continuar con su discurso y se limitó a decir al marcharse: «En verdad, en verdad os digo, antes de que Abraham fuera, yo soy». Muchos de los incrédulos corrieron a buscar piedras para tirárselas y los agentes del Sanedrín intentaron arrestarlo, pero el Maestro se escabulló rápidamente por los corredores del templo y huyó a un punto secreto de reunión cerca de Betania donde lo esperaban Marta, María y Lázaro.
162:8.1 (1797.4) Como medida de precaución, se decidió que Jesús se alojaría con Lázaro y sus hermanas en casa de un amigo y que los apóstoles se diseminarían en pequeños grupos. Se tomaron estas precauciones porque las autoridades judías estaban volviendo a envalentonarse en su propósito de arrestar a Jesús.
162:8.2 (1797.5) Siempre que Jesús les hacía una visita, los tres hermanos acostumbraban a dejarlo todo para escuchar sus enseñanzas, pero esta vez no fue así. Tras la pérdida de sus padres Marta había asumido las responsabilidades de la casa, de modo que mientras Lázaro y María absorbían las enseñanzas vivificantes de Jesús sentados a sus pies, ella estaba dedicada a preparar la cena. Conviene aclarar que Marta tenía tendencia a dispersarse con numerosas tareas innecesarias y a agobiarse con preocupaciones triviales; era su manera de ser.
162:8.3 (1798.1) Mientras Marta se atareaba en todos esos supuestos deberes le molestaba que María no hiciera nada por ayudarla, por eso se dirigió hacia Jesús y le dijo: «Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? ¿No le pedirás que me ayude?». Jesús contestó: «Marta, Marta, ¿por qué estás siempre inquieta por tantas cosas y preocupada por tantas pequeñeces? Solo hay una cosa que vale realmente la pena, y puesto que María ha elegido esa parte buena y necesaria, no se la quitaré. Pero, ¿cuándo aprenderéis las dos a vivir como os he enseñado, cooperando en el trabajo y refrescando vuestras almas al unísono? ¿No podéis aprender que hay un tiempo para cada cosa, que los asuntos menores de la vida deberían dejar paso a las cosas más grandes del reino celestial?».
162:9.1 (1798.2) Durante la semana que siguió a la fiesta de los tabernáculos decenas de creyentes se reunieron en Betania y para ser instruidos por los doce apóstoles. El Sanedrín no hizo nada contra estas reuniones, puesto que no estaba Jesús. El Maestro pasó todo ese tiempo con Abner y sus compañeros en Belén. Salió hacia Betania al día siguiente del final de la fiesta y no volvió a enseñar en el templo durante esa visita a Jerusalén.
162:9.2 (1798.3) En esta época Abner tenía su cuartel general en Belén, y desde ahí se habían enviado muchos discípulos a las ciudades de Judea y del sur de Samaria, e incluso a Alejandría. A los pocos días de su llegada, Jesús tomó con Abner las medidas necesarias para consolidar la obra de los dos grupos de apóstoles.
162:9.3 (1798.4) Durante el periodo de la fiesta de los tabernáculos Jesús había repartido su tiempo casi por igual entre Betania y Belén. En Betania pasó mucho tiempo con sus apóstoles; en Belén se dedicó a instruir a Abner y a los otros antiguos apóstoles de Juan, que acabaron creyendo en él gracias a este contacto íntimo. A estos antiguos apóstoles de Juan el Bautista les influyó su valentía cuando enseñó públicamente en Jerusalén y su amable comprensión cuando les enseñó a ellos privadamente en Belén. Estas influencias fueron decisivas para mover a todos y cada uno de los compañeros de Abner a aceptar el reino de todo corazón y con todas sus consecuencias.
162:9.4 (1798.5) Antes de salir de Belén por última vez, el Maestro dispuso que todos se sumaran a él en el esfuerzo unido que iba a preceder al final de su carrera terrenal en la carne. Se acordó que Abner y sus compañeros se reunirían pronto con Jesús y los doce en el parque de Magadán.
162:9.5 (1798.6) A principios de noviembre, conforme a lo acordado, Abner y sus once apóstoles se unieron a Jesús y los doce y actuaron con ellos como una única organización hasta el momento mismo de la crucifixión.
162:9.6 (1798.7) A finales de octubre Jesús y los doce se alejaron del entorno de Jerusalén. El domingo 30 de octubre salieron de la ciudad de Efraín, donde el Maestro había pasado unos días de descanso y aislamiento, y tomaron la calzada del oeste del Jordán hacia el parque de Magadán. Llegaron al parque el miércoles 2 de noviembre al caer la tarde.
162:9.7 (1799.1) Los apóstoles se sintieron enormemente aliviados de tener al Maestro otra vez en suelo amigo. Nunca más le volvieron a proponer que fuera a proclamar el evangelio del reino en Jerusalén.
El libro de Urantia
Documento 163
163:0.1 (1800.1) UNOS días después de que Jesús y los doce llegaran a Magadán desde Jerusalén, llegó Abner desde Belén con un grupo de unos cincuenta discípulos. En ese momento se habían reunido también en el campamento de Magadán el cuerpo de evangelistas, el cuerpo de mujeres y otros ciento cincuenta discípulos de probada lealtad procedentes de toda Palestina. Después de dedicar unos días a los contactos personales y la reorganización del campamento, Jesús y los doce impartieron un curso de formación intensiva a este conjunto especial de creyentes. Al final del curso el Maestro eligió a setenta maestros entre estos discípulos bien formados y experimentados y los envió a proclamar el evangelio del reino. Esta instrucción regular empezó el viernes 4 de noviembre y duró hasta el sábado 19 de noviembre.
163:0.2 (1800.2) Jesús hablaba al grupo todas las mañanas. Pedro enseñaba los métodos de predicación pública, Natanael los instruía en el arte de enseñar, Tomás explicaba cómo contestar preguntas y Mateo dirigía la organización de sus finanzas colectivas. Los demás apóstoles también contribuían a la formación del grupo según su experiencia particular y sus talentos naturales.
163:1.1 (1800.3) Jesús ordenó a los setenta la tarde del sabbat 19 de noviembre en el campamento de Magadán y puso a Abner al frente de estos predicadores y maestros del evangelio. Este cuerpo de los setenta estaba formado por Abner y diez de los antiguos apóstoles de Juan, cincuenta y uno de los primeros evangelistas y otros ocho discípulos que se habían distinguido en el servicio del reino.
163:1.2 (1800.4) Hacia las dos de la tarde de este sabbat se congregó entre aguaceros un grupo de creyentes a la orilla del lago de Galilea para presenciar la ordenación de los setenta. Cuando apareció David con la mayoría de su cuerpo de mensajeros el número de asistentes al acto pasó de cuatrocientos.
163:1.3 (1800.5) Antes de imponer las manos sobre las cabezas de los setenta para distinguirlos como mensajeros del evangelio, Jesús les dirigió estas palabras: «En verdad la mies es mucha pero los obreros pocos; rogad por tanto al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Estoy a punto de distinguiros como mensajeros del reino; mirad que os envío a los judíos y a los gentiles como corderos en medio de lobos. Cuando emprendáis vuestro camino de dos en dos, no llevéis ni bolsa de dinero ni ropa de recambio, pues esta primera misión será corta. No saludéis a nadie por el camino y atended solo a vuestra labor. Siempre que vayáis a alojaros en una casa decid primero: Paz a esta casa. Si los que viven allí aman la paz permaneceréis, si no, os iréis. Cuando hayáis elegido una casa quedaos en ella mientras estéis en esa ciudad y comed y bebed lo que os den, porque el obrero merece su sustento. No vayáis de casa en casa buscando un alojamiento mejor. No olvidéis que al salir a proclamar la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres tendréis que enfrentaros a enemigos encarnizados que se engañan a sí mismos. Sed pues prudentes como serpientes e inocentes como palomas.
163:1.4 (1801.1) «Dondequiera que vayáis predicad diciendo: ‘El reino de los cielos está cerca’ y atended a todos los enfermos tanto de mente como de cuerpo. Habéis recibido en abundancia las cosas buenas del reino; dad en abundancia. Si la gente de una ciudad os recibe, encontrarán una amplia entrada en el reino del Padre. Si la gente de una ciudad se niega a recibir este evangelio, también proclamaréis vuestro mensaje a esa comunidad incrédula, y a los que rechazan vuestra enseñanza les diréis al marcharos: ‘A pesar de que rechazáis la verdad, el reino de Dios se ha acercado a vosotros’. El que os escucha me escucha a mí, y el que me escucha a mí escucha a Aquel que me ha enviado. El que rechaza vuestro mensaje del evangelio me rechaza a mí, y el que me rechaza a mí rechaza a Aquel que me ha enviado.»
163:1.5 (1801.2) Cuando Jesús terminó de hablar, los setenta se arrodillaron en círculo a su alrededor y fue imponiendo las manos sobre la cabeza de cada uno empezando por Abner.
163:1.6 (1801.3) A primera hora del día siguiente Abner envió a los setenta mensajeros a todas las ciudades de Galilea, Samaria y Judea. Las treinta y cinco parejas salieron a predicar y enseñar durante unas seis semanas, y todos volvieron el viernes 30 de diciembre al nuevo campamento situado cerca de Pella, en Perea.
163:2.1 (1801.4) Más de cincuenta discípulos que aspiraban a ordenarse y ser admitidos entre los setenta fueron rechazados por el comité designado por Jesús para seleccionar a los candidatos. Formaban este comité Andrés, Abner y el jefe en funciones del cuerpo de evangelistas. Cuando no había acuerdo unánime entre los tres miembros del comité, llevaban al candidato ante Jesús, y aunque el Maestro no rechazó nunca a nadie que anhelara ordenarse como mensajero del evangelio, más de doce aspirantes abandonaron la idea de convertirse en mensajeros del evangelio después de hablar con Jesús.
163:2.2 (1801.5) Un discípulo ferviente fue a Jesús y le dijo: «Maestro, quisiera ser uno de tus nuevos apóstoles, pero mi padre es muy anciano y pronto morirá; ¿podré volver a mi casa para enterrarlo?». Jesús le respondió: «Hijo, los zorros tienen madrigueras y los pájaros del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza. Eres un discípulo fiel y puedes seguir siéndolo cuando vuelvas a tu casa para atender a tus seres queridos, pero no ocurre lo mismo con los mensajeros de mi evangelio. Ellos han renunciado a todo para seguirme y proclamar el reino. Si quieres ser ordenado maestro, tendrás que dejar que otros entierren a los muertos mientras tú sales a anunciar la buena nueva». El hombre se alejó muy desilusionado.
163:2.3 (1801.6) Otro discípulo fue a ver al Maestro y le dijo: «Quisiera ser ordenado como mensajero pero me gustaría pasar un poco de tiempo en mi casa para consolar a mi familia». Jesús le dijo: «Si deseas ser ordenado tienes que estar dispuesto a renunciar a todo. Los mensajeros del evangelio no pueden tener su afecto dividido. Nadie que pone la mano en el arado y mira atrás es digno de convertirse en mensajero del reino».
163:2.4 (1801.7) Entonces Andrés llevó ante Jesús a cierto joven rico que era un creyente devoto y deseaba recibir la ordenación. Este joven llamado Matadormus era miembro del Sanedrín de Jerusalén, había oído enseñar a Jesús y luego había sido instruido en el evangelio del reino por Pedro y los demás apóstoles. Jesús habló con Matadormus sobre las exigencias de la ordenación y le pidió que no tomara ninguna decisión hasta haber pensado más a fondo sobre el asunto. A primeras horas del día siguiente el joven abordó a Jesús cuando salía a dar un paseo y le dijo: «Maestro, quisiera conocer de ti las garantías de la vida eterna. He guardado todos los mandamientos desde mi juventud y me gustaría saber qué más debo hacer para alcanzar la vida eterna». Jesús respondió así a su pregunta: «Si guardas todos los mandamientos —no cometes adulterio, no matas, no robas, no das falso testimonio, no engañas, honras a tus padres— haces bien, pero la salvación es la recompensa de la fe, no simplemente de las obras. ¿Crees en este evangelio del reino?». Matadormus contestó: «Sí, Maestro, creo todo lo que tú y tus apóstoles me habéis enseñado». Jesús le dijo: «Entonces eres en verdad mi discípulo y un hijo del reino».
163:2.5 (1802.1) Pero el joven insistió: «Maestro, no me conformo con ser tu discípulo; quisiera ser uno de tus nuevos mensajeros». Al oír esto Jesús lo miró con gran amor y le dijo: «Te aceptaré como uno de mis mensajeros si estás dispuesto a pagar el precio; solo te falta una cosa». Matadormus respondió: «Maestro, haré lo que sea para poder seguirte». Jesús besó en la frente al joven arrodillado y le dijo: «Si quieres ser mi mensajero vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres o a tus hermanos, después ven y sígueme, y tendrás un tesoro en el reino de los cielos».
163:2.6 (1802.2) Al oír esto Matadormus cambió de expresión. Se levantó y se alejó tristemente, pues tenía grandes posesiones. Este joven fariseo rico había sido educado en la creencia de que la riqueza era el signo del favor de Dios. Jesús sabía que Matadormus no estaba libre del amor a sí mismo y a sus riquezas. El Maestro quería librarlo del amor a la riqueza, no necesariamente de la riqueza misma. Aunque los discípulos de Jesús no se desprendían de todos sus bienes terrenales, los apóstoles y los setenta sí lo hicieron. Matadormus deseaba ser uno de los setenta nuevos mensajeros, y por este motivo le pidió Jesús que se desprendiera de todas sus posesiones temporales.
163:2.7 (1802.3) Casi todos los seres humanos se aferran a algo como su mal más querido y han de renunciar a ello como parte del precio para ser admitidos en el reino de los cielos. Si Matadormus se hubiera desprendido de su riqueza, probablemente habría sido puesta de nuevo en sus manos para que la administrara como tesorero de los setenta. De hecho, cuando se estableció más adelante la Iglesia en Jerusalén, sí cumplió el mandato del Maestro —aunque ya era demasiado tarde para ser miembro de los setenta— y se convirtió en el tesorero de la Iglesia de Jerusalén cuya cabeza era Santiago, el hermano del Señor en la carne.
163:2.8 (1802.4) Así ha sido siempre y así será: los hombres tienen que tomar sus propias decisiones. Los mortales pueden ejercer cierto grado de libertad de elección. Las fuerzas del mundo espiritual no coaccionan al hombre sino que le permiten seguir el camino que él mismo ha elegido.
163:2.9 (1802.5) Jesús preveía que Matadormus con sus riquezas no podría ser ordenado como compañero de hombres que habían renunciado a todo por el evangelio. Al mismo tiempo veía que sin sus riquezas se habría convertido en el líder máximo de todos ellos. Pero igual que ocurrió con los propios hermanos de Jesús, Matadormus nunca llegó a ser grande en el reino porque él mismo se privó de la asociación estrecha y personal con el Maestro que podría haber tenido si hubiera estado dispuesto a hacer en ese momento lo que Jesús le pedía y que luego hizo varios años después.
163:2.10 (1803.1) Las riquezas no tienen ninguna relación directa con la entrada en el reino de los cielos, pero el amor a la riqueza sí. Las lealtades espirituales hacia el reino son incompatibles con el servilismo al dios de la riqueza material. El hombre no puede compartir su lealtad suprema a un ideal espiritual con el apego a lo material.
163:2.11 (1803.2) Jesús no dijo nunca que fuera malo tener riquezas. Solo a los doce y a los setenta les pidió que dedicaran todas sus posesiones terrenales a la causa común, e incluso entonces se aseguró de que sus propiedades se liquidaran ventajosamente, como en el caso del apóstol Mateo. Jesús daba a sus discípulos acomodados los mismos consejos que al hombre rico de Roma. El Maestro consideraba la inversión inteligente de las ganancias excedentes como una forma legítima de asegurarse contra alguna inevitable adversidad futura. Cuando la tesorería apostólica era excedentaria Judas ponía fondos en depósito para prevenir futuros periodos de escasez, y esto lo hacía después de consultarlo con Andrés. Jesús no tuvo nunca nada que ver personalmente con las finanzas apostólicas salvo para dar limosnas. Lo que sí condenó repetidas veces como abuso económico es la explotación injusta de los débiles, ignorantes y menos afortunados por sus semejantes fuertes, ambiciosos y más inteligentes. Jesús declaró que este trato inhumano a hombres, mujeres y niños era incompatible con los ideales de la hermandad del reino de los cielos.
163:3.1 (1803.3) Pedro y algunos de los apóstoles se fueron reuniendo alrededor de Jesús mientras hablaba con Matadormus, y al marcharse el joven rico el Maestro se volvió hacia los apóstoles y les dijo: «¡Ya veis lo difícil que es entrar plenamente en el reino de Dios para los que tienen riquezas! La adoración espiritual no se puede compartir con las lealtades materiales; nadie puede servir a dos señores. Habéis oído el dicho de que ‘es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para los paganos heredar la vida eterna’. Y yo os digo que es tan fácil que ese camello pase por el ojo de la aguja como que los ricos satisfechos de sí mismos entren en el reino de los cielos».
163:3.2 (1803.4) Pedro y los apóstoles se sorprendieron muchísimo al oír estas palabras, tanto que Pedro dijo: «Entonces, Señor, ¿quién puede salvarse? ¿Quedarán fuera del reino todos los que tienen riquezas?». Jesús respondió: «No, Pedro, pero todos los que ponen su confianza en las riquezas tienen pocas probabilidades de entrar en la vida espiritual que conduce al progreso eterno. Sin embargo hay muchas cosas imposibles para el hombre que no están fuera del alcance del Padre del cielo; deberíamos reconocer más bien que con Dios todo es posible».
163:3.3 (1803.5) Cuando Jesús se quedó solo con los apóstoles le dio pena que Matadormus no se hubiera quedado con ellos pues lo amaba mucho. Luego bajaron paseando hasta el lago, se sentaron junto al agua y Pedro hablando por los doce (que estaban todos presentes) dijo: «Estamos preocupados por lo que le has dicho a ese joven rico. ¿Tenemos que pedir a los que quieran seguirte que renuncien a todas sus riquezas del mundo?». Jesús respondió: «No, Pedro, solo a los que quieran convertirse en apóstoles y deseen vivir conmigo como vosotros lo hacéis, como una sola familia. Pero el Padre exige que el afecto de sus hijos sea puro e indiviso. Cualquier cosa o persona que se interponga entre vosotros y el amor a las verdades del reino debe ser abandonada, pero cuando la riqueza no invade los recintos del alma no tiene ninguna consecuencia en la vida espiritual de los que desean entrar en el reino».
163:3.4 (1804.1) Entonces Pedro dijo: «Pero, Maestro, ¿qué tendremos nosotros que lo hemos dejado todo para seguirte?». Jesús se dirigió a los doce y respondió: «En verdad, en verdad os digo que no hay nadie que haya dejado fortuna, hogar, esposa, hermanos, padres o hijos, por mí y por el reino de los cielos que no reciba mucho más en este mundo, quizá con algunas persecuciones, y la vida eterna en el mundo venidero. Pero muchas veces los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros. El Padre trata a sus criaturas según sus necesidades y conforme a sus justas leyes de consideración amorosa y misericordiosa por el bienestar de un universo.
163:3.5 (1804.2) «El reino de los cielos es como un hacendado que empleaba a muchos trabajadores y salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. Habiendo convenido con los obreros pagarles un denario al día, los envió a la viña. Volvió a salir hacia las nueve, y al ver a otros parados en la plaza del mercado sin hacer nada, les dijo: ‘Id también vosotros a trabajar a mi viña, y os pagaré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir hacia las doce y hacia las tres e hizo lo mismo. Hacia las cinco de la tarde fue otra vez a la plaza del mercado, encontró a otros parados y les preguntó: ‘¿Por qué estáis aquí ociosos todo el día?’. Ellos le dijeron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Id también vosotros a trabajar a mi viña, y recibiréis lo que sea justo’.
163:3.6 (1804.3) «Al caer la tarde, el dueño de la viña dijo a su administrador: ‘Llama a los obreros y págales su jornal, empezando por los últimos contratados y terminando por los primeros’. Cuando llegaron los que habían sido contratados hacia las cinco, recibieron un denario cada uno, y así fue con todos los demás trabajadores. Cuando los hombres que habían sido contratados al principio del día vieron lo que se había pagado a los últimos en llegar, pensaron que recibirían más que la cantidad acordada; pero ellos también recibieron un denario cada uno. Y cuando todos recibieron su paga, se quejaron al dueño de la casa, diciendo: ‘Los hombres que contrataste al final han trabajado solo una hora, y tú les has pagado lo mismo que a nosotros que hemos soportado el peso de todo el día bajo el sol abrasador’.
163:3.7 (1804.4) «Entonces el dueño de la casa contestó: ‘Amigos, no os hago ningún agravio. ¿No aceptasteis todos vosotros trabajar por un denario al día? Tomad lo que es vuestro y seguid vuestro camino. Si quiero dar a los que llegaron los últimos tanto como a vosotros, ¿no me es lícito hacer lo que quiera con lo que es mío? ¿Acaso me reprocháis mi generosidad porque deseo ser bueno y mostrar misericordia?’.»
163:4.1 (1804.5) El día en que los setenta salieron a su primera misión fue muy emotivo en el campamento de Magadán. Por la mañana temprano Jesús dio su última charla a los setenta e insistió en los puntos siguientes:
163:4.2 (1804.6) 1. El evangelio del reino tiene que ser proclamado a todo el mundo, tanto a los gentiles como a los judíos.
163:4.3 (1804.7) 2. Cuando atendáis a los enfermos no les enseñéis a esperar milagros.
163:4.4 (1805.1) 3. Proclamad la hermandad espiritual de los hijos de Dios y no un reino exterior de poder terrenal y gloria material.
163:4.5 (1805.2) 4. No perdáis el tiempo con un exceso de actividades sociales y otras trivialidades que podrían distraeros de vuestra entrega entusiasta a predicar el evangelio.
163:4.6 (1805.3) 5. Si la primera casa que elijáis como cuartel general resulta ser una morada digna quedaos en ella durante toda vuestra estancia en esa ciudad.
163:4.7 (1805.4) 6. Dejad claro a todos los creyentes fieles que ha llegado ya la hora de romper abiertamente con los dirigentes religiosos de los judíos de Jerusalén.
163:4.8 (1805.5) 7. Enseñad que todo el deber del hombre se resume en este mandamiento único: Ama al Señor tu Dios con toda tu mente y toda tu alma, y a tu prójimo como a ti mismo. (En lugar de las 613 reglas de vida que predican los fariseos, deberían enseñar esto como todo el deber del hombre.)
163:4.9 (1805.6) Jesús habló así a los setenta delante de todos los apóstoles y discípulos. Después Simón Pedro se los llevó aparte y les predicó su sermón de ordenación, que era una ampliación del encargo que les había dado el Maestro cuando les impuso las manos para distinguirlos como mensajeros del reino. Pedro exhortó a los setenta a cultivar en su vida las virtudes siguientes:
163:4.10 (1805.7) 1. La entrega consagrada. Orar siempre para que más obreros sean enviados a la cosecha evangélica. Les explicó que cuando alguien reza así es muy probable que diga: «Aquí estoy, envíame». Les recomendó que no descuidaran su adoración diaria.
163:4.11 (1805.8) 2. La verdadera valentía. Les advirtió que serían recibidos con hostilidad y que estuvieran preparados a afrontar persecuciones. Pedro les dijo que su misión no era una empresa para cobardes y aconsejó a los que tuvieran miedo que se retiraran antes de empezar. Pero ninguno lo hizo.
163:4.12 (1805.9) 3. La fe y la confianza. Debían emprender esta corta misión sin provisiones de ningún tipo. Debían confiar en que el Padre les proporcionaría comida, techo y todas las demás cosas necesarias.
163:4.13 (1805.10) 4. El celo y la iniciativa. Debían estar poseídos por el fervor y llenos de entusiasmo inteligente; debían ocuparse exclusivamente de los asuntos de su Maestro. El saludo oriental era una ceremonia larga y elaborada, por eso Jesús les había recomendado que «no saludaran a nadie por el camino». Esto era lo que se solía decir para aconsejar a alguien que se dedicara de sus asuntos sin perder el tiempo; no tenía nada que ver con saludar amablemente.
163:4.14 (1805.11) 5. La amabilidad y la cortesía. El Maestro les había dicho que evitaran perder el tiempo innecesariamente en ceremonias sociales, pero les recomendó cortesía hacia todos aquellos con quienes se pusieran en contacto. Debían mostrarse especialmente amables con las personas que los hospedaban en sus casas, y se les insistió mucho en que no cambiaran nunca una casa modesta por otra más cómoda o más influyente.
163:4.15 (1805.12) 6. La atención a los enfermos. Pedro encargó a los setenta que buscaran a los enfermos de mente y de cuerpo y que hicieran todo lo posible por aliviar o curar sus dolencias.
163:4.16 (1805.13) Una vez recibido el encargo y las instrucciones, se fueron de dos en dos a emprender su misión en Galilea, Samaria y Judea.
163:4.17 (1806.1) Aunque los judíos tenían especial consideración por el número setenta y a veces pensaban que las naciones del mundo pagano sumaban setenta, y aunque estos setenta mensajeros iban a llevar el evangelio al mundo entero, todo parece indicar que fue una simple coincidencia que este grupo tuviera precisamente setenta miembros. Lo cierto es que Jesús habría aceptado por lo menos a seis más, pero ellos no estaban dispuestos a pagar el precio de renunciar a sus riquezas o a sus familias.
163:5.1 (1806.2) Jesús y los doce empezaron a prepararse para establecer su último cuartel general en Perea, cerca de Pella, donde fue bautizado el Maestro en el Jordán. Pasaron los diez últimos días de noviembre deliberando en Magadán, y al amanecer del martes 6 de diciembre el grupo entero de casi trescientas personas salió con todo su equipaje para alojarse esa misma noche junto al río cerca de Pella. Se instalaron junto al manantial, en el mismo lugar que había ocupado varios años antes el campamento de Juan el Bautista.
163:5.2 (1806.3) En cuanto se levantó el campamento de Magadán David Zebedeo volvió a Betsaida y empezó a reducir el servicio de mensajeros. El reino estaba entrando en una nueva fase. Los peregrinos llegaban a diario de toda Palestina e incluso de regiones remotas del Imperio romano. A veces venían creyentes de Mesopotamia y de las tierras del este del Tigris. Ante esta nueva situación, el domingo 18 de diciembre David, ayudado por sus mensajeros, cargó en los animales de transporte el equipamiento de acampada que había utilizado en su día para montar el campamento de Betsaida junto al lago y que estaba almacenado en casa de su padre. Después de despedirse de Betsaida por un tiempo, fue bordeando el lago y luego el Jordán hasta llegar a un punto situado unos ochocientos metros al norte del campamento apostólico. En menos de una semana lo había preparado todo para ofrecer hospitalidad a cerca de mil quinientos visitantes peregrinos. El campamento apostólico podía alojar a unas quinientas personas. Palestina estaba en plena época lluviosa, y todas estas instalaciones eran necesarias para atender al creciente número de interesados, en su mayoría sinceros, que viajaban hasta Perea para ver a Jesús y escuchar sus enseñanzas.
163:5.3 (1806.4) David hizo todo esto por su propia iniciativa, aunque se había asesorado con Felipe y Mateo en Magadán. Empleó como ayudantes a la mayor parte de su anterior cuerpo de mensajeros para dirigir este campamento, y dejó reducido el servicio regular de mensajeros a menos de veinte hombres. Hacia finales de diciembre y antes de que volvieran los setenta, se habían reunido casi ochocientos visitantes en torno al Maestro, y encontraron alojamiento en el campamento de David.
163:6.1 (1806.5) El viernes 30 de diciembre mientras Jesús estaba en las colinas cercanas con Pedro, Santiago y Juan, los setenta mensajeros fueron llegando de dos en dos al cuartel general de Pella acompañados por numerosos creyentes. Cuando Jesús volvió al campamento hacia las cinco de la tarde, los setenta estaban reunidos en el lugar dedicado a la enseñanza. La cena se retrasó más de una hora mientras estos entusiastas del evangelio del reino terminaban de contar sus experiencias. Los mensajeros de David habían traído a los apóstoles muchas de estas noticias durante las semanas anteriores, pero fue realmente inspirador oír a estos maestros del evangelio recién ordenados contar personalmente cómo había sido recibido su mensaje por una audiencia hambrienta tanto de judíos como de gentiles. Por fin Jesús podía ver a unos hombres que salían a difundir la buena nueva sin su presencia personal. El Maestro supo entonces que podría dejar este mundo sin dificultar demasiado el progreso del reino.
163:6.2 (1807.1) Cuando los setenta contaron que «hasta los demonios se sometían» a ellos, se referían a las curas maravillosas que habían realizado con víctimas de trastornos nerviosos. Sin embargo, habían aliviado también a algunos poseídos realmente por espíritus, y Jesús comentó refiriéndose a estos pocos casos: «No es de extrañar que esos espíritus menores desobedientes se sometan a vosotros, puesto que he visto a Satanás caer del cielo como un rayo. Pero no os regocijéis tanto por esto, pues os declaro que en cuanto regrese a mi Padre enviaremos nuestro espíritu a la mente misma de los hombres para que esos pocos espíritus perdidos no puedan entrar nunca más en la mente de mortales desventurados. Me regocijo con vosotros de que tengáis influencia sobre los hombres pero no os encumbréis por ello. Alegraos más bien de que se hayan escrito vuestros nombres en las listas del cielo y podáis avanzar así en una carrera sin fin de conquistas espirituales».
163:6.3 (1807.2) Fue en ese momento, justo antes de compartir la cena, cuando Jesús experimentó uno de los pocos momentos de éxtasis emocional que sus seguidores tuvieron la ocasión de presenciar. Dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque aunque este evangelio maravilloso se oculta a los sabios y engreídos, el espíritu ha revelado estas glorias espirituales a estos hijos del reino. Sí, Padre, porque ha sido de tu agrado hacer esto, y me regocijo al saber que la buena nueva se difundirá al mundo entero incluso después de que haya regresado a ti y al trabajo que me has encomendado. Me conmueve profundamente darme cuenta de que estás a punto de poner en mis manos toda la autoridad, de que solo tú sabes realmente quién soy y de que solo yo te conozco realmente y aquellos a quienes te he revelado. Y cuando haya completado esta revelación a mis hermanos en la carne, seguiré revelándola a tus criaturas de lo alto».
163:6.4 (1807.3) Después de hablar así al Padre, Jesús se volvió hacia sus apóstoles y emisarios para decirles: «Dichosos los ojos que ven y los oídos que oyen estas cosas. Os digo que muchos profetas y muchos grandes hombres de edades pasadas desearon contemplar lo que vosotros veis ahora, pero no les fue concedido. Y muchas generaciones de hijos de la luz que están aún por venir os envidiarán cuando oigan hablar de estas cosas porque las habéis visto y oído».
163:6.5 (1807.4) Luego se dirigió a todos los discípulos y les dijo: «Ya habéis oído cuántas ciudades y pueblos han recibido la buena nueva del reino y cómo han sido recibidos mis maestros y emisarios tanto por los judíos como por los gentiles. Benditas son en verdad estas comunidades que han elegido creer en el evangelio del reino. Pero ay de los habitantes de Corazín, Betsaida-Julias y Cafarnaúm que han rechazado la luz, las ciudades que no han recibido bien a estos mensajeros. Declaro que si las obras poderosas que se han hecho en estos lugares se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, las gentes de esas ciudades llamadas paganas hace mucho que se habrían arrepentido en saco y ceniza. Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Tiro y Sidón».
163:6.6 (1807.5) Como el día siguiente era sabbat, Jesús se reunió aparte con los setenta y les dijo: «Me he regocijado realmente con vosotros cuando habéis vuelto trayendo las buenas noticias de la acogida del evangelio del reino por tanta gente en toda Galilea, Samaria y Judea. Pero, ¿por qué estáis tan eufóricos y sorprendidos? ¿No esperabais que vuestro mensaje se manifestaría con poder? ¿Salisteis con tan poca fe en este evangelio que volvéis sorprendidos por su eficacia? Y ahora, sin querer enfriar el regocijo de vuestro espíritu, quiero preveniros seriamente contra las sutilezas del orgullo, del orgullo espiritual. Si pudierais comprender la caída de Lucifer el inicuo, rechazaríais solemnemente cualquier forma de orgullo espiritual.
163:6.7 (1808.1) «Habéis emprendido la gran obra de enseñar al hombre mortal que es un hijo de Dios. Os he mostrado el camino; id a cumplir con vuestro deber y no os canséis de hacer el bien. A vosotros y a todos los que seguirán vuestros pasos a lo largo de los siglos dejadme que os diga que estoy siempre cerca y que mi llamamiento es y será siempre: Venid a mí todos los que estáis cansados y cargados, y yo os daré descanso. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy fiel y leal, y hallaréis descanso espiritual para vuestra alma.»
163:6.8 (1808.2) Comprobaron que las palabras del Maestro eran verdad cuando pusieron a prueba sus promesas. Y desde aquel día innumerables personas han probado y comprobado la certeza de estas mismas promesas.
163:7.1 (1808.3) Los días siguientes hubo mucha actividad en el campamento de Pella con los preparativos de la misión en Perea. Jesús y sus compañeros estaban a punto de emprender su última misión, la gira de tres meses por toda Perea que terminaría con la entrada del Maestro en Jerusalén para finalizar su obra en la tierra. Durante todo este tiempo el cuartel general de Jesús y los doce apóstoles se mantuvo en el campamento de Pella.
163:7.2 (1808.4) Ya no era necesario que Jesús saliera a enseñar a la gente. Ahora la gente acudía a él más numerosa cada semana y de todas partes, no solo de Palestina sino también de todo el mundo romano y de Oriente Próximo. Aunque el Maestro participó con los setenta en la gira por Perea, pasó gran parte de su tiempo en el campamento de Pella enseñando a la multitud e instruyendo a los doce. Durante este periodo de tres meses al menos diez de los apóstoles permanecieron con Jesús.
163:7.3 (1808.5) El cuerpo de mujeres se preparó también para salir de dos en dos con los setenta a evangelizar en las ciudades más grandes de Perea. El grupo original de doce mujeres había formado recientemente a un cuerpo más grande de otras cincuenta en la labor de visitar hogares y en el arte de atender a los enfermos y afligidos. Perpetua, la esposa de Simón Pedro, se hizo miembro de esta nueva división del cuerpo de mujeres y asumió el liderazgo de esta actuación femenina más amplia bajo las órdenes de Abner. Después de Pentecostés permaneció con su ilustre marido y lo acompañó en todas sus giras misioneras. El día en que Pedro fue crucificado en Roma, ella fue arrojada a las fieras en la arena. Este nuevo cuerpo de mujeres tenía también entre sus miembros a las esposas de Felipe y de Mateo y a la madre de Santiago y Juan.
163:7.4 (1808.6) La obra del reino se preparaba para entrar en su fase final bajo el liderazgo personal de Jesús. Fue una fase de profundidad espiritual en contraste con la época en que las multitudes seguían al Maestro en busca de milagros y prodigios durante sus primeros tiempos de popularidad en Galilea. Y sin embargo algunos seguidores conservaban su mentalidad materialista y no conseguían captar la verdad de que el reino de los cielos es la hermandad espiritual del hombre fundamentada en el hecho eterno de la paternidad universal de Dios.
El libro de Urantia
Documento 164
164:0.1 (1809.1) MIENTRAS se instalaba el campamento en Pella, Jesús tomó consigo a Tomás y Natanael y se encaminó en secreto hacia Jerusalén para asistir a la fiesta de la consagración. Los dos apóstoles no se dieron cuenta de que su Maestro iba a Jerusalén hasta que atravesaron el Jordán por el vado de Betania. Cuando comprendieron que tenía realmente la intención de estar presente en la fiesta de la consagración protestaron enérgicamente e intentaron disuadirlo utilizando todo tipo de argumentos, pero él estaba decidido a ir a Jerusalén. A todas sus súplicas y a todos sus esfuerzos por hacerle ver la locura y el peligro de ponerse él mismo en manos del Sanedrín, Jesús se limitaba a responder: «Quisiera dar a esos maestros de Israel una oportunidad más de ver la luz antes de que llegue mi hora».
164:0.2 (1809.2) De camino a Jerusalén los dos apóstoles no pararon de expresar sus temores y sus dudas sobre la sensatez de correr semejante riesgo. Llegaron a Jericó hacia las cuatro y media y decidieron pasar allí la noche.
164:1.1 (1809.3) Al anochecer se reunió un grupo cuantioso alrededor de Jesús y los dos apóstoles para hacerles preguntas. Muchas las respondieron los apóstoles mientras que el Maestro contestó otras. En el transcurso de la velada cierto jurista intentó enredar a Jesús en un debate comprometedor diciendo: «Maestro, quisiera preguntarte qué debo hacer exactamente para heredar la vida eterna». Jesús respondió: «¿Qué está escrito en la ley y los profetas? ¿Qué lees en las Escrituras?». El jurista, que conocía las enseñanzas tanto de Jesús como de los fariseos, contestó: «Amar al Señor Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza, y a tu prójimo como a ti mismo». Jesús le dijo: «Has respondido bien. Si lo haces realmente, eso te llevará a la vida eterna».
164:1.2 (1809.4) Pero el jurista no era del todo sincero al hacer esta pregunta. Deseando justificarse y poner además a Jesús en un compromiso, se acercó un poco más a él y siguió preguntando: «¿Y quién es mi prójimo?». El jurista esperaba que Jesús cayera en la trampa de hacer alguna afirmación contraria a la ley judía, que definía al prójimo como «los hijos del pueblo propio». Los judíos consideraban a todos los demás como «perros gentiles». Este jurista tenía algún conocimiento de las enseñanzas de Jesús y sabía que el Maestro no pensaba así; por eso intentaba hacerle decir algo que se pudiera interpretar como un ataque a la ley sagrada.
164:1.3 (1810.1) Jesús conocía las intenciones del jurista, y en vez de caer en la trampa procedió a contar una historia a sus oyentes, una historia que podía ser plenamente apreciada por cualquier audiencia de Jericó: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos crueles bandidos que le robaron, le quitaron la ropa, lo molieron a palos y se fueron dejándolo medio muerto. Pasó poco después un sacerdote por ese mismo camino, y al ver el lamentable estado del herido cruzó al otro lado y pasó de largo. También pasó un levita, y cuando vio al hombre cambió al otro lado del camino. Por entonces un samaritano que viajaba a Jericó se encontró con el herido, y al ver cómo le habían robado y maltratado tuvo compasión. Le vendó las heridas, derramó sobre ellas aceite y vino, lo montó en su propia cabalgadura y lo trajo aquí a la posada para cuidarlo. A la mañana siguiente sacó algo de dinero y se lo dio al posadero diciendo: ‘Cuida bien de mi amigo, y todo lo que te gastes de más te lo pagaré a mi vuelta’. Y ahora permíteme preguntarte: ¿Cuál de los tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?». El jurista, viendo que había caído en su propia trampa, respondió: «El que tuvo misericordia con él». Y Jesús dijo: «Ve y haz tú lo mismo».
164:1.4 (1810.2) El jurista contestó «el que tuvo misericordia con él» para no tener que pronunciar la odiada palabra «samaritano». A la pregunta «¿Quién es mi prójimo?» el jurista se vio forzado a dar la misma respuesta que Jesús quería, y que si la hubiera dado él habría sido acusado directamente de herejía. Jesús no solo confundió al jurista malintencionado, sino que contó a sus oyentes una historia que era al mismo tiempo un hermoso recordatorio para todos sus seguidores y un reproche contundente a todos los judíos por su actitud hacia los samaritanos. Y esta historia ha seguido promoviendo el amor fraternal entre todos los que han creído posteriormente en el evangelio de Jesús.
164:2.1 (1810.3) Jesús había asistido a la fiesta de los tabernáculos para poder proclamar el evangelio a los peregrinos procedentes de todas las partes del Imperio. Ahora iba a la fiesta de la consagración con el único propósito de dar al Sanedrín y a los líderes judíos otra oportunidad de ver la luz. El acontecimiento principal de estos días que pasó en Jerusalén tuvo lugar el viernes por la noche en casa de Nicodemo. Se habían reunido en esa casa unos veinticinco líderes judíos que creían en la enseñanza de Jesús, catorce de los cuales eran entonces o habían sido recientemente miembros del Sanedrín. Asistieron a esta reunión Eber, Matadormus y José de Arimatea.
164:2.2 (1810.4) En esta ocasión todos los oyentes de Jesús eran hombres doctos, y tanto ellos como los dos apóstoles se asombraron de la amplitud y la profundidad de las observaciones que hizo el Maestro a este distinguido auditorio. Desde la época de sus enseñanzas en Alejandría, Roma y las islas del Mediterráneo, Jesús no había desplegado tanta erudición ni mostrado tal comprensión de los asuntos de los hombres, tanto religiosos como seculares.
164:2.3 (1810.5) Todos los que asistieron a esta pequeña reunión se fueron impactados por la personalidad del Maestro, encantados por la amabilidad de su trato y enamorados del hombre. Habían intentado asesorar a Jesús sobre el modo de ganarse a los restantes miembros del Sanedrín. El Maestro había escuchado atentamente todas sus propuestas aunque sin decir palabra; sabía que no funcionaría ninguno de los planes que le proponían. Sospechaba que la mayoría de los dirigentes judíos no aceptaría nunca el evangelio del reino y sin embargo les dio a todos esta nueva oportunidad de elegir. Pero aquella noche, al volver con Tomás y Natanael a su alojamiento del monte de los Olivos, aún no había decidido qué método emplearía para atraer una vez más la atención del Sanedrín hacia su obra.
164:2.4 (1811.1) Tomás y Natanael durmieron poco esa noche; estaban demasiado impresionados por lo que habían oído en casa de Nicodemo. Pensaron mucho en el comentario final de Jesús a estos miembros y exmiembros del Sanedrín cuando le ofrecieron presentarse con él ante los setenta. El Maestro les dijo: «No, hermanos, no serviría de nada. Multiplicaríais su cólera, que caería sobre vuestras cabezas, pero no aplacaríais en lo más mínimo el odio que me tienen. Id a ocuparos cada uno de los asuntos del Padre tal como os guíe el espíritu, y yo les daré otra oportunidad de conocer el reino por el procedimiento que me indique mi Padre».
164:3.1 (1811.2) A la mañana siguiente los tres fueron a desayunar a casa de Marta en Betania y desde allí siguieron directamente a Jerusalén. Al acercarse al templo ese sabbat Jesús y sus dos apóstoles se encontraron con un mendigo muy conocido, un hombre que había nacido ciego, sentado en su lugar habitual. Aunque estos mendicantes no podían pedir ni recibir limosnas el día del sabbat, se les permitía sentarse en sus lugares habituales. Jesús se paró a mirar al mendigo ciego de nacimiento, y entonces se le ocurrió el procedimiento que iba a utilizar para dar a conocer una vez más su misión en la tierra al Sanedrín y a los demás dirigentes y maestros religiosos judíos.
164:3.2 (1811.3) Mientras el Maestro estaba delante del ciego absorto en sus pensamientos, Natanael, especulando sobre la posible causa de esa ceguera, preguntó: «Maestro, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?».
164:3.3 (1811.4) Los rabinos enseñaban que todos estos casos de ceguera de nacimiento eran consecuencia del pecado. No solo los niños eran concebidos y nacían en pecado, sino que un niño podía también nacer ciego como castigo por algún pecado concreto cometido por su padre. Enseñaban incluso que el propio niño podía pecar antes de llegar al mundo. Enseñaban también que estos defectos podían ser causados por algún pecado o complacencia indebida de la madre durante el embarazo.
164:3.4 (1811.5) En todas estas regiones sobrevivían restos de una creencia en la reencarnación. Los antiguos maestros judíos, junto con Platón, Filón y muchos de los esenios, toleraban la teoría de que los hombres podían cosechar en una encarnación lo que habían sembrado en una existencia anterior, de modo que expiaban en una vida los pecados cometidos en vidas anteriores. Al Maestro le costó hacer creer a los hombres que su alma no había tenido existencias anteriores.
164:3.5 (1811.6) Sin embargo, por incoherente que parezca, aunque se suponía que este tipo de ceguera era el resultado del pecado, los judíos tenían por muy meritorio dar limosnas a estos mendigos ciegos. Estos ciegos tenían la costumbre de salmodiar constantemente a los que pasaban: «Oh tiernos de corazón, ganad méritos ayudando a los ciegos».
164:3.6 (1811.7) Jesús explicó el caso de este ciego a Tomás y Natanael no solo porque ya había decidido utilizarlo ese mismo día como medio de atraer de nuevo la atención de los líderes judíos hacia su misión, sino también porque animaba siempre a sus apóstoles a buscar las verdaderas causas de todos los fenómenos naturales o espirituales. Les había prevenido muchas veces contra la tendencia habitual de atribuir causas espirituales a los fenómenos físicos comunes.
164:3.7 (1812.1) Jesús había decidido incluir a este mendigo en su plan de acción para ese día, pero antes de hacer nada por el ciego, llamado Josías, respondió a la pregunta de Natanael: «Ni este hombre pecó ni pecaron sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Esta ceguera le ha sobrevenido en el curso natural de los acontecimientos, pero ahora debemos hacer las obras de Aquel que me envió mientras aún es de día, porque la noche llegará seguro y entonces la obra que estamos a punto de hacer será imposible. Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo, pero dentro de poco ya no estaré con vosotros».
164:3.8 (1812.2) Dicho esto, explicó a Tomás y Natanael: «Vamos a crear la vista de este ciego en día del sabbat para dar a los escribas y fariseos la oportunidad que buscan de acusar al Hijo del Hombre». Entonces se inclinó para escupir en el suelo e hizo barro con la saliva, al tiempo que explicaba en voz alta todo lo que hacía para que el ciego pudiera oírlo. Luego se acercó a Josías y untó con el barro sus ojos sin vista diciendo: «Hijo, ve a lavar este barro en el estanque de Siloé y recibirás inmediatamente la vista». Josías se lavó en el estanque de Siloé, y al volver con su familia y sus amigos veía.
164:3.9 (1812.3) Como había sido siempre mendigo y no sabía hacer otra cosa, en cuanto se le pasó el entusiasmo inicial volvió a su sitio de siempre a pedir limosna. Cuando sus amigos, sus vecinos y todos los que lo conocían de antes se dieron cuenta de que veía, comentaron: «¿No es este Josías, el mendigo ciego?». Unos afirmaban que sí y otros decían: «No, es uno que se le parece pero puede ver». Cuando se lo preguntaron a él, Josías contestó: «Sí, soy yo».
164:3.10 (1812.4) Cuando empezaron a preguntarle cómo era posible que viera, él les dijo: «Un hombre llamado Jesús pasó por aquí, y mientras hablaba de mí con sus amigos, hizo barro con su saliva, me ungió los ojos y me dijo que fuera a lavármelos en el estanque de Siloé. Hice lo que me mandó y recibí la vista inmediatamente. Esto fue hace unas horas, y aún no conozco el significado de muchas cosas que veo». La gente empezó a reunirse a su alrededor para preguntarle dónde podrían encontrar al desconocido que lo había curado, pero Josías solo pudo contestar que no lo sabía.
164:3.11 (1812.5) De todos los milagros del Maestro, este fue uno de los más extraños. El ciego no había pedido ser curado. No sabía que ese Jesús que le había mandado lavarse en Siloé y le había prometido que vería era el profeta de Galilea que había predicado en Jerusalén durante la fiesta de los tabernáculos. Josías tenía muy pocas esperanzas de recibir la vista, pero la gente de aquella época tenía mucha fe en la eficacia de la saliva de un hombre grande o santo, y de la conversación de Jesús con Tomás y Natanael había deducido que su posible benefactor era un hombre grande, un maestro sabio o un profeta santo; por eso hizo lo que Jesús le había indicado.
164:3.12 (1812.6) Jesús utilizó tierra y saliva, y le mandó lavarse en el estanque simbólico de Siloé por tres razones:
164:3.13 (1812.7) 1. Esta curación no fue una respuesta milagrosa a la fe de una persona. Jesús realizó este prodigio con un objetivo elegido por él y aprovechó al mismo tiempo para beneficiar a aquel hombre de forma permanente.
164:3.14 (1813.1) 2. Como Josías no había pedido la curación, y puesto que su fe era escasa, los ingredientes materiales del milagro estaban pensados para motivarlo. Él sí creía en la superstición del poder de la saliva, y sabía que el estanque de Siloé era un lugar semisagrado, pero no habría ido allí si no hubiera necesitado lavarse el barro de la unción. Había suficiente protocolo ceremonial en la actuación de Jesús como para inducir al ciego a actuar.
164:3.15 (1813.2) 3. Pero Jesús tenía un tercer motivo para recurrir a medios materiales en esta actuación excepcional. Hizo este milagro en virtud de su sola decisión, y quería que sirviera para enseñar a sus seguidores de aquel tiempo y de todos los siglos posteriores a no despreciar ni descuidar los medios materiales en la curación de los enfermos. Quería que dejaran de pensar que los milagros eran el único método de curar las enfermedades humanas.
164:3.16 (1813.3) Ese sabbat por la mañana Jesús concedió milagrosamente la vista a un hombre junto al templo de Jerusalén con intención de hacer de este acto un desafío abierto al Sanedrín y a todos los maestros y dirigentes religiosos judíos. Fue su manera de romper abiertamente con los fariseos. Jesús era siempre positivo en todo lo que hacía y quería atraer la atención del Sanedrín sobre este asunto, por eso a primera hora de esa tarde de sabbat fue con sus dos apóstoles al lugar donde estaba ese hombre y provocó deliberadamente los debates que obligaron a los fariseos a interesarse por el milagro.
164:4.1 (1813.4) A media tarde la curación de Josías había levantado tanta controversia en los alrededores del templo que los dirigentes del Sanedrín decidieron convocar un consejo en su lugar habitual de reunión en el templo, y al hacerlo vulneraron una norma establecida que prohibía las reuniones del Sanedrín los días de sabbat. Jesús sabía que el quebrantamiento del sabbat sería uno de los cargos principales que se formularían contra él cuando llegara la prueba final y deseaba comparecer ante el Sanedrín bajo la acusación de haber curado en sabbat a un ciego, en la misma sesión en que el alto tribunal judío quebrantaba directamente sus propias leyes autoimpuestas al reunirse en sabbat para juzgarlo por este acto de misericordia.
164:4.2 (1813.5) Pero ellos no se atrevieron a convocar a Jesús sino que mandaron a buscar inmediatamente a Josías. Después de algunas preguntas preliminares el portavoz del Sanedrín (en presencia de unos cincuenta miembros) pidió a Josías que les contara lo que le había sucedido. Desde el momento de su curación aquella mañana, Josías había oído comentar a Tomás, Natanael y a otros que los fariseos se habían indignado de que hubiera sido curado en sabbat y probablemente causarían problemas a todos los implicados. Pero Josías aún no se había dado cuenta de que Jesús era aquel a quien llamaban el Libertador y respondió así a la pregunta de los fariseos: «Ese hombre llegó, me puso barro sobre los ojos, me dijo que fuera a lavarme a Siloé y ahora veo».
164:4.3 (1813.6) Uno de los fariseos de más edad pronunció un largo discurso y concluyó: «Ese hombre no puede venir de Dios porque hemos visto que no guarda el sabbat. Primero quebranta la ley al preparar el barro, y luego al enviar a este mendigo a Siloé a lavarse en día de sabbat. Un hombre así no puede ser un maestro enviado por Dios».
164:4.4 (1813.7) Entonces uno de los más jóvenes, que creía secretamente en Jesús, dijo: «Si ese hombre no ha sido enviado por Dios, ¿cómo puede hacer estas cosas? Sabemos que un vulgar pecador no puede hacer tales milagros. Todos conocemos a este mendigo y sabemos que nació ciego, pero ahora ve. ¿Vais a seguir diciendo que ese profeta hace todos estos prodigios por el poder del príncipe de los demonios?». Y por cada fariseo que se atrevía a acusar y denunciar a Jesús, se levantaba otro a hacer preguntas incómodas y problemáticas, de modo que se produjo una grave división entre ellos. Al ver cómo se enredaba el debate, el presidente decidió hacer más preguntas al interesado para apaciguar la discusión. Se volvió hacia Josías y dijo: «¿Qué piensas tú de ese hombre, ese Jesús, que dices que te abrió los ojos?». Josías contestó: «Creo que es un profeta».
164:4.5 (1814.1) Los dirigentes, cada vez más inquietos, no sabían qué hacer. Solo se les ocurrió mandar llamar a los padres de Josías para saber si realmente había nacido ciego. No querían creer que el mendigo hubiera sido sanado.
164:4.6 (1814.2) Era bien sabido en Jerusalén que no solo se había negado a Jesús la entrada en todas las sinagogas, sino que todos los que creían en su enseñanza estaban también expulsados, excomulgados de la congregación de Israel. Esto significaba que perdían todos sus derechos y privilegios en todo el mundo judío salvo el derecho a comprar lo necesario para vivir.
164:4.7 (1814.3) Por eso cuando los padres de Josías comparecieron humildes y atemorizados ante el augusto Sanedrín, no se atrevieron a hablar libremente. El portavoz del tribunal les preguntó: «¿Es este vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? Si eso es verdad, ¿cómo es que ahora ve?». El padre de Josías, apoyado por la madre, respondió: «Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve o quién le ha abierto los ojos, no lo sabemos. Preguntadle a él; ya es mayor de edad, que hable por sí mismo».
164:4.8 (1814.4) Entonces hicieron comparecer por segunda vez a Josías. No avanzaban en su plan de celebrar un juicio formal y algunos empezaban a sentirse incómodos de hacerlo en sabbat, de modo que cambiaron de táctica para intentar hacerle caer en una trampa. El secretario del tribunal se dirigió así al que hasta entonces fuera ciego: «¿Por qué no das gloria a Dios por esto? ¿Por qué no nos dices toda la verdad sobre lo que sucedió? Todos sabemos que ese hombre es un pecador. ¿Por qué te niegas a ver la verdad? Sabes que tanto tú como ese hombre sois culpables de quebrantar el sabbat. Si persistes en afirmar que tus ojos se han abierto en el día de hoy, ¿no quieres expiar tu pecado reconociendo que Dios es tu sanador?».
164:4.9 (1814.5) Pero Josías no era tonto ni carecía de sentido del humor, así que respondió al secretario del tribunal: «Si es pecador no lo sé, pero una cosa sé: que yo era ciego y ahora veo». Y como no conseguían atraparlo siguieron interrogándolo: «¿Cómo te abrió los ojos? ¿Qué te hizo realmente? ¿Qué te dijo? ¿Te pidió que creyeras en él?».
164:4.10 (1814.6) Josías respondió con cierta impaciencia: «Os he dicho exactamente cómo pasó todo, y si no creéis mi testimonio ¿por qué queréis oírlo otra vez? ¿Acaso queréis también haceros discípulos suyos?». Estas palabras de Josías provocaron un revuelo y el Sanedrín se disolvió al borde de la violencia, pues los líderes se abalanzaron sobre Josías gritando furiosamente: «Tú serás discípulo de ese hombre, pero nosotros somos discípulos de Moisés, y somos los maestros de las leyes de Dios. Sabemos que Dios habló por Moisés, pero ese Jesús no sabemos de dónde es».
164:4.11 (1814.7) Entonces Josías se subió a un taburete y dijo con voz potente a cuantos pudieran oír: «Escuchad, vosotros que afirmáis ser los maestros de todo Israel, yo os declaro que en esto hay una gran maravilla puesto que confesáis que no sabéis de dónde es este hombre y sin embargo sabéis con certeza por el testimonio que habéis escuchado que me ha abierto los ojos. Todos sabemos que Dios no hace estas obras para los impíos; que Dios solo haría una cosa así a petición de un verdadero adorador, para alguien que es santo y justo. Sabéis que desde el principio del mundo jamás se ha oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. ¡Miradme todos y daos cuenta de lo que se ha hecho hoy en Jerusalén! Os digo que si ese hombre no viniera de Dios no podría haberlo hecho». Los miembros del Sanedrín, llenos de ira y desconcierto, le gritaban al marcharse: «Naciste todo tú en pecado, ¿y ahora pretendes enseñarnos? Puede que no nacieras realmente ciego, e incluso aunque te hayan abierto los ojos en día de sabbat, lo han hecho por el poder del príncipe de los demonios». Y fueron directamente a la sinagoga para expulsar a Josías.
164:4.12 (1815.1) Cuando Josías fue llamado a comparecer tenía escasas nociones sobre Jesús y sobre la naturaleza de su curación. La mayor parte de su acertado y valiente testimonio se fue desarrollando en su mente a medida que avanzaba la vista, ante el proceder parcial e injusto del tribunal supremo de Israel.
164:5.1 (1815.2) Mientras el Sanedrín quebrantaba el sabbat en una de las cámaras del templo, Jesús se paseaba por los alrededores y enseñaba a la gente en el pórtico de Salomón. Esperaba ser convocado ante el Sanedrín para poder hablarles de la buena nueva de la libertad y la alegría de la filiación divina en el reino de Dios, pero ellos no se atrevieron a mandar a buscarlo. Siempre se habían sentido desconcertados por las repentinas apariciones públicas de Jesús en Jerusalén, y ahora que él les daba la oportunidad que tanto habían buscado, les dio miedo hacerle comparecer ante el Sanedrín, incluso como testigo, y aún más miedo arrestarlo.
164:5.2 (1815.3) Jerusalén estaba en pleno invierno, y la gente buscaba el abrigo parcial del pórtico de Salomón. Mientras Jesús estaba ahí esperando le hicieron muchas preguntas y él enseñó durante más de dos horas a la multitud. Unos maestros judíos le preguntaron delante de todos para tenderle una trampa: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si eres el Mesías, dínoslo claramente». Jesús les respondió: «Os he hablado muchas veces de mí y de mi Padre, pero no queréis creerme. ¿No veis que las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí? Pero muchos de vosotros no creéis porque no sois de mi redil. El maestro de la verdad atrae solo a los que tienen hambre de verdad y sed de rectitud. Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Y a todos los que siguen mi enseñanza les doy la vida eterna; jamás perecerán y nadie me los arrebatará de las manos. Mi Padre que me ha dado estos hijos es más grande que todos, y nadie los puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno». Algunos judíos incrédulos corrieron hacia una zona del templo que estaba en obras a buscar piedras para tirárselas a Jesús, pero los creyentes se lo impidieron.
164:5.3 (1815.4) Jesús prosiguió: «Os he mostrado muchas obras de amor del Padre, ¿por cuál de ellas pensáis apedrearme?». Uno de los fariseos dijo: «No queremos apedrearte por ninguna buena obra, sino por blasfemia, porque tú, siendo un hombre, te atreves a igualarte a Dios». Y Jesús contestó: «Acusáis al Hijo del Hombre de blasfemia porque os negasteis a creerme cuando declaré que fui enviado por Dios. Si no hago las obras de Dios, no me creáis, pero si hago las obras de Dios, aunque a mí no me creáis, creed en mis obras. Para que podías estar seguros de lo que proclamo, os vuelvo a afirmar que el Padre está en mí y yo en el Padre, y que así como el Padre mora en mí, yo moraré en cada uno de los que crean en este evangelio». Al oír esto muchos fueron corriendo a buscar las piedras para tirárselas, pero él se escapó por los recintos del templo y se reunió con Tomás y Natanael que habían asistido a la sesión del Sanedrín. Los tres esperaron cerca del templo a que Josías saliera de la cámara del consejo.
164:5.4 (1816.1) Jesús y los dos apóstoles no fueron a buscar a Josías a su casa hasta que oyeron que había sido expulsado de la sinagoga. Al llegar a su casa Tomás lo llamó para que saliera al patio y Jesús le dijo: «Josías, ¿crees en el Hijo de Dios?». Él respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús dijo: «Lo has visto y oído, es el que habla contigo». Y Josías dijo: «Creo, Señor», y cayendo de rodillas lo adoró.
164:5.5 (1816.2) Cuando Josías se enteró de que había sido expulsado de la sinagoga se quedó muy abatido, pero se llenó de ánimo cuando Jesús le dijo que se preparara inmediatamente para ir con ellos al campamento de Pella. Este hombre sencillo de Jerusalén había sido expulsado de una sinagoga judía, pero he aquí que el Creador de un universo lo llevaba ahora a asociarse con la nobleza espiritual de aquel tiempo y aquella generación.
164:5.6 (1816.3) Entonces Jesús salió de Jerusalén para no volver hasta poco antes del momento de dejar este mundo. El Maestro se dirigió a Pella con Josías y los dos apóstoles, y Josías resultó ser uno de los beneficiarios del ministerio milagroso del Maestro que dieron fruto, pues dedicó el resto de su vida a predicar el evangelio del reino.
El libro de Urantia
Documento 165
165:0.1 (1817.1) EL MARTES 3 de enero del año 30 d. C. Abner, el que fuera jefe de los doce apóstoles de Juan el Bautista, en su día jefe de la escuela nazarea de En-Gedi y ahora jefe de los setenta mensajeros del reino, convocó a sus compañeros y les dio las instrucciones finales antes de enviarlos a todas las ciudades y pueblos de Perea. Esta misión en Perea duró casi tres meses y fue el último ministerio del Maestro. Después Jesús fue directamente a Jerusalén a pasar por las experiencias finales de su encarnación. Los setenta, apoyados periódicamente por Jesús y los doce apóstoles, actuaron en las siguientes ciudades y poblaciones: Zafón, Gadara, Macad, Arbela, Ramat, Edrei, Bosora, Caspin, Mispá, Gerasa, Ragaba, Sucot, Amatus, Adam, Penuel, Capitolias, Dion, Hatita, Gada, Filadelfia, Jogbeha, Gilead, Bet-Nimra, Tiro, Eleale, Livias, Hesbón, Callirhoe, Bet-Peor, Sitim, Sibma, Medeba, Bet-Meón, Areópolis, Aroer y en unas cincuenta aldeas más.
165:0.2 (1817.2) Durante toda esta gira por Perea el cuerpo de mujeres, que contaba ya con sesenta y dos miembros, se hizo cargo de casi todo el trabajo de atención a los enfermos. Este fue el periodo final del desarrollo de los aspectos espirituales superiores del evangelio del reino, y por eso no hubo obras milagrosas. En ninguna otra parte de Palestina los apóstoles y discípulos de Jesús se emplearon tan a fondo, y en ninguna otra zona fueron tan bien acogidas las enseñanzas del Maestro entre los mejores sectores de la población.
165:0.3 (1817.3) En aquella época Perea estaba habitada casi a partes iguales por gentiles y judíos, ya que los muchos colectivos judíos habían sido desalojados de estas regiones en tiempos de Judas Macabeo. Perea era la provincia más bella y pintoresca de Palestina. Los judíos solían referirse a ella como «la tierra de allende el Jordán».
165:0.4 (1817.4) Durante este periodo Jesús repartió su tiempo entre enseñar en el campamento de Pella y viajar con los doce para dar apoyo a los setenta en las distintas ciudades donde enseñaban y predicaban. Siguiendo las instrucciones de Abner los setenta bautizaban a todos los creyentes aunque Jesús no les había encargado que lo hicieran.
165:1.1 (1817.5) Para mediados de enero se habían reunido en Pella más de mil doscientas personas. Cuando Jesús residía en el campamento enseñaba a esta multitud al menos una vez al día; solía hablarles a las nueve de la mañana si la lluvia no lo impedía. Pedro y los demás apóstoles enseñaban por las tardes. Jesús reservaba las noches para las sesiones habituales de preguntas y respuestas con los doce y otros discípulos avanzados. La media de los grupos nocturnos era de unas cincuenta personas.
165:1.2 (1817.6) A mediados de marzo, cuando Jesús empezó su viaje hacia Jerusalén, más de cuatro mil personas escuchaban todas las mañanas la predicación de Jesús o de Pedro. El Maestro eligió terminar su obra en la tierra cuando el interés por su mensaje estaba en un punto alto, el más alto de esta segunda fase de progreso del reino en la que no hubo milagros. Las tres cuartas partes de esta multitud de oyentes eran buscadores de la verdad, pero había también un buen número de fariseos de Jerusalén y de otros lugares, y otros muchos escépticos e indecisos.
165:1.3 (1818.1) Jesús y los doce apóstoles dedicaron gran parte de su tiempo a la multitud reunida en el campamento de Pella. Los doce prestaron poca o ninguna atención al trabajo de campo; se limitaron a ir con Jesús a visitar a los compañeros de Abner. Abner conocía bien la región de Perea porque ese era el terreno donde su anterior maestro, Juan el Bautista, había hecho casi toda su labor. Después de emprender la misión en Perea, Abner y los setenta no volvieron nunca más al campamento de Pella.
165:2.1 (1818.2) Cuando Jesús se encaminó hacia el norte tras la fiesta de la consagración para salir cuanto antes de la jurisdicción de los dirigentes judíos, le siguió hasta Pella un grupo de más de trescientos habitantes de Jerusalén, fariseos y otros. Y fueron estos maestros y líderes judíos, junto con los doce apóstoles, los que escucharon el sermón del «Buen Pastor». Después de media hora de conversación informal, Jesús se dirigió así a un centenar de oyentes:
165:2.2 (1818.3) «Esta noche tengo muchas cosas que deciros. Puesto que muchos de vosotros sois mis discípulos y otros mis enemigos acérrimos, presentaré mi enseñanza en forma de parábola para que cada uno tome para sí lo que encuentre acogida en su corazón.
165:2.3 (1818.4) «Esta noche hay aquí ante mí hombres que estarían dispuestos a morir por mí y por este evangelio del reino, y algunos de ellos harán esta ofrenda en los años por venir. También estáis aquí algunos esclavos de la tradición que me habéis seguido desde Jerusalén y que, sumidos igual que vuestros jefes en las tinieblas del engaño, buscáis la muerte del Hijo del Hombre. La vida que vivo ahora en la carne os juzgará a ambos, a los verdaderos pastores y a los falsos pastores. Si los falsos pastores fueran ciegos no tendrían pecado, pero vosotros decís que veis; os preciáis de ser maestros de Israel, por eso vuestro pecado permanece en vosotros.
165:2.4 (1818.5) «El buen pastor reúne a su rebaño en el redil por la noche en tiempo de peligro. Cuando llega la mañana entra en el redil por la puerta, y las ovejas conocen su voz cuando las llama. Todo pastor que no entra por la puerta en el redil de las ovejas es un ladrón y un salteador. El verdadero pastor entra en el redil cuando el guardián le abre la puerta, y sus ovejas, que conocen su voz, salen cuando las llama; y cuando todas las que son suyas están fuera, el verdadero pastor va delante de ellas, abre camino y las ovejas lo siguen. Sus ovejas lo siguen porque conocen su voz, no seguirán a un extraño. Huirán del extraño porque no conocen su voz. Esta multitud que se ha reunido aquí alrededor de nosotros son como ovejas sin pastor, pero cuando les hablamos, conocen la voz del pastor y nos siguen; al menos nos siguen los que tienen hambre de verdad y sed de rectitud. Algunos de vosotros no sois de mi redil, no conocéis mi voz y no me seguís. Y como sois falsos pastores, las ovejas no conocen vuestra voz y no os seguirán.»
165:2.5 (1819.1) Cuando Jesús terminó de contar esta parábola nadie le preguntó nada. Entonces comentó así la parábola:
165:2.6 (1819.2) «Vosotros que aspiráis a ser pastores ayudantes de los rebaños de mi Padre, además de ser jefes dignos, tenéis que alimentar al rebaño con buena comida. Solo seréis verdaderos pastores si lleváis a vuestros rebaños a pastos verdes junto a aguas tranquilas.
165:2.7 (1819.3) «Y ahora, por si a alguno le parece demasiado fácil entender esta parábola, yo os declaro que soy la puerta del redil del Padre y al mismo tiempo el verdadero pastor de los rebaños de mi Padre. Todo pastor que intente entrar sin mí en el redil fracasará, y las ovejas no escucharán su voz. Yo soy la puerta junto con aquellos que ministran conmigo. Toda alma que entre en el camino eterno por los medios que he creado y ordenado será salvada y podrá proseguir hasta las praderas eternas del Paraíso.
165:2.8 (1819.4) «Y además soy el verdadero pastor que está dispuesto a dar hasta su vida por las ovejas. El ladrón se mete en el redil solo para robar, matar y destruir, pero yo he venido para que todos tengáis vida y la tengáis en abundancia. El asalariado huye cuando llega el peligro y deja que las ovejas se dispersen y perezcan, pero el verdadero pastor no huye cuando viene el lobo sino que protege a su rebaño, y si es necesario da la vida por sus ovejas. En verdad, en verdad os digo, amigos y enemigos, que yo soy el verdadero pastor, conozco a los míos y los míos me conocen. No huiré ante el peligro. Terminaré este servicio, cumpliré la voluntad de mi Padre y no abandonaré al rebaño que el Padre ha puesto a mi cuidado.
165:2.9 (1819.5) «Pero tengo muchas otras ovejas que no son de este redil, y mis palabras son verdad no solo para este mundo. Esas otras ovejas también escuchan y conocen mi voz, y he prometido al Padre que serán reunidas todas en un solo redil, en una sola hermandad de hijos de Dios. Entonces todos vosotros conoceréis la voz de un solo pastor, el pastor verdadero, y todos aceptaréis la paternidad de Dios.
165:2.10 (1819.6) «Y así sabréis por qué el Padre me ama y ha puesto en mis manos todos sus rebaños de este dominio para que los cuide; es porque el Padre sabe que no flaquearé en la defensa del redil, que no abandonaré a mis ovejas y que si fuera necesario, no dudaré en entregar mi vida por sus múltiples rebaños. Pero sabed que si doy mi vida la recuperaré. Ningún hombre ni ninguna otra criatura puede quitarme la vida. Tengo el derecho y el poder de entregar mi vida y tengo el mismo poder y el mismo derecho de recuperarla. Vosotros no podéis comprenderlo, pero yo recibí esa autoridad de mi Padre incluso antes de que este mundo fuera.»
165:2.11 (1819.7) Estas palabras dejaron confundidos a sus apóstoles y atónitos a sus discípulos. Por su parte, los fariseos procedentes de Jerusalén y sus alrededores salieron a la noche comentando: «O está loco o tiene un demonio dentro». Pero incluso algunos de los maestros de Jerusalén decían: «Habla como quien tiene autoridad. Además, ¿quién ha visto nunca a un endemoniado abrir los ojos a un ciego de nacimiento y hacer todas las cosas maravillosas que este hombre ha hecho?».
165:2.12 (1819.8) A la mañana siguiente cerca de la mitad de estos maestros judíos de la zona de Jerusalén se declararon creyentes en Jesús, y los demás volvieron consternados a sus casas.
165:3.1 (1819.9) A finales de enero se reunían casi tres mil personas las tardes de sabbat. El sábado 28 de enero Jesús predicó el memorable sermón sobre «La confianza y la preparación espiritual». Simón Pedro hizo unas observaciones preliminares y luego habló así el Maestro:
165:3.2 (1820.1) «Lo que he dicho muchas veces a mis apóstoles y a mis discípulos lo proclamo ahora ante esta multitud: Guardaos de la levadura de los fariseos que es hipocresía nacida de los prejuicios y alimentada por la esclavitud a las tradiciones, aunque también es cierto que muchos de esos fariseos son rectos de corazón y algunos de ellos están aquí como discípulos míos. Dentro de poco todos comprenderéis mi enseñanza, pues no hay nada encubierto que no haya de ser revelado. Lo que ahora está oculto a vuestros ojos se dará a conocer cuando el Hijo del Hombre haya consumado su misión en la tierra y en la carne.
165:3.3 (1820.2) «Pronto, muy pronto, las cosas que nuestros enemigos están tramando ahora en secreto y en la oscuridad saldrán a la luz y se proclamarán desde las azoteas. Pero yo os digo, amigos, que no les tengáis miedo cuando intenten destruir al Hijo del Hombre. No temáis a los que pueden matar el cuerpo pero después ya no tienen ningún poder sobre vosotros. Os advierto que no temáis a nadie ni en el cielo ni en la tierra, sino que os regocijéis en el conocimiento de Aquel que tiene el poder de liberaros de toda injusticia y de presentaros sin culpa ante el tribunal de un universo.
165:3.4 (1820.3) «¿No se venden cinco gorriones por dos céntimos? Y sin embargo cuando esos pajaritos revolotean en busca de alimento, ni uno de ellos existe sin que lo sepa el Padre, la fuente de toda vida. Para las guardianas seráficas hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. Si todo esto es verdad, ¿por qué vivís asustados por las muchas pequeñeces que surgen en vuestra vida diaria? Pero yo os digo: no tengáis miedo, valéis mucho más que muchos gorriones juntos.
165:3.5 (1820.4) «A todos los que habéis tenido el valor de confesar ante los hombres vuestra fe en mi evangelio yo os reconoceré dentro de poco ante las ángeles del cielo. Pero el que niegue a sabiendas ante los hombres la verdad de mis enseñanzas será negado por su guardiana del destino incluso ante las ángeles del cielo.
165:3.6 (1820.5) «Digáis lo que digáis contra el Hijo del Hombre, os será perdonado; pero quien se atreva a blasfemar contra Dios no hallará perdón. Cuando los hombres llegan hasta el extremo de atribuir a sabiendas los actos de Dios a las fuerzas del mal, esos rebeldes intencionados no buscarán el perdón de sus pecados.
165:3.7 (1820.6) «Y cuando nuestros enemigos os lleven ante los jefes de las sinagogas y ante otras altas autoridades, no os preocupéis por lo que diréis ni os inquietéis por la manera de responder a sus preguntas, porque el espíritu que mora dentro de vosotros os enseñará en ese mismo momento lo que habréis de decir en honor del evangelio del reino.
165:3.8 (1820.7) «¿Cuánto tiempo perderéis en el valle de la decisión? ¿Por qué os quedáis parados entre dos opiniones? ¿Por qué habría de dudar un judío o un gentil a la hora de aceptar la buena nueva de que es hijo del Dios eterno? ¿Cuánto tardaremos en convenceros de que toméis posesión con alegría de vuestra herencia espiritual? He venido a este mundo a revelaros al Padre y a conduciros al Padre. Lo primero ya lo he hecho, pero no puedo hacer lo segundo sin vuestro consentimiento; el Padre nunca obliga a nadie a entrar en el reino. La invitación ha sido y será siempre: Que venga todo el que quiera y participe libremente del agua de vida.»
165:3.9 (1820.8) Cuando Jesús terminó de hablar muchos se encaminaron al Jordán para ser bautizados por los apóstoles mientras Jesús atendía a las preguntas de los que se quedaron.
165:4.1 (1821.1) Mientras los apóstoles bautizaban a los creyentes, otros se quedaron hablando con el Maestro. Cierto joven le dijo: «Maestro, mi padre nos dejó al morir muchas propiedades a mi hermano y a mí, pero mi hermano no quiere darme lo que es mío. ¿Podrías ordenar a mi hermano que reparta la herencia conmigo?». A Jesús le indignó un poco que este joven propenso al materialismo trajera a colación una disputa económica, pero decidió aprovechar la oportunidad para ampliar sus enseñanzas y le respondió: «Dime, ¿quién me ha nombrado partidor de lo vuestro? ¿De dónde has sacado la idea de que me intereso por los asuntos materiales de este mundo?». Luego se volvió hacia todos los presentes y dijo: «Cuidad de manteneros libres de codicia; la vida de un hombre no consiste en poseer muchas cosas. La felicidad no nace del poder de la riqueza y la alegría no surge de los bienes materiales. Los bienes en sí mismos no son una maldición, pero el amor a la riqueza provoca muchas veces una entrega tal a las cosas de este mundo que el alma se vuelve ciega a los hermosos atractivos de las realidades espirituales del reino de Dios en la tierra y a las alegrías de la vida eterna en el cielo.
165:4.2 (1821.2) «Voy a contaros la historia de cierto hombre rico cuyas tierras producían mucho. Cuando se hizo muy rico empezó a decirse: ‘¿Qué haré con todas mis riquezas? Tengo tantas que ya no tengo sitio donde almacenar mi fortuna’. Después de reflexionar sobre este problema decidió: ‘Derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, y así tendré sitio suficiente para almacenar mis frutos y mis bienes. Entonces podré decir a mi alma: alma, tienes una gran fortuna acumulada para muchos años, ya puedes descansar; come, bebe y diviértete porque eres rica y tus bienes aumentan’.
165:4.3 (1821.3) «Pero este hombre además de rico era necio. Mientras atendía a las necesidades materiales de su mente y de su cuerpo, no se ocupó de acumular tesoros en el cielo para la satisfacción del espíritu y la salvación del alma. Y ni siquiera pudo disfrutar del placer de consumir las riquezas que había acumulado porque esa misma noche le fue requerida el alma. Esa noche irrumpieron en su casa unos bandidos y lo mataron, y después de saquear sus graneros quemaron lo que quedaba. Las propiedades que se salvaron de los ladrones se las disputaron sus herederos. Este hombre había acumulado tesoros para sí en la tierra, pero no era rico ante Dios.»
165:4.4 (1821.4) Jesús respondió así al joven sobre su herencia porque sabía que su problema era la codicia. Pero aunque no hubiera existido este problema, el Maestro tampoco habría intervenido porque nunca se entrometía en los asuntos temporales, ni siquiera en los de sus apóstoles y mucho menos en los de sus discípulos.
165:4.5 (1821.5) Cuando Jesús terminó de contar su historia se levantó otro oyente y le preguntó: «Maestro, sé que tus apóstoles han vendido todas sus posesiones terrenales para seguirte y tienen todas las cosas en común igual que los esenios. ¿Quieres que todos los que somos discípulos tuyos hagamos lo mismo? ¿Es pecado poseer una fortuna honrada?». Jesús respondió así a esta pregunta: «Amigo, no es pecado tener una fortuna honorable, pero sí es pecado convertir la riqueza de las posesiones materiales en tesoros que absorban tu interés y desvíen tus afectos de la dedicación a los objetivos espirituales del reino. No hay pecado en tener posesiones honradas en la tierra con tal de que tu tesoro esté en el cielo, pues allí donde esté tu tesoro estará también tu corazón. Hay una gran diferencia entre la riqueza que conduce a la avaricia y al egoísmo, y la que poseen y administran con espíritu de gestión los que tienen bienes abundantes en este mundo y contribuyen con tanta liberalidad a sostener a los que consagran todas sus energías al trabajo del reino. Muchos de los que estáis aquí y no tenéis dinero sois alojados y alimentados en esa ciudad de tiendas porque hombres y mujeres ricos y generosos han proporcionado el dinero necesario a vuestro anfitrión David Zebedeo.
165:4.6 (1822.1) «Y no olvidéis nunca que, a fin de cuentas, la riqueza es perecedera. El amor a las riquezas oscurece e incluso destruye demasiadas veces la visión espiritual. No perdáis nunca de vista el peligro de que el dinero, en vez de ser vuestro servidor, se convierta en vuestro amo».
165:4.7 (1822.2) Jesús no enseñó ni toleró la ociosidad ni la imprevisión, ni tampoco aceptó nunca desatender a las necesidades materiales de la propia familia o depender de limosnas. Lo que enseñó es que lo material y temporal debe estar subordinado al bienestar del alma y al progreso de la naturaleza espiritual en el reino de los cielos.
165:4.8 (1822.3) Mientras la gente bajaba al río para presenciar los bautismos, el primer joven fue a hablar con Jesús en privado sobre el tema de su herencia porque consideraba que Jesús había sido demasiado duro con él. Después de escuchar otra vez su caso, el Maestro le dijo: «Hijo, ¿por qué te dejas llevar por tu tendencia a la codicia en un día como este, y pierdes la oportunidad de alimentarte con el pan de vida? ¿No sabes que las leyes de sucesión judías se aplicarán con justicia si vas con tu queja al tribunal de la sinagoga? ¿No ves que yo estoy aquí para asegurar que conozcas tu herencia celestial? ¿No has leído en las Escrituras: ‘Hay quien acumula riquezas con cautela y sacrificio, y esta es la porción de su recompensa, pues dice para sí: ya hallé reposo y ahora podré comer siempre de mis bienes, pero no sabe lo que el tiempo le traerá, ni tampoco que tendrá que dejar todas esas cosas a otros cuando muera’? ¿No has leído el mandamiento: ‘No codiciarás’. Y también: ‘Comieron hasta hartarse y engordaron, y entonces se volvieron hacia otros dioses’? ¿Has leído en los Salmos que ‘el Señor aborrece a los codiciosos’ y que ‘mejor es lo poco del justo que la abundancia de muchos impíos’. ‘Si aumentan las riquezas, no pongas el corazón en ellas’? ¿Has leído lo que dice Jeremías: ‘Que el rico no se gloríe de su riqueza’?; y Ezequiel habló con verdad cuando dijo: ‘Hacen alarde de amor con los labios, pero sus corazones andan tras sus ganancias’».
165:4.9 (1822.4) Jesús despidió al joven con estas palabras: «Hijo, ¿de qué te servirá ganar el mundo entero, si pierdes tu alma?».
165:4.10 (1822.5) Otro oyente preguntó cómo serían tratados los ricos el día del juicio y Jesús respondió: «No he venido a juzgar ni a pobres ni a ricos, sino que todos los hombres serán juzgados por su forma de vivir. En lo que respecta al juicio de los ricos, todos los que hayan adquirido grandes riquezas deberán responder por lo menos a estas tres preguntas:
165:4.11 (1822.6) «1. ¿Cuánta riqueza has acumulado?
165:4.12 (1822.7) «2. ¿Cómo conseguiste esa riqueza?
165:4.13 (1822.8) «3. ¿Cómo empleaste tu riqueza?»
165:4.14 (1822.9) Luego Jesús se fue a descansar un rato en su tienda antes de la cena. Cuando los apóstoles terminaron de bautizar fueron a hablar con él sobre las riquezas en la tierra y el tesoro en el cielo, pero estaba dormido.
165:5.1 (1823.1) Después de cenar esa noche Jesús y los doce se reunieron para hablar como de costumbre, y Andrés preguntó: «Maestro, mientras nosotros bautizábamos a los creyentes dijiste muchas cosas a la gente que se quedó contigo y no pudimos oírlas. ¿Podrías repetir esas palabras para nosotros?». Jesús le contestó:
165:5.2 (1823.2) «Sí, Andrés, os hablaré de la riqueza y los medios de subsistencia, pero a vosotros, mis apóstoles, no puedo hablaros exactamente igual que a los discípulos y a la multitud, puesto que vosotros lo habéis dejado todo, no solo para seguirme, sino para ser ordenados embajadores del reino. Tenéis ya varios años de experiencia y sabéis que el Padre cuyo reino proclamáis no os abandonará. Habéis dedicado vuestras vidas al ministerio del reino, por lo tanto no os inquietéis ni os preocupéis por las cosas de la vida temporal, por lo que comeréis, ni tampoco por vuestro cuerpo y la ropa que llevaréis. El bienestar del alma vale más que la comida y la bebida; el progreso en el espíritu está muy por encima de la vestimenta. Cuando tengáis tentaciones de poner en duda la seguridad de vuestro pan, mirad a los cuervos que ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo el Padre proporciona comida a todos los que la buscan. ¡Cuánto más valéis vosotros que muchas aves juntas! Además, ni vuestras preocupaciones ni las dudas que os corroen pueden hacer nada por satisfacer vuestras necesidades materiales. ¿Quién de vosotros, a fuerza de preocuparse, puede añadir un palmo a su estatura o un día a su vida? Puesto que esas cosas no están en vuestras manos, ¿por qué os agobiáis por esos problemas?
165:5.3 (1823.3) «Mirad cómo crecen los lirios: no trabajan ni hilan, pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así a la hierba del campo que hoy está viva y mañana será segada y echada al fuego, cuánto mejor os vestirá a vosotros, los embajadores del reino celestial. ¡Hombres de poca fe!, dado que os dedicáis de todo corazón a proclamar el evangelio del reino no deberíais tener dudas sobre vuestro sustento ni el de las familias que habéis dejado atrás. Si dais verdaderamente vuestras vidas al evangelio, viviréis del evangelio. Si sois solo discípulos creyentes tendréis que ganaros el pan y contribuir al sostenimiento de todos los que enseñan, predican y sanan. Si vivís angustiados por vuestro pan y vuestra agua, ¿en qué os diferenciaréis de las naciones del mundo que tanto se afanan por esas necesidades? Entregaos a vuestro trabajo convencidos de que tanto el Padre como yo sabemos que necesitáis todas esas cosas. Puedo aseguraros de una vez por todas que si dedicáis vuestra vida al trabajo del reino todas vuestras necesidades reales serán satisfechas. Buscad lo más grande y dentro encontraréis lo más pequeño; pedid lo celestial y estará incluido lo terrenal. La sombra sigue siempre a la sustancia.
165:5.4 (1823.4) «No sois más que un grupo pequeño, pero si tenéis fe, si el miedo no os hace tropezar, declaro que mi Padre os dará muy gustosamente este reino. Habéis guardado vuestros tesoros donde la bolsa no envejece, donde ningún ladrón os la puede robar y donde ninguna polilla la puede destruir. Y como dije antes a la gente, donde esté vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
165:5.5 (1824.1) «Pero en el trabajo que nos espera inmediatamente y en el que quedará para vosotros después de que yo vaya al Padre seréis probados con rigor. Todos tendréis que estar alerta contra las dudas y el miedo. Que cada uno de vosotros ciña los lomos de su mente y mantenga encendida su lámpara. Comportaos como hombres que están esperando a que vuelva su señor de la fiesta nupcial para que podáis abrirle en el acto cuando llegue y llame a la puerta. El amo bendecirá a estos servidores atentos por su lealtad en un momento tan importante. Entonces el amo hará que sus servidores se sienten, y él mismo se pondrá a servirles. En verdad, en verdad os digo que se avecina una crisis en vuestras vidas; velad pues y estad preparados.
165:5.6 (1824.2) «Es evidente que ningún hombre dejaría que entrara en su casa el ladrón si supiera a qué hora iba a venir. Velad también por vosotros mismos, porque a la hora que menos sospechéis y de una manera que no imagináis se irá el Hijo del Hombre.»
165:5.7 (1824.3) Los doce se quedaron sentados en silencio durante algunos minutos. Algunas de estas advertencias las habían oído antes, pero no en el contexto en que el Maestro las presentó esa noche.
165:6.1 (1824.4) Mientras permanecían sentados pensativamente, Simón Pedro preguntó: «¿Esta parábola nos la cuentas solo a nosotros, tus apóstoles, o es para todos los discípulos?». Y Jesús contestó:
165:6.2 (1824.5) «El alma del hombre se revela a la hora de la prueba; las pruebas sacan a relucir lo que hay realmente en el corazón. Cuando el sirviente ha pasado la prueba, el señor de la casa puede confiar a ese sirviente el gobierno de la casa con la tranquilidad de que ese mayordomo fiel velará por que sus hijos estén bien cuidados y alimentados. Del mismo modo, yo sabré pronto a quién podré confiar el bienestar de mis hijos cuando haya regresado al Padre. Igual que el señor de la casa pondrá al servidor de probada fidelidad al frente de los asuntos de su familia, yo también exaltaré a los que superen las pruebas de esta hora en los asuntos de mi reino.
165:6.3 (1824.6) «Pero si el criado es holgazán y empieza a decirse: ‘Mi señor tardará en volver’, y empieza a maltratar a los demás sirvientes y a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará cuando menos lo espere, comprobará que no es de fiar y lo despedirá con ignominia. Estad pues preparados para el día en que seáis visitados de pronto y sin aviso. Recordad que se os ha dado mucho y por eso se os exigirá mucho. Se avecinan duras pruebas para vosotros. Yo he de ser bautizado, y estaré alerta hasta que se cumpla este bautismo. Vosotros predicáis paz en la tierra, pero mi misión no traerá paz a los asuntos materiales de los hombres, al menos durante un tiempo. Si dos miembros de una familia creen en mí y otros tres rechazan este evangelio, la división será inevitable. Los amigos, los parientes y los seres queridos se levantarán los unos contra los otros a causa del evangelio que predicáis. Es verdad que cada uno de los creyentes gozará de una paz grande y duradera en su propio corazón, pero la paz en la tierra no llegará hasta que todos estén dispuestos a creer en la gloriosa herencia de su filiación con Dios y a acceder a ella. No obstante, id por todo el mundo a proclamar este evangelio a todas las naciones, a todos los hombres, mujeres y niños.»
165:6.4 (1824.7) Y así terminó este largo e intenso día de sabbat. A la mañana siguiente Jesús y los doce se fueron a las ciudades del norte de Perea para encontrarse con los setenta que estaban trabajando en estas regiones bajo la supervisión de Abner.
El libro de Urantia
Documento 166
166:0.1 (1825.1) DEL 11 al 20 de febrero Jesús y los doce recorrieron todas las ciudades y pueblos del norte de Perea donde estaban evangelizando los compañeros de Abner y los miembros del cuerpo de mujeres. Pudieron comprobar que estos mensajeros del evangelio estaban consiguiendo buenos resultados, y Jesús aprovechó para insistir una y otra vez a sus apóstoles en que el evangelio del reino se podía difundir sin necesidad de milagros ni prodigios.
166:0.2 (1825.2) Esta misión en Perea duró tres meses, fue todo un éxito y en ella intervinieron poco los doce apóstoles. A partir de entonces el mensaje del evangelio se centró más en las enseñanzas de Jesús que en su personalidad, pero sus seguidores no se atuvieron durante mucho tiempo a sus instrucciones. Poco después de la muerte y resurrección de Jesús se desviaron de sus enseñanzas y empezaron a construir la Iglesia primitiva en torno a conceptos milagrosos y recuerdos glorificados de su personalidad humano-divina.
166:1.1 (1825.3) El sabbat del 18 de febrero Jesús estaba en Ragaba donde vivía un rico fariseo llamado Natanael. Sabiendo que un grupo de fariseos seguía a Jesús y a los doce por todo el país, Natanael organizó ese sabbat un desayuno para todos ellos, unos veinte, e invitó a Jesús como huésped de honor.
166:1.2 (1825.4) Cuando llegó Jesús a este desayuno la mayoría de los fariseos, junto con dos o tres juristas, estaban ya sentados a la mesa. El Maestro se sentó inmediatamente a la izquierda de Natanael sin ir a lavarse las manos en las jofainas. Muchos fariseos, sobre todo los que estaban a favor de las enseñanzas de Jesús, sabían que solo se lavaba las manos para asearse y que detestaba esas exhibiciones puramente ceremoniales, así que no les sorprendió que se sentara directamente a la mesa sin lavarse dos veces las manos. En cambio Natanael se escandalizó de que el Maestro no observara la estricta normativa farisea. Jesús tampoco se lavaba las manos después de cada plato como hacían los fariseos, ni al final de la comida.
166:1.3 (1825.5) Después de mucho cuchicheo entre Natanael y un fariseo hostil que estaba a su derecha y muchas muecas de asombro y desdén de los que estaban sentados frente al Maestro, Jesús terminó por decir: «Pensaba que me habíais invitado a esta casa para partir el pan con vosotros y tal vez para hacerme preguntas sobre la proclamación del nuevo evangelio del reino de Dios, pero veo que me habéis traído aquí para asistir a una exhibición de apego ceremonial a vuestra propia autocomplacencia. Ya habéis hecho vuestro alarde, ¿qué más tenéis que ofrecer a vuestro invitado de honor?».
166:1.4 (1826.1) Todos bajaron los ojos hacia la mesa al oír esto, y como nadie decía nada, Jesús prosiguió: «Muchos de vosotros, fariseos, estáis aquí conmigo como amigos, algunos sois incluso mis discípulos, pero la mayoría de los fariseos siguen negándose a ver la luz y a reconocer la verdad, a pesar de que se les ha presentado con gran poder la obra del evangelio. ¡Con cuánto cuidado limpiáis las copas y los platos por fuera, mientras tenéis contaminados y asquerosos los recipientes del alimento espiritual! Os esmeráis por mostraros santos y piadosos ante la gente, pero el interior de vuestra alma está lleno de hipocresía, codicia, extorsión y todo tipo de maldad espiritual. Vuestros líderes se atreven incluso a tramar y planear el asesinato del Hijo del Hombre. ¿No comprendéis, insensatos, que el Dios del cielo ve las motivaciones internas de vuestra alma igual que ve vuestras simulaciones externas y vuestras exhibiciones de piedad? No penséis que el hecho de dar limosnas y pagar los diezmos os limpiará de vuestra injusticia y os hará aparecer puros ante el Juez de todos los hombres. ¡Ay de vosotros, fariseos, que habéis insistido en rechazar la luz de vida! Pagáis el diezmo con exactitud y dais limosna con ostentación, pero desdeñáis a sabiendas la visitación de Dios y rechazáis la revelación de su amor. Aunque hacéis bien en atender a esos deberes menores, no deberíais haber desatendido estos otros requisitos más importantes. ¡Ay de todos aquellos que rehúyen la justicia, desdeñan la misericordia y rechazan la verdad! ¡Ay de todos aquellos que desprecian la revelación del Padre mientras buscan los asientos principales en la sinagoga y salen a recibir saludos aduladores en las plazas de los mercados!».
166:1.5 (1826.2) Cuando Jesús estaba a punto de marcharse, uno de los juristas sentados a la mesa le preguntó: «Pero Maestro, en algunas de tus declaraciones también nos haces reproches a nosotros. ¿No hay nada bueno en los escribas, los fariseos o los juristas?». Jesús se levantó y respondió al jurista: «Vosotros, como los fariseos, os deleitáis ocupando los mejores lugares en las fiestas y luciendo largas vestimentas mientras colocáis cargas duras de soportar sobre los hombros de la gente. Y cuando las almas de los hombres se tambalean bajo esas pesadas cargas no movéis ni un dedo para aliviarlas. ¡Ay de vosotros que os gloriáis de edificar tumbas en honor de los profetas a quienes mataron vuestros padres! Ahora demostráis que estáis de acuerdo con lo que hicieron vuestros padres puesto que planeáis matar a los que vienen a hacer hoy lo que hicieron los profetas en su día: proclamar la justicia de Dios y revelar la misericordia del Padre celestial. Pero de todas las generaciones pasadas, será a esta generación perversa e hipócrita a la que se le exigirá la sangre de los profetas y los apóstoles. ¡Ay de todos vosotros, juristas, que habéis arrebatado la llave del conocimiento a la gente común! Vosotros os negáis a tomar el camino de la verdad y pretendéis al mismo tiempo impedir el paso a todos los que intentan ir por ese camino. Pero no podéis cerrar así las puertas del reino de los cielos. Se las hemos abierto a todos los que tienen la fe de entrar, y estos portales de misericordia no podrán cerrarlos ni los prejuicios ni la arrogancia de falsos maestros y malos pastores que son como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera pero llenos por dentro de huesos de muertos y de toda inmundicia espiritual».
166:1.6 (1826.3) En cuanto Jesús terminó de hablar en la mesa de Natanael salió de la casa sin haber comido nada. Algunos de los fariseos que escucharon sus palabras creyeron en su enseñanza y entraron en el reino, pero fueron muchos más los que persistieron en el camino de la oscuridad, cada vez más decididos a esperar el momento de conseguir algunas palabras del Maestro que pudieran utilizar para llevarlo a juicio ante el Sanedrín de Jerusalén.
166:1.7 (1827.1) Los fariseos daban especial importancia a estas tres cosas:
166:1.8 (1827.2) 1. Pagar estrictamente el diezmo.
166:1.9 (1827.3) 2. Observar escrupulosamente las normas de purificación.
166:1.10 (1827.4) 3. Evitar asociarse con todo el que no fuera fariseo.
166:1.11 (1827.5) En esta ocasión Jesús intentó poner en evidencia la esterilidad espiritual de las dos primeras prácticas. En cuanto al rechazo de los fariseos al trato social con no fariseos, el Maestro reservó su reprimenda para más adelante, en otra comida con muchos de estos mismos comensales.
166:2.1 (1827.6) Al día siguiente Jesús fue con los doce a Amatus, que estaba cerca de la frontera con Samaria. Al acercarse a la ciudad se encontraron con un grupo de diez leprosos que se habían instalado temporalmente cerca de ese lugar. Nueve de ellos eran judíos y uno samaritano. Normalmente esos judíos habrían evitado todo contacto o asociación con este samaritano, pero la desgracia que compartían era más que suficiente para superar todos los prejuicios religiosos. Habían oído hablar mucho de Jesús y de sus primeras curaciones milagrosas, y se habían enterado de que se le esperaba por las inmediaciones hacia esa hora porque los setenta tenían la costumbre de anunciar la llegada del Maestro cuando iba a visitarlos con los doce. Los diez leprosos se habían apostado a las afueras de la ciudad, donde esperaban atraer su atención y pedirle que los curara. Cuando vieron llegar a Jesús no se atrevieron a acercarse a él y le gritaron desde lejos: «Maestro, ten misericordia de nosotros; límpianos de nuestro padecimiento. Cúranos como has curado a otros».
166:2.2 (1827.7) Jesús acababa de explicar a los doce por qué los gentiles de Perea y los judíos menos ortodoxos estaban más dispuestos a creer en el evangelio predicado por los setenta que los judíos de Judea, más ortodoxos y más atados a la tradición. También les había recordado que su mensaje había sido mejor recibido por los galileos e incluso por los samaritanos, pero los doce apóstoles aún no estaban dispuestos a ver con buenos ojos a los samaritanos a los que habían despreciado durante tanto tiempo.
166:2.3 (1827.8) Por eso cuando Simón Zelotes vio que había un samaritano entre los leprosos intentó incitar al Maestro a pasar de largo hasta la ciudad sin perder ni un minuto en saludarlos. Pero Jesús dijo a Simón: «¿Y si el samaritano ama a Dios tanto como los judíos? ¿Vamos a juzgar a nuestros semejantes? ¿Quién sabe?, si curamos a estos diez hombres puede que el samaritano resulte ser más agradecido incluso que los judíos. ¿Tan seguro estás de tus opiniones, Simón?». Simón replicó: «Si los limpias, pronto lo sabrás». Y Jesús respondió: «Así será, Simón, y tú pronto sabrás la verdad sobre la gratitud de los hombres y el amor misericordioso de Dios».
166:2.4 (1827.9) Jesús llegó hasta los leprosos y les dijo: «Si queréis ser curados id a mostraros inmediatamente a los sacerdotes como manda la ley de Moisés». Y mientras iban quedaron limpios. El samaritano al verse curado dio la vuelta y fue en busca de Jesús glorificando a Dios en alta voz, y cuando hubo encontrado al Maestro cayó de rodillas a sus pies y le dio las gracias. Los otros nueve, los judíos, también se dieron cuenta de que habían sido curados, y aunque también estaban agradecidos, siguieron su camino para mostrarse ante los sacerdotes.
166:2.5 (1828.1) Mientras el samaritano permanecía arrodillado a los pies de Jesús, el Maestro paseó la mirada sobre los doce, en especial sobre Simón Zelotes, y dijo: «¿No fueron diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve, los judíos? No ha vuelto ninguno para dar gloria a Dios salvo este extranjero». Luego le dijo al samaritano: «Levántate y vete; tu fe te ha sanado».
166:2.6 (1828.2) Jesús miró de nuevo a sus apóstoles mientras el extranjero se alejaba, y todos los apóstoles miraron a Jesús menos Simón Zelotes que bajaba los ojos. Ninguno de los doce dijo una palabra. Tampoco Jesús habló; no era necesario que lo hiciera.
166:2.7 (1828.3) Aunque los diez hombres creían que tenían la lepra, solo cuatro eran leprosos. Los otros seis fueron curados de una enfermedad de la piel que se había confundido con la lepra. Pero el samaritano tenía realmente la lepra.
166:2.8 (1828.4) Jesús ordenó a los doce que no dijeran nada sobre la curación de los leprosos, y cuando entraban en Amatus comentó: «Ya veis cómo los hijos de la casa, aunque no acaten la voluntad de su Padre, dan por sentadas sus bendiciones y no ven la necesidad de dar las gracias cuando el Padre les otorga la curación. En cambio los extranjeros se llenan de admiración cuando reciben los regalos del dueño de la casa y se sienten obligados a dar gracias en reconocimiento por las cosas buenas que les han sido otorgadas». Los apóstoles siguieron callados, sin responder nada a las palabras del Maestro.
166:3.1 (1828.5) Cuando Jesús y los doce conversaban con los mensajeros del reino en Gerasa, uno de los fariseos que creían en él hizo esta pregunta: «Señor, ¿serán pocos o muchos los que se salven realmente?». Y Jesús le contestó:
166:3.2 (1828.6) «Os han enseñado que solo los hijos de Abraham se salvarán y que solo los gentiles de adopción pueden esperar la salvación. Dicen las Escrituras que de toda la multitud que salió de Egipto solo Caleb y Josué llegaron a entrar en la tierra prometida, por eso algunos de vosotros habéis llegado a la conclusión de que solo unos pocos de los que buscan el reino de los cielos podrán entrar en él.
166:3.3 (1828.7) «Decís muchas veces con verdad que el camino que conduce a la vida eterna es estrecho y recto, que la puerta de entrada también es estrecha, de modo que pocos de los que buscan la salvación consiguen pasar por esa puerta. Tenéis también una enseñanza que dice que el camino que conduce a la destrucción es amplio, que la entrada es ancha y que hay muchos que eligen seguir este camino. Estos dichos no carecen de sentido, pero yo declaro que la salvación es ante todo fruto de una elección personal. Aunque la puerta del camino de la vida sea estrecha, es lo bastante ancha como para admitir a todos los que intentan entrar sinceramente. Y el Hijo nunca negará la entrada a ningún hijo del universo que busque, por la fe, encontrar al Padre a través del Hijo.
166:3.4 (1829.1) «Pero he aquí el peligro para todos los que quisieran aplazar su entrada en el reino mientras siguen persiguiendo los placeres de la inmadurez y entregándose a las satisfacciones del egoísmo. Después de haberse negado a entrar en el reino como experiencia espiritual, puede que intenten entrar en él más tarde cuando la gloria del mejor camino sea revelada en la edad por venir. A aquellos egoístas que desdeñaron el reino cuando yo vine a imagen y semejanza de la humanidad y quieran entrar en él cuando se revele a imagen y semejanza de la divinidad, yo les diré: No sé de dónde sois. Tuvisteis vuestra oportunidad de prepararos para esta ciudadanía celestial, pero os negasteis a aceptar todas las ofertas de misericordia. Rechazasteis todas las invitaciones a entrar cuando la puerta estaba abierta, y ahora la puerta está cerrada a los que habéis rechazado la salvación. Esta puerta no está abierta a los que buscan entrar en el reino para su propia gloria. La salvación no es para los que no quieren pagar el precio de dedicarse sin reservas a hacer la voluntad de mi Padre. Cuando habéis vuelto la espalda al reino del Padre en alma y en espíritu, es inútil que permanezcáis ante esta puerta en mente y cuerpo y llaméis diciendo: ‘Señor, ábrenos; nosotros también queremos ser grandes en el reino’. Entonces declararé que no sois de mi redil. No os recibiré para incluiros entre los que han librado el buen combate de la fe y han ganado la recompensa del servicio desinteresado al reino en la tierra. Y cuando digáis: ‘¿No comimos y bebimos contigo, y no enseñaste en nuestras calles?’, yo volveré a declarar que sois extranjeros espirituales, que no hemos servido juntos en el ministerio de misericordia del Padre en la tierra, que no os conozco. Y entonces el Juez de toda la tierra os dirá: ‘Apartaos de nosotros todos los que os habéis gozado en las obras de la iniquidad’.
166:3.5 (1829.2) «Pero no temáis, todo el que desee sinceramente entrar en el reino de Dios y encontrar la vida eterna encontrará en verdad la salvación sempiterna. Y vosotros, los que rechazáis esta salvación, veréis algún día a los profetas de la semilla de Abraham sentarse con los creyentes de las naciones gentiles en este reino glorificado para compartir el pan de vida y refrescarse con el agua de vida. Los que ocupen así el reino con poder espiritual mediante los asaltos perseverantes de la fe viva vendrán del norte y del sur, del este y del oeste. Y he aquí que muchos de los que están los primeros serán los últimos, y los que están los últimos serán muchas veces los primeros.»
166:3.6 (1829.3) Esta fue una versión realmente nueva e insólita de la vieja y conocida imagen del camino estrecho y recto.
166:3.7 (1829.4) Los apóstoles y muchos discípulos estaban aprendiendo poco a poco el significado de la declaración inicial de Jesús: «Si no nacéis de nuevo, si no nacéis del espíritu, no podréis entrar en el reino de Dios». Sin embargo, para todos los hombres de fe sincera y corazón honrado las palabras siguientes son eterna verdad: «Ved que yo estoy ante la puerta del corazón de los hombres y llamo, y si alguno me abre entraré y cenaré con él y lo alimentaré con el pan de vida, seremos uno en espíritu y en propósito, y así seremos siempre hermanos en la larga y fecunda tarea de buscar al Padre del Paraíso». Por eso el que muchos o pocos se salven dependerá enteramente de que muchos o pocos respondan a esta invitación: «Yo soy la puerta, soy el nuevo camino vivo, y todo el que quiera puede entrar para embarcarse en la búsqueda sin fin de la verdad para toda la vida eterna».
166:3.8 (1829.5) Incluso los apóstoles fueron incapaces de captar plenamente su enseñanza sobre la necesidad de utilizar la fuerza espiritual para derribar todas las resistencias materiales y superar todos los obstáculos terrenales que pudieran impedir la comprensión de los importantísimos valores espirituales de la nueva vida en el espíritu como hijos liberados de Dios.
166:4.1 (1830.1) Aunque la mayoría de los palestinos solo hacían dos comidas al día, cuando Jesús y los apóstoles estaban de viaje tenían la costumbre de parar al mediodía para descansar y comer algo. En una de esas paradas en el camino a Filadelfia Tomás preguntó a Jesús: «Maestro, a raíz de lo que has comentado esta mañana por el camino, me gustaría saber si los seres espirituales provocan acontecimientos extraños y extraordinarios del mundo material; quisiera preguntarte además si las ángeles y otros seres de espíritu son capaces de impedir los accidentes».
166:4.2 (1830.2) Jesús respondió así a las preguntas de Tomás: «¿Después de todo este tiempo con vosotros me seguís preguntando estas cosas? ¿No habéis visto que el Hijo del Hombre vive como uno de vosotros y se niega sistemáticamente a emplear las fuerzas del cielo para su asistencia personal? ¿No vivimos todos con los mismos recursos que emplean todos los hombres? ¿Veis acaso manifestarse el poder del mundo espiritual en la vida material de este mundo, salvo para la revelación del Padre y la curación ocasional de sus hijos enfermos?
166:4.3 (1830.3) «Vuestros padres han creído durante demasiado tiempo que la prosperidad era el signo de la aprobación divina y el infortunio era la muestra del desagrado de Dios. Yo os digo que estas creencias son supersticiones. ¿No veis que son muchos más los pobres que reciben con júbilo el evangelio y entran inmediatamente en el reino? Si la riqueza es prueba del favor divino, ¿por qué se niegan tantas veces los ricos a creer en esta buena nueva procedente del cielo?.
166:4.4 (1830.4) «El Padre hace llover sobre justos e injustos y hace salir el sol sobre buenos y malos. Habéis oído hablar de los galileos cuya sangre mezcló Pilatos con la de los sacrificios, y yo os digo que esos galileos no eran más pecadores que sus semejantes solo porque eso les ocurriera a ellos. Sabéis también que murieron dieciocho hombres al derrumbarse la torre de Siloé. No penséis que los hombres que perecieron así eran más pecadores que sus hermanos de Jerusalén. Esas personas fueron simplemente víctimas inocentes de uno de los accidentes del tiempo.
166:4.5 (1830.5) «En vuestra vida pueden ocurrir tres tipos de sucesos:
166:4.6 (1830.6) «1. Podéis participar en los acontecimientos normales que son parte de la vida que vosotros y vuestros semejantes vivís sobre la faz de la tierra.
166:4.7 (1830.7) «2. Podéis ser víctimas casuales de un accidente de la naturaleza, de un infortunio humano, y sabéis muy bien que esos sucesos no están predeterminados de ningún modo ni provocados en ningún otro sentido por las fuerzas espirituales del planeta.
166:4.8 (1830.8) «3. Podéis recoger los frutos de vuestros esfuerzos directos por acatar las leyes naturales que gobiernan el mundo.
166:4.9 (1830.9) «Un hombre plantó una higuera en su patio, y después de haber ido muchas veces a buscar sus frutos sin encontrar ninguno, llamó a los viñadores y les dijo: ‘Llevo tres temporadas viniendo a buscar los frutos de esta higuera y no he encontrado ninguno. Talad este árbol estéril; ¿por qué ha de cansar la tierra?’. Pero el jardinero jefe respondió a su señor: ‘Déjala por este año para que yo la excave y la abone, y si el año que viene no da fruto la talaremos’. Y cuando acataron así las leyes de la fertilidad, como el árbol estaba vivo y sano, fueron recompensados con una buena cosecha.
166:4.10 (1831.1) «En materia de salud y enfermedad deberíais saber que esos estados del cuerpo son consecuencia de causas materiales. La salud no es la sonrisa del cielo ni la enfermedad, el ceño de Dios.
166:4.11 (1831.2) «Todos los hijos humanos del Padre tienen la misma capacidad para recibir las bendiciones materiales, por eso él concede las cosas físicas a los hijos de los hombres sin discriminación. En cuanto al otorgamiento de regalos espirituales, el Padre está limitado por la capacidad del hombre para recibir esos dones divinos. Aunque el Padre no hace acepción de personas, a la hora de otorgar regalos espirituales está limitado por la fe del hombre y por su disposición a atenerse siempre a la voluntad del Padre.»
166:4.12 (1831.3) Cuando reanudaron la marcha hacia Filadelfia Jesús siguió enseñándoles y respondiendo a sus preguntas sobre los accidentes, las enfermedades y los milagros, pero no pudieron comprender plenamente esta instrucción. Una hora de enseñanza no cambia por completo las creencias de toda una vida, por eso Jesús insistía en repetir su mensaje y en explicarles una y otra vez lo que quería que entendieran. Y aun así no lograron captar el significado de su misión en la tierra hasta después de su muerte y resurrección.
166:5.1 (1831.4) Jesús y los doce iban a visitar a Abner y sus compañeros que estaban predicando y enseñando en Filadelfia. De todas las ciudades de Perea fue en Filadelfia donde más judíos y gentiles, ricos y pobres, doctos e ignorantes aceptaron las enseñanzas de los setenta y entraron así en el reino de los cielos. La sinagoga de Filadelfia no había estado nunca sujeta a la supervisión del Sanedrín de Jerusalén, por eso no había estado nunca cerrada a las enseñanzas de Jesús y sus seguidores. En aquel mismo momento Abner enseñaba tres veces al día en la sinagoga de Filadelfia.
166:5.2 (1831.5) Esta misma sinagoga se convertiría más tarde en una iglesia cristiana y fue el cuartel general de los misioneros que promulgaron el evangelio por las regiones del este. Fue durante mucho tiempo la plaza fuerte de las enseñanzas del Maestro y se mantuvo sola en esta región como centro del saber cristiano durante siglos.
166:5.3 (1831.6) Los judíos de Jerusalén nunca se habían llevado bien con los judíos de Filadelfia. Después de la muerte y resurrección de Jesús la Iglesia de Jerusalén encabezada por Santiago, el hermano del Señor, empezó a tener desencuentros importantes con la asamblea de creyentes de Filadelfia. Abner se convirtió en el jefe de la Iglesia de Filadelfia y siguió siéndolo hasta su muerte. Este distanciamiento con Jerusalén explica por qué no se dice nada sobre Abner y su obra en los relatos evangélicos del Nuevo Testamento. La enemistad entre Jerusalén y Filadelfia duró toda la vida de Santiago y Abner, y se prolongó durante algún tiempo después de la destrucción de Jerusalén. Filadelfia fue realmente el cuartel general de la Iglesia primitiva en el sur y el este, como lo fue Antioquía en el norte y el oeste.
166:5.4 (1831.7) Todo parece indicar que Abner tuvo la mala fortuna de estar en desacuerdo con todos los líderes de la Iglesia cristiana primitiva. Se peleó con Pedro y con Santiago (el hermano de Jesús) por cuestiones relativas a la administración y la jurisdicción de la Iglesia de Jerusalén. Se separó de Pablo por discrepancias filosóficas y teológicas. Abner era más babilónico que helenista en su filosofía y se opuso obstinadamente a todos los intentos de Pablo por adaptar las enseñanzas de Jesús para hacerlas menos inaceptables, primero entre los judíos y luego entre a los grecorromanos que creían en los misterios.
166:5.5 (1832.1) Y así, Abner se vio obligado a vivir una vida de aislamiento. Era el jefe de una Iglesia que no tenía prestigio en Jerusalén. Se había atrevido a desafiar a Santiago, el hermano del Señor, que fue apoyado después por Pedro. Esta conducta lo apartó efectivamente de todos sus antiguos compañeros. Después se atrevió a oponerse a Pablo. Aunque estaba muy de acuerdo con la misión de Pablo entre los gentiles y aunque lo apoyaba en sus disputas con la Iglesia de Jerusalén, se oponía rotundamente a la versión de las enseñanzas de Jesús que Pablo eligió predicar. En sus últimos años Abner denunció a Pablo como «el hábil corruptor de las enseñanzas que dio en vida Jesús de Nazaret, el Hijo del Dios vivo».
166:5.6 (1832.2) Durante los últimos años de Abner y hasta algún tiempo después de su muerte, los creyentes de Filadelfia mantuvieron con más exactitud que ningún otro colectivo de la tierra la religión de Jesús tal como la vivió y enseñó el Maestro.
166:5.7 (1832.3) Abner vivió hasta los 89 años de edad y murió en Filadelfia el 21 de noviembre del año 74 d. C. Hasta el último momento de su vida creyó en el evangelio del reino celestial y lo enseñó con toda fidelidad.
El libro de Urantia
Documento 167
167:0.1 (1833.1) DURANTE TODO este periodo de ministerio en Perea cabe recordar que solo diez de los doce apóstoles solían ir con Jesús a visitar las diversas localidades donde operaban los setenta, pues tenían la costumbre de dejar al menos a dos apóstoles en Pella para instruir a la multitud. Y así, mientras Jesús se preparaba para ir a Filadelfia, Simón Pedro y su hermano Andrés volvieron al campamento de Pella para enseñar a la muchedumbre congregada allí. Cuando el Maestro salía del campamento de Pella para hacer visitas por Perea no era raro que salieran detrás de él entre trescientos y quinientos de los acampados. Esta vez llegó a Filadelfia acompañado por más de seiscientos seguidores.
167:0.2 (1833.2) En la reciente gira de predicación por la Decápolis no había habido milagros, y hasta el momento tampoco había habido milagros en esta misión por Perea salvo la curación de los diez leprosos. Fue un periodo en el que se proclamó el evangelio con poder, sin milagros y la mayoría de las veces sin la presencia personal de Jesús, ni siquiera de sus apóstoles.
167:0.3 (1833.3) Jesús y los diez apóstoles llegaron a Filadelfia el miércoles 22 de febrero y dedicaron el jueves y el viernes a descansar de sus viajes y actividades recientes. Ese viernes por la noche Santiago habló en la sinagoga y se convocó un consejo general para la noche siguiente. Hubo gran alegría por el progreso del evangelio en Filadelfia y en los pueblos cercanos. Los mensajeros de David informaron sobre el creciente avance del reino por toda Palestina y trajeron también buenas noticias de Damasco y Alejandría.
167:1.1 (1833.4) Un fariseo de Filadelfia muy rico e influyente que había aceptado las enseñanzas de Abner invitó a Jesús a desayunar el sabbat en su casa. Al enterarse de que Jesús estaría en Filadelfia por esas fechas, habían acudido muchos visitantes desde Jerusalén y otros lugares, entre ellos muchos fariseos. Alrededor de cuarenta de estos dirigentes y algunos juristas fueron invitados al desayuno organizado en honor del Maestro.
167:1.2 (1833.5) Mientras Jesús se paraba a hablar con Abner cerca de la puerta y una vez que se hubo sentado el anfitrión, entró en la sala un fariseo muy principal de Jerusalén, miembro del Sanedrín, y se dirigió directamente al asiento de honor a la izquierda del anfitrión como era su costumbre. Pero ese lugar había sido reservado para el Maestro y el de la derecha para Abner, de modo que el anfitrión indicó por señas al fariseo de Jerusalén que se sentara en el cuarto asiento de la izquierda. El dignatario tomó como gran ofensa el no estar en el asiento de honor.
167:1.3 (1834.1) Pronto estuvieron todos sentados y en animada conversación, puesto que la mayoría de los presentes eran discípulos de Jesús o simpatizantes del evangelio. Solo sus enemigos tomaron buena nota de que el Maestro no cumplió el ritual de lavarse las manos antes de sentarse a comer. Abner se lavó las manos al principio de la comida, pero no entre platos.
167:1.4 (1834.2) Cerca del final de la comida llegó de la calle un hombre que tenía una enfermedad crónica desde hacía mucho tiempo con graves síntomas de hidropesía. Este hombre era creyente y acababa de ser bautizado por los compañeros de Abner. No pidió a Jesús que lo curara, pero el Maestro sabía muy bien que el enfermo se había presentado en el desayuno para esquivar a las multitudes que se agolpaban a su alrededor y tener más posibilidades de atraer su atención. El hombre sabía que se hacían pocos milagros en ese momento, pero pensaba en su fuero interno que su penoso estado podría atraer la compasión del Maestro. Y no se equivocaba, porque en cuanto entró en la sala tanto Jesús como el presuntuoso fariseo de Jerusalén advirtieron su presencia. Al fariseo le faltó tiempo para expresar su indignación porque se permitiera entrar a un individuo así, en cambio Jesús miró al enfermo y le sonrió con tanta benevolencia que el hombre se acercó a él y se sentó en el suelo. Al terminar la comida el Maestro paseó los ojos por los demás invitados, lanzó una mirada significativa al hidrópico y dijo: «Amigos, maestros de Israel y doctos juristas, me gustaría haceros una pregunta: ¿Es lícito o no curar a los enfermos y afligidos en día de sabbat?». Pero los presentes conocían muy bien a Jesús; guardaron silencio y no respondieron a su pregunta.
167:1.5 (1834.3) Entonces Jesús fue a donde estaba sentado el enfermo, lo tomó de la mano y dijo: «Levántate y sigue tu camino. No has pedido ser curado, pero conozco el deseo de tu corazón y la fe de tu alma». Antes de que el hombre saliera de la habitación, Jesús volvió a su asiento y dijo a los comensales: «Mi Padre hace estas obras, no para incitaros a entrar en el reino, sino para revelarse a los que están ya en el reino. Podréis comprender que es propio del Padre hacer estas cosas, porque ¿quién de vosotros, si uno de sus animales predilectos se cae al pozo en día de sabbat, no va inmediatamente a sacarlo?». Como nadie le contestaba, y dado que su anfitrión aprobaba de forma evidente lo que estaba pasando, Jesús se puso en pie y habló así a todos los presentes: «Hermanos, cuando seáis invitados a un banquete de bodas no os sentéis en el asiento principal, no sea que haya un invitado más ilustre que vosotros y el anfitrión tenga que venir a pediros que cedáis el sitio a ese huésped de honor, y entonces, avergonzados, tengáis que ir a sentaros en un puesto inferior de la mesa. Cuando estéis invitados a una fiesta sería más prudente que al llegar a la mesa fuerais a sentaros en el último lugar, de modo que cuando el anfitrión mire a los invitados, pueda deciros: ‘Amigo, ¿por qué te sientas en el asiento del último? Ven más arriba’; y así ese hombre será glorificado en presencia de los demás invitados. No olvidéis que el que se exalta será humillado y el que se humilla con sinceridad será exaltado. Por eso cuando invitéis a comer o deis una cena, no llaméis siempre a vuestros amigos, a vuestros hermanos, a vuestros parientes o a vuestros vecinos ricos para que ellos puedan invitaros a cambio a sus fiestas y seáis así recompensados. Cuando deis un banquete invitad alguna vez a los pobres, a los mutilados y a los ciegos, y así seréis bienaventurados de corazón porque sabéis muy bien que los cojos y los lisiados no pueden devolveros vuestra atención amorosa».
167:2.1 (1835.1) Cuando Jesús hubo terminado de hablar en la mesa del desayuno del fariseo, uno de los juristas presentes intentó romper el silencio diciendo de forma maquinal: «Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios» (un dicho muy corriente en aquel tiempo). Entonces Jesús contó esta parábola, que dio mucho que pensar incluso a su cordial anfitrión:
167:2.2 (1835.2) «Cierto gobernante dio una gran cena e invitó a muchos. Cuando llegó la hora de la cena envió a sus sirvientes a decir a los que habían sido invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero empezaron a excusarse todos a una. El primero dijo: ‘Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a verlo; te ruego que me excuses’. Otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a recibirlas; te ruego que me excuses’. Y otro dijo: ‘Acabo de casarme, por eso no puedo ir’. De modo que los criados volvieron e informaron de esto a su señor. Cuando el dueño de la casa lo oyó se enfadó mucho y dijo a sus sirvientes: ‘He organizado este banquete de bodas; ya se han matado los animales cebados y todo está preparado para mis convidados, pero han desdeñado mi invitación; cada cual ha ido a atender a sus tierras y a sus asuntos, e incluso han faltado al respeto a mis sirvientes que les pedían que vinieran a mi fiesta. Id pues rápidamente por las calles y callejas de la ciudad, por las carreteras y los caminos, y traed a los pobres y a los marginados, a los ciegos y a los cojos, para que haya invitados en el festín de la boda’. Los criados hicieron como les había ordenado su señor, pero aún quedaba sitio para más invitados; entonces el señor dijo a sus sirvientes: ‘Salid por los caminos y por los campos, y obligad a venir a cuantos encontréis para que se llene mi casa. Yo os digo que ninguno de los que fueron invitados primero probará mi cena’. Los sirvientes hicieron lo que les había ordenado su señor, y la casa se llenó.»
167:2.3 (1835.3) Todos se marcharon después de oír estas palabras y cada uno volvió a su casa. Por lo menos uno de los despectivos fariseos presentes esa mañana comprendió el significado de esta parábola, pues fue bautizado ese mismo día y confesó públicamente su fe en el evangelio del reino. Abner predicó sobre esta parábola aquella noche en el consejo general de los creyentes.
167:2.4 (1835.4) Al día siguiente todos los apóstoles se dedicaron al ejercicio filosófico de interpretar el significado de esta parábola de la gran cena. Aunque Jesús escuchó con interés sus distintas interpretaciones, se negó en redondo a ayudarles a comprender la parábola. Se limitó a decir: «Que cada uno encuentre el significado por sí mismo y en su propia alma».
167:3.1 (1835.5) Abner lo había organizado todo para que el Maestro enseñara en la sinagoga ese sabbat. Era la primera vez que Jesús aparecía en una sinagoga desde que todas se cerraran a sus enseñanzas por orden del Sanedrín. Terminado el oficio, Jesús se fijó en una anciana muy encorvada de aspecto abatido. Esta mujer llevaba mucho tiempo dominada por el miedo, y había perdido toda la alegría de vivir. Cuando Jesús bajó del púlpito se acercó a ella, tocó su hombro encorvado y le dijo: «Mujer, solo con que creyeras te liberarías por completo de tu abatimiento». Y esta mujer, que llevaba encorvada más de dieciocho años, atenazada por las depresiones del miedo, creyó en las palabras del Maestro y se enderezó inmediatamente por obra de la fe. Al verse erguida la mujer alzó la voz glorificando a Dios.
167:3.2 (1836.1) Aunque el problema de esa mujer era puramente mental y su encorvamiento era producto de su mente deprimida, la gente creyó que Jesús había curado un desorden físico real. La asamblea de fieles de la sinagoga de Filadelfia simpatizaba con las enseñanzas de Jesús, pero no así el rector principal de la sinagoga. Este fariseo poco favorable al Maestro compartía la opinión general de que Jesús había curado un desorden físico y le indignó que se hubiera atrevido a hacer una cosa así en sabbat, de modo que se puso de pie ante la asamblea de fieles y dijo: «¿No hay seis días en los que se debe trabajar? Venid pues a ser curados esos días de trabajo, pero no el día del sabbat».
167:3.3 (1836.2) Entonces Jesús volvió a la tribuna de oradores y replicó así a la censura del rector: «¿Por qué jugar a ser hipócritas? ¿No sacáis todos vosotros a vuestro buey del establo el sabbat para llevarlo al abrevadero? Si es permisible hacer eso en día de sabbat, ¿no debería esta mujer, hija de Abraham, que ha estado atada por el mal durante estos dieciocho años ser liberada de esa esclavitud y llevada a compartir las aguas de la libertad y de la vida, incluso este día de sabbat?». Y mientras la mujer seguía glorificando a Dios, la asamblea de fieles se regocijó con ella de su curación y el detractor de Jesús quedó avergonzado.
167:3.4 (1836.3) Como consecuencia de haber criticado públicamente a Jesús ese sabbat, el rector de la sinagoga fue depuesto y sustituido por un seguidor de Jesús.
167:3.5 (1836.4) Jesús liberaba a menudo de su abatimiento y su depresión mental a las víctimas del miedo, pero la gente creía que todas esas aflicciones eran o bien desórdenes físicos o bien posesiones de espíritus malignos.
167:3.6 (1836.5) Jesús volvió a enseñar en la sinagoga el domingo, y ese mediodía muchos fueron bautizados por Abner en el río que corría al sur de la ciudad. Jesús y los diez apóstoles habrían salido al día siguiente hacia el campamento de Pella de no haber sido por la llegada de uno de los mensajeros de David con un mensaje urgente para Jesús de sus amigos de Betania, la cercana a Jerusalén.
167:4.1 (1836.6) El domingo 26 de febrero por la noche llegó a Filadelfia un corredor procedente de Betania con un mensaje de Marta y María que decía: «Señor, aquel a quien amas está muy enfermo». Jesús recibió el mensaje al final de la reunión vespertina, justo cuando se despedía de los apóstoles para pasar la noche. Al principio Jesús no dijo nada. Hubo uno de esos extraños intervalos en los que parecía estar en comunicación con algo fuera de él y más allá. Luego levantó los ojos y dijo al mensajero de forma que pudieran oírle los apóstoles: «Esta enfermedad no es para la muerte, será sin duda para glorificar a Dios y exaltar al Hijo».
167:4.2 (1837.1) Jesús quería mucho a Marta, María y su hermano Lázaro; los amaba con profundo afecto. Su primer pensamiento humano fue acudir inmediatamente en su ayuda, pero surgió otra idea en su mente combinada. Había perdido casi por completo la esperanza de que los dirigentes judíos de Jerusalén aceptaran alguna vez el reino, pero él seguía amando a su pueblo, y en ese momento se le ocurrió un plan que daría a los escribas y fariseos de Jerusalén una nueva oportunidad de aceptar sus enseñanzas. Decidió, si era conforme con la voluntad del Padre, hacer de este último llamamiento a Jerusalén la manifestación más portentosa y significativa de toda su carrera terrenal. Los judíos se aferraban a la idea de un liberador hacedor de milagros, y aunque el Maestro se negaba a plegarse a sus expectativas a base de prodigios materiales y exhibiciones temporales de poder político, pidió ahora el consentimiento del Padre para manifestar su poder aún no demostrado sobre la vida y la muerte.
167:4.3 (1837.2) Los judíos tenían la costumbre de enterrar a sus muertos el mismo día del fallecimiento. Era una práctica necesaria en un clima tan cálido, y no era raro que pusieran en la tumba a alguien que simplemente estaba en coma, de forma que al segundo, o incluso al tercer día, esa persona salía de la tumba. Según la creencia judía el espíritu o el alma podía permanecer cerca del cuerpo durante dos o tres días, pero nunca se quedaba después del tercer día. Consideraban que para el cuarto día el proceso de putrefacción ya estaba muy avanzado y que nadie regresaba nunca de la tumba después de ese tiempo. Por estas razones, Jesús se quedó dos días más en Filadelfia antes de prepararse para salir hacia Betania.
167:4.4 (1837.3) El miércoles por la mañana temprano dijo a sus apóstoles: «Vamos a prepararnos rápidamente para volver otra vez a Judea». En cuanto le oyeron decir esto, los apóstoles se apartaron para intercambiar opiniones. Santiago dirigió la reunión, y coincidieron en que sería una locura permitir que Jesús volviera a Judea, así que fueron todos a una a comunicárselo a su Maestro. Santiago le dijo: «Maestro, cuando estuviste en Jerusalén hace unas semanas los dirigentes querían matarte y el pueblo quería apedrearte. Ya les diste a esos hombres su oportunidad de recibir la verdad en aquel momento, así que no te dejaremos volver a Judea».
167:4.5 (1837.4) Jesús les respondió: «¿No entendéis que hay doce horas en el día en las que se puede hacer el trabajo de forma segura? Si un hombre camina de día no tropieza puesto que tiene luz. Si camina de noche puede que tropiece porque no tiene luz. Mientras dure mi día no temo entrar en Judea. Quisiera hacer otra obra poderosa por esos judíos. Quisiera darles una oportunidad más de creer, y hacerlo como ellos prefieren: con gloria externa y como manifestación visible del poder del Padre y del amor del Hijo. Además, ¡¿no os dais cuenta de que nuestro amigo Lázaro se ha dormido y quiero ir a despertarlo de su sueño?!».
167:4.6 (1837.5) Uno de los apóstoles comentó: «Pero Maestro, si Lázaro se ha dormido, seguro que se recuperará». Los judíos de aquel tiempo solían referirse a la muerte como una forma de sueño, pero al ver que los apóstoles no habían entendido que Lázaro había dejado este mundo, Jesús les dijo claramente: «Lázaro ha muerto. Y me alegro por vosotros de no haber estado allí, incluso aunque los demás no se salven por ello, porque así tendréis otro motivo más para creer en mí. Lo que vais a ver os fortalecerá a todos y os preparará para el día en que me despida de vosotros y vaya al Padre».
167:4.7 (1838.1) Era imposible convencer a Jesús de que no fuera a Judea, y como algunos apóstoles se resistían a ir con él, Tomás habló así a sus compañeros: «Ya le hemos explicado nuestros temores al Maestro, pero él está decidido a ir a Betania. Estoy convencido de que será el final porque seguramente lo matarán, pero si así lo ha elegido el Maestro, vayamos con él como valientes y muramos con él». Siempre fue así: cuando hacía falta mostrar valor deliberado y sostenido, Tomás era el puntal de los doce apóstoles.
167:5.1 (1838.2) Un grupo de casi cincuenta amigos y enemigos siguió a Jesús hacia Judea. El miércoles en la comida del mediodía el Maestro habló a sus apóstoles y al grupo de seguidores sobre «Las condiciones de la salvación». Al final de esta lección contó la parábola del fariseo y el publicano (un recaudador de impuestos) diciendo así: «Ya veis, pues, que el Padre da la salvación a los hijos de los hombres y esta salvación es un regalo gratuito para todos los que tienen la fe necesaria para recibir la filiación en la familia divina. No hay nada que el hombre pueda hacer para ganar esta salvación. Las obras de autocomplacencia no pueden comprar el favor de Dios, y mucho rezar en público no puede compensar la falta de fe viva en el corazón. Podéis engañar a los hombres con vuestro comportamiento externo, pero Dios ve dentro de vuestra alma. Esto que os digo queda bien ilustrado con el ejemplo de los dos hombres que fueron al templo a orar, uno fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, rezaba para sí de esta manera: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, ignorantes, injustos, adúlteros o incluso como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy el diezmo de todo lo que gano’. En cambio el publicano se quedó más atrás y ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ‘Dios, ten piedad de mí, pecador’. Yo os digo que el publicano volvió a su casa con la aprobación de Dios, pero no el fariseo, pues el que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado».
167:5.2 (1838.3) Aquella noche en Jericó los fariseos hostiles quisieron tender una trampa al Maestro y enredarlo en discusiones sobre el matrimonio y el divorcio como hicieron en el pasado otros fariseos en Galilea, pero Jesús esquivó hábilmente sus intentos de hacerle entrar en conflicto con sus leyes sobre el divorcio. Del mismo modo que el publicano y el fariseo ilustraban la buena y la mala religión, sus prácticas en materia de divorcio servían para contrastar las mejores leyes matrimoniales del código judío con la vergonzosa laxitud de las interpretaciones que hacían los fariseos de las reglas mosaicas sobre el divorcio. El fariseo se juzgaba a sí mismo por el rasero más bajo; el publicano se medía por el ideal más alto. Para el fariseo la devoción era un medio de estancarse en una inactividad autocomplaciente y en la confianza de una falsa seguridad espiritual. Para el publicano la devoción era un medio de estimular su alma para llegar a comprender la necesidad de arrepentirse, de confesarse y de aceptar por la fe un perdón misericordioso. El fariseo buscaba justicia, el publicano buscaba misericordia. La ley del universo es: pedid y recibiréis; buscad y hallaréis.
167:5.3 (1838.4) Aunque Jesús se negó a dejarse atrapar en una controversia sobre el divorcio con los fariseos, sí proclamó una enseñanza positiva de los ideales más altos del matrimonio. Exaltó el matrimonio como la más alta y más ideal de todas las relaciones humanas y dio a entender al mismo tiempo su rechazo categórico a las prácticas de divorcio laxas e injustas de los judíos de Jerusalén que permitían en aquel tiempo a un hombre divorciarse de su esposa por razones insignificantes, como guisar mal o cuidar mal de la casa, o simplemente por haberse encaprichado de otra mujer más atractiva.
167:5.4 (1839.1) Los fariseos habían llegado incluso a enseñar que esta modalidad de divorcio fácil era una dispensa especial concedida al pueblo judío y a los fariseos en particular. Por eso, aunque Jesús se negó a hacer declaraciones relacionadas con el matrimonio y el divorcio, no vaciló a la hora de denunciar muy duramente estas burlas vergonzosas de la relación matrimonial y destacar su injusticia hacia las mujeres y los niños. No sancionó nunca ninguna práctica de divorcio que diera ventaja al hombre sobre la mujer; el Maestro solo admitía las enseñanzas que daban a las mujeres igualdad con los hombres.
167:5.5 (1839.2) Jesús no introdujo nuevos preceptos para regir el matrimonio y el divorcio, pero sí exhortó a los judíos a vivir conforme a sus propias leyes y enseñanzas superiores. Apelaba continuamente a las Escrituras en su esfuerzo por hacerles mejorar sus prácticas según los criterios sociales contenidos en ellas. Mientras ratificaba así los conceptos superiores e ideales del matrimonio, Jesús evitó hábilmente contradecir a sus interrogadores sobre las prácticas sociales representadas tanto por sus leyes escritas como por sus preciados privilegios de divorcio.
167:5.6 (1839.3) A los apóstoles les costaba comprender la resistencia del Maestro a hacer declaraciones categóricas sobre cuestiones científicas, sociales, económicas o políticas. No acababan de darse cuenta de que su misión en la tierra estaba dedicada exclusivamente a la revelación de verdades espirituales y religiosas.
167:5.7 (1839.4) Aquella misma noche, después de que Jesús hubiera hablado sobre el matrimonio y el divorcio, sus apóstoles le hicieron muchas más preguntas en privado, y las respuestas del Maestro liberaron sus mentes de muchas ideas equivocadas. Al terminar la conversación Jesús dijo: «El matrimonio es honorable y todos los hombres deberían desearlo. El hecho de que el Hijo del Hombre lleve a cabo él solo su misión en la tierra no hace menos deseable el matrimonio. Es voluntad del Padre que yo actúe así, pero este mismo Padre ha ordenado la creación del macho y la hembra, y es voluntad divina que los hombres y las mujeres encuentren su servicio más alto con su correspondiente alegría en crear hogares para recibir y formar a los hijos, convirtiéndose así en copartícipes de los Hacedores del cielo y de la tierra. Por esta razón dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos se harán como uno solo».
167:5.8 (1839.5) Jesús liberó así a los apóstoles de muchas preocupaciones sobre el matrimonio y aclaró muchos malentendidos sobre el divorcio. Al mismo tiempo hizo mucho por exaltar sus ideales de unión social y aumentar su respeto por las mujeres, los niños y el hogar.
167:6.1 (1839.6) El mensaje que dio Jesús esa tarde sobre el matrimonio y sobre la bendición que suponen los niños se difundió por todo Jericó, de manera que a la mañana siguiente, mucho antes de que Jesús y los apóstoles se prepararan para marcharse, incluso antes de la hora del desayuno, decenas de madres llegaron con sus hijos en brazos o de la mano al lugar donde se alojaba Jesús para que bendijera a los pequeños. Cuando los apóstoles salieron y vieron a esta aglomeración de madres con sus hijos intentaron echarlas, pero ellas se negaron a irse sin que el Maestro impusiera las manos sobre sus hijos y los bendijera. Los apóstoles increparon ruidosamente a las madres, y entonces salió Jesús al oír el alboroto y reprendió indignado a sus apóstoles diciendo: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos. En verdad, en verdad os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él para poder crecer hasta la estatura plena de la madurez espiritual».
167:6.2 (1840.1) Dicho esto, el Maestro recibió a todos los niños y les impuso las manos mientras decía palabras de ánimo y esperanza a sus madres.
167:6.3 (1840.2) Jesús hablaba a menudo a sus apóstoles de las mansiones celestiales y les enseñaba que los hijos de Dios al avanzar deben crecer espiritualmente en ellas igual que los niños crecen físicamente en este mundo. Muchas veces lo sagrado se presenta como lo más sencillo, y así aquel día ni los niños ni sus madres se dieron cuenta de que las inteligencias espectadoras de Nebadon estaban contemplando cómo jugaban los niños de Jericó con el Creador de un universo.
167:6.4 (1840.3) La condición de la mujer en Palestina mejoró mucho gracias a las enseñanzas de Jesús, y así habría sido en todo el mundo si sus seguidores no se hubieran apartado tanto de lo que él se esforzó en enseñarles.
167:6.5 (1840.4) También en Jericó, cuando estaban hablando de formar religiosamente a los niños desde pequeños en los hábitos de la adoración divina, Jesús explicó a sus apóstoles el gran valor de la belleza como influencia que despierta el deseo de adorar, sobre todo en los niños. Con su ejemplo y sus preceptos el Maestro enseñó el valor de la adoración al Creador en el entorno natural de la creación. Prefería comulgar con el Padre celestial entre árboles y entre las criaturas humildes del mundo natural. Se regocijaba contemplando al Padre en el espectáculo inspirador de los dominios cuajados de estrellas de los Hijos Creadores.
167:6.6 (1840.5) Cuando no es posible adorar a Dios en los tabernáculos de la naturaleza, los hombres deberían hacer todo lo posible por construir hermosos edificios, santuarios sencillos y atractivos llenos de belleza artística capaces de despertar las más altas emociones humanas asociadas a la faceta intelectual de la comunión espiritual con Dios. La verdad, la belleza y la santidad son ayudas poderosas y eficaces para la verdadera adoración. Pero ni la mera ornamentación masiva ni los excesos decorativos de un arte humano elaborado y ostentoso promueven la comunión espiritual. La belleza es tanto más religiosa cuanto más sencilla y semejante a la naturaleza. ¡Es una pena que los niños pequeños tengan su primer contacto con los conceptos de la adoración pública en salas frías y estériles, tan desprovistas del atractivo de la belleza y tan vacías de toda sugerencia de alegría y de santidad inspiradora! La iniciación del niño a la adoración debería tener lugar en la naturaleza, al aire libre, y después podrá acompañar a sus padres a las asambleas religiosas en edificios públicos que deberían tener al menos tanto atractivo material y tanta belleza artística como la casa donde vive.
167:7.1 (1840.6) Durante la subida de Jericó a Betania Natanael caminó casi todo el tiempo junto a Jesús. Hablaron mucho sobre los niños y su relación con el reino de los cielos, y de ahí la conversación derivó hacia el ministerio de las ángeles. Entonces Natanael preguntó al Maestro: «Dado que el sumo sacerdote es saduceo, y dado que los saduceos no creen en las ángeles, ¿qué hemos de enseñar a la gente sobre las ministras celestiales?». Jesús respondió entre otras cosas:
167:7.2 (1841.1) «Las huestes angélicas son un orden diferenciado de seres creados. Son totalmente diferentes del orden material de las criaturas mortales y actúan como un grupo separado de inteligencias del universo. Las ángeles no pertenecen al colectivo de las criaturas llamadas ‘Hijos de Dios’ en las Escrituras. Tampoco son los espíritus glorificados de los mortales que han seguido progresando en las mansiones de lo alto. Las ángeles son una creación directa y no se reproducen. El parentesco de las huestes angélicas con la raza humana es exclusivamente espiritual. En su viaje progresivo hacia el Padre que está en el Paraíso, el hombre pasa en un momento dado por un estado análogo al estado de las ángeles, pero el hombre mortal nunca se convierte en ángel.
167:7.3 (1841.2) «Las ángeles nunca mueren como mueren los hombres. Las ángeles son inmortales a menos que se impliquen en el pecado como hicieron algunas de ellas engañadas por Lucifer. Las ángeles son las servidoras espirituales del cielo y no son ni omnipotentes ni omniscientes. Pero todas las ángeles leales son verdaderamente puras y santas.
167:7.4 (1841.3) «¿No recuerdas que os dije una vez que si vuestros ojos espirituales estuvieran ungidos veríais los cielos abiertos y podríais contemplar cómo ascienden y descienden las ángeles de Dios? Un mundo se puede mantener en contacto con otros mundos gracias al ministerio de las ángeles, pues ¿no os he dicho muchas veces que tengo otras ovejas que no son de este redil? Pero estas ángeles no son las espías del mundo espiritual que os vigilan y van luego a contarle al Padre los pensamientos de vuestro corazón y a informarle sobre los hechos de la carne. El Padre no necesita ese tipo de servicio, puesto que su propio espíritu vive dentro de vosotros. Lo que hacen estos espíritus angélicos es mantener a una parte de la creación celestial informada sobre las actividades que ocurren en otras partes lejanas del universo. Muchas ángeles están asignadas al servicio de las razas humanas mientras trabajan en el gobierno del Padre y en los universos de los Hijos. Cuando os dije que muchas de estas serafines eran espíritus ministrantes no hablaba en lenguaje figurado ni en tonos poéticos. Y todo esto es verdad por mucho que os cueste comprender estas cosas.
167:7.5 (1841.4) «Muchas de estas ángeles están dedicadas a la tarea de salvar hombres. ¿No os he hablado de la alegría seráfica que se produce cuando un alma elige abandonar el pecado y empezar a buscar a Dios? Os he hablado también de la alegría que se produce en presencia de las ángeles del cielo cuando un pecador se arrepiente; esto da a entender que existen otros órdenes más altos de seres celestiales que también se ocupan del bienestar espiritual y el progreso divino del hombre mortal.
167:7.6 (1841.5) «Estas ángeles están también muy involucradas en el proceso mediante el cual el espíritu del hombre es liberado de los tabernáculos de la carne y su alma es escoltada a las mansiones del cielo. Las ángeles son las guías celestiales seguras del alma del hombre durante el periodo de tiempo indefinido e inexplorado que media entre la muerte de la carne y la nueva vida en las moradas espirituales.»
167:7.7 (1841.6) Jesús habría seguido hablando con Natanael sobre el ministerio de las ángeles, pero fue interrumpido por la llegada de Marta. Unos amigos que habían visto subir a Jesús por las cuestas del este habían informado a Marta de que Jesús se acercaba a Betania, y ella había salido corriendo al encuentro del Maestro.
El libro de Urantia
Documento 168
168:0.1 (1842.1) ERA poco después del mediodía cuando Marta salió al encuentro de Jesús que estaba coronando la cuesta cercana a Betania. Su hermano Lázaro llevaba muerto cuatro días y lo habían depositado al final de la tarde del domingo en la tumba privada de la familia al fondo del jardín. Ese mismo jueves por la mañana habían hecho rodar la piedra que cerraba la tumba.
168:0.2 (1842.2) Cuando Marta y María mandaron recado a Jesús de que Lázaro estaba enfermo, confiaban en que el Maestro haría algo. Sabían que su hermano estaba muy grave, y aunque apenas se atrevían a esperar que Jesús dejara su actividad de enseñanza y predicación para ir en su ayuda, tenían tanta confianza en su poder de sanación que pensaron que le bastaría con pronunciar las palabras curativas y Lázaro recuperaría inmediatamente la salud. Cuando Lázaro murió pocas horas después de que el mensajero saliera de Betania hacia Filadelfia, razonaron que el Maestro no se había enterado de la enfermedad de su hermano hasta que fue demasiado tarde, cuando ya llevaba muerto varias horas.
168:0.3 (1842.3) Por eso, tanto ellas como sus amigos creyentes, se quedaron perplejos con el mensaje que el corredor trajo a Betania el martes por la mañana. El mensajero insistió en que había oído decir a Jesús: «... esta enfermedad no es para la muerte». Tampoco podían comprender por qué Jesús no les había mandado ningún recado ni les había ofrecido ayuda.
168:0.4 (1842.4) Muchos amigos de los poblados cercanos y otros de Jerusalén habían ido a acompañar a las hermanas en su duelo. Lázaro y sus hermanas eran hijos de un rico judío honorable que había sido el vecino principal de la pequeña aldea de Betania, y a pesar de que los tres eran fervientes seguidores de Jesús desde hacía tiempo, eran muy respetados por todos los que los conocían. Habían heredado extensos viñedos y olivares en las inmediaciones, y el hecho de que pudieran permitirse un sepulcro privado en el recinto de su casa era una prueba más de su riqueza. Sus padres yacían en ese sepulcro.
168:0.5 (1842.5) María había dejado de pensar que Jesús vendría y se había abandonado a su dolor, en cambio Marta se aferró a la esperanza de que Jesús acabaría llegando hasta esa misma mañana, cuando cerraron la tumba con la piedra y sellaron la entrada. E incluso entonces pidió a un muchacho vecino que subiera a la colina que había al este de Betania para vigilar la calzada de Jericó, y fue este muchacho quien avisó a Marta de que Jesús y sus amigos se acercaban.
168:0.6 (1842.6) Cuando Marta se encontró con Jesús cayó a sus pies exclamando: «¡Maestro, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto!». Por la cabeza de Marta cruzaban muchos miedos, pero no expresó ninguna duda ni se aventuró a criticar o cuestionar la conducta del Maestro ante la muerte de Lázaro. Cuando Marta calló, Jesús se inclinó para levantarla y le dijo: «Solo ten fe, Marta, y tu hermano resucitará». Marta le contestó: «Sé que se resucitará en la resurrección del último día, y también sé que todo lo que pidas a Dios, nuestro Padre te lo dará».
168:0.7 (1843.1) Entonces Jesús miró a Marta a los ojos y dijo: «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera, vivirá. En verdad, todo el que vive y cree en mí no morirá jamás realmente. Marta, ¿crees esto?». Y Marta contestó al Maestro: «Sí, creo desde hace mucho que tú eres el Libertador, el Hijo del Dios vivo que había de venir a este mundo».
168:0.8 (1843.2) Como Jesús preguntó por María, Marta fue directamente a la casa y dijo a su hermana al oído: «El Maestro está aquí y te llama». En cuanto María lo oyó se levantó rápidamente y fue a encontrarse con Jesús, que se había quedado a cierta distancia de la casa en el lugar donde se había encontrado con Marta. Los amigos que estaban intentando consolar a María, al ver que se levantaba y salía a toda prisa, salieron con ella pensando que iba a llorar a la tumba.
168:0.9 (1843.3) Muchos de los presentes eran enemigos encarnizados de Jesús. Por eso Marta había salido a encontrarse con él a solas, y también por eso había entrado a informar en secreto a María de que el Maestro había preguntado por ella. Marta estaba deseando ver a Jesús, pero quería evitar cualquier situación desagradable que pudiera producirse si Jesús se encontraba de pronto en medio de un gran grupo de sus enemigos de Jerusalén. Marta tenía intención de quedarse en la casa con sus amigos mientras María iba a saludar a Jesús, pero no lo consiguió porque todos siguieron a María y se encontraron inesperadamente en presencia del Maestro.
168:0.10 (1843.4) Marta llevó a su hermana ante Jesús, y cuando María lo vio, cayó a sus pies, exclamando: «¡Solo con que hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto!». Cuando Jesús vio cuánto les dolía a todos la muerte de Lázaro, su alma se llenó de compasión.
168:0.11 (1843.5) Al ver que María había ido a saludar a Jesús, los acompañantes del duelo se apartaron un poco mientras Marta y María hablaban con el Maestro. Él siguió diciéndoles palabras de consuelo y las exhortó a mantenerse firmes en su fe en el Padre y aceptar por completo la voluntad divina.
168:0.12 (1843.6) La mente humana de Jesús se encontró profundamente afectada por el conflicto entre su amor por Lázaro y sus desconsoladas hermanas, y el desprecio y desdén que le inspiraban las muestras exteriores de afecto de algunos de aquellos judíos incrédulos que tramaban su asesinato. A Jesús le indignaba que esos pretendidos amigos hicieran un despliegue externo y forzado de duelo por Lázaro cuando esa falsa pena estaba asociada en sus corazones a una enemistad tan implacable contra él. Sin embargo, algunos de esos judíos eran sinceros en su luto porque eran verdaderos amigos de la familia.
168:1.1 (1843.7) Después de consolar durante unos momentos a Marta y María apartados de los acompañantes del duelo, Jesús preguntó: «¿Dónde lo habéis puesto?». Marta contestó: «Ven y verás». El Maestro siguió en silencio a las dos hermanas afligidas y lloró. Los judíos amigos que los seguían vieron sus lágrimas, y uno de ellos dijo: «Mirad cómo lo amaba. ¿No podía este que abrió los ojos del ciego haber impedido que este hombre muriera?». Para entonces estaban ya ante la tumba familiar, una pequeña cueva natural o declive en un saliente de roca de unos diez metros de altura en el extremo más alejado del jardín.
168:1.2 (1844.1) No es fácil explicar a la mente humana por qué lloró Jesús exactamente. Tenemos acceso al registro de las emociones humanas y los pensamientos divinos combinados tal como constan en la mente del Ajustador Personalizado, pero no estamos del todo seguros de la causa real de estas manifestaciones emocionales. Nos inclinamos a creer que Jesús lloró a consecuencia de una serie de pensamientos y sentimientos que pasaban por su mente en ese momento, como los siguientes:
168:1.3 (1844.2) 1. Estaba triste y lleno de compasión sincera por Marta y María. Sentía un afecto humano real y profundo por estas hermanas que habían perdido a su hermano.
168:1.4 (1844.3) 2. Le inquietaba la presencia de la multitud de acompañantes del duelo, algunos sinceros y otros fingidos. Siempre le molestaron esas exhibiciones externas de duelo. Sabía que las hermanas amaban a su hermano y tenían fe en la supervivencia de los creyentes. Estas emociones contradictorias podrían explicar por qué gimió cuando se acercaban a la tumba.
168:1.5 (1844.4) 3. Tenía verdaderas dudas sobre devolver a Lázaro la vida mortal. Es cierto que sus hermanas lo necesitaban, pero Jesús lamentaba tener que llamar a su amigo a este mundo para sufrir persecuciones, porque sabía que Lázaro sería perseguido por haber sido el protagonista de la mayor demostración de poder divino del Hijo del Hombre.
168:1.6 (1844.5) Aunque este relato se desarrolla en apariencia como un acontecimiento humano normal y natural, tiene algunos aspectos colaterales muy interesantes como el dato que vamos a señalar ahora. El domingo el mensajero avisó a Jesús de que Lázaro estaba enfermo. Jesús mandó recado de que «no era para la muerte», y sin embargo fue a Betania en persona e incluso preguntó a las hermanas: «¿Dónde lo habéis puesto?». Hasta aquí todo parece indicar que el Maestro actuaba al modo de este mundo y según los conocimientos limitados de la mente humana, y sin embargo los archivos del universo revelan que el Ajustador Personalizado de Jesús dio la orden de que el Ajustador del Pensamiento de Lázaro fuera retenido en el planeta tras la muerte de Lázaro por un tiempo indefinido. Esta orden está registrada quince minutos antes de que Lázaro expirara.
168:1.7 (1844.6) ¿Sabía la mente divina de Jesús, incluso antes de que Lázaro muriera, que lo resucitaría de entre los muertos? No lo sabemos. Solo sabemos lo que narramos aquí.
168:1.8 (1844.7) Muchos enemigos de Jesús se burlaban de sus manifestaciones de afecto y se decían entre sí: «Si apreciaba tanto a este hombre, ¿por qué esperó tanto para venir a Betania? Si es lo que dicen que es, ¿por qué no ha salvado a su amigo querido? ¿De qué sirve curar a desconocidos en Galilea si no puede salvar a los que ama?». Y hacían muchas otras burlas, y desestimaban las enseñanzas y las obras de Jesús.
168:1.9 (1844.8) Y así, hacia las dos y media de la tarde de aquel jueves quedó preparado el escenario en la pequeña aldea de Betania para la representación de la más grande de todas las obras relacionadas con el ministerio de Miguel de Nebadon en la tierra, la mayor manifestación de poder divino de su encarnación en la carne (puesto que su propia resurrección tuvo lugar después de que hubiera sido liberado de las ataduras de la morada mortal).
168:1.10 (1845.1) El pequeño grupo reunido ante la tumba de Lázaro no podía imaginar que se había congregado allí cerca un vasto conjunto de seres celestiales de todos los órdenes bajo el liderazgo de Gabriel. Estaban a la espera de las directrices del Ajustador Personalizado de Jesús, vibrando de expectación y dispuestos a ejecutar las peticiones de su amado Soberano.
168:1.11 (1845.2) Cuando Jesús ordenó: «Quitad la piedra», las huestes celestiales reunidas se dispusieron a representar el drama de la resurrección de Lázaro a semejanza de su carne mortal. Esta forma de resurrección implica dificultades de ejecución que trascienden con mucho la técnica de resurrección habitual de las criaturas mortales a una forma de morontia, y requiere la presencia de muchas más personalidades celestiales y una movilización mucho mayor de recursos del universo.
168:1.12 (1845.3) Al oír la orden de Jesús de quitar la piedra que cerraba la tumba, Marta y María se llenaron de emociones contradictorias. María esperaba que Lázaro fuera resucitado de entre los muertos, pero Marta, aunque compartía hasta cierto punto la fe de su hermana, temía que la apariencia de Lázaro no fuera presentable para Jesús, los apóstoles y sus amigos. Marta dijo: «¿Tenemos realmente que quitar la piedra? Hace cuatro días que murió mi hermano, y el cuerpo ya habrá empezado a descomponerse». Marta también dijo esto porque no estaba segura de por qué había pedido el Maestro que se quitara la piedra; pensó que quizás Jesús solo quisiera ver a Lázaro por última vez. La actitud de Marta no era ni clara ni firme. Al ver que tenían dudas sobre quitar la piedra, Jesús dijo: «¿No os dije desde el principio que esta enfermedad no era para la muerte? ¿No he venido a cumplir mi promesa? Y después de llegar hasta vosotras, ¿no he dicho que si creéis veréis la gloria de Dios? ¿Por qué dudáis? ¿Cuánto tiempo necesitáis para creer y obedecer?».
168:1.13 (1845.4) Cuando Jesús terminó de hablar, sus apóstoles ayudados por unos vecinos empujaron la piedra y la hicieron rodar hasta despejar la entrada de la tumba.
168:1.14 (1845.5) Era creencia común entre los judíos que la gota de hiel que llevaba el ángel de la muerte en la punta de la espada empezaba a actuar al final del tercer día y hacía pleno efecto el cuarto. Admitían que el alma humana podía permanecer en los alrededores de la tumba intentando reanimar el cuerpo muerto hasta el final del tercer día, pero creían firmemente que esa alma se marchaba a la morada de los espíritus difuntos antes de amanecer el cuarto día.
168:1.15 (1845.6) Estas creencias y opiniones sobre los muertos y sobre la marcha definitiva de sus espíritus sirvieron para que todos los presentes ante la tumba de Lázaro en ese momento y todos los que en el futuro pudieran tener noticia de lo que estaba a punto de ocurrir no tuvieran ninguna duda de que se trataba de un caso real de resurrección de entre los muertos por obra personal de aquel que había declarado: «Yo soy la resurrección y la vida».
168:2.1 (1845.7) Había unos cuarenta y cinco mortales delante la tumba, y pudieron ver vagamente la figura de Lázaro que yacía en el nicho inferior derecho de la cueva funeraria envuelta en vendajes de lino. Mientras estas criaturas terrenales contenían la respiración en silencio, una gran hueste de seres celestiales liderada por Gabriel ocupaba sus puestos y se preparaba para entrar en acción en cuanto su jefe diera la señal.
168:2.2 (1846.1) Jesús alzó los ojos y dijo: «Padre, te doy gracias porque me has oído y has concedido mi petición. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo por los que están aquí conmigo, para que crean que tú me has enviado al mundo y puedan saber que estás actuando conmigo en lo que estamos a punto de hacer». Y después de orar dijo en voz alta: «¡Lázaro, sal fuera!».
168:2.3 (1846.2) Mientras los observadores humanos permanecían inmóviles, la vasta hueste celestial se activó al unísono obedeciendo a la palabra del Creador. Solo habían transcurrido doce segundos del tiempo del planeta cuando la figura hasta entonces inerte de Lázaro empezó a moverse y al poco se sentó en el borde de la repisa de piedra donde había yacido. Su cuerpo estaba amortajado y su rostro cubierto con un sudario. Cuando se puso de pie —vivo— ante ellos Jesús dijo: «Desatadlo y dejadlo ir».
168:2.4 (1846.3) Todos, excepto los apóstoles, Marta y María, huyeron hacia la casa. Estaban pálidos de terror y estupefactos. Algunos se quedaron, pero muchos volvieron a toda prisa a sus casas.
168:2.5 (1846.4) Después de saludar a Jesús y a los apóstoles, Lázaro preguntó por qué llevaba esas mortajas y por qué se había despertado en el jardín. Jesús y los apóstoles se apartaron mientras Marta le contaba a su hermano su muerte, entierro y resurrección. Tuvo que explicarle que había muerto el domingo anterior y que había sido devuelto ese jueves a la vida, puesto que Lázaro no había tenido consciencia del tiempo desde que entró en el sueño de la muerte.
168:2.6 (1846.5) Mientras Lázaro salía de la tumba, el Ajustador Personalizado de Jesús —convertido ya en el jefe de su orden en este universo local— llamó al antiguo Ajustador de Lázaro, que estaba a la espera, para que volviera a residir en la mente y el alma del resucitado.
168:2.7 (1846.6) Entonces Lázaro se acercó a Jesús y se arrodilló a los pies del Maestro junto con sus hermanas para dar gracias y alabar a Dios. Jesús tomó a Lázaro de la mano y lo levantó diciendo: «Hijo, lo que te ha ocurrido les ocurrirá también a todos los que creen en este evangelio, con la diferencia de que serán resucitados en una forma más gloriosa. Tú serás testigo viviente de la verdad que he proclamado: yo soy la resurrección y la vida. Y ahora entremos todos en la casa para alimentar a nuestros cuerpos físicos».
168:2.8 (1846.7) Mientras iban hacia la casa Gabriel disolvió los contingentes de reserva de las huestes celestiales y procedió a anotar en los archivos el primer y último caso de resurrección de una criatura mortal a semejanza de su cuerpo físico fallecido que se haya producido nunca en Urantia.
168:2.9 (1846.8) Lázaro apenas podía comprender lo que había ocurrido. Sabía que había estado muy enfermo, pero solo podía recordar que se había dormido y había sido despertado. Nunca pudo decir nada sobre los cuatro días que pasó en la tumba porque había estado totalmente inconsciente. El tiempo no existe para los que duermen el sueño de la muerte.
168:2.10 (1846.9) Aunque muchos creyeron en Jesús a raíz de esta poderosa obra, otros solo endurecieron su corazón para rechazarlo todavía más. La noticia corrió por todo Jerusalén, y al mediodía del día siguiente no se hablaba de otra cosa. Decenas de hombres y mujeres fueron a Betania para ver de cerca a Lázaro y hablar con él. Los fariseos, alarmados y desconcertados, convocaron una reunión urgente del Sanedrín para decidir las medidas a adoptar ante los nuevos acontecimientos.
168:3.1 (1847.1) El testimonio de este hombre resucitado de entre los muertos contribuyó mucho a consolidar la fe del colectivo de creyentes en el evangelio del reino, pero tuvo poca o ninguna influencia sobre la actitud de los líderes y dirigentes religiosos de Jerusalén, aparte de acelerar su decisión de acabar con Jesús y poner fin a su obra.
168:3.2 (1847.2) A la una del día siguiente, viernes, el Sanedrín se reunió con un único punto que tratar: «¿Qué haremos con Jesús de Nazaret?». Después de más de dos horas de enconado debate, cierto fariseo propuso una resolución que exigía la muerte inmediata de Jesús, alegando que era una amenaza para todo Israel y obligaba por ello formalmente al Sanedrín a decretar su muerte sin juicio en una decisión sin precedentes.
168:3.3 (1847.3) Este augusto cuerpo de dirigentes judíos había decretado una y otra vez que Jesús debía ser apresado y juzgado por blasfemia y otras muchas acusaciones de desacato a la ley sagrada de los judíos. En una ocasión anterior habían llegado a declarar que debía morir, pero esta era la primera vez que el Sanedrín dejaba constancia de la intención de decretar su muerte sin juicio previo. Sin embargo, la resolución no fue sometida a votación porque catorce miembros del Sanedrín dimitieron en bloque cuando se propuso una acción tan inaudita, y aunque estas dimisiones tardaron casi dos semanas en ser ratificadas oficialmente, esas catorce personas se retiraron aquel día para no volver a sentarse nunca más en el consejo del Sanedrín. El día en que se ratificaron las dimisiones fueron expulsados otros cinco miembros considerados como simpatizantes de Jesús. Con la eliminación de esos diecinueve hombres el Sanedrín estaba en disposición de juzgar y condenar a Jesús con un acuerdo que rozaba la unanimidad.
168:3.4 (1847.4) Lázaro y sus hermanas fueron llamados a comparecer ante el Sanedrín la semana siguiente, y después de escuchar sus testimonios no le cupo a nadie la menor duda de que Lázaro había sido resucitado de entre los muertos. Aunque las actas del Sanedrín admitieron en la práctica la resurrección de Lázaro, en la anotación correspondiente se atribuían este y todos los demás prodigios obrados por Jesús al poder del príncipe de los demonios, el aliado de Jesús.
168:3.5 (1847.5) Fuera cual fuere la fuente de su poder para hacer prodigios, los líderes judíos estaban convencidos de que si no paraban a Jesús inmediatamente, muy pronto creería en él todo el pueblo, y además surgirían graves complicaciones con las autoridades romanas, puesto que muchos de sus creyentes lo consideraban como el Mesías, el libertador de Israel.
168:3.6 (1847.6) En esa misma reunión del Sanedrín el sumo sacerdote Caifás trajo por primera vez a colación el viejo adagio judío que repetiría tantas veces: «Es más conveniente que un hombre muera, y no que perezca la comunidad».
168:3.7 (1847.7) Jesús recibió aviso de las maquinaciones del Sanedrín ese negro viernes por la tarde, pero no se inquietó en lo más mínimo y pasó todo el sábado descansando con unos amigos en Betfagé, un poblado cercano a Betania. El domingo por la mañana temprano Jesús y los apóstoles se reunieron en casa de Lázaro como habían acordado, se despidieron de la familia de Betania y emprendieron el viaje de vuelta al campamento de Pella.
168:4.1 (1848.1) En el camino de Betania a Pella los apóstoles hicieron muchas preguntas a Jesús y el Maestro respondió abiertamente a todas menos a las relacionadas con los detalles de la resurrección de los muertos. Esos problemas estaban más allá de la capacidad de comprensión de sus apóstoles, por eso el Maestro se negó a comentarlos con ellos. Iban solos porque habían salido de Betania en secreto, y Jesús aprovechó la oportunidad para decir a los diez muchas cosas que pensaba que podrían prepararlos para los días difíciles que se avecinaban.
168:4.2 (1848.2) Los apóstoles se encontraban en estado de fuerte agitación mental y pasaron mucho tiempo hablando de sus experiencias recientes relacionadas con la oración y la respuesta a la oración. Todos recordaban cómo Jesús le había dicho claramente al mensajero de Betania en Filadelfia: «Esta enfermedad no es para la muerte». Y sin embargo Lázaro murió a pesar de esta promesa. Estuvieron todo el día dándole vueltas a la cuestión de la respuesta a la oración.
168:4.3 (1848.3) Las respuestas de Jesús a sus muchas preguntas se pueden resumir como sigue:
168:4.4 (1848.4) 1. La oración es una expresión de la mente finita que se esfuerza por acercarse a lo Infinito, por eso la formulación de una oración está necesariamente limitada por el conocimiento, la sabiduría y los atributos de lo finito. De igual forma, la respuesta ha de estar condicionada por la visión, los objetivos, los ideales y las prerrogativas de lo Infinito. Nunca se podrá observar una continuidad ininterrumpida de fenómenos materiales entre la formulación de una oración y la recepción de la plena respuesta espiritual a dicha oración.
168:4.5 (1848.5) 2. Cuando una oración queda aparentemente sin respuesta ese retraso presagia muchas veces una respuesta mejor, aunque por alguna buena razón sea un retraso considerable. Cuando Jesús dijo que la enfermedad de Lázaro no era realmente para la muerte, llevaba once horas muerto. Ninguna oración sincera se queda sin respuesta a no ser que el punto de vista superior del mundo espiritual haya concebido una respuesta mejor, una respuesta que satisface la petición del espíritu del hombre y no se limita a atender solo a la oración de su mente.
168:4.6 (1848.6) 3. Las oraciones del tiempo, cuando son dictadas por el espíritu y expresadas con fe, a menudo son tan amplias y abarcan tanto que solo pueden recibir respuesta en la eternidad. A veces la súplica finita está tan llena del deseo de captar lo Infinito que su respuesta debe ser aplazada durante largo tiempo, hasta que se cree la capacidad adecuada para recibirla. Puede que la oración de la fe abarque tanto que solo sea posible recibir la respuesta en el Paraíso.
168:4.7 (1848.7) 4. Las respuestas a la oración de la mente mortal suelen ser de tal naturaleza que la mente orante solo puede recibirlas y reconocerlas cuando ha alcanzado el estado de inmortalidad. Muchas veces la oración de un ser material solo puede recibir respuesta cuando ese ser ha progresado hasta el nivel de espíritu.
168:4.8 (1848.8) 5. La oración de una persona conocedora de Dios puede estar tan distorsionada por la ignorancia y tan deformada por la superstición que no sería bueno atender a su petición. Los seres intermediarios de espíritu tienen que traducir de tal manera esa oración que cuando llega la respuesta, el peticionario no puede reconocerla como la respuesta a su oración.
168:4.9 (1848.9) 6. Todas las oraciones verdaderas son dirigidas a seres espirituales y todas esas peticiones deben ser atendidas en términos espirituales; todas esas respuestas deben consistir en realidades espirituales. Los seres de espíritu no pueden ofrecer respuestas materiales a las peticiones de espíritu, aunque estas provengan de seres materiales. Los seres materiales solo pueden rezar eficazmente cuando «rezan en espíritu».
168:4.10 (1849.1) 7. Ninguna oración puede esperar respuesta a menos que haya nacido del espíritu y se haya alimentado con la fe. Vuestra fe sincera implica que habéis concedido de antemano a los que escuchan vuestra oración el pleno derecho de atender a vuestras peticiones según la sabiduría suprema y el amor divino que, como afirma vuestra fe, motivan siempre a los seres a quienes oráis.
168:4.11 (1849.2) 8. El niño siempre tiene el derecho de atreverse a pedir a sus padres, y los padres cumplen siempre con sus obligaciones parentales hacia el niño inmaduro cuando su sabiduría superior les dicta que retrasen la respuesta a la petición del niño, la modifiquen, la segreguen, la trasciendan o la pospongan hasta otra etapa de su ascensión espiritual.
168:4.12 (1849.3) 9. No vaciléis en formular oraciones procedentes del anhelo del espíritu y no tengáis duda de que recibiréis respuesta a vuestras peticiones. Esas respuestas quedarán en depósito, a la espera que alcancéis efectivamente, en este mundo o en otros, los futuros niveles espirituales de logro cósmico en los que seréis capaces de reconocer y asimilar las respuestas aplazadas a vuestras antiguas peticiones intempestivas.
168:4.13 (1849.4) 10. Todas las peticiones nacidas verdaderamente del espíritu recibirán respuesta. Pedid y recibiréis, pero no olvidéis que sois criaturas progresivas del tiempo y el espacio. No perdáis nunca de vista el factor espacio-tiempo en la experiencia de recibir personalmente las respuestas completas a vuestras diversas oraciones y peticiones.
168:5.1 (1849.5) Lázaro siguió viviendo en su casa de Betania y fue centro de gran interés para muchos creyentes sinceros y para muchos curiosos hasta la semana de la crucifixión de Jesús, cuando le avisaron de que el Sanedrín había decretado su muerte. Los dirigentes de los judíos estaban decididos a acabar con la difusión de las enseñanzas de Jesús y opinaban con razón que sería inútil matar a Jesús si dejaban que Lázaro, que personificaba el apogeo de sus obras prodigiosas, viviera para dar testimonio de que Jesús lo había resucitado de entre los muertos. Lázaro ya había sido duramente perseguido por ellos.
168:5.2 (1849.6) Y así, Lázaro se despidió a toda prisa de sus hermanas en Betania, huyó hacia Jericó, atravesó el Jordán y siguió prácticamente sin descanso hasta llegar a Filadelfia. Lázaro conocía bien a Abner y ahí se sentía a salvo de las intrigas asesinas del malvado Sanedrín.
168:5.3 (1849.7) Poco después Marta y María vendieron sus tierras de Betania y se reunieron con su hermano en Perea. Lázaro se había convertido entretanto en el tesorero de la Iglesia de Filadelfia. Apoyó firmemente a Abner en su controversia con Pablo y la Iglesia de Jerusalén, y murió a los 67 años de edad de la misma enfermedad que se lo había llevado años antes en Betania.
El libro de Urantia
Documento 169
169:0.1 (1850.1) JESÚS y los diez apóstoles llegaron al campamento de Pella el lunes 6 de marzo al caer la tarde. Esa fue la última semana que Jesús pasó allí, y se dedicó activamente a enseñar a la multitud e instruir a los apóstoles. Predicaba todas las tardes a la gente y respondía todas las noches a las preguntas de los apóstoles y de algunos discípulos más avanzados que vivían en el campamento.
169:0.2 (1850.2) La noticia de la resurrección de Lázaro había llegado al campamento dos días antes de la llegada del Maestro, y todos ardían de curiosidad. Desde el día en que Jesús dio de comer a los cinco mil no había ocurrido nada que despertara tanto la imaginación de la gente. Y así, en el apogeo de la segunda fase del ministerio público del reino, Jesús decidió enseñar durante una breve semana en Pella y luego empezar la gira por el sur de Perea que llevaría directamente a las trágicas experiencias finales de la última semana en Jerusalén.
169:0.3 (1850.3) Los fariseos y los jefes de los sacerdotes habían empezado a formular sus cargos y cristalizar sus acusaciones. Sus objeciones a las enseñanzas del Maestro se basaban en los motivos siguientes:
169:0.4 (1850.4) 1. Es amigo de publicanos y pecadores, recibe a los impíos e incluso come con ellos.
169:0.5 (1850.5) 2. Es un blasfemo, dice que Dios es su Padre y se cree igual a Dios.
169:0.6 (1850.6) 3. Vulnera la ley. Cura enfermedades en sabbat y burla de otras muchas maneras la sagrada ley de Israel.
169:0.7 (1850.7) 4. Está aliado con los demonios. Hace obras portentosas y milagros aparentes por el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios.
169:1.1 (1850.8) El jueves por la tarde Jesús habló a la multitud sobre la «gracia de la salvación». En este sermón volvió a contar las parábolas de la oveja perdida y de la moneda perdida, y luego añadió su favorita, la del hijo pródigo, diciendo así:
169:1.2 (1850.9) «Desde Samuel hasta Juan, los profetas os han advertido que busquéis a Dios, que busquéis la verdad. Han dicho siempre: ‘Buscad al Señor mientras pueda ser encontrado’. Y todas estas enseñanzas deben tomarse en serio. Pero yo he venido a mostraros que mientras vosotros intentáis encontrar a Dios, Dios intenta también encontraros a vosotros. Os he contado muchas veces la historia del buen pastor que dejó a las noventa y nueve ovejas en el redil mientras salía a buscar a la que se había perdido, y cuando hubo encontrado a la oveja extraviada se la echó al hombro y la llevó tiernamente al redil. Y cuando la oveja perdida fue devuelta al redil, recordaréis que el buen pastor llamó a sus amigos y les invitó a alegrarse con él por haber encontrado a la oveja que se había perdido. Os repito que hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento. El hecho de que haya almas perdidas no hace más que aumentar el interés del Padre celestial. He venido a este mundo a hacer lo que mi Padre me ha pedido, y se ha dicho con verdad del Hijo del Hombre que es amigo de publicanos y pecadores.
169:1.3 (1851.1) «Se os ha enseñado que la aceptación divina llega después de haberos arrepentido y como consecuencia de todas vuestras obras de sacrificio y penitencia, pero yo os aseguro que el Padre os acepta incluso antes de que os hayáis arrepentido y envía al Hijo y a sus asociados para que os encuentren y os traigan jubilosamente de vuelta al redil, al reino de la filiación y del progreso espiritual. Todos sois como ovejas que se han descarriado, y yo he venido a buscar y a salvar a los que están perdidos.
169:1.4 (1851.2) «Recordad también la historia de la mujer que se hizo fabricar un collar con diez monedas de plata y perdió una de las monedas. Entonces encendió la lámpara, barrió diligentemente la casa y siguió buscando hasta que encontró la moneda perdida, y en cuanto la encontró reunió a sus amigos y vecinos y les dijo: ‘Alegraos conmigo porque he hallado la moneda que estaba perdida’. Y os vuelvo a repetir que siempre hay alegría en presencia de las ángeles del cielo por un pecador que se arrepiente y vuelve al redil del Padre. Os cuento esta historia para convenceros de que el Padre y su Hijo salimos a buscar a los que se han perdido, y en esta búsqueda empleamos todas las influencias capaces de ayudarnos en nuestro afán diligente por encontrar a los que están perdidos, a los que necesitan ser salvados. Y así, el Hijo del Hombre sale al páramo a buscar a la oveja descarriada, pero también busca la moneda que se ha perdido en la casa. La oveja se extravía involuntariamente; la moneda está cubierta por el polvo del tiempo y oculta bajo la acumulación de las cosas humanas.
169:1.5 (1851.3) «Y ahora voy a contaros la historia del hijo desconsiderado de un rico propietario que dejó deliberadamente la casa de su padre y se fue a un país extranjero donde pasó muchas tribulaciones. Recordáis que la oveja se extravió sin querer, en cambio este joven se marchó de casa con premeditación. Esto fue lo que ocurrió:
169:1.6 (1851.4) «Un hombre tenía dos hijos. El más joven era jovial y despreocupado, siempre dispuesto a pasarlo bien y esquivar responsabilidades, mientras que su hermano mayor era serio, trabajador y responsable. Los hermanos no se entendían y estaban siempre discutiendo y peleando. El menor era alegre y animado, pero vago e informal; el mayor era sensato y diligente, pero al mismo tiempo egocéntrico, hosco y engreído. Al menor le gustaba divertirse y trabajaba lo menos posible; el mayor se entregaba al trabajo y se divertía poco. Sus relaciones se volvieron tan desagradables que el hijo menor fue a ver a su padre y le dijo: ‘Padre, dame la tercera parte de tu hacienda que me correspondería y permíteme salir al mundo a buscar fortuna’. Ante esta petición de su hijo pequeño, y sabiendo lo mal que se llevaba en casa con el mayor, el padre dividió sus bienes y dio al joven su parte.
169:1.7 (1851.5) «El joven reunió todos sus fondos en pocas semanas y se marchó a un país lejano, y como no encontró nada provechoso que hacer que fuera también agradable, malgastó pronto toda su herencia viviendo perdidamente. Cuando lo hubo gastado todo, una gran hambre asoló aquella tierra y empezó a pasar necesidad. Se encontró hambriento y desesperado, y tuvo que pedir trabajo a un ciudadano de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. El joven hubiera querido llenarse el estómago con las cáscaras que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
169:1.8 (1852.1) «Un día que tenía mucha hambre se puso a pensar y se dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra mientras yo perezco de hambre alimentando cerdos en un país extranjero! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme solo como a uno de tus jornaleros’. En cuanto el joven llegó a esta decisión se levantó y salió hacia la casa de su padre.
169:1.9 (1852.2) «El padre había pasado mucha pena por su hijo; echaba de menos al alegre aunque atolondrado muchacho. Este padre amaba a este hijo y estaba siempre vigilando por si volvía, así que el día en que el hijo se acercaba a su casa el padre lo vio desde muy lejos y corrió a recibirlo lleno de amor compasivo, lo abrazó y lo besó. Después de este encuentro, el hijo levantó los ojos hacia el rostro bañado en lágrimas de su padre y dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y a tus ojos, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo...’, pero el muchacho no pudo terminar su confesión porque el padre rebosante de alegría dijo a los criados que habían llegado corriendo: ‘Traed enseguida su mejor túnica, la que yo guardé, y ponédsela, poned en su mano el anillo de hijo e id a buscar unas sandalias para sus pies’.
169:1.10 (1852.3) «Y luego el feliz padre, después de conducir hasta la casa al muchacho agotado y dolorido de pies, dijo a sus sirvientes: ‘Traed al becerro cebado, matadlo, y comamos y celebremos, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado’. Todos se reunieron alrededor del padre para regocijarse con él porque había recuperado a su hijo.
169:1.11 (1852.4) «Mientras estaban celebrando el hijo mayor volvió de trabajar en el campo y oyó la música y las danzas al acercarse a la casa. Cuando llegó a la puerta de atrás llamó a uno de los sirvientes y preguntó por el motivo de tanta fiesta. El criado le dijo: ‘Tu hermano perdido desde hace tanto tiempo ha vuelto a casa y tu padre ha matado al becerro cebado para celebrar que su hijo está sano y salvo. Entra para saludar tú también a tu hermano y recibirlo de vuelta en casa de tu padre’.
169:1.12 (1852.5) «Al oír esto, el hermano mayor se sintió tan dolido y enojado que no quiso entrar en la casa. Cuando su padre se enteró de que estaba resentido por el recibimiento dado a su hermano menor salió a rogarle que entrara, pero el hijo mayor no se dejó convencer por su padre y le dijo: ‘Te he servido aquí durante todos estos años sin desobedecer la menor de tus órdenes y sin embargo no me has dado nunca ni siquiera un cabrito para divertirme con mis amigos. Me he quedado aquí cuidándote todos estos años y no has hecho nunca una fiesta por mi servicio fiel, pero cuando vuelve este hijo tuyo que ha derrochado tus bienes con rameras, te apresuras a matar al becerro cebado y festejar’.
169:1.13 (1852.6) «Como el padre amaba realmente a sus dos hijos intentó razonar con el mayor: ‘Pero hijo, has estado todo este tiempo conmigo y todo lo mío es tuyo. Podrías haber tenido un cabrito en cualquier momento en que hubieras hecho amigos para festejar con ellos. Ahora lo natural es que te unas a mi alegría y celebremos la vuelta de tu hermano. Piénsalo, hijo mío, tu hermano estaba perdido y ha sido hallado; ¡ha vuelto vivo a nosotros!’».
169:1.14 (1853.1) Esta fue una de las parábolas más conmovedoras y eficaces de todas las que Jesús contó para hacer comprender a sus oyentes que el Padre está deseando recibir a todos los que buscan entrar en el reino de los cielos.
169:1.15 (1853.2) Jesús tenía predilección por contar estas tres historias al mismo tiempo. Presentaba la historia de la oveja perdida para mostrar que cuando los hombres se apartan involuntariamente del sendero de la vida, el Padre está pendiente de esos hijos perdidos y sale con sus Hijos, los verdaderos pastores del rebaño, a buscar a las ovejas perdidas. Luego hablaba de la moneda perdida en la casa para ilustrar con cuánto cuidado se lleva a cabo la búsqueda divina de todos los que están confusos, confundidos o cegados espiritualmente por las preocupaciones materiales y las acumulaciones de la vida. Y para terminar, Jesús mostraba con la parábola del retorno y la acogida del hijo pródigo lo completo que es el restablecimiento del hijo perdido en la casa y en el corazón de su Padre.
169:1.16 (1853.3) Durante sus años de enseñanza Jesús contó y volvió a contar muchísimas veces la historia del hijo pródigo. Esta parábola y la del buen samaritano eran sus medios preferidos de enseñar el amor del Padre y las buenas relaciones entre los hombres.
169:2.1 (1853.4) Una tarde, comentando una declaración de Jesús, Simón Zelotes preguntó: «Maestro, ¿qué querías decir cuando afirmaste hoy que muchos de los hijos del mundo son más inteligentes en su generación que los hijos del reino porque tienen habilidad para obtener riquezas injustas?». Jesús contestó:
169:2.2 (1853.5) «Antes de entrar en el reino algunos de vosotros erais muy astutos en el trato con vuestros socios comerciales. Puede que fuerais injustos y a menudo incorrectos pero erais prudentes y previsores, pues hacíais vuestros negocios con el ojo puesto en vuestro beneficio presente y vuestra seguridad futura. Del mismo modo, deberíais ordenar ahora vuestra vida en el reino de forma que os proporcione alegría en el presente y os asegure además el disfrute futuro de los tesoros acumulados en el cielo. Si erais tan diligentes en acumular ganancias cuando trabajabais para vosotros mismos, ¿por qué tendríais que mostrar menos diligencia en la labor de ganar almas para el reino ahora que sois servidores de la hermandad de los hombres y administradores de Dios?
169:2.3 (1853.6) «Todos podéis sacar provecho de la historia de cierto hombre rico que tenía un administrador hábil pero injusto. Este administrador no solo había exprimido a los clientes de su amo para su beneficio personal, sino que había malgastado y derrochado directamente los fondos de su amo. Todo esto llegó por fin a oídos del amo que convocó al administrador para pedirle explicaciones sobre los rumores. Le exigió que rindiera cuentas inmediatamente y le advirtió que se preparara para dejar su puesto a otro.
169:2.4 (1853.7) «El administrador infiel empezó a pensar para sus adentros: ‘¿Qué haré cuando pierda esta administración? No tengo fuerzas para cavar y me da vergüenza mendigar. Ya sé lo que haré para asegurarme de que me reciban bien en las casas de todos los socios de mi amo cuando me hayan despedido’. Entonces se puso a llamar a cada uno de los deudores de su señor y dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. El deudor respondió: ‘Cien medidas de aceite’. El administrador le dijo: ‘Toma tu tablilla de cera, siéntate rápido y pon cincuenta en el pagaré’. Luego dijo a otro deudor: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. Él replicó: ‘Cien medidas de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu pagaré y escribe ochenta’. Y siguió haciendo esto con muchos más deudores. Este administrador infiel trató así de hacerse amigos para cuando fuera despedido de su administración. Incluso su amo y señor, cuando se enteró más tarde, tuvo que reconocer que su administrador infiel por lo menos había sido sagaz en su forma de prepararse para futuros tiempos de pobreza y adversidad.
169:2.5 (1854.1) «Y así, los hijos de este mundo preparan algunas veces su futuro con más sabiduría que los hijos de la luz. Os digo a vosotros que aspiráis a adquirir un tesoro en el cielo: Aprended de los que hacen amigos con riquezas conseguidas injustamente y conducid vuestra vida de tal manera que hagáis amistad eterna con las fuerzas de la rectitud, para que cuando fallen todas las cosas terrenales seáis recibidos con júbilo en las moradas eternas.
169:2.6 (1854.2) «Yo os aseguro que el que es fiel en lo poco es fiel también en lo mucho, y el que no es recto en lo poco tampoco lo será en lo mucho. Si no habéis mostrado integridad ni previsión en los asuntos de este mundo, ¿cómo podéis esperar ser fieles y prudentes cuando os sea confiada la administración de las verdaderas riquezas del reino celestial? Si no sois buenos administradores y banqueros fieles, si no habéis sido fieles con los bienes de otros, ¿quién será tan necio como para poner un gran tesoro a vuestro nombre?
169:2.7 (1854.3) «Y vuelvo a repetiros que nadie puede servir a dos señores. O bien odiará a uno y amará al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.»
169:2.8 (1854.4) Cuando los fariseos que estaban presentes oyeron esto empezaron a burlarse y hacer gestos de desprecio porque eran muy dados a adquirir riquezas. Estos oyentes hostiles intentaron enredar a Jesús en discusiones estériles, pero él se negó a debatir con sus enemigos. Cuando los fariseos se pusieron a discutir entre ellos sus fuertes voces atrajeron a muchos de los que estaban acampados en los alrededores, y cuando se acaloró la disputa Jesús se retiró a su tienda para pasar la noche.
169:3.1 (1854.5) Cuando la reunión se volvió demasiado ruidosa, Simón Pedro se levantó y tomó el control de la situación diciendo: «Amigos y hermanos, es indecoroso que discutáis así entre vosotros. El Maestro ha hablado y hacéis bien en reflexionar sobre sus palabras, pero la doctrina que os ha presentado no es nueva. ¿No habéis oído nunca la alegoría de los nazareos sobre el rico y el mendigo? Algunos de nosotros oímos a Juan el Bautista contar esta parábola con voz atronadora como advertencia a todos los que aman las riquezas y codician bienes fraudulentos. Y aunque esta antigua parábola no es conforme con el evangelio que predicamos, a todos os convendría atender a sus lecciones hasta el momento en que podáis comprender la nueva luz del reino de los cielos. La historia, tal como Juan la contaba, era así:
169:3.2 (1854.6) «Había un hombre rico llamado Dives que se vestía de púrpura y lino fino, y vivía todos los días en el lujo y la diversión. Había un mendigo llamado Lázaro que yacía a la puerta de este rico cubierto de llagas y deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico; y hasta los perros venían a lamerle las llagas. Y sucedió que murió el mendigo y fue llevado por las ángeles a descansar en el seno de Abraham. Poco después murió también el rico y fue enterrado con gran pompa y esplendor. Cuando el rico dejó este mundo se despertó en el Hades, y al encontrarse en el tormento alzó los ojos y vio a Abraham a lo lejos y a Lázaro en su seno. Entonces Dives gritó: ‘Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y me refresque la lengua, pues estoy atormentado en mi castigo’. Y Abraham respondió: ‘Hijo, recuerda que disfrutaste de las cosas buenas durante tu vida mientras Lázaro soportaba las malas. Pero ahora todo ha cambiado, Lázaro es consolado y tú atormentado. Y además hay un gran abismo entre nosotros y vosotros, de manera que no podemos pasar de aquí a vosotros ni vosotros podéis venir hasta nosotros’. Entonces Dives dijo a Abraham: ‘Te ruego que envíes a Lázaro a la casa de mi padre pues tengo cinco hermanos, para que pueda evitar con su testimonio que vengan mis hermanos a este lugar de tormento’. Pero Abraham dijo: ‘Hijo, tienen a Moisés y a los profetas; que los oigan a ellos’. Dives contestó: ‘¡No, no, padre Abraham! pero si va a ellos uno de entre los muertos, se arrepentirán’. Y entonces dijo Abraham: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán ni aunque alguno se levante de entre los muertos’.»
169:3.3 (1855.1) Cuando Pedro terminó de contar esta antigua parábola de la hermandad nazarea la multitud se había calmado y Andrés levantó la sesión para pasar la noche. Tanto los apóstoles como los discípulos preguntaron en muchas ocasiones a Jesús sobre la parábola de Dives y Lázaro, pero él nunca accedió a comentar sobre ella.
169:4.1 (1855.2) Jesús siempre tuvo dificultades para explicar a los apóstoles que aunque proclamaban el establecimiento del reino de Dios, el Padre del cielo no era un rey. En la época en que Jesús vivió en la tierra y enseñó en la carne las gentes de Urantia solían asociar el gobierno de las naciones con reyes y emperadores, y los judíos llevaban mucho tiempo esperando la llegada del reino de Dios. Por estas y otras razones, el Maestro pensó que era mejor llamar reino de los cielos a la hermandad espiritual de los hombres y Padre del cielo al espíritu que encabeza esta hermandad. Jesús no se refirió nunca a su Padre como rey. En sus charlas íntimas con los apóstoles se refería siempre a sí mismo como el Hijo del Hombre y como su hermano mayor. Describía a todos sus seguidores como servidores de la humanidad y mensajeros del evangelio del reino.
169:4.2 (1855.3) Jesús no dio nunca a sus apóstoles lecciones sistemáticas sobre la personalidad y los atributos del Padre del cielo. No pidió nunca a los hombres que creyeran en su Padre; daba por sentado que lo hacían. Jesús nunca se rebajó a presentar argumentos para demostrar la realidad del Padre. Toda su enseñanza sobre el Padre se centraba en la declaración de que él y el Padre eran uno; que aquel que ha visto al Hijo ha visto al Padre; que el Padre, al igual que el Hijo, conoce todas las cosas; que solo el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo revela, conoce realmente al Padre; que aquel que conoce al Hijo conoce también al Padre; y que el Padre lo envió al mundo a revelar sus naturalezas combinadas y dar a conocer su trabajo conjunto. No hizo ninguna otra declaración sobre su Padre, excepto a la mujer de Samaria cuando afirmó junto al pozo de Jacob: «Dios es espíritu».
169:4.3 (1856.1) Aprendéis sobre Dios a través de Jesús observando la divinidad de su vida, no dependiendo de sus enseñanzas. De la vida del Maestro cada uno de vosotros puede asimilar el concepto de Dios que representa la medida de vuestra capacidad para percibir las realidades espirituales y divinas, las verdades reales y eternas. Lo finito no puede esperar nunca comprender lo Infinito, excepto cuando lo Infinito estuvo focalizado en la personalidad espacio-temporal de la experiencia finita de la vida humana de Jesús de Nazaret.
169:4.4 (1856.2) Jesús sabía muy bien que Dios solo puede ser conocido mediante las realidades de la experiencia; nunca puede ser comprendido mediante la sola enseñanza de la mente. Jesús enseñó a sus apóstoles que aunque nunca podrían comprender plenamente a Dios, podrían sin duda conocerlo igual que habían conocido al Hijo del Hombre. Podéis conocer a Dios, no a base de comprender lo que decía Jesús, sino a base de saber lo que era Jesús. Jesús era una revelación de Dios.
169:4.5 (1856.3) Excepto cuando citaba las escrituras hebreas, Jesús se refería a la Deidad solo por dos nombres: Dios y Padre. Y cuando el Maestro hacía referencia a su Padre como Dios, solía emplear la palabra hebrea que significa el Dios plural (la Trinidad) y no la palabra Yahvé, que representaba el concepto progresivo del Dios tribal de los judíos.
169:4.6 (1856.4) Jesús no llamó nunca rey al Padre y lamentaba mucho que la esperanza de los judíos en la restauración de su reino y la proclamación que hizo Juan sobre un reino venidero le hubieran obligado a denominar reino de los cielos a la hermandad espiritual que se proponía establecer. Con una sola excepción —la declaración de que «Dios es espíritu»— Jesús no se refirió nunca a la Deidad en términos que no fueran los que describen su propia relación personal con la Primera Fuente y Centro del Paraíso.
169:4.7 (1856.5) Jesús empleó la palabra Dios para designar la idea de Deidad y la palabra Padre para designar la experiencia de conocer a Dios. Cuando se utiliza la palabra Padre para significar Dios, se debe entender en su sentido más amplio posible. La palabra Dios no se puede definir y representa por lo tanto el concepto infinito del Padre, mientras que el término Padre, que admite una definición parcial, se puede utilizar para representar el concepto humano del Padre divino en su asociación con el hombre durante la existencia mortal.
169:4.8 (1856.6) Para los judíos Elohim era el Dios de dioses, mientras que Yahvé era el Dios de Israel. Jesús aceptaba el concepto de Elohim y llamaba Dios a este grupo supremo de seres. En lugar del concepto de Yahvé, la deidad racial, introdujo la idea de la paternidad de Dios y la hermandad mundial de los hombres. Exaltó el concepto de Yahvé como Padre racial deificado hasta la idea de un Padre de todos los hijos de los hombres, un Padre divino del creyente individual. Y enseñó además que este Dios de los universos y este Padre de todos los hombres eran la misma y única Deidad del Paraíso.
169:4.9 (1856.7) Jesús no se presentó nunca como la manifestación de Elohim (Dios) en la carne. No declaró nunca que fuera una revelación de Elohim (Dios) a los mundos. No enseñó nunca que quien lo hubiera visto había visto a Elohim (Dios). En cambio se proclamó a sí mismo como la revelación del Padre en la carne y dijo que quien lo hubiera visto había visto al Padre. Como Hijo divino afirmó que representaba solo al Padre.
169:4.10 (1857.1) Él era realmente Hijo del Dios Elohim, pero durante su encarnación como mortal y para los hijos mortales de Dios, eligió limitar la revelación de su vida a la descripción del carácter de su Padre hasta donde dicha revelación pudiera ser comprensible para el hombre mortal. En lo que se refiere al carácter de las otras personas de la Trinidad del Paraíso habremos de contentarnos con la enseñanza de que son enteramente como el Padre, cuyo retrato personal ha sido revelado en la vida de su Hijo encarnado, Jesús de Nazaret.
169:4.11 (1857.2) Aunque Jesús reveló en su vida terrenal la verdadera naturaleza del Padre celestial, enseñó pocas cosas sobre él. De hecho, solo enseñó dos cosas: que Dios en sí es espíritu y que en todas sus relaciones con sus criaturas es un Padre. Aquella noche Jesús hizo la afirmación final de su relación con Dios cuando declaró: «Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejaré el mundo y volveré al Padre».
169:4.12 (1857.3) ¡Pero cuidado!, Jesús no dijo nunca: «Quien me haya oído ha oído a Dios». Lo que dijo fue: «Aquel que me haya visto, ha visto al Padre». Oír las enseñanzas de Jesús no equivale a conocer a Dios, pero ver a Jesús es una experiencia que es en sí misma una revelación del Padre al alma. El Dios de los universos gobierna la inmensa creación, pero es el Padre del cielo el que envía a su espíritu para que more dentro de vuestra mente.
169:4.13 (1857.4) Jesús bajo forma humana es la lente espiritual que hace visible para la criatura material a Aquel que es invisible. Es vuestro hermano mayor que os da a conocer en la carne a un Ser de atributos infinitos a quien ni siquiera las huestes celestiales se atreven a considerar que comprenden plenamente. Todo esto constituye la experiencia personal del creyente individual. Dios, que es espíritu, solo puede ser conocido como experiencia espiritual. Dios solo puede ser revelado como un Padre a los hijos finitos de los mundos materiales por el Hijo divino de los dominios espirituales. Podéis conocer al Eterno como Padre; podéis adorarlo como el Dios de los universos, el Creador infinito de todas las existencias.
El libro de Urantia
Documento 170
170:0.1 (1858.1) EL SÁBADO 11 de marzo por la tarde Jesús predicó su último sermón en Pella. Esta alocución, una de las más notables de su ministerio público, trató de forma amplia y completa sobre el reino de los cielos. El Maestro se daba cuenta de la confusión que existía en la mente de sus apóstoles y discípulos sobre la trascendencia y el significado de las expresiones «reino de los cielos» y «reino de Dios», que él utilizaba indistintamente para designar su misión de otorgamiento. Aunque la propia expresión «reino de los cielos» debería haber sido suficiente para disociar su significado de cualquier relación con los reinos terrenales y los gobiernos temporales, no lo era. La idea de un rey temporal tenía raíces demasiado profundas en la mente de los judíos como para poder desalojarla en una sola generación. Por eso al principio Jesús no se opuso abiertamente a este concepto del reino que llevaban tanto tiempo cultivando.
170:0.2 (1858.2) Aquella tarde el Maestro intentó dejar muy clara la enseñanza sobre el reino de los cielos. Trató el tema desde todos los puntos de vista y se esforzó por explicar los muchos sentidos diferentes en los que se había utilizado esta expresión. En esta exposición ampliaremos su discurso añadiendo numerosas afirmaciones hechas por Jesús en ocasiones anteriores e incluiremos algunas observaciones que hizo solo a los apóstoles en la conversación vespertina de ese mismo sábado. Haremos también ciertos comentarios sobre el desarrollo subsiguiente de la idea del reino en la Iglesia cristiana posterior.
170:1.1 (1858.3) En relación con el relato del sermón de Jesús cabe señalar que en todas las escrituras hebreas había un concepto dual del reino de los cielos. Los profetas presentaban el reino de Dios como:
170:1.2 (1858.4) 1. Una realidad presente.
170:1.3 (1858.5) 2. Una esperanza futura cuando el reino se hiciera realidad en su plenitud con la aparición del Mesías. Este es el concepto del reino que enseñó Juan el Bautista.
170:1.4 (1858.6) Jesús y los apóstoles enseñaron estos dos conceptos desde el primer momento, y no olvidemos que existían además otras dos ideas del reino:
170:1.5 (1858.7) 3. El concepto judío más tardío de un reino mundial y trascendental de origen sobrenatural que había de inaugurarse milagrosamente.
170:1.6 (1858.8) 4. Las enseñanzas persas que describían el establecimiento de un reino divino al fin del mundo como resultado del triunfo del bien sobre el mal.
170:1.7 (1858.9) Justo antes del advenimiento de Jesús a la tierra, los judíos combinaban y confundían todas estas ideas del reino en su concepto apocalíptico de la llegada del Mesías que había de inaugurar la edad del triunfo judío, la edad eterna del reinado supremo de Dios en la tierra, el nuevo mundo, la era en la que toda la humanidad adoraría a Yahvé. Cuando Jesús decidió utilizar este concepto del reino de los cielos, optó por apropiarse de la herencia más vital y culminante tanto de la religión judía como de la persa.
170:1.8 (1859.1) El reino de los cielos, tal como ha sido entendido y malentendido a lo largo de los siglos de la era cristiana, englobaba cuatro diferentes grupos de ideas:
170:1.9 (1859.2) 1. El concepto de los judíos.
170:1.10 (1859.3) 2. El concepto de los persas.
170:1.11 (1859.4) 3. El concepto de la experiencia personal de Jesús: «el reino de los cielos dentro de vosotros».
170:1.12 (1859.5) 4. Los conceptos compuestos y confusos que los fundadores y promulgadores del cristianismo han intentado inculcar al mundo.
170:1.13 (1859.6) En distintos momentos y circunstancias parece que Jesús pudo haber presentado muchos conceptos del «reino» en sus enseñanzas públicas, pero siempre enseñó a sus apóstoles que el reino consistía en la experiencia personal del hombre con sus semejantes de la tierra y con el Padre del cielo. Siempre que hablaba del reino terminaba diciendo: «El reino está dentro de vosotros».
170:1.14 (1859.7) Tres factores han sido los causantes de muchos siglos de confusión sobre el significado de la expresión «reino de los cielos»:
170:1.15 (1859.8) 1. La confusión que se produjo al observar que la idea del «reino» pasaba por varias fases progresivas de replanteamiento por parte de Jesús y sus apóstoles.
170:1.16 (1859.9) 2. La confusión que acompañó inevitablemente al trasplante del cristianismo primitivo del terreno judío al gentil.
170:1.17 (1859.10) 3. La confusión inherente al hecho de que el cristianismo se convirtió en una religión organizada en torno a la idea central de la persona de Jesús. El evangelio del reino se fue convirtiendo cada vez más en una religión sobre Jesús.
170:2.1 (1859.11) El Maestro dejó muy claro que el reino de los cielos debe empezar por el concepto dual de la verdad de la paternidad de Dios y el hecho correlativo de la hermandad de los hombres, y debe estar centrado en dicho concepto. Jesús afirmó que la aceptación de esta enseñanza liberaría a los hombres de la esclavitud multisecular del miedo animal y enriquecería al mismo tiempo el vivir humano con las siguientes dotaciones de la nueva vida de libertad espiritual:
170:2.2 (1859.12) 1. Una valentía nueva y un poder espiritual mayor. El evangelio del reino había de hacer libre al hombre e inspirarlo para atreverse a esperar en la vida eterna.
170:2.3 (1859.13) 2. El evangelio llevaba un mensaje de nueva confianza y consuelo verdadero para todos los hombres, incluso para los pobres.
170:2.4 (1859.14) 3. Era en sí mismo un nuevo criterio de valores morales, una nueva vara ética con la que medir la conducta humana. Describía el ideal de un nuevo orden de sociedad humana que había de resultar de él.
170:2.5 (1859.15) 4. Enseñaba la preeminencia de lo espiritual frente a lo material, glorificaba las realidades espirituales y exaltaba los ideales sobrehumanos.
170:2.6 (1860.1) 5. Este nuevo evangelio presentaba el logro espiritual como la verdadera meta del vivir. La vida humana recibía una nueva dotación de valor moral y dignidad divina.
170:2.7 (1860.2) 6. Jesús enseñó que las realidades eternas eran el resultado (la recompensa) del esfuerzo por vivir rectamente en la tierra. La estancia mortal del hombre en la tierra adquirió nuevos significados como consecuencia del reconocimiento de un destino noble.
170:2.8 (1860.3) 7. El nuevo evangelio afirmaba que la salvación humana es la revelación de un propósito divino de largo alcance que ha de cumplirse y realizarse en el destino futuro del servicio sin fin de los hijos salvados de Dios.
170:2.9 (1860.4) Estas enseñanzas constituyen la idea ampliada del reino que Jesús enseñó. Este gran concepto no estaba contenido en las enseñanzas confusas y elementales de Juan el Bautista sobre el reino.
170:2.10 (1860.5) Los apóstoles no pudieron captar el significado real de las declaraciones del Maestro sobre el reino. La distorsión posterior de las enseñanzas de Jesús, tal como las recoge el Nuevo Testamento, se debe a que el concepto de los escritores del evangelio estaba teñido por la creencia de que Jesús se había ausentado del mundo por poco tiempo y volvería pronto para establecer el reino en poder y gloria. Esta era la idea que tenían mientras Jesús estuvo con ellos en la carne. Pero Jesús nunca relacionó el establecimiento del reino con la idea de su retorno a este mundo. Que hayan pasado los siglos sin ningún signo de la aparición de la «Nueva Edad» no contradice en nada las enseñanzas de Jesús.
170:2.11 (1860.6) Este sermón fue el gran esfuerzo de Jesús por transformar el concepto del reino de los cielos en el ideal de hacer la voluntad de Dios. Hacía tiempo que el Maestro había enseñado a sus seguidores a rezar: «Que venga tu reino; que se haga tu voluntad», y en ese momento puso todo su empeño en intentar que sustituyeran la expresión reino de Dios por su equivalente más práctico: la voluntad de Dios. Pero no lo consiguió.
170:2.12 (1860.7) Jesús deseaba sustituir la idea de reino, rey y súbditos por el concepto de familia celestial, de Padre celestial e hijos liberados de Dios dedicados al servicio jubiloso y voluntario a sus semejantes y a la adoración sublime e inteligente de Dios Padre.
170:2.13 (1860.8) Hasta ese momento los apóstoles habían adquirido un punto de vista doble sobre el reino. Lo consideraban como:
170:2.14 (1860.9) 1. Una experiencia personal que tenía lugar en el corazón de los verdaderos creyentes.
170:2.15 (1860.10) 2. Una serie de fenómenos raciales o mundiales. El reino estaba en el futuro, era una expectativa ilusionante.
170:2.16 (1860.11) Consideraban la venida del reino al corazón de los hombres como un desarrollo gradual semejante a la levadura en la masa o el crecimiento de la semilla de mostaza. En cambio pensaban que la venida del reino en el sentido racial o mundial sería repentina y espectacular. Jesús no se cansó nunca de repetirles que el reino de los cielos era su propia experiencia personal de darse cuenta de las cualidades más altas del vivir espiritual, y que estas realidades de la experiencia de espíritu se traducen progresivamente en niveles nuevos y más altos de certidumbre divina y grandeza eterna.
170:2.17 (1860.12) Aquella tarde el Maestro explicó claramente un nuevo concepto de la doble naturaleza del reino cuando describió los dos aspectos siguientes:
170:2.18 (1860.13) «Primero: el reino de Dios en este mundo, el deseo supremo de hacer la voluntad de Dios, el amor desinteresado de los hombres que produce los buenos frutos de una mejor conducta ética y moral.
170:2.19 (1861.1) «Segundo: el reino de Dios en el cielo, la meta de los creyentes mortales, el estado en el que el amor a Dios se ha perfeccionado y en el que se hace la voluntad de Dios de manera más divina.»
170:2.20 (1861.2) Jesús enseñó que el creyente entra desde ahora mismo en el reino por la fe. En sus diversos discursos explicó que hay dos cosas esenciales para entrar en el reino por la fe:
170:2.21 (1861.3) 1. Tener fe y sinceridad. Llegar como un niño pequeño y recibir el don de la filiación como un regalo; someterse a cumplir la voluntad del Padre sin cuestionarla, con plena seguridad y confianza sincera en la sabiduría del Padre; entrar en el reino libre de prejuicios e ideas preconcebidas; ser de mentalidad abierta y estar dispuesto a aprender como un niño no consentido.
170:2.22 (1861.4) 2. Tener hambre de verdad. La sed de rectitud supone cambiar de mentalidad y adquirir la motivación de ser como Dios y de encontrar a Dios.
170:2.23 (1861.5) Jesús enseñó que el pecado no es producto de una naturaleza imperfecta, sino más bien fruto de una mente consciente dominada por una voluntad insumisa. Con respecto al pecado, enseñó que Dios ya ha perdonado y que ponemos dicho perdón a nuestra disposición personal mediante el acto de perdonar a nuestros semejantes. Cuando perdonáis a vuestro hermano en la carne creáis en vuestra propia alma la capacidad de recibir la realidad del perdón de Dios por vuestras propias malas acciones.
170:2.24 (1861.6) En el momento en que el apóstol Juan empezaba a escribir la historia de la vida y enseñanzas de Jesús, la idea del reino de Dios había provocado tantas persecuciones a los primeros cristianos que habían dejado de utilizar la expresión casi por completo. Juan habla mucho sobre la «vida eterna». Jesús habló mucho del «reino de la vida». También aludió con frecuencia al «reino de Dios dentro de vosotros». Una vez calificó esta experiencia de «comunión familiar con Dios Padre». Jesús intentaba sustituir la palabra ‘reino’ por otros muchos términos, aunque nunca lo consiguió. Utilizó entre otros: la familia de Dios, la voluntad del Padre, los amigos de Dios, la comunidad de creyentes, la hermandad de los hombres, el redil del Padre, los hijos de Dios, la comunidad de los fieles, el servicio del Padre y los hijos liberados de Dios.
170:2.25 (1861.7) Pero no pudo evitar que se utilizara la idea de reino. No fue hasta más de cincuenta años más tarde, después de la destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos, cuando este concepto del reino empezó a transformarse en el culto de la vida eterna, al tiempo que sus aspectos sociales e institucionales eran asumidos por la rápida expansión y cristalización de la Iglesia cristiana.
170:3.1 (1861.8) Jesús estaba siempre intentando inculcar a sus apóstoles y discípulos que debían adquirir, por la fe, una rectitud que sobrepasara la rectitud de las obras serviles de las que tanto se vanagloriaban ante el mundo algunos escribas y fariseos.
170:3.2 (1861.9) Jesús enseñó que la fe, creer con la sencillez de un niño, es la llave de la puerta del reino. Enseñó también que después de pasar la puerta están los peldaños progresivos de rectitud que todo niño creyente debe ascender para crecer hasta la estatura plena de los hijos vigorosos de Dios.
170:3.3 (1861.10) En la manera de recibir el perdón de Dios es donde se revela el modo de alcanzar la rectitud del reino. La fe es el precio que pagáis por entrar en la familia de Dios, pero el perdón es el acto de Dios que acepta vuestra fe como precio de admisión. Para un creyente en el reino recibir el perdón de Dios supone una experiencia concreta y real compuesta por los cuatro pasos siguientes, que son los peldaños del reino hacia la rectitud interior:
170:3.4 (1862.1) 1. El hombre puede disponer efectivamente del perdón de Dios y experimentarlo personalmente en la misma medida en que perdona a sus semejantes.
170:3.5 (1862.2) 2. El hombre no perdonará de verdad a sus semejantes a menos que los ame como a sí mismo.
170:3.6 (1862.3) 3. Amar así al prójimo como a uno mismo es la ética más elevada.
170:3.7 (1862.4) 4. La conducta moral, la rectitud verdadera, será por lo tanto el resultado natural de ese amor.
170:3.8 (1862.5) Se hace así patente que la verdadera religión interior del reino tiende a manifestarse de forma creciente e indefectible en las vías prácticas del servicio social. Jesús enseñó una religión viva que impulsaba a sus creyentes a dedicarse a servir por amor. Pero Jesús no puso la ética en el lugar de la religión. Enseñó que la religión era la causa y la ética, el resultado.
170:3.9 (1862.6) La rectitud de cualquier acto se mide por su motivación; las formas más altas del bien son por lo tanto inconscientes. Jesús no se interesó nunca por la ética ni por la moralidad en sí mismas. Estaba dedicado a la comunión interior y espiritual con Dios Padre que se manifiesta tan cierta y directamente en el servicio externo de amor a los hombres. Enseñó que la religión del reino es una auténtica experiencia personal que nadie puede reservar para sí; que la consciencia de pertenecer a la familia de los creyentes lleva inevitablemente a cumplir los preceptos de conducta de la familia, el servicio a nuestros hermanos y hermanas en un esfuerzo por realzar y ampliar la hermandad.
170:3.10 (1862.7) La religión del reino es personal, individual; sus frutos, sus resultados, son familiares, sociales. Jesús no dejó nunca de exaltar el carácter sagrado del individuo en contraste con la comunidad. Pero reconocía también que el hombre desarrolla su carácter mediante el servicio desinteresado y que despliega su naturaleza moral en sus relaciones de amor con sus semejantes.
170:3.11 (1862.8) Al enseñar que el reino está dentro de nosotros, al exaltar al individuo, Jesús dio el golpe de gracia al viejo orden social y abrió paso a la nueva dispensación de la verdadera rectitud social. El mundo ha conocido poco este nuevo orden social porque se ha negado a practicar los principios del evangelio del reino de los cielos. Y cuando este reino de preeminencia espiritual venga a la tierra, no se manifestará en una mera mejora de las condiciones sociales y materiales, sino más bien en las glorias de los valores espirituales realzados y enriquecidos que caracterizarán la edad de mejores relaciones humanas y logros espirituales progresivos que se aproxima.
170:4.1 (1862.9) Jesús no dio nunca una definición precisa del reino. Unas veces disertaba sobre una faceta del reino y otras hablaba de un aspecto diferente de la hermandad del reinado de Dios en el corazón de los hombres. Durante el sermón de esa tarde de sabbat Jesús habló por lo menos de cinco fases o épocas del reino, que fueron las siguientes:
170:4.2 (1862.10) 1. La experiencia personal interna de la vida espiritual de cada creyente en comunión individual con Dios Padre.
170:4.3 (1863.1) 2. La hermandad creciente de los que creen en el evangelio, los aspectos sociales del avance moral y el estímulo ético que resultan del reinado del espíritu de Dios en el corazón de los creyentes individuales.
170:4.4 (1863.2) 3. La hermandad supramortal de los seres espirituales invisibles que prevalece en la tierra y en el cielo, el reino sobrehumano de Dios.
170:4.5 (1863.3) 4. La perspectiva de un cumplimiento más perfecto de la voluntad de Dios, el avance hacia el amanecer de un nuevo orden social en conexión con un vivir espiritual mejorado, la siguiente edad del hombre.
170:4.6 (1863.4) 5. El reino en su plenitud, la futura edad espiritual de luz y vida en el planeta.
170:4.7 (1863.5) Por eso hemos de examinar siempre la enseñanza del Maestro para determinar a cuál de estas cinco fases puede estar haciendo referencia cuando utiliza la expresión «reino de los cielos». Mediante este proceso de cambiar gradualmente la voluntad del hombre, con su correspondiente influencia sobre las decisiones humanas, Miguel y sus asociados están cambiando de forma gradual pero cierta todo el curso de la evolución humana, socialmente y en otros aspectos.
170:4.8 (1863.6) En esta ocasión el Maestro puso énfasis en los cinco puntos siguientes en cuanto que representan los rasgos cardinales del evangelio del reino:
170:4.9 (1863.7) 1. La preeminencia del individuo.
170:4.10 (1863.8) 2. La voluntad como factor determinante en la experiencia humana.
170:4.11 (1863.9) 3. La comunidad espiritual con Dios Padre.
170:4.12 (1863.10) 4. Las satisfacciones supremas de servir a los hombres con amor.
170:4.13 (1863.11) 5. La trascendencia de lo espiritual sobre lo material en la personalidad humana.
170:4.14 (1863.12) Este mundo no ha puesto nunca a prueba seria, sincera y honradamente estas ideas dinámicas y estos ideales divinos de la doctrina de Jesús sobre el reino de los cielos. Pero no deberíais desanimaros por el progreso aparentemente lento de la idea del reino en Urantia. Recordad que el orden de la evolución progresiva está sujeto a cambios periódicos repentinos e inesperados tanto en el mundo material como en el espiritual. El otorgamiento de Jesús como Hijo encarnado fue precisamente uno de esos acontecimientos extraños e inesperados en la vida espiritual del mundo. Ni tampoco cometáis el error fatal de buscar la manifestación del reino en vuestra época y olvidaros de establecerlo en vuestra propia alma.
170:4.15 (1863.13) Aunque Jesús se refirió a una fase del reino situada en el futuro e insinuó en numerosas ocasiones que ese acontecimiento podría aparecer como parte de una crisis mundial, y aunque también prometió claramente, con toda certeza y en diversas ocasiones volver a Urantia alguna vez, hay que dejar constancia de que nunca asoció explícitamente estas dos ideas. Prometió una nueva revelación del reino en la tierra en algún momento futuro, prometió también volver alguna vez a este mundo en persona, pero nunca dijo que esos dos acontecimientos coincidirían. Que nosotros sepamos, estas promesas podrían referirse o no al mismo acontecimiento.
170:4.16 (1863.14) Pero es indudable que sus apóstoles y discípulos relacionaron estas dos enseñanzas. Cuando el reino no se materializó como esperaban, recordaron la enseñanza del Maestro sobre un reino futuro y la asociaron a su promesa de que volvería hasta llegar a la conclusión de que ambas promesas se referían al mismo acontecimiento. Por eso vivieron esperando esa inminente segunda venida en la que habría de establecerse el reino en su plenitud con poder y majestad, y así han vivido en la tierra las generaciones sucesivas de creyentes, con la misma inspiradora pero decepcionante esperanza.
170:5.1 (1864.1) Al final de este resumen de las enseñanzas de Jesús sobre el reino de los cielos hemos sido autorizados a exponer ciertas ideas posteriores que se asociaron al concepto del reino y a hacer un pronóstico profético sobre la posible evolución del reino en la edad por venir.
170:5.2 (1864.2) Durante los primeros siglos de la propaganda cristiana la idea del reino de los cielos estuvo enormemente influida por las nociones del idealismo griego que estaba entonces en plena difusión: la idea de lo natural como sombra de lo espiritual, lo temporal como sombra de lo eterno en el tiempo.
170:5.3 (1864.3) Pero el gran paso que marcó el trasplante de las enseñanzas de Jesús del terreno judío al terreno gentil consistió en convertir al Mesías del reino en el Redentor de la Iglesia, una organización religiosa y social que surgió de las actividades de Pablo y sus sucesores y se fundamentó en las enseñanzas de Jesús complementadas por las ideas de Filón y las doctrinas persas del bien y del mal.
170:5.4 (1864.4) Las ideas y los ideales de Jesús recogidos en la enseñanza del evangelio del reino estuvieron a punto de perderse a medida que sus seguidores iban distorsionando progresivamente sus declaraciones. El concepto del reino presentado por el Maestro fue modificado notablemente por dos grandes tendencias:
170:5.5 (1864.5) 1. Los creyentes judíos siguieron considerando a Jesús como el Mesías. Creían que volvería muy pronto para establecer de hecho un reino mundial más o menos material.
170:5.6 (1864.6) 2. Los cristianos gentiles empezaron a aceptar enseguida las doctrinas de Pablo que condujeron cada vez más a la creencia general de que Jesús era el Redentor de los hijos de la Iglesia, la nueva sucesora institucional del concepto anterior de hermandad puramente espiritual del reino.
170:5.7 (1864.7) La Iglesia como consecuencia social del reino habría sido enteramente natural e incluso deseable. El mal de la Iglesia no fue su existencia, sino que suplantó casi por completo el concepto de Jesús sobre el reino. La Iglesia institucionalizada de Pablo se convirtió en el sustituto virtual del reino de los cielos que Jesús había proclamado.
170:5.8 (1864.8) Pero el Maestro enseñó que el reino de los cielos existe dentro del corazón del creyente, y no dudéis que este mismo reino de los cielos ha de ser proclamado todavía a la Iglesia cristiana, así como a todas las demás religiones, razas y naciones del planeta, incluso a cada individuo.
170:5.9 (1864.9) El reino que enseñó Jesús —el ideal espiritual de rectitud individual y el concepto de comunión divina del hombre con Dios— se sumergió gradualmente en la concepción mística de la persona de Jesús como Creador-Redentor y cabeza espiritual de una comunidad religiosa socializada. Así fue como la hermandad del reino guiada individuo a individuo por el espíritu fue sustituida por una Iglesia formal e institucional.
170:5.10 (1864.10) La Iglesia fue un resultado social inevitable y útil de la vida y las enseñanzas de Jesús. La tragedia estuvo en el hecho de que esta reacción social a las enseñanzas sobre el reino desplazara tan completamente el concepto espiritual del reino real tal como lo vivió y enseñó Jesús.
170:5.11 (1865.1) Para los judíos el reino era la comunidad israelita, para los gentiles se convirtió en la Iglesia cristiana. Para Jesús el reino era la suma de las personas que habían confesado su fe en la paternidad de Dios y al hacerlo se consagraban sin reservas a hacer la voluntad de Dios y se convertían en miembros de la hermandad espiritual del hombre.
170:5.12 (1865.2) El Maestro se daba perfecta cuenta de que aparecerían ciertos resultados sociales en el mundo como consecuencia de la difusión del evangelio del reino, pero su intención era que todas esas manifestaciones sociales deseables aparecieran como productos inconscientes e inevitables de la experiencia personal interna de cada creyente individual, como frutos naturales de la camaradería y la comunión puramente espiritual con el espíritu divino que mora dentro de todos esos creyentes y los activa.
170:5.13 (1865.3) Jesús preveía que una organización social o Iglesia seguiría al progreso del verdadero reino espiritual y por eso no se opuso nunca a que los apóstoles practicaran el rito del bautismo de Juan. El Maestro enseñaba que el alma que ama la verdad, el alma que tiene hambre y sed de rectitud, de Dios, es admitida por la fe en el reino espiritual; los apóstoles enseñaban al mismo tiempo que ese creyente es admitido en la organización social de los discípulos mediante el rito externo del bautismo.
170:5.14 (1865.4) Cuando los seguidores directos de Jesús reconocieron que habían fracasado parcialmente en hacer realidad el ideal del Maestro de establecer el reino en el corazón de los hombres mediante la dominación y guía del espíritu en cada creyente individual, intentaron evitar que se perdieran totalmente sus enseñanzas sustituyendo el ideal del reino que tenía el Maestro por la creación gradual de una organización social visible: la Iglesia cristiana. Después de llevar a cabo este programa de sustitución optaron por situar el reino en el futuro, a fin de mantener la coherencia y asegurar el reconocimiento de las enseñanzas del Maestro sobre el hecho del reino. En cuanto la Iglesia estuvo bien establecida empezó a enseñar que el reino aparecería en realidad cuando culminara la era cristiana con la segunda venida de Cristo.
170:5.15 (1865.5) Y así se convirtió el reino en el concepto de una edad, en la idea de una visitación futura y en el ideal de la redención final de los santos del Altísimo. Los primeros cristianos (y demasiados de los que vinieron después) perdieron generalmente de vista la idea de Padre e hijo incorporada en la enseñanza de Jesús sobre el reino y pusieron en su lugar la comunidad social bien organizada de la Iglesia. La Iglesia se convirtió principalmente en una hermandad social, que desplazó efectivamente el concepto y el ideal de Jesús de una hermandad espiritual.
170:5.16 (1865.6) El concepto ideal de Jesús fracasó en gran parte, pero sobre los fundamentos de la vida y las enseñanzas personales del Maestro, complementados con los conceptos griegos y persas de la vida eterna y acrecentados por la doctrina de Filón sobre el contraste de lo temporal con lo espiritual, Pablo se puso a construir una de las sociedades humanas más progresivas que han existido jamás en Urantia.
170:5.17 (1865.7) El concepto de Jesús está aún vivo en las religiones avanzadas del mundo. La Iglesia cristiana de Pablo es la sombra socializada y humanizada de lo que Jesús quería que fuera el reino de los cielos y que con toda certeza llegará a ser. Pablo y sus sucesores transfirieron parcialmente las cuestiones de la vida eterna del individuo a la Iglesia. Cristo se convirtió así en la cabeza de la Iglesia en vez del hermano mayor de cada creyente individual en la familia del reino del Padre. Pablo y sus contemporáneos atribuyeron a la Iglesia como grupo de creyentes todas las implicaciones espirituales de Jesús sobre sí mismo y sobre el creyente individual, y al hacerlo asestaron un golpe mortal al concepto de Jesús sobre el reino divino en el corazón de cada creyente.
170:5.18 (1866.1) Por eso la Iglesia cristiana se ha visto muy incomodada en su labor a lo largo de los siglos, porque se atrevió a atribuirse los misteriosos poderes y privilegios del reino, poderes y privilegios que solo pueden ser ejercidos y experimentados entre Jesús y los creyentes, sus hermanos espirituales. Y se hace así patente que la pertenencia a la Iglesia no significa necesariamente comunión en el reino; una es espiritual, la otra, principalmente social.
170:5.19 (1866.2) Tarde o temprano surgirá otro Juan el Bautista más grande que proclamará que «el reino de Dios está cerca» —con el significado de un retorno al concepto espiritual superior de Jesús que proclamó que el reino es la voluntad dominante y trascendente de su Padre celestial en el corazón del creyente— y hará todo esto sin referirse de ningún modo ni a la Iglesia visible en la tierra ni a la anticipada segunda venida de Cristo. Tiene que producirse un renacimiento de las enseñanzas auténticas de Jesús, una nueva exposición de su doctrina para deshacer la obra de sus primeros seguidores que se dedicaron a crear un sistema sociofilosófico de creencias sobre el hecho de la estancia de Miguel en la tierra. Esta historia sobre Jesús tardó poco en suplantar casi por completo la predicación del evangelio de Jesús sobre el reino. De esta manera una religión histórica desplazó la enseñanza en la que Jesús había combinado las ideas morales y los ideales espirituales más altos del hombre con sus esperanzas más sublimes para el futuro: la vida eterna. Y ese era el evangelio del reino.
170:5.20 (1866.3) El evangelio de Jesús tenía tantas facetas que a los pocos siglos los estudiosos de los textos de sus enseñanzas estaban divididos en innumerables cultos y sectas. Esta lamentable subdivisión de los creyentes cristianos se debe a su incapacidad de percibir en las múltiples enseñanzas del Maestro la unicidad divina de su vida incomparable. Pero algún día los verdaderos creyentes en Jesús no mostrarán esta actitud de división espiritual ante los no creyentes. Podremos tener siempre diferencias de comprensión e interpretación intelectual, incluso distintos grados de socialización, pero la falta de hermandad espiritual es reprensible e inexcusable.
170:5.21 (1866.4) ¡No os equivoquéis! En las enseñanzas de Jesús hay una naturaleza eterna que no permitirá que permanezcan improductivas para siempre en el corazón de las personas inteligentes. El reino tal como Jesús lo concebía ha fracasado considerablemente en la tierra. Una Iglesia externa ocupa por ahora su lugar, pero deberíais comprender que esta Iglesia no es más que la etapa larvaria del frustrado reino espiritual que lo transportará a través de esta edad material y lo conducirá hasta una dispensación más espiritual en la que las enseñanzas del Maestro tendrán la oportunidad de desarrollarse con más plenitud. La llamada Iglesia cristiana se convierte así en el capullo donde dormita ahora el concepto de Jesús sobre el reino. El reino de la hermandad divina sigue vivo y terminará saliendo de su larga sumersión con la misma seguridad que emerge la mariposa como el hermoso desarrollo de una tosca crisálida.
El libro de Urantia
Documento 171
171:0.1 (1867.1) EL día después del memorable sermón sobre «el reino de los cielos», Jesús anunció que saldría hacia Jerusalén con los apóstoles al día siguiente para pasar allí la Pascua y que visitarían muchas ciudades del sur de Perea por el camino.
171:0.2 (1867.2) El discurso sobre el reino y el anuncio de que asistiría a la Pascua hicieron pensar a todos sus seguidores que iba a Jerusalén para inaugurar el reino temporal de la supremacía judía. Por mucho que Jesús insistiera sobre el carácter no material del reino, nunca pudo quitar de la cabeza a sus oyentes judíos que el Mesías había de establecer algún tipo de gobierno nacionalista con sede en Jerusalén.
171:0.3 (1867.3) Lo que Jesús dijo en su sermón del sabbat solo contribuyó a confundir a la mayoría de sus seguidores; el discurso del Maestro fue esclarecedor para muy pocos. Los más avanzados comprendieron algo de sus enseñanzas sobre el reino interior —«el reino de los cielos dentro de vosotros»— pero sabían también que había hablado sobre otro reino futuro y creían que ese era el reino que iba a establecer ahora en Jerusalén. Cuando esta expectativa se vio defraudada, cuando Jesús fue rechazado por los judíos y cuando más adelante Jerusalén quedó literalmente destruida, siguieron aferrados a esta esperanza, sinceramente convencidos de que el Maestro volvería pronto al mundo con gran poder y majestad para establecer el reino prometido.
171:0.4 (1867.4) Ese domingo por la tarde Salomé, la madre de Santiago y Juan Zebedeo, se acercó a Jesús con sus dos hijos apóstoles, y dirigiéndose a él como si fuera un potentado oriental, intentó que Jesús le prometiera concederle cualquier petición que ella le hiciera. Pero el Maestro no quiso prometer nada y le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Salomé respondió: «Maestro, ahora que vas a Jerusalén a establecer el reino quisiera pedirte que me prometas por adelantado que estos hijos míos serán honrados contigo y que se sentarán uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu reino».
171:0.5 (1867.5) Jesús respondió a Salomé: «Mujer, no sabes lo que pides», y clavando los ojos en los dos aspirantes a honores les dijo: «Porque os conozco y os amo desde hace mucho e incluso he vivido en la casa de vuestra madre, porque Andrés os ha encargado que estéis conmigo en todo momento, por todo esto permitís que vuestra madre venga a hacerme en secreto esta petición tan inadmisible. Y ahora yo os pregunto: ¿Sois capaces de beber la copa que estoy a punto de beber?». Santiago y Juan contestaron sin pensarlo dos veces: «Sí Maestro, somos capaces». Jesús dijo: «Me entristece que no sepáis por qué vamos a Jerusalén, me apena que no entendáis la naturaleza de mi reino, me decepciona que traigáis a vuestra madre a hacerme esta petición, pero yo sé que me amáis en vuestro corazón y por ello declaro que mi copa de amargura la beberéis y compartiréis mi humillación. Pero el que os sentéis a mi derecha o a mi izquierda no es mío concederlo, sino que será dado a los que han sido designados por mi Padre».
171:0.6 (1868.1) Para entonces Pedro y los demás apóstoles habían tenido noticia de esta conversación y les indignó mucho que Santiago y Juan buscaran ser preferidos antes que ellos y hubieran ido en secreto con su madre a hacer esa petición. Cuando se pusieron a discutir entre ellos Jesús los reunió y les dijo: «Ya veis cómo los gobernantes de los gentiles dominan a sus súbditos y cómo los que son grandes ejercen su autoridad. Pero no ha de ser así en el reino de los cielos. Todo el que quiera ser grande entre vosotros que se convierta primero en vuestro servidor. Quien quiera ser el primero en el reino que sea vuestro siervo. Yo os digo que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir, y ahora voy a Jerusalén a dar mi vida para hacer la voluntad del Padre y servir a mis hermanos». Después de escuchar estas palabras los apóstoles se retiraron a orar a solas. Al final de la tarde y gracias a los esfuerzos de Pedro, Santiago y Juan se disculparon debidamente ante los diez y restablecieron las buenas relaciones con sus hermanos.
171:0.7 (1868.2) Al pedir puestos a la derecha y a la izquierda de Jesús en Jerusalén, poco podían imaginar los hijos de Zebedeo que en menos de un mes su amado maestro estaría colgado de una cruz romana con un ladrón moribundo a un lado y un malhechor al otro. Salomé estuvo presente en la crucifixión y recordaría muy bien la insensata petición que hizo a Jesús en Pella sobre los honores que ambicionaba para sus hijos apóstoles.
171:1.1 (1868.3) El lunes 13 de marzo por la mañana Jesús y sus doce apóstoles se despidieron definitivamente del campamento de Pella y salieron hacia el sur en su gira por las ciudades del sur de Perea donde estaban trabajando los compañeros de Abner. Pasaron más de dos semanas visitando a los setenta y luego fueron directamente a Jerusalén para la Pascua.
171:1.2 (1868.4) Cuando el Maestro salió de Pella salieron detrás de él los alrededor de mil discípulos que estaban acampados con los apóstoles. Al enterarse de que se dirigía a Hesbón, casi la mitad de estos seguidores cambiaron de ruta después de escuchar su sermón sobre «El cálculo del coste». Se separaron de él en el vado del Jordán camino de Jericó y fueron hacia Jerusalén. Los demás siguieron con él durante dos semanas por las ciudades del sur de Perea.
171:1.3 (1868.5) Casi todos los seguidores directos de Jesús entendieron que el campamento de Pella había sido abandonado, pero en realidad pensaron que esto significaba que su Maestro había decidido por fin ir a Jerusalén a reclamar el trono de David. La inmensa mayoría de sus seguidores nunca fue capaz de captar otro concepto del reino de los cielos. Dijera lo que dijera Jesús, ellos se aferraban a la idea judía del reino.
171:1.4 (1868.6) Siguiendo las instrucciones del apóstol Andrés, David Zebedeo cerró el campamento de visitantes de Pella el miércoles 15 de marzo. En aquel momento residían allí cerca de cuatro mil visitantes sin contar a las más de mil personas que vivían con los apóstoles en el llamado campamento de los maestros y siguieron a Jesús y los doce hacia el sur. Muy a su pesar, David vendió todo el equipamiento a diversos compradores y se dirigió a Jerusalén con el dinero de la venta que entregó después a Judas Iscariote.
171:1.5 (1869.1) David estuvo presente en Jerusalén durante la trágica semana final, y después de la crucifixión se llevó a su madre con él a Betsaida. Mientras esperaba la llegada de Jesús y los apóstoles, David vivió en casa de Lázaro en Betania y vio con enorme preocupación cómo era acosado y perseguido por los fariseos desde su resurrección. Andrés había ordenado a David que suspendiera el servicio de mensajeros, y todos interpretaron esto como una señal de que pronto se establecería el reino en Jerusalén. David se encontró sin trabajo, tan inquieto e indignado por los ataques de los fariseos que estuvo a punto de autonombrarse defensor de Lázaro, pero al poco tiempo el propio Lázaro huyó precipitadamente a Filadelfia. Entonces David ayudó a Marta y María a vender sus propiedades, y tras la muerte de su madre se trasladó a Filadelfia después de la resurrección de Jesús. Allí pasó el resto de su vida asociado a Abner y Lázaro como supervisor financiero de los múltiples asuntos del reino que se desarrollaron en Filadelfia durante la vida de Abner.
171:1.6 (1869.2) Poco después de la destrucción de Jerusalén, Antioquía se convirtió en la sede del cristianismo paulino, mientras Filadelfia seguía siendo el centro del reino de los cielos abneriano. Desde Antioquía la versión paulina de las enseñanzas de Jesús y sobre Jesús se extendió a todo el mundo occidental. Desde Filadelfia los misioneros de la versión abneriana del reino de los cielos se extendieron por Mesopotamia y Arabia; estos inflexibles emisarios transmitieron sin concesiones las enseñanzas de Jesús hasta que fueron arrollados por el súbito ascenso del islam.
171:2.1 (1869.3) Cuando Jesús y sus casi mil seguidores llegaron al vado de Betania en el Jordán, llamado también Betábara, sus discípulos empezaron a darse cuenta de que no iba directamente a Jerusalén. Mientras dudaban y discutían entre ellos, Jesús se subió a una gran roca y pronunció el discurso conocido como «El cálculo del coste». El Maestro dijo:
171:2.2 (1869.4) «De ahora en adelante, todo el que quiera seguirme debe pagar el precio de una dedicación incondicional a hacer la voluntad de mi Padre. Si queréis ser mis discípulos debéis estar dispuestos a abandonar padre, madre, esposa, hijos, hermanos y hermanas. Si alguno de vosotros quiere ser ahora mi discípulo debe estar dispuesto a renunciar incluso a su vida, igual que el Hijo del Hombre está a punto de ofrecer su vida para consumar su misión de hacer la voluntad del Padre en la tierra y en la carne.
171:2.3 (1869.5) «Si no estáis dispuestos a pagar todo el precio no podréis ser mis discípulos. Antes de seguir adelante cada uno de vosotros debería sentarse a calcular el coste de ser mi discípulo. ¿Quién de vosotros se pondría a construir una torre de vigilancia en sus tierras sin sentarse primero a sumar los gastos para ver si tiene suficiente dinero para terminarla? Si no calculáis así el coste, puede que después de haber puesto los cimientos descubráis que no sois capaces de terminar lo que habéis empezado, y todos vuestros vecinos se burlarán de vosotros diciendo: ‘Mirad, este hombre empezó a construir pero no pudo terminar su obra’. ¿O qué rey cuando se prepara para batallar contra otro rey no se sienta primero a asesorarse sobre sus posibilidades de enfrentarse con diez mil hombres al que viene contra él con veinte mil? Si el rey no tiene medios suficientes para enfrentarse a su enemigo, envía una delegación al otro rey cuando aún está lejos y pide condiciones de paz.
171:2.4 (1870.1) «Y así, cada uno de vosotros debe sentarse a calcular el coste de ser mi discípulo. A partir de ahora ya no podréis seguirnos para escuchar la enseñanza y contemplar las obras. Tendréis que afrontar persecuciones encarnizadas y dar testimonio de este evangelio en medio de aplastantes decepciones. Si no estáis dispuestos a renunciar a todo lo que sois y a dedicar todo lo que tenéis, no sois dignos de ser mis discípulos. Si ya os habéis conquistado a vosotros mismos dentro de vuestro propio corazón, no temáis ganar la batalla externa que pronto os espera cuando el Hijo del Hombre sea rechazado por los jefes de los sacerdotes y los saduceos y entregado al escarnio de los no creyentes.
171:2.5 (1870.2) «Ahora debéis examinaros y descubrir vuestra motivación para ser mis discípulos. Si buscáis honores y gloria, si tenéis inclinaciones mundanas, sois como la sal que ha perdido su sabor. Y cuando lo que se aprecia por su sabor salado ha perdido su sabor, ¿con qué se volverá a salar? Un condimento así es inútil, solo sirve para ser tirado a la basura. Ya os he aconsejado que volváis en paz a vuestras casas si no estáis dispuestos a beber conmigo la copa que se está preparando. Os he dicho una y otra vez que mi reino no es de este mundo, pero no queréis creerme. El que tenga oídos para oír, que oiga lo que digo.»
171:2.6 (1870.3) En cuanto terminó de decir estas palabras, Jesús salió hacia Hesbón seguido por los doce y unas quinientas personas. Poco después la otra mitad de la multitud se dirigió hacia Jerusalén. Tanto los apóstoles como los discípulos destacados reflexionaron mucho sobre el discurso de Jesús, aunque seguían aferrados a la creencia de que, tras un breve periodo de prueba y adversidad, el reino sería sin duda establecido y respondería de algún modo a sus más arraigadas esperanzas.
171:3.1 (1870.4) Durante más de dos semanas Jesús y los doce viajaron por el sur de Perea seguidos por varios centenares de discípulos y visitaron todas las ciudades donde operaban los setenta. En esa región vivían muchos gentiles, y como eran pocos los que iban a celebrar la Pascua a Jerusalén, los mensajeros del reino pudieron seguir enseñando y predicando sin interrupción.
171:3.2 (1870.5) Jesús se encontró con Abner en Hesbón, y Andrés ordenó que no se interrumpieran las labores de los setenta por la fiesta de la Pascua; Jesús aconsejó a los mensajeros que siguieran con su actividad sin prestar ninguna atención a lo que estaba a punto de suceder en Jerusalén. Aconsejó también a Abner que permitiera al cuerpo de mujeres, al menos a las que lo desearan, ir a Jerusalén para la Pascua. Esta fue la última vez que Abner vio a Jesús en la carne. Se despidió de Abner diciéndole: «Hijo, sé que serás fiel al reino y ruego al Padre que te conceda sabiduría para que puedas amar y comprender a tus hermanos».
171:3.3 (1870.6) A medida que iban pasando de ciudad en ciudad muchos de sus seguidores los fueron abandonando para dirigirse a Jerusalén, de forma que cuando Jesús se encaminó a su vez hacia la Pascua el número de los que seguían con ellos día tras día se había reducido a menos de doscientos.
171:3.4 (1871.1) Los apóstoles sabían que Jesús iba a Jerusalén para la Pascua. Conocían el mensaje que el Sanedrín había difundido por todo Israel condenando a muerte a Jesús con órdenes de informar de su paradero al Sanedrín, y sin embargo no estaban tan alarmados como cuando Jesús les anunció en Filadelfia que iba a Betania a ver a Lázaro. Este cambio de actitud de un miedo intenso a un estado de silenciosa expectativa se debía principalmente a la resurrección de Lázaro. Habían llegado a la conclusión de que Jesús podría hacer valer su poder divino en caso de emergencia y avergonzar a sus enemigos. Esta esperanza, unida a su fe más madura y profunda en la supremacía espiritual de su Maestro, explica el valor externo demostrado en ese momento por sus seguidores directos, que se disponían a ir con él a Jerusalén y arrostrar la decisión pública del Sanedrín de acabar con su vida.
171:3.5 (1871.2) La mayoría de los apóstoles y muchos de sus discípulos más cercanos no creían que Jesús pudiera morir. Como creían que era «la resurrección y la vida» consideraban que era inmortal y que había triunfado ya sobre la muerte.
171:4.1 (1871.3) El miércoles 29 de marzo al atardecer Jesús y sus seguidores acamparon en Livias de camino a Jerusalén después de haber terminado su gira por las ciudades del sur de Perea. Durante esa noche en Livias Simón Zelotes y Simón Pedro, que se habían confabulado para que les entregaran más de cien espadas en ese lugar, recibieron y distribuyeron estas armas a todos los que quisieron aceptarlas y llevarlas ocultas bajo sus mantos. Simón Pedro seguía llevando su espada la noche en que el Maestro fue traicionado en el jardín.
171:4.2 (1871.4) El jueves por la mañana temprano mientras todos dormían Jesús llamó a Andrés y le dijo: «¡Despierta a tus hermanos tengo algo que decirles!». Jesús sabía lo de las espadas y cuáles de sus apóstoles llevaban estas armas, pero nunca les desveló que conocía esas cosas. Andrés despertó a sus compañeros, y cuando estuvieron reunidos Jesús les dijo: «Hijos, habéis estado conmigo mucho tiempo y os he enseñado muchas cosas necesarias para esta época, pero ahora quiero advertiros que no pongáis vuestra confianza en las incertidumbres de la carne ni en las flaquezas de la defensa humana contra las pruebas que nos esperan. Os he reunido solo a vosotros para poder deciros claramente una vez más que vamos a Jerusalén donde sabéis que el Hijo del Hombre ya ha sido condenado a muerte. Os repito que el Hijo del Hombre será entregado a los gobernantes religiosos y a los jefes de los sacerdotes que lo condenarán y luego lo pondrán en manos de los gentiles. Y entonces se burlarán del Hijo del Hombre, incluso le escupirán y lo azotarán, y lo entregarán a la muerte. Y cuando maten al Hijo del Hombre no desfallezcáis, pues declaro que al tercer día se levantará. Cuidad de vosotros y recordad que os he prevenido».
171:4.3 (1871.5) Los apóstoles se quedaron atónitos una vez más, pero no fueron capaces de interpretar literalmente sus palabras, no pudieron entender que el Maestro quería decir exactamente lo que había dicho. Estaban tan cegados por su arraigada creencia en un reino temporal en la tierra con sede en Jerusalén que simplemente no podían —no querían— permitirse aceptar literalmente las palabras de Jesús. Pasaron todo el día pensando qué habría querido decir el Maestro con esas extrañas declaraciones, pero ninguno se atrevió a preguntarle nada sobre ellas. Hasta después de la muerte del Maestro, los desorientados apóstoles no se dieron cuenta de que les había anticipado simple y llanamente su crucifixión.
171:4.4 (1872.1) Poco después del desayuno llegaron a Livias unos fariseos amigos para decir a Jesús: «Huye rápido de aquí. Herodes ahora quiere matarte igual que mató a Juan porque teme un levantamiento del pueblo y ha decidido acabar contigo. Hemos venido a avisarte para que puedas escapar».
171:4.5 (1872.2) Esto era cierto en parte. La resurrección de Lázaro había alarmado mucho a Herodes, y sabiendo que el Sanedrín se había atrevido a condenar a Jesús incluso antes de juzgarlo, Herodes había decidido matar a Jesús o echarlo de sus dominios. Lo que realmente deseaba era expulsarlo porque le tenía tanto miedo que esperaba no verse obligado a ejecutarlo.
171:4.6 (1872.3) Jesús respondió así al aviso de los fariseos: «Conozco bien a Herodes y sé el miedo que tiene a este evangelio del reino. Pero no os engañéis, él preferiría sobre todo que el Hijo del Hombre fuera a Jerusalén a sufrir y morir a manos de los jefes de los sacerdotes. Como se ha manchado las manos con la sangre de Juan, no quiere ser también responsable de la muerte del Hijo del Hombre. Id a decirle a ese zorro que el Hijo del Hombre predica hoy en Perea, mañana irá a Judea y dentro de unos días habrá cumplido su misión en la tierra y estará preparado para ascender al Padre».
171:4.7 (1872.4) Después se volvió hacia sus apóstoles y les dijo: «Los profetas han perecido en Jerusalén desde antiguo, y es perfectamente adecuado que el Hijo del Hombre vaya a la ciudad de la casa del Padre para ser ofrecido como precio de la intolerancia humana y como consecuencia de los prejuicios religiosos y de la ceguera espiritual. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los maestros de la verdad! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta a sus polluelos bajo sus alas, pero no me dejaste!; ¡he aquí que están a punto de dejarte la casa desolada! Desearás muchas veces verme pero no podrás. Entonces me buscarás pero no me encontrarás». Y luego añadió volviéndose hacia los presentes: «A pesar de todo, vayamos a Jerusalén para asistir a la Pascua y hacer lo que nos corresponda para cumplir la voluntad del Padre del cielo».
171:4.8 (1872.5) Jesús salió hacia Jericó seguido por un grupo de creyentes confundidos y desorientados. Lo único que los apóstoles habían captado de las declaraciones de Jesús sobre el reino era la certeza del triunfo final. Eran sencillamente incapaces de resignarse a aceptar las advertencias del duro golpe que se avecinaba. Cuando Jesús habló de «levantarse al tercer día» se empeñaron en interpretar esta afirmación como un triunfo seguro del reino tras una desagradable escaramuza previa con los líderes religiosos de los judíos. El «tercer día» era una expresión corriente entre los judíos que significaba «pronto» o «poco después». Cuando Jesús habló de «levantarse», pensaron que quería decir que «el reino se levantaría».
171:4.9 (1872.6) Estos creyentes habían aceptado a Jesús como el Mesías, y los judíos sabían poco o nada de un Mesías sufriente. No comprendían que Jesús iba a conseguir con su muerte muchas cosas que nunca podría haber logrado con su vida. La resurrección de Lázaro había armado de valor a los apóstoles para entrar en Jerusalén, pero fue el recuerdo de la transfiguración lo que sostuvo al Maestro en esta dura fase de su otorgamiento.
171:5.1 (1873.1) El jueves 30 de marzo a última hora de la tarde Jesús y sus apóstoles llegaron a los muros de Jericó acompañados por unos doscientos seguidores. Al acercarse a la puerta de la ciudad se encontraron con una multitud de mendigos, entre ellos un tal Bartimeo, un hombre de edad avanzada que estaba ciego desde su juventud. Este mendigo ciego había oído hablar mucho de Jesús y lo sabía todo sobre la curación del ciego Josías en Jerusalén. La última vez que Jesús estuvo en Jericó, Bartimeo se enteró tarde, cuando Jesús ya se había ido a Betania, y entonces decidió que no dejaría escapar ninguna otra oportunidad de que Jesús volviera a Jericó para pedirle que le devolviera la vista.
171:5.2 (1873.2) La noticia de la llegada de Jesús se había difundido por todo Jericó, y cientos de habitantes habían salido en tropel a su encuentro. Cuando este gran gentío volvió escoltando al Maestro por la ciudad, Bartimeo supo por el ruido de las pisadas que eso no era normal y preguntó qué ocurría. Uno de los mendigos le dijo: «Está pasando Jesús de Nazaret». Cuando Bartimeo oyó que Jesús estaba cerca, alzó la voz y empezó a gritar: «¡Jesús, Jesús, ten misericordia de mí!». Y como no paraba de gritar, algunos de los que estaban cerca de Jesús fueron a llamarle la atención y a pedirle que se callara, pero fue inútil porque siguió gritando cada vez más fuerte.
171:5.3 (1873.3) Jesús se paró al oír los gritos del ciego, y cuando lo vio dijo a sus amigos: «Traedme a ese hombre». Ellos se acercaron a Bartimeo y le dijeron: «Alégrate y ven con nosotros porque el Maestro te llama». Al oír esto Bartimeo arrojó su manto y saltó hacia el centro de la calzada mientras los que estaban cerca lo guiaban hacia Jesús. Cuando estuvo ante él, Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Y el ciego contestó: «Quisiera recobrar la vista». Cuando oyó su petición y vio su fe, Jesús le dijo: «Recibirás la vista; sigue tu camino, tu fe te ha curado». Bartimeo recibió la vista en el acto, y se quedó cerca de Jesús glorificando a Dios hasta que el Maestro salió al día siguiente hacia Jerusalén. Entonces se puso en cabeza de la multitud de seguidores y fue proclamando a todo el mundo que había recuperado la vista en Jericó.
171:6.1 (1873.4) Cuando la procesión del Maestro entraba en Jericó estaba a punto de ponerse el sol y Jesús decidió parar a hacer noche. Al pasar Jesús por delante de la aduana dio la casualidad de que estaba ahí el jefe publicano o recaudador de impuestos, un hombre muy rico llamado Zaqueo que estaba deseando ver a Jesús. Este jefe publicano había oído hablar mucho del profeta de Galilea y se había propuesto averiguar qué clase de hombre era la próxima vez que Jesús fuera a Jericó. Zaqueo intentó abrirse paso entre el apretado gentío, pero era bajo de estatura y no alcanzaba a ver por encima de las cabezas, así que siguió a la muchedumbre hasta que llegaron al centro de la ciudad, no lejos de la casa donde él vivía. Como vio que no conseguiría atravesar la multitud, y temiendo que Jesús pasara de largo por la ciudad, se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro cuyas ramas sobresalían por encima de la calzada. Sabía que así podría ver muy bien al Maestro cuando pasara, y no se vio defraudado. Al llegar al árbol Jesús se paró, miró hacia arriba y dijo: «Zaqueo, baja rápido porque esta noche me alojaré en tu casa». Zaqueo se llevó tal sorpresa que estuvo a punto de caerse del árbol en su prisa por bajar, y acercándose al Maestro le expresó su inmensa alegría porque quisiera parar en su casa.
171:6.2 (1874.1) Fueron directamente a casa de Zaqueo, y a los habitantes de Jericó les sorprendió mucho que Jesús consintiera en alojarse con el jefe publicano. Mientras el Maestro y sus apóstoles charlaban un rato con Zaqueo ante la puerta de su casa, uno de los fariseos de Jericó que estaba cerca comentó: «Ya veis cómo este hombre ha ido a hospedarse con un pecador, un hijo apóstata de Abraham que roba y extorsiona a su propio pueblo». Jesús al oírlo miró a Zaqueo y sonrió. Entonces Zaqueo se subió a un taburete y dijo: «¡Oíd, gentes de Jericó! Puede que yo sea publicano y pecador pero el gran maestro ha venido a alojarse en mi casa. Antes de que entre os digo que voy a dar la mitad de todos mis bienes a los pobres, y a partir de mañana, si he extorsionado a alguien se lo devolveré cuadruplicado. Voy a buscar la salvación con todo mi corazón y a aprender a actuar con rectitud a los ojos de Dios».
171:6.3 (1874.2) Cuando Zaqueo terminó de hablar Jesús le dijo: «Hoy ha venido la salvación a esta casa y tú te has convertido en verdad en un hijo de Abraham». Luego se volvió hacia la multitud reunida alrededor de ellos y dijo: «No os asombréis por lo que digo ni os ofendáis por lo que hacemos, pues he declarado desde el principio que el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que está perdido».
171:6.4 (1874.3) Pasaron la noche en casa de Zaqueo. A la mañana siguiente salieron hacia Betania por la «calzada de los ladrones» camino de la Pascua en Jerusalén.
171:7.1 (1874.4) Jesús iba sembrando alegría a su paso. Estaba lleno de gracia y de verdad. Sus compañeros nunca dejaron de sentirse maravillados por la benevolencia de sus palabras. La amabilidad se puede cultivar, pero la benevolencia, que es el aroma de la amistad, emana de un alma saturada de amor.
171:7.2 (1874.5) La bondad impone siempre respeto, pero cuando está desprovista de gracia no suele inspirar afecto. La bondad solo es universalmente atractiva cuando es benévola. La bondad solo es eficaz cuando es atractiva.
171:7.3 (1874.6) Jesús comprendía realmente a los hombres; por eso podía manifestar auténtica simpatía y mostrar compasión sincera, aunque pocas veces cedía a la lástima. Su compasión era ilimitada, en cambio su simpatía era práctica, personal y constructiva. Su familiaridad con el sufrimiento nunca se convirtió en indiferencia, y sabía ayudar a las almas afligidas sin fomentar en ellas la autocompasión.
171:7.4 (1874.7) Jesús podía ayudar tanto a los hombres porque los amaba sinceramente. Amaba de verdad a cada hombre, a cada mujer y a cada niño. Podía ser un amigo tan auténtico debido a su singular visión interior; sabía enteramente lo que había en el corazón y en la mente del hombre. Era un observador agudo y lleno de interés. Era experto en comprender las necesidades humanas, hábil en detectar los anhelos humanos.
171:7.5 (1874.8) Jesús nunca tenía prisa. Tenía tiempo para consolar a sus semejantes «a su paso». Se las arreglaba siempre para que sus amigos se sintieran a gusto. Era un oyente encantador. Nunca se entrometió indiscretamente en las almas de sus compañeros. Cuando consolaba a las mentes hambrientas y atendía a las sedientas, los que recibían su misericordia no tenían la sensación de confesarse con él sino más bien de conversar con él. Su confianza en él era ilimitada porque veían la gran fe que él tenía en ellos.
171:7.6 (1875.1) Nunca parecía tener curiosidad por la gente y nunca manifestaba deseos de dirigir, manipular o investigar a los demás. Inspiraba una profunda confianza en sí mismos y una sólida valentía a cuantos disfrutaban de su compañía. Cuando sonreía a un hombre, ese mortal sentía crecer su capacidad de resolver sus múltiples problemas.
171:7.7 (1875.2) Jesús amaba tanto y tan sabiamente a los hombres que no dudaba nunca en ser severo con ellos cuando la ocasión lo exigía. Cuando iba a ayudar a una persona empezaba muchas veces por pedirle ayuda; de este modo suscitaba su interés y apelaba a lo mejor de la naturaleza humana.
171:7.8 (1875.3) El Maestro pudo percibir la fe salvadora en la burda superstición de la mujer que buscaba la curación tocándole el dobladillo del manto. Estaba siempre dispuesto a interrumpir un sermón o hacer esperar a una multitud mientras atendía a las necesidades de una sola persona o incluso de un niño pequeño. Ocurrieron grandes cosas no solo porque la gente tenía fe en Jesús sino también por la gran fe que Jesús tenía en ellos.
171:7.9 (1875.4) La mayoría de las cosas realmente importantes que dijo o hizo Jesús parecieron ocurrir «a su paso» por casualidad. Había muy poco de profesional, planificado o premeditado en el ministerio terrenal del Maestro. Dispensó salud y repartió felicidad con gracia y naturalidad mientras viajaba por la vida. Fue literalmente cierto que «anduvo haciendo el bien».
171:7.10 (1875.5) Y corresponde a los seguidores del Maestro de todos los tiempos aprender a servir «a su paso», a hacer el bien desinteresadamente mientras atienden a sus obligaciones diarias.
171:8.1 (1875.6) Hasta cerca del mediodía no salieron de Jericó, pues la noche anterior se habían quedado levantados hasta tarde mientras Jesús enseñaba el evangelio del reino a Zaqueo y a su familia. El grupo paró a almorzar más o menos a medio camino de la subida a Betania, mientras la multitud seguía hacia Jerusalén sin saber que Jesús y los apóstoles iban a pasar aquella noche en el monte de los Olivos.
171:8.2 (1875.7) A diferencia de la parábola de los talentos que estaba dirigida a todos los discípulos, Jesús reservó la parábola de las minas más exclusivamente para los apóstoles. Hacía referencia a la historia de Arquelao y su frustrado intento de adjudicarse el gobierno del reino de Judea, y es una de las pocas parábolas del Maestro basada en un personaje histórico real. Era muy natural que tuvieran presente a Arquelao, ya que la casa de Zaqueo en Jericó estaba muy cerca del suntuoso palacio de Arquelao, y su acueducto corría paralelo a la calzada por la que habían salido de la ciudad.
171:8.3 (1875.8) Jesús les dijo: «Creéis que el Hijo del Hombre va a Jerusalén a recibir un reino, pero yo os digo que os espera una decepción. ¿No recordáis la historia del príncipe que fue a un país lejano a recibir un reino pero había sido rechazado por sus habitantes? Antes de que pudiera volver, los ciudadanos que estaban bajo su competencia enviaron una delegación tras él para decir: ‘No queremos que este reine sobre nosotros’. De la misma manera que fue rechazado el gobierno temporal de ese rey, va a ser rechazado el gobierno espiritual del Hijo del Hombre. Vuelvo a declarar que mi reino no es de este mundo, pero si al Hijo del Hombre se le hubiera conferido el gobierno espiritual de su pueblo, habría aceptado ese reino de almas humanas y habría reinado sobre ese dominio de corazones humanos. A pesar de que rechazan mi gobierno espiritual, volveré para recibir de otros ese reino del espíritu que ahora me niegan. Ahora vais a ver rechazado al Hijo del Hombre, pero lo que los hijos de Abraham rechazan ahora será recibido y exaltado en otra edad.
171:8.4 (1876.1) «Y ahora, como el príncipe rechazado de esta parábola, convocaré a mis doce servidores, a mis administradores especiales, para entregaros a cada uno la suma de una mina. Os recomiendo que atendáis a mis instrucciones de negociar bien con el capital que se os ha confiado durante mi ausencia para que tengáis con qué justificar vuestra gestión cuando yo vuelva y os pida cuentas.
171:8.5 (1876.2) «Y aunque este Hijo rechazado no volviera, será enviado otro Hijo a recibir ese reino, y ese Hijo os mandará a buscar a todos para recibir vuestro informe de gestión y alegrarse por vuestras ganancias.
171:8.6 (1876.3) «Cuando llegó el momento de rendir cuentas el príncipe convocó a los administradores. El primero se presentó ante él y le dijo: ‘Señor, con tu mina he ganado diez minas más’. Y su señor le respondió: ‘Bien hecho, eres un buen siervo; como te has mostrado fiel en este asunto te daré potestad sobre diez ciudades’. Luego vino el segundo diciendo: ‘Señor, la mina que me dejaste ha ganado cinco’. Y el señor dijo: ‘Tú regirás sobre cinco ciudades’. Y así sucesivamente con todos los demás hasta que el último servidor llegó diciendo: ‘Señor, aquí tienes tu mina que he conservado envuelta en este paño. La he guardado por miedo a ti, que eres hombre exigente y quieres recoger lo que no has puesto y cosechar donde no has sembrado’. Entonces dijo su señor: ‘Siervo inútil y desleal, por tus propias palabras te voy a juzgar. Si sabías que cosecho donde parece que no he sembrado sabías que te pediría cuentas, así que podrías al menos haber entregado mi dinero al banquero para recuperarlo con los debidos intereses a mi vuelta’.
171:8.7 (1876.4) «Entonces el regidor dijo a los que estaban con él: ‘Quitad el dinero a este siervo holgazán y dádselo al que tiene diez minas’. Y cuando le recordaron que este ya tenía diez, contestó: ‘Al que tiene se le dará, pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará’.»
171:8.8 (1876.5) Cuando Jesús terminó de hablar, los apóstoles le hicieron muchas preguntas sobre la diferencia entre el significado de esta parábola y el de la parábola anterior de los talentos, pero el Maestro se limitó a decirles: «Meditad bien estas palabras en vuestro corazón y que cada uno descubra su verdadero significado».
171:8.9 (1876.6) Natanael, que tan bien enseñó el significado de estas dos parábolas en los años siguientes, resumió sus enseñanzas en estas conclusiones:
171:8.10 (1876.7) 1. La capacidad es la medida práctica de las oportunidades de la vida. Nunca se os exigirán responsabilidades por algo que sobrepase vuestra capacidad.
171:8.11 (1876.8) 2. La fidelidad es la medida infalible de la fiabilidad humana. El que es fiel en las cosas pequeñas se mostrará probablemente fiel en todo lo que sea compatible con sus dotes.
171:8.12 (1876.9) 3. El Maestro otorga una recompensa menor por una fidelidad menor cuando la oportunidad es igual.
171:8.13 (1877.1) 4. Otorga una recompensa igual por una fidelidad igual cuando la oportunidad es menor.
171:8.14 (1877.2) Cuando terminaron de comer y la multitud de seguidores ya había seguido por delante hacia Jerusalén, Jesús se puso en pie ante los apóstoles a la sombra de una roca que sobresalía por encima del camino. Con gesto alegre y majestuoso a la vez, apuntó con el dedo hacia el oeste diciendo: «Vamos hermanos, entremos en Jerusalén para recibir lo que nos espera. Así cumpliremos la voluntad del Padre celestial en todas las cosas».
171:8.15 (1877.3) Y así, Jesús y sus apóstoles reanudaron este viaje, el último del Maestro a Jerusalén bajo la semejanza de la carne del hombre mortal.
El libro de Urantia
Documento 172
172:0.1 (1878.1) EL viernes 31 de marzo del año 30 d. C. poco después de las cuatro de la tarde, Jesús y los apóstoles llegaron a Betania donde los esperaban Lázaro, sus hermanas y sus amigos. Como iba tanta gente todos los días a casa de Lázaro para hablar con él sobre su resurrección, decidieron alojar a Jesús en casa de un creyente vecino llamado Simón que era el ciudadano principal de la pequeña aldea desde la muerte del padre de Lázaro.
172:0.2 (1878.2) Muchos fueron a visitar a Jesús aquella tarde, y la gente común de Betania y Betfagé hizo todo lo posible para que se sintiera bienvenido. Aunque muchos creían que Jesús iba a Jerusalén para proclamarse rey de los judíos en abierto desafío al decreto de muerte del Sanedrín, la familia de Betania —Lázaro, Marta y María— se daba más cuenta de que el Maestro no era esa clase de rey; sentían vagamente que esta podría ser su última visita a Betania y Jerusalén.
172:0.3 (1878.3) Los jefes de los sacerdotes fueron informados de que Jesús se alojaba en Betania, pero les pareció mejor no intentar capturarlo entre sus amigos; decidieron esperar a que llegara a Jerusalén. Aunque Jesús sabía todo esto, se comportaba con majestuosa tranquilidad; sus amigos no lo habían visto nunca tan simpático y sereno, y los apóstoles no podían creer que estuviera tan despreocupado cuando el Sanedrín había hecho un llamamiento a toda la población judía para que lo entregaran. Aquella noche los apóstoles velaron de dos en dos mientras el Maestro dormía, y muchos de ellos se habían ceñido las espadas. A la mañana siguiente fueron despertados a primera hora por cientos de peregrinos que, a pesar de ser sabbat, habían salido de Jerusalén para ver a Jesús y a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.
172:1.1 (1878.4) Los peregrinos procedentes de fuera de Judea así como las autoridades judías se habían hecho todos la misma pregunta: «¿Creéis que vendrá Jesús a la fiesta?». Por eso la gente se alegró cuando se enteraron de que Jesús estaba en Betania, aunque los jefes de los sacerdotes y los fariseos no sabían qué pensar. Preferían tenerlo bajo su jurisdicción pero les preocupaba un poco su atrevimiento. No olvidaban que en su visita anterior a Betania Lázaro había sido resucitado de entre los muertos, y Lázaro se estaba convirtiendo en un problema serio para los enemigos de Jesús.
172:1.2 (1878.5) Seis días antes de la Pascua, la noche de después del sabbat, todo Betania y todo Betfagé se reunió para celebrar la llegada de Jesús con un banquete público en casa de Simón. Esta cena en honor de Jesús y de Lázaro era un auténtico desafío al Sanedrín. Marta dirigía el servicio de la comida. Su hermana María estaba entre las espectadoras, pues era contrario a la costumbre de los judíos que una mujer tomara parte en un banquete público. Estaban presentes los agentes del Sanedrín, pero no se atrevieron a detener a Jesús en medio de sus amigos.
172:1.3 (1879.1) Jesús habló con Simón sobre el Josué de antaño, cuyo nombre llevaba, y contó cómo Josué y los israelitas habían llegado a Jerusalén pasando por Jericó. Al comentar la leyenda de la caída de las murallas de Jericó, Jesús dijo: «Los muros de piedra y ladrillo no me preocupan, pero quisiera que los muros del odio, los prejuicios y la intolerancia se derrumbaran ante esta predicación del amor del Padre por todos los hombres».
172:1.4 (1879.2) El ambiente del banquete era alegre y normal, salvo que todos los apóstoles estaban más serios que de costumbre. Jesús estaba excepcionalmente alegre y había jugado con los niños hasta el momento de sentarse a la mesa.
172:1.5 (1879.3) No ocurrió nada fuera de lo corriente hasta cerca del final del festín, cuando María, la hermana de Lázaro, salió del grupo de mujeres espectadoras, avanzó hacia el puesto del huésped de honor donde estaba reclinado Jesús y abrió un gran frasco de alabastro que contenía un ungüento muy raro y costoso. Después de ungir la cabeza del Maestro, empezó a verterlo sobre sus pies y se soltó el cabello para secárselos con él. La fragancia del perfume impregnó toda la casa, y todos los presentes se asombraron de lo que María había hecho. Lázaro no dijo nada, pero cuando algunos murmuraron indignados que un ungüento tan caro no debía utilizarse de ese modo, Judas Iscariote se acercó al lugar donde estaba reclinado Andrés y dijo: «¿Por qué no se ha vendido este ungüento y se ha empleado el dinero para alimentar a los pobres? Deberías decirle al Maestro que repruebe este derroche».
172:1.6 (1879.4) Jesús, sabiendo lo que pensaban y oyendo lo que decían, puso su mano sobre la cabeza de María que estaba arrodillada a su lado y dijo con expresión bondadosa: «Dejadla todos en paz. ¿Por qué la molestáis por esto cuando ha hecho algo bueno según su corazón? A vosotros que murmuráis y decís que este ungüento se debería haber vendido para dar el dinero a los pobres, os diré que a los pobres los tendréis siempre con vosotros y podéis ayudarlos cuando os parezca bien, pero a mí no siempre me tendréis; pronto iré a mi Padre. Esta mujer ha guardado durante mucho tiempo este ungüento para mi cuerpo el día de mi sepultura, y si ahora le parece bien ungirme en anticipación de mi muerte, no le será denegada esa satisfacción. Al hacer esto María os ha dado a todos una lección porque manifiesta su fe en lo que he dicho sobre mi muerte y ascensión a mi Padre del cielo. Esta mujer no será recriminada por lo que ha hecho esta noche; os digo más bien que en los tiempos por venir, dondequiera que este evangelio se predique en el mundo entero, se hablará de lo que ella ha hecho en memoria suya».
172:1.7 (1879.5) Esta reprimenda, que tomó como una reprobación personal, indujo definitivamente a Judas Iscariote a buscar venganza para sus sentimientos heridos. Este tipo de ideas habían pasado muchas veces por su subconsciente, pero ahora se atrevía a considerar de forma consciente y abierta esos pensamientos malvados. Y vio reforzada su actitud por las críticas de muchos, dado que el precio de ese ungüento equivalía a lo que ganaba un hombre al año (suficiente para abastecer de pan a cinco mil personas). Pero María amaba a Jesús; había adquirido el precioso ungüento para embalsamar su cuerpo después de muerto porque creyó en sus palabras cuando les dijo que tenía que morir. Y si ahora había cambiado de idea y prefería hacer esta ofrenda al Maestro mientras aún estaba vivo, nadie se lo iba a impedir.
172:1.8 (1879.6) Tanto Lázaro como Marta sabían que María llevaba tiempo ahorrando el dinero necesario para comprar ese frasco de nardo, y les parecía muy bien que su hermana actuara en esto según los deseos de su corazón porque eran gente adinerada y podían permitirse fácilmente hacer una ofrenda así.
172:1.9 (1880.1) Cuando los jefes de los sacerdotes oyeron hablar de esta cena celebrada en Betania en honor de Jesús y de Lázaro, se pusieron a deliberar sobre qué hacer con Lázaro y enseguida decidieron que Lázaro también debía morir. Concluyeron acertadamente que sería inútil matar a Jesús y dejar vivir a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.
172:2.1 (1880.2) Aquel domingo por la mañana el Maestro reunió en torno suyo a los doce apóstoles en el hermoso jardín de Simón y les dio las últimas instrucciones antes de entrar en Jerusalén. Les dijo que probablemente pronunciaría muchos discursos y enseñaría muchas lecciones antes de volver al Padre, pero recomendó a los apóstoles que evitaran toda actuación pública durante esa Pascua en Jerusalén. Les indicó que se quedaran cerca de él y que «velaran y oraran». Jesús sabía que en ese mismo momento muchos de sus apóstoles y seguidores directos llevaban espadas ocultas, pero no habló de ello.
172:2.2 (1880.3) En esta reunión matutina Jesús hizo un breve repaso del ministerio de los apóstoles desde el día de su ordenación cerca de Cafarnaúm hasta ese momento en el que se preparaban para entrar en Jerusalén. Los apóstoles escucharon en silencio y no hicieron ninguna pregunta.
172:2.3 (1880.4) A primera hora de esa mañana David Zebedeo había entregado a Judas los fondos obtenidos con la venta del material del campamento de Pella, y Judas había puesto la mayor parte de este dinero en manos de Simón, su anfitrión, para que lo guardara en lugar seguro en previsión de las necesidades de su entrada en Jerusalén.
172:2.4 (1880.5) Después de la conversación con los apóstoles Jesús habló con Lázaro y le recomendó que no sacrificara su vida a la sed de venganza del Sanedrín. Lázaro siguió su consejo y huyó a Filadelfia cuando los funcionarios del Sanedrín enviaron agentes a arrestarlo unos días después.
172:2.5 (1880.6) En cierto modo todos los seguidores de Jesús sentían que la crisis era inminente, pero el Maestro se mostraba tan animado y de tan buen humor que no se dieron verdadera cuenta de la gravedad de la situación.
172:3.1 (1880.7) Ese domingo a la una y media de la tarde Jesús se preparó para salir hacia Jerusalén desde Betania, que estaba a unos tres kilómetros del templo. Sentía un profundo cariño por Betania y su gente sencilla. Nazaret, Cafarnaúm y Jerusalén lo habían rechazado, en cambio Betania lo había aceptado, había creído en él. Y en esta pequeña aldea en la que casi todos los hombres, mujeres y niños eran creyentes, Jesús eligió realizar la obra más poderosa de su otorgamiento en la tierra: la resurrección de Lázaro. No resucitó a Lázaro para que sus habitantes creyeran, sino más bien porque ya creían.
172:3.2 (1880.8) Jesús había estado pensando toda la mañana en su entrada en Jerusalén. Hasta ese momento se había esforzado siempre por impedir cualquier intento de aclamación pública como Mesías, pero ahora era diferente. Se estaba acercando al final de su carrera en la carne, el Sanedrín había decretado su muerte y no pasaba nada por permitir que sus discípulos dieran rienda suelta a sus sentimientos, cosa que probablemente ocurriría si decidía hacer una entrada pública y oficial en la ciudad.
172:3.3 (1881.1) Jesús no decidió hacer esta entrada pública en Jerusalén como una última llamada al favor popular ni como un intento final de ganar poder. Tampoco lo hizo para satisfacer los anhelos humanos de sus apóstoles y discípulos. Jesús no se hacía ninguna de las ilusiones de un soñador y sabía muy bien cuál iba a ser el desenlace de esta visita.
172:3.4 (1881.2) Cuando hubo decidido entrar públicamente en Jerusalén, el Maestro tuvo que elegir la manera apropiada de hacerlo. Después de repasar las numerosas y más o menos contradictorias profecías llamadas mesiánicas, solo encontró una que podría seguir con cierta coherencia. La mayoría de estas declaraciones proféticas describían a un rey enérgico y audaz, hijo y sucesor de David, que liberaría temporalmente a todo Israel del yugo de la dominación extranjera. Pero había un pasaje de las Escrituras asociado a veces al Mesías por aquellos que mantenían el concepto más espiritual de su misión, y a Jesús le pareció consecuente tomarlo como guía de su proyectada entrada en Jerusalén. Era un pasaje de Zacarías que decía: «Regocíjate sobremanera, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén. He aquí que tu rey viene a ti. Es justo y salvador. Viene como el humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de asna».
172:3.5 (1881.3) Un rey guerrero entraba siempre en una ciudad montado en un caballo; un rey en misión de paz y amistad entraba siempre montado en un asno. Jesús no quería entrar en Jerusalén a lomos de un caballo, pero sí estaba dispuesto a entrar pacíficamente y con buena voluntad, como Hijo del Hombre, en un burro.
172:3.6 (1881.4) Jesús llevaba mucho tiempo intentando inculcar por enseñanza directa a sus apóstoles y a sus discípulos que su reino no era de este mundo, que era algo puramente espiritual, pero no lo había conseguido. Quería intentar ahora con un gesto simbólico lo que no había podido hacer con la simple enseñanza personal. Y así, en cuanto terminaron el almuerzo del mediodía pidió a Pedro y a Juan que fueran a Betfagé, una aldea cercana situada al noroeste de Betania algo apartada de calzada principal, con estas instrucciones: «Id a Betfagé, y cuando lleguéis al cruce de caminos encontraréis un pollino atado. Desatadlo y traedlo con vosotros. Si alguno os pregunta por qué hacéis eso, decid solo: ‘El Maestro lo necesita’». Los dos apóstoles fueron a Betfagé como el Maestro les había indicado y encontraron al pollino atado en la calle al lado de su madre cerca de una casa que hacía esquina. Cuando Pedro se puso a desatar al pollino llegó el dueño preguntando por qué lo hacían. Pedro le contestó lo que Jesús les había indicado y el hombre dijo: «Si vuestro Maestro es Jesús de Galilea, llevadle el pollino». Y ellos volvieron con el pollino.
172:3.7 (1881.5) Para entonces se habían reunido varios cientos de peregrinos en torno a Jesús y sus apóstoles, ya que los visitantes que pasaban camino de la Pascua se habían ido quedando allí desde media mañana. Mientras tanto David Zebedeo y algunos de sus antiguos mensajeros fueron rápidamente a Jerusalén por su propia iniciativa y corrieron eficazmente la voz de que Jesús de Nazaret iba a hacer una entrada triunfal en la ciudad. Ante esta noticia, varios miles de los visitantes que estaban alrededor del templo salieron a recibir al profeta hacedor de prodigios del que tanto se hablaba y que algunos creían que era el Mesías. La multitud que salía de Jerusalén se encontró con Jesús y el gentío que llegaba con él cuando estos acababan de coronar el Olivete y empezaban a bajar hacia la ciudad.
172:3.8 (1882.1) La procesión salió de Betania entre el entusiasmo festivo de la multitud de discípulos, creyentes y peregrinos, muchos de ellos procedentes de Galilea y Perea. Justo antes de salir llegaron las doce mujeres del cuerpo original de mujeres con algunas de sus colaboradoras y se unieron a la singular procesión que se dirigía alegremente hacia la ciudad.
172:3.9 (1882.2) Antes de emprender la marcha los gemelos Alfeo colocaron sus mantos sobre el asno y lo sujetaron mientras el Maestro se subía. A medida que la procesión avanzaba hacia la cima del Olivete, la gente alborozada tendía sus vestimentas en el camino y traía ramas de los árboles cercanos para hacerle una alfombra de honor al asno que llevaba al Hijo real, el Mesías prometido. Al aproximarse a Jerusalén la jubilosa multitud empezó a cantar, o más bien a gritar al unísono, el salmo: «Hosanna al hijo de David; bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas. Bendito sea el reino que baja del cielo».
172:3.10 (1882.3) Jesús estuvo alegre y jovial hasta que llegaron a la cumbre del Olivete con su vista panorámica de la ciudad y las torres del templo. El Maestro detuvo allí la procesión, y un gran silencio se apoderó de todos cuando lo vieron llorar. Posando la mirada sobre la muchedumbre que salía de la ciudad para recibirlo, el Maestro exclamó con gran emoción y lágrimas en la voz: «¡Oh Jerusalén, si tú también hubieras conocido, al menos en este tu día, las cosas que conducen a tu paz y que hubieras podido tener con tanta abundancia! Pero ahora estas glorias están a punto de ocultarse a tus ojos. Estás a punto de rechazar al Hijo de la Paz y de volver la espalda al evangelio de la salvación. Pronto vendrán días sobre ti en que tus enemigos abrirán una trinchera a tu alrededor y te sitiarán por todos lados; te derribarán a tierra y no dejarán en ti piedra sobre piedra. Y todo esto caerá sobre ti porque no conociste el tiempo de tu visitación divina. Estás a punto de rechazar el regalo de Dios, y todos los hombres te rechazarán a ti».
172:3.11 (1882.4) Cuando hubo terminado de hablar empezaron la bajada del Olivete y pronto se reunieron con la multitud de visitantes que había salido de Jerusalén ondeando ramas de palmera, gritando hosannas y expresando su regocijo y buena hermandad de muchas otras maneras. El Maestro no había planeado que saliera de Jerusalén ese gentío a encontrarse con ellos; eso fue obra de otros. Él nunca proyectó nada que fuera teatral.
172:3.12 (1882.5) Entre la multitud que salía en tropel a recibir al Maestro había también muchos fariseos y otros enemigos suyos. Estaban tan alterados por este estallido súbito e inesperado de aclamación popular que no se atrevieron a detenerlo por miedo a provocar una revuelta. Les preocupaba sobre todo la actitud de los numerosos visitantes que habían oído hablar de Jesús, muchos de los cuales creían en él.
172:3.13 (1882.6) A medida que se acercaban a Jerusalén iba creciendo el entusiasmo de la multitud, tanto que algunos fariseos se abrieron paso hasta Jesús y le dijeron: «Maestro, deberías reprender a tus discípulos y exhortarlos a comportarse con más decoro». Jesús contestó: «Es más que adecuado que estos hijos den la bienvenida al Hijo de la Paz que ha sido rechazado por los jefes de los sacerdotes. Sería inútil impedirlo, porque si ellos callan las piedras clamarán».
172:3.14 (1882.7) Los fariseos se adelantaron rápidamente a la procesión para volver al Sanedrín, que estaba reunido en el templo, e informar: «Sabed que todo lo que hacemos es inútil; este galileo lo trastorna todo. La gente se vuelve loca por él; si no paramos a esos ignorantes todo el mundo se irá con él».
172:3.15 (1883.1) En realidad no había que dar mucha importancia a ese estallido espontáneo y superficial de entusiasmo popular. Esa bienvenida, aunque jubilosa y sincera, no correspondía a ninguna convicción real ni profundamente arraigada en el corazón de aquella multitud festiva, la misma multitud que no dudaría en rechazar a Jesús esa misma semana cuando el Sanedrín adoptó una postura firme y decidida contra él, y ellos se desilusionaron al darse cuenta de que Jesús no iba a establecer el reino conforme a sus ansiadas expectativas.
172:3.16 (1883.2) Sin embargo la ciudad estaba conmocionada hasta el punto de que todos preguntaban: «¿Quién es este?». Y la multitud contestaba: «Es el profeta de Galilea, Jesús de Nazaret».
172:4.1 (1883.3) Mientras los gemelos Alfeo devolvían el asno a su dueño, Jesús y los diez apóstoles se separaron de sus colaboradores más próximos y dieron un paseo por el templo observando los preparativos para la Pascua. No hubo ningún intento de atacar a Jesús porque el Sanedrín temía mucho al pueblo, y esa era una de las razones por las que Jesús había permitido que la multitud lo aclamara de ese modo. Los apóstoles casi no se dieron cuenta de que esa era la única forma humana de impedir el arresto inmediato de Jesús al entrar en la ciudad. El Maestro deseaba dar a los habitantes de Jerusalén, tanto humildes como poderosos, así como a las decenas de miles de asistentes a la Pascua, una nueva y última oportunidad de escuchar el evangelio y recibir al Hijo de la Paz si así lo deseaban.
172:4.2 (1883.4) Al caer la tarde, cuando la multitud se dispersó para ir a comer, Jesús y sus seguidores directos se quedaron solos. ¡Qué extraño había sido el día! Los apóstoles estaban silenciosos y pensativos. No recordaban un día como ese en todos sus años de asociación con Jesús. Se sentaron un momento al lado del tesoro y observaron cómo depositaba la gente sus ofrendas: los ricos echaban mucho dinero y todos aportaban en la medida de sus posibilidades. Al final llegó una viuda pobre miserablemente vestida y vieron que echaba dos óbolos (pequeñas monedas de cobre) en el embudo. Entonces Jesús llamó la atención de los apóstoles sobre la viuda diciendo: «Fijaos bien en lo que acabáis de ver. Esta viuda tan pobre ha echado más que todos ellos. Los demás han echado como donativo una pequeña parte de lo que les sobraba, pero ella en su pobreza ha dado todo lo que tenía, incluso su sustento».
172:4.3 (1883.5) Siguió anocheciendo mientras paseaban en silencio por los patios del templo. Después de contemplar una vez más esas escenas familiares y revivir sus emociones de visitas anteriores, sin olvidar las primeras, Jesús dijo: «Volvamos a Betania a descansar». Jesús, Pedro y Juan fueron a casa de Simón, y los demás apóstoles se alojaron con sus amigos de Betania y Betfagé.
172:5.1 (1883.6) Aquel domingo por la noche Jesús volvió a Betania caminando por delante de los apóstoles. No se habló ni una palabra hasta que se despidieron delante de la casa de Simón. No ha habido nunca doce seres humanos que hayan sentido tantas y tan inexplicables emociones como las que bullían n la mente y en el alma de estos embajadores del reino. Estos robustos galileos estaban confusos y desconcertados; no sabían qué podría ocurrir después, pero estaban más sorprendidos que asustados. Desconocían por completo los planes del Maestro para el día siguiente y no hicieron preguntas. Se retiraron a sus alojamientos y, salvo los gemelos, no pudieron dormir gran cosa. Sin embargo no organizaron turnos de vigilancia armada sobre Jesús en casa de Simón.
172:5.2 (1884.1) Andrés estaba sumido en el desconcierto y al borde de la confusión. Fue el único apóstol que no se planteó evaluar el estallido de aclamación popular. Estaba demasiado preocupado por su responsabilidad como jefe del cuerpo apostólico como para considerar seriamente el sentido o la relevancia de los ruidosos hosannas de la multitud. Andrés se dedicó a vigilar a algunos de sus compañeros temiendo que se dejaran llevar por sus emociones ante la euforia popular, sobre todo Pedro, Santiago, Juan y Simón Zelotes. Durante todo ese día y los siguientes estuvo asaltado por serias dudas, aunque nunca manifestó estos recelos a sus compañeros apostólicos. Le inquietaba la actitud de algunos de los doce que sabía que llevaban espadas, sin saber que su propio hermano Pedro era uno de ellos. La procesión a Jerusalén produjo en Andrés una impresión relativamente superficial porque estaba demasiado concentrado en las responsabilidades de su cargo como para interesarse por otras cosas.
172:5.3 (1884.2) Al principio Simón Pedro estuvo a punto de dejarse arrastrar por el entusiasmo de la manifestación popular, pero a la hora de volver a Betania por la noche se había serenado bastante. Pedro era sencillamente incapaz de descifrar qué pretendía el Maestro. Estaba tremendamente desilusionado de que Jesús no hubiera culminado esta oleada de favor popular con algún tipo de declaración. No podía comprender por qué Jesús no había hablado a la multitud cuando llegaron al templo, o permitido al menos que uno de los apóstoles se dirigiera al gentío. Pedro era un gran predicador y le disgustaba ver desaprovechado un auditorio tan amplio, entusiasta y receptivo. Le hubiera encantado predicar el evangelio del reino a esa muchedumbre allí en el templo, pero el Maestro les había pedido expresamente que no enseñaran ni predicaran en Jerusalén durante esa semana de Pascua. La reacción tras la espectacular procesión hacia la ciudad fue desastrosa para Simón Pedro. Al caer la noche había recuperado la sensatez pero sentía una tristeza indescriptible.
172:5.4 (1884.3) Santiago Zebedeo vivió ese domingo con profunda confusión; no conseguía captar el sentido de lo que estaba pasando; no podía comprender el propósito del Maestro al dejarse aclamar de forma tan desmedida y negarse luego a decir una palabra a la gente cuando llegaron al templo. Mientras la procesión iba bajando del Olivete hacia Jerusalén, y especialmente cuando se encontraron con los miles de peregrinos que salían en tropel a recibir al Maestro, Santiago se sintió desgarrado entre emociones de euforia y satisfacción por lo que veía y un profundo sentimiento de miedo a lo que podía ocurrir cuando llegaran al templo. Y luego cuando Jesús se bajó del asno y se puso a pasear tranquilamente por los patios del templo, se sintió hundido y decepcionado. Santiago no podía comprender la razón de desperdiciar una oportunidad tan magnífica de proclamar el reino. Esa noche se apoderó de su mente una horrible y angustiosa incertidumbre.
172:5.5 (1884.4) Juan Zebedeo estuvo a punto de comprender por qué Jesús hizo las cosas así; por lo menos captó en parte la relevancia espiritual de la llamada entrada triunfal en Jerusalén. Al observar a su Maestro a horcajadas sobre el pollino mientras la multitud avanzaba hacia el templo, Juan recordó haber oído a Jesús citar el pasaje de las Escrituras donde Zacarías describe la llegada del Mesías a Jerusalén como hombre de paz a lomos de un asno. A medida que Juan daba vueltas en la cabeza a esta Escritura, iba empezando a entender la importancia simbólica del espectáculo de esa tarde de domingo. Por lo menos captó lo suficiente del significado de esta Escritura como para poder disfrutar algo del episodio y no deprimirse demasiado por el final aparentemente inútil de la procesión triunfal. Juan tenía un tipo de mente que tendía de manera natural a pensar y sentir en símbolos.
172:5.6 (1885.1) Felipe se encontró totalmente descentrado por lo repentino y espontáneo del estallido. Durante la bajada del Olivete no consiguió ordenar sus pensamientos para poder determinar el significado de toda esa manifestación. En cierto modo, disfrutó del espectáculo porque su Maestro estaba siendo honrado. Al acercarse al templo le empezó a preocupar que Jesús pudiera pedirle que alimentara a la multitud, así que la decisión de Jesús de apartarse tranquilamente del gentío, que tanto decepcionó a la mayoría de los apóstoles, fue un gran alivio para Felipe. Las multitudes habían supuesto más de una vez un quebradero de cabeza para el administrador de los doce. Cuando se hubo liberado de sus temores personales sobre las necesidades materiales del gentío, Felipe se unió a la desilusión de Pedro porque no se hubiera hecho nada por enseñar a la multitud. Por la noche de puso a dar vueltas a todo lo ocurrido y estuvo tentado de poner en duda toda la idea del reino; se preguntaba sinceramente qué podrían significar todas esas cosas, aunque no comentó sus dudas con nadie; amaba demasiado a Jesús. Felipe tenía una gran fe personal en el Maestro.
172:5.7 (1885.2) Natanael, además de apreciar los aspectos simbólicos y proféticos, fue el que más cerca estuvo de entender las razones que tenía el Maestro para movilizar el apoyo popular de los peregrinos pascuales. Antes de llegar al templo ya tenía claro que sin esta llamativa entrada en Jerusalén Jesús habría sido arrestado y encarcelado por los funcionarios del Sanedrín en el momento mismo en que se hubiera atrevido a entrar en la ciudad. Por eso no le sorprendió en lo más mínimo que una vez dentro de los muros de la ciudad el Maestro no siguiera utilizando la aclamación de las masas que tanto había impactado a los líderes judíos hasta el punto de impedir que lo arrestaran en el acto. Como Natanael comprendía el verdadero motivo del Maestro para entrar de esa forma en la ciudad, es natural que viviera la situación con más serenidad y se sintiera menos perturbado y decepcionado que los demás apóstoles por la conducta posterior de Jesús. Natanael tenía mucha confianza en la capacidad de Jesús de comprender a los hombres y también en su sagacidad y su habilidad para manejar situaciones difíciles.
172:5.8 (1885.3) Al principio Mateo contempló absorto el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos. No captó el significado de lo que veía hasta que él también recordó el pasaje de Zacarías sobre el regocijo de Jerusalén por la llegada de su rey que traía la salvación montado en el pollino de un burro. Observó extasiado cómo avanzaba la procesión hacia la ciudad y luego se acercaba al templo; estaba seguro de que iba a suceder algo extraordinario cuando el Maestro llegara al templo en la cabeza de la multitud vociferante. Cuando uno de los fariseos se burló de Jesús diciendo: «¡Mirad todos, ved quién viene, el rey de los judíos montado en un asno!», Mateo tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ponerle la mano encima. Al volver a Betania aquella tarde ninguno de los doce estaba más deprimido que él. Después de Simón Pedro y Simón Zelotes fue el que sufrió mayor tensión nerviosa, y llegó a la noche en estado de agotamiento. Pero Mateo era buen perdedor y amaneció mucho más animado a la mañana siguiente.
172:5.9 (1886.1) Pero el más sorprendido y desconcertado de los doce fue sin duda Tomás. Se limitó a seguir a los demás contemplando el espectáculo y preguntándose honradamente cuál podía ser el motivo del Maestro para tomar parte en esa extraña manifestación. En el fondo de su corazón todo el espectáculo le parecía un poco infantil, si no perfectamente estúpido. No había visto nunca a Jesús hacer nada semejante y no sabía cómo explicarse su insólita actuación de ese domingo, pero a medida que se acercaban al templo fue llegando a la conclusión de que lo que Jesús se proponía con ese despliegue de popularidad era asustar de tal manera al Sanedrín que no se atreviera a arrestarlo inmediatamente. Tomás volvió a Betania reflexionando en silencio durante todo el camino, y a la hora de acostarse la habilidad del Maestro para poner en escena la tumultuosa entrada en Jerusalén había empezado a apelar a su sentido del humor. Esta constatación le levantó mucho el ánimo.
172:5.10 (1886.2) Ese domingo empezó como un gran día para Simón Zelotes. Tuvo visiones de actuaciones extraordinarias en Jerusalén los próximos días, y en esto tenía razón, pero él soñaba con la instauración de la nueva soberanía nacional de los judíos y Jesús sentado en el trono de David. Simón veía a los nacionalistas entrar en acción en cuanto se proclamara el reino, y se veía a sí mismo al mando supremo de las nacientes fuerzas militares del nuevo reino. Mientras bajaban del Olivete llegó incluso a imaginar que el Sanedrín y todos sus partidarios estarían muertos ese mismo día antes de la puesta de sol. Creía realmente que iba a suceder algo grande y era el que más ruido hacía de toda la multitud. Sin embargo, a las cinco de la tarde solo era un apóstol mudo, hundido y desilusionado. Nunca se recuperó del todo de la depresión que se abatió sobre él ese domingo, o por lo menos tardó en recuperarse hasta mucho después de la resurrección del Maestro.
172:5.11 (1886.3) Para los gemelos Alfeo fue un día perfecto. Disfrutaron a fondo de todo, y como no estuvieron presentes durante la sosegada visita al templo, se libraron del bajón que siguió al entusiasmo popular. No podían comprender de ninguna manera el abatimiento de los demás apóstoles al volver a Betania aquella noche. En el recuerdo de los gemelos ese fue siempre el día en que estuvieron más cerca del cielo en la tierra. Ese día fue la culminación satisfactoria de toda su carrera como apóstoles, y el recuerdo de la euforia de ese domingo los sostuvo durante toda la tragedia de aquella semana memorable hasta el momento mismo de la crucifixión. Los gemelos no hubieran podido concebir una entrada más apropiada para el rey y disfrutaron de cada momento del espectáculo. Se identificaron plenamente con todo lo que vieron y atesoraron ese recuerdo durante mucho tiempo.
172:5.12 (1886.4) De todos los apóstoles Judas Iscariote fue el peor afectado por esta entrada procesional en Jerusalén. Estaba muy resentido en su fuero interno por la reprensión del Maestro la víspera tras la unción de María en el festín de Simón. A Judas le repugnaba todo el espectáculo. Le parecía infantil, por no decir francamente ridículo. Cuando este apóstol vengativo consideraba los acontecimientos de aquel domingo Jesús le parecía más un payaso que un rey. Todo el espectáculo le inspiraba un profundo rechazo. Coincidía con los griegos y los romanos en menospreciar a todo el que se rebajaba a montar en asno o en pollino. Cuando la procesión triunfal entró en la ciudad Judas casi había decidido abandonar la idea de semejante reino. Estaba a punto de renunciar a esos absurdos intentos de establecer el reino de los cielos, pero entonces recordó la resurrección de Lázaro entre muchas otras cosas y decidió seguir con los doce por lo menos otro día. Además llevaba la bolsa y no quería desertar con los fondos apostólicos en su poder. Al volver a Betania aquella noche su comportamiento no extrañó a nadie porque todos los apóstoles iban igual de abatidos y silenciosos.
172:5.13 (1887.1) A Judas le influyeron enormemente las burlas de sus amigos saduceos. El episodio concreto que más pesó en su decisión final de abandonar a Jesús y a sus compañeros apóstoles ocurrió cuando Jesús llegaba a la puerta de la ciudad. Un prominente saduceo amigo de la familia de Judas corrió a darle una palmada en la espalda y le dijo burlonamente: «¿Por qué vas tan deprimido? Anímate, amigo, y únete a nosotros para aclamar a este Jesús de Nazaret, el rey de los judíos, que atraviesa las puertas de Jerusalén subido en un burro». Judas no había retrocedido nunca ante las persecuciones pero no podía soportar este tipo de burlas. Al sentimiento de venganza que llevaba tanto tiempo cultivando se sumaba ahora un miedo mortal al ridículo, la horrible sensación de avergonzarse de su Maestro y de sus compañeros apostólicos. Este embajador ordenado del reino era ya un desertor en su corazón; solo le faltaba encontrar una excusa plausible para romper abiertamente con el Maestro.
El libro de Urantia
Documento 173
173:0.1 (1888.1) TAL COMO habían acordado, Jesús y los apóstoles se reunieron el lunes por la mañana temprano en la casa de Simón en Betania y después de una breve conversación, salieron hacia Jerusalén. Los doce caminaban hacia el templo en extraño silencio; no se habían recuperado de la experiencia del día anterior. Estaban expectantes, temerosos y profundamente afectados por cierto sentimiento de desapego que tenía su origen en el repentino cambio de táctica del Maestro unido a sus instrucciones de no impartir ningún tipo de enseñanza pública durante toda la semana de Pascua.
173:0.2 (1888.2) Bajaron el monte Olivete con Jesús en cabeza seguido de cerca por los apóstoles silenciosos y meditabundos. Todos menos Judas Iscariote se hacían la misma pregunta: ¿Qué hará el Maestro hoy? En cambio Judas se preguntaba: ¿Qué haré? ¿Seguir con Jesús y mis compañeros o irme? Y si me voy, ¿cómo romperé con ellos?
173:0.3 (1888.3) Alrededor de las nueve de esa hermosa mañana llegaron al templo. Fueron directamente al gran patio donde Jesús solía enseñar, y después de saludar a los creyentes que estaban esperando su llegada, Jesús se subió a una de las tribunas de enseñanza y empezó a dirigirse a la gente que se iba congregando. Los apóstoles se apartaron un poco para observar los acontecimientos.
173:1.1 (1888.4) Con el paso del tiempo se había desarrollado en el templo un enorme tráfico comercial asociado a los servicios y las ceremonias del culto. Estaba el negocio de suministrar animales adecuados para los diversos sacrificios. Aunque los fieles podían llevar su propio sacrificio, era condición indispensable que los animales estuvieran libres de toda «tacha» según los criterios de la ley levítica y su interpretación por los inspectores oficiales del templo. Muchos de los fieles habían sufrido la humillación de ver rechazado su animal, que ellos consideraban perfecto, por los examinadores del templo. Por eso se había generalizado la práctica de comprar los animales propiciatorios en el templo, y aunque había varios puestos donde se podían comprar en los alrededores del Olivete, se había puesto de moda comprarlos directamente en los corrales del templo. Esta costumbre de vender todo tipo de animales propiciatorios en los patios del templo había ido creciendo gradualmente y se había creado un importante comercio que generaba enormes beneficios. Una parte de estas ganancias se reservaba para el tesoro del templo, pero la mayor parte iba a parar indirectamente a las manos de las familias de los altos sacerdotes dirigentes.
173:1.2 (1888.5) Esta venta de animales en el templo prosperó porque cuando un fiel compraba uno de aquellos animales, aunque el precio fuera algo más alto, no tenía que pagar otros derechos y podía estar seguro de que su sacrificio no sería rechazado por imperfecciones reales o imaginarias del animal. En algunas ocasiones se aprovechaban de la gente corriente aplicando sobreprecios exorbitantes, sobre todo en las grandes fiestas nacionales. En una ocasión los codiciosos sacerdotes llegaron a exigir el equivalente al salario de una semana por un par de palomas que deberían haberse vendido a los pobres por unos pocos céntimos. Los «hijos de Anás» ya habían empezado a establecer sus bazares en los recintos del templo, y esos puestos de abastecimiento perduraron hasta que fueron finalmente derribados por las turbas tres años antes de la destrucción del propio templo.
173:1.3 (1889.1) Pero los patios del templo no eran profanados solo por el tráfico de animales propiciatorios y otras mercancías. Se había desarrollado por entonces un complejo sistema de intercambio bancario y comercial que operaba directamente dentro de los recintos del templo y tenía el siguiente origen: durante la dinastía de los Asmoneos los judíos acuñaron su propia moneda de plata, y se había instaurado la práctica de exigir que la cuota de medio siclo y todos los demás estipendios del templo se pagaran en esta moneda judía. Esta norma hizo necesaria la acreditación de cambistas con licencia para cambiar los muchos tipos de monedas que circulaban en Palestina y otras provincias del Imperio romano por el siclo ortodoxo de acuñación judía. El impuesto individual del templo, exigible a todos excepto mujeres, esclavos y menores, era de medio siclo, una moneda del tamaño aproximado de la de diez céntimos, pero de doble grosor. En tiempos de Jesús los sacerdotes estaban también exentos de pagar las cuotas del templo. Por consiguiente, entre los días 15 y 25 del mes anterior a la Pascua los cambistas acreditados instalaban sus puestos en las principales ciudades de Palestina para proporcionar al pueblo judío la moneda adecuada para pagar las cuotas del templo cuando llegaran a Jerusalén. Transcurridos estos diez días, los cambistas se trasladaban a Jerusalén donde montaban sus mesas de cambio en los patios del templo. Estaban autorizados a cobrar una comisión equivalente a tres o cuatro céntimos por el cambio de una moneda valorada en unos diez céntimos, y en el caso de monedas de más valor se les permitía duplicar la comisión. Estos banqueros del templo se lucraban además cambiando todo el dinero destinado a la compra de animales propiciatorios y al pago de votos y ofrendas.
173:1.4 (1889.2) El negocio de estos cambistas del templo no se limitaba a obtener beneficios por el cambio de los más de veinte tipos de monedas que los peregrinos visitantes llevaban periódicamente a Jerusalén, sino que se dedicaban también a todas las demás transacciones propias del negocio bancario. Tanto el tesoro del templo como sus dirigentes obtenían enormes beneficios de estas actividades comerciales. No era raro que la tesorería del templo superara los diez millones de dólares mientras la gente corriente languidecía en la pobreza y seguía pagando estas exacciones injustas.
173:1.5 (1889.3) Ese lunes por la mañana Jesús intentaba enseñar el evangelio del reino celestial en medio de esta ruidosa multitud de cambistas, comerciantes y vendedores de ganado. No era el único ofendido por esta profanación del templo; a la gente corriente, sobre todo a los visitantes judíos procedentes de provincias extranjeras, le disgustaba profundamente esta profanación especulativa de su templo nacional de culto. El propio Sanedrín celebraba por entonces sus reuniones regulares en una sala rodeada por toda esa algarabía de comercio y mercadeo.
173:1.6 (1890.1) Cuando Jesús estaba a punto de empezar su discurso dos incidentes atrajeron su atención. En el puesto de un cambista cercano estalló una acalorada y disputa con un judío de Alejandría sobre su comisión, mientras los mugidos de un centenar de bueyes trasladados de un corral a otro atronaban el ambiente. Jesús se detuvo a contemplar esta escena de comercio y confusión en pensativo silencio, al tiempo que observaba allí mismo cómo un galileo de pocas luces, un hombre con quien había hablado una vez en Irón, era zarandeado y ridiculizado por unos arrogantes judeos convencidos de su superioridad. Todo esto se combinó para producir en el alma de Jesús uno de sus extraños arrebatos periódicos de indignada emoción.
173:1.7 (1890.2) Al gran asombro de sus apóstoles, que se quedaron allí cerca sin participar en nada de lo que pasó luego, Jesús bajó de la tribuna de enseñanza, fue hacia el muchacho que conducía el ganado por el patio, le quitó el látigo de cuerdas y sacó rápidamente a los animales del templo. Pero esto no fue todo. Ante la mirada incrédula de las miles de personas reunidas en el patio del templo, se dirigió a majestuosas zancadas hacia el corral más alejado, abrió las puertas de cada uno de los establos y ahuyentó a los animales encerrados. Para entonces los peregrinos reunidos estaban ya electrizados, y avanzando hacia los bazares con estrepitoso griterío empezaron a volcar las mesas de los cambistas. En menos de cinco minutos todo comercio había sido barrido del templo. Cuando aparecieron los guardias romanos de la zona todo estaba tranquilo y el gentío había recuperado la calma. Jesús se volvió a subir a la tribuna de los oradores y dijo a la multitud: «Hoy habéis presenciado lo que está escrito en las Escrituras: ‘Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones'».
173:1.8 (1890.3) Antes de que pudiera decir una palabra más, la numerosa concurrencia estalló en hosannas de alabanza, y al poco salió del gentío un gran grupo de jóvenes para cantar himnos de gratitud por la expulsión del templo sagrado de los irreverentes y aprovechados mercaderes. Para entonces habían llegado algunos sacerdotes, y uno de ellos dijo a Jesús: «¿No oyes lo que dicen los hijos de los levitas?». El Maestro respondió: «¿No has leído nunca que ‘de la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza’?». Durante todo el resto del día, mientras Jesús enseñaba, guardianes puestos por la gente vigilaron todas las arcadas y no permitieron que nadie transportara ni siquiera una vasija vacía por los patios del templo.
173:1.9 (1890.4) Cuando los jefes de los sacerdotes y los escribas tuvieron noticia de lo ocurrido se quedaron anonadados. Cuanto más temían al Maestro, más decididos estaban a acabar con él, pero no sabían cómo hacerlo por miedo a las multitudes que habían apoyado tan abiertamente la expulsión de los especuladores. Durante todo ese día, un día de paz y calma en los patios del templo, el pueblo escuchó las enseñanzas de Jesús y estuvo literalmente colgado de sus palabras.
173:1.10 (1890.5) Esta sorprendente actuación de Jesús fue totalmente incomprensible para sus apóstoles. La repentina e inesperada reacción de su Maestro los dejó tan estupefactos que se quedaron todo el tiempo apiñados unos contra otros junto a la tribuna de los oradores sin levantar un dedo para contribuir a limpiar el templo. Si este espectacular suceso hubiera ocurrido el día anterior en el momento de la triunfante llegada de Jesús al templo tras la tumultuosa procesión por las puertas de la ciudad aclamado a gritos por la multitud, habrían estado dispuestos a ello, pero tal como ocurrió no estaban preparados para participar.
173:1.11 (1891.1) Esta limpia del templo pone de manifiesto la postura del Maestro frente a la comercialización de las prácticas de la religión, así como su rechazo a cualquier tipo de injusticia y especulación a costa de los pobres y los ignorantes. Este episodio demuestra también que Jesús no veía con buenos ojos la negativa a utilizar la fuerza para proteger a la mayoría de un grupo humano concreto contra las prácticas abusivas y esclavizantes de minorías injustas capaces de atrincherarse detrás del poder político, financiero o eclesiástico. No se debe permitir que hombres astutos, malvados e intrigantes se organicen para explotar y oprimir a los que, por idealismo, no están dispuestos a recurrir a la violencia para protegerse o para promover proyectos de vida dignos de alabanza.
173:2.1 (1891.2) La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén el domingo intimidó tanto a los líderes judíos que no se atrevieron a arrestarlo. El lunes la espectacular limpia del templo tuvo el mismo efecto de posponer la captura del Maestro. Día tras día los dirigentes de los judíos se ratificaban en su decisión de acabar con él, pero dos temores se conjugaron para retrasar la hora de asestar el golpe: los jefes de los sacerdotes y los escribas no querían apresar a Jesús en público porque temían que la multitud furiosa se volviera contra ellos, y les aterraba la idea de que los guardias romanos tuvieran que sofocar un alzamiento popular.
173:2.2 (1891.3) En la sesión del mediodía del Sanedrín se acordó por unanimidad acabar con Jesús cuanto antes —puesto que ningún amigo del Maestro asistió a esa reunión— aunque no pudieron ponerse de acuerdo sobre cuándo ni cómo detenerlo. Al final designaron a cinco grupos para que se mezclaran con la gente e intentaran tenderle trampas o desacreditarlo de cualquier otro modo ante los que escuchaban su instrucción. Y así, hacia las dos de la tarde, cuando Jesús acababa de empezar su discurso sobre «La libertad de la filiación», un grupo de estos ancianos de Israel se abrió paso hasta Jesús e interrumpió su discurso como tenían por costumbre para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio esa autoridad?».
173:2.3 (1891.4) Los dirigentes del templo y los funcionarios del Sanedrín judío estaban en su perfecto derecho de hacer esta pregunta a todo el que pretendiera enseñar y actuar de la manera extraordinaria que caracterizaba a Jesús, sobre todo a raíz de su última iniciativa de eliminar del templo toda actividad comercial. Esos mercaderes y cambistas operaban todos con licencia directa de los dirigentes supremos, y se daba por hecho que un porcentaje de sus ganancias iba directamente al tesoro del templo. No olvidéis que la autoridad era la consigna de toda la sociedad judía. Los profetas siempre provocaban problemas porque tenían la audacia de pretender enseñar sin autoridad, sin haber sido debidamente instruidos en las academias rabínicas y ordenados luego de forma regular por el Sanedrín. Enseñar en público sin esta autoridad solo se podía interpretar como un acto de atrevida ignorancia o de abierta rebelión. En aquella época solo el Sanedrín podía ordenar a un anciano o a un maestro, y esa ceremonia había de celebrarse en presencia de al menos tres personas que hubieran sido ordenadas previamente del mismo modo. Esta ordenación confería al maestro el título de «rabino» y lo cualificaba también para actuar como juez, «atando y desatando las cuestiones sometidas a su decisión».
173:2.4 (1892.1) Los dirigentes del templo se presentaron ante Jesús esa tarde para poner en entredicho no solo su enseñanza sino también sus actos. Jesús sabía muy bien que esos mismos hombres habían enseñado públicamente durante mucho tiempo que su autoridad para enseñar era satánica y que todas sus poderosas obras habían sido realizadas por el poder del príncipe de los demonios. Por eso el Maestro empezó por responder a la pregunta de los dirigentes con esta otra pregunta: «Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, yo también os diré con qué autoridad hago estas cosas. ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Recibió Juan su autoridad del cielo o de los hombres?».
173:2.5 (1892.2) Los interrogadores tuvieron que retirarse ante esta pregunta para acordar una respuesta entre ellos. Habían intentado poner a Jesús en un compromiso ante la multitud, y ahora eran ellos los que se mostraban confundidos ante todos los presentes en el patio del templo. Y quedaron claramente abochornados cuando tuvieron que volver ante Jesús con esta repuesta: «Sobre el bautismo de Juan no podemos contestar; no lo sabemos». Respondieron esto porque habían razonado así entre ellos: Si decimos que venía del cielo, dirá: ¿Por qué no creísteis en él?, e incluso podría decir que él ha recibido su autoridad de Juan; y si decimos que venía de los hombres, la multitud podría volverse contra nosotros porque casi todos piensan que Juan era un profeta. Y así se vieron obligados a reconocer ante Jesús y ante la gente que ellos, los maestros y líderes religiosos de Israel, no podían (o no querían) expresar una opinión sobre la misión de Juan. Entonces Jesús bajó la mirada hacia ellos y les dijo: «Yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas».
173:2.6 (1892.3) Jesús no tuvo nunca intención de recurrir a Juan para respaldar su autoridad. Juan no había sido ordenado nunca por el Sanedrín. La autoridad de Jesús estaba en sí mismo y en la supremacía eterna de su Padre.
173:2.7 (1892.4) Al emplear este método para tratar a sus adversarios, Jesús no pretendía esquivar la pregunta. Podría parecer a primera vista que había eludido magistralmente la cuestión, pero no fue así. Nunca estuvo en el ánimo de Jesús aprovecharse injustamente de nadie, ni siquiera de sus enemigos. Esta aparente evasiva dio en realidad a todos sus oyentes la respuesta a la pregunta de los fariseos sobre la autoridad que había detrás de su misión. Ellos habían afirmado que Jesús actuaba con la autoridad del príncipe de los demonios. Jesús había afirmado repetidamente que todas sus obras y enseñanzas las realizaba con el poder y la autoridad de su Padre del cielo. Los dirigentes judíos se negaban a aceptar esto y estaban tratando de acorralarlo para obligarle a reconocer que era un maestro irregular, puesto que no había sido sancionado nunca por el Sanedrín. Al contestarles como lo hizo, aunque no afirmó que su autoridad proviniera de Juan, hizo ver a la gente que la trampa que le habían tendido sus enemigos se volvía contra ellos y los desacreditaba ante los ojos de todos los presentes.
173:2.8 (1892.5) Este talento del Maestro para lidiar con sus adversarios era lo que tanto los asustaba. Aquel día ya no intentaron hacer más preguntas; se retiraron para seguir confabulando entre ellos. Pero la gente vio enseguida la malicia y la doblez que había en las preguntas de los dirigentes judíos. Ni siquiera el pueblo llano podía dejar de distinguir entre la majestad moral del Maestro y la insidiosa hipocresía de sus enemigos. Pero la limpia del templo había impulsado a los saduceos a unirse a los fariseos en el proyecto de acabar con Jesús. Y los saduceos ya eran la mayoría en el Sanedrín.
173:3.1 (1893.1) Mientras los fariseos discrepantes callaban ante él, Jesús bajó la mirada hacia ellos y les dijo: «Puesto que dudáis de la misión de Juan y os presentáis como enemigos de la enseñanza y las obras del Hijo del Hombre, escuchad esta parábola: Un gran terrateniente muy respetado tenía dos hijos y quería que sus hijos colaboraran en la gestión de sus vastas propiedades. Fue a ver a uno de ellos y le dijo: ‘Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña’. Este hijo atolondrado contestó a su padre: ‘No quiero’, pero luego se arrepintió y fue. El padre fue después a ver a su hijo mayor y le dijo también: ‘Hijo, ve a trabajar a mi viña’. Este hijo hipócrita y desleal contestó: ‘Sí, padre, ya voy’. Pero cuando se marchó su padre no fue. Y ahora yo os pregunto, ¿cuál de los dos hizo realmente la voluntad de su padre?».
173:3.2 (1893.2) La gente respondió al unísono: «El primero». Entonces dijo Jesús: «Así es; y ahora os declaro que los publicanos y las rameras, aunque parezca que rechazan la llamada al arrepentimiento, verán el error de su forma de vida y entrarán en el reino de Dios antes que vosotros, que hacéis mucha ostentación de servir al Padre del cielo mientras os negáis a hacer las obras del Padre. No fuisteis vosotros, los fariseos y los escribas, los que creísteis en Juan, sino los publicanos y los pecadores. Tampoco creéis en mi enseñanza, en cambio la gente corriente escucha mis palabras con alegría».
173:3.3 (1893.3) Jesús no despreciaba a los fariseos y saduceos como personas. Solo trataba de desacreditar sus prácticas y sus métodos de enseñanza. Él no sentía hostilidad hacia nadie, pero se estaba produciendo en aquel lugar la colisión inevitable entre una religión del espíritu viva y nueva, y la antigua religión de las ceremonias, la tradición y la autoridad.
173:3.4 (1893.4) Los doce apóstoles estuvieron todo el tiempo cerca del Maestro sin participar en ninguna de estas actuaciones. Cada uno de los doce reaccionaba a su manera personal ante los acontecimientos de aquellos últimos días del ministerio de Jesús en la carne, y todos obedecían al mandato del Maestro de no enseñar ni predicar en público durante esa semana de Pascua.
173:4.1 (1893.5) Después de escuchar la parábola de los dos hijos, los jefes de los fariseos y los escribas que habían intentado comprometer a Jesús se retiraron en busca de asesoramiento. Entonces el Maestro se dirigió hacia la multitud de oyentes y les contó otra parábola:
173:4.2 (1893.6) «Había un hombre bueno que era propietario y plantó una viña. La cercó con un seto, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia para los guardas. Luego arrendó su viña a unos labradores y se fue a hacer un largo viaje a otro país. Llegado el tiempo de la cosecha, envió a sus siervos a los arrendatarios para percibir la renta, pero los arrendatarios se pusieron de acuerdo para atacar a estos siervos en vez de entregarles los frutos que debían a su señor; golpearon a uno, apedrearon a otro y despidieron a los demás con las manos vacías. Cuando el dueño se enteró de todo esto, envió a otros siervos de más confianza para ajustar cuentas con esos malvados arrendatarios, y ellos también fueron agredidos y tratados vergonzosamente. Entonces el dueño envió a su siervo predilecto, su administrador, y a este lo mataron. A pesar de ello, con gran paciencia y tolerancia, envió a muchos más siervos, pero ellos no quisieron recibir a ninguno; a unos los golpearon y a otros los mataron. Ante este comportamiento, el propietario decidió enviar a su hijo diciéndose: ‘Podrán maltratar a mis servidores, pero seguro que respetarán a mi amado hijo’. Cuando aquellos arrendatarios contumaces y malvados vieron al hijo, dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Ea, matémoslo y la herencia será nuestra’. Y entonces le echaron mano, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando el señor de esta viña tenga noticia de cómo han rechazado y matado a su hijo, ¿qué hará con esos arrendatarios perversos y desagradecidos?».
173:4.3 (1894.1) Después de escuchar esta parábola, la gente respondió a la pregunta de Jesús: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros labradores honrados que le paguen el fruto a su tiempo». Algunos de los oyentes comprendieron que esta parábola se refería a la nación judía, a su trato a los profetas y al inminente rechazo a Jesús y al evangelio del reino, y dijeron con pesar: «Dios nos libre de seguir haciendo semejantes cosas».
173:4.4 (1894.2) Jesús vio que un grupo de saduceos y fariseos se abría paso a través del gentío y se calló un momento hasta que se acercaron a él; entonces dijo: «Sabéis que vuestros padres rechazaron a los profetas, y bien sabéis que habéis decidido en vuestro corazón rechazar al Hijo del Hombre». Y clavando la mirada en los sacerdotes y los ancianos que estaban cerca de él, prosiguió: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras sobre la piedra que rechazaron los constructores y que se convirtió en la piedra angular cuando la gente la descubrió? Os advierto una vez más que si seguís rechazando este evangelio, el reino de Dios os será quitado y será dado a un pueblo deseoso de recibir la buena nueva y producir los frutos del espíritu. Hay un misterio en esta piedra, pues quien caiga sobre ella, aunque se haga pedazos, se salvará; pero aquel sobre quien caiga esta piedra será convertido en polvo y sus cenizas dispersadas a los cuatro vientos».
173:4.5 (1894.3) Los fariseos comprendieron al oír esto que Jesús se refería a ellos y a los demás líderes judíos y tuvieron grandes deseos de apresarlo allí mismo, pero temían a la multitud. Estaban tan furiosos por las palabras del Maestro que volvieron a reunirse para buscar la forma de acabar con él. Aquella noche los saduceos y los fariseos se pusieron de acuerdo para tenderle una trampa al día siguiente.
173:5.1 (1894.4) Cuando los escribas y los dirigentes se marcharon, Jesús se dirigió de nuevo a la multitud reunida y contó la parábola del banquete de boda:
173:5.2 (1894.5) «El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo un banquete de boda para su hijo y envió mensajeros a llamar así a los que habían sido invitados previamente a la fiesta: ‘Todo está preparado para la cena de boda en el palacio del rey’. Sin embargo, muchos de los que prometieron asistir en su día esta vez se negaron a ir. Cuando el rey oyó que rechazaban su invitación, envió a más siervos y mensajeros con estas palabras: ‘Decid que vengan todos los que estaban invitados, pues ved que mi cena está preparada. Mis bueyes y mis cebones ya han sido matados y todo está dispuesto para celebrar la próxima boda de mi hijo’. Pero aquellos invitados desconsiderados volvieron a desatender la llamada de su rey y se dedicaron a sus asuntos, uno a sus campos, otro a su alfarería y otro a sus negocios. Hubo otros que no se contentaron con despreciar así la llamada del rey sino que, en abierta rebeldía, atacaron a los mensajeros del rey, los maltrataron vergonzosamente e incluso mataron a algunos de ellos. Cuando el rey cayó en la cuenta de que sus convidados elegidos, incluso los que habían aceptado su invitación preliminar y prometido asistir al banquete de boda, habían rechazado definitivamente su llamada, se habían rebelado y habían agredido y asesinado a sus mensajeros elegidos, montó en cólera. Entonces este rey injuriado movilizó sus ejércitos y los ejércitos de sus aliados y les dio orden de acabar con aquellos rebeldes asesinos e incendiar su ciudad.
173:5.3 (1895.1) «Cuando hubo castigado a los que habían desdeñado su invitación, fijó un nuevo día para el banquete de boda y dijo a sus mensajeros: ‘Los primeros invitados a la boda no eran dignos; id pues ahora a los cruces de los caminos y a las carreteras, e incluso más allá de los límites de la ciudad, e invitad a todos los que encontréis, incluso a los extranjeros, a este banquete de boda’. Aquellos siervos salieron a las carreteras y a los lugares apartados y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, ricos y pobres, de modo que el salón de bodas se llenó por fin de invitados bien dispuestos. Cuando todo estuvo preparado el rey entró a ver a sus invitados y se sorprendió mucho al ver allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Como el rey había proporcionado generosamente ropa de boda a todos sus convidados, se dirigió a este hombre y le dijo: ‘Amigo, ¿cómo entras en mi sala de invitados para esta celebración sin ropa de boda?’. Y el hombre que no estaba preparado enmudeció. Entonces el rey dijo a sus siervos: ‘Echad de mi casa a este invitado desconsiderado para que corra la misma suerte que todos los otros que desdeñaron mi hospitalidad y rechazaron mi llamada. Solo quiero tener aquí a los que aceptan mi invitación llenos de alegría y me hacen el honor de llevar la ropa de gala que tan generosamente se ha proporcionado a todos’.»
173:5.4 (1895.2) Cuando terminó de contar esta parábola, Jesús estaba a punto de despedir a la multitud cuando un creyente simpatizante se abrió paso hasta él a través del gentío y le preguntó: «Pero, Maestro, ¿cómo nos enteraremos de estas cosas? ¿Cómo estaremos preparados para la invitación del rey? ¿Qué signo nos darás para que sepamos que eres el Hijo de Dios?». El Maestro respondió así a esta pregunta: «Solo se os dará un signo», y señalando a su propio cuerpo prosiguió: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Pero ellos no le entendieron y comentaban entre sí al marcharse: «Este templo lleva en construcción casi cincuenta años, y dice que lo destruirá y lo levantará en tres días». Ni siquiera sus propios apóstoles entendieron el significado de esta frase, pero después de su resurrección recordaron lo que había dicho.
173:5.5 (1895.3) Hacia las cuatro de esa tarde Jesús llamó por señas a sus apóstoles y les dijo que quería salir del templo y volver a Betania para cenar y pasar la noche. Mientras subían el Olivete pidió a Andrés, Felipe y Tomás que montaran al día siguiente un campamento más cerca de la ciudad para alojarse el resto de la semana de Pascua. Ellos siguieron las instrucciones de Jesús y a la mañana siguiente armaron sus tiendas en una quebrada de la ladera que dominaba el parque público de acampada de Getsemaní. Se instalaron en un terreno que pertenecía a Simón de Betania.
173:5.6 (1896.1) Una vez más, el grupo de judíos que subió por la ladera oeste del Olivete aquel lunes por la noche caminó en silencio. Los doce hombres empezaban a presentir más que nunca que algo trágico se avencinaba. Aunque la espectacular limpia del templo despertó por la mañana sus esperanzas de ver al Maestro imponerse y manifestar sus grandes poderes, los acontecimientos de la tarde fueron una constante desilusión, pues todos presagiaban que las autoridades judías rechazarían sin lugar a dudas las enseñanzas de Jesús. Los apóstoles estaban atenazados por la tensión y sumidos en una terrible incertidumbre. Se daban cuenta de que podría mediar muy poco tiempo entre los acontecimientos del día que terminaba y el estallido de una inminente fatalidad. Todos sentían que estaba a punto de ocurrir algo formidable, pero no sabían qué esperar. Se retiraron a sus respectivos cobijos para descansar pero durmieron muy poco. Incluso los gemelos Alfeo empezaban a comprender por fin que los acontecimientos de la vida del Maestro se dirigían rápidamente hacia su culminación final.
El libro de Urantia
Documento 174
174:0.1 (1897.1) ESE MARTES hacia las siete de la mañana Jesús se reunió en casa de Simón con los apóstoles, el cuerpo de mujeres y alrededor de veinticuatro discípulos destacados. En esta reunión se despidió de Lázaro y le aconsejó que huyera cuanto antes a Filadelfia en Perea, donde se unió más tarde al movimiento misionero que tenía su sede en esa ciudad. Jesús dijo también adiós al anciano Simón y dio sus consejos de despedida al cuerpo de mujeres. Fue la última vez que se dirigió a ellas de manera oficial.
174:0.2 (1897.2) Aquella mañana dedicó un saludo personal a cada uno de los doce. A Andrés le dijo: «No te dejes desanimar por las cosas que están a punto de ocurrir. Controla firmemente a tus hermanos y procura que no te vean abatido». A Pedro le dijo: «No pongas tu confianza en el vigor de tu brazo ni en las armas de acero. Asiéntate sobre los cimientos espirituales de las rocas eternas». A Santiago le dijo: «Que las apariencias externas no te hagan dudar. Mantente firme en tu fe y pronto conocerás la realidad de aquello en lo que crees». A Juan le dijo: «Sé amable; ama incluso a tus enemigos; sé tolerante. Y recuerda que te he confiado muchas cosas». A Natanael le dijo: «No juzgues por las apariencias; cuando todo parezca desvanecerse sigue firme en tu fe; sé fiel a tu misión de embajador del reino». A Felipe le dijo: «No te dejes afectar por los próximos acontecimientos. Aguanta impasible aunque no puedas ver el camino. Sé leal a tu juramento de consagración». A Mateo le dijo: «No olvides la misericordia que te recibió en el reino. No dejes que nadie te engañe y te prive de tu recompensa eterna. Igual que has resistido a las tendencias de la naturaleza humana, sé firme ahora». A Tomás le dijo: «Por muy difícil que sea, ahora es cuando tienes que guiarte por la fe y no por la vista. Nunca dudes que seré capaz de terminar la obra que he empezado y veré finalmente a todos mis fieles embajadores en el reino del más allá». A los gemelos Alfeo les dijo: «No dejéis que las cosas que no podéis entender os aplasten. Sed fieles a los afectos de vuestro corazón y no pongáis vuestra confianza ni en los grandes hombres ni en la actitud cambiante de la gente. Apoyad a vuestros hermanos». A Simón Zelotes le dijo: «Simón, puede que te aplaste la decepción, pero tu espíritu se elevará por encima de todo lo que pueda caer sobre ti. Lo que no hayas conseguido aprender de mí, mi espíritu te lo enseñará. Busca las verdaderas realidades del espíritu y deja de interesarte por las sombras irreales de lo material». Y a Judas Iscariote le dijo: «Judas, te he amado y he orado para que ames a tus hermanos. No te canses de hacer el bien. Te recomiendo que desconfíes de los senderos resbaladizos de la adulación y los dardos envenenados del ridículo».
174:0.3 (1897.3) Después de saludar así a todos sus apóstoles, Jesús salió hacia Jerusalén con Andrés, Pedro, Santiago y Juan. Los demás apóstoles se dedicaron a montar el campamento de Getsemaní donde iban a alojarse esa noche y durante el resto de la vida del Maestro en la carne. A mitad de la bajada del Olivete Jesús se paró a hablar durante más de una hora con los cuatro apóstoles.
174:1.1 (1898.1) Pedro y Santiago interpretaban de forma diferente la enseñanza del Maestro sobre el perdón de los pecados, y después de comparar opiniones durante varios días habían acordado plantear el asunto a Jesús. A Pedro le pareció que ese era un buen momento para hacerlo, de modo que interrumpió la conversación cuando se hablaba de las diferencias entre la alabanza y la adoración, y preguntó: «Maestro, Santiago y yo no entendemos igual tus enseñanzas sobre el perdón de los pecados. Santiago dice que tú enseñas que el Padre nos perdona antes incluso de que se lo pidamos, pero yo pienso que antes del perdón tiene que haber arrepentimiento y confesión. ¿Quién tiene razón? ¿Qué dices tú?».
174:1.2 (1898.2) Después de un breve silencio Jesús lanzó una mirada significativa a los cuatro y contestó: «Hermanos, os equivocáis en vuestras opiniones porque no entendéis la naturaleza de las relaciones íntimas y amorosas entre la criatura y el Creador, entre el hombre y Dios. No lográis captar la compasión comprensiva de un padre sabio hacia su hijo inmaduro y a veces errado. Es muy poco probable que unos padres inteligentes y cariñosos se encuentren alguna vez en la situación de tener que perdonar a un hijo normal y corriente. Las relaciones comprensivas asociadas a las actitudes de amor impiden eficazmente que se produzcan todos esos distanciamientos que luego exigen el arrepentimiento del hijo y el perdón del padre para ser superados.
174:1.3 (1898.3) «Una parte de cada padre vive en el hijo. El padre goza de prioridad y superioridad de comprensión en todo lo referente a las relaciones entre padres e hijos. Los padres son capaces de ver la inmadurez del hijo a la luz de su madurez parental más avanzada, de la experiencia más madura que posee el compañero de más edad. En el caso del hijo terrenal y el Padre celestial, el progenitor divino posee una compasión infinita y divina y una capacidad infinita y divina de comprensión amorosa. El perdón divino es inevitable; es inherente a la comprensión infinita e inalienable de Dios, a su conocimiento perfecto de todo lo relacionado con el juicio erróneo y la elección equivocada del hijo. La justicia divina es tan eternamente equitativa que lleva en sí necesariamente una misericordia comprensiva.
174:1.4 (1898.4) «Cuando un hombre sensato comprende los impulsos interiores de sus semejantes llega a amarlos. Y cuando amáis a vuestro hermano ya lo habéis perdonado. Esta capacidad de comprender la naturaleza del hombre y perdonar sus aparentes ofensas es semejanza con Dios. Si sois padres sensatos esta será la forma en que amaréis y comprenderéis a vuestros hijos, e incluso los perdonaréis cuando parezca que los malentendidos pasajeros os han separado. El hijo es inmaduro y no alcanza a comprender bien la profundidad de la relación padre-hijo, por eso experimenta muchas veces un sentimiento de separación culpable cuando no tiene la plena aprobación de su padre; en cambio el verdadero padre nunca es consciente de ninguna de esas situaciones de separación. El pecado es una experiencia de la consciencia de la criatura; no forma parte de la consciencia de Dios.
174:1.5 (1898.5) «Vuestra incapacidad o falta de deseo de perdonar a vuestros semejantes es la medida de vuestra inmadurez, de vuestro fracaso en lograr la compasión, la comprensión y el amor del adulto. Guardáis rencores y alimentáis ideas de venganza en proporción directa a vuestra ignorancia de la naturaleza interior y de los verdaderos anhelos de vuestros hijos y de vuestros semejantes. El amor es la manifestación del impulso de vida interno y divino. Está fundado en la comprensión, alimentado por el servicio generoso y perfeccionado en la sabiduría.»
174:2.1 (1899.1) El lunes por la noche se había reunido el Sanedrín con otros cincuenta líderes elegidos entre los escribas, los fariseos y los saduceos. En esta reunión se llegó a la conclusión de que sería peligroso arrestar a Jesús en público por el afecto que le tenía la gente común. Casi todos eran partidarios de concentrar sus esfuerzos en desacreditarlo a los ojos de la multitud antes de arrestarlo y llevarlo a juicio. Para ello designaron a varios grupos de hombres doctos que debían ir al templo la mañana siguiente a tenderle trampas con preguntas capciosas e intentar por todos los medios ponerlo en entredicho ante la gente. Al final los fariseos, los saduceos y hasta los herodianos se unieron todos en este esfuerzo por desacreditar a Jesús ante las multitudes pascuales.
174:2.2 (1899.2) El martes por la mañana en cuanto Jesús llegó al patio del templo y empezó a enseñar, fue interrumpido en su primera frase por un grupo de estudiantes de las academias. Estos estudiantes, elegidos entre los más jóvenes y debidamente aleccionados, avanzaron hacia él y le dijeron a través de su portavoz: «Maestro, sabemos que enseñas con rectitud y proclamas los caminos de la verdad, y que solo sirves a Dios, pues no temes a ningún hombre y no haces acepción de personas. Somos unos simples estudiantes que deseamos saber la verdad sobre una cuestión que nos preocupa; nuestro dilema es este: ¿Es lícito que paguemos tributo al césar? ¿Debemos pagarlo o no?». Conociendo su malicia y su hipocresía, Jesús les dijo: «¿Por qué venís a ponerme a prueba? Mostradme la moneda del tributo y os contestaré». Y cuando le trajeron un denario lo miró y preguntó: «¿De quién es la imagen y la inscripción que lleva esta moneda?». Ellos contestaron: «Del césar». Entonces Jesús les dijo: «Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios».
174:2.3 (1899.3) Tras esta respuesta los jóvenes escribas y sus cómplices herodianos se retiraron, y todos los presentes, incluso los saduceos, se alegraron de su fracaso. Los propios jóvenes que le habían tendido la trampa quedaron muy maravillados por la inesperada sagacidad de la respuesta del Maestro.
174:2.4 (1899.4) El día anterior los dirigentes habían intentado sin éxito hacer tropezar a Jesús ante la gente en cuestiones de autoridad eclesiástica, y ahora intentaban cazarlo en el vidrioso terreno de la autoridad civil. Tanto Pilatos como Herodes estaban en Jerusalén en aquel momento, y los enemigos de Jesús daban por hecho que si se atrevía a aconsejar que no se pagara el tributo al césar, podrían acudir inmediatamente a las autoridades romanas y acusarlo de sedición. Por otra parte calculaban con razón que si aconsejaba expresamente pagar el tributo, esa declaración heriría profundamente el orgullo nacional de sus oyentes judíos con la consiguiente pérdida de aprecio y cariño popular.
174:2.5 (1899.5) Estas tretas de los enemigos de Jesús se vieron frustradas porque una norma bien conocida del Sanedrín, pensada para guiar a los judíos dispersos por las naciones gentiles, establecía que el «derecho de acuñar moneda conlleva el derecho de recaudar impuestos». Jesús esquivó así la trampa. Haber contestado «no» a la pregunta se habría interpretado como incitar a la rebelión; haber contestado «sí» habría ultrajado los sentimientos nacionalistas profundamente arraigados de aquella época. El Maestro no eludió la pregunta, simplemente tuvo la inteligencia de dar una respuesta doble. Jesús no era nunca evasivo, pero siempre utilizó la inteligencia para afrontar a los que intentaban acosarlo y acabar con él.
174:3.1 (1900.1) Antes de que Jesús pudiera empezar su enseñanza se adelantó otro grupo para hacerle preguntas, esta vez unos astutos y eruditos saduceos. Su portavoz se le acercó diciendo: «Maestro, Moisés dijo que si un hombre casado moría sin dejar hijos, su hermano tomaría a la esposa y engendraría descendencia para el hermano difunto. Pues bien, hubo un hombre que tenía seis hermanos y murió sin hijos; el segundo hermano tomó a su esposa pero pronto murió sin dejar hijos. El siguiente hermano tomó a la esposa y también murió sin descendencia, y así sucesivamente hasta que los seis hermanos se casaron con ella y los seis fallecieron sin dejar hijos. Al final murió la mujer después de todos ellos. Lo que queremos preguntarte es lo siguiente: en la resurrección, ¿de cuál de los siete será la esposa puesto que todos la tuvieron?».
174:3.2 (1900.2) Jesús sabía, y la gente también, que esos saduceos no eran sinceros al preguntar esto porque no era probable que ocurriera realmente un caso así; y además la costumbre de que los hermanos de un muerto trataran de engendrar hijos para él ya era prácticamente letra muerta entre los judíos de esa época. A pesar de ello condescendió a responder a su maliciosa pregunta, y lo hizo así: «Todos erráis al preguntar estas cosas porque no conocéis ni las Escrituras ni el poder vivo de Dios. Sabéis que los hijos de este mundo se casan y son dados en matrimonio, pero no parecéis comprender que los que son tenidos por dignos de alcanzar los mundos por venir mediante la resurrección de los justos ni se casan ni son dados en matrimonio. Los que experimentan la resurrección de entre los muertos son más como ángeles del cielo y ya no pueden morir. Estos resucitados son hijos de Dios eternamente. Son hijos de la luz resucitados para progresar en la vida eterna. Incluso vuestro padre Moisés comprendió esto cuando estaba frente a la zarza ardiente y oyó decir al Padre: ‘Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’. Y así, junto con Moisés yo declaro que mi Padre no es Dios de muertos, sino de vivos. En él todos vivís, os reproducís y poseéis vuestra existencia mortal».
174:3.3 (1900.3) Los saduceos se retiraron cuando Jesús terminó de responder a sus preguntas, y algunos de los fariseos se dejaron llevar hasta tal punto que exclamaron: «Es verdad, es verdad, Maestro, has contestado bien a esos saduceos incrédulos». Los saduceos no se atrevieron a preguntarle nada más, y la gente corriente se maravilló de la sabiduría de su enseñanza.
174:3.4 (1900.4) Jesús apeló solo a Moisés en su confrontración con los saduceos porque esta secta político-religiosa solo reconocía la validez de los llamados cinco libros de Moisés; no admitía las enseñanzas de los profetas como base para los dogmas doctrinales. El Maestro afirmó categóricamente en su respuesta la realidad de la supervivencia de las criaturas mortales mediante la resurrección, pero no dio su aprobación en ningún sentido a la creencia de los fariseos en la resurrección literal del cuerpo humano. Lo que Jesús quería poner de relieve era que el Padre había dicho: «Yo soy —y no yo era— el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob».
174:3.5 (1900.5) Los saduceos habían intentado desacreditar a Jesús a base de ponerlo en ridículo, pues sabían muy bien que cualquier ataque público contra él pondría a la gente más a su favor.
174:4.1 (1901.1) Otro grupo de saduceos había recibido instrucciones de hacer a Jesús preguntas capciosas sobre las ángeles, pero al ver la suerte que corrieron sus colegas cuando intentaron ridiculizarlo con preguntas sobre la resurrección, tuvieron la prudencia de callarse y se retiraron sin preguntar nada. El plan acordado de antemano por la alianza de fariseos, escribas, saduceos y herodianos era pasarse todo el día acosando a Jesús con preguntas capciosas. Con ello pretendían desacreditar al Maestro ante la gente y a la vez quitarle tiempo para proclamar sus inquietantes enseñanzas.
174:4.2 (1901.2) Entonces se adelantó uno de los grupos de fariseos decididos a hostigarlo a preguntas. Su portavoz hizo una seña a Jesús y dijo: «Maestro, soy jurista y quisiera preguntarte: ¿En tu opinión, cuál es el mandamiento más grande?». Jesús respondió: «No hay más que un mandamiento, que es el mayor de todos, y ese mandamiento es: ‘Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es uno; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. Este es el primer gran mandamiento. Y el segundo mandamiento es como el primero; en verdad, brota directamente de él, y es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento mayor que estos; de estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas».
174:4.3 (1901.3) Como vio que Jesús no solo había contestado conforme al concepto más alto de la religión judía, sino que había contestado también sabiamente a los ojos de la multitud reunida, el jurista pensó que sería más conveniente elogiar la respuesta del Maestro. Por eso dijo: «Muy bien, Maestro, con verdad has dicho que Dios es uno y no hay otro fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y también amar al prójimo como a uno mismo, es el primer gran mandamiento. Y estamos de acuerdo en que este gran mandamiento tiene mucho más valor que todos los holocaustos y sacrificios». Y al ver que contestaba con tanta discreción, Jesús fijó los ojos en el jurista y le dijo: «Amigo, percibo que no estás lejos del reino de Dios».
174:4.4 (1901.4) Jesús tenía razón cuando dijo que este jurista no estaba «lejos del reino», pues aquella misma noche fue al campamento del Maestro, cerca de Getsemaní, profesó su fe en el evangelio del reino y fue bautizado por Josías, uno de los discípulos de Abner.
174:4.5 (1901.5) Había entre los presentes dos o tres grupos más de escribas y fariseos con intención de hacerle preguntas, pero se sintieron desarmados por la respuesta de Jesús al jurista o bien desanimados por la derrota de todos los que habían intentado tenderle trampas. Después de esto nadie se atrevió a hacerle más preguntas en público.
174:4.6 (1901.6) Como no había más preguntas y era ya cerca del mediodía, Jesús no reanudó su enseñanza sino que se limitó a preguntar a los fariseos y sus aliados: «Puesto que no hacéis más preguntas, yo os haré una: ¿Qué pensáis del Libertador? ¿De quién es hijo?». Tras una breve pausa uno de los escribas contestó: «El Mesías es hijo de David». Y sabiendo Jesús que había habido un gran debate, incluso entre sus propios discípulos, sobre si era o no hijo de David, hizo esta otra pregunta: «Si el Libertador es en verdad hijo de David, ¿cómo es que en el salmo que atribuís a David, él mismo dice hablando por el espíritu: ‘Dijo el Señor a mi señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como escabel bajo tus pies’? Si David lo llama Señor, ¿cómo puede ser su hijo?». Los dirigentes, los escribas y los jefes de los sacerdotes no respondieron a esta pregunta y renunciaron a hacerle más preguntas capciosas. Nunca respondieron a esta pregunta que Jesús les había hecho, aunque después de la muerte del Maestro intentaron salvar la dificultad cambiando la interpretación del salmo para que se refiriera a Abraham en lugar de al Mesías. Otros trataron de eludir el problema negando que David fuera el autor de este salmo llamado mesiánico.
174:4.7 (1902.1) Un poco antes los fariseos se habían divertido viendo cómo el Maestro hacía callar a los saduceos. Ahora eran los saduceos los que se alegraban del fracaso de los fariseos, aunque esta rivalidad fue solo momentánea y olvidaron rápidamente sus tradicionales diferencias en su esfuerzo conjunto por acabar con las obras y enseñanzas de Jesús. Por su parte, el pueblo llano escuchaba siempre con gusto al Maestro en estas ocasiones.
174:5.1 (1902.2) Hacia el mediodía Felipe estaba comprando provisiones para el nuevo campamento que estaban montando cerca de Getsemaní, cuando fue abordado por una delegación de extranjeros, un grupo de creyentes griegos de Alejandría, Atenas y Roma. Su portavoz dijo al apóstol: «Señor, deseamos ver a Jesús, tu Maestro; los que te conocen nos han dicho que nos dirijamos a ti». Felipe se encontró desprevenido en la plaza del mercado frente a estos griegos eminentes e inquisitivos, y como Jesús había insistido tan expresamente a los doce en que no hicieran ninguna enseñanza pública durante la semana de Pascua, no supo qué hacer. El hecho de que aquellos hombres fueran gentiles extranjeros complicaba más las cosas; si hubieran sido judíos o gentiles conocidos de los alrededores, no habría dudado tanto. Al final decidió pedir a los griegos que se quedaran donde estaban y se marchó a toda prisa. Ellos supusieron que iba a buscar a Jesús, pero en realidad corrió a casa de José donde sabía que estaban almorzando Andrés y los demás apóstoles; llamó a Andrés para que saliera, le explicó el motivo de su venida y volvieron juntos al lugar donde esperaban los griegos.
174:5.2 (1902.3) Como Felipe casi había terminado de comprar las provisiones, volvió con Andrés y los griegos a casa de José donde los recibió Jesús. Se sentaron cerca de él mientras hablaba a sus apóstoles y a un grupo de discípulos destacados reunidos para este almuerzo. Jesús dijo:
174:5.3 (1902.4) «Mi Padre me envió a este mundo a revelar su amorosa benevolencia a los hijos de los hombres, pero aquellos a quienes primero he venido se han negado a recibirme. Es verdad que muchos de vosotros habéis creído en mi evangelio por vosotros mismos, pero los hijos de Abraham y sus dirigentes están a punto de rechazarme, y al hacerlo rechazarán a Aquel que me envió. He proclamado sin reservas el evangelio de la salvación a este pueblo; les he hablado de la filiación que conlleva alegría, libertad y una vida más abundante en el espíritu. Mi Padre ha hecho muchas obras maravillosas entre estos hijos de los hombres esclavos del miedo. Pero el profeta Isaías se refería en verdad a este pueblo cuando escribió: ‘Señor, ¿quién ha creído en nuestras enseñanzas? ¿Y a quién se ha revelado el Señor?’. Los líderes de mi pueblo han cegado deliberadamente sus ojos para no ver y han endurecido su corazón por miedo a creer y ser salvados. Todos estos años he intentado curarlos de su incredulidad para que pudieran recibir la salvación eterna del Padre. Sé que no todos me han fallado; algunos de vosotros habéis creído realmente en mi mensaje. En esta sala hay ahora una veintena de hombres que fueron en su día miembros del Sanedrín o que ocuparon puestos importantes en los consejos de la nación, aunque algunos no os atrevéis a confesar abiertamente la verdad por miedo a ser expulsados de la sinagoga. Algunos estáis tentados de amar más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. Pero me veo obligado a tener paciencia, pues temo incluso por la seguridad y la lealtad de algunos de los que han estado tanto tiempo cerca de mí y han vivido a mi lado.
174:5.4 (1903.1) «En esta sala de banquetes estáis reunidos judíos y gentiles casi a partes iguales. Quisiera dirigirme a vosotros como al primer y último grupo de este tipo que voy a instruir en los asuntos del reino antes de ir a mi Padre.»
174:5.5 (1903.2) Estos griegos habían estado asistiendo fielmente a las enseñanzas de Jesús en el templo. El lunes por la noche se habían reunido en casa de Nicodemo hasta el amanecer, y treinta de ellos habían elegido entrar en el reino.
174:5.6 (1903.3) Cuando Jesús estaba de pie ante ellos, percibió en aquel momento que se terminaba una dispensación y empezaba otra. Volviendo su atención hacia los griegos, el Maestro dijo:
174:5.7 (1903.4) «El que cree en este evangelio no cree solo en mí sino también en Aquel que me envió. Cuando me miráis a mí no veis solo al Hijo del Hombre sino también a Aquel que me envió. Yo soy la luz del mundo y el que crea en mi enseñanza no andará en tinieblas. Si vosotros, los gentiles, queréis escucharme, recibiréis las palabras de vida y entraréis inmediatamente en la gozosa libertad de la verdad de la filiación con Dios. Si mis compatriotas, los judíos, optan por rechazarme y negar mis enseñanzas, yo no los juzgaré, pues no he venido a juzgar el mundo sino a ofrecerle la salvación. Pero los que me rechacen y se nieguen a recibir mi enseñanza serán llevados a juicio a su debido tiempo por mi Padre y por los que han sido designados por él para juzgar a los que rechazan el regalo de la misericordia y las verdades de la salvación. Recordad todos que no hablo por mí mismo, sino que he proclamado fielmente lo que el Padre me ordenó revelar a los hijos de los hombres. Y estas palabras que el Padre me mandó decir al mundo son palabras de verdad divina, de misericordia perpetua y de vida eterna.
174:5.8 (1903.5) «Pero yo declaro tanto a los judíos como a los gentiles que está a punto de llegar la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado. Bien sabéis que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere en buena tierra, brota de nuevo a la vida y produce mucho fruto. El que ama egoístamente su vida corre el riesgo de perderla; pero el que está dispuesto a dar su vida por causa de mí y del evangelio gozará de una existencia más abundante en la tierra y de la vida eterna en el cielo. Si queréis seguirme de verdad, incluso después de que me haya ido al Padre, seréis mis discípulos y los servidores sinceros de vuestros semejantes.
174:5.9 (1903.6) «Sé que se acerca mi hora y estoy preocupado. Percibo que mi pueblo está decidido a rechazar el reino, pero me alegra recibir a estos gentiles que buscan la verdad y que han venido hoy aquí para preguntar por el camino de la luz. Sin embargo mi corazón se duele por mi pueblo y mi alma está angustiada por lo que me espera. ¿Qué puedo decir cuando miro hacia adelante y percibo lo que está a punto de sucederme? ¿Acaso diré: Padre, sálvame de esta espantosa hora? ¡No! Precisamente para eso vine al mundo y he llegado a esta hora. Diré más bien, y oraré para que os unáis a mí: Padre, glorifica tu nombre y que se haga tu voluntad.»
174:5.10 (1904.1) Cuando Jesús hubo dicho esto, el Ajustador Personalizado que había morado en él antes de su bautismo apareció ante él. Jesús hizo una pausa que todos notaron, y este espíritu ahora poderoso que representaba al Padre habló a Jesús de Nazaret diciendo: «He glorificado mi nombre muchas veces en tus otorgamientos, y lo glorificaré de nuevo».
174:5.11 (1904.2) Los judíos y gentiles allí reunidos no oyeron ninguna voz pero no pudieron dejar de percibir que el Maestro se había detenido en su discurso mientras le llegaba un mensaje de alguna fuente sobrehumana. Todos los asistentes comentaron entre ellos: «Una ángel le ha hablado».
174:5.12 (1904.3) Jesús prosiguió diciendo: «Todo esto no ha sucedido por causa mía, sino por causa de vosotros. Sé con certeza que el Padre me recibirá y aceptará mi misión en vuestro favor, pero es necesario que seáis alentados y preparados para la dura prueba que se avecina. Puedo aseguraros que la victoria acabará coronando nuestros esfuerzos unidos por iluminar el mundo y liberar a la humanidad. El antiguo orden de cosas se está presentando a juicio. He derrocado al Príncipe de este mundo, y todos los hombres llegarán a ser libres gracias a la luz del espíritu que derramaré sobre toda carne cuando haya ascendido a mi Padre del cielo.
174:5.13 (1904.4) «Y ahora os declaro que si soy levantado sobre la tierra y en vuestras vidas, atraeré a todos los hombres hacia mí y hacia la comunión de mi Padre. Habéis creído que el Libertador moraría en la tierra para siempre, pero yo declaro que el Hijo del Hombre será rechazado por los hombres y volverá al Padre. Dentro de poco ya no estaré con vosotros; la luz viviente estará poco tiempo en medio de esta generación ensombrecida. Caminad mientras tenéis esta luz para que no os sorprendan las tinieblas y la confusión que viene. El que camina en la oscuridad no sabe a dónde va, pero si elegís caminar en la luz todos os convertiréis en verdad en hijos liberados de Dios. Y ahora venid todos conmigo y volvamos al templo, pues voy a decir mis palabras de despedida a los jefes de los sacerdotes, a los escribas, a los fariseos, a los saduceos, a los herodianos y a los dirigentes de Israel sumidos en la ignorancia.»
174:5.14 (1904.5) Dicho esto, Jesús tomó el camino de vuelta al templo delante de ellos por las estrechas calles de Jerusalén. Acababan de oír decir al Maestro que iba a hacer su discurso de despedida en el templo, y lo siguieron en silencio y profunda meditación.
El libro de Urantia
Documento 175
175:0.1 (1905.1) POCO después de las dos de la tarde de ese martes, Jesús llegó al templo acompañado de once apóstoles, José de Arimatea, los treinta griegos y algunos otros discípulos, y empezó a pronunciar su última alocución en los patios del edificio sagrado. Jesús quiso hacer de este discurso su último llamamiento al pueblo judío y la acusación final contra los vehementes enemigos dispuestos a acabar con él: escribas, fariseos, saduceos y los máximos dirigentes de Israel. Durante toda la mañana los diversos grupos habían tenido la oportunidad de hacer preguntas a Jesús; esa tarde nadie le preguntó nada.
175:0.2 (1905.2) Cuando el Maestro empezó a hablar el patio del templo estaba tranquilo y en orden. Ni los comerciantes ni los cambistas se habían atrevido a volver al templo después de ser expulsados la víspera por Jesús y la multitud enardecida. Antes de empezar su discurso de despedida Jesús miró con ternura al auditorio que estaba a punto de recibir su mensaje público de misericordia a la humanidad. Sería también su última denuncia contra los falsos maestros y contra el sectarismo de los dirigentes de los judíos.
175:1.1 (1905.3) «He estado con vosotros durante todo este tiempo y he recorrido todo el país proclamando el amor del Padre por los hijos de los hombres. Muchos han visto la luz y han entrado por la fe en el reino de los cielos. Junto con esta predicación y esta enseñanza, el Padre ha hecho muchas obras maravillosas, incluso hasta resucitar a los muertos. Muchos enfermos y afligidos se han recuperado porque han creído. Pero todas estas proclamaciones de la verdad y todas estas curaciones no han abierto los ojos de los que se niegan a ver la luz, de los que están decididos a rechazar este evangelio del reino.
175:1.2 (1905.4) «Mis apóstoles y yo nos hemos esforzado, en todo lo compatible con hacer la voluntad de mi Padre, por vivir en paz con nuestros hermanos, por cumplir con las exigencias razonables de las leyes de Moisés y de las tradiciones de Israel. Hemos buscado incansablemente la paz, pero los líderes de Israel no la quieren. Al rechazar la verdad de Dios y la luz del cielo se ponen del lado del error y de la oscuridad. No puede haber paz entre la luz y la oscuridad, entre la vida y la muerte, entre la verdad y el error.
175:1.3 (1905.5) «Muchos de vosotros os habéis atrevido a creer en mis enseñanzas y habéis entrado ya en el gozo y la libertad de la consciencia de vuestra filiación con Dios. Y sois testigos de que he ofrecido esta misma filiación con Dios a toda la nación judía, incluso a los propios hombres que ahora me quieren destruir. Incluso ahora recibiría mi Padre a esos maestros ciegos y a esos líderes hipócritas solo con que se volvieran hacia él y aceptaran su misericordia. Incluso ahora no es demasiado tarde para que este pueblo reciba la palabra del cielo y dé la bienvenida al Hijo del Hombre.
175:1.4 (1906.1) «Mi Padre ha tratado a este pueblo con misericordia durante mucho tiempo. Generación tras generación hemos enviado a nuestros profetas a enseñarles y advertirles, y generación tras generación han matado a estos maestros enviados por el cielo. Y ahora vuestros sumos sacerdotes y dirigentes, tercos y obstinados, siguen haciendo exactamente lo mismo. Igual que Herodes provocó la muerte de Juan, os estáis preparando vosotros para acabar con el Hijo del Hombre.
175:1.5 (1906.2) «Mientras haya una posibilidad de que los judíos se vuelvan hacia mi Padre y busquen la salvación, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob mantendrá extendidas hacia vosotros sus manos de misericordia, pero una vez que hayáis colmado vuestra copa de impenitencia y hayáis rechazado definitivamente la misericordia de mi Padre, esta nación será abandonada a sí misma y llegará rápidamente a un final ignominioso. Este pueblo estaba llamado a convertirse en la luz del mundo, a presentar al mundo la gloria espiritual de una raza conocedora de Dios, pero os habéis alejado tanto de corresponder a vuestros privilegios divinos que vuestros líderes se disponen a cometer la locura suprema de todos los tiempos. Están a punto de rechazar definitivamente el regalo de Dios a todos los hombres y para todos los tiempos: la revelación del amor del Padre del cielo por todas sus criaturas de la tierra.
175:1.6 (1906.3) «Y cuando hayáis rechazado esta revelación de Dios al hombre, el reino de los cielos será entregado a otros pueblos, a aquellos que lo reciban con gozo y alegría. En nombre del Padre que me envió os advierto solemnemente que estáis a punto de perder vuestra posición en el mundo como portaestandartes de la verdad eterna y custodios de la ley divina. Os estoy ofreciendo vuestra última oportunidad de dar un paso adelante y arrepentiros, de manifestar vuestra intención de buscar a Dios con todo vuestro corazón y entrar como niños pequeños mediante la fe sincera en la seguridad y la salvación del reino de los cielos.
175:1.7 (1906.4) «Mi Padre se ha esforzado durante mucho tiempo por vuestra salvación, y yo he bajado a vivir entre vosotros para mostraros personalmente el camino. Muchos judíos y samaritanos, e incluso gentiles, han creído en el evangelio del reino, pero los que deberían haber sido los primeros en dar un paso adelante y aceptar la luz del cielo se han negado obstinadamente a creer en la revelación de la verdad de Dios: Dios revelado en el hombre y el hombre elevado hasta Dios.
175:1.8 (1906.5) «Mis apóstoles están aquí esta tarde ante vosotros en silencio, pero pronto oiréis resonar sus voces con la llamada a la salvación y la exhortación a formar parte del reino celestial como hijos del Dios vivo. Y ahora pongo por testigos a estos discípulos míos y a estos creyentes en el evangelio del reino, así como a los mensajeros invisibles que están junto a ellos, de que he ofrecido una vez más a Israel y a sus dirigentes la liberación y la salvación. Pero todos podéis comprobar que la misericordia del Padre es desdeñada y los mensajeros de la verdad son rechazados. Os recuerdo, sin embargo, que estos escribas y fariseos siguen sentados en la cátedra de Moisés y por lo tanto, hasta que los Altísimos que rigen los reinos de los hombres hayan derrocado finalmente a esta nación y destruido el lugar de estos dirigentes, os pido que cooperéis con los ancianos de Israel. No se os pide que os unáis a ellos en sus planes para destruir al Hijo del Hombre, pero en todo lo relacionado con la paz de Israel habéis de someteros a ellos. En todas estas cuestiones haced todo lo que os digan y cumplid con la esencia de la ley, pero no imitéis sus malas obras. Recordad que el pecado de estos dirigentes es que dicen lo que está bien pero no lo hacen. Bien sabéis que atan cargas pesadas y difíciles de llevar sobre vuestros hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para ayudaros a llevarlas. Os han oprimido con ceremonias y esclavizado con tradiciones.
175:1.9 (1907.1) «Además, estos dirigentes pagados de sí mismos se deleitan en hacer sus buenas obras para ser vistos por los hombres. Ensanchan sus filacterias y agrandan las orlas de sus vestiduras. Codician el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas; aman los saludos elogiosos en las plazas y ser llamados por los hombres rabí. Y mientras buscan ser honrados así por los hombres, se apoderan en secreto de las casas de las viudas y sacan provecho de los servicios del templo sagrado. Estos hipócritas fingen hacer largas oraciones en público y dan limosnas para llamar la atención de sus semejantes.
175:1.10 (1907.2) «Aunque debéis honrar a vuestros dirigentes y respetar a vuestros maestros, no llaméis Padre a ningún hombre en sentido espiritual, porque uno es vuestro Padre, y ese es Dios. Tampoco busquéis imponeros sobre vuestros hermanos en el reino. Recordad que os he enseñado que quien quiera ser el más grande entre vosotros sea el servidor de todos. Si os atrevéis a exaltaros ante Dios, sin duda seréis humillados, pero el que se humilla sinceramente será exaltado con toda seguridad. En vuestra vida diaria no busquéis vuestra propia glorificación sino la gloria de Dios. Subordinad inteligentemente vuestra propia voluntad a la voluntad del Padre del cielo.
175:1.11 (1907.3) «No interpretéis mal mis palabras. No guardo ningún rencor a los jefes de los sacerdotes ni a los dirigentes que están buscando mi destrucción en este momento; no siento ninguna enemistad por los escribas y fariseos que rechazan mis enseñanzas. Sé que muchos de vosotros creéis en secreto y sé que profesaréis abiertamente vuestra lealtad al reino cuando llegue mi hora. ¿Pero cómo se justificarán vuestros rabinos que se precian de hablar con Dios y luego se atreven a rechazar y destruir a aquel que viene a revelar al Padre a los mundos?
175:1.12 (1907.4) «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Queréis cerrar las puertas del reino de los cielos a los hombres sinceros solo porque desconocen el contenido de vuestra enseñanza. Os negáis a entrar en el reino y hacéis todo lo posible para impedir que entren los demás. Os ponéis de espaldas a las puertas de la salvación y lucháis contra todos los que quieren entrar.
175:1.13 (1907.5) «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! Sois tan hipócritas que recorréis el mar y la tierra para hacer un prosélito, y cuando ya lo tenéis, no os conformáis hasta que conseguís que sea dos veces peor que cuando era hijo de los paganos.
175:1.14 (1907.6) «¡Ay de vosotros, dirigentes y jefes de los sacerdotes, que os apoderáis de los bienes de los pobres y exigís tasas costosas a los que desean servir a Dios como creen que ordenó Moisés! Vosotros que os negáis a mostrar misericordia, ¿podéis esperar misericordia en los mundos venideros?
175:1.15 (1907.7) «¡Ay de vosotros, falsos maestros, guías ciegos! ¿Qué se puede esperar de una nación en la que el ciego conduce al ciego? Ambos tropezarán y caerán en el abismo de la destrucción.
175:1.16 (1907.8) «¡Ay de vosotros que fingís cuando prestáis juramento! Sois unos falsarios que enseñáis que un hombre puede jurar por el templo y quebrantar su juramento, pero cualquiera que jure por el oro del templo contrae obligación. Sois todos ciegos e insensatos. Ni siquiera tiene lógica vuestra falsedad, pues ¿qué es más grande, el oro o el templo que se supone que santificó al oro? También decís que no es nada que un hombre jure por el altar, pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre el altar contrae obligación. Y una vez más estáis ciegos ante la verdad, pues ¿qué es más grande, la ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? ¿Cómo podéis justificar tanta hipocresía y tanta falsedad ante los ojos del Dios del cielo?
175:1.17 (1908.1) «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos y todos los demás hipócritas que os aseguráis de pagar el diezmo de la menta, el eneldo y el comino, pero habéis descuidado lo más importante de la ley: la fe, la misericordia y el juicio! Está bien hacer lo primero dentro de lo razonable, pero sin dejar de hacer lo segundo. Sois en verdad guías ciegos y maestros necios; coláis el mosquito y os tragáis el camello.
175:1.18 (1908.2) «¡Ay de vosotros, escribas, fariseos e hipócritas! Limpiáis escrupulosamente el exterior de la copa y del plato, pero dejáis dentro la mugre de la extorsión, los excesos y el engaño. Estáis ciegos espiritualmente. ¿No veis cuánto mejor sería limpiar primero la copa por dentro para que se limpie por fuera con lo que rebosa? ¡Réprobos malvados! ajustáis las prácticas externas de vuestra religión a la letra de vuestra interpretación de la ley de Moisés, mientras vuestras almas están sumidas en la iniquidad y llenas de intenciones asesinas.
175:1.19 (1908.3) «¡Ay de todos los que rechazáis la verdad y desdeñáis la misericordia! Muchos sois como sepulcros blanqueados que parecen hermosos por fuera pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Y así vosotros, que rechazáis a sabiendas los consejos de Dios, aparecéis exteriormente ante los hombres como santos y rectos pero estáis llenos de hipocresía e iniquidad en vuestros corazones.
175:1.20 (1908.4) «¡Ay de vosotros, guías falsos de una nación! Habéis levantado allí un monumento a los profetas mártires de antaño mientras conspiráis para destruir a Aquel de quien ellos hablaban. Adornáis las tumbas de los justos y os jactáis de que si hubierais vivido en los tiempos de vuestros padres no habríais matado a los profetas; y luego, llenos de autocomplacencia, os disponéis a asesinar a aquel de quien hablaron los profetas, al Hijo del Hombre. En la medida en que hacéis estas cosas dais testimonio contra vosotros mismos de que sois los hijos malvados de aquellos que asesinaron a los profetas. ¡Id pues y colmad la copa de vuestra condenación!
175:1.21 (1908.5) «¡Ay de vosotros, hijos del mal! Juan os llamó con razón camada de víboras, y yo os pregunto: ¿cómo podréis escapar al juicio que Juan emitió contra vosotros?
175:1.22 (1908.6) «Pero todavía os sigo ofreciendo misericordia y perdón en nombre de mi Padre; incluso ahora mismo os tiendo la mano amorosa de la comunión eterna. Mi Padre os ha enviado a sabios y profetas; habéis perseguido a unos y matado a otros. Después apareció Juan proclamando la venida del Hijo del Hombre y muchos creyeron en sus enseñanzas, pero acabasteis con él. Y ahora os disponéis a derramar más sangre inocente. ¿No comprendéis que llegará el día terrible de la rendición de cuentas, cuando el Juez de toda la tierra pida explicaciones a este pueblo por la forma en que ha rechazado, perseguido y eliminado a estos mensajeros del cielo? ¿No entendéis que tendréis que rendir cuentas de toda esa sangre justa, desde el primer profeta asesinado hasta los tiempos de Zacarías, que fue asesinado entre el santuario y el altar? Y si seguís por vuestros caminos malvados, puede que sea llamada a rendir cuentas esta misma generación.
175:1.23 (1908.7) «¡Oh Jerusalén, oh hijos de Abraham, que apedreáis a los profetas y matáis a los maestros que os son enviados! Incluso ahora mismo quisiera reunir a vuestros hijos como la gallina junta a sus polluelos bajo sus alas, pero no queréis.
175:1.24 (1908.8) «Y ahora me despido de vosotros. Habéis escuchado mi mensaje y habéis tomado vuestra decisión. Los que han creído en mi evangelio están ya a salvo en el reino de Dios. A los que habéis optado por rechazar el regalo de Dios os digo que ya no volveréis a verme enseñar en el templo. Mi obra por vosotros ya está hecha. ¡Ved que ahora me marcho con mis hijos y vuestra casa queda desolada!».
175:1.25 (1908.9) Entonces el Maestro hizo una seña a sus seguidores para que salieran del templo.
175:2.1 (1909.1) El hecho de que los líderes espirituales y los maestros religiosos de la nación judía rechazaran en su día las enseñanzas de Jesús y conspiraran para provocar su muerte cruel no afecta en modo alguno al estatus individual de ningún judío ante Dios. Este hecho no es motivo para que los que se precian de ser seguidores de Cristo sientan predisposición contra los judíos como compañeros mortales. Los judíos como nación, como grupo sociopolítico, pagaron íntegramente el precio terrible de haber rechazado al Príncipe de la Paz. Hace mucho tiempo que dejaron de ser los abanderados espirituales de la verdad divina para las razas de la humanidad, pero eso no justifica de ninguna manera las persecuciones que han sufrido los descendientes individuales de aquellos judíos de antaño a manos de pretendidos seguidores intolerantes, indignos y sectarios de Jesús de Nazaret, que era judío de nacimiento.
175:2.2 (1909.2) Este odio y esta persecución tan irracionales y tan opuestos al espíritu de Cristo contra los judíos modernos han acarreado mucha muerte y sufrimiento a judíos inocentes e inofensivos cuyos antepasados coetáneos de Jesús aceptaron con entusiasmo su evangelio y no vacilaron en morir por esa verdad en la que creían de todo corazón. ¡Qué estremecimiento de horror recorre a los seres celestiales que os observan cuando ven a quienes se declaran seguidores de Jesús perseguir, acosar e incluso asesinar a los descendientes de Pedro, Felipe y Mateo, y de otros judíos palestinos que tan gloriosamente entregaron sus vidas como primeros mártires del evangelio del reino celestial!
175:2.3 (1909.3) ¡Qué cruel e irracional es hacer sufrir a hijos inocentes por los pecados de sus padres, por delitos que desconocen por completo y de los que no pueden ser responsables de ninguna manera! ¡Y estas perversidades las hacen en nombre de quien enseñó a sus discípulos a amar incluso a sus enemigos! En este relato de la vida de Jesús ha sido necesario describir la manera en que algunos de sus compatriotas judíos lo rechazaron y conspiraron para provocar su ignominiosa muerte, pero queremos advertir a todos los que lo lean que la presentación de ese relato histórico no justifica en modo alguno el odio ni los prejuicios injustos que tantos que se declaran cristianos han mantenido durante muchos siglos contra las personas judías. Los creyentes en el reino, los que siguen las enseñanzas de Jesús, deben dejar de maltratar a las personas judías como si fueran culpables de rechazar y crucificar a Jesús. El Padre y su Hijo Creador nunca han dejado de amar a los judíos. Dios no hace acepción de personas y la salvación es para todos: judíos y gentiles.
175:3.1 (1909.4) La reunión decisiva del Sanedrín se abrió aquel martes a las ocho de la tarde. Esta corte suprema de la nación judía había decretado ya muchas veces de forma oficiosa la muerte de Jesús. Este augusto cuerpo rector estaba decidido a poner fin a la obra del Maestro, pero fue en esa sesión cuando resolvió terminantemente detenerlo y matarlo a toda costa. Poco antes de la medianoche del martes 4 de abril del año 30 d. C., el Sanedrín, tal como estaba constituido en ese momento, votó oficialmente y por unanimidad imponer la sentencia de muerte tanto a Jesús como a Lázaro. Esa fue la respuesta al último llamamiento que había hecho el Maestro unas horas antes en el templo a los dirigentes de los judíos. Era la reacción de amargo rencor por la última y enérgica acusación de Jesús contra esos mismos jefes religiosos, fariseos y saduceos impenitentes. La sentencia de muerte al Hijo de Dios (antes de ser juzgado) fue la respuesta del Sanedrín a la última oferta de misericordia celestial presentada a la nación judía como tal.
175:3.2 (1910.1) A partir de ese momento los judíos fueron dejados a su estatus puramente humano entre las naciones de Urantia durante el poco tiempo de vida nacional que les quedaba. Israel había repudiado al Hijo del Dios de la alianza con Abraham, y se había hecho añicos el plan de que los hijos de Abraham fueran los abanderados de la verdad en el mundo. La alianza divina había sido abrogada y el final de la nación hebrea se acercaba rápidamente.
175:3.3 (1910.2) A primera hora de la mañana siguiente los funcionarios del Sanedrín recibieron instrucciones de arrestar a Jesús, pero con cuidado de no hacerlo en público. El objetivo era capturarlo en secreto, a poder ser de noche y por sorpresa. Como sospechaban que no volvería a enseñar en el templo ese día (miércoles), los rectores del Sanedrín dieron la orden de «hacer comparecer a Jesús ante el alto tribunal judío antes del jueves a medianoche».
175:4.1 (1910.3) El último discurso de Jesús en el templo volvió a dejar confusos y consternados a los apóstoles. Judas había vuelto al templo antes de que el Maestro empezara su terrible denuncia contra los dirigentes judíos, de modo que los doce escucharon todos la segunda mitad del último discurso de Jesús en el templo. Fue una pena que Judas Iscariote no escuchara la primera mitad de esta despedida en la que Jesús ofrecía misericordia. No pudo oír esta última oferta de misericordia a los dirigentes judíos porque se había reunido a almorzar con un grupo de parientes y amigos saduceos y seguía hablando con ellos en ese momento sobre la mejor manera de separarse de Jesús y de sus compañeros apóstoles. Cuando Judas oyó la acusación final del Maestro contra los líderes y dirigentes judíos decidió definitivamente abandonar el movimiento evangélico y lavarse las manos de todo el asunto. A pesar de eso, salió del templo en compañía de los doce y fue con ellos al monte Olivete donde escuchó con los demás apóstoles el discurso fatídico sobre la destrucción de Jerusalén y el fin de la nación judía. Ese martes pasó la noche con ellos en el nuevo campamento cerca de Getsemaní.
175:4.2 (1910.4) La multitud quedó atónita y desconcertada cuando oyó a Jesús pasar repentinamente de su llamamiento misericordioso a los líderes judíos a una mordaz reprimenda, cuando no implacable acusación. Esa noche, mientras el Sanedrín emitía su sentencia de muerte contra Jesús y mientras el Maestro, reunido con sus apóstoles y algunos de sus discípulos en el monte de los Olivos, predecía la muerte de la nación judía, todo Jerusalén se hacía discreta y seriamente una única pregunta: «¿Qué van a hacer con Jesús?».
175:4.3 (1910.5) Más de treinta notables judíos que creían secretamente en el reino se reunieron en casa de Nicodemo para decidir la actitud a adoptar en caso de ruptura abierta con el Sanedrín. Todos los presentes acordaron que reconocerían abiertamente su lealtad al Maestro en el momento mismo en que tuvieran noticia de su arresto. Y eso fue exactamente lo que hicieron.
175:4.4 (1911.1) Los saduceos, que controlaban y dominaban el Sanedrín en ese momento, estaban decididos a eliminar a Jesús por las razones siguientes:
175:4.5 (1911.2) 1. Temían que el creciente favor popular de la multitud hacia Jesús pusiera en peligro la existencia de la nación judía por posibles complicaciones con las autoridades romanas.
175:4.6 (1911.3) 2. El celo de Jesús por la reforma del templo reducía directamente sus ingresos; la limpia del templo afectaba a sus bolsillos.
175:4.7 (1911.4) 3. Se sentían responsables de preservar el orden social y temían las consecuencias de una mayor difusión de la nueva y extraña doctrina de Jesús sobre la hermandad de los hombres.
175:4.8 (1911.5) Los fariseos tenían otros motivos para querer ver muerto a Jesús. Le tenían miedo porque:
175:4.9 (1911.6) 1. Se había opuesto abiertamente a su tradicional control sobre el pueblo. Los fariseos eran ultraconservadores y les indignaban esos ataques supuestamente radicales contra su consagrado prestigio como maestros religiosos.
175:4.10 (1911.7) 2. Consideraban que Jesús infringía la ley, pues había mostrado un desprecio total por el sabbat y por muchos otros requisitos legales y ceremoniales.
175:4.11 (1911.8) 3. Lo acusaban de blasfemo porque aludía a Dios como su Padre.
175:4.12 (1911.9) 4. Y además estaban furiosos con él por haber terminado su discurso de despedida en el templo con una implacable acusación contra ellos ese mismo día.
175:4.13 (1911.10) El Sanedrín levantó la sesión cerca de la medianoche de ese martes después de decretar formalmente la muerte de Jesús y ordenar su arresto. La siguiente sesión quedó convocada para las diez de la mañana del día siguiente en casa del sumo sacerdote Caifás con objeto de formular los cargos por los que Jesús había de ser juzgado.
175:4.14 (1911.11) Algunos saduceos eran partidarios de eliminar a Jesús por asesinato directo, pero los fariseos se negaron terminantemente a aprobar ese procedimiento.
175:4.15 (1911.12) Esta era la situación en Jerusalén y entre los hombres aquel azaroso día. Sobre la escena trascendental que se estaba desarrollando en el planeta planeaba una vasta multitud de seres celestiales deseando hacer algo por ayudar a su amado Soberano, pero sin poder intervenir por prohibición expresa de sus superiores.
El libro de Urantia
Documento 176
176:0.1 (1912.1) CUANDO Jesús y los apóstoles salían del templo hacia el campamento de Getsemaní ese martes por la tarde, Mateo llamó la atención sobre la estructura del templo diciendo: «Maestro, mira qué hermosos edificios. Observa las sólidas piedras y los bellos adornos; ¿cómo es posible que estos edificios vayan a ser destruidos?». Mientras iban hacia el Olivete Jesús respondió: «¿Veis estas piedras y este enorme templo? En verdad, en verdad os digo que pronto no quedará aquí piedra sobre piedra. Todas serán derribadas». Estos comentarios sobre la destrucción del sagrado templo despertaron la curiosidad de los apóstoles que caminaban detrás del Maestro. Aparte del fin del mundo, no podían concebir ningún acontecimiento capaz de provocar la destrucción del templo.
176:0.2 (1912.2) Para esquivar a las multitudes que pasaban por el valle de Cedrón hacia Getsemaní, Jesús y sus compañeros decidieron trepar un poco por la ladera occidental del Olivete hasta llegar a un sendero que llevaba a su campamento particular situado cerca de Getsemaní, un poco por encima del terreno público de acampada. Al desviarse de la calzada que conducía a Betania admiraron el templo glorificado por los rayos del sol poniente, y luego se pararon en el monte cuando vieron aparecer las luces de la ciudad para contemplar la belleza del templo iluminado. Jesús y los doce se sentaron allí bajo la tenue luz de la luna llena y el Maestro se puso a conversar con ellos. Entonces Natanael preguntó: «Dinos Maestro, ¿cómo sabremos que esos acontecimientos están a punto de suceder?».
176:1.1 (1912.3) Jesús respondió así a la pregunta de Natanael: «Sí, voy a hablaros de los tiempos en los que este pueblo habrá colmado la copa de su iniquidad, cuando la justicia caerá rápidamente sobre esta ciudad de nuestros padres. Estoy a punto de dejaros; voy al Padre. Después de que yo os deje, tened cuidado de que nadie os engañe, pues muchos vendrán como libertadores y engañarán a muchos. Cuando oigáis de guerras y de rumores de guerras no os alarméis, porque es necesario que todo esto suceda, pero el fin de Jerusalén aún no estará cerca. No deben perturbaros la hambruna ni los terremotos; tampoco debéis inquietaros cuando seáis entregados a las autoridades civiles y perseguidos a causa del evangelio. Seréis expulsados de la sinagoga y encarcelados por mi causa, y a algunos de vosotros os matarán. Cuando seáis llevados ante los dirigentes y los gobernadores tendréis la oportunidad de dar testimonio de vuestra fe y mostrar vuestra firmeza en el evangelio del reino. Y cuando estéis ante los jueces no os preocupéis de antemano por lo que diréis, pues el espíritu os enseñará en esa misma hora lo que habéis de responder a vuestros adversarios. En esos días de tribulación, hasta vuestros propios parientes, dirigidos por los que han rechazado al Hijo del Hombre, os entregarán a la cárcel y a la muerte. Durante un tiempo seréis aborrecidos de todos por mi causa, pero incluso durante esas persecuciones, no os abandonaré; mi espíritu no os dejará solos. ¡Tened paciencia! No dudéis de que este evangelio del reino triunfará sobre todos sus enemigos y acabará siendo proclamado a todas las naciones».
176:1.2 (1913.1) Jesús hizo una pausa mientras contemplaba la ciudad. El Maestro se daba cuenta de que el rechazo del concepto espiritual del Mesías, la determinación de aferrarse con ciega insistencia a la misión material del libertador esperado, llevaría pronto a los judíos a un conflicto directo con los poderosos ejércitos romanos, y el resultado de ese enfrentamiento solo podría ser el derrocamiento final y completo de la nación judía. Cuando el pueblo de Jesús rechazó su otorgamiento espiritual y se negó a recibir la luz del cielo que tan misericordiosamente brillaba sobre ellos, selló su ruina como pueblo independiente con una misión espiritual especial en el planeta. Los propios dirigentes judíos reconocerían más tarde que el concepto secular del Mesías fue el responsable directo de las revueltas que terminaron acarreando su destrucción.
176:1.3 (1913.2) Puesto que Jerusalén había de convertirse en la cuna del movimiento evangélico primitivo, Jesús no quería que sus maestros y predicadores perecieran en la terrible masacre del pueblo judío durante la destrucción de Jerusalén, y por eso previno a sus seguidores. A Jesús le preocupaba mucho que algunos de sus discípulos tomaran parte en las revueltas que se estaban fraguando y murieran en la caída de Jerusalén.
176:1.4 (1913.3) Andrés preguntó: «Pero, Maestro, si la Ciudad Santa y el templo van a ser destruidos, y si tú no estás aquí para dirigirnos, ¿cuándo deberemos abandonar Jerusalén?». Jesús dijo: «Podéis quedaros en la ciudad después de que yo me haya ido, incluso durante los duros tiempos de las persecuciones, pero cuando veáis finalmente que los ejércitos romanos empiezan a rodear Jerusalén después de la revuelta de los falsos profetas, sabréis que su desolación está cerca; entonces huid a las montañas. Que nadie que esté en la ciudad y sus alrededores se entretenga en salvar nada, y que los que estén fuera no se atrevan a entrar. Habrá una gran tribulación, pues esos serán los días de la venganza de los gentiles. Y después de que hayáis abandonado la ciudad, este pueblo desobediente caerá bajo el filo de la espada y será llevado cautivo a todas las naciones, y así Jerusalén será pisoteada por los gentiles. Mientras tanto, os lo advierto, no os dejéis engañar. Si alguien viene a vosotros diciendo: ‘Mirad, aquí está el Libertador’, o ‘Mirad, está allí’, no le creáis, pues aparecerán muchos falsos maestros y engañarán a muchos. Pero vosotros no debéis dejaros engañar; ved que os lo he dicho todo de antemano».
176:1.5 (1913.4) Los apóstoles permanecieron sentados largo tiempo en silencio a la luz de la luna mientras las tremendas predicciones del Maestro iban calando en sus mentes atónitas. Gracias a esta advertencia, casi todo el colectivo de creyentes y discípulos huyó de Jerusalén hacia el norte en cuanto aparecieron las primeras tropas romanas y encontró un refugio seguro en Pella.
176:1.6 (1913.5) Incluso después de esta advertencia explícita, muchos seguidores de Jesús interpretaron que estas predicciones se referían a los cambios que habían de producirse necesariamente en Jerusalén cuando volviera a aparecer el Mesías para establecer la Nueva Jerusalén y ampliar la ciudad hasta convertirla en la capital del mundo. Aquellos judíos estaban decididos a asociar mentalmente la destrucción del templo al «fin del mundo». Creían que esa Nueva Jerusalén ocuparía todo Palestina y que tras el fin del mundo aparecerían inmediatamente los «nuevos cielos y la nueva tierra». Por eso no es de extrañar que Pedro dijera: «Maestro, sabemos que todas las cosas desaparecerán cuando aparezcan los nuevos cielos y la nueva tierra, ¿pero cómo sabremos cuándo volverás para hacer todo esto?».
176:1.7 (1914.1) Al oír esto, Jesús se quedó pensativo unos momentos y luego dijo: «Os equivocáis siempre porque intentáis relacionar la nueva enseñanza con la vieja. Estáis decididos a tergiversar todo lo que os enseño; insistís en interpretar el evangelio según vuestras creencias establecidas. Sin embargo, procuraré esclareceros».
176:2.1 (1914.2) En varias ocasiones los oyentes de Jesús habían deducido de sus declaraciones que, aunque pronto dejaría este mundo, había de volver con toda certeza para consumar la obra del reino celestial. A medida que sus seguidores se iban convenciendo de que los iba a dejar, y una vez que dejó este mundo, era muy natural que todos los creyentes se aferraran a estas promesas de volver. La doctrina de la segunda venida de Cristo se incorporó así muy pronto a las enseñanzas de los cristianos, y casi todas las generaciones posteriores de discípulos han creído devotamente en esta verdad y esperado confiadamente que Jesús volvería algún día.
176:2.2 (1914.3) Cuanto más se iban convenciendo de que tendrían que separarse de su Maestro, tanto más se aferraban estos primeros discípulos y los apóstoles a su promesa de regresar, y les faltó tiempo para asociar la vaticinada destrucción de Jerusalén con la promesa de la segunda venida. Persistieron en interpretar así sus palabras a pesar de que el Maestro se esforzó al máximo durante su instrucción vespertina en el monte Olivete por prevenir precisamente este error.
176:2.3 (1914.4) Jesús prosiguió así su respuesta a Pedro: «¿Por qué seguís creyendo que el Hijo del Hombre se sentará en el trono de David y esperando que se cumplirán los sueños materiales de los judíos? ¿No os he dicho todos estos años que mi reino no es de este mundo? Las cosas que contempláis ahora están llegando a su fin, pero este final será el nuevo comienzo a partir del cual el evangelio del reino irá a todo el mundo y esta salvación se difundirá a todos los pueblos. Y cuando el reino haya llegado a su plena madurez, estad seguros de que el Padre del cielo no dejará de visitaros con una revelación más amplia de la verdad y una manifestación superior de la rectitud. En su día otorgó a este mundo a aquel que se convirtió en el príncipe de las tinieblas, luego le otorgó a Adán, seguido por Melquisedec, y ahora le otorga al Hijo del Hombre. Mi Padre seguirá manifestando así su amor y su misericordia incluso a este mundo oscuro y malvado. Y también yo, cuando mi Padre me haya investido con todo el poder y toda la autoridad, seguiré atento a vuestra suerte y os guiaré en los asuntos del reino mediante la presencia de mi espíritu que pronto será derramado sobre toda carne. Y no solo estaré presente entre vosotros en espíritu, sino que os prometo además que volveré algún día a este mundo en el que he vivido esta vida en la carne y adquirido la experiencia simultánea de revelar a Dios a los hombres y conducir a los hombres hacia Dios. Debo dejaros muy pronto para reanudar el trabajo que el Padre ha puesto en mis manos, pero tened buen ánimo porque un día volveré. Mientras tanto os guiará y confortará mi Espíritu de la Verdad de un universo.
176:2.4 (1915.1) «Me veis ahora débil y en la carne, pero cuando vuelva será en el espíritu y con poder. Los ojos de la carne ven al Hijo del Hombre en la carne, pero solo los ojos del espíritu podrán ver al Hijo del Hombre glorificado por el Padre cuando aparezca en la tierra en su propio nombre.
176:2.5 (1915.2) «El momento de la reaparición del Hijo del Hombre solo es conocido en los consejos del Paraíso; ni siquiera las ángeles del cielo saben cuándo ocurrirá. Sin embargo debéis saber que cuando este evangelio del reino haya sido proclamado a todo el mundo para la salvación de todos los pueblos, y cuando haya llegado la plenitud de la edad, el Padre os enviará otro otorgamiento dispensacional, o si no, volverá el Hijo del Hombre para juzgar la edad.
176:2.6 (1915.3) «En cuanto a las penalidades de Jerusalén que os he anunciado, ni siquiera pasará esta generación sin que se cumplan mis palabras. En cambio nadie puede atreverse a hablar, ni en el cielo ni en la tierra, sobre el momento de la nueva venida del Hijo del Hombre. Por otra parte, podréis saber que una edad está madurando si sois sabios y estáis alerta para percibir los signos de los tiempos. Aprended de la higuera: cuando ya sus ramas se ponen tiernas y echa las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando el mundo haya pasado por el largo invierno de la mentalidad materialista y percibáis la llegada de la primavera espiritual de una nueva dispensación, deberíais saber que se acerca el verano de una nueva visitación.
176:2.7 (1915.4) «¿Pero qué importancia tiene esta enseñanza sobre la venida de los Hijos de Dios? ¿No comprendéis que cuando cada uno de vosotros sea llamado a dejar atrás la lucha de la vida y atravesar el portal de la muerte, estará en presencia inmediata de su juicio y se encontrará frente a frente con los hechos de una nueva dispensación de servicio en el plan eterno del Padre infinito? Lo que el mundo entero tiene que afrontar como un hecho literal al final de una edad, cada uno de vosotros lo tendrá que afrontar sin duda individualmente como experiencia personal cuando lleguéis al final de vuestra vida natural y os encontréis ante las condiciones y exigencias inherentes a la siguiente revelación de la progresión eterna del reino del Padre.»
176:2.8 (1915.5) De todos los discursos que el Maestro dedicó a sus apóstoles ninguno creó tanta confusión en sus mentes como el que escucharon ese martes al anochecer en el monte de los Olivos con el doble contenido de la destrucción de Jerusalén y la segunda venida de Jesús. Por este motivo las versiones escritas posteriores basadas en los recuerdos de lo que el Maestro dijo en aquella ocasión extraordinaria concuerdan poco, y al no quedar constancia de gran parte de lo que se dijo aquel martes, surgieron muchas tradiciones. A comienzos del siglo segundo un apocalipsis judío sobre el Mesías escrito por un tal Selta, que estaba adscrito a la corte del emperador Calígula, fue copiado íntegramente en el Evangelio de Mateo, y más tarde se incorporó en parte a los escritos de Marcos y Lucas. Fue en estos escritos de Selta donde apareció la parábola de las diez vírgenes. Ninguna otra parte de los escritos evangélicos ha sido tergiversada de forma tan confusa como la enseñanza de aquella noche. Pero el apóstol Juan nunca cayó en esa confusión.
176:2.9 (1915.6) Los trece reanudaron su camino hacia el campamento sin pronunciar palabra y en estado de gran tensión emocional. Judas se había ratificado definitivamente en su decisión de abandonar a sus compañeros. Ya era tarde cuando David Zebedeo, Juan Marcos y algunos discípulos destacados recibieron a Jesús y a los doce en el nuevo campamento, pero los apóstoles no querían dormir; querían saber más sobre la destrucción de Jerusalén, la partida del Maestro y el fin del mundo.
176:3.1 (1916.1) Una veintena de los acampados se reunieron en torno a la hoguera y Tomás preguntó: «Puesto que vas a volver para terminar la obra del reino, ¿cuál debe ser nuestra actitud mientras estás fuera dedicado a los asuntos del Padre?». Jesús los miró a todos a la luz del fuego y respondió:
176:3.2 (1916.2) «Tampoco tú, Tomás, has logrado comprender lo que he estado diciendo. ¿No te he enseñado todo este tiempo que tu relación con el reino es espiritual e individual, que es una experiencia puramente personal en el espíritu mediante la comprensión por la fe de que eres un hijo de Dios? ¿Qué más puedo decir? La caída de las naciones, el derrumbamiento de los imperios, la destrucción de los judíos no creyentes, el final de una edad, incluso el fin del mundo... ¿qué sentido pueden tener estas cosas para alguien que cree en este evangelio y ha resguardado su vida en la seguridad del reino eterno? Vosotros que conocéis a Dios y creéis en el evangelio habéis recibido ya las garantías de la vida eterna. Puesto que vuestra vida ha sido vivida en el espíritu y para el Padre, nada os puede preocupar seriamente. Los constructores del reino, los ciudadanos acreditados de los mundos celestiales, no deben inquietarse por las convulsiones temporales ni perturbarse por los cataclismos terrestres. ¿Qué os importa a los que creéis en este evangelio del reino que se derroquen naciones, que termine la edad o que caigan todas las cosas visibles, cuando sabéis que vuestra vida es regalo del Hijo y está eternamente segura en el Padre? Habiendo vivido la vida temporal mediante la fe y habiendo producido los frutos del espíritu en la rectitud de servir a vuestros semejantes por amor, podéis contemplar confiadamente el siguiente paso de la carrera eterna con la misma fe en la supervivencia que os ha sostenido a través de vuestra primera aventura terrenal de filiación con Dios.
176:3.3 (1916.3) «Cada generación de creyentes debe asumir su tarea de cara al posible regreso del Hijo del Hombre, igual que cada creyente individual lleva adelante su trabajo en la vida ante la inevitable y cada vez más inminente muerte natural. Una vez que os habéis establecido como hijos de Dios por la fe, ninguna otra cosa tiene importancia para la seguridad de la supervivencia. ¡Pero no os engañéis!, esta fe de supervivencia es una fe viva, y manifiesta de forma creciente los frutos del espíritu divino que la inspiró por primera vez en el corazón humano. El que hayáis aceptado en un momento dado la filiación en el reino celestial no os salvará si rechazáis consciente y obstinadamente las verdades relacionadas con la fecundidad espiritual progresiva de los hijos de Dios en la carne. Incluso vosotros, los que habéis estado conmigo en los asuntos del Padre en la tierra, aún podéis abandonar el reino si descubrís que no amáis el camino del Padre de servicio a la humanidad.
176:3.4 (1916.4) «Como individuos y como generación de creyentes, atended a la parábola que os voy a contar. Había un hombre importante que antes de emprender un largo viaje a otro país convocó a todos sus siervos de confianza y les encomendó todos sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno. Así fue poniendo sus bienes en manos de todos sus administradores de confianza según las aptitudes de cada uno, y luego salió de viaje. Cuando el señor se marchó los siervos se pusieron a trabajar para sacar provecho a las riquezas puestas a su cargo. El que había recibido cinco talentos empezó inmediatamente a negociar con ellos y no tardó en ganar otros cinco. Lo mismo hizo el que había recibido dos talentos, y pronto tuvo dos más. Y así, todos estos siervos obtuvieron beneficios para su amo excepto el que había recibido un talento, que se fue a un lugar solitario, cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al poco tiempo volvió inesperadamente el señor de aquellos siervos y convocó a sus administradores para pedirles cuentas. Cuando todos estuvieron ante su amo, el que había recibido los cinco talentos se adelantó con el dinero que se le había confiado y presentó cinco talentos más diciendo: ‘Señor, me diste cinco talentos para invertir y me alegra entregarte otros cinco talentos que he ganado’. Su señor le dijo: ‘Bien, siervo bueno y fiel, en lo poco fuiste fiel, sobre lo mucho te pondré; entra ahora mismo en el gozo de tu señor’. Luego llegó el de los dos talentos y dijo: ‘Señor, me entregaste dos talentos; mira, he ganado otros dos talentos’. Su señor le dijo: ‘Bien, siervo bueno y fiel; tú también fuiste fiel en lo poco y ahora te pondré a cargo de lo mucho; entra en el gozo de tu señor’. Cuando le llegó el turno de rendir cuentas al que había recibido un solo talento, este servidor se adelantó y dijo: ‘Señor, te conocía y sabía que eres un hombre astuto, pues esperas sacar beneficios de lo que no has trabajado personalmente. Por eso temí arriesgar lo que se me había confiado y enterré tu talento en un lugar seguro. Mira, aquí tienes lo que es tuyo’. Pero su señor respondió: ‘Eres mal administrador y holgazán. Tú mismo reconoces que sabías que yo te exigiría unos beneficios razonables como los que me han presentado hoy tus diligentes compañeros. Sabiendo esto, por lo menos podrías haber entregado mi dinero a los banqueros, y al volver yo hubiera recibido lo que es mío con intereses’. Entonces el señor dijo al administrador principal: ‘Quítale el talento a este siervo inútil y dáselo al que tiene diez talentos’.
176:3.5 (1917.1) «A todo el que tiene se le dará más y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. No podéis quedaros parados en los asuntos del reino eterno. Mi Padre exige que todos sus hijos crezcan en gracia y conocimiento de la verdad. Vosotros, que conocéis estas verdades, debéis producir cada vez más frutos del espíritu y manifestar una entrega creciente al servicio desinteresado de los compañeros que sirven con vosotros. Y recordad que en la medida en que sirváis al más humilde de mis hermanos me habréis servido a mí.
176:3.6 (1917.2) «Y así debéis ocuparos de los asuntos del Padre de ahora en adelante y por siempre jamás. Perseverad hasta que yo venga. Haced fielmente lo que se os ha confiado y estaréis preparados para rendir cuentas cuando os llame la muerte. Y habiendo vivido así para la gloria del Padre y la satisfacción del Hijo, entraréis con alegría e inmenso placer en el servicio eterno del reino perpetuo.»
176:3.7 (1917.3) La verdad está viva; el Espíritu de la Verdad está conduciendo siempre a los hijos de la luz a nuevos dominios de realidad espiritual y de servicio divino. La verdad no se os da para que la cristalicéis en formas asentadas, seguras y veneradas. Vuestra revelación de la verdad debe realzarse de tal manera al pasar por vuestra experiencia personal que desvele una nueva belleza y beneficios espirituales efectivos, de modo que todos los que vean vuestros frutos espirituales se sientan impulsados a glorificar al Padre del cielo. Solo los servidores leales que crecen en el conocimiento de la verdad y desarrollan así la capacidad de apreciación divina de las realidades espirituales pueden esperar «entrar plenamente en el gozo de su Señor». Es muy lamentable que generaciones sucesivas de seguidores profesos de Jesús rindan cuentas de su administración de la verdad divina diciendo: «Maestro, aquí tienes la verdad que nos confiaste hace cien o hace mil años. No hemos perdido nada, hemos conservado fielmente todo lo que nos diste, no hemos permitido que se haga ningún cambio en lo que nos enseñaste. Aquí está la verdad que nos diste». Pero este alegato de indolencia espiritual no justificará al administrador estéril de la verdad a los ojos del Maestro. El Maestro de la verdad os exigirá que rindáis cuentas con arreglo a la verdad que ha sido puesta en vuestras manos.
176:3.8 (1918.1) En el próximo mundo se os pedirá que rindáis cuentas de vuestros dones y de vuestra forma de administrarlos en este mundo. Ya sean pocos o muchos vuestros talentos innatos, seréis evaluados con justicia y misericordia. Los administradores egoístas que solo empleen sus dotes con fines egoístas y que no atiendan al deber superior de aumentar su producción de frutos del espíritu —tal como estos se manifiestan en la adoración a Dios y en un servicio cada vez mayor a los hombres— tendrán que aceptar las consecuencias de su elección deliberada.
176:3.9 (1918.2) ¡Cuánto se parece el servidor infiel de un solo talento a todos los mortales egoístas cuando culpa directamente a su señor de su propia pereza! Cuando el hombre se enfrenta a sus propios fracasos tiene tendencia a echar la culpa a otros, muchas veces a quienes menos lo merecen.
176:3.10 (1918.3) Al retirarse a descansar aquella noche Jesús les dijo: «Habéis recibido en abundancia, por eso debéis dar en abundancia la verdad del cielo, y al darla, esta verdad se multiplicará y mostrará la luz creciente de la gracia salvadora en la misma medida en que la dispenséis».
176:4.1 (1918.4) De todas las enseñanzas del Maestro, ningún aspecto ha sido tan mal interpretado como su promesa de volver un día en persona a este mundo. No es de extrañar que Miguel esté interesado en volver algún día al planeta donde experimentó su séptimo y último otorgamiento como mortal del mundo. Es muy natural pensar que a Jesús de Nazaret, convertido en el soberano de un vasto universo, le gustaría volver, no una sino muchas veces, al mundo donde vivió una vida tan única y ganó para sí definitivamente el poder y la autoridad del universo que el Padre le otorgó sin limitación. Urantia será eternamente una de las siete esferas de natividad de Miguel en su conquista de la soberanía de un universo.
176:4.2 (1918.5) Jesús declaró muchas veces y a muchas personas su intención de volver a este mundo. A medida que sus seguidores iban comprendiendo que su Maestro no actuaría como libertador temporal y escuchaban sus predicciones sobre el derrocamiento de Jerusalén y la caída de la nación judía, empezaron a asociar de forma muy natural su prometido retorno con estos acontecimientos catastróficos. Pero una vez que los ejércitos romanos hubieron derribado los muros de Jerusalén, destruido el templo y dispersado a los judíos de Judea, como el Maestro seguía sin revelarse en poder y gloria, sus seguidores empezaron a elaborar la creencia que acabó por asociar la segunda venida de Cristo con el final de la edad e incluso con el fin del mundo.
176:4.3 (1918.6) Jesús prometió hacer dos cosas después de ascender al Padre y ser investido con todo el poder del cielo y de la tierra. Prometió primero enviar al mundo en su lugar a otro maestro, el Espíritu de la Verdad, y así lo hizo el día de Pentecostés. La segunda promesa que hizo a sus seguidores fue que volvería algún día a este mundo en persona. Prometió hacerlo con toda seguridad, pero no dijo ni cómo, ni dónde ni cuándo volvería a visitar este planeta donde vivió su otorgamiento en la carne. Una vez dio a entender que aunque los ojos materiales lo habían visto durante su vida en la carne, a su retorno (o al menos en una de sus posibles visitas) solo sería percibido por el ojo de la fe espiritual.
176:4.4 (1919.1) Muchos de nosotros tendemos a pensar que Jesús volverá muchas veces a Urantia durante las edades por venir. No tenemos su promesa explícita de que hará esas visitas, pero parece muy probable que aquel que lleva entre sus títulos del universo el de Príncipe Planetario de Urantia visite muchas veces el mundo cuya conquista le confirió un título tan singular.
176:4.5 (1919.2) Estamos convencidos de que Miguel volverá a Urantia en persona, pero no tenemos la menor idea de cuándo ni cómo elegirá hacerlo. ¿Se hará coincidir su segundo advenimiento al planeta con el juicio terminal de la edad presente, con o sin la aparición asociada de un Hijo Magistrado? ¿Vendrá al término de alguna edad urantiana posterior? ¿Vendrá sin anunciarse y como un acontecimiento aislado? No lo sabemos. Solo estamos seguros de una cosa, y es que cuando vuelva se enterará probablemente el mundo entero, pues habrá de venir como dirigente supremo de un universo y no como el niño desconocido de Belén. Pero si ha de ser visto por todos los ojos y si solo los ojos espirituales serán capaces de percibir su presencia, entonces aún falta mucho tiempo para su venida.
176:4.6 (1919.3) En vista de esto, es inútil que intentéis relacionar el retorno personal del Maestro al planeta con ningún acontecimiento previsto ni con ninguna época concreta. Solo estamos seguros de una cosa: ha prometido volver. No tenemos ni idea de cuándo cumplirá esta promesa ni en qué circunstancias. Que nosotros sepamos, podría aparecer en el planeta en cualquier momento o podría no venir hasta que hayan transcurrido muchas edades y todas hayan sido debidamente juzgadas por sus asociados del cuerpo paradisiaco de Hijos.
176:4.7 (1919.4) La segunda venida de Miguel al planeta es un acontecimiento de enorme valor sentimental tanto para los intermedios como para los humanos, pero aparte de eso no tiene ninguna trascendencia inmediata para los intermedios ni mayor importancia práctica para los seres humanos que el suceso ordinario de la muerte. La muerte natural pone de pronto al hombre mortal bajo el control inmediato de una serie de acontecimientos del universo que lo llevan directamente a la presencia de este mismo Jesús, el soberano de nuestro universo. Todos los hijos de la luz están destinados a verlo, y es bastante irrelevante que seamos nosotros los que vayamos hacia él o que se dé el caso de que él venga primero hacia nosotros. Estad pues siempre dispuestos a recibirlo en la tierra igual que él está dispuesto a recibiros en el cielo. Esperamos confiadamente su aparición gloriosa, e incluso que venga más veces, pero desconocemos por completo cuándo, cómo y en qué circunstancias está destinado a aparecer.
El libro de Urantia
Documento 177
177:0.1 (1920.1) CUANDO su tarea de enseñar a la gente se lo permitía, Jesús y sus apóstoles tenían la costumbre de tomar los miércoles como día de descanso. Aquel miércoles flotaba un ominoso silencio sobre el campamento cuando se sentaron a desayunar un poco más tarde de lo normal. Empezaron a comer casi sin pronunciar palabra hasta que Jesús les dijo: «Hoy quiero que descanséis. Dedicad tiempo a pensar sobre todo lo que ha ocurrido desde que llegamos a Jerusalén y a meditar sobre lo que ya os he explicado que está a punto de ocurrir. Aseguraos de que la verdad mora en vuestra vida y de que crecéis en gracia cada día».
177:0.2 (1920.2) Después del desayuno el Maestro informó a Andrés que pensaba ausentarse durante todo el día y propuso que los apóstoles hicieran lo que quisieran menos entrar en Jerusalén. No debían cruzar las puertas de la ciudad bajo ninguna circunstancia.
177:0.3 (1920.3) Cuando Jesús se estaba preparando para subir él solo a las colinas, David Zebedeo fue a decirle: «Maestro, sabes muy bien que los fariseos y los dirigentes están intentando acabar contigo. Es una locura que vayas solo a las colinas, así que voy a mandar que te acompañen tres hombres bien preparados para que nadie pueda hacerte daño». Jesús miró a los fornidos galileos armados hasta los dientes y dijo a David: «Tienes buena intención pero estás equivocado; no entiendes que el Hijo del Hombre no necesita que nadie lo defienda. Nadie me pondrá la mano encima hasta el momento en que esté preparado para entregar mi vida conforme a la voluntad de mi Padre. Estos hombres no me acompañarán. Quiero ir solo para poder estar en comunión con el Padre».
177:0.4 (1920.4) Ante esta respuesta David y sus guardias armados se retiraron. Cuando Jesús ya se estaba marchando solo, Juan Marcos se le acercó con una pequeña cesta de provisiones y comentó que si pensaba pasar todo el día fuera podría tener hambre. El Maestro le sonrió y extendió la mano para tomar la cesta.
177:1.1 (1920.5) Cuando Jesús estaba a punto de quitarle la cesta de las manos, Juan se aventuró a decir: «Maestro, si dejas la cesta en el suelo para ponerte a orar podrías olvidarla y dejarla atrás. Además, si permites que te acompañe para llevar el almuerzo estarás más libre para adorar. Prometo estar callado, no haré preguntas y me quedaré con la cesta cuando te vayas a orar a solas».
177:1.2 (1920.6) Juan se atrevió a retener la cesta al decir esto, y su temeridad asombró a algunos de los presentes. Allí estaban los dos, Juan y Jesús, agarrados a la cesta. Al poco el Maestro la soltó y miró al muchacho diciendo: «Puesto que tanto deseas venir conmigo, no te será negado. Nos iremos juntos y pasaremos un buen día. Podrás hacerme cualquier pregunta que surja en tu corazón y nos confortaremos y consolaremos el uno al otro. Puedes empezar llevando tú el almuerzo, y cuando te canses yo te ayudaré. Sígueme».
177:1.3 (1921.1) Esa noche Jesús no volvió al campamento hasta después de la puesta del sol. El Maestro pasó su último día de tranquilidad en la tierra charlando con un joven hambriento de verdad y hablando con su Padre del Paraíso. Este acontecimiento es conocido en las alturas como «el día un joven pasó con Dios en las colinas». Este episodio ilustra para siempre la disposición del Creador a hermanarse con la criatura. Hasta un adolescente, si el deseo de su corazón es realmente supremo, puede atraer la atención del Dios de un universo y disfrutar del amor de su compañía, puede conocer de hecho el éxtasis inolvidable de estar a solas con Dios en las colinas durante todo un día. Aquel miércoles Juan Marcos vivió esta experiencia única en las colinas de Judea.
177:1.4 (1921.2) Jesús conversó mucho con Juan y le habló abiertamente sobre las cosas de este mundo y del siguiente. Juan dijo a Jesús que sentía mucho no haber tenido edad suficiente para ser uno de sus apóstoles y agradeció que le hubieran permitido seguir al grupo apostólico (salvo en el viaje a Fenicia) desde la primera vez que predicaron en el vado del Jordán cerca de Jericó. Jesús advirtió al muchacho que no se desanimara por los acontecimientos inminentes y le aseguró que se convertiría en un poderoso mensajero del reino.
177:1.5 (1921.3) Juan Marcos conservó siempre un emocionado recuerdo de aquel día con Jesús en las colinas, y no olvidaría nunca las últimas palabras que le dijo el Maestro cuando estaban a punto de volver al campamento de Getsemaní: «Bueno Juan, hemos tenido una buena conversación y ha sido un verdadero día de descanso, pero procura no contar a nadie las cosas que te he dicho». Juan Marcos no reveló nunca nada de lo que sucedió el día que pasó con Jesús en las colinas.
177:1.6 (1921.4) Durante las pocas horas que le quedaban a Jesús por vivir en la tierra, Juan Marcos nunca dejó que el Maestro estuviera mucho tiempo fuera de su vista. El muchacho estuvo siempre escondido cerca de él y solo durmió cuando Jesús dormía.
177:2.1 (1921.5) El día que compartió con Juan Marcos, Jesús estuvo bastante tiempo comparando las experiencias de ambos como niños y como muchachos. Aunque los padres de Juan poseían más bienes terrenales que los de Jesús, las experiencias de su niñez habían sido muy parecidas. Jesús dijo muchas cosas que ayudaron a Juan a comprender mejor a sus padres y a otros miembros de su familia. Cuando el joven preguntó al Maestro cómo podía saber que él se iba a convertir en un «poderoso mensajero del reino», Jesús le dijo:
177:2.2 (1921.6) «Sé que serás leal al evangelio del reino porque puedo contar con la fe y el amor que tienes ahora, y estas cualidades son fruto de la formación que recibiste en tu casa desde pequeño. Eres el producto de una familia en la que los padres se tienen afecto sincero, por eso no has recibido un amor tan excesivo como para exaltar de forma perjudicial el concepto de tu propia importancia. Tampoco se ha visto distorsionada tu personalidad por las maniobras sin amor de unos padres enfrentados que rivalizan por ganarse la confianza y la lealtad del hijo. Tus padres han sabido darte el tipo de amor que genera una estimable confianza en uno mismo y fomenta sentimientos normales de seguridad. Además has sido afortunado porque tus padres, además de amarte, lo han hecho con sabiduría. Esta sabiduría les impidió darte la mayoría de los lujos y caprichos que la riqueza puede comprar. En vez de eso te mandaron a la escuela de la sinagoga con los demás chicos de tu barrio, y además te han permitido aprender a vivir en este mundo mediante tus propias experiencias. Cuando nosotros estábamos predicando en el Jordán, y los discípulos de Juan bautizaban, viniste un día con tu amigo Amós. Los dos queríais seguir con nosotros, así que volvisteis a Jerusalén para pedir autorización a vuestros padres. Tus padres te la dieron, y en cambio los de Amós no se lo permitieron; amaban tanto a su hijo que le negaron la experiencia bendita que tú has tenido y la misma que estás viviendo hoy. Amós podría haberse escapado de casa para unirse a nosotros, pero al hacerlo habría herido su amor y sacrificado su lealtad. Y aun en el caso de que esa fuera la decisión correcta, habría tenido que pagar un precio terrible por la experiencia, la independencia y la libertad. Los padres inteligentes como los tuyos procuran que sus hijos no tengan que herir el amor ni faltar a la lealtad para desarrollar su independencia y disfrutar de una libertad estimulante cuando llegan a tu edad.
177:2.3 (1922.1) «El amor, Juan, es la realidad suprema del universo cuando es otorgado por seres plenamente sabios, pero tal como se manifiesta en la experiencia de los padres mortales es un rasgo peligroso y a veces semiegoísta. Cuando te cases y tengas que educar a tus propios hijos asegúrate de que tu amor esté guiado por la inteligencia y asesorado por la sabiduría.
177:2.4 (1922.2) «Tu joven amigo Amós cree en este evangelio del reino tanto como tú, pero no puedo contar plenamente con él; no estoy seguro de lo que hará en los años venideros. Su familia no le dio el tipo de infancia que forma personas totalmente de fiar. Amós se parece demasiado a uno de los apóstoles, que no recibió una educación familiar normal, amorosa e inteligente. Toda tu vida futura será más feliz y digna de confianza porque pasaste tus ocho primeros años en un hogar normal y bien regulado. Posees un carácter fuerte y equilibrado porque creciste en una familia en la que prevalecía el amor y reinaba la sabiduría. Una formación así en la niñez crea un tipo de lealtad que me garantiza que perseverarás en el camino que has iniciado.»
177:2.5 (1922.3) Jesús y Juan estuvieron hablando más de una hora sobre la vida en familia. El Maestro siguió explicando a Juan que para formar sus primeros conceptos sobre todo lo intelectual, social, moral e incluso espiritual, un niño depende enteramente de sus padres y de la vida hogareña creada por ellos, puesto que la familia representa para el niño pequeño todo lo que puede conocer al principio de su vida sobre las relaciones tanto humanas como divinas. El niño ha de obtener sus primeras impresiones sobre el universo de los cuidados de su madre; depende por completo de su padre terrenal para hacerse sus primeras ideas sobre el Padre celestial. La vida mental y emocional de los primeros años, condicionada por las relaciones sociales y espirituales de la familia, determina si la vida posterior del niño será feliz o infeliz, fácil o difícil. Toda la vida de un ser humano en el más allá se verá enormemente influida por lo que suceda durante los primeros años de su existencia.
177:2.6 (1922.4) Creemos sinceramente que el evangelio de las enseñanzas de Jesús, fundamentado como está en la relación padre-hijo, no podrá tener aceptación mundial hasta el momento en que la vida en familia de los pueblos modernos civilizados contenga más amor y sabiduría. A pesar de que los padres del siglo veinte poseen muchos conocimientos y mayores verdades para mejorar y ennoblecer la vida hogareña, sigue siendo cierto que muy pocas familias modernas son tan buenas para educar a niños y niñas como la de Jesús en Galilea y la de Juan Marcos en Judea. Por otra parte, la aceptación del evangelio de Jesús traerá consigo una mejora inmediata de la vida en familia. El amor sabio de una familia y la entrega leal a la religión verdadera se potencian mutuamente. Una buena vida familiar realza la religión, y la religión auténtica glorifica siempre a la familia.
177:2.7 (1923.1) Es cierto que muchas restricciones reprobables y otras rémoras paralizantes de aquellos antiguos hogares judíos han sido prácticamente eliminadas de muchos hogares modernos mejor regulados. Existe sin duda más libertad espontánea y mucha más independencia personal, pero esta libertad no está refrenada por el amor, motivada por la lealtad ni dirigida por la disciplina inteligente de la sabiduría. Cuando enseñamos al niño a rezar «Padre nuestro que estás en los cielos», recae sobre todos los padres terrenales la enorme responsabilidad de vivir y de organizar sus familias de forma que la palabra padre quede dignamente atesorada en la mente y el corazón de todos los niños que están creciendo.
177:3.1 (1923.2) Los apóstoles pasaron la mayor parte de ese miércoles paseando por el monte Olivete y charlando con los discípulos que acampaban con ellos, pero al comienzo de la tarde empezaron a echar de menos a Jesús. A medida que pasaban las horas se fueron inquietando cada vez más por su seguridad; se sentían inexpresablemente solos sin él. Discutieron mucho durante todo el día sobre si no deberían haber impedido que el Maestro se fuera a las colinas acompañado únicamente por el chico de los recados. Aunque ninguno lo dijo en alto, todos menos Judas Iscariote hubieran querido estar en el lugar de Juan Marcos.
177:3.2 (1923.3) Hacia media tarde Natanael se dirigió a unos seis apóstoles y otros tantos discípulos para hablarles sobre el «Deseo supremo» y terminó así su discurso: «Lo que nos pasa a la mayoría de nosotros es que nos falta entusiasmo. No amamos al Maestro como él nos ama a nosotros. Si todos hubiéramos querido ir con él tanto como Juan Marcos, seguramente nos habría llevado a todos. Nos quedamos mirando mientras se acercaba al Maestro y le ofrecía la cesta, pero cuando el Maestro la agarró el chico no la soltó. De modo que el Maestro nos dejó a nosotros aquí y se fue a las colinas con la cesta y el chico incluido».
177:3.3 (1923.4) Hacia las cuatro unos mensajeros procedentes de Betsaida trajeron a David Zebedeo noticias de su madre y de la madre de Jesús. Unos días antes David había llegado a la conclusión de que los jefes de los sacerdotes y los dirigentes iban a matar a Jesús. David sabía que ya habían decidido acabar con el Maestro y estaba casi convencido de que Jesús ni ejercería su poder divino para salvarse ni permitiría que sus seguidores emplearan la fuerza para defenderlo. En cuanto llegó a estas conclusiones envió a un mensajero para urgir a su madre a que fuera cuanto antes a Jerusalén y llevara a María, la madre de Jesús, y a todos los miembros de su familia.
177:3.4 (1923.5) La madre de David hizo lo que le había pedido su hijo, y los mensajeros comunicaron a David que Salomé y toda la familia de Jesús habían salido ya para Jerusalén y llegarían al final del día siguiente o al otro por la mañana temprano. Como David había hecho esto por iniciativa propia, le pareció más prudente guardarse la información y no dijo a nadie que la familia de Jesús iba camino de Jerusalén.
177:3.5 (1924.1) Poco después del mediodía llegaron al campamento más de veinte de los griegos que se habían encontrado con Jesús y los doce en casa de José de Arimatea. Pedro y Juan estuvieron varias horas hablando con ellos. Estos griegos, o al menos algunos de ellos, tenían un buen conocimiento del reino porque habían sido instruidos por Rodan en Alejandría.
177:3.6 (1924.2) Cuando Jesús volvió aquella noche al campamento, estuvo conversando con los griegos. Le hubiera gustado ordenar a esos veinte griegos como lo había hecho con los setenta, y si no lo hizo fue porque sabía que eso habría molestado profundamente a sus apóstoles y a muchos de sus discípulos principales.
177:3.7 (1924.3) Mientras esto ocurría en el campamento, en Jerusalén los jefes de los sacerdotes y los ancianos se extrañaban de que Jesús no hubiera vuelto para arengar a las multitudes. Es verdad que la víspera había dicho al salir del templo: «Os dejo vuestra casa desolada», pero no podían comprender por qué renunciaba a la gran ventaja que había conseguido con la actitud favorable de las muchedumbres. Aunque ellos temían que pudiera levantar un tumulto entre el pueblo, las últimas palabras del Maestro a la multitud habían sido una exhortación a acatar, dentro de lo razonablemente posible, la autoridad de aquellos «que se sientan en la cátedra de Moisés». En cualquier caso, aquel día estuvieron muy ocupados preparándose para la Pascua a la vez que ponían a punto sus planes para destruir a Jesús.
177:3.8 (1924.4) Al campamento no iba mucha gente porque su ubicación era un secreto bien guardado por todos los que sabían que Jesús había decidido alojarse allí en vez de volver a Betania todas las noches.
177:4.1 (1924.5) Poco después de que Jesús y Juan Marcos salieran del campamento, Judas Iscariote desapareció de entre sus hermanos y no volvió hasta el final de la tarde. Este apóstol descontento y confundido hizo caso omiso de la recomendación expresa de su Maestro de no entrar en Jerusalén y se dirigió a toda prisa a casa del sumo sacerdote Caifás donde estaba citado con los enemigos de Jesús. Se trataba de una reunión oficiosa del Sanedrín convocada para poco después de las diez de aquella mañana con el doble objetivo de estudiar las acusaciones que se iban a presentar contra Jesús y decidir el procedimiento a seguir para llevarlo ante las autoridades romanas a fin de obtener la necesaria confirmación civil de la sentencia de muerte que ya habían decretado.
177:4.2 (1924.6) El día anterior Judas había comunicado a algunos de sus parientes y a ciertos amigos saduceos de la familia de su padre que había llegado a la conclusión de que aunque Jesús era un soñador y un idealista bienintencionado, no era el esperado libertador de Israel. Judas declaró que le gustaría mucho encontrar una manera de retirarse dignamente de todo el movimiento. Sus amigos le halagaron los oídos diciendo que su retirada sería saludada como un gran acontecimiento por los dirigentes judíos y que le darían todo lo que quisiera. Le aseguraron que recibiría inmediatamente grandes honores del Sanedrín y que podría por fin borrar el estigma de su bienintencionada pero «desafortunada asociación con esos galileos incultos».
177:4.3 (1924.7) Judas no estaba nada convencido de que las formidables obras del Maestro fueran producto del poder del príncipe de los demonios, en cambio estaba totalmente seguro de que Jesús no utilizaría su poder para engrandecerse. Por fin había comprendido que Jesús se dejaría destruir por los dirigentes judíos y no podía soportar la humillación de ser identificado con un movimiento destinado al fracaso. Se negaba a considerar la idea de fracaso aparente. Conocía perfectamente el carácter recio de su Maestro y la agudeza de su mente majestuosa y misericordiosa, y sin embargo le causaba satisfacción coincidir, aunque fuera solo en parte, con uno de sus parientes que opinaba que Jesús, además de ser un fanático bienintencionado, no estaba del todo en sus cabales y había sido siempre una persona extraña e incomprendida.
177:4.4 (1925.1) Y entonces empezó a invadir a Judas un extraño resentimiento porque Jesús no le hubiera asignado nunca una posición de mayor honor. Había estimado siempre el honor de ser el tesorero apostólico, pero ahora empezaba a sentir que no era apreciado, que no se valoraban sus cualidades. De pronto le indignó que Pedro, Santiago y Juan hubieran sido honrados con una mayor cercanía a Jesús, y se dirigió a la casa del sumo sacerdote más impulsado por el afán de desquitarse de Pedro, Santiago y Juan que por ninguna idea de traicionar a Jesús. Por encima de todo lo demás, su mente consciente se vio dominada en ese momento por un nuevo propósito: quería honores para sí mismo, y si podía vengarse al mismo tiempo de los que habían contribuido a la mayor desilusión de su vida, mejor que mejor. Cayó en una terrible trama de confusión, desesperación, obstinación y orgullo. Y así, debe quedar claro que Judas no iba hacia la casa de Caifás para traicionar a Jesús por dinero.
177:4.5 (1925.2) Ya cerca de la casa de Caifás, Judas tomó la decisión definitiva de abandonar a Jesús y a sus compañeros apóstoles. Una vez resuelto a desertar de la causa del reino de los cielos, se propuso adjudicarse el máximo posible del honor y la gloria que había aspirado a alcanzar algún día la primera vez que se identificó con Jesús y su nuevo evangelio del reino. Todos los apóstoles tuvieron al principio la misma ambición que Judas, pero habían aprendido con el tiempo a admirar la verdad y amar a Jesús, por lo menos más que Judas.
177:4.6 (1925.3) El traidor fue presentado a Caifás y a los dirigentes judíos por su primo, que habló en su nombre. Explicó que Judas había descubierto su error de dejarse engañar por la sutil enseñanza de Jesús y deseaba renunciar de forma pública y oficial a su asociación con el galileo y recuperar al mismo tiempo la confianza y la fraternidad de sus hermanos judeos. El portavoz añadió que Judas reconocía la conveniencia de que Jesús fuera detenido para la paz de Israel, y como muestra de su arrepentimiento por haber tomado parte en un movimiento erróneo y prueba de la sinceridad de su retorno a las enseñanzas de Moisés, había venido a ofrecerse al Sanedrín para colaborar con el capitán encargado de arrestar a Jesús. De este modo podrían detenerlo discretamente sin riesgo de agitar a las multitudes y sin necesidad de aplazar su arresto hasta después de la Pascua.
177:4.7 (1925.4) Tras esta presentación de su primo, Judas se acercó al sumo sacerdote y dijo: «Haré todo lo que mi primo acaba de prometeros, ¿pero qué estáis dispuestos a darme por este servicio?». Judas no pareció notar la expresión de desdén, e incluso de asco, que cruzó el rostro del vanidoso y despiadado Caifás; el corazón de Judas estaba demasiado centrado en su propia gloria y en el ansia de satisfacer su propia exaltación.
177:4.8 (1926.1) Caifás bajó la vista hacia el traidor diciendo: «Judas, tú vete con el capitán de la guardia y ponte de acuerdo con él para traernos a tu Maestro esta noche o mañana por la noche, y cuando nos lo hayas entregado recibirás tu recompensa por ese servicio». Oído esto, Judas se fue a planear con el capitán de los guardias del templo la mejor manera de apresar a Jesús. Judas sabía que Jesús estaba fuera del campamento y no tenía ni idea de cuándo volvería aquella noche, así que acordaron arrestar a Jesús la noche siguiente (jueves) cuando el pueblo de Jerusalén y todos los peregrinos se hubieran retirado a descansar.
177:4.9 (1926.2) Judas volvió al campamento y se reunió con sus compañeros embriagado con sueños de gloria y grandeza que no había tenido desde hacía mucho tiempo. Se había enrolado con Jesús esperando convertirse algún día en un gran hombre del nuevo reino, y al final se había dado cuenta de que no habría ningún nuevo reino como el que él había previsto. Pero ahora se felicitaba por haber tenido la sagacidad de compensar la decepción de no encontrar gloria en un hipotético nuevo reino con el logro inmediato de honores y recompensas en el viejo orden de cosas. Creía que el viejo orden sobreviviría y estaba seguro de que acabaría con Jesús y todo lo que Jesús representaba. En la motivación última de su intención consciente, la traición de Judas a Jesús fue el acto cobarde de un desertor egoísta que solo pensaba en su seguridad y en su propia glorificación sin importarle las consecuencias de su conducta para su Maestro y sus antiguos compañeros.
177:4.10 (1926.3) Pero siempre había sido así. De forma deliberada, obstinada, egoísta y vengativa, Judas llevaba mucho tiempo cultivando conscientemente y albergando en su corazón estos deseos odiosos y malvados de venganza y deslealtad. Jesús amaba a Judas y confiaba en él igual que lo hacía con los demás apóstoles, pero Judas no supo corresponder a esta confianza con lealtad ni sentir a cambio un amor incondicional. ¡Y qué peligrosa puede llegar a ser la ambición cuando está ligada al egoísmo y tiene como motivación suprema oscuros deseos de venganza reprimidos durante largo tiempo! Qué demoledora es la decepción en la vida de las personas insensatas que, por fijar la vista en los atractivos borrosos y evanescentes del tiempo, se vuelven ciegas al logro más alto y más real de alcanzar para siempre los mundos eternos de los valores divinos y de las verdaderas realidades espirituales. Judas anhelaba mentalmente honores mundanos y llegó a amar este deseo con todo su corazón; los otros apóstoles anhelaban mentalmente los mismos honores mundanos, pero amaban a Jesús con el corazón y hacían todo lo posible por aprender a amar las verdades que él les enseñaba.
177:4.11 (1926.4) Judas no se daba cuenta en aquel momento de que llevaba criticando de forma subconsciente a Jesús desde la degollación de Juan el Bautista por Herodes. En el fondo de su corazón Judas siempre le reprochó que no salvara a Juan. No hay que olvidar que Judas había sido discípulo de Juan antes de seguir a Jesús. Toda la acumulación de ofensas humanas y amargas decepciones teñidas de odio que Judas conservaba en el alma estaba ya bien organizada en su mente subconsciente, lista para aflorar y devorarlo en cuanto se atreviera a separarse de la influencia protectora de sus hermanos y quedara expuesto a las burlas sutiles y las hábiles insinuaciones de los enemigos de Jesús. Cada vez que Judas daba rienda suelta a sus esperanzas y Jesús decía o hacía algo que las destrozaba, quedaba en el corazón de Judas una amarga cicatriz; y al multiplicarse las cicatrices, ese corazón herido repetidas veces acabó perdiendo todo afecto real por aquel que imponía esa desagradable experiencia a su personalidad bienintencionada pero cobarde y egocéntrica. Judas no se daba cuenta, pero era un cobarde. Por eso siempre interpretó como cobardía el hecho de que Jesús se negara tantas veces a acceder al poder y la gloria cuando parecía tenerlos al alcance de la mano. Y todo hombre mortal sabe muy bien que las decepciones, los celos y el sentimiento de agravio permanente pueden acabar transformando un amor que empezó siendo sincero en auténtico odio.
177:4.12 (1927.1) Por fin los jefes de los sacerdotes y los ancianos pudieron respirar tranquilos durante algunas horas. Ya no tendrían que arrestar a Jesús en público, y su alianza con el traidor les aseguraba que Jesús no escaparía de su jurisdicción como había hecho tantas veces en el pasado.
177:5.1 (1927.2) Puesto que era miércoles, hubo tertulia en el campamento al anochecer. El Maestro se esforzó por levantar el ánimo de sus apóstoles, pero era prácticamente imposible. Todos empezaban a darse cuenta de que se avecinaban acontecimientos alarmantes y demoledores. Ni siquiera pudieron alegrarse cuando el Maestro les recordó los años llenos de acontecimientos de su cordial asociación. Jesús preguntó con mucho interés a todos los apóstoles por sus familias; luego se volvió hacia David Zebedeo y preguntó si alguien tenía noticias recientes de su madre, de su hermana pequeña o de otros miembros de su familia. David bajó los ojos y no se atrevió a contestar.
177:5.2 (1927.3) Durante esta velada Jesús advirtió a sus seguidores que desconfiaran de la adhesión de las masas. Recordó sus experiencias en Galilea cuando las grandes muchedumbres que los habían seguido a todas partes con entusiasmo se volvieron contra ellos con el mismo ardor y retomaron sus antiguas creencias y formas de vida. Y añadió: «Así que no os dejéis engañar por las grandes muchedumbres que nos escuchaban en el templo y parecían creer en nuestras enseñanzas. Esas multitudes oyen la verdad y creen en ella de forma superficial con la mente, pero pocos permiten que la palabra de la verdad penetre en su corazón con raíces vivas. A la hora de la adversidad no se puede contar con el apoyo de los que solo conocen el evangelio con la mente y no lo han experimentado en el corazón. Cuando los dirigentes de los judíos se pongan de acuerdo para destruir al Hijo del Hombre y golpeen todos a una, veréis que la multitud huye despavorida o se limita a observar muda y estupefacta cómo esos líderes ciegos y enloquecidos llevan a la muerte a los maestros de la verdad del evangelio. Y luego, cuando las persecuciones y las adversidades caigan sobre vosotros, algunos de los que creéis que aman la verdad se dispersarán e incluso renunciarán al evangelio y os abandonarán. Algunos que han estado muy cerca de nosotros ya han tomado la decisión de desertar. Hoy habéis descansado como preparación para lo que nos espera. Velad pues y orad para poder afrontar con fortaleza los próximos días».
177:5.3 (1927.4) Una tensión inexplicable se cernía sobre el campamento. Mensajeros silenciosos iban y venían, y solo se comunicaban con David Zebedeo. Antes del final de la velada algunos se enteraron de que Lázaro había huido precipitadamente de Betania. Juan Marcos guardaba un silencio inquietante a su vuelta al campamento, a pesar de haber pasado todo el día en compañía del Maestro. Todos los intentos de hacerle hablar llevaban a la conclusión de que Jesús le había dicho que no hablara.
177:5.4 (1928.1) Hasta el buen humor y la camaradería inusual del Maestro les daba miedo. Todos sentían la inminencia del terrible aislamiento que estaba a punto de aplastarlos y sumirlos en el terror. Sospechaban vagamente lo que venía y ninguno se sentía preparado para afrontar la prueba. El Maestro había estado fuera todo el día y lo habían echado muchísimo de menos.
177:5.5 (1928.2) Aquel miércoles por la noche la condición espiritual de los acampados tocó su punto más bajo hasta el momento mismo de la muerte del Maestro. Aunque el día siguiente los acercaba más al viernes trágico, esas horas de ansiedad fueron más llevaderas porque él estaba con ellos.
177:5.6 (1928.3) Jesús, sabiendo que esa sería la última noche que dormiría con la familia que había elegido en la tierra, los despidió así justo antes de la medianoche: «Id a dormir, hermanos, y que la paz sea con vosotros hasta que nos levantemos con el nuevo día, un día más para hacer la voluntad del Padre y sentir la alegría de saber que somos sus hijos».
El libro de Urantia
Documento 178
178:0.1 (1929.1) JESÚS había planeado pasar ese jueves, su último día de libertad en la tierra como Hijo divino encarnado, con sus apóstoles y unos pocos discípulos fervientes y leales. Hacía una hermosa mañana, y poco después del desayuno el Maestro los llevó a un lugar solitario situado un poco por encima del campamento donde les enseñó muchas verdades nuevas. El Maestro dirigió otros discursos a los apóstoles durante las primeras horas de la tarde del jueves, pero el de la mañana fue su despedida a todo el grupo del campamento compuesto por los apóstoles y una serie de discípulos elegidos, tanto judíos como gentiles. Los apóstoles estaban todos menos Judas, y Pedro y varios de los apóstoles advirtieron su ausencia. Algunos pensaron que Jesús lo habría enviado a la ciudad para ocuparse de algo relacionado probablemente con la celebración de la Pascua. Judas no volvió al campamento hasta media tarde, poco antes de que Jesús saliera hacia Jerusalén con los doce para compartir la Última Cena.
178:1.1 (1929.2) Jesús estuvo hablando durante casi dos horas a unos cincuenta seguidores de confianza y respondió a una veintena de preguntas sobre la relación entre el reino de los cielos y los reinos de este mundo, y sobre la relación entre la filiación con Dios y la ciudadanía en los gobiernos terrenales. Este discurso, junto con sus respuestas a las preguntas, se puede resumir en lenguaje moderno como sigue:
178:1.2 (1929.3) Los reinos de este mundo, al ser materiales, pueden verse muchas veces en la necesidad de emplear la fuerza física para hacer cumplir sus leyes y mantener el orden. En el reino de los cielos los verdaderos creyentes no han de recurrir al empleo de la fuerza física. El reino de los cielos, al ser una hermandad espiritual de hijos de Dios nacidos del espíritu, solo puede ser promulgado por el poder del espíritu. Esta diferencia de procedimiento se refiere a las relaciones entre el reino de los creyentes y los reinos de gobierno secular, y no anula el derecho de los colectivos de creyentes a mantener su propio orden interno y administrar disciplina a sus miembros indignos o ingobernables.
178:1.3 (1929.4) No hay nada incompatible entre la filiación en el reino espiritual y la ciudadanía en un gobierno civil o secular. Es deber del creyente dar al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios. No puede haber ningún conflicto entre estos dos deberes puesto que uno es material y el otro espiritual, a menos que un césar se atreva a usurpar las prerrogativas de Dios y exija para sí homenaje espiritual y culto supremo. En tal caso debéis adorar solo a Dios e intentar iluminar al mismo tiempo a esos dirigentes terrenales errados para que reconozcan también ellos al Padre del cielo. No daréis culto espiritual a los dirigentes terrenales. Tampoco emplearéis la fuerza física de los gobiernos terrenales, cuyos dirigentes pueden volverse creyentes algún día, en la tarea de promover la misión del reino espiritual.
178:1.4 (1930.1) Desde el punto de vista de una civilización que progresa, la filiación en el reino os debería ayudar a convertiros en los ciudadanos ideales de los reinos de este mundo, puesto que la hermandad y el servicio son las piedras angulares del evangelio del reino. La llamada al amor del reino espiritual debería llegar a ser el antídoto efectivo contra la tendencia al odio de los ciudadanos belicosos y descreídos de los reinos terrenales. Pero esos hijos materialistas que viven en las tinieblas no tendrán conocimiento de vuestra luz espiritual de la verdad a menos que os acerquéis mucho a ellos mediante el servicio social desinteresado que es la consecuencia natural del desarrollo de los frutos del espíritu en la experiencia de vida de cada creyente individual.
178:1.5 (1930.2) Como hombres mortales y materiales sois de hecho ciudadanos de los reinos terrenales y deberíais ser buenos ciudadanos, sobre todo después de haberos convertido en hijos del reino celestial renacidos en el espíritu. Como hijos del reino de los cielos iluminados por la fe y liberados por el espíritu, afrontáis la doble responsabilidad del deber hacia los hombres y el deber hacia Dios, y asumís voluntariamente al mismo tiempo una tercera obligación sagrada: servir a la hermandad de los creyentes conocedores de Dios.
178:1.6 (1930.3) No debéis adorar a vuestros gobernantes temporales y no debéis emplear el poder temporal para promover el reino espiritual, pero debéis dispensar el mismo recto servicio por amor tanto a creyentes como a no creyentes. El poderoso Espíritu de la Verdad reside en el evangelio del reino, y dentro de poco yo derramaré este mismo espíritu sobre toda carne. Los frutos del espíritu —vuestro servicio sincero por amor— son la poderosa palanca social que eleva a las razas que están en las tinieblas, y este Espíritu de la Verdad se convertirá en el fulcro que multiplicará vuestro poder.
178:1.7 (1930.4) En vuestras relaciones con los dirigentes civiles no creyentes comportaos con inteligencia y sagacidad. Mostrad con vuestra discreción que sois expertos en allanar desacuerdos menores y deshacer malentendidos sin importancia. En todo lo que no sea vuestra lealtad espiritual a los dirigentes del universo, intentad por todos los medios vivir en paz con todos los hombres. Sed siempre prudentes como serpientes e inocentes como palomas.
178:1.8 (1930.5) Vuestra condición de hijos esclarecidos del reino debería convertiros en ciudadanos mucho mejores de un estado secular. Del mismo modo, los dirigentes de los estados terrenales gestionarán mucho mejor los asuntos civiles por el hecho de creer en este evangelio del reino celestial. La actitud de servicio desinteresado a los hombres y de adoración inteligente a Dios debería convertir a todos los que creen en el reino en mejores ciudadanos del mundo. Por otra parte, el hecho de ser un ciudadano honrado y entregado sinceramente a sus deberes temporales debería hacer a ese ciudadano más receptivo a la llamada del espíritu a la filiación en el reino celestial.
178:1.9 (1930.6) Mientras los dirigentes de los gobiernos terrenales pretendan ejercer la autoridad de dictadores religiosos, vosotros que creéis en este evangelio solo podéis esperar dificultades, persecuciones e incluso la muerte. Pero la luz que lleváis al mundo e incluso la manera en que sufriréis y moriréis por este evangelio del reino iluminarán a la larga por sí mismas al mundo entero y acabarán separando gradualmente la política de la religión. La predicación perseverante de este evangelio del reino traerá algún día a todas las naciones una nueva e increíble liberación: la independencia intelectual y la libertad religiosa.
178:1.10 (1931.1) Bajo las persecuciones que os esperan por parte de los que odian este evangelio de alegría y libertad, vosotros floreceréis y el reino prosperará. Pero más adelante correréis graves peligros cuando la mayoría de la gente hable bien de los que creen en el reino y muchos altos cargos acepten formalmente el evangelio del reino celestial. Aprended a ser fieles al reino incluso en tiempos de paz y prosperidad. No incitéis a las ángeles que os supervisan a enviaros tribulaciones como disciplina amorosa para salvar vuestra alma indolente.
178:1.11 (1931.2) Recordad que se os ha encomendado predicar este evangelio del reino —el deseo supremo de hacer la voluntad del Padre unido a la alegría suprema de comprender por la fe que sois hijos de Dios— y no debéis permitir que nada desvíe vuestra entrega a este único deber. Que toda la humanidad se beneficie del desbordamiento de vuestro ministerio espiritual amoroso, de vuestra comunión intelectual iluminadora y de vuestro servicio social edificante. Pero no permitáis que ninguna de estas labores humanitarias, ni todas ellas, sustituyan a la proclamación del evangelio. Estas poderosas ministraciones son subproductos sociales de las aún más poderosas y sublimes ministraciones y transformaciones obradas en el corazón de los que creen en el reino por el Espíritu vivo de la Verdad y por la comprensión personal de que la fe de un hombre nacido del espíritu confiere la seguridad de una comunión viva con el Dios eterno.
178:1.12 (1931.3) No busquéis divulgar la verdad ni establecer la rectitud mediante el poder de gobiernos civiles ni la promulgación de leyes seculares. Podéis esforzaros siempre por convencer mentalmente a los hombres, pero no os atreváis nunca a forzarlos. No olvidéis la gran ley de la equidad humana que os he enseñado en su forma positiva: todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos.
178:1.13 (1931.4) Cuando un creyente en el reino sea llamado a servir al gobierno civil, que preste ese servicio como ciudadano temporal de dicho gobierno. Ese creyente debería mostrar en su labor civil todas las características normales de la ciudadanía, pero realzadas por la iluminación espiritual de la asociación ennoblecedora de la mente del hombre mortal con el espíritu del Dios eterno que mora en su interior. Si un no creyente puede ser calificado funcionario público superior, deberíais preguntaros seriamente si las raíces de la verdad se han secado en vuestro corazón por carecer de las aguas vivas de la comunión espiritual combinada con el servicio a la sociedad. La consciencia de la filiación con Dios debería avivar toda la vida de servicio de cada hombre, mujer y niño que posea este gran estimulante de todos los poderes inherentes a la personalidad humana.
178:1.14 (1931.5) No seáis místicos pasivos ni ascetas desabridos; no os convirtáis en soñadores ni vagabundeéis por la vida confiando lánguidamente en que una Providencia ficticia os resuelva incluso las necesidades básicas. Debéis sin duda ser dulces en vuestras relaciones con los mortales errados, pacientes en vuestro trato con los ignorantes y serenos ante la provocación; pero también debéis ser valientes en la defensa de la rectitud, convincentes en la promulgación de la verdad y enérgicos en la predicación de este evangelio del reino hasta los confines de la tierra.
178:1.15 (1931.6) Este evangelio del reino es una verdad viva. Os he dicho que es como la levadura en la masa, como el grano de la semilla de mostaza. Y ahora declaro que es como la semilla del ser vivo que sigue siendo la misma semilla viva de generación en generación, pero se despliega indefectiblemente en nuevas manifestaciones y crece aceptablemente por nuevas vías de adaptación a las condiciones y necesidades propias de cada generación sucesiva. La revelación que os he hecho es una revelación viva, y deseo que produzca los frutos apropiados en cada individuo y en cada generación conforme a las leyes del crecimiento espiritual, del aumento y del desarrollo adaptativo. De generación en generación este evangelio debe mostrar una vitalidad creciente y un poder espiritual cada vez más profundo. No hay que permitir que se convierta en un simple recuerdo sagrado, una mera tradición acerca de mí y de la época que estamos viviendo.
178:1.16 (1932.1) Y no olvidéis que no hemos atacado directamente a las personas que se sientan en la cátedra de Moisés ni hemos impugnado su autoridad, solo les hemos ofrecido la nueva luz que han rechazado tan rotundamente. Los hemos atacado solo para denunciar su deslealtad espiritual hacia las mismas verdades que se precian de enseñar y salvaguardar. Hemos chocado con estos jefes y dirigentes establecidos y reconocidos solo cuando se han opuesto directamente a la predicación del evangelio del reino a los hijos de los hombres. E incluso ahora no somos nosotros los que los atacamos sino ellos los que quieren destruirnos. No olvidéis que vuestro mandato se limita a salir a predicar la buena nueva. No debéis atacar las viejas costumbres sino poner hábilmente la levadura de la nueva verdad en medio de las antiguas creencias. Dejad que el Espíritu de la Verdad haga su propio trabajo. No os metáis en controversias más que si os veis forzados a hacerlo por los que desprecian la verdad, y cuando os ataque el no creyente obstinado no dudéis en defender con todas vuestras fuerzas la verdad que os ha salvado y santificado.
178:1.17 (1932.2) En todas las vicisitudes de la vida recordad siempre que debéis amaros los unos a los otros. No luchéis contra los hombres, ni siquiera contra los no creyentes. Mostrad misericordia incluso con los que os maltratan vilmente. Sed ciudadanos leales, artesanos honorables, buenos vecinos, parientes fieles, padres comprensivos y creyentes sinceros en la hermandad del reino del Padre. Y mi espíritu estará con vosotros ahora y hasta el fin del mundo.
178:1.18 (1932.3) Era casi la una cuando Jesús terminó su enseñanza así que volvieron inmediatamente al campamento donde David y sus compañeros les habían preparado el almuerzo.
178:2.1 (1932.4) Muy pocos oyentes del Maestro fueron capaces de asimilar, ni siquiera en parte, su instrucción de la mañana. De todos los que la escucharon, los griegos fueron quienes mejor la entendieron. Incluso los once apóstoles se sintieron desorientados por sus alusiones a futuros reinos políticos y a generaciones sucesivas de creyentes en el reino. Los seguidores más fervientes de Jesús no podían conciliar el final inminente de su ministerio terrenal con esas referencias a un largo futuro de actividades evangélicas. Algunos de estos creyentes judíos empezaban a sentir que estaba a punto de desencadenarse la tragedia más grande de la tierra, pero no podían conciliar ese desastre inminente con la actitud alegre e indiferente del Maestro ni con su discurso de la mañana, en el que había aludido repetidas veces a actividades futuras del reino celestial muy extendidas en el tiempo y relacionadas con muchos reinos temporales sucesivos en la tierra.
178:2.2 (1932.5) Ese mediodía todos los apóstoles y discípulos supieron que Lázaro había huido precipitadamente de Betania y empezaron a percibir la implacable resolución de los dirigentes judíos decididos a exterminar a Jesús y sus enseñanzas.
178:2.3 (1932.6) Los agentes secretos de David Zebedeo en Jerusalén informaban con todo detalle a su jefe sobre los progresos del plan para detener y matar a Jesús. David conocía perfectamente el papel de Judas en el complot, pero nunca habló de ello con los otros apóstoles ni con ninguno de los discípulos. Poco después del almuerzo llevó a Jesús aparte y se atrevió a preguntarle si sabía... pero no pudo terminar la pregunta. El Maestro levantó la mano para que callara y dijo: «Sí, David, lo sé todo y sé que tú lo sabes, pero procura no decírselo a nadie. Y nunca dudes en tu corazón de que al final prevalecerá la voluntad de Dios».
178:2.4 (1933.1) Esta conversación con David fue interrumpida por la llegada de un mensajero de Filadelfia enviado por Abner, que se había enterado del complot para matar a Jesús y preguntaba si debía acudir a Jerusalén. El mensajero volvió rápidamente a Filadelfia con este recado para Abner: «Prosigue con tu labor. Si me aparto de vosotros en la carne es solo para poder volver en el espíritu. No os abandonaré. Estaré con vosotros hasta el final».
178:2.5 (1933.2) En ese momento se acercó Felipe y preguntó al Maestro: «Maestro, ya va llegando la Pascua, ¿dónde quieres que la celebremos?». Jesús respondió así a la pregunta de Felipe: «Ve a buscar a Pedro y a Juan, y os daré instrucciones para la cena que vamos a compartir esta noche. En cuanto a la Pascua, habréis de pensarlo después de que hayamos hecho esto».
178:2.6 (1933.3) Cuando Judas oyó al Maestro hablar de estas cosas con Felipe se acercó para intentar escuchar la conversación, pero lo impidió David Zebedeo que estaba allí cerca. David se adelantó y se puso a hablar con Judas mientras Felipe, Pedro y Juan se apartaban para hablar con el Maestro.
178:2.7 (1933.4) Jesús dijo a los tres apóstoles: «Id ahora mismo a Jerusalén, y al pasar la puerta veréis a un hombre con un cántaro de agua. Él os hablará y vosotros iréis con él hasta una casa. Entrad detrás de él y preguntad al dueño de esa casa: ‘¿Dónde está la sala de invitados donde el Maestro ha de cenar con sus apóstoles?’. Entonces ese buen hombre os enseñará una gran habitación en el piso de arriba amueblada y preparada para nosotros».
178:2.8 (1933.5) Cuando los apóstoles llegaron a la ciudad encontraron al hombre con el cántaro de agua cerca de la puerta y siguieron tras él hasta la casa de Juan Marcos, donde el padre del muchacho los recibió y les enseñó la habitación de arriba preparada para la cena.
178:2.9 (1933.6) Todo esto lo habían acordado el Maestro y Juan Marcos el miércoles por la tarde cuando estuvieron solos en las colinas. Jesús lo organizó en secreto con el muchacho porque quería estar seguro de comer tranquilamente por última vez con sus apóstoles y pensaba que si Judas conocía de antemano el lugar de la reunión podría llevar a sus enemigos a apresarlo allí. De este modo Judas no se enteró del lugar de reunión hasta más tarde, cuando llegó con Jesús y los demás apóstoles.
178:2.10 (1933.7) David Zebedeo no tuvo dificultad en impedir que Judas siguiera a Pedro, Juan y Felipe, como hubiera querido, porque tenía muchos asuntos que tratar con el tesorero. Cuando Judas dio a David una suma de dinero para provisiones, David le dijo: «Judas, dadas las circunstancias ¿no convendría que me adelantaras un poco de dinero en previsión de futuras necesidades?». Judas reflexionó un momento y contestó: «Sí, David, creo que sería prudente. De hecho, en vista de la agitación que hay en Jerusalén, lo mejor sería que te entregara todo el dinero. Conspiran contra el Maestro, y así no tendrías problemas si a mí me ocurriera algo».
178:2.11 (1934.1) Acto seguido David recibió todos los fondos apostólicos en efectivo y los recibos del dinero en depósito. Los apóstoles no se enteraron de esta transacción hasta el día siguiente por la noche.
178:2.12 (1934.2) Hacia las cuatro y media volvieron los tres apóstoles y comunicaron a Jesús que todo estaba dispuesto para la cena. El Maestro se preparó inmediatamente para conducir a sus doce apóstoles por el sendero que llevaba a la calzada de Betania y desde allí hasta Jerusalén. Este fue el último desplazamiento que hizo con los doce.
178:3.1 (1934.3) Una vez más Jesús y los doce quisieron evitar a las multitudes que circulaban por el valle de Cedrón entre el parque de Getsemaní y Jerusalén, de modo que subieron por la cresta occidental del monte Olivete para encontrarse con la calzada que bajaba de Betania a la ciudad. Al llegar al lugar donde Jesús estuvo hablando la noche anterior sobre la destrucción de Jerusalén se pararon inconscientemente y contemplaron la ciudad en silencio. Como era un poco temprano y Jesús no quería pasar por la ciudad antes de la puesta del sol, dijo a sus compañeros:
178:3.2 (1934.4) «Sentaos y descansad mientras os hablo de lo que pronto ha de ocurrir. He vivido con vosotros todos estos años como hermanos, os he enseñado la verdad sobre el reino de los cielos y os he revelado sus misterios. Mi padre ha hecho en verdad muchas obras maravillosas relacionadas con mi misión en la tierra. Habéis sido testigos de todo esto y habéis participado en la experiencia de trabajar junto con Dios. También sois testigos de que os vengo advirtiendo desde hace algún tiempo que dentro de poco debo retornar a la obra que el Padre me ha encomendado. Os he dicho claramente que debo dejaros en el mundo para proseguir la obra del reino. Para este propósito os escogí en las colinas de Cafarnaúm, y ahora debéis prepararos para compartir con otros la experiencia que habéis tenido conmigo. Como el Padre me envió a este mundo, estoy a punto de enviaros para que me representéis y terminéis la obra que he empezado.
178:3.3 (1934.5) «Contempláis con tristeza esa ciudad ahí abajo porque me habéis oído anunciaros el final de Jerusalén. Os he prevenido para que no perezcáis en su destrucción y no se retrase así la proclamación del evangelio del reino. Os advierto también que tengáis cuidado y no os pongáis inútilmente en peligro cuando vengan a llevarse al Hijo del Hombre. Yo he de irme, pero vosotros tenéis que quedaros para dar testimonio de este evangelio cuando yo me haya ido; por eso aconsejé a Lázaro que huyera de la ira de los hombres para que pudiera vivir y dar a conocer la gloria de Dios. Si es voluntad del Padre que yo me vaya, nada de lo que hagáis podrá frustrar el plan divino. Cuidad de que no os maten a vosotros también. Que vuestras almas sean valientes en defensa del evangelio con el poder del espíritu, pero no os equivoquéis intentando defender tontamente al Hijo del Hombre. No necesito ninguna protección humana, los ejércitos del cielo están ahora mismo al alcance de mi mano. Pero estoy decidido a hacer la voluntad de mi Padre del cielo, y por eso nos hemos de someter a lo que está a punto de acaecernos.
178:3.4 (1934.6) «Cuando veáis esta ciudad destruida no olvidéis que ya habéis entrado en la vida eterna de servicio sin fin en el reino del cielo que avanza sin cesar, e incluso del cielo de los cielos. Deberíais saber que en el universo de mi Padre y en el mío hay muchas moradas, y que a los hijos de la luz les espera en ellas la revelación de ciudades cuyo constructor es Dios y de mundos cuyo hábito de vida es la rectitud y la alegría en la verdad. Os he traído el reino de los cielos aquí a la tierra, pero declaro que todos aquellos de vosotros que entren en él por la fe y permanezcan en él por el servicio vivo de la verdad ascenderán con toda seguridad a los mundos de lo alto y se sentarán conmigo en el reino de espíritu de nuestro Padre. Pero primero debéis ceñiros los cinturones y completar la obra que habéis empezado conmigo. Tenéis que pasar primero por muchas tribulaciones y soportar muchas penas —y estas pruebas están ahora mismo sobre nosotros— y cuando hayáis terminado vuestro trabajo en la tierra vendréis a mi alegría, igual que yo he terminado la obra de mi Padre en la tierra y estoy a punto de volver a su abrazo.»
178:3.5 (1935.1) Dicho esto, el Maestro se levantó y todos bajaron tras él por el Olivete hacia la ciudad. Solo tres de los apóstoles sabían a dónde iban mientras caminaban por las callejuelas al caer la noche. Los empujaba el gentío, pero nadie los reconoció ni supo que el Hijo de Dios pasaba cerca de ellos de camino a su última reunión como mortal con sus embajadores elegidos del reino. Y tampoco sabían los apóstoles que uno de ellos estaba conspirando para traicionar al Maestro y ponerlo en manos de sus enemigos.
178:3.6 (1935.2) Juan Marcos los había seguido todo el camino hasta entrar en la ciudad. En cuanto pasaron la puerta atajó corriendo por otra calle, y cuando llegaron los estaba esperando para recibirlos en casa de su padre.
El libro de Urantia
Documento 179
179:0.1 (1936.1) ESE JUEVES por la tarde, cuando Felipe recordó al Maestro que se acercaba la Pascua y le preguntó sobre sus planes para celebrarla se refería a la cena de Pascua que debía tener lugar al día siguiente, el viernes por la noche. Era costumbre empezar los preparativos para la Pascua el día anterior antes del mediodía. Y como los judíos consideraban que el día empezaba con la puesta del sol, la cena pascual del sábado se celebraba el viernes poco antes de medianoche.
179:0.2 (1936.2) Por eso los apóstoles no entendían por qué había dicho el Maestro que celebrarían la Pascua un día antes. Algunos pensaron que sabía que sería detenido antes de la cena pascual del viernes por la noche y por eso quería reunirlos el jueves en una cena especial. Otros creían que solo iba a ser una comida solemne antes de la celebración oficial de la Pascua.
179:0.3 (1936.3) Los apóstoles sabían que Jesús había celebrado otras pascuas sin cordero y sabían que no tomaba parte personalmente en ningún rito sacrificial del sistema judío. Había comido muchas veces el cordero pascual como invitado, pero cuando el anfitrión era él no se servía cordero. A los apóstoles no les habría extrañado nada que no hubiera cordero en la cena de Pascua, y mucho menos en la de la víspera.
179:0.4 (1936.4) Después de responder a los saludos de bienvenida del padre y la madre de Juan Marcos, los apóstoles subieron directamente a la sala de arriba mientras Jesús se quedaba hablando con la familia.
179:0.5 (1936.5) Habían acordado de antemano que el Maestro haría esta celebración a solas con sus doce apóstoles y por lo tanto no habría criados para servirles.
179:1.1 (1936.6) Juan Marcos acompañó a los apóstoles al piso de arriba y les enseñó una amplia sala perfectamente dispuesta para la cena, con el pan, el vino, el agua y las hierbas preparados en un extremo de la mesa. Salvo en ese extremo donde estaban el pan y el vino, la larga mesa estaba rodeada por trece divanes tal como se habría preparado para celebrar la Pascua en una casa judía acomodada.
179:1.2 (1936.7) Al entrar en la habitación los apóstoles vieron junto a la puerta los jarros de agua, las palanganas y las toallas destinados a lavar sus pies polvorientos, y como no se habían previsto criados para prestar este servicio, en cuanto Juan Marcos se marchó empezaron a mirarse unos a otros pensando para sus adentros: ¿Quién va a lavarnos los pies? Y cada uno de ellos se dijo que no sería él quien se pusiera a hacer de criado de los otros.
179:1.3 (1937.1) Mientras deliberaban sobre esto en su fuero interno, examinaron la distribución de los asientos y observaron que había un diván más elevado para el anfitrión con otro a su derecha, y los once restantes dispuestos alrededor de la mesa hasta llegar en el lado opuesto a este segundo asiento de honor situado a la derecha del anfitrión.
179:1.4 (1937.2) Esperaban que el Maestro llegaría en cualquier momento pero no sabían si debían sentarse o esperar a que viniera y les asignara sus sitios. Mientras dudaban, Judas avanzó hasta el asiento de honor a la izquierda del anfitrión y dio a entender que tenía la intención de recostarse en él como invitado preferente. Este acto de Judas suscitó inmediatamente una acalorada disputa entre los demás apóstoles. En cuanto Judas se apoderó del asiento de honor, Juan Zebedeo se adjudicó el segundo asiento preferente situado a la derecha del anfitrión. Los demás apóstoles no podían ocultar su irritación. A Simón Pedro le enfadó tanto que Judas y Juan se atribuyeran los primeros puestos que dio la vuelta a la mesa y se asignó el último puesto, el diván de menor categoría situado justo enfrente del que había elegido Juan Zebedeo. Al ver que otros se habían apoderado de los asientos altos, Pedro decidió elegir el más bajo, y lo hizo no solo para protestar contra la indecorosa vanidad de sus hermanos, sino también con la esperanza de que cuando llegara Jesús y viera que estaba en el último puesto le hiciera subir más alto e hiciera bajar a otro que se hubiera atrevido a honrarse a sí mismo.
179:1.5 (1937.3) Una vez ocupados los puestos más altos y el más bajo, los demás apóstoles fueron eligiendo el suyo, unos cerca de Judas y otros cerca de Pedro hasta que todos estuvieron situados alrededor de la mesa en forma de U. Se instalaron en sus divanes en este orden: a la derecha del Maestro, Juan; a la izquierda, Judas, Simón Celotes, Mateo, Santiago Zebedeo, Andrés, los gemelos Alfeo, Felipe, Natanael, Tomás y Simón Pedro.
179:1.6 (1937.4) Están reunidos para celebrar, al menos en espíritu, una institución incluso anterior a Moisés relacionada con los tiempos en que sus padres fueron esclavos en Egipto. Esta cena es su último encuentro con Jesús, y hasta en un marco tan solemne los apóstoles, arrastrados por la conducta de Judas, han cedido una vez más a su vieja predilección por los honores, las preferencias y la exaltación personal.
179:1.7 (1937.5) Estaban aún recriminándose airadamente unos a otros cuando el Maestro apareció en la puerta. Titubeó un momento mientras la decepción se iba dibujando en su rostro, y luego se dirigió a su sitio sin decir nada ni cambiar la distribución de los asientos.
179:1.8 (1937.6) Ya estaban preparados para empezar la cena, salvo que aún no se habían lavado los pies y que su estado de ánimo era todo menos cordial. Cuando el Maestro llegó seguían lanzándose comentarios peyorativos unos a otros, por no hablar de los pensamientos de algunos que tenían el suficiente control emocional como para no expresar sus sentimientos en público.
179:2.1 (1937.7) Cuando el Maestro ocupó su sitio no se dijo una palabra durante unos momentos. Jesús paseó la mirada sobre ellos y alivió la tensión con una sonrisa. Luego dijo: «He deseado mucho celebrar esta Pascua con vosotros. Quería comer una vez más con vosotros antes de mi sufrimiento, y sabiendo que ha llegado mi hora he organizado esta cena para esta noche. En cuanto a mañana, estamos todos en manos del Padre cuya voluntad he venido a cumplir. No volveré a comer con vosotros hasta que os sentéis conmigo en el reino que mi Padre me dará cuando haya consumado aquello para lo que él me envió a este mundo».
179:2.2 (1938.1) Después de mezclar el agua y el vino llevaron la copa a Jesús que la recibió de manos de Tadeo y la sostuvo dando gracias. Cuando hubo terminado de dar gracias dijo: «Tomad esta copa y repartidla entre vosotros, y cuando la hayáis compartido sabed que no volveré a beber con vosotros el fruto de la vid puesto que esta es nuestra última cena. Cuando nos volvamos a sentar de esta manera será en el reino venidero».
179:2.3 (1938.2) Jesús empezó a hablar así a sus apóstoles porque sabía que había llegado su hora. Entendía que había llegado el momento en que había de volver al Padre y que su trabajo en la tierra estaba casi terminado. El Maestro sabía que había revelado a la tierra el amor del Padre y había mostrado su misericordia a la humanidad, y que había cumplido lo que había venido a hacer al mundo hasta el punto de recibir todo el poder y toda la autoridad del cielo y de la tierra. Sabía también que Judas Iscariote había tomado su decisión definitiva de entregarlo esa noche a sus enemigos. Se daba perfecta cuenta de que esa vil traición era obra de Judas pero complacía al mismo tiempo a Lucifer, a Satanás y a Caligastia, el príncipe de las tinieblas. Jesús no temía a ninguno de los que buscaban su derrota espiritual y mucho menos a los que querían su muerte física; solo le preocupaba la seguridad y la salvación de sus seguidores elegidos. Y así, sabiendo plenamente que el Padre había puesto todas las cosas bajo su autoridad, el Maestro se dispuso a representar la parábola del amor fraterno.
179:3.1 (1938.3) Según la costumbre judía, el anfitrión se levantaba de la mesa y se lavaba las manos después de beber la primera copa de la Pascua. Durante la comida todos los invitados se levantaban después de la segunda copa para lavarse también las manos. Los apóstoles sabían que su Maestro nunca observaba estos ritos de lavado ceremonial de las manos, por eso les extrañó que después de compartir la primera copa se levantara de la mesa sin decir nada y se dirigiera hacia la puerta donde estaban los jarros de agua, las palanganas y las toallas. Su curiosidad se transformó en estupefacción cuando vieron que se quitaba el manto, se ceñía una toalla y empezaba a echar agua en una de las palanganas para los pies. Imaginad el asombro de estos doce hombres, que se acababan de negar a lavarse los pies unos a otros y se habían enzarzado en disputas mezquinas sobre las posiciones de honor en la mesa, cuando vieron a Jesús rodear el extremo libre de la mesa hasta llegar al puesto de menor rango del banquete donde estaba reclinado Simón Pedro y arrodillarse como un criado para lavarle los pies. Cuando el Maestro se arrodilló los doce se pusieron en pie todos a una; incluso el traidor Judas olvidó por un momento su infamia y se levantó con sus compañeros en esta expresión de sorpresa, respeto y asombro total.
179:3.2 (1938.4) Simón Pedro se encontró de pie contemplando el rostro alzado de su Maestro. Jesús no dijo nada; no era necesario que hablara. Su actitud decía claramente que se proponía lavar los pies de Simón Pedro. A pesar de las flaquezas de la carne, Pedro amaba al Maestro. Este pescador galileo fue el primer ser humano que creyó de todo corazón en la divinidad de Jesús y que hizo una confesión plena y pública de esta creencia. Desde entonces Pedro nunca había dudado realmente de la naturaleza divina del Maestro. Y como Pedro veneraba y honraba a Jesús de todo corazón, no podía aceptar que estuviera arrodillado ante él como un simple criado para lavarle los pies como lo hubiera hecho un esclavo. En cuanto se hubo recuperado lo suficiente como para dirigirse al Maestro, Pedro expresó el sentir de todos los apóstoles.
179:3.3 (1939.1) Tras unos momentos muy incómodos Pedro dijo: «Maestro, ¿piensas realmente lavarme los pies?». Jesús levantó los ojos hacia el rostro de Pedro y contestó: «Puede que no entiendas del todo lo que estoy a punto de hacer, pero más adelante conocerás el significado de todas estas cosas». Entonces Simón Pedro respiró hondo y dijo: «¡Maestro, tú jamás me lavarás los pies!». Todos los apóstoles asintieron con la cabeza ante la firme negativa de Pedro a permitir que Jesús se humillara ante ellos de esa manera.
179:3.4 (1939.2) El atractivo dramático de esta insólita escena llegó a tocar el corazón de Judas Iscariote en un primer momento. Pero cuando su intelecto envanecido juzgó el espectáculo, concluyó que este gesto de humildad demostraba una vez más que Jesús no estaría cualificado nunca para ser el libertador de Israel y que él no se equivocaba al abandonar la causa del Maestro.
179:3.5 (1939.3) Mientras todos estaban allí de pie con la respiración contenida por el asombro Jesús dijo: «Pedro, yo declaro que si no te lavo los pies no tendrás parte conmigo en lo que estoy a punto de hacer». Ante esta declaración, unida al hecho de que Jesús seguía arrodillado a sus pies, Pedro tomó una decisión de aquiescencia ciega al deseo de alguien a quien amaba y respetaba. Cuando Simón Pedro empezó a darse cuenta de que la demostración de servicio que Jesús se proponía comportaba algún significado que determinaría la relación futura de cada uno con la obra del Maestro, no solo se resignó a aceptar que Jesús le lavara los pies, sino que añadió con su impetuosidad característica: «Maestro, entonces no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».
179:3.6 (1939.4) Antes de empezar a lavar los pies de Pedro el Maestro dijo: «El que ya está limpio solo necesita que le laven los pies. Los que os sentáis conmigo esta noche estáis limpios —pero no todos—, y sin embargo el polvo de vuestros pies debería haberse lavado antes de sentaros a cenar conmigo. Además quiero haceros este servicio como parábola que ilustre el significado de un nuevo mandamiento que pronto os daré».
179:3.7 (1939.5) El Maestro fue rodeando la mesa en silencio y lavó los pies de sus doce apóstoles sin excluir a Judas. Cuando hubo terminado de lavar los pies a los doce se puso el manto, volvió a su puesto de anfitrión, paseó la vista sobre sus desconcertados apóstoles y dijo:
179:3.8 (1939.6) «¿Entendéis realmente lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y decís bien porque lo soy. Si el Maestro os ha lavado los pies, ¿por qué no estabais dispuestos a lavaros los pies unos a otros? ¿Qué lección deberíais aprender de esta parábola en la que el Maestro hace tan gustosamente el servicio que sus hermanos no querían hacerse entre ellos? En verdad, en verdad os digo que un siervo no es mayor que su señor, ni tampoco un enviado es mayor que el que lo envió. Habéis visto en mi vida entre vosotros cómo se ha de servir, y benditos sean los que tengan el valor y la benevolencia de servir así. ¿Pero por qué os cuesta tanto aprender que el secreto de la grandeza en el reino espiritual no se parece a los métodos de poder del mundo material?
179:3.9 (1940.1) «Cuando entré esta noche en esta sala, no solo os negabais orgullosamente a lavaros los pies unos a otros, sino que estabais discutiendo entre vosotros sobre quiénes ocuparían los lugares de honor en mi mesa. Esos honores los buscan los fariseos y los hijos de este mundo, pero no debería ser así entre los embajadores del reino celestial. ¿No sabéis que no puede haber ningún lugar preferente en mi mesa? ¿No entendéis que os amo a cada uno de vosotros como amo a los demás? ¿No sabéis que el asiento más cercano a mí, considerado como un honor por los hombres, no significa nada en cuanto a vuestra posición en el reino de los cielos? Sabéis que los reyes de los gentiles se enseñorean de sus súbditos, y quienes ejercen esta potestad son llamados a veces bienhechores. Pero no ha de ser así en el reino de los cielos. El que quiera ser grande entre vosotros hágase como el menor, y el que quiera ser jefe, como el que sirve. ¿Quién es más grande, el que se sienta a comer o el que sirve? ¿No se suele considerar al que se sienta a comer como el más grande? Pero ya veis que estoy entre vosotros como el que sirve. Si estáis dispuestos a convertiros en siervos conmigo para hacer la voluntad del Padre, os sentaréis conmigo con poder en el reino venidero y seguiréis haciendo la voluntad del Padre en la gloria futura.»
179:3.10 (1940.2) Cuando Jesús terminó de hablar, los gemelos Alfeo trajeron el pan y el vino con las hierbas amargas y la pasta de frutos secos que eran el siguiente plato de la Última Cena.
179:4.1 (1940.3) Los apóstoles comieron en silencio durante algunos minutos, pero pronto se pusieron a charlar animados por la actitud alegre del Maestro y la cena transcurrió como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal para empañar el buen humor y la armonía social de aquella ocasión extraordinaria. Al cabo de un rato, hacia la mitad de esta segunda parte de la comida, Jesús se dirigió a todos con estas palabras: «Os he dicho ya cuánto deseaba tener esta cena con vosotros, y sabiendo cómo han conspirado las fuerzas malignas de las tinieblas para matar al Hijo del Hombre, decidí cenar con vosotros en esta sala secreta un día antes de la Pascua porque mañana por la noche a esta hora ya no estaré con vosotros. Os he repetido muchas veces que tengo que volver al Padre, y ya ha llegado mi hora. Pero no era necesario que uno de vosotros me traicionara para entregarme a mis enemigos».
179:4.2 (1940.4) Al oír esto los doce, que ya estaban en una actitud mucho más humilde después de la parábola del lavatorio de los pies y del discurso posterior del Maestro, empezaron a mirarse unos a otros desconcertados y preguntaban vacilantes: «¿Seré yo acaso?». Y cuando todos hubieron preguntado lo mismo Jesús respondió: «Aunque es necesario que vaya al Padre, para cumplir la voluntad del Padre no hacía falta que uno de vosotros se convirtiera en traidor. Así ha madurado el mal oculto en el corazón de uno de vosotros que no ha logrado amar la verdad con toda su alma. ¡Qué engañoso es el orgullo intelectual que precede a la caída espiritual! Mi amigo de muchos años que ahora mismo come mi pan está dispuesto a traicionarme al tiempo que mete conmigo la mano en el plato».
179:4.3 (1940.5) Entonces todos empezaron a preguntar otra vez: «¿Acaso soy yo?». Y cuando Judas, que estaba sentado a la izquierda de su Maestro, volvió a preguntar: «¿Acaso soy yo?», Jesús untó el pan en el plato de hierbas y se lo pasó a Judas diciendo: «Tú lo has dicho». Pero los demás no oyeron a Jesús decir esto a Judas. Juan, que estaba a la derecha de Jesús, se inclinó hacia él y le preguntó: «¿Quién es, Maestro? Deberíamos saber quién es el que ha traicionado tu confianza». Jesús contestó: «Ya os lo he dicho, el mismo a quien le he dado el pan untado». Pero aunque el Maestro lo dijo tan claramente, era tan natural que el anfitrión diera pan untado al que se sentaba justo a su izquierda que nadie se dio cuenta. Solo Judas era dolorosamente consciente del significado de las palabras del Maestro cuando le dio el pan, y empezó a temer que sus hermanos comprendieran que él era el traidor.
179:4.4 (1941.1) Pedro, muy alterado por lo que había oído, se inclinó hacia adelante sobre la mesa y dijo a Juan: «Pregúntale quién es, o si te lo ha dicho, dime quién es el traidor».
179:4.5 (1941.2) Jesús puso fin a sus cuchicheos diciendo: «Me entristece que haya ocurrido este mal y he esperado hasta este momento que el poder de la verdad podría triunfar sobre los engaños del mal, pero no se pueden ganar victorias así sin la fe del amor sincero a la verdad. Habría preferido no tener que deciros estas cosas en nuestra última cena, pero quiero advertiros de estas penas y prepararos así para cuando nos sobrevengan. Os he hablado de esto porque quiero que recordéis cuando yo me haya ido que conocía todas estas perversas conspiraciones y que os previne de que iba a ser traicionado. Hago todo esto solo para fortaleceros ante las pruebas y las tentaciones que nos esperan».
179:4.6 (1941.3) Dicho esto, Jesús se inclinó hacia Judas y le dijo: «Lo que has de hacer, hazlo pronto». En cuanto Judas lo oyó, se levantó de la mesa y salió a la noche para hacer lo que había decidido. Cuando los demás apóstoles vieron que Judas salía rápidamente de la habitación después de que Jesús le hablara, pensaron que iría a comprar algo más para la cena o a hacer algún otro encargo para el Maestro, puesto que creían que seguía llevando la bolsa.
179:4.7 (1941.4) Jesús sabía que ya no se podía hacer nada para impedir que Judas se convirtiera en traidor. Había empezado con doce y ahora tenía once. Él había elegido personalmente a seis de sus apóstoles, y aunque Judas era uno de los nombrados por esos seis primeros, el Maestro lo había aceptado y hasta ese mismo momento había hecho todo lo posible por santificarlo y salvarlo igual que había trabajado por la paz y la salvación de los demás.
179:4.8 (1941.5) Con sus momentos entrañables y sus gestos de ternura, esta cena fue el último llamamiento de Jesús al desertor Judas. Pero fue en vano. Por regla general las advertencias, aunque se hagan con todo el cariño y el tacto del mundo, cuando el amor está realmente muerto solo consiguen intensificar el odio y avivar la malvada decisión de culminar los propios proyectos egoístas.
179:5.1 (1941.6) Cuando llevaron a Jesús la tercera copa de vino, la «copa de la bendición», se levantó del diván y tomando la copa en sus manos, la bendijo diciendo: «Tomad todos esta copa y bebed de ella. Esta será la copa de mi recuerdo. Esta es la copa de la bendición de una nueva dispensación de gracia y de verdad. Será para vosotros el emblema del otorgamiento y del ministerio del divino Espíritu de la Verdad. No volveré a beber esta copa con vosotros hasta que beba de una forma nueva con vosotros en el reino eterno del Padre».
179:5.2 (1942.1) Mientras bebían de esta copa de la bendición con profunda reverencia y en perfecto silencio, todos los apóstoles sintieron que estaba ocurriendo algo extraordinario. La vieja Pascua conmemoraba el paso de sus padres de un estado de esclavitud racial al de libertad individual. El Maestro estaba instaurando ahora una nueva cena del recuerdo como símbolo de la nueva dispensación en la que el individuo esclavo del egoísmo y del ceremonial sale de su cautiverio hacia la alegría espiritual de la hermandad y la comunión de los hijos por la fe liberados del Dios vivo.
179:5.3 (1942.2) Cuando terminaron de beber esta nueva copa del recuerdo, el Maestro tomó el pan, y después de dar gracias lo partió en pedazos y se lo dio para que se lo pasaran entre ellos, diciendo: «Tomad y comed este pan del recuerdo. Os he dicho que yo soy el pan de vida, y este pan de vida es la vida unida del Padre y el Hijo en una sola ofrenda. El verbo del Padre, tal como se revela en el Hijo, es en verdad el pan de vida». Cuando hubieron compartido el pan del recuerdo, símbolo del verbo vivo de la verdad encarnado a imagen y semejanza de carne mortal, todos se sentaron.
179:5.4 (1942.3) Al instaurar esta cena del recuerdo, el Maestro recurrió como era su costumbre a los símbolos y las parábolas. Empleó símbolos porque quería enseñar ciertas grandes verdades espirituales de modo que fuera difícil para sus sucesores atribuir a sus palabras interpretaciones precisas y significados fijos. Intentaba impedir así que las generaciones sucesivas cristalizaran su enseñanza y ataran sus significados espirituales con las cadenas muertas de la tradición y el dogma. Al establecer la única ceremonia o sacramento que asoció a la totalidad de su misión en la vida, Jesús puso especial cuidado en sugerir sus significados en lugar de recurrir a definiciones precisas. No quería destruir el concepto individual de la comunión divina mediante el establecimiento una forma precisa; tampoco quería limitar la imaginación espiritual del creyente entorpeciéndola con formulismos. Buscaba más bien liberar el alma renacida del hombre para que pudiera emprender el vuelo con las gozosas alas de una nueva libertad espiritual viva.
179:5.5 (1942.4) A pesar del esfuerzo del Maestro por establecer así este nuevo sacramento del recuerdo, sus seguidores se encargaron de frustrar su deseo expreso en los siglos posteriores. Y así, el simple simbolismo espiritual de aquella última noche en la carne se ha visto reducido a interpretaciones estrictas y sometido a la precisión casi matemática de una fórmula fija. De todas las enseñanzas de Jesús, ninguna ha llegado a estar más tipificada por la tradición.
179:5.6 (1942.5) Cuando esta cena del recuerdo es compartida por los que creen en el Hijo y conocen a Dios, no es necesario asociar a su simbolismo ninguna de las interpretaciones erróneas y pueriles del hombre sobre el significado de la presencia divina, pues en todas esas ocasiones el Maestro está realmente presente. La cena del recuerdo es el encuentro simbólico del creyente con Miguel. Cuando os volvéis así conscientes del espíritu, el Hijo está realmente presente y su espíritu fraterniza con el fragmento de su Padre que mora en vuestro interior.
179:5.7 (1942.6) Todos se quedaron meditando por unos momentos y luego Jesús prosiguió: «Cuando hagáis estas cosas, recordad la vida que he vivido en la tierra entre vosotros y regocijaos de que vaya a seguir viviendo en la tierra con vosotros y sirviendo a través de vosotros. Como individuos no compitáis entre vosotros sobre quién será el más grande. Sed todos como hermanos. Y cuando el reino crezca hasta abarcar a grandes grupos de creyentes, tampoco compitáis por la grandeza ni busquéis la promoción entre esos grupos».
179:5.8 (1943.1) Este magno acontecimiento tuvo lugar en la habitación de arriba de la casa de un amigo. No había nada de sagrado en la cena ni en el edificio, ni tampoco hubo ninguna ceremonia de consagración. La cena del recuerdo fue instaurada sin sanción eclesiástica.
179:5.9 (1943.2) Cuando hubo instaurado así la cena del recuerdo Jesús dijo a los apóstoles: «Cada vez que hagáis esto, hacedlo en memoria de mí. Y cuando os acordéis de mí pensad primero en mi vida en la carne, recordad que una vez estuve con vosotros y luego percibid por la fe que todos cenaréis conmigo algún día en el reino eterno del Padre. Esta es la nueva Pascua que os dejo, el recuerdo mismo de mi vida de otorgamiento, el verbo de la verdad eterna. Y de mi amor por vosotros os dejo el derramamiento de mi Espíritu de la Verdad sobre toda carne».
179:5.10 (1943.3) Y terminaron esta celebración incruenta de la antigua Pascua en la que se instauró la nueva cena del recuerdo, cantando todos juntos el salmo ciento dieciocho.
El libro de Urantia
Documento 180
180:0.1 (1944.1) DESPUÉS de cantar el salmo al final de la Última Cena, los apóstoles pensaron que Jesús tendría la intención de volver inmediatamente al campamento, pero el Maestro les pidió que se sentaran y les dijo:
180:0.2 (1944.2) «Una vez os envié sin alforjas ni dinero e incluso os aconsejé que no llevarais ropa de recambio, y recordaréis que no os faltó de nada. Pero ahora han llegado tiempos de tribulación. Ya no podéis contar con la buena voluntad de las multitudes. A partir de ahora el que tenga bolsa que la lleve con él. Cuando salgáis al mundo a proclamar este evangelio velad por vuestra manutención como os parezca más conveniente. He venido a traer paz, pero no aparecerá durante algún tiempo.
180:0.3 (1944.3) «Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado, y el Padre será glorificado en mí. Amigos, solo estaré un poco más con vosotros. Pronto me buscaréis y no me encontraréis, porque a donde yo voy vosotros en este momento no podéis venir. Pero cuando hayáis terminado vuestra obra en la tierra como yo he terminado la mía, vendréis a mí como yo me preparo ahora para ir a mi Padre. Muy pronto he de dejaros y no me volveréis a ver en la tierra, pero todos me veréis en la edad por venir cuando ascendáis al reino que me ha dado mi Padre.»
180:1.1 (1944.4) Después de estas palabras hubo unos minutos de conversación informal hasta que Jesús se levantó y dijo: «Esta noche he representado ante vosotros una parábola para indicaros cómo debéis estar dispuestos a serviros los unos a los otros. Entonces dije que deseaba daros un nuevo mandamiento, y voy a hacerlo ahora que estoy a punto de dejaros. Conocéis bien el mandamiento que dice que os améis los unos a los otros y que améis a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Pero ni siquiera esta entrega sincera por parte de mis hijos me satisface por completo. Quisiera que hicierais actos de amor aún mayores en el reino de la hermandad de los creyentes. Por eso os doy un nuevo mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Y si os amáis así los unos a los otros, en eso conocerán todos que sois mis discípulos.
180:1.2 (1944.5) «Al daros este nuevo mandamiento no pongo ninguna nueva carga sobre vuestra alma; os traigo más bien una nueva alegría y os doy la posibilidad de conocer el nuevo gozo de otorgar el afecto de vuestro corazón a vuestros semejantes. Yo estoy a punto de experimentar la alegría suprema, incluso soportando dolor externo, de otorgaros mi afecto a vosotros y a vuestros semejantes mortales.
180:1.3 (1944.6) «Cuando os invito a que os améis los unos a los otros como yo os he amado pongo ante vosotros la medida suprema del verdadero afecto, pues nadie tiene un amor mayor que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, y seguiréis siendo mis amigos si estáis dispuestos a hacer lo que os he enseñado. Me habéis llamado Maestro, pero yo no os llamo siervos. Solo con que os améis los unos a los otros como yo os amo seréis mis amigos y siempre os hablaré de lo que el Padre me revela.
180:1.4 (1945.1) «No solo me habéis elegido vosotros a mí sino que yo también os elegí a vosotros, y os he ordenado para que salgáis al mundo a servir a vuestros semejantes por amor igual que yo he vivido entre vosotros y os he revelado al Padre. El Padre y yo trabajaremos con vosotros y vosotros experimentaréis la plenitud divina de la alegría solo con que obedezcáis mi mandamiento de amaros los unos a los otros como yo os he amado.»
180:1.5 (1945.2) Si queréis compartir la alegría del Maestro tenéis que compartir su amor, y compartir su amor significa que habéis compartido su servicio. Esta experiencia de amor no os liberará de las dificultades de este mundo, no creará un mundo nuevo, pero seguro que hará nuevo al viejo mundo.
180:1.6 (1945.3) Tened presente que lo que Jesús pide es lealtad y no sacrificio. La consciencia de sacrificio implica ausencia del afecto incondicional que habría convertido en alegría suprema ese servicio por amor. La idea de deber significa que tenéis mentalidad de servidores y por ello os falta la poderosa emoción de hacer vuestro servicio como amigo para un amigo. El impulso de la amistad trasciende todos los convencimientos del deber, y el servicio de un amigo para un amigo no puede llamarse nunca sacrificio. El Maestro ha enseñado a los apóstoles que son hijos de Dios. Los ha llamado hermanos, y ahora antes de irse los llama sus amigos.
180:2.1 (1945.4) Jesús se levantó de nuevo y siguió instruyendo así a sus apóstoles: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, y el Padre solo me pide que deis muchos frutos. La vid solo se poda para que sus sarmientos produzcan más. Todo sarmiento que sale en mí y no dé fruto, el Padre lo cortará. Todo sarmiento que dé fruto, el Padre lo limpiará para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado pero debéis seguir limpios. Permaneced en mí y yo en vosotros. El sarmiento muere si se separa de la vid. Como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros podéis dar los frutos del servicio por amor si no permanecéis en mí. No olvidéis que yo soy la vid verdadera y vosotros los sarmientos vivos. El que vive en mí y yo en él dará muchos frutos del espíritu y experimentará la alegría suprema de producir esa cosecha espiritual. Si mantenéis esta conexión espiritual viva conmigo daréis frutos abundantes. Si permanecéis en mí y mis palabras viven en vosotros podréis comulgar profusamente conmigo, y entonces mi espíritu vivo se infiltrará en vosotros de tal forma que pediréis todo lo que mi espíritu desea y lo haréis con la seguridad de que el Padre nos concederá nuestra petición. El Padre es glorificado cuando la vid tiene muchos sarmientos vivos y cada sarmiento da muchos frutos. Y cuando el mundo vea estos sarmientos llenos de fruto —mis amigos que se aman los unos a los otros como yo los he amado— todos los hombres sabrán que sois en verdad discípulos míos.
180:2.2 (1945.5) «Como el Padre me ha amado os he amado yo. Vivid en mi amor como yo vivo en el amor del Padre. Si hacéis lo que os he enseñado permaneceréis en mi amor igual que yo he guardado la palabra del Padre y permanezco eternamente en su amor.»
180:2.3 (1946.1) Los judíos habían enseñado desde antiguo que el Mesías sería «un tallo que brotaría de la vid» de los antepasados de David. En conmemoración de esta antigua enseñanza un gran emblema de la uva unida a su vid decoraba la entrada del templo de Herodes. Todos los apóstoles recordaron estas cosas mientras el Maestro les hablaba aquella noche en la habitación de arriba.
180:2.4 (1946.2) Pero hubo un mala interpretación posterior de las conclusiones del Maestro sobre la oración que trajo consigo mucha pesadumbre. Si se hubieran recordado las palabras exactas del Maestro y se hubieran transcrito fielmente, se habrían entendido sin dificultad. Pero se pusieron por escrito de una forma que llevó a los creyentes a considerar la oración en nombre de Jesús como una especie de magia suprema, y pensaron que recibirían del Padre todo lo que pidieran en nombre del Hijo. Durante siglos la fe de muchas almas sinceras ha naufragado contra este escollo. ¿Cuánto tiempo será necesario para que el mundo de los creyentes entienda que la oración no es un procedimiento para conseguir lo que se quiere sino un programa para seguir el camino de Dios, una experiencia para aprender a reconocer y cumplir la voluntad del Padre? Es del todo cierto que cuando vuestra voluntad está verdaderamente alineada con la suya podéis pedir cualquier cosa que conciba esta unión de voluntades y os será concedida. Esta unión de voluntades se lleva a cabo por y a través de Jesús, igual que la vida de la vid fluye hacia los sarmientos vivos y los recorre.
180:2.5 (1946.3) Cuando existe esta conexión viva entre la divinidad y la humanidad, la oración ignorante e irreflexiva del ser humano que pide por su bienestar egoísta y los logros de su vanidad solo puede recibir una respuesta divina: una mayor y mejor producción de frutos del espíritu en los tallos de los sarmientos vivos. Cuando el sarmiento de la vid está vivo no puede haber más que una respuesta a cualquiera de sus peticiones: más producción de uva. De hecho, el sarmiento existe solo para producir frutos y no puede hacer otra cosa que dar uvas. Del mismo modo, el verdadero creyente solo existe para producir los frutos del espíritu: amar a los hombres como él mismo ha sido amado por Dios, es decir, que nos amemos los unos a los otros como Jesús nos ha amado.
180:2.6 (1946.4) Y cuando el Padre pone su mano de disciplina sobre la vid lo hace con amor para que los sarmientos puedan producir mucho fruto. El buen viñador corta solo los sarmientos muertos e improductivos.
180:2.7 (1946.5) Jesús tuvo grandes dificultades para hacer ver incluso a sus apóstoles que la oración es una función de los creyentes nacidos del espíritu en un reino dominado por el espíritu.
180:3.1 (1946.6) En cuanto los once terminaron de hacer sus comentarios sobre el discurso de la vid el Maestro les indicó que quería seguir hablándoles, y como sabía que le quedaba poco tiempo les dijo: «Que la enemistad del mundo no os desanime cuando yo os haya dejado. No os dejéis abatir aunque haya creyentes acobardados que se vuelvan contra vosotros y se unan a los enemigos del reino. Si el mundo os odia no olvidéis que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais de este mundo el mundo amaría lo que es suyo pero como no lo sois, el mundo se niega a amaros. Estáis en este mundo pero no debéis vivir a la manera del mundo. Os he elegido y apartado del mundo para que representéis al espíritu de otro mundo ante este mundo del que habéis sido seleccionados. Pero recordad siempre mis palabras: el siervo no es mayor que su señor. Si se atreven a perseguirme a mí, también os perseguirán a vosotros. Si mis palabras ofenden a los no creyentes, también vuestras palabras ofenderán a los impíos. Y os harán todo esto porque no creen ni en mí ni en Aquel que me ha enviado, de modo que sufriréis muchas cosas por causa de mi evangelio. Pero cuando soportéis esas tribulaciones recordad que también yo sufrí antes que vosotros por causa de este evangelio del reino celestial.
180:3.2 (1947.1) «Muchos os atacarán porque desconocen la luz del cielo, pero ese no es el caso de algunos que ahora nos persiguen. Si no les hubiéramos enseñado la verdad podrían hacer muchas cosas extrañas sin merecer condena, pero dado que han conocido la luz y se han atrevido a rechazarla, su actitud ya no tiene excusa. El que me odia a mí odia a mi Padre. No puede ser de otra manera: la luz que podría salvaros si la aceptarais solo puede condenaros si la rechazáis a sabiendas. ¿Qué les he hecho yo a esos hombres para que me odien con un odio tan terrible? Nada, salvo ofrecerles compañerismo en la tierra y salvación en el cielo. ¿Pero no habéis leído en las Escrituras donde dice: ‘Y me odiaron sin causa’?
180:3.3 (1947.2) «No os dejaré solos en el mundo. Cuando me haya ido os enviaré enseguida a un ayudante de espíritu. Tendréis a alguien que ocupará mi lugar entre vosotros, que os seguirá enseñando el camino de la verdad y que incluso os confortará.
180:3.4 (1947.3) «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. Aunque tengo que dejaros no estaré lejos de vosotros. Ya os he dicho que en el universo de mi Padre hay muchas moradas. Si esto no fuera verdad no os habría hablado tantas veces de ellas. Voy a regresar a esos mundos de luz que son estaciones en el cielo del Padre a las que vosotros ascenderéis algún día. Desde esos lugares vine a este mundo, y ahora está próxima la hora en que debo volver al trabajo de mi Padre en las esferas de lo alto.
180:3.5 (1947.4) «Si voy por delante de vosotros al reino celestial del Padre, no dudéis de que mandaré a buscaros para que podáis estar conmigo en los lugares preparados para los hijos mortales de Dios antes de que este mundo fuera. Aunque debo dejaros estaré presente con vosotros en espíritu, y terminaréis estando conmigo en persona cuando hayáis ascendido hasta mí en mi universo igual que yo estoy a punto de ascender a mi Padre en su universo más grande. Lo que os he dicho es verdadero y eterno aunque no podáis comprenderlo plenamente. Voy al Padre, y aunque ahora no podáis seguirme, estad seguros de que me seguiréis en las edades por venir.»
180:3.6 (1947.5) Cuando Jesús se sentó Tomás se levantó y dijo: «Maestro, no sabemos a dónde vas, así que no conocemos el camino. Pero te seguiremos esta misma noche si nos muestras el camino».
180:3.7 (1947.6) Jesús le respondió: «Tomás, yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí y todo el que encuentra al Padre me encuentra primero a mí. Si me conocéis a mí conocéis el camino hacia el Padre. Y me conocéis, pues habéis vivido conmigo y ahora me veis».
180:3.8 (1947.7) Pero esta enseñanza era demasiado profunda para muchos de los apóstoles, sobre todo para Felipe, que después de hablar un momento con Natanael se levantó y dijo: «Maestro, muéstranos al Padre y todo lo que has dicho se aclarará».
180:3.9 (1947.8) Jesús le respondió así: «¿Tanto tiempo he estado con vosotros y todavía no me conoces, Felipe? Vuelvo a repetiros que el que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decir entonces: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? ¿No os he enseñado que las palabras que digo no son mis palabras sino las palabras del Padre? Hablo por el Padre y no por mí. Estoy en este mundo para hacer la voluntad del Padre, y eso es lo que he hecho. Mi Padre mora en mí y obra a través de mí. Creedme cuando digo que el Padre está en mí y que yo estoy en el Padre, o si no, creedme por la vida que he vivido, por mi obra».
180:3.10 (1948.1) Mientras el Maestro se iba a beber agua, los once empezaron a discutir animadamente sobre estas enseñanzas, y Pedro estaba a punto de abrir un largo discurso cuando volvió Jesús y les hizo una seña para que se sentaran.
180:4.1 (1948.2) Jesús prosiguió su enseñanza diciendo: «Cuando me haya ido al Padre y una vez que él haya aceptado plenamente la obra que he hecho por vosotros en la tierra y yo haya recibido la soberanía definitiva sobre mi propio dominio, diré a mi Padre: He dejado solos a mis hijos de la tierra y ahora me corresponde cumplir mi promesa de enviarles a otro maestro. Y cuando el Padre lo apruebe derramaré el Espíritu de la Verdad sobre toda carne. El espíritu de mi Padre está ya dentro de vuestro corazón, pero cuando llegue ese día me tendréis también a mí con vosotros como tenéis ahora al Padre. Este nuevo don es el espíritu de la verdad viva. Los no creyentes no escucharán al principio las enseñanzas de este espíritu, pero todos los hijos de la luz lo recibirán con alegría y de todo corazón. Cuando llegue este espíritu lo conoceréis igual que me habéis conocido a mí. Recibiréis este regalo en vuestro corazón y él permanecerá con vosotros. Ya veis que no voy a dejaros sin ayuda ni guía. No os dejaré desamparados. Hoy solo puedo estar con vosotros en persona, pero llega el tiempo en que estaré con vosotros y con todos los demás hombres que deseen mi presencia, dondequiera que estéis y con cada uno al mismo tiempo. ¿No os dais cuenta de que conviene que me vaya, que os deje en la carne para poder estar con vosotros mejor y más plenamente en el espíritu?
180:4.2 (1948.3) «Dentro de pocas horas el mundo ya no me verá, pero vosotros seguiréis conociéndome en vuestro corazón hasta que os envíe a este nuevo maestro, el Espíritu de la Verdad. Igual que he vivido en persona con vosotros, viviré entonces en vosotros y seré uno con vuestra experiencia personal en el reino del espíritu. Y cuando esto haya sucedido sabréis con toda certeza que estoy en el Padre y que, al estar vuestra vida oculta en mí con el Padre, también estoy en vosotros. He amado al Padre y he cumplido su palabra; vosotros me habéis amado y cumpliréis mi palabra. Igual que mi Padre me ha dado de su espíritu yo os daré del mío. Este Espíritu de la Verdad que os otorgaré os guiará y confortará, y al final os conducirá a toda la verdad.
180:4.3 (1948.4) «Os digo estas cosas mientras estoy aún con vosotros para que estéis mejor preparados para soportar las pruebas que ya tenemos encima. Y cuando llegue ese nuevo día, estaréis habitados tanto por el Hijo como por el Padre. Estos dones del cielo obrarán siempre el uno con el otro igual que el Padre y yo hemos actuado en la tierra ante vuestros propios ojos como una sola persona: el Hijo del Hombre. Y este amigo de espíritu os recordará todo lo que os he enseñado.»
180:4.4 (1948.5) El Maestro hizo una pausa, y entonces Judas Alfeo se atrevió a hacer una de las pocas preguntas que él o su hermano hicieron nunca a Jesús en público. Judas dijo: «Maestro, has vivido siempre entre nosotros como un amigo; ¿cómo te conoceremos cuando ya solo te manifiestes a nosotros por ese espíritu? Si el mundo no te ve, ¿cómo estaremos seguros de ti? ¿Cómo te mostrarás a nosotros?».
180:4.5 (1949.1) Jesús los miró a todos con una sonrisa y dijo: «Hijitos, me voy, vuelvo a mi Padre. Dentro de poco ya no me veréis como me veis ahora en carne y hueso. Muy pronto os enviaré a mi espíritu, que es como yo salvo por este cuerpo material. Este nuevo maestro es el Espíritu de la Verdad que vivirá en el corazón de cada uno de vosotros, y así todos los hijos de la luz se harán uno y serán atraídos los unos hacia los otros. De este mismo modo, mi Padre y yo podremos vivir en el alma de cada uno de vosotros y también en el corazón de todos los demás hombres que nos aman y hacen real ese amor en sus experiencias amándose los unos a los otros como yo os amo ahora».
180:4.6 (1949.2) Judas Alfeo no entendió del todo lo que dijo el Maestro pero captó la promesa de un nuevo maestro, y por la expresión de la cara de Andrés dedujo que la respuesta a su pregunta había sido satisfactoria.
180:5.1 (1949.3) El nuevo ayudante que Jesús prometió enviar al corazón de los creyentes —derramar sobre toda carne— es el Espíritu de la Verdad. Esta dotación divina no es la letra ni la ley de la verdad, ni tampoco actúa como la forma o la expresión de la verdad. El nuevo maestro es la convicción de la verdad, la consciencia y la seguridad de los significados verdaderos en los niveles reales de espíritu. Este nuevo maestro es el espíritu de la verdad viva y creciente, de la verdad que se expande, se despliega y se adapta.
180:5.2 (1949.4) La verdad divina es una realidad viva percibida por el espíritu. La verdad solo existe en los niveles espirituales superiores de la comprensión de la divinidad y la consciencia de la comunión con Dios. Podéis conocer la verdad y podéis vivir la verdad, podéis experimentar el crecimiento de la verdad en el alma y disfrutar de la libertad de su esclarecimiento en la mente, pero no podéis aprisionar la verdad en fórmulas, códigos, credos ni patrones intelectuales de conducta humana. La verdad divina muere rápidamente cuando la formuláis al modo humano. Del salvamento póstumo de la verdad encarcelada solo puede resultar en el mejor de los casos una forma peculiar de sabiduría intelectualizada y glorificada. La verdad estática es verdad muerta, y solo la verdad muerta se puede formular como teoría. La verdad viva es dinámica y solo puede tener una existencia experiencial en la mente humana.
180:5.3 (1949.5) La inteligencia nace de una existencia material iluminada por la presencia de la mente cósmica. La sabiduría consiste en la consciencia del conocimiento elevada a nuevos niveles de significado y activada por la presencia de la dotación universal del adjutor de sabiduría. La verdad es un valor de la realidad espiritual que solo es experimentado por los seres dotados de espíritu que actúan en los niveles supramateriales de consciencia del universo y que después de reconocer la verdad permiten que su espíritu activador viva y reine dentro de su alma.
180:5.4 (1949.6) El verdadero hijo con visión interior del universo busca al Espíritu vivo de la Verdad en toda palabra sabia. La persona conocedora de Dios eleva constantemente la sabiduría a los niveles de verdad viva de logro de la divinidad. El alma que no progresa espiritualmente va arrastrando la verdad viva a los niveles muertos de la sabiduría y al terreno del mero conocimiento ensalzado.
180:5.5 (1949.7) Cuando la regla de oro es despojada de la visión interior sobrehumana del Espíritu de la Verdad se convierte en una mera norma de conducta ética elevada. La regla de oro interpretada de forma literal puede convertirse en un instrumento muy ofensivo para nuestros semejantes. Si no interpretáis la regla de oro de la sabiduría a la luz del espíritu, podríais razonar que puesto que deseáis que todos los hombres os digan con franqueza todo lo que piensan, vosotros debéis decir con la misma franqueza a vuestros semejantes todo lo que se os pasa por la cabeza. Esa interpretación no espiritual de la regla de oro podría ser una fuente de infelicidad y de disgustos sin fin.
180:5.6 (1950.1) Algunas personas perciben e interpretan la regla de oro como una afirmación puramente intelectual de la fraternidad humana. Otras experimentan esta expresión de las relaciones humanas como una satisfacción emocional de los sentimientos tiernos de la personalidad humana. Otros mortales toman esta misma regla de oro como la vara de medir para todas las relaciones sociales, el patrón de la conducta social. Y otros más consideran que es el mandato positivo de un gran maestro moral que incorporó a esta afirmación el concepto más alto de obligación moral para todas las relaciones fraternales. La regla de oro es fuente de sabiduría en la vida de esos seres morales como centro y circunferencia de toda su filosofía.
180:5.7 (1950.2) En el reino de la hermandad de los creyentes que aman la verdad y conocen a Dios esta regla de oro adquiere cualidades vivas que se hacen realidad espiritualmente en los niveles más altos de interpretación. Según esta interpretación superior, los hijos mortales de Dios consideran que este mandato del Maestro les exige tratar al prójimo de tal forma que sus semejantes reciban el mayor bien posible de su contacto con los creyentes. Esta es la esencia de la verdadera religión: que améis a vuestro prójimo como a vosotros mismos.
180:5.8 (1950.3) Pero la comprensión más alta y la interpretación más verdadera de la regla de oro se da cuando el espíritu es consciente de la realidad viva y perdurable de esa declaración divina. El verdadero significado cósmico de esta norma de relación universal solo se revela en su comprensión espiritual, en la interpretación de la ley de la conducta por parte del espíritu Hijo al espíritu del Padre que mora en el alma del hombre mortal. Y cuando esos mortales guiados por el espíritu se dan cuenta del verdadero significado de esta regla de oro se sienten pletóricos por la certeza de ser ciudadanos de un universo cordial y solo ven satisfechos sus ideales de realidad del espíritu cuando aman a sus semejantes como Jesús nos amó a todos. Esta es la realidad de la comprensión del amor a Dios.
180:5.9 (1950.4) Solo a la luz de esta misma filosofía de flexibilidad viva y adaptabilidad cósmica de la verdad divina a las necesidades y capacidades individuales de cada hijo de Dios, podréis comprender la enseñanza y la práctica del Maestro de la no resistencia al mal. La enseñanza del Maestro es básicamente una declaración espiritual. Ni siquiera las implicaciones materiales de su filosofía pueden ser de utilidad sin sus correlaciones espirituales. El espíritu del mandato del Maestro consiste en no oponer resistencia a ninguna de las reacciones egoístas hacia el universo y alcanzar al mismo tiempo de forma dinámica y progresiva los niveles de rectitud de los verdaderos valores del espíritu: la belleza divina, la bondad infinita y la verdad eterna; es decir, conocer a Dios y hacerse cada vez más como él.
180:5.10 (1950.5) El amor, el altruismo, debe renovar de forma viva y constante su interpretación de las relaciones conforme a las directrices del Espíritu de la Verdad. El amor debe captar así la ampliación y el cambio constante de los conceptos de máximo bien cósmico para la persona que es amada. Y luego el amor sigue adoptando esta misma actitud con todas las demás personas que pudieran ser influidas por la relación viva y creciente del amor de un mortal guiado por el espíritu hacia otros ciudadanos del universo. Toda esta adaptación viva del amor debe tener en cuenta tanto el entorno del mal presente como la meta eterna de la perfección del destino divino.
180:5.11 (1950.6) Y así, hemos de reconocer claramente que ni la regla de oro ni la no resistencia se pueden interpretar nunca como dogmas ni como preceptos. Solo se pueden comprender viviéndolas, captando sus significados en la interpretación viva del Espíritu de la Verdad que dirige las relaciones de amor entre los seres humanos.
180:5.12 (1951.1) Todo esto muestra claramente la diferencia entre la religión antigua y la nueva. La religión antigua enseñaba a sacrificarse; la nueva religión solo enseña a olvidarse de sí mismo, a buscar una mayor autorrealización en el servicio social unido a la comprensión del universo. La religión antigua estaba motivada por la consciencia del miedo; el nuevo evangelio del reino está dominado por el convencimiento de la verdad, por el espíritu de la verdad eterna y universal. Y en la experiencia vital de los que creen en el reino, no hay piedad ni lealtad a un credo que puedan compensar la ausencia de esa cordialidad espontánea, generosa y sincera que caracteriza a los hijos del Dios vivo nacidos del espíritu. Ni la tradición ni un sistema ceremonial de culto formal pueden compensar la falta de compasión auténtica hacia nuestros semejantes.
180:6.1 (1951.2) Después de responder a las numerosas preguntas de Pedro, Santiago, Juan y Mateo, el Maestro prosiguió así su discurso de despedida: «Os digo todo esto antes de dejaros para que estéis preparados y no caigáis en errores graves. Las autoridades no se contentarán con expulsaros de las sinagogas; os advierto que se acerca la hora en que cualquiera que os mate pensará que rinde servicio a Dios. Y os harán todas estas cosas a vosotros y a los que conduzcáis al reino de los cielos porque no conocen al Padre. Al negarse a recibirme se han negado a conocer al Padre; y se negarán a recibirme cuando os rechacen a vosotros siempre que hayáis cumplido mi nuevo mandamiento de amaros los unos a los otros como yo os he amado. Os digo estas cosas de antemano para que cuando llegue vuestra hora, como ya ha llegado la mía, os sintáis fortalecidos sabiendo que yo conocía todo esto y que mi espíritu estará con vosotros en todo vuestros sufrimientos por mi causa y la del evangelio. Por este motivo os he hablado tan claramente desde el principio. Incluso os he advertido que los enemigos de un hombre pueden ser los de su propia casa. Aunque este evangelio del reino nunca deja de llenar de paz el alma de cada creyente, no traerá paz a la tierra hasta que el hombre esté dispuesto a creer de todo corazón en mis enseñanzas y establecer la práctica de cumplir la voluntad del Padre como el principal objetivo de su vida mortal.
180:6.2 (1951.3) «Ahora que estoy a punto de dejaros para ir al Padre, me sorprende que ninguno de vosotros me haya preguntado: ¿Por qué nos dejas? Pero sé que os lo preguntáis en vuestro corazón y os lo diré claramente de amigo a amigo. Os conviene que yo me vaya porque si no me voy el nuevo maestro no podrá venir a vuestros corazones. Debo ser despojado de este cuerpo mortal y restablecido en mi lugar en lo alto para poder enviar a este maestro de espíritu a vivir en vuestra alma y guiar vuestro espíritu hacia la verdad. Y cuando mi espíritu more en vosotros, iluminará la diferencia entre pecado y rectitud y os hará capaces de juzgar sabiamente ambas cosas en vuestro corazón.
180:6.3 (1951.4) «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis soportar ninguna más. En cambio, cuando venga el Espíritu de la Verdad, él os conducirá finalmente a toda la verdad a medida que vayáis pasando por las muchas moradas del universo de mi Padre.
180:6.4 (1951.5) «Este espíritu no hablará de sí mismo, sino que os declarará lo que el Padre ha revelado al Hijo y os mostrará incluso cosas por venir. Me glorificará como yo he glorificado a mi Padre. Este espíritu sale de mí y os revelará mi verdad. Todo lo que el Padre tiene en este dominio ahora es mío, por eso os he dicho que este nuevo maestro tomará de lo que es mío y os lo revelará.
180:6.5 (1952.1) «Dentro de muy poco os dejaré por poco tiempo. Después, cuando volváis a verme, no será por mucho tiempo porque ya estaré de camino al Padre.»
180:6.6 (1952.2) Jesús hizo una pausa y los apóstoles aprovecharon para decirse entre ellos: «¿Qué significa esto? ‘Dentro de muy poco os dejaré’ y ‘cuando volváis a verme no será por mucho tiempo pues estaré de camino al Padre’. ¿Qué quiere decir ‘dentro de muy poco’ y ‘no por mucho tiempo’? No sabemos de qué habla».
180:6.7 (1952.3) Sabiendo que se hacían estas preguntas, Jesús dijo: «¿Os preguntáis qué he querido decir cuando dije que dentro de poco no estaré con vosotros y que cuando volváis a verme estaré camino del Padre? Os he dicho claramente que el Hijo del Hombre tiene que morir pero resucitará. ¿No captáis el significado de mis palabras? Primero estaréis afligidos, pero después os regocijaréis con otros muchos que comprenderán estas cosas después de que hayan ocurrido. La mujer cuando pare tiene dolor, pero después de dar a luz a su hijo ya no se acuerda de la angustia por la alegría de que haya nacido un niño al mundo. Vosotros estáis a punto de afligiros porque me voy, pero pronto os volveré a ver y entonces vuestra tristeza se tornará en gozo y os llegará una nueva revelación de la salvación de Dios que nadie os podrá quitar. Y todos los mundos serán bendecidos con esta misma revelación de la vida triunfante sobre la muerte. Hasta ahora habéis hecho todas vuestras peticiones en nombre de mi Padre; cuando me volváis a ver podréis pedir también en mi nombre y yo os escucharé.
180:6.8 (1952.4) «Aquí abajo os he enseñado con proverbios y os he hablado en parábolas. Lo he hecho así porque erais solo niños en el espíritu, pero se acerca el momento en que os hablaré claramente sobre el Padre y su reino. Y lo haré porque el Padre os ama y desea ser revelado más plenamente a vosotros. El hombre mortal no puede ver al Padre espíritu, por eso he venido al mundo a mostrar al Padre a vuestros ojos de criatura. Pero cuando se haya perfeccionado vuestro crecimiento en el espíritu veréis al Padre.»
180:6.9 (1952.5) Cuando los once oyeron que hablaba así se dijeron unos a otros: «Ahora nos habla claramente. Es seguro que el Maestro ha salido de Dios, ¿pero por qué dice que tiene que volver al Padre?». Y Jesús vio que seguían sin comprenderle. Estos once hombres no podían deshacerse de las ideas que habían cultivado durante tanto tiempo sobre el concepto judío del Mesías. Cuanto más plenamente creían en Jesús como Mesías, más conflictivas se volvían esas nociones profundamente arraigadas sobre el glorioso triunfo material del reino en la tierra.
El libro de Urantia
Documento 181
181:0.1 (1953.1) CUANDO hubo terminado su discurso de despedida a los once, Jesús tuvo una conversación familiar con ellos y recordó muchas experiencias tanto individuales como colectivas que habían vivido juntos. Aquellos galileos empezaban por fin a caer en la cuenta de que su maestro y amigo iba a dejarlos. Sus esperanzas se aferraban a la promesa de que pronto volvería a estar con ellos, pero tendían a olvidar que sería por poco tiempo. Muchos de los apóstoles y de los discípulos principales creían realmente que esta promesa de regresar por poco tiempo (el intervalo entre la resurrección y la ascensión) significaba que Jesús solo se iba para un breve encuentro con su Padre y que volvería después para establecer el reino. Esta interpretación satisfacía tanto sus creencias preconcebidas como sus más ardientes esperanzas. Y dado que las creencias de toda su vida y las esperanzas de ver cumplidos sus deseos coincidían, no les fue difícil encontrar una interpretación de las palabras del Maestro que justificara sus anhelos.
181:0.2 (1953.2) Jesús dio un tiempo a los apóstoles para comentar entre ellos el discurso de despedida, y cuando empezaban a asimilarlo los volvió a llamar al orden para darles sus advertencias y exhortaciones finales.
181:1.1 (1953.3) Los apóstoles se sentaron y Jesús se puso de pie para decirles: «Mientras esté con vosotros en la carne solo puedo ser una persona entre vosotros o en el mundo entero, pero cuando haya sido liberado de esta envoltura de naturaleza mortal podré volver para morar en espíritu dentro de cada uno de vosotros y de todos los que crean en este evangelio del reino. Y así, el Hijo del Hombre se convertirá en una encarnación espiritual en el alma de todos los verdaderos creyentes.
181:1.2 (1953.4) «Cuando haya regresado para vivir en vosotros y obrar a través de vosotros, podré conduciros mejor por esta vida y guiaros por las muchas moradas de la vida futura en el cielo de los cielos. La vida en la creación eterna del Padre no consiste en descansar para siempre en una ociosidad egoísta, sino en progresar incesantemente en gracia, verdad y gloria. Cada una de las muchísimas estaciones de la casa de mi Padre es una parada, una vida destinada a prepararos para la siguiente. Y los hijos de la luz seguirán así de gloria en gloria hasta alcanzar el estado divino en el que estarán perfeccionados espiritualmente como el Padre es perfecto en todas las cosas.
181:1.3 (1953.5) «Si queréis seguirme cuando os haya dejado, poned vuestro esfuerzo más sincero en vivir conforme al espíritu de mis enseñanzas y al ideal de mi vida: hacer la voluntad de mi Padre. Haced esto en lugar de intentar imitar la vida en la carne que las circunstancias me han llevado a vivir en este mundo.
181:1.4 (1954.1) «El Padre me envió a este mundo, pero sois pocos los que habéis elegido recibirme sin reservas. Derramaré mi espíritu sobre toda carne, aunque no todos los hombres elegirán recibir a este nuevo maestro como guía y consejero del alma. Pero todos los que lo reciban serán iluminados, purificados y consolados. Y este Espíritu de la Verdad se convertirá en ellos en una fuente de agua viva que brotará hasta la vida eterna.
181:1.5 (1954.2) «Y ahora que estoy a punto de dejaros os diré unas palabras de consuelo. La paz os dejo, mi paz os doy. No os doy estos dones como los da el mundo —por medidas— sino que os doy a cada uno todo lo que queráis recibir. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo. He vencido al mundo, y en mí todos vosotros triunfaréis por la fe. Os he advertido de que matarán al Hijo del Hombre, pero os aseguro que volveré antes de que me vaya al Padre aunque solo sea por poco tiempo. Y cuando haya ascendido al Padre podéis estar seguros de que enviaré al nuevo maestro para que esté con vosotros y resida en vuestro corazón. Cuando veáis que sucede todo esto no os desalentéis sino más bien creed, puesto que lo sabíais todo de antemano. Os he amado con gran afecto y no quisiera dejaros, pero esa es la voluntad del Padre. Ha llegado mi hora.
181:1.6 (1954.3) «No dudéis de ninguna de estas verdades, ni siquiera cuando os encontréis dispersos por las persecuciones y abatidos por la tristeza. Cuando os sintáis solos en el mundo yo conoceré vuestra soledad, igual que vosotros conoceréis la mía cuando os hayáis dispersado cada uno por vuestro lado y el Hijo del Hombre haya caído en manos de sus enemigos. Pero yo nunca estoy solo, el Padre siempre está conmigo. Incluso en esos momentos oraré por vosotros. Y os he dicho todas estas cosas para que tengáis paz y la tengáis en abundancia. Sufriréis tribulaciones en este mundo pero tened buen ánimo; yo he triunfado en el mundo y os he mostrado el camino al júbilo eterno y al servicio perpetuo.»
181:1.7 (1954.4) Jesús da la paz a los que cumplen con él la voluntad de Dios, pero no es el tipo de paz que corresponde a las alegrías y satisfacciones de este mundo material. Los no creyentes, tanto materialistas como fatalistas, solo pueden esperar dos tipos de paz y consuelo para el alma: el de los estoicos, firmemente decididos a afrontar lo inevitable y a soportar lo peor, o el de los optimistas, que se contentan siempre con la esperanza que brota perpetuamente en el pecho del hombre y anhelan en vano una paz que nunca llega.
181:1.8 (1954.5) Tanto el estoicismo como el optimismo en su justa medida son útiles para vivir en la tierra, pero ninguno de los dos tiene nada que ver con la paz espléndida que el Hijo de Dios otorga a sus hermanos en la carne. La paz que da Miguel a sus hijos de la tierra es la misma paz que llenaba su propia alma cuando vivía su vida mortal encarnado en este mismo mundo. La paz de Jesús es la alegría y la satisfacción de una persona conocedora de Dios que ha logrado el triunfo de aprender a hacer plenamente la voluntad de Dios mientras vive la vida mortal en la carne. La paz mental de Jesús estaba fundada en una fe humana absoluta en el cuidado sabio y compasivo del Padre divino. Jesús tuvo dificultades en la tierra, ha sido incluso llamado impropiamente «varón de dolores», pero en todas esas experiencias tuvo el consuelo de una confianza que siempre le dio fuerzas para seguir adelante con el propósito de su vida en la plena seguridad de que estaba cumpliendo la voluntad del Padre.
181:1.9 (1954.6) Jesús era resuelto, perseverante y estaba enteramente dedicado a cumplir su misión, pero no era un estoico insensible y endurecido. Buscaba siempre los aspectos alegres en sus experiencias en la vida, pero no era un optimista iluso y ciego. El Maestro sabía todo lo que le esperaba y no tenía miedo. Después de haber otorgado esa misma paz a cada uno de sus seguidores podía decirles con toda coherencia: «No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo».
181:1.10 (1955.1) Y así, la paz de Jesús es la paz y la seguridad de un hijo convencido de que su carrera en el tiempo y en la eternidad está a salvo bajo el cuidado y la vigilancia de un Padre espíritu infinitamente sabio, amante y poderoso. Esta paz sobrepasa en verdad todo entendimiento mortal, pero el corazón humano creyente puede gozar plenamente de ella.
181:2.1 (1955.2) Cuando hubo terminado de dar sus instrucciones y exhortaciones finales a los apóstoles como colectivo, el Maestro se dirigió a cada uno para decirle adiós individualmente y darle un consejo personal con su bendición de despedida. Los apóstoles seguían sentados en sus mismos puestos de la Última Cena, y el Maestro fue rodeando la mesa para hablar con cada uno. El apóstol a quien Jesús se dirigía se ponía de pie.
181:2.2 (1955.3) Primero se dirigió a Juan y le dijo: «Tú, Juan, eres el más joven de mis hermanos y has estado muy cerca de mí. Os amo a todos con el mismo amor que un padre otorga a sus hijos, pero fuiste designado por Andrés como uno de los tres que debían estar siempre junto a mí. Además has actuado en mi nombre en muchos asuntos de mi familia terrenal y debes seguir haciéndolo. Juan, voy al Padre con plena confianza de que seguirás cuidando de los que son míos en la carne. En este momento están confundidos sobre mi misión, pero eso no debe impedir de ninguna manera que sigas dándoles toda la simpatía, el consejo y la ayuda que sabes que yo les daría si me quedara en la carne. Y cuando lleguen a ver la luz y entren plenamente en el reino, aunque sé que todos los recibiréis con alegría, cuento contigo para que les des la bienvenida en mi nombre.
181:2.3 (1955.4) «Y ahora que entro en las horas finales de mi carrera en la tierra, quédate cerca de mí para que pueda darte cualquier mensaje relacionado con mi familia. La obra que me encomendó el Padre ya está terminada a falta de mi muerte en la carne, y estoy preparado para beber esa última copa. En cuanto a las responsabilidades que me dejó José, mi padre en la tierra, las he asumido durante mi vida, y ahora cuento contigo para que actúes en mi lugar en todos esos asuntos. Juan, te he elegido a ti para hacer esto por mí porque eres el más joven y es muy probable que sobrevivas a los demás apóstoles.
181:2.4 (1955.5) «Antes os llamábamos a ti y a tu hermano los hijos del trueno. Eras intolerante y testarudo cuando empezaste con nosotros, pero has cambiado mucho desde el día en que querías que hiciera bajar fuego sobre las cabezas de los incrédulos ignorantes. Y todavía tienes que cambiar más. Deberías convertirte en el apóstol del nuevo mandamiento que os he dado esta noche. Dedica tu vida a enseñar a tus hermanos a amarse los unos a los otros como yo os he amado.»
181:2.5 (1955.6) Juan Zebedeo, de pie en la habitación de arriba con las mejillas bañadas en lágrimas, miró de frente al Maestro y dijo: «Así lo haré, Maestro, pero, ¿cómo puedo aprender a amar más a mis hermanos?». Jesús respondió: «Aprenderás a amar más a tus hermanos cuando aprendas primero a amar más a su Padre del cielo y cuando te intereses sinceramente por su bienestar en el tiempo y en la eternidad. Ese interés humano se alimenta de comprensión compasiva, servicio desinteresado y perdón sin límites. Nadie debería despreciar tu juventud, pero no pierdas nunca de vista que la edad conlleva muchas veces experiencia y que nada puede sustituir a la experiencia en los asuntos humanos. Lucha por vivir en paz con todos los hombres, en especial con tus amigos de la hermandad del reino celestial. Y recuerda siempre, Juan: no porfíes con las almas que quieras ganar para el reino».
181:2.6 (1956.1) Después el Maestro rodeó su propio asiento y se paró un momento junto al de Judas Iscariote. Los apóstoles estaban bastante sorprendidos de que Judas no hubiera vuelto y les produjo gran curiosidad el semblante triste de Jesús cuando se detuvo junto al asiento vacío del traidor. Pero ninguno de ellos, salvo quizá Andrés, sospechaba ni remotamente que su tesorero había salido a traicionar a su Maestro tal como Jesús había dado a entender esa tarde y durante la cena. Habían pasado tantas cosas que habían olvidado de momento el aviso del Maestro de que uno de ellos lo traicionaría.
181:2.7 (1956.2) Jesús se acercó luego a Simón Zelotes que se levantó para escuchar la exhortación siguiente: «Eres un verdadero hijo de Abraham, pero me ha costado mucho intentar convertirte en un hijo de este reino celestial. Te amo, y también te aman todos tus hermanos. Simón, sé que me amas y que amas al reino, pero sigues empeñado en hacer que el reino venga como a ti te gusta. Sé muy bien que acabarás por captar la naturaleza espiritual y el significado espiritual de mi evangelio y que lo proclamarás con valentía, pero me preocupa lo que te pueda ocurrir cuando yo me vaya. Me alegraría saber que no flaquearás; me haría feliz saber que cuando me vaya al Padre no dejarás de ser mi apóstol y te comportarás aceptablemente como embajador del reino celestial».
181:2.8 (1956.3) Sin dejar casi tiempo a Jesús de terminar de hablar, el ardiente patriota respondió secándose los ojos: «Maestro, no temas por mi lealtad. He dado la espalda a todo para poder dedicar mi vida a establecer tu reino en la tierra y no flaquearé. Hasta ahora he sobrevivido a todas las decepciones y no te abandonaré».
181:2.9 (1956.4) Jesús puso la mano en el hombro de Simón y dijo: «Me reconforta oírte hablar así, y más en un momento como este, pero no sabes de lo que hablas, querido amigo. No dudo ni por un instante de tu lealtad, de tu entrega; sé que no vacilarías en salir a pelear y a morir por mí como lo harían todos los demás (todos asintieron enérgicamente con la cabeza), pero eso no es lo que se exigirá de ti. Te he repetido sin cesar que mi reino no es de este mundo y que mis discípulos no pelearán para establecerlo. Te lo he dicho muchas veces, Simón, pero te niegas a mirar la verdad de frente. Estoy seguro de tu lealtad hacia mí y hacia el reino, ¿pero qué harás cuando yo me haya ido y comprendas por fin que no has conseguido captar el significado de mi enseñanza y que tienes que adaptar tus malas interpretaciones a la realidad del carácter espiritual de los asuntos del reino?».
181:2.10 (1956.5) Simón quiso volver a hablar, pero Jesús levantó la mano para impedírselo y siguió diciendo: «Ninguno de mis apóstoles tiene un corazón más sincero y honrado que tú, pero ninguno estará tan destrozado y desalentado como tú cuando yo me haya ido. Durante todo tu desánimo mi espíritu estará contigo y estos hermanos tuyos no te abandonarán. No olvides lo que te he enseñado sobre la relación de la ciudadanía en la tierra con la filiación en el reino espiritual del Padre. Piensa bien en todo lo que te he dicho sobre dar al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios. Dedica tu vida, Simón, a demostrar que el hombre mortal puede cumplir muy aceptablemente mi mandato de reconocer a la vez el deber temporal hacia los poderes civiles y el servicio espiritual en la hermandad del reino. Si te dejas enseñar por el Espíritu de la Verdad, no habrá nunca conflicto entre las exigencias de la ciudadanía en la tierra y las de la filiación en el cielo, a menos que los dirigentes temporales se atrevan a exigirte el homenaje y la adoración que solo pertenecen a Dios.
181:2.11 (1957.1) «Y cuando comprendas por fin todo esto, superes tu depresión y salgas a proclamar con fuerza este evangelio, no olvides nunca que estuve contigo durante todo tu periodo de desánimo y seguiré contigo hasta el final. Siempre serás mi apóstol; y una vez que estés dispuesto a ver con los ojos del espíritu y a rendir más plenamente tu voluntad a la voluntad del Padre del cielo, volverás a ser mi embajador y nadie te quitará la autoridad que te he conferido porque hayas sido lento en comprender las verdades que te he enseñado. Simón, te recuerdo una vez más que los que luchan con la espada perecen por la espada, mientras que los que obran en el espíritu consiguen vida sin fin en el reino por venir, y paz y alegría en el reino presente. Y cuando hayas terminado la misión que te ha sido encomendada en la tierra, tú, Simón, te sentarás conmigo en mi reino del más allá. Verás realmente el reino que has anhelado, pero no en esta vida. Sigue creyendo en mí y en lo que te he revelado, y recibirás el regalo de la vida eterna.»
181:2.12 (1957.2) Después de hablar a Simón Zelotes, Jesús avanzó hasta Mateo Leví y le dijo: «Ya no te incumbirá abastecer la tesorería del grupo apostólico. Pronto, muy pronto, os dispersaréis y no tendrás el apoyo ni el consuelo de la compañía de ninguno de tus hermanos. Cuando sigáis predicando este evangelio del reino tendréis que buscar nuevos compañeros. Durante vuestra formación os envié de dos en dos, pero ahora que os dejo, cuando os hayáis recuperado del golpe, iréis solos a proclamar esta buena nueva hasta los confines del planeta: que los mortales estimulados por la fe son hijos de Dios.»
181:2.13 (1957.3) Mateo dijo: «Pero Maestro, ¿quién nos va a enviar y cómo sabremos adónde ir? ¿Nos mostrará Andrés el camino?». Jesús contestó: «No Leví, Andrés ya no os dirigirá para proclamar el evangelio. Seguirá siendo vuestro amigo y consejero hasta que llegue el nuevo maestro, y entonces el Espíritu de la Verdad os guiará a cada uno de vosotros para que vayáis a extender el reino a otras regiones. Has cambiado mucho desde el día en que empezaste a seguirme en la aduana, y deberás cambiar mucho más para que puedas tener la visión de una hermandad en la que los gentiles se sienten en asociación fraternal con los judíos. Pero sigue intentando ganar a tus hermanos judíos hasta que estés plenamente satisfecho, y entonces vuélvete con fuerza hacia los gentiles. De una cosa puedes estar seguro, Leví: te has ganado la confianza y el afecto de tus hermanos; todos te aman. (Y los diez corroboraron las palabras del Maestro.)
181:2.14 (1958.1) «Leví, sé muchas cosas que tus hermanos no conocen sobre tus desvelos, esfuerzos y sacrificios por mantener abastecida la tesorería, y aunque el que llevaba la bolsa esté ausente, me alegra que el embajador publicano esté aquí en mi reunión de despedida con los mensajeros del reino. Ruego para que puedas percibir el significado de mi enseñanza con los ojos del espíritu. Y cuando llegue el nuevo maestro a tu corazón, ve adonde él te guíe para mostrar a tus hermanos —y al mundo entero— lo que el Padre puede hacer por un odiado recaudador de impuestos que se ha atrevido a seguir al Hijo del Hombre y a creer en el evangelio del reino. Leví, te he amado desde el principio como he amado a estos otros galileos, y sabiendo como sabes que ni el Padre ni el Hijo hacen acepción de personas, procura no hacer ese tipo de distinciones entre los que se hagan creyentes en el evangelio gracias a tu ministerio. Y así, Mateo, dedica toda tu futura vida de servicio a demostrar a todos los hombres que Dios no hace acepción de personas, que a los ojos de Dios y en la comunión del reino todos los hombres son iguales, todos los creyentes son hijos de Dios.»
181:2.15 (1958.2) Jesús se dirigió después a Santiago Zebedeo que escuchó de pie en silencio estas palabras del Maestro: «Santiago, cuando tú y tu hermano menor me pedisteis un día preferencia en los honores del reino, os dije que correspondía al Padre otorgar esos honores y os pregunté si erais capaces de beber mi copa. Los dos me contestasteis que sí. Aunque entonces no erais capaces de hacerlo ni tampoco lo seáis ahora, pronto estaréis preparados para ese servicio gracias a la experiencia que estáis a punto de adquirir. Ese día tu comportamiento indignó a tus hermanos, y si aún no te han perdonado del todo, lo harán cuando te vean beber mi copa. Sea tu ministerio largo o corto, domina tu alma con paciencia. Cuando venga el nuevo maestro, deja que te enseñe el comportamiento tolerante y compasivo que nace de la confianza sublime en mí y de la sumisión perfecta a la voluntad del Padre. Dedica tu vida a manifestar la combinación de afecto humano y dignidad divina que caracteriza a los discípulos que conocen a Dios y creen en el Hijo. Todos los que viven así revelarán el evangelio incluso en su manera de morir. Tú y tu hermano Juan seguiréis caminos diferentes y es posible que uno de los dos se siente conmigo en el reino eterno mucho antes que el otro. Te vendría muy bien aprender que la verdadera sabiduría se compone a la vez de discreción y valentía. Deberías aprender a atemperar tu empuje con la sagacidad. Llegarán los momentos supremos en los que mis discípulos no vacilarán en entregar su vida por este evangelio, pero en todas las circunstancias ordinarias será siempre preferible aplacar la ira de los no creyentes para poder vivir y seguir predicando la buena nueva. En lo que de ti dependa, vive muchos años en la tierra para que tu larga vida pueda ganar muchas almas para el reino celestial».
181:2.16 (1958.3) Después de hablar a Santiago Zebedeo el Maestro rodeó el extremo de la mesa donde se sentaba Andrés, miró a los ojos a su fiel ayudante y le dijo: «Andrés, me has representado lealmente como director de los embajadores del reino celestial. Aunque has dudado algunas veces y otras has mostrado una timidez peligrosa, has sido siempre sinceramente justo y sumamente equitativo en el trato con tus compañeros. Desde tu ordenación y la de tus hermanos como mensajeros del reino os habéis gobernado a vosotros mismos en todos los asuntos administrativos del grupo, con la única excepción de tu nombramiento como director en funciones de estos elegidos. No he intervenido en ninguna otra cuestión temporal para dirigir tus decisiones ni influir en ellas. Lo hice así para dejar establecido que hubiera un líder que dirigiera todas vuestras deliberaciones posteriores como colectivo. En mi universo y en el universo de universos de mi Padre nuestros hijos-hermanos son tratados como individuos en todas sus relaciones espirituales, pero en todas las relaciones colectivas establecemos siempre un liderazgo definido. Nuestro reino es un ámbito de orden, y cuando dos o más criaturas con voluntad actúan en cooperación se establece siempre la autoridad de un líder.
181:2.17 (1959.1) «Andrés, yo te nombré jefe de tus hermanos y con esa autoridad has servido como mi representante personal, pero ahora que estoy a punto de dejaros para ir a mi Padre te libero de toda responsabilidad relacionada con esos asuntos temporales y administrativos. En adelante ya no ejercerás ninguna jurisdicción sobre tus hermanos salvo la que tú te hayas ganado como líder espiritual y ellos libremente te reconozcan. A partir de este momento no puedes ejercer ninguna autoridad sobre tus hermanos a menos que ellos te restituyan esa jurisdicción mediante un acto legislativo categórico después de que me haya ido al Padre. Pero esta liberación de tus responsabilidades como director administrativo de este grupo no rebaja de ninguna manera tu responsabilidad moral de hacer todo lo que esté en tu poder para mantener juntos a tus hermanos con mano firme y amorosa durante el difícil periodo que se avecina, los días que transcurrirán entre mi partida de la carne y el envío del nuevo maestro que vivirá en vuestro corazón y os conducirá finalmente hasta toda la verdad. Cuando me preparo para dejaros quiero liberarte de toda responsabilidad administrativa que haya tenido su origen y autoridad en mi presencia como uno de vosotros. De ahora en adelante solo ejerceré una autoridad espiritual sobre vosotros y entre vosotros.
181:2.18 (1959.2) «Si tus hermanos desean conservarte como consejero, te exhorto a que en todos los asuntos temporales y espirituales des lo mejor de ti para promover la paz y la armonía entre los diversos grupos de creyentes sinceros en el evangelio. Dedica el resto de tu vida a promover los aspectos prácticos del amor fraternal entre tus hermanos. Sé amable con mis hermanos en la carne cuando lleguen a creer plenamente en este evangelio; manifiesta una entrega amorosa e imparcial a los griegos en el oeste y a Abner en el este. Aunque estos mis apóstoles se van a dispersar pronto por todos los rincones del planeta donde proclamarán la buena nueva de la salvación de la filiación con Dios, has de mantenerlos unidos durante las difíciles horas que se avecinan, el periodo de intensa prueba durante el cual deberéis aprender a creer en este evangelio sin mi presencia personal mientras esperáis con paciencia la llegada del nuevo maestro, el Espíritu de la Verdad. Y así, Andrés, aunque puede que no te corresponda hacer grandes obras a los ojos de los hombres, conténtate con ser el maestro y consejero de los que las hacen. Prosigue tu labor en la tierra hasta el fin, y luego continuarás este ministerio en el reino eterno, pues ¿no te he dicho muchas veces que tengo otras ovejas que no son de este rebaño?»
181:2.19 (1959.3) Jesús se dirigió después hacia los gemelos Alfeo, se colocó entre ellos y les dijo: «Hijos míos, sois una de las tres parejas de hermanos que eligieron seguirme. Los seis habéis trabajado bien y en paz con los de vuestra propia sangre, pero ninguno mejor que vosotros. Tenemos tiempos duros por delante. Puede que no entendáis todo lo que os sucederá a vosotros y a vuestros hermanos, pero no dudéis nunca de que fuisteis llamados un día para la obra del reino. Durante algún tiempo no habrá multitudes que dirigir, pero no os desaniméis. Cuando vuestro trabajo en la vida haya terminado os recibiré en lo alto donde hablaréis con gloria de vuestra salvación a las huestes seráficas y a las multitudes de los altos Hijos de Dios. Dedicad vuestra vida a engrandecer la faena diaria. Mostrad a todos los hombres de la tierra y a las ángeles del cielo con cuánto coraje y alegría puede un hombre mortal volver a sus antiguas ocupaciones después de haber sido llamado a trabajar durante una temporada en el servicio especial de Dios. Si vuestra tarea en los asuntos externos del reino ha terminado por el momento, volved a vuestro trabajo anterior con el nuevo esclarecimiento de la experiencia de la filiación con Dios y con la comprensión sublime de que para aquel que conoce a Dios no hay labores vulgares ni esfuerzos terrenales. Para vosotros que habéis trabajado conmigo todas las cosas se han hecho sagradas y toda labor material se ha convertido en servicio al propio Dios Padre. Cuando os lleguen las noticias de los hechos de vuestros antiguos compañeros apostólicos, regocijaos con ellos y seguid con vuestro trabajo diario como quienes sirven a Dios y trabajan mientras esperan. Habéis sido mis apóstoles y lo seréis siempre, y me acordaré de vosotros en el reino venidero».
181:2.20 (1960.1) Jesús se acercó luego a Felipe, que se levantó para escuchar estas palabras de su Maestro: «Felipe, me has hecho muchas preguntas tontas y he procurado siempre responder a todas. En tu mente totalmente sincera pero muy poco espiritual acaba de surgir la última de estas preguntas y quisiera contestarla ahora. Durante todo el tiempo que he tardado en rodear la mesa hasta llegar a ti, te has estado preguntando: ‘¿Qué voy a hacer si el Maestro se va y nos deja solos en el mundo?’. ¡Hombre de poca fe! Y sin embargo tienes casi tanta como muchos de tus hermanos. Has sido un buen administrador, nos has fallado muy pocas veces y uno de esos fallos lo utilizamos para manifestar la gloria del Padre. Tu cargo de administrador está a punto de terminar y pronto tendrás que dedicarte más a la obra para la que fuiste llamado: predicar este evangelio del reino. Felipe, siempre has querido demostraciones y muy pronto verás grandes cosas. Hubiera sido mucho mejor que las vieras por la fe, pero vivirás para ver que se cumplen mis palabras porque fuiste sincero incluso en tu visión material. Y cuando seas bendecido con la visión espiritual sal a hacer tu obra y dedica tu vida a la causa de llevar a la humanidad a buscar a Dios y a percibir las realidades eternas con el ojo de la fe espiritual, no con los ojos de la mente material. Recuerda, Felipe, que tienes una gran misión en la tierra porque el mundo está lleno de personas que tienden a ver la vida exactamente igual que tú. Te espera una gran tarea, y cuando esté terminada en la fe vendrás a mí en mi reino donde tendré el gran placer de mostrarte lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó ni la mente mortal concibió. Mientras tanto sé como un niño pequeño en el reino del espíritu y permite que, en el espíritu del nuevo maestro, yo te conduzca hacia adelante en el reino espiritual. Así podré hacer por ti muchas cosas que no pude hacer mientras vivía contigo como mortal del mundo. Y no olvides nunca, Felipe, que el que me ha visto a mí ha visto al Padre».
181:2.21 (1960.2) El Maestro siguió avanzando hasta el puesto de Natanael. Cuando Natanael se puso en pie le pidió que se sentara, se sentó a su lado y le dijo: «Natanael, desde que te convertiste en mi apóstol has aprendido a vivir por encima de los prejuicios y a ser cada vez más tolerante aunque te queda mucho que aprender. Tu constante sinceridad ha sido una bendición para tus compañeros porque les ha servido siempre de aviso, pero puede que tu franqueza dificulte tus relaciones con tus hermanos, tanto con los antiguos como con los nuevos, cuando yo me haya ido. Deberías aprender a modular incluso la expresión de un pensamiento bueno según el estatus intelectual y el desarrollo espiritual de tu interlocutor. La sinceridad es muy útil en el trabajo del reino cuando está unida a la discreción.
181:2.22 (1961.1) «Si quisieras aprender a trabajar con tus hermanos podrías hacer cosas más duraderas, pero quizá prefieras buscar a personas que piensen como tú. En ese caso dedica tu vida a demostrar que el discípulo conocedor de Dios puede convertirse en un constructor del reino aunque esté solo en el mundo y aislado por completo de los demás creyentes. Sé que serás fiel hasta el final y algún día te daré la bienvenida al servicio más amplio de mi reino del cielo.»
181:2.23 (1961.2) Natanael respondió así a Jesús: «Llevo escuchando todas tus enseñanzas desde que me llamaste al servicio de este reino, pero tengo que decir con toda sinceridad que no acabo de comprender el significado de lo que nos dices. No sé qué debo esperar ahora y creo que la mayoría de mis hermanos tampoco, aunque ellos no se atreven a confesar su confusión. ¿Puedes ayudarme?». Jesús le puso la mano en el hombro diciendo: «Amigo, no me extraña que te cueste captar el significado de mis enseñanzas espirituales porque estás muy limitado por las ideas preconcebidas que has recibido de la tradición judía y muy confundido por tu marcada tendencia a interpretar mi evangelio según las enseñanzas de los escribas y fariseos.
181:2.24 (1961.3) «Os he enseñado muchas cosas de palabra y he vivido mi vida entre vosotros. He hecho todo lo que se puede hacer por esclarecer vuestras mentes y liberar vuestras almas, y lo que no habéis podido aprender de mis enseñanzas y de mi vida debéis prepararos ahora a adquirirlo de la mano de la maestra de todos los maestros: la experiencia. En toda esta nueva experiencia que ahora os espera iré delante de vosotros y el Espíritu de la Verdad estará con vosotros. No temáis; lo que ahora no logréis comprender os lo revelará el nuevo maestro durante el resto de vuestra vida en la tierra y durante toda vuestra formación en las edades eternas.»
181:2.25 (1961.4) Entonces el Maestro se volvió hacia todos los apóstoles y les dijo: «No os desaniméis si no conseguís captar todo el significado del evangelio. No sois más que seres finitos, hombres mortales, y lo que os he enseñado es infinito, divino y eterno. Sed pacientes y valerosos, pues tenéis ante vosotros las edades eternas para seguir progresando en la experiencia de haceros perfectos como vuestro Padre que está en el Paraíso es perfecto».
181:2.26 (1961.5) Después le tocó el turno a Tomás que escuchó de pie estas palabras del Maestro: «Tomás, te ha faltado fe muchas veces, pero nunca te ha faltado valor en esos momentos de duda. Sé muy bien que los falsos maestros y profetas no te engañarán. Cuando yo me haya ido tus hermanos apreciarán mucho más tu manera crítica de ver las nuevas enseñanzas. Y cuando más adelante os disperséis todos hasta los confines de la tierra, recuerda que sigues siendo mi embajador. Dedica tu vida a la gran empresa de mostrar que la mente material crítica del hombre puede triunfar sobre la inercia de la duda intelectual cuando se encuentra ante la manifestación de la verdad viva en la experiencia de los hombres y mujeres nacidos del espíritu que producen los frutos del espíritu en su vida y se aman los unos a los otros como yo os he amado. Tomás, me alegro de que te unieras a nosotros y sé que después de un corto tiempo de duda seguirás al servicio del reino. Tus dudas han desconcertado a tus hermanos pero a mí nunca me han preocupado. Tengo confianza en ti e iré delante de ti hasta los rincones más lejanos de la tierra».
181:2.27 (1962.1) Por último el Maestro llegó al puesto de Simón Pedro que se levantó cuando Jesús se dirigió a él: «Pedro, sé que me amas y que dedicarás tu vida a proclamar públicamente este evangelio del reino a judíos y gentiles, pero me preocupa que después de estos años de estrecha asociación conmigo sigas hablando sin pensar. ¿Qué te tiene que pasar para que aprendas a vigilar tu lengua? ¡Cuántos problemas nos ha acarreado tu hablar irreflexivo y tu impertinente confianza en ti mismo! Y te crearás muchos más si no dominas esta flaqueza. Sabes que tus hermanos te aman a pesar de esa debilidad, y debes comprender también que este defecto no empaña en modo alguno mi afecto por ti, aunque sí disminuye tu utilidad y no deja nunca de crearte problemas. Pero la experiencia que vas a vivir esta misma noche será sin duda de gran ayuda para ti. Y lo que ahora voy a decirte, Simón Pedro, se lo digo igualmente a todos tus hermanos aquí reunidos: esta noche todos correréis el gran peligro de tropezar por mi causa. Sabéis que está escrito: ‘Herirán al pastor y se dispersarán las ovejas’. Cuando yo no esté habrá mucho peligro de que algunos de vosotros sucumban a las dudas y tropiecen a causa de lo que me va a suceder. Pero os prometo desde ahora que volveré por poco tiempo y que iré delante de vosotros a Galilea».
181:2.28 (1962.2) Entonces Pedro puso la mano en el hombro de Jesús y dijo: «Aunque todos mis hermanos sucumban a las dudas por tu causa, yo te prometo que no tropezaré por nada de lo que puedas hacer. Iré contigo y moriré por ti si es necesario».
181:2.29 (1962.3) Pedro, de pie ante su Maestro, temblaba de arriba a abajo de intensa emoción y rebosaba de amor sincero por él. Jesús clavó la mirada en esos ojos empañados en lágrimas y dijo: «Pedro, en verdad, en verdad te digo que esta misma noche antes de que el gallo cante me negarás tres o cuatro veces. Y así, lo que no has aprendido durante tu asociación pacífica conmigo lo aprenderás con gran tristeza y mucho sufrimiento. Y cuando hayas aprendido de verdad esta lección indispensable, deberás fortalecer a tus hermanos y seguir viviendo una vida dedicada a la predicación de este evangelio, aunque termines en la cárcel y quizá sigas mis pasos cuando pagues el precio supremo del servicio por amor en la construcción del reino del Padre.
181:2.30 (1962.4) «Pero recuerda mi promesa: cuando haya resucitado me quedaré algún tiempo con vosotros antes de ir al Padre. Esta misma noche suplicaré al Padre que fortalezca a cada uno de vosotros para la prueba que os espera. Os amo a todos con el mismo amor con que el Padre me ama, y por eso de ahora en adelante debéis amaros los unos a los otros como yo os he amado.»
181:2.31 (1962.5) Después de haber cantado un himno, salieron hacia el campamento del monte de los Olivos.
El libro de Urantia
Documento 182
182:0.1 (1963.1) AQUEL JUEVES hacia a las diez de la noche Jesús volvió con los once apóstoles de la casa de Elías y María Marcos al campamento de Getsemaní. Desde el día que pasaron en las colinas Juan Marcos se había encargado de vigilar de cerca a Jesús. Como necesitaba dormir, aprovechó para descansar varias horas durante la reunión del Maestro con sus apóstoles en la habitación de arriba. Cuando oyó que bajaban las escaleras se levantó, se echó rápidamente una sábana por encima y los siguió por la ciudad. Luego cruzó el arroyo Cedrón y llegó detrás de ellos hasta su campamento particular colindante con el parque de Getsemaní. Juan Marcos estuvo tan cerca del Maestro esa noche y al día siguiente que lo presenció todo y pudo oír muchas cosas que el Maestro dijo entre ese momento y la hora de la crucifixión.
182:0.2 (1963.2) En el camino de vuelta al campamento los apóstoles empezaron a extrañarse por la prolongada ausencia de Judas; comentaron entre ellos la predicción del Maestro de que uno de ellos lo traicionaría y sospecharon por primera vez que algo pasaba con Judas Iscariote. Sus sospechas se agravaron cuando llegaron al campamento y vieron que no estaba allí. Entonces empezaron a hablar de él abiertamente. Todos asediaron a Andrés para saber qué había sido de Judas, pero su jefe se limitó a comentar: «No sé dónde estará Judas, pero me temo que nos ha abandonado».
182:1.1 (1963.3) Poco después de llegar al campamento Jesús les dijo: «Amigos y hermanos, me queda muy poco tiempo de estar con vosotros y deseo que nos apartemos para rogar a nuestro Padre del cielo que nos dé fuerzas para sostenernos en esta hora y de aquí en adelante en toda la obra que tenemos que hacer en su nombre».
182:1.2 (1963.4) Dicho esto, Jesús subió con ellos un corto trecho por el Olivete hasta llegar a una amplia plataforma rocosa desde donde se divisaba todo Jerusalén. Allí les pidió que se arrodillaran sobre la roca plana formando un círculo a su alrededor como habían hecho el día de su ordenación y se quedó de pie en medio de ellos iluminado por la suave luz de la luna. Entonces levantó los ojos al cielo y oró:
182:1.3 (1963.5) «Padre, ha llegado mi hora; glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti. Sé que me has dado plena autoridad sobre todas las criaturas vivientes de mi dominio, y yo daré la vida eterna a todos los que se hagan hijos de Dios por la fe. La vida eterna es que mis criaturas te conozcan como el único Dios verdadero y Padre de todos, y que crean en aquel a quien tú enviaste al mundo. Padre, te he exaltado en la tierra y he cumplido la tarea que me encomendaste. Estoy a punto de terminar mi otorgamiento a los hijos de nuestra propia creación; solo me falta entregar mi vida en la carne. Y ahora glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenía contigo antes de que este mundo existiera, y recíbeme una vez más a tu diestra.
182:1.4 (1964.1) «Te he dado a conocer a los hombres que elegiste en el mundo y que me diste. Son tuyos porque toda vida está en tus manos. Tú me los diste, yo he vivido entre ellos enseñándoles el camino de la vida y ellos han creído. Estos hombres están aprendiendo que todo lo que tengo viene de ti y que la vida que vivo en la carne es para hacer que los mundos conozcan a mi Padre. La verdad que me has dado se la he revelado a ellos. Estos amigos y embajadores míos han querido sinceramente recibir tu palabra. Les he dicho que he salido de ti, que tú me enviaste a este mundo y que estoy a punto de volver a ti. Padre, te ruego por estos hombres elegidos y ruego por ellos no como rogaría por el mundo. Ruego por aquellos a quienes he seleccionado en el mundo para que me representen ante el mundo cuando haya vuelto a tu obra igual que yo te he representado en este mundo durante mi estancia en la carne. Estos hombres son míos, tú me los diste; pero todo lo mío es tuyo, y has hecho que todo lo que era tuyo sea ahora mío. Has sido exaltado en mí, y ahora ruego para que yo sea honrado en estos hombres. No puedo estar más tiempo en este mundo; estoy a punto de volver a la obra que me has encomendado. Tengo que dejar aquí a estos hombres para que nos representen y representen a nuestro reino entre los hombres. Padre, mantén leales a estos hombres cuando me preparo para abandonar mi vida en la carne. Ayuda a estos amigos míos para que sean uno en espíritu como nosotros somos uno. Mientras pude estar con ellos podía guiarlos y velar por ellos, pero ahora estoy a punto de irme. Quédate cerca de ellos, Padre, hasta que podamos enviar al nuevo maestro para que los consuele y fortalezca.
182:1.5 (1964.2) «Me diste doce hombres, y los he conservado a todos menos uno, el hijo de la venganza, que no ha querido seguir en comunión con nosotros. Estos hombres son débiles y frágiles pero sé que podemos confiar en ellos. Los he puesto a prueba; a mí me aman y a ti te veneran. Aunque tendrán que sufrir mucho por mí, deseo que estén también llenos de alegría en la seguridad de la filiación en el reino celestial. He dado a estos hombres tu palabra y les he enseñado la verdad. El mundo podrá odiarlos como me ha odiado a mí, pero no te pido que los saques del mundo sino que los guardes del mal del mundo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste a este mundo, yo estoy a punto de enviar a estos hombres al mundo. Por su bien he vivido entre los hombres, y he consagrado mi vida a tu servicio para inspirarlos a purificarse mediante la verdad que les he enseñado y el amor que les he revelado. Sé muy bien, Padre, que no necesito pedirte que veles por estos hermanos cuando yo me haya ido; sé que los amas como yo, pero lo hago para que ellos se den más cuenta de que el Padre ama a los hombres mortales igual que el Hijo los ama.
182:1.6 (1964.3) «Y ahora, Padre mío, quisiera rogarte no solo por estos once hombres, sino también por todos los demás que ya creen en el evangelio del reino o puedan creer más adelante gracias a la palabra de su futuro ministerio. Quiero que todos sean uno como tú y yo somos uno. Tú estás en mí y yo estoy en ti, y deseo que estos creyentes estén igualmente en nosotros; que nuestros dos espíritus moren dentro de ellos. Si mis hijos son uno como nosotros somos uno y si se aman los unos a los otros como yo los he amado, todos los hombres creerán que he salido de ti y estarán dispuestos a recibir la revelación de verdad y de gloria que he hecho para ellos. He revelado a estos creyentes la gloria que tú me has dado. Igual que tú has vivido conmigo en espíritu, yo he vivido con ellos en la carne. Igual que tú has sido uno conmigo, yo he sido uno con ellos, y el nuevo maestro será siempre uno con ellos y en ellos. He hecho todo esto para que mis hermanos en la carne puedan saber que el Padre los ama como los ama el Hijo, y que tú los amas como me amas a mí. Padre, trabaja conmigo para salvar a estos creyentes a fin de que dentro de poco puedan llegar a estar conmigo en la gloria y continúen luego hasta unirse contigo en el abrazo del Paraíso. A los que sirven conmigo en la humillación quisiera tenerlos conmigo en la gloria para que puedan ver todo lo que has puesto en mis manos como cosecha eterna de la siembra del tiempo en la similitud de la carne mortal. Anhelo mostrar a mis hermanos terrenales la gloria que tenía contigo antes de la fundación de este mundo. Este mundo sabe muy poco de ti, Padre justo, pero yo te conozco y he hecho que estos creyentes te conozcan, y ellos harán que otras generaciones conozcan tu nombre. Y ahora les prometo que tú estarás con ellos en el mundo como has estado conmigo. Que así sea.»
182:1.7 (1965.1) Los once permanecieron varios minutos arrodillados en círculo alrededor de Jesús. Luego se levantaron y volvieron en silencio al campamento cercano.
182:1.8 (1965.2) Jesús oró por la unidad entre sus seguidores, pero no quería uniformidad. El pecado crea un nivel muerto de inercia maligna, pero la rectitud alimenta el espíritu creativo de la experiencia individual en las realidades vivas de la verdad eterna y en la comunión progresiva de los espíritus divinos del Padre y el Hijo. En la comunión espiritual de un hijo creyente con el Padre divino no puede haber ninguna finalidad doctrinal ni superioridad sectaria derivada de la consciencia de grupo.
182:1.9 (1965.3) En esta última oración con sus apóstoles el Maestro se refirió al hecho de que había manifestado al mundo el nombre del Padre. Y esto fue exactamente lo que hizo al revelar a Dios a través de su vida perfeccionada en la carne. El Padre del cielo había intentado revelarse a Moisés, pero no pudo avanzar más allá de la afirmación «YO SOY». Y cuando se le instó a revelar más cosas de sí mismo, solo fue definido como «YO SOY el que SOY». Pero cuando Jesús terminó su vida en la tierra, el nombre del Padre había sido revelado de tal manera que el Maestro, que era el Padre encarnado, podía decir con verdad:
182:1.10 (1965.4) Yo soy el pan de vida.
182:1.11 (1965.5) Yo soy el agua viva.
182:1.12 (1965.6) Yo soy la luz del mundo.
182:1.13 (1965.7) Yo soy el deseo de todos los tiempos.
182:1.14 (1965.8) Yo soy la puerta abierta a la salvación eterna.
182:1.15 (1965.9) Yo soy la realidad de la vida sin fin.
182:1.16 (1965.10) Yo soy el buen pastor.
182:1.17 (1965.11) Yo soy la senda de la perfección infinita.
182:1.18 (1965.12) Yo soy la resurrección y la vida.
182:1.19 (1965.13) Yo soy el secreto de la supervivencia eterna.
182:1.20 (1965.14) Yo soy el camino, la verdad y la vida.
182:1.21 (1965.15) Yo soy el Padre infinito de mis hijos finitos.
182:1.22 (1965.16) Yo soy la verdadera vid, vosotros sois los sarmientos.
182:1.23 (1965.17) Yo soy la esperanza de todos los que conocen la verdad viva.
182:1.24 (1965.18) Yo soy el puente vivo que va de un mundo a otro.
182:1.25 (1965.19) Yo soy el enlace vivo entre el tiempo y la eternidad.
182:1.26 (1965.20) Jesús amplió así la revelación viva del nombre de Dios para todas las generaciones. De la misma manera que el amor divino revela la naturaleza de Dios, la verdad eterna desvela su nombre en proporciones cada vez mayores.
182:2.1 (1966.1) Cuando los apóstoles volvieron al campamento se quedaron profundamente consternados al ver que faltaba Judas y se pusieron a opinar acaloradamente sobre la traición de su compañero. Mientras tanto David Zebedeo y Juan Marcos se llevaron aparte a Jesús y le explicaron que habían estado observando a Judas durante varios días y sabían que tenía la intención de traicionarlo y entregarlo a sus enemigos. Jesús los escuchó pero se limitó a decir: «Amigos, nada le puede suceder al Hijo del Hombre si no es la voluntad del Padre del cielo. Que no se turbe vuestro corazón; todas las cosas obrarán juntas para la gloria de Dios y la salvación de los hombres».
182:2.2 (1966.2) La actitud alegre de Jesús se iba apagando. Con el paso de las horas se fue poniendo cada vez más serio, incluso triste. Los apóstoles estaban muy agitados y se resistían a meterse en sus tiendas aunque se lo pidiera el propio Maestro. Al volver de su conversación con David y Juan, Jesús dirigió sus últimas palabras a los once: «Amigos, id a descansar. Preparaos para el trabajo de mañana. Recordad que todos debemos someternos a la voluntad del Padre del cielo. Mi paz os dejo». Dicho esto les indicó por señas que entraran en sus tiendas. Mientras se retiraban llamó a Pedro, Santiago y Juan y les dijo: «Deseo que os quedéis conmigo un poco más».
182:2.3 (1966.3) Los apóstoles se quedaron dormidos solo porque estaban literalmente agotados. Habían dormido poco desde que llegaron a Jerusalén. Antes de separarse hacia sus respectivas tiendas, Simón Zelotes los llevó a todos a la suya, donde guardaba las espadas y otras armas, y proporcionó a cada uno su equipo de combate. Todos menos Natanael recibieron sus armas y se las ciñeron allí mismo. Natanael se negó a armarse diciendo: «Hermanos, el Maestro nos ha repetido muchas veces que su reino no es de este mundo y que sus discípulos no deben luchar con la espada para establecerlo. Yo creo en eso, y no creo que el Maestro necesite que usemos la espada en su defensa. Todos hemos visto su enorme poder y sabemos que podría defenderse de sus enemigos si quisiera. Si no quiere resistirse a sus enemigos debe ser porque con esa actitud intenta cumplir la voluntad de su Padre. Oraré, pero no empuñaré la espada». Cuando Andrés oyó lo que había dicho Natanael devolvió su espada a Simón Zelotes. Los otros nueve se fueron a dormir armados.
182:2.4 (1966.4) El resentimiento por la traición de Judas eclipsaba de momento todo lo demás en la mente de los apóstoles. El comentario que hizo el Maestro sobre Judas en la última oración les abrió los sus ojos al hecho de que los había abandonado.
182:2.5 (1966.5) Cuando los ocho apóstoles se metieron por fin en sus tiendas, y mientras Pedro, Santiago y Juan esperaban las órdenes del Maestro, Jesús llamó a David Zebedeo para decirle: «Tráeme a tu mensajero más fiel y veloz». David presentó al Maestro a un tal Jacobo que había sido en otro tiempo mensajero nocturno entre Jerusalén y Betsaida, y Jesús le dijo: «Ve a toda prisa a Filadelfia y di a Abner: ‘El Maestro te envía sus saludos de paz y dice que ha llegado la hora en que será entregado en manos de sus enemigos que lo matarán, pero se levantará de entre los muertos y pronto se te aparecerá antes de irse al Padre. Entonces te guiará hasta el momento en que venga el nuevo maestro a vivir en vuestros corazones’». Jesús hizo repetir a Jacobo este mensaje, y cuando estuvo satisfecho con el ensayo lo envió a su misión diciendo: «No temas a nadie esta noche, Jacobo, porque un mensajero invisible correrá a tu lado».
182:2.6 (1967.1) Jesús se volvió después hacia el jefe de los visitantes griegos acampados con ellos y le dijo: «Hermano, no te inquietes por lo que está a punto de ocurrir puesto que te lo he advertido de antemano. Matarán al Hijo del Hombre por instigación de sus enemigos, los jefes de los sacerdotes y los dirigentes de los judíos, pero resucitaré para estar con vosotros un poco de tiempo antes de ir al Padre. Y cuando hayas visto que sucede todo esto glorifica a Dios y fortalece a tus hermanos».
182:2.7 (1967.2) En circunstancias normales los apóstoles habrían dado personalmente las buenas noches al Maestro, pero estaban tan preocupados por la inesperada deserción de Judas y tan abrumados por la inusitada oración de despedida del Maestro que escucharon su saludo de adiós y se alejaron en silencio.
182:2.8 (1967.3) Sin embargo, justo antes de que Andrés se retirara aquella noche Jesús le dijo: «Andrés, haz lo que puedas por mantener juntos a tus hermanos hasta que yo vuelva a vosotros después de haber bebido esta copa. Fortalece a tus hermanos sabiendo que ya os lo he dicho todo. Que la paz sea contigo».
182:2.9 (1967.4) Ninguno de los apóstoles esperaba que ocurriera nada fuera de lo normal esa noche porque ya era muy tarde. Trataron de dormir para poder levantarse temprano preparados para lo peor. Pensaban que los jefes de los sacerdotes intentarían capturar a su Maestro por la mañana temprano, dado que el día de la preparación de la Pascua no se hacía ninguna actividad no religiosa después del mediodía. Solo David Zebedeo y Juan Marcos habían comprendido que los enemigos de Jesús llegarían con Judas esa misma noche.
182:2.10 (1967.5) David había decidido hacer guardia esa noche en el sendero de arriba que conducía a la calzada de Betania a Jerusalén mientras Juan Marcos vigilaba la calzada que subía del Cedrón a Getsemaní. Antes de dirigirse a su puesto de centinela voluntario, David se despidió de Jesús diciendo: «Maestro, he sido muy feliz trabajando junto a ti. Mis hermanos son tus apóstoles, pero yo he tenido la gran alegría de hacer las cosas menores como se deben hacer. Te echaré de menos con todo mi corazón cuando te hayas ido». Jesús le dijo: «David, hijo, los demás han hecho lo que se les mandó hacer, pero a ti te ha salido del corazón hacer este servicio y tu entrega no ha pasado desapercibida. Tú también servirás conmigo algún día en el reino eterno».
182:2.11 (1967.6) Antes de marcharse a vigilar el sendero de arriba, David dijo a Jesús: «Maestro, he mandado a buscar a tu familia, y un mensajero me ha dicho que están en Jericó esta noche. Llegarán aquí mañana por la mañana temprano porque hubiera sido peligroso que subieran de noche por ese camino de cabras». Jesús miró a David y solo dijo: «Que así sea, David».
182:2.12 (1967.7) Cuando David empezó a subir por el Olivete, Juan Marcos se puso a vigilar la calzada que bajaba hacia Jerusalén a lo largo del arroyo, y se habría quedado en su puesto de no haber sido por su gran deseo de estar cerca de Jesús y saber qué estaba pasando. Poco después de marcharse David, Juan Marcos observó que Jesús se retiraba con Pedro, Santiago y Juan a una hondonada cercana y se sintió tan dominado por una mezcla de devoción y curiosidad que abandonó su puesto de centinela y los siguió ocultándose entre los arbustos. Desde ahí pudo ver y oír todo lo que ocurrió durante ese último rato en el huerto justo antes de que aparecieran Judas y los guardias armados para apresar a Jesús.
182:2.13 (1968.1) Mientras pasaban estas cosas en el campamento del Maestro, Judas Iscariote conversaba con el capitán de los guardias del templo que tenía ya reunidos a sus hombres para ir a apresar a Jesús bajo la dirección del traidor.
182:3.1 (1968.2) Cuando el campamento quedó en silencio Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan y subieron un corto trecho hasta una hondonada cercana donde solía ir con frecuencia a rezar y comulgar. Los tres apóstoles se dieron cuenta de que el Maestro estaba profundamente agobiado; no habían visto nunca a su Maestro tan triste y angustiado. Cuando llegaron al lugar de sus rezos, el Maestro les pidió a los tres que se sentaran a velar con él y se apartó de ellos como a un tiro de piedra. Entonces cayó sobre su rostro y oró diciendo: «Padre, he venido a este mundo a hacer tu voluntad y la he hecho. Sé que ha llegado la hora de entregar esta vida en la carne, y no me resistiré, pero quisiera saber si es tu voluntad que beba esta copa. Envíame la seguridad de que te complaceré en mi muerte como lo he hecho en mi vida».
182:3.2 (1968.3) Después de permanecer unos momentos en actitud de oración, el Maestro volvió hacia los tres apóstoles y los encontró profundamente dormidos, pues tenían los ojos cargados de sueño y no aguantaban despiertos. Jesús los despertó diciendo: «¡Qué!, ¿no podéis velar conmigo ni siquiera una hora? ¿No veis que mi alma está afligida hasta la muerte y que anhelo vuestra compañía?». Cuando los tres se hubieron despertado el Maestro volvió a apartarse solo y oró otra vez postrado en el suelo: «Padre, sé que puedes apartar de mí esta copa —para ti todas las cosas son posibles— pero he venido para hacer tu voluntad, y aunque esta copa es amarga la beberé si es tu voluntad». Tras esta oración, una ángel poderosa bajó junto a él y lo fortaleció con sus palabras y su contacto.
182:3.3 (1968.4) Cuando Jesús volvió hacia los tres apóstoles para hablar con ellos, estaban otra vez profundamente dormidos. Los despertó y les dijo: «En un momento como este necesito que veléis y oréis conmigo, y más necesitáis orar vosotros para no caer en la tentación. ¿Por qué os dormís cuando os dejo?».
182:3.4 (1968.5) Entonces el Maestro se retiró y oró por tercera vez: «Padre, ves a mis apóstoles dormidos; ten misericordia de ellos. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Y ahora, oh Padre, si esta copa no se puede apartar, la beberé. Que no se haga mi voluntad sino la tuya». Cuando hubo terminado de orar se quedó un momento postrado en el suelo. Luego se levantó y volvió a donde estaban sus apóstoles que se habían vuelto a dormir. Los observó con un gesto de piedad y dijo cariñosamente: «Dormid ya y descansad; ya pasó el momento de la decisión. Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será traicionado y puesto en manos de sus enemigos». Y mientras los sacudía para despertarlos dijo: «Levantaos, volvamos al campamento; mirad, está cerca el que me entrega y ha llegado la hora en que mi rebaño será dispersado. Pero ya os he hablado de esas cosas».
182:3.5 (1968.6) Los seguidores de Jesús tuvieron muchas pruebas de su naturaleza divina durante los años que vivió entre ellos, pero ahora están a punto de presenciar nuevas pruebas de su humanidad. Justo antes de la mayor revelación de su divinidad, su resurrección, se va a producir la mayor demostración de su naturaleza mortal, su humillación y crucifixión.
182:3.6 (1969.1) Cada vez que oró en el huerto su humanidad se fue aferrando más firmemente por la fe a su divinidad; su voluntad humana se fue unificando más plenamente con la voluntad divina de su Padre. Una de las cosas que le dijo la ángel poderosa fue que el Padre deseaba que su Hijo terminara su otorgamiento terrenal pasando por la experiencia de la muerte exactamente igual que todas las criaturas mortales tienen que experimentar su disolución material cuando pasan de la existencia en el tiempo a la progresión en la eternidad.
182:3.7 (1969.2) Unas horas antes no le había parecido tan difícil beber la copa, pero cuando el Jesús humano se despidió de sus apóstoles y los mandó a dormir, la prueba se le hizo más espantosa. Los sentimientos de Jesús experimentaron las fluctuaciones naturales que son comunes a toda experiencia humana, y en aquel momento estaba cansado por el trabajo, agotado por las largas horas de esfuerzo y dolorosa preocupación por la seguridad de sus apóstoles. Aunque ningún mortal puede atreverse a interpretar los pensamientos y sentimientos del Hijo encarnado de Dios en un momento como aquel, sabemos que sufrió una angustia extrema y sintió una indecible tristeza, pues corrían por su rostro grandes gotas de sudor. Se había convencido por fin de que el Padre tenía la intención de permitir que los acontecimientos naturales siguieran su curso y estaba plenamente decidido a no recurrir a su poder soberano como jefe supremo de un universo para salvarse.
182:3.8 (1969.3) Las huestes reunidas de una vasta creación planeaban sobre esa escena bajo el mando temporal conjunto de Gabriel y el Ajustador Personalizado de Jesús. Los jefes de división de esos ejércitos del cielo habían recibido repetidas instrucciones de no intervenir en estos sucesos de la tierra a no ser que se lo ordenara el propio Jesús.
182:3.9 (1969.4) La experiencia de separarse de los apóstoles fue muy dura para el corazón humano de Jesús; esta tristeza de amor pesaba sobre él y le hacía más difícil enfrentarse a una muerte como la que sabía muy bien que le esperaba. Se daba cuenta de lo débiles e ignorantes que eran sus apóstoles y le aterraba abandonarlos. Sabía que había llegado la hora de irse, pero su corazón humano ansiaba averiguar si no habría alguna vía legítima de escape de ese horrible trance de tristeza y sufrimiento. Y cuando no pudo encontrar esa escapatoria aceptó beber la copa. La mente divina de Miguel sabía que había hecho todo lo posible por los doce apóstoles, pero el corazón humano de Jesús hubiera querido hacer más por ellos antes de dejarlos solos en el mundo. Jesús tenía el corazón deshecho. Amaba sinceramente a sus hermanos; estaba aislado de su familia terrenal; uno de sus colaboradores elegidos lo estaba traicionando; el pueblo de su padre José lo había rechazado sellando así su fracaso como pueblo con una misión especial en la tierra. Su alma estaba atormentada por el amor frustrado y la misericordia rechazada. Era uno de esos momentos humanos espantosos en los que todo parece hundirse bajo una aplastante crueldad y una terrible agonía.
182:3.10 (1969.5) La humanidad de Jesús no era insensible a esta situación de soledad personal, de vergüenza pública y de fracaso aparente de su causa. Todos estos sentimientos pesaban sobre él con una fuerza indescriptible. En su gran tristeza se remontó a sus días de niño en Nazaret y a su primera labor en Galilea. En el momento de la gran prueba le vinieron a la mente muchas escenas agradables de su misión terrenal. Gracias a esos antiguos recuerdos de Nazaret, de Cafarnaúm, del monte Hermón y de las salidas y puestas de sol reflejadas en el mar de Galilea, logró sosegarse y fortalecer su corazón humano para el encuentro con el traidor que venía a delatarlo.
182:3.11 (1970.1) Antes de que Judas llegara con los soldados el Maestro había recuperado todo su aplomo habitual; el espíritu había triunfado sobre la carne; la fe se había impuesto sobre toda tendencia humana a temer y a dudar. Había pasado y superado de manera aceptable la prueba suprema de la plena realización de la naturaleza humana. Una vez más, el Hijo del Hombre se preparaba a hacer frente a sus enemigos con ecuanimidad y con total seguridad de que era invencible como hombre mortal dedicado sin reservas a hacer la voluntad de su Padre.
El libro de Urantia
Documento 183
183:0.1 (1971.1) CUANDO Jesús consiguió despertar por fin a Pedro, Santiago y Juan les propuso que se fueran a sus tiendas a dormir en preparación para las tareas del día siguiente, pero para entonces los tres apóstoles estaban bien despiertos. Las cabezadas que dieron mientras Jesús oraba en el huerto habían bastado para despejarlos, y se espabilaron del todo cuando vieron llegar a dos mensajeros muy alterados que preguntaron por David Zebedeo y salieron corriendo hacia el lugar donde Pedro les dijo que estaba vigilando.
183:0.2 (1971.2) Mientras los otros ocho apóstoles dormían profundamente, los griegos que acampaban con ellos, más preocupados por lo que pudiera pasar esa noche, habían apostado un centinela para que diera la alarma en caso de peligro. Cuando los dos mensajeros entraron precipitadamente en el campamento, el centinela griego procedió a despertar a todos sus compatriotas que salieron en tropel de sus tiendas completamente vestidos y armados. Todo el campamento se había despertado menos los ocho apóstoles, y cuando Pedro quiso despertar a sus compañeros Jesús se lo prohibió terminantemente. El Maestro recomendó a todos que volvieran a sus tiendas, pero ellos no se dejaron convencer.
183:0.3 (1971.3) Como no consiguió dispersar a sus seguidores, el Maestro los dejó y bajó hacia el lagar de aceitunas que estaba cerca de la entrada al parque de Getsemaní. Los tres apóstoles, los griegos y los demás miembros del campamento no se atrevieron a seguirlo inmediatamente, pero Juan Marcos corrió entre los olivos y se ocultó en un pequeño cobertizo cerca del lagar. Jesús se había apartado del campamento y de sus amigos para que sus captores pudieran apresarlo sin alborotar a sus apóstoles. El Maestro no quería que los apóstoles se despertaran y presenciaran su arresto porque sabía que se indignarían tanto ante el espectáculo de la traición de Judas que podrían enfrentarse a los soldados y acabar detenidos con él. Y si eran detenidos con él temía que murieran con él.
183:0.4 (1971.4) Aunque Jesús sabía que el plan para matarlo se había urdido en los consejos de los dirigentes de los judíos, tenía muy presente que Lucifer, Satanás y Caligastia lo apoyaban sin reservas y que estos rebeldes de los mundos verían con gusto perecer con él a todos los apóstoles.
183:0.5 (1971.5) Jesús se sentó solo en la prensa de aceitunas a esperar la llegada del traidor. En aquel momento solo era visto por Juan Marcos y una hueste innumerable de observadores celestiales.
183:1.1 (1971.6) Existe un riesgo real de interpretar equivocadamente el significado de muchos dichos y acontecimientos relacionados con el final de la carrera del Maestro en la carne. El cruel trato que recibió Jesús por parte de criados ignorantes y soldados encallecidos, la injusticia de sus juicios y la falta de sensibilidad de los dirigentes religiosos profesos no se deben confundir con el hecho de que Jesús, al someterse pacientemente a tantos sufrimientos y humillaciones, estaba haciendo verdaderamente la voluntad del Padre del Paraíso. Era sin duda la voluntad del Padre que su Hijo apurara la copa de la experiencia como mortal desde el nacimiento hasta la muerte, pero el Padre del cielo no instigó de ninguna manera el bárbaro comportamiento de aquellos seres supuestamente humanos y civilizados que torturaron tan brutalmente al Maestro y fueron acumulando tan horriblemente sucesivas indignidades sobre una persona que no ofrecía resistencia. Estas experiencias inhumanas y espantosas que Jesús tuvo que soportar durante las horas finales de su vida mortal no eran parte en ningún sentido de la voluntad divina del Padre, una voluntad que la naturaleza humana de Jesús se había comprometido tan triunfalmente a cumplir en el momento de la rendición final del hombre a Dios. Y así lo expresó en la triple oración que formuló en el huerto mientras sus apóstoles dormían el sueño del agotamiento físico.
183:1.2 (1972.1) El Padre del cielo deseaba que el Hijo de otorgamiento terminara su carrera en la tierra de manera natural, exactamente igual que tienen que terminar todos los mortales su vida en la tierra y en la carne. Los hombres y mujeres corrientes no pueden esperar una exención especial que les facilite sus últimas horas en la tierra y el desenlace de la muerte. Y así Jesús eligió entregar su vida encarnada de una manera que fuera conforme al desarrollo natural de los acontecimientos y se negó firmemente a escapar de las crueles garras de una conspiración perversa de acontecimientos inhumanos que lo arrastraron con horrible certeza hacia una increíble humillación y una muerte ignominiosa. Cada mínimo detalle de esa pasmosa manifestación de odio y ese despliegue de crueldad sin precedentes fue obra de hombres malvados y de mortales perversos. El Dios del cielo no lo quiso, ni tampoco fue dictado por los archienemigos de Jesús, aunque estos hicieron todo lo posible para que el hijo de otorgamiento fuera rechazado por mortales malvados e irreflexivos. Incluso el padre del pecado apartó el rostro ante el horror atroz de la escena de la crucifixión.
183:2.1 (1972.2) Cuando Judas se levantó repentinamente de la mesa de la Última Cena fue a casa de su primo, y los dos fueron a ver al capitán de los guardias del templo. Judas pidió al capitán que reuniera a los guardias para conducirlos hasta donde estaba Jesús. Como Judas había llegado un poco antes de lo previsto, hubo cierto retraso hasta que pudieron encaminarse hacia la casa de Marcos donde Judas esperaba encontrar a Jesús todavía de conversación con los apóstoles. El Maestro y los once salieron la casa de Elías Marcos por lo menos quince minutos antes de que llegara el traidor con los guardias, y para entonces Jesús y los once estaban ya muy lejos de los muros de la ciudad de camino al campamento del Olivete.
183:2.2 (1972.3) A Judas le inquietó mucho no encontrar a Jesús en la casa de la familia Marcos en compañía de once hombres de los cuales solo dos estaban armados. Al salir del campamento esa tarde se enteró por casualidad de que Simón Pedro y Simón Zelotes eran los únicos que llevaban espadas. Judas pretendía apresar a Jesús cuando la ciudad estuviera en calma y hubiera pocas probabilidades de resistencia. El traidor temía que si esperaba a que volvieran al campamento se podría encontrar con más de sesenta discípulos leales, y sabía también que Simón Zelotes tenía una abundante reserva de armas. Cuanto más pensaba en el aborrecimiento que sentirían por él los once apóstoles leales más nervioso se iba poniendo y más miedo tenía de que quisieran matarlo. Judas no solo era desleal sino un auténtico cobarde.
183:2.3 (1973.1) Como no encontraron a Jesús en la habitación de arriba, Judas pidió al capitán de los guardias que volvieran al templo. Para entonces los dirigentes habían empezado a reunirse en la casa del sumo sacerdote donde se preparaban para recibir a Jesús, puesto que el traidor se había comprometido a entregarlo antes de la medianoche. Judas explicó a sus asociados que al no haber encontrado a Jesús en casa de Marcos sería necesario ir a arrestarlo a Getsemaní, y les previno de que había acampados con él más de sesenta fervientes seguidores bien armados. Los dirigentes de los judíos recordaron a Judas que Jesús había predicado siempre la no resistencia, pero Judas respondió que no podían contar con que todos los seguidores de Jesús se atuvieran a esa enseñanza. Temía realmente por su vida, y por eso se atrevió a pedir una compañía de cuarenta soldados armados. Como las autoridades judías no tenían tantos hombres armados bajo su jurisdicción, se dirigieron inmediatamente a la fortaleza de Antonia y pidieron al oficial al mando que se los proporcionara, pero cuando el romano se enteró de que pretendían arrestar a Jesús se negó a hacerlo y los remitió a su superior. Así perdieron más de una hora yendo de una autoridad a otra hasta que al final se vieron obligados a recurrir al propio Pilatos para poder disponer de soldados romanos armados. Era tarde cuando llegaron a casa del gobernador, que ya se había retirado a sus aposentos privados con su esposa. Pilatos tuvo dudas de colaborar en este asunto, y más cuando su esposa le pidió que no lo hiciera, pero en vista de que el presidente del Sanedrín judío había ido a solicitarlo personalmente, le pareció más prudente acceder a su petición y se dijo que podría reparar más adelante cualquier injusticia que estuvieran tramando.
183:2.4 (1973.2) Y así, cuando Judas Iscariote salió del templo hacia las once y media de la noche iba acompañado de más de sesenta personas entre guardias del templo, soldados romanos y criados curiosos de los dirigentes y de los jefes de los sacerdotes.
183:3.1 (1973.3) Mientras este contingente de soldados y guardias armados provistos de antorchas y linternas se acercaba al huerto, Judas se adelantó al grupo para poder identificar rápidamente a Jesús de modo que sus captores pudieran apresarlo fácilmente antes de que sus compañeros acudieran en su defensa. Judas tenía otro motivo para adelantarse a los enemigos del Maestro: quiso dar la impresión de llegar antes que los soldados para que los apóstoles y todos los que estaban reunidos en torno a Jesús no lo relacionaran directamente con los guardias armados que venían pisándole los talones. Había pensado incluso en hacerles creer que había corrido por delante para avisar de la llegada de los captores, pero este plan se vino abajo ante el saludo fulminante de Jesús al traidor. Aunque el Maestro habló a Judas amablemente, lo saludó como a un traidor.
183:3.2 (1973.4) En cuanto Pedro, Santiago, Juan y unos treinta compañeros de acampada vieron al grupo armado y sus antorchas bordear la cresta de la colina, supieron que aquellos soldados venían a detener a Jesús, y todos bajaron corriendo hacia el lagar donde el Maestro estaba sentado solo a la luz de la luna. La compañía de soldados se acercaba por un lado y los tres apóstoles y sus compañeros por el otro. Entonces Judas avanzó a grandes zancadas para abordar al Maestro y los dos grupos se quedaron inmóviles con el Maestro entre ellos y Judas disponiéndose a estampar en su frente el beso traidor.
183:3.3 (1974.1) Después de conducir a los guardias hasta Getsemaní el traidor se proponía indicar simplemente a los soldados quién era Jesús, o a lo sumo identificarlo con un beso como acordado, y desaparecer rápidamente de allí. Judas tenía mucho miedo a que estuvieran presentes todos los apóstoles y se volvieran contra él en represalia por haber osado traicionar a su amado maestro. Pero cuando el Maestro lo saludó como a un traidor se sintió tan confundido que no hizo ningún intento de huir.
183:3.4 (1974.2) Jesús hizo un último esfuerzo por ahorrar a Judas el acto mismo de la traición. Antes de que el traidor pudiera llegar hasta él, se dirigió hacia el soldado más destacado de la izquierda, el capitán de los romanos, y le dijo: «¿A quién buscáis?». El capitán contestó: «A Jesús de Nazaret». Entonces Jesús avanzó hasta ponerse justo delante del oficial, y con la serena majestad del Dios de toda esta creación, dijo: «Yo soy». Muchos miembros de este grupo armado habían escuchado a Jesús enseñar en el templo, otros habían oído hablar de sus poderosas obras, y cuando se presentó ante ellos con tanta firmeza los de las primeras filas retrocedieron impactados por esta serena y majestuosa declaración de identidad. El plan traidor de Judas ya no era necesario. El Maestro se había presentado audazmente ante sus enemigos que ya podían capturarlo sin la ayuda de Judas, pero el traidor tenía que justificar su presencia en el grupo armado. Además quería demostrar que estaba cumpliendo su parte del pacto de traición acordado con los dirigentes de los judíos para hacerse merecedor de los grandes honores y recompensas que esperaba recibir de ellos por haberles entregado a Jesús.
183:3.5 (1974.3) Mientras los guardias se recuperaban de su primera vacilación al ver a Jesús y oír su voz extraordinaria, y los apóstoles y discípulos se iban acercando, Judas avanzó hacia Jesús, le dio un beso en la frente y dijo: «Salve, Maestro». Jesús respondió así al beso de Judas: «Amigo, ¡¿no te bastaba con hacer lo que has hecho?! ¿Además entregas al Hijo del Hombre con un beso?»
183:3.6 (1974.4) Los apóstoles y discípulos no daban crédito a sus ojos. Nadie se movió durante un momento. Luego Jesús se soltó del abrazo traidor de Judas, avanzó hacia los guardias y los soldados y volvió a preguntar: «¿A quién buscáis?». El capitán dijo otra vez: «A Jesús de Nazaret». Jesús contestó: «Os he dicho que yo soy; por lo tanto, si me buscáis a mí, dejad ir a estos. Estoy preparado para ir con vosotros».
183:3.7 (1974.5) Jesús estaba dispuesto a volver a Jerusalén con los guardias y el capitán de los soldados estaba de acuerdo en dejar que los tres apóstoles y sus compañeros siguieran su camino en paz. Pero antes de ponerse en marcha, mientras Jesús esperaba las órdenes del capitán, un tal Malco, el guardaespaldas sirio del sumo sacerdote, avanzó hasta Jesús y se puso a atarle las manos a la espalda aunque el capitán romano no había ordenado que se atara así a Jesús. Cuando Pedro y sus compañeros vieron a su Maestro sometido a esta vejación ya no pudieron contenerse. Pedro sacó la espada y se abalanzó con los demás contra Malco. Pero antes de que los soldados pudieran acudir en defensa del criado del sumo sacerdote, Jesús levantó la mano la mano en un gesto de prohibición y dijo en tono severo: «Pedro, guarda la espada. Todos los que tomen la espada perecerán por la espada. ¿No entiendes que es voluntad del Padre que yo beba esta copa? ¿Acaso no sabes que podría ordenar ahora mismo a más de doce legiones de ángeles con sus asociados que me libraran de estos pocos hombres?».
183:3.8 (1975.1) Aunque Jesús había reprimido eficazmente esta muestra de oposición física por parte de sus seguidores, aquello bastó para despertar los miedos del capitán de los guardias que, esta vez con la ayuda de sus soldados, agarró con fuerza a Jesús y lo ató rápidamente. Mientras le ataban las manos con pesadas cuerdas Jesús les dijo: «¿Habéis salido con espadas y garrotes como contra un ladrón? Cuando estaba con vosotros cada día enseñando en el templo no me echasteis mano».
183:3.9 (1975.2) Después de atar a Jesús el capitán mandó detener a los seguidores del Maestro pues temía que pudieran intentar rescatarlo, pero los seguidores al oír la orden huyeron hacia el barranco y los soldados no pudieron alcanzarlos. Durante todo este tiempo Juan Marcos había estado oculto en un cobertizo cercano. Cuando los guardias emprendieron la vuelta a Jerusalén con Jesús, Juan Marcos intentó salir inadvertido del cobertizo para reunirse con los apóstoles y discípulos que habían huido, pero justo cuando salía pasó por ahí uno de los últimos soldados que volvían de perseguir a los discípulos, y al ver al joven envuelto en su sábana echó a correr detrás de él y estuvo a punto de alcanzarlo. De hecho, el soldado llegó a agarrar a Juan por la sábana, pero el joven se liberó de la ropa y escapó desnudo mientras el soldado se quedaba con la sábana. Juan Marcos corrió a toda prisa hacia el sendero de arriba donde estaba David Zebedeo y le contó lo que había ocurrido. Luego fueron a las tiendas de los ocho apóstoles dormidos y les informaron de que el Maestro había sido traicionado y detenido.
183:3.10 (1975.3) Cuando los ocho apóstoles se estaban despertando empezaron a llegar los que habían huido barranco arriba, y todos se reunieron cerca del lagar para acordar lo que había que hacer. Mientras tanto Simón Pedro y Juan Zebedeo, que se habían escondido entre los olivos, habían empezado ya a seguir a la turba de soldados, guardias y criados, que conducían a Jesús de vuelta a Jerusalén como si fuera un peligroso criminal. Juan seguía de cerca a la turba y Pedro desde más lejos. Después de escapar de las garras del soldado, Juan Marcos se puso un manto que encontró en la tienda de Simón Pedro y Juan Zebedeo. Sospechaba que los guardias llevarían a Jesús a casa de Anás, el sumo sacerdote emérito, así que bordeó los huertos de olivos y llegó antes que la turba al palacio del sumo sacerdote donde se escondió cerca de la entrada.
183:4.1 (1975.4) Santiago Zebedeo se encontró separado de Simón Pedro y de su hermano Juan, así que se unió a los demás apóstoles y a sus compañeros de campamento en el lagar para deliberar sobre lo que debían hacer en vista de la detención del Maestro.
183:4.2 (1975.5) Andrés había sido liberado de toda responsabilidad como director del grupo apostólico, de modo que guardó silencio en esta crisis, la más grave de sus vidas. Después de una breve conversación informal Simón Zelotes, subido en el muro de piedra de la prensa de aceitunas, hizo un apasionado llamamiento de lealtad al Maestro y a la causa del reino y exhortó a los demás apóstoles y a los discípulos a correr tras la turba y rescatar a Jesús. La mayoría del grupo habría seguido su agresivo liderazgo de no haber sido por la advertencia de Natanael, que se levantó en cuanto Simón terminó de hablar y llamó la atención del auditorio sobre la no resistencia que Jesús había enseñado y repetido tantas veces. Les recordó además que Jesús les había ordenado esa misma noche que protegieran sus vidas hasta el momento en que tuvieran que salir al mundo a proclamar la buena nueva del evangelio del reino celestial. Santiago Zebedeo apoyó a Natanael y contó cómo Pedro y otros habían sacado sus espadas para defender al Maestro durante el arresto y cómo Jesús había ordenado a Simón Pedro y a sus compañeros armados que las guardaran. Luego hablaron Mateo y Felipe, pero no se llegó a ninguna conclusión hasta que Tomás recordó a todos que Jesús había aconsejado a Lázaro que no se expusiera a la muerte y les explicó que no podían hacer nada para salvar a su Maestro, puesto que se había negado a permitir que sus amigos lo defendieran e insistía en no utilizar sus poderes divinos para contrarrestar a sus enemigos humanos. Tomás convenció a sus compañeros de que se fueran cada uno por su lado, con el acuerdo de que David Zebedeo permanecería en el campamento para mantener ahí el centro de intercambio de información y la sede de los mensajeros del grupo. A las dos y media de esa madrugada el campamento quedó desierto a excepción de David con tres o cuatro mensajeros. Los demás mensajeros habían ido a buscar información sobre dónde habían llevado a Jesús y qué pensaban a hacer con él.
183:4.3 (1976.1) Cinco de los apóstoles, Natanael, Mateo, Felipe y los gemelos, fueron a esconderse a Betania y Betfagé. Tomás, Andrés, Santiago y Simón Zelotes se escondieron en la ciudad. Simón Pedro y Juan Zebedeo siguieron hasta la casa de Anás.
183:4.4 (1976.2) Poco después del amanecer Simón Pedro, sumido en la más profunda desesperación, volvió con paso errante al campamento de Getsemaní. David encargó a un mensajero que lo acompañara a Jerusalén a reunirse con su hermano Andrés que estaba en casa de Nicodemo.
183:4.5 (1976.3) Hasta el final mismo de la crucifixión Juan Zebedeo estuvo siempre cerca como se lo había pedido Jesús. Él fue quien proporcionó hora a hora a los mensajeros de David la información que llevaban al campamento del huerto y que se transmitía desde ahí a los apóstoles escondidos y a la familia de Jesús.
183:4.6 (1976.4) ¡Hirieron al pastor y en verdad se dispersaron las ovejas! Aunque todos recordaban vagamente que Jesús les había anticipado lo que estaba ocurriendo, estaban tan consternados por la repentina desaparición del Maestro que eran incapaces de pensar con normalidad.
183:4.7 (1976.5) Poco después del amanecer y justo después de que Pedro saliera a reunirse con su hermano, llegó al campamento Judá, el hermano de Jesús en la carne, por delante del resto de la familia. Llegó casi sin aliento solo para enterarse de que el Maestro ya había sido detenido. Judá volvió corriendo por la calzada de Jericó para informar a su madre y a sus hermanos y hermanas, y decirles de parte de David Zebedeo que se reunieran en casa de Marta y María en Betania y esperaran allí las noticias que sus mensajeros les llevarían con regularidad.
183:4.8 (1976.6) Esta era la situación al final de la noche del jueves y a primeras horas de la mañana del viernes en lo que respecta a los apóstoles, los principales discípulos y la familia terrenal de Jesús. Todas estas personas se mantenían en contacto gracias al servicio de mensajeros que David Zebedeo seguía dirigiendo desde la sede del campamento de Getsemaní.
183:5.1 (1977.1) Antes de salir del huerto con Jesús se produjo una discusión entre el capitán judío de los guardias del templo y el capitán romano de la compañía de soldados sobre dónde llevar a Jesús. El capitán de los guardias del templo mandó conducirlo ante Caifás, el sumo sacerdote en funciones. El capitán de los soldados romanos decidió llevar a Jesús al palacio de Anás, el antiguo sumo sacerdote y suegro de Caifás, y lo hizo así porque los romanos acostumbraban a tratar directamente con Anás todos los asuntos relacionados con la aplicación de las leyes eclesiásticas judías. El capitán romano impuso su autoridad y llevaron a Jesús a casa de Anás para un interrogatorio preliminar.
183:5.2 (1977.2) Judas caminaba al lado de los capitanes y escuchaba todo lo que decían pero sin tomar parte en la conversación. Tanto el capitán judío como el romano sentían tal desprecio por el traidor que no le dirigían la palabra.
183:5.3 (1977.3) En un momento dado Juan Zebedeo recordó que su maestro le había pedido que estuviera siempre a mano y apretó el paso para acercarse a Jesús que iba entre los dos capitanes. El de los guardias del templo, al ver a Juan tan cerca, dijo a su asistente: «Agarra a ese hombre y átalo. Es uno de los seguidores de este tipo». El romano volvió la cabeza al oírlo, vio a Juan y dio orden de que el apóstol caminara a su lado sin que nadie lo molestara. Luego dijo al jefe judío: «Este hombre no es ni un cobarde ni un traidor. Lo vi en el huerto y no sacó la espada contra nosotros. Ha tenido el valor de venir hasta aquí para estar con su Maestro y nadie le pondrá la mano encima. La ley romana permite a todo prisionero tener con él al menos un amigo ante el tribunal, y no se le negará a este hombre estar junto al prisionero, su Maestro,». Al oír esto Judas se sintió tan humillado y avergonzado que se fue rezagando de la comitiva y se presentó solo en el palacio de Anás.
183:5.4 (1977.4) Y esto explica por qué pudo Juan Zebedeo estar cerca de Jesús durante todas sus duras experiencias de aquella noche y del día siguiente. Los judíos no se atrevieron a decir nada a Juan ni a molestarlo de ningún modo, pues había recibido de los romanos cierto estatus como observador de las actuaciones del tribunal eclesiástico judío. La posición de privilegio de Juan se vio confirmada cuando el romano, al entregar a Jesús al jefe de los guardas del templo en la puerta del palacio de Anás, ordenó a su asistente: «Acompaña a este prisionero y vigila que no lo maten estos judíos sin el consentimiento de Pilatos. Cuida de que no lo asesinen, y asegúrate de que permiten a su amigo el galileo permanecer a su lado para observar todo lo que pase». Y así, mientras los otros diez apóstoles se veían obligados a esconderse, Juan pudo estar cerca de Jesús hasta el momento mismo de su muerte en la cruz. Juan actuaba bajo protección romana, y los judíos no se atrevieron a molestarlo hasta después de la muerte del Maestro.
183:5.5 (1977.5) Durante todo el camino al palacio de Anás Jesús no abrió la boca. Desde el momento en que fue detenido hasta que compareció ante Anás, el Hijo del Hombre no dijo una sola palabra.
El libro de Urantia
Documento 184
184:0.1 (1978.1) CIERTOS representantes de Anás habían dado instrucciones secretas al capitán de los soldados romanos de llevar a Jesús directamente al palacio de Anás en cuanto fuera detenido. El antiguo sumo sacerdote deseaba mantener su prestigio como principal autoridad eclesiástica de los judíos. Pero Anás tenía otro motivo para retener a Jesús en su casa durante varias horas: dar tiempo a reunir legalmente el tribunal del Sanedrín. No era legal convocar el tribunal del Sanedrín antes de la hora del sacrificio matutino en el templo, y este sacrificio se ofrecía hacia las tres de la mañana.
184:0.2 (1978.2) Anás sabía que un tribunal del Sanedrín estaba esperando en el palacio de su yerno Caifás. Hacia la medianoche se habían reunido en casa del sumo sacerdote unos treinta miembros del Sanedrín para juzgar a Jesús en cuanto fuera conducido ante ellos. Solo se había convocado a los que se oponían abierta y decididamente a Jesús y sus enseñanzas, puesto que bastaba con veintitrés para constituir un tribunal procesal.
184:0.3 (1978.3) Jesús estuvo unas tres horas en el palacio de Anás situado en el monte Olivete, no lejos del huerto de Getsemaní donde había sido arrestado. Juan Zebedeo tenía libertad de movimientos en el palacio de Anás por la palabra del capitán romano y también porque él y su hermano Santiago eran muy conocidos por los criados más antiguos. El antiguo sumo sacerdote era pariente lejano de su madre Salomé y habían sido invitados muchas veces al palacio.
184:1.1 (1978.4) Enriquecido por los ingresos del templo, suegro del sumo sacerdote en funciones y bien relacionado con las autoridades romanas, Anás era sin duda la persona más poderosa de la sociedad judía. Era un político y conspirador untuoso y diplomático. Deseaba llevar la iniciativa del proceso de deshacerse de Jesús porque temía dejar un asunto tan importante en las bruscas y agresivas manos de su yerno. Anás quería asegurarse de que el juicio del Maestro estuviera controlado por los saduceos pues temía a la posible simpatía por Jesús de algunos fariseos, dado que prácticamente todos los miembros del Sanedrín que habían abrazado la causa de Jesús eran fariseos.
184:1.2 (1978.5) Anás llevaba varios años sin ver a Jesús, concretamente desde el día en que el Maestro llamó a su casa y se marchó inmediatamente en vista de la frialdad y la reserva con que fue recibido. Anás había pensado aprovecharse de su relación anterior con Jesús para intentar convencerlo de abandonar sus pretensiones y no volver a Palestina. Le disgustaba participar en el asesinato de una buena persona y pensó que Jesús preferiría quizás irse a otro país para salvar su vida. Pero en cuanto tuvo ante él al fornido y resuelto galileo comprendió que sería inútil hacerle una proposición de ese tipo. Jesús era aún más sereno y majestuoso de lo que Anás recordaba.
184:1.3 (1979.1) Cuando Jesús era joven Anás se había interesado mucho por él, pero ahora sus ingresos se veían amenazados por la reciente expulsión del templo de cambistas y comerciantes. Esta actuación de Jesús había despertado la enemistad del antiguo sumo sacerdote mucho más que sus enseñanzas.
184:1.4 (1979.2) Anás entró en su amplia sala de audiencias, se sentó en una gran silla y ordenó que le trajeran a Jesús. Después de observar al Maestro unos momentos dijo: «Comprenderás que hay que hacer algo con tu enseñanza, puesto que estás alterando la paz y el orden de nuestro país». Anás miraba inquisitivamente a Jesús, pero el Maestro se limitó a mirarlo directamente a los ojos sin responder. Anás preguntó: «¿Cómo se llaman tus discípulos, aparte del agitador Simón Zelotes?». Jesús lo siguió mirando en silencio.
184:1.5 (1979.3) La negativa de Jesús a responder molestó tanto a Anás que le dijo: «¿Te da igual tenerme a tu favor o en tu contra? ¿No te das cuenta del poder que tengo sobre el resultado del juicio que te espera?». Jesús respondió al oír esto: «Anás, sabes que no tendrías ningún poder sobre mí si mi Padre no lo permitiera. Algunos quieren acabar con el Hijo del Hombre porque son ignorantes y no saben otra cosa, pero tú, amigo, que sabes lo que haces, ¿cómo puedes rechazar la luz de Dios?».
184:1.6 (1979.4) El tono amable de Jesús desconcertó bastante a Anás, pero ya había decidido que Jesús debía irse de Palestina o morir, así que se armó de valor y preguntó: «¿Qué es lo que intentas enseñar a la gente? ¿Qué pretendes ser?». Jesús contestó: «Sabes muy bien que he hablado al mundo abiertamente. He enseñado en las sinagogas y muchas veces en el templo, donde todos los judíos y muchos gentiles me han escuchado. No he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? ¿Por qué no llamas a los que me han oído y les preguntas? Todo Jerusalén ha oído lo que he dicho, aunque tú mismo no hayas escuchado estas enseñanzas». Pero antes de que Anás pudiera responder el administrador principal del palacio, que estaba cerca de Jesús, le dio una bofetada diciendo: «¿Así respondes al sumo sacerdote?». Anás no reprendió a su administrador, pero Jesús se volvió hacia él y le dijo: «Amigo, si he hablado mal, da testimonio de lo que hablé mal, pero si hablé bien, ¿por qué me pegas?».
184:1.7 (1979.5) Aunque Anás lamentaba que su administrador hubiera golpeado a Jesús, era demasiado orgulloso para intervenir. Salió de la sala muy confuso y dejó solo a Jesús durante casi una hora con los criados de su casa y los guardias del templo.
184:1.8 (1979.6) Cuando volvió se puso al lado del Maestro y le dijo: «¿Pretendes ser el Mesías, el libertador de Israel?». Jesús contestó: «Anás, me conoces desde que era joven. Sabes que no pretendo ser nada más que lo que mi Padre me ha encargado, y que he sido enviado a todos los hombres, tanto gentiles como judíos». Entonces Anás dijo: «Me han dicho que afirmas ser el Mesías, ¿es verdad?». Jesús miró a Anás y dijo simplemente: «Tú lo has dicho».
184:1.9 (1980.1) Por entonces llegaron mensajeros del palacio de Caifás preguntando a qué hora harían comparecer a Jesús ante el tribunal del Sanedrín, y como estaba a punto de amanecer, Anás pensó que sería mejor enviar a Jesús a Caifás atado y custodiado por los guardias del templo. Él mismo los siguió poco después.
184:2.1 (1980.2) Cuando el grupo de guardias y soldados se acercaba a la entrada del palacio de Anás, Juan Zebedeo iba al lado del capitán de los soldados romanos, Judas se había quedado rezagado a cierta distancia y Simón Pedro los seguía de lejos. Juan entró en el patio del palacio con Jesús y los guardias. Judas se acercó a la verja, pero al ver a Jesús y a Juan, siguió hacia la casa de Caifás donde sabía que se celebraría más tarde el verdadero juicio del Maestro. Poco después llegó a la verja Simón Pedro y Juan lo vio cuando estaban a punto de meter a Jesús en el palacio. Como la portera de la cancela conocía a Juan no tuvo inconveniente en dejar entrar a Pedro cuando Juan se lo pidió.
184:2.2 (1980.3) Pedro entró en el patio y se arrimó al calor de las brasas porque la noche era fría. Se sentía fuera de lugar entre los enemigos de Jesús, y realmente lo estaba. El Maestro no le había pedido que se quedara cerca de él como se lo había pedido a Juan. El lugar de Pedro estaba con los demás apóstoles, que habían sido expresamente advertidos de no arriesgar sus vidas durante el juicio y la crucifixión de su Maestro.
184:2.3 (1980.4) Pedro se había deshecho de su espada poco antes de acercarse a la cancela del palacio, de modo que entró desarmado en el patio de Anás. Su mente era un torbellino de confusión; apenas podía darse cuenta de que Jesús había sido apresado. Era incapaz de captar la realidad de la situación: que se encontraba en el patio de Anás calentándose junto a los criados del sumo sacerdote. Se preguntaba qué estarían haciendo los demás apóstoles. En cuanto a Juan, llegó a la conclusión de que estaba en el palacio porque los criados lo conocían, dado que había pedido a la guardiana que lo admitiera a él.
184:2.4 (1980.5) Poco después de dejar pasar a Pedro, la portera se acercó a la lumbre donde él se estaba calentando y le dijo maliciosamente: «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?». A Pedro no le debería haber extrañado ser reconocido puesto que Juan había pedido a la muchacha que le abriera las cancelas del palacio, pero estaba en tal estado de tensión nerviosa que la idea de ser identificado como discípulo le rompió el equilibrio. Movido por una única prioridad —escapar con vida— replicó en el acto a la criada: «No lo soy».
184:2.5 (1980.6) Al poco se acercó a Pedro otro criado y le preguntó: «¿No te vi en el huerto con él? ¿No eres tú también uno de sus seguidores?». Pedro estaba ya francamente alarmado; no veía la manera de escapar sano y salvo de estas acusaciones, así que negó categóricamente cualquier relación con Jesús: «No conozco a ese hombre, ni soy uno de sus seguidores».
184:2.6 (1980.7) Entonces la portera llevó a Pedro aparte y le dijo: «Estoy segura de que eres discípulo de ese Jesús, no solo porque uno de sus seguidores me ha pedido que te dejara entrar en el patio, sino porque mi hermana que está aquí te ha visto en el templo con ese hombre. ¿Por qué lo niegas?». Ante esta acusación de la criada, Pedro se puso a jurar y maldecir diciendo una vez más: «Yo no conozco a ese hombre y no he oído nunca hablar de él».
184:2.7 (1981.1) Pedro se apartó del fuego y paseó un rato por el patio. Hubiera querido escaparse, pero temía llamar la atención. Como tenía frío volvió a arrimarse a la lumbre, y uno de los hombres que tenía cerca le dijo: «Seguro que eres uno de ellos. Ese Jesús es galileo, y tu manera de hablar te delata porque tú también hablas como un galileo». Pedro volvió a negar cualquier relación con su Maestro.
184:2.8 (1981.2) Pedro estaba tan alterado que se alejó de la lumbre para evitar más acusaciones y se quedó solo en el porche. Así estuvo durante más de una hora hasta que la portera y su hermana se encontraron con él por casualidad y las dos volvieron a acusarlo burlonamente de seguidor de Jesús. Él negó la acusación, y justo cuando acababa de negar una vez más toda relación con Jesús, cantó el gallo. Pedro recordó la advertencia que le había hecho su Maestro esa misma noche, y cuando estaba allí, lleno de tristeza y hundido bajo el peso de la culpa, se abrieron las puertas del palacio y salieron los guardias que llevaban a Jesús a casa de Caifás. Al pasar por delante de Pedro, el Maestro vio a la luz de las antorchas la cara de desesperación de quien había sido tan valiente de palabra y tan seguro de sí mismo. Jesús se volvió y miró a su apóstol, y esa mirada quedó grabada para siempre en el corazón de Pedro. Había en esa mirada una mezcla de amor y compasión que ningún hombre mortal había visto en el rostro del Maestro.
184:2.9 (1981.3) Cuando Jesús y los guardias cruzaron la verja del palacio Pedro salió detrás, pero solo anduvo un corto trecho. No pudo seguir. Se sentó al borde del camino y se echó a llorar amargamente. Y habiendo derramado esas lágrimas de intenso dolor volvió sobre sus pasos hacia el campamento con la esperanza de encontrar a su hermano Andrés. En el campamento solo estaba David Zebedeo que envió a un mensajero para mostrarle dónde se había escondido su hermano en Jerusalén.
184:2.10 (1981.4) Todo el episodio de Pedro ocurrió en el patio del palacio de Anás en el monte Olivete. No siguió a Jesús hasta el palacio del sumo sacerdote Caifás. Que Pedro cayera en la cuenta al cantar un gallo de que había negado repetidas veces a su Maestro indica que todo esto sucedió fuera de Jerusalén, puesto que la ley prohibía tener aves de corral dentro del recinto de la ciudad.
184:2.11 (1981.5) Hasta que el canto del gallo le devolvió la cordura, Pedro se felicitaba por su habilidad para eludir las acusaciones de los criados y frustrar sus intentos de identificarlo con Jesús. Mientras iba y venía por el porche para entrar en calor solo consideraba que aquellos criados no tenían ningún derecho legal ni moral a interrogarlo y se daba por satisfecho de haber evitado ser identificado y posiblemente arrestado y encarcelado. Hasta que cantó el gallo no se le ocurrió que había negado a su Maestro. No cayó en la cuenta de que no había estado a la altura de sus privilegios como embajador del reino hasta que Jesús lo miró.
184:2.12 (1981.6) Cuando hubo dado el primer paso en el camino de la facilidad y las concesiones Pedro no vio más salida que seguir por esa misma línea. Solo los caracteres grandes y nobles son capaces de rectificar después de empezar mal. Nuestra mente tiene demasiada tendencia a buscar justificaciones para seguir por el camino del error una vez que ha entrado en él.
184:2.13 (1982.1) Pedro no creyó del todo que podía ser perdonado hasta que se encontró con su Maestro después de la resurrección y se sintió acogido igual que antes de la trágica noche de las negaciones.
184:3.1 (1982.2) Ese viernes hacia las tres y media de la madrugada Caifás, el jefe de los sacerdotes, abrió la sesión del tribunal de investigación compuesto por miembros del Sanedrín y ordenó que se hiciera comparecer a Jesús para ser juzgado formalmente. El Sanedrín había decretado ya en tres ocasiones anteriores la muerte de Jesús por una amplia mayoría de votos. Había decidido que merecía morir bajo acusaciones no formales de vulnerar la ley, blasfemar y despreciar las tradiciones de los padres de Israel.
184:3.2 (1982.3) No fue una reunión regular del Sanedrín ni se celebró en el lugar habitual, la cámara de piedras labradas del templo. Fue un tribunal especial de procesamiento compuesto por unos treinta miembros del Sanedrín que habían sido convocados al palacio del sumo sacerdote. Juan Zebedeo estuvo presente con Jesús durante todo este simulacro de juicio.
184:3.3 (1982.4) ¡Aquel conjunto de altos sacerdotes, escribas, saduceos y algunos fariseos no podía ocultar su satisfacción por el hecho de tener a su merced a ese Jesús que había comprometido su posición y desafiado su autoridad! Estaban decididos a no dejarlo escapar con vida.
184:3.4 (1982.5) Cuando los judíos juzgaban a un hombre por delito capital solían proceder con mucha cautela y adoptaban todo tipo de garantías de equidad en la selección de los testigos y en todo el procedimiento del juicio. Pero en esta ocasión Caifás hizo más de fiscal que de juez imparcial.
184:3.5 (1982.6) Jesús compareció ante este tribunal vestido como siempre y con las manos atadas a la espalda. Su aspecto majestuoso dejó impresionado y algo confuso al tribunal. No habían visto nunca un preso como él ni habían observado tal aplomo en un hombre que podía ser condenado a muerte.
184:3.6 (1982.7) La ley judía exigía el acuerdo de al menos dos testigos sobre cualquier cuestión para poder acusar al prisionero. Judas no podía servir de testigo contra Jesús porque la ley judía prohibía expresamente el testimonio de un traidor. Se habían preparado más de veinte falsos testigos para testificar contra Jesús, pero su testimonio fue tan contradictorio y era tan evidente su falsedad que dejó avergonzados incluso a los propios miembros del Sanedrín. Mientras tanto Jesús, de pie ante ellos, miraba benignamente a los perjuros, y la expresión de su rostro era suficiente para enredarlos en sus propias mentiras. El Maestro no pronunció palabra ante los falsos testigos; no respondió a ninguna de sus muchas acusaciones.
184:3.7 (1982.8) La primera vez que dos de los testigos parecieron coincidir en algo fue cuando dos hombres declararon que habían oído decir a Jesús en uno de sus discursos en el templo que «destruiría este templo hecho por manos y en tres días edificaría otro hecho sin manos». Eso no era exactamente lo que Jesús había dicho, aparte del hecho de que había señalado su propio cuerpo cuando hizo aquel comentario.
184:3.8 (1982.9) Aunque el sumo sacerdote le gritó: «¿No respondes a ninguna de estas acusaciones?», Jesús no abrió la boca. Permaneció allí de pie en silencio mientras declaraban todos aquellos falsos testigos. Los perjuros mostraban tanto odio y fanatismo, y exageraban con tanto descaro que sus testimonios iban cayendo por su propio peso. El silencio sereno y majestuoso del Maestro era la mejor refutación de sus falsas acusaciones.
184:3.9 (1983.1) Poco después de que empezaran a declarar los falsos testigos llegó Anás y se sentó al lado de Caifás. Anás se levantó en ese momento para sostener que la amenaza de Jesús de destruir el templo era suficiente para justificar tres acusaciones contra él:
184:3.10 (1983.2) 1. Que era un peligroso embaucador del pueblo. Que les enseñaba cosas imposibles y que además los engañaba.
184:3.11 (1983.3) 2. Que era un fanático revolucionario dispuesto a emplear la violencia contra el templo sagrado, ¿pues cómo podría destruirlo si no?
184:3.12 (1983.4) 3. Que enseñaba magia, puesto que prometía construir un nuevo templo sin utilizar manos humanas.
184:3.13 (1983.5) El Sanedrín en pleno declaró a Jesús culpable de transgresiones que la ley judía castigaba con la muerte. Luego se dedicó a elaborar acusaciones relacionadas con su conducta y sus enseñanzas que justificaran ante Pilatos la sentencia de muerte a su prisionero. Sabían que necesitaban el consentimiento del gobernador romano para poder ejecutar legalmente a Jesús. Anás se inclinaba por acusar a Jesús de ser demasiado peligroso para permitir que siguiera enseñando al pueblo.
184:3.14 (1983.6) Pero Caifás no podía soportar seguir viendo al Maestro de pie ante ellos, perfectamente sereno y sin decir palabra. Pensó que había una forma de inducir a hablar al prisionero, de modo que se abalanzó hacia Jesús y agitando un dedo acusador ante el rostro del Maestro, le dijo: «Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si eres el Libertador, el Hijo de Dios». Jesús respondió a Caifás: «Sí, lo soy. Pronto iré al Padre, y dentro de poco el Hijo del Hombre será revestido de poder y volverá a reinar sobre las huestes del cielo».
184:3.15 (1983.7) El sumo sacerdote montó en cólera ante estas palabras de Jesús y exclamó rasgándose las vestiduras: «¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Ya habéis oído todos la blasfemia de este hombre. ¿Qué os parece que debe hacerse con este blasfemo transgresor de la ley?». Y todos respondieron: «Es reo de muerte; que sea crucificado».
184:3.16 (1983.8) Jesús no mostró el más mínimo interés por ninguna de las preguntas que le hicieron tanto ante Anás como ante los miembros del Sanedrín, salvo la única pregunta relativa a su misión de otorgamiento. Cuando le preguntaron si era el Hijo de Dios, afirmó categórica e inmediatamente que lo era.
184:3.17 (1983.9) Anás hubiera querido seguir con el juicio y formular acusaciones indiscutibles sobre la relación de Jesús con la ley y las instituciones romanas para poder presentárselas luego a Pilatos. En cambio los consejeros estaban deseando terminar cuanto antes con el asunto, no solo porque el día de la preparación de la Pascua no se debía hacer ninguna actividad secular después del mediodía, sino porque temían además que Pilatos se marchara en cualquier momento a Cesarea, la capital romana de Judea, puesto que solo había ido a Jerusalén para la celebración de la Pascua.
184:3.18 (1983.10) Pero Anás no pudo conservar el control del tribunal. Tras la inesperada respuesta de Jesús a Caifás, el sumo sacerdote fue hacia él y lo abofeteó. Anás se quedó realmente horrorizado cuando los demás miembros del tribunal escupieron a Jesús en la cara al salir de la sala y muchos lo abofetearon burlonamente con la palma de la mano. Y así, en desorden y confusión sin precedentes, terminó a las cuatro y media de la mañana esta primera sesión del juicio de Jesús por el Sanedrín.
184:3.19 (1984.1) Treinta falsos jueces prejuiciados, cegados por la tradición y confabulados con falsos testigos se atreven a sentarse a juzgar al Creador justo de un universo. A estos acusadores encarnizados les exaspera el silencio majestuoso y el porte regio de este hombre-Dios. Su silencio es terrible de soportar, su palabra, un audaz desafío. Permanece impasible ante las amenazas e impertérrito ante los ataques. Los hombres se sientan a juzgar a Dios, pero Dios los ama a pesar de todo y los salvaría si pudiera.
184:4.1 (1984.2) La ley judía exigía dos sesiones del tribunal para sentenciar a muerte. La segunda sesión debía celebrarse al día siguiente, y los miembros del tribunal debían pasar el intervalo entre ambas en duelo y ayuno. Pero aquellos hombres no pudieron esperar al día siguiente para confirmar su decisión de condenar a muerte a Jesús. Esperaron solo una hora. Entretanto dejaron a Jesús en la sala de audiencias bajo la custodia de los guardias del templo, que junto con los criados del sumo sacerdote se divirtieron acumulando todo tipo de indignidades sobre el Hijo del Hombre. Se burlaron de él, lo escupieron y lo abofetearon cruelmente. Lo golpeaban en la cara con una vara y luego decían: «Profetízanos, Libertador, ¿quién te ha golpeado?». Y así pasaron una hora entera ultrajando y maltratando a este hombre de Galilea que no oponía resistencia.
184:4.2 (1984.3) Durante esta trágica hora de sufrimientos y simulacros de juicio a manos de guardias y criados ignorantes e insensibles, Juan Zebedeo estuvo esperando solo y aterrorizado en una habitación contigua. En cuanto empezaron los abusos Jesús le ordenó con un gesto de la cabeza que se retirara. El Maestro sabía muy bien que si permitía a su apóstol quedarse a presenciar esas infamias, la reacción indignada de Juan podría costarle la vida.
184:4.3 (1984.4) Jesús no dijo una sola palabra durante esa espantosa hora. Para esta alma humana sensible y bondadosa unida en relación de personalidad con el Dios de todo este universo, el trago más amargo del cáliz de su humillación fue la hora horrible que pasó a merced de guardias y criados ignorantes y crueles incitados a abusar de él por el ejemplo de los miembros de aquel presunto tribunal del Sanedrín.
184:4.4 (1984.5) El corazón humano es incapaz de concebir el estremecimiento de indignación que recorrió un inmenso universo cuando las inteligencias celestiales presenciaron el espectáculo de su amado Soberano sometiéndose a la voluntad de sus criaturas erradas e ignorantes en la desventurada esfera de Urantia ensombrecida por el pecado.
184:4.5 (1984.6) ¿Cuál es el rasgo animal del hombre que lo impulsa a insultar y agredir físicamente aquello que no puede lograr espiritualmente o alcanzar intelectualmente? En el hombre semicivilizado sigue acechando una malvada brutalidad que busca desahogarse contra los que son superiores en sabiduría y logro espiritual. Observad la ferocidad malvada y brutal de unos hombres supuestamente civilizados que obtienen cierta forma de placer animal atacando físicamente al Hijo del Hombre que no opone resistencia. Jesús no se defiende de los insultos, las burlas y los golpes que llueven sobre él, pero no está indefenso. Jesús no está vencido, se limita a no luchar en el sentido material.
184:4.6 (1985.1) Estos son los momentos de las mayores victorias del Maestro en toda su larga y notable carrera como hacedor, sostenedor y salvador de un vasto y extenso universo. Después de haber vivido hasta su plenitud una vida de revelación de Dios al hombre, Jesús hace ahora una revelación nueva y sin precedentes del hombre a Dios. Jesús está revelando a los mundos el triunfo definitivo sobre todos los miedos al aislamiento de la personalidad que sienten las criaturas. El Hijo del Hombre ha hecho por fin realidad su identidad como Hijo de Dios. Jesús no duda en afirmar que él y el Padre son uno, y basándose en el hecho y la verdad de esta experiencia suprema y superna exhorta a todo creyente del reino a hacerse uno con él, así como él y su Padre son uno. La experiencia viva de la religión de Jesús se convierte así en el método cierto y seguro que permite a los mortales de la tierra espiritualmente aislados y cósmicamente solitarios escapar del aislamiento de la personalidad con todos los miedos y sentimientos de desamparo que conlleva. Los hijos de Dios por la fe encuentran la liberación definitiva, tanto personal como planetaria, del aislamiento del yo en las realidades fraternales del reino de los cielos. El creyente que conoce a Dios experimenta de forma creciente el éxtasis y la grandeza de la socialización espiritual a escala del universo, la ciudadanía en lo alto asociada con la realización eterna del destino divino de logro de la perfección.
184:5.1 (1985.2) Cuando el tribunal se volvió a reunir a las cinco y media de la mañana llevaron a Jesús a la habitación contigua donde estaba esperando Juan. Allí estuvo vigilado por el soldado romano y los guardias del templo mientras el tribunal empezaba a formular las acusaciones que se iban a presentar a Pilatos. Anás hizo ver a sus compañeros que la acusación de blasfemia no tendría ningún peso ante Pilatos. Judas estuvo presente en esta segunda reunión del tribunal, pero no hizo ninguna declaración.
184:5.2 (1985.3) Esta sesión del tribunal duró solo media hora, y cuando levantaron la sesión para ir a presentarse ante Pilatos habían redactado la acusación contra Jesús como reo de muerte por tres razones:
184:5.3 (1985.4) 1. Que pervertía a la nación judía, engañaba al pueblo e incitaba a la rebelión.
184:5.4 (1985.5) 2. Que enseñaba al pueblo a negarse a pagar tributo al césar.
184:5.5 (1985.6) 3. Que pretendía ser rey y fundador de un nuevo tipo de reino e incitaba así a la traición contra el emperador.
184:5.6 (1985.7) Todo el procedimiento fue irregular y perfectamente contrario a las leyes judías. No había habido dos testigos que coincidieran en ninguna cuestión salvo los que habían testificado sobre la declaración de Jesús de destruir el templo y levantarlo de nuevo en tres días. E incluso en este punto ningún testigo habló en nombre de la defensa, ni tampoco se pidió a Jesús que explicara lo que había querido decir.
184:5.7 (1985.8) La única acusación que se podría haber sostenido de forma coherente ante el tribunal era la de blasfemia, basada enteramente en el testimonio del propio acusado. Pero ni siquiera en este asunto se hizo una votación formal para sentenciar a muerte a Jesús.
184:5.8 (1985.9) Y ahora, para presentarse ante Pilatos, se atrevían a formular en ausencia del acusado tres acusaciones sobre las cuales no había declarado ningún testigo. Esta forma de proceder hizo que tres de los fariseos se retiraran; deseaban la muerte de Jesús, pero no querían formular cargos contra él sin testigos y en su ausencia.
184:5.9 (1986.1) Jesús no volvió a comparecer ante el tribunal del Sanedrín. No querían volver a contemplar su rostro mientras juzgaban su vida inocente. Jesús no supo (como hombre) de qué era acusado oficialmente hasta que lo oyó de labios del propio Pilatos.
184:5.10 (1986.2) Mientras Jesús estaba en la habitación con Juan y los guardias durante la segunda sesión del tribunal, algunas mujeres del palacio del sumo sacerdote se acercaron con sus amigas a ver al extraño prisionero, y una de ellas le preguntó: «¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios?». Jesús le contestó: «Si te lo digo no me creerás, y si te lo pregunto no responderás».
184:5.11 (1986.3) A las seis de la mañana Jesús fue conducido ante Pilatos desde la casa de Caifás para que el gobernador romano confirmara la sentencia de muerte que el tribunal del Sanedrín había decretado de manera tan injusta e irregular.
El libro de Urantia
Documento 185
185:0.1 (1987.1) POCO después de las seis de la mañana del viernes 7 de abril del año 30 d. C. Jesús fue llevado a comparecer ante Pilatos, el procurador romano que gobernaba Judea, Samaria e Idumea bajo la supervisión directa del legado de Siria. El Maestro fue conducido atado ante el gobernador romano por los guardias del templo acompañados por unos cincuenta acusadores, entre ellos el tribunal del Sanedrín (principalmente saduceos), Judas Iscariote y el sumo sacerdote Caifás; en cambio Anás no se presentó ante Pilatos. El apóstol Juan iba con ellos.
185:0.2 (1987.2) Pilatos estaba levantado y preparado para recibirlos tan temprano porque los dirigentes judíos que habían ido la noche anterior a pedirle soldados romanos para arrestar al Hijo del Hombre le habían dicho que le llevarían a Jesús a primera hora. El juicio había de celebrarse frente al pretorio, un edificio anexo a la fortaleza de Antonia donde residían Pilatos y su esposa cuando paraban en Jerusalén.
185:0.3 (1987.3) Aunque Pilatos llevó a cabo casi todo el interrogatorio de Jesús dentro de las salas del pretorio, el juicio público tuvo lugar fuera, en la escalinata que conducía a la entrada principal. Fue una concesión a los judíos, que se negaban a entrar en un edificio gentil donde se pudiera utilizar levadura el día de preparación de la Pascua. De haber entrado habrían quedado ceremonialmente impuros y por lo tanto excluidos de participar en la fiesta de acción de gracias de la tarde; y luego, tras la puesta del sol, se habrían visto obligados a cumplir con los ritos de purificación para poder ser admitidos a participar en la cena pascual.
185:0.4 (1987.4) Aquellos judíos que no sintieron ningún cargo de conciencia a la hora de confabularse para asesinar judicialmente a Jesús cumplían escrupulosamente con las normas de pureza ceremonial y las exigencias de las tradiciones. Ellos no han sido los únicos en no reconocer sus altas y sagradas obligaciones de naturaleza divina y concentrar meticulosamente la atención en cosas de poca importancia para el bienestar humano tanto en el tiempo como en la eternidad.
185:1.1 (1987.5) Si la gestión de Poncio Pilatos en las provincias menores no hubiera sido razonablemente buena, Tiberio no lo habría mantenido como procurador de Judea durante diez años. Pilatos era bastante buen administrador pero un cobarde moral. No tuvo la categoría humana suficiente para captar la naturaleza de su cometido como gobernador de los judíos. No llegó a comprender que esos hebreos tenían una religión real, una fe por la que estaban dispuestos a morir, y que millones y millones de ellos, dispersos por todo el imperio, consideraban Jerusalén como el santuario de su fe y respetaban al Sanedrín como el tribunal más alto de la tierra.
185:1.2 (1988.1) A Pilatos no le gustaban los judíos, y este odio profundo empezó a manifestarse desde muy pronto. De todas las provincias romanas, ninguna era más difícil de gobernar que Judea. Pilatos nunca comprendió realmente los problemas implicados en la gobernanza de los judíos, y eso le llevó a cometer desde el principio de su trayectoria como gobernador una serie de torpezas casi fatales y poco menos que suicidas. Esos errores fueron los que dieron a los judíos tanto poder sobre él. Cuando querían influir en sus decisiones se limitaban a amenazar con un levantamiento y Pilatos capitulaba rápidamente. Esta notoria debilidad o falta de valor moral se debía principalmente al recuerdo de haber salido perdiendo en todos sus conflictos con los judíos. Los judíos sabían que Pilatos les tenía miedo, que temía por su posición ante Tiberio, y se valieron muchas veces de este conocimiento para perjudicar gravemente al gobernador.
185:1.3 (1988.2) La desavenencia de Pilatos con los judíos era fruto de una serie de torpes desencuentros. En primer lugar no supo tomarse en serio la profunda y arraigada aversión de los judíos hacia todas las imágenes, consideradas como símbolos de idolatría, y permitió a sus soldados entrar en Jerusalén sin quitar de sus banderas la efigie del césar como acostumbraban a hacer los soldados romanos bajo su predecesor. Una numerosa delegación de judíos imploró a Pilatos durante cinco días que mandara retirar esas imágenes de los estandartes militares, pero él se negó en redondo y los amenazó de muerte inmediata. Como Pilatos era un escéptico, no se dio cuenta de que aquellos hombres de fuertes sentimientos religiosos no dudarían en morir por sus convicciones religiosas, y cuál no sería su consternación cuando se alinearon desafiantes ante su palacio, inclinaron sus rostros hasta el suelo y mandaron recado de que estaban preparados para morir. Pilatos se vio atrapado por su propia amenaza que no tenía intención de cumplir y mandó retirar todas las efigies de los estandartes de sus soldados en Jerusalén. Desde aquel día estuvo sometido en gran medida a los caprichos de los dirigentes judíos que habían descubierto su debilidad de hacer amenazas que luego no se atrevía a cumplir.
185:1.4 (1988.3) En un intento de recuperar el prestigio perdido, Pilatos mandó colocar en los muros del palacio de Herodes en Jerusalén unos escudos del emperador iguales a los que se solían utilizar para adorar al césar. Cuando los judíos protestaron se mantuvo inflexible, pero ellos apelaron rápidamente a Roma y el emperador mandó quitar los escudos ofensivos con la misma rapidez. El prestigio de Pilatos siguió bajando.
185:1.5 (1988.4) Más adelante suscitó un profundo rechazo entre los judíos cuando se atrevió a utilizar dinero del tesoro del templo en la construcción de un nuevo acueducto para abastecer mejor de agua a los millones de visitantes que acudían a Jerusalén durante las grandes festividades religiosas. Los judíos sostenían que solo el Sanedrín podía disponer de los fondos del templo y no dejaron nunca de arremeter contra Pilatos por este abuso de poder. Esta actuación del gobernador provocó por lo menos veinte motines y mucho derramamiento de sangre. El último de estos graves disturbios ocurrió a raíz de la matanza de un gran grupo de galileos cuando estaban rindiendo culto ante el altar.
185:1.6 (1988.5) No deja de ser significativo que este dirigente romano pusilánime, que sacrificó a Jesús por miedo a los judíos y para salvaguardar su posición personal, acabara siendo depuesto cuando las pretensiones de un falso mesías provocaron una matanza innecesaria de samaritanos. Este personaje había llevado tropas al monte Gerizim donde afirmaba que estaban enterradas las vasijas del templo, y cuando no pudo cumplir su promesa de revelar el escondrijo de las vasijas sagradas estallaron sangrientos motines. A raíz de este conflicto, el legado de Siria mandó a Pilatos volver a Roma. Entretanto murió Tiberio y Pilatos perdió el cargo de procurador de Judea. Nunca se recuperó de la pesarosa culpabilidad de haber consentido la crucifixión de Jesús. Como no gozaba de ningún favor a los ojos del nuevo emperador, se retiró a la provincia de Lausana donde acabó por suicidarse.
185:1.7 (1989.1) Claudia Prócula, la esposa de Pilatos, había oído hablar mucho de Jesús por su camarera, una fenicia que creía en el evangelio del reino. Tras la muerte de Pilatos Claudia destacó por su labor de difusión de la buena nueva.
185:1.8 (1989.2) Todo esto explica gran parte de lo que ocurrió aquel trágico viernes por la mañana. Se comprende fácilmente que los judíos se atrevieran a dar órdenes a Pilatos —a hacer que se levantara a las seis de la mañana para juzgar a Jesús— y también que no dudaran en amenazar con acusarlo de traición ante el emperador si se atrevía a rechazar su exigencia de ejecutar a Jesús.
185:1.9 (1989.3) Un gobernador romano digno que no se hubiera puesto en situación de desventaja frente a los dirigentes de los judíos no habría permitido nunca a aquellos fanáticos religiosos sedientos de sangre matar a un hombre sin culpa, acusado falsamente y a quien él mismo había declarado inocente. Roma cometió una gran equivocación, un error de gran alcance en materia de asuntos terrenales, cuando envió a Palestina a un gobernador de segunda categoría como Pilatos. Tiberio debería haber enviado a los judíos al mejor administrador provincial de su imperio.
185:2.1 (1989.4) Cuando Jesús y sus acusadores se hubieron congregado frente a la sala de juicios de Pilatos, salió el gobernador romano y preguntó: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Los saduceos y los consejeros que se habían propuesto acabar con Jesús habían decidido presentarse ante Pilatos para pedirle la ratificación de la sentencia de muerte contra Jesús sin presentar ninguna acusación concreta. Por eso el portavoz del tribunal del Sanedrín contestó a Pilatos: «Si este hombre no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado».
185:2.2 (1989.5) Al ver que no querían formular sus acusaciones contra Jesús, aunque sabía que habían estado toda la noche deliberando sobre su culpabilidad, Pilatos les contestó: «Puesto que no os habéis puesto de acuerdo sobre ninguna acusación concreta, ¿por qué no os lleváis a este hombre y lo juzgáis según vuestra ley?».
185:2.3 (1989.6) Entonces el actuario del Sanedrín dijo a Pilatos: «A nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie, y este perturbador de nuestra nación merece morir por las cosas que ha dicho y hecho. Por eso hemos venido ante ti para que ratifiques esta sentencia».
185:2.4 (1989.7) Al presentarse ante el gobernador romano con estas evasivas, los miembros del Sanedrín dejaron patente su odio y su inquina hacia Jesús así como su falta de respeto por la equidad, el honor y la dignidad de Pilatos. ¡Qué descaro el de unos ciudadanos sometidos que se presentan ante el gobernador de su provincia pidiendo la ejecución de un hombre sin juicio previo y sin presentar siquiera una acusación concreta contra él!
185:2.5 (1990.1) Pilatos conocía algunas cosas sobre la actuación de Jesús entre los judíos y supuso que las acusaciones que podrían presentar contra él estarían relacionadas con infracciones a las leyes eclesiásticas judías, por eso intentó devolver el caso al propio tribunal judío. Además Pilatos se dio el gusto de hacerles reconocer públicamente que no tenían poder para dictar y ejecutar una sentencia de muerte, ni siquiera contra un miembro de su propia raza tan odiado, envidiado y despreciado por ellos.
185:2.6 (1990.2) Unas horas antes, cerca de la medianoche y después de haber autorizado a los judíos a utilizar soldados romanos para detener secretamente a Jesús, Pilatos estuvo hablando con su mujer, que le contó más cosas sobre Jesús y sus enseñanzas. Claudia se había convertido parcialmente al judaísmo y más tarde creyó plenamente en el evangelio de Jesús.
185:2.7 (1990.3) Pilatos hubiera preferido aplazar la audiencia, pero vio que los dirigentes judíos estaban decididos a proseguir con el caso. Sabía que esa mañana no solo se preparaba la Pascua, sino que al ser viernes, era también el día de preparación para el sabbat judío dedicado al culto y al descanso.
185:2.8 (1990.4) Pilatos, que estaba muy molesto por el trato irrespetuoso de aquellos judíos, no tenía la menor intención de acceder a sus demandas de sentenciar a muerte a Jesús sin juicio. Después de esperar unos momentos a que presentaran sus cargos contra el detenido, se volvió hacia ellos y dijo: «No condenaré a muerte a este hombre sin un juicio ni tampoco consentiré en interrogarlo hasta que hayáis presentado por escrito vuestras acusaciones».
185:2.9 (1990.5) Cuando el sumo sacerdote y los demás oyeron esto hicieron una seña al actuario, que entregó a Pilatos el escrito de cargos contra Jesús. Decía así:
185:2.10 (1990.6) «El tribunal del Sanedrín ha fallado que este hombre es un malhechor y un perturbador de nuestra nación culpable de:
185:2.11 (1990.7) 1. Pervertir a nuestra nación e incitar a nuestro pueblo a la rebelión.
185:2.12 (1990.8) 2. Prohibir al pueblo pagar el tributo al césar.
185:2.13 (1990.9) 3. Llamarse a sí mismo rey de los judíos y predicar la fundación de un nuevo reino».
185:2.14 (1990.10) Jesús no había sido juzgado según la ley ni declarado culpable legalmente de ninguna de estas acusaciones. Ni siquiera estuvo presente cuando se formularon por primera vez. Sin embargo Pilatos lo mandó traer del pretorio, donde estaba al cuidado de los guardias, e insistió en que estas acusaciones se repitieran delante de Jesús.
185:2.15 (1990.11) Cuando Jesús las oyó sabía bien que no había sido interrogado sobre estas cuestiones ante el tribunal judío, y también lo sabían Juan Zebedeo y sus acusadores, pero no respondió nada a estos falsos cargos. Incluso cuando Pilatos le pidió que contestara a sus acusadores no abrió la boca. Pilatos se quedó tan sorprendido por la injusticia de todo el procedimiento y tan impresionado por el comportamiento silencioso y magistral de Jesús que decidió llevar al detenido al interior de la sala para interrogarlo en privado.
185:2.16 (1990.12) Pilatos estaba sumido en la confusión, temeroso de los judíos en su fuero interno y poderosamente impactado en su espíritu por el talante majestuoso de Jesús de pie ante sus acusadores sedientos de sangre. Su expresión al contemplarlos no era de silencioso desprecio sino de compasión sincera y entristecido afecto.
185:3.1 (1991.1) Pilatos dejó a los guardias en la sala grande y llevó a Jesús y a Juan Zebedeo a una habitación privada donde pidió al detenido que se sentara, se sentó a su lado y le hizo varias preguntas. Pilatos empezó por asegurar a Jesús que no se creía la primera acusación contra él, la de pervertir a la nación e incitar a la rebelión. Luego le preguntó: «¿Has enseñado alguna vez que se debe negar el tributo al césar?». Jesús respondió señalando a Juan: «Pregúntale a él o a cualquier otra persona que haya escuchado mi enseñanza». Entonces Pilatos preguntó a Juan sobre el asunto del tributo y Juan expuso las enseñanzas de su Maestro y afirmó que Jesús y sus apóstoles pagaban impuestos tanto al césar como al templo. Después de interrogar a Juan Pilatos le advirtió: «No digas nunca a nadie que he hablado contigo». Y Juan nunca se lo dijo a nadie.
185:3.2 (1991.2) Pilatos se volvió hacia Jesús para seguir con su interrogatorio: «Veamos ahora la tercera acusación contra ti, ¿eres el rey de los judíos?». Puesto que el tono de la pregunta parecía sincero, Jesús sonrió al procurador y dijo: «Pilatos, ¿dices esto por ti mismo o te lo han dicho de mí los que me acusan?». El gobernador contestó con cierta indignación en la voz: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los jefes de los sacerdotes te han entregado y me han pedido que te condene a muerte. Pongo en duda sus acusaciones y solo intento averiguar por mí mismo lo que has hecho. Dime, ¿has dicho que eres el rey de los judíos y has tratado de fundar un nuevo reino?».
185:3.3 (1991.3) Jesús dijo a Pilatos: «¿No ves que mi reino no es de este mundo? Si mi reino fuera de este mundo, mis discípulos pelearían seguro para que yo no fuera entregado a los judíos. Mi presencia aquí ante ti con estas ataduras es suficiente para mostrar a todos los hombres que mi reino es un dominio espiritual, la hermandad de los hombres que se han convertido en hijos de Dios mediante la fe y por amor. Y esta salvación es tanto para los gentiles como para los judíos».
185:3.4 (1991.4) «¿Luego tú eres rey?», preguntó Pilatos. Y Jesús contestó: «Sí, soy rey, y mi reino es la familia de los hijos por la fe de mi Padre que está en los cielos. Para eso nací y para eso vine al mundo, para mostrar a mi Padre a todos los hombres y dar testimonio de la verdad de Dios. Y a ti te digo ahora que todo el que ama la verdad oye mi voz».
185:3.5 (1991.5) Pilatos replicó entre irónico y sincero: «¿Y qué es la verdad?, ¿quién lo sabe?».
185:3.6 (1991.6) Pilatos no era capaz de profundizar en las palabras de Jesús ni de comprender la naturaleza de su reino espiritual, pero ahora estaba seguro de que el detenido no había hecho nada que mereciera la muerte. Bastaba con mirar a Jesús cara a cara para convencer incluso a Pilatos de que este hombre amable y cansado, pero firme y majestuoso, no era ningún revolucionario temible con aspiraciones al trono temporal de Israel. Pilatos creyó comprender algo de lo que Jesús quiso decir cuando se llamó a sí mismo rey porque conocía las enseñanzas de los estoicos que afirmaban que «el hombre sabio es rey». Pilatos se había convencido de que Jesús no era un peligroso agitador sino un visionario inofensivo, un fanático inocente.
185:3.7 (1991.7) Después de interrogar al Maestro, Pilatos salió a donde estaban los jefes de los sacerdotes y los acusadores de Jesús y dijo: «No encuentro ningún delito en este hombre. No creo que sea culpable de las acusaciones que habéis hecho contra él, y debe ser puesto en libertad». Los judíos se enfurecieron al oírlo y se pusieron a gritar desaforadamente que Jesús debía morir. Uno de los miembros del Sanedrín tuvo la osadía de subir hasta ponerse al lado de Pilatos y le dijo: «Este hombre va alborotando al pueblo con sus enseñanzas empezando por Galilea y luego en toda Judea. Es un malhechor dañino. Si dejas libre a este malvado lo lamentarás».
185:3.8 (1992.1) Pilatos no sabía qué hacer con Jesús, y cuando les oyó decir que había empezado su obra pública en Galilea se le ocurrió que podría librarse de la responsabilidad de decidir sobre el caso, o al menos ganar tiempo para pensar, si enviaba a Jesús a comparecer ante Herodes que estaba pasando la Pascua en Jerusalén. Con este gesto aprovechaba además para limar asperezas con el tetrarca, con quien llevaba algún tiempo enemistado por conflictos en materia de jurisdicción.
185:3.9 (1992.2) Pilatos llamó a los guardias y les dijo: «Este hombre es galileo. Llevadlo inmediatamente ante Herodes, y cuando lo haya interrogado traedme sus conclusiones». Y los guardias condujeron a Jesús ante Herodes.
185:4.1 (1992.3) Cuando Herodes Antipas estaba en Jerusalén se alojaba en el viejo palacio macabeo de Herodes el Grande, y a esta residencia del anterior rey fue llevado Jesús por los guardias del templo seguido por sus acusadores y por una creciente multitud. Herodes llevaba ya tiempo oyendo hablar de Jesús y sentía mucha curiosidad por él. Cuando el Hijo del Hombre compareció aquel viernes por la mañana, el malvado idumeo no recordó ni por un momento al muchacho que se había presentado en Séforis años atrás pidiendo justicia sobre el dinero que se debía a su padre fallecido en accidente mientras trabajaba en uno de los edificios públicos. Que Herodes supiera, no había visto nunca a Jesús, aunque sí le había causado mucha inquietud cuando su actividad se centraba en Galilea. Ahora que Jesús estaba detenido por Pilatos y por los judeos, Herodes estaba deseoso de verlo pues se sentía protegido contra cualquier problema que pudiera causarle en el futuro. Herodes había oído hablar mucho de los milagros de Jesús y esperaba realmente presenciar algún prodigio.
185:4.2 (1992.4) Al ver entrar a Jesús, Herodes se quedó impresionado por su apariencia majestuosa y por la serenidad de su semblante. Estuvo cerca de un cuarto de hora haciéndole preguntas, pero el Maestro no quiso contestar. Entonces el tetrarca se burló de él y lo retó a hacer un milagro, pero Jesús no quiso responder a sus muchas preguntas ni reaccionar ante sus burlas.
185:4.3 (1992.5) Herodes se volvió entonces hacia los jefes de los sacerdotes y los saduceos y oyó todo lo que Pilatos había oído y más sobre las presuntas maldades del Hijo del Hombre. Cuando se convenció por fin de que Jesús ni hablaría ni haría ningún prodigio para él, Herodes se rio de él durante un rato, le puso encima un viejo manto de púrpura real y lo envió de vuelta a Pilatos. Herodes sabía que no tenía jurisdicción sobre Jesús en Judea. Aunque le alegraba pensar que iba a librarse por fin de Jesús en Galilea, le alegraba aún más que el responsable de su ejecución fuera Pilatos. Herodes nunca logró recuperarse del miedo que se apoderó de él cuando mandó ejecutar a Juan el Bautista. Había llegado incluso a temer que Jesús fuera Juan resucitado de entre los muertos, pero ese fantasma se desvaneció al comprobar que Jesús no se parecía nada al profeta franco e impetuoso que se había atrevido a sacar a la luz y condenar su vida privada.
185:5.1 (1993.1) Cuando los guardias volvieron con Jesús, Pilatos salió a la escalinata principal del pretorio donde se había instalado el tribunal, convocó a los jefes de los sacerdotes y a los miembros del Sanedrín y les dijo: «Me habéis traído a este hombre al que acusáis de pervertir al pueblo, prohibir el pago de impuestos y pretender ser el rey de los judíos. Lo he interrogado y no lo he encontrado culpable de estos delitos; de hecho, no encuentro en él falta alguna, ni tampoco Herodes puesto que nos lo ha enviado de vuelta. Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Si aún seguís pensando que merece castigo, le daré un escarmiento y lo soltaré».
185:5.2 (1993.2) En el preciso momento en que los judíos iban a empezar a vociferar su protesta por la liberación de Jesús, llegó al pretorio una gran multitud para pedir a Pilatos que soltara a un preso en honor de la fiesta de la Pascua. Venía siendo costumbre de los gobernadores romanos permitir a las masas que eligieran a un hombre encarcelado o condenado para indultarlo con ocasión de la Pascua. Al ver avanzar al gentío para pedirle que liberara a un preso, y puesto que Jesús, que había sido tan popular entre las multitudes, estaba ahora preso ante él, a Pilatos se le ocurrió que tal vez podría salir del apuro proponiendo soltar al hombre de Galilea como símbolo de la buena voluntad de la Pascua.
185:5.3 (1993.3) Mientras el gentío se agolpaba en las escalinatas del edificio, Pilatos les oyó gritar el nombre de un tal Barrabás. Barrabás era un conocido agitador político, ladrón y asesino, hijo de un sacerdote, que había sido detenido recientemente por robo y homicidio en la calzada de Jericó. Estaba sentenciado a muerte en cuanto terminaran las fiestas de la Pascua.
185:5.4 (1993.4) Pilatos se levantó y explicó a la multitud que los jefes de los sacerdotes le habían llevado a Jesús para que lo condenara a muerte bajo ciertas acusaciones, pero él no creía que mereciera la muerte. Y luego preguntó: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte, a Barrabás el asesino o a Jesús de Galilea?». Entonces los jefes de los sacerdotes y los consejeros del Sanedrín exclamaron juntos a voz en grito: «¡A Barrabás, a Barrabás!». Y cuando la gente vio que los jefes de los sacerdotes pedían la muerte de Jesús, se unieron rápidamente al clamor por condenar a Jesús y soltar a Barrabás.
185:5.5 (1993.5) Unos días antes la multitud había mostrado un respeto reverencial por Jesús, pero la turba ya no admiraba al hombre que se había presentado como Hijo de Dios y ahora se encontraba prisionero de los dirigentes y los sacerdotes para ser juzgado a vida o muerte ante el tribunal de Pilatos. Jesús podía ser un héroe a los ojos del pueblo cuando echaba del templo a los cambistas y mercaderes, pero no cuando estaba en manos de sus enemigos sin oponer resistencia y sometido a juicio por su vida.
185:5.6 (1993.6) Pilatos se enfadó cuando oyó a los jefes de los sacerdotes pedir a voces el indulto de un conocido asesino y exigir a gritos la sangre de Jesús. Vio claramente su odio y percibió su malicia, su envidia y sus prejuicios, por eso les dijo: «¿Cómo podéis elegir la vida de un asesino antes que la de un hombre cuyo peor delito es llamarse simbólicamente rey de los judíos?». Pero Pilatos no estuvo acertado. Los judíos eran un pueblo orgulloso, sometido al yugo político romano pero pendiente del advenimiento de un Mesías que había de liberarlo de su cautiverio gentil con gran despliegue de poder y gloria. La insinuación de que este maestro de modales suaves y extrañas doctrinas, detenido y acusado de delitos capitales, pudiera ser visto como «el rey de los judíos» les molestó mucho más de lo que Pilatos hubiera podido imaginar. Consideraron su comentario como un insulto a lo que tenían por más sagrado y honorable en su existencia nacional y redoblaron su griterío por la liberación de Barrabás y la muerte de Jesús.
185:5.7 (1994.1) Pilatos sabía que Jesús era inocente de las acusaciones formuladas contra él. Si hubiera sido un juez justo y valiente, lo habría absuelto y puesto en libertad, pero temía desafiar a los encolerizados judíos. Mientras vacilaba ante el cumplimiento de su deber llegó un mensajero y le entregó una comunicación sellada de su esposa Claudia.
185:5.8 (1994.2) Después de comunicar a su auditorio que deseaba leer el mensaje que acababa de recibir antes de proseguir con el juicio, Pilatos abrió la carta de su esposa y leyó: «Te ruego que no tengas nada que ver con ese hombre justo e inocente a quien llaman Jesús. Esta noche he sufrido mucho en sueños por su causa». La nota de Claudia alteró enormemente a Pilatos y produjo un retraso considerable en el juicio. Esta demora favoreció a los dirigentes judíos, que aprovecharon para circular libremente entre la multitud y urgir al pueblo a pedir la liberación de Barrabás y reclamar a gritos la crucifixión de Jesús.
185:5.9 (1994.3) Por fin Pilatos volvió a encarar el problema y se dirigió al público compuesto por los dirigentes judíos y la gente que había ido a pedir el indulto pascual: «¿Qué haré entonces con este al que llaman el rey de los judíos?». Y todos gritaron al unísono: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». La unanimidad de esta multitud tan diversa sorprendió y alarmó a Pilatos, un juez injusto atormentado por el miedo.
185:5.10 (1994.4) Pilatos insistió: «¿Por qué queréis crucificar a este hombre? ¿Qué mal ha hecho? ¿Quién de vosotros quiere salir a testificar contra él?». Y cuando oyeron que Pilatos hablaba en defensa de Jesús se pusieron a gritar aún más: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
185:5.11 (1994.5) Entonces Pilatos volvió a apelar a ellos sobre la liberación del preso por la Pascua: «Os pregunto una vez más, ¿a cuál de estos presos debo soltar para vuestra Pascua?». Y el gentío volvió a gritar: «¡Danos a Barrabás!».
185:5.12 (1994.6) Pilatos dijo: «Si suelto a Barrabás, el asesino, ¿qué he de hacer con Jesús?». Y la multitud volvió a vociferar: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
185:5.13 (1994.7) Pilatos se aterrorizó ante el insistente clamor de la turba liderada por los jefes de los sacerdotes y los consejeros del Sanedrín. Entonces decidió hacer un último intento por apaciguar al gentío y salvar a Jesús.
185:6.1 (1994.8) En todo lo que ocurrió ante Pilatos aquel viernes por la mañana temprano solo intervinieron los enemigos de Jesús. Sus numerosos amigos o bien no se habían enterado de su arresto nocturno y su juicio a primera hora de la mañana, o bien estaban escondidos para no ser apresados y condenados a muerte por creer en las enseñanzas de Jesús. Entre la multitud que pidió a voces la muerte del Maestro solo estaban sus enemigos declarados y el populacho voluble y fácil de manipular.
185:6.2 (1995.1) Pilatos quería hacer una última apelación a su piedad. Como no se atrevía a desafiar el clamor de esa turba engañada que pedía a gritos la sangre de Jesús, ordenó a los guardias judíos y a los soldados romanos azotar a Jesús. Este procedimiento era en sí mismo injusto e ilegal, puesto que la legislación romana tenía reservado este castigo para los condenados a morir crucificados. Para esta terrible prueba los guardias llevaron a Jesús al patio abierto del pretorio. Aunque sus enemigos no presenciaron esta flagelación, Pilatos sí lo hizo, y antes de terminar este infame abuso mandó parar a los azotadores y llevar a Jesús a su presencia. Antes de que los azotadores utilizaran sus látigos de nudos contra Jesús mientras estaba atado al poste de flagelación, le volvieron a poner el manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la frente. Luego le pusieron una caña en la mano a modo de cetro y arrodillándose a ante él le hacían burla diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». Y lo escupían y abofeteaban. Uno de ellos le quitó la caña de la mano para golpearle la cabeza antes de devolverlo a Pilatos.
185:6.3 (1995.2) Entonces Pilatos sacó a este preso sangrante y lacerado, y lo presentó ante la multitud diciendo: «¡He aquí al hombre! Vuelvo a repetiros que no encuentro en él ningún delito, y tras haberlo azotado quisiera liberarlo».
185:6.4 (1995.3) Allí estaba Jesús de Nazaret ataviado con un viejo manto de púrpura real y con una corona de espinas perforando su bondadosa frente. Su cara estaba manchada de sangre y su cuerpo doblado por el dolor y el sufrimiento. Pero nada puede conmover el corazón insensible de quienes son víctimas de un intenso odio emocional y esclavos de los prejuicios religiosos. Este espectáculo provocó un profundo estremecimiento en todos los dominios de un vasto universo, pero no llegó al corazón de los que estaban decididos a acabar con Jesús.
185:6.5 (1995.4) Cuando se hubieron recuperado de la primera impresión que les produjo la figura doliente del Maestro, siguieron gritando más fuerte y con más insistencia: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
185:6.6 (1995.5) Pilatos se dio cuenta de que era inútil apelar a sus supuestos sentimientos de piedad, así que dio un paso adelante y dijo: «Veo que estáis empeñados en la muerte de este hombre, ¿pero qué ha hecho para merecer la muerte? ¿Quién va a testificar sobre sus crímenes?».
185:6.7 (1995.6) Entonces el sumo sacerdote en persona subió hasta donde estaba Pilatos y declaró enfurecido: «Nosotros tenemos una ley sagrada, y según esa ley este hombre debe morir porque ha declarado ser el Hijo de Dios». Pilatos se atemorizó mucho más al oír esto, y no solo por los judíos. Al recordar el recado de su esposa y la mitología griega de dioses bajando a la tierra, se puso a temblar ante la idea de que Jesús pudiera ser un personaje divino. Hizo gestos de calma a la multitud con la mano mientras tomaba a Jesús por el brazo y lo conducía de nuevo al interior del edificio para interrogarlo otra vez. Pilatos estaba perturbado por el miedo, preocupado por la superstición y agobiado por el empecinamiento de la turba.
185:7.1 (1995.7) Pilatos, temblando de miedo y de emoción, se sentó al lado de Jesús y le preguntó: «De dónde vienes? ¿Quién eres realmente? ¿Qué es eso que dicen de que eres el Hijo de Dios?».
185:7.2 (1996.1) Pero Jesús no iba a responder a estas preguntas cuando el que las hacía era un juez débil y vacilante que temía a los hombres y era tan injusto como para mandarlo azotar después de haber declarado que era inocente de todo delito y antes de haber dictado oficialmente su sentencia de muerte. Jesús miró a Pilatos directamente a la cara y no le contestó. Pilatos le dijo: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo potestad para soltarte y tengo potestad para crucificarte?». Jesús le contestó: «No tendrías ningún poder sobre mí si no se te permitiera desde arriba. No podrías ejercer ninguna potestad sobre el Hijo del Hombre si no lo permitiera el Padre del cielo. Pero tú no eres tan culpable puesto que no conoces el evangelio. El que me ha traicionado y los que me han entregado a ti tienen mayor pecado».
185:7.3 (1996.2) Esta última conversación con Jesús terminó de aterrar a Pilatos. Este juez débil y cobarde, sin ningún valor moral tenía que cargar ahora con el doble peso del miedo supersticioso a Jesús y el miedo mortal a los líderes judíos.
185:7.4 (1996.3) Pilatos se presentó de nuevo ante el gentío y dijo: «Estoy convencido de que este hombre solo puede haber faltado a las leyes religiosas. Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley. ¿Por qué esperáis que yo autorice su muerte solo porque choca con vuestras tradiciones?».
185:7.5 (1996.4) Al ver que Pilatos estaba a punto de liberar a Jesús, el sumo sacerdote Caifás se acercó al cobarde juez romano, y blandiendo un dedo furioso, dijo en tono airado que todos pudieron oír: «Si sueltas a este hombre no eres amigo del césar, y yo me encargaré de que el emperador se entere de todo». Esta amenaza pública fue demasiado para Pilatos. El miedo a perder su posición personal eclipsó cualquier otra consideración, y el cobarde gobernador mandó traer a Jesús a su presencia. Cuando el Maestro estuvo ante el tribunal, Pilatos señaló hacia él y dijo irónicamente: «He aquí a vuestro rey». Y los judíos contestaron: «¡Fuera! ¡Crucifícalo!». Pilatos preguntó con el mismo sarcasmo: «¿He de crucificar a vuestro rey?». Y los judíos contestaron: «¡Sí, crucifícalo! Nosotros no tenemos más rey que el césar». Entonces Pilatos se dio cuenta de que no había ninguna posibilidad de salvar a Jesús sin desafiar a los judíos, y él no estaba dispuesto a enfrentarse a ellos.
185:8.1 (1996.5) Allí estaba el Hijo de Dios encarnado como Hijo del Hombre. Había sido arrestado sin cargos, acusado sin pruebas, juzgado sin testigos, castigado sin veredicto y estaba a punto de ser condenado a muerte por un juez injusto que confesaba no encontrar en él delito alguno. Si Pilatos intentaba apelar al patriotismo de la gente cuando llamó a Jesús «rey de los judíos», se equivocó por completo. Los judíos no aspiraban a ningún rey de este tipo. La declaración de los jefes de los sacerdotes y los saduceos de que no tenían «más rey que el césar», provocó un rechazo general incluso entre el populacho ignorante, pero ya era demasiado tarde para salvar a Jesús aunque la turba se hubiera atrevido a ponerse de parte del Maestro.
185:8.2 (1996.6) Pilatos temía un tumulto o un motín. No se atrevió a correr el riesgo de provocar disturbios en Jerusalén durante la Pascua. Acababa de recibir una reprimenda del césar y no quería arriesgarse a otra. La turba vitoreó cuando ordenó liberar a Barrabás. Entonces pidió que le trajeran agua y una jofaina, y allí mismo se lavó las manos delante de la multitud diciendo: «Soy inocente de la sangre de este hombre. Estáis decididos a que muera, pero yo no he encontrado culpa en él. Allá vosotros. Los soldados se lo llevarán». La turba volvió a vitorear y replicó: «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos».
El libro de Urantia
Documento 186
186:0.1 (1997.1) CUANDO JESÚS y sus acusadores iban a salir hacia el palacio de Herodes, el Maestro se volvió hacia el apóstol Juan y le dijo: «Juan, ya no puedes hacer nada más por mí. Ve a buscar a mi madre y tráela para que me vea antes de morir». Aunque Juan no quería dejar al Maestro solo entre sus enemigos, salió rápidamente hacia Betania donde estaba esperando toda la familia de Jesús reunida en casa de Marta y María, las hermanas de Lázaro, resucitado por Jesús de entre los muertos.
186:0.2 (1997.2) Esa mañana los mensajeros habían ido varias veces a casa de Marta y María para darles noticias sobre el juicio de Jesús, pero la familia de Jesús aún no había llegado a Betania. A los pocos minutos de su llegada vieron aparecer a Juan Zebedeo con el recado de que Jesús quería ver a su madre antes de morir. Juan les contó todo lo que había sucedido desde el arresto de Jesús a medianoche y María se fue inmediatamente con Juan a ver a su hijo mayor. Cuando María y Juan llegaron a la ciudad, Jesús y los soldados romanos que iban a crucificarlo ya estaban en el Gólgota.
186:0.3 (1997.3) Rut, la hermana pequeña de Jesús, se negó a quedarse con la familia cuando María se fue a ver a su hijo, y como estaba tan decidida a acompañar a su madre, su hermano Judá fue con ella. El resto de la familia del Maestro se quedó en Betania bajo la dirección de Santiago, y los mensajeros de David Zebedeo les llevaban noticias cada hora sobre el trágico acontecimiento de la ejecución de su hermano mayor, Jesús de Nazaret.
186:1.1 (1997.4) Alrededor de las ocho y media de la mañana de aquel viernes terminó la comparecencia de Jesús ante Pilatos y el Maestro fue entregado a los soldados romanos que habían de crucificarlo. En cuanto los romanos se hicieron cargo de Jesús, el capitán de los guardias judíos volvió con sus hombres a su cuartel general del templo. El sumo sacerdote y los miembros del Sanedrín siguieron a los guardias y fueron directamente a su lugar habitual de reunión en la sala de piedras labradas del templo. Allí encontraron a muchos otros miembros del Sanedrín esperando para saber qué se había hecho con Jesús. Mientras Caifás informaba al Sanedrín sobre el juicio y la condena de Jesús, Judas se presentó ante ellos para ser recompensado por su contribución a la captura y condena a muerte de su Maestro.
186:1.2 (1997.5) Todos aquellos judíos detestaban a Judas y solo sentían desprecio por el traidor. Durante el juicio de Jesús ante Caifás y su comparecencia ante Pilatos, a Judas le había remordido la conciencia por su traición. Por otra parte, ya no se hacía tantas ilusiones sobre el reconocimiento que recibiría en pago por sus servicios de delator. No le gustaba la frialdad y la altanería de las autoridades judías, pero esperaba en cualquier caso verse generosamente recompensado por su vil conducta. Se imaginaba convocado ante el pleno del Sanedrín donde sería elogiado y recibiría los honores correspondientes al gran servicio que se preciaba de haber prestado a su nación. Pero cuál no sería su sorpresa cuando un criado del sumo sacerdote, dándole un golpecito en el hombro, le pidió que saliera de la sala y le dijo: «Judas, me han encargado que te pague por la traición de Jesús. Aquí está tu recompensa». Con estas palabras el siervo de Caifás le entregó una bolsa que contenía treinta monedas de plata: el precio de un esclavo bueno y sano.
186:1.3 (1998.1) Judas se quedó estupefacto. Intentó volver a entrar en la sala, pero el portero se lo impidió. Quiso apelar al Sanedrín, pero no fue admitido. Judas no se podía creer que la recompensa de las autoridades judías por haber traicionado a sus amigos y a su Maestro fueran treinta monedas de plata. Se sintió decepcionado, humillado, hundido en la miseria. Salió del templo como en trance. Dejó caer automáticamente la bolsa de dinero en el mismo bolsillo en el que había llevado durante tanto tiempo la bolsa que contenía los fondos apostólicos y se puso a deambular por la ciudad detrás de la multitud que se dirigía a presenciar las crucifixiones.
186:1.4 (1998.2) Judas pudo divisar a lo lejos cómo alzaban el travesaño donde estaba clavado Jesús, y al verlo volvió corriendo al templo. Tras forcejear con el portero para entrar en la sala se encontró en presencia del Sanedrín que seguía reunido. Aunque llegó jadeante y profundamente alterado, logró balbucir entrecortadamente estas palabras: «He pecado entregando sangre inocente. Me habéis insultado. En recompensa por mi servicio me habéis dado dinero, el precio de un esclavo. Me arrepiento de haberlo hecho. Aquí está vuestro dinero, quiero librarme de este remordimiento».
186:1.5 (1998.3) Los dirigentes de los judíos se mofaron de Judas y uno que estaba cerca de él le hizo señas de que se marchara diciendo: «Tu Maestro ya ha sido ejecutado por los romanos, allá tú con tu remordimiento. ¡Vete de aquí!».
186:1.6 (1998.4) Al salir de la sala del Sanedrín Judas sacó de la bolsa las treinta monedas de plata y las arrojó por el suelo del templo. El traidor salió del templo profundamente conmocionado: estaba experimentando en su persona la verdadera naturaleza del pecado. Toda la seducción y la embriaguez de la maldad se habían desvanecido. Tras su mala acción se encontraba solo frente al veredicto del juicio de su alma defraudada y decepcionada. El pecado fue atractivo y tentador al cometerlo, pero luego había que afrontar la pura y dura realidad de los hechos.
186:1.7 (1998.5) El que fuera en su día embajador del reino de los cielos en la tierra vagaba ahora solo y abandonado por las calles de Jerusalén. Su desesperación era extrema, casi absoluta. Siguió caminando por la ciudad hasta salir de sus muros y bajar a la terrible soledad del valle de Hinom. Allí trepó por las escarpadas rocas, ató un extremo del ceñidor de su manto a un pequeño árbol, se anudó el otro alrededor del cuello y se arrojó al precipicio. Antes de morir, el nudo que había hecho con manos nerviosas se soltó, y el cuerpo del traidor se estrelló contra las afiladas rocas.
186:2.1 (1999.1) Cuando Jesús fue detenido sabía que había terminado su trabajo en la tierra a imagen y semejanza de carne mortal. Sabía perfectamente la clase de muerte que le esperaba y le interesaban poco los detalles de aquellos simulacros de juicio.
186:2.2 (1999.2) Ante el tribunal procesal del Sanedrín Jesús no quiso responder al testimonio de los testigos perjuros. Solo hubo una pregunta que no dejó nunca sin respuesta la hiciera quien la hiciera, amigos o enemigos, y era la referente a la naturaleza y divinidad de su misión en la tierra. Cuando le preguntaban si era Hijo de Dios, Jesús respondía siempre. Se negó en redondo a hablar ante el curioso y malvado Herodes. Ante Pilatos solo habló cuando pensó que podría ayudar a Pilatos o a otra persona sincera a conocer mejor la verdad. Jesús había enseñado a sus apóstoles que era inútil echar perlas a los cerdos, y en ese momento se atrevió a poner en práctica lo que había predicado. Su conducta ejemplificó la paciente sumisión de la naturaleza humana unida al majestuoso silencio y a la solemne dignidad de la naturaleza divina. Estuvo siempre dispuesto a hablar con Pilatos sobre cualquier cuestión relacionada con las acusaciones políticas presentadas contra él, sobre cualquier asunto que pudiera estar sujeto a la jurisdicción del gobernador.
186:2.3 (1999.3) Jesús estaba convencido de que era voluntad del Padre que se sometiera al curso natural y ordinario de los acontecimientos humanos como cualquier otra criatura mortal, y por eso se negó incluso a emplear la elocuencia de sus poderes puramente humanos de persuasión para influir sobre el resultado de las maquinaciones de sus coetáneos mortales socialmente miopes y espiritualmente ciegos. Aunque Jesús vivió y murió en Urantia, toda su carrera humana fue un espectáculo destinado de principio a fin a instruir e inspirar a todo el universo creado y sostenido por él.
186:2.4 (1999.4) Mientras aquellos judíos miopes vociferaban por la muerte del Maestro, él contemplaba en imponente silencio la muerte de una nación, del propio pueblo de su padre terrenal.
186:2.5 (1999.5) El carácter humano de Jesús había desarrollado la capacidad de conservar la serenidad y reafirmar su dignidad ante la avalancha de insultos gratuitos que cayó sobre él. No se dejaba intimidar. La primera vez que fue agredido por un criado de Anás se limitó a sugerir la conveniencia de llamar a testigos que pudieran declarar debidamente contra él.
186:2.6 (1999.6) Las huestes celestiales que contemplaron el simulacro de juicio ante Pilatos de principio a fin no pudieron por menos que difundir al universo la escena de «Pilatos procesado ante Jesús».
186:2.7 (1999.7) En el juicio de Caifás, cuando se habían desmoronado todos los testimonios perjuros, Jesús no dudó en responder a la pregunta del sumo sacerdote y proporcionar con su propio testimonio el motivo que buscaban para condenarlo por blasfemia.
186:2.8 (1999.8) El Maestro no manifestó nunca el menor interés por los esfuerzos bienintencionados aunque flojos de Pilatos por liberarlo. Compadecía realmente a Pilatos y se esforzó sinceramente por disipar sus tinieblas mentales. Observó con total pasividad las apelaciones del gobernador romano a los judíos para que retiraran los cargos penales contra él. Durante toda esa triste prueba se comportó con dignidad natural y sencilla majestad. Ni siquiera quiso reprochar a sus asesinos su falta de sinceridad cuando le preguntaron si era «el rey de los judíos». Aceptó este título con una sola salvedad aun sabiendo que ellos habían elegido rechazarlo y que él sería el último en representar para ellos un verdadero liderazgo nacional, incluso en el sentido espiritual.
186:2.9 (2000.1) Jesús no habló mucho durante estos juicios, pero sí lo suficiente para mostrar a todos los mortales el nivel de perfección que puede alcanzar el carácter del hombre en asociación con Dios y para revelar a todo el universo la manera en que Dios se puede manifestar en la vida de la criatura cuando dicha criatura elige de verdad hacer la voluntad del Padre y se convierte así en hijo activo del Dios vivo.
186:2.10 (2000.2) Su amor por los mortales ignorantes se pone de manifiesto en su paciencia y su dominio de sí mismo frente a las burlas, los golpes y las vejaciones de criados groseros y burdos soldados. Ni siquiera se enfadó cuando le vendaron los ojos y le daban bofetadas diciendo: «Profetízanos quién te ha golpeado».
186:2.11 (2000.3) Pilatos estaba más cerca de la verdad de lo que sospechaba cuando, tras la flagelación, presentó a Jesús ante la multitud exclamando: «¡He aquí al hombre!». Poco podía imaginar aquel gobernador romano dominado por el miedo que en ese mismo momento el universo estaba pendiente de la escena única de su amado Soberano humillado por los golpes y las vejaciones de sus envilecidos súbditos mortales perdidos en la oscuridad. Y cuando Pilatos habló, se oyó resonar por todo Nebadon: «¡He aquí a Dios y al hombre!». Desde aquel día incalculables millones de seres han seguido contemplando a este hombre en todo un universo, mientras que el Dios de Havona, el dirigente supremo del universo de universos, acepta al hombre de Nazaret como el ideal de las criaturas mortales de este universo local del tiempo y el espacio. Toda la vida incomparable de Jesús fue una revelación de Dios al hombre, y el final —los últimos episodios de su carrera mortal hasta su muerte— fue una nueva y conmovedora revelación del hombre a Dios.
186:3.1 (2000.4) Poco después de que los soldados romanos se llevaran a Jesús por orden de Pilatos, un destacamento de guardias del templo salió a toda prisa hacia Getsemaní para dispersar o detener a los seguidores del Maestro, pero los acampados ya se habían dispersado mucho antes. Los apóstoles se habían escondido en los lugares previstos para ello, los griegos se habían repartido por varias casas de Jerusalén y los demás discípulos también habían desaparecido. Como David Zebedeo sospechaba que los enemigos de Jesús volverían, trasladó rápidamente cinco o seis tiendas a una zona más alta del barranco cerca del lugar donde el Maestro solía retirarse a rezar y adorar. Pensaba esconderse ahí y establecer un centro de coordinación para su servicio de mensajeros. Los guardias del templo llegaron al campamento cuando David se acababa de marchar, y al no encontrar a nadie se contentaron con incendiar el campamento y volver al templo. El informe de los guardias convenció al Sanedrín de que los seguidores de Jesús estaban tan hundidos y asustados que no había ningún peligro de que se amotinaran o intentaran rescatar a Jesús de sus verdugos. Por fin podían respirar tranquilos, así que levantaron la sesión y se fueron cada uno por su lado a prepararse para la Pascua.
186:3.2 (2000.5) En cuanto Pilatos entregó a Jesús a los soldados romanos para que lo crucificaran un mensajero fue corriendo a informar a David en Getsemaní, y en menos de cinco minutos salieron corredores hacia Betsaida, Pella, Filadelfia, Sidón, Siquem, Hebrón, Damasco y Alejandría. Estos mensajeros llevaban la noticia de que Jesús estaba a punto de ser crucificado por los romanos ante la obstinada insistencia de los dirigentes de los judíos.
186:3.3 (2001.1) Durante todo aquel trágico día y hasta que salió el mensaje final de que el Maestro había sido depositado en la tumba, David envió mensajeros casi cada media hora para informar a los apóstoles, a los griegos y a la familia terrenal de Jesús reunida en casa de Lázaro en Betania. Cuando salieron los mensajeros con la noticia de que Jesús había sido enterrado, David despidió a su cuerpo de corredores locales para que celebraran la Pascua y para el descanso del sabbat, con instrucciones de presentarse discretamente el domingo por la mañana en casa de Nicodemo donde pensaba esconderse algunos días con Andrés y Simón Pedro.
186:3.4 (2001.2) El pragmático David Zebedeo fue el único de los discípulos principales de Jesús que se tomó al pie de la letra la afirmación del Maestro de que moriría y «resucitaría al tercer día». David le había oído una vez hacer esta predicción y como era dado a tomarse las cosas literalmente, decidió reunir a sus mensajeros el domingo por la mañana temprano en casa de Nicodemo para tenerlos a mano por si hubiera que difundir la noticia en el caso de que Jesús resucitara de entre los muertos. David descubrió enseguida que ninguno de los seguidores de Jesús esperaba que volviera tan pronto de la tumba, por eso se guardó para sí sus opiniones. Nadie sabía que había movilizado a todo su cuerpo de mensajeros para el domingo por la mañana temprano salvo los corredores que habían sido enviados el viernes por la mañana a los centros de creyentes más lejanos.
186:3.5 (2001.3) Y así, los seguidores de Jesús dispersos por Jerusalén y sus alrededores compartieron la Pascua aquella noche y pasaron escondidos el día siguiente.
186:4.1 (2001.4) Después de lavarse las manos ante la multitud en un vano intento de eludir la culpabilidad de hacer morir en la cruz a un hombre inocente solo por miedo a afrontar el clamor de los dirigentes de los judíos, Pilatos mandó entregar al Maestro a los soldados romanos y ordenó a su capitán que lo crucificara inmediatamente. Los soldados llevaron a Jesús al patio del pretorio, le quitaron el manto que le había puesto Herodes y le pusieron su propia ropa. Estos soldados se burlaron y rieron de él pero no volvieron a maltratarlo. Jesús se quedó solo con los soldados romanos. Sus amigos estaban escondidos, sus enemigos se habían ido y ni siquiera Juan Zebedeo estaba ya a su lado.
186:4.2 (2001.5) Jesús fue entregado a los soldados poco después de las ocho de la mañana, pero no se pusieron en marcha hacia el lugar de la crucifixión hasta cerca de las nueve. Durante este intervalo de más de media hora Jesús no pronunció palabra. Los asuntos ejecutivos de un gran universo quedaron prácticamente paralizados. Gabriel y los principales dirigentes de Nebadon estaban o bien reunidos aquí en Urantia o bien pendientes de los informes espaciales de los arcángeles sobre la suerte del Hijo del Hombre en Urantia.
186:4.3 (2001.6) Para cuando llegó el momento de salir hacia el Gólgota, los soldados ya habían empezado a sentirse impresionados por la serenidad de Jesús, por su extraordinaria dignidad, por su silencio sin queja.
186:4.4 (2001.7) El retraso en ponerse en marcha con Jesús hacia el lugar de la crucifixión se debió a la decisión de última hora del capitán de llevarse también a dos ladrones que habían sido condenados a muerte. Puesto que Jesús iba a ser crucificado aquella mañana, el capitán romano decidió ejecutarlos a los tres al mismo tiempo en lugar de esperar hasta después de las festividades de la Pascua.
186:4.5 (2002.1) En cuanto prepararon a estos ladrones los llevaron al patio donde estaba Jesús. Uno de ellos era la primera vez que lo veía, pero el otro había escuchado sus enseñanzas en el templo y muchos meses antes en el campamento de Pella.
186:5.1 (2002.2) No hay ninguna relación directa entre la muerte de Jesús y la Pascua judía. Es cierto que el Maestro entregó su vida en la carne el día de la preparación de la Pascua judía más o menos a la hora del sacrificio de los corderos pascuales en el templo, pero esta coincidencia temporal no implica ningún tipo de relación entre la muerte del Hijo del Hombre en la tierra y el sistema sacrificial de los judíos. Jesús era judío pero como Hijo del Hombre fue un mortal del mundo. Los acontecimientos ya narrados que condujeron a la crucifixión del Maestro bastan para demostrar que la hora de su muerte fue el resultado de un proceso puramente natural y urdido por los hombres.
186:5.2 (2002.3) Fue el hombre y no Dios quien planeó y ejecutó la muerte de Jesús en la cruz. Es verdad que el Padre se negó a interferir en el desarrollo de los acontecimientos humanos en Urantia, pero el Padre que está en el Paraíso no decretó, pidió ni exigió la muerte de su Hijo tal como se produjo en la tierra. No hay duda de que tarde o temprano Jesús habría tenido que despojarse de algún modo del cuerpo mortal de su encarnación, pero esto lo podría haber hecho de mil maneras, sin tener que morir en una cruz entre dos ladrones. Todo lo que ocurrió fue obra del hombre, no de Dios.
186:5.3 (2002.4) En el momento de su bautismo el Maestro ya había terminado de adquirir la experiencia en la tierra y en la carne que era necesaria para la consumación de su séptimo y último otorgamiento en el universo. En aquel mismo momento la obligación de Jesús en la tierra ya estaba cumplida. Toda la vida que vivió a partir de entonces, e incluso su forma de morir, fue un ministerio puramente personal que dedicó al bienestar y la elevación de sus criaturas mortales de este mundo y de otros mundos.
186:5.4 (2002.5) El evangelio que anuncia la buena nueva de que el hombre mortal puede llegar por la fe a ser espiritualmente consciente de que es hijo de Dios no depende de la muerte de Jesús. Es indudable que todo este evangelio del reino ha quedado poderosamente iluminado por la muerte del Maestro, pero lo fue aun más por su vida.
186:5.5 (2002.6) Todo lo que el Hijo del Hombre hizo y dijo en la tierra embelleció mucho las doctrinas de la filiación con Dios y la hermandad de los hombres, pero estas relaciones esenciales entre Dios y los hombres son inherentes a los hechos universales del amor de Dios por sus criaturas y a la misericordia innata de los Hijos divinos. Estas relaciones conmovedoras y divinamente hermosas entre el hombre y su Hacedor, en este y en todos los demás mundos de todo el universo de universos, han existido desde la eternidad y no dependen en ningún sentido de las actuaciones periódicas de otorgamiento de los Hijos Creadores de Dios que asumen la naturaleza y semejanza de las inteligencias creadas por ellos como parte del precio que deben pagar para adquirir definitivamente la soberanía ilimitada sobre sus respectivos universos locales.
186:5.6 (2002.7) Antes de que Jesús viviera y muriera en Urantia, el Padre del cielo amaba al hombre mortal de la tierra tanto como lo ama después de esta manifestación trascendente de la asociación entre el hombre y Dios. Esta grandiosa empresa de la encarnación del Dios de Nebadon como hombre de Urantia no podía aumentar los atributos del Padre eterno, infinito y universal, pero sí enriquecer e iluminar a todos los demás administradores y criaturas del universo de Nebadon. Aunque el Padre del cielo no nos ama más por este otorgamiento de Miguel, todas las demás inteligencias celestiales sí. Y esto es así porque Jesús además de hacer una revelación de Dios al hombre, hizo una nueva revelación del hombre a los Dioses y a las inteligencias celestiales del universo de universos.
186:5.7 (2003.1) Jesús no está a punto de morir como sacrificio por el pecado. No va a expiar ninguna culpa moral innata de la raza humana. La humanidad no tiene ninguna culpa racial ante Dios. La culpa solo es producto del pecado personal y de la rebelión consciente y deliberada contra la voluntad del Padre y la administración de sus Hijos.
186:5.8 (2003.2) El pecado y la rebelión no tienen nada que ver con el plan fundamental de otorgamientos de los Hijos de Dios del Paraíso, aunque a nosotros sí nos parece que el plan de salvación es una característica provisional del plan de otorgamientos.
186:5.9 (2003.3) La salvación de Dios habría sido exactamente igual de eficaz e indefectible para los mortales de Urantia si Jesús no hubiera muerto bajo las crueles manos de unos mortales ignorantes. Si el Maestro hubiera sido recibido favorablemente por los mortales de la tierra y se hubiera ido de Urantia renunciando voluntariamente a su vida en la carne, el hecho del amor de Dios y la misericordia del Hijo —el hecho de la filiación con Dios— no se habría visto afectado en modo alguno. Vosotros los mortales sois hijos de Dios, y para que esta verdad se haga realidad en vuestra experiencia personal solo se necesita una cosa: vuestra fe nacida del espíritu.
El libro de Urantia
Documento 187
187:0.1 (2004.1) UNA VEZ preparados los dos bandidos, los soldados se pusieron en marcha hacia el lugar de la crucifixión bajo las órdenes de un centurión. Era costumbre romana asignar cuatro soldados a cada reo de crucifixión, y el centurión que encabezaba a estos doce soldados era el mismo capitán que había dirigido la víspera el arresto de Jesús en Getsemaní. Los dos bandidos fueron debidamente azotados antes de ponerse en camino pero no Jesús. El capitán debió considerar que ya había recibido bastante castigo incluso antes de ser condenado.
187:0.2 (2004.2) Los dos ladrones crucificados con Jesús eran cómplices de Barrabás. Los tres bandidos habrían sido ejecutados después de las fiestas si Pilatos no hubiera indultado a su líder por la Pascua. Y así, Jesús fue crucificado en lugar de Barrabás.
187:0.3 (2004.3) Lo que Jesús está a punto a hacer, someterse a la muerte de cruz, lo hace por su propio libre albedrío. Al predecir esta experiencia había dicho: «El Padre me ama y me sostiene porque estoy dispuesto a dar mi vida. Pero la volveré a tomar. Nadie me la quita, la doy por mí mismo. Tengo autoridad para darla y tengo autoridad para volverla a tomar. Este mandamiento lo recibí de mi Padre».
187:0.4 (2004.4) Justo antes de las nueve de la mañana los soldados salieron del pretorio hacia el Gólgota con Jesús. Muchos simpatizantes secretos del Maestro caminaban detrás de ellos, pero la mayoría de los más de doscientos espectadores eran sus enemigos o simplemente curiosos desocupados en busca de emociones fuertes. Solo algunos líderes judíos fueron a ver morir a Jesús en la cruz. Los demás, sabiendo que había sido entregado por Pilatos a los soldados romanos para ser ejecutado, dejaron de interesarse por él y se reunieron en el templo a decidir qué hacer con sus seguidores.
187:1.1 (2004.5) Antes de salir del patio del pretorio los soldados colocaron el travesaño de la cruz sobre los hombros de Jesús. Era costumbre obligar al condenado a llevar el travesaño de la cruz hasta el lugar de la crucifixión. El condenado no llevaba toda la cruz, solo el madero más corto. Los postes de madera verticales más largos de las tres cruces se habían transportado ya al Gólgota y estaban bien clavados en el suelo cuando llegaron los soldados con sus prisioneros.
187:1.2 (2004.6) Siguiendo la costumbre el capitán encabezó la procesión llevando unas tablillas blancas en las que se habían escrito con carboncillo los nombres de los reos y los delitos por los que habían sido condenados. Las tablillas de los dos ladrones eran letreros con sus nombres, y debajo una sola palabra: «Bandido». Después de clavar al ajusticiado en el travesaño e izarlo hasta su lugar en el poste vertical, se clavaba este letrero en el extremo más alto de la cruz justo encima de su cabeza para que todos los espectadores pudieran saber por qué delito era crucificado. El letrero que llevaba el centurión para poner en la cruz de Jesús había sido escrito en latín, griego y arameo por el propio Pilatos y decía: «Jesús de Nazaret, rey de los judíos».
187:1.3 (2005.1) Algunas autoridades judías estaban aún presentes cuando Pilatos escribió esta leyenda y protestaron enérgicamente de que se llamara a Jesús «rey de los judíos», pero Pilatos les recordó que esa era una de las acusaciones por las que había sido condenado. Al ver que no podían obligar a Pilatos a cambiar de idea, le suplicaron que al menos cambiara la redacción para que pusiera: «Él dijo: ‘yo soy el rey de los judíos’», pero Pilatos se mantuvo inflexible y no quiso cambiar el letrero. Cuando siguieron insistiendo se limitó a responder: «Lo que he escrito, escrito está».
187:1.4 (2005.2) Por regla general el cortejo al Gólgota solía tomar el camino más largo para que muchos pudieran ver pasar al condenado, pero aquel día fueron por la ruta directa de la puerta de Damasco, que era la salida de la ciudad hacia el norte, y por esta calzada llegaron pronto al Gólgota, el lugar oficial de las crucifixiones en Jerusalén. Más allá del Gólgota estaban las villas de los ricos y al otro lado del camino las tumbas de muchos judíos acomodados.
187:1.5 (2005.3) La crucifixión no era un castigo judío. Tanto los griegos como los romanos habían aprendido este método de ejecución de los fenicios. Ni siquiera Herodes con toda su crueldad recurría a la crucifixión. Los romanos no crucificaban nunca a un ciudadano romano, solo sometían a esta muerte deshonrosa a los esclavos y a los pueblos sometidos. Durante el sitio de Jerusalén, justo cuarenta años después de la crucifixión de Jesús, el Gólgota se cubrió de miles y miles de cruces en las que pereció día tras día la flor y nata de la raza judía. Una horrenda cosecha de la semilla que se sembró ese viernes.
187:1.6 (2005.4) Mientras la siniestra procesión recorría las estrechas calles de Jerusalén muchas mujeres judías de buen corazón que habían escuchado las palabras de ánimo y compasión de Jesús y conocían su vida de servicio por amor no pudieron contener el llanto al ver que lo llevaban a una muerte tan innoble. Muchas de estas mujeres lloraban y se lamentaban a su paso, y cuando algunas de ellas se atrevieron a caminar a su lado, el Maestro volvió la cabeza hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Mi obra está casi terminada —pronto iré a mi Padre—, pero los tiempos de gran tribulación para Jerusalén acaban de empezar. Porque vendrán los días en que diréis: Bienaventuradas las estériles y los pechos que nunca criaron. Entonces imploraréis que caigan sobre vosotras las rocas de las montañas y os liberen de los horrores de vuestras tribulaciones».
187:1.7 (2005.5) Estas mujeres de Jerusalén fueron realmente valientes cuando manifestaron su simpatía por Jesús, pues la ley prohibía estrictamente mostrar sentimientos favorables por alguien que iba a ser crucificado. Se permitía a la chusma abuchear, burlarse y ridiculizar al condenado, pero no estaba permitido expresar ningún tipo de apoyo. Aunque Jesús agradecía la demostración de afecto en esta hora sombría en que sus amigos estaban escondidos, no quería que estas mujeres de buen corazón tuvieran problemas con las autoridades por atreverse a mostrar compasión por él. Incluso en un momento como ese, Jesús no estaba pendiente de sí mismo sino de la terrible tragedia que se cernía sobre Jerusalén y sobre toda la nación judía.
187:1.8 (2006.1) El Maestro iba avanzando penosamente hacia la crucifixión cada vez más cansado, al borde del agotamiento. No había comido ni bebido desde la Última Cena en casa de Elías Marcos. Tampoco se le había permitido ni un momento de sueño. Además, había soportado un interrogatorio tras otro hasta el momento de su condena, por no mencionar los brutales azotes con el consiguiente sufrimiento físico y la pérdida de sangre. A todo esto había que añadir una angustia mental extrema, una aguda tensión espiritual y un terrible sentimiento de soledad humana.
187:1.9 (2006.2) Poco después de salir por la puerta de la ciudad con el travesaño a cuestas, Jesús empezó a tambalearse, le fallaron las fuerzas y cayó bajo su pesada carga. Los soldados intentaron levantarlo a gritos y patadas, pero no pudo. Cuando el capitán lo vio, sabiendo lo que Jesús ya había soportado, mandó parar a los soldados. Luego obligó a un hombre que pasaba por ahí, un tal Simón de Cirene, a levantar el travesaño de los hombros de Jesús y cargar con él durante el resto del camino al Gólgota.
187:1.10 (2006.3) Este Simón había viajado desde Cirene, en el norte de África, hasta Jerusalén para asistir a la Pascua. Se alojaba con otros cireneos justo fuera de los muros de la ciudad y se dirigía hacia los oficios del templo cuando el capitán romano le ordenó llevar el travesaño de Jesús. Durante las horas que tardó el Maestro en morir, Simón permaneció junto a la cruz hablando con muchos de sus amigos y también con sus enemigos. Se quedó en Jerusalén hasta después de la resurrección, se convirtió en un valeroso creyente en el evangelio del reino y a su vuelta a casa condujo a su familia al reino celestial. Sus dos hijos, Alejandro y Rufo, llegaron a ser maestros muy eficaces del nuevo evangelio en África. Pero Simón nunca supo que Jesús, cuya carga había llevado, y el preceptor judío que socorrió en su día a su hijo herido eran la misma persona.
187:1.11 (2006.4) Eran poco más de las nueve cuando la siniestra procesión llegó al Gólgota y los soldados romanos se pusieron a clavar a los dos bandidos y al Hijo del Hombre en sus respectivas cruces.
187:2.1 (2006.5) Los soldados ataron primero los brazos del Maestro al travesaño con cuerdas y clavaron sus manos a la madera; después izaron este travesaño hasta lo alto del poste y lo clavaron firmemente en el madero vertical de la cruz; finalmente ataron y clavaron los pies de Jesús a la madera por medio de un clavo largo para traspasar ambos pies. El madero vertical tenía una gran clavija insertada a la altura adecuada que servía como soporte para sostener el peso del cuerpo. La cruz no era alta, los pies del Maestro solo estaban a un metro del suelo, de modo que pudo oír todas las burlas que le hicieron y ver la expresión de la cara de todos los que tan burdamente se mofaban de él. Y todos los presentes pudieron oír también todo lo que Jesús dijo durante esas horas de larga tortura y muerte lenta.
187:2.2 (2007.1) Era costumbre quitar toda la ropa a los que iban a ser crucificados, pero en vista del rechazo de los judíos contra la exposición pública del cuerpo humano desnudo, los romanos proporcionaban siempre un taparrabos adecuado a cuantos crucificaban en Jerusalén, y Jesús fue cubierto de este modo antes de clavarlo en la cruz.
187:2.3 (2007.2) La crucifixión tenía por objeto imponer un castigo cruel y prolongado, pues a veces la víctima tardaba varios días en morir. En Jerusalén existía un fuerte sentimiento de oposición contra este suplicio, y había una asociación de mujeres judías que enviaba siempre a las crucifixiones un vino mezclado con drogas para atenuar los sufrimientos de las víctimas. Cuando Jesús probó este vino narcotizado, y a pesar de la sed que tenía, se negó a beberlo. El Maestro eligió conservar su consciencia humana hasta el mismísimo final. Deseaba afrontar la muerte, incluso bajo esa forma tan cruel e inhumana, y triunfar sobre ella mediante la sumisión voluntaria a la experiencia humana completa.
187:2.4 (2007.3) Antes de clavar a Jesús en su cruz, los dos bandidos fueron clavados en las suyas y no pararon de escupir y maldecir a sus verdugos. Las únicas palabras de Jesús mientras lo clavaban en el travesaño fueron: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». No podría haber intercedido con tanto amor y misericordia por sus verdugos si esos pensamientos de afectuosa entrega no hubieran sido el móvil principal de toda su vida de servicio generoso. Las ideas, los motivos y los anhelos de toda una vida salen a relucir en los momentos de crisis.
187:2.5 (2007.4) Después de izar al Maestro en la cruz el capitán clavó encima de su cabeza el letrero que decía en tres idiomas: «Jesús de Nazaret, rey de los judíos». Los judíos se enfurecieron ante lo que ellos consideraban un insulto, pero sus modales irrespetuosos habían irritado a Pilatos. El gobernador sentía que había sido intimidado y humillado, y aprovechó esta oportunidad para tomarse su pequeña revancha. Podría haber escrito: «Jesús, un rebelde». Pero sabía muy bien que estos judíos de Jerusalén detestaban incluso el nombre de Nazaret y estaba decidido a humillarlos de ese modo. Sabía que se sentirían heridos en lo más profundo al ver a este galileo ejecutado bajo el nombre de «rey de los judíos».
187:2.6 (2007.5) Muchos líderes judíos se acercaron rápidamente al Gólgota cuando se enteraron de que Pilatos pretendía ridiculizarlos con la inscripción de la cruz de Jesús, pero no se atrevieron a quitarla porque los soldados romanos estaban de guardia. Al no poder quitar el rótulo, se mezclaron con el gentío e hicieron todo lo posible por provocar la burla y el escarnio para que nadie se tomara en serio la inscripción.
187:2.7 (2007.6) El apóstol Juan con María la madre de Jesús, Rut y Judá llegaron poco después de que Jesús hubiera sido izado en la cruz y justo cuando el capitán estaba clavando el letrero encima de la cabeza del Maestro. Juan fue el único de los once apóstoles que presenció la crucifixión, pero ni siquiera él estuvo presente todo el tiempo porque después de haber llevado a la madre de Jesús volvió corriendo a Jerusalén a buscar a su propia madre y sus amigas.
187:2.8 (2007.7) Cuando Jesús vio a su madre con Juan, su hermano y su hermana sonrió pero no dijo nada. Mientras tanto los cuatro soldados encargados de la crucifixión del Maestro se habían repartido su ropa como era costumbre. Uno las sandalias, otro el turbante, otro el ceñidor y el cuarto el manto. Quedaba la túnica de una sola pieza sin costuras que llegaba hasta las rodillas. Los soldados pensaban cortarla en cuatro, pero al ver la calidad de la prenda decidieron echarla a suertes. Jesús los miraba desde arriba mientras se repartían su ropa entre los abucheos del gentío contra él.
187:2.9 (2008.1) Fue una suerte que los soldados romanos se quedaran con las ropas del Maestro. Si las hubieran guardado sus discípulos, se habrían visto tentados a adorar supersticiosamente esas prendas como reliquias, y el Maestro no quería que sus seguidores tuvieran nada material que pudieran asociar con su vida en la tierra. Lo único que quería dejar a la humanidad era el recuerdo de una vida humana consagrada al alto ideal espiritual de hacer la voluntad del Padre.
187:3.1 (2008.2) Jesús fue colgado en la cruz hacia las nueve y media de la mañana de ese viernes. Antes de las once se habían reunido más de mil personas a presenciar el espectáculo de la crucifixión del Hijo del Hombre. Durante esas espantosas horas las huestes invisibles de un universo estuvieron contemplando en silencio el fenómeno extraordinario del Creador que muere la muerte de la criatura, y además la muerte ignominiosa de un reo condenado.
187:3.2 (2008.3) En un momento u otro de la crucifixión estuvieron junto a la cruz María, Rut, Judá, Juan, Salomé (la madre de Juan) y un grupo de creyentes fervorosas y sinceras, entre ellas María la esposa de Clopás y hermana de la madre de Jesús, María Magdalena y Rebeca, que había vivido en Séforis. Estos y otros amigos de Jesús presenciaron en silencio su paciencia y entereza, y contemplaron sus intensos sufrimientos.
187:3.3 (2008.4) Muchos de los que pasaban por allí meneaban con sorna la cabeza y decían: «Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo. Si eres el Hijo de Dios, ¿por qué no bajas de la cruz?». También se mofaban algunos dirigentes judíos diciendo: «A otros salvó pero a sí mismo no puede salvarse». Otros le decían: «Si eres el rey de los judíos baja de la cruz y creeremos en ti». Y así siguieron burlándose de él: «Confiaba en que Dios lo liberaría, pretendía ser el Hijo de Dios y ahora está crucificado entre dos ladrones». Hasta los dos ladrones le hacían burlas y reproches.
187:3.4 (2008.5) Como Jesús no respondía a sus mofas y tenían que prepararse para la Pascua, la mayoría de los que habían ido a insultar y reírse a su costa se marcharon antes de las once y media. Quedaron menos de cincuenta personas junto a la cruz. Los soldados sacaron su almuerzo mientras se instalaban para la larga espera de la muerte. Al ir a beber su vino barato y agrio brindaron burlonamente por Jesús diciendo: «¡Salud y buena suerte al rey de los judíos!». Y les extrañó mucho la expresión tolerante del Maestro ante sus sarcasmos.
187:3.5 (2008.6) Al verlos comer y beber Jesús dijo: «Tengo sed». Cuando el capitán de la guardia oyó decir a Jesús «tengo sed», empapó en vino el tapón esponjoso de su botella, lo clavó en la punta de una jabalina y lo levantó hacia Jesús para que pudiera humedecer sus labios resecos.
187:3.6 (2008.7) Jesús se había propuesto vivir sin recurrir a sus poderes sobrenaturales y eligió también morir en la cruz como un simple mortal. Había vivido como un hombre y quería morir como un hombre que hacía la voluntad del Padre.
187:4.1 (2008.8) Uno de los bandidos recriminó a Jesús diciendo: «Si eres el Hijo de Dios, ¿por qué no te salvas a ti mismo y a nosotros?». Pero el otro ladrón, que había escuchado muchas veces las enseñanzas del Maestro, le replicó: «¿Ni siquiera temes tú a Dios? ¿No ves que nosotros sufrimos lo que merecemos por lo que hemos hecho, pero que este hombre sufre injustamente? Más nos valdría buscar el perdón de nuestros pecados y la salvación de nuestras almas». Al oír decir esto al ladrón, Jesús giró la cabeza hacia él y asintió con una sonrisa. Cuando el malhechor vio el rostro de Jesús vuelto hacia él, se armó de valor, avivó la llama vacilante de su fe y dijo: «Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Entonces Jesús le dijo: «En verdad te digo hoy que algún día estarás conmigo en el Paraíso».
187:4.2 (2009.1) En medio de las punzadas de la muerte física el Maestro tuvo tiempo de escuchar la confesión de fe del bandido creyente. Cuando este ladrón tendió la mano hacia la salvación encontró la liberación. En el pasado se había sentido apremiado muchas veces a creer en Jesús, pero solo en esas últimas horas de consciencia se volvió de todo corazón hacia las enseñanzas del Maestro. Al ver cómo afrontaba Jesús la muerte en la cruz, no pudo seguir resistiéndose a la convicción de que este Hijo del Hombre era en verdad el Hijo de Dios.
187:4.3 (2009.2) Cuando el ladrón se convirtió y fue recibido por Jesús en el reino, el apóstol Juan no estaba presente porque se había ido a la ciudad a buscar a su madre y sus amigas. Fue Lucas quien recogió el episodio de la conversión del ladrón de labios del capitán romano convertido.
187:4.4 (2009.3) El apóstol Juan contó la crucifixión tal como la recordaba más de sesenta años después de que ocurriera. Los otros escritos se basaron en el relato del centurión romano encargado de la crucifixión, que después de ver lo que vio y oír lo que oyó creyó en Jesús y entró plenamente en la hermandad del reino de los cielos en la tierra.
187:4.5 (2009.4) El bandido arrepentido había sido arrastrado a la delincuencia por el ejemplo y el liderazgo de quienes propugnaban el bandolerismo como protesta patriótica contra la opresión política y la injusticia social. Esta influencia, unida al deseo de aventura, incitaba a muchos jóvenes bienintencionados a alistarse en violentas y temerarias expediciones de robo a mano armada. Pero ese viernes en la cruz, el joven delincuente, que había tenido como héroe a Barrabás, comprendió que se había equivocado. En una cruz al lado de la suya vio a un hombre realmente grande, a un verdadero héroe. Un héroe que inflamaba su celo, inspiraba sus conceptos más altos de dignidad moral y avivaba todos sus ideales de valor y hombría. Al contemplar a Jesús brotó en su corazón un sentimiento irresistible de amor, lealtad y auténtica grandeza.
187:4.6 (2009.5) Y si cualquiera de los que se burlaban del Maestro hubiera experimentado en su alma el nacimiento de la fe y hubiera apelado a su misericordia, habría sido recibido con el mismo amor y la misma consideración que el bandido creyente.
187:4.7 (2009.6) Poco después de que el Maestro prometiera al ladrón arrepentido que se encontrarían algún día en el Paraíso, Juan volvió de la ciudad con su madre y unas doce mujeres creyentes. Juan se puso otra vez al lado de la madre de Jesús y la sostenía. Judá estaba al otro lado de su madre. Era ya mediodía cuando Jesús los miró y dijo a su madre: «¡Mujer, he aquí a tu hijo»! Y a Juan le dijo: «¡Hijo mío, he aquí a tu madre!». Luego se dirigió a los dos y les dijo: «Deseo que os vayáis de este lugar». Y así, Juan y Judá alejaron del Gólgota a María. Juan llevó a la madre de Jesús al lugar donde él se alojaba en Jerusalén y volvió rápidamente al lugar de la crucifixión. Después de la Pascua María volvió a Betsaida donde vivió en casa de Juan el resto de su vida natural. María no llegó a vivir un año tras la muerte de Jesús.
187:4.8 (2010.1) Cuando se marchó María las otras mujeres se alejaron un poco y se quedaron acompañando a Jesús hasta que expiró en la cruz. Cuando el cuerpo del Maestro fue bajado de la cruz para ser enterrado, ellas seguían ahí.
187:5.1 (2010.2) Poco después de las doce el aire se llenó de arena fina y el cielo se oscureció. Aunque aún no era la época, la gente de Jerusalén conocía bien esas tormentas de arena con viento caliente procedentes del desierto de Arabia. Antes de la una el cielo estaba tan oscuro que el sol desapareció, y la gente que quedaba volvió corriendo a la ciudad. Cuando el Maestro entregó su vida poco después de la una, había en el Gólgota menos de treinta personas: los trece soldados romanos y unos quince creyentes. Todos estos creyentes eran mujeres menos dos: Judá, el hermano de Jesús, y Juan Zebedeo, que volvió justo antes de que el Maestro expirara.
187:5.2 (2010.3) Poco después de la una, en la creciente oscuridad de la tormenta de arena, Jesús empezó a perder su consciencia humana. Había pronunciado sus últimas palabras de perdón, misericordia y exhortación. Había expresado su último deseo sobre el cuidado de su madre. Cuando ya se avecinaba la muerte, la mente humana de Jesús recurrió a la repetición de numerosos pasajes de las escrituras hebreas, en particular de los Salmos. El último pensamiento consciente del Jesús humano consistió en repetir mentalmente una parte del Libro de los Salmos conocida hoy como los salmos veinte, veintiuno y veintidós. Aunque sus labios se movían, ya no tenía fuerzas para pronunciar las palabras de estos pasajes grabados en su memoria a medida que pasaban por su mente. Los que estaban cerca solo pudieron oír algunas frases como: «Sé que el Señor salvará a su ungido», «Tu mano alcanzará a todos mis enemigos» y «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Jesús no tuvo nunca la menor duda de que había vivido conforme a la voluntad del Padre y estaba seguro de que dejaba ahora su vida en la carne conforme a la voluntad de su Padre. No se sentía abandonado por el padre, sino que al ir desvaneciéndose su consciencia se puso a recitar pasajes de las escrituras, entre ellos el salmo veintidós que empieza diciendo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Y dio la casualidad de que este fue uno de los tres pasajes que pronunció con la suficiente claridad como para que lo entendieran los presentes.
187:5.3 (2010.4) Hacia la una y media el Jesús mortal hizo su última petición a sus semejantes cuando dijo por segunda vez: «Tengo sed». Y el mismo capitán de la guardia le volvió a humedecer los labios con la misma esponja mojada en el vino agrio que llamaban vinagre en aquel tiempo.
187:5.4 (2010.5) La tormenta de arena arreció y los cielos se fueron oscureciendo cada vez más, pero los soldados y el pequeño grupo de creyentes no se movieron de allí. Los soldados se agacharon cerca de la cruz apiñados entre sí para protegerse de la arena cortante. La madre de Juan y otras personas se resguardaron un poco más lejos bajo el saliente de una roca. Cuando el Maestro exhaló el último suspiro estaban al pie de la cruz Juan Zebedeo, su hermano Judá, su hermana Rut, María Magdalena y Rebeca, la que había vivido en Séforis.
187:5.5 (2011.1) Justo antes de las tres Jesús exclamó en voz alta: «¡Todo se ha consumado! Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Después de decir esto inclinó la cabeza y abandonó la lucha por la vida. Cuando el centurión romano vio cómo había muerto Jesús se golpeó el pecho diciendo: «Este era realmente un hombre justo, en verdad era Hijo de Dios». Y a partir de ese momento empezó a creer en Jesús.
187:5.6 (2011.2) Jesús murió tan magníficamente como había vivido. Admitió abiertamente su realeza y fue dueño de la situación durante todo aquel trágico día. Aceptó una muerte ignominiosa por su propia voluntad después de haber velado por la seguridad de los apóstoles elegidos por él. Refrenó sabiamente la violencia conflictiva de Pedro y se aseguró de que Juan pudiera estar cerca de él hasta el fin de su existencia mortal. Reveló su verdadera naturaleza al Sanedrín responsable de su asesinato y recordó a Pilatos la fuente de su autoridad soberana como Hijo de Dios. Se encaminó hacia el Gólgota cargando con el travesaño de su propia cruz y terminó su otorgamiento por amor entregando al Padre del Paraíso el espíritu que había adquirido como mortal. Después de una vida así y en el momento de una muerte así, el Maestro podía decir con verdad: «Todo se ha consumado».
187:5.7 (2011.3) Como era el día de la preparación tanto de la Pascua como del sabbat, los judíos no querían que los cuerpos estuvieran expuestos en el Gólgota, de modo que fueron a pedir a Pilatos que mandara quebrar las piernas de los tres reos para rematarlos, bajarlos de la cruz y arrojarlos a las fosas comunes de los delincuentes antes de la puesta del sol. Pilatos accedió inmediatamente a esta petición y envió a tres soldados a quebrar las piernas y rematar a Jesús y a los dos bandidos.
187:5.8 (2011.4) Cuando estos soldados llegaron al Gólgota hicieron lo que se les había ordenado con los dos ladrones, pero al llegar a Jesús les sorprendió encontrarlo muerto y uno de los soldados le traspasó el costado izquierdo con su lanza para asegurarse. Aunque no era raro que los crucificados tardaran en morir hasta dos o tres días, la abrumadora agonía emocional de Jesús y su intensa angustia espiritual habían provocado el fin de su vida mortal en la carne en poco menos de cinco horas y media.
187:6.1 (2011.5) Hacia las tres y media, en plena oscuridad de la tormenta de arena, David Zebedeo envió a su último mensajero con la noticia de la muerte del Maestro. Mandó al último de sus corredores a casa de Marta y María en Betania donde suponía que estaba la madre de Jesús con el resto de su familia.
187:6.2 (2011.6) Tras la muerte del Maestro Juan encargó a Judá que llevara a las mujeres a casa de Elías Marcos donde pasaron el sabbat. El propio Juan, que para entonces ya era bien conocido por el centurión romano, se quedó en el Gólgota hasta que llegaron José y Nicodemo con una autorización de Pilatos para llevarse el cuerpo de Jesús.
187:6.3 (2011.7) Así terminó un día de tragedia y dolor para un vasto universo cuyas miríadas de seres inteligentes se habían estremecido ante el horrendo espectáculo de la crucifixión de la encarnación humana de su amado Soberano. Aquella exhibición de perversidad humana y falta de sensibilidad por parte de los mortales los había dejado atónitos.
El libro de Urantia
Documento 188
188:0.1 (2012.1) EL cuerpo mortal de Jesús estuvo un día y medio en la tumba de José. Este intervalo entre su muerte en la cruz y su resurrección es un capítulo de la carrera en la tierra de Miguel prácticamente desconocido para nosotros. Podemos narrar el entierro del Hijo del Hombre y recoger en este escrito los acontecimientos asociados a su resurrección, pero no podemos proporcionar mucha información auténtica sobre lo que ocurrió realmente durante las cerca de treinta y seis horas que transcurrieron desde las tres de la tarde del viernes hasta las tres de la mañana del domingo. Esta etapa de la carrera del Maestro empezó poco antes de que los soldados romanos lo bajaran de la cruz. Estuvo colgando en la cruz alrededor de una hora después de su muerte. Lo habrían bajado antes, pero primero se ocuparon de rematar a los dos bandidos.
188:0.2 (2012.2) Los dirigentes de los judíos habían planeado arrojar el cuerpo de Jesús a una de las fosas comunes abiertas de Gehena, al sur de la ciudad, donde solían ir a parar los crucificados. El cuerpo del Maestro habría quedado así a merced de los animales salvajes.
188:0.3 (2012.3) Mientras tanto José de Arimatea había ido con Nicodemo a pedir a Pilatos que les entregara el cuerpo de Jesús para sepultarlo dignamente. No era raro que los amigos de los crucificados ofrecieran sobornos a las autoridades romanas para poder disponer de sus restos. José se presentó ante Pilatos con una importante suma de dinero por si fuera necesario pagar por la autorización de trasladar el cuerpo de Jesús a una tumba privada, pero Pilatos se negó a aceptar ningún dinero y firmó en el acto la orden que autorizaba a José a ir al Gólgota a tomar inmediatamente plena posesión del cuerpo del Maestro. Para entonces la tormenta de arena había amainado bastante, y había salido hacia el Gólgota un grupo de representantes del Sanedrín para asegurarse de que el cuerpo de Jesús acabara en la fosa común con los de los bandidos.
188:1.1 (2012.4) Cuando José y Nicodemo llegaron al Gólgota los soldados estaban bajando a Jesús de la cruz vigilados de cerca por los representantes del Sanedrín por si algún seguidor de Jesús intentaba impedir que su cuerpo fuera a la fosa común. Cuando José presentó al centurión la orden de Pilatos de entregarle el cuerpo del Maestro, los judíos montaron un tumulto reclamando a gritos su derecho a disponer del cuerpo. En su delirio intentaron apoderarse de él por la fuerza, pero el centurión llamó a cuatro de sus soldados que se pusieron a horcajadas sobre el cuerpo yacente del Maestro con las espadas desenvainadas. Los demás soldados dejaron a los ladrones e hicieron retroceder por la fuerza a la turba de judíos enfurecidos. Una vez restablecido el orden, el centurión leyó a los judíos la autorización de Pilatos y haciéndose a un lado dijo a José: «Este cuerpo es tuyo para que hagas con él lo que creas conveniente. Mis soldados y yo nos quedaremos contigo para que nadie se atreva a molestarte».
188:1.2 (2013.1) La ley judía prohibía terminantemente que una persona crucificada fuera enterrada en un cementerio judío. José y Nicodemo conocían esta ley, y de camino hacia el Gólgota habían decidido depositar a Jesús en la nueva tumba de la familia de José. Esta tumba excavada en la roca estaba situada cerca del Gólgota hacia el norte, al otro lado de la calzada de Samaria, y como aún no se había utilizado les pareció apropiado que el Maestro reposara en ella. José creía realmente que Jesús resucitaría de entre los muertos, en cambio Nicodemo tenía muchas dudas. En el pasado estos antiguos miembros del Sanedrín habían disimulado su fe en Jesús, aunque el resto del Sanedrín llevaba bastante tiempo sospechando de ellos incluso antes de que se retiraran del consejo. A partir de aquel viernes se convirtieron en los creyentes más notorios y decididos de todo Jerusalén.
188:1.3 (2013.2) Hacia las cuatro y media el cortejo funerario de Jesús de Nazaret salió del Gólgota hacia la tumba de José situada al otro lado del camino. El cuerpo fue envuelto en una sábana de lino y llevado por cuatro hombres seguidos por las fieles mujeres de Galilea que habían estado velando al Maestro. Los mortales que llevaron el cuerpo material de Jesús hasta la tumba fueron José, Nicodemo, Juan y el centurión romano.
188:1.4 (2013.3) Transportaron el cuerpo hasta la tumba, una cámara cuadrada de unos tres metros de lado, y allí lo prepararon rápidamente para la sepultura. En realidad los judíos más que sepultar a sus muertos los embalsamaban. José y Nicodemo habían llevado gran cantidad de mirra y aloe, y envolvieron el cuerpo con vendajes empapados en estas soluciones. Después de embalsamarlo ataron un paño alrededor de la cara, envolvieron el cuerpo en una sábana de lino y lo colocaron reverentemente en una plataforma de la tumba.
188:1.5 (2013.4) Una vez depositado el cuerpo del Maestro, el centurión hizo una seña a sus soldados para que ayudaran a hacer rodar la piedra que cerraba la entrada de la tumba. Hecho esto, los soldados se llevaron los cuerpos de los ladrones a Gehena y los demás volvieron tristemente a Jerusalén para cumplir con la Pascua conforme a las leyes de Moisés.
188:1.6 (2013.5) Jesús fue sepultado con mucha prisa porque era el día de la preparación y quedaba poco para el sabbat. Los hombres volvieron rápidamente a la ciudad, pero las mujeres se quedaron cerca de la tumba hasta muy entrada la noche.
188:1.7 (2013.6) Mientras sepultaban a Jesús las mujeres estuvieron escondidas cerca de allí y pudieron verlo todo. Se habían ocultado porque no se permitía a las mujeres colaborar con los hombres en un momento así. Después de observar todo el procedimiento, estas mujeres opinaron que Jesús no había quedado bien preparado para la sepultura, así que decidieron descansar durante el sabbat en casa de José y volver a la tumba el domingo por la mañana con ungüentos y especias a fin de preparar correctamente el cuerpo del Maestro para el descanso de la muerte. Las mujeres que se quedaron cerca de la tumba este viernes por la noche fueron María Magdalena, María la esposa de Clopás, otra hermana de la madre de Jesús llamada Marta y Rebeca de Séforis.
188:1.8 (2013.7) Aparte de David Zebedeo y José de Arimatea, muy pocos discípulos de Jesús creían realmente o alcanzaban a comprender que se levantaría de la tumba al tercer día.
188:2.1 (2014.1) Si los seguidores de Jesús habían desestimado su promesa de salir de la tumba al tercer día, no así sus enemigos. Los jefes de los sacerdotes, los fariseos y los saduceos recordaban perfectamente que, según sus informadores, Jesús había declarado que resucitaría de entre los muertos.
188:2.2 (2014.2) Después de la cena de Pascua un grupo de líderes judíos se reunió ese viernes hacia la medianoche en casa de Caifás para comentar su preocupación por las afirmaciones del Maestro de que resucitaría de entre los muertos al tercer día. Al final decidieron nombrar un comité para pedir oficialmente a Pilatos a primera hora del día siguiente en nombre del Sanedrín que montara una guardia romana delante del sepulcro de Jesús por si sus amigos intentaban forzarlo. El portavoz de este comité dijo a Pilatos: «Señor, recordamos que aquel engañador, Jesús de Nazaret, dijo cuando aún vivía: ‘Después de tres días resucitaré’. Por eso venimos a pedirte que ordenes que el sepulcro sea vigilado al menos hasta después del tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo durante la noche y luego digan al pueblo que ha resucitado de entre los muertos. Consentir que esto suceda sería un error mucho más grave que haber dejado que siguiera vivo».
188:2.3 (2014.3) Pilatos respondió así a esta petición de los miembros del Sanedrín: «Os daré una guardia de diez soldados. Id a custodiar la tumba». Ellos volvieron al templo, reunieron a diez de sus propios guardias y, a pesar de ser sabbat, se dirigieron hacia la tumba de José con estos diez guardias judíos y los diez soldados romanos para vigilarla. Estos hombres hicieron rodar otra piedra más delante de la entrada de la tumba y pusieron el sello de Pilatos en estas piedras y sus alrededores para que no se pudieran cambiar de sitio sin saberlo ellos. Los veinte hombres se quedaron vigilando hasta el momento de la resurrección, y los judíos les llevaban comida y bebida.
188:3.1 (2014.4) Los apóstoles y los discípulos pasaron ese sabbat escondidos mientras todo Jerusalén hablaba de la muerte de Jesús en la cruz. Había en aquel momento en Jerusalén casi un millón y medio de judíos procedentes de todo el Imperio romano y de Mesopotamia. Era el comienzo de la semana de la Pascua, y todos esos peregrinos iban a estar en la ciudad para enterarse de la resurrección de Jesús y volver con la noticia a sus lugares de origen.
188:3.2 (2014.5) El sábado a última hora de la noche Juan Marcos convocó en secreto a los once apóstoles a casa de su padre. Poco antes de la medianoche se reunieron todos en la misma habitación de arriba donde dos noches antes habían compartido la Última Cena con su Maestro.
188:3.3 (2014.6) Ese sábado por la tarde María la madre de Jesús acompañada por Rut y Judá volvió a Betania para reunirse con su familia poco antes de ponerse el sol. David Zebedeo se quedó en casa de Nicodemo donde había convocado a sus mensajeros para el domingo por la mañana temprano. Las mujeres de Galilea que habían preparado las especias para embalsamar mejor el cuerpo de Jesús seguían en casa de José de Arimatea.
188:3.4 (2014.7) No somos capaces de explicar qué le ocurrió exactamente a Jesús de Nazaret durante ese día y medio de reposo aparente en la tumba nueva de José de Arimatea. Parece que murió en la cruz de la misma muerte natural que habría experimentado cualquier otro mortal en las mismas circunstancias. Le oímos decir: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», pero no acabamos de comprender el significado de esta declaración, dado que su Ajustador del Pensamiento había sido personalizado mucho antes y tenía por lo tanto una existencia separada del ser mortal de Jesús. El Ajustador Personalizado del Maestro no podía resultar afectado en ningún sentido por su muerte física en la cruz. Lo que puso Jesús en aquel momento en manos del Padre tuvo que haber sido el equivalente espiritual del trabajo inicial que realiza el Ajustador cuando espiritualiza la mente mortal para dejar preparada la transferencia de la trascripción de la experiencia humana a los mundos mansión. Tuvo que haber en la experiencia de Jesús alguna realidad espiritual análoga a la naturaleza espiritual, o alma, de los mortales de las esferas que crecen en la fe. Pero esto no es más que una opinión nuestra; en realidad no sabemos qué encomendó Jesús a su Padre.
188:3.5 (2015.1) Sabemos que la forma física del Maestro reposó en la tumba de José hasta el domingo hacia las tres de la mañana, pero desconocemos todo lo referente al estatus de la personalidad de Jesús durante ese periodo de treinta y seis horas. Alguna vez nos hemos atrevido a intentar explicarnos estas cosas como sigue:
188:3.6 (2015.2) 1. La consciencia de Miguel como Creador tiene que haber estado en plena libertad con total independencia de la mente mortal asociada en la encarnación física.
188:3.7 (2015.3) 2. Sabemos que el antiguo Ajustador del Pensamiento de Jesús estaba presente en el planeta durante este periodo y tenía bajo su mando personal a las huestes celestiales reunidas.
188:3.8 (2015.4) 3. El hombre de Nazaret había adquirido durante su vida en la carne una identidad espiritual que se construyó primero por los esfuerzos directos de su Ajustador del Pensamiento y después mediante su perfecto equilibrio personal —fruto de su elección permanente de la voluntad del Padre— entre las necesidades físicas y las exigencias espirituales de la existencia mortal ideal. Esta identidad espiritual es la que tuvo que haber sido confiada a la custodia del Padre del Paraíso. No sabemos si esta realidad espiritual regresó o no para formar parte de la personalidad resucitada, aunque creemos que sí. Pero hay quien sostiene en el universo que esta identidad de alma de Jesús reposa ahora en el «seno del Padre» y que será liberada en el futuro para dirigir al Cuerpo de la Finalización de Nebadon hacia su destino no desvelado que enlaza con los universos no creados de los dominios no organizados del espacio exterior.
188:3.9 (2015.5) 4. Creemos que la consciencia humana o mortal de Jesús durmió durante esas treinta y seis horas. Tenemos motivos para creer que el Jesús humano no supo nada de lo que acontecía en el universo durante este periodo. Su consciencia mortal no percibió ningún lapso de tiempo; la resurrección a la vida siguió al sueño de la muerte como en un mismo instante.
188:3.10 (2015.6) Y esto es prácticamente todo lo que podemos hacer constar en este relato sobre el estatus de Jesús durante su sepultura. Existen algunos hechos correlacionados que podemos mencionar, aunque no nos consideramos capacitados para interpretarlos.
188:3.11 (2015.7) En el inmenso patio de las salas de resurrección del primer mundo mansión de Satania se observa hoy en día una magnífica estructura morontio-material conocida como «Monumento en memoria de Miguel» que lleva ahora el sello de Gabriel. Este monumento fue creado poco después de que Miguel dejara este mundo y lleva esta inscripción: «En conmemoración del tránsito de Jesús de Nazaret como mortal por Urantia».
188:3.12 (2016.1) Existe constancia documental de que el consejo supremo de Salvington, compuesto por cien miembros, celebró en Urantia durante este periodo una reunión ejecutiva presidida por Gabriel. También consta en los anales que durante este tiempo los Ancianos de los Días de Uversa se pusieron en comunicación con Miguel para tratar sobre el estatus del universo de Nebadon.
188:3.13 (2016.2) Sabemos que Miguel y Emmanuel de Salvington intercambiaron por lo menos un mensaje mientras el cuerpo del Maestro yacía en la tumba.
188:3.14 (2016.3) Hay buenos motivos para creer que cierta personalidad ocupó el asiento de Caligastia en el consejo de los Príncipes Planetarios del sistema que se celebró en Jerusem mientras el cuerpo de Jesús reposaba en la tumba.
188:3.15 (2016.4) Según las crónicas de Edentia el Padre de la Constelación de Norlatiadek estaba en Urantia y recibió instrucciones de Miguel durante esta etapa de la tumba.
188:3.16 (2016.5) Y hay muchas otras pruebas que apuntan a que no toda la personalidad de Jesús estaba dormida e inconsciente durante este tiempo de muerte física aparente.
188:4.1 (2016.6) Jesús no murió en la cruz para expiar ninguna culpa racial del hombre mortal ni para establecer una vía eficaz de acceso a un Dios ofendido e implacable; el Hijo del Hombre no se ofreció como sacrificio para aplacar la ira de Dios ni para abrir a los pecadores el camino de la salvación. Aunque estas ideas de expiación y propiciación son erróneas, hay otros significados importantes asociados a la muerte de Jesús en la cruz que no se deben pasar por alto. De hecho, Urantia es conocido ahora en los planetas vecinos habitados como «el mundo de la cruz».
188:4.2 (2016.7) Jesús deseaba vivir en Urantia una vida completa en carne mortal, y por regla general la muerte es parte de la vida; la muerte es el último acto del drama mortal. En vuestros esfuerzos bienintencionados por evitar las interpretaciones falsas y supersticiosas de la muerte en la cruz, no caigáis en el grave error de perder de vista el verdadero significado y la importancia real de la muerte del Maestro.
188:4.3 (2016.8) El hombre mortal no ha sido nunca propiedad de los grandes impostores. Jesús no murió para rescatar al hombre de las garras de los dirigentes apóstatas y de los príncipes caídos de las esferas. El Padre del cielo nunca concibió una injusticia tan burda como condenar a un mortal por las maldades de sus antepasados, ni mucho menos fue la muerte del Maestro en la cruz un sacrificio para saldar ninguna deuda contraída con Dios por la raza humana.
188:4.4 (2016.9) Antes de que Jesús viviera en la tierra podríais quizá haber tenido motivos para creer en un Dios así, pero no los tenéis desde que el Maestro vivió y murió entre vuestros semejantes. Moisés enseñó la justicia y la dignidad de un Dios Creador, pero Jesús retrató el amor y la misericordia de un Padre celestial.
188:4.5 (2016.10) La naturaleza animal —la tendencia a la maldad— puede ser hereditaria, pero el pecado no se transmite de padres a hijos. El pecado es un acto de rebelión consciente y deliberada contra la voluntad del Padre y las leyes de los Hijos cometido por una criatura individual dotada de voluntad.
188:4.6 (2017.1) Jesús vivió y murió para todo un universo, no solo para las razas de este mundo. Aunque los mortales de los otros mundos tenían acceso a la salvación incluso antes de que Jesús viviera y muriera en Urantia, es indudable que su otorgamiento en este mundo iluminó muchísimo el camino de la salvación. Su muerte contribuyó a dejar muy clara para siempre la certeza de la supervivencia de los mortales después de la muerte en la carne.
188:4.7 (2017.2) Aunque no es acertado considerar a Jesús como víctima sacrificial, como rescatador o como redentor, sí lo es, y mucho, referirse a él como salvador. Hizo que el camino de la salvación (de la supervivencia) fuera para siempre más cierto y más claro. Mostró de una forma mejor y más segura el camino de la salvación a todos los mortales de todos los mundos del universo de Nebadon.
188:4.8 (2017.3) El único concepto que enseñó Jesús es la idea de Dios como verdadero Padre lleno de amor por sus hijos. Una vez que se ha captado esta idea, la coherencia exige abandonar inmediatamente y sin reservas todas las nociones primitivas que presentan a Dios como monarca ofendido, como soberano severo y omnipotente cuyo mayor deleite consiste en sorprender a sus súbditos obrando mal y hacer que sean debidamente castigados, a menos que otro ser casi igual a él se ofrezca voluntario para sufrir por ellos, para morir en su lugar. Todos los conceptos de expiación y redención son incompatibles con la idea de Dios que enseñó y representó Jesús de Nazaret. En la naturaleza divina el amor infinito de Dios está por encima de todo lo demás.
188:4.9 (2017.4) Todo este concepto de expiación y salvación mediante el sacrificio radica y se fundamenta en el egoísmo. Jesús enseñó que el servicio a nuestro prójimo es el concepto más alto de la hermandad de los creyentes en el espíritu. Los que creen en la paternidad de Dios deberían dar por sentada la salvación. La preocupación principal del creyente no debería ser la búsqueda egoísta de su propia salvación personal, sino más bien el impulso desinteresado de amar y servir a sus semejantes como Jesús amó y sirvió a los hombres mortales.
188:4.10 (2017.5) A los auténticos creyentes tampoco les preocupa demasiado el castigo futuro del pecado. Al verdadero creyente solo le inquieta verse apartado de Dios en el presente. Es cierto que los buenos padres pueden castigar a sus hijos, pero lo hacen por amor y para que se corrijan. No se dejan llevar por la ira ni por el afán de represalia.
188:4.11 (2017.6) E incluso si Dios fuera el monarca severo y legalista de un universo regido primordialmente por la justicia, no podría ver nunca con buenos ojos la solución infantil de sustituir a un infractor culpable por una víctima inocente.
188:4.12 (2017.7) La gran aportación de la muerte de Jesús al enriquecimiento de la experiencia humana y a la ampliación del camino de la salvación no es el hecho de su muerte sino más bien la magnífica actitud y el espíritu incomparable que mostró ante la muerte.
188:4.13 (2017.8) Todo el concepto de rescate por expiación sitúa a la salvación en un plano de irrealidad. Un concepto así es puramente filosófico. La salvación humana es real y está basada en dos realidades que las criaturas pueden captar por la fe e incorporar así a su experiencia humana individual: el hecho de la paternidad de Dios y su verdad correlacionada, la hermandad de los hombres. Al fin y al cabo es verdad que se os «perdonarán vuestras deudas así como vosotros perdonáis a vuestros deudores».
188:5.1 (2017.9) La cruz de Jesús representa en su plenitud la entrega suprema del verdadero pastor incluso hacia los miembros de su rebaño que no la merecen. Sitúa para siempre todas las relaciones entre Dios y el hombre sobre la base de la familia. Dios es el Padre, el hombre es su hijo. El amor, el amor de un padre por su hijo, se convierte en la verdad central de las relaciones entre Creador y criatura en el universo, y no la justicia de un rey que busca satisfacción en el castigo y los sufrimientos del súbdito culpable.
188:5.2 (2018.1) La cruz muestra para siempre que la actitud de Jesús hacia los pecadores no era ni de condena ni de condonación sino más bien de salvación eterna y por amor. Jesús es un verdadero salvador porque su vida y su muerte atraen a los hombres hacia la bondad y la justa supervivencia. Jesús ama tanto a los hombres que su amor despierta una respuesta de amor en el corazón humano. El amor es realmente contagioso y eternamente creativo. La muerte de Jesús en la cruz representa un amor tan fuerte y tan divino como para perdonar el pecado y absorber toda maldad. Jesús desveló a este mundo una rectitud superior a la justicia en el sentido estricto de lo bueno y lo malo. El amor divino no se limita a perdonar las maldades sino que las absorbe y las destruye. El perdón del amor trasciende por completo el perdón de la misericordia. La misericordia deja de lado la culpa de la maldad, pero el amor destruye para siempre el pecado y todas las debilidades que conlleva. Jesús trajo a Urantia una manera nueva de vivir. Nos enseñó a no resistirnos al mal sino a encontrar a través de él, de Jesús, una bondad que destruye eficazmente el mal. El perdón de Jesús no es condonación sino salvación de la condena. La salvación no desestima las maldades sino que las enmienda. El verdadero amor no transige con el odio ni lo consiente sino que lo destruye. El amor de Jesús no se siente nunca satisfecho con el mero perdón. El amor del Maestro implica rehabilitación, supervivencia eterna. Es perfectamente correcto hablar de la salvación como redención para referirse a esta rehabilitación eterna.
188:5.3 (2018.2) Mediante el poder de su amor personal por los hombres, Jesús pudo romper el dominio del mal y del pecado y darles libertad para elegir maneras mejores de vivir. Jesús representó una liberación del pasado que prometía en sí misma un triunfo para el futuro, y así el perdón proporcionaba la salvación. Cuando el amor divino ha encontrado plena acogida en el corazón humano, su belleza destruye para siempre el atractivo del pecado y el poder del mal.
188:5.4 (2018.3) Los sufrimientos de Jesús no se limitaron a la crucifixión. En realidad Jesús de Nazaret pasó más de veinticinco años en la cruz de una existencia humana intensa y real. El verdadero valor de la cruz consiste en el hecho de que fue la expresión suprema y final de su amor, la revelación de su misericordia en toda su plenitud.
188:5.5 (2018.4) En millones de mundos habitados decenas de billones de criaturas en vías de evolución han podido sentirse tentadas a renunciar a la lucha moral y abandonar el buen combate de la fe. Entonces han vuelto los ojos una vez más hacia Jesús en la cruz y han seguido adelante inspiradas por la visión de un Dios que entrega su vida encarnada y la pone generosamente al servicio del hombre.
188:5.6 (2018.5) Todo el triunfo de la muerte en la cruz está resumido en el espíritu de la actitud de Jesús hacia sus verdugos. Hizo de la cruz un símbolo eterno del triunfo del amor sobre el odio y de la victoria de la verdad sobre el mal cuando oró diciendo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Esta entrega de amor se contagió a todo un inmenso universo; los discípulos se contagiaron de su Maestro. El primer maestro de su evangelio que fue llamado a dar la vida por él dijo mientras lo lapidaban: «No les tomes en cuenta este pecado».
188:5.7 (2018.6) La cruz hace una apelación suprema a lo mejor que hay en el hombre porque nos muestra a aquel que estuvo dispuesto a entregar la vida por sus semejantes. Nadie puede tener mayor amor que quien da la vida por sus amigos, pero tal era el amor de Jesús que estaba dispuesto a dar la vida por sus enemigos. Ese era el amor más grande que se había visto nunca en la tierra.
188:5.8 (2019.1) En otros mundos además de Urantia el espectáculo sublime de la muerte del Jesús humano en la cruz del Gólgota ha conmovido los sentimientos de los mortales y ha despertado la más alta devoción de las ángeles.
188:5.9 (2019.2) La cruz es el gran símbolo del servicio sagrado que consiste en dedicar nuestra vida al bienestar y la salvación de nuestros semejantes. La cruz no simboliza el sacrificio del Hijo de Dios inocente que es castigado en lugar de los pecadores culpables para aplacar la cólera de un Dios ofendido; la cruz se alza para siempre en el planeta y en todo un vasto universo como símbolo sagrado de los buenos que se otorgan a los malos y los salvan mediante esa misma entrega de amor. La cruz es el signo de la manifestación más alta de servicio generoso: la entrega suprema y total de una vida recta al servicio incondicional de los demás incluso en la muerte, la muerte en la cruz. La sola visión de este gran símbolo de la vida de otorgamiento de Jesús inspira verdaderamente en todos nosotros el deseo de hacer como él.
188:5.10 (2019.3) Los hombres y mujeres que contemplen a Jesús ofreciendo su vida en la cruz y reflexionen sobre ello encontrarán motivación para no volver a quejarse ni siquiera ante las pruebas más duras de la vida, y mucho menos ante disgustos menores e infinidad de agravios puramente ficticios. Su vida fue tan gloriosa y su muerte tan triunfal que surge en todos nosotros el deseo de compartir tanto la una como la otra. Hay un poder de atracción real en todo el otorgamiento de Miguel, desde los días de su juventud hasta el espectáculo sobrecogedor de su muerte en la cruz.
188:5.11 (2019.4) Al contemplar la cruz como una revelación de Dios, no la veáis con los ojos del hombre primitivo ni desde el punto de vista de los bárbaros posteriores, pues ambos consideraban a Dios como un Soberano justiciero e implacable. Por el contrario, habéis de ver en la cruz la manifestación definitiva del amor de Jesús y de su entrega a la misión de otorgamiento a las razas mortales de su inmenso universo. Ved en la muerte del Hijo del Hombre la culminación del despliegue de amor divino del Padre hacia sus hijos de las esferas habitadas por mortales. La cruz representa así una entrega de generoso afecto y el otorgamiento de una salvación voluntaria a aquellos que están dispuestos a recibir estos dones y esta entrega. En la cruz no hubo ninguna exigencia del Padre; solo ocurrió lo que Jesús quiso dar de buen grado y se negó a evitar.
188:5.12 (2019.5) Si el hombre no puede apreciar a Jesús de otra manera ni comprender el significado de su otorgamiento en la tierra, puede al menos considerarlo como compañero de sufrimiento en la vida mortal. Nadie podrá temer ya que el Creador no conozca la naturaleza o la intensidad de sus padecimientos temporales.
188:5.13 (2019.6) Sabemos que la muerte en la cruz no fue para reconciliar al hombre con Dios sino para estimular al hombre a comprender el amor eterno del Padre y la misericordia sin fin de su Hijo, y para difundir estas verdades universales a todo un universo.
El libro de Urantia
Documento 189
189:0.1 (2020.1) EL VIERNES por la tarde tras el entierro de Jesús, el jefe de los arcángeles de Nebadon, que estaba en Urantia en aquel momento, convocó a su consejo encargado de la resurrección de las criaturas con voluntad dormidas y se pusieron a estudiar posibles procedimientos de restaurar a Jesús. Estos hijos del universo local, criaturas de Miguel, no fueron reunidos por Gabriel sino que actuaban por iniciativa propia. A medianoche habían llegado a la conclusión de que la criatura no podía hacer nada para facilitar la resurrección del Creador y aceptaron el parecer de Gabriel que les explicó que, puesto que Miguel había «entregado su vida por su propia voluntad, tenía también el poder de recuperarla por su propia decisión». Poco después de que se suspendiera este consejo compuesto por arcángeles, Portadores de Vida y sus diversos colaboradores en las tareas de rehabilitación de criaturas y creación de morontia, el Ajustador Personalizado de Jesús, que estaba personalmente al mando de las huestes celestiales reunidas entonces en Urantia, se dirigió así a estos observadores expectantes:
189:0.2 (2020.2) «Ninguno de vosotros puede hacer nada para ayudar a vuestro padre-Creador a volver a la vida. Como mortal del mundo ha experimentado la muerte, como Soberano de un universo sigue viviendo. Lo que observáis es el tránsito como mortal de Jesús de Nazaret de la vida en la carne a la vida en la morontia. El tránsito de este Jesús como espíritu quedó consumado cuando me separé de su personalidad y me convertí en vuestro director temporal. Vuestro padre-Creador ha elegido pasar por toda la experiencia de sus criaturas mortales, desde el nacimiento en los mundos materiales hasta el estatus de la verdadera existencia de espíritu pasando por la muerte natural y la resurrección de la morontia. Estáis a punto de observar una fase de esta experiencia pero no podéis tomar parte en ella. No podéis hacer por el Creador las cosas que soléis hacer por las criaturas. Un Hijo Creador tiene de suyo el poder de otorgarse a imagen y semejanza de cualquiera de sus hijos creados, tiene de suyo el poder de entregar su vida observable y volver a recuperarla, y tiene este poder por orden directa del Padre del Paraíso. Os digo esto con pleno conocimiento.»
189:0.3 (2020.3) Cuando oyeron decir esto al Ajustador Personalizado, todos, desde Gabriel hasta la más humilde de las querubines, adoptaron una actitud de ansiosa expectativa. Veían el cuerpo mortal de Jesús en la tumba, detectaban indicios de la actividad de su amado Soberano en el universo, y como no comprendían estos fenómenos, esperaban pacientemente el desarrollo de los acontecimientos.
189:1.1 (2020.4) El domingo a las tres menos cuarto de la mañana llegó la comisión de encarnación del Paraíso compuesta por siete personalidades paradisiacas no identificadas que se desplegaron inmediatamente en torno a la tumba. A las tres menos diez empezaron a emanar de la tumba nueva de José intensas vibraciones de actividades materiales y de morontia combinadas, y a las tres y dos minutos de la mañana del domingo 9 de abril del año 30 d. C. salió de la tumba la forma y la personalidad de la morontia resucitada de Jesús de Nazaret.
189:1.2 (2021.1) Cuando Jesús resucitado emergió de su tumba, el cuerpo de carne en el que había vivido y trabajado en la tierra durante casi treinta y seis años seguía yaciendo en el nicho del sepulcro envuelto en la sábana de lino tal como lo habían colocado José y sus compañeros el viernes por la tarde. Tampoco se había movido la piedra que cerraba la entrada de la tumba; el sello de Pilatos seguía intacto y los soldados seguían de guardia. Los guardianes del templo habían estado de servicio continuo, la guardia romana había sido relevada a medianoche. Ninguno de estos centinelas sospechaba que el objeto de su vigilancia se había elevado a una forma de existencia nueva y superior, y que el cuerpo que custodiaban ya no era más que una envoltura exterior desechada, sin ninguna conexión con la personalidad de la morontia liberada y resucitada de Jesús.
189:1.3 (2021.2) A la humanidad le cuesta percibir que, en todo lo que es personal, la materia es el esqueleto de la morontia y que ambos son la sombra reflejada de la realidad perdurable de espíritu. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar hasta que lleguéis a considerar el tiempo como la imagen en movimiento de la eternidad y el espacio como la sombra fugaz de las realidades del Paraíso?
189:1.4 (2021.3) Que nosotros sepamos, ninguna criatura de este universo ni ninguna personalidad de otro universo tuvo nada que ver con esta resurrección de Jesús de Nazaret en la morontia. El viernes entregó su vida como mortal del mundo, el domingo por la mañana la recuperó como ser de morontia del sistema de Satania en Norlatiadek. Hay muchas cosas sobre la resurrección de Jesús que no comprendemos, pero sabemos que ocurrió como acabamos de describir y más o menos a esa hora. Podemos dejar constancia también de que todos los fenómenos conocidos asociados a este tránsito como mortal —o resurrección en la morontia— ocurrieron allí mismo en la tumba nueva de José, donde yacían envueltos en lienzos fúnebres los restos mortales materiales de Jesús.
189:1.5 (2021.4) Sabemos que ninguna criatura del universo local intervino en este despertar en la morontia. Percibimos a las siete personalidades del Paraíso en torno al sepulcro, pero no les vimos hacer nada relacionado con el despertar del Maestro. En cuanto apareció Jesús al lado de Gabriel justo encima de la tumba, las siete personalidades del Paraíso hicieron ademán de salir inmediatamente hacia Uversa.
189:1.6 (2021.5) Aclaremos para siempre el concepto de la resurrección de Jesús con las siguientes declaraciones:
189:1.7 (2021.6) 1. Su cuerpo material o físico no formaba parte de la personalidad resucitada. Cuando Jesús salió de la tumba su cuerpo de carne seguía en el sepulcro tal como fue colocado. Emergió de la tumba sin mover las piedras que cerraban la entrada y sin tocar los sellos de Pilatos.
189:1.8 (2021.7) 2. No emergió de la tumba como espíritu ni como Miguel de Nebadon, no apareció con la forma del Soberano Creador que había tenido antes de encarnarse en Urantia a la semejanza de la carne mortal.
189:1.9 (2021.8) 3. Salió del sepulcro de José a imagen y semejanza de las personalidades de la morontia de aquellos que emergen resucitados como seres ascendentes de morontia en las salas de resurrección del primer mundo mansión de este sistema local de Satania. La presencia del monumento en memoria de Miguel en el centro del inmenso patio de las salas de resurrección de la mansonia número uno nos induce a suponer que la resurrección del Maestro en Urantia fue promovida de algún modo desde este primer mundo mansión del sistema.
189:1.10 (2022.1) Lo primero que hizo Jesús al salir del sepulcro fue saludar a Gabriel y ratificar su cargo de responsable ejecutivo de los asuntos del universo bajo la supervisión de Emmanuel. Luego encargó al jefe de los Melquisedec que transmitiera sus saludos fraternales a Emmanuel y pidió al Altísimo de Edentia la certificación de los Ancianos de los Días de su tránsito como mortal. Acto seguido, el Jesús de morontia se volvió hacia los colectivos de morontia de los siete mundos mansión congregados allí para saludar a su Creador y darle la bienvenida como criatura de su orden, y les dirigió las primeras palabras de su carrera posmortal: «Habiendo consumado mi vida en la carne, deseo quedarme aquí un poco de tiempo bajo mi forma de transición para poder conocer mejor la vida de mis criaturas ascendentes y seguir revelando la voluntad de mi Padre que está en el Paraíso».
189:1.11 (2022.2) Dicho esto, Jesús hizo una seña a su Ajustador Personalizado, y todas las inteligencias del universo que se habían reunido en Urantia para presenciar la resurrección se reincorporaron inmediatamente a sus respectivas tareas en el universo.
189:1.12 (2022.3) Jesús empezó entonces los contactos del nivel de la morontia y fue instruido como criatura sobre los requisitos de la vida que había elegido vivir durante un corto periodo de tiempo en Urantia. Esta iniciación al mundo de la morontia duró más de una hora del tiempo de la tierra y fue interrumpida dos veces por su deseo de comunicarse con sus antiguos compañeros humanos llegados de Jerusalén cuando se asomaron asombrados al interior de la tumba vacía y concluyeron que Jesús había resucitado.
189:1.13 (2022.4) El tránsito de Jesús como mortal —la resurrección del Hijo del Hombre en la morontia— se ha consumado, y acaba de empezar la experiencia transitoria del Maestro como personalidad a medio camino entre lo material y lo espiritual. Todo esto lo ha hecho por su propio poder inherente; ninguna personalidad le ha prestado ninguna ayuda. Ahora vive como Jesús de morontia, y al comienzo de esta vida en la morontia su cuerpo material de carne yace intacto en la tumba. Los soldados siguen de guardia y aún no se ha roto el sello del gobernador que precinta las piedras.
189:2.1 (2022.5) A las tres y diez, mientras Jesús resucitado fraternizaba con las personalidades de la morontia allí reunidas de los siete mundos mansión de Satania, el jefe de los arcángeles —los ángeles de la resurrección— se acercó a Gabriel para pedirle el cuerpo mortal de Jesús con estas palabras: «Ya que no podemos participar en la resurrección de nuestro soberano Miguel en la morontia tras su experiencia de otorgamiento, solicitamos la custodia de sus restos mortales para disolverlos inmediatamente. No nos proponemos utilizar nuestra técnica de desmaterialización sino solo recurrir al proceso de aceleración del tiempo. Ya hemos tenido bastante con ver al Soberano vivir y morir en Urantia; ahorremos a las huestes del cielo el espectáculo y el recuerdo de la lenta putrefacción de la forma humana del Creador y Sostenedor de un universo. En nombre de las inteligencias celestiales de todo Nebadon solicito un mandato de custodia del cuerpo mortal de Jesús de Nazaret para proceder a su disolución inmediata».
189:2.2 (2023.1) Previa consulta de Gabriel al Altísimo superior de Edentia, el arcángel portavoz de las huestes celestiales fue autorizado a disponer a su criterio de los restos físicos de Jesús.
189:2.3 (2023.2) Una vez recibida la autorización, el jefe de los arcángeles llamó a colaborar a muchos de sus semejantes y a una multitud de representantes de todos los órdenes de personalidades celestiales. A continuación se hizo cargo del cuerpo físico de Jesús con ayuda de los intermedios de Urantia. Este cuerpo muerto era una creación puramente material, literalmente física, y no podía ser sacado de la tumba como había salido del sepulcro sellado la forma resucitada de morontia. Gracias a la intervención de ciertas personalidades auxiliares de la morontia, la forma de morontia puede volverse unas veces como la de espíritu, ajena a la materia común, y en cambio otras puede ser percibida por seres materiales como los mortales del mundo y establecer contacto con ellos.
189:2.4 (2023.3) Mientras los arcángeles y sus colaboradores se disponían a retirar el cuerpo de Jesús de la tumba para eliminarlo de forma digna y reverente mediante una disolución casi instantánea, los intermedios secundarios de Urantia se encargaron de apartar las piedras que cerraban la tumba. La más grande de estas dos piedras era una enorme masa circular muy parecida a una rueda de molino que se empujaba rodando hacia adelante y hacia atrás por una ranura cincelada en la roca para abrir y cerrar la tumba. Cuando los guardianes judíos y los soldados romanos vieron a la tenue luz del alba que esta enorme piedra empezaba a rodar por iniciativa propia y que se abría la entrada de la tumba sin ninguna explicación visible, el pánico se apoderó de ellos y salieron corriendo de allí. Los judíos huyeron a sus casas y volvieron más tarde al templo para informar a su capitán de estos hechos. Los romanos huyeron hacia la fortaleza Antonia, y en cuanto llegó el centurión le contaron lo que habían visto.
189:2.5 (2023.4) Los dirigentes judíos, después de haber sobornado al traidor en su vil pretensión de acabar con Jesús, volvieron a recurrir al soborno ante esta incómoda situación. En vez de castigar a los vigilantes por haber abandonado su puesto, optaron por sobornar tanto a sus propios guardias como a los romanos. Cada uno de estos veinte hombres recibió una suma de dinero a cambio de decir a todo el mundo: «Sus discípulos vinieron de noche y robaron el cuerpo mientras nosotros dormíamos». Y los líderes judíos prometieron solemnemente a los soldados que los defenderían ante Pilatos si llegaba a oídos del gobernador que habían aceptado un soborno.
189:2.6 (2023.5) La creencia cristiana en la resurrección de Jesús se ha basado en el hecho de la «tumba vacía». De hecho la tumba estaba vacía, pero esa no es la verdad de la resurrección. La tumba estaba realmente vacía cuando llegaron los primeros creyentes, y este hecho, unido al de la resurrección indudable del Maestro, les hizo formular una creencia que no era cierta: que el cuerpo material y mortal de Jesús se había levantado de la sepultura. La verdad relacionada con las realidades espirituales y los valores eternos no siempre se puede construir a partir de una combinación de hechos aparentes. Aunque los hechos individuales sean materialmente ciertos, ello no implica que la asociación de una serie de hechos conduzca necesariamente a conclusiones espirituales verdaderas.
189:2.7 (2023.6) La tumba de José estaba vacía, no porque el cuerpo de Jesús hubiera sido rehabilitado o resucitado, sino porque a petición de las huestes celestiales fue desintegrado de manera especial y única: volvió «del polvo al polvo» sin la intervención del paso del tiempo ni de los procesos visibles ordinarios de descomposición mortal y putrefacción material.
189:2.8 (2024.1) Los restos mortales de Jesús pasaron por el mismo proceso natural de desintegración elemental que caracteriza a todos los cuerpos humanos en la tierra salvo en lo referente al tiempo, puesto que la disolución natural fue acelerada hasta el punto de volverse casi instantánea.
189:2.9 (2024.2) Las verdaderas pruebas de la resurrección de Miguel son de naturaleza espiritual, y sin embargo esta enseñanza está corroborada por el testimonio de muchos mortales del mundo que se encontraron con el Maestro de morontia resucitado, lo reconocieron y estuvieron en comunicación con él. Antes de despedirse finalmente de Urantia Jesús formó parte de la experiencia personal de casi mil seres humanos.
189:3.1 (2024.3) Poco después de las cuatro y media de la mañana de aquel domingo, Gabriel convocó a su lado a los arcángeles y se dispuso a inaugurar la resurrección general del final de la dispensación adánica de Urantia. Cuando la inmensa multitud de serafines y querubines implicadas en este magno acontecimiento se hubo colocado en la formación adecuada, el Miguel de morontia apareció ante Gabriel y dijo: «Así como mi Padre tiene la vida en sí mismo, le ha concedido también al Hijo tener la vida en sí mismo. Aunque aún no he reasumido plenamente el ejercicio de la jurisdicción del universo, esta limitación que me he impuesto no restringe en modo alguno el otorgamiento de la vida a mis hijos dormidos. Que empiece el llamamiento nominal de la resurrección planetaria».
189:3.2 (2024.4) Era la primera vez que el circuito de los arcángeles funcionaba desde Urantia. Gabriel y las huestes de arcángeles se trasladaron al punto de polaridad espiritual del planeta, y cuando Gabriel dio la señal, su voz relampagueó así hasta el primer mundo mansión del sistema: «¡Por orden de Miguel, que se levanten los muertos de una dispensación de Urantia!». Entonces todos los supervivientes de las razas humanas de Urantia que llevaban dormidos desde los tiempos de Adán y que aún no habían sido juzgados aparecieron en las salas de resurrección de mansonia listos para recibir la investidura morontial. Y en un instante las serafines y sus asociados se prepararon para salir hacia los mundos mansión. Lo normal hubiera sido que estas guardianas seráficas, asignadas en su día a la custodia colectiva de esos mortales supervivientes, estuvieran presentes en el momento de su despertar en las salas de resurrección de mansonia, pero estaban en Urantia porque en aquel momento era necesario que Gabriel estuviera aquí a efectos de la resurrección de Jesús en la morontia.
189:3.3 (2024.5) Desde los tiempos de Adán y Eva habían llegado a mansonia innumerables individuos, unos porque tenían guardianas seráficas personales y otros porque habían alcanzado el nivel necesario de progreso espiritual de la personalidad; también había habido muchas resurrecciones especiales y milenarias de los hijos de Urantia, pero aparte de esos casos, este era el tercer llamamiento nominal planetario o resurrección dispensacional completa. El primero tuvo lugar en el momento de la llegada del Príncipe Planetario, el segundo en tiempos de Adán, y este tercero celebraba la resurrección en la morontia —el tránsito como mortal— de Jesús de Nazaret.
189:3.4 (2024.6) Cuando el jefe de los arcángeles recibió la señal de la resurrección planetaria, el Ajustador Personalizado del Hijo del Hombre renunció a su jurisdicción sobre las huestes celestiales reunidas en Urantia y devolvió la autoridad sobre esos hijos del universo local a sus respectivos jefes. Después salió hacia Salvington para dejar constancia ante Emmanuel de la consumación del tránsito de Miguel como mortal. Todas las huestes celestiales cuyos servicios no eran necesarios en Urantia se marcharon detrás de él, pero Gabriel se quedó en Urantia con el Jesús de morontia.
189:3.5 (2025.1) Este es el relato de los acontecimientos de la resurrección de Jesús tal como los vieron los que estuvieron presentes cuando realmente ocurrieron, sin las limitaciones ni la parcialidad de la visión humana.
189:4.1 (2025.2) En cuanto a los apóstoles, no olvidemos que diez de ellos estaban en casa de Elías y María Marcos instalados en la habitación de arriba. Aquel domingo al amanecer, cuando se acercaba el momento de la resurrección de Jesús, dormían en los mismos divanes que ocuparon durante la última cena con su Maestro. Estaban todos reunidos allí menos Tomás. Tomás estuvo unos minutos con ellos cuando se reunieron el sábado a última hora, pero no pudo soportar ver a los apóstoles y recordar lo que le había ocurrido a Jesús. Recorrió a sus compañeros con la vista y se marchó inmediatamente a casa de Simón en Betfagé para ensimismarse a solas en su dolor. Todos los apóstoles sufrían, no tanto de dudas y desesperación como de miedo, dolor y vergüenza.
189:4.2 (2025.3) En casa de Nicodemo se habían reunido, además de David Zebedeo y José de Arimatea, unos doce o quince discípulos prominentes de Jesús en Jerusalén. En casa de José de Arimatea se alojaban unas quince o veinte mujeres creyentes destacadas. Como pasaron todo el sabbat solas en casa de José y no salieron ni durante el día ni por la noche, no se enteraron de que la tumba estaba vigilada por guardianes armados. Tampoco sabían que se había colocado una segunda piedra en la entrada de la tumba y que ambas se habían precintado con el sello de Pilatos.
189:4.3 (2025.4) El domingo un poco antes de las tres de la mañana, cuando empezaban a aparecer por el este los primeros signos del amanecer, cinco de estas mujeres se pusieron en camino hacia la tumba de Jesús. Habían preparado muchos ungüentos de embalsamar y llevaban muchos vendajes de lino. Querían preparar mejor el cuerpo de Jesús con los ungüentos fúnebres y envolverlo con más esmero en los nuevos vendajes.
189:4.4 (2025.5) Las mujeres que asumieron la misión de ungir el cuerpo de Jesús eran María Magdalena, María la madre de los gemelos Alfeo, Salomé la madre de los hermanos Zebedeo, Juana la esposa de Chuza y Susana la hija de Ezra de Alejandría.
189:4.5 (2025.6) Hacia las tres y media llegaron a la tumba vacía las cinco mujeres cargadas con sus ungüentos. Cuando salían por la puerta de Damasco se cruzaron con algunos soldados que entraban corriendo en la ciudad como despavoridos. Ellas se pararon unos minutos, pero al ver que no pasaba nada siguieron su camino.
189:4.6 (2025.7) Cuando vieron apartada la piedra que cerraba la tumba se asombraron muchísimo, pues habían ido comentando durante todo el camino: «¿Quién nos ayudará a mover la piedra?». Dejaron su carga en el suelo y empezaron a mirarse unas a otras sorprendidas y asustadas. Mientras estaban allí temblando de miedo, María Magdalena rodeó la piedra más pequeña y se atrevió a entrar en el sepulcro abierto. El huerto de José estaba situado en la ladera del lado este de la calzada, y la tumba también daba al este. A esa hora la luz del amanecer era suficiente para que María, al mirar hacia el sitio donde había yacido el cuerpo del Maestro, se diera cuenta de que ya no estaba. En el hueco de piedra donde depositaron a Jesús, María solo vio el paño doblado donde había reposado su cabeza y los vendajes con los que había sido envuelto intactos sobre la piedra, tal como estaban colocados antes de que las huestes celestiales retiraran el cuerpo. La sábana que lo cubría estaba al pie del nicho funerario.
189:4.7 (2026.1) María tuvo que pararse un poco en la entrada de la tumba para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, pero cuando por fin pudo ver que había desaparecido el cuerpo de Jesús y en su lugar solo quedaban los lienzos funerarios, dio un grito de alarma y angustia. Aquellas mujeres estaban con los nervios de punta desde que se toparon con los soldados despavoridos en la puerta de la ciudad, y al oír el angustioso grito salieron corriendo aterradas y no pararon hasta la puerta de Damasco. Entonces Juana cayó en la cuenta de que habían abandonado a María, así que animó a sus compañeras y volvieron hacia la tumba.
189:4.8 (2026.2) Cuando se acercaban al sepulcro, María Magdalena, aún más asustada al no encontrar a sus amigas cuando salió de la tumba, corrió hacia ellas y exclamó alteradísima: «¡No está ahí, se lo han llevado!». Las cinco volvieron juntas a la tumba, entraron y comprobaron que estaba vacía.
189:4.9 (2026.3) Después se sentaron en la piedra junto a la entrada para comentar la situación. No se les había ocurrido aún que Jesús hubiera resucitado. Como no habían hablado con nadie durante todo el sabbat, lo primero que se les ocurrió fue que el cuerpo habría sido trasladado a otro lugar de descanso, pero enseguida descartaron esta solución porque no explicaba la colocación ordenada de los lienzos funerarios: ¿cómo podía haber sido trasladado el cuerpo si los vendajes en los que estaba envuelto habían quedado en la misma posición y aparentemente intactos sobre la plataforma donde yació?
189:4.10 (2026.4) Cuando las cinco mujeres estaban allí sentadas a primeras horas de ese nuevo día, miraron hacia un lado y vieron a un desconocido inmóvil y silencioso. Volvieron a asustarse por un momento, pero María Magdalena, pensando que podría ser el hortelano, corrió hacia él y le preguntó: «¿A dónde habéis llevado al Maestro? ¿Dónde lo han puesto? Dínoslo para que podamos ir a buscarlo». Como el desconocido no le contestaba María se echó a llorar. Entonces Jesús preguntó a las mujeres: «¿A quién buscáis?». María respondió: «Buscamos a Jesús, que fue depositado en la tumba de José pero ya no está. ¿Sabes a dónde se lo han llevado?». Entonces Jesús dijo: «¿Acaso no os dijo ese Jesús, incluso en Galilea, que moriría pero luego resucitaría?». Estas palabras sobresaltaron a las mujeres, pero el Maestro estaba tan cambiado que no lo reconocieron vuelto de espaldas contra la escasa luz del amanecer. Mientras ellas reflexionaban sobre sus palabras, Jesús se dirigió a Magdalena y le dijo con voz familiar: «María». Al oír pronunciar su nombre en ese tono de simpatía y afectuoso saludo que tan bien conocía, supo que era la voz del Maestro y corrió a arrodillarse a sus pies exclamando: «¡Mi Señor y mi Maestro!». Todas las demás mujeres reconocieron que era el Maestro el que estaba ante ellas bajo una forma glorificada, y se arrodillaron ante él.
189:4.11 (2027.1) Aquellos ojos humanos pudieron ver la forma de morontia de Jesús gracias al ministerio especial de los transformadores y los intermedios en colaboración con ciertas personalidades de la morontia que acompañaban entonces a Jesús.
189:4.12 (2027.2) Cuando María trató de abrazarse a sus pies, Jesús le dijo: «No me toques, María, pues no soy como me conociste en la carne. Estaré con vosotros bajo esta forma durante un tiempo antes de ascender al Padre. Y ahora id todas a decir a mis apóstoles —y a Pedro— que he resucitado y que habéis hablado conmigo».
189:4.13 (2027.3) En cuanto se recuperaron de la impresión, las mujeres volvieron rápidamente a casa de Elías Marcos a contar a los diez apóstoles todo lo que les había ocurrido. Los apóstoles se mostraron muy reacios a creerlo. Al principio pensaron que las mujeres habían tenido una visión, pero cuando María Magdalena repitió las palabras que Jesús les había dicho y cuando Pedro oyó su nombre, salió corriendo de la habitación de arriba seguido de cerca por Juan para llegar cuanto antes a la tumba y verlo todo por sí mismo.
189:4.14 (2027.4) Las mujeres repitieron a los otros apóstoles la historia de su conversación con Jesús pero ellos no quisieron creer, ni tampoco quisieron ir a averiguarlo por sí mismos como Pedro y Juan.
189:5.1 (2027.5) Mientras los dos apóstoles corrían hacia el Gólgota y la tumba de José, los pensamientos de Pedro alternaban entre el miedo y la esperanza; temía encontrarse con el Maestro, pero la noticia de que Jesús le había enviado un recado especial había despertado su esperanza. Empezaba a creer que Jesús estaba realmente vivo, recordaba la promesa de que resucitaría al tercer día. Por extraño que parezca no se le había ocurrido recordar esta promesa desde la crucifixión hasta ese momento en que atravesaba Jerusalén corriendo hacia el norte. Por su parte Juan sentía brotar en su alma un extraño éxtasis de júbilo y esperanza mientras corría. Estaba medio convencido de que las mujeres habían visto realmente al Maestro resucitado.
189:5.2 (2027.6) Como Juan era más joven, adelantó a Pedro y llegó el primero a la tumba. Juan se paró en la entrada y observó el interior, que estaba tal como María lo había descrito. Poco después llegó corriendo Simón Pedro, entró y vio la misma tumba vacía con los lienzos funerarios colocados de esa forma tan especial. Después de salir Pedro entró Juan y lo comprobó todo por sí mismo. Luego se sentaron en la piedra a reflexionar sobre el significado de lo que habían visto y oído. Dieron vueltas en la cabeza a todas las cosas que les habían dicho sobre Jesús, pero no pudieron hacerse una idea clara de lo que había ocurrido.
189:5.3 (2027.7) Pedro opinaba en un primer momento que la sepultura había sido saqueada, que los enemigos habían robado el cuerpo y quizás sobornado a los guardias, pero Juan razonó que no habrían dejado la tumba tan ordenada si hubieran robado el cuerpo; además no tenía sentido que hubieran dejado atrás los vendajes y que estuvieran aparentemente intactos. Los dos volvieron a entrar en la tumba para examinar más detenidamente los lienzos funerarios. Cuando salieron de la tumba por segunda vez encontraron a María Magdalena llorando delante de la entrada. María había acudido a los apóstoles convencida de que Jesús se había levantado de la sepultura, pero cuando todos se negaron a creer en su relato se sintió abatida y desconsolada. Anhelaba volver cerca de la tumba donde creía haber oído la voz familiar de Jesús.
189:5.4 (2027.8) Cuando Pedro y Juan se marcharon María se quedó allí. Entonces el Maestro se le apareció de nuevo y le dijo: «No dudes. Ten el valor de creer en lo que has visto y oído. Vuelve a mis apóstoles y diles otra vez que he resucitado, que me apareceré a ellos y que dentro de poco iré delante de ellos a Galilea como prometí».
189:5.5 (2028.1) María volvió rápidamente a casa de Marcos a contar a los apóstoles que había hablado otra vez con Jesús, pero ellos tampoco quisieron creerlo. Sin embargo, cuando Pedro y Juan volvieron dejaron de burlarse y se llenaron de miedo y aprensión.
El libro de Urantia
Documento 190
190:0.1 (2029.1) JESÚS resucitado se propone ahora pasar un corto periodo en Urantia para experimentar la carrera ascendente en la morontia de un mortal de los mundos. Este tiempo de vida en la morontia lo va a pasar en el mundo de su encarnación mortal, pero será equivalente en todos los aspectos a la experiencia de los mortales de Satania que pasan por la vida progresiva en la morontia en los siete mundos mansión de Jerusem.
190:0.2 (2029.2) Todo este poder inherente a Jesús —la dotación de vida— que le permitió resucitar de entre los muertos es el mismo don de vida eterna que él otorga a los creyentes en el reino, y que ya ahora les asegura la resurrección de las ataduras de la muerte natural.
190:0.3 (2029.3) El día de la resurrección los mortales de los mundos se levantarán con el mismo tipo de cuerpo de transición o de morontia que tenía Jesús cuando se levantó de la tumba aquel domingo por la mañana. Esos cuerpos no tienen circulación sanguínea, y esos seres no se nutren con alimentos materiales corrientes. Sin embargo, estas formas de morontia son reales. Los diversos creyentes que vieron a Jesús después de su resurrección lo vieron realmente, no se engañaron a sí mismos con visiones o alucinaciones.
190:0.4 (2029.4) Una fe inquebrantable en la resurrección de Jesús fue la característica fundamental de todas las ramas de la primera enseñanza del evangelio. En Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Filadelfia todos los maestros del evangelio compartían la misma fe implícita en la resurrección del Maestro.
190:0.5 (2029.5) Al considerar el papel destacado de María Magdalena en la proclamación de la resurrección del Maestro, debemos dejar constancia de que María era la portavoz principal del cuerpo de mujeres como Pedro lo era de los apóstoles. María no dirigía el colectivo de mujeres que trabajaban para el reino, pero era su maestra principal y su portavoz pública. María se había convertido en una mujer muy prudente, de modo que su atrevimiento de dirigirse a un hombre a quien había tomado por el encargado del huerto de José solo indica lo horrorizada que estaba cuando encontró la tumba vacía. La profundidad y la agonía de su amor, la plenitud de su devoción, le hicieron olvidar por un momento las restricciones convencionales que impedían a una mujer judía abordar a un desconocido.
190:1.1 (2029.6) Los apóstoles no querían que Jesús los dejara, por eso habían mostrado poco interés por sus anuncios de que moriría y sus promesas de que resucitaría. No esperaban la resurrección tal como ocurrió, y se negaron a creer hasta que se vieron confrontados a una evidencia indiscutible basada en la prueba absoluta de su propia experiencia.
190:1.2 (2030.1) Tras la negativa de los apóstoles a creer a las cinco mujeres cuando les aseguraron que habían visto a Jesús y hablado con él, María Magdalena volvió a la tumba y las demás se fueron a casa de José, donde contaron a las demás mujeres lo que les había ocurrido. Las mujeres, entre ellas la hija de José, lo creyeron. Poco después de las seis la hija de José de Arimatea y las cuatro mujeres que habían visto a Jesús fueron a casa de Nicodemo y se lo contaron todo a José, Nicodemo, David Zebedeo y los demás hombres que se habían reunido allí. Nicodemo y los demás pusieron en duda su historia; dudaban de que Jesús hubiera resucitado de entre los muertos y les parecía más probable que los judíos se hubieran llevado el cuerpo. En cambio José y David estaban dispuestos a creer a las mujeres, así que salieron corriendo a inspeccionar la tumba y lo encontraron todo como ellas lo habían descrito. Fueron los últimos en ver así el sepulcro porque a las siete y media el sumo sacerdote envió al capitán de los guardias del templo a la tumba para que se llevara los lienzos funerarios. El capitán los envolvió en la sábana de lino y los tiró por un barranco cercano.
190:1.3 (2030.2) Después de ver la tumba, David y José fueron inmediatamente a casa de Elías Marcos y subieron a la habitación de arriba para hablar con los diez apóstoles. El único que estaba dispuesto a creer, aunque con poca convicción, que Jesús había resucitado de entre los muertos era Juan Zebedeo. Pedro había creído al principio, pero empezó a tener serias dudas cuando no pudo encontrar al Maestro. Todos se inclinaban a pensar que los judíos se habían llevado el cuerpo. David no quiso discutir con ellos, solo les dijo al marcharse: «Vosotros sois los apóstoles y deberíais comprender estas cosas. No voy a discutir con vosotros, pero vuelvo ahora mismo a casa de Nicodemo donde he convocado a mis mensajeros para esta mañana. Cuando estén todos reunidos los enviaré a anunciar la resurrección del Maestro, y esta será su última misión. Oí decir al Maestro que moriría y resucitaría al tercer día. Yo le creo». Después de decir esto a los desmoralizados embajadores del reino, quien fuera por iniciativa propia su director de comunicaciones e información se despidió. Al salir de la habitación dejó caer sobre las rodillas de Mateo Leví la bolsa de Judas con todos los fondos apostólicos.
190:1.4 (2030.3) Serían las nueve y media cuando llegó a casa de Nicodemo el último de los veintiséis mensajeros. David los reunió inmediatamente en el gran patio y les habló así:
190:1.5 (2030.4) «Amigos y hermanos, me habéis servido todo este tiempo conforme al juramento que prestasteis ante mí y entre vosotros, y os tomo por testigos de que no he enviado nunca falsa información a través de vosotros. Estoy a punto de enviaros a vuestra última misión como mensajeros voluntarios del reino, y al hacerlo os liberaré de vuestro juramento y quedará disuelto este cuerpo de mensajeros. Amigos, nuestra labor ha terminado. El Maestro ya no tiene necesidad de mensajeros mortales porque ha resucitado de entre los muertos. Antes de que lo apresaran nos dijo que moriría y que resucitaría al tercer día. He visto la tumba y está vacía. He hablado con María Magdalena y otras cuatro mujeres que han hablado con Jesús. Y ahora os licencio, me despido de vosotros y os envío a vuestras respectivas misiones con este mensaje para los creyentes: ‘Jesús ha resucitado de entre los muertos. La tumba está vacía’.»
190:1.6 (2030.5) La mayoría de los presentes intentaron convencer a David de que no lo hiciera, pero fue inútil. Entonces trataron de disuadir a los mensajeros, pero ellos no quisieron atender a sus dudas. Y así, poco antes de las diez de la mañana de aquel domingo, salieron los veintiséis corredores como los primeros heraldos del hecho poderoso y la magnífica verdad de la resurrección de Jesús. Salieron a esta misión, como a tantas otras, en cumplimiento del juramento que habían hecho a David Zebedeo y entre ellos mismos. Estos hombres confiaban en David; le tomaron la palabra y emprendieron su misión sin ni siquiera pararse a hablar con las mujeres que habían visto a Jesús. La mayoría de ellos creía en lo que David les había dicho, e incluso aquellos que tenían alguna duda llevaron el mensaje con la misma certeza y rapidez que los demás.
190:1.7 (2031.1) Los apóstoles —el cuerpo espiritual del reino— se han refugiado en la habitación de arriba llenos de dudas y miedos mientras que unos laicos, liderados por un jefe valiente y eficaz, llevan a cabo el primer intento de transmitir a la sociedad el evangelio de la hermandad de los hombres. Estos mensajeros salen a proclamar que el Salvador de un mundo y de un universo ha resucitado, y acometen esta memorable tarea antes de que los representantes elegidos por el Maestro estén dispuestos a creer en su palabra o a aceptar el testimonio de los testigos oculares.
190:1.8 (2031.2) Estos veintiséis heraldos fueron enviados a casa de Lázaro en Betania y a todos los centros de creyentes, desde Beerseba en el sur hasta Damasco y Sidón en el norte, y desde Filadelfia en el este hasta Alejandría en el oeste.
190:1.9 (2031.3) Después de despedirse de sus hermanos, David fue a buscar a su madre a casa de José y salieron hacia Betania a reunirse con la familia de Jesús que estaba a la espera. David se quedó en Betania con Marta y María mientras ellas vendían sus posesiones terrenales, y luego las acompañó en su viaje a Filadelfia para reunirse con su hermano Lázaro.
190:1.10 (2031.4) La semana siguiente Juan Zebedeo llevó a María la madre de Jesús a la casa que él tenía en Betsaida. Santiago, el mayor de los hermanos menores de Jesús, se quedó con su familia en Jerusalén y Rut se quedó en Betania con las hermanas de Lázaro. El resto de la familia de Jesús volvió a Galilea. David Zebedeo se casó con Rut, la hermana menor de Jesús, a comienzos de junio y al día siguiente salió de Betania con Marta y María hacia Filadelfia.
190:2.1 (2031.5) Desde el momento de su resurrección en la morontia hasta su ascensión a las alturas en espíritu, Jesús se apareció diecinueve veces distintas bajo forma visible a sus creyentes de la tierra. No se apareció a sus enemigos ni a aquellos que no podían sacar provecho espiritual de su manifestación bajo forma visible. Hizo su primera aparición ante las cinco mujeres junto a la tumba y la segunda ante María Magdalena, también cerca de la tumba.
190:2.2 (2031.6) La tercera aparición ocurrió en Betania aquel domingo poco después del mediodía en el jardín de Lázaro. Santiago, el mayor de los hermanos menores de Jesús, estaba ante la tumba vacía del hermano resucitado de Marta y María reflexionando sobre las noticias que el mensajero de David les había traído una hora antes. Santiago siempre se había sentido inclinado a creer en la misión de su hermano mayor en la tierra, pero llevaba mucho tiempo alejado del trabajo de Jesús y tenía serias dudas sobre las afirmaciones posteriores de los apóstoles de que Jesús era el Mesías. La noticia del mensajero alarmó y desconcertó a toda la familia. Cuando Santiago estaba aún ante la tumba vacía de Lázaro, llegó a la casa María Magdalena y se puso a contar con gran emoción a la familia lo que había visto y oído a primeras horas de la mañana junto a la tumba de José. Mientras contaba estas experiencias llegó David Zebedeo con su madre. Rut, por supuesto, creyó en las palabras de María, y también creyó Judá después de haber hablado con David y Salomé.
190:2.3 (2032.1) Entonces echaron en falta a Santiago, pero él seguía en el jardín cerca de la tumba. De pronto sintió una presencia cercana como si alguien le hubiera tocado el hombro, y cuando se volvió vio aparecer a su lado una forma extraña. Estaba demasiado asombrado para hablar y demasiado asustado para huir. Entonces la extraña forma dijo: «Santiago, vengo a llamarte al servicio del reino. Únete sinceramente a tus hermanos y sígueme». Cuando Santiago oyó decir su nombre supo que el que había hablado era Jesús, su hermano mayor. Todos tenían más o menos dificultades para reconocer la forma de morontia del Maestro, en cambio casi todos reconocían perfectamente su voz y podían identificar sin problema su encantadora personalidad en cuanto empezaba a comunicarse con ellos.
190:2.4 (2032.2) En cuanto Santiago se dio cuenta de que Jesús se estaba dirigiendo a él, hizo ademán de arrodillarse y exclamó: «Padre mío y hermano mío», pero Jesús le pidió que siguiera de pie mientras hablaban. Pasearon por el jardín y hablaron durante casi tres minutos. Hablaron de las experiencias del pasado y del futuro próximo. Cuando se acercaban a la casa Jesús dijo: «Adiós, Santiago; pronto os saludaré a todos juntos».
190:2.5 (2032.3) Santiago entró corriendo en la casa mientras los demás lo estaban buscando en Betfagé, y exclamó: «Acabo de ver a Jesús y he hablado con él, he charlado con él. ¡No está muerto, ha resucitado! Al desaparecer me ha dicho: ‘Adiós, pronto os saludaré a todos juntos’». En cuanto terminó de hablar regresó Judá, y Santiago volvió a contar su encuentro con Jesús en el jardín para que lo oyera su hermano, y todos empezaron a creer en la resurrección de Jesús. Entonces Santiago anunció que no volvería a Galilea, y David exclamó: «No solo lo ven mujeres emocionadas, sino que han empezado a verlo hombres hechos y derechos. Espero verlo yo también».
190:2.6 (2032.4) David no tuvo que esperar mucho tiempo, pues la cuarta aparición de Jesús ante ojos mortales ocurrió poco antes de las dos en la misma casa de Marta y María. El Maestro se apareció de manera visible a su familia terrenal y los amigos de la familia, veinte personas en total. El Maestro apareció en la puerta trasera de la casa, que estaba abierta, y dijo: «La paz sea con vosotros. Saludos a los que estuvisteis cerca de mí en la carne y fraternidad para mis hermanos y hermanas en el reino de los cielos. ¿Cómo habéis podido dudar? ¿Por qué habéis tardado tanto en decidiros a seguir de todo corazón la luz de la verdad? Venid pues todos a la fraternidad del Espíritu de la Verdad en el reino del Padre». Y cuando empezaron a recuperarse de la impresión y a acercarse a él como para abrazarlo, desapareció de su vista.
190:2.7 (2032.5) Todos querían ir corriendo a la ciudad a contar lo que había ocurrido a los escépticos apóstoles, pero Santiago lo impidió. Solo permitió a María Magdalena volver a casa de José. Mientras hablaban en el jardín Jesús había dicho ciertas cosas que indujeron a Santiago a prohibir que se publicara esta visita en la morontia fuera de allí. Pero Santiago no reveló nunca nada más de su conversación con el Maestro resucitado en casa de Lázaro en Betania.
190:3.1 (2033.1) La quinta manifestación de Jesús en la morontia ante los ojos de los mortales ocurrió en presencia de unas veinticinco mujeres creyentes reunidas en casa de José de Arimatea hacia las cuatro y cuarto de la tarde de aquel mismo domingo. María Magdalena había vuelto a casa de José unos minutos antes de esta aparición. Aunque Santiago, el hermano de Jesús, había ordenado que no se dijera nada a los apóstoles sobre la aparición del Maestro en Betania, María estaba autorizada a informar de este acontecimiento a sus hermanas creyentes, así que les hizo prometer a todas que guardarían el secreto y les empezó a contar lo que acababa de ver en Betania con la familia de Jesús. Cuando estaba en medio de su apasionante relato, se hizo de pronto un silencio solemne y apareció entre ellas la forma claramente visible de Jesús resucitado que les dirigió estas palabras: «La paz sea con vosotras. En la fraternidad del reino no habrá ni judíos ni gentiles, ni ricos ni pobres, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres. Vosotras también estáis llamadas a divulgar la buena nueva de la liberación de la humanidad a través del evangelio de la filiación con Dios en el reino de los cielos. Id por todo el mundo proclamando este evangelio y confirmando la fe de los creyentes en él. Y mientras lo hacéis, no os olvidéis de atender a los enfermos y fortalecer a los que temen y a los que tiemblan. Estaré siempre con vosotras hasta los confines mismos de la tierra». Después de decir esto desapareció de su vista mientras las mujeres caían de bruces y adoraban en silencio.
190:3.2 (2033.2) De las cinco apariciones de Jesús en la morontia ocurridas hasta ese momento, María Magdalena había presenciado cuatro.
190:3.3 (2033.3) A raíz de la actuación de los mensajeros a media mañana y de algunas filtraciones involuntarias procedentes de casa de José sobre la aparición de Jesús, llegó a oídos de los dirigentes de los judíos que se había corrido por la ciudad que Jesús había resucitado y que muchos aseguraban haberlo visto. Estos rumores pusieron muy nerviosos a los miembros del Sanedrín. Tras una rápida consulta con Anás, Caifás convocó una reunión del Sanedrín para las ocho de la tarde, y en ella se tomó la decisión de expulsar de las sinagogas a toda persona que mencionara la resurrección de Jesús. Se sugirió incluso condenar a muerte a todo el que afirmara haberlo visto, pero no se llegó a votar esta propuesta porque la reunión se disolvió en medio de una confusión rayana en el pánico. Se habían atrevido a pensar que habían acabado con Jesús y ahora estaban a punto de descubrir que sus problemas reales con el hombre de Nazaret no hacían sino empezar.
190:4.1 (2033.4) Hacia las cuatro y media el Maestro hizo su sexta aparición en la morontia ante unos cuarenta creyentes griegos que estaban reunidos en casa de un tal Flavio con todas las puertas cerradas. Mientras comentaban las noticias de la resurrección, el Maestro se manifestó en medio de ellos y les dijo: «La paz sea con vosotros. Aunque el Hijo del Hombre apareció en la tierra entre los judíos, vino a aportar su ministerio a todos los hombres. En el reino de mi Padre no habrá ni judíos ni gentiles. Todos seréis hermanos, hijos de Dios. Id pues al mundo entero a proclamar este evangelio de salvación que habéis recibido de los embajadores del reino, y yo os recibiré en la comunión de la hermandad de los hijos del Padre por la fe y la verdad». Tras este encargo se despidió y no volvieron a verlo. Se quedaron en la casa toda la tarde, pues estaban demasiado sobrecogidos para atreverse a salir y ninguno durmió esa noche; se quedaron hablando sobre estas cosas con la esperanza de que el Maestro volviera a visitarlos. Entre estos griegos había muchos de los que estaban en Getsemaní cuando los soldados arrestaron a Jesús y Judas lo traicionó con un beso.
190:4.2 (2034.1) Los rumores de la resurrección de Jesús y las noticias de numerosas apariciones a sus seguidores se están difundiendo rápidamente y crece el nerviosismo en toda la ciudad. El Maestro se ha aparecido ya a su familia, a las mujeres y a los griegos, y dentro de poco se va a manifestar a los apóstoles. El Sanedrín no tardará en encarar los nuevos problemas que se ciernen inesperadamente sobre los dirigentes judíos. Jesús piensa mucho en sus apóstoles, pero antes de visitarlos quiere que pasen unas horas más de reflexión y meditación.
190:5.1 (2034.2) Unos once kilómetros al oeste de Jerusalén vivían en Emaús dos hermanos pastores que habían pasado la semana de la Pascua en Jerusalén asistiendo a los sacrificios, las ceremonias y las fiestas. El mayor, Cleofás, creía parcialmente en Jesús o al menos había sido expulsado de la sinagoga. Su hermano Jacobo no era creyente pero estaba muy interesado por lo que había oído sobre las enseñanzas y las obras del Maestro.
190:5.2 (2034.3) Aquel domingo los dos hermanos volvían a Emaús por la calzada de Jerusalén, y hacia las cinco de la tarde habrían caminado ya unos cinco kilómetros. Iban hablando muy seriamente sobre Jesús, sus enseñanzas, sus obras y muy especialmente sobre los rumores de que su tumba estaba vacía y de que ciertas mujeres habían hablado con él. Cleofás estaba bastante dispuesto a creerse esas noticias, pero Jacobo insistía en que se trataba probablemente de un montaje. Mientras discutían así de camino a su casa, la manifestación de Jesús en la morontia, su séptima aparición, se puso a andar a su lado. Cleofás había oído mucho enseñar a Jesús y había comido con él varias veces en casas de creyentes de Jerusalén, pero no reconoció al Maestro, ni siquiera cuando les habló abiertamente.
190:5.3 (2034.4) Después de caminar con ellos un corto trecho, Jesús preguntó: «¿De qué hablabais con tanto interés cuando me acerqué a vosotros?». Ellos se pararon tristemente sorprendidos y Cleofás le dijo: «¿Eres tú el único visitante de Jerusalén que no sabes las cosas que han sucedido estos días?». Entonces el Maestro preguntó: «¿Qué cosas?». Cleofás respondió: «Si no te has enterado de esas cosas, eres el único de Jerusalén que no ha oído los rumores sobre Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obra y en palabra ante Dios y ante todo el pueblo. Los jefes de los sacerdotes y nuestros dirigentes lo entregaron a los romanos y exigieron que lo crucificaran. Muchos de nosotros esperábamos que fuera él quien liberara a Israel del yugo de los gentiles. Pero eso no es todo. Hace tres días que fue crucificado, y ciertas mujeres nos han sorprendido declarando que fueron a su tumba esta madrugada y la encontraron vacía. Estas mismas mujeres insisten en que han hablado con ese hombre y dicen que ha resucitado de entre los muertos. Y cuando las mujeres informaron de esto a los hombres, dos de sus apóstoles corrieron a la tumba y también la encontraron vacía». Aquí Jacobo interrumpió a su hermano para decir: «pero no vieron a Jesús».
190:5.4 (2035.1) Siguieron caminando y Jesús les dijo: «¡Cuán lentos sois para comprender la verdad! Si hablabais de las obras y enseñanzas de ese hombre quizá pueda yo iluminaros porque conozco bien esas enseñanzas. ¿No recordáis que ese Jesús enseñó siempre que su reino no era de este mundo y que todos los hombres, al ser hijos de Dios, encontrarían libertad e independencia en la alegría espiritual de la hermandad de servicio por amor en el nuevo reino de la verdad del amor del Padre celestial? ¿No recordáis que ese Hijo del Hombre proclamó la salvación de Dios para todos los hombres mientras atendía a enfermos y afligidos y liberaba a los que estaban encadenados por el miedo y esclavizados por el mal? ¿No sabéis que ese hombre de Nazaret dijo a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para ser entregado a sus enemigos que le darían muerte, y que resucitaría al tercer día? ¿No os han dicho todo esto? ¿Y no habéis leído nunca el pasaje de las Escrituras que habla sobre este día de salvación para judíos y gentiles donde se dice que en él todas las familias de la tierra serán benditas, que él escuchará el grito de los necesitados y salvará las almas de los pobres que lo buscan y que todas las naciones lo llamarán bendito? Que ese Libertador será como la sombra de una gran roca en una tierra agotada. Que alimentará al rebaño como un verdadero pastor y reunirá a las ovejas en sus brazos y las llevará tiernamente en su seno. Que abrirá los ojos de los ciegos de espíritu y sacará a los presos de la desesperación a la plena luz y a la libertad, que todos los que están en la oscuridad verán la gran luz de la salvación eterna. Que curará a los que tienen el corazón destrozado, proclamará la libertad a los cautivos del pecado y abrirá la prisión a los que están esclavizados por el miedo y encadenados por el mal. Que confortará a los afligidos y les concederá la alegría de la salvación en lugar de tristeza y pesadumbre. Que será el deseo de todas las naciones y la alegría perpetua de los que buscan la rectitud. Que ese Hijo de la verdad y la rectitud se alzará sobre el mundo con luz curativa y poder salvador e incluso que salvará a su pueblo de sus pecados, que buscará y salvará realmente a los que están perdidos. Que no destruirá a los débiles sino que dará la salvación a todos los que tienen hambre y sed de rectitud. Que los que creen en él tendrán la vida eterna. Que derramará su espíritu sobre toda carne y que este Espíritu de la Verdad será en cada creyente un pozo de agua que manará hasta la vida eterna. ¿No habéis comprendido la grandeza del evangelio del reino que este hombre os ha traído? ¿No os dais cuenta de la grandeza de la salvación que ha llegado a vosotros?».
190:5.5 (2035.2) Para entonces ya habían llegado a la aldea donde vivían estos hermanos. Desde que Jesús empezó a enseñarles por el camino, ninguno de los dos había dicho una palabra. Se pararon delante de su humilde morada, y cuando Jesús iba a despedirse de ellos para seguir por la carretera le insistieron en que entrara y se quedara con ellos porque era casi de noche. Al final Jesús accedió, y poco después de entrar en la casa se sentaron a comer. Le dieron el pan para que lo bendijera y cuando empezó a partirlo para dárselo a los hermanos, se les abrieron los ojos y Cleofás reconoció que su invitado era el propio Maestro. Pero cuando dijo: «Es el Maestro...», el Jesús de morontia desapareció de su vista.
190:5.6 (2036.1) Entonces se dijeron el uno al otro: «¡¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba por el camino y abría nuestro entendimiento a las enseñanzas de las Escrituras?!».
190:5.7 (2036.2) No perdieron tiempo en comer. Habían visto al Maestro de morontia y salieron corriendo de la casa para volver rápidamente a Jerusalén y difundir la buena nueva del Salvador resucitado.
190:5.8 (2036.3) Hacia las nueve de aquella noche, justo antes de que el Maestro se apareciera a los diez, los dos hermanos irrumpieron entusiasmados en la habitación de arriba donde estaban los apóstoles y declararon que habían visto a Jesús y hablado con él. Les contaron todo lo que Jesús había dicho y cómo no se habían dado cuenta de quién era hasta el momento de partir el pan.
El libro de Urantia
Documento 191
191:0.1 (2037.1) EL DOMINGO de resurrección fue un día terrible en la vida de los apóstoles; diez de ellos pasaron la mayor parte del día en la habitación de arriba con las puertas atrancadas. Podrían haber huido de Jerusalén pero temían ser arrestados por los agentes del Sanedrín si los encontraban fuera. Tomás rumiaba a solas sus problemas en Betfagé. Le habría ido mejor si se hubiera quedado con sus compañeros apóstoles, y los habría ayudado a dirigir sus conversaciones por vías más provechosas.
191:0.2 (2037.2) Juan estuvo insistiendo durante todo el día en que Jesús había resucitado de entre los muertos. Recordó que el Maestro había afirmado por lo menos cinco veces que resucitaría, y al menos en tres de ellas había aludido al tercer día. La actitud de Juan tuvo una influencia considerable en ellos, sobre todo en su hermano Santiago y en Natanael, y habría influido más si Juan no hubiera sido el más joven del grupo.
191:0.3 (2037.3) Los problemas de los apóstoles tenían mucho que ver con su aislamiento. Juan Marcos los mantenía al corriente de lo que sucedía alrededor del templo y les informaba de los muchos rumores que se extendían por la ciudad, pero no se le ocurrió llevarles noticias de los distintos grupos de creyentes a quienes ya se les había aparecido Jesús. Este era el tipo de servicio que habían prestado hasta entonces los mensajeros de David, pero ahora estaban todos dedicados a su última misión de proclamar la resurrección a los grupos de creyentes que vivían lejos de Jerusalén. Por primera vez en todos estos años los apóstoles se dieron cuenta de hasta qué punto habían dependido de los mensajeros de David para su información diaria sobre los asuntos del reino.
191:0.4 (2037.4) Como era habitual en él, Pedro pasó todo el día oscilando emocionalmente entre la fe y la duda sobre la resurrección del Maestro. Pedro no podía librarse de la imagen de los lienzos funerarios colocados sobre la tumba como si el cuerpo de Jesús se hubiera evaporado desde dentro, pero se decía: «Si ha resucitado y puede mostrarse a las mujeres, ¿por qué no se muestra a nosotros, sus apóstoles?», y se entristecía pensando que quizás Jesús no venía a ellos porque entre los apóstoles estaba él, que lo había negado aquella noche en el patio de Anás. Luego se animaba con el recado que habían traído las mujeres: «Id y decid a mis apóstoles, y a Pedro...», pero para animarse con este mensaje tenía que creer que las mujeres habían visto y oído realmente al Maestro resucitado. Y así estuvo alternando entre la fe y la duda durante todo el día hasta que decidió salir al patio poco después de las ocho. Como había negado al Maestro, Pedro pensó alejarse de los apóstoles para no impedir con su presencia que Jesús fuera a ellos.
191:0.5 (2037.5) Santiago Zebedeo propuso al principio que todos fueran a la tumba; estaba decidido a hacer algo para llegar al fondo del misterio. Fue Natanael quien les impidió que se dejaran ver en público frente a la insistencia de Santiago, y lo hizo recordándoles la advertencia de Jesús de que no arriesgaran innecesariamente la vida en esos momentos. Hacia el mediodía Santiago se había instalado con los demás en una vigilante espera. Habló muy poco; estaba tremendamente decepcionado de que Jesús no apareciera ante ellos, y eso que no sabía nada de las muchas apariciones del Maestro a otras personas y otros colectivos.
191:0.6 (2038.1) Andrés escuchó mucho ese día. Estaba hecho un mar de dudas y sumido en el desconcierto, pero al menos disfrutaba de cierta sensación de libertad desde que no tenía la responsabilidad de guiar a sus compañeros apóstoles. Estaba verdaderamente agradecido al Maestro por haberlo liberado del peso del liderazgo antes de que cayeran en estas horas de turbación.
191:0.7 (2038.2) Más de una vez durante las largas y tediosas horas de aquel trágico día, el único apoyo moral del grupo fueron los frecuentes consejos de Natanael con su filosofía característica. Él fue realmente el elemento estabilizador de los diez durante todo el día. No dijo ni una sola vez si creía o no en la resurrección del Maestro, pero con el paso de las horas se fue inclinando cada vez más a creer que Jesús había cumplido su promesa de resucitar.
191:0.8 (2038.3) Simón Zelotes estaba demasiado hundido para participar en las conversaciones. Pasó la mayor parte del tiempo tumbado en un diván cara a la pared en una esquina de la habitación. No llegó a hablar ni media docena de veces en todo el día. Su concepto del reino se había derrumbado y no veía que la resurrección del Maestro pudiera cambiar materialmente la situación. Su decepción era muy personal y demasiado profunda como para poderla superar a corto plazo, ni siquiera ante un hecho tan formidable como la resurrección.
191:0.9 (2038.4) Por extraño que parezca, Felipe, habitualmente silencioso, habló mucho esa tarde. Durante la mañana tuvo poco que decir pero estuvo toda la tarde haciendo preguntas a los demás apóstoles. A Pedro le irritaron muchas de las preguntas de Felipe, en cambio los demás las tomaron con buen humor. Felipe tenía especial deseo de saber, suponiendo que Jesús hubiera salido realmente de la tumba, si su cuerpo llevaría las marcas físicas de la crucifixión.
191:0.10 (2038.5) Mateo estaba sumamente confuso; escuchaba las conversaciones de sus compañeros, pero pasó la mayor parte del tiempo dando vueltas en la cabeza al problema de la futura financiación del grupo. Dejando aparte la supuesta resurrección de Jesús, Judas ya no estaba, David le había entregado los fondos sin ceremonias y no tenían un líder con autoridad. Antes de que Mateo se hubiera puesto a considerar seriamente los argumentos de los demás sobre la resurrección, ya había visto al Maestro cara a cara.
191:0.11 (2038.6) Los gemelos Alfeo participaron muy poco en estas serias conversaciones, ya estaban bastante ocupados con sus labores habituales. Uno de ellos expresó la actitud de ambos cuando dijo en respuesta a una pregunta de Felipe: «No entendemos esto de la resurrección, pero nuestra madre dice que ha hablado con el Maestro y nosotros la creemos».
191:0.12 (2038.7) Tomás estaba en una de sus típicas rachas de depresión desesperanzada. Pasó una parte del día durmiendo y la otra paseando por las colinas. Sentía el impulso de reunirse con los demás apóstoles, pero pudo más el deseo de estar solo.
191:0.13 (2038.8) El Maestro pospuso su primera aparición a los apóstoles en la morontia por varias razones. Primero, quería que después de oír hablar de su resurrección tuvieran tiempo para reflexionar bien sobre lo que él les había dicho sobre su muerte y su resurrección cuando aún estaba con ellos en la carne. El Maestro quería que Pedro superara algunas de sus dificultades personales antes de manifestarse a todos ellos. En segundo lugar, deseaba que Tomás estuviera con ellos en el momento de su primera aparición. El domingo por la mañana temprano Juan Marcos localizó a Tomás en casa de Simón en Betfagé y se lo comunicó a los apóstoles alrededor de las once. Tomás habría vuelto con ellos ese día en cualquier momento si Natanael u otros dos apóstoles hubieran ido a buscarlo. Estaba deseando volver, pero después de haberlos dejado como lo hizo la noche anterior, el orgullo le impedía volver tan pronto por iniciativa propia. Al día siguiente estaba tan deprimido que necesitó casi una semana para decidirse a regresar. Los apóstoles lo esperaban y él esperaba que sus hermanos fueran a pedirle que volviera con ellos. Y así, Tomás estuvo alejado de sus compañeros hasta el sábado siguiente cuando Pedro y Juan fueron a Betfagé tras la puesta del sol y se lo llevaron con ellos. Esta es también la razón por la que no fueron inmediatamente a Galilea después de la primera aparición de Jesús, porque no querían irse sin Tomás.
191:1.1 (2039.1) Cerca de las ocho y media de la noche de aquel domingo, Jesús se apareció a Simón Pedro en el jardín de la casa de Marcos. Era su octava manifestación en la morontia. Desde que negara al Maestro, Pedro había vivido con una pesada carga de dudas y culpabilidad. Toda la jornada del sábado y del domingo había estado luchando contra el miedo a haber dejado de ser, quizás, un apóstol. Se horrorizó ante la suerte de Judas y llegó a pensar que él también había traicionado a su Maestro. Estuvo pensando toda esa tarde que su presencia entre los apóstoles podría estar impidiendo que Jesús se apareciera a ellos (siempre y cuando, claro está, hubiera resucitado realmente de entre los muertos). En este estado de mente y ánimo se encontraba Pedro cuando se le apareció Jesús mientras el desolado apóstol vagaba entre las flores y los arbustos.
191:1.2 (2039.2) Pedro pensaba en la mirada amante del Maestro cuando pasó ante él en el porche de Anás y se repetía una y otra vez el maravilloso mensaje que le habían traído aquella mañana temprano las mujeres que volvían de la tumba vacía: «Id y decid a mis apóstoles, y a Pedro...», y al contemplar estas muestras de misericordia su fe empezó a triunfar sobre sus dudas, se detuvo apretando los puños y dijo en voz alta: «Creo que ha resucitado de entre los muertos y voy a decírselo a mis hermanos». En cuanto pronunció estas palabras apareció ante él la forma de un hombre que le dijo en un tono de voz familiar: «Pedro, el enemigo deseaba tenerte pero yo no he querido renunciar a ti. Sabía que no me habías repudiado con el corazón, por eso te perdoné antes incluso de que me lo pidieras, pero ahora debes dejar de pensar en ti mismo y en los problemas de este momento y prepararte para llevar la buena nueva del evangelio a los que están en las tinieblas. Ya no debe importarte lo que puedas obtener del reino; preocúpate más bien por lo que puedas dar a los que viven sumidos en la pobreza espiritual. Prepárate, Simón, para la batalla de un nuevo día, para la lucha contra las tinieblas espirituales y las dudas malignas de la mente natural del hombre».
191:1.3 (2039.3) Pedro y el Jesús de morontia pasearon por el jardín y hablaron de cosas pasadas, presentes y futuras durante casi cinco minutos. Entonces el Maestro desapareció de su vista diciendo: «Adiós, Pedro, hasta que te vuelva a ver con tus hermanos».
191:1.4 (2039.4) Por un momento Pedro quedó abrumado al darse cuenta de que había hablado con el Maestro resucitado y de que podía estar seguro de seguir siendo un embajador del reino. Acababa de oír al Maestro glorificado exhortarle a seguir predicando el evangelio. Con el corazón desbordante subió corriendo a la habitación de arriba y exclamó jadeando de emoción ante sus compañeros apóstoles: «He visto al Maestro; estaba en el jardín. He hablado con él y me ha perdonado».
191:1.5 (2040.1) La declaración de Pedro de que había visto a Jesús en el jardín causó una profunda impresión en sus compañeros apóstoles, y estaban ya casi dispuestos a abandonar sus dudas cuando Andrés se levantó y les advirtió que no se dejaran influir demasiado por el relato de su hermano. Andrés dio a entender que Pedro ya había visto antes cosas que no eran reales. Andrés no mencionó directamente la visión nocturna en el mar de Galilea en la que Pedro aseguró haber visto al Maestro caminar hacia ellos sobre el agua, pero lo que dijo fue suficiente para dejar ver a todos los presentes que se refería a ese episodio. Simón Pedro, muy dolido por las insinuaciones de su hermano, se sumió inmediatamente en un abatido silencio. Los gemelos se apenaron mucho por Pedro y se acercaron a él para expresarle su simpatía, decirle que ellos sí le creían y volver a afirmar que su propia madre también había visto al Maestro.
191:2.1 (2040.2) Poco después de las nueve de esa noche, cuando Cleofás y Jacobo se hubieron marchado, mientras los gemelos Alfeo consolaban a Pedro y Natanael reprendía a Andrés, y los diez apóstoles estaban reunidos en la sala de arriba con todas las puertas cerradas con cerrojo por miedo a ser arrestados, el Maestro apareció de pronto entre ellos bajo su forma de morontia y dijo: «La paz sea con vosotros. ¿Por qué os asustáis tanto cuando aparezco, como si hubierais visto a un espíritu? ¿No os hablé de estas cosas cuando estaba entre vosotros en la carne? ¿No os dije que los jefes de los sacerdotes y los dirigentes me entregarían para ser ejecutado, que uno de vosotros me traicionaría y que resucitaría al tercer día? Entonces, ¿por qué dudáis y debatís sobre los testimonios de las mujeres, de Cleofás y Jacobo, e incluso de Pedro? ¿Hasta cuándo dudaréis de mis palabras y os negaréis a creer en mis promesas? Y ahora que me estáis viendo, ¿creeréis? Incluso ahora, uno de vosotros está ausente. Cuando volváis a estar reunidos y todos sepáis con certeza que el Hijo del Hombre se ha levantado de la sepultura, id de aquí a Galilea. Tened fe en Dios, tened fe los unos en los otros y así entraréis en el nuevo servicio del reino de los cielos. Yo me quedaré en Jerusalén con vosotros hasta que estéis preparados para ir a Galilea. Mi paz os dejo».
191:2.2 (2040.3) Tras estas palabras el Jesús de morontia se desvaneció en un instante y todos cayeron de bruces alabando a Dios y venerando a su desaparecido Maestro. Esta fue la novena aparición del Maestro en la morontia.
191:3.1 (2040.4) Jesús pasó todo el día siguiente, lunes, con las criaturas de morontia que estaban entonces en Urantia. Habían venido a Urantia a participar en la experiencia de transición del Maestro en la morontia más de un millón de directores de la morontia y sus asociados, junto con mortales de transición de diversos órdenes procedentes de los siete mundos mansión de Satania. El Jesús de morontia residió cuarenta días con estas espléndidas inteligencias. Los instruyó y aprendió de sus directores la vida de transición en la morontia tal como la viven los mortales de los mundos habitados de Satania cuando pasan por las esferas de la morontia del sistema.
191:3.2 (2041.1) Alrededor de la medianoche de ese lunes la forma de morontia del Maestro fue ajustada para la transición a la segunda etapa de progresión en la morontia. La siguiente vez que se apareció a sus hijos mortales de la tierra era un ser de morontia de segunda etapa. A medida que el Maestro progresaba en su carrera en la morontia, las inteligencias de la morontia y sus colaboradores en materia de transformación iban encontrando cada vez más dificultades técnicas para hacer visible al Maestro a los ojos materiales de los mortales.
191:3.3 (2041.2) Jesús hizo el tránsito a la tercera etapa de la morontia el viernes 14 de abril; a la cuarta el lunes 17; a la quinta el sábado 22; a la sexta el jueves 27; a la séptima el martes 2 de mayo; a la ciudadanía de Jerusem el domingo 7, y entró en el abrazo de los Altísimos de Edentia el domingo 14.
191:3.4 (2041.3) Miguel de Nebadon consumó así su servicio de experiencia en el universo, puesto que ya había experimentado plenamente en sus otorgamientos anteriores la vida de los mortales ascendentes del tiempo y el espacio desde la estancia en la sede de la constelación hasta incluso llegar al servicio en la sede del superuniverso y pasar por él. Mediante estas mismas experiencias en la morontia, el Hijo Creador de Nebadon finalizó realmente y terminó aceptablemente su séptimo y último otorgamiento en el universo.
191:4.1 (2041.4) La décima manifestación de Jesús en la morontia ante ojos mortales ocurrió el martes 11 de abril poco después de las ocho en Filadelfia, donde se mostró a Abner, a Lázaro y a unos ciento cincuenta de sus compañeros, entre ellos más de cincuenta miembros del cuerpo evangélico de los setenta. Esta aparición se produjo justo después de empezar una reunión especial en la sinagoga convocada por Abner para hablar de la crucifixión de Jesús y del relato más reciente de la resurrección que había traído un mensajero de David. Dado que Lázaro resucitado era ahora miembro de este grupo de creyentes, no les resultaba difícil creer el relato de que Jesús había resucitado de entre los muertos.
191:4.2 (2041.5) Abner y Lázaro, de pie en el púlpito de la sinagoga, estaban abriendo juntos la reunión cuando toda la asamblea de creyentes vio aparecer súbitamente la forma del Maestro. Avanzó unos pasos desde donde había aparecido entre Abner y Lázaro, que no lo habían visto, saludó a la audiencia y dijo:
191:4.3 (2041.6) «La paz sea con vosotros. Todos sabéis que tenemos un Padre en el cielo y que no hay más que un evangelio del reino: la buena nueva del regalo de la vida eterna que los hombres reciben por la fe. Mientras os regocijáis en vuestra lealtad al evangelio, rogad al Padre de la verdad que derrame sobre vuestro corazón un amor nuevo y más grande por vuestros hermanos. Habéis de amar a todos los hombres como yo os he amado, habéis de servir a todos los hombres como yo os he servido. Aceptad como compañeros con simpatía comprensiva y afecto fraternal a todos vuestros hermanos que se dedican a la proclamación de la buena nueva, ya sean judíos o gentiles, griegos o romanos, persas o etíopes. Juan proclamó el reino anticipadamente, vosotros habéis predicado el evangelio con autoridad, los griegos enseñan ya la buena nueva y pronto voy a enviar el Espíritu de la Verdad a las almas de todos estos hermanos míos que han dedicado sus vidas tan generosamente a iluminar a sus semejantes sumidos en la oscuridad espiritual. Sois todos hijos de la luz, no tropecéis pues en los enredos de los malentendidos causados por la desconfianza de los mortales y la intolerancia de los hombres. Si la gracia de la fe os ennoblece como para amar a los no creyentes, ¿no deberíais amar igualmente a los que son vuestros compañeros creyentes en la gran familia de la fe? Recordad que en la medida en que os améis los unos a los otros, sabrán todos los hombres que sois mis discípulos.
191:4.4 (2042.1) «Id pues por todo el mundo a proclamar este evangelio de la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres a todas las naciones y a todas las razas, y sed siempre prudentes al elegir los métodos para presentar la buena nueva a las diferentes razas y tribus de la humanidad. Habéis recibido este evangelio del reino en abundancia y daréis en abundancia la buena nueva a todas las naciones. No temáis que el mal se os resista pues yo estoy siempre con vosotros hasta el fin de los tiempos. Mi paz os dejo.»
191:4.5 (2042.2) Y cuando dijo «Mi paz os dejo» se desvaneció de su vista. Con la excepción de una de sus apariciones en Galilea, en la que lo vieron al mismo tiempo más de quinientos creyentes, este grupo de Filadelfia contenía el mayor número de mortales que lo vieron en una misma ocasión.
191:4.6 (2042.3) A la mañana siguiente temprano, mientras los apóstoles seguían en Jerusalén a la espera de que Tomás se recuperara emocionalmente, estos creyentes de Filadelfia salieron a proclamar que Jesús de Nazaret había resucitado de entre los muertos.
191:4.7 (2042.4) Jesús pasó todo el día siguiente, miércoles, con sus compañeros de morontia. A media tarde recibió la visita de delegados de morontia procedentes de los mundos mansión de todos los sistemas locales de esferas habitadas de la constelación de Norlatiadek, y todos se regocijaron de conocer a su Creador como uno de su propio orden de inteligencias del universo.
191:5.1 (2042.5) Tomás pasó una semana solitaria consigo mismo en las colinas de los alrededores del Olivete. Durante ese tiempo solo vio a los que estaban en casa de Simón y a Juan Marcos. El sábado 15 de abril hacia las nueve, los dos apóstoles lo encontraron y se lo llevaron de vuelta a su lugar de reunión en casa de Marcos. Al día siguiente Tomás escuchó el relato de las diversas apariciones del Maestro, pero se negó rotundamente a creer. Mantenía que Pedro les había entusiasmado con la idea de haber visto al Maestro. Natanael razonó con él, pero no sirvió de nada. Había una testarudez emocional asociada a su tendencia habitual a dudar, y este estado de la mente, unido a su disgusto por haber huido de ellos, conspiraban para crear una situación de aislamiento que ni el propio Tomás entendía del todo. Se había apartado de sus compañeros, había seguido su propio camino y ahora, aunque había vuelto con ellos, tendía inconscientemente a adoptar una actitud de desacuerdo. Le costaba rendirse, no le gustaba ceder. Aunque no era su intención, disfrutaba realmente con la atención que le prestaban. Los esfuerzos de todos sus compañeros por convencerlo y por hacerle cambiar le producían cierta satisfacción inconsciente. Después de haberlos echado de menos durante toda una semana, se sentía muy complacido por sus continuas atenciones.
191:5.2 (2042.6) Estaban cenando poco después de las seis con Tomás sentado entre Pedro y Natanael, cuando el apóstol que dudaba dijo: «Si no veo al Maestro con mis propios ojos y no pongo mi dedo en la marca de los clavos no creeré». Cuando estaban así sentados cenando, con las puertas bien cerradas y atrancadas, el Maestro de morontia apareció de pronto en el interior de la curvatura de la mesa y poniéndose directamente ante Tomás, dijo:
191:5.3 (2043.1) «La paz sea con vosotros. He esperado toda una semana hasta poder aparecer cuando estuvierais todos presentes para que oyerais una vez más la comisión de ir por todo el mundo a predicar este evangelio del reino. Os lo repito: como el Padre me envió al mundo, os envío yo a vosotros. Como yo he revelado al Padre, revelaréis vosotros el amor divino, no solo con palabras sino en vuestra vida diaria. Os envío, no para que améis las almas de los hombres, sino para que améis a los hombres. No solo proclamaréis las alegrías del cielo, sino que manifestaréis además estas realidades de espíritu de la vida divina en vuestra experiencia diaria, puesto que ya tenéis la vida eterna como don de Dios por la fe. Cuando tengáis fe, cuando el poder de lo alto, el Espíritu de la Verdad, haya venido a vosotros, no ocultaréis vuestra luz aquí detrás de unas puertas cerradas sino que daréis a conocer el amor y la misericordia de Dios a toda la humanidad. Ahora huis de los hechos de una experiencia desagradable por miedo, pero cuando hayáis sido bautizados en el Espíritu de la Verdad saldréis alegre y valerosamente al encuentro de las nuevas experiencias de proclamar la buena nueva de la vida eterna en el reino de Dios. Podéis quedaros aquí y en Galilea durante un breve periodo mientras os recuperáis de la conmoción del paso desde la falsa seguridad que ofrece la autoridad del tradicionalismo al nuevo orden de la autoridad de los hechos, de la verdad y de la fe en las realidades supremas de la experiencia viva. Vuestra misión en el mundo está fundamentada en el hecho de que he vivido entre vosotros una vida de revelación de Dios, en la verdad de que vosotros y todos los demás hombres sois hijos de Dios; y en ello consistirá la vida que viviréis entre los hombres: la experiencia viva y real de amar a los hombres y servirlos como yo os he amado y servido. Que la fe revele vuestra luz al mundo, que la revelación de la verdad abra los ojos cegados por la tradición, que vuestro servicio por amor destruya eficazmente los prejuicios engendrados por la ignorancia. Al acercaros así a vuestros semejantes con simpatía comprensiva y entrega generosa, los conduciréis al conocimiento salvador del amor del Padre. Los judíos han encomiado la bondad, los griegos han exaltado la belleza, los hindúes predican entrega, los lejanos ascetas enseñan veneración, los romanos demandan lealtad, pero yo exijo la vida a mis discípulos, una vida de servicio por amor a vuestros hermanos en la carne.»
191:5.4 (2043.2) Después de decir esto el Maestro bajó la mirada hacia el rostro de Tomás y dijo: «Y tú, Tomás, que has dicho que solo creerías si pudieras verme y poner el dedo en las marcas de los clavos en mis manos, ya me has contemplado y has oído mis palabras; y aunque no veas ninguna marca de clavos en mis manos, puesto que he resucitado con una forma que tú también tendrás cuando dejes este mundo, ¿qué dirás a tus hermanos? Reconocerás la verdad porque ya habías empezado a creer en tu corazón incluso cuando afirmabas tan rotundamente tu incredulidad. Tus dudas, Tomás, se vuelven siempre más obstinadas cuando están a punto de desmoronarse. Tomás, te ruego que no seas incrédulo sino creyente, y sé que creerás de todo corazón».
191:5.5 (2043.3) Cuando Tomás oyó estas palabras cayó de rodillas ante el Maestro de morontia y exclamó: «¡Creo, Señor mío y Maestro mío!». Entonces Jesús le dijo: «Tomás, has creído porque realmente me has visto y oído. Benditos los que en tiempos venideros crean sin haber visto con los ojos de la carne ni oído con oído mortal».
191:5.6 (2043.4) Luego, mientras la forma del Maestro se acercaba a la cabecera de la mesa, se dirigió a todos diciendo: «Ahora id todos a Galilea, donde pronto me apareceré a vosotros». Después de decir esto desapareció de su vista.
191:5.7 (2044.1) Los once apóstoles estaban ahora plenamente convencidos de que Jesús había resucitado de entre los muertos, y a la mañana siguiente muy temprano, antes del amanecer, partieron hacia Galilea.
191:6.1 (2044.2) El martes 18 de abril hacia las ocho y media de la noche, mientras los once apóstoles estaban de camino a Galilea y se acercaban ya al final de su viaje, Jesús se apareció a Rodan y unos ochenta creyentes más en Alejandría. Era la duodécima aparición del Maestro bajo forma de morontia. Jesús apareció ante esos griegos y judíos cuando un mensajero de David concluía su informe sobre la crucifixión. Este mensajero, el quinto relevo de corredores entre Jerusalén y Alejandría, había llegado a Alejandría a última hora de la tarde, y cuando hubo entregado su mensaje a Rodan, se decidió convocar a los creyentes para que recibieran esta trágica noticia de labios del propio mensajero. Hacia las ocho, el mensajero, Natán de Busiris, se presentó ante este grupo y les contó con detalle todo lo que le había dicho el corredor anterior. Natán terminó su emotivo relato con estas palabras: «Pero David, que es quien nos envía esta noticia, informa que cuando el Maestro predijo su muerte declaró que resucitaría». Mientras Natán aún estaba hablando, apareció el Maestro de morontia allí a la vista de todos. Cuando Natán se sentó Jesús dijo:
191:6.2 (2044.3) «La paz sea con vosotros. Lo que mi Padre me envió a establecer en el mundo no pertenece ni a una raza, ni a una nación ni a un grupo especial de maestros o predicadores. Este evangelio del reino pertenece tanto a los judíos como a los gentiles, a los ricos como a los pobres, a los libres como a los esclavos, a los hombres como a las mujeres, incluso a los niños pequeños. Y todos habéis de proclamar este evangelio de amor y verdad mediante la vida que vivís en la carne. Os amaréis los unos a los otros con un afecto nuevo y sorprendente como yo os he amado. Serviréis a la humanidad con una entrega nueva y asombrosa como yo os he servido. Cuando los hombres vean cuánto los amáis y observen con qué fervor los servís percibirán que habéis entrado por la fe en la comunidad del reino de los cielos y seguirán al Espíritu de la Verdad que verán en vuestras vidas hasta encontrar la salvación eterna.
191:6.3 (2044.4) «Como el Padre me envió a este mundo, ahora os envío yo a vosotros. Todos estáis llamados a llevar la buena nueva a los que están en la oscuridad. Este evangelio del reino pertenece a todos los que creen en él, y su custodia no será encomendada solo a sacerdotes. Pronto vendrá a vosotros el Espíritu de la Verdad y os conducirá a toda la verdad. Id pues por todo el mundo predicando este evangelio y sabed que yo estaré siempre con vosotros hasta el fin de los tiempos.»
191:6.4 (2044.5) Dicho esto el Maestro desapareció de su vista. Estos creyentes se quedaron allí juntos toda la noche contándose sus experiencias como creyentes del reino y escuchando las muchas cosas que les dijeron Rodan y sus compañeros. Y todos creyeron que Jesús había resucitado de entre los muertos. Imaginad la sorpresa del heraldo de la resurrección enviado por David, que llegó dos días más tarde, cuando respondieron a su anuncio diciendo: «Sí, ya lo sabemos porque lo hemos visto. Se nos apareció anteayer».
El libro de Urantia
Documento 192
192:0.1 (2045.1) CUANDO LOS apóstoles salieron de Jerusalén hacia Galilea los líderes judíos se habían tranquilizado considerablemente. Puesto que Jesús se aparecía solo a su familia de creyentes en el reino, y puesto que los apóstoles estaban escondidos y no hacían predicación pública, los dirigentes de los judíos concluyeron que el movimiento del evangelio había quedado eficazmente aplastado. Los rumores cada vez más extendidos de que Jesús había resucitado de entre los muertos eran sin duda desconcertantes, pero confiaban en que los guardias sobornados lograrían contrarrestar todas esas noticias a fuerza de repetir la historia de que una banda de seguidores de Jesús se había llevado su cuerpo.
192:0.2 (2045.2) Desde entonces y hasta que la creciente ola de persecuciones dispersó a los apóstoles, Pedro fue reconocido de forma general como jefe del cuerpo apostólico. Jesús no le dio nunca esa autoridad y nunca fue elegido formalmente por sus compañeros apóstoles para ese puesto de responsabilidad. Lo asumió de manera natural y lo conservó por común acuerdo, y también porque era su predicador principal. A partir de ese momento la predicación pública se convirtió en la primera ocupación de los apóstoles. A su vuelta de Galilea, Matías, a quien eligieron para sustituir a Judas, se convirtió en su tesorero.
192:0.3 (2045.3) Durante la semana que estuvieron en Jerusalén, María la madre de Jesús pasó casi todo el tiempo con las mujeres creyentes que se alojaban en casa de José de Arimatea.
192:0.4 (2045.4) Cuando los apóstoles partieron hacia Galilea ese lunes por la mañana temprano, Juan Marcos salió detrás de ellos. Los siguió hasta fuera de la ciudad, y cuando estaban mucho más allá de Betania se unió a ellos resueltamente con la esperanza de que ya no le harían volver atrás.
192:0.5 (2045.5) Los apóstoles se detuvieron varias veces en su camino a Galilea para contar la historia de su Maestro resucitado, por eso no llegaron a Betsaida hasta el miércoles muy entrada la noche, y hasta el mediodía del jueves no estuvieron todos despiertos y listos para desayunar juntos.
192:1.1 (2045.6) El viernes 21 de abril hacia las seis de la mañana el Maestro de morontia hizo su decimotercera aparición, la primera en Galilea, a los diez apóstoles cuando su embarcación se aproximaba a la orilla cerca del punto de desembarque habitual de Betsaida.
192:1.2 (2045.7) Después de pasar toda la tarde del jueves esperando en casa de Zebedeo, Simón Pedro propuso a los apóstoles que fueran a pescar y todos decidieron ir. Pasaron toda la noche afanándose con las redes sin pescar nada. La falta de capturas no les importó demasiado porque tenían muchas cosas interesantes que comentar sobre lo que acababa de sucederles en Jerusalén. Cuando se hizo de día decidieron volver a Betsaida, y al acercarse a la orilla vieron a alguien de pie en la playa junto a un fuego cerca del punto de desembarque. En un principio creyeron que era Juan Marcos que había bajado a recibirlos a su llegada con la pesca, pero al acercarse más a la orilla vieron su equivocación pues el hombre era demasiado alto para ser Juan. A ninguno se le ocurrió que la persona de la orilla fuera el Maestro. No acababan de comprender por qué Jesús quería encontrarse con ellos en los escenarios de sus actividades anteriores y al aire libre, en contacto con la naturaleza, lejos del ambiente cerrado de Jerusalén con sus trágicas asociaciones de miedo, traición y muerte. Les había dicho que si iban a Galilea se reuniría con ellos allí, y estaba a punto de cumplir esa promesa.
192:1.3 (2046.1) Mientras echaban el ancla y se preparaban a subir al bote para ir a la orilla, el hombre de la playa les llamó: «Muchachos, ¿habéis pescado algo?», y cuando contestaron que no, volvió a hablar: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis peces». Ellos no sabían que era Jesús el que les había orientado, pero siguieron sus instrucciones de común acuerdo y la red se llenó inmediatamente hasta el punto de que apenas podían con ella. Juan Zebedeo, que era de percepción rápida, cuando vio la red llena a rebosar comprendió que el que les había hablado era el Maestro. En cuanto cayó en la cuenta se inclinó hacia Pedro y le susurró: «Es el Maestro». Pedro fue siempre un hombre de entrega impetuosa y acción irreflexiva, por eso cuando Juan le dijo esto al oído, se levantó en el acto y se arrojó al agua para poder llegar cuanto antes junto al Maestro. Sus hermanos llegaron detrás de él a la orilla en el bote arrastrando la red con los peces.
192:1.4 (2046.2) Para entonces Juan Marcos ya se había levantado, y al ver llegar a los apóstoles a la orilla con la red llena a rebosar corrió playa abajo a saludarlos. Cuando vio a once hombres en lugar de diez, supuso que el desconocido era Jesús resucitado. Mientras los diez hombres permanecían en asombrado silencio, el joven se precipitó hacia el Maestro y se arrodilló a sus pies diciendo: «Señor mío y Maestro mío». Entonces Jesús habló, no como en Jerusalén cuando los saludaba diciendo «La paz sea con vosotros», sino que se dirigió a Juan Marcos en tono familiar: «Bien, Juan, me alegro de volver a verte aquí en esta Galilea libre de preocupaciones donde podremos charlar a gusto. Quédate con nosotros, Juan, y desayuna».
192:1.5 (2046.3) Los diez se sorprendieron tanto al ver a Jesús hablar con el joven que se olvidaron de arrastrar la red con los peces hasta la playa. Entonces Jesús dijo: «Traed vuestros peces y preparad algunos para desayunar. Tenemos ya el fuego y mucho pan».
192:1.6 (2046.4) Mientras Juan Marcos rendía homenaje al Maestro, Pedro tuvo un momento de conmoción al ver las brasas resplandeciendo allí en la playa. La escena le recordó vivamente la lumbre del patio de Anás la noche en que negó al Maestro, pero enseguida se repuso, se arrodilló a los pies del Maestro y exclamó: «¡Señor mío y Maestro mío!».
192:1.7 (2046.5) Luego Pedro se unió a sus compañeros que arrastraban la red. Cuando consiguieron llevar a tierra su captura contaron los peces y había 153 grandes. Una vez más se cometió el error de llamar a esto pesca milagrosa. No hubo ningún milagro asociado a este episodio, sino simplemente preconocimiento por parte del Maestro. Él sabía que los peces estaban allí y se limitó a indicar a los apóstoles dónde echar la red.
192:1.8 (2047.1) Jesús les habló y les dijo: «Ahora venid todos a desayunar. Los gemelos también deben sentarse mientras hablo con vosotros porque Juan Marcos preparará los peces». Juan Marcos trajo siete peces de buen tamaño que el Maestro puso al fuego, y cuando estuvieron asados el muchacho se los sirvió a los diez. Entonces Jesús partió el pan y se lo pasó a Juan, que a su vez lo repartió entre los apóstoles hambrientos. Cuando todos estuvieron servidos, Jesús pidió a Juan Marcos que se sentara mientras él mismo servía el pescado y el pan al muchacho. Comieron conversando con Jesús y recordando sus muchas experiencias en Galilea y junto a ese mismo lago.
192:1.9 (2047.2) Era la tercera vez que Jesús se manifestaba a los apóstoles como grupo. Ellos no sospecharon al principio que fuera Jesús cuando les preguntó si habían pescado algo, porque para aquellos pescadores del mar de Galilea era muy corriente ser abordados al llegar a la orilla por los mercaderes de pescado de Tariquea, que solían ir ahí a comprar capturas frescas para los secaderos.
192:1.10 (2047.3) Jesús pasó más de una hora conversando con los diez apóstoles y Juan Marcos, y luego se los llevó a hablar paseando por la playa de dos en dos, aunque no eran las mismas parejas que había formado inicialmente cuando los envió a enseñar. Los once apóstoles habían vuelto juntos de Jerusalén, pero Simón Zelotes se fue descorazonando cada vez más a medida que se acercaban a Galilea, de manera que al llegar a Betsaida abandonó a sus hermanos y regresó a su casa.
192:1.11 (2047.4) Antes de despedirse de ellos aquella mañana, Jesús pidió que dos apóstoles se ofrecieran voluntarios para ir a buscar a Simón Zelotes y traerlo de vuelta ese mismo día. Y así lo hicieron Pedro y Andrés.
192:2.1 (2047.5) Cuando terminaron de desayunar y mientras los demás seguían sentados al lado del fuego, Jesús hizo señas a Pedro y a Juan para que fueran con él a dar un paseo por la playa. Mientras caminaban, Jesús le dijo a Juan: «Juan, ¿me amas?». Y cuando Juan contestó: «Sí, Maestro, con todo mi corazón», el Maestro dijo: «Entonces, Juan, renuncia a tu intolerancia y aprende a amar a los hombres como yo te he amado. Dedica tu vida a demostrar que el amor es la cosa más grande del mundo. El amor de Dios es lo que impulsa a los hombres a buscar la salvación. El amor es el precursor de toda bondad espiritual, la esencia de lo verdadero y de lo bello».
192:2.2 (2047.6) Jesús se volvió luego hacia Pedro y le preguntó: «Pedro, ¿me amas?». Pedro contestó: «Señor, sabes que te amo con toda mi alma». Entonces dijo Jesús: «Si me amas, Pedro, apacienta mis corderos. No te olvides de atender a los débiles, a los pobres y a los jóvenes. Predica el evangelio sin temor ni favor; recuerda siempre que Dios no hace acepción de personas. Sirve a tus semejantes como yo te he servido, perdona a tus compañeros mortales como yo te he perdonado. Que la experiencia te enseñe el valor de la meditación y el poder de la reflexión inteligente».
192:2.3 (2047.7) Después de haber paseado un poco más, el Maestro se volvió hacia Pedro y le preguntó: «Pedro, ¿me amas realmente?». Simón respondió: «Sí, Señor, sabes que te amo». Y Jesús dijo de nuevo: «Entonces cuida bien de mis ovejas. Sé un pastor bueno y verdadero para el rebaño. No traiciones su confianza en ti. Que la mano del enemigo no te tome por sorpresa. Vela, ora y no bajes nunca la guardia».
192:2.4 (2047.8) Siguieron caminando unos pasos más y Jesús se volvió hacia Pedro para preguntarle por tercera vez: «Pedro, ¿me amas de verdad?». A Pedro le entristeció un poco la aparente desconfianza del Maestro y dijo con gran emoción: «Señor, tú lo sabes todo, sabes por lo tanto que te amo realmente y de verdad». Entonces dijo Jesús: «Apacienta mis ovejas. No abandones al rebaño. Sé un ejemplo y una inspiración para todos tus compañeros pastores. Ama al rebaño como yo te he amado y dedícate a su bienestar como yo he dedicado mi vida a tu bienestar. Y sígueme hasta el fin».
192:2.5 (2048.1) Pedro tomó literalmente esta última declaración (que siguiera detrás de él) y volviéndose hacia Jesús preguntó señalando a Juan: «Si yo te sigo, ¿qué hará este?». Al ver que Pedro había entendido mal sus palabras, Jesús dijo: «Pedro, no te preocupes por lo que hagan tus hermanos. Si quiero que Juan se quede después de que tú te hayas ido o incluso hasta que yo vuelva, ¿qué te importa a ti? Tú solo ocúpate de seguirme».
192:2.6 (2048.2) Este comentario se difundió entre los hermanos y se interpretó como una declaración de Jesús de que Juan no moriría hasta que el Maestro regresara para establecer el reino con poder y gloria como muchos pensaban y esperaban. Esta interpretación de las palabras de Jesús contribuyó bastante a que Simón Zelotes retomara su servicio y continuara con su labor.
192:2.7 (2048.3) Después de reunirse con los demás, Jesús fue a pasear y hablar con Andrés y Santiago, y cuando hubieron caminado un poco Jesús dijo a Andrés: «Andrés, ¿confías en mí?». Al oír esta pregunta de Jesús, el antiguo jefe de los apóstoles se detuvo y contestó: «Sí, Maestro, confío en ti sin ninguna duda, y tú lo sabes». Entonces dijo Jesús: «Andrés, si confías en mí, confía más en tus hermanos, incluso en Pedro. Yo te confié en su día la dirección de tus hermanos. Ahora que os dejo para ir al Padre, debes confiar en los demás. Cuando las duras persecuciones empiecen a dispersar a tus hermanos, sé un consejero prudente y considerado para Santiago, mi hermano en la carne, pues pondrán sobre él pesadas cargas que no tiene experiencia para sobrellevar. Y sigue confiando, porque yo no te fallaré. Cuando hayas terminado en la tierra vendrás a mí».
192:2.8 (2048.4) Jesús se volvió entonces hacia Santiago y le preguntó: «Santiago ¿confías en mí?». Y por supuesto, Santiago respondió: «Sí, Maestro, confío en ti con todo mi corazón». Entonces dijo Jesús: «Santiago, si confías más en mí, serás menos impaciente con tus hermanos. Confiar en mí te ayudará a ser amable con la hermandad de los creyentes. Aprende a sopesar las consecuencias de tus palabras y de tus actos. Recuerda que se cosecha lo que se siembra. Reza por la tranquilidad de espíritu y cultiva la paciencia. Estas gracias, junto con la fe viva, te sostendrán cuando llegue la hora de beber la copa del sacrificio. No caigas nunca en el desaliento, y cuando hayas terminado en la tierra tú también vendrás a estar conmigo».
192:2.9 (2048.5) Jesús habló a continuación con Tomás y Natanael. A Tomás le dijo: «Tomás, ¿me sirves?». Tomás respondió: «Sí, Señor, te serviré ahora y siempre». Entonces dijo Jesús: «Si quieres servirme, sirve a mis hermanos en la carne como yo te he servido. No te canses de hacer el bien y persevera como alguien que ha sido ordenado por Dios para este servicio de amor. Cuando hayas terminado de servir conmigo en la tierra servirás conmigo en la gloria. Tomás, deja de dudar y procura crecer en la fe y el conocimiento de la verdad. Cree en Dios como un niño pero deja de actuar de esa forma tan infantil. Ten valor, sé fuerte en la fe y poderoso en el reino de Dios».
192:2.10 (2049.1) Luego el Maestro dijo a Natanael: «Natanael, ¿me sirves?». Y el apóstol contestó: «Sí, Maestro, con todo mi afecto». Entonces dijo Jesús: «Si me sirves pues de todo corazón, asegúrate de dedicarte con afecto infatigable al bienestar de mis hermanos de la tierra. Enriquece tu consejo con amistad y tu filosofía con amor. Sirve a tus semejantes como yo te he servido. Sé leal con los hombres como yo he velado por ti. Sé menos crítico; espera menos de algunos hombres y así te llevarás menos decepciones. Y cuando tu labor haya terminado aquí abajo servirás conmigo en lo alto».
192:2.11 (2049.2) Después el Maestro habló con Mateo y Felipe. A Felipe le dijo: «Felipe, ¿me obedeces?». Felipe contestó: «Sí, Señor, te obedeceré incluso con mi vida». Entonces dijo Jesús: «Si quieres obedecerme ve a las tierras de los gentiles a proclamar este evangelio. Los profetas te han dicho que obedecer es mejor que los sacrificios. Por la fe te has convertido en un hijo del reino que conoce a Dios. Solo hay una ley que obedecer, y es el mandamiento de ir a proclamar el evangelio del reino. Deja de temer a los hombres, no tengas miedo de predicar la buena nueva de la vida eterna a tus semejantes que languidecen en las tinieblas hambrientos de la luz de la verdad. Felipe, ya no tendrás que ocuparte ni del dinero ni de las cosas materiales. Ahora eres libre de predicar la buena nueva exactamente igual que tus hermanos. Iré delante de ti y estaré contigo hasta el final».
192:2.12 (2049.3) Y entonces el Maestro se dirigió a Mateo y le preguntó: «Mateo, ¿tienes en tu corazón el deseo de obedecerme?». Mateo contestó: «Sí, Señor, estoy entregado por completo a hacer tu voluntad». El Maestro le dijo: «Mateo, si quieres obedecerme, ve a enseñar a todos los pueblos este evangelio del reino. Ya no proporcionarás a tus hermanos las cosas materiales de la vida, sino que tú también has de proclamar la buena nueva de la salvación espiritual. A partir de ahora tu único cometido será predicar este evangelio del reino del Padre, y deberás cumplir el cometido divino igual que yo he cumplido la voluntad del Padre en la tierra. Recuerda que tanto los judíos como los gentiles son tus hermanos. No temas a nadie cuando proclames las verdades salvadoras del evangelio del reino de los cielos. Y allí a donde voy, vendrás tú dentro de poco».
192:2.13 (2049.4) Por último paseó y habló con Santiago y Judas, los gemelos Alfeo, y dirigiéndose a ambos, preguntó: «Santiago y Judas, ¿creéis en mí?». Cuando ambos contestaron: «Sí, Maestro, creemos», Jesús les dijo: «Pronto os dejaré. Ya veis que os he dejado en la carne, y solo estaré aquí un poco de tiempo bajo esta forma antes de ir a mi Padre. Creéis en mí, sois mis apóstoles y siempre lo seréis. Seguid creyendo y recordando vuestra relación conmigo cuando yo me haya ido y vosotros hayáis vuelto quizás al trabajo que hacíais antes de que vinierais a vivir conmigo. No permitáis nunca que un cambio en vuestro trabajo exterior influya en vuestra lealtad. Tened fe en Dios hasta el final de vuestros días en la tierra. No olvidéis nunca que para los hijos de Dios por la fe todo trabajo honrado que se hace en el mundo es sagrado. Nada de lo que haga un hijo de Dios puede ser vulgar, por eso a partir de ahora haréis vuestro trabajo como si fuera para Dios. Y cuando hayáis terminado vuestra vida en este mundo, tengo otros mundos mejores donde trabajaréis igualmente para mí. En todo vuestro trabajo, en este mundo y en otros, yo trabajaré con vosotros y mi espíritu morará dentro de vosotros».
192:2.14 (2049.5) Eran casi las diez cuando Jesús volvió de su conversación con los gemelos para despedirse de los apóstoles con estas palabras: «Adiós, hasta que os vea a todos mañana al mediodía en el monte de vuestra ordenación». Cuando hubo hablado así, desapareció de su vista.
192:3.1 (2050.1) El sábado 22 de abril al mediodía los once apóstoles acudieron a la cita en la colina cercana a Cafarnaúm y Jesús se apareció entre ellos. Esta reunión tuvo lugar en el mismo monte donde el Maestro los había distinguido como apóstoles suyos y embajadores del reino del Padre en la tierra. Era la decimocuarta manifestación del Maestro en la morontia.
192:3.2 (2050.2) En esta ocasión los once apóstoles se arrodillaron en círculo en torno al Maestro, le oyeron repetir las instrucciones y le vieron reproducir la escena de la ordenación tal como ocurrió cuando fueron seleccionados por primera vez para la obra especial del reino. Todo fue para ellos como un recordatorio de su anterior consagración al servicio del Padre, salvo la oración del Maestro. Cuando el Maestro —el Jesús de morontia— oró aquel día, lo hizo en un tono de majestad y con unas palabras de poder que los apóstoles no habían oído nunca. Su Maestro hablaba ahora con los dirigentes de los universos como quien ostentaba todo el poder y toda la autoridad de su propio universo. Estos once hombres no olvidarían nunca esta experiencia de renovación en la morontia de sus anteriores promesas como embajadores. El Maestro pasó exactamente una hora con sus embajadores en este monte, y después de despedirse afectuosamente de ellos desapareció de su vista.
192:3.3 (2050.3) Nadie volvió a ver a Jesús durante toda una semana. Los apóstoles no sabían si el Maestro se había ido al Padre y no tenían ni idea de lo que debían hacer. En este estado de incertidumbre, se quedaron en Betsaida. Temían salir a pescar por miedo a que Jesús fuera a visitarlos y no lo vieran. Jesús estuvo ocupado toda esa semana con las criaturas de morontia que estaban en la tierra y con los asuntos de la transición en la morontia que estaba experimentando en este mundo.
192:4.1 (2050.4) La noticia de las apariciones de Jesús se estaba extendiendo por toda Galilea, y cada día llegaban más creyentes a casa de Zebedeo para indagar sobre la resurrección del Maestro y averiguar la verdad sobre estas supuestas apariciones. A principios de la semana, Pedro emitió un aviso de que se iba a celebrar una reunión pública el sábado siguiente a las tres de la tarde a la orilla del mar.
192:4.2 (2050.5) Y así, el sábado 29 de abril a las tres de la tarde se reunieron en Betsaida más de quinientos creyentes de los alrededores de Cafarnaúm para oír el primer sermón público de Pedro desde la resurrección. El apóstol estaba en su mejor momento, y al final de su sugestivo discurso pocos de sus oyentes ponían en duda que el Maestro hubiera resucitado de entre los muertos.
192:4.3 (2050.6) Pedro terminó su sermón diciendo: «Afirmamos que Jesús de Nazaret no está muerto; declaramos que ha salido de la tumba; proclamamos que lo hemos visto y hemos hablado con él». Apenas había terminado de hacer esta declaración de fe cuando el Maestro apareció a su lado a la vista de todos bajo su forma de morontia y dijo en un tono de voz que les era familiar: «La paz sea con vosotros, y mi paz os dejo». Después de haberse aparecido así y de haberles dicho esto, desapareció de su vista. Esta fue la decimoquinta manifestación en la morontia de Jesús resucitado.
192:4.4 (2051.1) Por ciertas cosas que el Maestro había dicho a los once mientras conversaban con él en el monte de la ordenación, los apóstoles tuvieron la impresión de que su Maestro haría pronto una aparición pública ante un grupo de creyentes galileos y que después de esta aparición ellos deberían regresar a Jerusalén. Por eso al día siguiente, el domingo 30 de abril, los once salieron temprano de Betsaida hacia Jerusalén. Enseñaron y predicaron bastante en su camino a lo largo del Jordán, de modo que no llegaron a casa de la familia Marcos en Jerusalén hasta el miércoles 3 de mayo a última hora.
192:4.5 (2051.2) La vuelta a casa fue muy triste para Juan Marcos. Su padre, Elías Marcos, acababa de fallecer repentinamente unas horas antes por una hemorragia cerebral. Aunque la certeza de la resurrección de los muertos contribuyó mucho a consolar a los apóstoles en su dolor, lloraron sinceramente la pérdida de un buen amigo que había sido su apoyo incondicional en los momentos de mayor dificultad y desilusión. Juan Marcos hizo todo lo que pudo por consolar a su madre, y hablando en nombre de ella invitó a los apóstoles a que siguieran considerando aquella casa como la suya. Y los once convirtieron la sala de arriba en su cuartel general hasta después del día de Pentecostés.
192:4.6 (2051.3) Los apóstoles habían tenido la precaución de entrar en Jerusalén después de la caída de la noche para no ser vistos por las autoridades judías. Tampoco se dejaron ver en público en el funeral de Elías Marcos. Pasaron todo el día siguiente encerrados discretamente en la memorable habitación de arriba.
192:4.7 (2051.4) El jueves por la noche, los apóstoles tuvieron una maravillosa reunión en esta habitación de arriba, y todos menos Tomás, Simón Zelotes y los gemelos Alfeo se comprometieron a salir a predicar públicamente el nuevo evangelio del Señor resucitado. Estaban dando ya los primeros pasos para sustituir el evangelio del reino —la filiación con Dios y la hermandad con los hombres— por la proclamación de la resurrección de Jesús. Natanael se opuso a esta deriva del contenido esencial de su mensaje público, pero no pudo contrarrestar la elocuencia de Pedro ni frenar el entusiasmo de los discípulos, sobre todo de las mujeres creyentes.
192:4.8 (2051.5) Y así, bajo la vigorosa dirección de Pedro y antes de que el Maestro ascendiera al Padre, sus bienintencionados representantes iniciaron el sutil proceso de sustituir de forma lenta pero segura la religión de Jesús por una nueva forma modificada de religión sobre Jesús.
El libro de Urantia
Documento 193
193:0.1 (2052.1) LA decimosexta manifestación de Jesús en la morontia tuvo lugar el viernes 5 de mayo hacia las nueve de la noche en el patio de Nicodemo. Esa noche los creyentes de Jerusalén habían hecho su primer intento de reunirse después de la resurrección. Estaban congregados ahí en ese momento los once apóstoles, el cuerpo de mujeres con sus colaboradoras y unos cincuenta discípulos destacados del Maestro entre los que había varios griegos. Estos creyentes llevaban más de media hora reunidos de manera informal cuando apareció de pronto el Maestro de morontia a la vista de todos y empezó inmediatamente a instruirlos. Dijo Jesús:
193:0.2 (2052.2) «La paz sea con vosotros. Este es el grupo más representativo de creyentes —apóstoles y discípulos, hombres y mujeres— al que me he aparecido desde que me liberé de la carne. Ahora os tomo por testigos de que os había dicho de antemano que mi estancia entre vosotros llegaría a su fin. Os dije que pronto debía regresar al Padre. Luego os dije claramente que los jefes de los sacerdotes y los dirigentes de los judíos me entregarían para ser ejecutado y que saldría de la tumba. Entonces, ¿por qué os han perturbado tanto todas estas cosas cuando han ocurrido?, ¿por qué os sorprendisteis tanto cuando resucité al tercer día? No llegasteis a creerme porque oíais mis palabras sin comprender su significado.
193:0.3 (2052.3) «Y ahora atended bien a mis palabras y no volváis a cometer el error de escuchar mi enseñanza con la mente sin captar su significado con vuestro corazón. Desde el principio de mi estancia aquí como uno de vosotros os enseñé que mi único propósito era revelar a mi Padre del cielo a sus hijos de la tierra. He vivido este otorgamiento revelador de Dios para que podáis tener la experiencia de ir conociendo a Dios. Os he revelado a Dios como vuestro Padre del cielo, os he revelado que sois los hijos de Dios en la tierra. Es un hecho que Dios os ama a vosotros, sus hijos. Por la fe en mis palabras este hecho se convierte en una verdad eterna y viva en vuestro corazón. Cuando os hacéis divinamente conscientes de Dios por la fe viva, nacéis del espíritu como hijos de la luz y de la vida, de la misma vida eterna con la que iréis ascendiendo por el universo de universos hasta la experiencia de encontrar a Dios Padre en el Paraíso.
193:0.4 (2052.4) «Os exhorto a que recordéis siempre que vuestra misión entre los hombres es proclamar el evangelio del reino: la realidad de la paternidad de Dios y la verdad de la filiación de los hombres. Proclamad toda la verdad de la buena nueva, no solo una parte del evangelio salvador. El hecho de mi resurrección no cambia vuestro mensaje. La filiación con Dios por la fe sigue siendo la verdad salvadora del evangelio del reino. Id a predicar el amor de Dios y el servicio a los hombres. Lo que más necesita saber el mundo es que los hombres son hijos de Dios y que por la fe pueden ser conscientes de esta verdad ennoblecedora y experimentarla todos los días. Mi otorgamiento debería ayudar a todos los hombres a saber que son hijos de Dios, pero ese conocimiento no les bastará si no logran captar personalmente por la fe la verdad salvadora de que son los hijos vivos del Padre eterno en el espíritu. El evangelio del reino trata sobre el amor del Padre y el servicio a sus hijos de la tierra.
193:0.5 (2053.1) «Estáis compartiendo aquí entre vosotros la noticia de que he resucitado de entre los muertos, pero eso no es algo extraño. Tengo el poder de dar mi vida y volverla a recuperar porque el Padre da ese poder a sus Hijos del Paraíso. En cambio vuestro corazón debería conmoverse ante la noticia de que los muertos de una edad han emprendido la ascensión eterna poco después de que yo saliera de la tumba nueva de José. He vivido mi vida en la carne para mostraros cómo podéis llegar a revelar a Dios a vuestros semejantes mediante el servicio por amor, igual que yo he llegado a revelaros a Dios a fuerza de amaros y serviros. He vivido entre vosotros como el Hijo del Hombre para que vosotros y todos los demás hombres podáis saber que sois en verdad hijos de Dios. Id pues ahora por todo el mundo predicando este evangelio del reino de los cielos a toda la humanidad. Amad a todos los hombres como yo os he amado y servid a vuestros compañeros mortales como yo os he servido. Habéis recibido sin reservas, dad sin reservas. Quedaos aquí en Jerusalén mientras voy al Padre y hasta que os envíe el Espíritu de la Verdad. Él os guiará hacia una verdad más amplia, y yo iré con vosotros por todo el mundo. Estoy siempre con vosotros y os dejo mi paz.»
193:0.6 (2053.2) Dicho esto, el Maestro desapareció de su vista. Aquellos creyentes se dispersaron cerca del amanecer, pues se habían quedado juntos toda la noche hablando seriamente sobre las exhortaciones del Maestro y comentando todo lo que les había sucedido. Santiago Zebedeo y otros apóstoles les contaron también sus experiencias con el Maestro de morontia en Galilea y relataron cómo se les había aparecido tres veces.
193:1.1 (2053.3) El sábado 13 de mayo hacia las cuatro de la tarde el Maestro se apareció a Nalda y a unos setenta y cinco creyentes samaritanos cerca del pozo de Jacob en Sicar. Los creyentes solían reunirse junto al lugar donde Jesús había hablado con Nalda sobre el agua de vida. Aquel día, justo cuando acababan de comentar la noticia de la resurrección, Jesús apareció de pronto ante ellos y dijo:
193:1.2 (2053.4) «La paz sea con vosotros. Os alegra saber que yo soy la resurrección y la vida, pero eso no os servirá de nada si no nacéis primero del espíritu eterno para poder poseer por la fe el regalo de la vida eterna. Si sois hijos de mi Padre por la fe, no moriréis nunca, nunca pereceréis. El evangelio del reino os ha enseñado que todos los hombres son hijos de Dios, y esta buena nueva sobre el amor del Padre celestial por sus hijos de la tierra debe ser llevada a todo el mundo. Ha llegado la hora en que no adoraréis a Dios ni en Gerizim ni en Jerusalén, sino allí donde estéis y tal como estéis, en espíritu y en verdad. Vuestra fe salva vuestra alma. La salvación es el regalo de Dios a todos los que creen que son sus hijos. Pero no os engañéis, aunque la salvación es don gratuito de Dios y se otorga a todos los que la aceptan por la fe, lleva consigo la experiencia de producir los frutos de esta vida del espíritu tal como se vive en la carne. La aceptación de la doctrina de la paternidad de Dios implica que aceptáis también sin reservas la verdad asociada de la hermandad de los hombres. Si el hombre es vuestro hermano, es aún más que vuestro prójimo a quien el Padre os pide que améis como a vosotros mismos. A vuestro hermano, que es de vuestra propia familia, no solo lo amaréis con afecto familiar, sino que lo serviréis también como os servís a vosotros mismos. Y amaréis y serviréis así a vuestro hermano porque vosotros, que sois mis hermanos, habéis sido amados y servidos por mí de esa manera. Id pues por todo el mundo y llevad esta buena nueva a todas las criaturas de todas las razas, tribus y naciones. Mi espíritu os precederá y yo estaré siempre con vosotros.»
193:1.3 (2054.1) En cuanto salieron de su asombro, aquellos samaritanos fueron corriendo a las ciudades y aldeas vecinas a contar a todo el mundo que habían visto a Jesús y que les había hablado. Esta fue la decimoséptima aparición del Maestro en la morontia.
193:2.1 (2054.2) La decimoctava aparición del Maestro en la morontia tuvo lugar en Tiro el martes 16 de mayo poco antes de las nueve de la noche. Apareció una vez más al final de una reunión de creyentes que estaban a punto de dispersarse y dijo:
193:2.2 (2054.3) «La paz sea con vosotros. Os alegráis de saber que el Hijo del Hombre ha resucitado de entre los muertos porque sabéis así que vosotros y vuestros hermanos sobreviviréis también a la muerte humana. Pero esa supervivencia depende de que hayáis nacido antes del espíritu que busca la verdad y encuentra a Dios. El pan de vida y el agua de vida solo se dan a los que tienen hambre de verdad y sed de rectitud, es decir, de Dios. El hecho de que los muertos resuciten no es el evangelio del reino. Esas grandes verdades y esos hechos del universo están todos relacionados con este evangelio porque forman parte del resultado de creer en la buena nueva y porque están contenidos en la experiencia posterior de aquellos que por la fe se convierten de hecho y en verdad en hijos perpetuos del Dios eterno. Mi Padre me envió a este mundo para proclamar esta salvación de la filiación a todos los hombres, y así os envío yo a vosotros para que prediquéis esta salvación de la filiación por todas partes. La salvación es un don gratuito de Dios, pero los que nacen del espíritu empiezan inmediatamente a manifestar los frutos del espíritu en el servicio a sus semejantes por amor. Y los frutos del espíritu divino producidos por los mortales que han nacido del espíritu y conocen a Dios son: servicio por amor, entrega desinteresada, lealtad valiente, equidad sincera, honradez inteligente, esperanza imperecedera, confianza fiel, ministerio misericordioso, bondad a toda prueba, tolerancia indulgente y paz duradera. Los que se dicen creyentes y no producen estos frutos del espíritu divino en sus vidas están muertos, el Espíritu de la Verdad no está en ellos, son sarmientos inútiles de la vid viva que pronto serán cortados. Mi Padre pide a los hijos de la fe que rindan muchos frutos del espíritu, por eso si no dais fruto él cavará alrededor de vuestras raíces y podará vuestros sarmientos que no dan fruto. A medida que progreséis hacia el cielo en el reino de Dios debéis producir cada vez más frutos del espíritu. Podéis entrar en el reino como niños, pero el Padre exige que crezcáis por la gracia hasta la estatura plena de un adulto espiritual. Y cuando vayáis por el mundo a llevar a todas las naciones la buena nueva de este evangelio yo iré delante de vosotros, y mi Espíritu de la Verdad residirá en vuestro corazón. Mi paz os dejo.»
193:2.3 (2054.4) Y entonces el Maestro desapareció de su vista. Al día siguiente salieron de Tiro los encargados de llevar esta historia a Sidón e incluso a Antioquía y Damasco. Jesús había estado con estos creyentes cuando vivía en la carne, y ellos supieron que era él en cuanto empezó a hablar. Aunque a sus amigos les costaba reconocer su forma de morontia cuando se hacía visible, identificaban inmediatamente su personalidad cuando les hablaba.
193:3.1 (2055.1) El jueves 18 de mayo por la mañana temprano Jesús hizo su última aparición en la tierra como personalidad de la morontia. Los once apóstoles estaban a punto de sentarse a desayunar en la habitación de arriba de la casa de María Marcos cuando apareció Jesús y les dijo:
193:3.2 (2055.2) «La paz sea con vosotros. Os he pedido que os quedéis aquí en Jerusalén hasta que ascienda al Padre y hasta que os envíe el Espíritu de la Verdad que será derramado pronto sobre toda carne y que os dotará de un poder de lo alto.» Simón Zelotes interrumpió a Jesús para preguntarle: «Entonces, Maestro, ¿restablecerás el reino y veremos la gloria de Dios manifestada en la tierra?». Jesús respondió así a la pregunta de Simón: «Simón, sigues aferrado a tus viejas ideas sobre el Mesías judío y el reino material, pero recibiréis poder espiritual cuando el espíritu haya descendido sobre vosotros, y luego iréis a predicar este evangelio del reino por todo el mundo. Igual que el Padre me envió al mundo, os envío yo a vosotros, y deseo que os améis los unos a los otros y confiéis los unos en los otros. Judas ya no está con vosotros porque su amor se enfrió y porque se negó a confiar en vosotros, sus leales hermanos. ¿No habéis leído donde dicen las Escrituras: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Nadie vive para sí mismo’? ¿Y también donde dice: ‘El que quiera tener amigos debe mostrarse amigable’? ¿Y no os envié a enseñar de dos en dos para que no os sintierais solos y no cayerais en los males y la tristeza del aislamiento? Sabéis muy bien que cuando yo estaba en la carne tampoco me permití nunca estar solo durante mucho tiempo. Desde el principio mismo de nuestra relación tuve siempre a dos o tres de vosotros a mi lado o muy cerca de mí, incluso cuando comulgaba con el Padre. Confiad, pues, los unos en los otros, y esto es más necesario que nunca porque hoy voy a dejaros solos en el mundo. Ha llegado la hora, estoy a punto de ir al Padre.»
193:3.3 (2055.3) Dicho esto les indicó con un gesto que fueran con él y los condujo hasta el monte de los Olivos donde se despidió de ellos antes de dejar Urantia. El recorrido hasta el Olivete fue solemne. Nadie dijo una palabra desde que salieron de la habitación de arriba hasta que Jesús se detuvo con ellos en el monte de los Olivos.
193:4.1 (2055.4) En la primera parte de su mensaje de despedida a sus apóstoles, el Maestro aludió a la pérdida de Judas y destacó el trágico destino de su compañero traidor como advertencia solemne contra los peligros del aislamiento social y fraternal. Podría ser útil para los creyentes de esta edad y de edades futuras examinar brevemente las causas de la caída de Judas a la luz de las observaciones del Maestro y a la vista del esclarecimiento acumulado en los siglos posteriores.
193:4.2 (2055.5) Cuando volvemos la mirada hacia esta tragedia tendemos a pensar que Judas se equivocó de camino principalmente porque era una personalidad solitaria muy marcada, una personalidad cerrada y alejada de los contactos sociales normales. Siempre se negó a confiar en sus compañeros apóstoles o a fraternizar abiertamente con ellos. Pero el hecho de tener una personalidad solitaria no le habría causado de por sí tanto daño de no haber sido porque tampoco logró aumentar su amor ni crecer en gracia espiritual. Y para empeorar aún más las cosas, se obstinaba en guardar rencores y cultivaba enemigos psicológicos como la venganza y el ansia generalizada de «desquitarse» con alguien de todas sus decepciones.
193:4.3 (2056.1) Esta desafortunada combinación de peculiaridades individuales y tendencias mentales se confabuló para destruir a un hombre bienintencionado que no consiguió dominar estos males por medio del amor, la fe y la confianza. Que Judas no tenía necesidad de haberse equivocado de camino está bien probado en los casos de Tomás y de Natanael, ya que ambos padecían este mismo tipo de recelos y una tendencia excesiva al individualismo. Incluso Andrés y Mateo estaban muy inclinados en este sentido, pero con el paso del tiempo estos hombres fueron amando más, y no menos, a Jesús y a sus compañeros apóstoles. Crecieron en gracia y en conocimiento de la verdad. Fueron fiándose cada vez más de sus hermanos y desarrollando poco a poco la capacidad de confiar en sus compañeros. Judas se negó insistentemente a confiar en sus hermanos. Cuando la acumulación de sus conflictos emocionales le empujaba a encontrar alivio en la comunicación personal, buscaba sistemáticamente el consejo y recibía el consuelo desatinado de sus parientes no espiritualizados o de conocidos casuales que eran indiferentes e incluso hostiles al bien y al progreso de las realidades espirituales del reino celestial del que Judas era uno de los doce embajadores consagrados en la tierra.
193:4.4 (2056.2) Judas fue derrotado en las batallas de su lucha terrenal por los siguientes factores de tendencias personales y debilidades de carácter:
193:4.5 (2056.3) 1. Era un ser humano de tipo solitario. Era sumamente individualista y eligió convertirse en una persona decididamente insociable y encerrada en sí misma.
193:4.6 (2056.4) 2. Cuando era niño le habían hecho la vida demasiado fácil. No podía soportar que le llevaran la contraria. Esperaba ganar siempre y era muy mal perdedor.
193:4.7 (2056.5) 3. Nunca supo afrontar las decepciones con filosofía. En lugar de aceptar que la decepción es un aspecto normal y corriente de la existencia humana, acostumbraba a culpar a personas concretas o al conjunto de sus compañeros por todas sus dificultades y decepciones personales.
193:4.8 (2056.6) 4. Era rencoroso y cultivaba continuamente ideas de venganza.
193:4.9 (2056.7) 5. No le gustaba encarar los hechos con franqueza; era poco honrado en su actitud hacia las situaciones de la vida.
193:4.10 (2056.8) 6. Le molestaba hablar de sus problemas personales con sus compañeros más cercanos, se negaba a hablar de sus dificultades con sus verdaderos amigos y con los que lo amaban de verdad. En todos sus años de asociación con el Maestro no acudió a él ni una sola vez con un problema puramente personal.
193:4.11 (2056.9) 7. Nunca llegó a aprender que las recompensas reales de una vida noble son, al fin y al cabo, premios espirituales que no siempre se distribuyen durante esta corta vida en la carne.
193:4.12 (2056.10) Como resultado del aislamiento permanente de su personalidad, se multiplicaron sus penas, creció su amargura, aumentaron sus angustias y su desesperación se hizo casi insoportable.
193:4.13 (2057.1) Aunque este apóstol egocéntrico y ultraindividualista tenía muchos problemas psíquicos, emocionales y espirituales, sus dificultades principales fueron su personalidad aislada, su mente desconfiada y vengativa y su temperamento agrio y resentido. Emocionalmente, ni amaba ni perdonaba. Socialmente, no confiaba en nadie y estaba casi totalmente encerrado en sí mismo. En espíritu, se volvió arrogante, ambicioso y egoísta. En la vida ignoró a los que lo amaban y en la muerte no tuvo ningún amigo.
193:4.14 (2057.2) He aquí los factores mentales y las influencias malignas que, tomados en conjunto, explican por qué un creyente bienintencionado en Jesús que fue sincero en su día, incluso después de haber estado íntimamente asociado a la personalidad transformadora de Jesús durante varios años, abandonó a sus compañeros, repudió una causa sagrada, renunció a su santa vocación y traicionó a su divino Maestro.
193:5.1 (2057.3) Eran casi las siete y media de la mañana de aquel jueves 18 de mayo cuando Jesús llegó a la ladera occidental del monte Olivete acompañado por sus once apóstoles silenciosos y algo desconcertados. Desde ese lugar, situado a unos dos tercios de la subida a la cumbre, podían contemplar Jerusalén enfrente y Getsemaní a sus pies. Jesús se preparó para dar su último adiós a los apóstoles antes de dejar Urantia. Mientras estaba de pie ante ellos, se arrodillaron espontáneamente en círculo a su alrededor y el Maestro dijo:
193:5.2 (2057.4) «Os he pedido que os quedéis en Jerusalén hasta que seáis dotados con un poder de lo alto. Ahora voy a despedirme de vosotros, estoy a punto de ascender a mi Padre, y pronto, muy pronto, enviaremos al Espíritu de la Verdad a este mundo donde he residido. Cuando él llegue empezaréis la nueva proclamación del evangelio del reino, primero en Jerusalén y luego hasta los rincones más lejanos de la tierra. Amad a los hombres con el amor con que yo os he amado y servid a vuestros semejantes mortales como yo os he servido. Mediante los frutos del espíritu de vuestra vida, impulsad a las almas a creer en la verdad de que el hombre es hijo de Dios y todos los hombres son hermanos. Recordad todo lo que os he enseñado y la vida que he vivido entre vosotros. Mi amor os cubre con su sombra, mi espíritu morará con vosotros y mi paz permanecerá en vosotros. Adiós.»
193:5.3 (2057.5) Después de decir esto el Maestro de morontia desapareció de su vista. Esta llamada ascensión de Jesús no fue diferente en ningún sentido de sus otras desapariciones de la visión humana durante los cuarenta días de su carrera en la morontia en Urantia.
193:5.4 (2057.6) El Maestro fue a Edentia pasando por Jerusem, donde los Altísimos, bajo la supervisión del Hijo Paradisiaco, liberaron a Jesús de Nazaret del estado de morontia, y a través de los canales de ascensión en el espíritu, restablecieron su estatus de filiación paradisiaca y de soberanía suprema en Salvington.
193:5.5 (2057.7) Alrededor de las siete y cuarenta y cinco de aquella mañana el Jesús de morontia desapareció de la vista de sus once apóstoles para empezar a ascender hasta la diestra de su Padre y recibir allí la confirmación formal de su soberanía plena sobre el universo de Nebadon.
193:6.1 (2057.8) Siguiendo las instrucciones de Pedro, Juan Marcos y otros fueron a convocar a los discípulos principales a una reunión en casa de María Marcos. Hacia las diez y media, ciento veinte de los discípulos más destacados de Jesús que vivían en Jerusalén se habían congregado para escuchar el relato de la ascensión y el mensaje de adiós del Maestro. María, la madre de Jesús, se encontraba entre ellos. Juan Zebedeo la había llevado con él a Jerusalén cuando los apóstoles volvieron de su reciente estancia en Galilea. María regresó a Betsaida, a casa de Salomé, poco después de Pentecostés. Santiago, el hermano de Jesús, estuvo también presente en esta reunión, la primera conferencia de discípulos del Maestro que se convocaba tras el final de su carrera planetaria.
193:6.2 (2058.1) Simón Pedro se encargó de hablar en nombre de sus compañeros apóstoles e hizo un emocionante relato de la última reunión de los once con su Maestro. Describió de forma muy conmovedora el adiós final del Maestro antes de desaparecer en su ascensión. Nunca hasta entonces se había celebrado en este mundo una reunión como aquella. Esta parte de la reunión duró menos de una hora, y luego Pedro explicó que habían decidido elegir a un sucesor de Judas Iscariote y que se haría un receso para que los apóstoles pudieran decidir entre los dos candidatos propuestos: Matías y Justo.
193:6.3 (2058.2) Los once apóstoles descendieron entonces al piso de abajo donde acordaron echar a suertes cuál de estos hombres se convertiría en apóstol para servir en el lugar de Judas. La suerte cayó en Matías, que fue proclamado nuevo apóstol. Fue debidamente iniciado en su cargo y luego nombrado tesorero. Pero Matías participó poco en las actividades posteriores de los apóstoles.
193:6.4 (2058.3) Poco después de Pentecostés los gemelos regresaron a sus casas en Galilea. Simón Zelotes se retiró durante algún tiempo antes de salir a predicar el evangelio. Tomás estuvo inquieto durante un periodo de tiempo más corto, y luego reanudó su enseñanza. Natanael discrepó cada vez más de Pedro porque predicaba sobre Jesús en vez de proclamar el evangelio original del reino. Este desacuerdo se agravó tanto que a mediados del mes siguiente Natanael se retiró y fue a reunirse con Abner y Lázaro en Filadelfia. Después de permanecer allí durante más de un año, siguió predicando el evangelio tal como él lo entendía hasta más allá de Mesopotamia.
193:6.5 (2058.4) Y así, de los doce apóstoles originales no quedaron más que seis para actuar en Jerusalén, el escenario de la proclamación inicial del evangelio: Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y Mateo.
193:6.6 (2058.5) Poco antes del mediodía los apóstoles volvieron a subir a la habitación de arriba y anunciaron a sus hermanos que Matías había sido elegido como nuevo apóstol. Entonces Pedro invitó a todos los creyentes a entrar en oración, a orar para prepararse a recibir el don del espíritu que el Maestro había prometido enviar.
El libro de Urantia
Documento 194
194:0.1 (2059.1) ALREDEDOR de la una, mientras los ciento veinte creyentes se encontraban orando, notaron todos una extraña presencia en la sala y se hicieron conscientes al mismo tiempo de un sentimiento nuevo y profundo de gozo, seguridad y confianza espiritual. Esta nueva consciencia de fuerza espiritual fue seguida de inmediato por un fuerte impulso de salir a proclamar públicamente el evangelio del reino y la buena nueva de que Jesús había resucitado de entre los muertos.
194:0.2 (2059.2) Pedro se puso de pie y declaró que eso debía de ser la venida del Espíritu de la Verdad que el Maestro les había prometido. Propuso que fueran al templo y empezaran a proclamar la buena nueva que les había sido encomendada, y así lo hicieron.
194:0.3 (2059.3) Aquellos hombres habían sido formados e instruidos para predicar el evangelio de la paternidad de Dios y la filiación de los hombres, pero en ese momento de éxtasis espiritual y triunfo personal la noticia mejor y más importante para ellos era el hecho de que el Maestro había resucitado. Y así, dotados de un poder recibido de lo alto, salieron a predicar a la gente la buena nueva —la salvación a través de Jesús— pero cayeron involuntariamente en el error de sustituir el mensaje del evangelio por algunos hechos relacionados con el evangelio. Pedro dio inicio a este error sin darse cuenta, y otros siguieron su ejemplo hasta llegar a Pablo, que creó una nueva religión a partir de esta nueva versión de la buena nueva.
194:0.4 (2059.4) El evangelio del reino es el hecho de la paternidad de Dios unido a la verdad resultante de la hermandad-filiación de los hombres. El cristianismo, tal como se desarrolló desde aquel día, es el hecho de Dios como Padre del Señor Jesucristo asociado a la experiencia de la comunión del creyente con el Cristo resucitado y glorificado.
194:0.5 (2059.5) No es de extrañar que estos hombres infundidos por el espíritu aprovecharan esa oportunidad para expresar sus sentimientos de triunfo sobre las fuerzas que habían intentado destruir a su Maestro y poner fin a la influencia de sus enseñanzas. En un momento como ese era más fácil recordar su asociación personal con Jesús y entusiasmarse con la certeza de que el Maestro seguía viviendo, de que su amistad con él no había terminado y de que el espíritu había descendido en verdad sobre ellos tal como él les había prometido.
194:0.6 (2059.6) Aquellos creyentes se sintieron de pronto transportados a otro mundo, a una nueva existencia de alegría, poder y gloria. El Maestro les había dicho que el reino vendría con poder, y algunos de ellos pensaron que empezaban a entender lo que había querido decir.
194:0.7 (2059.7) Y cuando se piensa en todo esto no es difícil comprender que estos hombres llegaran a predicar un nuevo evangelio sobre Jesús en lugar de su mensaje anterior de la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres.
194:1.1 (2060.1) Los apóstoles habían estado escondidos durante cuarenta días. Ese día resultó ser la festividad judía de Pentecostés, y había en Jerusalén miles de visitantes de todas las partes del mundo. Aunque muchos habían llegado para esa fiesta, la mayoría llevaban en la ciudad desde la Pascua. Fue entonces cuando estos asustados apóstoles salieron de sus semanas de reclusión y tuvieron la audacia de presentarse en el templo para empezar a predicar el nuevo mensaje de un Mesías resucitado. Y todos los discípulos eran igualmente conscientes de haber recibido una nueva dotación espiritual de visión interior y poder.
194:1.2 (2060.2) Serían las dos cuando Pedro se puso de pie en el mismo lugar donde su Maestro había enseñado por última vez en ese templo y pronunció un llamamiento apasionado que consiguió ganar a más de dos mil almas. El Maestro se había ido, pero descubrieron de pronto que esta historia tenía un gran poder sobre la gente. No es de extrañar que quisieran seguir proclamando aquello que justificaba su entrega anterior a Jesús y que al mismo tiempo compelía a los hombres a creer en él. En esa reunión participaron seis de los apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y Mateo. Hablaron durante más de hora y media, y pronunciaron sus mensajes en griego, hebreo y arameo, e incluso algunas palabras en otras lenguas que conocían un poco.
194:1.3 (2060.3) A los líderes de los judíos les sorprendió muchísimo la osadía de los apóstoles, pero al ver que tanta gente creía en su relato no se atrevieron a intervenir.
194:1.4 (2060.4) Hacia las cuatro y media más de dos mil nuevos creyentes siguieron a los apóstoles hasta el estanque de Siloé donde Pedro, Andrés, Santiago y Juan los bautizaron en nombre del Maestro. Ya era de noche cuando terminaron de bautizar a la multitud.
194:1.5 (2060.5) Pentecostés era la gran festividad del bautismo, el momento de admitir en la comunidad a los prosélitos de la puerta, a los gentiles que deseaban servir a Yahvé. Por eso era mucho más fácil para muchos creyentes, tanto judíos como gentiles, recibir el bautismo ese día. Al hacerlo no se apartaban de ninguna manera de la fe judía. Hubo incluso un tiempo en que los creyentes en Jesús fueron una secta dentro del judaísmo. Todos ellos, incluidos los apóstoles, seguían acatando las exigencias esenciales del sistema ceremonial judío.
194:2.1 (2060.6) Durante su vida en la tierra Jesús enseñó un evangelio que redimía al hombre de la superstición de que era hijo del demonio y lo elevaba a la dignidad de hijo de Dios por la fe. El mensaje de Jesús, tal como él lo predicó y lo vivió en su día, fue una solución eficaz para las dificultades espirituales del hombre de la época en que fue expuesto. Y ahora que él ha dejado personalmente el mundo, envía en su lugar a su Espíritu de la Verdad que está destinado a vivir en el hombre y exponer el mensaje de Jesús a cada nueva generación. Así, cada nuevo grupo de mortales que aparezca sobre la faz de la tierra tendrá una versión nueva y actualizada del evangelio, una iluminación personal y una guía colectiva que demostrará ser la solución eficaz para las dificultades espirituales, siempre nuevas y diversas, del hombre.
194:2.2 (2060.7) La primera misión de este espíritu es, por supuesto, fomentar y personalizar la verdad, pues la comprensión de la verdad es la forma más alta de libertad humana. El segundo cometido de este espíritu es acabar con el sentimiento de orfandad del creyente. Como Jesús estuvo entre los hombres, todos los creyentes experimentarían un sentimiento de soledad si el Espíritu de la Verdad no hubiera venido a morar en el corazón de los hombres.
194:2.3 (2061.1) Este otorgamiento del espíritu del Hijo preparó de manera eficaz la mente de todos los hombres normales para el posterior otorgamiento universal del espíritu del Padre (el Ajustador) a toda la humanidad. En cierto sentido este Espíritu de la Verdad es el espíritu tanto del Padre Universal como del Hijo Creador.
194:2.4 (2061.2) No cometáis el error de esperar que llegaréis a ser muy conscientes intelectualmente del Espíritu de la Verdad derramado sobre vosotros. El espíritu no crea nunca una consciencia de sí mismo, sino solo una consciencia de Miguel, el Hijo. Jesús enseñó desde el principio que el espíritu no hablaría de sí mismo. Por consiguiente, la prueba de vuestra comunión con el Espíritu de la Verdad no se puede encontrar en la consciencia que tengáis de este espíritu sino más bien en vuestra experiencia de una mayor comunión con Miguel.
194:2.5 (2061.3) El espíritu vino también para ayudar a los hombres a recordar y comprender las palabras del Maestro, así como para esclarecer y reinterpretar su vida en la tierra.
194:2.6 (2061.4) Y además, el Espíritu de la Verdad vino a ayudar al creyente a atestiguar las realidades de las enseñanzas de Jesús y de su vida tal como la vivió en la carne y tal como la vuelve a vivir ahora, una y otra vez, en cada creyente de cada generación sucesiva de hijos de Dios llenos del espíritu.
194:2.7 (2061.5) Se pone así de manifiesto que el Espíritu de la Verdad viene para conducir realmente a todos los creyentes a toda la verdad, al conocimiento cada vez más amplio de la experiencia de la consciencia espiritual viva y creciente de la realidad de la filiación eterna y ascendente con Dios.
194:2.8 (2061.6) La vida que vivió Jesús es una revelación del hombre sujeto a la voluntad del Padre, no un ejemplo que cada hombre deba intentar seguir al pie de la letra. Esa vida en la carne junto con su muerte en la cruz y su posterior resurrección no tardaron en convertirse en el nuevo evangelio del rescate pagado de ese modo para recuperar al hombre de las garras del maligno, de la condenación de un Dios ofendido. Sin embargo, y a pesar de la gran distorsión que sufrió el evangelio, sigue siendo cierto que este nuevo mensaje sobre Jesús conservó muchas verdades y enseñanzas fundamentales de su evangelio anterior del reino. Esas verdades ocultas de la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres emergerán, tarde o temprano, para transformar eficazmente la civilización de toda la humanidad.
194:2.9 (2061.7) Por otra parte, estos errores del intelecto no interfirieron de ninguna manera en los grandes progresos de los creyentes en crecimiento espiritual. Menos de un mes después del otorgamiento del Espíritu de la Verdad los apóstoles habían hecho individualmente más progresos espirituales que durante sus casi cuatro años de amorosa asociación personal con el Maestro. Esta sustitución de la verdad del evangelio salvador de la filiación con Dios por el hecho de la resurrección de Jesús tampoco interfirió en modo alguno en la rápida difusión de sus enseñanzas; al contrario, el hecho de que el mensaje de Jesús fuera eclipsado por las nuevas enseñanzas sobre su persona y su resurrección pareció facilitar enormemente la predicación de la buena nueva.
194:2.10 (2061.8) La expresión «bautismo del espíritu», que empezó a generalizarse por esa época, significaba simplemente recibir de manera consciente este don del Espíritu de la Verdad y reconocer de manera personal este nuevo poder espiritual como un acrecentamiento de todas las influencias espirituales experimentadas previamente por las almas conocedoras de Dios.
194:2.11 (2061.9) A partir del otorgamiento del Espíritu de la Verdad el hombre está sujeto a la enseñanza y la guía de un triple otorgamiento de espíritus: el espíritu del Padre (el Ajustador del Pensamiento), el espíritu del Hijo (el Espíritu de la Verdad) y el espíritu del Espíritu (el Espíritu Santo).
194:2.12 (2062.1) En cierto modo, la humanidad está sujeta a la doble influencia del llamamiento séptuplo de las influencias de espíritu del universo. Las primeras razas evolutivas de mortales están sujetas al contacto progresivo de los siete espíritus-mente adjutores del Espíritu Madre del universo local. A medida que el hombre progresa hacia arriba en la escala de la inteligencia y la percepción espiritual, acaban flotando sobre él y morando en él las siete influencias superiores de espíritu. Estos son los siete espíritus de los mundos en vías de avance:
194:2.13 (2062.2) 1. El espíritu otorgado por el Padre Universal: los Ajustadores del Pensamiento.
194:2.14 (2062.3) 2. La presencia de espíritu del Hijo Eterno: la gravedad de espíritu del universo de universos y el canal cierto de toda comunión en el espíritu.
194:2.15 (2062.4) 3. La presencia de espíritu del Espíritu Infinito: la mente-espíritu universal de toda la creación, la fuente espiritual del parentesco intelectual de todas las inteligencias progresivas.
194:2.16 (2062.5) 4. El espíritu del Padre Universal y el Hijo Creador: el Espíritu de la Verdad, considerado generalmente como el espíritu del Hijo del Universo.
194:2.17 (2062.6) 5. El espíritu del Espíritu Infinito y el Espíritu Madre del Universo: el Espíritu Santo, considerado generalmente como el espíritu del Espíritu del Universo.
194:2.18 (2062.7) 6. El espíritu-mente del Espíritu Madre del Universo: los siete espíritus-mente adjutores del universo local.
194:2.19 (2062.8) 7. El espíritu del Padre, los Hijos y los Espíritus: el espíritu con nombre nuevo de los mortales ascendentes de los mundos después de la fusión del alma mortal, nacida del espíritu, con el Ajustador paradisiaco del Pensamiento, y después de haber logrado posteriormente la divinidad y la glorificación de pertenecer al Cuerpo de la Finalización del Paraíso.
194:2.20 (2062.9) Y así, el otorgamiento del Espíritu de la Verdad trajo al mundo y a sus gentes el último otorgamiento de espíritu destinado a auxiliarlos en la búsqueda ascendente de Dios.
194:3.1 (2062.10) Muchas enseñanzas raras y extrañas se han asociado a las primeras narraciones del día de Pentecostés. En tiempos posteriores, los sucesos de aquel día en el que el Espíritu de la Verdad, el nuevo maestro, vino a morar con la humanidad se han confundido con absurdas manifestaciones de sentimentalismo desbordado. La misión principal de ese espíritu del Padre y el Hijo derramado sobre los hombres es enseñarles las verdades sobre el amor del Padre y la misericordia del Hijo. Estas son las verdades de la divinidad que los hombres pueden comprender mucho mejor que todos los demás rasgos del carácter divino. El Espíritu de la Verdad se ocupa principalmente de revelar la naturaleza de espíritu del Padre y el carácter moral del Hijo. El Hijo Creador, en la carne, reveló a Dios a los hombres. El Espíritu de la Verdad, en el corazón, revela al Hijo Creador a los hombres. Cuando un hombre produce en su vida los «frutos del espíritu» está mostrando simplemente los rasgos que el Maestro manifestó en su propia vida terrenal. Cuando Jesús estuvo en la tierra vivió su vida como una sola personalidad: Jesús de Nazaret. A partir de Pentecostés el Maestro, como espíritu morador del «nuevo maestro», ha podido vivir su vida de nuevo en la experiencia de cada creyente que ha sido instruido en la verdad.
194:3.2 (2062.11) Muchas cosas que suceden en el transcurso de una vida humana son duras de comprender, difíciles de conciliar con la idea de que estamos en un universo donde prevalece la verdad y triunfa la rectitud. Muchas veces se tiene la impresión de que prevalece la calumnia, la mentira, la falta de honradez y de rectitud, es decir, el pecado. ¿Triunfa realmente la fe sobre el mal, el pecado y la iniquidad? Sí que triunfa, y la vida y la muerte de Jesús son la prueba eterna de que la verdad de la bondad y la fe de la criatura guiada por el espíritu serán siempre justificadas. Se mofaron de Jesús en la cruz, diciendo: «Veamos si viene Dios a liberarlo». El día de la crucifixión pareció sombrío, pero la mañana de la resurrección brilló gloriosamente, y el día de Pentecostés fue aún más brillante y jubiloso. Las religiones de la desesperanza pesimista buscan la liberación de las cargas de la vida, ansían la extinción en un sueño y un reposo sin fin. Son las religiones de los miedos y terrores primitivos. La religión de Jesús es un nuevo evangelio de fe que ha de ser proclamado a una humanidad que lucha. Esta nueva religión está fundada en la fe, la esperanza y el amor.
194:3.3 (2063.1) La vida mortal había descargado sobre Jesús sus golpes más duros, amargos y crueles, y este hombre se enfrentó a estas condiciones de desesperación con fe, valor y la determinación inquebrantable de hacer la voluntad de su Padre. Jesús se enfrentó a la vida en toda su terrible realidad y la dominó hasta la muerte. No utilizó la religión para liberarse de la vida. La religión de Jesús no busca escapar de esta vida para poder disfrutar de la dicha que espera en otra existencia. La religión de Jesús proporciona la alegría y la paz de una nueva existencia espiritual para realzar y ennoblecer la vida que los hombres viven ahora en la carne.
194:3.4 (2063.2) Si la religión es el opio del pueblo, esa no es la religión de Jesús. En la cruz se negó a beber la droga adormecedora, y su espíritu derramado sobre toda carne es una poderosa influencia mundial que conduce al hombre hacia arriba y lo impulsa hacia adelante. El impulso espiritual hacia adelante es la fuerza motriz más poderosa que existe en este mundo. El creyente que aprende la verdad es el alma más progresiva y dinámica de la tierra.
194:3.5 (2063.3) El día de Pentecostés la religión de Jesús rompió todas las restricciones nacionales y todas las cadenas raciales. Es cierto para siempre que «donde está el espíritu del Señor hay libertad». Aquel día el Espíritu de la Verdad se convirtió en el don personal del Maestro para cada mortal. Este espíritu fue otorgado con el propósito de capacitar a los creyentes para que predicaran con más eficacia el evangelio del reino, pero ellos confundieron la experiencia de recibir el espíritu derramado sobre ellos y la convirtieron en una parte del nuevo evangelio que estaban formulando inconscientemente.
194:3.6 (2063.4) No paséis por alto el hecho de que el Espíritu de la Verdad fue otorgado a todos los creyentes sinceros; este don del espíritu no vino solo a los apóstoles. Los ciento veinte hombres y mujeres reunidos en la habitación de arriba recibieron todos al nuevo maestro, igual que todos los honrados de corazón del mundo entero. Este nuevo maestro fue otorgado a la humanidad, y cada alma lo recibió según su amor a la verdad y su capacidad de captar y comprender las realidades espirituales. La verdadera religión se libera por fin de la custodia de los sacerdotes y de todas las castas sagradas, y encuentra su manifestación real en el alma individual de los hombres.
194:3.7 (2063.5) La religión de Jesús fomenta el tipo más alto de civilización humana porque crea el tipo más alto de personalidad espiritual y proclama la condición sagrada de esa persona.
194:3.8 (2063.6) La llegada del Espíritu de la Verdad en Pentecostés hizo posible una religión que no es ni radical ni conservadora, ni antigua ni nueva, y no ha de estar dominada ni por los viejos ni por los jóvenes. El hecho de la vida terrenal de Jesús proporciona un punto fijo para el ancla del tiempo, mientras que el otorgamiento del Espíritu de la Verdad proporciona la expansión perpetua y el crecimiento sin fin de la religión que vivió Jesús y del evangelio que proclamó. El espíritu guía hacia toda la verdad, es el maestro de una religión en expansión y crecimiento constante de progreso sin fin y desarrollo divino. Este nuevo maestro desvelará siempre al creyente que busca la verdad lo que estuvo tan divinamente contenido en la persona y la naturaleza del Hijo del Hombre.
194:3.9 (2064.1) Las manifestaciones asociadas al otorgamiento del «nuevo maestro» y la acogida de los hombres de las diferentes razas y naciones reunidas en Jerusalén a la predicación de los apóstoles atestiguan la universalidad de la religión de Jesús. El evangelio del reino no debe ser identificado con ninguna raza, cultura o idioma en particular. Este día de Pentecostés fue testigo del gran esfuerzo del espíritu por liberar a la religión de Jesús de las trabas judías heredadas, pero incluso después de esta demostración de derramamiento del espíritu sobre toda carne, los apóstoles se esforzaron al principio por imponer a sus conversos las exigencias del judaísmo. El propio Pablo tuvo problemas con sus hermanos de Jerusalén porque se negaba a someter a los gentiles a esas prácticas judías. Ninguna religión revelada puede difundirse por todo el mundo si comete el grave error de dejarse permear por alguna cultura nacional o de asociarse con prácticas raciales, sociales o económicas ya establecidas.
194:3.10 (2064.2) El otorgamiento del Espíritu de la Verdad fue independiente de todas las formalidades, ceremonias, lugares sagrados y comportamientos especiales por parte de los que recibieron la plenitud de su manifestación. Cuando el espíritu descendió sobre los reunidos en la habitación de arriba, estaban simplemente sentados allí y acababan de empezar a orar en silencio. El espíritu fue otorgado en el campo igual que en la ciudad. No fue necesario que los apóstoles se retiraran a un lugar aislado y pasaran años de meditación solitaria para poder recibir el espíritu. Pentecostés disocia para siempre la idea de experiencia espiritual de la noción de un entorno especialmente favorable.
194:3.11 (2064.3) Pentecostés, con su dotación espiritual, estuvo dirigido a liberar para siempre la religión del Maestro de toda dependencia de las fuerzas físicas. A partir de ese momento los maestros de esta nueva religión están equipados con armas espirituales. Han de salir a conquistar el mundo con perdón indefectible, buena voluntad inigualable y amor desbordante. Están equipados para superar el mal con el bien, para vencer el odio con amor, para destruir el miedo con una fe viva y valiente en la verdad. Jesús había enseñado ya a sus seguidores que su religión nunca era pasiva, que sus discípulos debían ser siempre activos y positivos en su ministerio de misericordia y en sus manifestaciones de amor. Estos creyentes ya no debían seguir considerando a Yahvé como «el Señor de los Ejércitos». Ahora contemplaban a la Deidad eterna como el «Dios y Padre del Señor Jesucristo». Hicieron al menos este progreso, aunque no consiguieron captar del todo la verdad de que Dios es también el Padre espiritual de cada individuo.
194:3.12 (2064.4) Pentecostés dotó al hombre mortal con el poder de perdonar los agravios personales, de conservar la dulzura en medio de las peores injusticias, de permanecer impasible ante peligros aterradores y de desafiar los males del odio y la ira con actos intrépidos de amor y tolerancia. A lo largo de su historia Urantia ha sufrido la devastación de grandes guerras destructivas, y todos los que participaron en esas luchas terribles fueron derrotados. Solo ha habido un vencedor; solo uno salió de esas amargas luchas con su reputación realzada, y ese fue Jesús de Nazaret con su evangelio de superar el mal con el bien. El secreto de una civilización mejor está contenido en las enseñanzas del Maestro sobre la hermandad de los hombres, la buena voluntad del amor y la confianza mutua.
194:3.13 (2065.1) Hasta Pentecostés la religión tan solo había revelado al hombre en busca de Dios. A partir de Pentecostés el hombre sigue buscando a Dios, pero brilla también sobre el mundo el espectáculo de Dios buscando al hombre y enviando su espíritu para que more en él cuando lo encuentre.
194:3.14 (2065.2) Antes de las enseñanzas de Jesús que culminaron en Pentecostés las mujeres tenían poca o ninguna posición espiritual en los credos de las religiones más antiguas. Después de Pentecostés la mujer se encontró en igualdad con el hombre ante Dios en la hermandad del reino. Entre las ciento veinte personas que recibieron esta visitación especial del espíritu estaban muchas de las discípulas, y compartieron estas bendiciones en la misma medida que los hombres creyentes. Los hombres ya no pueden pretender monopolizar el ministerio del servicio religioso. Los fariseos podían seguir dando gracias a Dios por «no haber nacido ni mujer, ni leproso ni gentil», pero entre los seguidores de Jesús las mujeres han sido liberadas para siempre de toda discriminación religiosa basada en el sexo. Pentecostés obliteró toda discriminación religiosa basada en la distinción racial, las diferencias culturales, las castas sociales o los prejuicios sexuales. No es de extrañar que los creyentes en la nueva religión exclamaran: «Donde está el espíritu del Señor hay libertad».
194:3.15 (2065.3) Entre los ciento veinte creyentes estaban tanto la madre como un hermano de Jesús, y recibieron el espíritu derramado sobre ellos como miembros de este grupo común de discípulos. No recibieron más cantidad de este buen don que sus compañeros. No se otorgó ningún don especial a los miembros de la familia terrenal de Jesús. Pentecostés marcó el final de los sacerdocios especiales y de toda creencia en familias sagradas.
194:3.16 (2065.4) Antes de Pentecostés los apóstoles habían renunciado a muchas cosas por Jesús. Habían sacrificado sus hogares, sus familias, sus amigos, sus bienes terrenales y su posición social. En Pentecostés se dieron a Dios, y el Padre y el Hijo respondieron dándose a los hombres, enviando a sus espíritus para que vivieran en los hombres. Esta experiencia de perder el yo y encontrar al espíritu no fue una experiencia emocional, fue un acto de entrega inteligente de uno mismo y de consagración sin reservas.
194:3.17 (2065.5) Pentecostés fue el llamamiento a la unidad espiritual entre los creyentes en el evangelio. Cuando el espíritu descendió sobre los discípulos en Jerusalén, sucedió lo mismo en Filadelfia, en Alejandría y en todos los demás lugares donde moraban creyentes sinceros. Fue literalmente cierto que «la multitud de los que creyeron era de un corazón y un alma». La religión de Jesús es la influencia unificadora más poderosa que el mundo haya conocido jamás.
194:3.18 (2065.6) Pentecostés estaba destinado a reducir la autoafirmación de las personas, los grupos, las naciones y las razas. El espíritu de autoafirmación es lo que aumenta la tensión que se desata periódicamente en forma de guerras destructivas. La humanidad solo puede unificarse mediante un planteamiento espiritual, y el Espíritu de la Verdad es una influencia mundial universal.
194:3.19 (2065.7) El advenimiento del Espíritu de la Verdad purifica el corazón humano y conduce a quien lo recibe a formular un propósito de vida dedicado en exclusiva a la voluntad de Dios y al bienestar de los hombres. El espíritu material del egoísmo ha sido engullido por este nuevo otorgamiento espiritual de altruismo. Pentecostés significó entonces y significa ahora que el Jesús histórico se ha convertido en el Hijo divino de la experiencia viva. Cuando se experimenta conscientemente en la vida humana la alegría de este espíritu derramado, es un tónico para la salud, un estímulo para la mente y una energía inagotable para el alma.
194:3.20 (2065.8) La oración no fue lo que trajo al espíritu el día de Pentecostés, pero contribuyó mucho a determinar la capacidad de receptividad que caracterizaba a los creyentes individuales. La oración no mueve al corazón divino a otorgarse generosamente, pero cava muchas veces canales más amplios y más profundos por los que los otorgamientos divinos pueden fluir hasta el corazón y el alma de los que se acuerdan de mantener una comunión ininterrumpida con su Hacedor mediante la oración sincera y la verdadera adoración.
194:4.1 (2066.1) Cuando Jesús fue apresado tan repentinamente por sus enemigos y crucificado tan rápidamente entre dos ladrones, sus apóstoles y discípulos quedaron totalmente desmoralizados. La idea de un Maestro arrestado, atado, azotado y crucificado fue demasiado incluso para los apóstoles. Olvidaron sus enseñanzas y sus advertencias. Jesús podría haber sido en verdad «un profeta poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo», pero no el Mesías que esperaban que restaurara el reino de Israel.
194:4.2 (2066.2) Después viene la resurrección que los libera de la desesperanza y les devuelve su fe en la divinidad del Maestro. Ven al Maestro y hablan con él una y otra vez, y los lleva al Olivete donde se despide de ellos y les dice que vuelve al Padre. Les ha dicho que se queden en Jerusalén hasta que sean dotados de poder, hasta que venga el Espíritu de la Verdad. El día de Pentecostés llega este nuevo maestro y ellos salen inmediatamente a predicar su evangelio con nuevo poder. Son los audaces y valientes seguidores de un Señor vivo, no de un líder muerto y derrotado. El Maestro vive en el corazón de estos evangelistas. Dios no es una doctrina en su mente, se ha convertido en una presencia viva en su alma.
194:4.3 (2066.3) «Día tras día perseveraban unánimes en el templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Todos estaban llenos del espíritu y proclamaban con audacia la palabra de Dios. Y la multitud de los que creyeron era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.»
194:4.4 (2066.4) ¿Qué les ha ocurrido a estos hombres a quienes Jesús había ordenado salir a predicar el evangelio del reino: la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres? Tienen un nuevo evangelio, arden con una nueva experiencia, están llenos de una nueva energía espiritual. De pronto su mensaje ha cambiado y ahora proclaman al Cristo resucitado: «A Jesús de Nazaret, varón confirmado por Dios con milagros y prodigios, entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios, lo crucificasteis y matasteis. Él ha cumplido así las cosas que Dios había anunciado por boca de todos los profetas. A este Jesús resucitó Dios. Dios lo ha hecho Señor y Cristo. Exaltado a la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del espíritu, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Arrepentíos para que vuestros pecados sean borrados, para que el Padre envíe al Cristo designado de antemano para vosotros, el propio Jesús, a quien el cielo ha de recibir hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas».
194:4.5 (2066.5) El evangelio del reino, el mensaje de Jesús, había sido transformado de pronto en el evangelio del Señor Jesucristo. Proclamaban ahora los hechos de su vida, su muerte y resurrección, y predicaban la esperanza de su rápido regreso a este mundo para terminar la obra que había empezado. Así, el mensaje de los primeros creyentes consistió en predicar los hechos de su primera venida y en enseñar la expectativa de su segunda venida, un acontecimiento que suponían muy cercano.
194:4.6 (2067.1) Cristo estaba a punto de convertirse en el credo de la Iglesia que empezaba a formarse rápidamente. Jesús vive, murió por los hombres, ha dado el espíritu y va a volver. Jesús llenaba todos sus pensamientos y determinaba todos sus nuevos conceptos sobre Dios y sobre todo lo demás. Estaban demasiado entusiasmados con la nueva doctrina de que «Dios es el Padre del Señor Jesús» para interesarse por el antiguo mensaje de que «Dios es el Padre amoroso de todos los hombres», de cada persona en particular. Es verdad que brotó en aquellas primeras comunidades de creyentes una maravillosa manifestación de amor fraternal y buena voluntad sin precedentes, pero fue una comunión de creyentes en Jesús, no una comunión de hermanos en el reino de la familia del Padre del cielo. Su buena voluntad provenía del amor nacido del concepto del otorgamiento de Jesús y no del reconocimiento de la hermandad de los mortales. Sin embargo, estaban llenos de júbilo y vivían unas vidas tan nuevas y únicas que todos los hombres se sentían atraídos hacia sus enseñanzas sobre Jesús. Cometieron el gran error de usar la interpretación viva e ilustrativa del evangelio del reino en lugar del evangelio mismo, pero incluso esto representaba la religión más grande que la humanidad había conocido jamás.
194:4.7 (2067.2) Sin lugar a dudas estaba apareciendo en el mundo una nueva comunión. «La multitud que creía perseveraba en las enseñanzas y la comunión de los apóstoles, en la fracción del pan y en las oraciones». Se llamaban unos a otros hermanos y hermanas, se saludaban entre sí con un beso santo, atendían a los pobres. Era una comunión tanto de vida como de adoración. No formaban una comunidad por decreto sino por el deseo de compartir sus bienes con sus compañeros creyentes. Esperaban confiados el retorno de Jesús durante su generación para terminar de establecer el reino del Padre. Compartían espontáneamente las posesiones terrenales, aunque eso no era una característica directa de las enseñanzas de Jesús. Ocurrió porque estos hombres y mujeres creían con toda sinceridad y confianza que había de regresar de un momento a otro para acabar su obra y consumar el reino. Sin embargo los resultados finales de este experimento bienintencionado pero insensato de amor fraternal fueron desastrosos y causaron muchos pesares. Miles de creyentes sinceros vendieron sus propiedades y distribuyeron todo su capital y otros activos rentables. Con el tiempo los menguantes recursos del sistema cristiano de «compartir por igual» se acabaron, pero el mundo no se acabó. Muy pronto, los creyentes de Antioquía organizaron una colecta para impedir que sus compañeros de Jerusalén se murieran de hambre.
194:4.8 (2067.3) En aquellos días los creyentes celebraban la Cena del Señor tal como había sido establecida, es decir, se reunían para comer juntos en buena hermandad y compartían el sacramento al final de la comida.
194:4.9 (2067.4) Al principio bautizaban en nombre de Jesús, y pasaron casi veinte años hasta que empezaron a bautizar «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». El bautismo era lo único que se exigía para ser admitido en la comunión de los creyentes. Aún no tenían ninguna organización; formaban simplemente la hermandad de Jesús.
194:4.10 (2067.5) Esta secta de Jesús crecía rápidamente, y atrajo una vez más la atención de los saduceos. A los fariseos les preocupaba poco la situación, puesto que ninguna de las enseñanzas interfería para nada en la observancia de las leyes judías. En cambio los saduceos empezaron a encarcelar a los líderes de la secta de Jesús hasta que se dejaron convencer por esta recomendación de Gamaliel, uno de los rabinos principales: «No tengáis nada que ver con esos hombres y dejadlos en paz, porque si este plan o esta obra es de los hombres, perecerá, pero si es de Dios, no podréis destruirlos, no sea que os halléis luchando contra Dios». Decidieron seguir el consejo de Gamaliel, y hubo un periodo de paz y tranquilidad en Jerusalén durante el cual se difundió rápidamente el nuevo evangelio sobre Jesús.
194:4.11 (2068.1) Y así, todo fue bien en Jerusalén hasta la llegada de numerosos griegos procedentes de Alejandría. Dos de los alumnos de Rodan llegaron a Jerusalén e hicieron muchos conversos entre los helenistas. Entre sus primeros conversos estaban Esteban y Bernabé. Estos griegos cultivados no tenían un punto de vista tan judío y no se amoldaban tan bien a las formas de culto de los judíos ni a las demás prácticas ceremoniales. Las actividades de estos creyentes griegos pusieron fin a las pacíficas relaciones existentes entre la hermandad de Jesús y los fariseos y saduceos. Esteban y su compañero griego empezaron a predicar de manera más acorde a como Jesús había enseñado, y esto los llevó a un conflicto inmediato con los dirigentes judíos. Durante uno de los sermones públicos de Esteban, cuando llegó a la parte inaceptable de su discurso prescindieron de todas las formalidades judiciales y lo mataron a pedradas allí mismo.
194:4.12 (2068.2) Esteban, el líder de la colonia de griegos de Jerusalén que creían en Jesús, se convirtió así en el primer mártir de la nueva fe y en la causa que motivó la organización formal de la Iglesia cristiana primitiva. Los creyentes afrontaron esta nueva crisis reconociendo que no podían seguir siendo una secta dentro de la fe judía y todos estuvieron de acuerdo en que debían separarse de los no creyentes. Un mes después de la muerte de Esteban se había organizado la Iglesia de Jerusalén bajo el liderazgo de Pedro, con Santiago el hermano de Jesús como jefe nominal.
194:4.13 (2068.3) Estallaron entonces nuevas y encarnizadas persecuciones por parte de los judíos, de modo que los maestros activos de la nueva religión sobre Jesús, que fue llamada posteriormente cristianismo en Antioquía, salieron hasta los confines del Imperio proclamando a Jesús. Antes de la época de Pablo el liderazgo de la predicación de este mensaje estuvo en manos de los griegos. Aquellos primeros misioneros, como también los que vinieron después, tomaron la antigua ruta de Alejandro que iba por Gaza y Tiro hasta Antioquía, seguía hasta Macedonia a través de Asia Menor, y desde allí hasta Roma y los rincones más lejanos del Imperio.
El libro de Urantia
Documento 195
195:0.1 (2069.1) LOS resultados de la predicación de Pedro el día de Pentecostés fueron tales que decidieron las políticas futuras y determinaron los planes de la mayoría de los apóstoles en sus esfuerzos por proclamar el evangelio del reino. Pedro fue el verdadero fundador de la Iglesia cristiana. Pablo llevó el mensaje cristiano a los gentiles, y los creyentes griegos lo llevaron a todo el Imperio romano.
195:0.2 (2069.2) Aunque los hebreos atados a la tradición y tiranizados por los sacerdotes se negaron a aceptar, como pueblo, tanto el evangelio de Jesús sobre la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres como la proclamación de Pedro y de Pablo de la resurrección y la ascensión de Cristo (el cristianismo posterior), el resto del Imperio romano resultó ser receptivo a estas enseñanzas cristianas en vías de evolución. La civilización occidental de la época era intelectual, estaba harta de guerras y veía con profundo escepticismo todas las religiones y todas las filosofías universales existentes. Los pueblos del mundo occidental, beneficiarios de la cultura griega, veneraban la tradición de un magnífico pasado. Podían contemplar la herencia de sus grandes realizaciones en filosofía, arte, literatura y progreso político, pero a pesar de todos esos logros no tenían una religión que colmara sus almas. Sus anhelos espirituales seguían insatisfechos.
195:0.3 (2069.3) Este era el escenario de la sociedad humana donde aparecieron de pronto las enseñanzas de Jesús contenidas en el mensaje cristiano. Se presentó así un nuevo orden de vida ante los corazones hambrientos de aquellos pueblos occidentales. Esta situación supuso un conflicto inmediato entre las antiguas prácticas religiosas y la nueva versión cristianizada del mensaje de Jesús al mundo. Un conflicto así solo podía resolverse con una victoria decisiva de lo antiguo o de lo nuevo, o bien con cierto grado de transigencia. La historia muestra que la lucha terminó en transigencia. El cristianismo se atrevió a abarcar demasiadas cosas como para que cualquier pueblo pudiera asimilarlas en una o dos generaciones. No era un simple llamamiento espiritual como el que había presentado Jesús a las almas de los hombres, sino que adoptó muy pronto posiciones claras sobre los rituales religiosos, la educación, la magia, la medicina, el arte, la literatura, la ley, el gobierno, la moralidad, la reglamentación sexual, la poligamia y, en grado limitado, incluso sobre la esclavitud. El cristianismo no llegó simplemente como una nueva religión —algo que todo el Imperio romano y todo el Oriente estaban esperando— sino como un nuevo orden de sociedad humana, y esta pretensión precipitó rápidamente el choque sociomoral de los siglos. Los ideales de Jesús, reinterpretados por la filosofía griega y socializados en el cristianismo, plantearon un audaz desafío a las tradiciones de la raza humana plasmadas en la ética, la moral y las religiones de la civilización occidental.
195:0.4 (2069.4) Al principio el cristianismo solo ganó conversos en los estratos sociales y económicos más bajos, pero hacia el comienzo del siglo segundo la élite de la cultura grecorromana se fue orientando cada vez más hacia este nuevo orden de creencia cristiana, hacia este nuevo concepto del propósito del vivir y de la meta de la existencia.
195:0.5 (2070.1) ¿Cómo pudo este nuevo mensaje de origen judío, casi fracasado en su tierra natal, captar con tanta eficacia y rapidez a las mejores mentes del Imperio romano? El triunfo del cristianismo sobre las religiones filosóficas y los cultos de misterio se debió a los factores siguientes:
195:0.6 (2070.2) 1. La organización. Pablo fue un gran organizador y sus sucesores se mantuvieron a su altura.
195:0.7 (2070.3) 2. El cristianismo estaba totalmente helenizado. Contenía lo mejor de la filosofía griega y lo más selecto de la teología hebrea.
195:0.8 (2070.4) 3. Pero por encima de todo, contenía un ideal nuevo y grande: el eco de la vida de otorgamiento de Jesús y el reflejo de su mensaje de salvación para toda la humanidad.
195:0.9 (2070.5) 4. Los líderes cristianos estaban dispuestos a hacer tales concesiones al mitraísmo que la mejor parte de los seguidores de Mitra fue conquistada para el culto de Antioquía.
195:0.10 (2070.6) 5. Así mismo, las generaciones posteriores de líderes cristianos siguieron haciendo tales concesiones al paganismo que incluso el emperador romano Constantino fue ganado para la nueva religión.
195:0.11 (2070.7) Pero los cristianos hicieron un trato astuto con los paganos, ya que adoptaron su pompa ritual mientras los obligaban a aceptar la versión helenizada del cristianismo paulino. Negociaron mejor con los paganos que con el culto mitraico, pero incluso en aquellas concesiones iniciales salieron ganando con creces porque consiguieron eliminar las burdas inmoralidades y otras muchas prácticas reprensibles de los misterios persas.
195:0.12 (2070.8) Sabiamente o no, los primeros líderes del cristianismo hicieron concesiones deliberadas sobre los ideales de Jesús en un esfuerzo por salvar y fomentar muchas de sus ideas. Y tuvieron mucho éxito. ¡Pero no os equivoquéis! Esos ideales del Maestro, objeto de concesiones, siguen latentes en su evangelio, y con el tiempo afirmarán su pleno poder en el mundo.
195:0.13 (2070.9) Gracias a esta paganización del cristianismo el antiguo orden ganó muchas victorias menores de naturaleza ritualista, pero los cristianos obtuvieron la supremacía por cuanto:
195:0.14 (2070.10) 1. Se hizo sonar una nota nueva y mucho más alta en la moralidad humana.
195:0.15 (2070.11) 2. Se dio al mundo un concepto nuevo y mucho más amplio de Dios.
195:0.16 (2070.12) 3. La esperanza de la inmortalidad entró a formar parte de las garantías de una religión reconocida.
195:0.17 (2070.13) 4. Jesús de Nazaret fue presentado al alma hambrienta del hombre.
195:0.18 (2070.14) Muchas de las grandes verdades que enseñó Jesús llegaron casi a perderse en estas concesiones iniciales, pero siguen aún adormecidas en esa religión de cristianismo paganizado que era a su vez la versión paulina de la vida y las enseñanzas del Hijo del Hombre. Y antes incluso de ser paganizado, el cristianismo fue primero helenizado a fondo. El cristianismo debe mucho, muchísimo, a los griegos. Fue un griego de Egipto el que tuvo la audacia de levantarse en Nicea y desafiar con tanto valor a la asamblea que no se atrevieron a oscurecer el concepto de la naturaleza de Jesús hasta el punto de correr el riesgo de que se perdiera para el mundo la verdad real de su otorgamiento. Este griego se llamaba Atanasio, y si no hubiera sido por la elocuencia y la lógica de este creyente habrían triunfado las persuasivas convicciones de Arrio.
195:1.1 (2071.1) La helenización del cristianismo empezó realmente el día memorable en que el apóstol Pablo se presentó ante el consejo del Areópago de Atenas y habló a los atenienses sobre el «Dios Desconocido». Allí, a la sombra de la Acrópolis, este ciudadano romano proclamó a aquellos griegos su versión de la nueva religión que había tenido su origen en la tierra judía de Galilea. Había una extraña similitud entre la filosofía griega y muchas de las enseñanzas de Jesús. Tenían una meta común: ambas buscaban la emergencia del individuo; los griegos su emergencia social y política, Jesús su emergencia moral y espiritual. Los griegos enseñaban el liberalismo intelectual que conducía a la libertad política, Jesús enseñaba el liberalismo espiritual que conducía a la libertad religiosa. La unión de estas dos ideas constituyó un nuevo y poderoso estatuto de la libertad humana y presagiaba la libertad social, política y espiritual del hombre.
195:1.2 (2071.2) El cristianismo nació y triunfó sobre todas las religiones rivales debido principalmente a dos factores:
195:1.3 (2071.3) 1. La mente griega estaba dispuesta a adoptar nuevas y buenas ideas incluso de los judíos.
195:1.4 (2071.4) 2. Pablo y sus sucesores estaban dispuestos a hacer concesiones y sabían hacerlo con astucia y sagacidad; eran finos negociadores en materia teológica.
195:1.5 (2071.5) Cuando Pablo se levantó en Atenas para predicar «a Cristo, y Cristo crucificado», los griegos estaban espiritualmente hambrientos; se preguntaban por la verdad espiritual, les interesaba y la buscaban realmente. No olvidéis nunca que al principio los romanos combatieron el cristianismo mientras que los griegos lo abrazaron, y que fueron los griegos los que más tarde forzaron literalmente a los romanos a aceptar como parte de la cultura griega esta nueva religión, ya modificada para entonces.
195:1.6 (2071.6) Los griegos veneraban la belleza y los judíos la santidad, pero ambos amaban la verdad. Durante siglos los griegos habían pensado mucho y discutido muy seriamente sobre todos los problemas humanos —sociales, económicos, políticos y filosóficos— menos sobre religión. Pocos griegos habían prestado mucha atención a la religión; ni siquiera se tomaban muy en serio su propia religión. Durante siglos los judíos habían descuidado todos estos campos del pensamiento mientras entregaban sus mentes a la religión. Se tomaban su religión muy en serio, demasiado en serio. El producto unido de los siglos de pensamiento de estos dos pueblos, al iluminarse con el contenido del mensaje de Jesús, se convirtió en ese momento en la fuerza motriz de un nuevo orden de sociedad humana y hasta cierto punto de un nuevo orden de creencias y prácticas religiosas humanas.
195:1.7 (2071.7) Cuando Alejandro propagó la civilización helenística por el Cercano Oriente, la influencia de la cultura griega había penetrado ya en los países del Mediterráneo occidental. A los griegos les fue muy bien con su religión y su política mientras vivieron en pequeñas ciudades-Estado, pero cuando el rey de Macedonia se atrevió a expandir Grecia para convertirla en un imperio que abarcaba del Adriático al Indo empezaron los problemas. El arte y la filosofía de Grecia estaban a la altura de la expansión imperial pero no así su administración política ni su religión. Después de que las ciudades-Estado de Grecia se expandieran hasta hacerse un imperio, sus dioses más bien provincianos resultaron un poco raros. Los griegos estaban buscando realmente un solo Dios, un Dios más grande y mejor, cuando les llegó la versión cristianizada de la más antigua religión judía.
195:1.8 (2072.1) El Imperio helenístico no podía perdurar como tal. Su influjo cultural continuó, pero solo perduró después de tomar de Occidente el genio político romano para la administración de un Imperio y después de obtener de Oriente una religión cuyo Dios único poseía dignidad imperial.
195:1.9 (2072.2) En el siglo primero después de Cristo la cultura helenística había alcanzado ya sus cotas más altas y empezaba a retroceder; el conocimiento avanzaba pero el genio declinaba. Fue en ese preciso momento cuando las ideas y los ideales de Jesús, que estaban parcialmente contenidos en el cristianismo, contribuyeron a salvar el saber y la cultura griega.
195:1.10 (2072.3) Alejandro había invadido Oriente con el regalo cultural de la civilización griega. Pablo asaltó Occidente con la versión cristiana del evangelio de Jesús. Y el cristianismo helenizado echó raíces en todas las regiones de Occidente donde prevaleció la cultura griega.
195:1.11 (2072.4) La versión oriental del mensaje de Jesús, aunque permaneció más fiel a sus enseñanzas, mantuvo la actitud intransigente de Abner. Nunca progresó como la versión helenizada y acabó por perderse en el movimiento islámico.
195:2.1 (2072.5) Los romanos adoptaron en bloque la cultura griega y establecieron un sistema de gobierno representativo en lugar del gobierno por sorteo. Este cambio favoreció pronto al cristianismo, ya que Roma introdujo en todo el mundo occidental una nueva tolerancia hacia los idiomas y pueblos extranjeros e incluso hacia las religiones foráneas.
195:2.2 (2072.6) Muchas de las primeras persecuciones contra los cristianos en Roma se debieron únicamente a la desafortunada utilización del término «reino» en sus predicaciones. Los romanos eran tolerantes con todas y cada una de las religiones, pero muy recelosos ante cualquier atisbo de rivalidad política. Y así, cuando esas primeras persecuciones —nacidas en gran medida de malentendidos— se extinguieron, se abrió de par en par el campo para la propaganda religiosa. A los romanos les interesaba la administración política y se preocupaban poco por el arte o la religión, pero eran excepcionalmente tolerantes con ambos.
195:2.3 (2072.7) La ley oriental era severa y arbitraria; la ley griega, flexible y artística; la ley romana, digna y respetable. La educación romana generaba una imperturbable lealtad sin precedentes. Los primeros romanos eran individuos de gran dedicación política y plenamente consagrados. Eran honrados, entusiastas y entregados a sus ideales, pero sin una religión digna de ese nombre. No es de extrañar que se dejaran convencer por sus maestros griegos de aceptar el cristianismo de Pablo.
195:2.4 (2072.8) Aquellos romanos eran un gran pueblo. Podían gobernar Occidente porque sabían gobernarse a sí mismos. Su incomparable honradez, entrega y firme autocontrol constituyeron el terreno ideal donde sembrar y hacer crecer el cristianismo.
195:2.5 (2072.9) Fue fácil para estos grecorromanos entregados políticamente al Estado consagrarse espiritualmente a una Iglesia institucional con la misma dedicación. Los romanos solo combatieron contra la Iglesia cuando temieron que pudiera competir contra el Estado. Roma, que tenía poca filosofía nacional o cultura nativa, hizo suya la cultura griega y adoptó resueltamente a Cristo como su filosofía moral. El cristianismo se convirtió en la cultura moral de Roma, pero la nueva religión no fue precisamente una experiencia individual de crecimiento espiritual para los que la abrazaron de forma tan masiva. Es verdad que muchas personas penetraron bajo la superficie de toda esta religión estatal y encontraron, para alimento de su alma, los valores reales de los significados ocultos contenidos en las verdades latentes del cristianismo helenizado y paganizado.
195:2.6 (2073.1) Los estoicos y su esforzado llamamiento «a la naturaleza y la conciencia» habían sido la mejor preparación para que Roma entera recibiera a Cristo, al menos en sentido intelectual. El romano era jurista por naturaleza y por formación; veneraba hasta las leyes de la naturaleza, y ahora con el cristianismo percibía las leyes de Dios en las leyes de la naturaleza. Un pueblo capaz de dar a un Cicerón y un Virgilio estaba maduro para el cristianismo helenizado de Pablo.
195:2.7 (2073.2) Y así, estos griegos romanizados forzaron tanto a los judíos como a los cristianos a hacer filosófica su religión, a coordinar sus ideas y sistematizar sus ideales, a adaptar las prácticas religiosas al curso existente de la vida. Y todo esto se vio muy favorecido por la traducción al griego de las escrituras hebreas y por la redacción posterior del Nuevo Testamento en lengua griega.
195:2.8 (2073.3) A diferencia de los judíos y de otros muchos pueblos, los griegos llevaban mucho tiempo creyendo provisionalmente en la inmortalidad, en alguna clase de supervivencia después de la muerte. Y dado que este era el núcleo mismo de la enseñanza de Jesús, era seguro que el cristianismo ejercería un poderoso atractivo sobre ellos.
195:2.9 (2073.4) Una sucesión de victorias de la cultura griega y de la política romana había consolidado a los países mediterráneos como un solo imperio, con un solo idioma y una sola cultura, y había preparado al mundo occidental para un solo Dios. El judaísmo proporcionaba este Dios, pero el judaísmo no era aceptable como religión para aquellos griegos romanizados. Filón ayudó a mitigar las objeciones de algunos, pero el cristianismo les reveló un concepto aún mejor de un Dios único y lo aceptaron inmediatamente.
195:3.1 (2073.5) Tras la consolidación de la autoridad política romana y la diseminación del cristianismo, los cristianos se encontraron con un Dios único, un gran concepto religioso, pero sin imperio. Los grecorromanos se encontraron con un gran imperio, pero sin un Dios que sirviera como concepto religioso adecuado para el culto de un imperio y para su unificación espiritual. Los cristianos aceptaron el imperio y el imperio adoptó el cristianismo. Los romanos proporcionaron una unidad de gobierno político, los griegos una unidad de cultura y conocimientos y el cristianismo una unidad de pensamiento y práctica religiosa.
195:3.2 (2073.6) Roma superó la tradición del nacionalismo mediante un universalismo imperial y por primera vez en la historia hizo posible que diferentes razas y naciones aceptaran, al menos nominalmente, una sola religión.
195:3.3 (2073.7) Cuando el cristianismo se ganó el favor de Roma existía una gran contienda entre las vigorosas enseñanzas de los estoicos y las promesas de salvación de los cultos de misterio. El cristianismo llegó con su consuelo reconfortante y su poder liberador a un pueblo espiritualmente hambriento en cuyo idioma no cabía la palabra «altruismo».
195:3.4 (2073.8) Lo que dio su mayor poder al cristianismo fue la manera en que sus creyentes vivieron una vida de servicio, e incluso la manera en que murieron por su fe durante las drásticas persecuciones de los primeros tiempos.
195:3.5 (2073.9) La enseñanza del amor de Cristo por los niños acabó pronto con la práctica generalizada de dejar morir a los bebés no deseados, en particular a las niñas.
195:3.6 (2074.1) El primer modelo de culto cristiano fue tomado en gran parte de la sinagoga judía y modificado por el ritual mitraico. Más adelante se le añadió mucha pompa pagana. La columna vertebral de la Iglesia cristiana primitiva estaba formada por griegos cristianizados prosélitos del judaísmo.
195:3.7 (2074.2) El siglo segundo después de Cristo fue el periodo más favorable de la historia mundial para que progresara una buena religión en el mundo occidental. Durante el siglo primero el cristianismo se había preparado mediante luchas y concesiones para echar raíces y difundirse rápidamente. El cristianismo adoptó al emperador y después el emperador adoptó al cristianismo. Fue una gran época para la difusión de una nueva religión. Había libertad religiosa, los viajes se habían generalizado y no había trabas para el pensamiento.
195:3.8 (2074.3) El ímpetu espiritual derivado de aceptar nominalmente el cristianismo helenizado llegó a Roma demasiado tarde para evitar su bien avanzada decadencia moral o para compensar su asentado y creciente deterioro racial. Esta nueva religión era una necesidad cultural para la Roma imperial, y es una verdadera lástima que no llegara a ser un medio de salvación espiritual en un sentido más amplio.
195:3.9 (2074.4) Ni siquiera una buena religión podía salvar a un gran imperio de los resultados inevitables de la falta de participación individual en los asuntos del gobierno, del paternalismo excesivo, de la sobrecarga impositiva y los graves abusos en su recaudación, del desequilibrio comercial con el Levante que iba agotando el oro, de la locura por las diversiones, de la estandarización romana, de la degradación de la mujer, de la esclavitud y la decadencia racial, de las plagas físicas y de una Iglesia estatal que se había institucionalizado casi hasta el punto de la esterilidad espiritual.
195:3.10 (2074.5) Sin embargo las condiciones no eran tan malas en Alejandría. Las primeras escuelas siguieron conservando libres de concesiones muchas de las enseñanzas de Jesús. Pantaenos enseñó a Clemente y luego siguió a Natanael para proclamar a Cristo en la India. Si bien algunos de los ideales de Jesús fueron sacrificados durante la construcción del cristianismo, es de justicia hacer constar que a finales del siglo segundo prácticamente todas las grandes mentes del mundo grecorromano se habían vuelto cristianas. El triunfo se acercaba a su culminación.
195:3.11 (2074.6) Y este Imperio romano duró lo suficiente como para asegurar la supervivencia del cristianismo incluso después del colapso del Imperio. Pero nos hemos preguntado muchas veces qué habría sucedido en Roma y en el mundo si se hubiera aceptado el evangelio del reino en lugar del cristianismo griego.
195:4.1 (2074.7) La Iglesia, al ser adjunta a la sociedad y aliada de la política, estaba condenada a compartir el declive intelectual y espiritual de la llamada «edad oscura» de Europa. Durante este periodo la religión se fue haciendo cada vez más monástica, ascética y legalista. El cristianismo estaba hibernando en sentido espiritual. A lo largo de este periodo coexistió con esta religión adormecida y secularizada una corriente continua de misticismo, una fantástica experiencia espiritual que rayaba en la irrealidad y era filosóficamente análoga al panteísmo.
195:4.2 (2074.8) Durante estos siglos oscuros y desesperanzados la religión volvió a ser prácticamente de segunda mano. El individuo se encontraba casi perdido ante la autoridad, la tradición y el dictado de una Iglesia que lo eclipsaba todo. Surgió una nueva amenaza espiritual con la creación de una constelación de «santos» que se suponía tenían una influencia especial en las cortes divinas y podían por lo tanto interceder ante los Dioses en favor del hombre que supiera recurrir a ellos de forma eficaz.
195:4.3 (2075.1) Aunque el cristianismo no podía detener la edad oscura que se avecinaba, estaba ya lo bastante socializado y paganizado como para sobrevivir a este largo periodo de oscuridad moral y estancamiento espiritual. Perduró durante la larga noche de la civilización occidental y seguía ejerciendo influencia moral en el mundo en los albores del Renacimiento. Después de atravesar la edad oscura, la rehabilitación del cristianismo dio como resultado la aparición de numerosas sectas de enseñanzas cristianas, creencias adaptadas a tipos especiales —intelectuales, emocionales y espirituales— de personalidad humana. Muchos de estos grupos cristianos especiales, o familias religiosas, siguen existiendo en el momento de hacer esta exposición.
195:4.4 (2075.2) El cristianismo muestra en su historia que se originó a partir de la transformación no intencionada de la religión de Jesús en una religión sobre Jesús. La historia describe además que experimentó la helenización, la paganización, la secularización, la institucionalización, el deterioro intelectual, la decadencia espiritual, la hibernación moral, la amenaza de extinción, el posterior rejuvenecimiento, la fragmentación y más recientemente una rehabilitación relativa. Una trayectoria así denota una vitalidad inherente y enormes recursos de recuperación. Este mismo cristianismo está presente hoy día en el mundo civilizado de los pueblos occidentales y afronta una lucha por la existencia aún más inquietante que las memorables crisis que caracterizaron sus pasadas batallas por lograr el dominio.
195:4.5 (2075.3) La religión se enfrenta ahora al desafío de una nueva edad de mentes científicas y tendencias materialistas. En este gigantesco conflicto entre lo secular y lo espiritual acabará triunfando la religión de Jesús.
195:5.1 (2075.4) El siglo veinte ha traído al cristianismo y a todas las demás religiones nuevos problemas que resolver. Cuanto más alto escala una civilización, más necesario se hace el deber de «buscar primero las realidades del cielo» en todos los esfuerzos del hombre por estabilizar la sociedad y facilitar la solución de sus problemas materiales.
195:5.2 (2075.5) La verdad se vuelve a menudo confusa y hasta engañosa cuando se desmembra, se segrega, se aísla y se analiza demasiado. La verdad viva solo enseña bien al buscador de la verdad cuando es abrazada en su totalidad y como una realidad espiritual viva, no como un hecho de la ciencia material o una inspiración de un arte interpuesto.
195:5.3 (2075.6) La religión es la revelación al hombre de su destino divino y eterno. La religión es una experiencia puramente personal y espiritual, y debe distinguirse siempre de otras formas elevadas del pensamiento humano como:
195:5.4 (2075.7) 1. La actitud lógica del hombre hacia las cosas de la realidad material.
195:5.5 (2075.8) 2. La apreciación estética de la belleza que hace el hombre en contraste con la fealdad.
195:5.6 (2075.9) 3. El reconocimiento ético por parte del hombre de sus obligaciones sociales y su deber político.
195:5.7 (2075.10) 4. Ni siquiera el sentido que tiene el hombre de la moralidad humana es religioso en y por sí mismo.
195:5.8 (2075.11) La religión está destinada a encontrar los valores del universo que inspiran fe, confianza y seguridad; la religión culmina en adoración. La religión descubre para el alma los valores supremos que contrastan con los valores relativos descubiertos por la mente. Esa visión interior sobrehumana solo se puede conseguir a través de la auténtica experiencia religiosa.
195:5.9 (2075.12) Un sistema social duradero sin una moral basada en realidades espirituales es tan imposible de mantener como el sistema solar sin gravedad.
195:5.10 (2076.1) No intentéis satisfacer la curiosidad durante una corta vida en la carne ni saciar todos los anhelos latentes de aventura que surgen dentro del alma. ¡Tened paciencia! No caigáis en la tentación de lanzaros desordenadamente a sórdidas aventuras baratas. Aprovechad vuestras energías y refrenad vuestras pasiones; mantened la calma mientras esperáis el despliegue majestuoso de una carrera sin fin de aventuras progresivas y descubrimientos apasionantes.
195:5.11 (2076.2) En la confusión sobre el origen del hombre no perdáis de vista su destino eterno. No olvidéis que Jesús amaba incluso a los niños pequeños y que dejó claro para siempre el gran valor de la personalidad humana.
195:5.12 (2076.3) Al observar el mundo recordad que las manchas negras de maldad que veis destacan sobre un fondo blanco de bondad última. No veis unas pocas manchas blancas de bondad que destacan tristemente sobre un fondo negro de maldad.
195:5.13 (2076.4) Cuando hay tantas verdades buenas que publicar y proclamar, ¿por qué prestan los hombres tanta atención al mal del mundo solo porque parece ser un hecho? Las bellezas de los valores espirituales de la verdad son más placenteras y edificantes que el fenómeno del mal.
195:5.14 (2076.5) Jesús siguió y recomendó el método de la experiencia en materia de religión, igual que la ciencia moderna utiliza la técnica experimental. Encontramos a Dios a través de las directrices de la visión espiritual interior, pero abordamos esta visión interior del alma a través del amor a lo bello, de la búsqueda de la verdad, de la lealtad al deber y de la adoración de la bondad divina. Pero de todos estos valores, el amor es el verdadero guía que lleva a la visión interior real.
195:6.1 (2076.6) Los científicos han precipitado involuntariamente a la humanidad hacia un pánico materialista, han desencadenado una irreflexiva retirada masiva de fondos del banco moral de las edades, pero este banco de la experiencia humana tiene inmensos recursos espirituales y puede soportar las demandas que se le hagan. Solo los hombres irreflexivos se dejan llevar por el pánico respecto a los activos espirituales de la raza humana. Cuando el pánico secular-materialista haya pasado, la religión de Jesús no se encontrará en bancarrota. El banco espiritual del reino de los cielos pagará con fe, esperanza y seguridad moral a todos los que vayan a él a retirar fondos «en Su nombre».
195:6.2 (2076.7) Sea cual sea el conflicto aparente entre el materialismo y las enseñanzas de Jesús, podéis estar seguros de que las enseñanzas del Maestro triunfarán plenamente en las edades por venir. En realidad, la verdadera religión no puede entrar en controversia con la ciencia porque no se ocupa en modo alguno de las cosas materiales. La religión es sencillamente indiferente a la ciencia aunque la ve con buenos ojos; en cambio se interesa de forma suprema por el científico.
195:6.3 (2076.8) La búsqueda del mero conocimiento sin la interpretación concomitante de la sabiduría y sin la visión interior espiritual de la experiencia religiosa termina conduciendo al pesimismo y la desesperación humana. Un conocimiento limitado es verdaderamente desconcertante.
195:6.4 (2076.9) En el momento de redactar este escrito ya ha pasado lo peor de la edad materialista y empieza a alborear el día de una comprensión mejor. La filosofía de las mejores mentes del mundo científico ya no es materialista por completo, aunque las masas siguen inclinándose en esa dirección como consecuencia de enseñanzas anteriores. Pero esta edad de realismo físico solo es un episodio pasajero de la vida del hombre en la tierra. La ciencia moderna ha dejado intacta la verdadera religión, es decir, las enseñanzas de Jesús tal como se traducen en la vida de sus creyentes. Lo único que ha hecho la ciencia ha sido destruir las ilusiones infantiles de las falsas interpretaciones de la vida.
195:6.5 (2077.1) En lo que respecta a la vida del hombre en la tierra, la ciencia es una experiencia cuantitativa y la religión una experiencia cualitativa. La ciencia trata de los fenómenos, la religión de los orígenes, los valores y las metas. Asignar causas como explicación de los fenómenos físicos es reconocer que se desconocen los factores últimos, y al final solo puede conducir directamente al científico a la gran causa primera: el Padre Universal del Paraíso.
195:6.6 (2077.2) El paso violento de una edad de milagros a una edad de máquinas ha demostrado ser muy perturbador para el hombre. La destreza y la ingeniosidad de las falsas filosofías del mecanicismo desdicen sus propios argumentos mecanicistas. La agilidad fatalista de la mente de un materialista desmiente para siempre sus afirmaciones de que el universo es un fenómeno energético ciego y carente de propósito.
195:6.7 (2077.3) Tanto el naturalismo mecanicista de algunos hombres supuestamente cultos como el secularismo irreflexivo del hombre de la calle se ocupan exclusivamente de cosas. Están desprovistos de todo valor, sanción y satisfacción real de naturaleza espiritual y carecen asimismo de fe, esperanza y garantías eternas. Uno de los grandes problemas de la vida moderna es que el hombre piensa que está demasiado ocupado como para encontrar tiempo para la meditación espiritual y la devoción religiosa.
195:6.8 (2077.4) El materialismo reduce al hombre a un autómata sin alma y lo convierte en un simple símbolo aritmético que ocupa un lugar desamparado en la fórmula matemática de un universo prosaico y mecanicista. Pero ¿de dónde viene todo este vasto universo de las matemáticas sin un Maestro Matemático? La ciencia puede explayarse sobre la conservación de la materia, pero la religión valida la conservación de las almas de los hombres, se ocupa de su experiencia con las realidades espirituales y los valores eternos.
195:6.9 (2077.5) El sociólogo materialista de hoy observa una comunidad, hace un informe sobre ella y deja a la gente tal como la encontró. Hace mil novecientos años unos galileos indoctos observaron a Jesús dar su vida como contribución espiritual a la experiencia interior del hombre y luego salieron y cambiaron todo el Imperio romano de arriba abajo.
195:6.10 (2077.6) Pero los líderes religiosos cometen un grave error cuando intentan llamar al hombre moderno a la lucha espiritual al son de las trompetas de la Edad Media. La religión debe acuñar nuevos lemas actualizados. Ni la democracia ni ninguna otra panacea política ocuparán el lugar del progreso espiritual. Las falsas religiones pueden representar una evasión de la realidad, en cambio Jesús en su evangelio llevó al hombre mortal hasta la entrada misma de una realidad eterna de progresión espiritual.
195:6.11 (2077.7) Decir que la mente «emergió» de la materia no explica nada. Si el universo fuera un mero mecanismo y la mente no existiera aparte de la materia, no tendríamos nunca dos interpretaciones diferentes de cualquier fenómeno observado. Los conceptos de verdad, belleza y bondad no son inherentes ni a la física ni a la química. Una máquina no puede conocer, y mucho menos conocer la verdad, tener hambre de rectitud y apreciar la bondad.
195:6.12 (2077.8) La ciencia puede ser física, pero la mente del científico que percibe la verdad es al mismo tiempo supramaterial. La materia no conoce la verdad ni puede amar la misericordia o deleitarse con las realidades espirituales. Las convicciones morales basadas en el esclarecimiento espiritual y arraigadas en la experiencia humana son tan ciertas y reales como las deducciones matemáticas basadas en observaciones físicas, pero se encuentran en un nivel diferente y más alto.
195:6.13 (2077.9) Si los hombres fueran solo máquinas reaccionarían de manera más o menos uniforme a un universo material. No existiría la individualidad y mucho menos la personalidad.
195:6.14 (2077.10) El hecho del mecanismo absoluto del Paraíso, que está en el centro del universo de universos y en presencia de la volición no cualificada de la Segunda Fuente y Centro, asegura para siempre que los determinantes no son la ley exclusiva del cosmos. El materialismo está ahí pero no es exclusivo, el mecanicismo está ahí pero no es ilimitado, el determinismo está ahí pero no está solo.
195:6.15 (2078.1) El universo finito de la materia terminaría siendo uniforme y determinista si no fuera por la presencia combinada de la mente y el espíritu. La influencia de la mente cósmica inyecta constantemente espontaneidad también en los mundos materiales.
195:6.16 (2078.2) En cualquier aspecto de la existencia, la libertad o la iniciativa son directamente proporcionales al grado de influencia espiritual y de control de la mente cósmica, es decir, en la experiencia humana, al grado de actualidad de hacer «la voluntad del Padre». Y así, que hayáis salido a buscar a Dios es la prueba concluyente de que Dios ya os ha encontrado a vosotros.
195:6.17 (2078.3) La búsqueda sincera de la bondad, la belleza y la verdad conduce a Dios. Y todo descubrimiento científico demuestra la existencia tanto de la libertad como de la uniformidad en el universo. El descubridor era libre de hacer su descubrimiento. La cosa descubierta es real y aparentemente uniforme, de no ser así no hubiera podido ser conocida como cosa.
195:7.1 (2078.4) Qué insensatez la del hombre de mentalidad materialista cuando permite que unas teorías tan vulnerables como las de un universo mecanicista le priven de los inmensos recursos espirituales de la experiencia personal de la verdadera religión. Los hechos nunca están reñidos con la fe espiritual real, aunque las teorías puedan estarlo. La ciencia haría mejor en dedicarse a destruir supersticiones en vez de intentar derrocar la fe religiosa: la creencia humana en realidades espirituales y valores divinos.
195:7.2 (2078.5) La ciencia debería hacer materialmente por el hombre lo que la religión hace espiritualmente por él: ampliar el horizonte de la vida y engrandecer su personalidad. No puede haber ninguna disputa duradera entre la verdadera ciencia y la verdadera religión. El «método científico» no es más que una vara intelectual con la que medir las aventuras materiales y las consecuciones físicas. Pero al ser material y completamente intelectual resulta totalmente inútil para evaluar las realidades espirituales y las experiencias religiosas.
195:7.3 (2078.6) La incongruencia del mecanicista moderno es que si este universo fuera solo material y el hombre solo una máquina, sería totalmente incapaz de reconocerse como máquina, y además este hombre-máquina sería totalmente inconsciente de que existe ese universo material. En su consternación y desesperanza materialista, la ciencia mecanicista no ha sabido reconocer que la mente del científico está habitada por el espíritu, y que es precisamente la visión interior supramaterial de ese espíritu la que formula esos conceptos erróneos y contradictorios en sí mismos de un universo materialista.
195:7.4 (2078.7) Los valores paradisiacos de eternidad e infinitud, de verdad, belleza y bondad, están ocultos dentro de los hechos de los fenómenos de los universos del tiempo y el espacio. Pero se necesita el ojo de la fe de un mortal nacido del espíritu para detectar y percibir esos valores espirituales.
195:7.5 (2078.8) Las realidades y los valores del progreso espiritual no son una «proyección psicológica», una simple ensoñación glorificada de la mente material. Esas cosas son los pronósticos espirituales del Ajustador interior, del espíritu de Dios que vive en la mente del hombre. No permitáis que vuestros escarceos con los vagos hallazgos de la «relatividad» alteren vuestros conceptos de la eternidad y la infinitud de Dios. Y en todas vuestras peticiones sobre la necesidad de expresaros no cometáis el error de dejar de asegurar la expresión del Ajustador, la manifestación de vuestro yo real y mejor.
195:7.6 (2079.1) Si este universo fuera solo material el hombre material nunca sería capaz de llegar al concepto del carácter mecanicista de una existencia tan exclusivamente material. Ese mismo concepto mecanicista del universo es en sí mismo un fenómeno no material de la mente, y toda mente es de origen no material, por mucho que pueda parecer que está materialmente condicionada y mecánicamente controlada.
195:7.7 (2079.2) El mecanismo mental parcialmente evolucionado del hombre mortal no está especialmente dotado de coherencia y sabiduría. La vanidad del hombre prima muchas veces sobre su razón y escapa a su lógica.
195:7.8 (2079.3) El propio pesimismo del materialista más pesimista es en sí y por sí mismo prueba suficiente de que el universo del pesimista no es enteramente material. El optimismo y el pesimismo son reacciones conceptuales de una mente consciente tanto de los valores como de los hechos. Si el universo fuera verdaderamente lo que el materialista considera que es, el hombre como máquina humana sería incapaz de reconocer conscientemente ese mismo hecho. Sin la consciencia del concepto de los valores dentro de la mente nacida del espíritu, el hombre no reconocería de ninguna manera ni el hecho del materialismo en el universo ni los fenómenos mecanicistas en el funcionamiento del universo. Una máquina no puede ser consciente de la naturaleza ni del valor de otra máquina.
195:7.9 (2079.4) Una filosofía mecanicista de la vida y del universo no puede ser científica porque la ciencia solo reconoce y tiene por objeto las cosas materiales y los hechos. La filosofía es inevitablemente supracientífica. El hombre es un hecho material de la naturaleza, pero su vida es un fenómeno que trasciende los niveles materiales de la naturaleza porque muestra los atributos controladores de la mente y las cualidades creativas del espíritu.
195:7.10 (2079.5) El esfuerzo sincero del hombre por hacerse mecanicista representa el trágico fenómeno del esfuerzo inútil de ese hombre por suicidarse intelectual y moralmente. Pero no puede hacerlo.
195:7.11 (2079.6) Si el universo fuera solo material y el hombre solo una máquina, no habría ciencia que incitara al científico a postular esta mecanización del universo. Las máquinas no se pueden medir, clasificar ni evaluar a sí mismas. Ese trabajo científico solo podría realizarlo alguna entidad con estatus de supramáquina.
195:7.12 (2079.7) Si la realidad del universo fuese solo una inmensa máquina, el hombre necesitaría estar fuera y separado del universo para poder reconocer ese hecho y hacerse consciente de la comprensión de esa evaluación.
195:7.13 (2079.8) Si el hombre no es más que una máquina, ¿qué técnica emplea para llegar a creer o a pretender saber que no es más que una máquina? La experiencia de evaluar conscientemente el propio yo no es nunca atributo de una simple máquina. Un mecanicista declarado y autoconsciente es la mejor respuesta posible al mecanicismo. Si el materialismo fuera realidad no podría haber ningún mecanicista consciente de sí mismo. Y también es verdad que para poder cometer actos inmorales hay que ser antes una persona moral.
195:7.14 (2079.9) La propia afirmación del materialismo implica que la mente que se atreve a reivindicar esos dogmas tiene una consciencia supramaterial. Un mecanismo se puede deteriorar pero nunca puede progresar. Las máquinas no piensan, ni crean, ni sueñan, ni aspiran a nada, ni idealizan ni tienen hambre de verdad o sed de rectitud. No motivan sus vidas con la pasión de servir a otras máquinas y elegir como meta de su progreso eterno la sublime tarea de encontrar a Dios y esforzarse en ser como él. Las máquinas no son nunca intelectuales, emocionales, estéticas, éticas, morales ni espirituales.
195:7.15 (2079.10) El arte prueba que el hombre no está mecánicamente determinado, pero no prueba que sea espiritualmente inmortal. El arte es la morontia del mortal, el terreno intermedio entre el hombre material y el hombre espiritual. La poesía es un esfuerzo por escapar de las realidades materiales hacia los valores espirituales.
195:7.16 (2080.1) En una civilización elevada el arte humaniza a la ciencia y es espiritualizado a su vez por la verdadera religión, es decir, por la visión interior de los valores espirituales y eternos. El arte representa la evaluación humana de la realidad en el espacio-tiempo. La religión es el abrazo divino de los valores cósmicos y connota la progresión eterna en la ascensión y expansión espiritual. El arte del tiempo solo es peligroso cuando se vuelve ciego a los valores espirituales de los patrones divinos que la eternidad refleja como sombras de la realidad en el tiempo. El verdadero arte manipula eficazmente las cosas materiales de la vida; la religión transforma y ennoblece los hechos materiales de la vida y no cesa nunca en su evaluación espiritual del arte.
195:7.17 (2080.2) ¡Qué insensato es suponer que un autómata podría concebir una filosofía de automatismo, y qué ridículo que se atreva a formar ese concepto de otros semejantes autómatas!
195:7.18 (2080.3) Cualquier interpretación científica del universo material carece de valor a menos que proporcione el reconocimiento debido al científico. Ninguna apreciación del arte es auténtica a menos que conceda reconocimiento al artista. Ninguna evaluación de la moralidad merece la pena a menos que incluya al moralista. Ningún reconocimiento de la filosofía es edificante si ignora al filósofo, y la religión no puede existir sin la experiencia real de la persona religiosa que busca encontrar y conocer a Dios en y por esa misma experiencia. Del mismo modo, el universo de universos carece de relevancia aparte del YO SOY, el Dios infinito que lo ha hecho y lo dirige sin cesar.
195:7.19 (2080.4) Los mecanicistas —los humanistas— tienden a ir a la deriva de las corrientes materiales. Los idealistas y los espiritualistas se atreven a utilizar sus remos con inteligencia y vigor para modificar el curso, en apariencia puramente material, de las corrientes de energía.
195:7.20 (2080.5) La ciencia vive gracias a las matemáticas de la mente. La música expresa el tempo de las emociones. La religión es el ritmo espiritual del alma que está en armonía en el espacio-tiempo con las medidas melódicas superiores y eternas de la Infinitud. La experiencia religiosa es algo verdaderamente supramatemático en la vida humana.
195:7.21 (2080.6) En el lenguaje el alfabeto representa el mecanismo del materialismo, mientras que las palabras que expresan el significado de mil pensamientos, de grandes ideas y de nobles ideales —de amor y odio, de valor y cobardía— representan las actuaciones de la mente dentro del alcance definido por la ley tanto material como espiritual, actuaciones dirigidas por la afirmación de la voluntad de la personalidad y limitadas por la dotación situacional inherente.
195:7.22 (2080.7) El universo no es como las leyes, los mecanismos y las uniformidades que descubre el científico y que llega a considerar como ciencia, sino más bien como el científico curioso que piensa, elige, crea, combina y discrimina, y que observa así los fenómenos del universo y clasifica los hechos matemáticos inherentes a las fases mecanicistas del lado material de la creación. Tampoco es el universo como el arte del artista, sino más bien como el propio artista que se afana, sueña, aspira y avanza, y que intenta trascender el mundo de las cosas materiales en un esfuerzo por alcanzar una meta espiritual.
195:7.23 (2080.8) Es el científico, y no la ciencia, quien percibe la realidad de un universo de energía y materia que progresa y evoluciona. Es el artista, y no el arte, quien demuestra la existencia del mundo transitorio de la morontia que media entre la existencia material y la libertad espiritual. Es la persona religiosa, y no la religión, quien prueba la existencia de las realidades del espíritu y los valores divinos que se han de encontrar durante el progreso de la eternidad.
195:8.1 (2081.1) Pero incluso después de que el materialismo y el mecanicismo hayan sido más o menos derrotados, la influencia devastadora del secularismo del siglo veinte seguirá malogrando la experiencia espiritual de millones de almas confiadas.
195:8.2 (2081.2) El secularismo moderno ha sido fomentado por dos influencias mundiales. El padre del secularismo fue el planteamiento estrecho de miras y sin dios de la llamada ciencia de los siglos diecinueve y veinte, la ciencia atea. La madre del secularismo moderno fue la Iglesia cristiana totalitaria medieval. El secularismo se inició como protesta creciente contra la dominación casi completa de la civilización occidental por parte de la Iglesia cristiana institucionalizada.
195:8.3 (2081.3) En el momento de esta revelación el clima intelectual y filosófico que prevalece tanto en la vida europea como en la americana es decididamente secular y humanista. El pensamiento occidental se ha ido secularizando progresivamente durante trescientos años. La religión se está convirtiendo cada vez más en una influencia nominal, un ejercicio ritualista. La mayoría de los que se declaran cristianos en la civilización occidental son secularistas sin saberlo.
195:8.4 (2081.4) Se necesitó una gran fuerza, una poderosa influencia, para liberar la vida y el pensamiento de los pueblos occidentales de la garra atrofiante de una dominación eclesiástica totalitaria. El secularismo rompió las ataduras del control de la Iglesia y amenaza ahora a su vez con establecer un nuevo tipo de dominio sin dios en el corazón y la mente del hombre moderno. El Estado político tiránico y dictatorial es vástago directo del materialismo científico y el secularismo filosófico. En cuanto el secularismo libera al hombre de la dominación de la Iglesia institucionalizada, lo vende a la esclavitud servil del Estado totalitario. El secularismo libera al hombre de la esclavitud eclesiástica solo para traicionarlo entregándolo a la tiranía de la esclavitud política y económica.
195:8.5 (2081.5) El materialismo niega a Dios, el secularismo se limita a ignorarlo, o al menos esa fue su primera actitud. Últimamente el secularismo está adoptando una postura más militante y pretende ocupar el lugar de la religión cuya esclavitud totalitaria combatió en su día. El secularismo del siglo veinte tiende a afirmar que el hombre no necesita a Dios. ¡Pero cuidado; esta filosofía sin dios de la sociedad humana solo generará inquietud, hostilidad, infelicidad, guerras y un desastre mundial!
195:8.6 (2081.6) El secularismo no podrá traer nunca la paz a la humanidad. Nada puede ocupar el lugar de Dios en la sociedad humana. ¡Pero tomad nota!: no tengáis prisa en renunciar a las beneficiosas ganancias de la sublevación secular contra el totalitarismo eclesiástico. La civilización occidental disfruta hoy de muchas libertades y satisfacciones como consecuencia de la revuelta secular. El gran error del secularismo fue que al sublevarse contra el control casi total de la vida por parte de la autoridad religiosa y tras lograr la liberación de esa tiranía eclesiástica, los secularistas dieron un paso más e instituyeron una sublevación contra el propio Dios unas veces de forma abierta y otras tácita.
195:8.7 (2081.7) A la sublevación secular le debéis la asombrosa creatividad del industrialismo americano y el progreso material sin precedentes de la civilización occidental. Y debido a que la sublevación secular ha ido demasiado lejos y ha perdido de vista a Dios y a la verdadera religión, ha producido también una inesperada cosecha de guerras mundiales e inestabilidad internacional.
195:8.8 (2081.8) No es necesario sacrificar la fe en Dios para disfrutar de las bendiciones de la sublevación secularista moderna, que son tolerancia, servicio social, gobierno democrático y libertades civiles. No era necesario que los secularistas se enfrentaran a la verdadera religión para promover la ciencia y hacer avanzar la educación.
195:8.9 (2082.1) Pero el secularismo no es la única causa de estas mejoras recientes en el modo de vivir. Detrás de los beneficios del siglo veinte no están solo la ciencia y el secularismo sino también el trabajo espiritual no valorado ni reconocido de la vida y las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
195:8.10 (2082.2) Sin Dios, sin religión, el secularismo científico nunca podrá coordinar sus fuerzas ni armonizar las divergencias y rivalidades de sus intereses, razas y nacionalismos. A pesar de sus logros materiales sin parangón, esta sociedad humana secularista se está desintegrando lentamente. La principal fuerza cohesiva que opone resistencia a los antagonismos desintegradores es el nacionalismo, y el nacionalismo es el principal obstáculo para la paz mundial.
195:8.11 (2082.3) La debilidad inherente al secularismo está en que desecha la ética y la religión en favor de la política y el poder. Es simplemente imposible establecer la hermandad de los hombres si se ignora o se niega la paternidad de Dios.
195:8.12 (2082.4) El optimismo secular social y político es una ilusión. Sin Dios, ni la independencia y la libertad, ni las posesiones y las riquezas conducirán a la paz.
195:8.13 (2082.5) La secularización completa de la ciencia, la educación, la industria y la sociedad solo puede conducir al desastre. Durante el primer tercio del siglo veinte los urantianos han matado a más seres humanos que durante toda la dispensación cristiana transcurrida hasta ese momento. Y esto es solo el principio de la funesta cosecha del materialismo y el secularismo; destrucciones aún más terribles están por venir.
195:9.1 (2082.6) No paséis por alto el valor de vuestra herencia espiritual, el río de verdad que fluye a través de los siglos y llega incluso a los tiempos estériles de una edad secular y materialista. Aferraos firmemente a la verdad eterna en todos vuestros loables esfuerzos por deshaceros de los credos supersticiosos de edades pasadas. ¡Pero tened paciencia! Cuando la sublevación presente contra la superstición haya terminado, las verdades del evangelio de Jesús pervivirán gloriosamente para iluminar un camino nuevo y mejor.
195:9.2 (2082.7) Pero el cristianismo paganizado y socializado necesita un nuevo contacto con las enseñanzas sin concesiones de Jesús; languidece por falta de una visión nueva de la vida del Maestro en la tierra. Hay una revelación nueva y más plena de la religión de Jesús que está destinada a conquistar el imperio del secularismo materialista y derrocar el dominio mundial del naturalismo mecanicista. Urantia se estremece ahora al borde mismo de una de sus épocas más asombrosas y apasionantes de reajuste social, reavivamiento moral e iluminación espiritual.
195:9.3 (2082.8) Las enseñanzas de Jesús, aunque muy modificadas, sobrevivieron a los cultos de misterio de su época, a la ignorancia y las supersticiones de la edad oscura, y ahora mismo están triunfando lentamente sobre el materialismo, el mecanicismo y el secularismo del siglo veinte. Los tiempos como este de grandes pruebas y amenazas de derrota son siempre tiempos de gran revelación.
195:9.4 (2082.9) La religión necesita nuevos líderes, hombres y mujeres espirituales que se atrevan a confiar solamente en Jesús y en sus enseñanzas incomparables. Si el cristianismo continúa descuidando su misión espiritual y sigue ocupándose de problemas sociales y materiales, el renacimiento espiritual deberá esperar a la llegada de nuevos maestros de la religión de Jesús que se entregarán exclusivamente a la regeneración espiritual de los hombres. Y entonces esas almas nacidas del espíritu proporcionarán rápidamente el liderazgo y la inspiración que se necesitan para la reorganización social, moral, económica y política del mundo.
195:9.5 (2083.1) La era moderna no aceptará una religión en conflicto con los hechos y que no esté en armonía con sus conceptos más altos de verdad, belleza y bondad. Ha llegado la hora de volver a descubrir los verdaderos fundamentos originales del cristianismo transigente y deformado de hoy en día: la vida y las enseñanzas reales de Jesús.
195:9.6 (2083.2) El hombre primitivo vivía una vida de esclavitud supersticiosa al miedo religioso. Al hombre civilizado moderno le aterra la idea de caer bajo el dominio de fuertes convicciones religiosas. El hombre reflexivo ha temido siempre estar atrapado por una religión. Cuando una religión poderosa y conmovedora amenaza con dominarlo, intenta invariablemente racionalizarla, institucionalizarla y convertirla en tradición con la esperanza de controlarla de ese modo. Por este procedimiento, incluso una religión revelada se convierte en una religión hecha y dominada por el hombre. Los hombres y mujeres modernos e inteligentes rehúyen la religión de Jesús porque temen lo que les hará a ellos y lo que hará con ellos. Y todos esos miedos están bien fundados. La religión de Jesús domina y transforma en verdad a sus creyentes ya que les exige que dediquen su vida a intentar conocer la voluntad del Padre del cielo y les pide que consagren las energías del vivir al servicio desinteresado de la hermandad de los hombres.
195:9.7 (2083.3) Los hombres y mujeres egoístas simplemente no quieren pagar ese precio, ni siquiera a cambio del mayor tesoro espiritual que se haya ofrecido jamás al hombre mortal. Cuando el hombre se sienta suficientemente desilusionado por las tristes decepciones que conlleva la búsqueda insensata y engañosa del egoísmo y haya descubierto la esterilidad de la religión formalizada, solo entonces estará dispuesto a volverse de todo corazón hacia el evangelio del reino, la religión de Jesús de Nazaret.
195:9.8 (2083.4) El mundo necesita más religión de primera mano. Incluso el cristianismo —la mejor religión del siglo veinte— no es solo una religión sobre Jesús, sino que es en gran medida una religión que los hombres experimentan de segunda mano. Reciben su religión tal como se la transmiten sus maestros religiosos reconocidos. ¡Qué despertar experimentaría el mundo solo con que pudiera ver a Jesús tal como vivió realmente en la tierra y conocer de primera mano sus enseñanzas dadoras de vida! Las palabras que describen cosas bellas no pueden emocionar tanto como la visión de esas cosas, ni tampoco pueden las palabras de un credo inspirar a las almas de los hombres como la experiencia de conocer la presencia de Dios. Pero la fe expectante mantendrá siempre abierta la puerta de la esperanza en el alma del hombre para que entren las realidades espirituales eternas de los valores divinos de los mundos del más allá.
195:9.9 (2083.5) El cristianismo se ha atrevido a rebajar sus ideales ante el desafío de la codicia humana, la locura de la guerra y el ansia de poder, pero la religión de Jesús se mantiene como llamamiento espiritual inmaculado y trascendente que apela a lo mejor que hay en el hombre para que se eleve por encima de todos estos legados de la evolución animal y alcance por la gracia las alturas morales del verdadero destino humano.
195:9.10 (2083.6) El cristianismo está amenazado de muerte lenta por el formalismo, el exceso de organización, el intelectualismo y otras tendencias no espirituales. La Iglesia cristiana moderna no es la hermandad de creyentes activos a la que Jesús encargó llevar a cabo en todo momento la transformación espiritual de las generaciones sucesivas de la humanidad.
195:9.11 (2083.7) El llamado cristianismo se ha convertido en un movimiento social y cultural además de ser una creencia y una práctica religiosa. El arroyo del cristianismo moderno desagua muchas antiguas ciénagas paganas y muchos pantanales bárbaros. Muchas antiguas cuencas culturales desaguan hoy en día por este arroyo cultural, igual que desaguan las altas mesetas galileas que se consideran su fuente exclusiva.
195:10.1 (2084.1) El cristianismo ha hecho indudablemente un gran servicio a este mundo, pero a quien más se necesita ahora es a Jesús. El mundo necesita ver a Jesús viviendo de nuevo en la tierra en la experiencia de los mortales nacidos del espíritu que revelan efectivamente al Maestro a todos los hombres. Es inútil hablar de un renacimiento del cristianismo primitivo, debéis avanzar desde el punto en el que os encontráis. La cultura moderna debe ser bautizada espiritualmente con una nueva revelación de la vida de Jesús e iluminada con una nueva comprensión de su evangelio de salvación eterna. Y cuando Jesús sea elevado de este modo atraerá a todos los hombres hacia él. Los discípulos de Jesús, más que conquistadores, deberían ser fuentes desbordantes de inspiración y vida mejorada para todos los hombres. La religión no es más que un humanismo enaltecido hasta que se hace divina gracias al descubrimiento de la realidad de la presencia de Dios en la experiencia personal.
195:10.2 (2084.2) La belleza y la sublimidad de la vida de Jesús en la tierra, su humanidad y su divinidad, su sencillez y su carácter único presentan un cuadro tan impactante y atractivo de salvación del hombre y revelación de Dios que debería disuadir eficazmente a los teólogos y filósofos de todos los tiempos de atreverse a formular credos o crear sistemas teológicos de esclavitud espiritual partiendo de un otorgamiento tan trascendental de Dios en forma de hombre. En Jesús el universo produjo un hombre mortal en quien triunfó el espíritu del amor sobre los impedimentos materiales del tiempo y superó el hecho de su origen físico.
195:10.3 (2084.3) Tened siempre presente que Dios y hombre se necesitan el uno al otro. Son mutuamente necesarios para alcanzar de forma plena y final la experiencia de la personalidad eterna en el destino divino de la finalización del universo.
195:10.4 (2084.4) «El reino de Dios está dentro de vosotros» fue probablemente la proclamación más grande que Jesús hiciera nunca, después de la declaración de que su Padre es un espíritu vivo y amoroso.
195:10.5 (2084.5) En el proceso de ganar almas para el Maestro, no es el primer kilómetro recorrido por compulsión, obligación o convención el que transformará al hombre y su mundo, sino más bien el segundo kilómetro de servicio libre y devoción amante de la libertad que muestra al jesusiano tomando de la mano a su hermano con amor y guiándolo espiritualmente hacia la meta más alta y divina de la existencia mortal. En el momento presente el cristianismo recorre de buen grado el primer kilómetro, pero la humanidad languidece y va tropezando en la oscuridad moral porque hay muy pocos discípulos auténticos en el segundo kilómetro, muy pocos de los que se declaran seguidores de Jesús que vivan y amen realmente como él enseñó a sus discípulos a vivir, amar y servir.
195:10.6 (2084.6) La llamada a la aventura de construir una sociedad humana nueva y transformada mediante el renacimiento espiritual de la hermandad del reino de Jesús debería electrizar a todos los que creen en él como nada ha conmovido a los hombres desde los días en que caminaron por la tierra como compañeros suyos en la carne.
195:10.7 (2084.7) Ningún sistema social ni régimen político que niegue la realidad de Dios puede contribuir de forma constructiva y duradera al progreso de la civilización humana. Pero el cristianismo, tal como está subdividido y secularizado hoy en día, representa el mayor de todos los obstáculos para que siga progresando, y esto es especialmente cierto en Oriente.
195:10.8 (2084.8) El apego excesivo a las prácticas eclesiásticas es ahora y será siempre incompatible con la fe viva, con el espíritu creciente y con la experiencia de primera mano de los camaradas de Jesús por la fe dentro de la hermandad del hombre en la asociación espiritual del reino de los cielos. El deseo loable de preservar las tradiciones de logros pasados conduce a menudo a defender sistemas de adoración ya superados. El deseo bienintencionado de fomentar antiguos sistemas de pensamiento impide eficazmente patrocinar medios y métodos nuevos y adecuados diseñados para satisfacer los anhelos espirituales de las mentes en expansión y avance de los hombres modernos. Sin ser conscientes de ello, las Iglesias cristianas del siglo veinte se alzan como grandes obstáculos para el avance inmediato del verdadero evangelio: las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
195:10.9 (2085.1) Muchas personas sinceras estarían deseosas de ofrecer su lealtad al Cristo del evangelio, pero encuentran muy difícil apoyar con entusiasmo a una Iglesia que muestra tan poco del espíritu de su vida y enseñanzas, y de la que se afirma equivocadamente que fue fundada por él. Jesús no fundó la llamada Iglesia cristiana aunque sí la ha fomentado, en todo lo compatible con su naturaleza, como el mejor exponente de la obra de su vida en la tierra.
195:10.10 (2085.2) Bastaría con que la Iglesia cristiana se atreviera a adherirse al programa del Maestro para que miles de jóvenes aparentemente indiferentes corrieran a alistarse en esa empresa espiritual y no dudaran en recorrer esa gran aventura hasta el final.
195:10.11 (2085.3) El cristianismo está seriamente amenazado por la condena contenida en uno de sus propios lemas: «Una casa dividida contra sí misma no puede permanecer». El mundo no cristiano no aceptará capitular ante una cristiandad dividida en sectas. El Jesús vivo es la única esperanza de una posible unificación del cristianismo. La verdadera Iglesia —la hermandad de Jesús— es invisible, espiritual y está caracterizada por la unidad, no necesariamente por la uniformidad. La uniformidad es la marca distintiva del mundo físico de naturaleza mecanicista. La unidad espiritual es el fruto de la unión por la fe con el Jesús vivo. La Iglesia visible debería negarse a seguir obstaculizando el progreso de la hermandad espiritual invisible del reino de Dios. Y esta hermandad está destinada a convertirse en un organismo vivo, en contraste con una organización social institucionalizada. Puede muy bien utilizar estas organizaciones sociales, pero no debe ser suplantada por ellas.
195:10.12 (2085.4) Sin embargo no hay que desestimar al cristianismo, incluso al del siglo veinte. Es el producto del genio moral conjunto de hombres conocedores de Dios de muchas razas a lo largo de muchas épocas, y ha sido verdaderamente uno de los mayores poderes benéficos de la tierra. Por eso nadie debería tomarlo a la ligera a pesar de sus defectos inherentes y adquiridos. El cristianismo sigue consiguiendo mover la mente de los hombres reflexivos con poderosas emociones morales.
195:10.13 (2085.5) Pero no hay excusa para la implicación de la Iglesia en el comercio y la política; estas alianzas profanas son una traición flagrante al Maestro. Y los auténticos amantes de la verdad tardarán mucho en olvidar que esta poderosa Iglesia institucionalizada se ha atrevido con frecuencia a sofocar una fe recién nacida y a perseguir a portadores de la verdad por el mero hecho de presentarse bajo vestimentas no ortodoxas.
195:10.14 (2085.6) Es muy cierto que una Iglesia así no habría sobrevivido si no hubiera habido en el mundo hombres que prefirieran ese estilo de culto. Muchas almas espiritualmente indolentes ansían una religión antigua y autoritaria de rituales y tradiciones consagradas. La evolución humana y el progreso espiritual no bastan para hacer que todos los hombres puedan prescindir de una autoridad religiosa. Y la hermandad invisible del reino puede incluir muy bien a esos grupos familiares de tipos sociales y temperamentales diversos con tal de que estén dispuestos a convertirse en hijos de Dios guiados verdaderamente por el espíritu. En cambio no hay lugar en esta hermandad de Jesús para rivalidades sectarias, resentimientos de grupo ni afirmaciones de superioridad moral e infalibilidad espiritual.
195:10.15 (2086.1) Las diversas agrupaciones de cristianos pueden servir para dar cabida a los numerosos tipos distintos de creyentes potenciales de los diversos pueblos de la civilización occidental, pero esta división de la cristiandad presenta una grave debilidad cuando intenta llevar el evangelio de Jesús a los pueblos orientales. Estas razas no entienden aún que hay una religión de Jesús separada y en cierto modo distanciada de un cristianismo que se ha convertido cada vez más en una religión sobre Jesús.
195:10.16 (2086.2) La gran esperanza de Urantia reside en la posibilidad de una nueva revelación de Jesús con una presentación nueva y ampliada de su mensaje salvador que uniría espiritualmente en servicio por amor a las numerosas familias de los que se declaran sus seguidores hoy en día.
195:10.17 (2086.3) Incluso la educación secular podría ayudar a este gran renacimiento espiritual si prestara más atención a la tarea de enseñar a los jóvenes a planificar la vida y desarrollar el carácter. El propósito de toda educación debería ser fomentar y favorecer el propósito supremo de la vida, el desarrollo de una personalidad majestuosa y equilibrada. Es muy necesario enseñar disciplina moral en lugar de tanta satisfacción egoísta. Sobre esta base la religión puede aportar su estímulo espiritual para ampliar y enriquecer la vida mortal e incluso asegurar y realzar la vida eterna.
195:10.18 (2086.4) El cristianismo es una religión improvisada, y por eso debe operar a baja velocidad. Las actuaciones espirituales a gran velocidad tendrán que esperar a la nueva revelación y a una aceptación más generalizada de la verdadera religión de Jesús. Pero el cristianismo es una religión poderosa, como se demostró cuando unos hombres corrientes, discípulos de un carpintero crucificado, pusieron en marcha las enseñanzas que conquistaron el mundo romano en trescientos años y luego continuaron hasta triunfar sobre los bárbaros que derrocaron a Roma. Este mismo cristianismo conquistó —absorbió y exaltó— toda la corriente de la teología hebrea y la filosofía griega. Y luego, después de entrar en coma durante más de mil años por sobredosis de misterios y paganismo, esta religión cristiana se resucitó a sí misma y reconquistó prácticamente todo el mundo occidental. El cristianismo contiene suficientes enseñanzas de Jesús como para hacerse inmortal.
195:10.19 (2086.5) Si tan solo pudiera captar una mayor cantidad de las enseñanzas de Jesús, el cristianismo podría hacer mucho más para ayudar al hombre moderno a resolver sus nuevos problemas cada vez más complejos.
195:10.20 (2086.6) El cristianismo sufre la gran desventaja de haber sido identificado en las mentes de todo el mundo como parte del sistema social, de la vida industrial y de los criterios morales de la civilización occidental. Y así, el cristianismo aparece sin quererlo como patrocinador de una sociedad que se tambalea bajo la culpabilidad de tolerar una ciencia sin idealismo, una política sin principios, una riqueza sin trabajo, un placer sin restricciones, un conocimiento sin carácter, un poder sin conciencia y una industria sin moralidad.
195:10.21 (2086.7) La esperanza del cristianismo moderno está en dejar de patrocinar los sistemas sociales y las políticas industriales de la civilización occidental e inclinarse humildemente ante la cruz que tan valientemente ensalza para aprender allí otra vez de Jesús de Nazaret las mayores verdades que el hombre mortal puede escuchar jamás: el evangelio vivo de la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres.
El libro de Urantia
Documento 196
196:0.1 (2087.1) LA FE en Dios de Jesús era sublime y sin reservas. Experimentó los altibajos corrientes de la existencia mortal, pero nunca puso en duda su certeza religiosa de estar bajo la guía y el cuidado vigilante de Dios. Su fe emanaba de una visión interior nacida de la actividad de la presencia divina, el Ajustador que moraba en él. Su fe no era ni tradicional ni meramente intelectual; era enteramente personal y puramente espiritual.
196:0.2 (2087.2) El Jesús humano veía a Dios como santo, justo y grande, así como verdadero, bello y bueno. Todos estos atributos de la divinidad los concentraba en su mente como «la voluntad del Padre del cielo». El Dios de Jesús era al mismo tiempo «el Santo de Israel» y «el Padre vivo y amoroso del cielo». El concepto de Dios como Padre no era original de Jesús, pero él exaltó y elevó la idea hasta hacer de ella una experiencia sublime al lograr una nueva revelación de Dios y proclamar que toda criatura mortal es un niño de este Padre de amor, un hijo de Dios.
196:0.3 (2087.3) Jesús no se aferró a la fe en Dios como alma luchadora enfrentada al universo en una guerra sin cuartel contra un mundo hostil y pecaminoso. No recurría a la fe como mero consuelo en las dificultades ni como cobijo ante la desesperación; la fe no era para él una simple compensación ilusoria ante las realidades desagradables y las penas del vivir. Inmerso en todas las dificultades naturales y todas las contradicciones temporales de la existencia mortal, experimentaba la tranquilidad de una confianza suprema e incuestionable en Dios, y sentía la tremenda emoción de vivir por la fe en presencia misma del Padre celestial. Y esta fe triunfante fue la experiencia viva de un logro espiritual efectivo. La gran contribución de Jesús a los valores de la experiencia humana no fue la de revelar tantas ideas nuevas sobre el Padre del cielo, sino más bien la de demostrar de manera tan magnífica y humana un tipo nuevo y más alto de fe viva en Dios. En ningún mundo de este universo ni en la vida de ningún otro mortal se ha vuelto Dios realidad viva como en la experiencia humana de Jesús de Nazaret.
196:0.4 (2087.4) Este mundo y todos los demás mundos de la creación local descubren en la vida del Maestro en Urantia un tipo nuevo y más alto de religión, una religión basada en relaciones espirituales personales con el Padre Universal y enteramente validada por la autoridad suprema de una experiencia personal auténtica. Esta fe viva de Jesús era algo más que una reflexión intelectual y no era una meditación mística.
196:0.5 (2087.5) La teología puede fijar, formular, definir y dogmatizar la fe, pero en la vida humana de Jesús la fe era personal, viva, original, espontánea y puramente espiritual. Esta fe no era respeto a la tradición ni una mera creencia intelectual convertida en credo sagrado, sino más bien una experiencia sublime y una convicción profunda que lo sostenían firmemente. Su fe era tan real y tan totalmente inclusiva que barría de golpe toda duda espiritual y destruía eficazmente todo deseo opuesto. Nada podía arrancar a Jesús del anclaje espiritual de esta fe ferviente, sublime e impertérrita. Incluso aparentemente derrotado, sumido en la desilusión y amenazado por la desesperación, se mantenía sereno ante la presencia divina, libre de temores y plenamente consciente de su invencibilidad espiritual. Jesús estaba sustentado por la vigorosa confianza de una fe a toda prueba, y en todas las situaciones difíciles de la vida mostraba infaliblemente una lealtad incuestionable a la voluntad del Padre. Ni siquiera la amenaza cruel y abrumadora de una muerte ignominiosa pudo hacer que esta fe magnífica se tambaleara.
196:0.6 (2088.1) Se observa con frecuencia en los genios religiosos que una fe espiritual fuerte puede conducir directamente a un fanatismo desastroso, a la exageración del ego religioso, pero no fue así con Jesús. Su vida práctica no se vio afectada desfavorablemente por su fe extraordinaria y sus logros espirituales porque esa exaltación espiritual era una expresión de su experiencia personal con Dios nacida en su alma de forma totalmente inconsciente y espontánea.
196:0.7 (2088.2) La indomable y arrolladora fe espiritual de Jesús nunca se volvió fanática porque nunca pretendió imponerse sobre sus equilibrados juicios intelectuales respecto a los valores relativos de las situaciones prácticas y ordinarias de la vida en lo social, lo económico y lo moral. El Hijo del Hombre era una personalidad humana espléndidamente unificada; era un ser divino perfectamente dotado; estaba también magníficamente coordinado en su combinación de ser humano y divino que actuaba en la tierra como una sola personalidad. El Maestro coordinaba siempre la fe del alma con las sabias valoraciones de una experiencia madura. La fe personal, la esperanza espiritual y la entrega moral se correlacionaban siempre en una unidad religiosa sin igual, armoniosamente asociada con una aguda comprensión de la realidad y el carácter sagrado de todas las lealtades humanas: el honor personal, el amor familiar, la obligación religiosa, el deber social y la necesidad económica.
196:0.8 (2088.3) La fe de Jesús visualizaba que todos los valores del espíritu se encontraban en el reino de Dios; por eso decía: «Buscad primero el reino de los cielos». Jesús veía en la comunión avanzada e ideal del reino la realización y el cumplimiento de la «voluntad de Dios». La esencia misma de la oración que enseñó a sus discípulos fue: «Que venga tu reino; que se haga tu voluntad». Una vez que concibió así que el reino consistía en la voluntad de Dios, se entregó a la causa de hacerlo realidad con admirable olvido de sí mismo y entusiasmo sin límites. Pero en toda su intensa misión y durante su vida extraordinaria no apareció nunca el furor del fanático ni la frivolidad superficial del egotista religioso.
196:0.9 (2088.4) Toda la vida del Maestro estuvo condicionada sistemáticamente por esta fe viva, esta experiencia religiosa sublime. Esta actitud espiritual dominaba por completo sus pensamientos y sentimientos, sus creencias y oraciones, sus enseñanzas y su predicación. Esta fe personal de un hijo en la certeza y la seguridad de la guía y la protección del Padre celestial confirió a su vida única una profunda dotación de realidad espiritual. Y sin embargo, a pesar de esta consciencia profundísima de su estrecha relación con la divinidad, este galileo, el galileo de Dios, cuando se dirigieron a él llamándole maestro bueno respondió en el acto: «¿Por qué me llamas bueno?». Ante este espléndido olvido de sí mismo empezamos a comprender cómo pudo el Padre Universal manifestarse tan plenamente a Jesús y revelarse a través de él a los mortales de los mundos.
196:0.10 (2088.5) Jesús entregó a Dios, como hombre del mundo, la más grande de las ofrendas: la consagración y dedicación de su propia voluntad al servicio majestuoso de hacer la voluntad divina. Jesús interpretaba la religión siempre y por principio desde el punto de vista de la voluntad del Padre. Cuando estudiéis la carrera del Maestro en lo referente a la oración o a cualquier otra característica de la vida religiosa, no busquéis tanto lo que enseñó como lo que hizo. Jesús no oraba nunca por obligación religiosa. La oración era para él la expresión sincera de una actitud espiritual, una declaración de la lealtad del alma, un recitado de devoción personal, una expresión de acción de gracias, una forma de evitar la tensión emocional, una prevención de conflictos, una exaltación del intelecto, un ennoblecimiento del deseo, una vindicación de las decisiones morales, un enriquecimiento del pensamiento, una estimulación de las tendencias superiores, una consagración del impulso, un esclarecimiento del punto de vista, una declaración de fe, una rendición trascendental de la voluntad, una afirmación sublime de confianza, una revelación de valentía, la proclamación de un descubrimiento, una confesión de entrega suprema, la validación de una consagración, un método de resolver dificultades y la poderosa movilización de los poderes combinados del alma para resistir todas las tendencias humanas hacia el egoísmo, el mal y el pecado. Vivió así consagrado por la oración a hacer la voluntad de su Padre, y terminó su vida triunfalmente con una de esas oraciones. El secreto de su vida religiosa sin par era esta consciencia de la presencia de Dios fruto de la oración inteligente y la adoración sincera —una comunión ininterrumpida con Dios— y no de directrices, voces, visiones o prácticas religiosas extraordinarias.
196:0.11 (2089.1) En la vida terrenal de Jesús la religión fue una experiencia viva, un movimiento directo y personal desde la veneración espiritual hasta la rectitud práctica. La fe de Jesús produjo los frutos trascendentes del espíritu divino. Su fe no era inmadura ni crédula como la de un niño, pero en muchos aspectos se parecía a la confianza sin sospechas de la mente de un niño. Jesús confiaba en Dios como un niño confía en sus padres. Tenía una profunda confianza en el universo, la misma confianza que tiene un niño en su entorno parental. La fe plena de Jesús en la bondad fundamental del universo se parecía mucho a la confianza del niño en la seguridad de su ambiente terrestre. Contaba con el Padre del cielo como un niño se apoya en sus padres de la tierra, y su fe ferviente no puso en duda ni por un momento que el Padre celestial velaba sobre él. Nunca se encontró seriamente perturbado por los miedos, las dudas o el escepticismo. La incredulidad no inhibió la expresión libre y original de su vida. Combinaba el valor robusto e inteligente de un adulto con el optimismo sincero de un niño confiado. Su fe creció hasta tal grado de confianza que estaba libre de miedo.
196:0.12 (2089.2) La fe de Jesús llegó a ser tan pura como la confianza de un niño. Era una fe tan absoluta y libre de dudas que respondía al encanto del contacto con los semejantes y a las maravillas del universo. Su sentimiento de dependencia de lo divino era tan completo y tan confiado que le producía la alegría y la certeza de una seguridad personal absoluta. No había ningún tipo de fingimiento ni vacilación en su experiencia religiosa. En su gigantesco intelecto adulto la fe del niño reinaba suprema sobre todos los asuntos relacionados con la consciencia religiosa. No es de extrañar que una vez dijera: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino». A pesar de que la fe de Jesús era como la de un niño, no era en ningún sentido infantil.
196:0.13 (2089.3) Jesús no pide a sus discípulos que crean en él, sino que crean con él, que crean en la realidad del amor de Dios y acepten con plena confianza la seguridad de su filiación con el Padre celestial. El Maestro desea que todos sus seguidores compartan de forma plena su fe trascendente. Jesús retó a sus seguidores de la manera más conmovedora no solo a creer en lo que él creía, sino también a creer como él creía. Este es el significado pleno de su única exigencia suprema: «Sígueme».
196:0.14 (2090.1) La vida terrenal de Jesús estuvo dedicada a un único gran propósito: hacer la voluntad del Padre, vivir la vida humana religiosamente y por la fe. La fe de Jesús era confiada, era como la de un niño pero sin la menor arrogancia. Tomó decisiones firmes y viriles, se enfrentó valientemente a múltiples decepciones, superó resueltamente dificultades extraordinarias e hizo frente sin vacilar a las duras exigencias del deber. Se necesitaba una voluntad fuerte y una confianza inquebrantable para creer lo que Jesús creía y tal como él creía.
196:1.1 (2090.2) La entrega de Jesús a la voluntad del Padre y al servicio del hombre era más que una decisión de mortal y una resolución humana; era una consagración de todo corazón a dicho otorgamiento de amor sin reservas. Por muy grande que sea el hecho de la soberanía de Miguel, no debéis privar a los hombres del Jesús humano. El Maestro ha ascendido a lo alto como hombre igual que como Dios; pertenece a los hombres y los hombres le pertenecen. ¡Cuán lamentable es que la propia religión se malinterprete hasta el punto de privar del Jesús humano a los mortales que luchan! Que las discusiones sobre la humanidad o la divinidad de Cristo no oscurezcan la verdad salvadora de que Jesús de Nazaret fue un hombre religioso que consiguió por la fe conocer y hacer la voluntad de Dios. Fue el hombre más verdaderamente religioso que haya vivido jamás en Urantia.
196:1.2 (2090.3) Los tiempos están maduros para presenciar la resurrección figurada del Jesús humano que sale de su tumba entre las tradiciones teológicas y los dogmas religiosos de diecinueve siglos. Jesús de Nazaret no debe seguir siendo sacrificado ni siquiera al espléndido concepto del Cristo glorificado. ¡Qué servicio tan trascendente prestaría esta revelación si a través de ella el Hijo del Hombre fuera rescatado de la tumba de la teología tradicional y presentado como el Jesús vivo a la Iglesia que lleva su nombre y a todas las demás religiones! La comunión cristiana de creyentes reajustaría sin dudarlo su fe y sus costumbres de vida para poder «seguir» al Maestro en la manifestación de su vida real de entrega religiosa a hacer la voluntad de su Padre y de consagración al servicio desinteresado de los hombres. ¿Temen los cristianos declarados que quede en evidencia una comunidad autosuficiente y no consagrada, respetable en lo social y egoístamente inadaptada en lo económico? ¿Teme el cristianismo institucional que la autoridad eclesiástica tradicional pueda ser cuestionada o incluso derrocada si el Jesús de Galilea es reinstaurado en la mente y el alma de los hombres mortales como el ideal del vivir religioso personal? Los reajustes sociales, las transformaciones económicas, el rejuvenecimiento moral y las revisiones religiosas de la civilización cristiana serían realmente drásticos y revolucionarios si la religión viva de Jesús suplantara de pronto a la religión teológica sobre Jesús.
196:1.3 (2090.4) «Seguir a Jesús» significa compartir personalmente su fe religiosa y entrar en el espíritu de la vida del Maestro consagrada al servicio desinteresado de los hombres. Una de las cosas más importantes del vivir humano es averiguar lo que Jesús creía, descubrir sus ideales y esforzarse por alcanzar el elevado objetivo de su vida. Lo más valioso de todo el saber humano es conocer la vida religiosa de Jesús y su manera de vivirla.
196:1.4 (2090.5) La gente corriente escuchaba a Jesús con mucho gusto, y volverá a responder a la presentación de su vida humana sincera de motivación religiosa consagrada si estas verdades se proclaman de nuevo al mundo. A la gente le gustaba escucharlo porque era uno de ellos, un laico sin pretensiones. El maestro religioso más grande del mundo era un laico.
196:1.5 (2091.1) El objetivo de los que creen en el reino no debería imitar literalmente la vida exterior de Jesús en la carne, sino más bien compartir su fe, confiar en Dios como él confiaba en Dios y creer en los hombres como él creía en los hombres. Jesús no discutió nunca sobre la paternidad de Dios o la hermandad de los hombres; él era un ejemplo vivo de lo primero y una demostración profunda de lo segundo.
196:1.6 (2091.2) Igual que los hombres deben progresar desde la consciencia de lo humano hasta la comprensión de lo divino, Jesús ascendió desde la naturaleza del hombre hasta la consciencia de la naturaleza de Dios. Y el Maestro hizo este gran ascenso de lo humano a lo divino mediante el logro conjunto de la fe de su intelecto mortal y los actos del Ajustador que moraba en su interior. El reconocimiento de hecho del logro de la totalidad de su divinidad (siendo en todo momento plenamente consciente de la realidad de su humanidad) pasó por siete etapas en las que se fue haciendo consciente por la fe de su divinización progresiva. Estas etapas de comprensión progresiva de sí mismo estuvieron marcadas por los siguientes acontecimientos extraordinarios en la experiencia de otorgamiento del Maestro:
196:1.7 (2091.3) 1. La llegada del Ajustador del Pensamiento.
196:1.8 (2091.4) 2. El mensajero de Emmanuel que se le apareció en Jerusalén cuando tenía unos doce años.
196:1.9 (2091.5) 3. Las manifestaciones que acompañaron a su bautismo.
196:1.10 (2091.6) 4. Las experiencias en el monte de la transfiguración.
196:1.11 (2091.7) 5. La resurrección en la morontia.
196:1.12 (2091.8) 6. La ascensión en espíritu.
196:1.13 (2091.9) 7. El abrazo final del Padre del Paraíso que le confirió la soberanía ilimitada sobre su universo.
196:2.1 (2091.10) Puede que algún día una reforma de la Iglesia cristiana cause un impacto lo bastante profundo como para volver a las enseñanzas religiosas no adulteradas de Jesús, el autor y culminador de nuestra fe. Podéis predicar una religión sobre Jesús, pero la religión de Jesús debéis forzosamente vivirla. En el entusiasmo de Pentecostés, Pedro inauguró involuntariamente una nueva religión, la religión del Cristo resucitado y glorificado. El apóstol Pablo transformó más tarde este nuevo evangelio en el cristianismo, una religión que incorpora los propios pareceres teológicos del apóstol y retrata su propia experiencia personal con el Jesús del camino de Damasco. El evangelio del reino se funda en la experiencia religiosa personal de Jesús de Galilea; el cristianismo se funda casi exclusivamente en la experiencia religiosa personal del apóstol Pablo. Casi todo el Nuevo Testamento está dedicado, no a retratar la significativa e inspiradora vida religiosa de Jesús, sino a hablar de la experiencia religiosa de Pablo y a retratar sus convicciones religiosas personales. Las únicas excepciones notables a esta afirmación, aparte de algunos fragmentos de Mateo, Marcos y Lucas, son el Libro de los Hebreos y la Epístola de Santiago. El propio Pedro solo volvió a mencionar una vez en sus escritos la vida religiosa personal de su Maestro. El Nuevo Testamento es un magnífico documento cristiano, pero escasamente jesusiano.
196:2.2 (2091.11) La vida de Jesús en la carne presenta un crecimiento religioso trascendente partiendo de las primeras ideas de temor reverencial primitivo y veneración humana, pasando por los años de comunión espiritual personal, hasta llegar finalmente al estatus avanzado y excelso de la consciencia de su unicidad con el Padre. Y así, en una corta vida, Jesús atravesó la experiencia de progresión espiritual religiosa que los hombres empiezan en la tierra y no suelen lograr hasta la conclusión de su larga estancia en las escuelas de formación como espíritus de los sucesivos niveles de la carrera preparadisiaca. Jesús progresó desde una consciencia puramente humana de las certezas de la fe de una experiencia religiosa personal hasta las sublimes alturas espirituales de la comprensión concluyente de su naturaleza divina y hasta la consciencia de su estrecha asociación con el Padre Universal en la gestión de un universo. Progresó desde el humilde estatus de dependencia mortal que le hizo responder espontáneamente a aquel que lo llamó maestro bueno: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno excepto Dios», hasta la sublime consciencia de una divinidad consumada que le hizo exclamar: «¿Quién de vosotros me declarará culpable de pecado?». Este ascenso progresivo desde lo humano a lo divino fue exclusivamente un logro como mortal. Y cuando hubo alcanzado así la divinidad, siguió siendo el mismo Jesús humano, el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios.
196:2.3 (2092.1) Mateo, Marcos y Lucas conservan algo de la imagen de un Jesús humano dedicado al magnífico esfuerzo de averiguar la voluntad divina y cumplir esa voluntad. Juan presenta la imagen de un Jesús triunfante caminando por la tierra con plena consciencia de su divinidad. El gran error de los que han estudiado la vida del Maestro es que unos lo han concebido como enteramente humano y otros solo han pensado en él como divino. Durante toda su experiencia el Maestro fue en verdad humano y divino a la vez, y lo sigue siendo.
196:2.4 (2092.2) Pero el mayor error se cometió cuando, aun reconociendo que el Jesús humano tenía una religión, se convirtió al Jesús divino (Cristo), casi de la noche a la mañana, en una religión. El cristianismo de Pablo aseguró la adoración al Cristo divino, pero perdió casi totalmente de vista al Jesús humano de Galilea valiente y luchador que, por el arrojo de su fe religiosa personal y el heroísmo del Ajustador que moraba en su interior, ascendió desde los humildes niveles de la humanidad hasta hacerse uno con la divinidad, convirtiéndose así en el nuevo camino vivo por el que todos los mortales pueden ascender desde la humanidad hasta la divinidad. Los mortales de todos los mundos y todas las etapas de espiritualidad pueden encontrar en la vida personal de Jesús lo que les fortalezca e inspire en su progresar desde los niveles espirituales más bajos hasta los valores divinos más altos, desde el principio hasta el fin de toda la experiencia religiosa personal.
196:2.5 (2092.3) En la época en que se escribió el Nuevo Testamento sus autores no solo creían muy profundamente en la divinidad del Cristo resucitado, sino que tenían además la ferviente y sincera convicción de su regreso inmediato a la tierra para consumar el reino celestial. Esta sólida fe en el regreso inmediato del Señor tuvo mucho que ver con la tendencia a omitir en los escritos las referencias a las experiencias y atributos puramente humanos del Maestro. Todo el movimiento cristiano tendió a alejarse de la imagen humana de Jesús de Nazaret hacia la exaltación del Cristo resucitado, el Señor Jesucristo glorificado que pronto iba a volver.
196:2.6 (2092.4) Jesús fundó la religión de la experiencia personal de hacer la voluntad de Dios y servir a la hermandad humana. Pablo fundó una religión en la que el Jesús glorificado se convirtió en el objeto de adoración y la hermandad estaba compuesta por los compañeros creyentes en el Cristo divino. Durante el otorgamiento de Jesús estos dos conceptos eran potenciales en su vida humano-divina, y es una verdadera lástima que sus seguidores no consiguieran crear una religión unificada que hubiera dado el debido reconocimiento tanto a la naturaleza humana como a la naturaleza divina del Maestro, tal como estuvieron inseparablemente enlazadas en su vida en la tierra y gloriosamente expuestas en el evangelio original del reino.
196:2.7 (2093.1) Algunas declaraciones enérgicas de Jesús no os impresionarían ni os perturbarían si recordarais simplemente que fue la persona religiosa más entusiasta y entregada del mundo. Fue un mortal enteramente consagrado, dedicado sin reservas a hacer la voluntad de su Padre. Muchas de sus afirmaciones aparentemente duras eran más una confesión personal de fe y un compromiso de entrega que órdenes a sus seguidores. Y gracias a esta misma resolución, a esta entrega desinteresada pudo progresar tan extraordinariamente en la conquista de la mente humana en una corta vida. Muchas de sus declaraciones deberían ser consideradas más como confesiones de lo que se exigía a sí mismo que como exigencias para todos sus seguidores. En su entrega a la causa del reino Jesús quemó todos los puentes tras de sí; sacrificó todo lo que fuera un obstáculo para hacer la voluntad de su Padre.
196:2.8 (2093.2) Jesús bendecía a los pobres porque solían ser sinceros y piadosos; condenaba a los ricos porque solían ser impíos y libertinos. Pero también condenaba a los indigentes impíos y elogiaba a los adinerados piadosos y honorables.
196:2.9 (2093.3) Jesús hacía que los hombres se sintieran en el mundo como en casa; los liberaba de la esclavitud de los tabúes y les enseñaba que el mundo no es fundamentalmente malo. No anhelaba escapar de su vida terrenal; dominó la práctica de hacer aceptablemente la voluntad del Padre mientras vivía en la carne. Logró una vida religiosa idealista en medio de un mundo realista. Jesús no compartía la opinión pesimista de Pablo sobre la humanidad. El Maestro consideraba a los hombres como hijos de Dios y preveía un magnífico futuro eterno para los que eligieran sobrevivir. No era un escéptico moral; miraba al hombre con ojos positivos, no negativos. Veía que la mayoría de los hombres eran más débiles que perversos, más inseguros que depravados. Pero fuera cual fuera su condición, todos eran hijos de Dios y hermanos suyos.
196:2.10 (2093.4) Enseñó a los hombres a atribuirse un alto valor en el tiempo y en la eternidad. Como Jesús tenía a los hombres en tan alta estima, estaba dispuesto a entregarse incansablemente al servicio a la humanidad. Y era este valor infinito de lo finito lo que hacía de la regla de oro un factor vital en su religión. ¿Qué mortal no se sentiría elevado por la fe extraordinaria de Jesús en él?
196:2.11 (2093.5) Jesús no ofreció normas de progreso social. La suya fue una misión religiosa, y la religión es una experiencia exclusivamente individual. La meta última del logro más avanzado de la sociedad no puede esperar nunca trascender la hermandad de los hombres enseñada por Jesús y basada en el reconocimiento de la paternidad de Dios. El ideal de todo logro social solo se puede hacer realidad con la venida de este reino divino.
196:3.1 (2093.6) La experiencia religiosa espiritual personal resuelve eficazmente la mayoría de las dificultades de los mortales; clasifica, evalúa y ajusta con eficiencia todos los problemas humanos. La religión no elimina ni destruye las dificultades humanas, pero sí las disuelve, absorbe, ilumina y trasciende. La verdadera religión unifica la personalidad para que se ajuste de forma efectiva a todas las exigencias de la vida mortal. La fe religiosa —la guía positiva de la presencia divina que mora en el interior— permite indefectiblemente al hombre conocedor de Dios salvar el abismo existente entre la lógica intelectual que reconoce a la Causa Primera Universal como Eso y las afirmaciones positivas del alma que aseveran que esa Causa Primera es Él, el Padre celestial del evangelio de Jesús, el Dios personal de la salvación humana.
196:3.2 (2094.1) En la realidad universal solo hay tres elementos: hechos, ideas y relaciones. La consciencia religiosa identifica estas realidades como ciencia, filosofía y verdad. La filosofía tiende a considerar estas actividades como razón, sabiduría y fe: realidad física, realidad intelectual y realidad espiritual. Nosotros acostumbramos a designar estas realidades como cosas, significados y valores.
196:3.3 (2094.2) La comprensión progresiva de la realidad equivale a acercarse a Dios. Encontrar a Dios, la consciencia de identidad con la realidad, equivale a experimentar la autocompleción: la autointegridad, la autototalidad. Experimentar la realidad total es comprender plenamente a Dios, hacer definitiva la experiencia de conocer a Dios.
196:3.4 (2094.3) La suma total de la vida humana es el conocimiento de que el hombre es educado por los hechos, ennoblecido por la sabiduría y salvado —justificado— por la fe religiosa.
196:3.5 (2094.4) La certeza física consiste en la lógica de la ciencia, la certeza moral en la sabiduría de la filosofía, la certeza espiritual en la verdad de una auténtica experiencia religiosa.
196:3.6 (2094.5) La mente del hombre puede alcanzar niveles altos de visión interior espiritual y sus esferas correspondientes de divinidad de valores porque no es enteramente material. En la mente del hombre existe un núcleo espiritual: el Ajustador de la presencia divina. Hay tres pruebas distintas de que este espíritu mora en el interior de la mente humana:
196:3.7 (2094.6) 1. La comunión humanitaria, el amor. La mente puramente animal puede ser gregaria para protegerse, pero solo el intelecto habitado por el espíritu es capaz de altruismo generoso y amor incondicional.
196:3.8 (2094.7) 2. La interpretación del universo, la sabiduría. Solo una mente habitada por el espíritu puede comprender que el universo es amistoso con el individuo.
196:3.9 (2094.8) 3. La evaluación espiritual de la vida, la adoración. Solo el hombre habitado por el espíritu puede darse cuenta de la presencia divina y tratar de conseguir una experiencia más plena en y con este anticipo de divinidad.
196:3.10 (2094.9) La mente humana no crea valores reales; la experiencia humana no proporciona una visión interior del universo. En lo que concierne a la visión interior, el reconocimiento de los valores morales y la percepción de los significados espirituales, la mente humana solo puede descubrir, reconocer, interpretar y elegir.
196:3.11 (2094.10) Los valores morales del universo se vuelven posesiones intelectuales por el ejercicio de los tres juicios básicos, o elecciones, de la mente mortal:
196:3.12 (2094.11) 1. El juicio sobre uno mismo, la elección moral.
196:3.13 (2094.12) 2. El juicio social, la elección ética.
196:3.14 (2094.13) 3. El juicio sobre Dios, la elección religiosa.
196:3.15 (2094.14) Se hace patente de este modo que todo progreso humano se lleva a cabo mediante una técnica de evolución revelativa conjunta.
196:3.16 (2094.15) Si no fuera porque un amante divino vive en el hombre, este no podría amar de manera desinteresada y espiritual. Si no fuera porque un intérprete vive en su mente, el hombre no podría comprender de verdad la unidad del universo. Si no fuera porque un evaluador mora en él, el hombre sería incapaz de apreciar los valores morales y reconocer los significados espirituales. Y este amante procede de la fuente misma del amor infinito; este intérprete es una parte de la Unidad Universal; este evaluador es hijo del Centro y Fuente de todos los valores absolutos de la realidad divina y eterna.
196:3.17 (2095.1) La evaluación moral con significado religioso —la visión interior espiritual— implica que el individuo elige entre el bien y el mal, entre la verdad y el error, entre lo material y lo espiritual, entre lo humano y lo divino, entre el tiempo y la eternidad. La supervivencia humana depende en gran medida de que la voluntad humana se consagre a elegir los valores seleccionados por este clasificador de valores del espíritu, el intérprete y unificador que mora en el interior. La experiencia religiosa personal consta de dos fases: el descubrimiento en la mente humana y la revelación por el espíritu divino que mora en el interior. Por un exceso de sofisticación o como consecuencia de la conducta irreligiosa de personas supuestamente religiosas, un hombre, o incluso una generación de hombres, puede decidir suspender sus esfuerzos por descubrir al Dios que mora en ellos; pueden no progresar en la revelación divina y no conseguirla. Pero gracias a la presencia y la influencia de los Ajustadores del Pensamiento que moran en su interior esas actitudes carentes de progreso espiritual no pueden durar mucho.
196:3.18 (2095.2) Esta profunda experiencia de la realidad del divino morador interior trasciende para siempre la burda técnica materialista de las ciencias físicas. No podéis poner la alegría espiritual bajo el microscopio; no podéis pesar el amor en una balanza; no podéis medir los valores morales ni podéis tampoco calcular la calidad de la adoración espiritual.
196:3.19 (2095.3) Los hebreos tenían una religión de sublimidad moral; los griegos desarrollaron una religión de belleza; Pablo y sus compañeros de predicación fundaron una religión de fe, esperanza y caridad. Jesús reveló y ejemplificó una religión de amor: la seguridad en el amor del Padre unida a la alegría y la satisfacción de compartir este amor en el servicio de la hermandad humana.
196:3.20 (2095.4) Cada vez que el hombre hace una elección moral reflexiva, experimenta al instante una nueva invasión divina de su alma. La elección moral constituye la religión en tanto que motiva la respuesta interior a las condiciones exteriores. Pero esta religión real no es una experiencia puramente subjetiva. Implica a toda la subjetividad del individuo involucrada en una respuesta inteligente y significativa a la objetividad total, al universo y su Hacedor.
196:3.21 (2095.5) La experiencia exquisita y trascendente de amar y ser amado no es solo una ilusión psíquica por el hecho de ser tan puramente subjetiva. La única realidad asociada con los seres mortales que es verdaderamente divina y objetiva, el Ajustador del Pensamiento, actúa en apariencia como un fenómeno exclusivamente subjetivo a los ojos de los humanos. El contacto del hombre con la realidad objetiva más alta, Dios, se produce solo mediante la experiencia puramente subjetiva de conocerlo, adorarlo y caer en la cuenta de nuestra filiación con él.
196:3.22 (2095.6) La verdadera adoración religiosa no es engañarnos a nosotros mismos en un monólogo inútil. La adoración es una comunión personal con lo que es real de manera divina, con lo que es la fuente misma de la realidad. Por la adoración el hombre aspira a ser mejor y de ese modo termina por alcanzar lo mejor.
196:3.23 (2095.7) La idealización de la verdad, la belleza y la bondad y el intento de servirlas no sustituyen a la auténtica experiencia religiosa, a la realidad espiritual. La psicología y el idealismo no equivalen a la realidad religiosa. Las proyecciones del intelecto humano pueden originar ciertamente falsos dioses —dioses a imagen del hombre— pero la verdadera consciencia de Dios no tiene ese origen. La consciencia de Dios reside en el espíritu que mora en el interior. Muchos de los sistemas religiosos del hombre provienen de formulaciones del intelecto humano, pero la consciencia de Dios no forma parte necesariamente de esos grotescos sistemas de esclavitud religiosa.
196:3.24 (2095.8) Dios no es una mera invención del idealismo del hombre; es la fuente misma de toda esa percepción y todos esos valores supranimales. Dios no es una hipótesis formulada para unificar los conceptos humanos de verdad, belleza y bondad; es la personalidad de amor de la que provienen todas esas manifestaciones del universo. La verdad, la belleza y la bondad del mundo de los hombres están unificadas por la espiritualidad creciente de la experiencia de los mortales que ascienden hacia las realidades del Paraíso. La unidad de la verdad, la belleza y la bondad solo se puede hacer realidad en la experiencia espiritual de la personalidad que conoce a Dios.
196:3.25 (2096.1) La moralidad es el terreno preexistente esencial de la consciencia personal de Dios, de la comprensión personal de la presencia interior del Ajustador, pero esa moralidad no es la fuente de la experiencia religiosa ni de la visión interior espiritual resultante. La naturaleza moral es supranimal pero subespiritual. La moralidad equivale a reconocer el deber, a comprender la existencia del bien y el mal. La zona moral está a medio camino entre el tipo animal y el tipo humano de mente, igual que la morontia existe entre la esfera material y la espiritual de logro de la personalidad.
196:3.26 (2096.2) La mente evolutiva es capaz de descubrir la ley, la moral y la ética, pero el espíritu otorgado, el Ajustador que mora en el interior, revela a la mente humana en evolución quién es el legislador, la fuente-Padre de todo lo que es verdadero, bello y bueno. Un hombre iluminado de este modo tiene una religión y está equipado espiritualmente para emprender la larga aventura de buscar a Dios.
196:3.27 (2096.3) La moralidad no es necesariamente espiritual; puede ser entera y puramente humana, aunque es cierto que la religión real realza todos los valores morales y les da más sentido. La moralidad sin religión no logra revelar la bondad última y ni siquiera logra garantizar la supervivencia de sus propios valores morales. La religión garantiza el engrandecimiento, la glorificación y la supervivencia segura de todo lo que la moralidad reconoce y aprueba.
196:3.28 (2096.4) La religión se alza por encima de la ciencia, el arte, la filosofía, la ética y la moral, pero no es independiente de ellos. Todos están indisolublemente interrelacionados en la experiencia humana tanto personal como social. La religión es la experiencia suprema del hombre en su naturaleza mortal, pero la teología, con su lenguaje finito, jamás podrá describir adecuadamente la experiencia religiosa real.
196:3.29 (2096.5) La visión interior religiosa posee el poder de transformar una derrota en deseos más altos y en nuevos empeños. El amor es la motivación más alta que el hombre puede utilizar en su ascenso por el universo. Pero el amor despojado de verdad, belleza y bondad no es más que un sentimiento, una tergiversación filosófica, una ilusión psíquica, un engaño espiritual. El amor debe redefinirse siempre en los niveles sucesivos de progresión en la morontia y el espíritu.
196:3.30 (2096.6) El arte es el resultado del intento del hombre por escapar de la falta de belleza de su entorno material; es un gesto hacia el nivel de la morontia. La ciencia es el esfuerzo del hombre por resolver los enigmas aparentes del universo material. La filosofía es el intento del hombre de unificar la experiencia humana. La religión es el gesto supremo del hombre, su esfuerzo magnífico por alcanzar la realidad final, su determinación de encontrar a Dios y ser como él.
196:3.31 (2096.7) En el terreno de la experiencia religiosa la posibilidad espiritual es una realidad potencial. El impulso espiritual del hombre hacia adelante no es una ilusión psíquica. Puede que no todo el fantasear del hombre sobre el universo corresponda a la realidad, pero tiene una parte, una gran parte, de verdad.
196:3.32 (2096.8) La vida de algunos hombres es demasiado grande y noble como para descender al nivel inferior del simple éxito. El animal debe adaptarse al entorno, pero el hombre religioso trasciende su entorno y escapa así a las limitaciones del presente mundo material mediante esta visión interior del amor divino. Este concepto del amor genera en el alma del hombre el esfuerzo supranimal por encontrar la verdad, la belleza y la bondad. Y cuando las encuentra es glorificado por su abrazo, queda consumido por el deseo de vivirlas, de obrar con rectitud.
196:3.33 (2097.1) No os desaniméis; la evolución humana sigue su curso, y la revelación de Dios al mundo, en Jesús y a través de Jesús, no fracasará.
196:3.34 (2097.2) El gran desafío del hombre moderno consiste en conseguir una mejor comunicación con el Monitor divino que mora en la mente humana. La mayor aventura del hombre en la carne consiste en el esfuerzo sensato y equilibrado de hacer avanzar las fronteras de la consciencia de sí mismo hasta atravesar los confusos dominios de la consciencia embrionaria del alma, en un esfuerzo sincero por alcanzar la zona fronteriza de la consciencia del espíritu, el contacto con la presencia divina. Esta experiencia constituye la consciencia de Dios, una experiencia que confirma poderosamente la verdad preexistente de la experiencia religiosa de conocer a Dios. Esta consciencia del espíritu equivale a conocer la actualidad de la filiación con Dios. Dicho de otro modo, la seguridad de la filiación es la experiencia de la fe.
196:3.35 (2097.3) La consciencia de Dios equivale a la integración del yo con el universo en sus niveles más altos de realidad espiritual. Solo el contenido de espíritu de un valor cualquiera es imperecedero. Tampoco lo que es verdadero, bello y bueno ha de perecer en la experiencia humana. Si el hombre no elige sobrevivir, el Ajustador superviviente conserva esas realidades nacidas del amor y alimentadas en el servicio. Y todas estas cosas forman parte del Padre Universal. El Padre es amor vivo, y esta vida del Padre está en sus Hijos. Y el espíritu del Padre está en los hijos de sus Hijos, los hombres mortales. En definitiva, la idea de Padre sigue siendo el concepto humano más alto de Dios.